La Delincuencia Juvenil

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La delincuencia juvenil: fenómeno de la sociedad actual

René Alejandro Jiménez Ornelas

Universidad Nacional Autónoma de México.

La violencia no es producida aleatoriamente, sino que parte de una cultura de conflictos


familiares, sociales, económicos y políticos, y en general, del sistema globalizado que a
su vez permea las diferentes formas de vida en la sociedad, donde los estilos de vida
de los jóvenes son catalogados como formas de delincuencia. El objetivo de esos
estilos de vida, sin embargo, sólo consiste en distanciarse culturalmente de una
sociedad que los jóvenes no han fabricado. Víctimas de la discriminación social y
excluidos de las decisiones importantes, muchos jóvenes carecen de planes o
proyectos de vida, y son considerados incapaces de adaptarse al medio social, por lo
cual toman la delincuencia como alternativa de sobrevivencia. El fácil acceso a las
drogas, la falta de oportunidades de empleo, salud, educación y espacios para la
cultura y el deporte, la desintegración familiar, la impunidad, entre otros factores,
componen el contexto en el que nace y crece la juventud mexicana del siglo XXI.

Los seres humanos nos encontramos inmersos dentro de un proceso globalizador de


las economías en el ámbito mundial, en el cual predominan bloques económicos como
Europa, los países asiáticos y Estados Unidos, los cuales tienen gran injerencia en el
resto del planeta. Esto, debido a que sus intenciones latentes concuerdan en que lo
fundamental es subordinar a todos los hombres de las regiones o zonas para hacerlos
fieles consumidores y abastecedores de materias primas.

La sociedad ha fomentado un excesivo individualismo y una consideración del individuo


como mera unidad de consumo, pero escasamente ha brindado al individuo un tipo de
vida en comunidad o ha ofrecido una escasa influencia en las decisiones de un entorno
social.
En este fenómeno, los medios tienen un papel muy relevante, porque son los
encargados de llevar los mensajes a todo el mundo, a todo ser humano. Ellos son en
parte los responsables de unificar a la Tierra bajo los mismos parámetros ideológicos.
Son los instrumentos socializantes más fuertes en la actualidad, pues han sustituido en
gran medida la importancia que tenían los antiguos, tales como la escuela, la familia o
la Iglesia.

Buscan crear al hombre de un mismo pensamiento, voluntad, y acción. Con esto, cabe
decir que tal vez uno de los objetivos de los medios de comunicación (industria cultural)
y de las industrias (empresas transnacionales) es hacer que cada individuo se vea
envuelto en la necesidad ideológica de participar en el consumo de productos, práctica
que los ideólogos denominan civilización y modernización a la que los pueblos deben
sumarse para dejar de pertenecer al grupo de los marginados y pasar así a formar
parte de los consumidores.

"El consumo genera identidades; intercambiamos productos para satisfacer


necesidades que nos hemos fijado culturalmente, para integrarnos con otros y para
distinguirnos de ellos" (Brito et al., 1985: 53).

Ante esta situación, la violencia aparece como una forma de respuesta ante una
frustración social. Este tipo de violencia puede ser también una consecuencia del
profundo deterioro al que se ha llegado en un tipo de sociedad que ha puesto sus
esperanzas en un mero crecimiento cuantitativo del consumo de bienes materiales y
que apenas ha tenido en cuenta al individuo en su dimensión como persona
socialmente integrada en una comunidad.
Esta problemática obliga a reflexionar sobre el fenómeno de la violencia y su relación
con la juventud. Esta última se resiste a las transformaciones sociales de hoy, pues a lo
movedizo que tiene de por sí la personalidad del adolescente en devenir, hay que
añadir la incoherencia del mundo actual con sus propagandas, disensiones políticas y
religiosas, y las contradicciones de los intereses económicos. Todo esto crea confusión
y desorientación desbordante y trágica en la juventud. En tales circunstancias no todos
los jóvenes son aptos para ver el mundo tal como es y aceptarlo insertándose en él,
íntegra y generosamente.

Por lo anterior, algunos adolescentes y jóvenes aquejados de inmadurez persistente


podrían convertirse en antisociales e incluso en delincuentes, si llegan a una particular
situación de inadaptación. El adolescente realiza sus primeras tomas de conciencia
personales y profundiza en sus sentimientos, ideas y creencias. Su postura ante el
mundo adulto es de oposición y de desafío, y esta es una reacción necesaria de
defensa de un ser que va tomando las riendas de su existencia.

Además, la actual sociedad industrializada, urbana y consumista —con todo lo que ello
comporta: ideología del bienestar, carrera del lucro, primacía del tener sobre el ser,
crisis de la familia, soledad, anonimato— es la que segrega la violencia. Ya que, como
sociedad de consumo, alimenta deseos o aspiraciones y despierta esperanzas que no
puede satisfacer; mientras margina del proceso de producción y de consumo, excluye y
discrimina a gran número de personas, clasificando y haciendo de ellas unos
inadaptados y rebeldes; pero sobre todo, tiende a destruir los valores morales.

En realidad, cuando la sociedad actual exalta como valores supremos de la vida al


placer y al dinero, cuando aplaude el éxito y la riqueza, obtenidos por los medios que
fueren, cuando desprecia al hombre honesto como a un ser débil que no es capaz de
hacerse valer mientras exalta al fuerte que prevalece sobre los demás con astucia y
con violencia, no habría por qué maravillarse de que algunos jóvenes sientan la
tentación de recurrir a la violencia para ganar con facilidad y rapidez mucho dinero.

La vida actual origina violencia y agresividad, más aun cuando en un espacio invariable
aumenta mucho la población, pues esto genera aglomeraciones y desorden en las
grandes urbes, con el cortejo de desagradables complicaciones que llevan consigo:
prisa, falta de tiempo, tensión, vida compleja, falta de comunicación afectiva, etc. Si
añadimos a esto la anomia, la hipocresía social, la creación consumista de
necesidades artificiales, la doble moralidad, etc., comprenderemos que en unas
circunstancias de vida tan frustradoras tenga que surgir la violencia y la agresividad
como medio para sobrevivir.

La violencia casi siempre lleva consigo la opresión y la injusticia.

¿Qué es entonces la violencia?

El uso injusto de la fuerza —física, psicológica y moral— con miras a privar a una
persona de un bien al que tiene derecho (en primer lugar el bien de la vida y la salud, el
bien de la libertad) o con miras también a impedir una acción libre a la que el hombre
tiene derecho u obligarle a hacer lo contrario a su libre voluntad, a sus ideales, a sus
intereses. Por lo tanto, no puede llamarse violencia a cualquier uso de la fuerza, sino
sólo a un uso injusto que lesione un derecho (Izquierdo, 1999: 19).

Así pues, para que haya violencia, se requieren dos factores: uso de la fuerza y
violación de un derecho.
La violencia es un fenómeno totalizador e indisolublemente relacionado con la historia
de la existencia humana, que consiste en "el uso de una fuerza abierta u oculta, con el
fin de obtener de un individuo, o de un grupo, algo que no quiere consentir libremente" .

La violencia semeja la acción estratégica que orienta la fuerza física con la intención de
someter o delimitar la elección de las posibilidades de actividad de los dominados.

Etimológicamente, la palabra violencia deriva del latín violentia, vis maior, fuerza
mayor, ímpetu. Según el diccionario, es la fuerza o energía desplegada
impetuosamente. En el origen, pues, el concepto de violencia denota una realidad
moralmente neutra; la calificación que uno puede hacer de ella dependerá del uso o
abuso de esta fuerza.

El violento puede serlo con los que conviven bajo su mismo techo. La violencia está
presente en las calles, estalla entre los conductores y los transeúntes, entre los viajeros
que usan un mismo transporte público, entre los vecinos de la misma escalera. La
violencia verbal o gestual brota a menudo en la tienda, en el taller, en la oficina, en el
despacho o en la escuela. Y en la mayoría de los casos, los motivos que desatan estos
comportamientos violentos, si se miran desapasionadamente, son mínimos,
insignificantes, ridículos. Lo que pasa es que son como chispas que encienden el
ambiente tenso y crispado a que nos aboca el ritmo trepidante y angustioso de nuestro
tiempo.

Sin embargo, la violencia es un fenómeno que no está vinculado exclusivamente a la


obtención de bienes o a la satisfacción de necesidades, más bien involucra al propio
ser del hombre y no significa necesariamente terror, destrucción o aniquilación física
del otro, sino el despliegue de estrategias de coerción para conseguir lo deseado.
Entre centenares de definiciones posibles, la violencia se perfila como la actuación
contra una persona o un colectivo empleando la fuerza o la intimidación. De cualquier
manera, las descripciones no son neutras, pues llevan consigo un componente
subjetivo que depende de los criterios utilizados, tanto jurídicos como institucionales o
personales. Por eso se puede afirmar que no hay un criterio universal de la violencia;
cada sociedad tiene los suyos propios. Una visión histórica sobre la violencia
demuestra que ésta no se circunscribe únicamente a las grandes expresiones como la
de la guerra. La violencia ha sido un elemento sustancial de toda la humanidad, ya en
sus relaciones políticas, ya en las sociales y personales. Algunos han creído ver en ello
la declaración de la agresividad presente en la naturaleza humana como una
característica más relacionada con los instintos. Otros, en cambio, opinan que la
violencia tiene marcados componentes sociales e incluso culturales.

Ahora bien, que la violencia sea o no innata es de poca importancia. Pero sí importa
que la sociedad haga algo por orientarla en su verdadero sentido, por canalizarla como
energía de algún modo útil, por prevenirla cuando sea nociva, en todo caso, por
contenerla dentro de unos límites tolerables. Sufrimos la violencia inmisericorde de las
gentes que no dejan vivir en paz a los demás. La gran mayoría de los seres humanos
controla su agresividad, pero unos pocos inadaptados se están haciendo los dueños de
las calles y de la noche, de los parques y hasta de las casas ajenas. Pequeños grupos,
bandas, forajidos y delincuentes, amedrentan y asustan a los ciudadanos.

Debido a la generalización del fenómeno de la violencia no existen grupos sociales


protegidos, es decir, la violencia no es específicamente un problema de pobres o
clases sociales marginadas, ni de confrontaciones raciales, económicas o geográficas,
sino que la violencia puede acentuarse por género, edad, etnia y clase social,
independientemente de si se es víctima o victimario; es decir, la violencia responde a
realidades específicas.
Hay que destacar que la violencia, aunque en muchos casos este asociada a la
pobreza, no es su consecuencia directa, pero sí es resultado de la forma en que las
desigualdades sociales —la negación del derecho a tener acceso de bienes y equipos
de entretenimiento, deporte, cultura—, operan en las especificidad de cada grupo
social, desencadenando comportamientos violentos. Así pues, la dependencia, la
pobreza y marginación no necesariamente generan delincuentes, pues influye también
el desarrollo material, individual y social, aspectos que derivan en la vida de los
individuos que, al no contar con opciones o alternativas para obtener los ingresos
necesarios para mejorar su calidad.

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