La Delincuencia Juvenil
La Delincuencia Juvenil
La Delincuencia Juvenil
Buscan crear al hombre de un mismo pensamiento, voluntad, y acción. Con esto, cabe
decir que tal vez uno de los objetivos de los medios de comunicación (industria cultural)
y de las industrias (empresas transnacionales) es hacer que cada individuo se vea
envuelto en la necesidad ideológica de participar en el consumo de productos, práctica
que los ideólogos denominan civilización y modernización a la que los pueblos deben
sumarse para dejar de pertenecer al grupo de los marginados y pasar así a formar
parte de los consumidores.
Ante esta situación, la violencia aparece como una forma de respuesta ante una
frustración social. Este tipo de violencia puede ser también una consecuencia del
profundo deterioro al que se ha llegado en un tipo de sociedad que ha puesto sus
esperanzas en un mero crecimiento cuantitativo del consumo de bienes materiales y
que apenas ha tenido en cuenta al individuo en su dimensión como persona
socialmente integrada en una comunidad.
Esta problemática obliga a reflexionar sobre el fenómeno de la violencia y su relación
con la juventud. Esta última se resiste a las transformaciones sociales de hoy, pues a lo
movedizo que tiene de por sí la personalidad del adolescente en devenir, hay que
añadir la incoherencia del mundo actual con sus propagandas, disensiones políticas y
religiosas, y las contradicciones de los intereses económicos. Todo esto crea confusión
y desorientación desbordante y trágica en la juventud. En tales circunstancias no todos
los jóvenes son aptos para ver el mundo tal como es y aceptarlo insertándose en él,
íntegra y generosamente.
Además, la actual sociedad industrializada, urbana y consumista —con todo lo que ello
comporta: ideología del bienestar, carrera del lucro, primacía del tener sobre el ser,
crisis de la familia, soledad, anonimato— es la que segrega la violencia. Ya que, como
sociedad de consumo, alimenta deseos o aspiraciones y despierta esperanzas que no
puede satisfacer; mientras margina del proceso de producción y de consumo, excluye y
discrimina a gran número de personas, clasificando y haciendo de ellas unos
inadaptados y rebeldes; pero sobre todo, tiende a destruir los valores morales.
La vida actual origina violencia y agresividad, más aun cuando en un espacio invariable
aumenta mucho la población, pues esto genera aglomeraciones y desorden en las
grandes urbes, con el cortejo de desagradables complicaciones que llevan consigo:
prisa, falta de tiempo, tensión, vida compleja, falta de comunicación afectiva, etc. Si
añadimos a esto la anomia, la hipocresía social, la creación consumista de
necesidades artificiales, la doble moralidad, etc., comprenderemos que en unas
circunstancias de vida tan frustradoras tenga que surgir la violencia y la agresividad
como medio para sobrevivir.
El uso injusto de la fuerza —física, psicológica y moral— con miras a privar a una
persona de un bien al que tiene derecho (en primer lugar el bien de la vida y la salud, el
bien de la libertad) o con miras también a impedir una acción libre a la que el hombre
tiene derecho u obligarle a hacer lo contrario a su libre voluntad, a sus ideales, a sus
intereses. Por lo tanto, no puede llamarse violencia a cualquier uso de la fuerza, sino
sólo a un uso injusto que lesione un derecho (Izquierdo, 1999: 19).
Así pues, para que haya violencia, se requieren dos factores: uso de la fuerza y
violación de un derecho.
La violencia es un fenómeno totalizador e indisolublemente relacionado con la historia
de la existencia humana, que consiste en "el uso de una fuerza abierta u oculta, con el
fin de obtener de un individuo, o de un grupo, algo que no quiere consentir libremente" .
La violencia semeja la acción estratégica que orienta la fuerza física con la intención de
someter o delimitar la elección de las posibilidades de actividad de los dominados.
Etimológicamente, la palabra violencia deriva del latín violentia, vis maior, fuerza
mayor, ímpetu. Según el diccionario, es la fuerza o energía desplegada
impetuosamente. En el origen, pues, el concepto de violencia denota una realidad
moralmente neutra; la calificación que uno puede hacer de ella dependerá del uso o
abuso de esta fuerza.
El violento puede serlo con los que conviven bajo su mismo techo. La violencia está
presente en las calles, estalla entre los conductores y los transeúntes, entre los viajeros
que usan un mismo transporte público, entre los vecinos de la misma escalera. La
violencia verbal o gestual brota a menudo en la tienda, en el taller, en la oficina, en el
despacho o en la escuela. Y en la mayoría de los casos, los motivos que desatan estos
comportamientos violentos, si se miran desapasionadamente, son mínimos,
insignificantes, ridículos. Lo que pasa es que son como chispas que encienden el
ambiente tenso y crispado a que nos aboca el ritmo trepidante y angustioso de nuestro
tiempo.
Ahora bien, que la violencia sea o no innata es de poca importancia. Pero sí importa
que la sociedad haga algo por orientarla en su verdadero sentido, por canalizarla como
energía de algún modo útil, por prevenirla cuando sea nociva, en todo caso, por
contenerla dentro de unos límites tolerables. Sufrimos la violencia inmisericorde de las
gentes que no dejan vivir en paz a los demás. La gran mayoría de los seres humanos
controla su agresividad, pero unos pocos inadaptados se están haciendo los dueños de
las calles y de la noche, de los parques y hasta de las casas ajenas. Pequeños grupos,
bandas, forajidos y delincuentes, amedrentan y asustan a los ciudadanos.