Aprender A Leer
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El tiburón
El tiburón, sin embargo, si es un pez.
Respira bajo el agua, pero no puede permanecer quieto; necesita nadar
constantemente para no asfixiarse.
Tiene varias filas de dientes muy afilados.
Se traga, sin más, a sus presas pequeñas; pero a las mayores las ataca con
fuertes mordiscos.
¡Vaya tiempecito!
Un día un grupo de traviesas nubes estaban jugando al escondite
en el cielo. Todas se lo pasaban muy bien y se reían muchísimo.
Cada vez contaba una, y las demás se escondían. Ahora era el
turno de la más pequeña:
-Uno, dos, tres, cuatro… -contaba la nube-. ¡Ronda, ronda, quien
no se haya escondido que se esconda! –gritó cuando, al fin, llego
hasta el veinte.
Pero cuando se puso a buscar a sus compañeras, no encontró a
ninguna. En realidad, le querían gastar una broma y, en vez de
esconderse, se habían ido corriendo.
La nubecita buscó por todas partes. Y al cabo de un rato, cansada
y agobiada, se puso a llorar con todas sus fuerzas.
¡Qué raro! –pensaba un pastor que estaba en esos momentos
justo debajo de la nube-. Hace un momento, el cielo estaba
despejado, ¡y ahora está lloviendo!. Tendré que llevar mis ovejas
al corral.
Mientras, en el cielo, el viento del norte salió furioso al oír los
lamentos de la pequeña nube.
-¿Eres tú la que me ha despertado de la siesta? –gritó.
Y el viento del norte tenía un aliento tan frío que las lágrimas de la
nube se convirtieron en nieve.
-Corred, corred, ovejitas –decía el pastor-. ¡Que ahora está
empezando a nevar!
Menos mal que el sol, que es tan bueno, salió a ayudar a la
nubecita y le pidió al viento que, por favor, dejara de soplar. Le
explicó a la nube la broma de sus amigas y le dijo dónde estaban.
La pequeña salió corriendo a por ellas, y el sol se quedó brillando
con toda su intensidad.
Y el pobre pastor, que todavía no había llegado al corral, miró al
cielo y pensó que se estaba volviendo loco.
¿Hablamos?
Una tarde, estaba escribiendo un cuento en el ordenador, cuando
sonó el teléfono.
-Hola, tía Maribel –me dijo una vocecilla cantarina.
Y en ese momento sentí un montón de maripositas por la tripa. Mi
sobrina Irene, que tiene cuatro años y que vive solo a cinco
minutos de mi casa, por primera vez, había decidido llamarme.
-Hola, cariño –le contesté-. ¿Me has llamado tú sola?
-No, se lo he dicho a mamá –me explicó-. Es que les voy a dar la
merienda a mis muñecos, pero si quieres hablamos un ratito. Pero
poco, ¿eh?, ¡que Rosita tiene hambre!
-¡Sí que quiero!, ¡sí que quiero! –le dije yo.
Rosita es su muñeca preferida. En sus tiempos era muy bonita,
parecía un bebé de verdad. Pero desde que, a los dos años, la
niña le llenó la cara de rayajos, se había estropeado bastante.
-Espera un momento, que se pone Rosita –me dijo Irene.
Y entonces, puso una voz muy finita, y empezó a hablar como si
fuera una muñeca.
-Hola, soy Rosita. ¿Cómo estás?
-Yo, muy bien, ¿y tú? –le contesté.
-Bien. Espera que se pone Filomeno.
Y, entonces, empezó a hablar como si fuera un muñecote.
Y luego, como Pancho, un oso de peluche. Y también como una
rana de goma.
De repente, Irene volvió a poner su voz normal y me dijo que iba a
colgar ya, que les tenía que dar la merienda a todos. Y yo me
quedé tan contenta de haber tenido el honor de hablar con toda
una pandilla de juguetes.
Llegan las vacaciones
Hoy es el último día del colegio en el bosque y en la clase de
primero hay un runrún desde la primera hora. La profesora, la osa
Nati, ha pedido que hagan un dibujo sobre las vacaciones. Y,
mientras, muchos de los animalitos no paran de hablar con los
demás sobre sus planes.
-Chicos, ¿queréis dejar ya de charlar? –les pide Nati-.
Si os parece yo os pregunto y vosotros me contáis lo que vais a
hacer este verano. Así nos enteramos todos…
-A mí, a mí. Pregúntame a mí –le dice la ardilla Josefina.
-Muy bien, Josefina. Veo que te has dibujado haciendo una
merienda… A ver, cuéntanos.
-Sí, yo me quedo en el bosque. Me he pintado con mi amiga de
merienda en el río, que es lo que más me gusta.
-El dibujo es precioso, Josefina. Seguro que te lo pasas muy bien
aquí. A ver, tú, Nico –le dice a un conejito.
-Pues yo me voy a la playa… Y como no he estado nunca, me he
pintado en el coche, con mis padres y hermanos. ¡Nos lo pasamos
genial en los viajes! –cuenta él.
-Te ha salido fenomenal –le dice Nati-. Ya verás como te gusta la
playa… ¿Y tú Claudia? –pregunta a una osita que parece un poco
triste.
-Yo me voy a Polonia, a ver a mi abuela –explica Claudia-. Vamos
en avión, pero como me da un poquito de miedo, he preferido
pintarme en globo.
Nati le asegura que es un dibujo precioso. Y que no tiene que tener
miedo, que los aviones son muy seguros. La osita sonríe, pero no
puede disimular su pena.
Por fin, suena el timbre y todos se empiezan a despedir hasta el
nuevo curso.
El osito Pablo se acerca a Claudia y le pide que le mande una
tarjeta desde Polonia. Y la osita se siente mucho mejor… ¡Ahora
sabe que su amigo se acordará de ella!