El Corral de La Infancia Resumen Graciela Montes

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MONTES GRACIELA. El corral de la infancia.

Las grandes pasiones de la escritora Graciela Montes son la escritura y los niños, su prolífica
producción es prueba de ello, pero sobre todo de su compromiso con ambas pasiones. De ahí que el
eje en torno al cual gira en general su obra ensayística sean la historicidad de la infancia y la
oposición cultural entre la imaginación o fantasía (propia tanto del mundo de los niños como del de
la literatura) y la realidad (impuesta por los adultos). No obstante, en El corral de la infancia
introduce un elemento más: la influencia de la economía en las políticas culturales y editoriales.

Y es que, en un mundo donde la economía de mercado se ha vuelto una de las principales directrices
pareciera que no hay lugar para la imaginación, lo que para una escritora comprometida como
Graciela Montes constituye una importante preocupación. Reflejo de ello es que la autora no se ha
conformado "simplemente" con escribir historias para niños, sino que se ha compenetrado
profundamente con ellas, como ella misma evidencia con los estudios que ha llevado a cabo sobre el
investigador francés Marc Soriano relacionados con la literatura como medio para acercar a los niños
a la fantasía y al conocimiento; así como con las tesis del psicoanalista heterodoxo Donald Winnicott
con respecto al juego y su importancia para el desarrollo y adquisición de conocimientos del niño,
donde el libro puede ser convertido en un "objeto transicional", tal como la muñeca o el oso de
peluche.

Tales investigaciones le han servido para enriquecer su propia escritura y sobre todo para
transmitirnos una idea quizá elemental, pero no por ello menos importante: no existe nada más
serio para un niño que el juego, y la lectura puede formar parte de él. Porque el niño, a diferencia
del adulto, se relaciona de manera natural con la lectura. No necesitamos pedirle que crea en lo que
lee, para él esa historia que le ha sido leída es real, cada palabra, cada dibujo, cada inflexión que el
adulto realice durante el espacio de lectura serán asimilados, vividos, memorizados, ritualizados
hasta que sin apenas darse cuenta ya formen parte de su vida.

Lección que Graciela Montes ha entendido a partir de su propia experiencia como lectora, porque no
estamos únicamente ante una imaginativa escritora sino también ante una gran lectora y como tal
tiene sus autores predilectos, los clásicos de la literatura infantil: Charles Perrault, Hans Christian
Andersen y Lewis Carroll, quienes con sus historias han sido y siguen siendo guía de múltiples
generaciones, a pesar de estar "contaminados", en mayor o menor medida, por ese virus llamado
fantasía y por ende estar peligrosamente inclinados hacia la crítica social, pues tanto las moralejas
insertas en los cuentos de Perraul diseñadas para alertar a las jóvenes incautas como en el caso de la
Caperucita roja, como la fantasía realista con un toque de crítica social presente en historias como La
vendedora de fósforos (Lafos-forerita) de Andersen, y hasta en el nonsense (el absurdo, el disparate)
de la Alicia de Carrol, se tocan directamente temas fundamentales del mundo de los adultos que si
no hubieran sido acordonadas oportunamente hubieran producido serias fisuras en ese orden
perfectamente delimitado por las reglas sociales e institucionales.
Esta reflexión en torno a su propia experiencia lúdica le da pie a la autora para desarrollar
seriamente el tema de la infancia y el lugar que ocupa dentro de la sociedad; tema que durante
mucho tiempo estuvo marginado, casi ignorado, hasta que poco a poco fue haciéndose presente
para llegar a ocupar una posición igual de importante que otros temas para el desarrollo y bienestar
de la comunidad. Sociedad que, sin embargo, debido a la vulnerabilidad del niño considera que debe
protegerlo y resguardarlo, incluso de sí mismo. Este reconocimiento del niño como ese "otro", igual,
aunque diferente, requirió transformar, inventar y reinventar toda una realidad para él comenzando
por la alimentación, el vestido, el trabajo (y más tarde la legislación del mismo) hasta las actividades
de tipo intelectivo como el juego, la escritura y la lectura. Y dado que la literatura tiene un alto
contenido de fantasía e imaginación, cuando el niño entra en contacto con ella puede darse de
manera natural ese pacto con la lectura, que en los adultos es un artificio, de ahí que Graciela
Montes haga hincapié en la importancia de incorporar la lectura como parte de un juego que a la
postre contribuya para generar lectores e incluso futuros escritores.

Y aquí nuevamente habla la voz de su experiencia, pues Graciela Montes se nutre de la vitalidad de
los niños cual si fuera un "ogro", y al interactuar con ellos le basta con proponer una palabra o un
tema para de inmediato darse cuenta de que ha logrado interesarlos y hacerlos que se sumerjan por
completo en un mundo aparte donde el tiempo se diluye y la fantasía se desborda. Y es que la
imaginación es una característica connatural a la infancia que sólo cede ante la paciente y
consistente barrera que los adultos construyen alrededor del niño. Cerco hecho con trocitos de
realidad que poco a poco van acorralando la fantasía hasta anular o, por lo menos, contener la
creatividad.

Por ello no es casual que la autora haya decidido comenzar El corral de la infancia con los ensayos
más relevantes del libro: "Realidad y fantasía o cómo se construye el corral de la infancia" y "No hay
como un buen ogro para comprender la infancia". Donde gratamente desarrolla estas ideas
fundamentales: la infancia es una categoría histórica y la oposición fantasía-realidad es una cuestión
cultural.

Su perspicacia para ver la infancia como categoría histórica le permite plantear que uno de los
primeros corrales que se construyen en torno a los niños es la familia. Institución que se encarga de
transmitirle de manera inmediata los valores y prejuicios propios de la sociedad de la que forma
parte, imponiéndole de paso una primera barrera a la imaginación. Posteriormente esa tarea la
continuarán las instituciones educativas, que dejando atrás la tradición oral propia de la familia, le
darán al niño las herramientas técnicas del lenguaje (que puede ser convertido en un instrumento de
control, en tanto que impone un significado unívoco para las palabras y las cosas y, al mismo tiempo,
limita el conocimiento al establecer "rangos" de palabras propias para cada edad). La escuela es
entonces el segundo corral de la infancia. Donde se hace de la lectura un monótono ejercicio de
aprendizaje. Para cuando esos niños alcanzan la adolescencia la mayoría de ellos han extraviado la
imaginación.

Las reflexiones de esta autora nos hacen conscientes de que hasta no hace mucho tiempo los niños
vivían, en muchos sentidos, ignorados y marginados del mundo de los adultos, hasta que el
desarrollo de la economía enfocada al mercado los hizo objeto de su interés y contribuyó a que los
niños fueran "integrados" a la sociedad, no precisamente en condiciones de igualdad o de
reconocimiento, sino como un nicho de mercado no explotado antes. Esta interferencia de la
economía va a tocar todas las esferas de la vida (alimento, vestido, educación, recreación...), hasta
llegar a la industria editorial.

Y aquí su escritura se torna grave al mostrarnos cómo esta penetración de la economía se convierte
en una atadura para los escritores de libros infantiles, quienes más que dar rienda suelta a su
creatividad tienen que sujetarse a una serie de fórmulas probadas enfocadas a la venta. Aspecto
que, nos indica, también ha hecho mella en el género literario en sí mismo, pues al ser considerado
como un objeto de mercado está siendo fragmentado en géneros cada vez más específicos.

Este cerco impuesto a la literatura llevó a la creación de la llamada "literatura infantil". Mas los
niños, a pesar de su aparente inocencia, pueden ser para el orden instituido un peligro latente, esta
situación, nos dice la autora, ha guiado a los censores literarios a vaciar a la "literatura infantil" de
toda responsabilidad, compromiso y memoria, y a convertirla en un género sujeto a la
comercialización y a las fórmulas fáciles y de rápido consumo. Fenómeno de suma importancia para
la lectura pues al romperse el diálogo entre el emisor y el receptor se pierde también a esos futuros
lectores potenciales que son los niños y los adolescentes.

Cuestión de suma importancia (aunque la literatura no es la vida y leer no es vivir) es que por medio
de la lectura se cruza la frontera entre la realidad y la fantasía y se crea un lugar nuevo, diferente y
propio, al que puede accederse únicamente si se cruza ese umbral, que para Graciela Montes
constituye la frontera indómita a la que sólo el lector comprometido con la lectura puede llegar. Al
someter la escritura a las reglas del mercado, se aniquila la imaginación, se encierra al lector entre
las paredes de la objetividad, se cancela su poder de decisión e incluso se anula como lector al
presentarle aventuras del todo predecibles, disfrazadas de novedosos estilos interactivos a partir de
los cuales el lector elige acciones precisas que conducen a caminos preestablecidos, aun cuando la
publicidad ofrezca construir "su propia aventura".

Así, a partir de dos ideas base: la historicidad de la infancia y la oposición cultural entre la fantasía y
la realidad, Graciela Montes va hilando a través de sus ensayos la delicada relación entre: la lectura y
su potencial creativo; la imaginación y su potencial de ruptura; el uso del lenguaje como herramienta
del poder; la escritura, el mercado y las formas de dominación presentes en el mundo editorial; así
como el derecho a sentir el placer de la escritura y a disfrutar del goce de una lectura creativa e
imaginativa. Donde la "literatura infantil" se ha vuelto un sutil instrumento de control que sirve para
"vigilar" y "castigar" —tal como planteaba Foucault— a quienes traspasan sus fronteras y que van
más allá del niño, y se aplica también a las sociedades en su conjunto, leer a Graciela Montes nos
hace cuestionarnos acerca construimos para "salvaguardar" a de nuestros propios corrales, los que
nuestros propios niños.

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