Teofrasto

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Teofrasto

(Isla de Lesbos, actual Grecia, 372 a.C. - ?, 288 a.C.) Filósofo griego.
Según el testimonio de Diógenes Laercio, su verdadero nombre era
Tirtamo, pero su gran amigo el filósofo Aristóteles se lo cambió por el que
conocemos, que significa «de habla o estilo divino». Teofrasto frecuentó la
escuela de Platón y la de Aristóteles y, hasta hace poco, se le consideraba
como un epígono del último. Sin embargo, las últimas investigaciones de
los historiadores conceden un papel más relevante a este filósofo y
coinciden en atribuirle una serie de innovaciones respecto a la lógica
aristotélica. Así, se entiende que Teofrasto desarrollara numerosos
teoremas para la lógica proposicional, además de la doctrina de los
silogismos hipotéticos y la lógica modal, con lo que habría constituido el
punto de inflexión entre la lógica aristotélica y la estoica. La obra más
importante de Teofrasto es Caracteres, que tuvo una gran influencia en las
posteriores clasificaciones de caracteres y tipos psicológicos. El filósofo se
prodigó también en otras materias, como la botánica, la geología, la física,
la psicología, la política y la metafísica, a pesar de que de esta amplia obra
sólo se conservan unos pocos tratados y fragmentos.

Teofrasto

Teofrasto es considerado el más grande de los continuadores de la obra


aristotélica. Discípulo del Estagirita, cuando Aristóteles murió en 322 se
hizo cargo de la dirección de la Academia fundada por su maestro. El
florecimiento del Liceo, que dirigió hasta su muerte, a los 85 años de edad,
estuvo en consonancia con su prestigio personal. Si bien durante mucho
tiempo su figura se vio oscurecida por la de su maestro, la crítica moderna
ha sabido mostrar los puntos en que su pensamiento es original. En sus
enseñanzas éticas, famosas por sus ataques a los filósofos estoicos, reiteró
la noción aristotélica de una pluralidad de virtudes con sus
correspondientes vicios y reconoció una cierta importancia a los bienes
materiales, que los estoicos consideraban como vulgares lujos de la
existencia humana.
Posiblemente los futuros historiadores del pensamiento antiguo verán
mayor la figura de Teofrasto, de ser cierta la suposición de Josef Zürcher
(Aristoteles Werk und Geist, Paderborn, 1952) según la cual todo el Corpus
Aristotelicum, en la forma que aparece actualmente, no debió ser escrito en
conjunto por Aristóteles, sino por el discípulo, quien habría reconstituido
completamente, en la esencia y en el aspecto formal, la obra del maestro
durante los treinta años de su dirección escolar. Sea lo que fuere cuanto
pueda afirmarse acerca de esta revolucionaria hipótesis, la escuela
peripatética, en cuanto asociación legal reconocida por la ciudad, fue una
fundación debida, en realidad, no a Aristóteles, que era meteco, sino a
Teofrasto, a quien aquél legó sus bienes en virtud de un testamento que
conocemos.
Al igual que las Pragmatias de Aristóteles, sus libros científicos están
relacionados con su actividad docente. De sus obras estrictamente ligadas a
la investigación aristotélica se conservan los libros que componen sus
estudios botánicos Historia de las plantas y Sobre las causas de las plantas.
La obra Las opiniones de los físicos, en dieciocho libros, se considera
fundamental para la historia de la filosofía antigua. Teofrasto es autor
asimismo de una interesante obra literaria, Caracteres (también llamada
Los caracteres morales o Los caracteres éticos) compuesta por una serie de
breves y vigorosas descripciones de algunos tipos morales. Al autor
también se le han atribuido, discutiblemente, otros tratados menores sobre
el fuego, los vientos, las señales de tiempo, los olores, las sensaciones y
otros temas.
Los Caracteres constituyen una especie de galería de retratos morales
esbozados muy rápidamente en un estilo elegante pero tan sencillo que
resulta monótono, y revelan una penetración muy sutil de la naturaleza
humana. Cada retrato tiene su punto de partida en una definición de un
defecto moral, definición rigurosa, neta y simple, según el canon
aristotélico. Los tipos psicológicos descritos son treinta; entre los
principales se notan el hipócrita, el adulador, el charlatán, el rústico, el
complaciente, el cínico, el tacaño, el desvergonzado, el falto de tacto, el
meticuloso, el bobo, el grosero, el desconfiado, el sarcástico, el mezquino,
el jactancioso, el orgulloso, el cobarde, el maldiciente, el aprovechado.
El origen de este opúsculo, que por su forma no tiene precedentes en la
literatura griega, ha dado trabajo a los filólogos, y sigue siendo
problemático. Aparte de la cuestión del texto, muy sospechoso (sobre todo
en lo que respecta a la Praefatio) a causa de las interpolaciones y
refundiciones, queda en pie el problema de la naturaleza de la obra. Según
una hipótesis muy verosímil, el librito de Teofrasto no viene a ser sino un
apéndice a un tratado teórico de moral del propio autor, que no ha llegado
hasta nosotros. Es menos probable que los Caracteres fuesen modelos
ejemplificadores de un tratado de retórica, aunque es cierto que están
penetrados del espíritu cómico y bufonesco del que surgió y se desarrolló la
comedia ateniense, tanto la antigua como la nueva. Estos retratos
psicológicos, muy admirados e imitados durante el Renacimiento, sirvieron
de inspiración a Jean de La Bruyère para su célebre obra Los Caracteres;
de entre sus imitadores italianos, hay que destacar a Gaspare Gozzi.
Del resto de su obra nos han llegado completos dos tratados de botánica:
Historia de las plantas y Sobre las causas de las plantas. El primero de
ellos, la Historia de las plantas, está dividido en seis libros, en los cuales se
examinan más de 450 plantas que son clasificadas en relación con su
aspecto exterior. Se distinguen así los árboles, los arbustos, los
subarbustos y las hierbas. Cada grupo comprende diversos géneros que, a
su vez, comprenden varias especies y variedades. Separadamente son
estudiadas las plantas acuáticas y los corales, que supone Teofrasto que
son plantas petrificadas. El autor reconoce la homogeneidad de los grupos
de las palmáceas, leguminosas, coníferas y gramíneas, es decir, de algunas
familias de la sistemática moderna.
En el curso del tratado, Teofrasto halla el modo de exponer algunas ideas
de fisiología vegetal que no carecen de importancia: por ejemplo, atribuye
a las hojas el significado de órganos de la nutrición, y a las flores una vaga
distinción en los dos sexos, y observa por vez primera los cotiledones u
hojas embrionarias. El autor no omite largas referencias, con miras a la
agricultura, sobre las plantas útiles y cultivadas, a propósito de las cuales
demuestra haber analizado el complejo fenómeno de la maduración de los
higos.
La Historia de las plantas fue considerada por sus contemporáneos y por los
antiguos con mucho entusiasmo, porque venía a completar la obra de
Aristóteles, más directamente zoológica. En realidad, entre la Historia de
las plantas de Teofrasto y la de los animales de Aristóteles existe una
fuerte diferencia, porque esta última crea una clasificación que deriva de
muchísimas observaciones anatómicas sobre los más diversos animales,
mientras que Teofrasto se limitó a hacer un examen de las formas
exteriores y las dimensiones de las plantas. Por ello, en la actualidad,
Teofrasto tiene solamente un interés histórico, sin que subsista apenas
ninguna vinculación entre su clasificación y la moderna.
Antes y mejor que los demás autores griegos y latinos (y también árabes),
Teofrasto fijó en Sobre las causas de las plantas todo lo que entonces podía
decirse sobre las enfermedades de los vegetales; en esto consiste, sobre
todo, el mérito de esta obra. Empieza distinguiendo la "descomposición" o
"desorganización" de los vegetales de los "morbos" o enfermedades
propiamente dichas. Y afirma que el origen de las enfermedades puede ser
interno o externo; interno cuando hay exceso o defecto de alimento o
también cuando éste no es cualitativamente adecuado; externo cuando
deriva de excesos de frío, calor, humedad o de causas traumáticas. Los
conocimientos de la época no permitían entonces hablar de parásitos.
Añade por otra parte que las enfermedades atacan tanto a las plantas
silvestres como a las cultivadas, pero a éstas mucho más, a causa de su
debilidad consiguiente a la mejora de su raza. Tal idea, no desmentida por
los modernos estudios y observaciones, fue también expresada en la
Historia de las plantas (IV, 14, 2): "Las plantas cultivadas envejecen antes
que las no cultivadas, las de cualidad más fina antes que las más groseras.
Podría esto parecer absurdo, pero, realmente, el cultivo no aumenta las
fuerzas, y la abundancia de frutos depaupera la planta."
Distingue después las enfermedades generales o comunes a todas las
plantas de las especiales propias de cada planta en particular, y afirma que
cada localidad tiene enfermedades propias en relación con las
características ambientales (aire y terreno); pasa luego, dedicando a ello
nueve capítulos, a ilustrar las diversas enfermedades. Teofrasto acertó a
aunar y a fundir admirablemente, en el estudio de las enfermedades, los
conocimientos referentes al cultivo con los biológicos, considerando el daño
no en cuanto repercute sobre el rendimiento sino en cuanto se refleja,
negativamente, sobre la economía general de la planta. Por esta razón,
mientras discute la naturaleza de la causa de cada enfermedad, nada o casi
nada se detiene en los remedios, de los que se ocuparía Plinio el Viejo tres
siglos después, y sin amplitud; ciertamente, pocas cosas se podían
aconsejar a este respecto en aquella época.

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