Artículo Habermas-Offe
Artículo Habermas-Offe
Artículo Habermas-Offe
Rodolfo Gómez
Introducción
Pretenderemos dar cuenta en este texto de una serie de discusiones que fueron
presentándose hacia los años sesenta del siglo pasado y que resultaron históricamente de un
proceso de “retorno del estado” como objeto de estudio propio de la ciencia política, de la
sociología política y más concretamente de la teoría marxista.
Como es sabido tras las reflexiones de Gramsci hacia los años ’30 en relación con el
estado capitalista, la teoría marxista había dejado de lado por un largo tiempo la producción teórica
en torno a dicho “objeto de estudio” en un sentido más sistemático. Había que esperar a mediados
de los años sesenta como “punto de regreso” hacia dicha reflexión teórico-práctica, no
casualmente en un momento histórico de “consolidación” de la formación estatal capitalista
conocida como “estado benefactor”, derivada de varias de las más importantes formulaciones
teórico-económicas keynesianas. La entrada en crisis de dicho modelo de estado, expresada en
principio hacia fines de los años sesenta a partir del auge y fracaso de los movimientos obrero-
estudiantiles de 1968 en Francia y de 1969 en Italia y Alemania; abrieron el camino a nuevos
debates.
Desde las discusiones teóricas que partían de una conceptualización marxista –aunque
fueran más allá de esta- comenzó a plantearse el problema de los “límites” existentes en los
procesos de intervención estatal propios del “estado de bienestar”, como forma de explicar los
intentos de modificación estructural de esas formaciones estatales que -con resultados diversos-
llevaban a cabo a inicios de los años ochenta los nuevos gobiernos conservadores.
En Alemania por ejemplo este debate, que algunos han calificado de un modo un tanto
“acotado regionalmente” como “debate alemán”, comenzó con la revisión de las teorías del
capitalismo monopolista de estado.
Para este trabajo, intentaremos desarrollar los puntos más sobresalientes de este último
debate sobre el estado y el capitalismo monopolista, en relación con los desarrollos teóricos de la
llamada “segunda generación” de la escuela de Frankfurt con Habermas y Offe como los autores
más paradigmáticos de la misma1, que fueron a su vez quienes desde esta corriente teórica
1 Si bien es cierto que los dos representantes más conocidos de la llamada “segunda generación” de la escuela de
Frankfurt son Habermas y Offe, también es cierto que algunos otros miembros de dicha escuela prosiguieron sus caminos
por otros “carriles” intelectuales. Es el caso de las reflexiones de Alfred Schimdt, cuyos escritos se encuentran en una línea
teórica muy próxima a la de Adorno. Otro autor como Oskar Negt asumió algunas de las críticas de la “segunda generación”
a la de los “padres fundadores”, pero sin renegar de la potencialidad emancipatoria del sujeto de la transformación “clásico”
del marxismo, la clase obrera. Al respecto Cfr. SCHMIDT, A., Historia y Estructura. Crítica del estructuralismo marxista,
Madrid, Alberto Corazón Editor, 1973; NEGT, Oskar y KLUGE, Alexander, Public Sphere and Experience. Toward an
Análisis of the Bourgueois and Proletarian Public Sphere, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993.
1
participaron tangencialmente de este llamado “debate alemán”. Deberemos sin embargo a tales
fines dar cuenta de la tesis del capitalismo monopolista de estado del economista más prominente
de la llamada “primera generación” de la escuela de Frankfurt, Friedrich Pollock. Desarrollaremos
además algunas de las críticas realizadas a las teorías de Habermas y Offe que se dieron en Gran
Bretaña, por parte de algunos autores que podrían ubicarse dentro de un enfoque “habermasiano
crítico” y por parte de otros vinculados con la llamada teoría de la “derivación”.
Por último y como advertencia metodológica. Cuando antes decíamos teoría marxista en
un sentido más general, lo hacíamos en la medida que el marxismo no se presenta como una
tendencia teórica específica aplicada a algunos de los diferentes campos disciplinarios de los que
Marx habló (como si fuera posible hablar de una teoría política o económica marxista2), sino más
bien considerando que el marxismo es una teoría que pretende explicar críticamente el
funcionamiento de la sociedad capitalista, que es –y en esto no tenemos dudas- el tipo de sociedad
en el que vivimos actualmente. Así, para dar cuenta de una sociedad que funciona como una
“totalidad”, deberíamos considerar al marxismo como una teoría sostenida en una noción de
“totalidad” disciplinaria, que no deja de lado aportes de las diferentes disciplinas sociales
(economía política, ciencia política, sociología, antropología, comunicología, filosofía, etc.), aunque
reconociendo –analíticamente hablando- la existencia de diferentes esferas de funcionamiento
social. Cuestiones indispensables a tener en cuenta si se piensa lo teórico desde el “materialismo”,
con sus correspondientes consecuencias prácticas.
Es vox populi que el origen del Instituto de Investigaciones Sociales de Frankfurt, que se
produjo a inicios de los años ’20 del siglo pasado, está muy emparentado con el intento de
reactualizar el marxismo (incluso por aquella época hubo quienes lo denominaron “Instituto de
Marxismo”), de repensar algunas de sus categorías centrales para dar cuenta de las
transformaciones que iban dándose en la estructura de la sociedad capitalista de ese entonces.
Momento histórico que coincidía con un ascenso de las fuerzas de la “reacción”, manifestadas con
toda claridad en el “fascismo” italiano y que presentaban incluso un fuerte ascendente sobre
numerosos grupos de proletarios; precisamente el “sujeto de la transformación” que clásicamente
había tomado el marxismo.
Es así que la procura, por parte de los miembros del Instituto, de reactualización del
marxismo pretendió ser al mismo tiempo un regreso a las propias fuentes y por el otro un proceso
de “apertura” hacia otras disciplinas y autores, de modo de poder explicar de un modo
2
materialmente correcto el funcionamiento de esa sociedad, el por qué de la adhesión que el
fascismo suscitaba en las masas y las posibilidades de transformación que se abrían para los
sectores sociales postergados. Hasta aquí nos encontramos con una posición teórica coincidente
con la búsqueda que también Lukács había iniciado, y es por eso que los de Frankfurt leen al
propio Lukács sobre todo en lo que respecta a su teoría de la cosificación de la conciencia
producto de la expansión de la producción mercantil y de la racionalidad técnico-burocrática.
Si Marx, partiendo de la crítica a Hegel y a la filosofía idealista alemana de su tiempo,
había establecido las bases para la elaboración de un punto de vista materialista que articulado
con una nueva crítica, la de la economía política del siglo XVIII y XIX, podría dar cuenta del
funcionamiento de la sociedad en ese momento histórico y establecer también las condiciones de
posibilidad de su propia transformación; ese punto de partida en él no es el punto de partida de una
disciplina autónoma sino de la articulación de toda una serie de disciplinas que permitieran la
construcción de la teoría. En ese sentido, los de Frankfurt habían comprendido el error en los
reduccionismos economicistas presentes en los debates de la Segunda Internacional y –a
posteriori- también presentes en muchos de los de la Tercera Internacional Comunista.
Con la llegada de Max Horkheimer a la dirección del Instituto las reflexiones “marxistas” se
abrieron hacia el estudio de las problemáticas culturales, artísticas e ideológicas; sin renegar por
cierto del elemento explicativo económico. Sobre esta base se construyó el programa de
2 Este es el error en el que cae por ejemplo el análisis de Bobbio para negar la posibilidad de existencia de una teoría del
estado en Marx. Cfr.al respecto BOBBIO, Norberto, ¿Existe una doctrina marxista del estado? en ¿Qué Socialismo?
Discusión de una alternativa, Barcelona, Plaza y Janés, 1978, pp. 51-79.
3 Cfr.al respecto HONNETH, Axel, Teoría Crítica en GIDDENS y otros La teoría social hoy, Madrid, Alianza, 1995.
3
Este traspaso de un capitalismo organizado en torno a la pequeña propiedad a un
capitalismo de tipo monopolista, organizado a partir de la intervención estatal y de la gran empresa
monopolista (que Pollock define siempre en una estrecha relación con el Estado) iba a tener –en la
interpretación de los frankfurtianos- serias consecuencias en la forma de la organización familiar y
en la forma de organización del conjunto de las esferas de funcionamiento social. Para dar cuenta
de ello se planteaba como necesaria la incorporación de toda una serie de reflexiones y teorías
provenientes del campo de la psicología social, de modo tal que, articuladas con las
conceptualizaciones materialistas históricas, pudieran explicar el impacto de la transformación
“estructural” en la psicología y modos de comportamiento cotidianos.
Este programa de investigación de la Teoría crítica, desde el marco teórico provisto por
una suerte de “marxismo interdisciplinario”, pretendía dar cuenta tanto del funcionamiento de una
sociedad capitalista que había sufrido transformaciones estructurales que indicaban la aparición de
nuevas formas de control social que dicha sociedad desplegaba.
Si bien estos autores no focalizan en el análisis particular del estado, lo cierto es que su
posición teórica se sostiene en la concepción de Pollock sobre el “capitalismo monopolista de
estado”, que entiende a la sociedad capitalista como una sociedad donde predomina el capital
monopolista que necesita de la intervención del estado como institución reguladora de los
intercambios económicos y del funcionamiento del conjunto de las esferas sociales, acción que
llevará a cabo a partir de la promoción de reglas y normas burocráticas de funcionamiento. La
sociedad capitalista y el estado en ella inmerso caen presa de la organización “técnica”, que en
este caso no es comprendida en un sentido neutral: el resultado de todo esto redunda en un
proceso de aniquilamiento y disciplinamiento de los diferentes sujetos sociales.
Podemos extender el punto de vista teórico de estos autores a la época de posguerra, es
decir, al momento de expansión de la formación estatal de bienestar donde -aún luego de vencido
el fascismo- tanto Adorno como Horkheimer ven una nueva forma de preeminencia de la
racionalidad instrumental o -en los términos de los análisis del Marcuse de los sesenta- de
“unidimensionalidad”.
Entre los marcos teóricos de Adorno, Horkheimer y Marcuse, pasando también por Lukács,
se configura el intento de “reconstrucción” de la “Teoría crítica” llevado a cabo por los autores
pertenecientes a la llamada “segunda generación” de la escuela de Frankfurt, con Habermas y Offe
como más destacados. Como el conjunto de sus antecesores, la posición de estos autores
contemporáneos se ubica en el intento de utilización de otros autores, como Weber o Peirce o
Parsons, ubicados por fuera del “marco conceptual” del marxismo, lo que hará que sus teorías
tengan ciertas consecuencias prácticas –y no otras.
El intento de reconstrucción de la teoría crítica llevado a cabo por Habermas obedece a lo
que él entiende son las aporías en las que recayeron tanto Adorno como Horkheimer y Marcuse y
que hicieron que el programa de investigación de la primera Teoría crítica entrara en un callejón sin
salida filosófico. Estos son, a saber, el problema de los “fundamentos normativos”, el del “concepto
4
de verdad y su relación con las ciencias” y el de la “infravaloración de las tradiciones del estado
Habermas, Historia y crítica de la opinión pública5, una valoración del potencial democrático de la
Ilustración, que es también, según este autor, el potencial democrático de la esfera privada
burguesa; que supone que las acciones de los sujetos –informadas normativamente- se despliegan
en dirección de la esfera pública -regida por una racionalidad con arreglo a fines- estatal y
promueven una discusión de las propias normas emanadas de esta última. En este sentido
tenemos una articulación de los fundamentos normativos, que en la medida que fundamentan una
acción de crítica política ponen en juego un cierto concepto de verdad establecido en relación con
la ciencia y la filosofía y suponen además una valoración de la “crítica” dentro de las tradiciones del
estado democrático de derecho.
Digamos lo siguiente, lo que intenta recuperar el Habermas de la segunda posguerra de la
crítica de la primera generación frankfurtiana es la idea de que es posible reconstruir un ideal
científico y crítico por fuera de la tradición positivista pero que resolviera los problemas de una
filosofía de la conciencia, de forma que este ideal se articulara en torno a una teoría normativa con
pretensiones materialistas. En el marco del estado democrático de derecho, entendido en la
segunda posguerra como estado social (y aquí Habermas está siguiendo en el razonamiento a un
Abendroth que sostenía que el estado social supone la realización concreta –no meramente
formal- de los ideales liberales de subjetivación marcando a su vez un horizonte de posibilidad de
emergencia de un proceso de transición socialista), lo que propone concretamente es la
participación política (sostenida en la crítica que parte de la esfera de las personas privadas
raciocinantes reunidas en calidad de público, es decir, la esfera de la publicidad) dentro y fuera de
los partidos políticos de modo que se pueda transformar al estado social –desde dentro y desde
fuera de la misma estructura estatal- en un sentido socialista democrático.
Conviene observar esto con cierto detenimiento. ¿Qué significa para Habermas “socialista
democrático”? En principio no un proceso de socialización de los medios privados de producción
en la medida que Habermas considera que esa tarea la realiza el estado social en la esfera de la
5
Ahora bien, podrían pensarse dos cuestiones, en principio cómo piensa el alemán lo que
sucede en las sociedades de tipo soviético y en segundo lugar cómo se expresa su teoría en
relación con la entrada en crisis del estado de bienestar y de emergencia de una formación estatal
que denominamos neoconservadora.
En estas respuestas es donde va a verse claramente la influencia weberiana (y también
hegeliana) reformulada a posteriori -en sus últimos escritos- en clave “holístico” parsoniana.
Primero, porque ve a las sociedades del este como resultado de un fuerte proceso de
burocratización sustentado en un proceso de expansión de la racionalidad instrumental, que tiene
en realidad su punto de partida en la expansión de la esfera estatal al conjunto de la sociedad y en
el proceso de ensamblamiento de lo político en la esfera del estado. No difiere en esta
caracterización de las posturas de la primera generación, notoriamente se diferencia de Lukács en
este punto al no ver posibilidades emancipatorias y democratizadoras que partan de una esfera del
trabajo que en las sociedades estalinistas se encuentran interrelacionadas con la misma esfera
estatal; volveremos en breve sobre este punto. Segundo, porque ve que este proceso de
expansión de la racionalidad burocrática también se presenta en las sociedades capitalistas
occidentales, aunque en este caso ese proceso no sea sólo producto de la expansión de la esfera
estatal sino también producto de la imbricación de dicha esfera con la esfera económica y con el
conjunto de las esferas institucionales.
Ahora, el proceso de entrada en crisis de la formación estatal de bienestar la sitúa
Habermas en una instancia crítica a la expansión de la “técnica”, de la racionalidad instrumental,
de las acciones racionales con arreglo a fines, y del proceso de “sepultamiento” de los sujetos
producto de dicha expansión. Es así que a diferencia de Adorno o Horkheimer, encuentra
Habermas que en el mismo proceso de evolución de las sociedades se produce la aparición no
solamente de estructuras sociales regidas por una racionalidad de tipo instrumental sino también
de estructuras normativas emanadas de un “mundo de la vida” cuya racionalidad “comunicativa” se
diferencia de la mera “técnica” tendiente al proceso de reproducción del “sistema”.
Esto explica que esta estructura normativa comunicativa –que los sujetos portan pero no
en un a priori sino en la medida que la construyen en los procesos de interacción- se “revele” en
contra de ese proceso de expansión técnico-burocrático propio del estado benefactor. Según
Habermas ese sería el motivo por el que se explican las constantes crisis de legitimidad de los
estados sociales de bienestar en el capitalismo tardío como también la emergencia de gobiernos
legitimados en un proceso de elección democrática de notorio signo neoconservador y que bregan
por “desmantelar” aquella formación estatal. Es claro que esta explicación no recurre ni al concepto
gramsciano de hegemonía ni al marxista o al estructuralista de ideología sino a una reformulación
de estos en el marco epistemológico habermasiano de interaccionismo lingüístico y simbólico (muy
6 Con lo que podríamos decir que asimila un punto de vista neoricardiano o hasta neosraffiano, donde se supone que la
teoría marxista del valor no se encuentra expandida al conjunto del modo de producción capitalista de posguerra.
6
propio del pragmatismo de Peirce), por eso también las crisis se encuentran delimitadas por la
concepción de “legitimación” resultante -por otro lado- de una reformulación del idéntico concepto
weberiano (ya que en este último a diferencia de Habermas la “legitimidad” se encuentra mucho
más circunscrita a los imperativos de lo “legal-formal” o de las creencias “tradicionales” que remiten
en última instancia también a un imperativo claramente “instituido”).
Así Habermas ve la crisis de legitimidad del estado social de bienestar producto de sus
crecientes políticas de intervención en espacios sociales regidos por normas que no se extraen del
“sistema” (en el que se encuentra no solamente la esfera estatal sino la esfera del mercado y la
esfera laboral) sino del “mundo de la vida”; por eso encuentra con una suerte de “contradicción”
entre “sistema” y “mundo de la vida”. Pero esta suerte de “contradicción” en realidad no es tal para
Habermas, sino que se construye teóricamente –y en un sentido casi kantiano- como en la
interrelación entre dos “sistemas” que se encuentran en competencia; no hay una dialéctica en el
sentido más propiamente hegeliano-marxista del término sino que nos encontramos con la fórmula
de la “necesidad de existencia” del estado de bienestar o de un estado que tiende a tomar una
forma neoconservadora –en una sociedad que es considerada “compleja”- pero que en realidad no
puede del todo tomarla porque encuentra también “límites” en contrario por parte de los tipos de
acción sustentados normativamente emanados del “mundo de la vida”.
Es por esto que las crisis no pueden en este entramado teórico considerarse ni en un
sentido económico, y esto no implica que la teoría de Habermas no de cuenta de la existencia
concreta de crisis económicas en el capitalismo tardío, ni en un más gramsciano sentido “orgánico”
y sí puedan asumirse como “crisis de legitimación” en la medida que se plantean como generadas
por problemas de dirección en el funcionamiento sistémico que implican a su vez problemas en el
proceso de integración social. Esto es, son crisis de legitimación del sistema pero en la medida que
el mismo sistema y el subsistema estatal en él inserto tienden de modo permanente a generar
equilibrios entre los diferentes subsistemas aunque generando a su vez problemas al inmiscuirse
con sus intervenciones en ámbitos regidos por una lógica que no es la sistémica sino la
comunicativa. Sin embargo, como las acciones comunicativas emanadas del mundo de la vida lo
que hacen es poner ciertos límites a las normativas emanadas del estado (discutiendo justamente
su “legitimidad” y proponiendo nuevas normativas más “legítimas” que justifique el mismo estado);
no hay en este caso un intento ni de “toma” del estado ni de “indiferencia” frente al mismo ni de
intento de “negación” del mismo en un sentido más propiamente dialéctico.
Como puede ya verse, esta lógica “dualista” que subyace a la visión de la sociedad de
Habermas y a la visión con respecto a las normativas emanadas del estado, se diferencia en parte
de las visiones que aparecían en un libro como “Historia y Crítica de la Opinión Pública” donde la
lógica teórica se presentaba en un sentido más holista pero no podía explicar los procesos de crisis
propios del estado de bienestar en el capitalismo tardío; sin embargo el “dualismo” ya aparece en
un texto apenas posterior como “Teoría y Praxis” y en otro como “Conocimiento e interés” donde el
mismo se presenta como la distinción entre “trabajo” e “interacción”. Tal como Arendt, ve
7
Habermas en esta distinción dos procesos evolutivos diferenciados del sujeto social, en el primer
caso observa toda la serie de prácticas “intersubjetivas” que le permiten la reproducción mientras
que en el segundo caso da cuenta de toda otra serie de prácticas “intersubjetivas” que le permiten
constituirse cultural, moral y políticamente.
Tenemos tres cuestiones teóricas importantes aquí. Primero que claramente en este caso
no puede deducirse “lo político” de las prácticas reproductivas y de la esfera del trabajo –es decir,
que lo social no se politiza. Segundo, que esta posición supone una clara ruptura con el
pensamiento de Lukács que notoriamente ve que cualquier proceso de transformación político-
económico parte necesariamente de los sujetos trabajadores que se ven “enajenados” de su propia
producción (claramente en Lukács lo social se politiza y no siempre se presenta como una
racionalidad instrumental o con arreglo a fines, ya que el proceso de “fetichización” nunca se da
completamente. Tercero, que desde esta perspectiva Habermas no ve posibilidades de
emancipación que partan de una clase subalterna determinada y menos aún de unas clases que
interactúan antagónicamente.
En una obra como “Problemas de Legitimación en el capitalismo tardío”, el dualismo
“trabajo-interacción” se presenta en los términos de la mencionada diferencia entre “sistema-
mundo de vida”. Lo que podemos ver acá, y teniendo en consideración las tres cuestiones teóricas
indicadas anteriormente, es la influencia del contexto histórico en la construcción de categorías, ya
que no casualmente ve Habermas por un lado la gran capacidad del sistema de superar los
diferentes tipos de crisis que se le presentan y por el otro la capacidad del mismo sistema por
integrar a las diferentes clases sociales de modo que los conflictos a ellas inherentes puedan
solucionarse de una forma notoriamente “institucionalizada” (y aquí vemos también la concepción
de cómo funciona el subsistema estatal en relación al subsistema económico que incluye a la
relación capital-trabajo). En esta perspectiva la acción política emancipatoria no podría provenir de
ninguno de los imperativos sistémicos entre los que se encuentran las acciones desplegadas por
las distintas clases (que se encuentran a su vez integradas al sistema, al igual que las diferentes
instituciones políticas como los partidos políticos) sino de la crítica a las normativas sistémico-
estatales emanadas de los distintos movimientos sociales particulares (pacifistas, feministas,
homosexuales, ecologistas, artísticos, étnicos, etc.), los que se politizan a partir de reivindicaciones
sociales pero nunca en un sentido “antisistémico”.
Por otro lado, esta visión “política” en relación con el sistema y con la concepción de
estado como subsistema, tiene que ver con la forma en que Habermas da cuenta de la
problemática económica. Como mencionamos anteriormente, también ve Habermas el
funcionamiento de la economía como un subsistema dentro del sistema social general; es decir,
que desde ese punto de vista puede entenderse al subsistema estatal como generando por un lado
ciertas normativas de tipo “general” tendientes a regular las tendencias “expansionistas” de la
esfera del mercado (que generan de un modo más claro “problemas de legitimación”) y por otro
lado como generando normativas tendientes a garantizar el funcionamiento autónomo y
8
autoreproductivo de dicha esfera del mercado. El subsistema estatal debe así garantizar las
condiciones de reproducción capitalista establecidas por el funcionamiento del subsistema
económico en la medida que no genere disfunciones en el resto de los subsistemas, pero a su vez,
esta concepción sólo es posible en la medida que se considera que el subsistema económico
actúa con la “autonomía” suficiente como para “licuar” los conflictos entre clases en el marco de
unas acciones –con arreglo a fines- desplegadas en términos reproductivos –como trabajo- dentro
del mismo subsistema, lo que implica decir que no se considera el cumplimiento de la ley marxista
del valor en el conjunto del sistema social y que la visión de “totalidad” sólo se comprende desde
un punto de vista de un funcionamiento no dialéctico de subsistemas diferenciados pero
integrados.
Este punto de vista aparece también en las primeras lecturas que Offe realiza en torno al
“objeto” estado.
Como en Habermas, encontramos en Offe un herramental teórico propio de la Escuela de
Frankfurt que articula posturas hegelianas con elementos de la teoría de la burocracia de Weber,
pero en términos de la discusión científica –es decir, de una discusión epistemológica planteada
dentro de las reglas y normas establecidas de la esfera de la ciencia- reformulada en clave de una
“antimetafísica” teoría de sistemas.
También como en el caso de Habermas, esto se sostiene en un determinado tipo de
lectura que ve que empíricamente los estados occidentales del capitalismo tardío -ubicados
espacialmente como subsistema del sistema general- poseen suficiente capacidad de
“autoorganización”, “autoconocimiento” y de expansión sistémica como para resolver las crisis –
económicas, políticas, de legitimidad- que se van presentando históricamente, que redundan en un
proceso por un lado de “resolución” y de “amortización” de conflictos entre clases dentro del
subsistema económico y por el otro de reconfiguración de los mismos procesos de trabajo y de la
esfera del trabajo dentro del conjunto del sistema social; dando como resultado –lo que Offe
denomina- una “sociedad sin trabajo”. Ahora bien, esta posición es posible en un marco teórico que
entiende que la ley del valor de la mercancía dentro del capitalismo no se cumple en el conjunto
del ámbito social del sistema. Por esto es que Offe sostiene que: “El problema clave de las
sociedades capitalistas es el hecho de que la dinámica del desarrollo capitalista parece exhibir una
tendencia constante a paralizar la forma mercantil del valor. Los valores cesan de existir en forma
mercantil tan pronto como cesan de intercambiarse por dinero u otros valores….sea cual fuera la
explicación correcta y completa, hay muchos datos cotidianos conducentes a pensar que tanto la
fuerza laboral como el capital se ven expulsados de la forma mercantil, y que la creencia liberal en
9
capitalista que debe también legitimarse, se producen procesos de “mercantilización” y de
“desmercantilización” en diferentes esferas de funcionamiento social en los que el estado social
tiene directa injerencia.
El estado en este sentido puede verse como un “grupo multifuncional y heterogéneo de
instituciones políticas y administrativas, cuyo propósito es manejar las estructuras de socialización
8 Cfr.al respecto el argumento de John Keane en la introducción del libro de OFFE, Contradicciones en el estado de
bienestar, México, Alianza, 1990, pp.17-18.
10
indirectamente, encontramos aquí otro de los límites establecidos al estado en el proceso “dual” de
“mercantilización” y “desmercantilización” llevado a cabo por el mismo.
Es entonces que, en esa “necesidad” de legitimar ante las masas el proceso de
acumulación capitalista, la intervención del estado tiende a presentarse como “neutral” en la
medida que tampoco garantizará la preeminencia de una determinada “fracción” del capital
individual.
Sin embargo, esto no supone que el estado en el capitalismo tardío funcione como un
“capitalista colectivo ideal” en la medida que encuentra nuevos límites para establecerse en
“competencia” con capitalistas individuales. Carnoy9 sostiene que en Offe los límites que la
estructura general del sistema impone a la planificación estatal establece que entonces las
políticas a ser aplicadas se reducen a procesos de “asignación de recursos” (en la medida que el
estado legalmente tiene la facultad de promulgar leyes de tipo impositivo que implican
coercitivamente la asignación de recursos a algunos sectores sociales y a determinadas ramas de
la producción) y de “provisión de insumos de acumulación” (lo que implica la intervención directa
del estado en la economía, pero regulada en la medida que no debe competir –si pretende
garantizar los procesos de acumulación capitalista- con capitales individuales; por lo que
básicamente estos tipos de intervención implican producciones que en última instancia provean
recursos a los capitalistas individuales o a ciertas “ramas” de capital), por supuesto siempre
entendiendo que este tipo de políticas debe sostener procesos de “legitimación”.
Agreguemos tres cuestiones más en lo que respecta a la teoría del estado en Offe.
En primer lugar, y como puede verse también en lo expuesto sobre Habermas, se toma el
concepto de legitimación en la medida que las crisis son vistas básicamente como crisis de
“dirección” de la estructura del sistema, lo que indica que se acentúa el punto de vista de “crítica”
tanto del estatalismo soviético como de las llamadas políticas estatales intervencionistas y de tipo
keynesianas como las implementadas por los gobiernos denominados socialdemócratas (o por
ejemplo populistas para el caso latinoamericano).
En segundo lugar, que esta visión teórica es posible en la medida que se comprende
también que dichas “policies” emanadas del estado benefactor permiten neutralizar o
“institucionalizar” los conflictos de clase de tal modo que estos puedan solucionarse
“civilizadamente” a partir de “compromisos corporativos”. Para Offe este proceso es la antesala de
un cambio drástico que estructuralmente provoca el capitalismo tardío, ya que el efecto que
promueven las “policies” desmercantilizadoras emanadas del estado y tendientes a la resolución
de conflictos resulta en la conformación de una sociedad del “no-trabajo”, una sociedad
“desproletarizada”.10
11
En tercer lugar, y tal como también sostiene Habermas, esto desplaza el problema político-
sistémico (que es por supuesto también un problema económico y sociológico) no hacia adentro
del propio sistema sino hacia fuera del mismo –como ya vimos en un sentido que diluye la
dialéctica hegeliana en un sentido kantiano- porque no ve un proceso de reformulación del estado
de bienestar y sus políticas demasiado pronunciado (concretamente Offe plantea la dificultad –para
los gobiernos de signo neoconservador- en sociedades complejas de “desandar” de la noche a la
11 Cfr.OFFE, Claus, Partidos Políticos y Nuevos Movimientos Sociales, Madrid, Ed.Sistema, 1996, pp.13-14.
12
En esta perspectiva finalmente, se dificulta explicar la interrelación existente entre el
proceso de expansión mercantil propio del capitalismo y la emergencia de una formación estatal
entendida como una “relación social” capitalista; en el mismo sentido se dificulta explicar el “modo
Las críticas a las teorías de Offe y Habermas en el marco del llamado “debate alemán
sobre el estado” y en sus repercusiones en Gran Bretaña
Las teorías sobre el estado que desarrollan tanto Offe como Habermas, pero sobre todo en
el caso de este último, se enmarcan en un proyecto más general de desarrollo de una “teoría
social”. Sin embargo, esto supone dar cuenta del funcionamiento del modo de producción
capitalista, que para estos autores es caracterizado como un “capitalismo tardío” en donde la
existencia del estado de bienestar permite resolver “funcionalmente” las constantes entradas en
crisis del subsistema económico en su relación con el subsistema político y con aquellas
normativas emanadas del subsistema reproductivo provenientes del ámbito privado. La
caracterización teórica permite también dar cuenta de las crisis que se producen dentro de este
modo de producción y de los modos de resolución de las crisis generados por el mismo sistema
social articulado con dicho modo de producción.
Así finalmente, el punto de partida de la teoría del estado de estos autores es explicar -
dentro de este marco- el proceso de entrada en crisis, de aparición de límites y de modificación de
la denominada formación estatal capitalista de bienestar, y sobre todo en el caso de Offe, tratando
de eludir una caracterización teórica tanto “instrumentalista” como “estructuralista”. Por eso estos
autores tienden a caracterizar al estado como una sumatoria de instituciones burocráticas regidas
por tipos de acciones racionales con arreglo a fines y regladas normativamente en su
funcionamiento, esto es “antipolíticas”, en la medida que suponen jerarquías y valores establecidos
por un criterio “indiscutible” de “eficiencia”, que contribuyen –sin fisuras justamente por estos
criterios arriba mencionados- al mantenimiento del equilibrio del sistema social –capitalista.
Esto supondría que entonces, y a diferencia de una posición instrumentalista, el estado
sería “organizativamente” capitalista más allá de la procedencia de clase del personal que actúa
dentro de él; lo que no significa por el otro lado que entonces los “estados” sean una “estructura”
inamovible que aparece extendida –sin fisuras- al conjunto de la sociedad civil, porque esa
posición según los autores puede derivar en una concepción en cierta medida “estática” de la
historia y de las disputas sociales y porque no permitiría diferenciar –si las diferentes formas
12 Es la conclusion lógica que puede extraerse de los mencionados textos de Offe, pero también del libro de Habermas
“Problemas de legitimación en el capitalismo tardío” y de otros textos posteriores del mismo autor. Cfr.al respecto
HABERMAS, J., Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Buenos Aires, Amorrortu, 1995; del mismo autor Teoría
de la acción comunicativa (Tomo 2), Buenos Aires,Taurus, 1990, pps.469-485; y también desde una perspectiva crítica
OLIVE, L., Estado, Legitimación y Crisis, Siglo XXI, México, 1985.
13
remiten siempre a una misma estructura- entre sistemas democráticos y totalitarios (fascistas o
bien de tipo estalinista).
Sin embargo, como vemos aquí y como mencionamos anteriormente, el hincapié de estas
teorías focaliza en el aspecto organizacional del sistema social y en las contradicciones –en primer
lugar políticas- que parten de este mismo sistema en la medida que en términos económicos se
produce lo suficiente y se distribuye lo suficiente como para “neutralizar” las virulentas luchas de
clase presentes por ejemplo a lo largo del siglo XIX; teniendo en cuenta que dentro de esta
concepción el proceso se sustenta en la “verificación” de existencia de “sitios” en donde no se
expresa la teoría del valor. La crítica social entonces no es concebida por estos autores en
términos “totalizadores”.
Es justamente sobre los límites críticos que poseen las teorías de Habermas y Offe que se
sitúan las críticas a ellas dentro y fuera de Alemania, sobre todo en el ámbito anglosajón.
Uno de los primeros cuestionamientos formulados a estas teorías viene en realidad de una
apropiación crítica de las mismas, y fue expresado hacia mediados de los años ’70 en Alemania
por autores ligados a la tradición de la escuela de Frankfurt como Oskar Negt o Alexander Kluge y
ya en los ’80 en Gran Bretaña a partir de los desarrollos de autores –como John Keane o John
B.Thompson- nucleados en la versión británica de la revista TELOS.
En el primero de los casos mencionados, el de Negt y Kluge, encontramos en la crítica un
retorno desde Frankfurt hacia las posiciones clásicas del marxismo, ya que a diferencia de
Habermas entienden estos autores que el potencial crítico de los movimientos sociales puede
potenciarse con la emergencia de una “esfera pública proletaria” despojada de una racionalidad
con arreglo a fines y que funciona en articulación con los otros grupos sociales que ejercen
13 Cfr.al respecto NEGT, Oskar y KLUGE, Alexander, Public Sphere and Experience. Toward an Análisis of the Bourgueois
and Proletarian Public Sphere, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1993.
14 Cfr.al respecto KEANE, John, Op.Cit., especialmente el Ensayo 4 y del mismo autor Democracy and Civil Society,
Londres, Verso, 1988. Para la crítica de Thompson, donde recupera y discute la noción de “ideología”, Cfr.THOMPSON,
John B., Ideología y Cultura moderna. Teoría Crítica social en la era de la comunicación de masas, México, Universidad
Autónoma Metropolitana (Unidad Xochimilco), 1998.
14
Otra de las principales críticas, podría decirse, proviene –en muchos de los casos desde
dentro del marxismo- del ámbito de la economía política; y se sostiene en la idea de que las teorías
del estado de estos autores –como así también de las de los marxistas estructuralistas- están
planteadas retóricamente teniendo en cuenta las relaciones de producción capitalistas, pero lo
cierto es que prestan poca atención al aspecto estrictamente económico del capitalismo y del
estado capitalista al situar al mismo dentro de cierta “autonomía relativa”.
Esa crítica además se expresa en el marco de otra discusión sostenida durante los años
sesenta del siglo XX en torno a la construcción de un imperialismo conceptualizado como
“capitalismo monopolista de estado”. Como antes mencionamos, esta teoría tiene su origen en los
trabajos del frankfurtiano Friedrich Pollock que sostenía que las características del capitalismo
hacia principios de los años ’20 se planteaban en relación a la expansión del estado como forma
de garantizar el desarrollo de la producción capitalista; pero a diferencia de los escritos de un
Pollock más influenciado por teorías políticas de tipo weberiano, los desarrollos “sesentistas” de
esta concepción van a sostenerse en puntos de vista más cercanos a la teoría económica.
Así, sostienen los críticos, al hacerse hincapié en el aspecto o bien ideológico o bien de
“dominio burocrático-institucional”, se resta importancia a las funciones de tipo económico –como
por ejemplo las funciones fiscales y redistributivas tendientes a restaurar la tasa de ganancia
capitalista, controlar la inflación, etc.- que presentan los estados capitalistas.
Esta crítica, mucho más cierta para el caso de Habermas que para el de Offe (donde
encontramos ciertamente apreciados algunos de los elementos “económicos” mencionados), se
deduce en Alemania del trabajo de autores como Altvater y en Inglaterra de autores como
Gough15, aunque tal vez no debería decirse que esto se presentó como una crítica directa o una
respuesta a aquellos autores sino que simplemente resultó de un desarrollo teórico que partía
desde otra posición.
En el caso de Altvater, su concepción es cercana a la denominada “teoría de la derivación
lógica del capital”, ya que sitúa el concepto de estado derivado lógica y directamente de la
categoría “capital”16, motivo por el cual el estado se presentaría como sustantivamente capitalista
e imposible de transformar en un sentido diferente, por lo menos dentro de este modo de
producción. Partiendo de esa perspectiva es que el autor argumenta que el estado capitalista
necesita, para garantizar la reproducción del conjunto de la sociedad capitalista, realizar
determinadas funciones.
También desde esta perspectiva es posible sostener –al igual que en Poulantzas o incluso
en Offe- que si bien el estado no es un capitalista colectivo ideal ya que el mismo no es un
“capitalista real”, sí tiende a resolver los problemas generados por la “interacción conflictiva” de los
15 Cfr.al respecto JESSOP, Bob, Teorías recientes sobre el estado capitalista en Revista Críticas de la Economía Política
Nº16/17, México, 1980, pp.192-193.
16 Para una discusión “in extenso” de la llamada “teoría de la lógica del capital”, o bien de la llamada “teoría de la
derivación” ver el artículo de A.Bonnet en este mismo volumen.
15
capitales individuales interviniendo en el ámbito de la economía pero de una manera “no
capitalista”. La discusión –nuevamente presente tanto en Poulantzas como en Offe- hace directa
alusión a las teorías del capitalismo monopolista de estado, donde se arguye que la fracción
dominante expresada en las políticas del estado es la que corresponde a la del capital
monopolista.
Sin embargo la crítica acá, también para el caso de Offe, se distingue claramente de las
mencionadas tesis del “capitalismo monopolista de estado” de Pollock, que como dijimos tiene un
enfoque más weberiano. Ya que el planteo es que el estado capitalista sostiene la funcionalidad
del capitalismo tardío (donde predomina la expansión del capital monopólico transnacional), más
allá de que la fracción monopolista del capital no sea la predominante en el articulado institucional
estatal. La teoría pretende sortear así posibles interpretaciones “intrumentalistas” u otras que
comprendan al estado capitalista como una “cáscara vacía” a ser ocupada por los diferentes
sectores de las clases dominantes o de las clases subalternas.
Y por otro lado criticar esta posición que va de la mano con puntos de vista de tipo
keynesianos, neoricardianos o neosraffianos, que observan que las intervenciones (no
necesariamente capitalistas) del estado son “externas” (justamente políticas) al funcionamiento
económico, algo posible en la medida que se comprende de otro modo –diferente del marxista, que
ve al sistema como una “totalidad”- el funcionamiento de la ley del valor al interior de la sociedad
capitalista.
Una última crítica que podría hacerse a las posiciones de Habermas u Offe (extensibles
también en cierto modo a las posiciones de Poulantzas) desde esta perspectiva se extrae del
razonamiento que venimos mencionando en torno a comprender al estado como parte de la lógica
de funcionamiento del capital. Si se entiende al estado como parte de este proceso, se comprende
a la sociedad como una “totalidad” y por lo tanto también se entiende que esa “totalidad” funciona a
partir de la plena vigencia al interior de la misma de una teoría como la del “valor trabajo” de Marx.
Epistemológicamente hablando esto indicaría que seguimos viviendo en una sociedad
capitalista y que no es posible dar cuenta teóricamente de esa sociedad prescindiendo del
marxismo. Un marxismo que en esta perspectiva no es visto como una “teoría económica”,
tampoco como una “teoría política” o “sociológica” sino más bien como una “teoría social” que
pretende dar cuenta de una “totalidad”, en la medida que sí se presenta como una crítica
materialista del funcionamiento del conjunto de la sociedad capitalista realmente existente.
Teniendo en cuenta que se parte de una interpretación de “El Capital”, en donde Marx da
cuenta de la existencia de prácticas de explotación del hombre por el hombre derivadas de la
expansión y de la extracción de formas de plusvalor extendidas “estructuralmente” al conjunto del
modo de producción comprendido como “totalidad”, esta crítica da en el centro del problema en
aquellas visiones que –como las de Offe o Habermas- ven “zonas liberadas” dentro del modo de
producción capitalista “tardío” en las que no se verifica la ley del valor. En este sentido, si se
entiende que la ley del valor –en el sentido en que Marx la entiende, como proceso de extracción
16
de plusvalor y justificación de la explotación del “trabajo” por parte del “capital”- se expresa en el
conjunto del sistema capitalista (contradiciendo las lecturas por ejemplo del economista italiano –y
amigo de Gramsci- Piero Sraffa) y que el estado es una “forma” derivada de ese proceso de
explotación del capital sobre el trabajo, no puede entenderse entonces al estado en un sentido
“neutral” como un “lugar” que se debería ocupar o transformar ni tampoco como una institución del
subsistema económico o político. Así entendida la “lógica del capital”, expresada hacia la totalidad
del sistema, supone un proceso de expansión “totalizante” del “valor” de la mercancía y de la
Conclusiones
A lo largo de este texto tratamos de exponer las características más sobresalientes de las
teorías del estado de Habermas y Offe por supuesto entendiendo que dichas teorías en ambos
autores, y en realidad en muchos de los autores que han abordado el tema o bien desde una
perspectiva materialista o de izquierda o directamente marxista, se encuentran relacionadas con
teorías sociales que dan cuenta del funcionamiento históricamente situado de la sociedad
capitalista.
Pudimos ver como estas teorías se elaboran en la articulación de categorías hegelianas,
marxistas, weberianas y finalmente empírico-sistémicas del pensamiento social. Sería tal vez
injusto sostener que encontramos la preeminencia de un tipo u otro de categorías, sin embargo, en
términos de las consecuencias prácticas que se desprenden de la teoría tenemos que decir que
puede notarse el fuerte impacto que las teorías de sistemas (sobre todo la parsoniana) han tenido
sobre el pensamiento sociológico alemán. Esta influencia ha impregnado mucha de la sociología
alemana contemporánea con una impronta empirista que tiene serias consecuencias para el caso
del pensamiento social que se considera emancipatorio. Como forma de materialismo –aunque
17 Cfr.al respecto LUKACS, G, Historia y conciencia de clase (Dos Tomos), S/d, Sarpe, 1985 y también la relectura que de
este texto hace John Holloway en Cambiar el mundo sin tomar el poder, Buenos Aires, Ed.Herramienta y Benemérita
17
(como diría Marx) contemplativo- no sería del todo prudente una negación en términos absolutos
del empirismo, en la medida que “observacionalmente” da cuenta de los “objetos presentes en el
mundo”, pero podemos decir eso en la medida que no supone creer que –también en términos
absolutos- los puntos de vista empiristas dan cuenta de la realidad.
Si pensamos que no puede darse cuenta de un mundo complejo y contradictorio a partir de
una teoría basada en la mera observación, en la medida que lo que siempre se observa es lo que
se ve -es decir, el “status quo”-, estas teorías no pueden explicar correctamente las contradicciones
presentes en la sociedad capitalista. Y eso es lo que les pasa en cierto modo a las teorías de
Habermas y Offe, que han traducido la noción de “totalidad” hegeliana en clave de teoría de
sistemas y donde “lo dialéctico” se piensa en términos de procesos de aumento y reducción de
complejidad entre diferentes subsistemas o bien en términos de “límites variables” interpuestos por
el “mundo de la vida” a los avances de los imperativos emanados del sistema social (sean estos
impulsados por el subsistema económico, político o estatal). Por eso por ejemplo la importancia
que Habermas le asigna a los problemas de “dirección” sistémicos, o el hincapié hecho en la
interacción “consensual” de modo de privilegiar los procesos de “integración” (recordemos que en
Habermas la dicotomía presentada entre “sistema” y “mundo de vida” remite a diferentes “procesos
de integración”: la “sistémica” y la “social”); dado que su punto de vista tiende a sobreestimar la
capacidad del sistema social para resolver los problemas que se le presentan, provengan estos
tanto del “entorno” como del “mundo de la vida” como de la interacción entre los distintos
subsistemas.
Más allá de esto, y aún tomando en consideración estos problemas, tanto Habermas como
Offe caracterizan al estado a partir de las funciones que cumple en torno a los procesos de
reproducción del “sistema social” del capitalismo tardío, es decir que para ellos el estado es
fundamentalmente capitalista y está constituido por un conjunto de instituciones regidas por
procedimientos burocráticos de mandato-obediencia, antipolíticos, sustentados en acciones
racionales con arreglo a fines.
En tal sentido, el propio Habermas, que en sus primeros escritos asignaba al estado de
bienestar un papel fundamental en la constitución de una “esfera pública” democrático-radical, ve
reformulada su posición al encontrar que el funcionamiento del estado capitalista posee “límites”
establecidos dentro del funcionamiento sistémico que le impiden generar “prácticas
emancipatorias” e incluso “abrir” procesos de transición hacia una vía socialista.
En la misma dirección Offe tiene argumentos más claros, ya que no sólo ve en el estado
una organización burocrático-sistémica regida por una racionalidad instrumental que
permanentemente intenta invadir un “mundo de la vida” regido por otro tipo de acciones
(comunicativas en el sentido habermasiano) no constituidas en términos de mandato-obediencia,
sino que también lo ve como una institución que debe realizar por un lado intervenciones de
18
“mercantilización” tendientes a garantizar los procesos de reproducción capitalista dentro del
subsistema económico y por el otro procedimientos de “desmercantilización” tendientes a
“legitimar” (políticamente y sistémicamente) dichas intervenciones. Es decir que también Offe ve
“límites” establecidos a los procedimientos de intervención del estado dentro de los subsistemas
económico y político. Concretamente, siendo un estado capitalista que cumple funciones de
garantizar la homeóstasis dentro del sistema, no puede entonces intervenir de modo tal de generar
desequilibrios funcionales al interior del mismo.
Esta descripción del estado capitalista permite dar cuenta en un sentido empírico el cómo
interviene esta “institución” tanto en el subsistema económico como también en el resto de los
subsistemas –de un modo notoriamente técnico-burocrático- y además cómo produce la
articulación entre el conjunto de dichos subsistemas en un “marco” del funcionamiento social
general. Es decir, dicha descripción da cuenta de que en este tipo de instituciones sistémicas se
dificulta la construcción de alternativas democráticas que no sean “absorbidas” por la forma de
funcionamiento técnico-burocrática institucional y que por lo tanto la práctica política emancipatoria
tiene que tener ciertos reparos –y tener presente los límites funcionales mencionados que existen
en este tipo de instituciones- a la hora de discutir una estrategia que pretenda una transformación
“interna” de las mismas.
Ahora bien, si la transformación del “sistema” en términos generales no puede darse
“internamente”, entonces sólo podrá darse “desde fuera”, y en el caso de estos autores esto es
posible a partir de la emergencia de nuevos “movimientos sociales” que extraen sus normas de
acción de un “mundo de vida” que genera procesos de “integración social” antes que procesos de
“integración sistémica”. Sin embargo, en el marco del funcionamiento de las “sociedades
complejas” del “capitalismo tardío” –y siempre para estos autores- esto no supone un proceso de
contradicción entre “sistema” y “mundo de vida” de modo tal que se termine por transformar el
“conjunto social”, no supone un proceso de transformación que permita un cambio radical del
capitalismo como modo de producción ni del estado como institución constitutiva del modo de
producción; antes bien -como la distinción “sistema-mundo de vida” no es dialéctica sino más bien
complementaria- nos encontramos con que la preeminencia de un punto de vista empírico sostiene
teóricamente la “necesidad” de existencia del funcionamiento sistémico (aunque complementado
críticamente por el despliegue de acciones por parte de grupos cuyas normas discuten los
imperativos funcionales sistémicos pero sin nunca querer negarlos del todo).
Podría decirse entonces que estas teorías “críticas”, opuestas al “empirismo vulgar”, a las
“teorías de sistemas” en sus versiones parsoniana y luhmanniana y a los puntos de vista
neoconservadores, pierden de un modo notable -al hacer demasiado hincapié en el “consenso” y
excluir ciertos tipos de prácticas “emancipatorias” como las provenientes de la esfera del trabajo- el
potencial “dialéctico” que caracteriza por ejemplo a las teorías marxistas y cuyas consecuencias
prácticas no son otras que la transformación democrática y radical de la sociedad. Sirven a la
formulación de críticas al positivismo, a cierto idealismo, al neoconservadurismo en general y a las
19
posiciones posmodernas; permiten explicar el colapso del “estado de bienestar” y del “modelo
estatalista-totalitario soviético”, los límites de intervención que se presentan a las políticas
estatales, el por qué de la pérdida de credibilidad en las formas “tradicionales-técnicas-
institucionalizadas-partidarias” de “hacer política” y la emergencia de nuevos movimientos sociales.
Por supuesto, en esta posición se expresa además una revisión –filosófica, epistemológica-
de las filosofías de la historia de Hegel y de Marx. En un momento histórico signado por la crisis de
los grandes relatos, permite construir una perspectiva contraria al triunfalismo del “fin de la historia”
y al escepticismo posmoderno, que no es ni “objetivista” ni “subjetivista” y sí de izquierda –aunque
reformista. La misma presupone como ya mencionamos, siguiendo en parte a la sociología de
Weber, Simmel y Tönnies y a la filosofía kantiana, que en las sociedades complejas –difíciles de
“desandar”- se presenta como “necesario” cierto orden que “debería ser” democrático –pero no
necesariamente formal- en términos prácticamente “contractualistas” –lo que supone cierta forma
de estado- y apriorísticos donde se desarrolla la acción política (la acción desplegada por los
sujetos que intentan construir los diferentes acontecimientos que devienen históricos), aunque
comprende que -a partir de estas “precondiciones”- el futuro se encuentra “abierto”. Una
formulación que no construye determinaciones históricas “a futuro”, y es por ello que no es
hegeliana (tampoco marxista para estos autores) sino kantiana, y como tal desestima en parte la
dialéctica propia del funcionamiento de las sociedades contemporáneas.
Ahora bien, todo esto –por cierto- expresado en un momento de “reflujo”, en un momento
de “crisis de los grandes relatos”, de emergencia de fuertes críticas “posmodernas” y de
constitución de un formidable bloque neoconservador, como fueron los años ochenta y gran parte
de los noventa del siglo pasado.
Pero en otro momento, como el actual, cuando es un hecho el notable fracaso del
“neoconservadurismo radical” (aún teniendo en cuenta la fraudulenta llegada al poder de Bush hijo
en los Estados Unidos y el actual “consenso del miedo” en ese país y en el mundo) y de las
políticas neoliberales prácticamente en todo el mundo; es necesario decir que estos marcos
teóricos necesitan de una profunda revisión crítica.
En parte dicha revisión como vimos queda expresada en las críticas de la teoría de la
“lógica del capital” y también por las críticas que se expresaron en Gran Bretaña y Alemania por
parte de los llamados “habermasianos críticos” (e incluso por fuera de estos en las objeciones
18 Cfr.al respecto HELLER, A.y FEHER, F., Políticas de la Postmodernidad, Barcelona, Península, 1994 y HELLER, A.,
Más allá de la Justicia, Barcelona, Crítica, 1990 y Una filosofía de la historia en fragmentos, Barcelona, Gedisa, 1999.
20
Además el problema de estas teorías tiene que ver con la ausencia de una concepción
totalizadora que diluye la posibilidad de una crítica al conjunto del sistema. En cierto modo esto
está dado por una concepción –diferente a la formulada por Marx en “El Capital” o de las
posiciones del propio Lukács- por momentos neoricardiana o neosraffiana de la “teoría del valor”,
ya que al sostener que no se observa una verificación de la misma en el conjunto del sistema se
“abre la puerta” a afirmar que el conjunto social se encuentra constituido por una serie de
subsistemas articulados pero que funcionan a partir de imperativos diferenciados. No derivaríamos
de esta posición –y a esta cuestión apunta la crítica de los teóricos de la “derivación”- una opción
política emancipatoria de “negación” de la “totalidad” del orden existente sino una posición más
abierta a “ocupar espacios” en diferentes subsistemas –estatal, político- o bien a influir “desde
fuera” –desde los movimientos sociales por ejemplo- en dichos subsistemas.
La contrarréplica –en términos estratégicos- que podría desprenderse de las teorías de
ambos autores, es que no sólo es posible una reformulación en un sentido más radicalizado de las
mismas (cosa que intentan Negt y Kluge o bien Keane al no excluir como hace Habermas a los
trabajadores de una esfera pública crítica en un sentido radicalizado, es decir, que no le quita al
proletariado su potencialidad político-dialéctica) sino que el propio Offe en sus últimos escritos así
lo plantea, indicando la capacidad de los grupos de trabajadores de interpelar al estado –incluso en
un sentido un tanto instrumentalista, de utilizarlo- de una forma notablemente crítica de modo que
los intereses del mismo movimiento obrero contradigan los emanados de la esfera estatal y
entonces a futuro las consecuencias sean más “abiertas”(no tan circunscritas al único
funcionamiento dentro de las instituciones de la democracia “formal”) a la constitución de una
democracia radicalizada. Tenemos que tener en cuenta que las formulaciones teóricas tanto de
Habermas u Offe e incluso las de Keane o Thompson o las de muchos de los miembros de la
Escuela de Budapest se construyen en abierta disputa con las corrientes empiristas
neoconservadoras y con algunas de las posiciones posmoderno-esteticistas vigentes dentro del
postestructuralismo actual y de un modo más fuerte contra la ortodoxia estalinista dentro del
marxismo, de aquí la impronta kantiana y la noción –moderna- de diferenciación entre diferentes
esferas de funcionamiento social; la idea de un “futuro abierto” también se origina en estas
disputas teóricas, y si –como suponen algunos de estos “habermasianos críticos”- estas teorías
pueden ser reformuladas en un sentido dialéctico esto no excluiría per sé la posibilidad de una
transformación de la sociedad en un sentido fuertemente radicalizado (superando así también las
posiciones teóricas de por ejemplo Hannah Arendt).
El problema principal es que en este punto se presenta una contradicción, porque si se
sostiene la idea moderna de una sociedad escindida en esferas diferenciadas de funcionamiento
social no se puede entonces reclamar una noción de “totalidad” que no se encuentre notablemente
empobrecida en sus consecuencias prácticas.
Y es aquí donde se vislumbran los límites teóricos de los “habermasianos críticos” y donde
cobran plena vigencia los cuestionamientos provenientes de las posiciones cercanas a la teoría de
21
la “lógica del capital”, ya que al negar aquellos autores la completa extensión de la teoría del valor
dentro de las sociedades contemporáneas, pierden de vista la noción de totalidad y
consecuentemente también potencialidad transformadora (dialéctica) en sus teorías.
Pero para el caso de muchos teóricos marxistas, el sostenimiento de la noción de
“totalidad” y de la plena vigencia de la teoría del valor, si bien es perfectamente adecuado para la
explicación y la crítica del funcionamiento de las sociedades capitalistas (occidentales), no permite
extraer otra explicación de las sociedades estalinistas que la de la existencia de un capitalismo y
de una burguesía “de estado” en los países del este europeo (incluida la URSS), explicación que
es en cierto modo reduccionista19. Por otro lado, al negar “toda política” y “toda organización” en la
medida que sostienen que –correctamente desde nuestra visión- al igual que el estado, son formas
cosificadas (Lukács) o fetichizadas derivadas del funcionamiento de la ley del valor dentro de la
sociedad capitalista, presentan algunos interrogantes en lo que respecta al proceso de
construcción de alternativas.
Ciertamente que las acciones que despliegan los sujetos críticos del orden establecido no
se encuentran determinadas en un sentido absoluto, pero ¿implica esto la negación de toda
organización?, ¿implica esto la negación de lo político institucional en términos absolutos?, ¿no
implica esto obviar las “determinaciones” que expresa el mismísimo estado? Tal vez en este
sentido, y solamente en él (sin perder por cierto ese tan necesario “espíritu crítico” en el campo de
las ciencias sociales), es posible todavía volver a preguntarle “¿qué hacer?” a una teoría crítica
“frankfurtiana” que se niega a ser desplazada del ámbito del pensamiento emancipatorio a inicios
del siglo XXI.
Referencias
19 Cfr.al respecto MEYER, Alain, La sociedad estalinista de 1934 a 1941: un ensayo de balance en (Varios autores) Feux
Croases sur le Stalinisme. Revue politique et parlamentaire, París, Maspero, 1980.
22
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23