Gilles Deleuze y El Debate Biopolítico Contemporáneo
Gilles Deleuze y El Debate Biopolítico Contemporáneo
Gilles Deleuze y El Debate Biopolítico Contemporáneo
2015, nro. 46
Cita sugerida:
Antonelli, M. (2015). Gilles Deleuze y el debate biopolítico contemporáneo. Revista de
Filosofía y Teoría Política (46). En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.6867/pr.6867.pdf
ARTICULOS / ARTICLES
Marcelo Antonelli
CIF-CONICET
Argentina
antonelli.ms@gmail.com
Cita sugerida: Antonelli, M. (2015). Gilles Deleuze y el debate biopolítico contemporáneo. Revista de Filosofía
y Teoría Política, (46). Recuperado de: http://www.rfytp.fahce.unlp.edu.ar/article/view/RFyTPn46a01
Resumen
Este trabajo investiga el aporte de Gilles Deleuze al debate contemporáneo en torno al biopoder. En primer lugar,
analizamos su interpretación de la concepción foucaulteana de la biopolítica, en particular la matriz vitalista de
su lectura, y examinamos su impacto en la distinción entre “biopoder” y “biopolítica” de ciertos autores
(Lazzarato, Negri, Revel). Luego, relevamos la presencia de nociones deleuzeanas en otras perspectivas (lo
“impersonal” en Esposito, la “sociedad de control” en Negri). Finalmente, proponemos renovar las tensiones
fundamentales del debate acerca de la vida, la política, el lenguaje y la condición del hombre, sirviéndonos de
conceptos elaborados por Deleuze.
Abstract
The present work is a research on Gilles Deleuze’s contribution to the contemporary biopolitical debate. To
begin with, we analyze his interpretation of Foucault’s conception of biopolitics, especially the vitalist matrix of
his reading, and we examine its impact on the distinction between “biopower” and “biopolitics” according to
certain authors (Lazzarato, Negri, Revel). We then reveal the presence of deleuzian notions in other perspectives
(the “impersonal” in Esposito, the “society of control” in Negri). Finally, we propose renewing the fundamental
tensions of the debate on Life, Politics, Language and the Condition of Man, based on concepts elaborated by
Deleuze.
A estos dos ejes se agrega el vitalismo propiamente biopolítico, según el cual el poder
de la vida o “poder-vital” emerge cuando el poder toma por objeto la vida y se vuelve
biopoder. Concretamente, la especificidad de la lectura deleuzeana de la biopolítica radica en
tres ideas: a) la vida escapa a cualquier “diagrama” de poder; b) la resistencia al poder
descansa en la “Vida” comprendida como la fuerza “del Afuera”; c) la resistencia al bio-poder
se funda en el poder inmanente a la vida misma.
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Esto no significa que la vida haya sido exhaustivamente integrada a técnicas que la
dominan y administran; ella escapa sin cesar. Fuera del mundo occidental, el hambre
existe, a una escala más importante que nunca; y los riesgos biológicos enfrentados
por la especie son quizá más grandes, más graves en todo caso, que antes del
nacimiento de la micro-biología (Foucault, 1976, p. 188; las cursivas son nuestras).
Ahora bien, lo expuesto demuestra que los ejemplos puestos en juego al momento de
señalar las figuras de la vida por fuera del poder son de índole opuesta: Foucault alude, en el
contexto de sus trabajos biopolíticos, a casos indudablemente negativos (el hambre, el riesgo
biológico, la muerte),18 mientras que, según Deleuze, la vida que atraviesa los organismos, los
sujetos y, en general, toda organización de poder; es la vida “liberada”, “la línea más viviente,
la más creativa” (Deleuze, 2003, p. 164). El enfoque deleuzeano se define por la primacía
delas líneas de fuga y de desterritorialización en detrimento de los estratos que las recubren y
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aprisionan (Deleuze y Guattari, 2006, p. 230; véase infra V. 1, especialmente las notas al pie
40 y 41)19. En suma, el primer rasgo del vitalismo que Deleuze presenta a propósito de la
biopolítica se aleja netamente de Foucault. El envite deleuzeano consiste en liberar la vida de
las formas, los modos de organización y los poderes que la encierran, bloquean y controlan,
mientras que, en la noción foucaulteana de biopolítica, hay una dimensión que no se deja
encerrar en la alternativa de la aceptación o el rechazo de las formas de poder (Castro, 2011c,
p. 11).
A primera vista, este tercer rasgo de la interpretación deleuzeana no parece ir más allá
de lo señalado por Foucault en La volonté de savoir: las fuerzas que resisten se apoyaron
sobre el mismo objeto investido por el poder –i.e., el hombre en tanto ser viviente.24 Más aún,
Deleuze emplea el mismo término que Foucault para referirse al momento en que la vida,
como “objeto político”, es vuelta [retournée] contra el sistema que pretendía controlarla
(Foucault, 1976, pp. 190-191).
Ahora bien, Deleuze desprende de esta consideración foucaulteana una tesis vinculada
a la relación entre la biopolítica y el hombre que no se encuentra en Foucault.25 Para Deleuze,
la resistencia al biopoder aparece ligada al superhombre –concepto ausente en los trabajos
foucaulteanos sobre biopolítica- antes que al hombre. La irrupción de la vida como objeto del
poder y como lugar de resistencia demostraría que es posible prescindir de la figura del
hombre:
En esta línea interpretativa, Revel (2005) prolonga la distinción entre la vida como
potencia y la vida como objeto del poder en el par “resistencia creativa” y “poder reactivo”.
Su análisis acentúa la asimetría entre el poder y la libertad en lo que respecta al tipo de
productividad: el poder “reacciona” a las prácticas de libertad que contribuye a suscitar,
mientras que la resistencia “inventa” a partir de la “potencia creadora de la vida”. En sus
estudios sobre los griegos, Foucault habría encontrado los elementos para una nueva política
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Lazzarato (2000), por su parte, establece una sucesión entre biopoder y biopolítica de
modo tal que el primero, en tanto ordenamiento trascendente a la vida, deja lugar a la
segunda, comprendida como la emergencia de una potencia múltiple y continua que permite
la creación de nuevas formas de vida por parte de la vida misma.30 Foucault se habría
interesado en determinar, en la nueva dinámica de las fuerzas, aquello que resiste al biopoder
y crea “formas de subjetivación y formas de vida”. La lectura de Lazzarato debe a Deleuze,
más notablemente que los restantes autores, la idea de que en Foucault existe una “ontología
de las fuerzas” que subtiende sus análisis históricos. El esfuerzo de este autor reside en
demostrar que la distinción entre biopoder y biopolítica no es una mera invención retórica
suya, sino que tiene un anclaje sólido en la obra foucaulteana, cuyo recorrido permitiría
pensar la inversión del “arte de gobernar” en producción de nuevas formas de vida.
Hardt y Negri conciben el biopoder como una autoridad soberana –esto es: una
instancia trascendente a la producción social-, mientras que la biopolítica designaría la
producción inmanente a la sociedad que crea relaciones sociales a través de las formas
colaborativas de trabajo. El prefijo común “bio” designa el hecho de que ambos afecten la
vida social, no obstante lo cual lo hacen de manera diversa: el biopoder gobierna la vida
imponiendo su orden desde el exterior, situado por encima de la sociedad, mientras que la
producción biopolítica, inmanente a la sociedad, produce bienes materiales, relaciones
sociales reales y formas de vida. La apuesta de los autores radica en pasar del biopoder a la
producción biopolítica (Negri y Hardt, 2004, pp. 122-124).
Además del impacto de su lectura vitalista en los autores que venimos de ver, Deleuze
se hace presente en el debate biopolítico mediante conceptos ajenos a su interpretación de
Foucault. Se destacan, en esta vía, tres casos.
la segunda. Según Esposito (2004, pp. 214-215), la filosofía deleuzeana operaría una rotación
del horizonte filosófico contemporáneo en dirección a una teoría del acontecimiento
preindividual e impersonal, neutro, indiferente al sujeto y al objeto. La elaboración de
Deleuze sobre lo impersonal, comprendido como el modo vital de la singularidad, permitiría
desarmar el “nudo bio-jurídico” en torno a la noción de persona, deconstruir sistemáticamente
la categoría en todas sus expresiones –teológica, jurídica, filosófica. En este sentido, el
concepto deleuzeano de “cuerpo sin órganos” constituye para Esposito una crítica a la idea de
la persona propietaria de sus propios órganos, así como la del cuerpo orgánico separado de la
persona que lo habita (Esposito, 2007, p. 173 y ss.). El autor italiano encuentra en Deleuze
tres modos de desarmar la estructura de la persona: la categoría de “virtualidad” frente a la de
posibilidad; la individuación por “hecceidad” en lugar de la individuación subjetiva; la idea
de “devenir-animal” frente a la tradición teológica, filosófica y política que define al hombre
en contraste con el animal. Esposito considera que el devenir-animal de Deleuze es una
alternativa a la animalización contemporánea del hombre que resultó del dispositivo de la
persona, así como del poder tanatopolítico (Esposito, 2007, p. 180 y ss.).
reformularía el abordaje del poder como ley y como norma. Luego, la distinción entre usos
mayores y menores de la lengua puede desplazar la discusión en torno al lenguaje entendido
como phoné o lógos. Por último, la noción de devenir-animal permite desarticular la
dicotomía entre la animalidad y la humanidad. De esta manera, buscamos elaborar un uso
novedoso de algunos de los principales conceptos del corpus deleuzeano y, a la vez,
reorganizar los ejes vertebradores del campo biopolítico. Es conveniente aclarar que no
desarrollaremos las perspectivas de cada autor aludido, sino que nos referiremos a ellas sólo
con vistas a ejemplificar las tensiones conceptuales en juego.
Por otro lado, en el último texto publicado por Deleuze (2003, pp. 359-363), la vida
aparece caracterizada a partir de la idea de inmanencia, pero no en un sentido relativo, como
“inmanente a” otra cosa, sino en un sentido absoluto, como plano de inmanencia sin
referencia a ninguna instancia exterior (conciencia, yo, sujeto) (Deleuze, 2003, p. 361;
Deleuze y Guattari, 2005b, p. 46 y ss.; Ciccarelli, 2008). Desde este ángulo, es posible
oponer, a la vida concebida como “inmanente a la norma” y al poder, la vida como
inmanencia absoluta.43 Esposito (2004, pp. 214-215) sigue esta dirección en sus
observaciones sobre dicho texto, en el cual encuentra las bases para postular una “norma de
vida” que no oponga la vida a la trascendencia de la norma, sino que haga de la norma el
impulso inmanente de la vida.
Por otra parte, para Deleuze la filosofía política debe girar alrededor del capitalismo y
sus desarrollos (Deleuze, 2005, p. 232). Ahora bien, éste constituye el “fin de la historia”, lo
cual remite a la célebre tesis de Kojève (Deleuze y Guattari, 1973, pp. 155, 180; Kojève,
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El tercer eje fundamental del debate biopolítico remite al problema del lenguaje. Por
un lado, según Kojève (1979, p. 436), en el período posthistórico el lenguaje humano se
volvería análogo al de las abejas –esto es: un mero sistema de señales, estímulos y respuestas-
, lo cual pone en tela de juicio el estatuto del discurso propiamente humano. En este sentido,
Castro (2012a, §5) sostiene que, en la Modernidad, cambia el modo en el que la zoé posee el
lenguaje, de manera que la biopolítica coincidiría con el momento en el que el lógos de la
política se convierte en phoné.
Desde otra vertiente, la atención por la temática del lenguaje ha sido suscitada por el
renovado interés en la cuestión de la vida (Lawlor, 2006, pp. 144-145). Para los teóricos de la
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biopolítica, una de las apuestas de la política futura no es simplemente la zoé, sino el bíos, la
forma-de-vida. Ahora bien, esta tarea pasa inevitablemente por explorar las formas en que el
hombre posee y usa el lenguaje (Castro, 2012c). En este sentido, tanto Foucault como
Agamben apuntan a repensar la relación entre la vida y el lenguaje, aunque en direcciones
distintas. El primero lo hace más allá de las formas de normación disciplinaria y de
normalización política de la vida biológica de la especie. Su referencia en la tradición son los
cínicos y la experiencia privilegiada es la parresía, dado que en ella la vida entra en contacto
con el lenguaje sin mediación doctrinaria (Foucault, 2009). El segundo lo busca más allá de
los dispositivos lingüísticos de la ley y la soberanía; su referencia histórica es el movimiento
franciscano y su enfoque desemboca en el estudio de la performatividad, a diferencia de la
dramática del discurso indagada por Foucault (Agamben, 2008; Castro, 2011a, pp. 209).
Deleuze comparte esta tarea de repensar los modos en los que el hombre emplea el
lenguaje y propone generar usos “menores” de la lengua con vistas a fragilizar internamente
todo sistema de “mayoría”. La mayoría designa un criterio o patrón que supone un estado de
dominación política, social, cultural. En Occidente, dicho criterio reside en la figura del
“Hombre – blanco – varón – adulto – habitante de las ciudades – hablante de una lengua
estándar – europeo – heterosexual”, de manera tal que todo el resto de los seres (las mujeres,
los niños, los animales) son considerados minoritarios (Deleuze y Guattari, 2006, pp. 133, 355
y ss.; Zourabichvili, 2003, p. 30).
V. 4. Animalidad y humanidad
El cuarto y último eje de análisis que proponemos abordar remite a la relación entre lo
humano y lo animal. Dicho vínculo aparece de dos modos en el debate biopolítico: por un
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lado, en la post-historia, asistiríamos a la animalización del hombre. Esto implica que los
hombres se convierten en “monos sabios”: si bien permanecen biológicamente vivos, se
despojan del error y de la acción negadora (Castro, 2008a, p. 84; Kojève, 1979, p. 436).47 Por
otro lado, la biopolítica se dirige a vida biológica o animal del hombre. En ambos casos, la
célebre aseveración aristotélica según la cual el hombre es un zoón politikón vuelve a
presentarse (Castro, 2012d).
Desde el punto de vista de esta tensión entre animalidad y humanidad, se destacan dos
ideas de Deleuze: i) su orientación anti-humanista, que se verifica en su interpretación del “fin
del hombre” de Foucault y en la “vergüenza de ser hombre” que refiere a Primo Levi; ii) la
propuesta de “devenir-animal”.
Por un lado, Deleuze se sitúa en un marco no humanista, tanto desde el punto de vista
de su diagnóstico de la época como del programa filosófico.48 Nuestro autor observa, en la
tesis foucaulteana de la muerte del hombre, el advenimiento de una época signada por fuerzas
cuya combinación con las fuerzas del hombre darán por resultado una forma que no será ni la
de Dios ni la del hombre (Deleuze, 2004d, pp. 131 y ss.). Por otro lado, las referencias a
Primo Levi muestran la desconfianza de Deleuze hacia la figura del hombre, en la medida en
que se trata de un ser que da “vergüenza” a causa de los compromisos que mantiene con los
sucesos más horribles de cada época (Deleuze y Guattari, 2005b, pp. 102 y ss.).
Este enfoque no implica, sin embargo, una opción por la animalización del hombre en
los términos kojèvianos. La idea deleuzeana de “devenir-animal” no radica en volverse un
animal –esto es, cambiar una forma constituida por otra-, sino en alcanzar una zona de
indistinción que haga posible la comunicación entre formas y sujetos heterogéneos.49 Se trata
de una perspectiva que tiende a rechazar la dicotomía entre lo humano y lo animal en
beneficio de un pensamiento de lo común y lo indiscernible (Deleuze 2002, p. 10 y ss.; 2005,
p. 22; y Guattari 2006, p. 284 y ss.; y Parnet 1996a, pp. 34, 60, 88 y ss.; 1996b, “A comme
Animal”).
VI. Conclusiones
desde hace dos décadas y con la multiplicación de estudios sobre la filosofía deleuzeana desde
su muerte en 1995.
Hemos organizado nuestra exposición siguiendo tres vías. En primer lugar, analizamos
la interpretación deleuzeana de la biopolítica y mostramos divergencias con Foucault en lo
que hace a las tesis vitalistas (la vida atravesaría todo dispositivo de poder; la resistencia
gozaría de una primacía sobre el poder; la resistencia a la biopolítica marcaría el fin del
hombre).
En suma, nuestra meta ha sido pensar la biopolítica desde Deleuze más allá de cómo él
lo hizo y de cómo fueron recuperados sus conceptos y puntos de vista. En este sentido, los
principales aportes de su filosofía al campo biopolítico están aún por venir y radican no sólo
en sus consideraciones sobre la temática sino también en los usos que los futuros estudios
habrán de dar a sus conceptos.
Notas
1 Agradecemos los comentarios del evaluador anónimo, que nos han permitido realizar
modificaciones pertinentes y presentar de manera más adecuada algunas ideas de este artículo.
2 La historia del concepto reconoce dos etapas en las cuales ha tenido sentidos diferentes. El primero
de ellos, dominante hasta los años ´70 del siglo XX, remite a una concepción biológica de la sociedad,
el Estado y la política, en la cual la vida aparece como sujeto de la política. El segundo, que se volvió
hegemónico a partir de las investigaciones de Foucault, refiere al hecho de que el Estado se hace cargo
de la vida biológica del hombre, devenida fundamentalmente objeto. La importancia del filósofo
francés obedece, en buena medida, a que sus trabajos constituyen el punto de inflexión entre estos
abordajes (cf. Castro, 2008b, p. 187).
5 Castro vincula esta matriz plural del pensamiento biopolítico con las investigaciones de Dumézil en
torno a la tripartición fundamental que domina el sistema semántico de las lenguas indoeuropeas
(Castro, 2009, p. 514 y ss.; 2010c, p. 74; 2011a, p. 101 y ss.).
6 Braidotti (2006, p. 133 y ss., 141) define la cultura biopolítica por la búsqueda compulsiva de la
“salud”, en el marco de la hegemonía neo-liberal basada en el manejo de cada individuo de sus
recursos corporales, su potencial de salud, su capital-vital, etc. Su hipótesis es que la ética deleuzeana,
que combina el compromiso por el cambio con una crítica del exceso, constituye una perspectiva
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7 Buchanan (2008, pp. 32-33) sostiene que la comprensión deleuzeana del capitalismo en términos de
“axiomática” implica que su época no se superpone con la biopolítica sino que constituye un paso más
allá. El rasgo crucial de las sociedades modernas es que las relaciones de alianza y filiación que
estructuraban las formaciones sociales precedentes ya no se aplican sobre las personas sino sobre el
dinero. En este sentido, la axiomática capitalista no lidia en absoluto con el bíos sino con el capital
financiero.
8 Colebrook (2008, p. 123 y ss.) vincula a Deleuze con la biopolítica por medio de los análisis de
Foucault en Les mots et les choses. Allí, Foucault relacionaría el legado kantiano con la biopolítica
mediante la inscripción de Kant en una episteme dominada por la cuestión de la vida y el problema del
hombre como un animal político. El proyecto crítico kantiano explicaría la condición política del
hombre según leyes generales de la vida, en lugar de recurrir a una naturaleza o una racionalidad
específicamente humanas. Foucault, por su parte, respondería al proyecto crítico de dos maneras:
abordando la materialidad del lenguaje y a través de la experimentación. Esta segunda vía, en
contraste con la subjetividad trascendental, reconoce la opacidad y la positividad del cuerpo, sus
placeres y las normas dentro de las cuales el sí mismo crea una relación consigo. Ahora bien, según
Colebrook, Deleuze hallaría la propuesta foucaulteana demasiado kantiana y dualista; su perspectiva
consistiría en liberar la vida de la biología y el trabajo de la economía, de modo análogo a como
Foucault sitúa la literatura más allá de la finitud del hombre. La elección del concepto de “deseo” en
detrimento del “poder” sería la clave de la política deleuzeana, que se focalizaría en la génesis de los
sistemas, no en su mera permutación. La teoría política de Deleuze se distinguiría tanto de los
enfoques críticos sobre los términos del debate político (la “democracia por venir” de Derrida), como
de las críticas al auto-gobierno ilustrado (Foucault) y de la mera forma del procedimiento político
como fidelidad subjetiva a una verdad (Badiou). El abordaje propiamente deleuzeano radicaría en una
teoría positiva y empíricamente fundada de la emergencia de estructuras políticas, una “física política”
(Protevi) o una “teoría de los agenciamientos sociales” (De Landa).
10 Villani (2009, p. 56) no emplea los términos “biopoder” o “biopolítica” pero alude al fenómeno en
términos del “gobierno burocrático de la vida”. La geo-filosofía de Deleuze y Guattari ofrecería
herramientas para desactivar este control sobre la vida, que se manifiesta igualmente en su lenguaje de
gobierno.
12 Ferreyra (2011) se concentra en las lecturas realizadas por Esposito y, en particular, por Agamben,
del último texto publicado en vida por Deleuze. Su meta es refutar la filosofía política deleuzeana que
Agamben elaboraría a partir de la exégesis del concepto deleuzeano de vida. Además, sugiere que
tanto Foucault como Deleuze ofrecen elementos de resistencia al biopoder y plantea como cuestión
clave en el segundo la creación de valores.
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13 En orden cronológico, el concepto aparece en “Désir et plaisir”, la carta que le hizo llegar a
Foucault por intermedio de François Ewald en 1977 (Deleuze, 2003, pp. 120-121); en una nota al pie
de Mille Plateaux, el texto en co-autoría con Guattari, de 1980 (Deleuze y Guattari, 2006, p. 175); en
una página de su Foucault, de 1986 (Deleuze, 2004d, pp. 98-99). Si bien el término aparece en el
artículo “L’ascension du social” (Deleuze, 2003, p. 108, nota al pie), Deleuze no lo comenta y remite
rápidamente a La volonté de savoir de Foucault.
15 Para los procesos de subjetivación como invención de nuevas posibilidades de vida, cf. Deleuze
(2005, pp. 131-135; 2004d, p. 103).
17 Cabe señalar que no pretendemos desarrollar el tratamiento foucaulteano del vínculo entre el poder
y la vida en la era del biopoder, dado que se trata de un objetivo que excedería los propósitos de este
trabajo. Nuestra intención se limita a presentar los pocos casos en los que Foucault, en el marco de sus
trabajos biopolíticos, sugiere una posición de exterioridad de la vida con respecto al poder.
18 En rigor, las figuras negativas se dan en el interior de la propia lógica biopolítica. El caso del
racismo es paradigmático, pues el surgimiento del biopoder hizo de él un mecanismo fundamental del
poder. La hipótesis foucaulteana afirma que la función mortífera de un Estado que funciona en la
modalidad del biopoder sólo puede ser asegurada por el racismo, que constituye “la condición gracias
a la cual se puede ejercer el derecho de matar” (Foucault, 1997, pp. 227-228).
19 Mengue (1994, p. 71 y ss.) matiza dicho privilegio a la luz de la necesidad de los movimientos de
reterritorialización.
20 Deleuze diferencia el afuera como “elemento informe de las fuerzas”, el exterior en tanto “medio
de los agenciamientos concretos, donde se actualizan las relaciones de fuerza” y las formas de
exterioridad, pues la actualización se lleva a cabo en la disyunción de formas diferenciadas y
exteriores entre sí. La exterioridad es una forma, mientras que el afuera no tiene forma y concierne la
fuerza. Cf. Deleuze (2004a, pp. 51, 92).
21 “(…) la línea del afuera de la cual hablaba Melville, sin comienzo ni final, línea oceánica que pasa
por todos los puntos de resistencia….”. Deleuze (2004a, p. 51).
22 La cuestión de la resistencia hace patente, en un marco que excede la biopolítica, otro punto de
alejamiento entre Deleuze y Foucault. Para el primero, los diagramas están atravesados por líneas de
fuga que no se reducen a fenómenos de resistencia o de respuesta al poder –tal como ocurriría en
Foucault-, sino que conforman líneas de creación y de desterritorialización. A diferencia de Foucault,
quien sostendría que la resistencia es primera, Deleuze indica que las líneas de fuga son primeras en
un campo social; más aún, “una sociedad se define por sus líneas de fuga” antes que por sus
mecanismos de poder (cf. Deleuze y Guattari, 2006, pp. 175, 263). En el caso de Foucault, incluso la
resistencia forma parte de las relaciones de poder, según afirma en La volonté de savoir: “donde hay
poder hay resistencia”. El carácter relacional del poder se traduce en que sólo existe “en función de
una multiplicidad de puntos de resistencia (…) que están presentes por todas partes en la red de
poder”. Ahora bien, dichos puntos no “escapan” al poder, no se sitúan por fuera de él; antes bien, “no
pueden existir sino en el campo estratégico de las relaciones de poder” (Foucault, 1976, pp. 125-126).
La dificultad que Deleuze encuentra en la idea foucaulteana de que los dispositivos de poder son
“constituyentes” remite al estatuto de los fenómenos de resistencia. En otros términos, Deleuze
observa que, en La volonté de savoir, la resistencia aparece como una “imagen invertida” de los
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dispositivos, que incluso comparte sus rasgos (heterogeneidad, carácter difuso), lo cual le parece
“tapar [boucher] las salidas antes que encontrar una”. Cf. Deleuze (2003, pp. 116-117).
23 La oscilación del genitivo no es una mera cuestión de gramática, sino que remite a las oscilaciones
propias de la “analítica de la finitud”; en términos foucaulteanos, la ambivalencia sujeto-objeto
obedece a la anfibología de la figura del hombre propia del humanismo. Cf. Castro (2011a, p. 34).
24 Foucault plantea que la biopolítica es la era de la invención del hombre, en la medida en que la
biopolítica toma por objeto a la población, cuya figura en el orden del saber-poder es el hombre. Hacia
el final de la lección del 25 de enero de 1978 de Securité, territoire, population, vuelve a los análisis
de Les mots et les choses y los corrige: afirma que fue la población, y no el hombre, la que operó la
transformación en los saberes que hizo pasar de la historia natural a la biología, del análisis de la
riqueza a la economía política, de la gramática general a la filología. Su tesis es que la temática del
hombre desplegada por las ciencias humanas debe ser comprendida a partir de la emergencia de la
población como correlato del poder y como objeto del saber. En una palabra, el hombre no es más que
“una figura de la población”, que es el objeto del ejercicio biopolítico (Foucault, 2004a, pp. 80-81).
25 Otra divergencia entre Deleuze y Foucault, mencionada por Deleuze en este contexto biopolítico,
concierne a la constitución de los dispositivos y su acción sobre los cuerpos. Deleuze sostiene que los
dispositivos (o “agenciamientos”) son esencialmente de deseo, mientras que el poder sería sólo uno de
sus componentes estratificados; Foucault, por el contrario, concibe los dispositivos constituidos por el
poder, al tiempo que rechaza el concepto de deseo. Ligado a ello, es posible observar que, para
Foucault, los dispositivos de poder tienen una relación inmediata y directa con el cuerpo, mientras que
para Deleuze ello sólo ocurre en la medida en que dichos dispositivos le imponen al cuerpo un
organismo; es decir, una organización centrada, vertical, jerárquica, destinada a extraer sus energías
útiles. Los poderes actúan sobre el “cuerpo sin órganos”, que consiste en una realidad corporal
intensiva, a la vez biológica, colectiva y política, que no se encuentra organizada según el modelo del
organismo (Deleuze, 2003, pp. 114-119; Deleuze y Guattari, 2006, p. 175, nota al pie).
26 Deleuze sostiene que, para Foucault, toda forma es un compuesto de relaciones de fuerza, derivado
de la relación entre ciertas fuerzas dadas y las “fuerzas del afuera”. Por ejemplo, las fuerzas de
concebir, imaginar, recordar, etc. en el hombre –que no lo presuponen en tanto que forma, sino sólo
como “región de lo existente”- entraron en contacto con las fuerzas “de elevación al infinito” de la
formación histórica clásica y dieron por consecuencia la “forma-Dios”; luego, las fuerzas del afuera se
volvieron las de la finitud y la forma resultante fue la “forma-hombre”. Deleuze sostiene que hoy, en
nuestra época, las fuerzas del afuera ya no son las de la finitud, sino las de lo “finito-ilimitado”, cuya
puesta en relación con las fuerzas del hombre dan por resultado el “superhombre” (Deleuze, 2004a,
pp. 131, 138 y ss.).
27 Castro (2012a) observa que, en Foucault, “ningún texto da pie a esta interpretación”. Sostiene que,
si la vida es sujeto en Foucault, lo es en el sentido de un ethos–de donde su análisis del cinismo
antiguo-, no como una forma de política. Con todo, algunos de los autores que hacen uso de esta
distinción admiten que se trata de una operación de lectura propia. Así, por ejemplo, “Le pouvoir et la
résistance”, el texto colectivo que abre el número de la revista Multitudes dedicado a la biopolítica,
afirma que “de una hipótesis formulada por Foucault que concierne a las transformaciones del poder a
partir del siglo XVIII, la biopolítica ha venido a designar, especialmente en ciertos textos de la revista
Futur Antérieur, un proceso positivo de subjetivación alternativa que se confirmaría en la actualidad
de las luchas. Hemos querido poner a prueba aquí esta inversión semántica”. Cf. Alliez, Karsenti,
Lazzarato y Querrien (2000).
28 Lazzarato (2000) emplea el término “trascendencia inmanente” para referirse a la integración actual
del biopoder y el poder soberano.
29 Para una reconstrucción concisa de la posición de Revel, véase Mauer (2012, pp. 173-174).
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30 Mauer (2012, pp. 175-176) critica la argumentación de Lazzarato en lo que hace a la sucesión de
estos fenómenos en la obra foucaulteana.
31 Esposito (2004, p. XII y ss.) plantea una serie de interrogantes a propósito de la biopolítica, que
conforman su “incerteza epistémica”; por ejemplo, se pregunta si precede, sucede o coincide
temporalmente con la Modernidad; si se trata de una dimensión original, epocal o histórica. La
propuesta del autor es reconducir la biopolítica al paradigma de la inmunización, dado que éste
permitiría resolver las dificultades que se hallan en los trabajos del propio Foucault y que persisten en
el debate contemporáneo.
32 Para los diferentes conceptos de “vida” que atraviesan la obra agambeniana, véase Castro (2010a).
33 Otra línea de indagación sobre los vínculos entre Agamben y Deleuze está dada por las nociones de
“máquina” y de “zona de indistinción”, muy frecuentes en el italiano.
34 En el marco del análisis de la “paradoja de la soberanía”, según la cual “el soberano está, al mismo
tiempo, fuera y dentro del ordenamiento jurídico”, Agamben se detiene en la idea de “excepción”
como caso individual excluido de la norma general. Lo crucial de la excepción es que lo excluido
queda vinculado con la norma en la forma de la suspensión; la excepción es, en rigor, “sacada afuera”,
no meramente excluida. A este respecto, Agamben cita la idea expuesta por Deleuze y Guattari en
Mille Plateaux de acuerdo con la cual “la soberanía no reina más que sobre aquello que es capaz de
interiorizar” y la enlaza con la tesis de que el orden jurídico-político tiene la estructura de una
inclusión de aquello que es rechazado hacia afuera (Agamben, 1995, §1.1, 1.2).
37 Ciertos trabajos han puesto en cuestión esta distinción conceptual argumentando que ella no se
sostiene en la lengua griega, así como tampoco en Aristóteles; antes bien, se trataría de una diferencia
“extraña” o “espuria” (Finlayson, 2010, Dubreuil, 2005). Las objeciones son de peso en la medida en
que, como hemos dicho, la duplicidad del concepto está en la base de buena parte de las elaboraciones
sobre la biopolítica. Sin embargo, Castro (2012b) ha mostrado que existen diferencias semánticas
irreductibles entre ambas nociones. Lo crucial es que, si bien zoé no es asimilable a la vida animal, ni
bíos a la vida humana, y, más aún, ambos términos son a veces intercambiables, la diferencia entre
ambas acepciones existe en la lengua griega.
38 Como antecesores, se encuentran los trabajos de Hanna Arendt, quien emplea la distinción entre
ambos modos de comprender la vida, así como entre oikós y pólis, a fin de describir la Modernidad
como la era en la cual la zoé ha ingresado a la polis, lo cual ha dado lugar a la “economía política”.
Véase Castro (2012a, §2; 2012b, §1).
39 “Si todo es viviente, no es porque todo es orgánico y organizado, sino al contrario porque el
organismo es un desvío (détournement) de la vida. En resumen, una intensa vida germinal inorgánica,
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una potente vida sin órganos, un Cuerpo viviente tanto más que no tiene órganos, todo eso que pasa
entre los organismos (“una vez que los límites naturales de la actividad orgánica fueron rotos, no hay
límites”...)”. Deleuze y Guattari (2006, p. 623, las cursivas son nuestras).
40 Deleuze suele ser considerado un autor vitalista, y él mismo sostiene que todo lo que escribió ha
sido vitalista (Deleuze 2005, p. 196). Ahora bien, su vitalismo es, en primer lugar, una tarea de
liberación de la vida de “todo lo que la aprisiona”, a fin de alcanzar “una vida más amplia, más activa,
más afirmativa” (Deleuze, 2005, pp. 192, 196; 2004d, p. 98). En este sentido, afirma que “se trata
siempre de liberar la vida allí donde está aprisionada, o de intentarlo en un combate incierto” (Deleuze
y Guattari, 2005b, p. 162).
41 En este aspecto, diferimos de la perspectiva de Esposito (2004, p. 215), quien se apoya en Deleuze
para sostener que toda vida es una forma de vida y toda forma se refiere a la vida. Según el autor
italiano, éste es el presupuesto de la biopolítica, que resulta afirmado por la política de la vida y
negado por la política de la muerte.
42 La noción de “prudencia práctica experimental” (Deleuze, 2003, pp. 165-166) conjuga tres
elementos: la necesidad de experimentar en lugar de interpretar, la idea de que el Cuerpo sin Órganos
involucra una práctica y de que es preciso seguir reglas de prudencia a fin de no fracasar en la
experimentación. Cf. Deleuze y Guattari (2006, pp. 187, 198-199, 628); Deleuze y Parnet (1996a, p.
167).
43 Macherey explica que, para Foucault, la norma productiva es inmanente a la vida: ella no precede
las consecuencias de su acción, sino que produce su propio campo de aplicación. Mauer (2012, p. 183)
articula esta perspectiva con su tesis acerca de la inmanencia de la vida al poder, lo cual implica que la
resistencia deviene “instancia normalizadora”. Esposito (2002, pp. 170-172) difiere de este enfoque en
la medida en que sostiene que, en Foucault, la norma comparte con la ley la misma modalidad de
“anticipación presupuesta” respecto de su objeto: los sujetos son preconstituidos por algo que los
excede y precede. Desde esta perspectiva, la vida se presenta ya incluida en su determinación
normativa. Sin embargo, el autor italiano desconoce la distinción entre “normación” y
“normalización” efectuada por Foucault (2004a, pp. 58-59, 65). Se trata de dos formas de relacionarse
con la norma: en la normación disciplinaria, la norma precede a lo normal y lo anormal; esto es, los
mecanismos disciplinarios parten de un modelo, establecido en función de los objetivos a alcanzar, y
discriminan entre lo normal y lo anormal según la mayor o menor adecuación con la norma
preestablecida. Los dispositivos de seguridad, por el contrario, tienen un funcionamiento inverso: la
norma se fija a partir de las normalidades diferenciadas; es decir, del establecimiento de las diferentes
curvas de normalidad. Véase el artículo “dispositivo de seguridad” en Castro (2011b, pp. 114-116). La
observación de Esposito, en suma, es válida en lo respectivo a la normación disciplinaria pero no lo es
con respecto a la normalización del dispositivo de seguridad.
44 Si bien Rancière (1995) ha distinguido el poder y la política, así como ésta y la policía, en el campo
biopolítico predomina una cierta circularidad entre la comprensión del poder y la de la política.
45 En el caso del primero, la posthistoria enlaza con el concepto de mesianismo y se revela como un
estado de excepción devenido regla; además, Agamben critica a quienes piensan el fin de la historia
sin el fin del Estado y viceversa, así como a quienes reducen el mesianismo a la escatología,
identificando el tiempo mesiánico con la posthistoria (Agamben, 1996, p. 88; Castro, 2008, p. 144 y
ss.). En el caso del segundo, su indagación aborda la relación entre el derecho y la persona a partir de
la noción deleuzeana de lo impersonal o de la tercera persona.
46 Rancière (1995) ha señalado los puntos oscuros de la formulación aristotélica, en particular el paso
de lo útil a lo justo por intermedio de sus contrarios (lo nocivo y lo injusto).
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Recibido: 04/04/14
Aceptado: 16/12/14
Publicado: 29/09/15