Marx, Manifiesto Comunista

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Manifiesto

del Partido Comunista

Carlos Marx y Federico Engels

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo.


Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa
cruzada contra ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y
Guizot1, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de co-
munista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de
oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los represen-
tantes de la oposición más avanzados, como a sus enemi-
gos reaccionarios, el epiteto zahiriente de comunista? De
este hecho resulta una doble enseñanza: Que el comu-
nismo está ya reconocido como una fuerza por todas las
potencias de Europa.
Que ya es hora de que los comunistas expongan al
mundo entero sus ideas, sus fines y sus tendencias; que
opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un
manifiesto del propio partido.
Con este fin, comunistas de las más diversas naciona-
lidades se han reunido en Londres y han redactado el si-
1 El Papa Pío IX, elegido al trono en 1846, se consideraba entonces un “liberal”, pero
era tan enemigo del socialismo como el zar ruso Nicolás I, que ya antes de la revolu-
ción de 1848 desempeñaba el papel de gendarme de Europa.
Metternich, canciller del Imperio austríaco y jefe reconocido de toda la reacción euro-
pea, entabló por aquel entonces contactos con Guizot, destacado historiador y ministro
francés, ideólogo de la gran burguesía financiera e industrial y enemigo irreconciliable
del proletariado. Por demanda del Gobierno prusiano, Guizot desterró a Marx de París.
Los policías alemanes no dejaban en paz a los comunistas no sólo en Alemania, sino
también en Francia, Bélgica e incluso en Suiza, procurando impedir su propaganda con
todas las fuerzas y todos los medios

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guiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés,
alemán, italiano, flamenco y danés.

I. BURGUESES Y PROLETARIOS2

La historia de todas las sociedades hasta nuestros dias3


es la historia de las luchas de clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores
y siervos, maestros4 y oficiales, en una palabra: opresores y
oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha
constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha
que terminó siempre con la transformación revolucionaria
de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pug-
na. En las anteriores épocas históricas encontramos casi por
todas partes una completa diferenciación de la sociedad en
diversos estamentos, una múltiple escala gradual de con-
diciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios,
plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, va-
sallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas
estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.
2. Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, que son los pro-
pietarios de los medios de producción social y emplean trabajo asalariado. Por prole-
tarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados
de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para
poder existir. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
3. Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización social que pre-
cedió a toda la historia escrita, la prehistoria, era casi desconocida. Posteriormente,
Haxthausen5 ha descubierto en Rusia la propiedad comunal de la tierra; Maure6 ha
demostrado que ésta fue la base social de la que partieron históricamente todas las
tribus germanas, y se ha ido descubriendo poco a poco que la comunidad rural, con la
posesión colectiva de la tierra, ha sido la forma primitiva de la sociedad, desde la India
hasta Irlanda. La organización interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido
puesta en claro, en lo que tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho por
Morgan7 de la verdadera naturaleza de la gens y de su lugar en la tribu. Con la desin-
tegración de estas comunidades primitivas comenzó la diferenciación de la sociedad
en clases distintas y, finalmente, antagónicas. He intentado analizar este proceso en la
obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 2a ed., Stuttgart, 1886.
(Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
4. Zunftbürger, esto es, miembro de un gremio con todos los derechos, maestro del
mismo, y no su dirigente. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).

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La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre
las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las con-
tradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas
clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas
de lucha por otras nuevas.
Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue,
sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de
clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en
dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que
se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos
libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano
salieron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación
de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo
campo de actividad.
Los mercados de la India y de China, la colonización
de América, el intercambio con las colonias, la multipli-
cación de los medios de cambio y de las mercancías en
general imprimieron al comercio, a la navegación y a la
industria un impulso hasta entonces desconocido y ace-
leraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario
de la sociedad feudal en descomposición.
5. Haxthausen, Augusto (1792-1868): barón prusiano, que recibió de Nicolás I per-
miso para acudir a Rusia con el objeto de estudiar su régimen agrario y la vida de los
campesinos rusos (1843-1844). Autor de una obra que describe los restos del régimen
comunal en las relaciones agrarias de Rusia.
6. Maurer, Jorge Luis (1790-1872): historiador alemán, investigador del régimen social
de la Alemania antigua y medieval; hizo una gran aportación al estudio de la historia
de la comunidad medieval.
7.Morgan, Luis Enrique (1818-1881): etnógrafo, arqueólogo e historiador norteame-
ricano. Basándose en abundantes datos etnográficos, recogidos durante el estudio del
régimen social y de la vida de los indios americanos, argumentó la doctrina sobre el
desarrollo de la gens como forma principal del régimen de la comunidad primitiva.
Intentó, además, crear la periodización de la historia de la sociedad preclasista. Marx y
Engels valoraron en alto los trabajos de Morgan. Marx hizo un resumen detallado de su
libro La sociedad antigua, mientras que Engels, en su libro El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, cita el material concreto reunido por Morgan

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La antigua organización feudal o gremial de la indus-
tria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la
apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la
manufactura. El estamento medio industrial suplantó a
los maestros de los gremios; la división del trabajo entre
las diferentes corporaciones desapareció ante la división
del trabajo en el seno del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba
siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufac-
tura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la
producción industrial.
La gran industria moderna sustituyó a la manufactura;
el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocu-
parlo los industriales millonarios —jefes de verdaderos
ejércitos industriales—, los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial, ya
preparado por el descubrimiento de América. El mercado
mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comer-
cio, de la navegación y de los medios de transporte por
tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la in-
dustria, y a medida que se iban extendiendo la industria,
el comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarro-
llaba la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando
a segundo término a todas las clases legadas por la Edad
Media. La burguesía moderna, como vemos, es ya de por
sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de
revoluciones en el modo de producción y de cambio.
Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía
ha ido acompañada del correspondiente progreso político.
Estamento bajo la dominación de los señores feudales, la
burguesía forma en la comuna8 una asociación armada y
8. Comunas se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes de arrancar a
sus amos y señores feudales la autonomía local y los derechos políticos como “tercer
estado”. En términos generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como país típico del

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autónoma; en unos sitios como república urbana indepen-
diente; en otros como tercer estado tributario de la monar-
quía9; después, durante el período de la manufactura, es el
contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales,
absolutas y, en general, piedra angular de las grandes mo-
narquías, hasta que, después del establecimiento de la gran
industria y del mercado universal, la burguesía conquistó
finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en
el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado
moderno no es más que una junta que administra los ne-
gocios comunes de toda la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel
altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía
ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas;
ha desgarrado sin piedad las abigarradas ligaduras feu-
dales que ataban al hombre a sus “superiores naturales”,
para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que
el frío interés, el cruel “pago al contado”; ha ahogado el
sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caba-
lleresco y el sentimentalismo del pequeñoburgués en las
aguas heladas del cálculo egoísta; ha hecho de la dignidad
personal un simple valor de cambio; ha sustituido las nu-
merosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y
desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar
de la explotación velada por ilusiones religiosas y polí-
ticas, ha establecido una explotación abierta, descarada,

desarrollo económico de la burguesía, y a Francia como país típico de su desarrollo


político. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
Así denominaban los habitantes de las ciudades de Italia y Francia a sus comunidades
urbanas, una vez comprados o arrancados a sus señores feudales los primeros derechos
de autonomía. (Nota de F. Engels a la edición alemana de 1890).
9. En la edición ingles de 1888, redactada por Engels a las palabras “República urbana
independiente” se ha añadido “como en Italia y en Alemania”, y a las palabras “tercer
estado tributario de la monarquía”, las palabras “como en Francia”.

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directa y brutal. La burguesía ha despojado de su aureola
a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por
venerables y dignas de piadoso respeto.
Al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al hombre
de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sen-
timentalismo que encubría las relaciones familiares, y las
ha reducido a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de
fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, te-
nía su complemento natural en la más relajada holgazane-
ría. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede reali-
zar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas
a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las
catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a
las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas10.
La burguesía no puede existir sino a condición de revo-
lucionar incesantemente los instrumentos de producción
y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con
ello todas las relaciones sociales. La conservación del an-
tiguo modo de producción era, por el contrario, la prime-
ra condición de existencia de todas las clases industriales
precedentes. Una revolución continua en la producción,
una incesante conmoción de todas las condiciones sociales,
una inquietud y un movimiento constantes distinguen la
época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones
estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de
ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se
hacen viejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental
y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los

10 Cruzadas: expediciones militares de colonización al Oriente emprendidas del siglo


XI al XIII por los señores feudales y caballeros de Europa Occidental bajo el lema
religioso de quitar a los musulmanes la posesión de los “Lugares Santos” (Jerusalén
y otros).

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hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente
sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida
a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero.
Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas par-
tes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la bur-
guesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y
al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de
los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y es-
tán destruyéndose continuamente.
Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introduc-
ción se convierte en cuestión vital para todas las naciones
civilizadas, por industrias que ya no emplean materias pri-
mas nacionales, sino materias primas venidas de las más
lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se
consumen en el propio país, sino en todas las partes del
globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas
con productos nacionales, surgen necesidades nuevas que
reclaman para su satisfacción productos de los países más
apartados y de los climas más diversos.
En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las
regiones y naciones, se establece un intercambio univer-
sal, una interdependencia universal de las naciones. Y
esto se refiere tanto a la producción material, como a la
intelectual. La producción intelectual de una nación se
convierte en patrimonio común de todas.
La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan día a
día más imposibles; de las numerosas literaturas naciona-
les y locales se forma una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumen-
tos de producción y al constante progreso de los medios

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de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la
civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras.
Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artille-
ría pesada que derrumba todas las murallas de China y
hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a
los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren
sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las
constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a
hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a
su imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciu-
dad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemen-
te la población de las ciudades en comparación con la del
campo, sustrayendo una gran parte de la población al idio-
tismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado
el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o
semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos
a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento
de los medios de producción, de la propiedad y de la po-
blación. Ha aglutinado la población, centralizado los me-
dios de producción y concentrado la propiedad en manos
de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido
la centralización política. Las provincias independientes,
ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con
intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes,
han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo
gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y
una sola línea aduanera.
La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que
cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuer-
zas productivas más abundantes y más grandiosas que to-
das las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de

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las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la
aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la
navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la
asimilación para el cultivo de continentes enteros, la aper-
tura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras sur-
giendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de
los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes
fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo so-
cial? Hemos visto, pues, que los medios de producción
y de cambio sobre cuya base se ha formado la burguesía
fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto
grado de desarrollo estos medios de producción y de cam-
bio, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal
producía y cambiaba, la organización feudal de la agri-
cultura y de la industria manufacturera, en una palabra,
las relaciones feudales de propiedad, no se correspondían
ya con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.
Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se trans-
formaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas
trabas, y las rompieron.
En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una
constitución social y política adecuada a ella y con la do-
minación económica y política de la clase burguesa.
Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento
análogo.
Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las
relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad bur-
guesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan
potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al
mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales
que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algu-
nas décadas, la historia de la industria y del comercio no es
más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas

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modernas contra las actuales relaciones de producción, con-
tra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia
de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis
comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en for-
ma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de
toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial, se
destruye sistemáticamente no sólo una parte considerable
de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas
productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia so-
cial que en cualquier época anterior hubiera parecido absur-
da se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superpro-
ducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraida a
un estado de repentina barbarie: diríase que el hambre, que
una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus
medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen
aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee
demasiada civilización, demasiados medios de vida, dema-
siada industria, demasiado comercio.
Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya
el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, re-
sultan demasiado poderosas para estas relaciones, que cons-
tituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las
fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el
desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la exis-
tencia de la propiedad burguesa.
Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas
para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence
esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción
obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la
conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa
de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando
crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los me-
dios de prevenirlas.

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Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al
feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que
deben darle muerte; ha producido también los hombres que
empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrolla la burgue-
sía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletaria-
do, la clase de los obreros modernos, que no viven sino
a condición de encontrar trabajo y lo encuentran úni-
camente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos
obreros, obligados a venderse a trozos, son una mercan-
cía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por
tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las
fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las máquinas y la división del
trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter
propio, y le hacen perder con ello todo atractivo para
el obrero. Éste se convierte en un simple apéndice de la
máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas,
más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo
que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos
a los medios de subsistencia indispensables para vivir y
para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo11,
como el de toda mercancía, es igual a los gastos de pro-
ducción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta
el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más
se desarrollan la maquinaria y la división del trabajo, más
aumenta la cantidad de trabajo, bien mediante la pro-
longación de la jornada, bien por el aumento del trabajo
exigido en un tiempo dado, la aceleración del ritmo de
las máquinas, etc.
11. Más tarde Marx y Engels empleaban en sus obras, en lugar de conceptos de “valor
del trabajo” y “precio del trabajo”, conceptos más exactos introducidos por Marx: “va-
lor de la fuerza de trabajo”, “precio de la fuerza de trabajo”.

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La industria moderna ha transformado el pequeño ta-
ller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista
industrial.
Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organi-
zados militarmente.
Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo
la vigilancia de toda la jerarquía de oficiales y suboficiales.
No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Es-
tado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de
la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués indivi-
dual, patrón de la fábrica.
Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y
exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que pro-
clama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanta menos habilidad y fuerza requiere el trabajo
manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la in-
dustria moderna, mayor es la proporción en que el traba-
jo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los
niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias
de edad y sexo pierden toda significación social. No hay
más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según
la edad y el sexo.
Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fa-
bricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte
en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero,
el tendero, el prestamista, etc.
Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentis-
tas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las
clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proleta-
riado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan
para acometer grandes empresas industriales y sucumben
en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros,
porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los

40
nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proleta-
riado se recluta entre todas las clases de la población.
El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo.
Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados;
después, por los obreros de una misma fábrica; más tarde,
por los obreros del mismo oficio de la localidad contra
el burgués individual que los explota directamente. No
se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones
burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos
instrumentos de producción: destruyen las mercancías ex-
tranjeras que les hacen competencia, rompen las máqui-
nas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la
fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.
En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada
por todo el país y disgregada por la competencia. Si los
obreros forman masas compactas, esta acción no es toda-
vía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de
la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos
debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento
a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios
no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos,
sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, con-
tra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios
territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños
burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de
esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcan-
zada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.
Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el
número de proletarios, sino que los concentra en masas
considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor con-
ciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de exis-
tencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida

41
que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y
reduce el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente
bajo. Como resultado de la creciente competencia de los
burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasio-
na, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y
acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obre-
ro en situación cada vez más precaria; las colisiones entre
el obrero individual y el burgués individual adquieren más
y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros
empiezan a formar coaliciones12 contra los burgueses y ac-
túan en común para la defensa de sus salarios.
Llegan hasta a formar asociaciones permanentes para
asegurarse los medios necesarios en previsión de estos
eventuales choques.
Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.
A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero.
El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inme-
diato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros.
Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios
de comunicación creados por la gran industria y que po-
nen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y
basta ese contacto para que las numerosas luchas locales,
que en todas partes revisten el mismo carácter, se centrali-
cen en una lucha nacional, en una lucha de clases.
Pero toda lucha de clases es una lucha política. Y la
unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Me-
dia, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en esta-
blecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la
llevan a cabo en unos pocos años.
Esta organización del proletariado en clase y, por tanto,
en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por

12. En la edición inglesa de 1888, después de la palabra “coaliciones” ha sido añadido


“sindicatos”.

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la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y
siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha
las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles
a reconocer por ley algunos intereses de la clase obrera;
por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Ingla-
terra.
En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen
de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletaria-
do. La burguesía vive en lucha permanente: al principio,
contra la aristocracia; después, contra aquellos sectores de
la misma burguesía cuyos intereses entran en contradic-
ción con los progresos de la industria, y siempre, en fin,
contra la burguesía de todos los demás países. En todas
estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a recla-
mar su ayuda, arrastrándolo así al movimiento político.
De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios
los elementos de su propia educación13, es decir, armas
contra ella misma.
Además, como acabamos de ver, el progreso de la in-
dustria precipita a las filas del proletariado a capas enteras
de la clase dominante, o, al menos, amenaza sus condicio-
nes de existencia.
También ellas aportan al proletariado numerosos ele-
mentos de educación.
Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases
se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de
la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere
un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña
fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase
revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir.
Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la bur-

13. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “elementos de su propia educación” se


dice “elementos de su propia educación política y general”.

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guesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa
al proletariado, particularmente ese sector de los ideólo-
gos burgueses que se han elevado hasta la comprensión
teórica del conjunto del movimiento histórico.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burgue-
sía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revo-
lucionaria. Las demás clases van degenerando y desapare-
cen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado,
en cambio, es su producto más peculiar.
Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pe-
queño comerciante, el artesano, el campesino—, todos
ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su
existencia como tales estamentos medios. No son, pues,
revolucionarios, sino conservadores.
Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden vol-
ver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios
únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de
su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así
no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros,
por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para
adoptar los del proletariado.
El lumpemproletariado, ese producto pasivo de la pu-
trefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad,
puede a veces ser arrastrado al movimiento por una re-
volución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus
condiciones de vida, está más bien dispuesto a venderse
a la reacción para servir a sus maniobras.
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están
ya abolidas en las condiciones de existencia del proleta-
riado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones
con la mujer y con los hijos no tienen nada en común
con las relaciones familiares burguesas; el trabajo indus-
trial moderno, el moderno yugo del capital, que es el

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mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica
que en Alemania, despoja al proletariado de todo carác-
ter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él
meros prejuicios burgueses detrás de los cuales se ocul-
tan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse do-
minantes trataron de consolidar la situación adquirida so-
metiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo
de apropiación.
Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas produc-
tivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación en vi-
gor y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta
nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguar-
dar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido
garantizando y asegurando la propiedad privada existente.
Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados
por minorías o en provecho de minorías. El movimiento
proletario es un movimiento propio de la inmensa mayo-
ría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado,
capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse,
no puede incorporarse sin hacer saltar toda la superestruc-
tura formada por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha
del proletariado contra la burguesía es primeramente una
lucha nacional.
Es natural que el proletariado de cada país deba acabar
en primer lugar con su propia burguesía.
Al esbozar las fases más generales del desarrollo del pro-
letariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o
menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad
existente, hasta el momento en que se transforma en una
revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la
violencia a la burguesía, implanta su dominación.

45
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han
descansado en el antagonismo entre clases opresoras y
oprimidas.
Pero para poder oprimir a una clase es preciso asegu-
rarle unas condiciones que le permitan, por lo menos,
arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno
régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna,
lo mismo que el pequeñoburgués llegó a elevarse a la ca-
tegoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El
obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el
progreso de la industria, desciende siempre más y más por
debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El
trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rá-
pidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues,
evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desem-
peñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de
imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de
existencia de su clase. No es capaz de dominar porque no
es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera
dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada
a dejarlo decaer hasta el punto de tener que mantenerlo,
en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no pue-
de seguir viviendo bajo su dominación; lo que equivale a
decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo,
incompatible con la de la sociedad.
La condición esencial de la existencia y de la domina-
ción de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza
en manos de particulares, la formación y el acrecenta-
miento del capital. La condición de existencia del capi-
tal es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa
exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre
sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, in-
capaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el

46
aislamiento de los obreros, resultante de la competencia,
por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así,
el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la
burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia
lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus pro-
pios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del prole-
tariado son igualmente inevitables.

II. PROLETARIOS Y COMUNISTAS

¿Qué relación guardan los comunistas con los proleta-


rios en general? Los comunistas no forman un partido
aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses propios que se distingan de los inte-
reses generales del proletariado.
No proclaman principios especiales14 a los que quisie-
ran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos
proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas na-
cionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses
comunes a todo el proletariado, independientemente de la
nacionalidad; y por otra parte, en que, en las diferentes fases
de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la
burguesía, representan siempre los intereses del movimiento
en su conjunto. A la hora de la acción, los comunistas son,
pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos
los países, el sector que siempre impulsa adelante15 a los de-
más; en el aspecto teórico, tienen sobre el resto del proletaria-
do la ventaja de su clara visión de las condiciones, la marcha y
los resultados generales del movimiento proletario.

14. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “especiales” dice “sectarios”.


15. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “que siempre impulsa adelante” dice
“más avanzado”.

47
El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que
el de todos los demás partidos proletarios: constitución de
los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación
burguesa, conquista del poder político por el proletariado.
Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en
modo alguno en ideas y principios inventados o descu-
biertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino
la expresión de conjunto de las condiciones reales de una
lucha de clases existente, de un movimiento histórico que
se está desarrollando ante nuestros ojos.
La abolición de las relaciones de propiedad existentes
desde antes no es una característica propia del comunis-
mo. Todas las relaciones de propiedad han sufrido cons-
tantes cambios históricos, continuas transformaciones
históricas. La revolución francesa, por ejemplo, abolió la
propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa.
El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de
la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad
burguesa.
Pero la propiedad privada burguesa moderna es la últi-
ma y más acabada expresión del modo de producción y de
apropiación de lo producido basado en los antagonismos
de clase, en la explotación de los unos por los otros16. En
este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en
esta fórmula única: abolición de la propiedad privada.
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir
la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo
propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad,
actividad e independencia individual.
¡La propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo
personal! ¿Os referís acaso a la propiedad del pequeñobur-

16. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “la explotación de los unos por los otros”
dice “la explotación de la mayoría por la minoría”.

48
gués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que
ha precedido a la propiedad burguesa? No tenemos que
abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y está
aboliéndola a diario.
¿O tal vez os referís a la propiedad privada burguesa mo-
derna? ¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo del proleta-
rio, crea propiedad para el proletario? De ninguna manera.
Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al
trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a con-
dición de producir nuevo trabajo asalariado, para volver
a explotarlo. En su forma actual, la propiedad se mueve
en el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado.
Examinemos los dos términos de este antagonismo.
Ser capitalista significa ocupar no sólo una posición
puramente personal en la producción, sino también una
posición social. El capital es un producto colectivo; no
puede ser puesto en movimiento sino por la actividad
conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en últi-
ma instancia, sólo por la actividad conjunta de todos los
miembros de la sociedad.
El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza
social.
En consecuencia, si el capital es transformado en pro-
piedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la
sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma
en propiedad social.
Sólo cambia el carácter social de la propiedad. Ésta pier-
de su carácter de clase.
Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del
salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia
indispensables al obrero para conservar su vida como tal
obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se

49
apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita
para la mera reproducción de su vida.
No queremos de ninguna manera abolir esta apropia-
ción personal de los productos del trabajo, indispensables
para la mera reproducción de la vida humana (apropia-
ción, por otro lado, que no deja ningún beneficio líquido
que pueda dar un poder sobre el trabajo de otro). Lo que
queremos suprimir es el carácter miserable de esa apropia-
ción, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar
el capital, y tan sólo en la medida en que el interés de la
clase dominante exige que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que
un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la so-
ciedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un
medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de
los trabajadores.
De este modo, en la sociedad burguesa el pasado do-
mina sobre el presente; en la sociedad comunista es el
presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad
burguesa el capital es independiente y tiene personalidad,
mientras que el individuo que trabaja carece de indepen-
dencia y está despersonalizado. ¡Y la burguesía dice que
la abolición de semejante estado de cosas es la abolición
de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se
trata, efectivamente, de abolir la personalidad burguesa,
la independencia burguesa y la libertad burguesa.
Por libertad, en las condiciones actuales de la produc-
ción burguesa, se entiende la libertad de comercio, la li-
bertad de comprar y vender. Desaparecida la compraven-
ta, desaparecerá también la libertad de compraventa. Las
declamaciones sobre la libertad de compraventa, lo mis-
mo que las demás bravatas liberales de nuestra burguesía,
sólo tienen sentido aplicadas a la compraventa encadena-

50
da y al burgués sojuzgado de la Edad Media; pero no ante
la abolición comunista de la compraventa de las relacio-
nes de producción burguesas y de la propia burguesía.
Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad pri-
vada.
Pero, en vuestra sociedad actual, la propiedad privada
está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros;
precisamente porque no existe para esas nueve décimas
partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de
propiedad que no puede existir sino a condición de que la
inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.
En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra
propiedad.
Efectivamente, eso es lo que queremos.
Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no
puede ser convertido en capital, en dinero, en renta de la
tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser
monopolizado; es decir, desde el instante en que la propie-
dad personal no puede transformarse en propiedad bur-
guesa, desde ese instante la personalidad queda suprimida.
Reconocéis, pues, que por personalidad no entendéis
sino al burgués, al propietario burgués. Y esta persona-
lidad ciertamente debe ser suprimida. El comunismo no
arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos
sociales; no quita más que el poder de sojuzgar por medio
de esta apropiación el trabajo ajeno.
Se ha objetado que con la abolición de la propiedad
privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indo-
lencia general.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad
burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería,
puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que
adquieren no trabajan.

51
Toda la objeción se reduce a esta tautología: no hay tra-
bajo asalariado donde no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de
apropiación y de producción de bienes materiales se hacen ex-
tensivas igualmente respecto a la apropiación y a la producción
de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el
burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la
desaparición de toda producción, la desaparición de la cultura
de clase significa para él la desaparición de toda cultura.
La cultura cuya pérdida deplora no es para la inmensa
mayoría de los hombres más que el adiestramiento que
los transforma en máquinas.
Pero no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la
abolición de la propiedad burguesa el criterio de vues-
tras nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc.
Vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de
producción y de propiedad burguesas, como vuestro de-
recho no es más que la voluntad de vuestra clase erigida
en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las
condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes
eternas de la Naturaleza y de la Razón las relaciones sociales
dimanadas de vuestro modo de producción y de propiedad
—relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso
de la producción—, la compartís con todas las clases domi-
nantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propie-
dad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os
atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Querer abolir la familia! Hasta los más radicales se in-
dignan ante este infame designio de los comunistas.
¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burgue-
sa? En el capital, en el lucro privado. La familia plenamen-
te desarrollada no existe más que para la burguesía; pero

52
encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda
familia para el proletariado y en la prostitución pública.
La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de
existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con
la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los
hijos por sus padres? Confesamos este crimen.
Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos, sus-
tituyendo la educación doméstica por la educación social.
Y vuestra educación, ¿no está también determinada por
la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a
vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de
la sociedad a través de la escuela, etc.? Los comunistas no
han inventado esta intromisión de la sociedad en la edu-
cación; no hacen más que cambiar su carácter y arrancar
la educación a la influencia de la clase dominante.
Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educa-
ción, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus
hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran in-
dustria destruye todo vínculo de familia para el proletario
y transforma a los niños en simples artículos de comercio,
en simples instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer
la comunidad de las mujeres! —nos grita a coro toda la
burguesía.
Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un ins-
trumento de producción. Oye decir que los instrumentos
de producción deben ser de utilización común, y, natu-
ralmente, no puede por menos de pensar que las mujeres
correrán la misma suerte con la socialización.
No sospecha que se trata precisamente de acabar con
esa situación de la mujer como simple instrumento de
producción.

53
Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ul-
tramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida
comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los
comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de in-
troducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha
existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su dis-
posición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar
de la prostitución oficial, encuentran un placer singular
en seducir mutuamente las esposas.
El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de
las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de
querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócrita-
mente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es
evidente, por otra parte, que con la abolición de las relacio-
nes de producción actuales desaparecerá la comunidad de
las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución
oficial y no oficial.
Se acusa también a los comunistas de querer abolir la
patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar
lo que no poseen. Pero, en la medida que el proletariado
debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse
a la condición de clase nacional17, constituirse en nación,
todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sen-
tido burgués.
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los
pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la
burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial,
con la uniformidad de la producción industrial y las condi-
ciones de existencia que le corresponden.

17. En la edición inglesa de 1888, en lugar de “elevarse a la condición de clase nacio-


nal” dice “elevarse a la condición de clase dirigente de la nación”.

54
El dominio del proletariado los hará desaparecer más
deprisa todavía. La acción común, al menos de los paí-
ses civilizados, es una de las primeras condiciones de su
emancipación.
En la misma medida en que sea abolida la explotación
de un individuo por otro, será abolida la explotación de
una nación por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el
interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las
naciones entre sí.
En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comu-
nismo, partiendo del punto de vista de la religión, de la
filosofía y de la ideología en general, no merecen un exa-
men detallado.
¿Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender
que con toda modificación en las condiciones de vida, en las
relaciones sociales, en la existencia social, cambian también
las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la
conciencia del hombre? ¿Qué demuestra la historia de las
ideas sino que la producción intelectual se transforma con
la producción material? Las ideas dominantes en cualquier
época siempre han sido las ideas de la clase dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una so-
ciedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno
de la vieja sociedad se han formado los elementos de una
nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con
la disolución de las antiguas condiciones de vida.
En el ocaso del mundo antiguo, las viejas religiones
fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando, en el
siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas por las
ideas de la Ilustración, la sociedad feudal libraba una
lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucio-
naria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de con-

55
ciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre
concurrencia en el dominio del saber.
“Sin duda —se nos dirá—, las ideas religiosas, mora-
les, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., se han ido modi-
ficando en el curso del desarrollo histórico. Pero la reli-
gión, la moral, la filosofía, la política, el derecho se han
mantenido siempre a través de estas transformaciones.
Existen, además, verdades eternas, tales como la libertad, la
justicia, etc., que son comunes a todo estado de la sociedad.
Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas,
quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una
forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo
histórico anterior”.
¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas
las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve
en medio de contradicciones de clase, de contradicciones
que revisten formas diversas en las diferentes épocas.
Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contra-
dicciones, la explotación de una parte de la sociedad por
la otra es un hecho común a todos los siglos anteriores.
Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la
conciencia social de todos los siglos, a despecho de toda
variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre
dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas for-
mas —formas de conciencia—, que no desaparecerán
completamente más que con la desaparición definitiva
de los antagonismos de clase.
La revolución comunista es la ruptura más radical
con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de
extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de
la manera más radical con las ideas tradicionales. Pero
dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al
comunismo. Como ya hemos visto más arriba, el primer

56
paso de la revolución obrera es la elevación del proleta-
riado a clase dominante, la conquista de la democracia.
El proletariado se valdrá de su dominación política para
ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital,
para centralizar todos los instrumentos de producción en
manos del Estado, es decir, del proletariado organizado
como clase dominante, y para aumentar con la mayor
rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. Esto,
naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que
por una violación despótica del derecho de propiedad y
de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la
adopción de medidas que desde el punto de vista econó-
mico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en
el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas18 y
serán indispensables como medio para transformar radi-
calmente todo el modo de producción.
Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los
diversos países.
Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser pues-
tas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:
1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo
de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
2. Fuerte impuesto progresivo.
3. Abolición del derecho de herencia.
4. Confiscación de la propiedad de todos los emigra-
dos y sediciosos.
5. Centralización del crédito en manos del Estado por
medio de un Banco nacional con capital del Estado y
régimen de monopolio.
6. Centralización en manos del Estado de todos los
medios de transporte.

18 En la edición inglesa de 1888, después de las palabras “sobrepasarán a sí mismas”


ha sido añadido “se hará necesario continuar los ataques al viejo régimen social”.

57
7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecien-
tes al Estado y de los instrumentos de producción, ro-
turación de los terrenos incultos y mejoramiento de
las tierras, según un plan general.
8. Obligación de trabajar para todos; organización de ejér-
citos industriales, particularmente para la agricultura.
9. Combinación de la agricultura y la industria; medi-
das encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la
diferencia entre la ciudad y el campo19.
10. Educación pública y gratuita de todos los niños;
abolición del trabajo infantil en las fábricas tal como
se practica hoy; régimen de educación combinado con
la producción material, etc.

Una vez que en el curso del desarrollo hayan desapare-


cido las diferencias de clase y se haya concentrado toda
la producción en manos de los individuos asociados, el
poder público perderá su carácter político. El poder polí-
tico, hablando propiamente, es la violencia organizada de
una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra
la burguesía el proletariado se constituye indefectible-
mente en clase, si mediante la revolución se convierte en
clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime
por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime,
al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las
condiciones para la existencia del antagonismo de clase y
de las clases en general, y, por tanto, su propia domina-
ción como clase.

19. En la edición de 1848 se decía “la oposición entre la ciudad y el campo”. En la


edición de 1872 y en las ediciones alemanas posteriores, la palabra “oposición” fue
sustituida por la palabra “diferencias”. En la edición inglesa de 1888, en lugar de las
palabras “contribución a la desaparición gradual de las diferencias entre la ciudad y el
campo” se decía “desaparición gradual de las diferencias entre la ciudad y el campo
mediante una distribución más uniforme de la población por el país”.

58
En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus
clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación
en que el libre desarrollo de cada uno será la condición del
libre desarrollo de todos.

III. LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA

1. EL SOCIALISMO REACCIONARIO

A) EL SOCIALISMO FEUDAL
Por su posición histórica, las aristocracias francesa e in-
glesa estaban llamadas a escribir libelos contra la moderna
sociedad burguesa.
En la revolución francesa de julio de 1830 y en el mo-
vimiento inglés por la reforma parlamentaria20, habían
sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado ad-
venedizo. En adelante no podía hablarse siquiera de una
lucha política seria. No les quedaba más que la lucha li-
teraria. Pero, también en el terreno literario, la vieja fra-
seología de la época de la Restauración21 había llegado a
ser inaplicable. Para crearse simpatías, era menester que
la aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios
intereses y que formulara su acta de acusación contra la
burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Se
dio de esta suerte la satisfacción de componer canciones
satíricas contra su nuevo amo y de musitarle al oído pro-
fecías más o menos siniestras.
20. Se trata de la reforma del derecho electoral. El bill de ésta fue aprobado por la
Cámara de los comunes inglesa en 1831 y reafirmado definitivamente por la de los
lores en junio de 1832. La reforma estaba dirigida contra el monopolio político de la
aristocracia agraria y financiera y dio acceso al Parlamento a los representantes de la
burguesía industrial. El proletariado y la pequeña burguesía, que habían sido la fuerza
principal en la lucha por la reforma, quedaron engañados por la burguesía liberal y no
recibieron derechos electorales.
21. No se trata aquí de la Restauración inglesa de 1660-1689, sino de la francesa de
1814-1830. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).

59
IV. ACTITUD DE LOS COMUNISTAS RESPECTO
A LOS DIFERENTES PARTIDOS DE OPOSICIÓN

Después de lo dicho en el capítulo II, la actitud de los


comunistas respecto de los partidos obreros ya constitui-
dos se explica por sí misma, y por tanto su actitud res-
pecto de los cartistas de Inglaterra y los partidarios de la
reforma agraria en América del Norte.
Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e inte-
reses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiem-
po, defienden también, dentro del movimiento actual, el
porvenir de ese movimiento.
En Francia, los comunistas se suman al Partido Socialista
Democrático36 contra la burguesía conservadora y radical,
sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las ilusio-
nes y los tópicos legados por la tradición revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que este
partido se compone de elementos contradictorios, en par-
te de socialistas democráticos, al estilo francés, y en parte
de burgueses radicales.
Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que
ve en una revolución agraria la condición de la liberación

36. En aquel entonces, este partido estaba representado por Ledru-Rollin, en la lite-
ratura por Luis Blanc37 y en la prensa diaria por La Réforme. El nombre de Socialista
Democrático significaba, en boca de sus inventores, la parte del Partido Democrá-
tico o Republicano que tenía un matiz más o menos socialista. (Nota de F. Engels a
la edición inglesa de 1888).
Lo que se llamaba entonces en Francia el Partido Socialista Democrático estaba re-
presentado en política por Ledru-Rollin y en la literatura por Luis Blanc; hallábase,
pues, a cien mil leguas de la socialdemocracia alemana de nuestro tiempo. (Nota de
F. Engels a la edición alemana de 1890).
37. Ledru-Rollin, Alejandro Augusto (1807-1874): publicista y político francés, uno
de los líderes de los demócratas pequeñoburgueses; director del periódico La Réfor-
me; miembro del Gobierno Provisional en 1848.
Blanc, Luis (1811-1882): historiador y socialista pequeñoburgués francés, perso-
nalidad de la revolución de 1848-1849, que se pronunciaba por la conciliación con
la burguesía.

73
nacional; es decir, al partido que provocó en 184638 la
insurrección de Cracovia.
En Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la
burguesía, en tanto que ésta actúa revolucionariamente
contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feu-
dal y la pequeña burguesía reaccionaria.
Pero jamás, en ningún momento, se olvida este partido
de inculcar a los obreros la más clara conciencia del antago-
nismo hostil que existe entre la burguesía y el proletariado,
a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inme-
diato las condiciones sociales y políticas que forzosamente
ha de traer consigo la dominación burguesa en otras tantas
armas contra la burguesía, a fin de que, tan pronto sean
derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience
inmediatamente la lucha contra la misma burguesía.
Los comunistas fijan su principal atención en Alema-
nia porque Alemania se halla en vísperas de una revo-
lución burguesa y porque llevará a cabo esta revolución
bajo las condiciones más progresivas de la civilización
europea en general, y con un proletariado mucho más
desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de
Francia en el XVIII, y, por lo tanto, la revolución bur-
guesa alemana no podrá ser sino el preludio inmediato
de una revolución proletaria.
En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo
movimiento revolucionario contra el régimen social y po-
lítico existente.
En todos estos movimientos, ponen en primer término, como
aspecto fundamental, la cuestión de la propiedad, cualquiera que
sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista.

38. Los principales iniciadores de la insurrección, que se preparaba en las provincias


polacas en febrero de 1846 con el fin de lograr la liberación nacional de Polonia, eran
los demócratas revolucionarios polacos.

74
En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la
unión y el acuerdo entre los partidos democráticos de to-
dos los países.
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y
propósitos.
Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden
ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden
social existente. Las clases dominantes pueden temblar
ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen
nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en
cambio, un mundo que ganar.

¡proletarios de todos los países, uníos!

Escrito por C. Marx y F. Engels en


diciembre de 1847-enero de 1848.
Publicado por vez primera en folleto
aparte en alemán en Londres, en febrero de 1848.

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