Chiquinquirá 2021

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 11

3.997.

095 = 9540

4.007.755 = 10660
185.363.869 = 497610

Almas: María Yolanda Pacheco Suárez y Nelson Daza.

Novenario 6: Raúl Jiménez Ariza


Treintena 10: Gonzalo Lancheros

Salud: Marcos Ávila Nieto


Salud: Clementina Muñoz.
Salud: Hildebrando Pinzón
Salud: Liliana Orozco Caro
Salud familias: Chaparro, Martínez, Molano, Pacheco, Suárez, Gómez
Salud: Mercedes Chaparro.
Salud: Luz Marina Pacheco.
Salud de Rafael Montoya
SALUD: Diana Chaparro
Sanación del árbol genealógico de la familia Moreno Hernández

TERCER DIA NOVENA DEL CARMEN

Oh Madre de piedad y de misericordia, beatísima Virgen María, yo


miserable e indigno pecador a Vos acudo con todo el corazón y con todo
el afecto, y ruego a vuestra piedad que, así como asististeis a vuestro
Hijo pendiente en la cruz, de la misma manera os dignéis asistirme con
clemencia a mí, miserable pecador, y a todos los fieles que reciben el
sacratísimo cuerpo de vuestro Hijo, para que, ayudados de vuestra
gracia, podamos recibirlo digna y fructuosamente. Por el mismo Cristo
Señor nuestro. Así sea.
HECHOS HISTÓRICOS Y DATOS CRONOLÓGICOS DEL SANTUARIO DE LA VIRGEN DEL ROSARIO DE
CHIQUINQUIRÁ

1. HISTORIA DEL LIENZO Y PINTURA DE LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

En 1550 llegó a Tunja, procedente de España, el dominico fray Andrés Jadraque. Movido por un
ardiente deseo misionero, el joven dominico pidió al superior del Convento Dominicano de Tunja,
fray Francisco López Camacho, que le permitiera ir a los pueblos que él designara para predicar el
Evangelio a los paganos. Fue enviado, entonces, al “partido” –comarca- de Tinjacá.

El pueblo de Suta –hoy Sutamarchán, cerca de Villa de Leyva, en el departamento de Boyacá,


perteneciente a este partido, en 1555, estaba encomendado a un conquistador español llamado
Antonio de Santa Ana, quien hospedaba en su casa a fray Andrés.

Deseoso de tener en su oratorio una imagen de la Virgen del Rosario, le encargó al hermano
dominico que buscara un pintor que le hiciese dicha imagen. Para cumplir con el encargo del
encomendero Antonio, fray Andrés viajó a la ciudad de Tunja, donde halló al platero Alonso de
Narváez, que entendía de pintura. Dispuso con él pintar la imagen de Nuestra Señora del Rosario con
túnica colorada y manto azul, el Niño Jesús en los brazos y la luna a los pies, por un precio de 20
pesos de plata.

En 1562 (24 años después), Narváez tomó una manta de algodón tejida por los indígenas de la
región, de 1.25 metros de alto por 1.39 metros de ancho, y pintó al temple, mixturando tierra de
diferentes colores con el zumo de algunas plantas y flores, la imagen de la Virgen del Rosario. La
altura de la imagen es de 1.10 metros y la disposición de su cuerpo es peregrina; tiene un niño Jesús
y el niño tiene en la mano un jilguerito con un rosario que cuelga de la misma mano.

Como este género de tejido tiene más de ancho que de largo, pintada la imagen de la Virgen, quedó
un espacio considerable a ambos lados de la pintura de la Virgen. Fray Andrés Jadraque y Alonso de
Narváez dispusieron que al lado derecho se pintara la imagen de san Antonio de Padua, por ser el
santo de Antonio de Santa Ana, que costeaba la pintura; y al lado izquierdo la de san Andrés
Apóstol, el santo del hermano dominico, que la solicitaba y había buscado los colores.

Alonso de Narváez nació en Alcalá de Guadaira, localidad cercana a Sevilla (España).

Este es el origen de aquel prodigioso lienzo de Nuestra Señora de Chiquinquirá, imagen taumaturga
de todo el Nuevo Reino de Granada, y su tesoro de continuas maravillas hasta nuestros días.

El hermano dominico Andrés Jadraque volvió a Suta llevando consigo la pintura de la Virgen y se la
entregó al Encomendero Antonio de Santa Ana, quien observándola no le desagradó y de inmediato
ordenó ponerla en su capilla. Por ser una capilla pajiza, se descubrió por aquella parte que estaba la
imagen, y entrando el agua, el sol y el sereno, la pintura se borró de suerte que sólo quedaron unas
manchas confusas que indicaban que en esa tela había estado pintada alguna figura.
En 1578, el cura del pueblo, Juan Alemán de Leguizamón, entró en la capilla de Antonio de Santa Ana
y al observar el cuadro de la Virgen pintado por Narváez, lo hizo quitar por encontrarlo deteriorado,
indecoroso e impropio para tenerlo en el altar del oratorio, y colocó en su lugar un santo Cristo, que
después fue a parar al templo de Suta. Entonces, tomaron el lienzo y lo botaron entre trastos viejos,
enjalmas y demás objetos inservibles.

Veamos lo que nos dice el Padre Pedro Tobar y Buendía, primer historiador y escritor de la historia de
la Virgen del Rosario de Chiquinquirá:

“Pasáronse algunos años, y por el de 1576 se reconoció que la Imagen de Nuestra Señora del Rosario
estaba ya desfigurada, borrada y perdidos los colores, de manera que parecía muy antigua, porque el
lienzo en que estaba pintada estaba ya muy maltratado y con 6 roturas en esta forma: una tenía de
cuatro dedos de ancho y tres de largo en la punta de la manga de la túnica, en el brazo derecho de
la Virgen; otra de cinco dedos de larga y tres de ancho, tenía debajo de la mano izquierda, donde
tiene recogido el mundo; otra del tamaño de un real de a ocho, cerca de sus santísimos pies; otra
más grande en la rodilla derecha de San Andrés, apóstol; otra, de cuatro dedos de largo y poco
menos de tres de ancho, en el campo que media entre la Virgen y San Anto- nio de Padua, y había
otra del tamaño de un real sencillo cerca del pie izquierdo del mismo santo. Y, además de estas
roturas, tenía el lienzo otras pequeñas en diferentes partes; según lo certifica el Padre Francisco
Pérez, clérigo presbítero, en las informaciones hechas en la ciudad de Tunja, por comisión del Señor
Arzobispo don Fr. Luis Zapata de Cárdenas, el año de 1588, y como testigo de vista, dijo haber visto la
Imagen de la Madre de Dios del Rosa- rio, de la manera que tenemos referido, habiendo ido por Cura
del pueblo de Suta el año de 1576, y que el lienzo en que estaba pintada la Imagen estaba maltratado
y roto en las par- tes dichas, a causa de haberse mojado muchas veces, por haber tenido poca
cuenta de empajar la capilla antes que fuera por Cura, porque en el altar donde estaba, entraba,
cuando llovía, mucha agua, que caía sobre el lienzo”

Muchos años el lienzo estuvo olvidado entre el polvo y al ultraje del maltrato que sufren los trastes
de la despensa de una casa de campo. Según la declaración de algunas personas, el lienzo fue
utilizado para secar trigo al sol. Este trato causó grandes agujeros en la tela. De alguna manera, quizá
envolviendo alguna carga sobre el lomo de una bestia, el lienzo llegó a Aposentos de Chiquinquirá,
propiedad del Encomendero Antonio de Santa Ana, hacia 1585, donde siguió recibiendo el mismo
trato anterior.

Habiendo muerto el encomendero Antonio de Santa Ana, su esposa, doña Catalina García de Irlos,
se dirigió a Aposentos de Chiquinquirá donde fijó su residencia habitual.

Hacia 1585 llegó de España Francisco Aguilar Santana, sobrino del encomendero Antonio de Santa
Ana, trayendo consigo a su cuñada María Ramos y su hija Felipa de los Reyes. María Ra- mos era
natural de Guadalcanal, mujer de Pedro de Santa Ana que, por hallarse viviendo con otra mujer en
Tunja, no fue bien recibida de su marido, y tuvo que acudir a la caridad y compañía de Catalina de
Irlos, en aposentos de Chiquinquirá, quien, conociendo de sus virtudes cristianas, la trató con
consideración, respeto y cariño .
Siendo muy devota de la Santísima Virgen, María Ramos buscó en la casa un lugar adecua- do para
hacer su oración, y encontró un oratorio tan descuidado que parecía una pesebrera en la que
entraban y salían los animales de la finca. Al asear y organizar todo el recinto, María Ramos
descubrió tirado por el suelo un bastidor, desarmado y con una tela tan rota, ajada, borrada y
destruida, que no supo entonces de qué santo era. Pero, pensando que aquella tela podría haber
contenido la pintura de alguna imagen de Nuestra Señora, de quien era muy devota, junto con una
criada compuso el marco lo mejor que pudo, lo puso en alto sobre el altar y lo aseguró en unas cañas
con unas gruesas cabuyas, dándole cuatro o cinco nudos. Estaba en esta labor cuando alguien se
acercó y le contó a la devota mujer que en esa tela había sido pintada la imagen de la Virgen del
Rosario. Muy afligida por el descuido en que había estado la Madre de Dios, le contó a Catalina
García de Irlos todo lo concerniente a las vicisitudes del cuadro. Ya consolada María Ramos por ver el
cuadro libre de los animales y colocado en un sitio más decente, frecuentaba varias veces al día la
capilla para hacer allí su oración.

Llegó la Navidad del año de 1586, en que María Ramos padeció la aflicción de no tener quien la
confesase y no poder recibir la sagrada eucaristía. Con muchas lágrimas expresaba a la Madre de Dios
el pesar que sentía por todo esto y porque no veía ni un rasgo siquiera de su imagen entre las líneas
de la pintura. Miraba y volvía a mirar el cuadro y como no viese lo que tanto anhelaba, exclamaba:
“¿Hasta cuándo, Rosa del Cielo, habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os
manifestéis y dejéis al descubierto, para que mis ojos se regalen en vuestra soberana hermosura, que
llena de gustos y alegrías mi alma?”. Estas afectuosas palabras repetía María Ramos todos los días,
hasta que por fin fueron benignamente escuchadas en la pascua de navidad, el viernes 26 de
diciembre de 1586, cuando a eso de las 9 de la mañana se realizó el acontecimiento milagroso de la
renovación del Lienzo de la Virgen.

2. MILAGRO DE LA RENOVACIÓN DEL LIENZO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN – 26 DE DICIEMBRE DE


15867
María Ramos continuaba fervientemente sus plegarias diarias. El viernes 26 de diciembre de 1586,
habiendo estado orando en la capilla por más de dos horas, como era su costumbre, entre las ocho y
nueve de la mañana, pidió a la Santísima Virgen, con más insistencia, amor y lágrimas que nunca,
permitiese dejar manifestar su celestial imagen en aquella tela destrozada. Se levantó de su asiento y
se dirigió hacia fuera del oratorio, presurosa por ir a visitar a una pobre ciega.

Hacia esta misma hora, pasaba por el frente de la capilla una india con un niño de cinco años tomado
de su mano. Al pasar por la puerta de la capilla dijo el niño a la mujer que lo llevaba: ¡Mire, mire!
Miró la mujer hacia el altar de la capilla y vio que el cuadro de Nuestra Señora estaba en el suelo, de
pie, despidiendo de sí muchos rayos de luz, de manera que llenaba de claridad todo el recinto. La
mujer muy asustada comenzó a gritar a María Ramos, que se retiraba del lugar:

“Mire, mire, Señora, que la Madre de Dios se ha bajado de su sitio y está en vuestro asiento, y
parece que se está quemando”. Volvió María Ramos la cara y vio que el cuadro estaba de la manera
que se le decía. Admirada de ver tan maravilloso prodigio, llena de asombro y derramando lágrimas,
fue corriendo al altar y arrojándose a los pies del cuadro de la Santísima Virgen, con mucho temor,
puso los ojos en él, y vio cumplidos sus deseos, pues estaba patente la imagen de la Madre de Dios
con una hermosura sin igual y con unos colores muy vivos y despidiendo de sí grandísimo
resplandor, pues, bañando de luz a los santos que tenía a los lados, llenaba de claridad toda la
capilla, y a María Ramos de un celestial consuelo.

Estaba la milagrosa imagen un poco inclinada hacia el altar en el mismo sitio en que la piadosa
María Ramos solía estar de rodillas y acababa de orar. Tenía el rostro muy encendido, San Andrés y
San Antonio muy mejorados de facciones y toda la pintura renovada completamente. Sin embargo,
quedaron por entonces en el cuadro las roturas y pequeños agujeros que antes tenía.

El Padre Pedro Tobar, quien narra lo siguiente:

El lienzo, en que está pintada es una manta de algodón, que tiene de alto vara y cuarta, y de ancho
vara y tres cuartas poco menos; la estatura de la Madre de Dios es de 5 palmos, la disposición de su
santísimo cuerpo es peregrina, las proporcionadas facciones de su rostro son soberanas, y el todo
de hermosura tan superior que causa asombro y pasmo a cuantos la ven, con una gravedad tan
majestuosa, acompañada de tan agradable y extremada modestia y compostura, que arrebata los
ojos y la atención, embelesa los entendimientos y se roba los corazones tan insensiblemente, que lo
mismo es poner en ella la vista, que quedar presa de sus afectos la voluntad. Solo quien la ha visto y
experimentado este su poderoso atractivo, puede hacer entero concepto de esta verdad.

Tiene esta Señora los ojos casi cerrados, e inclinados con el rostro a su precioso Hijo, que tiene
sobre el brazo izquierdo en graciosa disposición, y tan a lo natural, que parece más vivo que
pintado; en cuya mano derecha tiene un hilo, que pende del pie de un pajarito de varios colores,
que está pintado sobre el pecho de su Santísima Madre: de cuyo rostro el color casi es
indeterminable a la vista, y a lo que parece, es al blanco color de perla: tiene en su soberana
cabeza una toca blanca, que dejándole descubierto todo el rostro, y la garganta, cae por los lados
en bien sombreados dobleces, y se recoge sobre el pecho. En la mano derecha tiene un Rosario de
color de coral; los trazos del ropaje son primorosos, porque la túnica es de color rosado claro con
sombras de carmín oscuro, y del mismo color es el paño, en que está envuelto el niño Jesús del
medio cuerpo para abajo, y para arriba está desnudo. El manto es de color azul celeste, y baja de
los hombros por los lados, recogiéndole la punta del derecho, debajo del brazo izquierdo, y a sus
santísimos pies tiene una luna con las puntas para arriba.

En los gloriosos santos san Andrés Apóstol y san Antonio de Padua, que están pintados a los lados
de la Madre de Dios, hay también mucho que admirar, así en la hermosura de sus rostros como en
la primorosa disposición de sus cuerpos: está san Andrés al lado izquierdo, vuelto el rostro hacia la
Santísima Virgen muy grave y severo, con los ojos puestos en un libro, que tiene abierto en la
mano derecha, con tanta propiedad que parece que está leyendo, y debajo del brazo izquierdo
tiene la Santísima Cruz signo de su martirio; el color de la túnica es rosado encendido con oscuras
sombras de carmín; el manto que le ajusta al cuello es de color de muy fina grana, tiene des-
cubiertos los pies y la estatura es de cinco palmos.
Del mismo tamaño es la de san Antonio de Padua, que está al lado derecho de la Madre de Dios:
tiene el rostro penitente y devoto, y calada la capilla: en la mano izquierda tiene un libro cerrado, y
sobre él parado un niño Jesús, con el Mundo en la mano: en la derecha tiene el Santo una palma
verde, signo de su virginidad, y los pies descubiertos.

De esta manera quedó el milagroso lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá después de
su admirable renovación. Y así se ve la presente pintada su sacratísima imagen, y las de los gloriosos
santos. Y aunque después del milagro quedaron en el lienzo por algunos años las roturas y agujeros,
poco a poco se fueron cerrando, sin poderle percibir el modo; porque con la sutileza que la
naturaleza misma hace crecer las plantas sin percibirse el movimiento, así de milagro se fueron
cerrando, de tal manera que ya no se ve en aquel portento o lienzo ni un rasgo de las roturas que
tenía de antes, ni señal alguna de haberlos tenido, ni de que hayan sido resanados por artífice
humano; y solo se reconoce, haber sido toda esta obra del divino poder, que con solo un rasgo de su
pincel cerró los que tenía el lienzo, dejando acabada esta maravilla con los primores de su poderosa
mano, no solo en el aumento de la materia, que faltaba, cuanto en la pintura, que la llenase y
cubriese, repitiendo nuevos prodigios a los primeros: a los cuales se añade otro muy singular, que de
ordinario se experimenta; y es, que desde la grada del Altar se ve esta milagrosa imagen con tan
perfectas facciones, hermosura, y viveza de colores en toda la pintura, que excede toda ponderación,
y dejamos referido, y subiendo encima del Altar, para ver más de cerca aquel prodigio de mara- villas,
lo que se ve en el portentoso lienzo es un género de sombras de unos colores muer- tos, que parece,
haber sido lavadas, y las facciones del rostro de la Madre de Dios no se perciben con aquella
perfección que vista de lejos, desde donde atendida, no solamente se ve muy extremadamente
hermosa, y toda la pintura de vivos colores, sino que parece es la imagen de la Madre de Dios de
relieve, y que se sale del lienzo con hermosura, y grandiosidad tan divina, y colores tan inimitables,
que aunque muchos de los excelentes pintores que ha habido en aquel Reino han querido copiarla,
jamás han podido dibujarla con perfección, ni han sabido determinar si la pintura está al óleo o al
temple: porque parece lo uno, y lo otro, y no es lo que parece: Bastantemente se prueba esta verdad
con una declaración, que hizo como testigo de vista el Alferez Balthasar de Figueroa: pues siendo tan
primoroso pintor, como lo acreditan las obras, y queriendo sacar de esta milagrosa imagen un
retrato, se le turbó la vista, de manera que confesó públicamente a voces en la Iglesia no poder
principiar el bosquejo por la mucha turbación que le había causado la vista de esta Soberana Señora.
Y siendo el Autor Prior de su santa casa vio que sucedió casi lo mismo a Juan de Cifuentes, pintor,
pues habiendo querido a vista de la mi- lagrosa imagen, hacer de ella un retrato, le dio un trasudor y
temor tan grande, que no se atrevió a dar pincelada alguna; ni ha sido posible que pintor alguno haya
podido sacar de esta admirable imagen un diseño, que con ver- dad se diga, corresponde al original8.

Después del celestial acontecimiento de la re- novación del lienzo de la Virgen, se apagaron los
resplandores y el humo que despedía la milagrosa imagen desapareció. Pasada una hora, María
Ramos y quienes le acompañaban, con mucho temor y reverencia, alzaron el cuadro y lo colocaron
en el lugar en que estaba antes. Entonces fue cuando se dieron cuenta que los cordeles con que se
había asegurado el bastidor a la pared no estaban cortados o reventados, sino fuertes y enteros
como si alguien los hubiese desatado. Estaban observando esto, cuando llegó Catalina García con
otras personas de la casa, y viendo a la imagen santa con el rostro tan encendido y renovada de
colores, se quedó asombrada, se postró de rodillas y permaneció todo el día contemplando el
milagro y dando gracias al Cielo por tan singular maravilla. El rostro de la Madre santísima duró
encendido todo aquel día, y después quedó la sagrada imagen con toda la claridad y perfectos
lineamientos que hoy tiene, que son tan determinados y completos , a pesar de los más de 420 años
que han transcurrido desde aquel 26 de diciembre de 1586.

Corrió la fama de la aparición de la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá por todos
los pueblos circunvecinos. Vinieron los habitantes de Suta, que habían visto retirar el lienzo de la
capilla de Antonio de Santa Ana, y admirados de la renovación, admiraban la imagen y confesaban el
prodigio.

Todo el sitio gozó del privilegio de la renovación; porque siendo antes lugar de nieblas - como lo
significa en el idioma de los indios este nombre Chiquinquirá- y tan frío, que raras veces se
descubría el sol, siempre cubierto con nubes pardas, se mostró hasta en los frutos de trigo, maíz,
tubérculos y bellísimas flores, cuya amenidad alumbrada ya del sol, con luces más alegres sirve de
entretenimiento a la multitud de gentes, que de varias partes vienen a venerar a esta santísima
imagen.

El tacto es tan suave, como si llevara la mano por encima de felpa. Desde lejos parece de bulto, que
se aparta del lienzo; y de cerca parece un cielo toda la pintura: sin que haya pintor que la pueda
copiar con perfección. Es el tesoro de los prodigios, la oficina de continuas maravillas, el consuelo de
todos los afligidos, y como es la taumaturga imagen de todo este Nuevo Reino, es su corazón y las
niñas de sus ojos. Lo que resplandece con mayor admiración es lo mismo que experimentan los que
han tenido la dicha de haber entrado en la santísima Casa de Loreto, cual es la transmutación de los
espíritus, con suavísimos impulsos de amar a Dios y de reformar la vida.

Actualmente, el sagrado lienzo de la Virgen está adornado con joyas que han sido obsequiadas a la
Madre de Dios por sus hijos devotos.

Este fue el primer milagro, que se multiplicó posteriormente. María Ramos perseveró en la asistencia
y devoción con tan gran confianza, que ejecutaba a la Virgen por favores para los necesitados que
acudían a pedir remedio de sus miserias, ejercitando el oficio de sacristana, hasta que murió en olor
de santidad la sierva de Dios, quien fue sepultada a los pies de la Virgen de Chiquinquirá, hacia la
sacristía de la primera capilla.

Después de la renovación de la imagen de la Virgen María, se renovó también Chiquinquirá en un


lugar, como dice Zamora, donde el frío es moderado, el cielo limpio, el campo bello y florido, y de
lugar de niebla, que es lo que en el idioma de los indios significa el nombre de Chiquinquirá, y tan
frío, que se tenía por inhabitable, actualmente goza del claro cielo y buena temperatura, en que se
mira la suntuosidad del templo de la Virgen María y su riqueza interior, obra de belleza increíble, que
exigió mucho esfuerzo y sacrificio por varios decenios de los hijos de santo Domingo de Guzmán.

3. DESCRIPCIÓN DE LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE CHIQUINQUIRÁ


La imagen de la Virgen está pintada en un lienzo de algodón que tiene 1.25 metros de alto por 1.39
metros de ancho. El cuadro contiene tres imágenes: la Virgen del Rosario, en el centro, un poco
vuelta a la izquierda; San Antonio de Padua, a la derecha, mirando hacia la Vir- gen; y san Andrés,
Apóstol, a la izquierda, un poco inclinado hacia el centro. La Virgen, que sobresale en el conjunto,
tiene de alto 1.10 metros; las proporcionadas facciones de su rostro son soberanas; y el todo de su
hermosura tan superior que causa asombro y pasmo a cuantos la ven; con una gravedad tan
majestuosa, acompañada de tan agradable y extre- mada modestia y compostura, que arrebata los
ojos y la atención, embelesa los entendimientos y se roba los corazones tan insensiblemente, que lo
mismo es poner en ella la vista que quedar presa de sus afectos la voluntad.
Tiene esta Señora los ojos casi cerrados, con el rostro vuelto a su precioso Hijo, que tiene sobre el
brazo izquierdo en graciosa disposición y tan a lo natural que parece más vivo que pintado. Éste
suelta de la mano izquierda un pequeño rosario, y sustenta en el dedo índice de la mano derecha un
hilo que pende del pie de un pajarito de varios colores, que está pintado sobre el pecho de su
santísima Madre, de cuyo rostro el color es casi indeterminable a la vista y a lo que parece es el
blanco color de perla. Cubre su cabeza una toca blanca, que dejándole descubierto el rostro y el
cuello cae por los lados, viniendo a recogerse sobre el pecho en bien sombreados dobleces. Los
trazos del ropaje son primorosos, con una túnica de color rosado claro con sombras de carmín
oscuro, y del mismo color es el paño en que está envuelto el Niño Jesús de medio cuerpo para abajo,
y para arriba está desnudo. Un manto azul celeste cobija completamente sus hombros, el cual,
bajando con natural elegancia a la rodilla saliente, vuelve para ir a ple- garse bajo el brazo derecho,
llegando hasta el izquierdo, que sustenta al Niño casi sentado, donde penetrando un tanto bajo los
pies de éste y la mano de la Virgen, aparenta estar sostenido, descolgando suavemente las orillas,
expresión que hace aparecer a nuestra Señora en una actitud de peregrina. Y a sus santísimos pies
tiene una medialuna con las puntas para arriba. Si tiene corona, no se ve. Del dedo meñique de la
mano izquierda pende un rosa- rio, y el cetro, que sale de la diestra, descansa levemente sobre el
fémur del Niño, que va inclinándose hasta caer sobre el hombro derecho de la Madre.

En los gloriosos santos san Andrés Apóstol y san Antonio de Padua, que están pintados a los la- dos
de la Madre de Dios, hay también mucho que admirar, así en la hermosura de su rostro como en la
primorosa disposición de su cuer- po. Está san Andrés al lado izquierdo, vuelto el rostro hacia la
Santísima Virgen, muy grave y majestuoso, con los ojos puestos en un libro que tiene abierto en la
mano derecha, con tan- ta propiedad que parece que está leyendo; y debajo del brazo izquierdo
tiene la santísima Cruz, signo de su martirio, que sube desde el cuello y pasa más arriba de la cabeza
del san- to. El color de la túnica es rosado encendido con oscuras sombras de carmín. El manto que le
ajusta al cuello es de color purpúreo, que baja hasta la mitad del cuerpo formando pliegues. San
Antonio de Padua, de 1.05 metros de alto, está al lado derecho de la Madre de Dios. Sencillamente
vestido con su tosco hábito azul caído, tiene el rostro penitente y devoto y ca- lada la capilla. En la
mano izquierda tiene un libro cerrado y sobre él un Niño Jesús, sin ves- tido, que tiene en su tierna
mano un mundo que bendice con la diestra. Entre el brazo de- recho y el libro sostiene el mismo
santo el sím- bolo de su virginidad, el blanco lirio de la cas- tidad, que en forma de palma va a caer
sobre el mismo hombro. Los dos santos dejan ver los pies descalzos, pero en diferentes actitudes.

La imagen de la Madre Celestial que el precioso lienzo presenta es dulce y placentera al alma pura,
pero es tremenda al pecador; y de tal modo le corrige, que sin retraerlo de su presencia le inspira el
dolor y la compunción del corazón. Muchos con verla se arrepienten, otros que vienen en
peregrinación por sólo pasear y acompañar a sus familias, entrando a la basíli- ca se han sobrecogido
de tal manera que no han podido hallar sosiego hasta que se acercan al sacramento de la
reconciliación, alcanzando inexplicable gozo en su alma12.

Por otra parte, a cuatro siglos y medio de la hechura de la pintura, se puede afirmar que la anterior
descripción hecha por el Padre Tovar y Buendía, hace más de tres siglos, y un poco más de un siglo la
del padre Salvador Ruiz13, se ajustan muy bien a la realidad que hoy podemos observar.

Aunque de lejos no se percibe, a primera vista se descubren los vestigios que el agua dejó en su
tiempo, corriendo sea sobre los vestidos de los santos, sea por el medio. Visto de frente y de alguna
distancia lo que resulta son las tres imágenes, que parecen de bulto, ostentando
un colorido porte peregrino. Se destaca la Vir- gen, grave, severa y majestuosa, toda rodea- da de un
iris de resplandores, dejando comprender bajo su modesta actitud cierta dulzura inefable que se
desprende de sus ojos entreabiertos.

Se observa un fenómeno singular en esta maravillosa imagen; y es que, viéndola de lejos, se ve tan
perfecta como una escultura: las facciones sumamente perfectas y tal viveza de colores en toda la
pintura, que encanta y mueve instintivamente el corazón y los sentidos a un santo recogimiento; y
vista de cerca, subiendo sobre el altar, no se ve sino una figura oscura con ciertas sombras muertas y
ciertos rasgos confusos, que parecen haber sido lavados.

En la actualidad, la sagrada imagen de la Virgen, y el lienzo todo, están adornados con al- gunas joyas
que el amor filial y piedad de los fieles han obsequiado a la santa Madre. Conserva, también, varios
de los rotos y desperfectos que sufrió en la época de descuido allá en Suta y primeros años en
Chiquinquirá -de lo cual también da cuenta el padre Tobar y Buendía-, pero al parecer y
afortunadamente, ningún daño de consideración ha sufrido en los años corridos desde la renovación.
Esto es algo admirable, pues no siempre el lienzo ha estado exento de la incuria y de los desaciertos:

este precioso lienzo, muchas veces ha sido llevado y traído por las calles y caminos bajo el sol
ardiente, humedad y polvo; durante más de tres siglos no tuvo vidrio protector; también cuentan las
crónicas que durante todo ese período retocaron directamente en el lienzo miles y miles de niños, y
toneladas de flores y de objetos diversos; el reflejo de los flash al tomar fotografías, y dos, tres y
hasta cuatro bombillos (en algunas ocasiones con luz excesivamente intensa) alumbran de cerca la
sagrada imagen, día y noche, desde hace más de medio siglo, sin que la hayan debilitado gran cosa
en sus colores; durante muchos años y hasta 1985, el humo y el aceite de lámparas y velas
encendidas por los peregrinos colmaron el recinto.

1550. María Ramos Hernández nació en Guadalcanal de la Ronda, provincia de Sevilla, España.

1566. María Ramos se casó con Alonso de Hernández. De ese matrimonio nació en Sevilla (España)
Ana de los Reyes.
1572. María Ramos viuda de Hernández aparece casada con Pedro Santana. Con él tuvo un hijo que
nació en ese año.

1573. Los sobrinos de Antonio de Santana, Pedro y Francisco de Aguilar Santana, llegaron a Tunja.
Francisco regresó a España en 1583 para volver con María Ramos, la mujer de su hermano, en
1585.

1584. El 31 de julio. María Ramos Hernández de Santana presentó recurso de súplica mediante oficio
al príncipe Felipe donde pidió licencia para venir al Nuevo Reino de Granada con sus dos hijos y en
compañía de su cuñado y una criada.

“Muy poderoso Señor: María Ramos, vecina de Sevilla y mujer de Pedro de Santana, dice que atenta
que el dicho su marido está en el Nuevo Reino de Granada, en la ciudad de Tunja, en la cual reside, y
le ha enviado a llamar a ella y sus hijos con su hermano el dicho su marido, dice y suplica a Vuestra
Alteza la mande dar licencia para ella y para un hijo de edad de doce años, y una hija de diez y ocho
años, y que pueda llevar una criada para su servicio, en lo cual le fara Vuestra Alteza bien y merced
detalle ir y faced vida con sus marido. María Ramos. (Cf. Archivo General de Indias, Indiferente
general 1395, 1396).

“Expediente de concesión de licencia para pasar a Tunja a favor de María Ramos para vivir con su
marido Pedro de Santana” Archivo General de Indias. Ref. ES.41091 AGI/22.15.2164/INDIFERENTE
2094 N.4

1585. María Ramos Hernández de Santana llegó de España con su cuñado Francisco de Aguilar
Santana y se radicó en Tunja, Boyacá.

Nota: María Ramos se casó con Alonso Hernández de quien tuvo a Anita de los Reyes. Al quedar
viuda contrajo nuevas nupcias con Pedro Rivera de Santana, sobrino del encomendero de
Chiquinquirá, Antonio de Santana

1586. A principios. María Ramos y su hija del primer matrimonio, Anita de los Reyes, se trasladaron,
por invitación de Catalina García de Irlos, viuda del encomendero Antonio de Santana, a vivir en los
Aposentos de Chiquinquirá. Ramos encontró destruida, entre los aperos de los Aposentos de
Chiquinquirá, la manta de algodón donde Alonso de Narváez pintó a la Virgen del Rosario con san
Antonio y san Andrés. Ramos le construyó un bastidor y la colocó en la capilla de la hacienda.

1586. El 26 de diciembre. María Ramos comenzó a orar en la Capilla de los Aposentos de


Chiquinquirá. Las preces se hacían frente al bastidor donde se instaló el desgastado lienzo en que
estuvo pintada la Santísima Virgen María en compañía de los dos santos. “…Hasta cuándo Rosa del
Cielo habéis de estar tan escondida, cuando será el día en que os manifestéis y dejéis ver a lo
descubierto para que mis ojos te regalen en su soberana hermosura, que llene de gustos y alegrías mi
alma…” (Cf. Fray Pedro de Tobar y Buendía, O.P., Verdadera histórica relación del origen,
manifestación y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la imagen de la Sacratísima Virgen
María Madre de Dios Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá). Edición facsimilar de la primera
edición de 1694. Instituto Caro y Cuervo, Bogotá 1986.

1586. El viernes 26 de diciembre. (Fiesta de san Esteban Protomártir). La imagen de la Virgen del
Rosario con dos santos a su lado, san Andrés y san Antonio, se renovó milagrosamente en presencia
de María Ramos. La india Isabel, del caserío de Turga (Muzo), acompañada de su hijo Miguel le dijo a
María Ramos: “…Mira, mira señora que está Nuestra Señora, la Madre de Dios parada en tu
asiento…” (Cf. Proceso jurídico-canónico de la Renovación del cuadro de Nuestra Señora del Rosario
de Chiquinquirá).

1586. El 26 de diciembre. Juana de Santana acudió a la capilla ante las voces de la india Isabel. Fue la
primera mujer en llegar a la escena después del milagro. María Ramos, la india Isabel y Juana de
Santana, después de una breve oración, colocaron el sagrado lienzo en el bastidor de donde se bajó
por causa desconocida.

1587. El 10 de enero. María Ramos rindió declaración jurada ante el cura de Suta, Juan de Figueredo,
y ante el escribano de Su Majestad Diego López Castiblanco sobre el fenómeno de la renovación del
cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. “…Ábranme, pues, las puertas de justicia para
entrar a dar gracias al Señor…” (Salmo 118, 19).

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy