Mi Definicion Perfecta - Lorena Perez Nolasco
Mi Definicion Perfecta - Lorena Perez Nolasco
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autorización de los titulares de su propiedad intelectual.
A mis dos ángeles
Índice
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8 (Milo)
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11 (Milo)
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15 (Milo)
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19 (Milo)
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22 (Milo)
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25 (Diego)
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30 (Milo)
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34 (Milo)
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44 (Milo)
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
OTRAS OBRAS DE MI AUTORÍA
INTRODUCCIÓN
Son las nueve y media de la mañana cuando abro los ojos. Estoy sola en la
cama, en la de Milo. Él no está a mi lado, pero ha tenido a bien no levantar la
persiana para que no entrara luz. Si es que es un amor. ¿Por qué no puedo tener
una relación con él? Una relación real, como la que quería con Diego. Hablar
de mis sentimientos por él en pasado es el primer paso.
Me levanto, pero se me ha dormido un pie y a punto estoy de irme de boca
contra el suelo, sin embargo acabo haciendo un aterrizaje de emergencia
rodando por el suelo. No me mato de milagro. Si es que soy como una
especialista de cine en paro. Debería irme a probar suerte a Hollywood, mi
talento aquí está desaprovechado.
Milo aparece en el cuarto con la cara desencajada al escuchar el golpe y
cuando me ve en el suelo, estalla en carcajadas. Le enseño el dedo corazón en
respuesta. El muy capullo está hasta llorando de la risa. Es cierto eso que
dicen de que la confianza da asco.
No puedo levantarme, aún me hormiguea el pie y odio esa sensación así
que continúo tumbada en el suelo.
—Zenda, recuerda lo que te he enseñado, para caminar primero un pie y
luego el otro. —Se acerca a mí para ayudarme.
—Se me ha dormido un pie, tonto del culo.
Me ayuda a llegar a la cocina y cuando me siento en un taburete, me da
friegas en el pie. Poco a poco, comienzo a poder mover los dedos sin sentir
ese molesto cosquilleo.
—¿Te has hecho daño? —pregunta.
—No —contesto negando con la cabeza―. Pero si hubieras puesto una
cantidad ingente de pan rallado en el suelo, ahora tendrías una croqueta de
Zenda.
―Vaya, con lo que me gustan las croquetas y con lo que me encantas tú...
no volveré a cometer ese error nunca más. Pero luego no te quejes si te como.
Se relame los labios y levanta las cejas y yo pongo los ojos en blanco. En
serio, si no parecemos una pareja normal, no sé entonces lo que parecemos.
Cuando puedo levantarme sin temor a romperme los dientes contra la
encimera, me sirvo una taza de café. Vuelvo a la barra y me siento en un
taburete a su lado. Echo una cucharada y media de azúcar y comienzo a darle
vueltas con una cucharilla. Noto como Milo sonríe quedamente.
—¿Por qué sonríes?
—Me estaba acordando de la cena en casa de mis padres de hace dos
semanas.
—Ya —digo y contemplo el anillo de compromiso que adorna mi mano
izquierda— me siento como Frodo.
—¿A punto de sucumbir al poder del anillo? —pregunta mirándome y
arqueando las cejas.
—Soportando una carga demasiado pesada.
―Sí, se nos fue mucho la olla. Demasiadas copas.
―Sí, el maldito alcohol fue el que hizo que te pareciera una idea
maravillosa aceptar el anillo con el que se casó tu madre para que me lo
dieras a mí.
―Sí, y haciendo alarde de mis habilidades como ventrílocuo dije: "Oh
madre mía, Milo. Sí, quiero" ―alega poniendo una voz demasiado aguda
como si estuviera imitándome.
Intento hacer un mohín, pero acabo riendo porque su imitación ha sido de lo
más graciosa, aunque nada parecida a mí, que tengo voz de camionero recién
levantado. Bueno, a lo mejor estoy exagerando un poco, pero mi voz no es tan
aguda, leches.
—Ahora en serio. Siento todo esto, Zenda —dice, pero no me mira a los
ojos al hacerlo.
—No te disculpes, yo podría haberte dicho que no, romperte el corazón
delante de tus padres y tus hermanos y salir de allí como la gran reina del
drama que soy cantando a pleno pulmón, Sobreviviré de Mónica Naranjo.
Milo ríe a carcajadas, y eso que me conoce y sabe la tendencia que tengo a
recrear escenas absurdas en mi cabeza.
―Ay, Zenda. Qué haría yo sin ti y sin esas historias tan estrambóticas que
me regalas.
―Pues sufrir el síndrome de abstinencia. Soy adictiva, como esa canción
de reggaetón que tanto odias. ―Le guiño un ojo.
―Y que me obligaste a bailar el sábado pasado en aquel garito.
―No fue cosa mía, el anillo me obligó a hacerlo.
Nos reímos y doy un sorbo a mi café, mientras pienso en todo lo que ha
acontecido después de aquella cena en la que perdimos la poca cordura que
nos quedaba. ¿Se supone que vamos a casarnos? Porque no me cabe duda de
que su madre ya está buscando iglesia. Menuda es ella. Menos mal que a mis
padres no les hemos hecho partícipes de esta locura. Lucía, la madre de Milo,
está que arde en deseos de poder hablar con la que ella cree su consuegra, de
nuestros planes de boda. Pero le he dicho que prefiero esperar a que mi
hermana tenga el bebé para dar la noticia y así no desviar la atención de su
barriguita. Una mentira tan grande como la catedral que seguro, ella estará
buscando para mi boda de mentira con su hijo.
―Tenemos que confesar, Milo. O todo esto terminará por estallarnos en la
cara.
―¿Quieres decirle a mi madre que te he dado su anillo de compromiso
como parte de una broma que ni nosotros entendemos? ¿Es que quieres morir
joven? Porque mi madre nos mata.
―Tu madre no mataría ni a una mosca. En todo caso, hablaría con la mía
para que se encargara de hacer el trabajo sucio. Tiene más pinta de sicario y
asesino en serie.
―Eso es cierto. En cualquier caso, si confesamos, acabaríamos criando
malvas.
No es cierto que mi madre nos mataría, pero no nos libraríamos de una
buena bronca. Y tendríamos que aceptarla, porque estas decisiones de
adolescentes tardíos nos están llevando de cabeza a una calle sin salida. Las
mentiras tienen un límite y nosotros lo hemos sobrepasado hace tiempo.
Doy un respingo cuando noto como Milo me acaricia la mejilla con el
dorso de la mano.
—¿Qué piensas?
No me sorprende la pregunta, Milo es así. El perfecto novio en público y el
amigo más atento en la intimidad. Le miro de reojo. Es guapo. Siempre lo ha
sido.
—En tu barba —le digo una verdad a medias.
Se pasa la mano por ella, hace unas dos semanas que ha decidido no
afeitarse y la lleva más larga que nunca, pero muy bien recortada y cuidada.
—He pensado dejármela así un tiempo, ¿no te gusta?
—Te queda muy bien —respondo, asintiendo— pero, ¿no te pica la cara?
—No mucho, puedo acostumbrarme.
<<Yo también>>, pienso para mis adentros sin pararme siquiera a
especular el porqué. Y es que todo le queda bien a este pedazo de guapo. No
sé si es porque me he acostumbrado a tenerlo cerca, o bien Diego a anulado mi
capacidad de sentirme atraída por otro hombre que no sea él, pero hace tiempo
que no pienso en Milo como un hombre por el que pueda sentir algo más que
un sentimiento de amistad, aunque mentiría si dijera que no he tenido algún
sueño totalmente inadecuado en dos amigos.
―Ya encontraremos el momento de decirlo ―habla Milo volviendo al
tema de nosotros― igual algún día no hace falta.
Sé que bromea, pero no le llevo la contraría porque me encantaría que eso
pudiera ser. Poder besarle delante de la gente o simplemente poder hacerlo de
verdad por primera vez. Porque cuando le conocí me pareció extremadamente
guapo, solo que la situación no se dio. Ni después. Luego apareció Diego en
mi vida, y si había alguna posibilidad de que pasase algo entre Milo y yo, se
desvaneció con su presencia.
Le miro, pero aparto los ojos de los suyos, de pronto su mirada me
incomoda. Pero vuelvo a mirarle para comprobar que él aún lo hace.
—Mi vida es un caos —le digo.
—No lo es —musita—, pero no puedes seguir maltratando tu corazón de la
manera en que lo haces.
—¿A qué te refieres?
—Sabes muy bien a qué me refiero.
Asiento, suspiro y cierro los ojos.
—Son muchas cosas las que hay que solucionar.
—No, solo una. —Abro los ojos y le miro—. Y solo la puedes solucionar
tú.
―Lo sé.
Pone su cara a la altura de la mía y me sujeta la barbilla con dos dedos, de
forma delicada.
—Tienes que abrir los ojos, Zenda —susurra con su mirada clavada en la
mía—. Y quererte, que no te quieres una mierda. Ese es el primer paso.
Trago saliva. Él me sonríe, se levanta y sale de la cocina dejándome
sentada, sola y con cara de tonta. ¿Qué le digo si siempre tiene razón?
CAPÍTULO 2
Llegamos a casa cuando aún no dan las doce. Nos dirigimos cada uno a su
cuarto con la intención de desvestirnos y ponernos cómodos, pero cuando
llego, me siento en la cama y saco el móvil para releer el mensaje que Diego
me ha enviado hace unas horas y que yo decidí ignorar. Cuando estoy en
compañía de Milo, no necesito nada más. Abro el Whatsapp y no me
sorprendo al comprobar que está en línea. Tengo un mensaje más, enviado
hace diez minutos.
“Hola, ¿qué haces? ¿Te apetece que nos veamos?”
“Zenda, últimamente te noto diferente, ¿te pasa algo?”
Sé que debería responderle, pero no puedo. No quiero. No me apetece
mantener una conversación en la que dice que me tiene ganas porque,
simplemente, a mí las ganas se me han evaporado. Salgo de la aplicación y
apago el móvil. Me cambio de ropa, me pongo un pijama y cuando salgo de mi
cuarto veo a Milo en el salón, que ya se ha cambiado. Al verme frunce el
ceño.
—¿Estás bien? —Niego con la cabeza y me siento a su lado en el sofá—.
Ven aquí.
Me abraza, y entre sus brazos logro encontrar esa paz que solo Milo sabe
transmitirme. Me reconforta, me hace sentir segura, protegida, en casa. Noto
como deposita un beso en mi pelo y aspira con fuerza. Y a mí se me eriza la
piel. Cierro los ojos, me siento sobrepasada por tantas cosas…
—Me gustaría entenderlo, pero no puedo. —Hace que me incorporar para
mírame a los ojos—. Sé por qué estás así y yo estoy harto de verte sufrir.
A pesar de que no quiero e intento no llorar, no lo consigo. Odio sentirme
tan vulnerable. Me aparto de él, apoyo la cabeza en el respaldo del sofá y
cierro los ojos. Noto como Milo se levanta, los abro y veo cómo se pasa las
manos por el pelo, de espaldas a mí.
—Milo…
—No Zenda, tienes que poner fin a esto porque va a acabar contigo. Tú
misma me lo has dicho, él no quiere una relación más allá de lo que os une.—
Hace una pausa en la que respira hondo—. No quiero ver cómo te rompes por
alguien que no merece ni una sola de tus sonrisas, y mucho menos tus lágrimas
—habla sin darse la vuelta― nadie merece tus lágrimas.
Me levanto y lo abrazo desde atrás.
—No te enfades por favor, tú no.
Se gira y me mira con el desconcierto instalado en su mirada.
—Zenda, no estoy enfadado contigo. —Me agarra la cara con ambas manos
—. Estoy enfadado con él por hacerte llorar, por hacerte sentir insegura. Tú te
mereces a alguien que te diga cada día lo maravillosa que eres, que ame esas
pequeñas cosas que te hacen feliz y que no tenga miedo de mirarte a los ojos y
decirte lo especial que eres, porque lo eres, Zenda, y no soporto que él no lo
vea y que... tú no... bufff. —Me suelta y se frota la cara con las manos.
—Pero ya no —declaro en cuanto se aparta—. Milo, estoy decidida a
acabar con todo.
—¿Quieres acabar con todo? ―pregunta inseguro.
—Con todo con lo que me hace infeliz.
No sé cuánto tiempo pasa, mientras nos quedamos ahí parados, mirándonos
pero sin decir nada.
—Perdóname —dice finalmente, volviendo a abrazarme y hundiendo la
cara en mi cuello— yo solo quiero verte sonreír.
—No tengo nada que perdonarte, Milo. Tú eres de las pocas personas que
hacen que mi sonrisa sea de verdad.
—¿Duermes conmigo?
Su pregunta me sorprende. Desde que vivimos juntos, siempre he creído
que había una norma implícita, de que cada uno durmiera en su cama. Y
siempre la habíamos cumplido, hasta anoche, que estaba tan a gusto a su lado
que no me apetecía irme a mi cama. Pero hoy es él quien me lo pide.
Asiento como contestación a su pregunta y caminamos hacia su dormitorio.
Nos tumbamos cada uno en un lado de la cama, frente a frente. Me gustaría
poder abrazarle y dormirme en su pecho, escuchando su corazón, para sentir
esa intimidad que siempre ha caracterizado nuestra amistad, y sé que él
también lo quiere, pero el momento vivido hace unos minutos ha podido con
nosotros. Así que cerramos los ojos después de darnos las buenas noches.
Mañana será otro día.
Cojo las llaves del coche y salgo de casa sin decirle nada a Milo. Esta
situación nos ha sobrepasado y sé que en este momento lo mejor que puedo
hacer es darle su espacio. Y lo sé porque yo también necesito el mío. Cuando
estoy a medio camino de casa de Diego, me doy cuenta de que no he cogido ni
el móvil ni la cartera con toda mi documentación, soy un desastre. He salido
tan a la carrera que lo raro es que no me quedara yo también atrás. Recorro los
últimos kilómetros hasta llegar a su calle y aparco en el primer sitio que veo.
Salgo del coche y entro en el portal del edificio, que está abierto. Llego hasta
su puerta y me abre antes de que pueda llamar.
—Hola —me saluda, apoyado en la puerta.
Le contesto con un movimiento de cabeza y me hace pasar.
—¿Quieres tomar algo?
—No —respondo y niego a la vez con la cabeza— no voy a quedarme
mucho, lo justo para hablar.
Él me mira y sé que algo intuye. Me hace un gesto con la mano para que me
siente y él lo hace a mi lado.
—No quiero seguir con esto, Diego —le digo, mirándole a los ojos.
—Ya, si yo me lo imaginaba —alega, con una sonrisa insolente— sé leer
entre líneas, Zenda. Pero me gustaría saber al menos por qué.
—Me he cansado —contesto, escueta.
—Dime algo ¿te has cansado de mí? ¿O solo de la relación que nos une?
Porque si se trata de la segunda opción tengo algo que decir al respecto.
Le miro mientras me mantengo callada, no sé a dónde quiere ir a parar,
pero no estoy dispuesta a seguirle.
—Podemos intentarlo, Zenda. Ir un paso más allá.
Chasqueo la lengua contra el paladar y me paso una mano por la cara.
Niego con la cabeza.
—No Diego, esto se acaba aquí.
—¿Y esta decisión tiene algo que ver con ese chico que vive contigo,
Milo?
Me sorprende que lo nombre, y a decir verdad no me gusta que lo haga.
Además esta decisión no tiene nada que ver con él. O si, yo que sé. Puede que
Milo me haya dado el empujón que necesitaba para dar este paso, por otro
lado tan necesario. Diego me consume, me hace sentir frágil y ya estoy harta
de sentirme así. Y Milo va primero, es así, simple y llanamente. Y va primero
no porque llegara antes (que también) sino porque con él todo es diferente. No
me hace sentir mal, aunque a veces lo merezca por ser una pesada y una tonta
que no ve más allá de sus narices.
Decido que no quiero involucrarle en esto.
—No metas a Milo, esto es entre tú y yo.
Diego se echa hacia atrás en el sofá y apoya la cabeza en el respaldo. Nos
quedamos callados, perdidos cada uno en sus pensamientos. Recuerdo el día
que le conocí, hace ya cuatro meses. Yo estaba trabajando, cuando le vi entrar
acompañado de otro hombre, un poco más mayor. Recuerdo que pensé que era
guapo, aunque no tanto como Milo.
Su acompañante se acomodó frente a una de las mesas y él se acercó a la
barra a pedir dos cafés. Fue como en las películas: nos miramos, sonreímos y
ya estaba todo dicho. Pero explico que no fue una mirada de amor, ni una
sonrisa tímida que indicara que terminaríamos con un “felices para siempre”,
sino dos gestos tan cargados de lascivia que o consumábamos o nos consumía.
Al día siguiente me esperó cuando salí del trabajo y se ofreció a llevarme a
casa. Yo tenía mi coche aparcado dos calles por detrás así que decliné la
invitación. Los siguientes cuatro días seguimos la misma rutina, me esperaba
hasta que salía y me acompañaba a donde tuviera mi coche aparcado, aunque
fueran tan solo unos metros. Al quinto día me invitó a tomar algo y yo… al
principio tuve miedo de decirle que sí y que algún conocido me viera tomando
algo y, posiblemente, en actitud cariñosa con alguien que no era Milo y
pensaran… lo que quiera que pensaran; en ese momento se suponía que Milo y
yo ya éramos pareja. Pero Diego me lo puso fácil: me propuso ir a su casa.
Quería sexo, estaba claro y no sería yo la que se negase. Diego me gustaba, me
gustaba mucho, pero con él todo fue siempre muy visceral, desde el principio
todo era cama, cama y más cama. Y con cama me refiero a cualquier superficie
de la casa. Y, ojo, que no es que yo me quejara, para nada, pero con el paso
del tiempo, todo eso ha perdido su valor.
Al principio pensé que llegado el momento tendría que hablar con Milo, si
algún día lo mío con Diego iba a más. Pero eso era pedir demasiado. Y me di
cuenta más pronto que tarde, cuando le hablé de Milo. Evidentemente, no le
conté todo el sarao, me reservé para mí, detalles como nuestro falso noviazgo,
todo tiene un límite. La versión abreviada para Diego fue que compartía piso
con un chico que además era mi mejor amigo. Y ¡sorpresa, sorpresa! No hubo
ninguna reacción negativa al respecto. Cero. Esperaba que me preguntara
cosas como si me acostaba también con él o yo que sé, esas cosas que
preguntan los tíos cuando les haces saber que tu mejor amigo no es de tu
mismo sexo. Ni siquiera cuando le saqué de su error al pensar que Milo era
gay. Milo gay, yo lo siento, pero no me lo imagino comiendo rabos. A decir
verdad, tampoco quiero imaginármelo comiendo otras cosas. Pero me estoy
desviando del tema en cuestión. Confesión, más cero desaprobación. Ahí me
quedó claro que nunca saldríamos a tomar café. Comprenderéis ahora mi
escepticismo al escucharle decir que “podríamos intentarlo”. No, chato, me he
cansado de esta historia.
Le miro y le pongo la mano en el hombro.
—Se acabó.
Me impulso para levantarme, pero me coge de la mano tirando de mí y
acabo cayendo encima de él. Intenta besarme, pero ladeo la cabeza,
impidiéndoselo.
—No me dejas besarte —afirma, más que pregunta.
—Te he dicho que se acabó —sentencio, firme, y me quito de encima suyo.
—Está bien, no insistiré, si es lo que quieres.
—Es lo que quiero.
Asiente con la mandíbula apretada.
—Qué seáis muy felices —dice con retintín.
—No voy a entrar al trapo —contesto yendo hacia la puerta —. Adiós,
Diego.
No se despide, y yo salgo de allí. Y cuando estoy en el coche no sé a dónde
dirigirme.
CAPÍTULO 8 (Milo)
Me doy una ducha y cuando salgo y llego a la cocina, veo a Milo sentado en
un taburete con un pantalón de deporte, sin camisa. ¿Conocéis esa sensación
que se tiene cuando se está a dieta y ves a alguien comiendo tu dulce favorito
en tus narices? Pues ese es el efecto que tiene en mí, ver a Milo de esa guisa.
Y es que no le basta tener un cuerpo bastante apetecible, no; para rematar en la
parte derecha del pecho, luce el tatuaje de una chica de perfil, desnuda,
sentada sobre sus rodillas, con el cuerpo inclinado hacia delante y la cabeza
entre las manos. De la espalda le salen unas alas que se extienden hacia arriba,
llegando al hombro de Milo. Y yo… trago saliva y aparto la mirada, porque
aún no son ni las siete de la mañana y porque si sigo mirándole, voy a tener
que darme otra ducha, y esta vez helada. Así que desvío los ojos hacia la barra
y veo dos vasos blancos desechables, de lo que supongo será café; seis
tostadas, tres en cada plato; y cuatro paquetitos de mermelada de jengibre. No
me lo puedo creer.
—Ayer dijiste que querías probarla, así que he bajado a comprar para que
empieces bien la semana.
—Me consientes demasiado —indico, riendo.
—Eres mi niña, a quien voy a consentir si no.
Su niña. Ha dicho que soy su niña. Es la primera vez que me llama así y lo
ha hecho de una manera tan natural, que ni se ha sorprendido. Pero reconozco
que me ha gustado. Mucho. Su niña. Suena tan bien en sus labios. Sonrío y
aunque sé que él se da cuenta de la razón, no dice nada.
—Cappuccino —anuncia, cuando cojo uno de los vasitos desechables.
Lo destapo y doy un sorbo. Cojo una de las tostadas y le unto un poco de
mermelada de jengibre. Doy un mordisco y su sabor hace que se me escape un
gemido.
—¡Dios, Milo! ¡Está buenísima! Prueba. —Y aunque él tiene las suyas, le
acerco mi tostada y le da un bocado. Al igual que yo, gime al notar su sabor
picante—. Esto es un placer de dioses.
Terminamos nuestro desayuno y acabamos de arreglarnos. A las ocho
ambos tenemos que estar en nuestros respectivos puestos de trabajo. Salimos
de casa a las siete y veinte, nos gusta ir con tiempo para no tener que buscar
sitio para aparcar a contrarreloj. Al salir del portal nos despedimos con un
beso que, por un fallo de cálculo, acaba siendo más cerca de la boca que de la
mejilla. Pero no le damos importancia, mejor así. Monto en mi coche, lo
pongo en marcha y enciendo la radio. Está puesto el disco de Alphaville que
Milo me regaló, alegando que era algo muy nuestro. Y, como siempre, tiene
razón. Sus canciones siempre me hacen evocar el momento en el que le conocí.
Y agradezco tanto que Belén, mi compañera de trabajo, me insistiera hasta la
saciedad para que aceptara salir de copas por su cumpleaños aquella noche...
Me pregunto cómo sería mi vida si no hubiera ido a aquel bar y no le hubiera
conocido. Sería tan diferente que me abruma pensarlo, porque a día de hoy, no
concibo que Milo no forme parte de mi día a día.
Llego a mi trabajo quince minutos antes. Ya está casi toda la tropa dentro.
Este lugar es algo así como mi tercera casa; la primera es la que comparto con
Milo y la segunda la de mis padres, donde me crié. Me siento muy a gusto en
mi trabajo y eso se debe a que desde el primer día nos hemos tratado con
familiaridad. Incluso con el jefe, que nos llama sus cachorros. Si es que esta
tribu vale un potosí.
Entro, e Isabel, la cocinera y mamá de todos, me saluda con un beso en la
mejilla en cuanto llego a su lado. Dejo el bolso en la taquilla comunitaria y
voy al baño a ponerme la camiseta del uniforme. Salgo atándome el mandil
para ayudar a Isabel en la cocina, ya que a primera hora no suele haber mucho
trabajo. Nuestro fuerte son los almuerzos, pero abrimos a las ocho, porque hay
muchos comercios en la zona y varios trabajadores se toman aquí su café antes
de comenzar la jornada.
—¿Qué tal el fin de semana libre? —me pregunta Isabel, mientras me lavo
las manos.
—Bien, me he hecho un tatuaje.
Se lo enseño y le cuento el significado que tienen aquellas palabras para
Milo y para mí. Sé que le gusta, lo noto. Bruno, nuestro jefe, entra a la cocina
y nos llama con su particular forma de hacerlo.
—Muy bien manada, acercaos —nos dice— aquí tenéis el planning de las
vacaciones.
Ante nosotros pone una cartulina blanca con el cuadrante. Lo repasamos
durante unos minutos. Me han asignado la segunda quincena de junio.
—¿Conforme? —Mis compañeros de turno y yo, asentimos—. Pues, hala, a
trabajar, cachorros.
Freddy y Belén, los otros dos camareros con los que comparto turno,
vuelven a sus puestos e Isabel y yo seguimos con lo nuestro en la cocina.
—¿Tenéis pensado hacer algo estas vacaciones? —pregunta en cuanto nos
quedamos a solas.
—Sí, hemos hablado de alquilar una casita en el campo —apunto, mientras
abro el bote de mayonesa industrial —. ¡Por Dios, esta mayonesa está mala!
Isabel se acerca y huele la salsa. Levanta la mirada hacia mí y frunce el
ceño.
—Pero, niña, esto huele bien. —Al llamarme niña, me acuerdo de Milo.
—Pues yo no lo soporto.
—¿Y cuándo te ha gustado a ti el olor de la mayonesa?
—Tienes razón. ¿Preparas tú este mejunje?
Isabel asiente y cuando tenemos todo listo en la cocina, me quito el delantal
y salgo a desempeñar mi trabajo como camarera.
La jornada laboral pasa relativamente rápido. A las doce y media, en mi
descanso para comer, llamo a Milo para comentarle el tema de las vacaciones.
—¿Es demasiado precipitado? —le pregunto, pues el mes de junio está al
caer.
—Tranquila, hoy mismo me encargo de hacer la reserva.
―Hazme un favor, busca tú el sitio, me fio de tu criterio.
―¿Campo y piscina?
―Campo y piscina.
―Dalo por hecho.
—Eres un cielo, lo sabes ¿verdad? —hablo en un tono de voz que hasta a
mí me ha sonado sugerente.
—Verdad —contesta y ambos nos reímos a carcajadas.
Los días pasan y vamos dejando la semana atrás. El jueves me levanto con
un malestar general en el cuerpo, algo normal teniendo en cuenta el atracón de
palomitas que nos dimos Milo y yo la noche anterior, mientras veíamos una de
esas pelis que repiten hasta hartar, en los canales de pago. Debo decir, que tras
pasar la noche del domingo sola en mi cama, hemos vuelto a la que ya hemos
establecido como rutina, y mi cama no ha vuelto a deshacerse.
A media mañana mi jefe me "echa" del trabajo y me dice que vaya al
médico y que descanse. Le hago caso a la segunda parte.
El viernes me levanto un poco mejor, pero con un poco de molestia.
—Deberías ir al médico —me aconseja Milo, mientras malcomo mi
desayuno—. Tienes que ponerte bien para nuestras vacaciones —me guiña un
ojo.
Yo, que en ese momento le daba un mordisco a mi tostada, levanto la vista y
le miro, pero con la cabeza puesta en otra parte. Concretamente en algo que
debería ser y aún no ha sido.
—Eh, ¿estás bien?—me habla preocupado, poniéndome una mano en la
frente— Te has puesto pálida.
—Sí, sí —contesto, haciendo un gesto con la mano quitándole importancia
— debo de estar incubando algún virus.
A la misma hora de siempre, nos vamos a trabajar y escribo una nota mental
para no olvidarme de comprar algo cuando salga.
Lo paso fatal en el trabajo, ha estado a punto de caérseme la bandeja varias
veces, pero con un estilo propio de la mejor malabarista, he salido airosa.
Cuando llego a casa esa tarde, me siento en el sofá y pongo delante de mí,
el pequeño paquetito que he comprado. Lo miro de la misma forma que un
artificiero mira una bomba antes de comenzar a desactivarla. Estoy sola, Milo
ha ido a ver a sus padres, pero como esta mañana aún me encontraba regulín,
ha dicho que me disculparía con ellos ya que pensaban verme allí también.
Apoyo los codos en las rodillas, junto las manos e imito el gesto del Señor
Burns de los Simpsons, pero más frenéticamente.
—Qué demonios. —Me levanto y cojo el paquete con manos temblorosas
—. Seguro que no es nada.
Tardo menos de un minuto en salir del baño y volver al salón. Camino de un
lado a otro. Espero, uno, dos, tres, cuatro segundos. No quiero mirar, hasta que
lo hago. Me paro, lo cojo y vuelvo a mirar más de cerca, hasta que las manos
me caen a ambos lados del cuerpo. Siento como se me cargan los hombros, el
pecho, me cuesta respirar. Mis pies retroceden hasta que mi espalda choca con
la pared. Me deslizo por ella al mismo tiempo que las lágrimas desbordan mis
ojos. Encojo las piernas, pego mis rodillas al pecho, las rodeo con los brazos
y escondo mi cara en ellos.
—Dios. No.
Por fin. Por fin consigo que Milo vuelva a besarme y a dejarse llevar. Y me
besa con necesidad, con hambre. Y yo también. Nos engullimos con los labios
como si estuviéramos en el tiempo de descuento y todo pudiera acabar de un
momento a otro. Pero con Milo todo cuenta, cada segundo entre sus brazos
cuenta porque no hay lugar donde quisiera estar más que donde estoy, con él,
besándonos y mordiéndonos los labios con desesperación. Lamiéndonos la
lengua del otro con tanta ansia que creo que voy a implosionar. Enrosco mis
piernas alrededor de su cuerpo pegando mi sexo al suyo y rozándome. Milo
pone sus manos en mis nalgas y me aprieta más a él. El lugar se llena de
nuestros gemidos y jadeos. Nuestras bocas se separan y nos miramos con la
respiración completamente acelerada.
—Vamos dentro —susurra.
Una vez fuera del agua volvemos a besarnos con avidez. Me agarro de su
cuello y Milo, volviendo a agarrarme del trasero, me levanta haciendo que mis
piernas vuelvan a envolver su cadera. Noto su erección entre la finísima tela
de nuestros bañadores. Y está tan duro que si seguimos me correré sin que
haga falta frotarme. No dejamos de besarnos en ningún momento en lo que
atravesamos la casa en dirección a la habitación. Milo me deja sobre la cama
quedando él encima pero sin presionar mi cuerpo. Lleva una mano a mi
espalda y desabrocha la parte de arriba de mi bikini sin tiras y lo lanza lejos
de nosotros. Se aparta un poco y clava la mirada en mis tetas.
—La puta perfección.
Susurra y se lanza a mi pecho izquierdo. Lame, chupa, muerde y vuelve a
succionar mi pezón endurecido. Y yo gimo y creo que voy a correrme en
cualquier momento. Y mientras le agarro del pelo, sigue martirizando mi pezón
de una forma totalmente placentera para después dedicarle las mismas
atenciones al otro. ¿Cómo he podido vivir sin esto? No lo sé y no quiero
pararme a pensarlo, ahora solo quiero centrarme en disfrutar cada
nanosegundo de Milo: de su boca, de sus manos que masajean el otro pecho y
mi trasero, de su miembro que tengo ganas de sentir entrando hasta lo más
hondo de mi cuerpo. Hago que levante la cabeza y giramos hasta quedar
sentada encima. Me agacho y nos besamos un momento para después bajar con
mi boca por su barbilla, su pecho donde beso su tatuaje y sigo bajando hasta
tocar con mi lengua la cinturilla de su bañador. Paso mi boca por encima y le
doy un suave mordisco que le hace soltar un gemido que me eriza la piel y me
enciende más, si es que es posible. Meto la mano y dejo libre su miembro que
reclama toda mi atención. Lo masajeo mientras nos miramos y su pecho sube y
baja, desbocado. Lamo la punta y me humedezco los labios. Milo farfulla algo
pero no logro entenderlo.
—¿Qué quieres? —pregunto con un tono de voz en el que ni yo misma me
reconozco.
—Toda.
Y tras esas cuatro letras dichas en un susurro, meto lentamente su erección
en mi boca. Sé cómo hacerlo para que no me provoque arcadas y lo hago hasta
que la engullo por completo.
—Dios, que bueno —murmura preso del éxtasis.
Vuelvo a sacarla poco a poco. Repito ese movimiento a la misma velocidad
hasta que imprimo más ritmo. Dentro, fuera, dentro, fuera. Chupo y lamo hasta
que Milo me para.
—Ven aquí, pequeña.
Y ese “pequeña” hace que me licue. Se da la vuelta quitándose del todo su
bañador volviendo a dejar mi espalda pegada al colchón. Me besa y comienza
un recorrido en línea descendente por mi cuerpo. Mi cuello, mis pechos, mi
ombligo hasta llegar a mi sexo. Antes de hacer desaparecer la braguita del
bikini me besa justo encima.
—Por dentro…quítamelas—jadeo porque no puedo aguantar más.
Milo me complace y cuando quedo totalmente desnuda hunde la cabeza en
mi sexo y yo me contraigo. Llevo las manos hacia abajo y meto los dedos en su
pelo, sé que le encanta. Él gime mientras lame mis pliegues. Pasa a torturar mi
clítoris y pasea la yema de uno de sus dedos en mi entrada. Suavemente, sin
llegar a introducirlo. Sigue con su roce un poco más hasta que lo mete
completamente y lo acompaña con otro dedo más. Yo me arqueo y gimo
mientras él continua volviéndome loca.
—Milo. —Le agarro del pelo y hago que me mire—. Te necesito dentro ya.
No me hace esperar y colocándose bocarriba en el colchón, hace que me
suba encima y, agarrando su erección con la mano, la voy metiendo dentro de
mí. Voy bajando, deslizando su miembro en mi interior, hasta que me llena por
completo. Y Dios, no hay sensación más placentera que sentir a Milo dentro de
mí.
—Dios Zenda…ardes por dentro. —Pone sus manos en mis muslos y los
acaricia—. Esto es jodidamente bueno.
La visión que tengo de Milo es espectacular: mordiéndose el labio de abajo
sin dejar de mirarme; completamente entregado. Sus manos siguen vagando
por mis muslos y mis caderas mientras yo guardo cada uno de sus gemidos en
mi memoria.
—No quiero acabar nunca —jadea.
Se incorpora para volver a deleitarme con su boca en mis pechos. Primero
uno, luego otro. Se mueve conmigo encima haciendo que nuestros movimientos
se acompasen. Me muerde la barbilla y después presiona sus labios con los
míos, abriéndolos, dando paso a su lengua que sale al encuentro de la mía.
—Cariño. —Gimo y acelero mis movimientos—. Estoy a punto.
Milo gira conmigo encima hasta colocarme debajo, él se queda de rodillas
entre mis piernas. Coge un almohadón y me lo pone debajo del trasero
haciendo que mis caderas se eleven. Agarra mi pierna derecha y la levanta
hasta apoyarla en su hombro. Y poco a poco vuelve a llenarme.
—Joder —murmura con los dientes apretados— eres perfecta, mi vida.
Déjame ver cómo te corres, esta vez conmigo dentro.
No aguanto mucho más y tras cuatro o cinco penetraciones más, me corro
gimiendo y jadeando a la vez que sonrío porque ha sido el mejor orgasmo que
he tenido en toda mi jodida vida. Y me lo ha proporcionado el que hasta no
hace mucho era mi mejor amigo. Y lo sigue siendo aunque ahora es mucho
más. Poco después, Milo se deja ir con un gemido de satisfacción plena.
Respira agitado en la misma posición, pero inclinado hacia delante con las
manos en el colchón a ambos lados de mi cuerpo. Los dos sonreímos porque
lo que acaba de pasar ha sido increíble y marca un antes y un después en
nuestra relación. Aunque fuera algo que ambos sabíamos que pasaría, desde
hace cosa de un mes. Se inclina más y me besa, esta vez con alivio, más
sosegado y murmura:
—Dúchate conmigo.
CAPÍTULO 21
Padre. Voy a ser padre. Y, joder, ni siquiera quiero serlo. Esto me pasa por
no pensar con la cabeza y sí con lo que tengo entre las piernas. Dentro de unos
meses tendré que hacerme cargo de un crío y… no me gustan los niños. Nada
va a cambiar que el bebé de Zenda lleve mi sangre. Nunca he querido traer un
niño a este mundo y a día de hoy sigo pensando lo mismo. ¿Qué ha cambiado
entonces? No es el bebé. No es Zenda. Es por él. El jodido Milo que siempre
está de por medio.
Las cosas con Zenda podrían haber llegado a más, podría haberlo intentado
aun sin darle garantías de que saliera bien. Pero él se metió en medio y todo se
fue a la mierda. No me importó de manera excesiva, no siento nada por Zenda
más que una atracción desmedida. Físicamente me atrae mucho. Ella nunca
hacía preguntas, solo nos divertíamos juntos. Pero a medida que fueron
pasando los días y me di cuenta que Zenda no iba a volver, la indiferencia que
sentía hacia ella se tornó en algo importante. No hablo de amor, sigo
manteniendo mi postura y me reitero en lo dicho: no siento nada por ella. No
estoy enamorado. Pero Zenda tiene todo lo que yo busco en una mujer con la
que quizás podría intentar algo más. Quién sabe si con el tiempo me hubiera
enamorado de ella. Pero decidió alejarse.
Cuando la he visto al abrir la puerta, no he sabido cómo reaccionar. No
entendía a que había venido hasta que me soltó la bomba. Por un momento
pensé que había vuelto para hablar de esa extraña relación que nos unía. Pero
no. Resultó que estaba embarazada y había venido solo porque tenía la
obligación moral de hacerlo. Reconozco que el primer pensamiento que me
invadió la cabeza fue que quería que le pagara la mitad de lo que costara el
aborto. Sería lo normal y estaba dispuesto a pagarlo. Casi no me dio tiempo a
decírselo y la forma en la que me miró antes de contestar me dejó claro que
ese no era el motivo de su visita.
Zenda me gusta, físicamente me encanta. Cuando la tuve a una cierta
distancia me controlé para no besarla y comprobar si sus sentidos aún
respondían a los míos. Pero hubiera estado fuera de lugar y probablemente,
Zenda me hubiera calzado una hostia. Por eso no estamos hechos el uno para el
otro, no nos interesa lo mismo de la otra persona.
Me he equivocado, joder. Por qué coño he tenido que decirle que me haría
cargo del bebé. Soy idiota. Pero es que la sola idea de que esté con él, me
come por dentro. Todo esto es muy contradictorio. No tenía nada contra él
hasta que se presentó en mi casa aquel día que Zenda había venido para dar
por finalizado lo nuestro. ¿Para qué demonios viene a mi casa? No tiene más
derechos que nadie sobre Zenda. Y encima ahora pretendía hacerse cargo de
ese niño que ni siquiera es suyo. Pues no va a ser posible, Milo. Ese niño es
mío aunque eso no nos haga gracia a ninguno de los tres, pero así han sucedido
las cosas. Zenda quizás no será la mujer de mi vida, pero me encargaré de que
tampoco lo sea de la tuya. Y aunque me tenga que encargar del niño, habrá
merecido la pena saber que te he alejado de ella. No sé aún como lo haré ni si
me saldrá bien, pero tengo que intentarlo.
Sé que lo que he hecho no me garantiza una victoria, pero tengo que
intentarlo. Y si para alejarla de Milo tengo que responder como padre, lo haré.
A lo mejor incluso llego a desarrollar un sentimiento hacía el niño. Aunque
creo que no podré porque, sencillamente, no quiero ser padre y no sabría
cómo serlo. Pero no tengo miedo por temor a no saber ser un buen padre, es
que, simplemente, en mi vida no hay sitio para los críos.
Nada me asegura que las cosas con Zenda vayan a salir bien y menos con
un bebé de por medio, pero valdrá la pena solo por alejarla un poquito de él.
—Aprovecha estos días con ella, Milo. Porque interpretaré mi mejor papel
hasta que tú mismo decidas que ese no es tu sitio.
CAPÍTULO 26
Hay cosas que no podemos prever que pasarán. Pero pasan. Pasan y solo te
quedan dos opciones: aceptarlo y seguir, o dejar que te destruya por dentro. Lo
malo es que esas opciones que te da la vida no se escogen, ni siquiera
dependen de tu fuerza de voluntad o tu capacidad de aceptación. Recuperarse
de algo así lleva su tiempo.
Solo han pasado unas horas desde que supe que mi bebé estaba muerto en
mi interior y el impulso de llevar la mano a mi tripa y acariciarla, no ha
desaparecido. Cada vez que me descubro haciéndolo, siento como si me
rompiera un poco más por dentro. Duele saber que no seguirá creciendo, que
nunca podré tenerlo en mis brazos. Sé que las cosas pasan por algo, que
siempre hay una razón. Quizás aún no es mi momento de ser madre.
Estoy en el sofá, con Milo. No se ha separado de mí ni un segundo desde
que llegamos. Yo tampoco he querido hacerlo. Me siento mal, rota y necesito
que esté a mi lado. No hablamos, Milo respeta que lo único que necesito es
estar abrazada a él y llorar cuanto quiera. La mejor manera que encuentro de
desahogarme es llorar, hasta que no me quede nada dentro.
Milo ha llamado a mi trabajo y le ha explicado a mi jefe lo que ha pasado.
Me ha dado unos días para que vuelva al trabajo recuperada. También ha
telefoneado a la agencia de viajes donde trabaja y ha solicitado un día de
asuntos propios. Milo decidió contarle lo sucedido a su jefe, ya que casi acaba
de incorporarse de las vacaciones.
No sé qué hora es, pero ya ha oscurecido. No hemos encendido ninguna luz.
—Milo. —Sorbo por la nariz—. Es tarde, ve a cenar algo.
—Tú sí que tienes que cenar, Zenda.
—No tengo hambre.
—Mi vida, tienes que hacerlo.
—No quiero —La voz se me quiebra—. No quiero.
—Zenda, mírame. —Le miro a los ojos—. No es cuestión de querer. No
podrás comer nada a partir de las doce y no sabemos cuántas horas estaremos
allí mañana. No puedes estar tanto tiempo sin comer.
Respiro hondo, pero el pecho me tiembla mientras lo hago.
—Voy a preparar algo, ¿vale? —Asiento.
Milo se levanta y yo me siento desprotegida, vulnerable. Me incorporo
hasta quedar sentada y flexiono las rodillas. Las rodeo con los brazos y hundo
la cabeza en el hueco que queda entre ellas y el pecho. Pienso en algo que
debo hacer, aunque ahora mismo no tengo ganas de nada. Levanto la cabeza y
me inclino hacia la mesa para coger el móvil. Aún está apagado. Lo enciendo
y obviando los mensajes que me anuncian las llamadas perdidas de Diego,
entro en Whatsapp y sin leer sus mensajes, tecleo:
"Tienes que saber algo, he perdido el bebé. Mañana a las ocho me hacen
un legrado. No me llames, no respondas a este mensaje. No estoy bien,
necesito que respetes eso".
Cierro el chat de Whatsapp y apago el móvil tan pronto como le doy a
enviar. Sé que no es la forma de tratar el tema, pero ya hablaré con él en otro
momento, cuando el dolor de la pérdida no sea tan reciente.
Milo vuelve con un sándwich triple vegetal para mí y otro para él. Me
tiende mi plato.
—No creo que pueda comérmelo todo.
—Come lo que puedas, inténtalo al menos.
Muerdo un trozo y siento que la bola en mi garganta me va a impedir tragar.
Tomo aire por la nariz, trago y cuando llega la comida llega al estómago noto
que lo agradece. No he comido nada desde el mediodía.
—Le he mandado un mensaje a Diego —Milo no dice nada, solo asiente—.
Tenía que decírselo.
—Claro. Pero estate tranquila, ahora solo importas tú.
Sigo comiendo mi sándwich en pequeños bocados.
—En cuanto cene voy a acostarme, necesito que acabe ya este día de
mierda.
Milo me coge de la mano.
—Lo que necesites, mi amor. Lo que necesites.
CAPÍTULO 29
A veces no importa cuánto desees algo en la vida. A veces, más de las que
me gustaría, las decisiones que tomamos nos llevan por caminos distintos a los
que pensamos tomar en un momento determinado.
Un día te levantas y preparas todo lo imprescindible para pasar una jornada
perfecta en el campo, pero acabas poniéndote el bikini y cambiando el destino
poniendo rumbo a cualquier playa porque, hace sol. Así de voluble somos en
cuanto a decisiones. Las importantes deberían ser tomadas con un poquito más
de criterio, sin embargo, surgen en momentos complicados en los que no
estamos del mejor humor, melancólicos o simplemente estamos tan felices que
todo nos parece fantástico. Pero cuando volvemos a nuestro estado inicial, es
ahí cuando nos damos cuenta de en qué hemos fallado, y aunque juramos y
perjuramos no repetir esos errores, acabamos convirtiéndonos en alguien que
camina como movido por los hilos del destino. Y sin quererlo ni muy bien
saberlo, acabas llegando a un destino muy diferente y completamente
impensable.
Son las nueve de la noche. Llevo un rato en el coche sin saber muy bien qué
hacer. He llegado hasta aquí y no sé si tengo la fuerza suficiente para
enfrentarme a este momento. No después del día que he pasado. Debería sentir
mareos y ganas de acostarme y no levantarme hasta que hayan pasado al
menos, los siete días que componen una semana, pero aquí estoy, en un lugar al
que me prometí no volver. Solo que, esta vez, mi objetivo es opuesto a casi
todos los anteriores.
Salgo del coche y camino a pasos cortos y dubitativos. Tengo las defensas
desactivadas y no quiero que esta decisión acabe convirtiéndose en lo que no
busco. Tengo muy claros mis sentimientos y no me dejaré engatusar por Diego
ni mucho menos. Sé exactamente a quien quiero y por quien estoy dispuesta a
todo. Es hora de que Diego entienda que está fuera de mi vida, que lo que
tuvimos nunca va a volver, que esa relación tan tóxica acabó en el mismo
momento en que un día me dejó claro que jamás seríamos una pareja. Mi vida
hubiera sido muy diferente si los sentimientos de Diego hubieran variado en
ese sentido. Quizás Milo y yo ya no viviríamos juntos y nunca hubiéramos
experimentado ese hermoso inicio de nuestra historia. Milo es mi definición
perfecta de todo, mi serendipia; apareció cuando menos lo esperaba, cuando
mi intención en la vida era otra muy distinta, convirtiéndose en mi salvavidas,
cambiando mi mundo, poniéndolo patas arriba y convirtiendo mi vida a mejor,
haciéndola mucho más bonita.
Amo a Milo, yo lo sé y él lo sabe. Como también sé que entenderá que en
este momento necesite estar sola y hacer esto, aunque le haya tratado de la
peor de las maneras cuando él solo intentaba cuidarme. Espero que sepa
perdonarme el haberme comportado antes como una auténtica bruja.
―Zenda.
La voz de Diego me sobresalta cuando estoy a punto de llamar al
telefonillo. No esperaba que me sorprendiera él a mí.
―Diego yo... ―Por un momento no sé qué decir―. He venido porque
necesitamos hablar de todo esto.
―¿Sabes? Llevo un rato en la puerta del garaje. Mirándote mientras
estabas en el coche. Esperando a ver qué hacías. Me he llevado una sorpresa
al verte bajar.
―¿Te sorprende que haya venido a hablar?
―Me sorprende que hayas venido precisamente hoy. Yo también estaba en
el materno hace unas horas, podías haber hablado conmigo entonces.
―¿Antes? ¡¿Crees que yo estaba en condiciones de hablar cuando salí de
allí?!
―¿Y ahora sí?
―Ni siquiera sabía qué iba a venir cuando salí de casa. Yo solo... necesito
poner en orden mis sentimientos. No puedo dejar que el pasado siga afectando
a mi presente y mucho menos a mi futuro.
―Y yo soy el pasado.
―Siempre lo has sido. Incluso cuando fuiste parte de mi presente sabíamos
que algún día serías solo eso, pasado.
―No deberíamos hablar de esto aquí. Subamos.
Subimos a su piso porque, tiene razón, no podemos mantener esa
conversación en plena calle. Necesitamos un lugar tranquilo para poder
hacerlo sin que haya nadie que pueda estar escuchando; ningún vecino tiene
por qué oír nuestras mierdas.
Cuando llegamos a su puerta, abre y me hace pasar para después ofrecerme
tomar asiento. Me siento en el borde del sofá. Incómoda no por el sitio, sino
por dónde me encuentro y con quién.
Hubo un tiempo en el que venía y me encerraba con él entre las cuatro
paredes de su cuarto, con un solo objetivo. Desnudaba mi cuerpo aunque no mi
alma, eso siempre le ha pertenecido a Milo desde que entró en mi vida. Diego
nunca se interesó por mis sentimientos, nunca supo detectar si me encontraba
bien o si, por el contrario, necesitaba un lugar aislado donde poder gritar y
descargar mis pulmones de la toxicidad de tener una relación de ese calibre
con alguien que no me valoraba lo más mínimo. Supe tomar la decisión más
acertada y separar nuestros caminos, hasta que el destino volvió a unirlos,
para volver a alejarlos poco después. Y es aquí y ahora, donde pretendo poner
punto y final a una historia que ha durado más de lo que debió desde un primer
momento.
―¿Te apetece comer algo? Tengo dulces en la cocina.
Y aunque no pienso estar aquí mucho más tiempo del necesario, asiento y
acepto lo que me ofrece porque solo he comido un sándwich en lo que va de el
día y tengo que volver a conducir dentro de un rato.
Cuando vuelve de la cocina me tiende un plato con un dulce de hojaldre y
nata y un vaso de zumo. A Diego nunca le han gustado los refrescos. Ni
siquiera toma alcohol.
Cierro los ojos al primer bocado porque mi cuerpo lo agradece. Diego me
mira mientras devoro el dulce, pero no se muestra impaciente, solo me
observa hasta que trago el último pedazo y empiezo a hablar.
―Diego, he venido hasta aquí para aclarar ciertos aspectos y dejar este
sinsentido.
―¿Qué sinsentido?
―Esos celos absurdos que tienes con Milo. Tú nunca estuviste en una
posición que te permita ahora tener esa clase de sentimientos. ―Va a
rebatirme pero no le dejo―. No, Diego. Voy a hablar yo primero y vas a
escucharme sin decir una sola palabra. ―Asiente y yo sigo―. Cuando
estabamos juntos, nunca te preocupaste por mí, solo mostraste un atisbo de
interés cuando te percataste de que estaba cambiando. No querías tener una
relación conmigo, pero tampoco querías que la tuviera con otra persona. Tú no
querías que yo fuera feliz, Diego. Eso no es amor. Y es muy egoísta por tu
parte.
―¿Así que yo te imposibilitaba ser feliz?
―No. ―Niego tajante―. Mi felicidad nunca dependió de ti. Pero reconoce
que me hacías esperar dándome respuestas negativas a aquello que yo
esperaba, pero actuando en contra de lo que pensabas, haciéndome creer que
algún día podría ser.
―De acuerdo, soy mala persona.
―No, Diego. No eres mala persona. Yo no pienso eso de ti. Pero sé que la
decisión de hacerte cargo del bebé que esperaba no era más que una pataleta,
un intento de alejarme de Milo. Y eso no iba a ocurrir.
No me niega lo del bebé y caigo en la cuenta de que tenía razón al haberlo
pensado. Ni había querido comentarlo con Milo porque sabía que se pondría
hecho una furia y a saber qué habría hecho al respecto. Pero tenía razón y
ahora me doy cuenta.
Diego sonríe y por primera vez desde que le conozco, percibo una sonrisa
sincera sin ninguna inclinación sexual.
―Nos divertíamos juntos. ―Afirma.
―Sí. Pero esa clase de diversión no dura para siempre. Hay que saber
cuándo parar, uno de los dos debía hacerlo y en este caso, fui yo. ―Hago una
pausa para comprobar que lo ha entendido―. ¿No vas a decir nada?
―Creo que ya está todo dicho.
―Nunca más vamos a tener esta conversación. Si quieres decir algo, hazlo
ahora.
Diego se inclina hacia delante en el sofá, está sentado a mi lado pero hay
espacio entre nosotros.
―Está bien. ―Respira hondo y continúa―. Yo... la verdad es que... nunca
te quise, Zenda. ―A día de hoy, esa confesión no me duele―. Nunca quise
nada más allá de una relación física entre nosotros. Lamento que hayas tenido
esperanzas, aunque reconozco que en gran parte fue mi culpa. No quería que te
fueras porque me lo pasaba bien contigo, y tengo que confesarte que nunca
fuiste la única. Me veía con otras mientras estaba contigo. ―Eso me
sorprende aunque, a decir verdad, tendría que habérmelo imaginado―. No
voy a pedirte perdón por ello porque ambos sabemos que no tenía que
guardarte fidelidad; no eras mi pareja, yo no quería ese tipo de relación. Eso
nunca cambió, ni siquiera cuando me contaste lo del bebé. Lo único que quería
era alejarte de él y ni siquiera sé el motivo.
Asiento y sonrío, porque por primera vez desde que nos conocemos, ambos
hablamos de lo que sentimos, no solo yo.
―Gracias por tu sinceridad. Esto nos hacía falta.
―¿Tú estás bien? ―le miro extrañada por si piensa que lo que me ha dicho
ha podido afectarme―. Me refiero a lo de.... lo del bebé.
―Ah, bueno... lo estaré ―respondo encogiéndome de hombros.
Diego asiente y simula una sonrisa. Por fin este tema ha sido zanjado. Por
fin puedo mirar hacia delante sin temor a que el pasado vuelva para hacerme
daño. Ahora que sí está todo dicho, ya puedo volver a casa.
CAPÍTULO 33
Cuando llego es más de la una. Hice una parada por el camino, necesitaba
pensar acerca de Milo, de cómo iba a abordarle después de haberle tratado tan
mal, antes de huir de mi propia casa. Aún no sé cómo voy a hacerlo. Solo
espero que sepa perdonar mi error.
Enciendo la luz del salón, la casa está a oscuras. Imagino que Milo duerme,
aunque me cuesta creer que lo haga después de lo que ha pasado. Debería
hablar con él ahora mismo, pero si se ha metido en su cuarto antes de que yo
llegara, significa que no está de humor para hablar y debo respetar su espacio.
Me siento en el sofá y cojo mi móvil, lo había dejado sobre la mesilla del
salón. Abro el Whatsapp porque aunque no quiera hablar, necesito darle las
buenas noches y lo haré aunque sea a través del teléfono. Pero mi corazón se
desboca cuando veo en la primera conversación, un mensaje que no ha sido
leído por mí. Un mensaje de Diego.
"Antes no te lo dije, Zenda, pero pienso igual que tú, nos hacía falta esto.
Gracias por venir a casa."
El mensaje había sido enviado pocos minutos después de marcharme de su
allí.
―No puede ser. ―Corro a la habitación de Milo y llamo a la puerta con
fuerza―. ¡Milo! ―grito sin importarme la hora que es― ¡Milo, por favor!
Abro la puerta, pero lo que me recibe es la más absoluta oscuridad, y al
encender la luz me doy cuenta de que en el cuarto no hay nadie más, salvo yo.
Me vuelvo y camino diligente hasta mi cuarto, pero tampoco está aquí.
―¡No, no, no, Milo!
Voy al salón y cojo mi teléfono. Compruebo que no está conectado al
Whatsapp y ha ocultado su última conexión. Marco su número y enseguida
recibo la respuesta de que su teléfono está apagado. Lloro sin control y sin
darme cuenta de estar haciéndolo. Sigo llamándolo pero obtengo el mismo
resultado cada vez que le doy a la tecla de rellamada.
―¿Dónde estás, Milo? ―Sollozo sin poder evitarlo.
Tiro el teléfono en el sofá de malas maneras y pienso en salir de casa sin
saber muy bien a dónde dirigirme, pero cuando quiero llevar a cabo mi
planteamiento, la puerta de casa se abre. Me quedo paralizada cuando le veo
entrar. Él me mira y la tristeza en sus ojos me destroza el corazón. Está así por
mi culpa. Suelta en el suelo una bolsa pequeña de viaje. En realidad la tira en
el suelo, bajando la cabeza.
―Llevo horas en el coche. ―Me quedo callada porque no sé decir―. Iba
a marcharme, estar un tiempo lejos de ti para... pensar. Intentar asimilar que mi
pareja prefiera la compañía del hombre que tanto daño le hizo, a la mía en un
momento tan delicado.
―Milo, no es...
―Pero no he podido irme ―me corta―, me cuesta alejarme de ti, Zenda.
―Yo... yo no quiero que te vayas.
―Y no me iré. Pero necesito pensar en todo lo que pasado entre nosotros.
Yo también me he visto sobrepasado por los últimos acontecimientos, Zenda.
Decidí ser fuerte por ti. Quería que pudieras apoyarte en mí si te derrumbabas.
Ningún bien te hacía desesperándome. Pero ya no puedo más. Necesito poder
pensar, sin tener que alejarme de ti porque... no puedo. Siempre he respetado
tus decisiones, nunca te he presionado con respecto a nada. Ahora, necesito
que seas tú quien respetes la mía.
―Estás... ―Las lágrimas campan a sus anchas por mis mejillas―. Me
estás... ―El llanto me impide hablar―. ¿Me dejas?
―No. ―Su semblante cambia y se acerca a mí, pero frena de repente y
recula unos pasos―. No te estoy dejando. Pero necesito tiempo para pensar. Y
no podré hacerlo contigo durmiendo a mi lado.
La tensión de mi cuerpo se rebaja un poco y siento las extremidades más
pesadas. Desearía poder ir hasta él y besarle porque es lo que más deseo en
este momento. Besarle y sentirle como le sentía hasta hace unos días. Y no
como le siento ahora, tan lejano que me duele y asusta.
Camina los pasos que le separan de mí. No me mira. Coloca la mano en mi
cabeza y se acerca para depositarme un beso en la frente, en el que se demora
más de lo normal. Es mi momento para abrazarle y lo hago, pero se deshace de
mis brazos con suma rapidez. Me está rechazando y eso me destroza por
dentro. La calidez de sus labios deja paso a la más fría soledad cuando se
separa de mí.
―Buenas noches, Zenda.
Se marcha en dirección a su cuarto sin esperar una respuesta por mi parte
que, por otro lado, no llega. Me cuesta incluso pronunciar esas dos palabras
seguidas de su nombre. No puedo creer que estemos en esta situación. Que
Milo necesite tiempo de mí es algo desesperanzador.
Lloro cabizbaja unos segundos, respiro hondo e intento reponerme y dejar
que mi cerebro mande la orden a mis piernas y permitirme así salir del estado
de inmovilización momentánea en el que me encuentro.
Paso por delante del cuarto de Milo de camino a mi habitación. La
tentación de llamar es inmensa y lucho contra todos los "no lo hagas" y los
"hazlo de una maldita vez". Tengo que respetar su decisión, así él lo ha
querido.
Pero no pienso rendirme, le demostraré que necesitamos estar juntos.
Porque Milo es la pieza que me falta y sin él estaré incompleta.
CAPÍTULO 34 (Milo)
Nunca pensé que llegaríamos a esta situación. Nosotros, dos personas a las
que la vida les ha enseñado que han nacido para estar juntas. He intentado
seguir siendo fuerte por ella, no dejar que todo se me fuera de las manos, pero
lo de ayer ha cruzado la línea. En su momento, pude entender que hablara con
él con respecto al bebé, al fin y al cabo iba a ser padre y merecía saberlo.
Pero no entiendo qué tenía que decirle. Ahora, que ya no había nada que los
uniera. Ese lazo ha desaparecido. ¿Por qué demonios fue a verle?
El dolor que sentí cuando rechazó mis cuidados, ni siquiera se asemeja a lo
mal que me hizo sentir saber que había estado con él cuando parecía que mi
compañía le era non grata.
Habíamos estado construyéndonos un mundo en el que seríamos los únicos
habitantes, donde nada ni nadie pudiera hacer daño a todo aquello que
habíamos aceptado sentir, pero se nos cayó encima.
Amo a Zenda, por supuesto. La amo de una forma indescriptible. Pero no
puedo seguir aparentando que todo va bien, cuando la realidad muestra fallos
en esta versión de nosotros. Necesito encontrar una solución, algo que nos
permita recomenzar. Esto no es un final, sino una mejora de todo lo que
fuimos, lo que somos y lo que en un futuro seremos.
Me he levantado temprano porque no quería tener que cruzarme con ella en
casa. Está de baja del trabajo, una semana. Y yo aún tengo esos días de
vacaciones que adelanté y no he querido reincorporarme porque eso
implicaría que mi jefe me preguntara el motivo de rechazar los últimos días.
Así que me he venido a la playa, a esta hora no suele haber mucha gente por
aquí, exceptuando a aquellos que vienen a hacer deporte. Me relaja escuchar
el romper de las olas, me ayuda a dejar la mente en blanco aunque ahora la
tenga llena de pensamientos que necesitan organizarse.
Hace dos años que Zenda y yo nos conocemos, dos años que estamos en la
vida del otro. Dos personas que se conocieron una noche en un bar de copas,
cuando no buscaban más que divertirse, sin saber que aquello iba a cambiarlo
todo. Una persona había llegado para dar sentido a muchas cosas. Zenda entró
en mi vida haciendo tambalear mi mundo y todo mi universo, y aunque ella no
se dio cuenta, cada vez que sonreía, cada vez que susurraba un <<pero si no
me conoce>> cuando yo le daba las gracias por entrar en mi vida y quedarse;
cada vez que me pillaba mirándola y, sorprendida, preguntaba:<<¿qué pasa?
¿qué tengo?>>, tocándose la cara. O cada vez que suspiraba distraída, yo me
enamoraba un poquito más de ella. Y cada minuto que pasaba, era un pasito
más que dábamos en la dirección que nos llevaron nuestras decisiones y
elecciones. Aunque debería haber sido más valiente y haberle confesado
mucho antes que me cambió la vida cuando apareció, que mi mundo se
resumió a una sola persona porque, aunque tomáramos decisiones erróneas en
un momento determinado, yo sabía que llegado el momento, nuestras vidas se
unirían de un modo más personal e íntimo.
Por eso me jode tanto que haya ido a verle en un momento como este. No lo
entiendo, y no creo que llegue a hacerlo. Diego no le ha dado nada bueno en
todo el tiempo que hace que le conoce. Para ella el sexo no le era suficiente y
saltó a la vista. A veces me pregunto qué hubiera pasado si su relación se
hubiera consolidado. Si Diego se hubiera dado cuenta de la mujer tan
maravillosa que había conocido, de que estar con Zenda era lo mejor que le
podía haber pasado en su patética vida. Probablemente ya no viviríamos
juntos y quizás nos habríamos distanciado porque, ¿a qué hombre no le
molesta que su pareja tenga una íntima amistad con otro hombre que, a todas
luces, está perdidamente enamorado de ella? O puede que Zenda intentara
introducirme en la vida de Diego, ampliar el círculo en vez de salirse de él o
sacarme e impedirme de nuevo el acceso. Y yo, ¿podría haber seguido siendo
solo su amigo? ¿Podría haber aguantado verles cada vez que se diera la
ocasión, felices e inventando un futuro juntos, mientras me lamentaba en
silencio no ser yo quien le provocara todas y cada una de sus sonrisas? No,
definitivamente no. Si eso hubiera pasado, me habría alejado para siempre de
ella porque verla feliz con Diego habría supuesto mi infelicidad, hasta que mi
mente se acostumbrara y entendiera que Zenda nunca estaría entre mis brazos.
Pero eso nunca pasó, gracias a su sentido común se dio cuenta de que
Diego no le proporcionaba nada bueno y que toda aquella historia tenía fecha
de caducidad.
Y yo, con Zenda, descubrí cosas que jamás habría podido imaginar.
Situaciones que nunca, ni en mis sueños más alocados, pensé que viviría. A su
lado, mi vida, la percepción del mundo y de todo lo que me importaba, se
tornó y mostró completamente diferente, para enseñarme que los momentos
que iba a vivir con esa chica que me había robado la razón desde que posé mi
mirada en ella, iban a ser, con diferencia, los más hermosos y preciados de mi
existencia. Zenda es, imposible de describir con palabras, hay que sentirla;
escucharla relatar cualquier cosa cotidiana de su día a día, verla sonreír y oír
sus carcajadas es maravilloso, sobre todo sentir que es uno mismo quien se las
provoca. No le hago justicia con una bana descripción de su forma de ser, ni
siquiera describiendo su físico pues, aparte de tener un cuerpo precioso, es
mucho más que eso. Ya no sé qué sentido tendría el amor sin no es a ella a
quien se lo profeso. Y no hay mentira más gorda, que decir que no podría
quererla más de lo que ya lo hago, porque sin ni siquiera proponérselo, día a
día Zenda me demuestra que es posible, que el amor aumenta cada segundo a
su lado, porque simplemente con mirarla, cuando me devuelve la mirada,
cuando me sonríe solo porque sabe que la estoy mirando, me demuestra lo
extraordinario que es nuestro amor. Y nuestra historia, tan increíble y
maravillosamente nuestra.
Pero debe entender que a mí también me ha afectado toda esta situación. No
hago esto para hacerle daño, eso jamás. No dudo de mis sentimientos hacia
ella. Ni de la relación que tenemos. Está claro que alejarme de Zenda no es
una solución y estar a su lado no me ayuda a pensar, por eso he decidido pasar
el menor tiempo posible juntos aunque compartamos el mismo techo. No voy
a separarme de ella porque yo también la necesito a mi lado, pero ambos
tenemos que aprender a gestionar todo lo que hemos vivido en estas últimas
semanas. Y vamos a hacerlo juntos. Distantes, pero juntos.
CAPÍTULO 35
Milo me evita. Lleva diez días con esta rutina de ni conmigo ni sin mí.
Hemos vuelto a trabajar, pero tenemos el mismo turno. Por tanto, intenta pasar
más tiempo fuera de casa que dentro, solo para mantenerse lejos de mí. Yo le
hablo, o lo intento. Cada vez que me mira sin querer, aprovecho la oportunidad
para intentar entablar una conversación que él acaba esquivando. No creo que
su propósito sea hacerme daño. Milo me quiere, lo sé. Y yo echo de menos
compartir momentos con él, sobre todo las noches; no dormir en su cama, a su
lado, es la habitualidad que más extraño. Hacer noche en el mismo colchón,
hace que sienta que todo va bien, aunque la realidad fuese muy distinta.
Cuando me enteré del embarazo… Que lejano me parece y resulta que no
hace ni una semana desde que no lo estoy. Cuando pensé que iba a ser madre,
dormir con él me hizo sentirme fuerte, capaz de cualquier cosa. Fue un
momento delicado para nosotros y necesitaba recomponerme después de que
aquel predictor rompiera mis ilusiones y esperanzas. Sí, me hice a la idea, y
perder a ese bebé fue uno de los peores momentos de mi vida, aunque ni
siquiera llegara a sentirle moverse en mi interior. Pero esta situación, estar
con Milo de esta forma, me provoca una mala sensación imposible de
describir. Decir que siento dolor, ni se acerca al sentimiento que me embarga y
la ansiedad que me oprime el pecho.
Ayer cuando él salió de casa, necesité desahogarme. Llorar no era lo que
necesitaba, quería gritar. Y lo hice, grité muy fuerte, ahogue mi alarido en la
almohada mientras la música hacía su parte, amortiguando mis quejidos. Y me
vino bien, me sentí mejor, aunque no durante mucho tiempo.
Odio sentirle tan lejos; tenerle físicamente a un palmo cuando sus
sentimientos caminan en dirección contraria a los míos, para evitar la
incómoda situación que sería encontrarse por el camino.
Anoche le hablé tras su puerta. 《 Te quiero 》 , fue lo único que le dije. Y
sé que me oyó, lo sé por el suspiro que escuché en el interior del dormitorio.
No contestó, pero esta mañana he encontrado un 《 y yo 》 , al formarse el vaho
en el espejo del cuarto de baño. Eso me recordó a cuando me duchaba y
escribía un mensaje para que cuando él hiciera lo mismo, el vaho le mostrara
mis palabras. Cuando era una niña, descubrí que si no limpias el cristal
después de escribir un mensaje en él, al volver a empañarse, esas palabras se
hacen visibles otra vez. Se convirtió como en un ritual, y cada noche
utilizábamos nuestro particular lienzo para dibujar palabras que para otros no
significarían nada, pero que para nosotros, lo decían todo. A veces le escribía
mensajes inquietantes y aterradores del tipo: 《 te estoy viendo 》 , 《 voy a
matarte 》 , o llenaba el espejo con la huella de mis manos. Recuerdo nuestras
risas cuando salía después de ver alguno de ellos. Necesito recuperar nuestros
momentos, esos que hacían que lo vivido entre nosotros fuera distinto a las
vivencias de cualquiera otra persona. Al menos para nosotros. Pero, ¿cómo
puedo acercarme a él cuando impone distancia antes de que yo dé un paso en
su dirección?
Esta situación es insufrible, me sobrepasa. Necesito cambiar esto, que
volvamos a ser nosotros, esos que no pueden dormir bien sin un beso de
buenas noches aunque la mayoría de las veces se convierta en el preludio de
una noche de muchos y muy buenos besos.
No cambio mis días con él por nada, no cambio ni un segundo de lo vivido
porque todas esas situaciones pasadas nos ha llevado en la misma dirección,
nos ha hecho sentirnos más cerca que nunca; que el simple roce de nuestras
manos sea algo que reseñar porque, para nosotros, es importante. Y besarle,
joder, me muero por besarle, por tocar su pelo, enredar mis manos en él
mientras nuestros labios se degustan como si nunca hubieran probado otros
labios o disfrutaran del mejor manjar. Para mí, sin duda, lo es. Milo sabe a
amor, amor del bueno; un amor sin fisuras, sin miedos, sin mentiras, de horas
recorriendo nuestros cuerpos sin más intención que sentirnos, de cerrar los
ojos y sonreír en el abrazo más largo y estremecedor del mundo.
Son las once de la noche y estoy sentada en el salón escuchando música a
un volumen moderado, cuando la puerta de casa se abre y Milo entra, pero
intento parecer concentrada en la melodía porque no quiero vivir otro
momento de indiferencia por su parte. Noto que titubea y finalmente se queda
parado en medio del salón, mirando hacia el suelo. Levanta la cabeza y me
mira con ojos tristes. Supongo que se debate entre si debe acercarse o no. Una
de las comisuras de sus labios se alarga para mostrarme una media sonrisa que
se desvanece al instante. Eso me da fuerza, me infunde la seguridad de que si
me acerco, esta vez no va a alejarse. Lo hago. Me levanto y camino con paso
lento hacia él. Nos quedamos mirando sin decir una palabra, dejando que la
música se apodere del momento. Alzo una mano y le acaricio la mejilla,
suspira cerrando los ojos, el mismo gesto que hago yo. Mi boca reproduce una
suerte de sonrisa pero me muerdo los labios porque me tiemblan y no quiero
llorar. Sin abrir los ojos, Milo cede un poco más y apoya la frente en mi
hombro. Paso mis manos por su pelo, acariciándole y recreándome en la
sensación de volver a sentirle cerca.
―Yo tampoco puedo decir que no... ―murmura sin levantar la cabeza.
Sonrío con ternura porque sé que se refiere a la canción que está sonando
porque, aunque no habla de nosotros, Lenny Kravizt y su If you can't say no, a
veces hace que lo parezca.
―Duerme conmigo esta noche, Milo. ―Niega con la cabeza.
―Estoy enfadado.
―Lo sé. Y te pido perdón.
―No ―dice y levanta la cabeza para mirarme mientras habla―. Estoy
enfadado conmigo por no poder olvidarlo todo. Solo tengo que ordenar mi
cabeza y comprender muchas cosas que la parte sensata de mí, ya hace.
―Suspira mirando al suelo y vuelve a enfocar la vista en mí―. Pero soy
egoísta y no quiero que te vayas.
―No me iré a ninguna parte.
Sin más palabras, se separa de mí, se va y se encierra en su cuarto. Yo
apago el reproductor y ya en mi habitación y con una lista de canciones tristes
de Spotify en mi móvil con el volumen al mínimo, me tumbo en la cama
mirando al techo y me preparo para no dormir.
CAPÍTULO 36
Hace ya dos semanas que Milo me confesó el miedo que sentía a que me
fuera, mientras él ordenaba sus sentimientos y se perdonaba a sí mismo.
Ayer cometí una locura, quedé con mi padre y le conté todo, absolutamente
toda la historia. No me juzgó, pero por las expresiones que iba poniendo supe
cuánto le sorprendía todo aquello. Le pedí que me dejara hablar sin
interrumpirme y después lo hiciera él. Le costó arrancar.
―Dime algo, papá ―le pedí cuando hube acabado―. ¿Te he
decepcionado?
―No ―contestó al instante de preguntar― jamás podrías decepcionarme.
Eres mi hija. Todos nos equivocamos. En la vida no hay errores, solo
experiencias, de nosotros depende sacarles la parte positiva. Y aprender,
sobre todo aprender.
Yo no le veo la parte positiva a lo de Diego, aunque creo que en cierto
sentido me ha hecho madurar. Me ha hecho ser firme en mis decisiones.
―Ya... El problema es que Diego ha vuelto a empezar a llamar para
preguntar cómo estoy. Y no sé por qué si ya tuvimos esa conversación dónde
pareció que todo había quedado zanjado, pero no deja de llamarme... No
entiendo nada, papá.
―A lo mejor ese chico se ha dado cuenta de lo increíble que es mi hija
pequeña ―dice y me sonríe. Yo también, solo que la mía es amarga.
―No creo que lo haga por eso. Y si así fuera me da igual. Yo quiero a
Milo.
―Lo sé. Y me consta que él también te quiere a ti. Y si tú no le culpas por
estas últimas semanas es porque sabes que tiene derecho de sentirse
abrumado. Pero está ahí, ¿verdad?
Hablamos mucho más, pero esto es con lo que quise quedarme. Es cierto
que no le culpo, y ahora además tenía el punto de vista de una de las personas
más importantes de mi vida. Pero no sé cómo acercarme a él sin que intente
huir de mí.
Son más de las doce cuando llego a casa después del trabajo, cansada y con
el alma hecha pedazos porque tener a Milo, lejos de mí de esta forma, me
rompe cada vez un poco más por dentro.
Pero lo que veo al entrar en el salón no me cuadra. Las cosas no están como
estaban. A decir verdad, faltan algunas de ellas. Como aquella foto en lo alto
de la estantería. Una que nos sacamos enseñando nuestros tatuajes, cuando ya
se habían curado y se veían bonitos.
―Milo... ―le llamo.
Camino hasta su habitación. La puerta está cerrada, así que llamo antes de
abrir.
―¿Estás ahí? ¿Milo?
Cuando abro la puerta siento como si aquellas cuatro paredes no fueran más
que un espejismo. Dentro no hay nada, nada que una vez pudiera pertenecerle.
Los marcos de su escritorio están vacíos y ahora mismo ni siquiera puedo
recordar qué fotos había en ellos. Abro el armario, pero dentro no hay ni una
sola de sus prendas. Obtengo el mismo resultado al abrir los cajones de la
mesa de noche. Me siento en la cama porque noto como si la habitación diera
vueltas a mi alrededor, aunque el mundo siga girando a la misma velocidad
alrededor del sol y no de mí. La presión que siento en el pecho comienza a no
dejarme respirar. Me duele. Estoy a punto de sufrir un ataque de ansiedad,
pero no puedo permitirlo. Intento controlar la respiración y las lágrimas
empiezan a brotar, aflojando un poco la presión del pecho y el dolor físico
comienza a remitir. El dolor emocional se queda, se instala y se pone cómodo
porque sabe que va a acompañarme una larga temporada. Tengo que llorar y
lloro. Porque necesito sacar lo que me hace daño.
―Dijiste que no te irías. ―Lloro con rabia―. ¡Lo dijiste, lo dijiste, lo
dijiste!
Tiro del edredón con fuerza lanzándolo al suelo, llevándome con él parte
de la sábana en un arranque de furia. Me dejo caer de rodillas en el suelo
mirando el edredón tirado sobre las baldosas, cuando algo que no había
captado cuando entré en el cuarto, llama mi atención. Un sobre blanco que,
supongo, estaría encima de la cama.
Las manos me tiemblan cuando lo recojo del suelo y le doy la vuelta. En el
reverso leo mi nombre, aunque este se vuelve borroso por las lágrimas. Intento
contenerlas, mientras abro el sobre y saco la hoja que hay dentro. Es una carta
de Milo.
Zenda:
Te dije que no haría esto. Me juré a mí mismo que permanecería a tu lado en todo
momento, mientras intentaba poner en orden mis sentimientos. Pero no puedo. Me cuesta
entender por qué sigue llamándote. Intento no escuchar cuando le contestas al teléfono,
pero no lo consigo, te oigo hablar con él, y aunque le dices que tiene que dejar de hacerlo y
que no quieres saber nada de él, al día siguiente vuelve a sonar varias veces y tú, cansada de
que no cese en su intento, contestas. Podrías apagar el teléfono, pero no lo haces y atiendes
sus llamadas.
Y yo así no puedo. ¿Cómo voy a lidiar con mis demonios si casi cada día te escucho
hablar con el más poderoso de todos? No puedo seguir así y me mata tener que romper mi
promesa y alejarme de ti. Pero necesito pensar, Zenda. Y si para ello no podía estar tan
cerca de ti, imagina hacerlo cuando tu mayor enemigo sigue haciéndose notar.
Sé que debería haberte dicho todo esto a la cara, pero si lo hacía no hubiera podido
marcharme y, de verdad, créeme, lo necesito. No pienses que he dejado de quererte porque
eso es imposible. Pero el amor no es suficiente en este momento, Zenda. O al menos no lo
es para mí. Y sé que huir tampoco es una solución; o la más cobarde de ellas, sin embargo,
es lo mejor que puedo hacer por ahora y por nosotros. Sigue existiendo un nosotros, lo
juro. Y esa es una promesa que no pienso romper.
Te quiero, mi amor. Espero que no me odies por haber faltado a mi palabra.
Y si hay algo sobre lo que no debes albergar duda alguna, es de que volveré a tu lado.
Solo necesito un poco de tiempo. Concédemelo y mantén vivo lo que sentimos, por favor.
Yo haré lo mismo por mi parte.
Releo la carta dos veces más sin creerme lo que significan todas esas
palabras. Dos lágrimas surcan mis mejillas, pero las seco y me prohíbo volver
a llorar.
Guardo la carta en el sobre y reprimo las ganas de hacerla pedazos y lanzar
los trozos por la ventana para que se vayan bien lejos. Pero no lo hago, decido
que voy a guardarla para leerla cuando sienta que le necesito. Cuando la letra
de cada canción me recuerde a él. Cuando piense en que, en lugar de sentarse
a hablar conmigo, decidió alejarse. Porque, aunque gran parte de la culpa es
mía por no saber pararle los pies a Diego, también es suya por no atreverse a
hablar conmigo y confesarme todo lo que estaba sintiendo. Pero, ¿con una
carta? No, Milo, así no. Este no ha sido nunca nuestro estilo.
Vuelvo a sentir la presión en el pecho pero no, ya no más lágrimas, ya he
llorado suficiente en estos últimos meses y no pienso volver a hacerlo. Ni por
Milo, ni por nadie.
CAPÍTULO 37
Termino de comer y llevo el plato a la pila para fregar todos los cacharros
que he utilizado para hacerme el almuerzo. Hace tres meses que Milo no está.
Llamo a su familia constantemente con la esperanza de que hayan tenido
noticias de él. Una semana atrás su hermana recibió una postal con una imagen
de dos gatos en la que solo le informaba que estaba bien y que no se
preocuparan. Pero nada sobre mí.
Cada día acudo, esperando en algún momento encontrarlo, a los lugares que
frecuentábamos, como esa cafetería que abre todo el año que tanto nos gustaba
con sus mil y un sabores de mermeladas.
Ya no lloro. Lo hice durante casi un mes entero aunque a mí me pareció
mucho más tiempo. Hay momentos, como el de ahora, en el que siento ese
nudo que se te instala en la garganta antes de que las lágrimas empiecen a
brotar, pero ni rastro de ellas. A veces ese nudo es tan apretado que me cuesta
hasta respirar.
Miro el tatuaje que llevo en el dedo índice, el que llevo a juego con Milo,
aquel que nos hicimos cuando todo era perfecto. Cómo han cambiado las
cosas, en lo que dura un sueño la vida puede tornarse en una pesadilla, pero
esta no desaparece cuando despiertas por la mañana, sigue impresa en ti y tú
inmersa en ella. El resto del mundo gira aunque yo me haya quedado clavada
en el mismo sitio. Sé que no ha pasado tanto tiempo desde que se marchó, pero
ya casi he perdido la esperanza de que Milo regrese. Me lo imagino en algún
lugar, conociendo a otra chica, enamorándose e imaginando un futuro juntos.
Maldita sea ¡quiero llorar! Quiero poder derramar lágrimas, sé que me sentiré
mejor si lo hago. Necesito exorcizar mis demonios interiores, pero estos
deben de haberse aferrado a las lágrimas impidiéndoles salir.
Hace dos semanas que mi hermana dio a luz a un precioso niño al que han
llamado Adrián. Tanto mi hermana y mi cuñado me hicieron el honor de
nombrarme su madrina, algo que yo acepté más que encantada. Mi ratón, como
he decidido llamarle, es quien me ha devuelto la sonrisa. Cuando paso tiempo
con él, me olvido del mundo, hasta que vuelvo a estar sola en casa y la
ausencia de Milo, vuelve a pesar en las paredes, en el techo y en toda la casa.
En el fondo creo que esto ha sido la crónica de una muerte anunciada.
Hemos estado bastante tiempo viviendo una vida que no nos pertenecía, una
vida inventada que al final creamos de verdad. Pero los cuentos de hadas solo
son eso, cuentos. La realidad es otra historia, porque la vida no deja de ser
una historia con muchas tramas. Tramas que tienen su comienzo, su desarrollo
y su final, sin excepciones. Algunas son cortas, otras más largas pero al final
todas acaban, de una forma u otra. Es la vida, todo comienzo tiene su final. La
trama de mi vida con Milo tuvo sus momentos felices, aunque fue corta, con un
desenlace de esos que dejan un sabor amargo. A veces pienso que esto aún no
ha acabado porque lo sigo recordando, no he cortado nuestros lazos. Con Milo
sentí que podía volar, era como estar sujetas con unas alas fuertes que eran
parte de mi ser, pero ahora siento que no eran de verdad. Como unas alas de
cristal, tan frágiles, que al final se han roto.
Termino de fregar y me siento en el sofá del salón en el más absoluto
silencio, mirando una foto en la que estamos Milo y yo, que tengo en el
aparador, una de tantas. Éramos felices. Por Dios, ¿qué fue lo que pasó? Hay
días que siento que le odio por haberse marchado así. Llegar a casa y
encontrármela vacía de sus cosas, hizo que me hundiera más en mi propia
miseria. Se fue, le necesitaba y se fue. Le quería, le amaba. Y se fue. Pero a
pesar de todo siempre termino reconociéndome que no le odio y que no hay
pasado en lo que siento por él, que aún le quiero, que aún le amo. Que este
sentimiento nunca se va a ir porque es de verdad. Y tenemos que reconocernos
que hay sentimientos que jamás dejaremos marchar. Los necesitamos para
saber que seguimos vivos. Sentir dolor es el mejor bálsamo para una vida rota
y vacía. Al final sentir es la única opción que nos queda, y las sensaciones
buenas solo están al alcance de unos pocos.
Hace tiempo leí un libro, uno en el que la protagonista llegaba a un punto en
el que no podía llorar, de tanto que había sufrido, era como si ya no le
quedasen lágrimas que derramar. Ella también tenía un amigo, que al final
llegó a convertirse en el amor de su vida. El sufrimiento llegó a su fin y la
historia tuvo un final feliz. ¿Por qué no pude tener yo el mío con Milo? ¿Por
qué tuvo que marcharse? Yo también necesito que termine mi dolor.
No comprendo cómo puede estar lejos de mí y no echarme tanto de menos
como para volver. Se supone que me quiere, o me quería, ya no sé qué pensar.
Lleva tres meses sin tener ningún tipo de contacto conmigo. Releo su carta y
me parece que la haya escrito otra persona. En ella dice que mantenga vivo lo
nuestro, ¿pero cómo voy a mantener vivo un sentimiento que me provoca tanto
dolor?
Hay días en los que me encuentro pidiendo que no vuelva. Días en los que
creo que le odio por haberse marchado de la forma en la que lo hizo. En los
que me intento convencer de que no me quiere y que nunca lo hizo. Esos días
en los que no me aguanto ni yo. Luego están esas jornadas en las que le
necesito tanto que me duele. En los que siento que la vida es menos vida sin
él. Y finalmente están los días en los que me digo que puede volver o quedarse
dónde está, que ha dejado de importarme y que yo valgo más que todo esto. Y
lo que yo tengo en mi interior es una mezcla de todos esos sentimientos. Unos
son más fuertes que otros, solo que ahí están, dentro de mí. Juntos y muy
revueltos.
Tom Hanks dice en Naufrago, que hay que seguir respirando, porque
mañana volverá a amanecer, y quién sabe qué traerá la marea. Y qué razón
tiene.
En mi relación con Milo, hice todo lo que pude, y sé que a veces me
equivoqué, pero no puedo seguir atascada en un camino cerrado. Tengo que
fluir, como el mar, como esa marea que ayudó a Tom Hanks a salir de una isla
que fue su cárcel durante cinco años. Fluir, dejarme llevar. Hasta que, por fin,
mis pies puedan tocar tierra firme.
CAPÍTULO 40
No puedo dormir. Hace horas que estoy dando vueltas por la cama
intentando encontrar la posición correcta en la que el sueño, por fin, quiera
verme dormir, pero no hay manera. Más aún después de haber recibido tres
mensajes de Milo hace unos minutos. Parece que ha acabado por encender su
teléfono después de encontrármelo apagado tantas veces como llamé. Incluso
pensé que se había deshecho de su número, pero al parecer todavía lo
conserva.
Tengo tanta rabia en mi interior, tanto rencor acumulado. Me gustaría
contestarle y decirle que no me interesa nada de lo que pueda haberme
mandado. Son enlaces por lo que he podido ver en el panel de notificaciones.
No quiero abrir el chat porque seguro que está en línea esperando que lo vea.
Pero lo hago, porque últimamente parece que corra en línea recta hacia lo que
más daño me provoca.
Antes de abrir el primer mensaje compruebo que, como había previsto,
Milo está conectado. Ese primer link me lleva a un vídeo que me hace viajar a
una noche de copas hace ya más de dos años. "Forever Young" empieza a
sonar muy bajito en mi móvil. Es la versionada por Alphaville, esa canción
que una orquesta tocaba la noche en la que nos conocimos. La escucho entera
porque esta melodía me trae recuerdos muy bonitos, aunque el final de la
historia siempre sea el mismo.
La segunda canción me remonta a un recuerdo agridulce. La escuchamos
Milo y yo juntos, acostados en su cama, la noche de aquel día en que me entere
que estaba embarazada de Diego. Fue la noche de nuestro primer beso. No el
primero si nos regimos por el tiempo, pero si desde que nos miramos de otra
forma.
El tercer enlace me lleva a una canción que me deja en el presente, en el
aquí y ahora. Es una canción que habla de alguien que ha estado lejos, alguien
que pide una segunda oportunidad, un solo momento para explicarse. Alguien
que ama a otra persona, que la ha amado desde siempre. Que pide escuchar de
su boca que lo perdona por haber estado lejos. Una canción que habla de
nosotros y de lo que nos ha pasado. "Far Away" de Nickelback es la canción
que ha escogido Milo para pedirme perdón y que le escuche, a través de una
voz que no es la suya. Y yo, no sé si movida por los recuerdos, los bonitos,
cedo un poco.
"Te daré de tiempo lo que dura un café. Mañana a las cinco y media. En
nuestro sitio"
"Ahí estaré. Gracias. Te quiero."
Y si no me pregunta por nuestro sitio, es porque sabe de sobra, cual es.
CAPÍTULO 43
Los labios de Milo vuelven a posarse suaves y delicados sobre los míos.
Sentirle por fin tan cerca me abruma y permito que dos lágrimas recorran mis
mejillas y vayan a morir a nuestros labios unidos. Él se aparta unos
centímetros al darse cuenta.―Por favor no llores, Zenda.
―Calla. No dejes de besarme.
Le agarro la nuca y le acerco a mi boca para besarle esta vez con ansia. Un
deseo animal me ciega y solo quiero morderle los labios y lo hago. Él gime en
respuesta, le gusta. Vuelvo a morderle más fuerte y sé que le hago daño como
también sé que le pone y mucho que sea tan brusca.
Me agarra y me arrastra con él hasta que mi espalda choca con una de las
paredes del salón. Estamos muy salvajes, pero no me importa. Milo besa mi
cuello y baja hasta mis pechos aún cubiertos por y el sujetador; estoy tan
sensible que siento como clava los dientes en mi pezón. Me desabrocha el
sujetador solo para tener libre acceso a mis pechos con sus labios. Noto como
succiona. El resto de la tela que cubre nuestros cuerpos, pronto nos sobra y
nos deshacemos de ella con tanta agresividad y desespero, que la hacemos
jirones. Qué más da una prenda si lo que más necesito lo tengo acariciándome
como si al mundo le quedara un suspiro. Sentir su boca y sus manos en mis
pechos está en mi top five de mejores sensaciones.
Quiero tocarle, pero cuando lo hago me agarra las manos y me las sujeta
con las suyas por encima de la cabeza. Su rostro queda muy cerca del mío.
Cuando quiero besarle me lo impide apartándose con una sonrisa canalla.
―Milo...
―Dime qué quieres, Zenda ―susurra con su iris clavado en el
mío―¿Quieres esto? ―Roza su erección con mi sexo y yo suspiro de placer,
ese roce casi puede conmigo.
―Sí.
―Dímelo. ―Vuelve a pegarse a mí y a hacerme gemir muy alto.
―Házmelo, Milo, házmelo.
―¿Quieres que te haga el amor?
―No.
―Entonces, qué quieres. Dímelo, Zenda. ―Su voz suena tan dirty que me
está volviendo loca.
―Quiero que me folles. ―Sus ojos parecen llamear cuando me escucha
decirlo―. Hazlo. Fóllame hasta que se acabe el mundo.
Son las últimas palabras que pronuncio porque el mundo se ha parado para
nosotros. Dejamos de formar parte del mundo que nos rodea para sumergirnos
en nuestra propia intimidad. Queremos lo mismo y nos lo demostramos
comiéndonos la boca con voracidad, lamiéndonos y mordiéndonos porque lo
queremos todo y al mismo tiempo. La ropa nos estorba, pero no vamos a llegar
a la cama. La vamos dejando caer y apartando a un lado, dónde no nos
moleste, porque sentirnos es nuestra prioridad.
No comprueba que esté húmeda porque ya lo sabe. Me levanta una pierna que
pasa alrededor de su cadera y noto cómo se va abriendo paso hasta invadirme
por completo. Y me llena, como solo él sabe hacerlo, en cuerpo y alma.
CAPÍTULO 46
Hace poco más de un año que Milo y yo nos dimos el “sí, quiero”. Más de
un año desde que formalizamos nuestra relación de una manera muy simple:
nosotros en el juzgado con la única compañía de Isabel y su marido que nos
han servido como testigos. No podíamos elegir a dos personas de nuestras
familias y dejar al resto fuera. Así que nos decidimos por ellos dos, que no se
negaron al pedírselo; Isabel hasta lloró. Pobrecita mía, qué ilusión le hizo.
Hoy es domingo, es el cumpleaños de Milo y me muero de ganas por darle
su regalo. Adoro contemplarlo mientras duerme, lo he convertido en una de
mis aficiones, la mejor de todas, sin duda. Pero hoy no me aguanto más,
necesito despertarlo. Me acerco a él y deposito un suave beso en los labios.
Le doy otro, pero aún no abre los ojos. Me muevo en la cama y me coloco
encima de él. Su erección matutina me da los buenos días. Me inclino, le doy
otro beso y está vez abre los ojos y me responde colocando sus manos en mis
glúteos.
—Mmm buenos días —dice asiéndome de las caderas esta vez y
meciéndome contra su miembro duro.
—Buenos días. Feliz cumpleaños —hablo mimosa— pensaba darte tu
regalo, sin embargo…
—Ah pero, ¿este no es mi regalo?
—Tonto.
Nos reímos y volvemos a besarnos esta vez con más efusividad. Me
incorporo aun encima de él para quitarme la camiseta de pijama. Milo lo hace
conmigo y comienza a lamerme un pezón hasta dejarlo completamente duro,
para lanzarse luego a por el otro. Me encanta la forma que tiene de besarme
los pechos, es una mezcla entre dulzura y desesperación. Lame, chupa, muerde,
succiona. Sube paseando los labios por mi cuello, uno de mis puntos débiles,
mientras yo me deleito metiendo los dedos entre los mechones de su pelo. Nos
movemos lo justo para deshacernos de la parte de abajo del pijama y la ropa
interior. Y sin más me penetra. Coloco las manos en su torso y hago que se
tumbe en la cama, mientras me muevo encima de él.
—Esto es para ti, déjame hacer.
Entrelazamos nuestras manos y tomo impulso para subir y bajar. Milo no
aguanta y me agarra de las caderas y balancea su cuerpo acompasando
nuestros movimientos. Sentir a Milo dentro de mí es una de las mejores
sensaciones de mi vida. Nos ajustamos a la perfección, como dos piezas de un
mismo puzle. Hemos ido conociendo el cuerpo del otro, aprendiéndonoslo de
memoria hasta saber qué nos gusta y dónde. El sexo es una experiencia
maravillosa sobre todo si se lleva a cabo con la persona a la que quieres. Y a
quién yo quiero es a Milo.
Seguimos moviéndonos, pero esta vez balanceo mis caderas adelante y
atrás. Estoy casi a punto así que utilizo la fricción de mi clítoris con su piel
para acelerar el orgasmo y aumentar la sensación. Poco a poco me dejo llevar
por un orgasmo demoledor y tras varios movimientos, Milo se corre dentro de
mí.
Nos quedamos unos minutos unidos por nuestros cuerpos, yo recostada
encima de él, mientras nos besamos. Después me levanto haciendo que Milo
salga de mí y manchándonos con nuestros fluidos.
—Tenemos que ducharnos —me dice.
—Primero quiero darte tu regalo. —Hinco los dientes en mi labio inferior
—. Cierra los ojos.
Sin quitarme de encima de él, alargo la mano y saco de mi mesilla de
noche, una caja plana y alargada, envuelta en papel de regalo.
—Feliz cumpleaños, cariño — le felicito, mientras le tiendo su regalo
Milo comienza a abrir el paquete, y yo lo miro incapaz de contener la
sonrisa. Cuando levanta la tapa de la caja se queda serio y me mira. Vuelve a
mirar dentro y veo como sus ojos se humedecen.
—Esto es… estás… —Balbucea y yo asiento mordiéndome los labios.
—Vamos a ser padres, Milo.
Saca la prueba de embarazo que hay dentro de la caja, se incorpora en un
segundo y me abraza con todas sus fuerzas. Luego se aparta para mírame.
—¿Vamos a tener un bebé? —habla aun sin poder creérselo— ¿Esto es de
verdad?
—Sí, cariño. —Cojo su mano y la poso en mi tripa—. Vamos a tener un
bebé.
—Joder, este es el mejor regalo que me han hecho en toda mi vida. —
Habla con lágrimas en los ojos— Te amo, Zenda. Eres la mejor.
—Tú sí que lo eres.
La vida nos hace pasar por momentos duros, momentos que quisiéramos
olvidar, pero a los que a la vez nos aferramos ya que ellos nos recuerdan
porqué estamos donde estamos. Que las cosas que tienen que suceder,
sucederán. Que todo tiene su proceso y su tiempo. Su momento. Su tiempo en
la vida. Y el nuestro ha llegado.
FIN
AGRADECIMIENTOS
La primera persona a la que quiero dar las gracias es a mi marido, la
persona que más me aguanta en todo el mundo, por haber soportado que
estuviera pegada al ordenador, sobre todo en los últimos meses. Gracias por
todo. Tú eres mi definición perfecta.
Y a ti, que has llegado hasta aquí, tanto si te ha gustado como si no, te doy
las gracias por haber dado una oportunidad a mis personajes y su historia.