Ce Siii e 23361 de 2012
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Ce Siii e 23361 de 2012
Se ordenará pagar al accionante por los perjuicios que le fueron ocasionados con
la expedición de los actos administrativos demandados se calculará con base en
los honorarios mensuales que dejó de percibir el contratista durante el lapso que le
restaba al plazo convenido en el contrato de prestación de servicios indebidamente
terminado de manera unilateral por la entidad contratante.
CONSEJO DE ESTADO
SECCION TERCERA
SUBSECCION “A”
“1. Negar las pretensiones de la demanda, por las razones dichas en la parte
motiva de esta sentencia.
1. ANTECEDENTES
“Afirmar como lo dice la Resolución No. 129 del 15 de marzo de 1999 que
resolvió el recurso de reposición interpuesto contra la resolución de terminación
unilateral del contrato, que las verdaderas causas eran entre otras: porque era un
contrato leonino; porque dicho contrato constituía en sí mismo una de las distintas
modalidades de corrupción. Que el contrato era para sustraerse los recursos; para pagar
favores políticos. Estas causales no son apropiadas para aplicarlas en las que regula el
art. 17-1 de la Ley 80/93, aduciendo razones de exigencias del servicio público. Si se
comparan la Resolución No. 000143, del 5 de febrero de 1999 con la Resolución No.
000129 del 15 de marzo de 1999 se pueden descubrir las intenciones verdaderas del
autor del acto, donde se persigue un fin distinto del verdadero; camuflado de un interés
general, por eso el Tribunal yerra cuando afirma que no está probada la desviación de
poder.
2. CONSIDERACIONES
Algo similar acontece con el ejemplar del mencionado contrato estatal No.
002 de 1999 el cual fue allegado en copia simple por la parte actora junto con el
libelo inicial del proceso, al igual que con la Resolución No. 143 de 1999 ─no así
con la Resolución 219 de 1999, de la cual obra un ejemplar suscrito en original por
el Gerente de la Lotería del Chocó─; empero, en lo atinente a los dos específicos
documentos obrantes en copia simple en mención, subraya la Sala que se trata de
una decisión emanada de un negocio jurídico celebrado por la entidad accionada,
respectivamente; que en el auto admisorio de la demanda se dispuso “[S]olicítese
a la entidad demandada los antecedentes que dieron origen a la presente
demanda”1, no obstante lo cual la Lotería del Chocó no acompañó documento
alguno de los requeridos por el Tribunal a quo, a la contestación de la demanda;
que, pese a lo anterior, la entidad accionada, al contestar el escrito introductorio
de la litis, no sólo no reprochó los antes citados documentos y admitió tanto haber
celebrado el mencionado contrato como proferido los actos administrativos
acusados ─fls. 52-53, c. 1─, sino que además, en el acápite de pruebas de la
referida contestación, solicitó tener como material acreditativo a valorar en el
litigio, “las que obren en el proceso”, con pleno conocimiento de que los varias
veces mencionados documentos, emanados ─se reitera─ de la propia entidad
accionada, habían sido allegados ya al encuadernamiento como anexos de la
demanda.
1
Numeral 4 del auto de 27 de enero de 2000, obrante a folio 49 del cuaderno 1 del expediente.
2
Nota original de la sentencia citada: El artículo 254 del Estatuto Procedimental Civil preceptúa lo
siguiente:
“Artículo 254. Valor probatorio de las copias. Las copias tendrán el mismo valor probatorio del
original, en los siguientes casos:
1. Cuando hayan sido autorizadas por notario, director de oficina administrativa o de policía, o
secretario de oficina judicial, previa orden del juez, donde se encuentre el original o una copia
autenticada.
2. Cuando sean autenticadas por notario, previo cotejo con el original o la copia autenticada que se
le presente.
3. Cuando sean compulsadas del original o de copia autenticada en el curso de inspección judicial,
salvo que la ley disponga otra cosa”.
“Cuarta.- Por qué el numeral 2 del artículo 254 del Código de
Procedimiento Civil no es contrario a la Constitución y por qué tampoco la
quebranta el numeral 3 del artículo 268 del mismo Código.
El numeral 2 del artículo 254 establece que las copias tendrán el mismo valor
probatorio del original “cuando sean autenticadas por notario, previo cotejo con
el original o la copia autenticada que se le presente”. La razón de ser de esta
exigencia es elemental, ya se trate de transcripción del documento o de
reproducción mecánica del original (fotocopia): resultaría imposible saber con
certeza que la una o la otra corresponde al original, de no existir la autenticación.
Esa nota de autenticación debe ser original en cada copia. Así lo definió
expresamente el Consejo de Estado, en sentencia de abril 4 de 1980:
“Es claro que la ley le da a las copias un valor probatorio similar al del
documento original, pero, como es obvio, la diligencia que da fe de que la copia
que se sella corresponde al documento original o a una copia debidamente
autenticada, debe ser cumplida directamente por el funcionario autenticante, sin
que pueda suplirse con la adjunción de una simple copia con la atestación original
referida. En otros términos, toda copia debe tener un sello de autenticación propia
para poder ser valorada como el documento original”. (Consejo de Estado,
sentencia de abril 4/80 magistrado ponente, Carlos Betancourt Jaramillo).
Sostener que el exigir una copia autenticada en el caso del numeral 2 del artículo
254 es presumir la mala fe de quien pretende hacerla valer como prueba, sería
tanto como afirmar que también desconoce la presunción de buena fe la exigencia
de solemnidades ad substantiam actus en algunos contratos (como en la
compraventa de inmuebles), porque con el argumento de la buena fe deberían
eliminarse las escrituras públicas, el registro de la propiedad inmobiliaria, el
registro del estado civil, etc. Nada más absurdo y más contrario a las relaciones
jurídicas y, en especial, a la seguridad, a la certeza, que debe haber en ellas.
(…)
Un principio elemental que siempre ha regido en los ordenamientos
procesales es el de que las copias, para que tengan valor probatorio, tienen
que ser auténticas. Ese es el principio consagrado en las normas del Código
de Procedimiento Civil que regulan lo relativo a la aportación de copias de
documentos.
De otra parte, la certeza de los hechos que se trata de demostrar con prueba
documental, y en particular, con copias de documentos, está en relación directa
con la autenticidad de tales copias. Tal certeza es el fundamento de la eficacia de
la administración de justicia, y en últimas, constituye una garantía de la
realización de los derechos reconocidos en la ley sustancial”3 (se deja subrayado
y resaltado).
Sin embargo, en el caso sub judice estima la Sala que debe ser tomada en
consideración la circunstancia consistente en que, salvo el aludido en la letra a),
el origen y el contenido de los demás documentos citados en referencia fue
reconocido y admitido por la propia entidad demandada ─destinataria o emisora
de las correspondientes comunicaciones escritas─ al contestar el libelo
introductorio del proceso, en los siguientes términos referidos a cada uno de los
hechos de la demanda, de acuerdo con la numeración que a los mismos asignó el
actor en ella:
3
Nota original de la sentencia citada: Corte Constitucional, sentencia C-023 de 1998; Magistrado
Ponente: Jorge Arango Mejía.
constitutivo de aceptación de oferta alguna, puesto que con él sólo se confirma el
recibo de una comunicación suscrita por el demandante 4.
11. Este es un hecho totalmente falso. El carnet otorgado al demandante fue con
ocasión de la suscripción del contrato de prestación de servicios No. 33-95, cuyo
objeto era el de realizar 5 seminarios talleres del tipo aprender haciendo, en igual
número de municipios del departamento de Nariño a elección del contratista,
según las necesidades de cada municipio, dirigido al grupo municipal que
designara el respectivo alcalde, para capacitarlos en la formulación de proyectos
para ser cofinanciados por el Fondo, de acuerdo con el Sistema Nacional de
Cofinanciación5.
(…)
14 y 15. Es falso que en la comunicación 2836 de julio 27 de 1995 suscrita por el
entonces Director General del Fondo, se presentaran condiciones contractuales al
Gobernador del Departamento de Nariño. Lo que se realizó fue la presentación de
una persona que estaba dispuesta a prestar una asesoría pero no a nombre del
Fondo, y prueba de ello es que en la comunicación 04125 de septiembre 1 de
1995, obra en el expediente, el Director del Fondo reafirma que el demandante no
es funcionario del Fondo6.
(…)
20, 21 y 22. La existencia de las comunicaciones citadas por el contratista es
cierta, y de hecho de ellas obran copias en su demanda7”.
4
Nota original de la sentencia citada: Se refiere al documento citado en la letra b) del presente
acápite.
5
Nota original de la sentencia citada: Se refiere al documento mencionado en la letra c) del
presente apartado.
6
Se refiere a los documentos relacionados en las letras d) y e) de este apartado del presente
proveído.
7
Se refiere a los documentos citados en las letras f) y g) de este acápite de la presente decisión.
8
Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera, Subsección “A”,
sentencia del 9 de mayo de 2012, Expediente No.: 17.008.
denominada potestad de la entidad estatal contratante para dar por culminado, de
manera unilateral, el contrato estatal respectivo 9. Y es que al regular de manera
especial los contratos que celebran las entidades estatales, el legislador ha
determinado, a través de muy variados eventos y con importantes diferencias en
cuanto a sus efectos, la procedencia de la terminación o finalización de la
respectiva relación por decisión unilateral que podrá o deberá, según cada caso,
ser adoptada por la respectiva entidad contratante.
Sin embargo, como ya se dejó señalado, las referidas especies del género
de la ´terminación unilateral de los contratos estatales` también se diferencian
significativamente entre sí, cuestiones que fácilmente se pueden derivar de los
aspectos propios de cada una de ellas y que, de manera resumida en cuanto a los
más destacados, se presentan a continuación:
Según los explícitos dictados de la referida Ley 80, es claro que dicha forma
de terminación unilateral tiene “… el exclusivo objeto de evitar la paralización o la
afectación grave de los servicios públicos a su cargo [se refiere a la entidad estatal
14
Acerca de la liquidación de los contratos estatales y sus diferencias con la terminación de los
mismos, así como acerca de las variadas modalidades de liquidación (bilateral, unilateral o judicial),
oportunidades para su realización y demás aspectos relacionados con la liquidación de los
contratos estatales, se encuentra el pronunciamiento que realizó la Sección Tercera del Consejo de
Estado, contenido en la sentencia de diciembre 4 de 2006, proceso número 15239, radicación R-
0507, actor DATA BASE SYSTEM LTDA.
contratante] y asegurar la inmediata, continua y adecuada prestación …” de los
mismos.
Esta modalidad de terminación unilateral únicamente puede tener aplicación
respecto de aquellos específicos contratos estatales señalados en el numeral 2º
del artículo 14 de la Ley 80, esto es: a) “en los contratos que tengan por objeto el
ejercicio de una actividad que constituya monopolio estatal”; b) en los contratos
que tengan por objeto “la prestación de servicios públicos”; c) en los contratos que
tengan por objeto “la explotación y concesión de bienes del Estado” y d) “en los
contratos de obra”, en cuanto en todos ellos resulta imperativa la inclusión de la
cláusula excepcional de terminación unilateral; así mismo podría aplicarse en
aquellos f) “contratos de suministro” y g) contratos “de prestación de servicios”, en
los cuales se hubiere incluido expresamente esa cláusula excepcional, como
quiera que en estos dos (2) últimos dicha estipulación resulta facultativa.
“Sin embargo, en los casos a que se refieren los numeral 2º y 3º de este artículo
podrá continuarse la ejecución con el garante de la obligación”.
15
Las principales disposiciones legales que hoy consagran y prevén la aplicación de la caducidad
administrativa en los contratos estatales son las siguientes:
Artículo 18 de la Ley 80: … la entidad por medio de acto administrativo debidamente motivado lo
dará por terminado [se refiere al contrato estatal] …” en los casos en que se presente “… alguno de los
hechos constitutivos de incumplimiento de las obligaciones a cargo del contratista, que afecte de manera
grave y directa la ejecución del contrato y evidenci[e] que puede conducir a su paralización …”.
El numeral 5 del artículo 5 de ese mismo estatuto de contratación estatal, prohíbe a los contratistas
particulares que accedan “… a peticiones o amenazas de quienes actúen por fuera de la ley con el fin de
obligarlos a hacer u omitir algún acto o hecho”, al tiempo que les impone el deber de informar de
inmediato sobre la ocurrencia de esos hechos, ante las autoridades competentes. A ello agrega, la norma
legal en cita, que “[e]l incumplimiento de esta obligación y la celebración de los pactos o acuerdos
prohibidos, dará lugar a la declaración de caducidad del contrato”.
Los artículos 90, 91, 92, 93, 94 y 95 de la Ley 418, proferida en el año de 1997, comúnmente
conocida como Ley de orden público, cuya vigencia fue prorrogada inicialmente por espacio de tres años
mediante la Ley 548, adoptada en el año de 1999, posteriormente prorrogada por cuatro (4) años más
mediante la Ley 782, promulgada en el año 2002 y actualmente vigente en virtud de la prórroga que por
espacio de cuatro (4) años más dispuso la Ley 1106, expedida en el año 2006, contienen múltiples y
variadas disposiciones en virtud de las cuales se autoriza e incluso se ordena la declaratoria de caducidad
administrativa de cualquier contrato celebrado por una entidad pública cuando el contratista incurra en
conductas, previstas en esas mismas normas, que determinen su participación, colaboración,
financiación o cualquier otra forma de auxilio para con los grupos armados organizados al margen de la
ley.
El artículo 61 de la Ley 610, expedida en el año 2000, prevé que las contralorías deben solicitar a la
autoridad administrativa correspondiente, esto es a la entidad estatal contratante, que declare la
caducidad del contrato en el cual se encuentre vinculado el contratista particular que hubiere sido
declarado fiscalmente responsable.
La Ley 789, expedida en el año 2002, por medio del parágrafo 2º de su artículo 50, según el texto
hoy vigente, modificada por el artículo 1º de la Ley 828, dictada en el año 2003, determina de manera
imperativa que si durante la ejecución de cualquier contrato celebrado por una entidad estatal o a la
fecha de su liquidación, se observe la persistencia, por cuatro (4) meses, del incumplimiento del
contratista particular respecto del pago de los aportes parafiscales que constituyen sus obligaciones
frente al Sistema de Seguridad Social Integral (sistema de salud, pensiones, riesgos profesionales,
aportes al SENA, ICBF y cajas de compensación familiar) , “… la entidad estatal dará aplicación a la
cláusula excepcional de caducidad administrativa”.
por espacio de cinco (5) años, participar en licitaciones o concursos ante cualquier
entidad estatal así como celebrar contratos con cualquiera de dichas entidades
estatales (artículo 8-1-c, Ley 80) y, por otra parte, lo obligará a ceder los contratos
estatales que ya hubiere celebrado o a renunciar a su participación en los mismos
si dicha cesión no fuere posible (artículo 9, Ley 80).
“Artículo 45. De la nulidad absoluta: La nulidad absoluta podrá ser alegada por
las partes, por el agente del ministerio público, por cualquier persona o
declarada de oficio, y no es susceptible de saneamiento por ratificación.
“En los casos previstos en los numerales 1o., 2o. y 4o. del artículo anterior, el
jefe o representante legal de la entidad respectiva deberá dar por terminado el
contrato mediante acto administrativo debidamente motivado y ordenará su
liquidación en el estado en que se encuentre”.
19
GIRALDO CASTAÑO; Derecho Administrativo General. Editorial Marín Vieco Ltda. Medellín, 5ª
ed., 1995. Pág. 59.
20
Sentencia de 16 de febrero de 2006, Exp. 13414, M.P. Ramiro Saavedra Becerra.
21
BETANCUR JARAMILLO, Carlos; Derecho Procesal Administrativo Señal Editora, 5ª ed.; pág.
209. Afirma el profesor Betancur, que el carácter de orden público que tienen las normas que
atribuyen las competencias funcionales, “...permite su declaratoria oficiosa por el juzgador, aunque
el demandante no la haya invocado en apoyo de su petición”. Por su parte, en la doctrina
argentina, la incompetencia en razón de la materia es considerada como un “vicio muy grave”,
calificación que hace que el acto sea inexistente, lo cual puede ser declarado de oficio en sede
judicial (DROMI, Roberto; Ob. cit., Págs. 244 y 245).
22
Sentencia del 11 de mayo de 1999; Expediente 10.196. Actor: Sociedad Brogra Ltda.
Los actos administrativos cuya legalidad se cuestiona en el presente litigio
fueron proferidos por la entidad accionada invocando el ejercicio de la facultad
consagrada en el artículo 17-1 de la Ley 80 de 1993, la cual fue incorporada en el
contrato estatal de prestación de servicios profesionales número 0002 de 1999,
celebrado entre las partes en el asunto sub judice, a través de su cláusula novena;
la potestad excepcional de terminación unilateral del contrato estatal prevista en la
norma en mención puede ser ejercida, de acuerdo con el tenor literal del referido
precepto, “[C]uando las exigencias del servicio público lo requieran o la situación
de orden público lo imponga”; esta potestad, entonces, debe ser ejercida en
aquellos casos en los cuales, después de haber sido celebrado el contrato y con
fundamento en acontecimientos que no resulten atribuibles al contratista
─especialmente, siempre que no se trate de su incumplimiento, pues en dicho
evento la facultad que procedería ejercer sería la de declaratoria de caducidad del
convenio─, la entidad contratante constate el advenimiento de circunstancias
sobrevinientes que hagan evidente que continuar adelante con la ejecución del
contrato afectaría la correcta prestación del servicio público del cual se trate o
amenazaría con desestabilizar el orden público.
23
Corte Constitucional, sentencia C-454 de 1994; Magistrado ponente: Fabio Morón Díaz.
24
Nota origina de la sentencia citada: Cfr. BACIGALUPO, M., La discrecionalidad administrativa.
Estructura normativa, control judicial y límites constitucionales de su atribución, Marcial Pons,
Madrid, 1997, pp. 138-139. Esta explicación de la noción es muy similar a la efectuada por Sainz
Moreno respecto a la indeterminación de los conceptos. El autor recurre a la figura de los dos
círculos concéntricos, representando el interior la zona de certeza positiva, el exterior la de certeza
negativa y la zona ubicada entre los dos círculos, la de indeterminación aunque, claro, «las líneas
verificar a qué supuestos fácticos puede aplicarse un concepto jurídico indeterminado
en particular, se encontrará que algunos casos indiscutiblemente estarán cubiertos por
él (caerán en su zona de certeza positiva), otros indubitadamente no lo estarán
(quedarán comprendidos en la zona de certeza negativa) y en medio de ellos, se
ubicará un terreno en el que se mueven los supuestos dudosos (el denominado halo del
concepto)25.
(…)
La comprensión de los conceptos jurídicos indeterminados que, a juicio de la
Sala, se acompasa con el relativismo axiológico moderado que imponen el principio
del pluralismo y el propio principio democrático, es la que establece entre aquéllos y la
discrecionalidad administrativa, una diferencia apenas gradual, no cualitativa o
radical, en la medida en que, según las circunstancias del caso concreto, tales
conceptos indeterminados pueden constituirse en fuente de discrecionalidad
administrativa, de la manera que se explicará a continuación que es como debería
entenderse la facultad discrecional. Naturalmente, ello no ocurrirá en aquellos
supuestos en los que el concepto jurídico indeterminado provea al operador jurídico
administrativo o judicial de suficientes elementos de juicio como para poder tener
por acreditado que el caso se encuadra, sin lugar a dudas, en alguna de las zonas de
certeza del concepto positiva o negativa, con lo cual, el concepto claramente se
aplica o se inaplica. Pero sí es lo que sucede en los casos dudosos, penumbrales, o
neutros, los que caen en la zona o halo de incertidumbre del concepto, en los que una
decisión estrictamente lógico-deductiva no es posible, y se hace necesario recurrir a
argumentos o elementos de juicio de naturaleza técnica, económica, política, de
conveniencia u oportunidad, etcétera que, como se explicó, pueden ser racionales o
razonables, más no concluyentes o definitivos , con el fin de arribar a la formulación
de un criterio objetivo y razonable de decisión, que es, como se verá, lo mismo que
cabe esperar que realice el operador jurídico que ejercita una facultad discrecional.
(…)
Las particulares funciones de cada entidad, las específicas modalidades de
cada tipo de actividad para la cual se abre cada convocatoria, las singulares
necesidades de cada caso concreto, hacen necesario que la entidad pública tenga la
facultad de apreciar la manera más convieniente para el interés general artículo 209
constitucional de integrar o aplicar los conceptos jurídicos indeterminados
“administración de riesgos”, “capacidad técnica”, “infraestructura operativa” y
“experiencia”, en cada supuesto específico.
27
Precepto por cuya virtud “[E]n la medida en que el contenido de una decisión, de carácter
general o particular, sea discrecional, debe ser adecuada a los fines de la norma que la autoriza, y
proporcional a los hechos que le sirven de causa”.
28
Nota original de la sentencia citada: En relación con la aludida concepción pueden verse los
siguientes pronunciamientos: Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección
Tercera, sentencia del treinta (30) de noviembre de dos mil seis (2006); Consejero Ponente: Alier
E. Hernández Enríquez; Radicación número: 110010326000199503074 01; Expediente número:
13074; Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera, sentencia del
30 de noviembre de dos mil seis (2006); Consejero Ponente: Alier E. Hernández Enríquez;
diferenciar las denominadas definiciones “materiales” o “positivas” de dicha figura, de
las catalogadas como “formales” o “negativas” de la misma. Las primeras consideran
que la discrecionalidad opera en circunstancias en las cuales el interés general, para el
caso concreto, no se encuentra exhaustivamente precisado por la ley lo cual
evidentemente ocurre tratándose de las referidas normas que regulan el contenido
mínimo de los pliegos de condiciones, de suerte que la discrecionalidad surge como
autorización que se confiere expresa o implícitamente a la Administración para
que, previa ponderación de todos los hechos, intereses, derechos o principios jurídicos
comprometidos en el caso concreto, encuentre una solución para el mismo intentando
«elegir la medida más adecuada para la satisfacción del interés público: éste se
encuentra legalmente definido y fijado, pero no casuísticamente predeterminado,
tarea para la que se confiere libertad al órgano actuante otorgándole un poder
discrecional»29.
Para las segundas, por su parte las catalogadas como definiciones
“formales” o “negativas” el elemento determinante de la existencia de
discrecionalidad no es ya el objeto de la facultad misma y el cómo ella debe ser
ejercida esto es, según se acaba de referir, la autorización conferida a la
Administración para apreciar o integrar en qué consiste el interés público en cada caso
concreto, formulando criterios objetivos y razonables de decisión, sino la forma en
la cual se configura la forma en la cual se redacta el precepto que atribuye la
facultad, entendiéndose, por tanto, la discrecionalidad, desde la perspectiva formal
comentada, como un espacio o un ámbito de decisión no regulado o regulado apenas
de forma parcial por el ordenamiento, ámbito de decisión que el legislador, entonces,
ha decidido otorgar a la Administración, con el propósito de que ésta decida de manera
libre, eligiendo cualquiera de las alternativas que se ofrezcan como posibles para
resolver el caso, habida cuenta de que supuestamente, según estas posturas todas
esas alternativas resultan jurídicamente admisibles, esto es, se trataría de indiferentes
jurídicos30.
Radicación número: 11001-03-26-000-2000-0020-01; Expediente número: 18059; Consejo de
Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera, sentencia del treinta y uno (31) de
octubre de dos mil siete (2007); Referencia: 13.503; Radicación: 110010326000199713503 00.
29
Nota original de la sentencia citada: Cfr. MOZO SEOANE, Antonio, La discrecionalidad de la
Administración Pública en España. Análisis jurisprudencial, legislativo y doctrinal, 1894-1983,
Montecorvo, Madrid, 1985, p. 411.
30
Nota original de la sentencia citada: Entre tales definiciones formales o negativas de la
discrecionalidad puede darse cuenta, en la doctrina alemana, de la propuesta por Martín Bullinger,
autor a cuyo entender la discrecionalidad se configura como un margen de autodeterminación de la
Administración frente a los demás poderes públicos legislativo y judicial, por manera que la
facultad discrecional comporta un «margen de libertad que se deriva para la Administración pública
cuando su actuación no está completamente predeterminada». Cfr. BULLINGER, Martín, «La
discrecionalidad de la Administración Pública. Evolución, funciones, control judicial», en La Ley,
1.831, 30 de octubre de 1987, Madrid, p. 896. En España, entre muchos otros autores quienes se
decantan por esta postura claramente mayoritaria en dicho país que concibe la
discrecionalidad como un “margen de libertad de decisión” Cfr. MARTÍN MATEO, Ramón,
Manual de Derecho Administrativo, 15ª edición, Trivium, Madrid, 1993, p. 317 conferido a la
Administración por parte del legislador y, por tanto, inmune al control jurisdiccional, puede citarse la
definición propuesta por Luciano Parejo Alfonso, quien considera que la discrecionalidad «consiste
en la atribución a la Administración por el legislador de un ámbito de elección y decisión bajo la
propia responsabilidad», dentro del cual «pueden darse varias actuaciones administrativas
igualmente válidas por conformes con el Derecho aplicable». Cfr. PAREJO ALFONSO, Luciano,
Administrar y juzgar: dos funciones constitucionales distintas y complementarias, Tecnos, Madrid,
1993, p. 121. En similar sentido, en la doctrina francesa, la definición de René Chapus. Cfr.
CHAPUS, R., Droit administratif général, Tomo I, 15ª edición, Montchrestien, París, 2001, p. 1056.
También Eduardo García de Enterría y Tomás Ramón Fernández Rodríguez siguen un rumbo
similar, toda vez que consideran que «el ejercicio de una potestad discrecional permite (...) una
pluralidad de soluciones justas, o, en otros términos, optar entre alternativas que son igualmente
justas desde la perspectiva del Derecho (...). La discrecionalidad es esencialmente una libertad de
elección entre alternativas igualmente justas, o, si se prefiere, entre indiferentes jurídicos, porque la
decisión se fundamenta normalmente en criterios extrajurídicos (de oportunidad, económicos, etc),
no incluidos en la Ley y remitidos al juicio subjetivo de la Administración». Cfr. GARCÍA DE
ENTERRÍA, Fernando y FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Tomás Ramón, Curso de Derecho
Administrativo, Tomo I, undécima edición, Civitas, Madrid, 2002, pp. 455-456 y 460-461. En el
Empero, esta Sala ha justificado ya por qué razón tales concepciones negativas
o formales de la discrecionalidad no sólo desatienden la consagración constitucional de
la entera actividad administrativa a la satisfacción del interés general prevista, en el
ordenamiento colombiano, de forma expresa, en el artículo 209 superior , sino que
no encajan adecuadamente en el diseño de un Estado Social y Democrático de Derecho
si se tiene en cuenta que, al atribuir libertad de elección a la Administración, sin
exigirle a ésta que construya y esgrima criterios objetivos y razonables en los cuales se
soporten sus decisiones, semejantes comprensiones fácilmente pueden convertirse en
una ‘patente de corso’ para la arbitrariedad. Las concepciones formales o negativas de
la discrecionalidad, entonces, son aquellas que convierten ésta figura en “el caballo de
Troya en el Estado de Derecho”31. De ahí que convenga reiterar los razonamientos
que, en esta dirección, formuló la Sala con anterioridad y que se transcriben a
continuación, no obstante su extensión:
(…)
“Es ésta, igualmente, a juicio de la Sala, la concepción de la discrecionalidad
administrativa que subyace a la redacción de la norma que, en el Código Contencioso
Administrativo colombiano, se ocupa de la figura en cuestión. No de otra forma habría
de entenderse la exigencia formulada por el artículo 36 de dicho Estatuto en el sentido
de que el contenido discrecional de una decisión administrativa debe adecuarse a los
fines de la norma que la autoriza, así como ser proporcional a los hechos que le sirven
de causa. Sólo un criterio objetivo y razonable que justifique la elección entre la
pluralidad de alternativas de las que dispone la administración en el caso concreto,
permitirá constatar si la opción por la que se decanta respeta los límites establecidos
por el referido artículo 36 C.C.A.” 32
(…)”.
Establecido, entonces, que la Administración goza de amplios márgenes de
configuración en cuanto corresponde a la confección de los pliegos de condiciones,
resulta menester, en este lugar, ocuparse de identificar cuáles son los límites que no
pueden ser transgredidos en el ejercicio de tales potestades, habida cuenta de que,
actualmente, constituye un aserto aceptado de manera pacífica en el Derecho
Administrativo, el consistente en la inexistencia de facultades, de decisiones o de
actos puramente discrecionales y, por el contrario, se sostiene, de forma indiscutida,
que siempre hay elementos reglados presentes en todo acto administrativo 33, lo cual no
supone nada diverso que extender los alcances del principio de legalidad también a
aquellos ámbitos de decisión en los cuales la Administración dispone de relativa
mismo sentido, VILLAR PALASÍ, José Luis. y VILLAR EZCURRA, José Luis, Principios de Derecho
Administrativo, II, cit., p. 26, afirman que «potestad reglada es aquella cuyos presupuestos de
ejercicio, cuyo contenido y cuyo procedimiento están estrictamente regulados por la Ley. Frente a
ello, la potestad discrecional se caracteriza por no tener los presupuestos de su ejercicio o su
contenido predeterminados por la ley dejando su libre determinación a la Administración Pública».
Por similares derroteros marcha el concepto que propone María José Alonso Más, para quien
«podemos definir la discrecionalidad como la libertad electiva de que en ocasiones disponen los
poderes públicos para decidir lo que estimen más conveniente de acuerdo con las circunstancias
de cada caso (...), de modo que cuando la misma existe se dan diversas soluciones jurídicamente
válidas». Cfr. ALONSO MÁS, María José, La solución justa en las resoluciones administrativas,
Tirant lo blanch-Universitat de Valencia, Valencia, 1998, p. 223.
31
Nota original de la sentencia citada: En la expresión de Hans Huber, traída a cuento por GARCIA
DE ENTERRIA, Eduardo y FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Tomás Ramón, en su Curso de Derecho
Administrativo, cit., p. 457.
32
Nota original de la sentencia citada: Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo,
Sección Tercera, sentencia del treinta (30) de noviembre de dos mil seis (2006); Radicación
número: 110010326000199503074 01; Expediente número: 13074. M.P. Dr. Alier Hernández E.
33
Nota original de la sentencia citada: En tal dirección, resultan expresivas las aseveraciones de
Georges Vedel, en el sentido de que «la Administración no se encuentra nunca en una situación de
puro poder discrecional o de pura competencia reglada. No existe nunca competencia reglada
pura: incluso cuando la Administración está obligada a llevar a cabo un acto, dispone en cierta
medida de lo que Hauriou llamaba “elección del momento” (...). Pero, sobre todo, jamás hay un
puro poder discrecional. La idea según la cual existirían “actos discrecionales” que escapan a todo
control de legalidad ha desaparecido hace más de cincuenta años de la jurisprudencia». Cfr.
VEDEL, G., Derecho Administrativo, traducción de la 6ª edición francesa por Rincón Jurado, J.,
Biblioteca Jurídica Aguilar, Madrid, 1980, p. 264.
amplitud de valoración de las circunstancias de cada caso concreto, cosa que ocurre
tratándose de la elaboración de pliegos de condiciones o de sus documentos
equivalentes.
Por tal razón, al ocuparse de los límites que no pueden ser transgredidos por la
Administración al confeccionar pliegos de condiciones, el primer elemento al cual
debe hacerse alusión es el que corresponde a los mencionados elementos reglados
siempre existentes en toda decisión de la Administración que participa de la naturaleza
de acto administrativo y los pliegos de condiciones lo hacen, si bien la estirpe de los
mismos, según se explicó, es mixta, mientras que el segundo elemento o límite en
cuestión está integrado por el plexo de principios generales del Derecho y en
particular de los principios que rigen u orientan el ejercicio de la función
administrativa, aplicables a toda la actividad contractual del Estado por virtud de lo
normado, con carácter general, por los artículos 1, 2 y 209 de la Constitución Política,
así como por el artículo 3 del Código Contencioso Administrativo y, con carácter
particular, por el artículo 23 de la Ley 80 de 199334.
En relación con los elementos reglados siempre presentes en el acto
administrativo cuya naturaleza posteriormente muta, para convertirse, en lo
pertinente, en cláusula contractual contentivo de los pliegos de condiciones o de su
equivalente, siguiendo los planteamientos de Vedel son, como mínimo, tres los
aspectos en los cuales toda decisión administrativa los pliegos, entre ellas está
reglada: el primero, la competencia del órgano actuante, siempre prefijada por la ley,
la cual establece, de forma imperativa, las atribuciones de cada agente administrativo;
el segundo, los motivos, vale decir, los presupuestos fácticos y jurídicos que sustentan
la decisión, los cuales deben ser siempre « material y jurídicamente exactos», aún
cuando la Administración disponga de discrecionalidad para apreciar las
consecuencias que se derivan de la concurrencia de los mismos y, el tercero, el fin
perseguido, el cual debe ser siempre de interés público 35”36 (énfasis añadido).
“Disponía el artículo 19 del Decreto Ley 222 de 1983, fundamento legal del
acto acusado:
….
a) Orden público;
b) Coyuntura económica crítica.
….”
(…)
La entidad demandada debió expresar en la resolución lo que consideraba era
una crisis económica grave que le obligaba a terminar unilateralmente el contrato. No
siendo claro qué se entiende por “coyuntura económica crítica”, que en el presente
caso no fueron más que los factores internos de índole presupuestal derivados de la
celebración de contratos de prestación de servicios que no pudo cumplir, tenía la
obligación de concretar la circunstancia invocada en una realidad que no contrastara
con la solución de sus propios errores o con otros caminos que le permitieran salir de
las dificultades presupuestales por las que atravesaba.
Cuando los conceptos utilizados por la ley son indeterminados, aquellos que
no delimitan el ámbito de realidad al que se refieren de una manera precisa e
inequívoca como si sucede con los conceptos que se determinan, corresponde a quien
los invoca concretarlos porque éstos deben admitir la manera de ser precisados en el
momento de la aplicación. Esto sucede con conceptos tales como la buena fe, la falta
de probidad, el justo precio, la diligencia del buen padre de familia, etc., que se han
denominado conceptos jurídicos indeterminados pero que en el uso de la potestad
discrecional o en el juicio subjetivo que se haga de los mismos deben ser precisos
y justos cuando se aplican37. Un análisis de esta naturaleza debe poder hacerse frente
a la causal de terminación unilateral del contrato por “coyuntura económica crítica”.
Así las cosas, el recuento fáctico puesto de presente por la Lotería del
Chocó en las consideraciones de las resoluciones demandadas permite advertir
no sólo que la potestad excepcional de terminación unilateral del contrato estatal
número 0002 de 1999 fue ejercida con base en unos motivos y persiguiendo unos
fines distintos de los que constituyen elementos reglados de la referida potestad
discrecional y que también, de encontrarse acreditados tales presupuestos
fácticos, probablemente la que debió ejercer la entidad accionada fue la facultad
reglada de terminar unilateralmente el contrato prevista en el artículo 45 de la Ley
80 de 1993, por encontrarse el negocio jurídico incurso en la causal de nulidad
39
Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera, Sentencia del
dieciséis (16) de julio de mil novecientos noventa y ocho (1998); Consejero ponente: Ricardo
Hoyos Duque; Radicación número: 10652; Actor: William Alberto Baquero Namén.
absoluta prevista en el numeral 2 del artículo 44 del mencionado cuerpo normativo
─haber sido celebrado contra expresa prohibición constitucional o legal─.
40
Nota original de la sentencia citada: BLAQUER David. Curso de Derecho Administrativo. Tomo II.
El fin y los medios. Editorial Tirant lo Blanch, Valencia 2006.
41
Nota original de la sentencia citada: Es el sentido que le imprime a la norma la Corte
Constitucional en la sentencia C-454/94. Magistrado Ponente Doctor Fabio Morón Díaz.
42
Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, Sección Tercera, Sentencia del 25 de
febrero de 2009; Consejera ponente: Myriam Guerrero de Escobar; Radicación número: 85001-23-
31-000-1997-00374-01(15797); Actor: Sociedad Tracto Casanare Ltda.
En el anterior orden de ideas, los actos administrativos censurados en el
presente proceso fueron expedidos con invocación de unos motivos que no
encuadran en el supuesto de hecho de la norma que consagra la potestad ejercida
─falsa motivación─ y, adicionalmente, con desviación de las atribuciones propias
del funcionario que profirió la decisión; a este último respecto, bien vale la pena
recordar que, como lo ha sostenido tanto la doctrina como la jurisprudencia,
existen dos formas distintas de manifestación de la desviación de poder, a saber:
i) la desviación hacia fines ajenos al interés general, esto es aquellos supuestos
en los cuales la Administración se orienta a la búsqueda de intereses
absolutamente extraños e incluso contrarios al interés general, como serían los
móviles personales, el interés estrictamente privado, el deseo de venganza, las
preferencias políticas, etcétera43 y, de otra parte, ii) la desviación hacia fines
públicos pero diferentes a aquel que señala el ordenamiento jurídico, casos en los
cuales la Administración se aparta del fin señalado por el ordenamiento pero para
atender otro que también considera de interés público, como el ejercicio de
potestades administrativas con fines de carácter financiero, como serían los
encaminados a aumentar los ingresos de una entidad pública o a disminuir sus
gastos44.
“c) Sustitución de los motivos por el juez y sustitución de la base legal. En ciertas hipótesis
pueden darse estas salidas que le prestan un mayor relieve y entidad a esta forma de control.
Sobre el punto, con ponencia del autor de estas páginas, el Consejo de Estado sostuvo lo
siguiente:
“Cuando una decisión está fundada sobre un motivo ilegal, tal como lo sostiene Waline, o
insuficiente, su anulación no se impone necesariamente porque la jurisdicción administrativa se
reserva el derecho de sustituir el motivo alegado por otro real que respalde legalmente la decisión.
En esta hipótesis podrá darse la sustitución de la base legal o la de los motivos. En aquélla el
juzgador decide que si bien la norma que le sirve de apoyo a la administración no justifica la
medida, existe otra que la respalda plenamente. En el caso de sustitución de motivos, el mismo
juzgador acepta que aunque los motivos alegados son insuficientes para justificar la medida,
existen otros plenamente probados dentro del expediente que de haber sido invocados la hubieran
apoyado satisfactoriamente”. Consejo de Estado. Sentencia de 15 de noviembre de 1977.
Ponente: Carlos Betancur Jaramillo. Cfr. BETANCUR JARAMILLO, Carlos, Derecho Procesal
Administrativo, primera reimpresión de la sexta edición, Señal Editora, Medellín, 2002, pp. 237-238.
reparos que a la aplicación de dicha figura podrían formularse, entre otros
aspectos, desde la perspectiva del principio dispositivo y de los derechos al debido
proceso y a la defensa─ , para entender que las mismas no fueron proferidas por
la Lotería del Chocó en ejercicio de la facultad consagrada en el artículo 17-1 de la
Ley 80 de 1993 sino en aplicación de lo preceptuado por el artículo 45 ídem, se
encontraría con el insalvable escollo consistente en que no obra en el
encuadernamiento material acreditativo que permita establecer si, en realidad, el
contrato No. 0002 de 1999 fue celebrado contra la expresa prohibición contenida
en el artículo 2 del Decreto-ley 2400 de 1968 en el sentido de que no resulta
jurídicamente admisible celebrar contratos estatales de prestación de servicios
para ejercer funciones permanentes de la Administración, esto es de aquellas que
deben ser atendidas por personal de planta.
Por su parte, a este mismo respecto, el profesor Georges Vedel expresa lo siguiente:
Esta hipótesis es inversa a la que se acaba de examinar. No se trata ya aquí de que el juez emplee
de oficio un medio de anulación en lugar del recurrente, sino de sustituir de oficio las justificaciones
inoperantes invocadas por la Administración por una justificación válida que ésta ha omitido alegar.
Se sobrentiende, en primer lugar, que no existe ninguna dificultad cuando se trata simplemente de
que el juez restablezca la interpretación jurídica exacta de una norma de la cual la Administración
no ha sabido sacar partido en su defensa. El juez no está vinculado por la falta de habilidad jurídica
de las partes.
Dejando a un lado este caso, es preciso distinguir entre la sustitución de base legal y la sustitución
de motivos.
111.34
RA = $26’400.000 x --------------
57,00
RA = $ 51’568.000.oo
2.6 Costas.
Habida cuenta de que para el momento en que se dicta este fallo, el artículo
55 de la ley 446 de 1998 indica que sólo hay lugar a la imposición de costas
cuando alguna de las partes hubiere actuado temerariamente y, en el sub lite,
ninguna actuó de esa forma, en el presente asunto no habrá lugar a imponerlas.
FALLA: