El Arquetipo Del Guerrero Como Factor Determinante
El Arquetipo Del Guerrero Como Factor Determinante
El Arquetipo Del Guerrero Como Factor Determinante
Resumen
Esta investigación pretendió promover la adopción de una nueva causal de objeción
por conciencia en Colombia, generada a partir de la concepción y deseo que cada
varón tenga sobre cómo construir su propia masculinidad.
En un recuento histórico se evidencia en qué momento de nuestra evolución la guerra
se convirtió en patrimonio masculino y así se impuso el sistema simbólico que cono-
cemos hoy como roles de género; se explica cómo éstos han generado cargas des-
proporcionadas a los hombres con respecto a la construcción de su identidad; por lo
tanto se propuso aceptar que la construcción de la masculinidad apartada del modelo
hegemónico, es del ejercicio de los derechos fundamentales al libre desarrollo de la
personalidad, libertad de cultos o creencias y objeción de conciencia.
El diseño metodológico fue etnográfico. Analizó la masculinidad como construcción
cultural en contraposición de una ideología naciente como es el antimilitarismo, el
pacifismo y las posiciones críticas a la masculinidad.
Las conclusiones del ejercicio investigativo son:
12 Este escrito es el resultado de un análisis bibliográfico y conceptual dentro del proyecto de investigación “Con Armas
el varón: un análisis de objeción de conciencia al servicio militar a través de la categoría género”.
13 Egresada de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma Latinoamericana. Integrante Observatorio de Género.
Judicante ad honorem de la Corte Constitucional de Colombia.
Facultad
Facultad de Derecho
de Derecho • Vol.•4Vol.
núm.4 núm. 7 •59-78
7 • pp. ISSN:•2463-0098 • Enero-junio
ISSN: 2463-0098 de 2018de 2018
• Enero-junio |59
El arquetipo del guerrero como factor determinante para la creación de la masculinidad hegemónica
Introducción
Metodología
Conceptualización
razón a esto. Pero, cuando intentamos definir qué es ser hombres nos encontramos
frente a una definición difusa, porque generalmente no hablamos de lo que debe ser
un hombre, sino por el contrario de lo que no debe ser.
En este contexto entendemos que el concepto masculinidad es relacional, debido
a que este existe en tanto existe la feminidad como punto de referencia, la cual enten-
demos como su contraparte u oposición. Entonces, la definición de la masculinidad
parte del reconocimiento de lo que es diferente de sí, en palabras más simples, mas-
culino es lo que no es femenino (Faur; 2004) Como continua Faur, citando Badinter
(1997) “los hombres afirman su identidad masculina de tres maneras: mostrándose a
sí mismos y a los otros que no son mujeres, no son bebés y no son homosexuales”.
Por este motivo se afirma también que la masculinidad es, a su vez, un concepto
en negativo, su definición está en los antónimos de las otredades o contrapartes que
creo para afirmar su superioridad (Lynne, 1990, citada por Flaur, 2014).
sino que habían aprendido a procurarse la carne por su cuenta, supliendo las caren-
cias naturales de garras y colmillos con piedras, palos y huesos, y posteriormente de-
sarrollaron redes, trampas y herramientas para la caza. Además de esto, entre estos
machos se desarrolló un sistema de cooperación y trabajo en equipo, lo que generó
un sentimiento de identidad, tanto entre ellos, como con la actividad que realizaban;
el resultado de esto, es una figura que todos conocemos muy bien: el cazador. Pero
vale preguntarnos entonces ¿en qué momento los machos se apropiaron de la caza?
Todo parece indicar que fue la incursión en la caza mayor, o la caza de anima-
les grandes y peligrosos, lo que dio origen a la distinción de tareas entre machos y
hembras. La caza mayor desde el principio fue una labor destinada a los machos
que se encontraban en la periferia, quienes eran fundamentalmente machos jóvenes,
por la fuerza y la resistencia que precisamente esta requería. La caza mayor exigía
un elaborado sistema de cooperación, que permitió que surgiera una consciencia de
solidaridad entre los machos, que posteriormente, les daría fuerza para imponerse
como grupo antes las hembras, las cuales fueron repartidas junto con las crías, para
convertir a los machos nacidos en cazadores, mientras que a ellas les relegaron las
labores de reproducción, crianza y forrajeo o caza menor.
¿Por qué se da el reparto de las hembras? El antropólogo Serge Moscovici
(1975) citado por Vendrell (2013) explica que obedeció a cuestiones ecológicas. El
sistema de la caza mayor anudado a la organización centro periferia, donde los ca-
zadores seguían ubicados en el segundo, no estaba siendo adecuado para permitir el
acceso de los machos jóvenes a las hembras; además recordemos que la caza mayor
exigía un trabajo colectivo de machos, el tamaño de los grupos no iba a la par con las
exigencias del medio para la caza. Los primeros homínidos ya comprendían la función
reproductiva de la hembra, de eso dan cuenta las venus del Paleolítico, pequeñas es-
culturas de barro que representaba mujeres con senos y vientres enormes, exaltando
precisamente su natural maternidad, entendieron que la reproducción y el aumento de
los machos significaba fuerza para la caza y posteriormente poder.
Esto es lo que Vendrell llama, la revolución del género. Los machos toman con-
ciencia de su diferencia, convirtiéndose en hombres, y asumen el dominio de la otra
parte social, las hembras, convertidas en mujeres; las cuales son privadas de su
independencia y de su funcionar como grupo para pasar a depender únicamente de
un macho, quien probablemente será cazador, tendrá el uso reservado de las armas
y la fuerza, lo que le dará poder para también apropiarse de las hembras y crías de
otros grupos.
A partir de este momento cualquier grupo de homínidos, que no hubiese pasado
por esta revolución y no contara con un grupo de cazadores, fuertes y armados se
encontraba indefenso, sus mujeres y crías serían raptadas e incorporadas a un nuevo
grupo y ellos estaban condenados a su desaparición frente a las inclemencias de
uno de los períodos más violentos de la historia humana, el Neolítico. Aquí aparece
una nueva figura histórica, la cual es nuestro objeto de estudio: El guerrero. En los
últimos veinte mil a treinta mil años, nos hemos convertido en la especie depredadora
por antonomasia, no solo de plantas, animales, sino de nosotros mismos. Somos lo
más violento que ha existido sobre la faz de la tierra desde que evolucionó nuestro
pensamiento simbólico. En nuestra especie los instintos están desactivados casi en
su totalidad y han sido remplazados por el razonamiento, lo que probablemente in-
cluya la agresividad heredada de nuestros ancestros, así que esta predisposición a
la violencia no es conducta genética, sino probablemente cultural; la prueba es que
ningún depredador animal se comporta como nosotros, y nosotros no tenemos el
límite que impide llevar la depredación más allá de un asunto de supervivencia, si no
está la programación cultural que nos inhiba tendemos a la masacre, el ensañamiento
y la crueldad (Vendrell, 2013).
Entendemos entonces que el sistema de género es el responsable en la aparición
del guerrero, figura que se convertiría en arquetipo gracias a que ha estado presente
en todas las civilizaciones y culturas, porque su existencia surge de la violencia que
representó que el macho se convirtiese en varón.
Este argumento nos permite, empezar con la segunda parte del análisis hecho
a partir de los enunciados de Burin y Meler: ¿cuáles son las consecuencias que trae
a los hombres esa asignación simbólica con respecto al servicio militar y la guerra?
La primera consecuencia que vemos, es quizás la más evidente: la guerra afecta
de una forma totalmente diferente a hombres y a mujeres. Mientras ellas, tienen una
participación casi nula en el panorama bélico, donde su principal papel se limita al de
víctima y de objeto reproductivo que proporciona nuevos varones para engrosar las
filas. El hombre, por otro lado, es el instrumento que hace tangible la realidad etérea
que es la guerra en sí misma, los cuerpos masculinos son la materialización de las
intenciones bélicas de los estados y son ellos quienes sufren la crueldad y la violencia
propia de su masculinidad, víctimas y victimarios en sí mismos, la guerra pareciera
ser el castigo que merece quien nace con genitales externos.
No olvidemos que aparte de las posibles consecuencias físicas, se presentan
dolencias psicológicas de quienes acuden a la guerra. Según un artículo publicado en
el diario El País, en el año 2013:
vida si no fuera por el apoyo que le brindaron su mujer, sus tres hijos y los
psicólogos que lo siguen tratando (Faus, 2013).
Tal y como sucede con las imposiciones que la cultura patriarcal le hace a las
mujeres, es apenas obvio esperar que los hombres también se sientan incómodos
frente a la injusticia que trae un modelo de comportamiento que están obligados a
alcanzar, con el agravante de que el reproche social por no cumplir con lo impuesto
trae consigo la humillación y el profundo malestar que conlleva perder todos los pri-
vilegios ya alcanzados.
Quizás por esto la masculinidad hegemónica persiste como un discurso vigen-
te, a pesar de los adelantos hechos en materia de estudios de género que buscan
promover la iniciativa de los hombres para buscar una sociedad más igualitaria, por-
que los varones no quieren seguir perpetuando la violencia que implica el patriarcado
pero tampoco están dispuestos a renunciar a “ser masculinos” lo que da cuenta de un
profundo vacío a la hora de asumir la masculinidad desde una forma no hegemónica,
no tenemos ni idea de cómo ser hombres sin caer en estos estereotipos que tanto
queremos abolir.
En el aspecto de lo militar, la afirmación de la propia masculinidad, se dificulta
gracias a que entra a jugar un nuevo componente: el de nación y la obligación que
tiene cada hombre como ciudadano.
su actitud puede interpretarse como una falta, o, en los casos más graves, traición al
Estado.
En la actualidad, es común ver que los estados donde el servicio militar es obli-
gatorio, desplieguen actos de represión y castigos arbitrarios contra quienes deciden
no tomar las armas por razones de conciencia, por ejemplo los hombres de Corea del
Sur, van a prisión si no prestan su servicio militar y en el caso específico de Colom-
bia el Ejército ha desplegado una serie de acciones que atentan contra los derechos
fundamentales de la objeción de conciencia y la libertad, como lo son las batidas y el
reclutamiento ilegal.
Esta distinción esencial hombre mujer, tiene relación adicional con cierta tra-
dición de los oficios, que al presente, tiene por mejor habilitados a los varones
para el desempeño de las labores de la guerra, y, consulta elementos culturales
relacionados con la educación, especialmente física, de la mujer en nuestro
medio, no resultando esta distinción violatoria de los deberes dispuestos de
manera amplia en la Carta para la “persona” y “el ciudadano” (art. 95), si no,
más bien un desarrollo legislativo que facilita su cumplimiento en las determi-
nadas áreas objeto de la ley (Corte Constitucional, 1994).
De esta sentencia surge la orden dada al Ejército de crear una comisión multi-
disciplinar para revisar y decidir sobre las solicitudes presentadas para reconocer la
calidad de objetor de conciencia. Dicha comisión fue reglamentada hasta el año 2017
en la Ley 1861, que determina que estará conformada por “el comandante del distrito
militar correspondiente, un comité de aptitud psicofísica conformado por un médico y
un sicólogo, el asesor jurídico del Distrito Militar y un delegado del Ministerio Público”
(Ley 1861, 2017, art. 7).
Los argumentos para que una persona sea declarada objetor de conciencia de-
ben ser de contenido ético, religioso o filosófico; los cuales deben ser demostrados
como razones sinceras, profundas y fijas. Esta exigencia es acorde a los parámetros
dados por la Corte Constitucional en sentencia T- 455 de 2014:
El objetor de conciencia tiene la obligación de demostrar las manifestaciones
externas de sus convicciones y de sus creencias. Es su deber, probar que su
conciencia ha condicionado y determinado su actuar de tal forma, que prestar
el servicio militar obligatorio implicaría actuar en contra de ella.
Por otra parte, vale resaltar que en la sentencia C-728 de 2009, se aclara que la
objeción de conciencia no se circunscribe a un tema religioso
Por otra parte, aclara la Corte, que las convicciones o creencias susceptibles
de ser alegadas pueden ser de carácter religioso, ético, moral o filosófico. Las
normas constitucionales e internacionales, como fue expuesto, no se circuns-
criben a las creencias religiosas, contemplan convicciones humanas de otro
orden, que estructuran la autonomía y la personalidad de toda persona.
También podría ser un argumento válido el hecho de que, ajenos a motivos reli-
giosos o éticos, los jóvenes deciden no tomar las armas porque decidieron construir-
se como hombres alejados a los estereotipos de género.
Un avance significativo, a la hora de reconocer la objeción de conciencia desde la
perspectiva de género, es el tratamiento que se le ha dado a la mujer trans, como se
puede observar en el informe dado por la Defensoría del Pueblo en el año 2014, donde
explica las razones por la que una mujer transgénero no debería prestar el servicio
militar obligatorio.
A juicio de la Defensoría del Pueblo, una mujer trans no debe ser obligada
a prestar servicio militar obligatorio, dada su construcción de mujer. Pensar
lo contrario sería negar el sentido y la construcción identitaria, lo cual iría en
contravía de nuestros mandatos constitucionales. Tampoco se le debe obligar
a portar la libreta militar […].
El Estado está en la obligación de proteger, respetar y garantizar todos los dere-
chos humanos a las personas, sin ningún tipo de discriminación por su orien-
tación sexual, identidad o expresión de género, lo cual enmarca los derechos
al libre desarrollo de la personalidad y libertad de conciencia que reconoce la
Constitución Política.
Conclusiones
Bibliografía
Ferré Joan Vendrell (2013). La violencia del género: una aproximación desde la antropo-
logía. Cuernavaca México: Universidad Autónoma del estado de Morelos.
García Puente Juan. (1986). Obras Completas de Simon de Beavoir. Madrid España:
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Observación General No. 22. Comentarios generales adoptados por el Comité de los
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período de sesiones, U.N. Doc. HRI/GEN/1/Rev.7 at 179 (1993).
Puleo Alicia (2005). El patriarcado: ¿una organización social superada? Temas para el
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Schongut Grollmus Nicolas. (2012). La construcción social de la masculinidad: poder,
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