P Interpretativo
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Virginia R. Azcuy
Departamento de Investigación Institucional
– Área Sociológica –
1. Introducción ......................................................................................................................... 4
ANEXO 1 .............................................................................................................................................. 59
5. Bibliografía de orientación.............................................................................................. 82
ANEXO 2.............................................................................................................................................. 85
Anthony Giddens1
El sujeto está preparado para recibir en su ámbito al objeto; pero es imposible calcu-
lar de antemano lo que resultará de esta recepción. Igualmente el objeto está prepa-
rado para revelarse en el ámbito dispuesto; pero él mismo no puede adivinar ni de-
ducir qué clase de despliegue experimentará allí.
1. INTRODUCCIÓN
En el marco del programa “La Deuda Social Argentina” del Departamento de Inve s-
tigación Institucional, en el Área Sociológica, se han realizado los primeros pasos de acerca-
miento entre las diferentes disciplinas para progresar hacia una integración de los saberes.
Las reflexiones que siguen son el fruto del camino realizado e intentan hacerse eco de las
preguntas e inquietudes surgidas en el encuentro y la confrontación de los diferentes enfo-
ques y puntos de vista. Agradezco especialmente a cada uno de los miembros del equipo
nuestra “mesa de conversaciones” permanente, que ha constituido un lugar común para in i-
ciarnos en el ensayo práctico del diálogo entre las disciplinas y en la profundización teórica
acerca de las condiciones, exigencias y recursos necesarios para el intercambio interdiscipli-
nario. A la luz de lo recorrido en esta etapa, quisiera presentar un aporte teórico para la con-
fluencia de las disciplinas y su correspondiente aplicación al tema de la pobreza; su carácter
provisional está a la vista, si se tiene en cuenta la fase inicial del proyecto que le da origen y
que los logros alcanzados dentro del equipo en materia de interdisciplina son todavía muy
incipientes.
La propuesta de este ensayo es (1) realizar un discernimiento sobre la práctica interdisci-
plinaria a la luz de la reflexión teórica sobre ella, que nos permita evaluar nuestro propio iti-
nerario y proyectarnos hacia delante; para ello, se desarrollan (1.1.) la especificidad de la in-
terdisciplina en el ámbito universitario católico; (1.2.) los modos operativos de la interdisci-
plina; (1.3.) algunos criterios para el diálogo desde el punto de vista de la teología; y (1.4.) un
balance y una serie de propuestas para el camino futuro; (2) presentar el paradigma interpreta-
tivo como un espacio de confluencia interdisciplinaria, siguiendo los pasos de (2.1.) la búsqueda
de un paradigma teórico en el campo del método teológico, en diálogo con Geffré, Lonergan,
Scannone y Fortín-Melkevik; (2.2.) el hallazgo de la mediación filosófica de Paul Ricoeur y
de su consonancia con la sociología en la propuesta de la “doble hermenéutica” de Anthony
Giddens; (2.3.) la confluencia en el paradigma interpretativo y su recuperación desde la teo-
logía de H.U. von Balthasar; (3) mostrar la aplicación del paradigma interpretativo en una lectura
relacional de la pobreza, por medio de (3.1.) dos ejemplificaciones del mismo, en la epistemo-
1 A. Giddens, Las nuevas reglas del método sociológico. Crítica positiva de las sociologías comprensivas, Buenos Aires, Amorrortu,
1997, segunda edición corregida, 23.
2 H.U. von Balthasar, Teológica I. La verdad del mundo, Madrid, Encuentro, 1997, 63.
3 Para una introducción al autor, ver A. ESPEZEL (1993), Hans Urs von Balthasar. El drama del amor divino, Almagesto, Buenos Ai-
res; V.R. AZCUY (1998), coord., Homenaje a Hans Urs von Balthasar, Proyecto 30, en especial, 7-23.
4 Ver D. TRACY (1997), Pluralidad y ambigüedad. Hermenéutica, religión, esperanza, Trotta, Valladolid (original inglés de 1987); D.
TRACY (1994), On Naming the Present. God, Hermeneutics, and Church, Orbis Books, Maryknoll.
5 Cf. A. BORRERO (1998), La interdisciplinariedad en la Universidad, Theologica Xaveriana 48, 375-406. El autor es investigador de
temas educativos y universitarios, además de Director del Simposio Permanente de la Universidad de Bogotá. Su aporte será
retomado en 1.2., al hablar de los modos operativos de la interdisciplina.
6 J.C. SCANNONE (1990b), Teología e interdisciplinariedad: Presencia del saber teológico en el ámbito de las Ciencias, Theologica Xave-
riana 94, 63-79, 77.
7 Cf. INSTITUTO PARA LA INTEGRACIÓN DEL SABER (2002), La Investigación en Ex corde Ecclesiae, Consonancias 1, 4-8, 4s.
8 Cf. J.C. SCANNONE (1988), Posibilidades de evangelización del pensamiento universitario, Stromata 44, 139-152. Como queda expre-
sado en el título de esta conferencia, tenida en el taller “Universidad, cultura y evangelización” y organizado por el CELAM en
Santiago (República Dominicana) – 1988, el texto no trata en general de la evangelización de la Universidad o por su interme-
dio, sino sólo acerca de la evangelización del pensamiento universitario en cuanto pensamiento. Para su presentación del tema,
el autor –inspirándose en M. Blondel– analiza cómo incide la evangelización en el “pensamiento pensante”, es decir, consid e-
rando al pensamiento como acción de investigación, docencia y aprendizaje; y en el “pensamiento pensado”, que correspo nde
a la teoría científica y a la ciencia considerada en sí misma.
9 En este punto, Scannone sigue la visión del sociólogo chileno P. Morandé, para quien el principio de recursividad fue expre-
sado para la sociología por Durkheim a través del lema “lo social se explica por lo social”, ortorgándole no sólo un valor m e-
todológico (aceptable), sino también ontológico. Nótese que la crítica apunta a un uso absolutizado e ideológico del principio de
recursividad, lo cual no invalida el enfoque de estructura o reproducción social –como aparece en los trabajos de esta investi-
gación–, que se complementa de forma dialéctica con el enfoque del sujeto.
Según el filósofo, esta inserción del pensamiento científico en el mundo de vida es,
precisamente, la primera base y condición de posibilidad de la interdisciplinariedad, pues
todas las ciencias –al menos las no formales– hablan desde allí, sobre la misma realidad y para
volver a ella (Scannone, 1990b, 67).
10 Entre el “mundo de vida” y las ciencias se da una ruptura epistemológica o separación, pero ésta no es absoluta porque el
“mundo de vida” y el sentido en él implicado constituyen el trasfondo de la subjetividad del científico y de su práctica, cf.
Scannone, 1990, 66-67.
11 Sobre las relaciones entre teología y filosofía puede verse: R. FISICHELLA (1992), voz “Teología, V. Teología y Filosofía”, en:
R. LATOURELLE – R. FISICHELLA – S. PIÉ I NINOT (dir), Diccionario de Teología Fundamental, Paulinas, Madrid, 1430-1437.
12 Cf. G. GUTIÉRREZ (1986), “Teología y Ciencias sociales”, en G. GUTIÉRREZ, La verdad los hará libres. Confrontaciones, CEP, Li-
ma, 75-112; L. BOFF – C. BOFF (1986), Cómo hacer teología de la liberación, Paulinas, Madrid, 33-58. Se retomará este tema en el
punto 2.1.3. del presente estudio.
13 Ver El Departamento de Investigación Institucional pensado desde el Instituto para la integración del Saber. Documento de trabajo –
septiembre 2002, 33.
14 J. DE ZAN (1978), El trabajo interdisciplinario en las ciencias: significación y fundamentos, Stromata 34, 195-229.
15 La importancia de este punto es fundamental, como lo indica De Zan: “Si la integración no se realiza desde el comienzo y se
mantiene a lo largo de toda la investigación mediante un intercambio permanente de informaciones y puntos de vista que co-
rrijan y amplíen los enfoques parciales de cada disciplina, es imposible que se puedan integrar al final los resultados.” (De Zan,
1978, 198)
ción sistemática de las diferentes ciencias, es decir, hacia la formulación de nuevas hipótesis
compatibles con puntos de vista más amplios que los disciplinares16.
en el método de otra, o utiliza para su propio desarrollo los dejan intactas las fisonomías propias de
hallazgos efectuados por otras disciplinas. Por ejemplo, cada una de las disciplinas que han
cuando la historia demanda datos de la paleontología, la prestado su concurso a la interdiscipli-
arqueología, la antropología u otras disciplinas. na, si bien en cada caso se ha gestado
un efecto nuevo.
5) interdisciplinariedad suplementaria: se busca la inte-
gración teórica de dos o más objetos formales unidisciplina-
rios. Se da así la fecundación de disciplinas que participan del
mismo objeto material, pero sin llegar a fundirse en una so-
la.19 La lingüística y la psicología, por ejemplo, constituyen
un campo afín.
6) interdisciplinariedad isomórfica: procede, como el 2) interdisciplinariedad estructural:
adjetivo lo dice, de la integración fecunda de dos o más dis- mediante la interfecundación de dos o
ciplinas poseedoras de idéntica integración teórica y de tal más disciplinas isomórficas, se produce
acercamiento de métodos, que terminan, por su unión ínti- una nueva disciplina. Se identifica con
ma, produciendo una nueva disciplina autónoma. Ejemplos el tipo descriptivo de la interdisciplina-
de esta interfecundación, más profunda y de esencial inter- riedad isomórfica; pues por la unión de
dependencia, es la unión isomórfica de la química y de la diversas disciplinas o estructuras, se
biología para producir la bioquímica. generan las grandes teorías, conjuntos
de leyes o paradigmas.
7) interdisciplinariedad compuesta: en ella, la relación es 3) interdisciplinariedad restrictiva:
de convergencia, y ha merecido, además del adjetivo que la la interacción convergente de discipli-
precisa, muchos otros que a su modo le perfilan diferente nas y profesiones para dar respuesta a
sesgo a la acción convergente que se busca. Se la llama in- problemas concretos y complejos, con-
terdisciplinariedad compuesta porque en su acción deben servada la autonomía y fisonomía pro-
componerse convergentes disciplinas y profesiones, especia- pia de cada disciplina y profesión parti-
lidades y enfoques; también se la ha denominado interdis- cipante, da por resultado efectos exter-
ciplinariedad teleológica porque la acción convergente de las nos a la naturaleza misma de las cien-
disciplinas y profesiones a que hemos aludido, no es otra cias y profesiones que hicieron su apor-
sino la búsqueda de solución a un problema de marcada te al estudio y respuesta del problema
complejidad. Esta forma de interdisciplina se adapta muy en cuestión. Ésta es la formalidad res-
bien al campo ético y socio-político que busca tomar deci- trictiva de la interdisciplinariedad, co-
siones sobre complejos problemas de orden social. incidente con la interdisciplinariedad
compuesta.
2.3. Algunos criterios para el diálogo de la teología con las ciencias sociales
El trabajo de la interdisciplina y, en particular, el diálogo de la teología con las cien-
cias sociales, reclama la profundización de la relación teología y ciencia en general, tal como lo
hemos constatado en la práctica de nuestras conversaciones disciplinares. En este sentido,
Norberto Strotmann20 se plantea, no tanto la cientificidad de la teología y los problemas de
su status entre las ciencias21, sino la relación mutua entre la teología y la ciencia en la histo-
ria22, y si ambas han promovido mutuamente los criterios del conocimiento humano.
Por otra parte, a la hora del diálogo, la teología debe tener presente la situación de las
ciencias sociales23 y viceversa. Como afirma muy bien J.-M. Donegani –actualmente profesor
en el Instituto de Estudios Políticos de París–: “La inconmensurabilidad de los paradi gmas
es una condición común a la teología y a la sociología; la diferencia entre las teorías de Sim-
mel y de Parsons no es menor que la que se da entre las concepciones de Metz y de Mil-
bank” 24. En concreto, desde el punto de vista de la teología, retomo en esta ocasión los crite-
rios que ofrece Strotmann para el diálogo con las ciencias sociales, que pueden ayudar a en-
caminar correctamente el entendimiento e intercambio mutuos; asimismo, parecen dar res-
20 Sigo en este punto, junto a otros aportes, las reflexiones de N. STROTMANN (1987), Método teológico. Reflexiones previas para un
camino interdisciplinario, Revista Teológica Limense XXI, 3, 259-301; N. STROTMANN (1989), Algunos criterios epistemológicos para
la reflexión de las ciencias sociales en la teología, Revista Teológica Límense XXIII, 1-2, 149-174; N. STROTMANN (1995), La teología y
la ciencia, Revista Teológica Limense XXIX, 1, 9-39. El autor es doctorado en Teología (Innsbruck, Austria) y licenciado en So-
ciología (Biefeld, Alemania), Rector de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima (Perú) y Miembro de la Comisión
Teológica Internacional –al menos hasta 1995–.
21 Para ello, ver J.M. ROVIRA BELLOSO (1996), “La teología como ciencia”, en Introducción a la Teología, BAC, Madrid, 79-121.
22 Como resultado de la revisión histórica y de otros estudios, Strotmann plantea que: 1. entre la teología y la ciencia existe
una correlación dinámica de identidad y diferencia; y 2. una relación de promoción y crítica mutuas; 3. que esta relación es
fructífera mientras exista un interés mutuo positivo; 4. y que es dinámica porque se desarrolló conforme a la autocomprensión
propia del tiempo; 5. que en la época moderna se observa un creciente distanciamiento entre ellas, y 6. que el precio, de ello, es
amplio para ambas; por último, 7. que la diferenciación de la ciencia en ciencias naturales, humanas y sociales, trae una dife-
renciación de teorías de la verdad y del conocimiento irreconciliables. (Strotmann, 1995, 22-23)
23 No es éste el lugar para presentar la situación de las ciencias sociales, pero es preciso tener en
cuenta algunos aspectos básicos de ella que condicionan el diálogo interdisciplinario. Entre ellos, la di-
ferenciación no reconciliada de las teorías y metodologías de las ciencias sociales, la composición plu-
riforme de las ciencias sociales, el creciente proceso de especialización de la sociología, y una gran va-
riedad de teorías sociológicas –con sus respectivas definiciones del objeto, sus métodos y sus epistemo-
logías correspondientes–.
24 J.-M. DONEGANI (2002), « Pour une conversation entre théologie et sociologie », en : F. BOUSQUET – H.J. GAGEY – G. MEDE-
VIELLE – J.-L. SOULETIE (dir), La responsabilité des théologiens. Mélanges offerts à Joseph Doré, Desclée, Paris, 417-430, 419.
25 De hecho, como afirma L. Florio al plantear en nuestro contexto la relación entre teología y ciencias, la teología ya no existe
como “disciplina maciza y unitaria”, sino como “un saber complejo, atravesado por lenguajes provenientes de campos extr a-
ños, conformando una unidad difícil de captar”, ver L. FLORIO (2002), “Teología y disciplinas”, en: V.R. AZCUY (coord.), Semi-
llas del siglo XX 2. Teología en la encrucijada de biografías, disciplinas y biografías, Proyecto 41, 31-40, 31.
26 Se trata, en cristología, de la definición dogmática dada en el Concilio de Calcedonia (año 481), que afirma que las
naturalezas divina y humana de Cristo se unen en la persona del Verbo sin confusión, sin división, sin cambio, sin separación. El
mismo Scannone desarrolla este paradigma para explicar la integración de los saberes en la interdisciplina, ver J.C. SCANNONE
(2001), “ El modelo de Cristo como ‘modelo’ para el diálogo de la teología con la cultura, la filosofía y las ciencias humanas”,
en: SOCIEDAD ARGENTINA DE TEOLOGÍA (ed), El misterio de Cristo como paradigma teológico. XIX Semana Argentina de Teología en los
30 años de la SAT, San Benito, Buenos Aires, 127-158.
27 La propuesta del presente ensayo se orienta a considerar el paradigma hermenéutico (Paul Ri-
coeur) como mediación posible para articular un eje de rotación entre las disciplinas (pluri-disciplina),
una disciplina diagonal (trans-disciplina), o una relación de convergencia (inter-disciplina compuesta).
POBREZA URBANA EN LA ARGENTINA
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disciplinas con las que se busca dialogar e, incluso, la imagen a veces parcial o unifi-
cada de la otra disciplina.
6. Por último y en relación con la mirada interdisciplinaria que se propone por parte
del Instituto para la Integración del Saber de la universidad, pareciera que no se al-
canza a visualizar de modo suficiente la especificidad de la fe cristiana que ha de
inspirar los puntos de vista o precomprensión fundamental de la investigación.
Propuestas para seguir caminando
1. Entre las condiciones de posibilidad para el diálogo entre teología y ciencias socia-
les, a la luz de las aportaciones de Strotmann, cabe destacar la necesidad de un pro-
gresivo conocimiento mutuo entre las disciplinas que se proponen interactuar. Esto
requeriría que el estudio básico de las mismas –así como aquellos aspectos de la pro-
pia disciplina todavía no explorados, pero también exigidos en función del diálogo–
sea incluido como parte, no de menor importancia, del plan de investigación indivi-
dual y grupal.
2. La profundización, igualmente, sobre la teoría y la práctica de la interdisciplina y,
en particular, sobre la relación entre la teología, la filosofía y las ciencias humanas y
sociales, parece ser también un capítulo importante a la hora de clarificar los criterios,
el método y los modos operativos concretos de la integración del saber. A la luz de lo
indagado, creo que el reto de interacción y articulación entre las diferentes discipli-
nas es lo suficientemente complejo y exigente, como para no poder quedar librado a
la buena voluntad y mucho menos a la improvisación de los investigadores.
3. Otro aspecto importante, entre los puntos de partida, me parece que es la ubica-
ción de cada disciplina en su aporte y su necesidad frente al intercambio con las de-
más, es decir, qué puede ofrecer mi disciplina a las demás, cuál es su valor dentro de
la integración funcional y, por otro lado, qué debe aceptar mi disciplina del aporte de
las otras y, en este sentido, qué puedo aprender y recibir.28 Esta perspectiva, eviden-
temente, sitúa a las disciplinas en un proceso de aprendizaje mutuo y de transforma-
ción permanente.
4. Las tres orientaciones anteriores –conocer más sobre las otras disciplinas, la inter-
disciplina y el lugar de cada saber en la tarea de la integración– conducen a explicitar
un criterio fundamental: para que cada disciplina pueda concretar su aportación es-
pecífica a la mirada global, es necesario que se disponga a “salir” del propio compa r-
timento disciplinar29 y a incursionar en terreno desconocido en busca de nuevos
horizontes, lo cual supone ciertamente ampliar el campo de estudio y exploración, así
como los propios puntos de vista disciplinares.
5. Finalmente, a la hora de comenzar, conviene tener en cuenta las orientaciones
prácticas –como las de Scannone referidas a los requisitos o las de Borrero relativas a
la interdisciplina compuesta–, para tomar desde el principio las decisiones metodo-
lógicas que aseguren un punto de partida posibilitante del encuentro entre las disci-
plinas. En este punto, me permito subrayar la importancia de la capacidad de inter-
28 Particularmente importante y delicado se presenta, en este punto, el esclarecimiento de la mutua aportación entre teología y
ciencias sociales; al respecto, creo que todas las recomendaciones de J.C. Scannone son muy oportunas al respecto. De todos
modos, pienso que este aspecto también debería ser motivo de una profundización más atenta y consensuada.
29 Al respecto, De Zan ilustra este tema diciendo: “La interdisciplinariedad es resistida por el inves tigador rutinario, encerrado
en el pequeño mundo de su especialidad y celoso de la autonomía de su propia disciplina.” (De Zan, 1978, 196)
30 Cf. E. VILANOVA (1992), Historia de la teología cristiana III. Siglos XVIII, XIX y XX, Herder, Barcelona, 966ss. Los tres binomios
tipificadores son: 1. ¿Dogmática o hermenéutica?, 2. ¿Metafísica o historia de salvación?, y 3. Teología según el evangelio: ¿“d e-
cir” o “hacer” la verdad?.
lación que comporta el riesgo de una interpretación nueva del cristianismo, con el intento de
responder a los desafíos de hoy. (Vilanova, 1992, 966-967).31
No se trata, evidentemente, de plantear un conflicto entre dogmáticos y hermeneutas,
ya que la hermenéutica no se ha convertido en una disciplina dentro del saber teológico, sino
que toda la teología dogmática tiende a entenderse como hermenéutica32. Este giro hacia la herme-
néutica aparecerá, en el marco de este apartado, de un modo particular en las teologías “co n-
textuales” a las que Scannone presentará como una “dogmática hermenéutica”.
El modelo dogmático
El dogmatismo, modelo practicado sobre todo desde el Concilio de Trento hasta el
Vaticano II mientras se abrían otros caminos para la comprensión de la fe, es una teología de
contrarreforma, con preocupación apologética y centrada en mantener la ortodoxia doctri-
nal, razón por la cual el magisterio se convierte en la instancia superior del saber. La teología
acorde con este modelo dogmático –que impregnaba los manuales clásicos utilizados en los
seminarios– procedía en tres tiempos: el enunciado de una tesis de fe; la fase de explicación en
relación con las enseñanzas oficiales del magisterio; la prueba basada en la Escritura, los Pa-
dres y algunos teólogos; y como conclusión, el rechazo de las tesis contrarias –en especial las
de la Reforma–.
En esta situación, tal como lo describe Vilanova, la teología se reduce a un comentario
de las definiciones dogmáticas y de las interpretaciones y consignas dadas por el magisterio,
en detrimento de otras instancias contextuales o vivenciales capaces de enriquecer la intelli-
gentia fidei. Las verdades de fe no aparecen como tales en función de la misma verdad de
Dios que se revela, sino porque son afirmadas por el magisterio. En este sentido, vale como
síntesis la expresión de Geffré: “se define la teología dogmática como un comentario fiel al
dogma, es decir, lo que la Iglesia ha entendido y enseñado siempre, y la Escritura sólo inter-
viene a título de prueba de lo que ya ha sido esclarecido por otra parte.” (Geffré, 1984, 71)
La tendencia al dogmatismo se da en toda religión, en la medida en que se intenta
identificar la verdad con una forma histórica, en nuestro caso con la de la contrarreforma.
Para la teología, este modelo encierra el peligro de una ideologización al servicio del poder
dominante de la Iglesia; el desafío sigue siendo no renunciar a su función crítica y profética
para ocuparse solamente de legitimar la enseñanza oficial.
El modelo hermenéutico
La hermenéutica, desarrollada por historiadores y filósofos a partir de la segunda mi-
tad del siglo XIX bajo el influjo de Dilthey33, ha penetrado la teología contemporánea, hasta
llegar a caracterizarla: “Decir que la teología sea ‘hermenéutica’ no quiere decir que sea
31 Para una mayor profundización, ver C. GEFFRÉ (1984), ¿Dogmática o hermenéutica?, en: El cristianismo ante el riesgo de la
interpretación. Ensayos de hermenéutica teológica, Cristiandad, Madrid.
32 Este hecho, incluso, va unido a una creciente reflexión sobre la interpretación de los dogmas en fidelidad al pasado y apertura
al futuro. Para una introducción, ver: L.F. LADARIA (1987), “¿ Qué es un dogma? El problema del dogma en la teología actual”,
en: K.H. NEUFELD (ed), Problemas y perspectivas de teología dogmática, Sígueme, Salamanca, 107-132. Una conversación que queda
pendiente, en este ámbito, es la que se refiere a la teología hermenéutica de E. Schillebeeckx con sus tres principios de 1. el pasado
a la luz del presente, 2. presente y pasado en el horizonte de la promesa, y 3. lo que permanece en el presente, pasado y futuro;
ver E. SCHILLEBEECKX (1973), Interpretación de la fe. Aportes a una teología hermenéutica y crítica, Sígueme, Salamanca; R.S. CHAMO-
SO (1978), La teoría hermenéutica de E. Schillebeeckx. La reinterpretación de la fe: contexto, presupuestos, principios y criterios, Universi-
dad Pontificia de Salamanca, Salamanca.
33 Para un desarrollo panorámico de esta evolución, cf. R. GIBELLINI (1998), Teología hermenéutica, en: Teología del siglo XX, Sal
Terrae, Santander, 63-89.
‘adogmática’, sino que se ha tomado en serio la historicidad de toda verdad, incluida la ver-
dad revelada” (V ilanova, 1992, 968).
De este modo, el punto de partida de la teología como hermenéutica no es un conjun-
to de proposiciones de fe inmutables, consideradas al margen de su contexto, sino un nuevo
acto de interpretación del acontecimiento Jesús, sobre la base de una correlación crítica entre la
experiencia cristiana fundamental atestiguada por la tradición y la experiencia humana de
hoy. La teología hermenéutica no se contenta con exponer y explicar los dogmas inmutables
de la fe católica, sino que intenta manifestar la significación siempre actual de la Palabra de
Dios y, por ello, trabaja especialmente en dos direcciones: la del sentido y la de la verdad.
Por dar prioridad al sentido sobre la verdad objetiva, desemboca en las cuestiones del len-
guaje –con sus expresiones de la estética y la poética, la narrativa, la imagen y el símbolo– y
de la “traducción”, en tanto nueva comprensión. Con palabras de Geffré, “la teol ogía como
hermenéutica es siempre un fenómeno de reescritura a partir de escritos anteriores” (Geffré,
1984, 74).
El enfoque de la hermenéutica exige revisar el estatuto de la verdad en teología y, en
este sentido, el aporte del “comprender” histórico de Heidegger colabora a desbloquear la
objetividad de los enunciados de fe.34 En consecuencia, la verdad no es reafirmación de una
ortodoxia, sino testimonio actual de Cristo que libera a la humanidad y en la actualidad de es-
ta interpretación del cristianismo quedan asumidas las ciencias sociales y humanas:
Este sentido “actual” hace que el análisis sociológico, por ejemplo, quede integrado
en la teología como hermenéutica. En efecto, la aceptación de las ciencias humanas se con-
vierte en banco de prueba para comprender si estamos ante una dogmática o una hermenéu-
tica. (Vilanova, 1992, 971)
Los aportes de la teóloga Anne Fortin-Melkevik referentes a la incorporación del pa-
radigma interpretativo en la teología y su importancia para el diálogo con las ciencias socia-
les –como se verá más abajo al introducir los aportes de Paul Ricoeur–, nos confirman en esta
visión. Por otra parte, distintas contribuciones relativas al diálogo entre teología y ciencias
sociales muestran, desde ambas disciplinas, la coincidencia en la orientación interpretativa
como posibilidad de conversación (Donegani, 2002, 421; Strotmann, 1989, 156ss).
34 Explicar y comprender –en Heidegger– son operaciones que remiten a la comprensión originaria que constituye el ser del
hombre; el ser-ahí, es decir, el hombre en su ser-en-el-mundo, es constitutivamente comprensión de la misma existencia y exis-
te como el que se comprende como existencia.
35 B. LONERGAN (1988), Método en teología, Sígueme, Salamanca. Para más detalles de la contribución del filósofo y teólogo ca-
nadiense, así como de su aporte específico para la integración del saber, ver el trabajo de O. Groppa, “Aportes a una epistem o-
logía de base ética. Explicitación de fundamentos para un trabajo interdisciplinar” en este mismo informe final del Área Soci o-
lógica.
36 Ver R.E. DE ROUX (1997), En camino hacia “Método en teología”. Presentación de los Ensayos Filosóficos y Teológicos 1958 -1964 de
Bernard Lonergan, Theologica Xaveriana 47, 181-202.
1) La investigación de Se dedica a recoger los datos que se refieren a una cuestión o problema en
los datos o el auditus fidei: particular; descifra las escrituras y lenguas desconocidas; recoge y catalo-
ga manuscritos, etc.
2) La interpretación o el Se esfuerza por comprender la significación de los datos; capta su contex-
intellectus fidei: to histórico, las circunstancias e intenciones del autor. Está en relación con
las teorías del conocimiento, la epistemología y la hermenéutica.
3) La historia (sobre to- Nos enseña dónde (lugares, territorios), quiénes (personas, pueblos)
do en relación con la his- hicieron tal o cual cosa; de modo que especifica las acciones humanas en
toria doctrinal cristiana): el tiempo y en el espacio.
4) La dialéctica: Se ocupa de lo concreto, de lo dinámico y de lo contradictorio (puntos de
vista divergentes), y encuentra, por tanto, abundante material en la histo-
ria de los movimientos cristianos. Su objetivo es lograr un punto de vista
englobante.
5) La explicitación de los Puesto que la conversión37 es básica para la vida cristiana, una objetiva-
fundamentos: ción de la conversión constituirá los fundamentos de la teología.
6) El establecimiento de Las doctrinas expresan juicios de hecho y juicios de valor; por lo tanto, su
las doctrinas: campo no es sólo la dogmática, sino también la teología moral, la espiri-
tual y la pastoral.
37 Para Lonergan: “La conversión supone una nueva comprensión de sí mismo; más radicalme nte
todavía, hace surgir un nuevo yo que hay que comprender. Consiste en despojarse de lo viejo y reves-
tirse de lo nuevo. (…) La conversión tiene tres dimensiones. Es intelectual en cuanto que mira a nues-
tra orientación hacia lo inteligible y lo verdadero. Es moral en cuanto que atiende a nuestra orientación
hacia el bien. Es religiosa en cuanto que se refiere a nuestra orientación hacia Dios. Estas tres dimen-
siones son distintas, de forma que la conversión puede tener lugar en una dimensión sin verificarse en
las otras dos, o bien en dos dimensiones y no en la tercera. Pero al mismo tiempo las tres dimensiones
son solidarias, por lo que la conversión en una conduce a la conversión en las otras, mientras que el fa-
llo en una prepara para el fallo en las demás.”, B. L ONERGAN (1987), “U nidad y pluralidad: la coheren-
cia de la vida cristiana”, en: NEUFELD (ed), Problemas y perspectivas de teología dogmática, 133-144, 142s.
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7) La sistematización: Los hechos y los valores afirmados en las doctrinas suscitan nuevas cues-
tiones. La sistematización se esfuerza por hacerles frente: elabora siste-
mas adecuados de conceptualización, elimina las contradicciones aparen-
tes y tiende a comprender las realidades espirituales.
8) La comunicación: Se ocupa de las relaciones existentes entre la teología y las otras esferas
de la vida: mediante relaciones interdisciplinares con el arte, el lenguaje,
la literatura, y las otras religiones; en diálogo con las personas de distintas
culturas y clases; a través de los medios que permiten una mayor adapta-
ción a cada lugar y tiempo.
Si se tienen en cuenta las dos primeras operaciones, la del auditus fidei que recoge los
datos y la del intellectus fidei en su función directamente interpretativa, se ve claramente la
importancia de la dimensión hermenéutica en el método de la teología. Por otra parte, el pa-
pel de la dialéctica y de la explicitación de los fundamentos, en las que se pone en juego la deci-
sión y la conversión del sujeto cognoscente, afectan indirectamente en el proceso de conoci-
miento a modo de “precomprensión”. Al respecto, y destacando estas dimensiones como
aportes significativos de Lonergan para entender el influjo de la teología en el diálogo inter-
disciplinar, Scannone afirma que “detrás de los conflictos de paradigmas, enfoques, inte rpre-
taciones y apreciaciones dentro de cada una de esas ciencias, se dan –como ya queda dicho–
opciones teóricas diferentes, a su vez influidas indirectamente por diferentes opciones exis-
tenciales, entre las que se destaca la opción por o contra la fe” (Scannone, 1990b, 72).
El lugar de la interpretación en el método teológico
La interpretación en cuanto especificación funcional en teología se relaciona con la inves-
tigación, la historia, la dialéctica, la explicación de los fundamentos, el establecimiento de las
doctrinas, la sistematización y la comunicación, ya que depende de ellas y éstas dependen, a
su vez, de la interpretación. No obstante, ella tiene su propia función y su manera específica
de obrar, que Lonergan la presenta en conexión con el sentido común:
Siguiendo una terminología bastante extendida, entiendo por ‘hermenéutica’ los
principios de interpretación y por ‘exégesis’ la aplicación de estos principios a una tarea par-
ticular. La tarea que se pretende realizar es la interpretación de un texto, pero nuestra pre-
sentación será tan general que puede ser aplicada a cualquier tarea exegética. (…) Sin e m-
bargo, además del modo sistemático de las operaciones cognoscitivas existe también el modo
del sentido común. Éste último es común no a todos los hombres de todos los países y de
todos los tiempos, sino a los miembros de un grupo humano comprometidos en una comu-
nicación efectiva entre sí. (Lonergan, 1988, 149-150)
Entre los aspectos relativos al modo del sentido común se cuentan, según Lonergan,
una gran variedad de tiempos y culturas. Lo que puede variar son los horizontes, valores, in-
tereses, desarrollo intelectual y experiencias, de quienes están comprometidos en una comu-
nicación efectiva entre sí; de este modo, la expresión puede tener componentes intersubjeti-
vos, artísticos y simbólicos diversos.
Asimismo, se dan en la actualidad cuatro factores que hacen más complejo el funcio-
namiento de la interpretación y que desafían fuertemente al método teológico: 1. El surgi-
miento de una conciencia a la vez mundial e histórica, que permite reconocer la pluralidad
de las culturas a lo largo del tiempo; 2. El progreso de las ciencias humanas, para las cuales
la categoría de la significación es fundamental, que plantea la exigencia principal de la inter-
pretación; 3. La confusión reinante en la teoría del conocimiento y en la epistemología, que
38 Señala Lonergan que sólo mediante una clara y correcta aplicación del método teológico se pueden distinguir las distintas
operaciones funcionales –hermenéutica, historia, dialéctica, etc.- y que “lo que más impresiona en las discusiones contemporá-
neas sobre la hermenéutica es el hecho de que se tratan todas estas cuestiones como si fueran hermenéuticas”, cf. Método en
teología, 151.
39 M. CHAPPIN (1992), voz “Teologías”, en: R. LATOURELLE – OTROS (dir), Diccionario de Teología Fundamental, Paulinas, Madrid,
1475-1503.
Por último, una nueva fase para la contextualización de la teología comienza cuando
se adopta el “programa” de una teología particular contextualizada en un nuevo espac io o
situación, como puede verse, ejemplarmente, en el caso de la teología negra aplicada a África
del Sur o en el del feminismo en el contexto del tercer mundo40. En este sentido, la distinción
entre “contextos” y “flujos” planteada por Robert Schreiter se presenta como muy aclarato-
ria: desde una perspectiva de interculturalidad y globalización, los contextos particulares se
modifican y transforman bajo el impacto de diferentes flujos globales provenientes de otros
ámbitos culturales41. En términos de Chappin, en la promoción y apertura hacia una teología
planetaria, se supera el riesgo de parcialidad o “provincialismo” contenido en las te ologías
contextuales.
Círculo hermenéutico y mediación social
En el ámbito latinoamericano, las contribuciones de J.C. Scannone a la caracterización
y sistematización de las teologías contextuales han sido permanentes y constituyen un apor-
te notable.42 Deletreando los aspectos metódicos de la teología de la liberación formulada
desde los inicios por el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, el filósofo argentino Juan Carlos
Scannone caracteriza a la teología en perspectiva latinoamericana como una “teología en conte x-
to” mediante tres notas: “perspectiva, eficacia histórica, contribución (particular) a lo unive r-
sal” (Scannone, 1986 , 137).
Tal como lo explica Scannone, en la primera fase del círculo hermenéutico de la teo-
logía de la liberación se intenta la lectura teológica de la realidad, de los signos de los tiem-
pos propios del contexto histórico, social y cultural. Se trata de una verdadera “hermenéut ica
dogmática”, pues en ella se intenta comprender la verdad de Dios en la historia y sobre la
verdad histórica, la cual se corresponde a las cuatro primeras especializaciones funcionales
de Lonergan (Scannone, 1986, 141). Por otra parte, los hechos sociales requieren no sólo una
lectura global, sino además la mediación del análisis social: “la teología como ciencia deberá
utilizar, para su conocimiento, la mediación de las ciencias humanas y sociales, es decir, la
del análisis científico social (histórico y cultural): en una palabra, la mediación analítica”
(Scannone, 1986, 142).
En el plano del método, la pregunta es cómo se articulan epistemológicamente el co-
nocimiento teológico y el sociológico, ya que sus objetos formales son diferentes. La media-
ción socioanalítica media el conocimiento propiamente teológico proporcionándole una ela-
boración científica de su objeto material y es analítica porque, aunque se trata del estadio del
ver o aprehender datos, no es un ver meramente intuitivo sino elaborado por las ciencias. En
esta integración epistemológica, se han de superar diversos obstáculos (cf. Esquema 4) para
articular de modo positivo y recto la mediación analítica. En este sentido, Clodovis Boff pro-
40 Para un panorama global de la evolución de las teologías contextuales latinoamericanas, con especial atención al cruce “p o-
breza y género”, ver Anexo 1: “Teologías ante el reto de la pobreza. Reflexiones d esde el itinerario latinoamericano y la
perspectiva de las mujeres”.
41 Ver R.J. SCHREITER (1996), The changing contexts of intercultural theology: a global view, Studia missionalia 45, 359-380, en espe-
cial 369ss. Para Schreiter –Catholic Theological Union, Chicago–, a la luz de las teologías contemporáneas, se podría hablar de
al menos cuatro flujos globales: liberación, feminismo, ecología y derechos humanos.
42 Baste citar, en este sentido, su primer estudio panorámico y otros relacionados con el tema: J.C. SCANNONE (1987), “L a teo-
logía de la liberación. Caracterización, corrientes y etapas”, en: NEUFELD (ed), Problemas y perspectivas de teología dogmática, 384-
418; J.C. SCANNONE (1986), El papel del análisis social en las teologías de la liberación contextuadas, Stromata 42, 137-158; J.C. SCAN-
NONE (1990a), Cuestiones actuales de epistemología teológica. Aportes de la teología de la liberación, Stromata 46, 293-336; J.C. SCAN-
NONE (1994), Situación de la problemática del método teológico en América Latina, Medellín 78, 255-283; J.C. SCANNONE (1997), “L os
aportes de Lucio Gera a la teología en perspectiva latinoamericana”, en: R. FERRARA – C. GALLI (ed), Presente y futuro de la teolo-
gía en Argentina. Homenaje a Lucio Gera, Paulinas, Buenos Aires, 121-141.
pone como ayuda la mediación hermenéutica: la materia que debe ser trabajada teológicamente
(objeto material) la proporcionan las ciencias de lo social; y, en cambio, el instrumental teórico
de lectura (los principios y las categorías de comprensión y los criterios de verdad) son pro-
porcionados por la teología. En este marco, el producto teórico es la teología de lo secular,
histórico y social.
Según Scannone, la visión de Boff merece una corrección en tanto que el objeto mate-
rial completo de la teología de la liberación contextuada es la historia real y concreta, y no so-
lamente el producto teórico elaborado por las ciencias sociales. Esta observación quiere indi-
car que cada ciencia humana sólo tiene en cuenta un aspecto regional o parcial de algo
humano global –como son la historia, los acontecimientos y la praxis histórica–.
Siguiendo los aportes de B. Lonergan, Scannone plantea algunos criterios para el dis-
cernimiento teológico de la mediación socioanalítica. Conforme a las cuatro primeras opera-
ciones funcionales que se dan en cada fase de la teología, en la primera fase del círculo her-
menéutico de una teología contextuada se pueden distinguir cuatro pasos o momentos: 1. el
ver y analizar los datos históricos y sociales; 2. el comprender, a la luz del objeto formal de la
teología, su sentido teológico; 3. el juicio reflexivo y crítico acerca de los mismos partiendo de
los principios de la fe; y 4. el discernimiento práctico de las interpretaciones (aún ideológicas)
de la situación histórica, y de la dialéctica de oposición que se da entre ellas. Para evaluar el
recto uso de la mediación socioanalítica, es necesario tener en cuenta estos cuatro momentos,
tanto en la teología como en las ciencias sociales: “en ellas no se trata sólo de una mera apre-
hensión de datos brutos, sino también de su interpretación teórica, del juicio crítico de verdad
acerca de ella, y de la valoración que lo acompaña cuando se elige tal interpretación en vez de
otra” (Scannone, 1986, 146). Dadas sus implicancias éticas, vale la pen a explayarse más sobre
la operación funcional del discernimiento práctico. Para Scannone, se trata de un discernir
“racionalmente crítico” y a la vez “ético y salvífico”:
Aquí se trata del discernimiento práctico pero metódico de la mediación socioanalítica
en su momento valorativo; pues, en cuanto ella implica valoraciones humanas de lo
humano, es implícitamente ética, y ha de ser discernida por criterios éticos y evangéli-
cos (teológico-espirituales y teológico-prácticos). Pues en la opción por tal o cual teo-
ría social, tal o cual método de análisis o modelo analítico, etc., se da, además del
momento propiamente teórico, un ‘plus’ ético no reductible a análisis, ya que se trata
de una opción. Esta, sin embargo, aunque es libre, no es arbitraria: de ahí la posibili-
dad de criterios para discernirla y valorarla. (Scannone, 1986, 147)
En definitiva, para Scannone, este discernimiento del bien supone una conversión –
intelectual, ética y religiosa–, la que en el contexto latinoamericano se concretiza en la “o p-
ción preferencial por los pobres”: “las conversiones ética y cristiana, para ser plenamente a u-
ténticas, deben implicar también una conversión histórica, la cual en la actual circunstancia
de América Latina es necesariamente una conversión al pobre” (Scannone, 1986, 148)43.
En la segunda fase del círculo hermenéutico, se ponen en juego las cuatro últimas
operaciones funcionales del método, que son las de la “teología mediada”. Porque, desde la
opción preferencial por los pobres y la conversión no sólo teologal y ética, sino también his-
tórica que ella implica, se abre un nuevo horizonte de comprensión contextuada. Los pasos a
seguir, de acuerdo a las cuatro operaciones funcionales siguientes, son: 1. la tematización de
ese nuevo horizonte hermenéutico en categorías fundamentales de lectura e interpretación
(teología fundamental); 2. la recomprensión de las afirmaciones centrales de la fe desde la pers-
pectiva abierta (teología dogmática y mediación hermenéutica); 3. la recomprensión especula-
tiva de dichas afirmaciones centrales de la fe y de su interconexión (teología especulativa); 4.
las mediaciones práctico-pastorales, que corresponden al “obrar” (teología práctica).
La clara recuperación que hace Scannone de la tradición teológica latinoamericana y
su método (Scannone, 1990a, 293ss; 1994, 255ss), junto a sus aportaciones sobre el uso de las
mediaciones sociales en teología (Scannone, 1986, 137ss), permite valorar las contribuciones
de las teologías contextuales al diálogo entre teología y ciencias sociales, así como apreciar
un modelo de articulación de las mediaciones socio-analítica, hermenéutica y práctica.
43 Para un estudio detallado de este punto, ver R.E. DE ROUX (1997), Aportes de Bernard Lonergan para una teología en opción pre-
ferencial por el pobre, Theologica Xaveriana 47, 381-414.
Con razón plantea Anne Fortin-Melkevik que un examen del cómo de las diversas
prácticas interdisciplinares, no puede separarse del estudio del por qué de la teología y de su
función específica. La “apertura al mundo” de la teología contemporánea, en corresponde n-
cia con el espíritu de renovación del Concilio, ha sido, de hecho, una de las razones que han
acelerado su entrada en el debate y en la práctica de la interdisciplina:
Una de las causas de la práctica generalizada de la interdisciplinariedad en la teolo-
gía contemporánea consiste en la introducción de nuevos objetos que se han impuesto a la re-
flexión. El interés, después del Vaticano II, por la experiencia, la praxis, el pluralismo, y un po-
co más tarde por el lenguaje, el texto, el relato, ha ampliado el campo de los objetos disponi-
bles para el análisis teológico. (Fortin-Melkevik, 1994, 149)
Como consecuencia de los nuevos intereses por parte de la teología, comienza un
acercamiento progresivo a las ciencias sociales, a las ciencias humanas y a las ciencias del
lenguaje, a fin de buscar instrumentos adecuados para captar esas “nuevas realidades”. La
inversión de las problemáticas sucede cuando, en vez de objetos, esos campos se convierten
en condiciones de posibilidad e incluso de aparición del discurso teológico, lo cual equivale a decir
que la ratio teológica se ha visto transformada por otras racionalidades científicas: “El campo
de la experiencia, por ejemplo, abordado al principio como un campo nuevo al lado de los
campos tradicionales de la reflexión teológica, permitió luego la introducción masiva de las
ciencias sociales y humanas en la teología” (Fortin -Melkevik 1994, 149).
En atención a la evolución y clasificación de las prácticas interdisciplinarias, desde el
punto de vista del método en la teología, Fortín-Melkevik señala cuatro modos significativos
en un ensayo de reconstrucción ideal-típica de los campos epistémicos implícitos que privi-
legia los conceptos de “sujeto” y de “sentido” (ver Esquema 5):
munidad de fe. espacio para la especificidad del acto teológico, que el paradigma de
las ciencias sociales y humanas–, sin que la experiencia religiosa
pueda reducirse a la experiencia hermenéutica.
4. La práctica y el interés por el La apertura progresiva del análisis estructural a las disciplinas de la
análisis estructural en teología, semántica, retórica, semiótica o pragmática, permitió a la teología
que ha permitido una nueva acentuar el trabajo de la lectura en cuanto modo primero. Privada de
concepción del alcance inter- su acceso privilegiado y a priori al sentido, la teología recurre al
pretativo del proyecto teológi- compromiso del lector como sujeto creyente, lo cual posibilita una
co. profundización y maduración de la práctica de la interdisciplinarie-
dad en la teología.
Las dos primeras prácticas mencionadas por Fortin-Melkevik se plantean como in-
adecuadas: en la primera, porque se importan conceptos y categorías de otras disciplinas pe-
ro no da un real intercambio entre las disciplinas –el sujeto de conocimiento y la definición
del sentido le corresponden a la teología, mientras que las ciencias humanas y sociales apor-
tan sólo a la expresión de ese sentido–; en la segunda práctica, se invierte la relación, se acep-
ta el marco epistemológico de las estas ciencias, pero de tal modo que sustituye o elimina la
racionalidad teológica –tampoco, en este caso, hay interacción e interfecundación–. Desde el
punto de vista de la teología, la autora reconoce que el paradigma interpretativo introduce un
cambio en el ámbito del sujeto –que se torna intérprete– y que esta racionalidad es más ade-
cuada para el teólogo que la propia de las ciencias sociales (Fortin-Melkevik, 1994, 153). Por
último, la práctica derivada del interés por el análisis estructural en teología, posibilita una
nueva concepción del alcance interpretativo en esta disciplina que pone el acento en el traba-
jo de lectura. Lo que resulta claro en la visión de la teóloga canadiense es que la interdisci-
plina no consiste simplemente en la apertura a otras disciplinas, como se ve en las dos pri-
meras prácticas, sino que, además, debe darse la adopción de definiciones epistemológicas
referidas al sujeto y al sentido.
Luego del panorama de las prácticas interdisciplinarias, la autora propone el modelo
teórico del arco hermenéutico como condición de posibilidad para la interdisciplinariedad
en teología: “Paul Ricoeur ha sido sin duda uno de los teólogos más distinguidos en la prá c-
tica de la interdisciplinariedad en teología” (Fortin -Melkevik, 1994, 154). El aporte funda-
mental del filósofo radica en su preocupación por la inscripción, en un mismo “arco herm e-
néutico”, de la explicación y la comprensión, como fundamento teórico de la integración. Sobre
su significado para la teología, señala la teóloga que: “El modelo ideal propuesto por Ricoeur
ha permitido establecer ciertos puentes entre los paradigmas de la exégesis histórico-crítica,
de la teología bíblica y de la exégesis sincrónica, o entre la teología histórica y las ciencias so-
ciales y humanas” (Fortin -Melkevik, 1994, 155). Y, en otro contexto, agrega que: “La tentat i-
va de conciliación, por parte de Ricoeur, entre hermenéutica, fenomenología y narratología,
implica un cambio decisivo en la historia de la interpretación en teología” (For tin-Melkevik,
1993, 230; 1990, 130ss). Queda para el próximo apartado la explicación sobre P. Ricoeur.
El aporte de Anne Fortin-Melkevik, junto a otras investigaciones como la de la teólo-
ga alemana Margit Eckholt sobre teología e interculturalidad desde el aporte de la filosofía
hermenéutica de Paul Ricoeur46, confirman la validez del paradigma interpretativo para el
46 Ver M. ECKHOLT (2002), Poetik der Kultur. Bausteine einer interkulturellen dogmatischen Metheodenlehre, Herder, Freiburg – Basel
– Wien. De la misma autora, ver M. ECKHOLT (2000), Reflexión teológica con Paul Ricoeur. De la modernidad quebrada a una nueva
comprensión de la cultura, en: V.R. AZCUY (coord.), Semillas del siglo XX. Teología en la encrucijada de biografías, disciplinas y culturas,
Proyecto 36, 206-225.
47 Para una introducción, además de los trabajos de M. Eckholt ya citados, ver M. MACEIRAS (1979), “La antropología
hermenéutica de P. Ricoeur”, en: J. DE SAHAGUN LUCAS (dir), Antropologías del siglo XX, Sígueme, Salamanca, 125-148.
48 Queda pendiente, para futuros estudios, una profundización de Pierre Bourdieu y de otros exponentes del paradigma inter-
pretativo en sociología –incluidos los del ámbito nacional–.
der no constituirían los polos de una relación de exclusión sino los momentos relati-
vos de un proceso complejo que se puede llamar interpretación.49
Los rasgos principales del paradigma se derivan del estado del mismo texto y
constituyen su “objetividad”: 1. la fijación del sign ificado, 2. su disociación de la intención
mental del autor, 3. la exhibición de referencias no ostensibles, y 4. el ámbito universal de
sus destinatarios. De esta “objetividad”, según Ricoeur, proviene una posibilidad de explicar
que no proviene en modo alguno del campo de los acontecimientos naturales, sino de la
misma esfera de los signos del texto. Y es en esta misma esfera de los signos que se enfrentan
explicación y comprensión. Para considerar esta dialéctica el autor propone dos caminos: de
la comprensión a la explicación y de la explicación a la comprensión, cuyo intercambio y
reciprocidad nos brindarán una aproximación a la relación dialéctica.
De la comprensión a la explicación
La disyunción entre el significado y la intención crea una situación absolutamente
original, que engendra la dialéctica de erklären y verstehen: “Si el significado objetivo es algo
distinto de la intención subjetiva del autor, se puede interpretar de diversas maneras. Ya no
se puede resolver el problema de la comprensión correcta mediante un simple regreso a la
supuesta intención del autor.” (Ricoeur, 1988, 62)
La dialéctica del conjeturar y validar de E.D. Hirsch, en La validez en la interpretación,
constituye para Ricoeur una figura de la dialéctica entre la comprensión y la explicación.
¿Por qué necesitamos un arte de conjeturar? ¿Por qué debemos “interpretar” el significado?.
En términos generales, un texto debe ser interpretado porque no constituye una mera se-
cuencia de oraciones, sino un todo, una totalidad; en términos concretos, el todo aparece
como una jerarquía de temas, primarios o subordinados. El tipo de plurivocidad que corres-
ponde a los textos considerados como todos está abierto a varias lecturas e interpretaciones.
El balance entre el conjeturar y el validar científicamente a partir de un texto consti-
tuye, para el autor, el complemento moderno de la dialéctica entre el entender y el explicar.
Esto permite dar una significación al círculo hermenéutico, porque la conjetura y la validación
están relacionadas circularmente en calidad de enfoques subjetivo y objetivo del texto. Aho-
ra bien,
¿En qué medida esta dialéctica entre conjeturar y validar es paradigmática para la to-
talidad de los campos de las ciencias humanas? Todos los expertos en las ciencias humanas
saben bien que el significado de las acciones humanas, de los acontecimientos históricos y de
los fenómenos sociales puede ser interpretado en varias formas diferentes. Lo que es menos
sabido y comprendido es que esta perplejidad metodológica se funda en la naturaleza del
propio objeto y que, por otra parte, no condena al científico a oscilar entre el dogmatismo y
el escepticismo. Como lo sugiere la lógica de la interpretación de los textos, existe una pluri-
vocidad específica en el significado de la acción humana. También la acción humana es un
campo limitado de interpretaciones posibles. (Ricoeur, 1988, 64-65)
De la explicación a la comprensión
La dialéctica entre la comprensión y la explicación puede recibir un nuevo significa-
do si se la toma en sentido contrario: de la explicación a la comprensión. Para Ricoeur, esta
nueva Gestalt (figura) de la dialéctica proviene de la naturaleza de la función referencial del
texto, que excede la situación dialogal común entre el orador y el oyente. Una de las posibi-
lidades que surgen es tratar al texto como una entidad ajena al mundo; se trata de una forma
de lectura que ejemplifican las diferentes escuelas estructurales de crítica literaria. El filósofo
ilustra este modelo estructural a partir de la Antropología estructural de Claude Lévi-Strauss
en su aplicación a los mitos: por medio del análisis estructural, un mito puede ser explicado,
puesto de manifiesto en su lógica, pero no interpretado. En este caso, el texto es sólo un tex-
to, por la suspensión de su significado para nosotros y la postergación de toda actualización
por el habla presente.
¿De qué manera la “explicación” requiere la “comprensión” y plantea en una nueva
forma la dialéctica interna que constituye la “interpretación” como un todo? –se pregunta
Ricoeur. Para él, siguiendo la indicación de Lévi Strauss quien asigna al mito el hacer tomar
conciencia de ciertas oposiciones y tender hacia su progresiva mediación, la función del aná-
lisis estructural consiste en conducir de una semántica de superficie –la del mito narrado– a
una semántica de profundidad, la de las situaciones fronterizas que constituyen el “refere n-
te” último del mito. El análisis estructural como estadio entre una interpretación ingenua y
una interpretación crítica permite ubicar la explicación y la comprensión en dos sectores di-
ferentes de un único arco hermenéutico.
lo que queremos comprender no es algo oculto detrás del texto, sino algo puesto de
manifiesto frente a él. Lo que se debe comprender no es la situación inicial del discur-
so, sino lo que apunta hacia un mundo posible. (…) Comprender un texto es s eguir
su movimiento del sentido a la referencia, de lo que dice a aquello a lo cual se refiere.
(…) Aquello de lo cual nos apropiamos ( Aneigung) no es una experiencia extraña, si-
no el poder de poner de manifiesto un mundo que constituye la referencia del texto.
En mi opinión, este vínculo entre la manifestación y la apropiación es la piedra angu-
lar de una hermenéutica que pretendiera a la vez superar las fallas del historicismo y
permanecer fiel a la intención originaria de la hermenéutica de Schleiermacher. (Ri-
coeur, 1988, 70-71)
3.2.2. El aporte de Ricoeur como paradigma válido para las ciencias humanas
Lo más interesante, para nuestro estudio es que Ricoeur propone esta dialéctica entre
la explicación y la comprensión como un paradigma válido para todo el campo de las ciencias
humanas. Primero, el modelo estructural, tomado como paradigma para la explicación, pue-
de ser extendido más allá de las entidades textuales a todos los fenómenos sociales –por la
analogía entre los signos lingüísticos y otras unidades de significado–. Segundo, la semántica
de profundidad entre el análisis estructural y la apropiación cumple una importante función
mediadora; en los fenómenos sociales, existe para el autor algo parecido a la semántica de
profundidad: “las estructuras sociales son también intentos de enfrentar perplejid ades exis-
POBREZA URBANA EN LA ARGENTINA
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Departamento de Investigación Institucional
– Área Sociológica –
tenciales, situaciones humanas difíciles y conflictos de hondas raíces”, por lo cual “presentan
asimismo una dimensión referencial” (Ricoeur, 19 88, 72). Tercero, no es posible comprender
las pautas significativas de una interpretación de profundidad sin un compromiso personal
similar al del lector; la extensión del concepto de apropiación a las ciencias sociales suscita
objeciones –como ya es conocido–, ¿cómo asumir el paradigma de manifestación y apropia-
ción sin destruir el concepto de ciencia?. Para Ricoeur, la solución no está en negar el com-
promiso personal en la comprensión de los fenómenos humanos, sino en restringirlo:
La comprensión es completamente mediada por la totalidad de los procedimientos
explicativos que la preceden y la acompañan. La contrapartida de esta apropiación
personal no es algo que se pueda sentir: es el significado dinámico que la explicación
pone de manifiesto, que antes identificamos con la referencia del texto, es decir, con
su facultad de revelar un mundo. (…) Esta restricción de la noción de co mpromiso
personal no elimina el ‘círculo hermenéutico’. Este círculo continúa siendo una insu-
perable estructura de conocimiento cuando se la aplica a las cosas humanas, pero tal
restricción le impide convertirse en un círculo vicioso. En el fondo, la correlación en-
tre explicación y comprensión, entre comprensión y explicación, es el círculo herme-
néutico. (Ricoeur, 1988, 73)
50 A. GIDDENS (1997), Las nuevas reglas del método sociológico, Amorrortu, Buenos Aires.
51 A. Giddens, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu, 1995, 396.
Un saber sobre ‘el ser con’ en formas de vida, compartido con actores legos y obser-
vadores sociológicos; la condición necesaria para conquistar un acceso a definiciones
válidas de actividad social. (Giddens, 1995, 398)
52 Para la autora: “La investigación de la ciencia natural tiene su fundamento en una ló gica situacional y se caracteriza por un
razonamiento indicial del mismo tipo del que solemos asociar al carácter simbólico e interactivo del mundo social”, en: “Social
and scientific method or what do we make of the distinction between the natural and social sciences?”, Philosophy of the S o-
cial Sciences, vol. 2, 1981. Citado por Giddens, 1997, 19.
Cada actor social competente es él mismo un teórico social, que como cuestión de ru-
tina hace interpretaciones de su propia conducta, y de las intenciones, razones y mo-
tivos de otros en tanto integran la producción de la vida social. (Giddens, 1997, 184)
Se plantea, en este punto, el delicado tema de la competencia entre los dos saberes y
la posibilidad de una crítica desde uno de ellos. En su análisis, Giddens recuerda que tanto el
empirismo como el objetivismo eliminan todo el problema de las definiciones sociales me-
diante el mutuo saber; mientras que, las posiciones comprensivas de la ciencia social parecen
limitarse a la etnografía entendida como empresa hermenéutica de la “fusión de hor izontes”.
Para resolver el dilema, él propone la distinción entre saber mutuo y “sentido c omún”, au n-
que estas fases no sean siempre cómodamente separables: el primero denota el respeto que
el analista social debe tener por la autenticidad de la creencia o por la apertura hermenéutica
en la definición de una vida social; el segundo se refiere a las creencias proposicionales im-
plícitas en la conducción de actividades cotidianas, de modo que –de alguna manera– las
creencias son un saber mutuo considerado como una creencia falible.
Consciente de entrar en cuestiones epistemológicas y problemas hermenéuticos, Gid-
dens enuncia los “criterios de credibilidad” y los “criterios de vali dez” para responder al t e-
ma. Los primeros quieren aclarar quién expresa las creencias, en qué circunstancias, en qué
estilo discursivo (descripción literal, metáfora, ironía, etc.), y por qué motivos. La aprecia-
ción de los criterios de validez, por su parte, se gobierna por la conjunción de una “crítica i n-
terna” y una “crítica externa” –consecuencia de la primera– generada por la ciencia social.
La tarea principal de las ciencias sociales en orden a la crítica del sentido común es la
de apreciar las razones como buenas razones por referencia a un saber del que los
agentes legos simplemente carecen o que ellos imaginan de una manera diferente de
la formulada en los metalenguajes de la teoría social. (Giddens, 1995, 362)
El autor presupone que es posible demostrar que ciertos artículos de creencia son fal-
sos mientras que otros son verdaderos y, también, que una crítica interna –los exámenes crí-
ticos a que los especialistas en ciencia social someten sus ideas y pretendidos descubrimien-
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tos– es intrínseca a lo que la ciencia social es como empresa colectiva. Como las creencias so-
ciales son elementos constitutivos de aquello mismo sobre lo cual versan, la consecuencia de
una crítica a una creencia falsa es una intervención práctica en la sociedad.
El aporte de Giddens
La comprensión que Giddens tiene de la sociología define su objeto como producido
por los quehaceres activos de los sujetos; la producción y reproducción de la sociedad ha de
ser considerada como una realización diestra por parte de sus miembros, situados histórica-
mente, y no como una mera serie mecánica de procesos. Para hacer asequible la vida social
como un “fenómeno” para la observación, el observador sociológico ha de tomar su saber so-
bre ella como un recurso por el cual la constituye como un “tema de investigación”. El “s aber
mutuo” no r epresenta una serie de ítems corregibles, sino los esquemas interpretativos que
utilizan los sociólogos y los actores sociales para “explicar” la actividad social. Los co nceptos
sociológicos obedecen a una hermenéutica doble: exigen del observador la inmersión en una
forma de vida para llegar a conocerla y caracterizarla; y, a su vez, son apropiados por aque-
llos individuos para el análisis de cuya conducta fueron acuñados, convirtiéndose en rasgos
integrales de esa conducta. Con la expresión “doble reflexividad”, de la socióloga argentina
Ana Teresa Martínez, es posible sintetizar la visión de Giddens:
las ciencias sociales son doblemente reflexivas, porque también el objeto es un sujeto,
porque todas las sociedades tienen un discurso sobre sí mismas que se relata siempre
de modos diferentes desde cada punto del espacio social, diferenciado y jerarquiza-
do. Porque nuestros informantes tienen una sociología espontánea desde la cual nos
hablan.53
53 A.T. MARTÍNEZ (2001), “Las ciencias sociales. Problemática de un área epistémico específica”, en: G. NÁPOLE – M.A. COUTO –
OTROS, Globalización cultural y Pensamiento Cristiano. Consiederaciones Interdisciplinares (1), Fundación Instituto Pedro de Córdoba
– Universidad Arcis, Santiago de Chile, 41-69, 62s.
54 Según el autor: “En el primer volumen que aquí se presenta se procede predominantemente de forma filosófi ca. El ser finito
es investigado en sus estructuras de verdad (verdad que, como se ha mostrado, sólo se deja iluminar en la circuminsessio de los
otros trascendentales) (…). En el volumen siguiente, el segundo, trata la verdad que Dios nos ha manifestado d e sí mismo me-
diante libre revelación y que, por ello, se convierte en norma última de la verdad mundana. Describir y comprender de qué
modo ésta no es suprimida, sino elevada sobre sí misma y perfeccionada, presupone los análisis del primer volumen.” (Bal t-
hasar, 1997, 14)
vivas, personales y éticas significa un angostamiento tan sensible del campo de la verdad,
que ésta resulta privada nada menos que de su universalidad y con ello de su peculiar esen-
cia.” (Balthasar , 1997, 30). De este modo, junto a un conocimiento de la verdad, el autor plan-
tea la exigencia de una estética y una ética de la verdad.
La verdad como encuentro
Como punto de partida de su presentación de la verdad como naturaleza55, el teólogo
suizo nos ofrece un “preconcepto de la verdad” que subraya su carácter fenoménico, de m a-
nifestación, e invita a pensar las exigencias de su percepción:
“Por tanto, en una primera descripción, la verdad se puede definir como el estado de
lo develado, de descubierto, de abierto, de no oculto (a-lhqeia) del ser. Este estar
no oculto significa dos cosas: por una parte, que el ser aparece, por otra, que el ser
aparece. En el hecho de que esta duplicidad sea, sin embargo, algo único consiste el
estado de develado y, en él la verdad. (…) Pero incluye al mismo tiempo una s egun-
da propiedad relativa, ya que se plantea de inmediato la pregunta ¿a quién se devela
el ser? (…) El hecho de que esté develado significa, analíticamente, que está también
develado para alguien que lo reconoce en su develamiento. Este alguien es el sujeto.”
(Balthasar, 1997, 39-40)
Queda planteada, por lo tanto, la relación entre sujeto que (re)conoce y objeto que se
devela. Para profundizarla, se añade la dimensión de fidelidad y fiabilidad de la verdad,
sustentada en la autenticidad del ser que se devela y que garantiza una autenticidad correla-
tiva en el conocimiento: lo manifiesto invita a confiarse y entregarse. La verdad como mani-
festación permite superar la incertidumbre y abre a múltiples formas de conocimiento: “la
verdad jamás encierra con constricciones al que conoce; por el contrario, la verdad es siem-
pre una abertura no sólo para sí y en sí, sino hacia una verdad más amplia” (Balthasar, 1997,
41).
Para ahondar las relaciones entre el sujeto y el objeto, se puede decir que: por una
parte, el objeto es recogido y comprendido en el sujeto, y por otra, el sujeto es introducido en
el mundo englobante del objetivo estado abierto del ser; ambas dimensiones expresan la du-
plicidad fundamental de la verdad en general. ¿Cómo juegan cada uno –sujeto y objeto– en
la dinámica del conocimiento?. En tanto que el estado de abierto del ser es una propiedad
objetiva del ser inherente al ser mismo, el sujeto cognoscente se ha de acomodar a este esta-
do de abierto y, en este sentido, la medida decisiva está en el objeto. Pero, al mismo tiempo,
como la subjetividad implica libertad, autodeterminación y eficacia creadora, los sujetos de-
ciden acerca de la verdad en el acto del juicio sobre la verdad: ahora el que mide es el sujeto
–sin que deje de medir el objeto– y esta medición es su realización espontánea y creadora.
Por último, como el estado de abierto del objeto sólo tiene sentido al ofrecerse a un sujeto
cognoscente, debe decirse que el objeto sólo encuentra su sentido pleno en el sujeto. En sín-
tesis, Balthasar propone:
“El conocimiento mundano es siempre ambas cosas: receptivo y espontáneo, med ido
y medidor. Ambos factores pueden estar acentuados y distribuidos en forma diferen-
te (…) Pero, como quiera que estén dis tribuidos los acentos, el conocimiento es siem-
pre dador de medida y receptor de medida y, en esta duplicidad del medir y del ser
medido, comienza y consiste la verdad.” (Balthasar, 1997, 43 -44)
55 En los capítulos que siguen, Balthasar desarrolla la verdad como libertad, la verdad como misterio, la verdad como situación.
En esta ocasión, dado nuestro interés, se consideran solamente el aspecto referido a la verdad como “naturaleza ” y podría e x-
tenderse, eventualmente, hacia la verdad como “situación” que indica la dimensión de la validez universal y la perspectividad
de la verdad. Cf. Balthasar, 1997, 177ss.
Luego de considerar los dos polos del conocimiento –sujeto y objeto– por separado, el
autor presenta el ámbito de la reunión y describe el conocimiento en términos de reciprocidad
y complementación de sujeto y objeto; en este sentido, el conocimiento es siempre algo inespe-
rado, que no se deriva de ellos, sino que adquiere la dimensión del don, de la mutua revela-
ción y realización: “La revelación del objeto no puede ocurrir sino en el ámbito del s ujeto.
Pues allí, exclusivamente, está preparada la luz creadora que hace que en el objeto emerjan
posibilidades que éste no puede desplegar por sí mismo (…). Pero la revelación del sujeto no
puede ocurrir sino en el encuentro con el objeto; sólo la resistencia del objeto lo incita a
transformar su luz posible en luz real” (Balthasar, 1997, 64).
El proceso de conocimiento es presentado en la dinámica del objeto en el sujeto y del
sujeto en el objeto, para ser descripto, en un momento ulterior, en términos de unidad y de en-
cuentro. El sujeto recorre, ante el objeto, el camino de la unidad de la intuición, del concepto
y del ser; si bien la imagen sensible es plana, gracias a la hondura significativa del sujeto es
posible la unidad de la intuición como unidad de sentido, que se funda en el ser. Por otro la-
do, la espontaneidad del conocimiento está totalmente al servicio de la receptividad: el cono-
cimiento de la verdad y la verdad del conocimiento equivalen a la más estricta objetividad;
todo desvío de la precisa reproducción de los hechos es también un desvío de la verdad.
Quedan a la vista, entonces, los desafíos para el sujeto:
“E l espíritu cognoscente no tiene la tarea de inventar un mundo que quizá sea mejor
y más bello que el existente. Tiene que decir lo que es. Su actitud primordial es por
eso la de una voluntad de perfecto realismo. Tiene que ofrecerse al objeto de modo
tal que éste pueda mostrársele con la mayor fidelidad posible. (…) Según esto, la a c-
titud básica del sujeto cognoscente no puede ser otra que la fenomenología exigida
por una integral e indiferente disposición receptiva que no desea, por lo pronto, otra
cosa que acoger y reproducir el fenómeno con la mayor fuerza posible. Esta actitud
merece el nombre de justicia ya que deja y entrega lo suyo de forma insobornable al
objeto. Si esta actitud falta en un conocimiento, éste cesa de ser verdadero conoci-
miento.” (Bal thasar, 1997, 75)
El aporte de Balthasar
Aunque el teólogo puesto en diálogo con Giddens plantea el tema del conocimiento
en el marco general de las relaciones entre el sujeto y el objeto, su visión se presenta como de
confluencia a la hora de plantear la mutua implicación que debe darse entre el investigador
social y el actor social y su mundo de vida. El correlato es todavía más interesante si se tras-
lada la unidad de sujeto-objeto planteada por Balthasar a la dinámica de sujeto-sujeto –tal
como está supuesta en Giddens y como se verá fortalecida en la posición epistemológica de
I. Vasilachis de Gialdino más adelante–.
En un trabajo de síntesis –que retoma investigaciones anteriores– con el título Del su-
jeto cognoscente al sujeto conocido: una propuesta epistemológica y metodológica para el es-
tudio de los pobres y la pobreza56, Irene Vasilachis de Gialdino avanza de la epistemología
del sujeto cognoscente hacia una epistemología del sujeto conocido, cuya función no es susti-
tuir a la anterior ni a los paradigmas que ésta propone como medios de explicación y/o
comprensión de la realidad. La autora reconoce tres paradigmas o marcos teórico-
metodológicos con los que se confronta el sociólogo: el materialista-histórico, el positivista, y
el interpretativo; y, de éste último, expone sus cuatro supuestos básicos:
1. la resistencia a la “naturalización” del mundo social, dado que la sociedad es una produ c-
ción humana;
2. la relevancia del concepto “mundo de vida”, como contexto de los pr ocesos de conoci-
miento y como horizonte interpretativo;
56 I. Vasilachis de Gialdino, Del sujeto cognoscente al sujeto conocido: una propuesta epistemológica y metodológica para el estudio de
los pobres y la pobreza, en: CEIL-CONICET, Pobres, pobreza y exclusión social, Buenos Aires, 2000, 217-245.
58 Cf. I. Vasilachis de Gialdino, La pobreza y el trabajo a la luz de las nuevas formas de conocer, Serie de Posgrado – Facultad de Es-
tudios para Graduados – N 10 (1999) 25-31, 27.
Si se tiene en cuenta la opción preferencial por los pobres como praxis eclesial –
continúa Scannone–, ella puede constituirse con legitimidad en lugar hermenéutico de la teo-
logía, es decir, “lugar” o contexto desde el cual pensar y actuar. En este caso, no se s uprime
la universalidad, sino que ésta queda cualificada como “situ ada”: deja de ser una universal i-
dad abstracta para concretizarse. Por último, el “mundo de los pobres” –con su dimensión
social y comunitaria, su cultura y religiosidad, relaciones comunitarias, organizaciones y
movimientos históricos– exige su discernimiento al ser tomado como “lugar” para la teol o-
gía.
En cuanto a las clarificaciones conceptuales, se presenta a continuación un cuadro
sintético de las mismas (ver Esquema 7). Una vez que Scannone establece la distinción entre
las nociones de “lugar hermenéut ico” o de interpretación, “lugar epistémico” u objeto fo r-
mal, y “l ugar teológico” o fuente del conocimiento, se detiene a considerar su aplicación a la
opción preferencial por los pobres como enseñanza (magisterio) y praxis eclesial (pastoral).
Esquema 7 – Sobre el “lugar” y la “opción por los pobres”
Distinciones clarificadoras: el “lugar” Su aplicación a la “opción preferencial”
lugar hermenéutico: todo “lugar” abre y perm ite opción preferencial - lugar hermenéutico: la opción que
una perspectiva de comprensión e interpreta- plantea la Iglesia es una opción de fe que opera por la
ción, pero cierra otras que sólo serían posibles caridad y, en tanto hace transparente y eficaz la
desde otros lugares. Para hacer teología no es presencia de Cristo puede ser considerada como lu-
posible situarse en un “lugar absoluto”, sino gar hermenéutico. Asimismo, el mundo de los pobres
que hace a la historicidad de la teología la elec- puede tomarse como lugar hermenéutico si hace
ción o aceptación de un “lugar hermené utico”. presente a Cristo. Esto exige un discernimiento de
fe acerca de este mundo, óptica y opción, así como
de las mediaciones históricas teóricas y prácticas.
lugar epistémico o teórico: es el que se da en cada opción preferencial – lugar epistémico: dado que la op-
ciencia –o el investigador– en relación con su ción por los pobres es exigida por el magisterio ac-
respectivo objeto formal. La teología estudia tual, ella exige conversión de todo cristiano y tam-
todo (objeto material) a la luz de la revelación bién del teólogo en su praxis epistémico59. La aper-
divina (objeto formal), en cuanto es cognosci- tura a la verdad interpelante del sufrimiento masi-
ble a partir de la revelación. vo e injusto de los pobres suscita una conversión in-
telectual y por tanto una precomprensión o lugar
hermenéutico para la teología en el contexto lati-
noamericano.
lugar teológico: se trata de los topoi en sentido opción preferencial – lugar teológico: la opción por los
aristotélico de fuentes, tanto constitutivas como pobres por ser parte de la praxis cristiana de la Igle-
declarativas . No son el “desde donde” he r- sia es uno de sus lugares declarativos o fuente se-
59 Sostiene Scannone que: “aun la teología como ciencia debe convertirse de toda pecaminosidad en el uso d e la inteligencia,
menéutico o epistémico, sino el “en do nde” la cundaria de conocimiento teológico , ya que en la
cuyo pecado
teología consiste –como
encuentra sus dice San Pablo – enysuargu-
conocimientos intento de someter
Iglesia la Verdad
como y, por consiguiente,
comunidad de ocultarla
de seguidores en las tinie-
de Cristo se
blas. En nuestro caso se trata de la verdad de la presencia de Cristo en el sufrimiento masivo e injusto de los pobres.” (Scann o-
mentos teológicos.
ne, 1990a, 320) manifiestan los contenidos de la revelación –en la
medida de su puesta en práctica–.
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aristotélico de fuentes, tanto constitutivas como pobres por ser parte de la praxis cristiana de la Igle-
declarativas60. No son el “desde donde” he r- sia es uno de sus lugares declarativos o fuente se-
menéutico o epistémico, sino el “en do nde” la cundaria de conocimiento teológico61, ya que en la
teología encuentra sus conocimientos y argu- Iglesia como comunidad de seguidores de Cristo se
mentos teológicos. manifiestan los contenidos de la revelación –en la
medida de su puesta en práctica–.
El aporte de Scannone
En su recuperación y caracterización de las teologías latinoamericanas, J.C. Scannone
ha permitido también una profundización de sus aspectos epistemológicos y metódicos. En
el intento de integración del saber que aquí se ensaya, el autor nos ofrece una clarificación
acerca de cómo “el mundo de los pobres” y “la opción preferen cial” por ellos pueden ser
constituidos legítimamente como lugar hermenéutico para la teología. De este modo, uno y
otra se presentan como precomprensión que funciona en relación directa con el lugar episté-
mico, es decir, son una perspectiva que especifica el objeto formal del conocimiento teológico
y permite que las fuentes de la teología (Escritura, tradición y otras) den más de sí:
“Tales opción y precomprensión se justifican y confirman –dentro del círculo herme-
néutico– porque abren los ojos de la reflexión teológica para redescubrir en la Reve-
lación la actitud fundamental de Jesús, y la de Dios, transida del amor preferencial,
solidario y misericordioso por los pobres. Así se redescubren el papel central de ese
amor en la Escritura, la tradición, la historia y la vida de la Iglesia, así como la rele-
vancia de dicho lugar hermenéutico como privilegiado para la inteligencia de ese
amor.” (Sca nnone, 1990a, 320-321)
60 En teología se distinguen las fuentes primarias o constitutivas (Sagrada Escritura, tradición) y las fuentes secundarias o ex-
plicativas (magisterio, teología, iglesias particulares, liturgia, etc.); en el marco de una criteriología de las fuentes, se admiten
también los alieni loci o lugares accesorios (la historia, los contextos y los signos de los tiempos, entre otros).
61 Gustavo Gutiérrez, siguiendo a M.-D. Chenu, afirma que “la vida, la predicación y compromiso histór ico de la Iglesia será,
para la inteligencia de la fe, un privilegiado lugar teológico” (cf. Scannone, 1990a, 321).
ción de una epistemología del sujeto conocido, arraiga en el piso común de una apertura a la
conversión. Con palabras de ella: “Dicha actitud supone la capacidad de comprender al otro
en los términos de su propio mundo de vida, reconociendo su derecho a resistir a las objeti-
vaciones de las que habitualmente es sujeto y a definir su mundo en sus propios términos
(Liberman, 1999), deconstruyendo las representaciones discursivas creadas en torno a él, in-
cluso las elaboradas en los textos científicos.” (Vasilachis, 2000 , 240). Según el modo de ver
de Scannone, en conformidad con el compromiso asumido por la Iglesia latinoamericana en
Puebla, la opción por los pobres exige una conversión y “dicha opción exigida hoy por la
Iglesia pide conversión a Cristo pobre en los pobres, conversión que debe realizarla también
la inteligencia teológica en cuanto tal, a través de un descentramiento y apertura de fe y ca-
ridad hacia los pobres, propio del quehacer teológico mismo” (Scannone, 1990, 320).
62 Amartya Sen es director del Trinity Collage (Cambridge) y ganador del Premio Nobel de Ciencia Económica 1998. Entre sus
libros, ver A. SEN (1998), Bienestar, justicia y mercado. Con una introducción de D. Salcedo, Paidós, Barcelona – Buenos Aires; A.
SEN (1999), Sobre ética y economía, Alianza, Madrid; A. SEN (2000), Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona. Este último libro se
basa en seis conferencias que el autor ha pronunciado en calidad de miembro presidencial en el Banco Mundial durante el oto-
ño de 1996 y en noviembre de 1997; en el prólogo, Sen expresa sus críticas y reservas hacia dicho organismo, que ya están pu-
blicadas. El estudio está destinado, fundamentalmente, al debate público, aunque ofrece una amplia bibliografía sobre los as-
pectos más técnicos del análisis.
63 Entre 1964 y 1980, fue director de estudios de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París y paralelamente di-
rigía la revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales. Para una introducción, ver N. GARCÍA CANCLINI (1990), “Introducción:
La sociología de la cultura de Pierre Bourdieu”, en: P. BOURDIEU, Sociología y cultura, Grijalbo, México, 9-50.
64 Para una visión introductoria, ver M. RUBIO (2002), Pobreza y degradación económica, Moralia 25, 163-218, en especial, 200ss;
para un estudio autorizado, en conexión con la perspectiva de A. Sen, ver M.C. NUSSBAUM (2002), Las mujeres y el desarrollo
humano. El enfoque de las capacidades, Herder, Barcelona.
65 Ver Anexo 1, en este mismo informe final.
Según Amartya Sen, estas privaciones pueden observarse, de una manera u otra, tan-
to en los países ricos como en los pobres. Se trata de problemas que constituyen una parte
fundamental del ejercicio del desarrollo y de la libertad individual entendida como capaci-
dad de agencia y compromiso social para conseguirlo. Para Sen, el desarrollo puede concebir-
se como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos, lo
cual contrasta con otras visiones que centran la atención en el crecimiento del producto na-
cional bruto y el aumento de rentas personales, entre otros aspectos. Desde su mirada, se va-
lorizan los fines por los que cobra importancia el desarrollo y no sólo algunos medios que
ayudan al proceso del mismo.
El desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de libertad:
la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones so-
ciales sistemáticas, el abandono en que pueden encontrarse los servicios públicos y la
intolerancia o el exceso de intervención de los Estados represivos. (Sen, 2000, 19-20)
Por otra parte, el economista puntualiza que las libertades no son sólo el fin principal
del desarrollo, sino además uno de sus medios principales. De modo tal que, en su interpre-
tación de la economía y del proceso de desarrollo basado en la libertad, prima el concepto de
“agente” por sobre el de “paciente”. La condición es que haya suficientes oportunidades s o-
ciales, para superar la visión de los individuos como meros receptores pasivos de prestacio-
nes.
La pobreza como privación de capacidades
En el marco de la justicia social, las ventajas individuales se evalúan –para Sen– en
función de las capacidades o libertades fundamentales que tiene una persona. Desde esta
perspectiva, la pobreza debe concebirse como la privación de capacidades básicas y no meramente
como la falta de ingresos, que es el criterio habitual con el que se identifica la pobreza.66 No
obstante, el autor no rechaza la idea razonable de que la falta de renta es una de las principa-
les causas de la pobreza, pero quiere ir más allá.
En la visión de Amartya Sen, la pobreza como privación de capacidades tiene tres
puntos a favor como enfoque: 1. la pobreza puede identificarse de forma razonable con la
privación de capacidades, con atención a las privaciones que son intrínsecamente importantes
–a diferencia de la renta que tiene carácter instrumental–; 2. hay otros factores que influyen
en la privación de capacidades –y por tanto en la pobreza real– además de la falta de renta;
3. la relación instrumental entre la falta de renta y la falta de capacidades varía según las
comunidades, las familias y los individuos. Sobre el tercer aspecto, el autor agrega otras pun-
tualizaciones dada su relevancia para las medidas públicas:
1. la relación entre la renta y la capacidad depende de manera extraordinaria de la edad
de la persona, del sexo y de los papeles sociales, del lugar, de la situación epidemiológica
y de otros factores de difícil control por las personas;
2. la falta de renta y las dificultades para convertir la renta en funciones –como la edad,
la incapacidad o enfermedad– pueden ir unidas, porque una persona de edad avanzada o
discapacitada tiene problemas para conseguir una renta y requiere, a su vez, más renta;
3. la distribución en el seno de la familia plantea más complicaciones al enfoque de po-
breza basado en la renta, ya que pueden darse casos en los que la renta familiar se emplea
en forma desproporcionada en beneficio de algunos miembros:
Esta cuestión es fundamental en muchos contextos; parece que la discriminación
sexual es un importante factor en la distribución de los recursos en el seno de la familia en
muchos países de Asia y del norte de África. Las privaciones de las niñas se comprueban
mejor observando la privación de capacidades (mayor mortalidad, morbilidad, desnutrición,
desatención médica, etc.) que en el análisis basado en la renta. (Sen, 2000, 116)
4. la privación relativa desde el punto de vista de la renta puede provocar una priva-
ción absoluta desde el punto de vista de las capacidades; en otros términos, ser
relativamente pobre en un país rico puede ser una gran desventaja desde el punto
de vista de las capacidades, ya que se necesita más renta para comprar suficientes
bienes que permitan lograr funciones sociales.
Las hambrunas y el reto del desarrollo
Otro de los temas que analiza Sen en sus escritos es la extensión del problema del
hambre y la desnutrición, junto a las frecuentes hambrunas 67. Su mirada, muy lejos del pe-
simismo, alerta sobre la posibilidad de adoptar las medidas acertadas para erradicar los pro-
blemas del hambre en el mundo. El autor se concentra en la libertad fundamental del indivi-
duo y de la familia para conseguir la propiedad de una cantidad suficiente de alimentos, co-
sa que pueden hacer cultivándolos ellos mismos o comprándolos en el mercado. La relación
del problema del hambre con el funcionamiento de la economía y de las instituciones eco-
nómicas y sociales es directa:
Los alimentos no se distribuyen en la economía a través de instituciones benéficas o
de algún sistema de reparto automático. La capacidad para adquirir alimentos hay
que ganársela. En lo que tenemos que centrar la atención no es en las existencias tota-
les de alimentos que hay en la economía, sino en el ‘derecho económico’ de que dis-
fruta cada persona: los bienes sobre los que puede demostrar su propiedad y control.
(Sen, 2000, 201)
Para Sen, el derecho económico de una familia depende de diversos factores: la dota-
ción –de trabajo en la mayoría de los casos –, las posibilidades de producción y su uso, y las
condiciones de intercambio como capacidad para vender y comprar bienes. Es precisamente
la falta de estos derechos económicos lo que provoca las hambrunas y, de hecho, puede dar-
se aunque el nivel general de existencias de alimentos sea alto y no disminuya en la econo-
mía en su conjunto. En este sentido, las hambrunas pueden prevenirse regenerando sistemá-
ticamente un nivel mínimo de rentas y de derechos económicos para los que resultan afecta-
dos por los cambios económicos.
Por otro lado, en relación con la producción y el crecimiento, señala Sen que si bien es
importante el crecimiento de la economía para prevención de las hambrunas, también es
fundamental centrar la atención en los procesos reales a través de los cuales una persona o
una familia dispone de alimentos:
67 Las “hambrunas” u otras crisis pasajeras, que pueden comprender o no la inanición manifies ta, entrañan la aparición repen-
tina de graves privaciones que afectan a un considerable sector de la población. Sigo en este punto el capítulo 7 de Desarrollo y
libertad, 199-232.
Por último, en los casos en los cuales no es posible participar del comercio interna-
cional, puede ser fundamental la forma en la que se reparten las existencias totales de ali-
mentos entre los diferentes grupos68: “En la mayoría de los casos en los que ha habido ha m-
brunas, un reparto más igualitario de los alimentos habría impedido la inanición” (Sen, 2000,
219). La vía del empleo, por su parte, permite que las posibles víctimas de las hambrunas
sean tratadas como agentes activos y no como meros receptores pasivos del Estado. En sínte-
sis, el reto del desarrollo comprende tanto la eliminación de las privaciones persistentes y en-
démicas como la prevención de la miseria repentina y grave.
68 Indica Sen que es raro encontrar una hambruna que haya afectado a más de un 5 o 10% de la población; si las víctimas posi-
bles de una hambruna representan, por ejemplo, un 10% de la población total de un país, la proporción de la renta total corres-
pondiente a estas personas pobres no es superior, en circunstancias normales, a un 3% aproximadamente del PNB.
69 P. Bourdieu, La miseria del mundo, 1993. Entre 1964 y 1980, fue director de estudios de la Escuela de Altos Estudios de
Ciencias Sociales de París y paralelamente dirigía la revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales.
70 P. Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000. Con palabras del autor, su ejercicio de reflexión en esta
obra “consistirá en tratar el análisis etnográfico de las estructuras objetivas y de las formas cognitivas de una sociedad históric a
concreta, a la vez exótica e íntima, extraña y familiar, la de los bereberes de la Cabilia, como el instrumento de un trabajo de
socioanálisis del inconsciente androcéntrico capaz de operar la objetivación de las categorías de ese inconsciente.” (Bourdie u,
2000, 17-18). La elección del caso especial de la Cabilia se justifica, para él, por tratarse de una tradición cultural paradigmática
en el ámbito mediterráneo, que es común al área cultural europea. Me referiré, en este caso, a algunos núcleos conceptuales
fundamentales del capítulo 1: “Una imagen aumentada”, y del capítulo 3: “Permanencias y cambios”.
Para explicar la dominación masculina, Bourdieu recurre a una serie de aportes con-
ceptuales que presento sintéticamente a continuación. En el punto de partida, el autor se
concentra en la construcción social de los cuerpos. Como el mundo social construye el cuerpo
como realidad sexuada y como depositario de principios de visión y de división sexuante, la
diferencia biológica y anatómica puede aparecer como la justificación natural de la diferen-
cia socialmente establecida entre los sexos y, en especial, de la división sexual del trabajo. El
principio de división fundamental entre lo masculino, activo, y lo femenino, pasivo, hace
que la relación sexual se construya como una relación social de dominación.71 La paradoja
consiste en que las diferencias entre los cuerpos masculino y femenino, al ser percibidas y
construidas de acuerdo a la visión androcéntrica, se convierten en el garante indiscutible de
la misma y posibilitan una asimilación de la dominación, junto a la reproducción de sus hábi-
tos. De este proceso surge, entonces, la violencia simbólica:
Así pues, la dominación masculina tiene todas las condiciones para su pleno ejerci-
cio. La preeminencia universalmente reconocida a los hombres se afirma en la objeti-
vidad de las estructuras sociales y de las actividades productivas y reproductivas, y
se basa en una división sexual del trabajo de producción y de reproducción biológico
y social que confiere al hombre la mejor parte (…) En consecuencia, la repr esentación
androcéntrica de la reproducción biológica y de la reproducción social se ve investi-
da por la objetividad de un sentido común, entendido como consenso práctico y
dóxico, sobre el sentido de las prácticas. (Bourdieu, 2000, 49)
Son las mismas mujeres –como se ha señalado con frecuencia– quienes aplican, a las
relaciones de poder en las que están entrampadas, unos esquemas mentales que son el pro-
ducto de la asimilación de estas relaciones de poder y que se explican en las oposiciones fun-
dadoras del orden simbólico.72 Esto plantea, evidentemente, la cuestión de las mujeres en la
economía de los bienes simbólicos: “El principio de la inferioridad y de la exclusión de la m ujer,
que el sistema mítico ritual ratifica y amplifica hasta el punto de convertirlo en el principio
de división de todo el universo, no es más que la asimetría fundamental, la del sujeto y del
objeto, del agente y del instrumento, que se establece entre el hombre y la mujer en el terreno de
los intercambios simbólicos, de las relaciones de producción y de reproducción del capital
simbólico, cuyo dispositivo central es el mercado matrimonial, y que constituyen el funda-
mento de todo el orden social.” (Bourdieu, 2000, 59)
Según la visión del sociólogo francés, la división sexual está inscrita, por un lado, en
la división de las actividades productivas a las que asociamos la idea de trabajo, y en un sen-
tido más amplio, en la división del trabajo de mantenimiento del capital social y del capital
simbólico monopolizada por los varones. Asimismo, esta división está inscrita en las dispo-
siciones (hábitos) de los protagonistas de la economía de bienes simbólicos. Desde el punto
de vista relacional, se completa la reflexión con el binomio virilidad y violencia. Si se tiene en
cuenta que, tanto las tendencias a la sumisión como a la dominación no están inscriptas en la
naturaleza, la virilidad como diferenciación masculina –entendida como capacidad repro-
71 A partir de su análisis concluye el autor que: “Una sociología política del acto sexual revelaría que, como siempre ocurre en
una relación de dominación, las prácticas y las representaciones de los dos sexos no son en absoluto simétricas.” (Bourdieu,
2000, 33)
72 En este sentido, el autor explicita al final de su obra: “hay que asumir el riesgo de parecer que se justifica el orden establec i-
do develando las propiedades por las cuales los dominados (mujeres, obreros, etc.), tal como la dominación los ha hecho, pue-
den contribuir a su propia dominación.” Aunque lo que él intenta es, precisamente, “un análisis capaz de orientar de otra
manera y la investigación sobre la condición femenina o, de manera más relacional, sobre las relaciones entre los sexos, y la
acción destinada a transformarlos” (Bourdieu, 2000, 138.140).
ductora, sexual y social, pero también como aptitud para el combate y para el ejercicio de la
violencia– es una carga: “la virilidad es un concepto eminentemente relacional, construido
ante y para los restantes hombres y contra la feminidad” (Bourdieu, 2000, 71).
Como segundo momento, se introduce la cuestión de las permanencias y cambios de la
dominación masculina. Lo eterno en la historia –para Bourdieu– evidencia un proceso de
eternización; si de lo que se trata es de la dominación masculina, es preciso reconstruir el tra-
bajo histórico de deshistorización que posibilita la (re)creación continuada de las estructuras
androcéntricas y su permanencia. Para ello, es sin duda importante revisar la historia de los
agentes y de las instituciones que concurren permanentemente a asegurar esas permanen-
cias, y que pueden ser diferentes a lo largo de las épocas y conforme a sus funciones:
El trabajo de reproducción quedó asegurado, hasta una época reciente, por tres ins-
tancias principales, la Familia, la Iglesia y la Escuela, que, objetivamente orquesta-
das, tenían que actuar conjuntamente sobre las estructuras inconscientes. La Familia
es la que asume sin duda el papel principal en la reproducción de la dominación y
de la visión masculinas; en la Familia se impone la experiencia precoz de la visión
sexual del trabajo y de la representación legítima de esa división, asegurada por el
derecho e inscrita en el lenguaje. (Bourdieu, 2000, 107)
Entre los factores de cambio, el autor sostiene que el cambio principal consiste en que la
dominación masculina no se haya impuesto con la evidencia de la obviedad y esto es así, en
gran parte, gracias al inmenso trabajo crítico del movimiento feminista. Agrega, por otra par-
te, que: “De todos los factores de cambio, los más importantes son los que están vincul ados a
la transformación decisiva de la función de la institución escolar en la reproducción de la di-
ferencia entre los sexos, como el aumento del acceso de las mujeres a la instrucción y, corre-
lativamente, a la independencia económica, y la transformación de las estructuras familia-
res” (Bou rdieu, 2000, 112).
Como contrapartida, se encuentran las estrategias de la reproducción social mediante
la economía de los bienes simbólicos como factor determinante de la perpetuación de las dife-
rencias y de la dominación masculina. Si se observa el conjunto de los espacios y subespacios
sociales, se verifica la constancia transhistórica de la relación de dominación masculina y, en
consecuencia, –lo que el autor llama– la fuerza de la estructura: “nos hemos esforzado aquí
en referir el inconsciente que gobierna las relaciones sexuales y, más generalmente, las rela-
ciones entre los sexos (…) en la larga historia parcialmente in móvil del inconsciente andro-
céntrico” (Bourdieu, 2000, 128).
Al cierre de su obra, en un Post-scriptum sobre la dominación y el amor, la mirada del
sociólogo nos devuelve a la esperanza y a la utopía. El amor es la excepción, la única –pero
de primera magnitud–, a la ley de la dominación masculina; el amor suspende la violencia
simbólica o la forma suprema de esa violencia, por ser la más sutil y la más invisible. Lo pen-
diente es un trabajo ininterrumpido, incesantemente recomenzado: “el de la no -violencia,
que hace posible la instauración de relaciones basadas en la plena reciprocidad y que autoriza
el abandono y la entrega de uno mismo” (Bourdieu, 2000, 134). El camino es el
reconocimiento mutuo, que permite sentirse justificado para existir, y el desinterés, que
libera a las relaciones de toda posible instrumentalización. Quien ama (re)crea a la persona
amada a través del poder que ésta le concede; en la fuerza casi divina del amor –concluye
Bourdieu–, la violencia cede el paso al poder la confianza y la reciprocidad.
73 Mis estudios sobre la vida y la intuición teológica de Chiara Lubich, así como el proyecto de Economía de Comunión im-
pulsado por ella, me confirman en la riqueza social inextinguible del cristianismo. Para una presentación global de este tema,
ver Anexo 2: “Economía de Comunión, una interpretación en la acción. El carisma de Chiara Lubich y su a porte al servicio de
la unidad social”, en este mismo informe final.
modo de condensación. Es el tiempo de una conclusión, que, como nueva comprensión, funda
a su vez un nuevo punto de partida o precomprensión –el círculo hermenéutico–. Por los lí-
mites del presente trabajo, que ha pretendido colaborar mediante la exploración de un recur-
so instrumental para la integración del saber, la mirada sólo podrá ser incompleta y frag-
mentaria, aunque se desafíe a mostrar el todo en la parte. Como toda piedra fundamental,
quiere servir a los cimientos y ser de utilidad para la construcción posterior, de modo que
queda expuesta a las críticas y rectificaciones que sean necesarias para su mejor aprovecha-
miento. En lo que se refiere al tema concreto de la pobreza, ha quedado pendiente la pro-
fundización de un panorama antropológico desde el aporte de distintas disciplinas; el curso
de la investigación ha señalado la prioridad de la perspectiva hermenéutica como camino de
entrada para la confluencia de perspectivas y así es como se ha definido. Con todo, en este
último esfuerzo de síntesis y conclusión, se intenta recuperar la mirada abierta desde un eje
antropológico, dado que él fundamenta e ilumina los presupuestos de una hermenéutica, el
entramado de relaciones en la situación de la pobreza, y las exigencias éticas que devienen
de ambas.
Por todo lo dicho antes, el estilo de esta parte será notablemente diferente del desa-
rrollo anterior: en el modo de expresión, será más sintético que analítico; en la manera de
formular temas y establecer relaciones, se hará más libre y personal; podría ser, incluso, que
el lenguaje empleado perdiera de algún modo el ropaje académico y se volviera más funda-
mental, hasta llegar a hacerse –conscientemente– más espiritual. 74 Quizás todo esto tenga
que ver con lo que los temas abiertos en la reflexión han desencadenado en mí misma; en to-
do caso, valgan estas aclaraciones para alertar al lector sobre lo que sigue a continuación. Pa-
ra organizar las ideas de esta recapitulación, se sugiere una articulación en torno a los tres
núcleos básicos que se investigaron en relación con la pobreza: cómo mirar (hermenéutica),
cómo pensar (teología en diálogo con las ciencias sociales), y cómo actuar (ética). Las tres óp-
ticas están relacionadas, de modo que los niveles se entrecruzan y entrelazan mutuamente,
precisamente desde la antropología como ámbito privilegiado de la confluencia del saber. En
este sentido, un matiz importante que se explicita y se incorpora en las conclusiones es el
tema del “nosotros” 75, de modo que la propuesta ante la pobreza, mirar-la, pensar-la y ac-
tuar-la, se convierte en una provocadora invitación a mirar-nos, pensar-nos y actuar-nos.
74 En otro contexto, el de la tarea filosófica en América Latina, Remolina recuerda la importancia del “lugar espiritual y s ocial”
en el que se sitúa el “lugar epistemológico” de la discip lina, ver G. REMOLINA (1999), “El quehacer filosófico en América Lat i-
na”, en: J.C. SCANNONE – G. REMOLINA (eds), Filosofar en situación de indigencia, Comillas, Madrid, 43-51, 51.
75 Se trata, justamente, de una de las perspectivas centrales que ha quedado pendiente; la misma se retomará, de modo pro-
gramático en conexión con las perspectivas relacional y ética en la última sección.
Tracy, o como entreveramiento de ámbitos, para emplear las palabras del filósofo A. López
Quintás76.
2. Como ocurre siempre que hay diálogo, acontece una transformación77. A la percepción de
la figura, sigue el drama de la libertad –recuerda Balthasar78–; no se puede abrir los ojos y no
quedar conmovido. Esta “conmoción” –que M. González aplica al caso argentino79–, cuando
surge al mirar la pobreza, es fruto de una “honestidad con lo real” 80, exige admitir la verdad
de la realidad y asumirla, “cargarla y hacerse cargo” de ella 81. Nada más interpelante para
una fe en el Dios hecho carne: saber escuchar a ese Dios que nos habla en la injusticia y en la
utopía de la historia al mismo tiempo. La integración, en este caso, significa reconciliar fe y
justicia, y en consecuencia ética y ciencias.
3. Con la dinámica dialógica y transformativa –transformada y transformadora– nos situa-
mos en el espacio de lo que Lonergan llama la explicitación de los fundamentos, porque nos
acercamos al lugar de la conversión, como “transformación del sujeto cognoscente y de su
mundo”. En el recorrido anterior, se ha visto que la opción preferencial por los pobres es un lu-
gar hermenéutico privilegiado para la teología latinoamericana (Scannone) y que, como tal,
influye en tanto precomprensión en los puntos de vista del sujeto que hace teología. En el
ámbito de la interdisciplina, esta opción eclesial que expresa la opción de la fe cristiana en
nuestros días –no sólo para nuestro contexto, sino en el ámbito de la Iglesia universal–, que-
da expuesta como criterio fundamental para todas las ciencias sociales y humanas que quie-
ran discernir, asumir y/o explicitar su compromiso moral, religioso e intelectual en este sen-
tido.82 En el presente trabajo, destacamos distintos aportes de otras disciplinas que podrían
entenderse como expresión de esta confluencia, como la posición de Irene Vasilachis con su
propuesta epistemológica, la de Bourdieu al describir el arte de la entrevista como “ejerc icio
espiritual”, y no en último lugar la visión ética de la pobreza del economista Sen.
4. Una hermenéutica dialógica y transformativa, abierta a la conversión, nos pone en un ca-
mino, se hace, en cierta manera, una hermenéutica itinerante. Lo nuevo a valorar es la dimen-
sión procesual, de aprendizaje, que conlleva esta praxis de ampliar la mirada, estar dispues-
to a purificarla y capacitarse para ensancharla. Si pienso en la teología, ante el reto de la po-
breza y de una mirada interdisciplinaria, me sumo al sabio programa de Kart Barth: “la te o-
76 Ver A. LÓPEZ QUINTÁS (1990), El encuentro y la plenitud de la vida espiritual, Claretianas, Madrid, 53ss.
77 Tomo esta categoría de la reflexión espiritual de Anselm Grün –más allá de su empleo en el ámbito de la eclesiología y otros
tratados teológicos–; el contenido de la misma se entrelaza con las perspectivas abiertas por Lonergan acerca del lugar que tie-
nen la decisión y la conversión en el sujeto del conocimiento. Ver A. GRÜN (1997), Transformación. Una dimensión olvidada de la
vida espiritual, Lumen, Buenos Aires; A. GRÜN (1996), Nuestras propias sombras. Tentaciones, complejos, limitaciones, Narcea, Ma-
drid; A. GRÜN – M. DUFNER (2000), La salud como tarea espiritual. Actitudes para encontrar un nuevo gusto por la vida, Narcea, Ma-
drid.
78 Ver H.U. VON BALTHASAR (1990), Teodramática. 1. Prolegomenos, Encuentro, Madrid, 19-26.
79 Ver M. GONZÁLEZ (2002), Conmoción, transición e interrupción. Tres metáforas para una lectura de la crisis argentina desde la
simbólica judeocristiana. Presentación en la Jornada Solidaria de Reflexión Teológica “El cristianismo ante los rostros actuales de
la pobreza”, 30.10.02 (inédito). Ver también los artículos del mismo autor, de este año, en la revista “Vida Pastoral”.
80 Ver J. SOBRINO (2001), “Teología desde la realidad”, en: J.J. TAMAYO – J. BOSCH (ed), Panorama de teología latinoamericana,
Verbo Divino, Estella, 611-628.
81 La expresión, de resonancias cristológico salvíficas, es de Ignacio Ellacuría y se refiere al compromiso ético que se exige an-
te los pueblos crucificados; para una visión general de su pensamiento, ver I. ELLACURÍA (1983), voz “Pobres”, en: J.J. TAMAYO –
FLORISTÁN (ed), Conceptos fundamentales de Pastoral, Cristiandad, Madrid, 786-802. En la perspectiva de las teologías latinoame-
ricanas, ver Anexo 1, del presente informe.
82 Remito nuevamente, en este sentido, a las conclusiones del trabajo de O. Groppa sobre Epistemología, Ética e Integración
del Saber, en este mismo informe final.
logía es una ciencia modesta” 83. Ante Dios y el misterio de lo real sólo se puede ser modesto.
En el círculo hermenéutico propuesto por Ricoeur, creo que esta modestia de la teología debe
expresarse ya en la pre-comprensión, pero sobre todo –en nuestro ámbito de trabajo– en el
segundo momento que corresponde al explicar y comprender, como escucha receptiva y creati-
va del aporte de las ciencias sociales y humanas. La teología está llamada a ser modesta para
aprender de las otras disciplinas; la contrapartida viene sugerida por el acuerdo en caminar
hacia una integración de saberes. Algo de esto se propuso en las propuestas para seguir ca-
minando en la práctica interdisciplinaria; se trata, en definitiva, de lo que señala Donegani al
proponer una “mutua sumisión” como condición de la conversación entre teología y soci o-
logía (Donegani, 2002, 424ss).
5. La modestia, sin duda, también se ha de expresar en la búsqueda sincera de aprendizaje
desde el lugar de los pobres y “las víctimas” 84 de la historia –evitando las distorsiones de la
idealización y la mitificación85, pero sin renunciar a la mirada propia de la “fe que busca e n-
tender” y, sobre todo, que se deja conmover a compasión86. ¿Qué se puede aprender de los po-
bres?87 La figura del mal a redimir, la injusticia, la deuda: los pobres son sacramento del pecado
del mundo88. ¿Qué más se puede aprender? El “clamor” por una humanidad nueva, s olidaria
y equitativa89. La exigencia ética de un nosotros colectivo, de un bien común largamente ol-
vidado: quienes sufren privaciones y dominaciones son narración de la Pasión del Señor y memorial
permanente de la resistencia y la lucha cotidiana por la vida. Por esto, sobre todo, la teología pide
ser modesta, para aprender de ellos y ellas “cómo se hace teología” –con talante existencial,
situado y biográfico90–. Porque los olvidados y excluidos, “desde el reverso de la historia” y su
“no tener donde dormir” 91, son una palabra sobre el pecado y la salvación dicha en la historia, pe-
cado que ellos comparten y padecen, salvación que ellos esperan y actualizan. ¿Y nosotros?...
83 Ver K. BARTH (1986), Introducción a la teología evangélica, La Aurora, Buenos Aires, 43.76-79.
84 Ver sobre este punto, J. SOBRINO (1999), La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, Trotta, Madrid, 11-32; J.C. SCANNONE
(2000), Dios desde las víctimas, Stromata 56, 27-47.
85 Ver J.I. GONZÁLEZ FAUS (1984), Los pobres como lugar teológico, Revista Latinoamericana de Teología 3, 275-308.
86 Para una teología de la compasión, en clave político social, además de los aportes de Jon Sobrino sobre el “principio -
misericordia”, queda pendiente una conversación en profundidad con la teología política de J.B. Metz. Para una introducción,
ver J.B. METZ (1971), Teología política, Selecciones de Teología 37-40, 98-103; J.B. METZ (1979), La fe, en la historia y en la sociedad,
Cristiandad, Madrid; J.B. METZ (1982), Más allá de la religión burguesa. Sobre el futuro del cristianismo, Sígueme, Salamanca; J.B.
METZ – T. RAINER PETERS (1991), Gottespassion. Zur Ordenexistenz heute, Herder, Freiburg – Basel – Wien.
87 Distintos autores latinoamericanos han respondido una y otra vez a este interrogante; a modo de ejemplo, remito aquí a
Lucio Gera y a Jon Sobrino, ver L. GERA (1998), Entrevista al cumplir sus 50 años de sacerdocio, Nuevo Mundo 55, 37-63, 50ss; J.
SOBRINO (1997), Jesucristo Liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, Trotta, Madrid, 41-57.
88 Ver J.-M.R. TILLARD (1968), La salvación, misterio de pobreza, Sígueme, Salamanca, 12ss.
89 Ver V. CODINA (1994), Creo en el Espíritu Santo. Pneumatología narrativa, Sal Terrae, Santander, 75-120.
90 En el sentido de Metz y Schneider, abriendo una nueva conversación con la sociología en esta perspectiva: ver M. SCHNEI-
DER (2000), La teología como biografía, Desclée, Bilbao; V.R. AZCUY (2002), “T eología y Biografías”, en: Semillas del siglo XX 2, Pro-
yecto 41, 11-19; y, del lado de la sociología, C. WRIGHT MILLS (1964), La imaginación sociológica, Fondo de Cultura Económica,
México-Buenos Aires; E. GOFFMAN (1981), La presentación de la persona en la vida cotidiana, Amorrortu, Buenos Aires.
91 Ver G. GUTIÉRREZ (1996), “Una teología de la liberación en el contexto del Tercer Milenio”, en: L. MENDES DE ALMEIDA – J.
NOEMI – OTROS, El futuro de la reflexión teológica en América Latina, CELAM, Santafé de Bogotá, 97-165, en especial 115ss.
92 Comentando a Sen sobre el concepto de “realizaciones” posibilitadas por las “capacidades”, Salcedo afirma: “El centrarse
en las realizaciones hace aparecer un cuadro de relaciones entre posesión de bienes, utilidad y bienestar bastante más sensible
a las cuestiones distributivas en la medida en que permite detectar en qué y por qué una persona no ha logrado lo que otra o lo
que en su sociedad se considera normal.”, D. SALCEDO (1998), “Intro ducción”, en: A. SEN, Bienestar, justicia y mercado, Paidós,
Barcelona – Buenos Aires – México, 9-38, 24.
93 El texto corresponde al capítulo II. Pobres y situaciones de pobreza en la ciudad de Buenos Aires de una obra en prensa: I. Vasila-
chis de Gialdino, Pobres, pobreza, identidad y representaciones sociales, Barcelona, Gedisa, 2003 (de próxima aparición). Según la
explicación de la autora –cercana a la visión de Sen–, el concepto de “desarrollo autónomo” indica que no basta recibir bienes
para salir de la pobreza, sino que es necesario tener el derecho, la libertad, de decidir sobre el sentido trascendente del propio
destino.
94 En este sentido, ver M. MANZANERA (1999), “Metafísica de la nostridad. Hacia una filosofía de la liberación como nostrific a-
ción” , en: J.C. SCANNONE – G. REMOLINA (eds), Filosofar en situación de indigencia, Comillas, Madrid, 129-161, en especial 154ss.
95 Para ello, ver V.M. FERNÁNDEZ (1998), El “sensus populi”. La legitimidad de una teología desde el pueblo, Teología 72, 133-164;
V.M. FERNÁNDEZ (2000), Con los pobres hasta el fondo. El pensamiento teológico de Rafael Tello, en: V.R. AZCUY (coord.), Semillas del
siglo XX. Teología en la encrucijada de biografías, disciplinas y culturas, Proyecto 36, 187-205.
96 Sobre la perspectiva “ inclusiva” en la teología hecha por mujeres, ver M. NAVARRO (1999), “Desde la vida, inclusivame nte”,
en: J. BOSCH (ed), Panorama de la teología española. Cuando vida y pensamiento son inseparables, Verbo Divino, Estela, 479-498; V.R.
AZCUY, Mercedes Navarro Puerto. Hacer teología incluyendo y relacionando, Proyecto 36, 148-168.
97 En este punto, que merecería ser desarrollado en otra ocasión, se puede ver M. SCHNEIDER (1995), Krisis. Zur theologischen
Deutung von Glaubens- und Lebenskrisen. Ein Beitrag der theologischen Anthropologie, Verlag Josef Knecht, Frankfurt am Main; E.
BISER (1997), Überwindung der Glaubenskrise. Wege zur spirituellen Aneignung, Don Bosco, München; G. KREPPOLD (2001), Krisen –
Wendezeiten im Leben, Vier-Türme-Verlag, Münsterschwarzach; J.-L. SOULETIE (2002), La crise, une chance pour la foi, Les Editions
de l´Atelier, Paris; K. TEPPERWEIN (2002), Krise als Chance. Wie man lost und zukünftig vermeidet,
98 Ver L. VILA (1984), Los estudios sobre pobreza bajo una perspectiva ética, Escritos del Vedat XIV, 333-348.
99 En este último sentido, para una introducción, se puede ver K. DEMMER (1993), voz “Hermenéutica”, en: H. ROTTER – G.
VIRT (dir), Nuevo Diccionario de Moral Cristiana, Herder, Barcelona, 306-309; M. GARCÍA DURÁN (1997), Teología moral y opción por
los pobres. Anotaciones desde la perspectiva del método, Theologica Xaveriana 47, 65-84.
100 Ver H.U. VON BALTHASAR (1990), Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca.
101 Al respecto, son pioneros los trabajos de M. Vidal, aunque luego han sido retomados por otros autores. Para este punto, se
puede ver M. VIDAL (1982), La preferencia por el pobre, criterio de moral, Studia Moralia 20, 277-305; M. VIDAL (1985), La solidari-
dad: nueva frontera de la teología moral, Studia Moralia 23, 99-126; M. VIDAL (1992), Ética de la solidaridad, Moralia 55-56, 347-362.
102 Ver M. T. MIFSUD (1996), La cultura de la solidaridad como proyecto ético, Theologica Xaveriana 46, 345-356; M. YAÑEZ (2000),
Jalones para fundamentar una ética de la solidaridad esperante, Stromata 56, 1-26.
103 En este sentido, R. Antoncich plantea el “criterio ético” y el “criterio de la opción por el pobre” como componentes fund a-
mentales del problema hermenéutico de la doctrina social de la Iglesia, cf. R. Antoncich – J.M. Munárriz, La doctrina social de la
Iglesia, Lima, Paulinas, 1986, 49-72.
104 M. Perine, Sentido histórico y ético de la irrupción de los pobres en la historia y en la conciencia latinoamericanas, en: J.C. Scannone
– M. Perine (comp.), Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires, Bonum, 1993, 95-104, 102.
En síntesis, ante la situación de la pobreza y del hambre sólo hay una respuesta ética,
que es la construcción de una nueva racionalidad, comunicativa y solidaria105. El desafío de
“gl obalizar la solidaridad” y de una “nueva imaginación de la caridad” representa, en este
sentido, la humanización y transformación de la racionalidad neoliberal de la globalización
en sus efectos excluyentes.106
4. Para concluir, quiero retomar el tema de la verdad y del compromiso ético que implica la
práctica de decir-la en el ámbito universitario. Tan importante como practicar la verdad de lo
comprendido –el imperativo ético ante la pobreza–, es la misión del decir la verdad, que
equivale ante todo a no negarla ni falsearla y que se nutre de la permanente apertura y dis-
posición para comprenderla y vivirla. La verdad que se debe decir desde la universidad, no
puede desarraigarse de la vida concreta de quien la dice, para quien la dice y en qué momen-
to de la historia lo hace. La verdad que ensayamos decir, no busca imponerse dogmática-
mente, sino percibirse y construirse en la dinámica de un diálogo y un aprendizaje hecho de
mutuas cooperaciones e intercambios. Esta verdad no puede ser la excusa para establecer
nuevas privaciones y dominaciones, sino que se ofrece como fruto del encuentro y la con-
descendencia. La verdad nace de la relación y la unidad brota de la diferencia. El todo se
hace de las partes y la riqueza consiste en dejarlo todo.
Que todo lo que hemos visto y oído, lo podamos anunciar desde la práctica de una ética
solidaria y la inteligencia de una hermenéutica transformativa. Sólo si sacudimos los funda-
mentos, estaremos gestando el futuro. De la privación a la donación, de la dominación a la
reciprocidad, en un in-interrumpido aprendizaje del nosotros.
105 Ver J.C. SCANNONE (1996), “El comunitarismo como alternativa viable”, en: L. MENDES DE ALMEIDA – J. NOEMI – OTROS, El
futuro de la reflexión teológica en América Latina, CELAM, Santafé de Bogotá, 195-241.
106 Ver V.M. FERNÁNDEZ (1999), “ El misterio del pobre en la economía globalizada”, en: R. FERRARA – C. GALLI (ed), Nuestro
Padre Misericordioso. Nueve estudios sobre la paternidad de Dios, Paulinas, Buenos Aires, 143-174; E. LLUCH FRECHINA (2002), La
utopía global, Moralia 25, 27-52.
107 J. GALLAGHER (1997), La obra de una mujer: Chiara Lubich. El movimiento de los Focolares y su fundadora, Ciudad Nueva, Buenos
Aires – Madrid – Santafé de Bogotá. Para una presentación global del carisma de la unidad y el proyecto de Economía de
Comunión, ver Anexo 2, “Economía de comunión, una interpretación en la acción. El carisma de Chiara Lubich y su aporte
social al servicio de la unidad”, en este mismo informe final.
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ANEXO 1
En América Latina, se habla de la mujer pobre como “la oprimida entre los oprim idos”.
Cuando la “opr esión sexual” se da en medio de las otras opresiones como la social, la
económica, la racial, la cultural, entonces la opresión de la mujer es doble (…). La mujer
es conciente de la opresión mayor que ella sufre; sin embargo reacciona desde y en soli-
daridad.
108 La teóloga uruguaya M.T. Porcile Santiso ha fallecido el 18/06/01. Se encuentra entre las pioneras del pensamiento latinoame-
ricano y cuenta con una importante recepción en la teología argentina. Me uno a otros homenajes, dedicando a su memoria el pre-
sente estudio.
109 Se destacan los aportes de J.C. Scannone, C. Galli y M. González, en cuanto a: caracterizar la teología de la liberación
latinoamericana en sus diversas vertientes, desarrollar nuevos aspectos de la corriente argentina, y recuperar actualizadamente sus
nuevos “brot es”. Cf. J.C. Scannone, La teología de la liberación. Caracterización, corrientes, etapas, en: R. Neufeld (ed), Problemas y
perspectivas de teología dogmática, Salamanca, 1987, 384-418; C. Galli, La teología latinoamericana de la cultura en las vísperas del Tercer
Milenio, en: L. Mendes de Almeida – J. Noemi – otros, El futuro de la reflexión teológica en América Latina, Bogotá, Celam, 1996, 243-
362; M. González, Brotes teológicos en la Argentina al inicio del siglo XXI, en: V.R. Azcuy (coord.), Otras semillas del siglo XX, Proyecto
42 (2002) en prensa.
110 Cf. G. Alberigo – J.P. Jossua, La recepción del Vaticano II, Madrid, Cristiandad, 1987; G. Gutiérrez, Por el camino de la pobreza, Pá-
ginas 58, Separata (1983) 2-16; J. Sobrino, La Iglesia de los pobres, concreción latinoamericana del Vaticano II. Ante el próximo Sínodo extra-
ordinario, RLatT II, 5 (1985) 115-146.
111 Cf. J.-B. Metz, La fe, en la historia y la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979; J. Moltmann, El Dios crucificado. La cruz de Cristo como
base y crítica de toda teología cristiana, Salamanca, Sígueme, 1977, 400-469; R. Gibellini, Teología política, en: La teología del siglo XX,
Santander, Sal Terrae, 1998, 321-343.
112 Entre las obras pioneras, cf. M.P. Aquino (ed), Aportes para una teologia desde la mujer, Madrid, Editorial “Biblia y Fe”, 1988; M.P.
Aquino, Nuestro clamor por la vida. Teologia latinoamericana desde la perspectiva de la mujer, Costa Rica, Editorial DEI, 1992; M.T. Porci-
le Santiso, La mujer, espacio de salvación. Misión de la mujer en la Iglesia, una perspectiva antropológica, Madrid, Claretianas, 1995.
debe sus impulsos tanto a la teología local como, sobre todo, a la teología feminista norteameri-
cana y europea.
En el presente estudio, quisiera organizar mi reflexión en tres momentos: el primero se
orienta a presentar la teología latinoamericana, particularmente en sus corrientes de “te ología
de la liberación” y de “teología del pueblo”, como una tradición teológica que se deja desafiar por la
realidad de los pobres y, a partir de la cual, surgirá una teología articulada desde la vida de las
mujeres en situación de desigualdad. En un segundo paso, me propongo señalar la novedad
que la “teología feminista” y otros movimien tos históricos de mujeres han provocado en el pen-
sar teológico y en la praxis cristiana de nuestro contexto, y caracterizar la reflexión emergente
como teología hecha por las mujeres y en solidaridad con ellas. En la tercera y última estación del iti-
nerario, presento algunos rostros de mujeres en situación de pobreza en Argentina y una visión muy
sintética de los retos que plantean a la reflexión teológica.
113 G. Gutiérrez, Teología y ciencias sociales, en: La verdad los hará libres. Confrontaciones, Lima, CEP, 1986, 75-112, 79.
114 Esta triple acepción de la pobreza, elaborada por Gutiérrez, se oficializa en el documento XIV de Medellín –dedicado a La po-
breza de la Iglesia– y pone las bases conceptuales para la opción preferencial por los pobres.
115 En la fundamentación cristológica del tema, Gutiérrez asume los aportes de Congar y González Ruiz, quien señala que la ké-
nosis de Cristo o “proceso de salvación por la encarnación” presenta en Pablo un ritmo ternario; en el tema de solidaridad y l ucha
contra la pobreza, además de Congar, recibe la influencia de Régamey.
se urgido a abrazar la pobreza real, no para bendecirla y canonizarla, sino para solidarizarse
con los pobres y luchar contra la pobreza injusta que degrada: “Solo recha zando la pobreza y
haciéndose pobre para protestar contra ella, podrá la Iglesia predicar algo que le es propio: ‘la
pobreza espiritual’; es decir, la apertura del hombre y de la historia al futuro prometido por
Dios”. 116
Por otra parte, Gutiérrez habla desde sus primeras obras de la fuerza histórica de los po-
bres, de los pobres como sujeto histórico, y completa así la consideración subjetiva de la pobreza.
En un trabajo de 1996, titulado Una teología de la liberación en el contexto del tercer milenio, él habla
de los pobres a partir de la parábola de Lázaro y el rico. Ellos son los “destinados a la insignif i-
cancia”, porque, mientras que en el evangelio de Lucas el pobre tiene un nombre y el rico no, en
la situación actual se da a la inversa: “los pobres son a nónimos y parecen destinados a un ano-
nimato aún mayor, nacen y mueren sin hacerse notar. Piezas desechables una historia que es-
capa a sus manos y los excluye de ella”. 117 Aun así, cabe destacarse el protagonismo “de los i n-
significantes”:
los pobres, insignificantes y excluidos, no son personas pasivas esperando que se les
tienda una mano. No tienen sólo carencias, en ellos bullen muchas posibilidades y ri-
quezas humanas. El pobre y marginado de América Latina es muchas veces poseedor de
una cultura con valores propios y elocuentes que vienen de su raza, de su historia, de su
lengua. Tienen energías como las demostradas por las organizaciones de mujeres, a lo
largo y ancho del continente, en lucha por la vida de su familia y del pueblo pobre, con
una inventiva y una fuerza creadora impresionantes para enfrentar la crisis.118
soteriológica” –primacía de valor, sin discusiones–; 5. Se presenta frente a las otras teologías con
su complementariedad crítica, por su novedad de encuentro con el pobre como sujeto histórico.
En cuanto al método, sigue los tres tiempos del conocido método pastoral “ver, juzgar y
obrar”, y asume en consecuencia tres mediaciones principales –medios o instrumentos de cons-
trucción teológica–: la mediación socio-analítica, la mediación hermenéutica y la mediación
práctica. “La m ediación socio-analítica contempla el lado del mundo del oprimido. Procura en-
tender por qué el oprimido es oprimido. La mediación hermenéutica contempla el lado del mun-
do de Dios. Procura ver cuál es el plan divino en relación con el pobre. La mediación práctica, a
su vez, contempla el lado de la acción e intenta descubrir las líneas operativas para superar la
opresión de acuerdo con el plan de Dios.” 121
El sentido del diálogo con las ciencias sociales queda a la vista: “conocer el mundo r eal
del oprimido forma parte (material) del proceso teológico global. Es un momento o mediación
indispensable aunque insuficiente, para un entendimiento ulterior y más profundo, que es el
saber propio de la fe.” 122 Pero, además, como indica J.C. Scannone, la mediación socio-analítica
viene exigida por el mismo rigor científico del método: “si se trata de una lectura e strictamente
teológica (y no sólo creyente) de esas realidades, la teología como ciencia deberá utilizar, para su
conocimiento, la mediación de las ciencias humanas y sociales, es decir, la del análisis científico
social (histórico y cultural): en una palabra, la mediación analítica”. 123
Dado el uso de esta mediación que hace la teología de la liberación en la aproximación a
los pobres, se observa una particular atención a la realidad del pobre socio-económico. De todos
modos, se observa en Clodovis Boff la conciencia de un posible reduccionismo en el planteo y el
intento de una ampliación al considerar a los pobres reales:
La teología de la liberación lo es de la liberación del oprimido –del oprimido entero:
cuerpo y alma– y de todos los oprimidos: el pobre, el sojuzgado, el discriminado, etc. Es
imposible detenerse en el aspecto puramente socio-económico de la opresión, esto es, el
aspecto “pobre”, por más fundamenta l y “determinante” que sea. Es preciso ver ta m-
bién otros planos de opresión social: la opresión de tipo racial: el negro; étnico: el indio; y
la opresión de tipo sexual: la mujer. (…) hay que notar que las opresiones de tipo no ec o-
nómico agravan la opresión socio-económica preexistente. Un pobre es mucho más
oprimido cuando, además de pobre, es negro, indio, mujer o anciano.124
123 J.C. Scannone, El papel del análisis social en las teologías de la liberación contextuadas, Stromata 42 (1986) 137-158, 142. El teólogo
argentino prefiere hablar de “mediación analí tica” para expresar que no se trata sólo de un análisis socioestructural, sino también
histórico y cultural.
124 Boff, Epistemología y método de la teología de la liberación, 104.105. Esta ampliación ya había sido planteada en: L. Boff – C. Boff,
Cómo se hace teología de la liberación, Madrid, Paulinas, 1986, 41-44.
125 En lo que sigue retomo, con modificaciones, lo ya desarrollado en V.R. Azcuy, Teología de los pobres en Ignacio Ellacuría, Proyec-
to 33 (1999) 179-208, 187ss.
126 L. Boff y C. Boff señalan que la teología de la liberación distingue fundamentalmente dos sentidos de
pobre, el primero de ellos es el pobre socio-económico: “El pobre es todo aquel que carece o está pr ivado
POBREZA URBANA EN LA ARGENTINA
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Departamento de Investigación Institucional
– Área Sociológica –
una formulación nueva: por una parte, distingue a los “pobres materiales o socio-económicos” y,
por otra, a los “pobres evangélicos o con espíritu”. Esto no quiere decir que no asuma la dimen-
sión de compromiso: la solidaridad está exigida al que es pobre con espíritu127, porque es in-
aceptable la contradicción cristiana de “ser ricos materialmente y pobres espiritualmente”128. De
los pobres materiales, el autor afirma:
...Por mucho que se amplíe el concepto de pobre y oprimido como destinatario del Reino
de Dios, tanto la tradición bíblica como la realidad sociológica muestran que el analoga-
tum princeps es el que sufre realmente sobre sí los efectos del pecado del mundo (…); en
definitiva, el pobre por antonomasia es el mismo Jesús desposeído de todo en la cruz
precisamente por su lucha contra el pecado del mundo...129.
Sobre el mismo tema vuelve en su artículo “Pobres” (1983) y explica que la ampli ación
del concepto de pobres a los enfermos, a los que sufren, puede estar justificada, pero no permite
olvidar que el pobre socio-económico es el analogatum princeps de la pobreza:
Pobre es inicial y radicalmente un concepto socio-económico. Tiene después sus deriva-
ciones, que pueden llegar hasta sublimes consideraciones espirituales, pero primun et per
se es una realidad y un concepto socio-económico. Pobres son aquellos que carecen de
bienes materiales, sea en referencia a las necesidades biológicas y culturales fundamen-
tales, sea en referencia a lo que es un mínimo aceptable en una determinada sociedad,
sea en referencia a otras personas o grupos sociales, que son considerados ricos.130
de los medios necesarios para la subsistencia (comida, vestido, casa, salud básica, instrucción elemental y
trabajo)”, cf. Cómo hacer teología de la liberación, 63.
127 Cf. I. Ellacuría, Iglesia que nace del pueblo por el Espíritu, Misión Abierta 71 (1978) 150-158, 158.
128 I. Ellacuría, Los pobres, lugar teológico en América Latina, Misión Abierta 74 (1981) 705-720, 709.
129 I. Ellacuría, Recuperar el Reino de Dios: desmundanización e historización, en: AAVV, La Iglesia de los pobres y las organizaciones
populares, San Salvador, 1978, 79-86, 85.
130 I. Ellacuría, art. “Pobres”, en: J.J. Tama yo – Floristán (ed), Conceptos fundamentales de Pastoral, Madrid, 1983, 786-802, 788.
131 Cf. Del magisterio latinoamericano: Med. XIV, n 7.9-11; DP 382.707.733.769.1134.1217; DSD 178-181. Y en el magisterio pontifi-
cio: RM 37; SRS 42; RMi 37b.58-59; TMA 51; EIA 12.16.55.58.
132 “Es tópico frecuente, comentando el sentido de la preferencia, decir que el gran desafío viene de la necesidad de mantener al
mismo tiempo la universalidad del amor de Dios y su predilección por los últimos de la historia. Quedarse solamente con uno de
estos extremos es mutilar el mensaje evangélico.”, Gutiérrez, Una Teología de la Liberación en el Contexto del Tercer Milenio, 111.
133 Cf. J. Pixley – C. Boff, Opción por los pobres, Buenos Aires 1986, 166.
134 El autor habla de cuatro vertientes: la “teología de la liberación evangélica” (1), presente y desarrollada en los Documentos F i-
nales de Medellín; la “teología de la liberación desde la praxis de grupos revolucionarios” (2), que se separa de la Iglesia cri stiana;
la “te ología de la liberación desde la praxis histórica” (3), que es la corriente más conocida y difundida como teología de la liberación;
y la “teología desde la praxis de los pueblos latinoamericanos” (4), recuperada y dada a conocer como escuela argentina o teología del
pueblo, en el contexto argentino.
135 G. Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, Lima, CEP, 1979, 377.
136 Cf. C. Galli, La teología latinoamericana de la cultura en las vísperas del Tercer Milenio, en: L. Mendes de Almeida y otros, El futuro
de la reflexión teológica en América Latina, Bogotá, CELAM, 1996, 243-362, 249.
137 Lucio Gera es considerado como principal inspirador de toda esta corriente argentina. Sobre él, además de sus escritos, se pue-
de ver R. Ferrara – C. Galli (ed), Presente y futuro de la teología en Argentina. Homenaje a Lucio Gera, Buenos Aires, Paulinas, 1997.
138 Sigo aquí la contribución de V.M. Fernández en su recuperación: “Creo que nadie se acercó teológicamente al pobre como el
padre Rafael Tello. Él es –junto con Lucio Gera– una de las grandes figuras de la ´teología de la cultura popular´. Por eso me parece
injusto, aun cuando a él pueda desagradarle todo homenaje, que casi nunca se lo mencione cuando se habla de la teología argenti-
na”, cf. Con los pobres hasta el fondo. El pensamiento teológico de Rafael Tello, en: V.R. Azcuy (coord.), Semillas del siglo XX, Proyecto 36
(2000) 187-205, 187.
139 En este punto sigo a J.C. Scannone, Situación de la problemática del método teológico en América Latina, Medellín 78 (1994) 255-283,
272s.
En cuanto a las categorías centrales de la escuela argentina –pueblo, religión del pueblo,
cultura–, están en relación con el enfoque que se busca y son una manera de interpretación de la
realidad de los pobres, si bien éstos tienen su lugar especial dentro del un pueblo:
Los puntos de vista metodológicos y hermenéuticos implícitos en dicha preferencia ana-
lítica por lo histórico-cultural presuponen privilegiar la comprensión previa de la uni-
dad sobre el conflicto, sin negarlo a éste. Así es como tal enfoque metodológico se mani-
fiesta en el uso de categorías básicas unitivas como las de pueblo-nación (entendido
desde la unidad de pueblo y cultura); la de cultura, como estilo de vida común de un
pueblo; las de religiosidad y sabiduría populares; la de “pueblo de Dios” incultur ado en
los pueblos, etc.; y aun de categorías conflictivas como la de “anti pueblo”, po rque ésta
supone la previa pertenencia al pueblo que se traiciona.140
Uno de los aportes centrales del pensamiento de Lucio Gera ha sido el pensar a los po-
bres como pueblo, como sujeto colectivo de la historia, como ethos religioso y cultural. Pero hay
otra dimensión, latente desde el comienzo –como aparece en las citas anteriores– y es la de la in-
terioridad de los pobres, es decir, su corazón religioso, que quisiera retomar en esta ocasión:
Lo más característico de la esperanza del pobre es que ella surge de la experiencia del
límite y se alimenta de esa experiencia. Por eso es esperanza en el sentido teológico de la
palabra. La pobreza se convierte en actitud de esperanza. La carencia de bienes presenta
el lado negativo de la pobreza; el lado positivo de la pobreza es la esperanza. Es pobre
no solamente quien espera, porque ‘todo le va bien’, sino quien espera ‘a pesar de todo’
el acontecer negativo de este mundo.143
140 Scannone, Situación de la problemática del método teológico en América Latina, 273.
141 L. Gera, Sobre el misterio del pobre, en: P. Grelot – L. Gera – A. Dumas, El pobre, Buenos Aires, Editorial Heroica, 1962, 45-124, 48.
142 Gera, Sobre el misterio del pobre, 47-48.
143 L. Gera, Entrevista al cumplir sus 50 años de sacerdocio, en: V.R. Azcuy – P. Scervino (coord.), Ministerio peregrino y mendicante. Lu-
cio Gera 50 años de sacerdocio, Nuevo Mundo 55 (1998) 37-63, 51-52.
promoción social de los pobres, ni a promover una tarea evangelizadora entre ellos. Él convoca
sobre todo a una identificación con el pobre en la riqueza de su cultura y de su religiosidad es-
pecífica, para que, valorando su identidad propia, la evangelización del pueblo pobre consista
más bien en permitir que esa cultura popular explaye en la historia toda su potencialidad y su
riqueza.” 144 Más recientemente, Fernández vuelve a sintetizar la visión profética y crítica de Te-
llo:
Hoy los pobres suelen ser objeto de abusos de todo tipo, porque suena bien hablar de
ellos. (…) La misma Iglesia es alabada por la opinión pública de los sectores medios y
acomodados cuando asiste a los pobres, siempre que no cuestione las raíces de un orden
establecido. Pero nada de esto oculta el desprecio y el miedo que se siente hacia el pobre,
y la necesidad de excluirlo como sujeto, manteniéndolo en la situación de objeto.145
En el planteo de Tello se destaca el optar por el pobre ‘desde’ el pobre, el buscar su libe-
ración y su justicia ‘desde’ él y ‘a su manera’, es decir, la atención y el esfuerzo para reconocer a
los pobres afectiva y efectivamente como verdaderos sujetos. Se podría pensar en una enseñanza fun-
damental para la práctica eclesial y social hacia los pobres, que no se debería perder de vista: la
pobreza de los pobres oculta una riqueza de sabiduría y de cultura que debe promoverse, más
aún, que debe aprovecharse como fermento social y religioso.
144 Fernández, Con los pobres hasta el fondo. El pensamiento teológico de Rafael Tello (abstract), 6.
145 V.M. Fernández, El Padre Tello: una interpelación todavía no escuchada, Vida Pastoral (en prensa), 1.
146 Cf. Human Liberation in a Feminist perspective – A Theology, Philadelphia 1974.
147 Feminist Theology as a Critical Theology of Liberation, Theological Studies 36 (1975) 605-626.
148 C. Halkes, Teología feminista. Balance provisional, Concilium 154 (1980) 122-137, 125.
Desde otro ángulo, las teologías feministas se pueden entender en sentido general como
encuentro de las teologías cristianas con los movimientos históricos de mujeres, como lo pro-
pone Marie-Theres Wacker153. En cuanto a las fuentes y al método propio de estas teologías, sea
que éstas se entiendan como teologías de genitivo, contextuales, o articuladas a partir de un ins-
trumental categorial propio de otras disciplinas –como es el caso de las teorías de género–, se
requiere un uso crítico en el uso de las mediaciones. A mi modo de ver, la prioridad de escucha
149 M.J.F. Rosado Nunes, La voz de las mujeres en la teología latinoamericana, Concilium 263 (1996) 13-28, 17.
150 Cf. V.R. Azcuy, Hacia una Iglesia más solidaria con las mujeres, Erasmus III/1 (2001) 77-95, 78ss; V.R. Azcuy, El lugar teologico de
las mujeres, Proyecto 39 (2001) 11-34, 15ss.
151 La mujer, espacio de salvación, 24. Según esta visión, “superar el feminismo” supondría primero haberse
acercado a él. Para la teología, desestimar, rechazar o superar la teología feminista, exigiría previamente
haberse aproximado y confrontado seriamente con ella. También la teología hecha por varones postula la
riqueza del diálogo, como es el caso del alemán Helmut Moll al presentar la teología feminista como desa-
fío, cf. “Teología feminista: un desafío”, SelTeol 24 (1985) 343 -349, 349.
152 J. Chittister, El fuego en estas cenizas. Espiritualidad de la vida religiosa hoy, Santander, Sal Terrae, 1998, 196.198.
153 M.-T. Wacker, Teología feminista, en: P. Eicher (dir), Diccionario de conceptos teológicos,
Barcelona, Herder, 1990, t2, 506-512, 506: “Si la teología (cristiana) se entiende como una r e-
flexión sobre el Dios de la revelación cristiana al servicio crítico de una comunidad creyente, re-
flexión metódicamente comprobable y consciente de que la fe ya supone una comprensión pre-
via, y si el feminismo es un proceso que se orienta a la liberación universal de las mujeres de to-
das las violencias de que han sido víctimas, que las deforman psíquicamente y en el plano social
las convierten en seres de segunda clase, quiere decirse que la teología feminista significa una
confrontación entre la ciencia de la fe y el movimiento de liberación de las mujeres.”
POBREZA URBANA EN LA ARGENTINA
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– Área Sociológica –
a la teología de las mujeres no apunta en primer lugar a ella como posición teórica, sino funda-
mentalmente como expresión teórica de una realidad vivida, como logos pronunciado desde la vi-
da y la praxis histórico-eclesial de las mujeres. La cuestión de fondo es qué nos pueden aportar los
feminismos –o teorías que parten de la experiencia de las mujeres– para una vida eclesial más
plena en el seguimiento de Cristo y para una sociedad más humana, participativa, igualitaria e
inclusiva.
Ahora bien, ¿en qué se acercan y en qué se distinguen las teologías contextuales que se
articulan como respuesta a la situación de pobreza e injusticia y las teologías feministas o aque-
llas otras que asumen los desafíos planteados desde las experiencias de las mujeres? Si en las
primeras se trata, básicamente, de la liberación de los pobres, en las segundas se quiere respon-
der a la discriminación sexista y se propone, para ello, la liberación de las mujeres. En este senti-
do, lo que tienen en común es que asumen el reto de una discriminación concreta, sea ésta so-
cial, de género o, incluso, de raza. Por otro lado, la convergencia se acentúa cuando los sujetos
pobres son, además, mujeres –hecho que en nuestro contexto agrava, en general, la situación de
pobreza–:
Las teólogas no desarrollan un método propio. Siguiendo la teología de la liberación,
parten de la opción por los pobres y del compromiso de una praxis de liberación. Pero si
al principio las mujeres parecían –o desaparecían– mezcladas con el ‘pueblo’, poco a po-
co el discurso de las teólogas pasó a trabajar sobre la especificidad de la situación de las
mujeres pobres.154
También el aporte de las ciencias sociales confluye con este despertar teológico y lo im-
pulsa. De hecho, el cruce entre pobreza y género ha ocupado un lugar importante en el debate de
las últimas décadas en Estados Unidos y ha dado lugar al concepto de feminización de la pobreza.
Dicha conceptualización, surgida del aumento, entre los pobres, de las familias con jefatura fe-
menina entre los ’60 y la mitad de los ’70, se reafirmó en el ’80 con el crecimiento del fenómeno
y se extendió a estudiosas de otros países.155
Por otro lado, a partir de la Cumbre sobre el Desarrollo económico de la mujer rural, en Gi-
nebra – 1992, la repercusión de la pobreza sobre la mujer ha oficializado la “feminización de la
pobreza” como expresión. Los datos tomados de África muestran realmente una realidad dra-
mática: de 400 millones de los más pobres de los pobres 260 millones son mujeres, el deterioro
ecológico impacta sobre todo en la situación de escasez de agua y de analfabetismo –cuyo índi-
ce en mujeres adultas, en las zonas de mayor deterioro, supera el 80%.156
teología feminista de la liberación. Para Margarita M. Pintos, quien presenta la teología feminista
como teología crítica de la liberación,
Las teologías de la liberación elaboradas por teólogos varones apenas se ocuparon de
sistematizar e integrar las experiencias emancipatorias de la mujer; pasaron por alto las
experiencias de opresión de las mujeres en cuanto mujeres; postergaron el análisis de los
componentes sexistas de la sociedad, de la Iglesia y de la teología; tal postergación no
respondió, obviamente, a un acto reflejo, pero sí a una actitud inconsciente de desinterés
intelectual, por considerar la marginación de la mujer de menor relevancia que otro tipo
de marginaciones. La incorporación de las mujeres a las teologías de la liberación ha su-
puesto un importante correctivo a los acentos androcéntricos observables en el discurso
cristiano liberador.158
A esta realidad se refiere cuando relee la opción por los pobres como opción por la mujer161:
“el término pobre, aun cuando remite particularmente a un grupo social desprovisto de bi enes
materiales para vivir, puede también ser aplicado a una cultura empobrecida, a minorías sin
derechos y sin palabras, a grupos que buscan un reconocimiento elemental en la sociedad. La
mujer está incluida en esta ampliación del término.” 162
En su reflexión sobre este punto, Gebara se propone considerar la opción por la mujer po-
bre como una forma concreta de la opción por los pobres y lo hace en tres pasos: 1) la opción de la mu-
jer por sí misma, que quiere impulsar una búsqueda y un reconocimiento de la propia identidad:
“volver a entrar en el seno de la madre para retomar, desde el interior, el ser mujer venido a la
luz del mundo”, “trabajarse desde el inter ior, combatir desde dentro las falsas imágenes que
hemos adquirido de nosotras mismas”, “reconstruir la unidad del propio ser”. 2) La opción por
el otro, que traduce el mandato de amor evangélico al prójimo entendiendo a éste como grupo
158 M.M. Pintos, “Teología Feminista”, en: C. Floristán – J.J. Tamayo (ed), Conceptos fundamentales del cristianismo, Madrid, Trotta,
1993, 1327-1336, 1331.
159 Entre sus obras principales, cf. I. Gebara, Teología a ritmo de mujer, Madrid, San Pablo, 1995; I. Gebara, Intuiciones ecofeministas.
Ensayo para repensar el conocimiento y la religión, Montevideo, Doble clic, 1998.
160 I. Gebara, Itinerario teológico. Una breve introducción, en: J.J. Tamayo – J. Bosch (ed), Panorama de Teología latinoamericana, Estella,
Verbo Divino, 2001, 229-239, 233.
161 Al respecto, vale como texto orientativo el artículo de I. Gebara, “La opción por el pobre como opció n por la mujer pobre”,
Concilium 214 (1987) 212-214. El mismo planteo, desde la óptica concreta de Puebla, ha sido desarrollado por M.T. Porcile en su
obra ya citada Puebla: la hora de María, la hora de la mujer, y desde una clave más general, por M.P. Aquino, cf. “Mujer e Igl esia. Par-
ticipación de la mujer en la nueva presencia de la Iglesia”, en: M.P. Aquino (ed), Aportes para una teología desde la mujer, Madrid, Bi-
blia y Fe, 1988, 95ss. y Nuestro clamor por la vida, 193ss.
162 Gebara, La opción por el pobre como opción por la mujer pobre, Concilium 214 (1987) 212-214.
humano: “Se trata, en efecto, de la opción por un grupo humano en la miseria, un grupo dismi-
nuido en su dignidad humana en nuestra sociedad o en nuestra Iglesia”. 3) La opción por un fu-
turo nuevo de justicia y amor, que está presente en los momentos anteriores y es fruto de ellos: “El
amor a sí mismas y el amor a los demás construyen un presente y un futuro nuevos. (...) El an-
helo de un mundo mejor, nuevo, forma parte de lo humano. Es una sed que no se calma nunca.
Y en el mantenimiento de esta sed desempeñan las mujeres de América Latina un papel de gran
importancia.” 163
En consonancia con esta opción hermenéutica, la opción por el pobre como opción por
la mujer, Gebara caracteriza la teología feminista latinoamericana: “En la labor teológica de las
mujeres se delinea una capacidad de mirar la vida como lugar de la experiencia simultánea de
la opresión y de la liberación, de la gracia y de la desgracia. Es una percepción que incluye el
plural, lo diferente, lo otro. Aunque esta forma de mirar no sea un fenómeno exclusivamente
femenino, es preciso decir que ella se verifica de forma sorprendente en medio de las muje-
res.” 164
Clamor por la vida, entre la indignación y la esperanza
163 “La opción por el pobre como opción por la mujer pobre”, 465.467.471.
164 I. Gebara, La mujer hace teología. Ensayo para la reflexión, en: M.P. Aquino (ed), Aportes para una teología desde la mujer, Madrid, Bi-
blia y Fe, 1988, 9-19, 17.
165 Cf. Aquino, “Mujer e Iglesia. Participación de la mujer en la presencia de la Iglesia”, 94 -101.
166 M.P. Aquino, Nuestro clamor por la vida. Teología latinoamericana desde la perspectiva de la mujer, Costa Rica, Editorial DEI, 1992,
112 nota 14. La obra recopila aportes diversos del contexto latinoamericano y, por lo mismo, es programática para trabajos poste-
riores. En ella se hacen sentir la proximidad a los planteos de la teología de la liberación y de la teología feminista, aunque frente a
ambas posiciones se intenta perfilar lo propio desde la perspectiva de la mujer y desde América Latina.
167 La teología feminista, 97.
Esta teología hecha por mujeres, desde la compasión y el cariño, puede sin duda enriquecer
a toda la teología del Pueblo de Dios haciéndola más atenta a las necesidades humanas, más
propicia para alentar el crecimiento de la vida en todas sus dimensiones. Esta contribución po-
dría sumar esfuerzos, incluso, para la recuperación de las dimensiones espiritual, existencial y
relacional, en el espacio teológico.
Con ocasión del Segundo Encuentro Latinoamericano de Mujeres Teólogas, M. Pilar Aquino
edita una obra con Ana M. Tepedino en 1998, cuyo título, Entre la indignacion y la esperanza, se
presenta como emblemático de una toma de posición. El mismo “ha sido elegido con toda i n-
tención (…) porque expresa bien la experiencia de tantas mujeres ante las situaciones de vi olen-
cia que vivimos, tanto en la casa como en la sociedad y en las iglesias.” 171 En el Documento Fi-
nal del Encuentro, aparece una afirmación que indica una diferenciación de la teología hecha
por mujeres con respecto a la teología de la liberación, y que parece indicar una nueva fase para
la primera:
hicimos memoria de la teología de la liberación, que con su opción por los pobres, nos
abrió un camino donde las mujeres encontramos un espacio para caminar y para hablar.
Finalmente, reconocimos que progresivamente nos hemos hecho visibles actuando como
protagonistas de una manera nueva y distinta de hacer teología en la que hemos llegado
a ser críticas de la teología de la liberación. Debido a su énfasis unilateral en las catego-
rías analíticas del mundo socio-económico macro estructural, esta teología no ha inclui-
172 Segundo Encuentro Latinoamericano de Mujeres Teólogas, Documento Final: Entre la indignación y la esperanza, en: Tepedino –
Aquino (ed), Entre la indignación y la esperanza, 197-211,199.
173 M.T. Porcile, La mujer espacio de salvación. Misión de la mujer en la Iglesia, una perspectiva antropológica, Madrid, Claretianas, 1995,
23. Sobre el límite de la teología de la mujer, afirma Porcile: “La ‘Teología de la Feminidad’ generalmente otorga la misma dignidad
y vocación profunda al hombre y a la mujer. Sin embargo atribuye a unos y a otros ‘roles’ y tareas diferentes. (...) No se trata de
que la perspectiva simbólica sea desechable, sino de abordarla con una adecuada hermenéutica”, cf. 63.64. La crítica de la autora a
la teología feminista se sintetiza así: “La realidad no es simple: ni la teología tradicional está tan ‘contaminada’ por el ‘demonio pa-
triarcal’ como dice la corriente más radical de la teología feminista, ni tampoco en la historia de la teología tradicional se encuen-
tran todas las respuestas ni todas las virtudes”, cf. 80.
174 Me he referido a estas perspectivas en Azcuy, El lugar teológico de las mujeres, 23ss.
175 Cf. La mujer, espacio de salvación, 31-119.
176 C. Della Role, Mujer y salvación. Comentario a M. Teresa Porcile, La mujer, espacio de salvación, Proyecto 39 (2001) 277-292, 280.
177 El proyecto fue una iniciativa surgida en Europa, en enero de 1983, y que se realizó como encuentro ecuménico en Buenos Ai-
res – Argentina del 30/10 al 3/11, con la participación de 28 mujeres teólogas.
178 Porcile, La mujer, espacio de salvación, 99.
179 Porcile, La mujer, espacio de salvación, 99.
cuerpo de la mujer, que concentra en sí espacio y tiempo, lugar y ciclo de vida, desencadena
consecuencias sociales y teológicas, que la autora anima a desarrollar.” 180
Desde esta comprensión, en el capítulo conclusivo de su obra La mujer, espacio de salva-
ción, Porcile propone algunas sugerencias para la misión de las mujeres cristianas de acuerdo a
una antropología del espacio, pensada desde la dimensión corporal. La autora enfoca su plan-
teo, sobre todo en clave eclesiológica, pero puede amplificarse hacia la dimensión social; de
hecho, destaca dos aspectos: la misión de las mujeres en las iglesias y la misión femenina de to-
da la Iglesia, que podría extenderse a la función de las mujeres en la sociedad, sus instituciones
y organizaciones, y a la dimensión femenina de éstas últimas.
Según Porcile, “La gran tarea femenina de nuestro tiempo es la de lograr la convergencia
entre lo concreto de las mujeres y lo metafórico del ser femenino de la Iglesia. Si las mujeres conocen
antropológica y existencialmente lo que significa ese lenguaje, lo fundamental es que pueden
aportar su ser específico a toda la Iglesia para ‘feminizarla’; es decir, para hacerla ‘habitable’.” 181
De este modo, desde la experiencia concreta de las mujeres, puede pensarse y revisarse el senti-
do del espacio eclesial –y, en consecuencia, el social–, sea de fecundidad virginal o esterilidad,
de maternidad y esponsalidad o prostitución:
En esta tarea de ‘inclusión espacial’ de toda la comunidad, las mujeres concretas tienen un
ser ‘secreto’ pedagógico insustituible por estar ligado al lenguaje de su cuerpo. (...) Sin
‘mujeres reales’ dando su ser concreto ‘real’ y su experiencia de mujeres –
generosamente– ¿cómo podría la Iglesia encarnar su ser femenino de Virgen, Esposa y
Madre?.182
184 B. Schmukler – G. Di Marco, Madres y democratización de la familia en la Argentina Contemporánea, Madrid, Biblos, 1997.
185 Cf. E. Johnson, Friends of God and Prophets. A Feminist Theological Reading of the Communion of Saints, New York, Crossroad, 2000,
164ss.
Éstas y otras observaciones del autor sobre la agencia de las mujeres, lo conducen a
afirmar que: “A lo mejor nada sea tan importante hoy en la economí a política del desarrollo
como se reconozca como es debido la participación y el liderazgo en el terreno político, econó-
mico y social de las mujeres.” 189 Me animo a decir, que algo semejante puede afirmarse en el te-
rreno de las instituciones religiosas y comunidades cristianas.
186 El concurso se ha realizado durante el primer semestre de 2002 y ha finalizado con la realización de un seminario. La iniciativa
ha sido promovida en el marco del Departamento de Investigación Institucional de la UCA, en el Programa “La Deuda Social A r-
gentina”, Área Sociológica –en la que participo actualmente como investigadora–.
187 A. Sen, Desarrollo y Libertad, Barcelona, Planeta, 2000, 134. El caso latinoamericano y del sureste asiático ofrecen cocientes de
población femenina y masculina muy parejos, a favor de las mujeres; mientras que en el extremo de mayor población femenina se
encuentran Europa y Norteamérica, en el extremo de menor población femenina se ubican Pakistán, India y China.
188 Sen, Desarrollo y Libertad, 233.234.238.239-240. Sobre el tema de las tasas de fecundidad en Argentina, sobre todo en los segmen-
tos sociales pobres, merece una mención especial el trabajo de Susana Torrado, Procreación en la Argentina. Hechos e ideas, Buenos
Aires, Ediciones de la Flor, 1993.
189 Sen, Desarrollo y Libertad, 249.
Desde otra perspectiva, al definir la pobreza como privación de capacidades, Sen muestra la
utilidad de esta visión a la hora de considerar la discriminación sexual en contextos de pobreza
como factor importante en la distribución de los bienes –tanto en el ámbito familiar como so-
cial–: “Las privaciones de las niñas se comprueban mejor observando la privación de capacid a-
des (mayor mortalidad, morbilidad, desnutrición, desatención médica, etc.) que en el análisis
basado en la renta.” 190 Desde esta misma óptica, el autor abre a temas como “el fenómeno de la
excesiva mortalidad y de las tasas de supervivencia artificialmente más bajas de las mujeres”;
los “más de 100 millones de mujeres desaparecidas” en distintos lugares del mundo, causados
por sus desventajas de género, sobre todo en salud, nutrición, y abortos según el sexo –el caso
más notorio es el de los 40 millones de ‘mujeres desaparecidas’ en China–; las “pruebas de que
el aumento del poder de las mujeres dentro de la familia puede reducir significativamente la
mortalidad [de los niños]”, etc. 191.
Otro tema que merece la atención es el de la segregación laboral por género.193 Sostiene la
socióloga Catalina Wainerman que: “En la Argentina, como en la mayor parte del mundo, la
fuerza de trabajo está segregada por género. Mientras los varones encuentran espacio en una
amplia gama de actividades, las mujeres se concentran en unas pocas, especialmente en los ser-
vicios de salud, educación, y en los personales, especialmente en los de tipo doméstico. Las ra-
zones son dobles, económicas y culturales.” 194 En lo económico, las mujeres asumen ocupacio-
nes menos calificadas y peor remuneradas –por su falta de educación y ser trabajadoras secun-
darias, que ayudan al varón–, y en lo cultural, porque se las orienta a ocuparse de actividades
que se parecen al rol de madre –amas de casa, maestras, enfermeras, sirvientas–.
La misma autora indica que, entre 1980 y 1990, creció la presencia de mujeres en el mer-
cado laboral, pero se aumentó la “segmentación genérica” del mismo. 195 Wainerman distingue
entre una segregación horizontal, referida al tipo de trabajo, y en este sentido habla de una “f emi-
nización del tercer sector”, lo cual confirma la existe ncia de “ocupaciones de género”; y una se-
gregación vertical, relacionada con el tipo de puestos de trabajo, que indica que las mujeres reci-
ben mayoritariamente los puestos inferiores ubicándose en la base de la pirámide.
Las mujeres como jefas de hogar
En su análisis sobre Los roles del género en la crisis, la socióloga Rosa N. Geldstein196 plan-
tea la situación de la mujer como “principal proveedora económica” 197, dado el incremento de
su participación en el mercado laboral y el creciente deterioro de la situación laboral de los va-
rones jefes de hogar. Debido tanto a las normas y a los valores culturales prevalecientes como a
la limitada oferta de servicios sociales, en América Latina –y Argentina no es la excepción– la
unidad doméstica debe asumir la responsabilidad primaria por el cumplimiento de las funcio-
nes relativas a la reproducción cotidiana y generacional de sus miembros. De hecho, a la mujer
argentina –sobre todo si es casada– se le asigna la exclusiva responsabilidad por el cumplimien-
to de las tareas reproductivas; para la mujer que, además, desempeña una tarea remunerada,
ello significa una doble carga de trabajo –variable según la ayuda doméstica de la que pueda dis-
poner y de la duración de su jornada laboral–.
En el campo de la investigación, además de esta línea de reflexión, que trata sobre las
mujeres de los sectores pobres de la población como principales víctimas del “ajuste” económ i-
co, se abre otra línea que focaliza los problemas suscitados por la pobreza: en los países en de-
sarrollo, el tema central es el de las mujeres jefas de hogar que son consideradas como “las más
pobres entre las pobres” (Buvinic 1978). Di Marco aporta que luego se invierte el pla nteamiento
y se fundamenta el hecho de que haya más jefas de hogar entre las pobres en que muchas de es-
tas mujeres, más que las mujeres de sectores medios y altos, pueden enfrentar los problemas de
la supervivencia económica y de la crianza de los hijos sin un marido proveedor (Blumberg
1993). En nuevas investigaciones se habla, incluso, de la economía familiar en relación con otros
194 C. Wainerman, División del trabajo en las familias de dos proveedores. Relato desde ambos géneros y dos generaciones, Estudios
demográficos y urbanos 15, 1 (2000) 149-184, 158.
195 Cf. C. Wainerman, ¿Segregación o discriminación? El mito de la igualdad de oportunidades, Separata “Boletín Informativo T echint”
285 (1996) 57-75.
196 Cf. R.N. Gedstein, Los roles de género en la crisis. Mujeres como principal sostén económico del hogar, Buenos Aires, Centro de Estu-
dios de Población – CENEP, 1999.
197 Se trata de mujeres cuyo ingreso personal constituye el mayor componente individual de los ingresos totales del grupo domés-
tico y que no necesariamente se constituyen en “jefas de hogar”, sobre todo cuando el compañero varón o un varón mayor perm a-
nece presente en el hogar. Metodológicamente, para la autora, es más fácil censar a las mujeres que son “principal sostén económ i-
co” que registrar a las que son “jefas de hogar” , ya que aquí intervienen los aspectos de presencia regular en el hogar y máxima au-
toridad sobre los miembros –aspectos que no siempre se dan unidos al ingreso económico y que pueden ser vistos de distinto mo-
do según quien responda–.
recursos y estrategias que las mujeres son capaces de implementar como alternativas de vida.
Las preguntas principales para Di Marco son:
¿las mujeres corren un riesgo [al convertirse en jefas de hogar]?, ¿o es que prefieren si-
tuaciones en las cuales se encuentran solas al frente de la familia, antes que soportar el
maltrato o la falta de dinero, lo que puede suceder aunque el marido gane más que
ellas? ¿Es la jefatura femenina la causante de la pobreza de los hogares, o es la posición
subordinada de las mujeres en el mercado de trabajo lo que incide en que sena más po-
bres? ¿Es la falta de un hombre en la casa, a la que provee con un salario, lo que modifi-
ca las condiciones de vida de las mujeres y los niños? O, más bien, ¿es la falta de políti-
cas de protección de la mujer trabajadora lo que influye en las jornadas agotadoras por
sueldos mínimos de éstas y la carencia de centros de cuidado infantil adecuados para los
hijos de madres que trabajan? ¿Las mujeres jefas de hogar empobrecen sólo porque ga-
nan menos que los varones o porque la legislación no obliga lo suficiente al padre para
que continúe manteniendo a sus hijos?198
198 Di Marco, “Las madre s solas”, en: Schmukler – Di Marco, Madres y democratización de la familia, 85-86.
199 Cf. Di Marco, “Las madres solas”, en: Schmukler – Di Marco, Madres y democratización de la familia, 86-90.
200 El primer Club de Trueque surge hacia mediados de la década del ’90 como respuesta y alternativa al empeoramiento de la cri-
sis económica y social. En su sentido primigenio, el trueque era un intercambio económico simultáneo en el cual se intercambiaba
directamente, sin el uso del dinero, un bien o servicio; el funcionamiento del trueque hoy no está restringido a un intercambio de
persona a persona, sino que adquirió un carácter multi-recíproco: los intercambios está mediados por la inclusión de un tipo espe-
cial de moneda, el crédito, reconocida por todos los consumidores y productores integrantes de la comunidad. En la Argentina, se
encuentran funcionando cerca de 1.000 sitios (o nodos) en los que se practica el trueque y, en cada uno, participan alrededor de
300.000 personas (pertenecientes a 100.000 familias aproximadamente). Existen, además, eventos especiales de intercambio deno-
minados “megaf erias” que crecen mes a mes, en los que se cuentan por miles el número de participantes y transacciones. En este
tema, sigo las contribuciones del Concurso “Las Caras de la Pobr eza” (UCA 2002): PARYSOW, Javier y Javier BOGANI, Perspecti-
vas de desarrollo económico y social para las mujeres pobres y empobrecidas en los Clubes de Trueque. Estudio de caso: ‘La Bernalesa’.
201 Concurso “Caras de la Pobreza”, PARYSOW, Javier y Javier BOGANI, Perspectivas de desarrollo económico y social para las mujeres
pobres y empobrecidas en los Clubes de Trueque; estudio de caso: La Bernalesa, 13.
202 Las tres situaciones básicas de la pobreza rural son: 1) la pobreza por limitación de recursos productivos, donde se ubicaría fun-
damentalmente el sector de productores minifundistas y sus familias (escasez de tierra, déficit tecnológicos, educativos, etc.); 2) la
pobreza por inserción laboral precaria, que correspondería fundamentalmente a los trabajadores asalariados, incluidos los “tempor a-
rios” que participan en más de una rama de actividad en su ciclo anual o mensual, y sus familias, sin garantía de estabilidad y con
bajo nivel de ingresos; 3) la pobreza asociada a condiciones de aislamiento, marginalidad geográfica, social, etc., que incluye también
población residente en pequeñas localidades y grupos dispersos ocupados en actividades no agropecuarias. Cf. G. Neiman, Empo-
brecimiento y exclusión. Nuevas y viejas formas de pobreza rural en la Argentina, en: CEIL – CONICET, Pobres, pobreza y exclusión social,
Buenos Aires, Centro de Estudios e Investigaciones Laborales, 2000, 73-91.
203 En este caso, tomo los aportes del Concurso “Caras de la Pobreza” (UCA 2002), VÁZQUEZ LABA, Vanesa Mujeres asalariadas
rurales: trayectorias rurales y horizontes de vida en el mundo social citrícola. Las citas de entrevistas están tomadas de este trabajo y se
indican con la sigla MAR seguida de la página de la monografía.
204 La citricultura, específicamente la producción del limón en la provincia de Tucumán, es una actividad que requiere una fuerte
inversión de capital, encontrándose en manos de un sector empresarial local que invierte en tecnología y se orienta a la exporta-
ción. Como complejo agroindustrial, consolida un mercado de trabajo particular y, por la incorporación de algunos cambios tecno-
lógicos, ha impactado en la disminución de la demanda de mano de obra.
205 Cf. Concurso “Caras de la Pobreza” (UCA 2002), VÁZQUEZ LABA, Vanesa Mujeres asalariadas rurales: trayectorias rurales y
horizontes de vida en el mundo social citrícola, 5.
Con respecto a las posibilidades futuras, a las aspiraciones de vida y a los proyectos
más concretos sobre los horizontes laborales, se evidencia que las trabajadoras del limón se en-
cuentran restringidas por su condición de género y por las oportunidades que les brinda el
mundo social en el que viven. En cuanto a sus horizontes de futuro, las asalariadas del limón se
encuentran más empobrecidas que sus experiencias laborales concretas.
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ANEXO 2
206 L. BRUNI (COMP.), Humanizar la economía. Reflexiones sobre la “economía de comunión” , Buenos Aires 2000, 5.
207 Las mismas están en consonancia con mis perspectivas de interés, mencionadas en mi programa de investigación del 02.03.02 y
reformuladas en mi Prólogo y Epílogo del 25.06.02.
Los hechos y los hitos dicen más que muchas palabras. En 1943, fecha en que nace el
movimiento, sólo algunas compañeras compartían con Chiara el Ideal –como llamaban su vo-
cación–; hoy está difundido en el mundo entero y cuenta con más de 90.000 miembros y casi
dos millones de personas son adherentes. En 1964 es recibida en audiencia privada por Pablo
VI, con quien compartió una gran estima mutua. Es convocada ocho veces a Estambul por el
Patriarca Atenágoras; y, en 1984, el Patriarca ecuménico Dimitrios I le entrega la Cruz Bizanti-
na. En 1982, Juan Pablo II concelebra con 7.000 sacerdotes y religiosos del Movimiento en el Au-
la Pablo VI –en el Vaticano– y ofrece a los Focolares el Salón de Audiencias de la propiedad Pa-
pal en Castel-gandolfo. Entre los numerosos premios y reconocimientos que ha recibido211, se
pueden mencionar algunos más significativos: en 1977 se le otorgó el prestigioso Premio Tem-
pleton para el progreso en la Religión, junto a la Madre Teresa de Calcuta, el Hermano Roger
de Taizé, entre otros. En 1981 se dirigió a 12.000 dirigentes budistas y, en 1985, realizó un dis-
curso de honor –con motivo de los 80 años de Nikkyo Niwano212 – ante 30.000 miembros del
208 Texto tomado de: J. GALLAGHER, La obra de una mujer: Chiara Lubich. El Movimiento de los Focolares y su fundadora, Buenos Aires –
Madrid 1997, 202-203. Me remitiré especialmente a esta publicación para los aspectos histórico biográficos, así como para la trans-
cripción de diversos escritos de Chiara o testimonios sobre ella. Para otros datos del movimiento, sigo EL MOVIMIENTO DE LOS FO-
COLARES, La unidad es nuestra aventura, Buenos Aires 1993.
209 Cf. GALLAGHER, La obra de una mujer, 97-98.128-129.257-258.
210 GALLAGHER, La obra de una mujer, 131.132.135.
211 Gallagher indica que todos los meses llegan cientos de ofrecimientos de premio al Centro Internacional del Movimiento y que,
en parte por falta de tiempo, Chiara sólo acepta algunos de ellos –sobre todo aquellos que pueden significar un bien para el Movi-
miento o la Iglesia–, cf. La obra de una mujer, 202ss.
212 Fue el primero y único invitado no cristiano a participar en la Tercera Sesión del Concilio, que se llevó a cabo entre el 14 de
septiembre y el 21 de noviembre de 1964. Nikkyo Niwano (Japón) había fundado el movimiento budista Rissho Kosei-kai en 1938,
de naturaleza laica y de gran apertura internacional e interreligiosa. Pocos años después del Concilio fundó la Conferencia Mun-
dial de las religiones por la paz, y llegó a recibir el premio Templeton en 1979.
movimiento budista fundado por él. En 1995 se convierte en presidenta honoraria de la Confe-
rencia Mundial de las religiones por la paz. En 1996, la Universidad de Lublin le otorgó un doc-
torado honoris causa en Ciencias Sociales y, en su discurso de aceptación, anunciaba la existen-
cia de 600 empresas participando de la Economía de Comunión –cinco años después de haber
sido puesta en marcha ésta–. En el mismo año, por su actividad cultural, además de espiritual,
recibe el premio UNESCO por la Educación a la Paz. En enero de 1997, se le recomendó aceptar
el doctorado honoris causa en Sagrada Teología de la Universidad Santo Tomás de Manila.
Nació en Trento el 22 de enero de 1920; era la segunda de cuatro hijos –Gino, Liliana, y
Carla–, de Luigi Lubich y Luigia Marinconz. Mientras su padre era capataz en la imprenta del
diario Il Popolo, vocero de los socialistas trentinos, su madre era tipógrafa y una católica practi-
cante tradicional. Fue bautizada al día siguiente de nacer, con el nombre de Silvia, en la iglesia
Santa María la Mayor de la ciudad. A los diez años de edad, se enfermó gravemente de apendi-
citis y luego de peritonitis, experiencia que la abrió al conocimiento del sufrimiento. En 1939, a
los 19 años, Chiara aprobaba sus exámenes finales de magisterio con notas altas; su sueño era ir
a la Universidad Católica de Milán para aprender la sabiduría y la verdad, pero no obtuvo la
vacante. En cambio, sintió una voz interior que le decía “Yo mismo seré tu maestro” 213 y, sin
saber cómo, se dejó llevar por Dios: “La lapicera no sabe qué es lo que va a escribir, tampoco el
pincel sabe qué es lo que va a pintar… hasta que el escritor o el pintor lo toma y comienza a ut i-
lizarlo” 214. Con motivo de un congreso estudiantil, Chiara viajó a Loreto –región central de Las
Marcas–, donde recibió una gracia importante en una casa que se veneraba como perteneciente
a la Sagrada Familia:
de alguna forma, durante esa misa solemne, mientras todos iban siguiendo atentamente
el desarrollo en sus misales, yo supe que había encontrado ‘mi camino’. Era el ‘cuarto
camino’. Luego me vino la imagen de un cortejo de vírgenes vestidas de blanco que me
seguían en este camino. No sabía lo que podía significar, pero eso es lo que experimen-
té.215
Ésta fue la primera intuición del focolar216, al contemplar la vida de Nazaret: una “fam i-
lia” normal y excepcional al mismo tiempo, una simple familia de trabajadores que no se di s-
tingue en nada de las demás, pero donde vive Dios mismo. A su regreso, siguió trabajando co-
mo maestra en distintas aldeas: en Castello d’ Osanna, en el Val di Sole, luego también como
suplente en Verollo di Livo. A los 20 años, obtuvo un nombramiento como maestra en una es-
cuela de Trento dirigida por los Padres Capuchinos, y en 1943 uno de ellos la invitó a unirse a
Tercera Orden de los franciscanos –la rama laical–. A pesar de no sentirse profundamente
atraída por esta espiritualidad, acepta y aclara: “era lo que hacían otras ch icas del vecindario, y
yo también lo hice”. 217 El ingreso a esta rama de la Orden franciscana le dio el nuevo nombre
de Chiara, la forma italiana de Clara. Era una gran admiradora de San Francisco de Asís y le
simpatizaba Clara de Asís porque, cuando Francisco le había preguntado ¿qué deseas?, ella con-
testaba Dios.218 El 7 de diciembre de 1943, sintió el llamado interior a la consagración ‘Ofrécete
a mí’; y a los pocos días su confesor le daba permiso para consagrarse a Dios para siempre.
Desde entonces, ellas decidieron seguir a Jesús Abandonado: lo veían en toda persona y situa-
ción, y era él mismo a quien servían en esas personas y situaciones:
Señor, dame a todos los que se encuentran solos… He sentido en mi corazón la pal abra
que invade al Tuyo por el abandono en que está sumergido el mundo entero. Amo a to-
do ser enfermo y solo. ¿Quién consuela su llanto? ¿Quién llora con él su muerte lenta?
¿Y quien estrecha contra su propio corazón el corazón desesperado? Haz, Dios mío, que
pueda ser en el mundo el sacramento tangible de Tu amor: ser Tus brazos, que atraen y
llegan a convertir en amor toda la soledad del mundo.222
2. LA INTUICIÓN TEOLÓGICA
me detendré en la experiencia de Chiara Lubich, ya que me parece que encierra una ori-
ginalidad particular, típicamente trinitaria y típicamente moderna al mismo tiempo, rica
en muchas e importantes implicaciones teológicas, así como existenciales y eclesiales. En
efecto, ha sido ella la que ha definido a Jesús abandonado como “el Dios de nuestro
tiempo” y la que ha recordado la centralidad –para la vida de la Iglesia– del “donde dos
o más” (Mt 18,20).
Piero Coda223
La experiencia del verano de 1949227, que marcará el futuro del movimiento, y la oración
escrita por Chiara en este momento son, sin lugar a dudas, una expresión singular del carisma.
223 P. CODA, Dios Uno y Trino. Revelación, experiencia y teología del Dios de los cristianos, Salamanca 1993, 273.
224 LUBICH, Meditaciones, 31.
225 Cf. CODA, Dios Uno y Trino, 273ss.
226 C. LUBICH, El grito. Jesús crucificado y abandonado en la historia y en la vida del Movimiento de los focolares, desde su nacimiento en
1943, hasta el alba del tercer milenio, Buenos Aires – Madrid 2000; a continuación se cita en texto con la letra G, seguida del número
de página. Este libro –escribe Chiara– quiere ser “ un canto, un himno de alegría y de gratitud” a “Jesús crucificado en su grito de
abandono” (cf. G 15 -16); así también se puede entender el carisma del Movimiento en el seno de la Iglesia, para decirlo con las pala-
bras del Card. Paul Poupard: el encuentro con el amado, el crucificado, que sobre la cruz grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has aband o-
nado?; el amor creando espacios de comunión en la ciudad, como forma de testimonio de la propia fe y de la propia adhesión a Cristo abandonado
(cf. G 8.9).
Los relatos sobre estos días hacen pensar en un “Tabor”, que Chiara aceptará dejar gr acias a las
palabras de Igino Giordani y que expresará en una nueva entrega, una “segunda ele cción de Je-
sús abandonado” 228:
Tengo un solo Esposo en la tierra: Jesús abandonado. No tengo otro Dios fuera de él. En
él está todo el Paraíso con la Trinidad y toda la tierra con la humanidad.
Por eso, lo suyo es mío y nada más.
Y suyo es el dolor universal y, por lo tanto, mío.
Iré por el mundo buscándolo en cada instante de mi vida.
Lo que me hace mal es mío.
Mío el dolor que me roza en el presente. Mío el dolor de las almas a mi lado (ése es mi
Jesús). Mío todo lo que no es paz, gozo, bello, amable, sereno…, en una palabra: lo que
no es Paraíso, pero es ése que está en el corazón de mi Esposo. No conozco otros. Así,
por los años que me quedan: sedienta de dolores, de angustias, de desesperaciones, de
melancolías, de desapegos, de exilio, de abandonos, de desgarros, de… todo lo que es él,
y él es el Pecado, el Infierno.
Así enjugaré el agua de la tribulación en muchos corazones cercanos y –por la comunión
con mi Esposo omnipotente– también lejanos.
Pasaré como fuego que consume todo lo que debe caer y deja en pie sólo la Verdad.
Pero hay que ser como él: ser él en el momento presente de la vida. (G 68-69)
Sigo los comentarios de K. Hemmerle229, junto al de otros intérpretes, para explicar los
aspectos principales de esta oración:
1) Tengo un solo Esposo sobre la tierra. El Dios de la Alianza se revela, en Jesús, como el
Esposo Divino, en la entrega de la divinidad y en la adopción de la humanidad; en la encarna-
ción y al derramar su sangre, se apropia de todo lo que es de la esposa –todo el peso de la
humanidad y sus pecados, toda la soledad, todo el alejamiento de Dios–. El grito de abandono
se presenta, así, como acceso a Dios: “No tengo otro Dios fuera de él”. 2) En Él está todo el Paraí-
so… y toda la tierra… Para Giusseppe María Zanghí230, el Amor, tal como se revela en la cruz de
Jesús, es la Trinidad como ser totalmente donado: Jesús Abandonado y abandonándose, expe-
rimenta la lejanía y ausencia del Padre, con quien es perfectamente uno, y al mismo tiempo par-
ticipa hasta el fondo de la condición humana separada de Dios por el pecado. El Padre, resuci-
tando al Hijo y el Hijo infundiendo el Espíritu que el Padre le da, vencen de una vez para siem-
pre el pecado y la muerte. La gracia de entrar en el misterio de Jesús Abandonado nos ofrece la
clave de la unidad con la Trinidad y de la irradiación de esta unidad en la historia. A modo de
síntesis, añade Hemmerle que, en el grito de Jesús, está la Trinidad y la humanidad: “Jesús cl a-
227 En esta ocasión, Chiara, sus primeras compañeras y sus primeros seguidores, tuvieron una experiencia formativa mientras es-
taban juntos de vacaciones en Tonadico, en los Dolomitas. Fue un momento de experiencias espirituales extraordinarias y se re-
cuerdan como el “Paraíso del ‘49”, cf. GALLAGHER, La obra de una mujer, 96-104.
228 “En el brusco despertar que significó –podríamos decir– encontrarnos todavía en la tierra, sólo alguien pudo darnos la fuerza
de seguir viviendo: Jesús abandonado, presente en el mundo que debíamos amar, ese mundo que es como es precisamente porque
no es Cielo. Entonces, en una segunda elección de aquél que nos había llamado a seguirlo, más consciente, más madurada, brotó
de mi alma aquella conocida decisión”, cf. G 68.
229 Cf. K. HEMMERLE, Caminos para la unidad. Huellas de un camino teológico y espiritual, Madrid – Buenos Aires 1986, 40-54. Hem-
merle, bajo la influencia del carisma de Chiara Lubich, ha desarrollado como aporte una nueva ontología basada en el misterio de
la Trinidad, cf. K. HEMMERLE, Tesi di ontología trinitaria, Roma 1986; CODA, Dios Uno y Trino, 280-284.
230 Cf. G.M. ZANGHÍ, “Algunas referencias a Jesús Abandonado”, en: C. LUBICH, Teología y comunión, Buenos Aires 1998, 37-45, 38.
232 El texto de Hemmerle no reproduce “Él es el Pecado, el Infierno” –como aparece en G 69–, sino que introduce
la fórmula “Él es el Dolor”; se comprende, ya que se trata de una expresión teológicamente d ifícil. En este punto,
Chiara apela a autores como O. Clément, P. Evdokimov y H.U. von Balthasar, para explicar el sentido de su expre-
sión. Sin duda, quiere expresar lo asumido –los pecados de la humanidad– por Jesús en su experiencia de abandono,
el se hizo pecado por nosotros de San Pablo (cf. Gál 3,13). Presentaré, en texto, primero la explicación de Chiara y
luego las de Castellano y Hemmerle.
233 Cf. J. CASTELLANO CERVERA, “Prólogo”, en C. LUBICH, La unidad y Jesús Abandonado, Madrid 1992, 7-21, 14s.
2.2. La unidad
La participación del creyente en el misterio de Jesús Abandonado es una “introdu cción”
en la vida trinitaria y un camino para realizar la unidad entre los seres humanos. Al explicar la
evolución del carisma focolarino, Marisa Cerini234 señala que la respuesta a Dios Amor mani-
festado en Jesús Abandonado y el compromiso radical de vivir el amor recíproco pronto da pa-
so a una vida de unidad cada vez más ardiente. La propuesta de Chiara es amarnos bajo el impul-
so del Espíritu hasta consumarnos en uno; como Dios, que siendo Amor, es Uno y Trino:
Es la vida de la Santísima Trinidad que debemos tratar de imitar, amándonos recípro-
camente, con la gracia de Dios, así como las Personas de la Santísima Trinidad se aman.
El dinamismo de la vida intratrinitaria es incondicional y recíproca donación de sí (‘To-
do lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío’ – Jn 17,10), es total y eterna comunión entre el
Padre y el Hijo, en el Espíritu. Análoga realidad debíamos –y debemos– vivir también
nosotros.235
Se trata de una unidad sobrenatural –comenta Cerini– que tiene como fuente, modelo y
fin, la Trinidad, en la que espontáneamente los focolares se fijan para comprender o para expli-
car a los demás cómo proceder en la vida emprendida. Pero, a su vez, la experiencia que van
haciendo les abre el corazón y la mente a aspectos nuevos de este misterio cristiano primordial:
la Unidad y Trinidad de Dios.
¡La Trinidad dentro de mí!
¡El abismo dentro de mí!
¡Lo inmenso dentro de mí!
¡La vorágine de amor dentro de mí!
¡El Padre, que Jesús nos ha anunciado, dentro de mí!
¡El Verbo!
¡El Espíritu Santo, que quiero poseer siempre
para servir a la Obra, dentro de mí!
No pido nada mejor.
Quiero vivir en este abismo,
perderme en este sol,
convivir con la Vida Eterna… 236
En el pensamiento de Chiara Lubich la experiencia comunitaria de la unidad se expresa
con un nuevo nombre de Cristo: “Jesús en medio”. Ésta es una de las ideas centrales que dan
fundamento al movimiento y se refiere a aquella presencia de Jesucristo resucitado en la colec-
tividad que él mismo prometió: “Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo
en medio de ellos” (Mt 18,20).
La referencia explícita de este pasaje bíblico en los escritos de la fundadora recién apare-
ce en una carta de 1947 –aunque la gracia de la unidad comienza a vivirse ya en los años pre-
vios–; en esta ocasión, señala que María desea que estemos unidos: “Ella sabe que ‘donde dos o
234 Cf. M. CERINI, Dios amor en la experiencia y en el pensamiento de Chiara Lubich, Madrid 1992, 57ss.
235 C. LUBICH, La espiritualidad colectiva 2, Buenos Aires 1996, 29.
236 C. LUBICH, Diario, 22.5.1972 (ESCR), texto citado en: CERINI, Dios Amor en la experiencia y el pensamiento de Chiara Lubich, 69.
más’ se unen en el Santo Nombre de su Hijo ¡El está en medio de ellos! Y donde está Jesús des-
aparecen todos los peligros, se esfuman los obstáculos… ¡El lo vence todo, po rque es Amor!” 237.
Según lo propone en su estudio Judith M. Povilus238, “Jesús en medio” es una prese ncia
espiritual, personal y real de Jesús resucitado en el mundo; es una de las formas de su presencia
que se caracteriza por estar ligada a la relación de unidad entre los seres humanos y cuya pecu-
liaridad comunitaria, colectiva y dinámica, no se pone de manifiesto de modo tan primordial ni
en la presencia eucarística, ni en la Palabra, ni en cada alma. El aspecto dinámico de esta pre-
sencia se manifiesta en la extensión de la comunión y la caridad a muchos; su alcance es uni-
versal: “es preciso dilatar el Cristo, acrecentarlo en otros miembros; hacerse como Él port adores
de Fuego. ¡Hacer uno de todos y en todos, el Uno! Vivamos así la vida que Él nos da instante
por instante.” 239
Evidentemente, la dimensión ecuménica está claramente inscripta en el carisma de la
unidad. En su relato sobre el movimiento, Chiara señala que a través de distintas circunstancias
diversos miembros focolares habían entrado en contacto con comunidades de otras iglesias cris-
tianas –luterana, anglicana, ortodoxa, etc.– y agrega: “el sabor evangélico de nuestra Obra, así
como su deseo de unidad, hacía surgir en millares de ellos una extraordinaria simpatía hacia el
Movimiento, hacia su espiritualidad y, en consecuencia, un interés nuevo por la Iglesia católi-
ca” 240.
Muy importante a este respecto es el descubrimiento que hace Chiara, al encontrarse con
una comunidad evangélica en Alemania, sobre la posibilidad de tener a “Jesús en m edio” entre
católicos y no católicos. Su pensamiento, confirmado entonces por el obispo Vanni, es que si
ambos están dispuestos a dar la vida por los otros, Jesús debería estar allí presente. Desde ese
momento, Chiara Lubich ha repetido que “Jesús en medio” es la clave para el ecumenismo y es la
contribución ecuménica del movimiento.241
3. LA “ECONOMÍA DE COMUNIÓN”
El camino espiritual de los Focolares, iniciado en 1943 por Chiara Lubich, en Trento, y
tras cuarenta años, ha encontrado por todo el mundo una ilimitada vía cooperativa, que
muchos han seguido y que tiene como leit-motiv la última voluntad de Jesús, el leit-motiv
de la unidad. (…) Allí donde la experiencia del mundo, la experiencia esp iritual y la
ciencia teológica se divorcian, las tres llegan a perder el elemento decisivo. ¿Acaso no le
corresponde al camino hacia la unidad la misión de devolver la armonía a esas tres no-
tas?.
Klaus Hemmerle242
Según Povilus, “Hablando de los efectos que produce la pres encia de ‘Jesús en medio’,
Chiara Lubic menciona también éste: ‘La clarificación de todas las cosas humanas’, refiriéndose
237 C. LUBICH, Carta 6.9.1947, texto citado en: J. POVILUS, Jesús en medio. En el pensamiento de Chiara Lubic, Madrid 1989, 16.
238 Cf. POVILUS, Jesús en medio, 25-69.
239 LUBICH, Meditaciones, 42-43.
240 LUBICH, El movimiento de Focolares, 36-37.
241 Cf. POVILUS, Jesús en medio, 110ss. Para ampliar, cf. P. CODA, “Il carisma dell´unitá di Chiara Lubich e la sua incidenza ecumé-
nica. Alcune riflessioni teologiche”: StEc 12 (1994) 29-60.
242 HEMMERLE, Caminos para la unidad, 6.8.
a una renovación ‘de la filosofía, la política, el arte, la ciencia, la educación y todas las expresio-
nes de la vida humana’.” 243. En esta sección, presentaré la fecundidad del carisma de la unidad
y su fuerza transformadora en el ámbito de las ciencias sociales y económicas.
Para 1996, había diecinueve Mariápolis permanentes en todo el mundo, que contaban
con miles de habitantes y muchos miles más que viven alrededor de ellas o están vinculados a
través de obras y proyectos comunitarios. Los focolarinos han puesto sus bienes en común des-
de un principio, aunque nunca hubo una regla que exigiera esta práctica: sucedía naturalmente
y, si alguno no lo hacía, esto sólo demostraba que no había captado el espíritu de la familia fo-
colar. En 1991, Chiara y el Padre Foresi pasaron varias semanas en la ciudadela de Araceli, cer-
ca de San Pablo (Brasil), y advirtieron la gran extensión de favelas miserables habitadas por po-
bres, en contraste con la riqueza de la ciudad. Hacia fines de mayo de ese mismo año, en con-
sonancia con el magisterio social de la Iglesia al afirmar el “destino universal de los bienes”,
Chiara anuncia un proyecto nuevo, el de la “Economía de Comunión”. La idea era extender la
práctica de las ciudadelas a las áreas de su alrededor: instalar pequeñas empresas, incluyendo
cooperativas, e invitar a otros empresarios a colaborar –serían propietarios y compartirían capi-
tal, pero las ganancias serían puestas en común y utilizadas, en parte para obras solidarias,
nuevas inversiones, y el desarrollo de las ciudadelas–.245
Habíamos comprendido que nuestro Ideal es un carisma, pero en nuestro carisma tam-
bién hay un aspecto social; es un carisma que también tiene un trasfondo social. Es un
carisma que conduce a la santidad; es un carisma que conduce a actividades ecuménicas;
es un carisma que conduce a la evangelización; es un carisma que puede ayudar a resol-
ver problemas sociales.246
Como Chiara había previsto, muchas personas de distintos continentes –sobre todo eco-
nomistas– se interesaron en el proyecto y se acercaron a Araceli a estudiarlo. En 1995, la soció-
loga brasileña Vera Araujo era invitada a hablar acerca de Economía de Comunión ante una con-
ferencia de cuarenta expertos en la universidad de Lublin, en la III Conferencia sobre “Cambios
de mentalidad y perspectivas de integración social en Europa”, lo cual ha impu lsado el otor-
gamiento del doctorado honoris causa en Ciencias Sociales para la fundadora del Movimiento –
la primera mujer en recibirlo–. El Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Adam Biela, pro-
nunció un discurso en esta ocasión, que merece ser citado:
Para que a un candidato se le reconozca especialmente para este título, es costumbre te-
ner en cuenta su patrimonio literario y su contribución al desarrollo de una disciplina en
particular. (…)
Las ciencias sociales están buscando a toda costa un paradigma que les permita en el
umbral del siglo veintiuno, superar la cultura del crecimiento de las ambiciones indivi-
duales, del exceso de autonomía de los individuos y grupos elitistas que no tienen en
cuenta el bien de las otras personas; de superar la rivalidad crónica que a menudo es
motivo de conductas agresivas; y también de la creciente desproporción entre un estrato
de gente que se enriquece de manera injusta y gente que es marginada en la miseria, el
desempleo y la falta de vivienda. (…)
La única alternativa a la desintegración social es la integración; la única alternativa a la
rivalidad y el egocentrismo es la solidaridad humana. (…)
El fenómeno del Movimiento de los Focolares, cuya líder carismática es Chiara Lubich,
demuestra, a través de aplicaciones prácticas, que es posible construir la unidad y la in-
tegración social sobre nuevos principios más profundos. La obra del Movimiento consti-
tuye un ejemplo viviente y real de la aplicación a las relaciones sociales del paradigma de
la unidad, que es tan necesario a las ciencias sociales para que puedan adquirir una nue-
va “fuerza de aplicación”. (…)
Chiara Lubich es autora de muchos libros reconocidos a nivel internacional. (…) Su a cti-
vidad social, que es intrínseca al carisma de anunciar una unidad evangélica, constituye
una inspiración viviente y ejemplo de las ciencias sociales que se ven compelidas a crear
un paradigma interdisciplinario de unidad, como fundamento metodológico para la cons-
trucción de modelos teóricos, de estrategias de investigación empírica y de esquemas de
aplicación.247
Sobre el aporte de este nuevo paradigma para las ciencias sociales, la referencia a la vi-
sión de Vera Araujo248 es insoslayable. Ella ha señalado que en la doctrina del carisma de la
unidad está contenida una dimensión sociológica y que desde ella puede tomar cuerpo una teo-
ría sociológica nueva –entendida como conjunto de conceptos y presupuestos de contenido re-
lacionados entre sí–. La autora indica que este intento es posible porque la experiencia, formu-
lación y encarnación de un carisma se da necesariamente en la vida cotidiana y se expresa
siempre en una dimensión social. ¿En qué estaría lo original de esta nueva teoría sociológica
general?. En que el motivo del estar juntos se ha encontrado en el conflicto, en el interés eco-
nómico, en la integración social o cultural, en la solidaridad, pero ninguna teoría “ha centrado
en el amor trinitario, por lo tanto comunional, la clave de acceso del conocimiento y de inter-
pretación de la realidad social. Por lo tanto –afirma Araujo– osaría decir que aquí emerge la so-
ciología del ‘hombre nuevo’, en camino hacia la plena realización.” 249
250 Cf. L. BRUNI (comp.), Humanizar la economía. Reflexiones sobre la “Economía de Comunión” , Buenos Aires 2000.
251 C. LUBICH, “La experiencia ‘Economía de Comunión’: una propuesta de gestión económica que nace de la espiritualidad de la
unidad”, en: BRUNI, Humanizar la economía, 10-11.13.
252 P. SANTORO, Crisi del welfare state ed economia civile: alla ricerca di nuove soluzione. Tesi in Política Economica, Istituto Universita-
rio Navale di Napole 1998-1999, cf. sobre todo el capítulo IV.
253 LUBICH, “La experiencia ‘Economía de Comunión’: una propuesta de gestión económica que nace de la espiritualidad de la
unidad”, 13 -14.
254 Sigo, en adelante, su estudio “Hacia una racionalidad económica ‘capaz de comunión’”, en BRUNI, Humanizar la economía, 41-
70.
Dando un paso más, Bruni ensaya vincular la we-rationality con las experiencias de la
EC. En ella, descubre el economista una racionalidad de comunión que se podría caracterizar me-
diante cuatro aspectos: 1. universalismo: supera la lógica de grupo del “nosotros” y “ellos”, para
abrirse a una apertura universalista; el “nosotros” de la comunión se extiende hasta abarcar t o-
da la humanidad, como se expresa en la “tercera parte de las ganancias” que la s empresas de
EC donan para la formación de una cultura del dar. 2. relacionalidad: la persona es siempre vista
en relación constitutiva con el otro; se trata de una antropología original que se basa en la con-
vicción de que la persona es ella misma sólo cuando se da y acoge al otro, de la cual nace una idea
distinta de comportamiento racional. 3. una racionalidad expresiva: capaz de comunión, que va
más allá de la simple lógica instrumental y busca “expresar” con el comportamiento algo de la
propia personalidad y de los propios valores. 4. la no-condicionalidad: a diferencia de la we-
rationality que plantea una racionalidad condicional –realizo una acción, coopero, con la “co n-
dición” de que tú hagas otro tanto –, la racionalidad de comunión va más allá de la condiciona-
lidad e introduce un elemento de gratuidad:
La apertura al otro tiene un elemento de gratuidad ex-ante, sin condiciones, pero para
que la relación continúe en el tiempo, dado que está en juego el éxito de la EC, es nece-
sario que también el otro haga algo, poniéndose en actitud de respuesta, de reciproci-
dad. La gratuidad inicial tiene, sin embargo, un gran valor en las relaciones humanas,
también en las económicas.256
255 Texto citado en: BRUNI, “Hacia una racionalidad económica ‘capaz de comunión’”, 55.
256 BRUNI, “Hacia una racionalidad económica ‘capaz de comunión’”, 68 -69.
257 CODA, Dios Uno y Trino, 285.
un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última
instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de
Dios, uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “com u-
nión”. Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, exte ndida y
enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser “sacr a-
mento” , en el sentido ya indicado. Por eso, la solidaridad debe colaborar en la realiza-
ción de este designio divino, tanto a nivel individual como a nivel nacional e internacio-
nal.
Quizás la diferencia entre Catalina y Chiara es que ésta última ha desarrollado su caris-
ma de unidad de un modo específicamente laical, en diálogo ecuménico, interreligioso, inter-
cultural e interdisciplinario. Durante cincuenta años, los miembros del movimiento de los foco-
lares fueron creciendo y madurando en una “cultura del dar” –como lo definió la misma fun-
dadora–. Según ella, el dar es constitutivo del hombre, por ser hecho a imagen de Dios; la cultu-
ra del dar es la cultura de la Trinidad, sobre la cual se desarrolla la EC y otras iniciativas de la
Obra.
En el marco del programa “La Deuda Social Argentina”, orientado a promover el des a-
rrollo humano en el ámbito institucional, social y personal, el paradigma de la unidad se presenta
con una particular riqueza inspiradora que merece seguirse estudiando. Entretanto, es de espe-
rar que Chiara nos contagie su genio de comunión, especialmente en lo relativo a la consecución
de la integración social y a la solidaridad con los más pobres y abandonados de nuestro país.
5. BIBLIOGRAFÍA DE ORIENTACIÓN
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258 H.U. VON BALTHASAR, Teología de la historia, Madrid 1979 (7ed.), 103.
259 Texto tomado de GALLAGHER, La obra de una mujer, 132.134.135.
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