Líderes
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Por organismos internacionales de toda solvencia España ha sido declarado el mejor país del mundo para
nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su
territorio. Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e
Italia. Pese al masoquismo antropológico de los españoles, este país es líder mundial en donación y
trasplantes de órganos, en fecundación asistida, en sistemas de detección precoz del cáncer, en protección
sanitaria universal gratuita, en esperanza de vida solo detrás de Japón, en robótica social, en energía
eólica, en producción editorial, en conservación marítima, en tratamiento de aguas, en energías limpias,
en playas con bandera azul, en construcción de grandes infraestructuras ferroviarias de alta velocidad y en
una empresa textil que se estudia en todas las escuelas de negocios del extranjero. Y encima para
celebrarlo tenemos la segunda mejor cocina del mundo.
Frente a la agresividad que rezuman los telediarios, España es el país de menor violencia de género en
Europa, muy por detrás de las socialmente envidiadas Finlandia, Francia, Dinamarca o Suecia; el tercero
con menos asesinatos por 100.000 habitantes, y junto con Italia el de menor tasa de suicidios. Dejando
aparte la historia, el clima y el paisaje, las fiestas, el folklore y el arte cuya riqueza es evidente, España
posee una de las lenguas más poderosas, más habladas y estudiadas del planeta y es el tercer país, según
la Unesco, por patrimonio universal detrás de Italia y China.
Todo esto demuestra que en realidad existen dos Españas, no la de derechas o de izquierdas, sino la de los
políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el
estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan.
GENERACIÓN DEL 27, CELOS, CONFUSIÓN E INQUINA
La Gaceta Literaria inició su publicación el 1 de enero de 1927 y se extinguió en mayo de 1932. Durante
cinco años aglutinó a todos los escritores de la época en plena confusión ideológica. La dirigía Ernesto
Giménez Caballero, vestido con mono azul eléctrico de tipógrafo vanguardista o de gris humo con
cremalleras de plata, como inspector de alcantarillas. Según cuenta su director: “Algunos llegaron allí
saludando con el brazo en alto y la mano abierta, como Alberti y César Arconada, y salieron con el puño
cerrado. Creo que Alberti se hizo comunista por lo mismo que yo me hice fascista: por una mujer. María
Teresa León se llevó a Alberti a las estepas rusas”.
Dice Rafael Alberti: “Yo me tiré a la calle el año 1926 con los estudiantes, sin saber absolutamente nada,
ni qué era la República, ni qué quería decir fascismo, ni qué podía ser el comunismo, nada de nada, pero
comprendí que mi sitio estaba allí. Si he levantado alguna vez el brazo es porque estaría borracho. Mis
amigos poetas se hacían catedráticos o recibían dinero de casa, pero yo andaba con la salud destruida,
tenía varias chapas en el pulmón y ninguna en el bolsillo, con cierto sabor metálico de sangre en la lengua
luchando a muerte por sacar la cabeza”.
Me contó un día Pedro Sainz Rodríguez: “No sé si sabe usted que yo, por los años treinta, dirigí la CIAP,
una editora que implantó por primera vez el sistema de abrir una cuenta de crédito a los escritores. En
aquel tiempo, si se quería ayudar indirectamente a un escritor, se le daba un cargo, aunque fuera ficticio;
por ejemplo, Manuel Bueno fue nombrado nodriza de la inclusa y así afanaba un dinero extra. En mi
editorial, el escritor cobraba solo por escribir, con la modalidad de unas cantidades entregadas a cuenta.
Allí conocí a Alberti y le publiqué su libro Sobre los ángeles; elegí los tipos, el papel, la composición.
Entonces, a Alberti, yo le llamaba Villasandino, porque era muy pedigüeño, siempre estaba pidiendo
anticipos. Y yo me acordaba del poeta del cancionero de Baena: ‘Señores, para el camino, dad al de
Villasandino’. Cuando veía entrar a Alberti por la puerta ya sabía que venía a pedir. ‘Ya está aquí
Villasandino”.
Es el mismo Rafael Alberti que asistió a aquella ceremonia de rebeldía juvenil con un grupo de amigos de
la Generación del 27 y echó con ellos una meada llena de furor gongorino contra una pared de la Real
Academia de la Lengua. “Ya sé que Alberti lo va contando por ahí, pero yo no lo recuerdo”, dice Dámaso
Alonso, quien al regresar del exilio le propuso ser académico: “Mira, no quiero ser académico”, respondió
Alberti, “porque no tengo ni siquiera el bachillerato y, además, un día me meé en aquellas paredes. ¿Qué
iba a hacer ahí dentro?”.
Dámaso Alonso vivía por aquel tiempo en la calle de Rodríguez San Pedro, en la misma casa que Gabriel
Miró. “Un día, nosotros supimos que lo iban a elegir para la Real Academia. Rafael Alberti estaba en mi
casa y yo le propuse que bajáramos a felicitar a don Gabriel por su inminente nombramiento. Lo
encontramos muy alegre. Recuerdo que se puso a bailar de puntillas una jota chasqueando los dedos en el
aire. Luego no entró. Resulta que una orden religiosa, bueno, sí, sí, creo que fueron los jesuitas, se opuso
a su ingreso en la Academia, alegando que había tratado mal a las figuras de la Pasión”.
“Al que más traté fue a Juan Ramón Jiménez”, añade Dámaso Alonso. “Le tuve gran admiración, pero
luego sucedieron ciertas cosas. En fin, que aquel era un hombre muy raro. Primero te recibía bastante
bien. A los poetas jóvenes los acogía con simpatía, pero cuando uno destacaba un poco y empezaba a
tomar fama, enseguida lo apartaba de su amistad. Era muy mordaz. Por ejemplo, decía que al ir a sentarse
un día en casa de Antonio Machado se encontró con que había un huevo frito en la silla. O cuando
descubrió una vez escribiendo a Ricardo León en su alcoba en una mesa con tapete verde, frente a una
copa de Anís del Mono y con los calzoncillos largos atados en los tobillos. A mí me tomó una inquina
terrible. Él solía escribir esos insultos en unas hojas que mandaba imprimir y luego enviaba por correo a
los amigos e interesados. Es curioso que nunca se habla de aquellas octavillas mordaces de Juan Ramón
Jiménez, pero debe de haber gente que las conozca. Tenía un orgullo literario fuera de toda medida. Jorge
Guillén le pidió una vez su colaboración para la revista Cuatro Vientos con la promesa de que su firma
iría la primera. Luego sucedió que el número salió encabezado por un artículo de Unamuno. Juan Ramón
mandó a Guillén un telegrama con estas palabras: ‘Retiradas mi colaboración y amistad stop’. En fin, no
niego la importancia de Juan Ramón Jiménez. Tiene poemas muy buenos, pero también los tiene
detestables”.
Entonces, como ahora, la Generación del 27 atravesó la confusión ideológica, la pasión, los celos, el amor
y la inquina.