Olimpia Lombardi Responde
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Bob Chow
BC. ¿Se puede decir que ahora seas una filósofa de la física, la química y la
biología más que una filósofa a secas?
En efecto, hasta principios del siglo XX eran los propios físicos (y científicos en general)
quienes discutían los fundamentos de su disciplina, y no había filósofos de la física (o de
la ciencia); pero con la profesionalización de las ciencias, sobre todo después de la
Segunda Guerra Mundial, la «producción» científica (un oxímoron) se especializó de
modo tal que los ahora profesionales de la ciencia ya no tenían tiempo ni espacio para
dedicarse a reflexionar sobre lo que estaban haciendo. De este modo, quedó un lugar
vacante que ocuparon estos filósofos, con fuerte formación científica, que desde
entonces se dedican a pensar acerca de esos problemas que a la mayoría de los
científicos ya casi no interesan. Pero podría haber sido de otro modo: en una historia
contrafáctica, yo podría ser una física haciendo exactamente lo mismo que hago.
BC. ¿Es pensable la figura oracular del filósofo, eg. Žižek, Agamben, hoy
día?
Sí, es pensable, pero eso no significa que me entusiasme. Siguiendo a Hegel, creo que la
filosofía es como el búho de Minerva, que levanta vuelo al atardecer. Es decir, la filosofía
trabaja sobre lo ocurrido para darle sentido, no busca profetizar el futuro. Creo incluso
que mi antipatía respecto de la filosofía oracular encuentra un respaldo concreto en
algunas respuestas frente a la pandemia. Por ejemplo, en las afirmaciones diría
dogmáticas de Agamben denunciando las medidas de emergencia adoptadas casi
unánimemente (salvo en EE. UU., donde SARS-CoV-2 es un virus chino, y en Brasil,
donde no se preocupan por una gripezihna) como instauración de un «estado de
excepción» que atenta contra la libertad del individuo. O en el «comunismo de
desastre» como antídoto al «capitalismo de desastre» que presagia Žižek (cuando los
indicadores económicos muestran un obsceno crecimiento de las fortunas de los más
poderosos durante la pandemia).
Soy más afín a la filosofía reflexiva, de la duda permanente, y por eso mucho más
humilde. Como siempre le decía a mis alumnos: la tarea de la filosofía no es dar
respuestas, sino plantear buenas preguntas. Y las buenas preguntas son aquéllas que
desenmascaran esos presupuestos acríticos e incluso implícitos que condicionan el
modo en que concebimos lo real en sus múltiples dimensiones.
Sin duda. No toda filosofía es filosofía de la ciencia (o metafísica, que para algunos exige
matemática). Hay filosofía política, ética, filosofía de la mente, en fin, muchas áreas del
pensar filosófico que no requieren más matemática que la que necesitamos todos para
hacer las compras en el súper o calcular la devaluación de nuestros salarios.
«Platonismo» es lo primero que me viene en mente. Es bien conocido que Platón dividía
la realidad en dos ámbitos: el «mundo» inteligible, perfecto e inmutable, fuera del
espacio y del tiempo, y el «mundo» sensible, eso cambiante e imperfecto que percibimos
con nuestros sentidos y que, por lo tanto, habita en el espacio y el tiempo. No es de
extrañar que la matemática se piense como lo que estructura el mundo inteligible. Pero
no sólo esto es lo que hace al platonismo tal. El platonista, además, afirma que lo
«verdaderamente» real es el mundo inteligible, matemáticamente informado.
Para Platón era sencillo hablar de matemática, porque entonces era un cuerpo de
conocimiento unificado y axiomatizado. Pero a mí me cuesta mucho pensar que se
pueda «leer» la ontología de la matemática actual justamente por lo que decía antes: hay
tantos formalismos diferentes e inconmensurables que no me queda claro cuál de ellos
debería considerarse como el que refleja al ser en tanto ser.
Dicho esto, voy a aclarar que no conozco a fondo la filosofía de Badiou, sólo estoy
opinando sobre esa idea de la ontología como matemática. Una idea que no es exclusiva
de Badiou, sino que aparece incluso en algunos autores de la física. Y no estoy pensando
en el famoso dictum de Galileo «el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje
matemático», sin duda bajo la influencia del reingreso del platonismo en la Europa del
Renacimiento; en realidad, esta visión galileana es menos extrema que pensar que la
naturaleza misma es matemática. Estoy pensando en un conocido físico-cosmólogo
contemporáneo como Max Tegmark, del MIT, quien sostiene que el universo es una
estructura matemática. Mis reparos respecto de la postura de Tegmark son los mismos
que respecto de la tesis de Badiou.
Ya desde un punto de vista personal, prefiero pensar que la matemática nos muestra la
creatividad del ser humano (como la literatura o la música): los sistemas matemáticos
son creaciones libres de la mente, y en eso reside su encanto. Por otra parte, prefiero
pensar que al menos algo de lo real está más allá de nuestra mente: aunque tengamos
que crear estructuras formales para tratar de aprehender la realidad, finalmente ella
siempre logra sorprendernos.
BC. Uh, lo corriste por izquierda al «último filósofo». Creo que tu opinión
sobre la equivalencia matemáticas y ontología en Badiou es muy popular
entre los matemáticos. Y lo que menos quisiera escuchar Badiou es que lo
acusen de sostener una superestructura, un Uno trascendente fundamento
y subordinador de todo a sí mismo, ¡casi una especie de dios! A otra cosa.
Ya que te confesaste neokantiana, ¿tiene sentido decir que Das Ding an
sich se haya «achicado» desde los días de Kant? Ya tenemos fotos de
agujeros negros, maravillosos avances prácticos en mecánica cuántica, cada
vez hay «más realidad, más entes». Y sin una perfecta conexión con lo
anterior, en Ontology Without Individuals te jugás por una interpretación
modal del fenómeno cuántico, si entiendo bien, así la superposición de los
electrones en torno al núcleo serían estados posibles, no reales, y enfatizas
la indistiguibilidad de lo observado, tomándolo mejor como un haz en
oposición a individuos medibles y te enfocás en las propiedades del asunto.
Con esto te ahorrás, por ejemplo, interpretaciones locas (pero simples) à la
Everett de la superposición cuántica — aberrante a la razón — , a grandes
rasgos, que el electrón está efectiva, no probablemente, en varios lugares a
la vez, solo que esos lugares son otros universos… ¿Es una intuición la
interpretación modal? ¿Una forma de seguir haciendo ciencia?
Esa idea de que la cosa en sí, lo nouménico, se va achicando es una manera de decir lo
que muchos piensan: que aquello sobre lo cual la filosofía puede reflexionar va
restringiéndose a medida que la ciencia avanza, que la ciencia va ganando terreno a
medida que la filosofía lo pierde. Yo no creo que sea así en modo alguno. En primer
lugar, la ciencia no agota toda actividad humana. Hay mucho más allá de la ciencia,
como la ética, el arte, y la política, sobre lo cual la filosofía puede y de hecho sigue
reflexionando. Por otra parte, incluso la filosofía de la ciencia se «abre» frente a las
novedades científicas, tanto teóricas como metodológicas. El caso que mencionás de la
mecánica cuántica es el ejemplo paradigmático: una teoría física de un extraordinario
éxito predictivo que, después de más de cien años de sus primeras formulaciones, sigue
generando perplejidades filosóficas como nunca antes en la historia de la ciencia.
Y esto nos lleva a tu pregunta acerca de mi propuesta de una ontología cuántica sin
individuos. Justamente, la mecánica cuántica desafía muchos supuestos ontológicos
básicos. Por ejemplo, lo que en los días de Kant se llamaba «principio de determinación
omnímoda»: el hecho de que un objeto individual, si tiene una propiedad determinable,
esa propiedad está determinada; por ejemplo, si tiene color, será rojo, o amarillo, o el
color que sea, pero de algún color será. Hay un teorema (de Kochen y Specker) que
demuestra que en los sistemas cuánticos no todas las propiedades determinables
pueden estar determinadas simultáneamente. Es como si un objeto que tiene un color
determinado, no tiene forma. Pero no es que no conocemos su forma, sino que su forma
no está determinada, porque si le adjudicáramos una forma determinada, cualquiera
ella fuera, por ejemplo redonda, entraríamos en contradicción con la adjudicación de
color. Otro principio tradicional, que parecen no cumplir los sistemas cuánticos, es el
«principio de identidad de los indistinguibles» de Leibniz, que dice que si dos objetos
individuales tuvieran exactamente las mismas propiedades, en realidad no serían dos
objetos sino sólo uno. Ciertos tipos de «objetos» cuánticos, como los electrones, son
completamente indistinguibles, tanto que no se los puede siquiera reidentificar como el
mismo electrón a través del tiempo; sin embargo, hay muchos electrones, y por eso se
dice que son sólo numéricamente diferentes.
Y por último aparece la cuestión modal, o sea, relativa a la posibilidad. En la «teoría del
haz» tradicional, los objetos individuales son haces de propiedades actuales: una bola de
billar es la colección de propiedades, por ejemplo, rojo, duro, blanco, etc., todas las que
efectivamente tiene la bola. Pero como en cuántica no todas las propiedades están
determinadas, hay que pensar que los sistemas cuánticos viven parcialmente en el reino
de lo posible: en el haz hay propiedades que pueden determinarse pero no están
efectiva, «actualmente» determinadas todas juntas.
Sin duda, toda teoría física está metafísicamente subdeterminada, es decir, no hay una
única ontología que se pueda pensar como referencia de la teoría. La ventaja que yo
encuentro en mi propuesta es que, si bien es una imagen poco intuitiva, una vez que se
entiende, se puede pensar y hacer inferencias a partir de ella. Y, además, da una
respuesta natural a los diversos desafíos ontológicos de la cuántica, en lugar de resolver
alguno de ellos y olvidar los restantes, como pasa en muchas otras interpretaciones.
Así que «pasé el aviso» de mi interpretación de la mecánica cuántica. Pero más allá de
mi respuesta, creo que lo más interesante es cómo una teoría nos desestructura tan
completamente que cualquier interpretación que se proponga será anti-intuitiva de
alguna forma. Y ésta es una cuestión profundamente filosófica: la ciencia, lejos de
«arrinconar» a la filosofía, le abre el camino para seguir adelante.
Tenés razón: el tiempo es un… «algo» de lo que no podemos sustraernos pero que nos
resulta completamente inasible. No hace falta ser cristiano para acordar con Agustín de
Hipona cuando, a la pregunta sobre qué es el tiempo, responde: «Si nadie me lo
pregunta, lo sé. Si quiero explicarlo a quien me pregunta, no lo sé». No creo que la física
elucide realmente qué es el tiempo, ni por qué el tiempo parece tener una dirección
privilegiada, a diferencia del espacio. Quienes crean lo contrario, que se encarguen de tal
elucidación…
Mi propósito con los trabajos sobre flecha del tiempo es mucho más humilde. Dado que
percibimos el tiempo, sea éste lo que sea, como orientado (y esto no se pretende explicar
ni justificar), la pregunta es si la física puede dar cuenta de esa orientación o asimetría
en el modo en que representa el tiempo. El obstáculo aquí es que las teorías
consideradas «fundamentales» no distinguen entre las dos direcciones temporales: por
cada proceso en una dirección temporal que describen, también describen un proceso en
la otra dirección. Por eso se suele apelar a la entropía, que según la Segunda Ley de la
Termodinámica, en un sistema cerrado siempre aumenta. Pero la termodinámica no se
considera una teoría fundamental, así que, si uno es reduccionista, el problema se
convierte en cómo explicar una ley como la Segunda Ley (que sí da cuenta de una
dirección temporal privilegiada) en términos de leyes fundamentales que son
temporalmente «simétricas».
Respecto de este problema también decidí cortar el nudo gordiano, en este caso
abandonando el enfoque entrópico. Y no porque sea reduccionista, como seguro te
queda claro a partir de otros de mis trabajos. Sino porque si busco la flecha del tiempo,
entonces tengo que buscarla en el tiempo mismo y no en una magnitud diferente del
tiempo. Por eso la idea fue preguntarse si el tiempo en el universo puede manifestar una
asimetría de acuerdo con la teoría general de la relatividad. Sin entrar en detalles, la
respuesta es que sí, la teoría describe universos que son asimétricos respecto del tiempo,
pero esto no es una consecuencia inevitable de la teoría, porque la teoría también
describe universos temporalmente simétricos. Pero nuestro universo, por cómo se lo
modela, parece cumplir con las condiciones de asimetría temporal que la relatividad
general permite describir. En otras palabras, desde mi enfoque global y no-entrópico, la
flecha del tiempo existe en nuestro universo, pero es un fenómeno contingente y que no
se sigue necesariamente de las leyes que rigen el comportamiento del universo.
Pero esto no tiene que hacernos olvidar lo que dije al principio: lo único que pretendo es
ver si la física tiene herramientas para dar cuenta de la direccionalidad del tiempo, tal
como lo representa. Mi propósito no es desentrañar la naturaleza del tiempo y su
direccionalidad. De hecho, no tengo la más remota idea de cómo entender el tiempo
desde una perspectiva puramente ontológica, para mí esto sigue siendo un misterio…
BC. Una idea recurrente en tus papers y libros es favorecer el pluralismo
ontológico, lo cual supone que cada observador contribuye a la formación
de esa realidad que ve ya desde su marco conceptual, eg. se mide la
curvatura del espacio-tiempo desde que existe una teoría de la relatividad,
antes eso ni entraba dentro de lo que consideraríamos real. Pero el
pluralismo ontológico no debiera tener límites y «correríamos el peligro»
de habilitar tantas realidades como observadores, otra manera de decir que
no habría una realidad única y objetiva, el asunto del artículo que nos puso
en contacto. Tantas realidades como observadores para ojos que no dejan
de ser la realidad. No será mayor problema ponernos de acuerdo sobre
donde está la parada del colectivo, pero ¿cómo se saldría del problemita de
multiplicar las realidades llevada a los «fundamentos» de lo real que nos
interesa, sean estos lo cuántico o lo cósmico?
El problema que tengo para responder a tu pregunta es que no acuerdo con los propios
supuestos sobre los que se asienta. Yo no creo que haya un «fundamento» de lo real al
que podamos acceder. No sé si hay algo así para el ojo de Dios, pero nuestro
conocimiento siempre es parcial y está situado. La ontología a la que accedemos con
nuestro conocimiento está constituida por la síntesis entre nuestro esquema conceptual
y la realidad «nouménica» a la cual no podemos acceder de forma independiente a
nuestros esquemas. Pero, si bien esta idea es Kantiana, me alejo de Kant al aceptar que
hay múltiples esquemas conceptuales y, por tanto, múltiples ontologías. Todas ellas
igualmente válidas en la medida en que surgen de los marcos conceptuales de teorías
(científicas o de sentido común) que son exitosas desde un punto de vista pragmático. Y
si bien hay nexos que vinculan esas diferentes teorías o descripciones del mundo, no es
necesario pensar que tales vínculos sean reductivos, es decir, que establezcan la
prioridad ontológica de un dominio sobre otro (por ejemplo, la supuesta prioridad del
dominio cuántico sobre el clásico, o del mundo de la física respecto del de la química).
Por eso hablo no sólo de diferentes ontologías, sino de una suerte de «democracia»
entre ellas: en la medida en que toda ontología está parcialmente constituida por el
sujeto de conocimiento, no puede decirse que hay alguna que está más cerca de la
realidad en sí. Pero dicho esto, vale hacer dos aclaraciones: una, respecto del «sujeto de
conocimiento», y la otra respecto de «parcialmente constituida».
BC. Cómo experimento, te propongo que cierres esta instructiva (para mí)
charla, con una pregunta que te apetecería contestar.
Si es por elegir, elijo la pregunta «¿Para qué sirve la filosofía?», y no porque crea que es
una pregunta importante, sino porque me la han hecho mil veces y así tengo
oportunidad de responder airadamente una vez más.
Dicho esto, de todos modos creo que la filosofía es útil, pero en un sentido no
mercantilista de utilidad. La filosofía estimula la reflexión y el pensamiento crítico, nos
permite no sólo ver lo real desde diferentes perspectivas, sino también percibir la
multiplicidad de nuestras propias perspectivas. En una época de pensamientos
unilaterales y manipulados, un poco más de filosofía haría al mundo un lugar mejor
para vivir.