El Noviazgo Católico
El Noviazgo Católico
El Noviazgo Católico
CONOCIMIENTO MUTUO
CONOCIMIENTO LIMITADO
Reafirmando lo anterior, creo que rara vez –por graves motivos– resulta aconsejable un
matrimonio sin la bendición de los padres. Generalmente, a la corta o a la larga, los que
se casan sin la aquiescencia paterna, fracasan en su vida conyugal, y la excepción, que
puede haber, hace a la regla.
El hecho de no estar unidos por el sacramento del matrimonio, hace que el noviazgo sea
disoluble. Por ello, hay que tener la valentía de cortar esta relación si se ve que no lleva
a buen término. Aún después de comprometidos, hasta el momento de dar el "sí" en el
templo, se puede y se debe –si hay razones– decir "no". ¡Cuántos fracasan
desastrosamente en el matrimonio por no haber tenido el coraje de decir "no" en el
momento debido! A propósito, conozco un caso realmente fuera de serie protagonizado
por una joven heroica: sus padres desaconsejaban tenazmente la boda, el novio era un
muchacho haragán y muy irascible; el día del enlace nupcial, el novio la tomó del brazo
para conducirla al altar, ella tropezó con su vestido largo y él, de muy malos modos,
recriminó a su prometida en estos términos: "¡Vos sos siempre la misma tonta". Llegado
el momento del consentimiento, lo dio el novio y cuando el sacerdote preguntó a la
novia: "¿Fulana, quieres por esposo a Fulano?", se oyó clara y serena la voz de ella: "No
quiero", respuesta que repitió ante la nueva pregunta del sacerdote, en medio del
asombro de todos. En la actualidad, está casada, con otro, tiene varios hijos que, cuando
se enteren de lo que hizo su madre, no dejarán de agradecérselo por los siglos de los
siglos.
CONOCIMIENTO RESPETUOSO
A modo de consejo, yo diría que nadie debe casarse, sin haber encontrado en el otro, al
menos, diez defectos. Porque los defectos necesariamente, en razón de la naturaleza
caída, existen. Si no se ven en el noviazgo, no hay verdadero conocimiento. No es amor
el no querer ver los defectos ajenos. Sí el ayudar a que se superen. Si no se advierten en
el noviazgo, aparecerán más tarde, tal vez cuando sea demasiado tarde para poner
remedio. Sería vano y tonto el pretender que el otro fuese "perfecto". Habría que casarse
recién en el cielo. Debe quedar bien en claro que en el amor verdadero no es todo color
de rosa. La realidad es otra. El amor verdadero es crucificado, porque exige el olvido de
sí mismo en bien del otro. Sin cruz no hay amor verdadero. El ejemplo nos lo dio
nuestro único Maestro, Cristo. El noviazgo –y el matrimonio– no consiste en una
adoración mutua, sino en una ascención en común que, como toda ascención, es
dificultosa: "no es el mirarse el uno al otro, sino el mirar juntos en la misma dirección".
Hablábamos de noviazgo santo y esto nos lleva como de la mano a lo que constituye el
peligro más frecuente para los novios. Y donde resbalan más frecuentemente.
LAS AFECTUOSIDADES
Siendo jóvenes y briosos, con el bichito del amor en el corazón, mentalizados por toda
una propaganda pansexualista y, a veces, incluso por algún –como los llama el P.
Cornelio Fabro– "pornoteólogo" , es evidente que en la manifestación del amor mutuo
se muestren demasiado efusivos. Hay toda una moda, a la que no muchos se sustraen,
en bailes, atrevimientos en el caminar juntos, prendidos como ventosas en apasionados
e interminables besos, colgados uno de otro como sobretodos del perchero; nuestro
lunfardo caracteriza esto con una palabra: "franeleros" . En lengua culta se los llama
sobadores. A muchos jóvenes les han hecho creer que la esencia del noviazgo consiste
en pasarse horas sobándose y sobándose más que cincha de mayordomo. Esos
coqueteos, manoseos y besuqueos de los novios y novias sobadores que se adhieren
entre sí como hiedra a la pared y que no llegan a una relación sexual completa se
realiza, en el fondo, por razón de que los placeres imaginarios son más vivos, más
fascinantes, más duraderos, más íntimos, más secretos, y más fuertes que los placeres y
deleites del cuerpo. Es mucho más excitante y más "espiritual", para algunos, el hacer
todo como para llegar a la relación sexual, pero quedarse en el umbral. Aún fuera del
aspecto moral, esas efusividades desmedidas son de muy deplorables consecuencias:
1) Son causa muchas veces de frigidez, sobre todo en la mujer, ya que por un lado siente
cierto placer y al mismo tiempo miedo de que las cosas pasen a mayores, por lo que
busca reprimir aquello que siente.
2) Según me aseguran algunos médicos, puede ser, en algún caso, causa de infecundidad
en el matrimonio: el dolor que luego de grandes efusividades sienten en sus órganos
genitales ambos novios, es indicio innegable de que la naturaleza protesta por un uso
indebido.
4) No hay que olvidarse de que "aunque todas las potencias del alma estén inficionadas
por el pecado original –enseña Santo Tomás– especialmente lo está (entre otras
facultades)... el sentido del tacto" , que, como todos sabemos, se extiende por todo el
cuerpo.
5) Tratándose de seres normales, es muy poco lo que les puede provocar excitación;
entonces, hay que evitar completamente todo aquello que pueda producirla. Querer
evitar excitaciones y no evitar las efusividades, es como pretender apagar un incendio
con nafta. Los novios en el tema de la pureza tienen las mismas obligaciones que los
solteros. A la pregunta siempre repetida: "Padre, ¿hasta dónde no es pecado?", algunos
responden con la consabida fórmula que se puede encontrar en cualquier buen manual
de moral: "mientras no haya consentimiento en ningún placer desordenado". Pero este
principio por más que los jóvenes lo tengan grabado en su alma con letras de fuego,
pierde toda eficacia cuando se enciende la llama de la pasión; de ahí que lo más
prudente es aconsejar a los novios, como se hacía antaño: "Trátense como hermanos".
Percibimos la sonrisa sobradora de algunos que se pasan todo el día hablando de
"hermanos" (no refiriéndose a esto), mas la experiencia nos dice que eso es lo efectivo e
innumerables novios y novias nos lo han agradecido de todo corazón y viven, ahora, un
muy feliz matrimonio. Todos los sacrificios que se hagan durante el noviazgo para
respetarse mutuamente, son nada comparados con los tan grandes y dichosos frutos que,
por esos sacrificios, se tendrá en el matrimonio. Todo lo que los jóvenes hagan en este
sentido no terminarán de agradecerlo el día de mañana, porque redundará en la felicidad
del cónyuge, en la felicidad de los hijos y en la felicidad de quienes los rodeen. Y, por el
contrario, lo que no hagan en este sentido, dejándose arrastrar por el torbellino de la
pasión, será causa de amarga tristeza, de grandes desilusiones y frustraciones. El fruto
del egoísmo no puede ser la alegría ni la paz. La alegría es la expresión de aquel "a
quien ha caído en suerte aquello que ama" .
En el caso de esa profanación anticipada del sacramento del matrimonio que son las
relaciones prematrimoniales, la mujer lleva la peor parte:
- pierde la virginidad;
- se siente esclavizada al novio que busca tener relaciones cada vez con mayor
frecuencia;
- no puede decirle que no, porque tiene miedo que él la deje, reprochándole que ella ya
no lo quiere;
- vive con la gran angustia de que sus padres se enteren de sus relaciones;
- participa de las molestias del acto matrimonial, sin tener la seguridad y la tranquilidad
del matrimonio ...
El novio, por el contrario, no tiene apuro en concretar la boda, ya que obtiene beneficios
como si estuviera casado, sin estarlo, y además, el hombre no queda embarazado –por lo
menos hasta ahora–; la mujer sí, y éste es un peligro demasiado real como para que ella
no lo tema.
LA FRECUENCIA EN EL TRATO
Una de las más funestas costumbres que se han ido imponiendo en el noviazgo, es la
gran frecuencia con que se encuentran. Ello es generalmente nocivo, porque, muchas
veces, hace perder frescura al amor, los somete a la rutina y va matando la ilusión. En
gran parte, se debe a que los hombres nos hemos olvidado del sentido profundo de los
ritos y del sentido profundo de la fiesta. Sobre el primero escribe admirablemente Saint-
Exupèry: "Hubiese sido mejor venir a la misma hora –dijo el zorro–. Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más
avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agotado e inquieto:
¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a que
hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
– Es también algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Es lo que hace que un día sea
diferente de los otros días; una hora, de las otras horas. Entre los cazadores, por
ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues,
un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores no bailaran un día
fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones" .Respecto de la fiesta dice
también, magistralmente, Hans Wirtz: "El hábito, la costumbre, es la escarcha del amor.
Lo que vemos, oímos y tenemos a diario, pierde su matiz de inusitado y raro, deleitoso.
Al final llegamos a beberlo sin apreciarlo, sin sentir su sabor, como si fuera agua. Los
novios no pueden cometer mayor error, que el estar juntos con excesiva frecuencia.
Cuanto más escaso, tanto más apreciado. Pensar siempre uno en otro; anhelar
continuamente la presencia del otro, pero... Estar juntos lo menos posible. El encuentro
ha de ser siempre una fiesta". Y no pueden celebrarse fiestas todos los días.
¡Cómo aburren esos pretendientes de todos los días a todo el resto de la familia! Muchas
veces se pierde la intimidad del hogar: los padres no pueden ver televisión tranquilos,
aumentan los gastos de comida, incluso la novia deja de arreglarse convenientemente, a
veces no terminan sus estudios y, lo que es más grave, pierden el trato con sus propios
amigos. La relación entre los novios debe ser gradual, paulatina, debe dejar tiempo para
el conocimiento mutuo, maduro y serio. Por eso los novios han de comenzar siendo
compañeros, luego amigos, más tarde pretendientes, y recién cuando se eligen, "filo"
(como se decía antes, del italiano popular filare: galantear, cortejar ). Hasta aquí no hay
ninguna decisión. Más tarde novios, cuando entran en la casa para "pedir la mano" de la
joven, realizándose la mutua promesa de fidelidad y de matrimonio futuro, una vez
conocido el carácter y las dotes (físicas, psicológicas, morales, culturales y religiosas)
del otro, para ver si se pueden adaptar a su modo de ser. "Pedir la mano" es una hermosa
expresión que significa que el joven varón pretende hacer esposa a determinada mujer.
Una palabra para quienes se frecuentan en lugares solitarios y, las más de las veces,
oscuros: enseña la palabra de Dios: "Huye del pecado como de la serpiente" (Ecl 21,2) a
lo que comenta San Isidoro: "Imposible estar cerca de la serpiente y conservarse largo
tiempo sin mordeduras" .
Ciertamente que "quien ama el peligro, perecerá en él" (Ecl 3,27) ya que la ocasión hace
al ladrón; y si se frecuentan los novios –hablo de los normales– en lugares solitarios y
oscuros, eso es ponerse en ocasión de pecado y como dice San Bernardo: "¿No es
mayor milagro permanecer casto exponiéndose a la ocasión próxima que resucitar a un
muerto? No podéis hacer lo que es menos (resucitar a un muerto) ¿y queréis que yo crea
de vosotros lo que es más?" . Hay que tener bien en claro que en el noviazgo no hay
ningún derecho a los actos carnales, los cuales, consumados o no, son pecado. No así en
el matrimonio.
Los padres deben aconsejar a sus hijos respecto de sus novios, procurando informarse
acerca del candidato y su familia, controlando discretamente sus tratos, espaciando las
visitas, recordándoles la obligación de sus deberes de estado, no quitándoles su ilusión
pero haciéndoles tomar contacto con la realidad.
Dice con mucha gravedad San Alfonso María de Ligorio: "Habrá padres y madres
necios que verán a sus hijos con malas compañías, o a sus hijas con ciertos jóvenes, o
frecuentando reuniones de doncellas, o hablando a solas unos con otras, y los dejarán
seguir así con el pretexto de que no quieren pensar mal. ¡Tontería insigne! En tales
casos están obligados a sospechar que puede surgir algún inconveniente, y por esto
deben corregir a sus hijos, en previsión de algún mal futuro" .
Y ello no porque desconfíen de sus hijos, sino porque conocen la naturaleza humana
caída por el pecado original y porque saben que sus hijos no conocen todo y no pueden,
por tanto, defenderse de los peligros que los acechan.
EDAD
– Padre, ¿a qué edad hay que ponerse de novio?, es una pregunta que escuchamos con
frecuencia a la que siempre respondemos invariablemente:
- El amor no tiene edad: conocemos matrimonios muy felices que se pusieron de novios
de muy jóvenes, y también, de aquellos que se conocieron siendo más grandes.
4. Pierden –literalmente– los mejores años de la juventud, incluso el trato con sus
amigos o amigas que es de gran importancia para la vida.
6. El conocimiento del campo de elección del novio o la novia es, necesariamente, muy
estrecho cuando jovencitos. Con los años, normalmente se amplía el círculo de
conocidos y de amistades y la elección puede hacerse mejor.
Debe respetarse la naturaleza de las cosas. En el noviazgo pasa como con los frutos,
necesitan tiempo para madurar, pero si no se sacan a tiempo, caen y se echan a perder;
si no se da el tiempo necesario al noviazgo, el matrimonio está verde todavía; pero si
está maduro y no se realiza, generalmente, se corrompe. Por consiguiente, conviene no
apurar demasiado el casamiento, pero tampoco dejar pasar el tiempo oportuno, que es lo
que les acaece a los que inician el noviazgo muy jóvenes.
Finalmente hay que destacar que las grandes diferencias entre los novios, de nivel
económico, de cultura, de edad, de religión, son generalmente un obstáculo que conduce
al fracaso en el matrimonio. Los cónyuges deben ser, en cierto modo, semejantes, ya
que es la semejanza la causa del amor. En efecto, enseña Santo Tomás de Aquino que
dos son semejantes en cuanto poseen en acto una misma cosa y por esto mismo son uno
en esa cosa. Por eso el afecto de uno tiende al otro, como a sí mismo, y quiere el bien
del otro como el de sí mismo. Sólo si es así el amor entre los novios serán felices en el
matrimonio, y se realizarán los efectos del amor: la unión; la mutua inhesión, esto es,
que el amado esté en el amante y viceversa; el éxtasis, es decir, el salir de sí mismo
procurando el bien del otro (es lo opuesto al egoísmo, que es cerrarse sobre sí mismo);
el celo (no el celo envidioso, sino el que busca apartar todo lo que es obstáculo del
amor). El amor causa una herida en el que ama, que lo impele a obrar siempre movido
por el amor .
¿Cuál es la señal más evidente por la que se puede tener la certeza de que los novios se
aman de verdad? La señal indubitable es el crecimiento en el amor a Dios. Noviazgo en
el que no se ame a Dios, es señal de seguro fracaso en el matrimonio; noviazgo en que
el amor a Dios sea un excusa para amarse ellos, señal de futuro matrimonio inestable y
quebradizo, noviazgo en el que se ame a Dios sobre todas las cosas, señal de que
realizarán un sólido matrimonio "fundado sobre roca" (Mt 7,25): caerá la lluvia de las
dificultades, vendrán los torrentes de sacrificios, soplarán los vientos de calumnias, pero
el matrimonio permanecerá enhiesto. La falta de este amor a Dios, "con todo el corazón,
con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas" (Mc 12,30), es la primera y
principalísima causa de los fracasos matrimoniales. Cuando Dios es el "convidado de
piedra" en el hogar, poco a poco se volverán "de piedra" (cfr Ez 26,26) también los
corazones de sus miembros. En cambio cuando todos los integrantes de la familia
cumplen ese "primer y mayor mandamiento" (Mt 22,38),
Muchos son desgraciados porque no han seguido la voluntad de Dios. Dios los llamaba
a algo más grande, más sublime, pero se hicieron los sordos y siguieron su propio gusto
y no terminan de encontrar consuelo a su penoso extravío. Por ello, quien quiera de
verdad que Dios reine en su noviazgo y luego en su matrimonio, antes debe estar
dispuesto a seguir la vocación que Dios quiere. Si Dios quiere a un joven como
sacerdote, jamás será feliz casándose y lo que es más, ni su esposa ni sus hijos serán
felices. Si una joven no sigue el llamado de Cristo a ser su esposa, andará siempre muy
alejada de la felicidad. Todos se dan cuenta de que si Dios llama al matrimonio no se
puede ser feliz como monje, pero muy pocos alcanzan a ver que al revés, tampoco.
Sabido que Dios nos quiere en el matrimonio, tenemos que elegir a la otra parte según
Él: para esto debemos rezar siempre pidiendo por la esposa o el esposo que Dios nos
tenga destinados, como así también por los hijos.
Además los novios deben formarse examinando en común la verdadera concepción del
matrimonio, sus deberes y derechos; deben conocer la doctrina católica sobre el mismo,
leyendo los documentos pontificios sobre el tema, tales como las Encíclicas Casti
Connubii de Pío XI, la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual
Gaudium et Spes, nn. 46-52, Humanae Vitae de Pablo VI, Familiaris Consortio de Juan
Pablo II, etc. Buenos libros, como Casados ante Dios de Fulton Sheen, Cristo en la
Familia de Raúl Plus, Amor y responsabilidad de Karol Wojtyla, etc. Deberían también
aprender a cultivarse gustando de la buena música, del teatro culto, de la buena
literatura argentina y universal, de la pintura... Deberían comprometerse en el trabajo
apostólico, incluso asociativamente, en parroquias, capillas o movimientos, dando a los
demás tanto que han recibido de Cristo y, ¿por qué no?, en la medida de lo posible, en
alguna obra de caridad, como visitar hospitales, sanatorios, cotolengos... O sea, cultivar
la inteligencia adhiriéndose a la verdad, la voluntad practicando la caridad –que los
ayuda a salir de sí mismos– y la sensibilidad gustando de la belleza.
En fin, mantener siempre bien altos los sueños dorados y las juveniles ilusiones de
formar un hogar único en el mundo. Sabiendo que el mismo Dios asocia a los esposos
como cocreadores en su gran obra. Entendiendo que Jesucristo los necesita como
maestros, guías y sacerdotes en esa "Iglesia doméstica" , que es la familia católica.
Comprendiendo que están destinados a una de las obras más santas, laudables y
meritorias, como es la de engendrar hijos para la Iglesia, ciudadanos para la Patria, y
santos para el Cielo. Amasando su noviazgo con oración, frecuencia de sacramentos,
participación en la Santa Misa dominical, tierna devoción a la Santísima Virgen María,
lectura de la Palabra de Dios, fidelidad a la Iglesia de siempre, con un trato familiar a
los santos de su devoción y así irse santificando más y más cada día. Aquí podemos
decir que "novios que rezan unidos, forman un matrimonio unido".
Los sacerdotes católicos tenemos la dicha inmensa de conocer jóvenes de ambos sexos
que son modelo de castidad. Algunos –más de lo que la gente o los Kinsey's Report
dicen– que jamás han manchado sus almas con ningún pecado carnal conservando su
inocencia bautismal, que son los que forjarán los más sólidos, fecundos y felices
hogares. Una propaganda diabólica busca llevar a la impureza a los jóvenes, diciéndoles
inclusive, que "todos son igual" o que "todas son igual", eso es falso de toda falsedad.
Puedo asegurar a los jóvenes que hay muchos que serán grandes padres de familias y
muchas heroínas en su hogar, por vivir ejemplarmente la castidad; en fin, que por la
gracia de Dios conoceremos todavía padres y madres, esposos y esposas amantísimos
que como bellas flores han de brillar aun en los peores pantanos morales, para honra y
prez de la Iglesia y de la Patria.
Jesucristo, "es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8) y siempre suscitará novios y
novias santas que con todo amor y fidelidad lo seguirán a él, porque es el único que
"tiene palabras de vida eterna" (Jn 6,68).-