La Prisión Como Control Social
La Prisión Como Control Social
La Prisión Como Control Social
EN EL NEOLIBERALISMO
Elías NEUMAN
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1 Basaglia, Franco, Razón, locura y sociedad, 4a. ed., México, Siglo XXI, 1981, p.
83; Entelman, Ricardo, “Discurso normativo y organización del poder”, Crítica jurídica,
México, año 3, mayo de 1986, p. 113.
2 Foucault, Michel, El discurso del poder, México, Folios, 1983, p. 190.
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vertir, observando los grises edificios, los viejos muros y la estructura la-
beríntica de increíble fealdad de tantos establecimientos penales, que
constituyen la respuesta institucionalizada y el rostro del apremio ilegal.
Cuando irrumpen las revueltas y motines cruentos, “los negritos” de-
sarrapados, de uno y otro lado de la reja, se juntan y separan para matar-
se entre ellos... mientras, desde una tribuna, los oficiales o funcionarios
observan con preocupación pero, casi siempre, exentos de riesgos.
En casos muy excepcionales en que se produce la muerte de un fun-
cionario, los medios de comunicación lo reflejan con gruesos títulos y
fotografías. Se siente como una amenaza a todo el sistema, a la seguridad
pública y su control. En cambio, la muerte habitual, durante la refriega,
de guardiacárceles resulta ser un accidente laboral... Vendrán las condo-
lencias a los deudos, el pago del sepelio, algunas flores y, en el mejor de
los casos, el ascenso pos-mortem. Pero con igual agilidad, los funciona-
rios darán las explicaciones del caso para conocimiento de la opinión pú-
blica. Bastará con adjudicar lo ocurrido a la ignorancia, desapego, desa-
tención, exceso o defecto de los guardiacárceles y dirán, palabras más,
palabras menos: que frente a la muerte de compañeros fue imposible fre-
narlos y por ello se ocasionó la muerte de los reclusos... O que debido al
momento emocional vivido excedieron (o no comprendieron) las órdenes
impartidas y, en consecuencia...
De tal modo, la institución queda incólume y se reconstruye el siste-
ma. Es más, se consolida (hasta el próximo motín, al menos). Las jerar-
quías se presentan enarbolando su sentido moral (de apariencia moral) y
regresan a su poder, en calma. Tal vez por ello se reclute al personal de
guardia entre personas que socialmente deambulan sin mayores chances.
3 En los primeros días de diciembre de 1999 visité, durante una semana, siete prisio-
nes de Caracas, Venezuela. En todas ellas los presos se encuentran armados, y no hay día
en que no haya al menos un muerto, en cada una de ellas, incluso por necesidad de espa-
cio. También en Brasil, por ese motivo, hay cárceles en que se juega entre los reclusos a
una especial ruleta rusa que termina en muerte, para el logro de espacio. En la prisión de
Carandirú (San Pablo, Brasil) hay más de 7,000 reclusos donde no caben más que 1,600.
Existen sitios como “el amarelo” y la “masmorra” con una promiscuidad enervante y que
albergan a casi 500 refugiados, sentenciados para morir por otros reclusos.
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VIII. LA CÁRCEL-SIDARIO
4 Puede verse mi libro Sida en prisión, un genocidio actual, Buenos Aires, Depal-
ma, 1999.
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La cárcel hoy se redefine desde que debe servir a la propuesta del neo-
liberalismo que pone el acento sobre la punición a la pobreza que ha ge-
nerado, por un lado, y robustecido, por el otro. Es una cuestión de con-
trol de enormes masas de seres, bajo el efecto devastador para quien la
sufre y la advertencia potencial que importa a la sociedad.
El afán de sacralizar el consenso y la dominación para la subsistencia
del neoliberalismo sin disidentes en las capas bajas, liga la situación de
las cárceles a la premisa de limpiar las calles de delincuentes. Si la poli-
cía mata a sospechosos de cometer delitos, al tiempo que pretenden con-
sumarlos o cuando pretenden huir, ¿por qué no matar a los delincuentes
allí donde suelen encontrarse —en no poca cantidad—, es decir, en las
cárceles? No es difícil luego atribuirlo a las variadas suertes necrófilas
del encierro... Por lo demás, la repercusión en la opinión pública suele
ser menor y ciertas limpiezas suelen pesar más que la razón y el sentido
ético.
No ha calado en la comunidad social el hecho de que cuando la poli-
cía o miembros de la administración penitenciaria cometen actos degra-
dantes o matan a un sospechoso de cometer delitos, están amenazando a
todos.
En la escuela clásica se decía que las cárceles debían ser terribles y
hasta abrumadoras a fin de que su sola imagen sirviera para disuadir a
quienes estuvieran decididos a cometer delitos. La idea de la disuasión
ha dado paso a cárceles-sidarios y, en fin, a que la muerte quede también
detrás de los muros, atrapada y vigente. “Pienso que mi vida no tiene
ningún sentido, la libertad me rechaza, nada puedo hacer en libertad.
Entonces que venga la muerte aquí, en la cárcel. Ojalá que no sea hoy,
pero ese es mi destino, morirme aquí”.5
ser traducido como “menos Estado social y económico y más Estado po-
licial y penal que lo acompaña en materia de justicia”.
Al analizar la situación de Nueva York como ejemplo, expresa el so-
ciólogo francés que trabaja en la Universidad de Berkeley:
XIII. BIBLIOGRAFÍA