Psicoterapia Psicodinámica en La Práctica Clínica
Psicoterapia Psicodinámica en La Práctica Clínica
Psicoterapia Psicodinámica en La Práctica Clínica
Caso clínico
Se trata de F., un niño de 10 años que es derivado para una interconsulta con
psiquiatría por presentar “conductas antisociales”: reiteradas fugas del hogar y de la
escuela, robos, agresividad hacia terceros. De la entrevista con la madre, surge una
historia de disfunción familiar importante: violencia y delincuencia por parte del padre
(actualmente separados y él preso) y rechazo de la madre hacia el niño desde edades
muy tempranas (reconocido por ella misma). Establece una clara diferencia entre F. y
sus hermanos (C. de 8 años y E. de 5), a F lo ve “igual al padre”.
Durante un primer tiempo (primeras 4-6 consultas), el niño se muestra bastante
inquieto y ansioso en su juego. Explora todo el consultorio (cajas de juguetes,
armarios, canastos) y pasa rápidamente de una actividad a otra sin poder elaborar una
secuencia. En los juegos reglados se observa dificultad para esperar su turno
(mientras espera busca otra cosa para entretenerse e increpa a mi compañero para
que se apure) y transgresión de las reglas.
Posteriormente, la inquietud va disminuyendo y puede armar algunas breves escenas
lúdicas. Además, comienza a expresar su agresividad a través del juego de una forma
más saludable (guerra con pelotitas, lucha con bloques de gomaespuma, etc.).
También aparecen juegos de esconderse (en un armario, en una caja), permanecer
allí en silencio durante algunos minutos y salir luego para continuar jugando. Todavía
tiene dificultades para concluir las consultas (siempre quiere quedarse un rato más y
pide llevarse cosas)
Luego de algunos meses acompañando este proceso, y durante los cuales el niño
presenta importante mejoría de sus síntomas, comienzan a observarse en el juego
características más ligadas a la salud: mayor espontaneidad, placer motriz (jugamos al
fútbol y progresivamente deja de mostrarse competitivo para empezar a disfrutar
realmente del juego) y sobre todo alegría (con frecuencia “payasea” y se ríe cuando
comete alguna torpeza).
Para concluir, cito una reflexión final de Winnicott del mismo libro: “Mi descripción
equivale a un ruego a todos los terapeutas, de que permitan que el paciente exhiba su
capacidad de jugar, es decir, de mostrarse creador, en el trabajo analítico. Esa
creatividad puede ser robada con suma facilidad por el terapeuta que sabe demasiado.
Por supuesto, en realidad no importa cuánto sabe este, siempre que pueda ocultar sus
conocimientos o abstenerse de divulgarlos.”
—Padres que buscan saber, es decir que se preguntan acerca del síntoma del niño,
intentan encontrar una explicación.
—Padres que demandan se les restituya el niño ideal, deseado. No buscan saber.
—Padres que no se preguntan, ni demandan, sino que los mandan. Vienen para
cumplir el pedido de quienes los mandan, por lo general la institución educativa a la
que asiste el niño, o el juzgado interviniente.
Padres que demandan. No consultan, pero demandan. Demandan al analista que les
devuelva un niño “sano”, dice Freud. Para ellos un niño sano es el que no les ocasiona
más que contento. En esos casos no se hace presente la vertiente simbólica de la
transferencia, sino la imaginaria, predominantemente basada en la idealización del
analista. Por esa vía, ellos esperan de ese modo que el analista resuelva
mágicamente la demanda que ellos traen de hallar un niño dócil. Suelen abundar en
exaltaciones tales como: “usted que es maravillosa… o usted que tiene tanta
experiencia”. La demanda no viene acompañada de preguntas, llega con la
expectativa de ver satisfecha la demanda. Predomina la dimensión imaginaria de la
transferencia, sostenida en el enaltecimiento. Pero tal como nos marca la experiencia,
el ideal y el amor caerán raudamente ante la menor decepción.
Caso clínico
F. es una joven de catorce años derivada a consulta con psiquiatría por presentar
frecuentes explosiones de ira con destrucción de objetos y heteroagresividad, y fugas
del hogar.
F. vive con su padre (S. de 44 años) y su abuela paterna (I. de 69 años) desde los 7
años aproximadamente.
I. obtiene la tenencia de la niña a partir de reiteradas situaciones de negligencia por
parte de la madre (separada del padre a los pocos meses de nacer ésta), que ella
denuncia en varias ocasiones. La mamá se iba de viaje o salía con hombres
frecuentemente, y dejaba a la niña a su cuidado, según ella, en malas condiciones de
higiene y alimentación.
La niña comienza con trastornos de conducta ni bien ingresa a la escuela y a partir de
allí recibe en diversos momentos tratamiento psicológico, psicopedagógico y
psiquiátrico, con escasos resultados.
I. relata con mucha angustia los problemas con su nieta. Se reconoce “culpable” por
no haber podido ponerle límites. Resalta el sacrificio que hizo al hacerse cargo de esta
joven: sus hijas dejaron de hablarle y hace poco nació su nieto al cuál no pudo
conocer aún. Cuenta con mucha angustia que perdió a una hija de 19 años de muerte
súbita, y se infiere un duelo no resuelto: teme constantemente un destino similar para
el padre de F. y para F. misma, por lo cual siente que la sobreprotege (F. tiene DBT y
sobrepeso). A su vez, se evidencia la relación ambivalente con los diferentes efectores
de salud mental: “me dijeron que la psicóloga no sirve.” “Quiero que vuelva con la
anterior.” “Me dijeron que está mal medicada”, etc. Llega a mi consulta porque alguien
de otro hospital le dijo que yo era una psiquiatra excelente. Deposita toda su
expectativa en una medicación salvadora. Según refiere su terapeuta actual, I. se
mostró muy reticente a recibir ayuda con su nieta durante mucho tiempo. Actualmente
ha empezado a reconocer sus limitaciones y pide ayuda desesperadamente.
La madre (V. de 32 años) convive con su pareja actual y sus otros 4 hijos (T. de 10
años, T. de 8, B. de 6 y A. de 3) No tiene relación con F. ni muestra interés en ello. No
permite que la joven tenga contacto con sus hermanos, a pesar de que esto es una
demanda permanente de F.
Bibliografía
BETINA VILLA