Módulo 6 - Velázquez en El Museo Del Prado
Módulo 6 - Velázquez en El Museo Del Prado
Módulo 6 - Velázquez en El Museo Del Prado
Módulo 6. El último
Velázquez
CONTENIDO
En los últimos años de su vida, pese a su conocida flema y sus muchas preocupaciones, Velázquez
añadió dos magistrales lienzos a su obra, de índole original y nueva y difíciles de clasificar: "Las
hilanderas" o "La fábula de Aracne" (h. 1657, Prado) y el más famoso de todos, "Las meninas" o "la
familia de Felipe IV" (1656, Prado). En ellos vemos cómo el naturalismo «moderno» en su tiempo,
el realismo detallado del pintor sevillano, se había ido transformando a lo largo de su carrera en una
visión fugaz del personaje o de la escena. Los pinta con toques audaces que parecen incoherentes
desde cerca, aunque muy justos y exactos a su debida distancia, y se anticipa en cierto modo al arte
de Édouard ¬Manet y al de otros pintores del siglo XIX en los que tanta mella hizo su estilo. Su
último acto público fue el de acompañar a la corte a la frontera francesa y decorar con tapices el
pabellón español en la isla de los Faisanes para el matrimonio de la infanta María Teresa y Luis XIV
(7 de junio de 1660). Pocos días después de su vuelta a Madrid, cayó enfermo y murió el 6 de agosto
de 1660. Su cuerpo fue amortajado con el uniforme de la orden de Santiago, que se le había impuesto
el año anterior. Fue enterrado, según las palabras de Palomino, "con la mayor pompa y enormes
gastos, pero no demasiado enormes para tan gran hombre" (Harris, E. en E.M.N.P., 2006, tomo VI,
pp. 2148-2156).
Su autorretrato es un detalle de Las meninas, obra P01174 del Museo del Prado.
MERCURIO Y ARGOS
Hacia 1659. Óleo sobre lienzo sin forrar, 127 x 250 cm.
Este episodio, que procede de las Metamorfosis de Ovidio, fue el tema de una de las cuatro escenas
mitológicas que pintó Velázquez para la decoración del Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid,
que era el espacio más importante del mismo desde el punto de vista protocolario y representativo y,
acorde con esa función, exhibía un conjunto impresionante de pinturas, en su mayor parte retratos de
los monarcas españoles de la Casa de Austria e historias mitológicas y bíblicas. Los otros tres cuadros
de la serie representaban a Apolo desollando un sátiro que era de sus mismas dimensiones y actuaba
también como entreventana, y Adonis y Venus y Psiquis y Cupido, algo menores. Todos
desaparecieron como consecuencia del incendio del Alcázar en 1734. Probablemente la serie data de
finales de los años cincuenta, cuando el Salón de los Espejos se vio sometido a un intenso proceso de
enriquecimiento decorativo con vistas a convertirlo en el escenario más suntuoso posible para recibir
al duque de Gramont, que llegó como embajador de Luis XIV para negociar las bodas entre este
monarca y María Teresa, la hija mayor de Felipe IV. En ese contexto hay que situar otras actuaciones
de Velázquez, como el proyecto para la decoración del techo con la historia de Pandora, que fue
realizado por Colonna y Mitelli.
La serie ha dado lugar a muchas especulaciones sobre su significado, que a veces se ha querido leer
en clave política, dada la función del Salón. Los cuadros están unidos por su naturaleza mitológica; y
de ellos, la pareja de mayores dimensiones tiene en común la música; mientras que lo que une a la
otra es el amor. El tema erótico resultaba adecuado a la ceremonia que tendría lugar en 1659, y de
hecho, la historia de Pandora también recibía una interpretación matrimonial (Aterido y Pereda,
2004). La datación en los últimos años de la carrera de Velázquez se adecúa también al estilo del
único cuadro conservado. El pintor lleva a sus últimas consecuencias su tendencia a disolver las
formas en el aire ambiente, destruyendo los límites de los cuerpos y dando, una vez más, ejemplo de
su asombrosa capacidad de síntesis, que le permite sugerir vida, movimiento y emociones mediante
pinceladas extraordinariamente largas y certeras. Pero para hacer su cuadro, Velázquez no partió de
cero y, así, se ha señalado con frecuencia su inspiración en distintas versiones del grupo escultórico
romano que representa al Galo moribundo. Al igual que Las hilanderas, esta obra sufrió un añadido,
que consistió en una banda de unos 25 cm que recorre todo el extremo superior, y otra más estrecha
(unos 10 cm) en el inferior (Texto extractado de Portús, J. en: Fábulas de Velázquez. Mitología e
Historia Sagrada en el Siglo de Oro, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 336-337).
Es una de las obras de mayor tamaño de Velázquez y en la que puso un mayor empeño para crear una
composición a la vez compleja y creíble, que transmitiera la sensación de vida y realidad, y al mismo
tiempo encerrara una densa red de significados. El pintor alcanzó su objetivo y el cuadro se convirtió
en la única pintura a la que el tratadista Antonio Palomino dedicó un epígrafe en su historia de los
pintores españoles (1724). Lo tituló En que se describe la más ilustre obra de don Diego Velázquez,
y desde entonces no ha perdido su estatus de obra maestra. Gracias a Palomino sabemos que se pintó
Las meninas tiene un significado inmediato accesible a cualquier espectador. Es un retrato de grupo
realizado en un espacio concreto y protagonizado por personajes identificables que llevan a cabo
acciones comprensibles. Sus valores estéticos son también evidentes: su escenario es uno de los
espacios más creíbles que nos ha dejado la pintura occidental; su composición aúna la unidad con la
variedad; los detalles de extraordinaria belleza se reparten por toda la superficie pictórica; y el pintor
ha dado un paso decisivo en el camino hacia el ilusionismo, que fue una de las metas de la pintura
europea de la Edad Moderna, pues ha ido más allá de la transmisión del parecido y ha buscado con
éxito la representación de la vida o la animación. Pero, como es habitual en Velázquez, en esta escena
en la que la infanta y los servidores interrumpen lo que hacen ante la aparición de los reyes, subyacen
numerosos significados, que pertenecen a campos de la experiencia diferentes y que la convierten en
una de las obras maestras de la pintura occidental que ha sido objeto de una mayor cantidad y variedad
de interpretaciones. Existe, por ejemplo, una reflexión sobre la identidad regia de la infanta, lo que,
por extensión llena el cuadro de contenido político. Pero también hay varias referencias importantes
de carácter histórico-artístico, que se encarnan en el propio pintor o en los cuadros que cuelgan de la
pared del fondo; y la presencia del espejo convierte el cuadro en una reflexión sobre el acto de ver y
hace que el espectador se pregunte sobre las leyes de la representación, sobre los límites entre pintura
y realidad y sobre su propio papel dentro del cuadro.
El cuadro es fruto de dos actuaciones realizadas en épocas diferentes. Velázquez pintó la superficie
ocupada por las figuras y el tapiz del fondo, y durante el siglo XVIII se añadieron una ancha banda
superior (con el arco y el óculo) y bandas más pequeñas en los extremos derecho, izquierdo e inferior
(añadidos que no se aprecian en el actual montaje de la obra). Esas alteraciones han afectado a la
lectura del contenido, pues dieron como resultado que la escena que transcurre ante el tapiz se perciba
más alejada. En consecuencia, durante mucho tiempo los espectadores del cuadro han visto en él
exclusivamente la representación de una escena cotidiana en un taller de tapicería con un primer plano
en el que Velázquez representó tareas relacionadas con el hilado y un fondo con unas damas de pie
ante un tapiz. En los años treinta y cuarenta del siglo XX, varios críticos e historiadores expresaron
su creencia de que la obra, aparentemente costumbrista, tenía un contenido mitológico, y sus
sospechas se vieron confirmadas con el descubrimiento del inventario de bienes de don Pedro de
Arce, un funcionario del Alcázar. Fue realizado en 1664, y en él se cita una Fábula de Aracne realizada
por Velázquez, cuyas medidas no están muy lejos de las del fragmento más antiguo de este cuadro.
En él, los elementos principales de esa historia mitológica se encuentran en el espacio del fondo,
donde la diosa Palas, armada con casco, discute con Aracne, compitiendo sobre sus respectivas
habilidades en el arte de la tapicería. Tras ellas se encuentra un tapiz que reproduce El rapto de Europa
Dada la importancia de la obra y la gran cantidad de personajes, acciones y objetos que incluye, la
variedad de interpretaciones que ha recibido es muy elevada, a lo que ha contribuido también el
rebuscamiento narrativo de Velázquez, que en vez de situar la escena principal en el primer plano, la
ha confinado al fondo. Algunos críticos han leído el cuadro en clave política, y lo han interpretado
como un aviso contra la soberbia. El hecho de que uno de los elementos principales del cuadro sea
un tapiz, y que éste representa una obra de Tiziano ha propiciado las lecturas en clave histórico-
artística. Se ha señalado así, que la obra representa el paso de la materia (el proceso de hilar) a la
forma (el tapiz) a través del poder del arte, con lo que estaríamos ante una defensa de la nobleza de
la pintura. También se ha llamado la atención sobre el hecho de que Plinio afirmaba que uno de los
mayores logros a los que podía aspirar la pintura es la imitación del movimiento, perfectamente
lograda en la rueca. Este tipo de lecturas se ven apoyadas por el hecho de que durante el Siglo de Oro,
un mitógrafo como Pérez de Moya (cuya obra poseía Velázquez) interpretaba la historia de Aracne
como demostración de que el arte siempre es susceptible de avanzar, con lo que a través de una
historia mitológica que tiene como clave un tapiz que reproduce un original de Tiziano copiado por
Rubens, Velázquez construyó una narración sobre el progreso y la competencia artísticos. La técnica
del cuadro invita a situarlo en la última década de la carrera de Velázquez, en la cercanía de obras
como Las meninas o Mercurio y Argos, con las que tiene muchos puntos de contacto. Constituye una
de las obras más complejas de su autor, y la culminación de su tendencia a crear composiciones
sofisticadas y ambiguas desde el punto de vista de su construcción formal y su contenido, que
estimulan la participación activa del espectador (Texto extractado de Portús, J. en: Fábulas de
Velázquez. Mitología e Historia Sagrada en el Siglo de Oro, Museo Nacional del Prado, 2007, pp.
337-338).