Los Límites de La Globalización

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LOS LÍMITES DE LA GLOBALIZACIÓN: SOCIEDAD Y ESTADO EN EL SIGLO XXI

Matías Romani
(CBC-IIGG/UBA)

La globalización no es un proceso único, lineal ni mucho menos irreversible, sino más


bien el resultado complejo de distintos fenómenos (económicos, políticos, sociales y culturales)
que se realizan simultáneamente sobre una determinada base tecnológica. Si bien la idea de una
globalización o mundialización no es nueva dentro de la historia moderna –en tanto puede
rastrearse en diferentes momentos con distintos grados de intensidad y alcance– la
especificidad del período actual reside en que el fenómeno de internacionalización de la
economía afecta principalmente a la industria capitalista. De modo que aquí se reserva el
concepto de globalización exclusivamente para aquellos procesos que confluyen en las
postrimerías del siglo XX y que, de alguna manera, ponen fin al orden internacional de la Guerra
Fría, a las políticas económicas basadas en el consenso keynesiano (Piketty, 2014: p. 129) y a las
formas de organización del trabajo y consumo fordista. Este mosaico heterogéneo de realidades
diferentes exige trabajar como mínimo, con una cronología flexible que permita abarcar una
multiplicidad de procesos que se han desarrollado paralelamente en el transcurso de las tres o
cuatro últimas décadas.

Desde el punto de vista económico, la globalización ha significado, principalmente, la


desnacionalización de la producción y el consumo de mercancías; pero también, la
interdependencia generada en torno a los mercados financieros y bursátiles, cada vez más
integrados dentro del capitalismo contemporáneo. Desde el punto de vista político, coincide con
la universalización del paradigma republicano-democrático, basado en el respeto a los Derechos
Humanos y de las garantías constitucionales; pero también, se traduce en el debilitamiento de
los Estados nacionales que ostentan una mayor permeabilidad frente al peso de los organismos
internacionales (FMI, Banco Mundial, OCDE, etc.). Desde el punto de vista social, se destaca el
crecimiento de las clases medias urbanas motorizado fundamentalmente por China, como así
también por otros países asiáticos y latinoamericanos, ampliando el acceso al consumo de
bienes y servicios; todo esto en perfecta consonancia con un crecimiento inédito en los
márgenes de la desigualdad económica y de una acelerada exclusión social. Por último, desde el
punto de vista cultural, la fluidez de las comunicaciones alcanzada por el desarrollo de las
tecnologías de información y comunicación, esenciales para el crecimiento de las plataformas
GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), que deriva en un ecosistema de medios conectivos
(Van Dijck, 2016, p. 25) basados en la utilización de algoritmos y en la mercantilización digital.

La globalización del capital

El punto de partida del proceso de globalización coincide con la pérdida de rentabilidad


de la industria metalmecánica estadounidense para comienzos de la década de 1970. Frente al
panorama de recesión internacional, la estrategia del capital consistió en una reestructuración

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del proceso de trabajo sobre la base de adoptar los principios de la producción aligerada o lean
production (Gorz, 2003, p. 39), es decir, modificar un sistema de producción rígido y
verticalmente organizado por uno mucho más flexible y estructurado de manera autónoma. De
esta manera, la primera medida del capital frente a la caída de la tasa de ganancia fue que las
empresas más competitivas apuntaran a abandonar la organización fordista del proceso de
trabajo, para copiar el toyotismo como modelo empresarial.

Sin embargo, las particularidades culturales de Oriente junto con las dificultades para
readaptar estos principios a la gran industria estadounidense derivaron en una adopción parcial
de este modelo productivo incorporando, únicamente, la lógica del kan-ban y el just in time al
proceso de trabajo. De modo que este nuevo circuito de información para la toma de decisiones
y la flexibilización de la estructura corporativa permitieron dar una fisonomía definitiva a una
empresa organizada ya no, como una arquitectura piramidal, sino bajo la forma de red (Castells,
2001) con vistas a ganar una mayor flexibilidad para adaptarse a un contexto de innovación
generalizada.

El segundo intento para recuperar la rentabilidad del capital se produjo mediante una
ofensiva generalizada contra el salario. Esto significó la necesidad de una reconfiguración del
espacio de valorización que permitiera separar las condiciones de costos de las condiciones de
demanda. Lo que en la práctica significaba: una tendencia a la tercerización de las manufacturas
pequeñas, como las textiles, las autopartes y la microelectrónica, en la medida en que todas
éstas poseen un tamaño adecuado para el transporte internacional. Por eso mismo se sostiene,
desde el punto de vista económico, que la globalización ha significado, principalmente, la
desnacionalización de la producción y el consumo de mercancías con un crecimiento sostenido
del comercio internacional.

Recién a partir de la década de 1990, con auxilio de la tecnología digital, el proceso de


tercerización alcanza a la denominada industria de servicios que se ubica en línea con la nueva
división internacional del trabajo: aquellos orientados al productor (auditoría, publicidad,
asesoramiento legal, finanzas, etc.) en las ciudades globales (Lash & Urry, 1998, p. 281); mientras
que los dedicados al consumidor, mucho más periféricos, se nutren de mano de obra no
calificada y/o inmigrante (turismo, call centers, etc.). A fin de cuentas, la creación de servicios
globales resulta fundamental para la movilidad del capital debido a una mayor dependencia con
los mercados financieros y bursátiles, cada vez más integrados en este nuevo espacio de
valorización planetaria.

Por eso si se observa con detenimiento, hasta bien entrada la década de 1990, la
importancia de las nuevas tecnologías para la globalización del capital resulta bastante limitada.
Frente a un momento inicia de escasa difusión, los altos niveles de inversión en infraestructura
que se dan en la segunda mitad de la década de 1990, propiciaron una nueva estrategia del
capital consistente en la incorporación de la alta tecnología, basada en la microelectrónica y la
informática (Lipovetsky, 2007, p. 72).

La posibilidad de ensamblar de manera individualizada módulos prefabricados permitió


el crecimiento de una híper segmentación de la producción desde el lado de la oferta,
personalizado el producto para un consumidor individualizado de acuerdo a sus gustos y en
función de su presupuesto. De esta manera, la programación de la maquinaria hacia finales de

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la década de 1990 fue el primer paso evolutivo para combinar la automatización del proceso de
trabajo con personalización del producto en el contexto de una economía organizada
integralmente desde un paradigma digital cuyo máximo potencial va a verse reflejado a partir
del nuevo milenio.

Las tres fases de la globalización

En términos políticos, se podría dividir el período de la globalización y la denominada


postguerra fría, en tres fases distintas (Maira, 2010, p. 14). Una primera etapa (1989 - 2001) que
se inicia con la caída del Muro de Berlín (9/11) y que se extiende hasta el atentado a las Torres
gemelas en Nueva York (11/9). Una segunda etapa (2001 - 2008) que se inicia en el año 2001 y
continúa hasta la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008 y una tercera etapa (2008-
2020) que comienza con la crisis financiera global y que, tras un período de rebote y
recuperación anémica, se extiende hasta la actualidad.

Durante el primer período (1989-2001) de la posguerra fría se produjo una especie de


globalización idealizada (Mesyngier, 2007: p. 132) debido a la desarticulación del bloque de
Europa oriental y el desmembramiento de la Unión Soviética, junto al inicio de procesos de
transparencia y de democratización –más o menos formales– en diferentes partes del mundo.

En ese contexto global, los principales debates se centraban en torno a si la reciente


desaparición de uno de los polos del mundo bipolar generaría un mundo unificado bajo la
conducción de los Estados Unidos o si el sistema internacional iría delineando un nuevo
equilibrio de potencias. Pero en un tiempo que proclamaba el triunfo inexorable del capitalismo
y el carácter incuestionable de los beneficios de la libertad, ya se habían puesto en marcha los
primeros mecanismos de regionalización que servirían para atenuar la unipolaridad del período.
La falta de equilibrio en la configuración de un nuevo orden mundial conduciría a la
consolidación de la Unión Europea y a la gestación de nuevos regionalismos en Asia, América
Latina e incluso en Norteamérica.

La década de 1990 representa entonces el momento idealizado del proceso de


globalización en la medida en que se nutre de un clima político optimista, que sirvió para poner
freno a la proliferación armamentística del período anterior; pero también, para proyectar a
escala global las bases del Consenso de Washington (Williamson, 1990; Kuczynski Godard &
Williamson, 2003) desde donde se buscó, entre otras cosas, acelerar la liberalización del
comercio y de la circulación de capitales.

En ese contexto, la autoridad estadounidense se construyó mediante la hegemonía


económica y cultural, es decir, por medio de un poder blando que desembocó en la política
exterior de la administración Clinton (Brinkley, 1997). De ahí que las intervenciones militares de
los EEUU durante este período contaron con el consenso forjado a través de los organismos
internacionales. Por ende, la expansión de la economía de mercado y de la democracia
representativa sirvieron como fuente de inspiración para abonar el clima triunfalista del “Fin de
la Historia” (Fukuyama, 1995) como una suerte de ideal en donde la nueva época podía

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garantizar una resolución definitiva de los conflictos entre los modelos de desarrollo económico
y los diferentes sistemas de organización social.

La segunda fase de la globalización (2001-2008) pone fin a esta imagen idealizada. Se


inicia en el año 2001 con el atentado del 9/11 a las Torres gemelas de Nueva York –el primer
ataque exitoso y transmitido en directo por televisión dentro territorio continental
norteamericano– hasta la crisis financiera global del 2008. Desde el punto de vista político, este
período pone de manifiesto los infructuosos intentos por parte de los EEUU para la construcción
de un nuevo orden mundial ya que la temprana respuesta militar ante el ataque terrorista
careció del consenso internacional necesario derivando en una política exterior discrecional en
materia de objetivos internacionales. De esta manera, el aislacionismo intervencionista
característico de la administración Bush constituyó “una acción contradictoria de la política
exterior norteamericana en la que algunas veces es altamente aislacionista y en otros prefiere
salirse de la institucionalidad internacional-global” (Molina, 2003: p. 63).

El fracaso de las guerras preventivas y la falta de cooperación a escala internacional


como, por ejemplo, el abandono de la Conferencia Mundial en contra Racismo (WCAR, 2001) o
el desconocimiento del protocolo de Kioto se dieron en paralelo al cuestionamiento incipiente
de la globalización que comienza a producirse desde los márgenes: los movimientos sociales, la
comunidad árabe, los populismos latinoamericanos, el neo-terrorismo, etc. El fracaso de la
hegemonía estadounidense bajo la administración Bush dejó un escenario global mucho más
precario y condicionado debido a la modificación de la agenda de seguridad y a la crisis de las
políticas de libre mercado.

Desde el punto de vista económico, el período 2001-2008 presenta algunas similitudes


y diferencias con respecto a la década de 1990. En primer lugar, al igual que en la fase idealizada
de la globalización, exhibe tasas de crecimiento mucho menores que las existentes durante la
era dorada del capitalismo (1950-1970); pero mayores, a las del período inmediatamente
posterior a la crisis financiera global de 2008. De modo que, es posible trazar una línea de
continuidad entre las dos primeras fases de la globalización en materia económica. Aun cuando
se han producido algunas interrupciones importantes a escala global como fueron la crisis
asiática de 1997 y el desplome de las “punto com” en el año 2001.

La entrada de China como principal exportador e importador comercial en el concierto


internacional y la lógica neoliberal en el manejo de las finanzas, generaron mercados altamente
competitivos y de altos precios para las materias primas. Esta situación permitió el “derrame”
de algunos beneficios económicos de la globalización hacia países en vías de desarrollo como
fue el boom de las commodities (Rogers, 2008) para América Latina durante parte de la primera
década del siglo XXI. El fin del período de la globalización condicionada coincide con el estallido
de la crisis financiera global del 2008 que lleva a un cambio sustantivo en la política exterior
estadounidense y de un repliegue de las medidas austeridad a la Unión Europea.

En este sentido es que el año 2008 significó un antes y un después en la historia de la


globalización en la medida en que las transformaciones económicas derivadas de la crisis
financiera global empiezan a cobrar relieve a partir de la segunda década del siglo XXI. En primer
lugar, se observa una fuerte desaceleración en términos de crecimiento, principalmente, en los
EEUU y en la zona euro. Después de la leve recuperación del año 2009, la economía mundial

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ingresó en una fase de crecimiento anémico, o semi estancamiento, con tasas en promedio
inferiores al 3% anual (Canals, 2017, p. 4). Todo esto causado por una débil inversión,
curiosamente, en un contexto general de liquidez. Para tener una idea aproximada del impacto
de la contracción según los datos del FMI: la formación de capital bruto fijo en EEUU creció a
una tasa anual del 5,1% entre 1996 y 2005, pero al 0,5% entre 2006 y 2015. Esta retracción de
la inversión productiva se observa en el incremento del ejército de reserva a escala global. “El
shock inicial de la crisis implicó que el desempleo se dispara drásticamente en todas partes del
mundo. Por ejemplo, en los EEUU se duplicó, pasando del 5% al 10% en su punto más alto”
(Srnicek, 2018: p. 36).

Pero además del aspecto productivo, en la tercera fase de la globalización (2008-2020)


se observa también una desaceleración del comercio mundial. No sólo en lo que respecta al
volumen de transacciones de bienes y servicios sino también al crecimiento de las medidas
proteccionistas que se disparan a partir del año 2014 (Canals, 2017, p. 5).

Desde el punto de vista tecnológico, la crisis financiera global del 2008 abre el camino
para la evolución posterior dentro de la denominada industria 4.0 y de las Smart factories
(Gilchrist, 2016) en donde se empieza a explotar las tecnologías de la conectividad digital:
Internet de las cosas, Machine Learning, Big Data, etc. Durante esta última fase se produce el
crecimiento de las plataformas GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) que culmina en la
creación de un ecosistema de medios conectivos (van Dijck, 2016, p. 66) basados en la utilización
de algoritmos y en la mercantilización digital. Si bien aún en la actualidad, es demasiado
prematuro hablar del fin de la globalización, aun en el contexto de la pandemia global asociada
al COVID-19, resulta por demás evidente que algunas de las tendencias desplegadas desde la
década de 1990 han encontrado un límite o, en muchos casos, una progresiva atenuación desde
el año 2008.

En esta tercera etapa (2008-2020) es cuando los principales cuestionamientos al orden


global comienzan a realizarse de manera explícita ya no desde la periferia sino desde el centro
mismo del sistema. El fracaso del ideal de la globalización ya no se reduce únicamente a la
agenda de seguridad sino también, a una demanda creciente de austeridad para las economías
europeas –acaso las más golpeadas por el colapso financiero de 2008– que, junto a los
desplazamientos poblacionales que produjo la “Primavera árabe”, dejaron abierta la puerta para
el surgimiento de importantes restricciones no sólo al tráfico de bienes y servicios sino también,
al movimiento internacional de capitales y de personas.

El Brexit, la salida de los EEUU del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica


(TPP), la revisión del NAFTA, la disputa arancelaria con China, etc. parecen ir en dirección
opuesta a los postulados iniciales de la globalización. Si bien existen factores económicos y
tecnológicos que todavía permiten señalar que este proceso aún no ha llegado a su límite
inherente, las consecuencias socio políticas parecen prefigurar en el presente, los límites de un
futuro lejano que no ha tardado en llegar.

En este sentido se enmarca el agotamiento del denominado “extremo centro” (Alí,


2015) es decir, de la configuración político-institucional que garantizó la gobernabilidad del
norte global desde la caída del Muro de Berlín. La dificultad de los distintos gobiernos y
coaliciones de centro para conducir los programas de austeridad recomendados por el FMI

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dieron protagonismo a una serie de movimientos sociales que operaban por fuera de la política
tradicional, dentro de la tradición de izquierdas, (Occupy Wall Street, Syriza, Podemos, etc.),
aunque, la mayoría de ellos se han institucionalizado definitivamente dentro del sistema de
partidos.

Sin embargo, a partir del 2014, el crecimiento de las medidas de corte proteccionista
abrió el camino para el retorno de nuevos nacionalismos a la escena pública. Lo que también
representa un síntoma de la crisis del sistema democrático y de las formas de representación
vigentes dentro del paradigma republicano-liberal. En este sentido, la aparición de fenómenos
políticos como el de VOX en España, Donald Trump en EEUU, Jair Bolsonaro en Brasil, etc. han
cambiado por completo el mapa de la globalización. No solo porque se percibe un
desplazamiento ideológico hacia las posiciones radicales sino también porque van debilitándose
los diques institucionales de contención frente al componente autoritario (Levitsky & Ziblatt,
2018). La aparición de posiciones extremistas de derecha, en esta última década, exacerban las
medidas xenófobas, la creación de chivos expiatorios y la violencia simbólica y material contra
las minorías a escala global.

La crisis del espacio público

La conclusión que se desprende de esta presentación es que una parte importante de


las transformaciones sociales producidas durante la última etapa de la globalización se explican
no sólo por los cambios acaecidos dentro de la política internacional sino también por el
protagonismo creciente que han asumido las plataformas digitales a partir del 2008. No sólo en
lo que respecta a la dimensión económica vinculada a la recuperación de la rentabilidad al
interior del capitalismo sino fundamentalmente, a la desarticulación que introducen las nuevas
tecnologías de información y comunicación sobre las bases de la construcción de consensos y la
representación democrática.

Basta con ver, la multiplicación de la fake news o de las burbujas de filtros (Pariser,
2017) de las tecnologías automatizadas, para visualizar la erosión de los mecanismos
tradicionales sobre los que, históricamente, se ha erigido la construcción de la ciudadanía, como,
por ejemplo: la opinión pública, el sistema de partidos, la libertad de información, etc. Si en un
primer momento, se creía que el crecimiento de las redes sociales garantizaba una ampliación
del espacio público basado en la aparición de criterios de representación más democráticos,
horizontales y participativos; en la última década, el crecimiento de las tecnologías algorítmicas
en el procesamiento de la información ha llevado a un achicamiento de los canales tecno
culturales en donde se articula la diferencia.

Dicho esto, la distancia que separa a la primera etapa de las redes sociales y el rol
preponderante que han tenido en el triunfo de Barak Obama, la Primavera árabe (2010-2012) y
el 15M (2011), contrasta con los últimos años mucho más dominada por el escándalo de
Cambridge analítica, los ejércitos de la inteligencia artificial y el Big Data. Lo que, en última
instancia, demuestra que su potencial democratizador puede ser puesto en duda.

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A fin de cuentas, esta evolución de las plataformas hacia una cultura de la conectividad
resulta un proceso concomitante a la llamada crisis del extremo centro que se observa en el
norte global en la medida en que, al menos en este aspecto, las nuevas tecnologías de
información y comunicación parecen responder a la tendencia general hacia la des globalización
del capitalismo, la cual tiene como correlato, en el plano socio político, la des-ciudadanización y
la despolitización (García Canclini, 2019, p. 25) de la sociedad civil. Por lo que la democracia
representativa durante la segunda década del siglo XXI, se encuentra en menor medida asediada
por la falta de compromiso de la política del consumo (Sennett, 2007) y el terrorismo global, que
por la fragmentación del espacio público y de la aparición de posiciones irreductibles. El lento
crepitar de la vieja gubernamentalidad liberal va quedando subsumida bajo la razón algorítmica.

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