Libertad y Necesidad en Hannah Arendt

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García Arriola Kenya María

Problemas de metafísica y ontología

Libertad y necesidad en Hannah Arendt: la transición de la relación público-privado a la


emergencia de la sociedad de masas

Las preocupaciones políticas de Hannah Arendt para comprender su época presente la


llevaron a estudiar temas como el problema de la libertad, interés que desembocó en un
análisis sobre la configuración social en la época moderna, así como su comparación y
diferencia con respecto a épocas pasadas. En dicho análisis, es posible rastrear una
preocupación por la relación necesidad/libertad, siendo éste, según Arendt, uno de los
principales impactos que trajo consigo la transición entre la antigüedad y la modernidad, así
como su respectiva repercusión en materia de igualdad y la difusión de la información y el
conocimiento.
Lo primero que hay que notar en dicha transición, es la transformación que sufrió la
esfera pública y su relación con la esfera privada. En efecto, la organización que permitía la
dinámica excluyente entre los aspectos público y privado se basaba en el mantenimiento de
la esfera privada en un estado de oscuridad, alejado de la política, del ocio y la creatividad;
asuntos que sólo podían ejercer las personas libres que se mantenían visibles ante sus
semejantes en un espacio liberado de la administración de la economía doméstica y la
gestión de las necesidades básicas.
Estas necesidades representaban ataduras para ejercer las actividades antes
mencionadas debido a que se encuentran directamente relacionadas con la más primitiva
forma de vida: la labor biológica. Por ello, en la antigüedad –específicamente en la polis
griega–, la forma de organización social se encontraba configurada en estratos bien
definidos, a manera de pirámide, en donde la labor biológica [CITATION Han03 \p 98 \l 2058 ]
y todos los aspectos relacionados con su manutención, representaban la base de dicha
configuración y debían mantenerse ocultas. La razón de esto era facilitar el asentamiento de
un espacio en el cual se pudieran desenvolver actividades que requirieran de una gran
capacidad para su ejecución, y que, por lo tanto, necesitaban un tiempo y espacio liberado
del trabajo y esfuerzo que suponía la gestión de las necesidades básicas. Debido a la virtud
y la dedicación que suponían estas actividades, eran susceptibles de ser admiradas por los
demás; eran actividades que valía la pena exhibir en un espacio donde todos pudieran
alcanzar a ver su ejecución y virtuosismo. Así, se abrió, sobre los cimientos representados
por la gestión de las necesidades primarias, la esfera de lo público, en donde los
participantes se encontraban en una situación de igualdad permitida por su liberación en la
participación en dicha gestión.
De esta manera, se generan dos configuraciones opuestas y excluyentes entre sí, cuya
relación, sin embargo, es dependiente, pues la existencia de la esfera pública sólo es posible
gracias al soporte que le construye la esfera privada y, del mismo modo, ésta no podría ser
privada sin la existencia de un espacio visible que dibujara la sombra en la que se encuentra
oculta. De igual forma, la dinámica de la organización en cada una de ellas era
sustancialmente distinta debido a la oposición entre visibilidad y ocultamiento, así como la
de una acción basada en la dependencia y una basada en la voluntad propia, es decir, una
dinámica organizada en torno a la necesidad y otra en torno a la libertad.
La organización de la esfera privada era representada principalmente por la forma del
comportamiento de la familia, por lo que, debido a que su dinámica se basaba
primordialmente en la gestión de las necesidades domésticas, funcionaba de manera
jerárquica, siendo el jefe de familia quien ejercía un dominio total sobre los demás
integrantes de la familia y en donde el peso de todas las necesidades recaía sobre los
esclavos. Existía, entonces, una natural relación violenta en la organización familiar, dado
que las posiciones de cada uno de los integrantes se enfocaban no tanto en una gestión
colectiva de las necesidades como en el ansia de la liberación de las mismas, siendo, una
vez más, el jefe de familia quien podía gozar de dicha liberación y gozar de su inclusión en
el espacio público, debido a que sus necesidades se encontraban satisfechas por su familia.
El rasgo distintivo de la esfera doméstica era que en dicha esfera los hombres vivían juntos llevados por
sus necesidades y exigencias. Esa fuerza que los unía era la propia vida -los penates, dioses domésticos,
eran, según Plutarco, «los dioses que nos hacen vivir y alimentan nuestro cuerpo»- que, para su
mantenimiento individual y supervivencia de la especie, necesita la compañía de los demás [CITATION
Han03 \p 43 \l 2058 ].

La naturaleza de las necesidades humanas obliga a que las personas se conjunten en


comunidad para organizarse y construir formas de vida que los ayuden a gestionar dichas
necesidades, pero, dado que, en el estrato de la vida más elemental, que es la labor
biológica, ya la naturaleza ejercía opresión sobre las vidas humanas, dicha organización
tiene que basarse necesariamente en una violencia que suplante la ejercida por aquella. Así,
en la antigüedad, la vida familiar tenía la consigna de gestionar dentro de su organización la
violencia primaria inherente a toda forma de vida y abrir un espacio propio para la
ejecución de actividades más sofisticadas. Se establecía una clara diferencia entre la labor
(comportamiento condicionado por las necesidades biológicas) y la acción (la forma libre
de guiar la voluntad).

La distinción público-privado que hemos visto no estaba referida únicamente a una forma
de pensar el mundo, sino que cada esfera constituía un espacio concreto en donde se
desarrollaban formas materiales de vida. Esto puede verse en el papel que cumplían la
riqueza y la propiedad, las cuales se encontraban en el límite de dichas esferas, pues
representaban el acceso que permitía a los individuos libres participar en la esfera pública
en condición de igualdad con respecto a sus semejantes:
Está claro que la vida pública sólo era posible después de haber cubierto las mucho más urgentes
necesidades de la vida. Los medios para hacerles frente procedían del trabajo, y de ahí que a menudo la
riqueza de una persona se estableciera por el número de trabajadores, es decir, de esclavos que poseía.
Ser propietarios significaba tener cubiertas las necesidades de la vida y, por lo tanto, ser potencialmente
una persona libre para trascender la propia vida y entrar en el mundo que todos tenemos en común
[CITATION Han03 \p 72 \l 2058 ].

Por ello podemos decir que, en la antigüedad, las propiedades materiales, en tanto que
representaban la línea divisoria entre el sostén del mundo y el espacio de desenvolvimiento
del mismo, constituían una base material sólida sobre la que descansaban todos los demás
aspectos de la vida. En general, eran el sustrato que permitía la conformación de la
mundanidad, ese espacio que reúne y separa a los individuos que integran la comunidad,
que les permite gozar de un lugar visible e igualitario entre sus semejantes [CITATION
Han03 \p 62 \l 2058 ], así como percibir los objetos del mundo de una manera objetiva.
Poseer riqueza y propiedades significaba, entonces, contribuir a la manutención de un
espacio que se presentaba siempre constante y cerrado.
Lo que trajo la modernidad, con la conformación de las ciudades-estado y el auge del
capitalismo fue un mayor interés y relevancia en la gestión de la administración de la
economía y demás actividades domésticas que antes se encontraban ocultas ante el ojo
público, es decir, trajo la relevancia del ámbito privado. Esto debido a que la posesión de
riqueza ya no representaba el fin último para la vida de un individuo que se encontraba al
final del camino con la libertad, y tampoco significaba la construcción de una base sólida
para el desenvolvimiento de un mundo acabado; ahora se trataba más bien de un
crecimiento progresivo de la riqueza, la cual no fungía ya como un medio, sino que
constituía un fin en sí mismo. Para los propietarios, entonces, las posesiones materiales ya
no representaban en modo alguno una realización de vida, ahora ellos se encontraban al
servicio del proceso de crecimiento de la riqueza.
Asimismo, la organización familiar dejó de ser irrelevante ante el ojo público para
convertirse en un motor que movilizaba la totalidad de los aspectos de la vida en sociedad,
pues éstos sólo representan ahora un medio para la acumulación de la riqueza.
Cierto es que la riqueza puede acumularse hasta tal extremo que ningún período de vida individual es
capaz de consumirla, con lo que la familia más que el individuo se convierte en su propietario. No
obstante, la riqueza sigue siendo algo destinado a usarlo y consumirlo, al margen de los períodos de vida
individual que pueda sustentar. Únicamente cuando la riqueza se convirtió en capital, cuya principal
función era producir más capital, la propiedad privada igualó o se acercó a la permanencia inherente al
mundo comúnmente compartido. Sin embargo, esta permanencia es de diferente naturaleza; se trata de
la permanencia de un proceso, más que de la permanencia de una estructura estable. Sin el proceso de
acumulación, la riqueza caería en seguida en el opuesto proceso de desintegración mediante el uso y el
consumo [CITATION Han03 \p 74 \l 2058 ].

Dado que, con el capitalismo el interés colectivo se encuentra ahora en el crecimiento


progresivo de la riqueza, los medios para obtenerla, esto es, las necesidades que antes se
gestionaban en privado, salen de su ocultamiento para hacerse públicos y tomar el control
de toda organización social, pues ya no se trata de que la riqueza satisfaga a la necesidad,
ahora aquella toma a ésta como alimento para su crecimiento, el cual nunca es plenamente
satisfecho. Esto conduce a que la configuración de la necesidad, puesto que ya no tiene el
papel de sostener a la esfera pública, no se quede encerrada en sí misma, sino que comience
a crecer desmesuradamente, por lo que no encuentra un límite con el cual topar y se
convierte en la espina dorsal de la vida, manejando cada aspecto de la misma.
La emergencia de la necesidad al ámbito público trajo consigo la eliminación de la
línea divisoria que diferenciaba lo público de lo privado y, con esto, la aparición de la
sociedad, un espacio en el que convergen la necesidad (antes privada) y la esfera pública.
Hannah Arendt describe este nuevo espacio como una gran familia [CITATION Han03 \p 51 \l
2058 ], puesto que ahora todos los miembros de la sociedad enfocan sus energías y formas
de vida a la gestión de las necesidades, pero no sólo de las propias, sino de la necesidad
general que es la acumulación de la riqueza. Todos contribuyen a su crecimiento porque la
satisfacción de las necesidades básicas de su vida se ven implicadas en ese proceso y es por
ello que la nueva organización en sociedad se asemeja a la relación jerárquica y violenta de
una gran familia. En efecto, como hemos visto, el papel de organización familiar consistía
en gestionar la violencia primitiva de la vida a través de su organización jerárquica que
liberaba a unos cuantos y oprimía a otros tantos. Ahora, con la aparición de una sociedad
permeada por la necesidad y, con ello, la conformación de una gran familia, el acomodo de
cada miembro de ésta se encuentra dictado por una nueva gestión de la violencia que recae
más severamente en los que se encuentran a la base, dado que, muchas veces, en vez de ser
explotados, son excluidos, privados de cumplir un papel en la sociedad. Del otro lado, en
cambio, ya no se encuentra una figura identificable que sustituya a la del jefe de familia en
la antigüedad, pues ninguna figura sería capaz de ejercer un control adecuado sobre tal
cantidad de miembros. Lo que reina en la modernidad es precisamente la gestión de las
necesidades, una especie de administración automática que ejercen los propios
movimientos económicos, esto es, la burocracia, el gobierno de nadie [CITATION Han03 \p 51
\l 2058 ].
La relevancia de la gestión de las necesidades a un interés público y colectivo, cuya
dirección se encuentra marcada por los intereses acumulativos de la riqueza, provoca el
desgaste de la mundanidad, ese espacio material que mantenía en situación de igualdad a
los individuos libres, pues los objetos existentes en ese mundo no poseen un valor como tal,
sino que son vendidos, intercambiables o desechables, dependiendo de los intereses del
mercado. Es por esto que la mundanidad ya no tiene un suelo fijo que la sostenga, pues no
se conforma como un mundo acabado y sólido; es un mundo mudable y prescindible, sin
valor alguno.

Todas estas alteraciones acontecidas en la organización social y en el comportamiento de


los individuos han dado lugar a lo que Hannah Arendt denomina “sociedad de masas”, en la
cual, a diferencia de lo que acontecía en la esfera pública, donde todos los miembros
disfrutaban de una relación horizontal empleada para la realización de actividades
virtuosas; la relación entre los miembros es, en realidad, muy limitada, pues cada quien se
encuentra ocupado en su mundo privado, tratando de satisfacer sus propios intereses en
soledad, sin darse cuenta del interés colectivo del que son parte. Lo que nos dice esto es que
la relevancia de lo privado no trajo consigo una ampliación de la esfera pública, una gran
comunidad igualitaria en donde puede hablarse de intereses en común y en donde cada uno
de los miembros son visibles y escuchados, es decir, donde pudieran hacer suyo el mundo a
través del discurso y la acción. Lo que sucedió, más bien, fue el control de las actividades
domésticas por medio de la burocracia, y el interés colectivo se mantiene precisamente en
este control de los movimientos económicos, no en la auténtica comunicación y formación
de lazos entre los miembros de la gran familia:
El auge de este último tipo de sociedad sólo indica que los diversos grupos sociales han sufrido la
misma absorción en una sociedad que la padecida anteriormente por las unidades familiares; con el
ascenso de la sociedad de masas, la esfera de lo social, tras varios siglos de desarrollo, ha alcanzado
finalmente el punto desde el que abarca y controla a todos los miembros de una sociedad determinada,
igualmente y con idéntica fuerza […] Esta igualdad moderna, basada en el conformismo inherente a la
sociedad y únicamente posible porque la conducta ha reemplazado a la acción como la principal forma
de relación humana, es en todo aspecto diferente a la igualdad de la antigüedad y, en especial, a la de las
ciudades-estado griegas [CITATION Han03 \p 52 \l 2058 ].

Con la necesidad del cumplimiento de un papel preestablecido en la dinámica social se le


da paso a la conducta controlada como la única forma de ser relevante en la sociedad y, con
ello, naturalmente se excluye a la acción y a la creación espontánea, relegándolos al único
espacio que puede aún permanecer oculto en la vida de los seres humanos: la intimidad.
Este espacio pasa a ser ahora la contraparte de la esfera social y, dado que en ésta última la
administración y su gestión han tomado total control de cada aspecto de la vida, el papel de
temas como el dolor, el pensamiento en soledad, la muerte, en fin, sucesos que no tienen un
lugar en la administración de las actividades sociales, han cobrado mayor peso para el
enriquecimiento de la vida en soledad, gozando de un encanto peculiar. Un claro ejemplo
de ello podemos verlo con el auge de la literatura, un arte que, a diferencia de la escultura y
la arquitectura, las cuales reinaban el renacimiento, puede acontecer totalmente en soledad,
en ocasiones nutriéndose enteramente de ella, sin necesidad de espectadores:
El moderno encanto por las «pequeñas cosas», si bien lo predicó la poesía en casi todos los idiomas
europeos al comienzo del siglo XX, ha encontrado su presentación clásica en el petit bonheur de los
franceses. Desde la decadencia de su, en otro tiempo grande y gloriosa esfera pública, los franceses se
han hecho maestros en el arte de ser felices entre «cosas pequeñas», dentro de sus cuatro paredes, entre
arca y cama, mesa y silla, perro, gato y macetas de flores, extendiendo a estas cosas un cuidado y
ternura que, en un mundo donde la rápida industrialización elimina constantemente las cosas de ayer
para producir los objetos de hoy, puede incluso parecer el último y puramente humano rincón del
mundo. Esta ampliación de lo privado, el encanto, como si dijéramos, de todo un pueblo, no constituye
una esfera pública, sino que, por el contrario, significa que dicha esfera casi ha retrocedido por
completo, de manera que la grandeza ha dado paso por todas partes al encanto; si bien la esfera pública
puede ser grande, no puede ser encantadora precisamente porque es incapaz de albergar lo inapropiado
[CITATION Han03 \p 61 \l 2058 ].

Las grandes hazañas que antes eran enteramente visibles y ovacionadas por los demás
resultan ahora inapropiadas para el rápido ritmo del uso y desuso del mundo de la
administración social, sin embargo, siguen conservando su encanto en la oscuridad,
convirtiéndose en una especie de tabú.
El mundo social, en cambio, ha adoptado un carácter mecanicista, pues la necesidad de
la organización y el control de una sociedad de masas tiende a la estratificación, al
acomodo en sectores, labor en la que no ha tenido éxito, pues la población es tal que resulta
imposible de manejar para una administración (razón por la cual han surgido disciplinas
como la sociología y la economía, que precisamente buscan estudiar a la población en
términos de contabilidad y secciones). Esto aunado a la tecnificación del trabajo y la
necesaria división del mismo que derivó de ello [CITATION Han03 \p 58 \l 2058 ] , provocaron
que el comportamiento y los intereses de los individuos se redujeran a uno solo: la
manutención de la administración que los controla y ordena. El pensamiento y las palabras
que les son permitidas compartir a los individuos están centrados únicamente en dicho
funcionamiento mecánico. Así, vemos que del lugar concreto que conservaban antes los
ámbitos público y privado representados por el hogar a puerta cerrada y el espacio al aire
libre se ha desdibujado para darle paso a la sociedad y a la intimidad, aspectos que no
poseen un lugar material y que se encuentran conviviendo simultáneamente en la vida
social del individuo. Vemos, por ejemplo, que algunas de las actividades íntimas de los
individuos, como el ocio o el deseo, también pueden ser absorbidas por el ámbito social,
creando aparentes necesidades nuevas que nada tienen que ver con el mantenimiento de la
vida.
Otro problema de la sociedad de masas es la difusión de la información y los
conocimientos. En efecto, a diferencia del ámbito público de la antigüedad, en donde todos
los miembros y objetos participantes eran completamente visibles y por lo tanto se tenía
una perspectiva objetiva de ellos, en la sociedad, debido a que todas las vidas privadas se
elevaron para relacionarse por medio de una especie de hilo que las ata unas a otras sin
relacionarlas ni conjuntarlas, cada quien tiene una perspectiva propia que, si bien se
encuentra moldeada por los intereses de la administración, también se encuentra ligada
directamente con sus intereses privados, ya que, al fin y al cabo, lo que rige sus vidas son
las necesidades. Esto hace que desde el exterior se maneje una información aparentemente
objetiva, pero que los individuos logran ver sólo a través del velo de sus necesidades que
acontecen en soledad, lo que deriva en una deformación de la información:
La privación de lo privado radica en la ausencia de los demás; hasta donde concierne a los otros, el
hombre privado no aparece y, por lo tanto, es como si no existiera. Cualquier cosa que realiza carece de
significado y consecuencia para los otros, y lo que le importa a él no interesa a los demás. Bajo las
circunstancias modernas, esta carencia de relación «objetiva» con los otros y de realidad garantizada
mediante ellos se ha convertido en el fenómeno de masas de la soledad, donde ha adquirido su forma
más extrema y antihumana." La razón de este extremo consiste en que la sociedad de masas no sólo
destruye la esfera pública sino también la privada, quita al hombre no sólo su lugar en el mundo sino
también su hogar privado, donde en otro tiempo se sentía protegido del mundo y donde, en todo caso,
incluso los excluidos del mundo podían encontrar un sustituto en el calor del hogar y en la limitada
realidad de la vida familiar [CITATION Han03 \p 68 \l 2058 ].
Esta carencia de objetividad en la relación de los unos con los otros y con la información
nos permite ver que en la sociedad no hay un espacio para la ejecución de la libre voluntad
en conjunto con los demás, puesto que se encuentra regida por la necesidad. Por lo cual
podemos concluir que necesidad y libertad, tanto en la vida antigua como en la modernidad,
se comportan como opuestos y que su distinción es enteramente real, sin embargo, no debe
confundirse con una oposición excluyente, de modo que una elimine a la otra, sino que
deben entenderse como los dos lados de una misma moneda, entendiendo que una abre el
espacio para la otra y viceversa. En general, podemos ver que la opresión violenta que han
sufrido los más desfavorecidos en ambas épocas no se debe como tal a la distinción de estas
dos esferas, sino a tanto al interés elitista que rigió en la antigüedad y el auge del
capitalismo que permea la modernidad.

Bibliografía
Arendt, Hannah. La condición humana. Barcelona: Paidós, 2003.

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