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Resumen
En este artículo, situándonos en la perspectiva de la Teoría Interpretativo-Simbólica y la Teoría Crítica
como modelos teóricos de la Organización Educativa, exponemos una serie de siete características bá-
sicas de las escuelas, señalando también algunas disfunciones que de ellas se derivan para su estructura
y dinámica. Así, consideramos a los centros educativos como instituciones: abiertas a las influencias
sociales e ideológicas del entorno; que constituyen sistemas políticos formados por colectivos con
intereses y metas diferentes; con una jerarquía donde coexisten líneas de poder claras y ambiguas; que
poseen una cultura propia diferenciada; con una estructura y procesos que desarrollan un papel más
simbólico que instrumental; con mecanismos de control y evaluación de su funcionamiento débiles;
ambivalentes y contradictorias.
Palabras clave: Teoría Interpretativo-Simbólica. Teoría Crítica. Sistemas abiertos. Poder y jerarquía.
Sistemas políticos. Cultura Escolar. Procesos simbólicos.
Abstract
In this paper, from the perspective of the Symbolic-Interpretive Theory and the Critical Theory as theo-
retical models of Educational Organization, we expose a series of seven basic features of the schools,
pointing out some shortcomings in its structure and dynamics. So we consider the schools as institutio-
ns: open to social and ideological influences of the environment; constituted for political systems inte-
grated for groups with different goals and interests; with a hierarchy where coexist clear and ambiguous
power lines; that have their own distinct culture; with a structure and processes that develop a more
symbolic role than instrumental; with weak control mechanisms and poor performance evaluation;
ambivalent and contradictory.
Keywords: Interpretative-Symbolic Theory. Critical Theory. Open Systems. Power and Hierarchy. Po-
litic Systems. Scholar Culture. Symbolic Process.
Introducción
Este artículo es una continuación del publicado en esta misma revista titulado: “Los centros
educativos como organizaciones: características y disfunciones básicas (I)” (Álvarez Núñez, 2003)
y que, debido a diversos avatares, no ha podida salir a la luz hasta este momento.
En aquel primer trabajo recogíamos estas siete características de la escuela como organi-
zación: a) “reclutamiento forzoso” de su clientela; b) ser un “sistema débilmente articulado”; c)
lleva a que se desarrollen, en su interior, actuaciones diversificadas en muy distintos niveles: curri-
cular (objetivos, contenidos, metodología, etc.); administrativo (relacionado con las diversas tareas
burocráticas que han de desempeñarse en el centro); de gobierno (procesos de toma de decisión,
participación en los órganos de gestión, relaciones con el exterior, etc.); de recursos humanos (aten-
der al cuidado de las relaciones interpersonales, a la solución de los conflictos, al desarrollo de una
formación docente adecuada, etc.) y de servicios (de orientación escolar, comedor, transporte, etc.)
Esto obliga a los profesionales a desempeñar funciones muy diversas y a ocuparse de múltiples
tareas, para las que, en ocasiones, no se sienten preparados, lo cual les sitúa en una situación de
ambigüedad e incertidumbre. Así mismo, su complejidad y variedad puede dar lugar, con relativa
facilidad, a la aparición de claras contradicciones entre las diversas funciones y campos de actua-
ción, provocándoles un gran desgaste energético y emocional y dificultando la consecución de los
objetivos perseguidos.
Para realizarla eficazmente se necesitaría una adecuada especialización del trabajo y una
mejor división de las responsabilidades. Esto no resulta fácil en los centros, debido a su cultura
celularista que dificulta la colaboración, así como al escaso compromiso de muchos docentes con
las dimensiones organizativas y con todo lo que se aleje de las responsabilidades inmediatas de su
aula. La realización de tareas tan diversas y complejas demanda una formación inicial y permanente
más completa que la existente y resulta difícil de satisfacer adecuadamente. A todo lo cual se une el
hecho de que en una escuela puede haber una gran heterogeneidad en cuanto al grado de formación
y de actualización de los diferentes profesionales que trabajan en él.
Las escuelas han estado durante muchos años funcionando de espaldas al entorno, cerradas
sobre sí mismas y con mínimas interacciones con él. Ello generaba en sus alumnos una ruptura entre
su vida en las aulas y fuera del centro, creando una fuerte disociación entre los diferentes ambien-
tes en los que se movían éstos y una tendencia, por parte de las escuelas, a acentuar su función de
enseñanza, en detrimento de una visión educativa más global y comprehensiva. También provocó
desajustes e incoherencias entre las demandas sociales y lo que ofrecía la escuela, convirtiéndole en
una institución criticada y con una menor valoración social.
Los centros han de abrirse a su entorno. Pero, para ser realmente funcionales, necesitan man-
tener un equilibrio entre su grado de apertura y de clausura. Ésta es importante porque les permite
construir, consolidar y preservar su propia identidad, evitando ser arrastrados por las demandas,
presiones, valores y normas del entorno. Los centros ponen sus límites ante el exterior, fundamental-
mente, a través del uso de los filtros que su cultura plantea ante los múltiples estímulos, peticiones,
exigencias, normativas y juicios que les llegan desde fuera.
Las escuelas necesitan desarrollar un intercambio equilibrado y productivo con su entor-
no, desarrollando canales abiertos y eficaces de comunicación a todos los niveles, que le posibilite
atender tanto a las demandas de su contexto próximo como a las necesidades del sistema social más
amplio, permitiéndole, al mismo tiempo, desarrollar y mantener las características específicas que
constituyen su identidad.
220 quintín álvarez núñez: Los centros educativos como organizaciones
Las acciones de sus miembros están impulsadas, sobre todo, por la consecución de sus in-
tereses, tanto individuales como grupales, existiendo una gran variedad y confluencia de éstos, que
configuran diferentes relaciones de poder, condicionando el tipo y calidad de las interacciones. Los
profesores, como los estamento de otras organizaciones, también defienden sus intereses particula-
res. Existen muchas dimensiones organizativas, asociadas a cuestiones ideológicas, en la que éstos
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se ponen en juego: “los problemas o decisiones particulares ponen de relieve el hecho de que, al
igual que los actores de otras clases de organizaciones, los profesores están dedicados a promover
sus intereses creados, personales y de grupo tanto como, o en relación con, sus adhesiones ideoló-
gicas. Cuando se acuerdan políticas y se toman decisiones, están en juego recursos (materiales y
sociales), carreras y reputaciones” (Ball, 1989: 33)
Cuando un colectivo de personas comparte determinados intereses comunes se convierten en
grupos de interés. Estos colectivos pueden vivir en un estado que va desde la aparente tranquilidad
hasta los constantes enfrentamientos, dependiendo del nivel de recursos disponibles y del tipo de
clima social. Pueden unirse entre ellos formando coaliciones, con carácter temporal o más estable, y
luchar contra otros grupos, utilizando un amplio abanico de estrategias para imponer su perspectiva
y lograr sus objetivos. Surgen conflictos y confrontaciones ideológicas relacionadas con los inte-
reses divergentes de los distintos grupos e individuos y con las luchas de poder que se desarrollan
en los centros. Esta pugna a veces aparece de una manera explícita y otras funciona de una manera
soterrada, condicionando las interacciones diarias. Como ya señalamos en otro trabajo (Álvarez
Núñez, 2001), ello tiende a generar una colaboración compleja y problemática, con grandes dificul-
tades para lograr una participación plena y efectiva de los miembros —y particularmente de padres
y alumnos— en la organización y gestión de los centros, limitándose, así, el grado de auténtica
democratización de éstos. Aunque teóricamente se pretende que sea una institución participativa, en
cuyo gobierno colabore toda la comunidad educativa, la falta de un tiempo institucionalizado para la
gestión y las pocas horas que pueden dedicarse realmente a ésta, incluso por parte de los docentes,
crea limitaciones serias en su práctica, de modo que ésta sigue siendo una función casi exclusiva del
equipo directivo.
puesto tan complejo como el de director. Su poder de referente depende, básicamente, de su carisma,
pero no es algo que esté intrínsecamente asociado a su estatus profesional. A ello se suma la relativa
autonomía de los profesores en muchos campos. De ahí que las posiciones de autoridad de los direc-
tores sean débiles y su poder en los centros limitado.
Otro factor que incide en esta situación es que, las autoridades escolares tienen, por encima
de ellos, en muchos campos de decisión, a otros cargos jerárquicos de la Administración. Esto hace
que, en muchas ocasiones, se produzca un sistema de delegación incompleto en el cual la Admi-
nistración le pide a los directores que realicen unas funciones y éstos deben llevarlas a cabo pero
sin contar con los medios adecuados, es decir, careciendo de una autoridad real, con una capacidad
limitada para tomar decisiones relevantes y sin disponer de los recursos necesarios.
Por todo lo cual, un director puede detentar la autoridad formal del centro pero tener realmen-
te muy poco poder, entendido como capacidad de influencia clara y directa sobre los profesores. Así
éste, para tener éxito en la organización, ha de cultivar sus “habilidades políticas”: saber negociar,
colaborar, presionar, establecer alianzas, etc.
culturas. Es importante que, desde el respeto y la comprensión, éstas se integren en la general, para
poder construir una cultura fuerte, evitando pugnas y competencias que pueden dañar la cohesión del
centro. Cuando existe una cultura cohesionada puede llevarse a cabo una política educativa común.
Si la cultura es fragmentada con subculturas que compiten entre sí, cada una tiende a desarrollar su
propio sistema de valores y creencias, que reinterpreta y desarrolla los objetivos oficiales en función
de sus propios intereses
Al ser la cultura una dimensión particular e idiosincrásica de cada centro, se requiera un
estudio individual, concreto de cada uno y no análisis generalizables de éstos y, para comprender lo
que sucede en ellos, resulta fundamental captar y entender su cultura.
nadie usa (…) Incluso aunque los procesos no produzcan resultados, aún son importantes. Sirven
como rituales y ceremonias que proporcionan escenarios para el drama, oportunidades para la auto-
expresión, fórums para airear los agravios y lugares para la negociación y comprensión de nuevos
significados”. (Bolman y Deal, 1989: 174–175)
De ahí que en los centros exista, con frecuencia, una ruptura entre los procesos desarrollados
y los resultados obtenidos. Puede afirmarse, así, que los primeros tienen, fundamentalmente, un
valor simbólico y no necesariamente funcional. Ello sucede en relación con procesos como la plani-
ficación, la evaluación, y la innovación y el cambio.
La planificación aparece no como un mecanismo para organizar lo que se va a hacer, los
pasos a dar y la temporalización de las diversas actividades, sino más bien para proyectar la imagen
de una organización eficaz, aunque todo ello tenga una escasa aplicación sobre lo que, de verdad,
se realiza en el centro. Puede verse como una tentativa para mantener y consolidar su legitimidad,
hacia el entorno y hacia sus propios miembros, presentando una imagen de buena gestión: “la pla-
nificación puede no determinar el futuro ni comunicar decisiones, pero la organización aún la nece-
sita. Ésta transmite la impresión de previsión y racionalidad que estimula a los extraños a creer en
la organización y proporciona apoyo. La planificación crea atractivos cubos de basura y sirve como
escenario para importantes rituales y dramas” (Bolman y Deal, 1989: 178–179).
La función principal de los procesos de evaluación es la de proyectar una buena imagen
de la escuela hacia el exterior, como una organización activa, respetable, interesada en medir sus
logros y en establecer el grado de eficacia de sus actuaciones, diagnosticando aquellos aspectos que
son susceptibles de mejora. Sin embargo, esta pretensión teórica es negada en la práctica porque,
lo habitual, es que los resultados de esta evaluación no se utilicen para realizar cambios reales en la
vida organizativa. En su lugar, estos datos pueden usarse como argumentos cuando existen luchas
políticas o para justificar decisiones que podían haberse tomado a través de otros mecanismos. Así,
la evaluación juega un importante papel en la vida organizativa porque evita un debate serio sobre
lo que realmente hacen los docentes y lo que, de verdad, aprenden los alumnos. Su función en las
organizaciones se sintetiza así:
“La evaluación persiste porque sirve a importantes propósitos simbólicos. Sin ella podríamos pre-
ocuparnos por la eficiencia y efectividad de las actividades. La evaluación produce ‘números má-
gicos’ para ayudarnos a creer que las cosas están funcionando. Muestra que las organizaciones
se toman las metas en serio. Demuestra que una organización se preocupa y quiere mejorar. Las
evaluaciones proporcionan oportunidades para que los participantes compartan sus opiniones y
éstas sean públicamente oídas y reconocidas. Los resultados de la evaluación ayudan a las personas
a reetiquetar viejas prácticas, proporciona oportunidades para la aventura y promueve nuevas creen-
cias” (Bolman y Deal, 1989: 181)
Los procesos de innovación y cambio, en particular cuando las propuestas proceden de la
Administración educativa, no tienen necesariamente una influencia relevante sobre las prácticas
escolares. Su fin fundamental es fomentar en la sociedad la idea de que la Administración y los po-
líticos valoran la relevancia social de la educación y se preocupan por mejorar su situación. Cuando
el cambio se pretende desde el interior del centro, puede servir para evidenciar ante la comunidad el
interés por mejorar sus actuaciones y “vender” la imagen de una organización actual, viva e inquieta
por su progreso.
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Por último, la falta de control sobre lo que hace la escuela se convierte en un factor que
refuerza la rutina y desincentiva la innovación y el cambio: “el escaso control democrático que se
ejerce sobre la escuela conduce a que ésta no se vea forzada a replantear los enfoques desde los que
actúa y las prácticas que pone en funcionamiento” (Santos Guerra, 2000: 87).
Conclusiones
Del conjunto de características recogidas podemos extraer el perfil de la escuela como una
institución compleja y conflictiva; organizativamente débil; escasamente vertebrada; que se apoya
en características formales superficiales para construir una fachada disociada de sus prácticas reales;
con altas dosis de incertidumbre, ambigüedad, inestabilidad y rigidez en su dinámica; constituidas
por personas con intereses, necesidades y perspectivas diferentes; con serios desajustes en relación
a las demandas, necesidades y requerimientos del entorno social en el que se sitúa y con dificultades
para cambiar y adaptarse a éstos.
Al mismo tiempo aparece la imagen de una organización con características particulares y
diferenciadas y que, en consecuencia, reclama un estudio específico: “todas estas singulares diferen-
cias hacen que las organizaciones escolares sean consideradas especiales y necesitadas de estudios
propios, sin que ello haya de significar una negación de las escuelas como organizaciones ni el des-
precio a las aportaciones que los estudios genéricos sobre organización puedan representar” (Gairín,
1996: 107). Esta necesidad es aún mayor si consideramos que todo este conjunto de características
se combinan en cada centro de una manera diferente, haciendo que cada uno sea algo particular,
único e irrepetible. Por consiguiente, si queremos obtener una comprensión amplia y precisa del
funcionamiento de cada escuela, que pueda facilitarnos una corrección adecuada de sus disfuncio-
nes estructurales y organizativas, necesitamos una atención y un estudio específico, adaptado a cada
caso concreto. De ahí la importancia de investigaciones de tipo Etnográfico e Interpretativo, que
nos permitan analizar y comprender, en profundidad, como funcionan realmente las escuelas en su
realidad cotidiana.
Otra cuestión importante a tener en cuenta es el carácter dialéctico y complejo de estas carac-
terísticas. Aquí hemos expuesto, para simplificar la exposición, una visión más unilateral subrayan-
do algunas de sus disfunciones. Sin embargo, muchas pueden presentar también efectos positivos.
Así, la obligatoriedad universal de asistencia a la escuela constituyó en su momento una conquista
que permite a toda la población obtener beneficios en forma de conocimientos, competencias y
habilidades de diverso tipo y con indudables ventajas sociales; el carácter “débilmente articulado”
de los centros favorece un mayor grado de autonomía de actuación a las diferentes subsistemas y
facilita la estabilidad del todo, haciendo que unas partes permanezcan inalterables mientras otras
230 quintín álvarez núñez: Los centros educativos como organizaciones
cambian; puede favorecer una mejor adaptación de determinados subsistemas a las demandas del
entorno; impedir que las deficiencias o disfunciones de una parte afecte al todo; la existencia de
líneas de poder ambiguas en la interacción dirección-profesores posibilita que los docentes disfruten
de un mayor grado de autonomía para elegir las prácticas que son más coherentes con sus propias
filosofías educativas; etc.
Las características expuestas nos ayudan, así mismo, a comprender que las instituciones edu-
cativas son difícilmente transformables desde la simple presión exterior y desde la promoción de
cambios estructurales. Es necesario que los propios centros asuman su necesidad y se impliquen
activamente en ellos. Para que un cambio pueda desarrollarse en profundidad, llegue a consolidarse
y tenga un impacto significativo, no puede limitarse a actuar sobre las dimensiones más externas
y formales del centro sino que ha de ser, necesariamente, un cambio cultural. La cultura puede ser
un poderoso aliado o un feroz oponente a éste. Por lo tanto, quienes quieran promover una mejora
exitosa, deben comenzar por valorar la aceptación que la cultura de la escuela realiza del cambio y
tener en cuenta si es la propia cultura la que necesita cambiarse. Así, el cambio escolar implica un
proceso de reconstrucción social y cultural desarrollado durante un período más o menos prolonga-
do de tiempo, para lograr el progreso y la mejora de la institución.
Los cambios han de partir de las reflexiones y la toma de conciencia sobre su necesidad por
parte de toda la comunidad escolar y particularmente de los profesionales que trabajan en ella. Es
necesario convertir a la escuela en una “comunidad de aprendizaje” (Santos Guerra, 2000) capaz de
elaborar un proyecto común debatido y compartido ilusionadamente por todos y de embarcarse en
una actuación cooperativa y coordinada.
Por otra parte, existen muchos indicadores de que la escuela como institución está actualmen-
te en crisis. Entonces: ¿qué alternativas podemos adoptar ante esta situación? ¿Qué podemos hacer?
Obviamente, los centros no están irremediablemente condenados a moverse siempre con unas metas
vagas y múltiples; con baja coordinación entre sus partes; desavenencias en las prácticas desarrolla-
das por los diferentes profesionales, líneas de poder ambiguas,… Pero, para cambiar esta dinámica,
no basta con recoger unas metas o unos mecanismos de coordinación formales o elaborar un plan o
proyecto de centro. Más bien, se requiere una mayor implicación de los diferentes estamentos en la
vida organizativa, junto con un trabajo común de análisis, reflexión, debate y negociación constante
entre sus miembros. Éste ha de abordar lo que se quiere hacer en ese centro, por qué elegir esas
metas y cómo se pueden lograr, para construir una filosofía común sobre lo que ha de ser la escuela
y hacia dónde ha de caminar, hasta llegar a elaborar unas metas conjuntas y claras, unas normas
precisas y asumidas por todos, unos mecanismos de colaboración compartidos,… Es importante
que, en las escuelas, se construya una cultura fuerte con valores, creencias y normas que lleven a una
práctica educativa coordinada, intensa y eficaz.
El desarrollo de la autonomía escolar ha de producirse, tanto a nivel curricular como organi-
zativo, y de un modo equilibrado. En él juega un papel fundamental la Administración: dotando los
recursos necesarios, ayudando a crear equipos docentes congruentes y estables, ofreciendo una for-
mación adecuada, considerando los tiempos necesarios para la gestión, promoviendo intercambios
entre diversos centros, favoreciendo el diálogo familia-escuela, etc.
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Necesitamos construir centros educativos renovados que sean capaces de dar respuesta a las
demandas de esta nueva sociedad que se está construyendo día a día:
“En esta sociedad postindustrial y postmoderna, caracterizada por el cambio acelerado, la diversi-
dad cultural, la complejidad tecnológica, la inseguridad nacional y la incertidumbre científica, los
tipos de organizaciones con más posibilidades de prosperar, son las caracterizadas por la flexibili-
dad, la adaptabilidad, la creatividad, el aprovechamiento de las oportunidades, la colaboración, el
perfeccionamiento continuo, una orientación positiva hacia la resolución de problemas y el com-
promiso para maximizar su capacidad para aprender sobre su ambiente y ellas mismas (…)” (Díez
Gutiérrez, 2002: 82)
Este es el reto y el camino que tienen por delante las organizaciones escolares si quieren
progresar y caminar de la mano de las nuevas demandas de la sociedad de la información y el co-
nocimiento, para poder ayudar, así, a alumbrar un nuevo modelo de ciudadano más crítico, flexible,
participativo, solidario y abierto al mundo y a la diversidad.
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