El Reino de Dios

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El reino de Dios - Hechos 1:6-

11
(Hch 1:6-11) “Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor,
¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber
los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis
poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo
dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de
sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba,
he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales
también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo
Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al
cielo.”

Introducción
Los primeros versículos de Hechos tratan sobre una serie de acontecimientos de tal
importancia que obligatoriamente debemos conocer y relacionar correctamente entre sí, si
queremos cumplir con la comisión que el Señor nos ha encargado. Hagamos un breve
resumen de ellos:
• En primer lugar, encontramos que Jesús dedicó una parte importante de los
cuarenta días que pasó con sus discípulos después de su resurrección a hablarles
“acerca del reino de Dios” (Hch 1:3). Hasta ese momento el concepto del “reino” se
asociaba estrechamente con Israel, pero ¿cómo quedaban las cosas después de
que la nación judía había rechazado y dado muerte a su Mesías?
• Otro suceso de gran trascendencia fue la ascensión del Señor al cielo. Esto
necesariamente marcaba un antes y un después tanto en relación con la
manifestación del reino, así como con la forma en la que el Señor se iba a relacionar
con sus discípulos desde ese momento.
• La glorificación del Señor Jesucristo facilitó el descenso del Espíritu Santo. Y como
los profetas del Antiguo Testamento habían señalado con frecuencia, el
derramamiento del Espíritu de forma generosa y universal sería una de las
principales señales y bendiciones del reinado del Mesías. Ahora bien, cabe
preguntarnos de qué manera el Espíritu hace presente el gobierno de Dios en el
tiempo presente, porque evidentemente no se ajusta a lo que los judíos estaban
esperando.
• Unido al descenso del Espíritu Santo encontramos la comisión que el Señor hizo a
sus apóstoles y discípulos: “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y
hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8). Esto también introducía un cambio muy
importante en cuanto a lo que había sido la tendencia de Israel por siglos. Ellos
estaban acostumbrados a que las naciones se interesaran por el Dios de Israel y
fueran hasta Jerusalén a encontrarse con él en su templo, pero ahora el Señor

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invierte el orden, y envía a sus discípulos a salir desde Jerusalén con las buenas
noticas del evangelio y llegar hasta lo último de la tierra.
• Por último, tendremos ocasión de considerar las palabras de los dos ángeles que se
colocaron junto a los apóstoles en el momento cuando Jesús ascendía al cielo, y
que les informaron acerca de su segunda venida: “Este mismo Jesús, que ha sido
tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch 1:11).
Quedaba abierto, por lo tanto, un período entre su ascensión y segunda venida, que
ya se extiende por casi dos mil años, y que está marcado por el mandato de
testificar a todas las naciones acerca del Señor Jesucristo y su Obra en la Cruz.
Como podemos apreciar, se trata de acontecimientos fundamentales para la fe cristiana, y
que en este breve pasaje no sólo son mencionados, sino que aparecen relacionados entre
sí, dándonos una visión global de las sucesivas etapas que Dios está siguiendo para el
establecimiento final de su Reino de manera visible en esta tierra.

El concepto del Reino de Dios


Hemos visto que Jesús estuvo enseñando a sus discípulos “acerca del reino de Dios”, y
ahora vamos a considerar que la última pregunta que ellos le hicieron versaba sobre este
mismo tema: “¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”. El tema del reino de Dios
está presente a lo largo de todas las Escrituras, dando cohesión a todas sus partes. Tan
amplio e importante es, que antes de seguir adelante, creemos que es conveniente que
repasemos algunas cuestiones básicas sobre lo que es el reino de Dios y cómo se
manifiesta.
1. El reino de Dios lo abarca todo
Básicamente podemos decir que un reino es el ámbito sujeto a la autoridad de un rey. Y
en el caso del reino de Dios incluye absolutamente todo lo creado. Porque como dijo
Pablo, “de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos.
Amén.” (Ro 11:36). Por supuesto, esto no sólo incluye el mundo de los hombres, sino que
abarca también a todas las huestes espirituales. El salmista expresó el dominio absoluto
de Dios sobre toda su creación de la siguiente manera:
(Sal 103:19-22) “Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre
todos. Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que
ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a Jehová,
vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su voluntad. Bendecid a
Jehová, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su señorío. Bendice, alma
mía, a Jehová.”
Y además de abarcarlo todo, su reino tampoco conoce ninguna limitación de tiempo, sino
que se extiende por toda la eternidad.
(Sal 145:13) “Tu reino es reino de todos los siglos, y tu señorío en todas las
generaciones.”
2. Oposición dentro del reino de Dios
Pero habiendo dicho esto, también debemos reconocer que cuando miramos a nuestro
alrededor vemos que hay muchas cosas que no se ajustan a la voluntad de Dios revelada
en su Palabra. ¿Qué está pasando? ¿Es real el gobierno de Dios o es sólo una bonita
ilusión?

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La Biblia, con el realismo que le caracteriza, se hace eco de esta oposición contra el
gobierno de Dios. Sin darnos demasiados detalles, nos informa que la rebelión que vemos
en nuestro mundo, fue precedida por otra entre los mismos ángeles. Y aunque no
sabemos cómo se originó este reino satánico de tinieblas morales y espirituales, los
primeros capítulos del libro de Génesis nos explican que esta rebelión se introdujo en
nuestro mundo por la acción de Satanás que fue seguida por Adán y Eva (Gn 3:1-6).
Esta actividad contraria a la voluntad del Rey eterno oscurece el reino de Dios en este
mundo. No cabe duda de que el pecado ha dañado gravemente la belleza y hermosura
que inicialmente existió antes de la entrada de este elemento de rebeldía.
Debido a esta autoridad usurpada, Satanás es conocido como el “príncipe de la potestad
del aire” y su influencia es ejercida sobre los habitantes de este mundo (Ef 2:2) y también
está en guerra constante contra los mismos creyentes (Ef 6:10-13).
3. El plan de Dios para el “restablecimiento” de su reino
La presencia en nuestro mundo de esta rebelión contra el gobierno de Dios, rápidamente
se extendió por toda la raza, alcanzando tal magnitud que algunos se preguntan con cierta
lógica si realmente él sigue siendo el Soberano que dirige los destinos de este mundo, o si
su posición como rey es tan solo una figura decorativa heredada del pasado, que como en
muchas monarquías en nuestras sociedades contemporáneas, tienen un papel simbólico,
estando en realidad sujetas a la población, que es quien toma las decisiones de forma
democrática.
La historia bíblica deja claro que Dios nunca ha abdicado como Rey legítimo de este
mundo, ni tampoco acepta ser su Rey en un sentido simbólico. Dios tiene el poder y el
derecho legítimo para acabar con cualquier rebelión, y de hecho lo hizo cuando trajo el
diluvio universal sobre este mundo (Gn 6-7), o destruyó ciudades concretas como
Sodoma y Gomorra (Gn 19:1-29), o dispersó a la sociedad altiva que se levantó contra él
en Babel (Gn 11:1-9).
Sin embargo, aunque Dios tuvo que intervenir en juicio debido al peligroso incremento de
la inmoralidad, su deseo nunca ha sido destruir al hombre. Su propósito no es establecer
su reino en este mundo por la fuerza, que evidentemente podría hacerlo, sino que su plan
es otro muy diferente.
A lo largo de todo el Antiguo Testamento encontramos anuncios de este plan de
restauración que Dios se propone. En relación a esto tenemos que recordar el
llamamiento que hizo a un hombre, Abraham, de quien después formaría la nación de
Israel. Su intención era manifestar su voluntad por medio de un pueblo, donde su reino
universal que jamás se interrumpe, fuese manifestado de manera visible en nuestro
mundo. Con este fin estableció un pacto con Abraham por el que le garantizaba
bendiciones personales, la multiplicación de su simiente, la posesión de la tierra
prometida, y la protección de la raza contra sus enemigos. Todas estas promesas de
bendición para toda la raza encontraban su base en su “simiente”, es decir, en un
descendiente suyo (Gn 15:1-21).
Dios empezó a cumplir sus promesas y la nación de Israel quedó formada tras su salida
de Egipto y su establecimiento en la tierra prometida. En ese tiempo Dios gobernaba
directamente sobre su pueblo por medio de hombres que no eran reyes, sino instrumentos
de Dios, quien era el único Rey. Fue un tiempo en que Israel era una teocracia.
Pero la degeneración del pueblo, del sacerdocio y de los jueces, hicieron que Israel
cayera una y otra vez en manos de sus enemigos. Fue entonces cuando Dios intervino

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para nombrar a David como rey sobre la nación (Sal 78:56-72). Y también hizo un pacto
con él por medio del cual Dios se comprometía a levantar de entre sus descendientes a
uno que se sentaría en su trono eternamente (2 S 7:8-16).
Con el tiempo los reyes de la dinastía de David llegaron a su fracaso inevitable, al punto
de que Israel fue llevado en cautiverio a Babilonia, y la ciudad de Jerusalén y su templo
destruidos. Sedequías fue el último rey de la dinastía de David que gobernó sobre el
pueblo judío (2 R 25:1-7). Es cierto que algunos judíos retornaron a Jerusalén y a Judea
en tiempos de Esdras y Nehemías, pero tanto ellos como sus descendientes se
encontraron siempre bajo el dominio de las grandes potencias de Persia, Grecia y Roma,
aparte de un breve intervalo de independencia bajo los primeros Macabeos, que tampoco
tenían derecho legítimo al trono.
En ese ambiente, dadas las catástrofes de la historia de Israel, todo el pueblo estaba
expectante esperando la venida del Mesías. El profeta Daniel, quien escribió desde el
cautiverio en Babilonia, tuvo una esperanzadora visión del futuro de la nación. Él anunció
a un “hijo de hombre” quien establecería en este mundo la soberanía de Dios:
(Dn 7:13-14) “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo
venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron
acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca
pasará, y su reino uno que no será destruido.”
La “simiente” prometida a Abraham en la cual serían benditas todas las naciones de la
tierra, el “hijo de David” que se sentaría eternamente en el trono de Dios, y el “hijo del
Hombre” del que habló el profeta Daniel, y del que se dice que le fue dado dominio, gloria
y reino sobre todos los pueblos, todos ellos se referían a una misma persona, el Mesías
de Dios.
Resumiendo podemos decir que en la historia de Israel se entremezclan continuamente
los fracasos de la nación con las promesas que Dios les hacía de bendición a través de su
Mesías. Dios quería establecer su reino en este mundo a partir de Israel, pero era
evidente que su fracaso como nación arruinaba una y otra vez el proyecto. Porque a pesar
de que ellos habían tenido unos privilegios únicos en su trato con Dios, y habían recibido
de él leyes justas que los hacía un pueblo especial, sin embargo, su naturaleza caída les
hacía tropezar una y otra vez. Y esta misma sigue siendo la experiencia en todas las
partes de este mundo. A pesar de haber visto grandes avances en muchas áreas del
saber humano, seguimos sin lograr erradicar cuestiones tan dolorosas como las guerras,
el hambre, la explotación de los menos favorecidos y un sinfín de lacras sociales que nos
deberían avergonzar como seres humanos.
En último término, si este mundo ha de ver el reino justo de Dios, éste nunca podrá ser
establecido sobre el humanismo, porque precisamente el hombre y su naturaleza
pecadora es la clave del problema. Y Dios sabe perfectamente que en tanto que no
solucione el problema del pecado en el ser humano, será imposible establecer su reino.
Como ya hemos visto, Dios se proponía hacer esto por medio del Mesías que vendría de
la descendencia de Abraham y del rey David. Pero el Antiguo Testamento no sólo
indicaba por medio de quién se iba a establecer su reino, sino también la forma en que lo
haría. El profeta Isaías anunció que el Mesías, el Siervo de Jehová, quitaría el pecado del
hombre por medio del sacrificio de sí mismo:
(Is 53:5-6) “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos

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nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas
Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”
Todo esto se cumplió en la persona del Señor Jesucristo, “hijo de David, hijo de Abraham”
(Mt 1:1). Y por su muerte en la Cruz derrotó al pecado y estableció el fundamento
inconmovible de su reino. Él sabía que sería imposible establecer los principios de su
reino en personas pecadoras, antes era necesario librar al hombre de la esclavitud del
pecado. Por eso cuando los judíos quisieron venir “para apoderarse de Jesús y hacerle
rey, volvió a retirarse al monte él solo” (Jn 6:15).
4. La venida del Mesías
Con la venida del Señor Jesucristo se inauguró una nueva etapa en la manifestación del
Reino de Dios. Y el tema del reino es tan importante que impregna toda la predicación de
Jesús. Según el evangelio de Marcos, comenzó su ministerio de esta manera:
(Mr 1:14-15) “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando
el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios
se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.”
El centro de esta proclamación es el anuncio de la proximidad del reino y la necesidad de
la conversión y la fe para poder entrar en él. Pero ¿en qué sentido el reino estaba cerca?
Bueno, aquí tenemos que asociar el reino de Dios con la persona de Cristo. El mismo Rey
había venido a este mundo rebelde y estaba obrando en medio de él. Esto es lo que se
desprendía de sus palabras cuando dijo a los judíos: “mas si por el dedo de Dios echo yo
fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11:20). Esta
nueva proximidad del reino residía en él mismo. A través de su presencia y su actividad,
Dios entró en la historia de un modo totalmente nuevo. Por esta razón dice que “el tiempo
se ha cumplido”.
Ahora bien, el concepto del reino de Dios que los judíos esperaban, distaba mucho del
que Cristo había venido a establecer en su primera venida. A los mismos discípulos les
costó mucho asimilarlo, y la mayoría de los judíos rechazaron a Jesús porque no
satisfacía sus expectativas en cuanto a su concepto del reino. Vamos a considerar
brevemente algunas de estas diferencias:
• Por ejemplo, en el judaísmo todo estaba centrado en la colectividad del pueblo
elegido, mientras que el mensaje de Jesús era sumamente individualista. Estaba
dirigido a cada persona para que recibiera su palabra, se arrepintiera y pusiera la fe
en él. De esta manera, la parábola del sembrador servía para mostrar las diferentes
reacciones de la persona ante la Palabra sembrada en su corazón (Mr 4:1-20).
• En consecuencia, el reino de Dios que Cristo anunciaba no se podía localizar en
ningún mapa, como ocurre con todos los reinos de este mundo. Su lugar está en el
interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.
• Por otro lado, el reino que Cristo predicaba no entraba en conflicto con los reinos de
este mundo. Fue en este sentido que le dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo;
si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera
entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn 18:36). Y esta fue una de
las razones por las que muchos judíos de su tiempo le rechazaron, porque no
establecía un reino político en oposición a los romanos.
• Y también la forma en que su reino se extendía era silenciosa. “Preguntado por los
fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de

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Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el
reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17:20-21).
5. La reacción de la nación judía ante la venida del Mesías
Como decíamos, los judíos esperaban un Mesías político que los librara del yugo de
Roma, pero como vemos, éste no era uno de los objetivos de su venida. Para Cristo,
mucho más grave que la presencia de los romanos en su tierra, era la presencia del
pecado en sus vidas. Liberarles de esto último era el objetivo de su primera venida.
Así que finalmente Cristo fue rechazado por la parte “oficial” de Israel, quienes
promovieron, y finalmente lograron, que el gobernador romano lo crucificase.
Y cuando Jesús fue clavado en una cruz, muchos que pensaban que él era el Cristo que
había de redimir a Israel, quedaron abatidos y desconsolados (Lc 24:18-21). Todas sus
esperanzas se desvanecieron.
Pero Dios no había fracasado en su intención de establecer su reino en este mundo por
medio de su Mesías, ya que en realidad los fundamentos habían quedado establecidos
definitivamente por medio de su muerte y resurrección, ya que en realidad, sólo de esta
manera podía ser justificado el pecado y el reino de Dios instaurado en el corazón de las
personas. De esta manera el enemigo fue derrotado, perdiendo sus armas por las que
tenía prisioneros a los hombres, que como sabemos son el pecado y la muerte (He 2:14-
15).
6. El futuro de Israel
Después de la muerte y resurrección de Cristo, la mayoría de la nación judía continuó
rechazándole, por lo que la nueva iglesia cristiana se constituyó principalmente por
gentiles.
Por otro lado, los judíos continuaron sin ser independientes, y mucho menos después de
que el general Tito, en el año 70 de nuestra era, destruyera el templo y la ciudad de
Jerusalén, dispersando por todo el mundo a los judíos que lograron sobrevivir.
Ante este escenario cabe preguntarse si Israel va a volver a contar en los planes de Dios
para su reino. ¿Qué va a ocurrir con las numerosas profecías que así lo confirmaban?
El apóstol Pablo trata en Romanos capítulos 9 al 11 la posición de Israel presente y futura.
Y allí reafirma que a causa de su incredulidad y endurecimiento han sido desechados,
pero no para siempre, porque “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro
11:29). De modo que finalmente todo Israel será salvo y medio de grandes bendiciones
para el mundo.
(Ro 11:25-28) “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no
seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel
endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego
todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará
de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados.
Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en
cuanto a la elección, son amados por causa de los padres.”
¿Cuándo ocurrirá esto? Según este texto, cuando “haya entrado la plenitud de los
gentiles” y venga “el Libertador”. La “plenitud de los gentiles” se refiere a la Iglesia, que en
este tiempo es de mayoría gentil. Y después de esto hay indicios en las Escrituras de una
época final de tribulación para la nación de Israel que terminará con la venida del

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“Libertador” y la conversión de la nación judía. Este destino futuro de Israel se relaciona
estrechamente con el “Reino Milenial”.
La raza judía ha sido conservada milagrosamente a través de los siglos a pesar de
violentos movimientos antisemitas, y ahora se hallan otra vez en Palestina, habiendo
adquirido de nuevo su categoría de nación, y han vuelto a hablar el antiguo hebreo por
primera vez desde su cautiverio en Babilonia. Todo esto es evidencia de que Dios no se
ha olvidado de ellos, y aunque al presente siguen rechazando a su Mesías, todo parece
estar siendo conducido para su restauración final.
7. La formación de la Iglesia
Cuando Israel rechazó a su Mesías, Dios entregó el reino a otro pueblo. Esto fue lo que el
Señor anunció por medio de la parábola de la viña y los labradores malvados: “el reino de
Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mt
21:33-46).
Este pueblo es la Iglesia, formada mayormente por gentiles. Este nuevo concepto del
reino de Dios no había sido anunciado en el Antiguo Testamento, era un misterio que los
apóstoles, y en especial Pablo, se encargaron de revelar en el Nuevo Testamento.
8. El reino de Dios escatológico
Algunos se han mostrado decepcionados con la Iglesia. Dicen en tono crítico: “Jesús
anunció el Reino de Dios y ha venido la Iglesia”. En realidad, esperaban que el reino de
Dios transformaría el mundo y lo que ha llegado es algo que evidentemente deja mucho
que desear. Además ¿dónde quedan aquellas promesas de un reino glorioso del que los
profetas del Antiguo Testamento habían hablado en tantas ocasiones?
Frente a todo esto, el reino de Dios en su manifestación presente, ya sea en el individuo o
en la iglesia, es sin duda una realidad humilde. Pero el Señor Jesucristo ya había
expresado la escasa importancia de este reino en su etapa actual. Por ejemplo, lo
podemos ver en la parábola de la semilla de mostaza, que es la más pequeña de todas
las semillas (Mt 13:31-32); o en la pequeña parte de levadura que es escondida (Mt
13:33); o en la semilla que se echa en la tierra y allí sufre distintas suertes: la picotean los
pájaros, la ahogan las zarzas, se seca por falta de agua (Mt 13:1-9); o la semilla de trigo
que crece junto a la cizaña (Mt 13:24-30).
Sin embargo, aunque en estas parábolas el comienzo es siempre pequeño y humilde, su
fin presentará otra realidad completamente diferente. De alguna manera todo esto nos
anuncia la próxima irrupción del nuevo mundo de Dios, de su soberanía manifestada de
forma visible en nuestro mundo.
Y en este sentido, el reino de Dios no se introducirá de forma lenta y paulatina, sino que
irrumpirá de pronto. Cristo les dijo a sus discípulos: “Porque como el relámpago que al
fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del
Hombre en su día”. Y sigue comparando su venida futura con las catástrofes que pusieron
fin tanto a la iniquidad del mundo antediluviano como a la de Sodoma y Gomorra, y añade:
“Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste” (Lc 17:22-30).
Este momento es conocido en el Antiguo Testamento como “el día de Jehová”. Y por el
libro de Apocalipsis sabemos que el reino de las tinieblas llegará a su apogeo cuando
Satanás haga surgir su “anticristo”, quien se hará rey y dios de los hombres que no han
querido someterse al Cristo de Dios, pero en la venida del Señor, su atrevida rebelión será
cortada y Cristo destruirá toda oposición y reinará en esta tierra (2 Ts 2:3-12) (Dn 7:19-
27).

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Lógicamente esta aparición en gloria del Señor rodeado de todos sus ángeles con él para
sentarse en su trono (Mt 25:31), irá acompañada con el juicio de las naciones, que
preparará el terreno para la inauguración del reino en manifestación en esta tierra (Ap
19:11-16).

“¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”


Después de estas consideraciones previas acerca del reino de Dios, que seguramente
ocuparon mucha de la enseñanza del Señor a sus discípulos durante esos días, tenemos
que acercarnos a nuestro texto para considerar la pregunta que los discípulos hicieron a
Jesús en relación a este tema: “¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”.
1. ¿Es una pregunta razonable?
Esta pregunta de los discípulos ha suscitado una gran diversidad de comentarios, y la
mayoría de los expositores están de acuerdo en criticar la torpeza de los apóstoles. Sus
argumentos son los siguientes:
Después de tantas enseñanzas como habían recibido del Señor, todavía no comprendían
que el reino era espiritual y universal. Ellos seguían insistiendo en una interpretación
terriblemente literal de la venida del reino. Lo único que parecía interesarles era un reino
material, territorial, político, nacionalista y en el que ellos tuvieran una buena posición sin
tener nada más que hacer. Les parecen unos idealistas que sueñan con establecer una
imaginaria utopía en la tierra.
Realmente nos sorprende la dureza de muchas de las críticas que han recibido. Ahora
bien, no olvidemos que ellos hicieron esta pregunta después de haber escuchado al Señor
tratar este tema durante los últimos cuarenta días previos a su ascensión, y nos cuesta
creer que el Maestro no hubiera sido capaz de enseñarles un concepto tan fundamental
para su misión futura. Más bien, nos inclinamos a pensar que era una pregunta inevitable
después de todo lo que habían aprendido, y por eso fue incluida en el texto inspirado para
nuestra seria consideración. Por supuesto, ellos habían escuchado al Señor hablar sobre
la naturaleza espiritual de su reino y también sobre la necesidad de morir en la Cruz (Mt
16:21-28). También les había explicado que, a diferencia de los reyes de este mundo,
dentro de su reino los primeros puestos se alcanzaban por una vida de servicio (Mt 20:26-
28). Y como sabemos, durante algún tiempo habían ofrecido mucha resistencia para
aceptar estas cosas, que de hecho, no llegaban a comprender plenamente (Lc 18:34).
Pero después de la muerte y resurrección del Señor, su entendimiento fue abierto y
comprendieron que esto era lo que decían las Escrituras acerca del Mesías:
(Lc 24:45-47) “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las
Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y
resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén.”
2. ¿En qué basaban la pregunta?
Es verdad que había importantes profecías que anunciaban los sufrimientos del Mesías, y
que los discípulos no habían tenido en cuenta (Is 53) (Sal 22). Pero como acabamos de
ver, por la resurrección y las enseñanzas posteriores de Jesús, habían llegado a
comprenderlas.

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Ahora bien, ¿qué iba a ocurrir con el resto de profecías que anunciaban el reino glorioso
del Mesías? Porque los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías, pero
también las glorias que vendrían tras ellos:
(1 P 1:10-11) “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros,
inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué
persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual
anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras
ellos.”
Y los apóstoles no tenían ningún tipo de duda acerca de que Jesús era el Mesías
anunciado por las Escrituras, el “hijo de David” prometido. Así pues, ¿por qué no podemos
pensar que deseaban verle exaltado al puesto de dignidad y honor que le correspondía?
¿Tenían que aceptar como algo normal que el Mesías abandonara este mundo en silencio
después de haber sido humillado por las autoridades judías y romanas? ¿No decía el
Salmo 2 que después de que los reyes se unieran contra el Ungido de Jehová y le
rechazaran, Dios pondría a su rey sobre Sión, su santo monte y le daría por herencia las
naciones y como posesión suya hasta los confines de la tierra?
(Sal 2:1-8) “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?
Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y
contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus
cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego
hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira. Pero yo he puesto mi rey sobre
Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú;
yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión
tuya los confines de la tierra.”
Por lo tanto, si el Mesías ya había completado la obra de la Cruz, ¿qué impedía que
estableciera su reino de una forma visible y gloriosa en este mundo? ¿No hay numerosas
profecías del Antiguo Testamento que indicaban señaladas bendiciones para el pueblo de
Israel? ¿No incluía el pacto que Dios había hecho con Abraham y los demás patriarcas un
futuro brillante para Israel, expresado éste en términos territoriales?
En fin, no cabe duda de que ellos estaban seguros de que el Señor cumpliría de una
forma literal todas las promesas que había hecho a su pueblo Israel, por eso no
preguntaron si iba a restaurar el reino a Israel, sino cuándo iba a hacerlo, y como luego
veremos en la contestación del Señor, no encontramos nada que nos haga pensar que él
no se dispusiera a hacerlo.
Además, aunque los apóstoles han recibido fuertes críticas por esperar un puesto en el
reino de Israel, no hemos de olvidar que fue el mismo Señor quien se lo había dicho:
(Mt 19:28) “Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo
del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido
también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.”
(Lc 22:29-30) “Yo, pues os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para
que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las
doce tribus de Israel.”
Algunos reinterpretan todas las profecías del Antiguo Testamento sobre el futuro glorioso
de Israel de una forma espiritual, aplicándolas a la Iglesia en este tiempo. Pero esto no es
coherente, puesto que estas profecías no podían referirse a la Iglesia, ya que ésta no es
mencionada en el Antiguo Testamento, sino que como Pablo enseñó, era un misterio que
había sido revelado en su tiempo por los apóstoles del Señor:

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(Ef 3:5-7) “Misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los
hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu:
que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo y copartícipes de la
promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual yo fui hecho ministro por
el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder.”
Por otro lado, el Señor acababa de anunciar que en pocos días recibirían el Espíritu
Santo, razón por la que no debían irse de Jerusalén (Hch 1:4-5). Y ellos recordaban que
el profeta Joel había hablado del derramamiento del Espíritu en relación con el día del
Señor y el glorioso reinado del Mesías.

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(Jl 2:28-31) “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y
profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y
vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas
derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra,
sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en
sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová.”
Si el Espíritu Santo había de ser derramado sobre ellos en pocos días, ¿no indicaba esto
que la manifestación del Reino parecía inminente? El profeta Joel no dejaba dudas sobre
el hecho de que después de la venida del Espíritu Santo vendría el día del Señor grande y
terrible, cuando Dios restauraría a Judá y Jerusalén, visitaría las naciones gentiles con un
juicio apocalíptico, quebrantaría su dominio sobre Israel y restauraría a Jerusalén como el
centro de la presencia divina. Leamos lo que continúa diciendo el profeta Joel.
(Jl 3:1-2) “Porque he aquí que en aquellos días, y en aquel tiempo en que haré
volver la cautividad de Judá y de Jerusalén, reuniré a todas las naciones, y las haré
descender al valle de Josafat, y allí entraré en juicio con ellas a causa de mi pueblo,
y de Israel mi heredad, a quien ellas esparcieron entre las naciones, y repartieron mi
tierra.”
(Jl 3:11-12) “Juntaos y venid, naciones todas de alrededor, y congregaos; haz venir
allí, oh Jehová, a tus fuertes. Despiértense las naciones, y suban al valle de Josafat;
porque allí me sentaré para juzgar a todas las naciones de alrededor.”
(Jl 3:16-17) “Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y
temblarán los cielos y la tierra; pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la
fortaleza de los hijos de Israel. Y conoceréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que
habito en Sion, mi santo monte; y Jerusalén será santa, y extraños no pasarán más
por ella.”
El Antiguo Testamento prometía que Dios haría muchas cosas por medio del Mesías
cuando viniera. El Señor ya había hecho algunas. Su muerte y resurrección fueron hechos
realmente extraordinarios e insólitos. Pero los profetas del Antiguo Testamento también
anunciaban otras muchas cosas igualmente maravillosas. Veamos lo que decía el profeta
Miqueas.
(Mi 4:1-8) “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová
será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a
él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de
Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos
por su veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y
él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos:
y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada
nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra… En aquel día, dice
Jehová, juntaré la que cojea, y recogeré la descarriada, y a la que afligí; y pondré a
la coja como remanente, y a la descarriada como nación robusta; y Jehová reinará
sobre ellos en el monte de Sion desde ahora y para siempre. Y tú, oh torre del
rebaño, fortaleza de la hija de Sion, hasta ti vendrá el señorío primero, el reino de la
hija de Jerusalén.”
Por tanto, aquí tenemos otra clara la promesa del dominio restaurado a Israel. ¿Cómo
hemos de entender esta hermosa promesa de que un día cesará todo conflicto,
prevalecerá la justicia y el mundo conocerá la paz universal? ¿Es tan sólo la expresión
poética de un ideal, que hemos de procurar pero no alcanzar nunca? ¿O se trata de una
promesa específica de Dios? Y si es realista, y tiene garantías de cumplimiento, ¿qué

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significa exactamente? ¿Cómo hemos de interpretarla? Y sobre todo, ¿cuándo piensa
Dios ponerla en práctica?
Como decimos, algunos han optado por una interpretación espiritual de la profecía de
Miqueas y de otras muchas similares a esta que encontramos a lo largo del Antiguo
Testamento. Así que según ellos, la devolución del dominio de la “hija de Sión” significa el
establecimiento del reino espiritual de Cristo en la iglesia el día de Pentecostés. Pero
notemos que según Miqueas, en ese día muchas naciones rechazarían el conflicto
armado, y cabe preguntarnos ¿qué naciones procedieron al desarme después de
Pentecostés? Si debemos interpretarlo figurativamente, como algo que ha ocurrido en los
corazones de aquellos que se convierten, entonces tendremos que admitir que esta visión
nos hace tener poca esperanza para nuestro mundo, destruido constantemente por las
guerras. Y en consecuencia, tendríamos que admitir que el cristianismo no tiene una
solución realista para el mundo.
Por otro lado, cuando Miqueas dice que “el monte de la casa de Jehová será establecido
por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos” (Mi 4:1),
vemos por el versículo siguiente que se refiere al templo en Jerusalén. Ahora bien, los que
optan por interpretar estos versículos de forma “espiritual”, dicen que esto es una
referencia a la iglesia y a la posición de influencia dominante que ha ejercido sobre el
mundo desde Pentecostés. Pero notemos qué es lo que dice exactamente Miqueas.
Según los versículos 2 al 5, se describe a las naciones que vendrían con agrado a
escuchar la Palabra de Dios, lo que les conduciría a abandonar la lucha armada.
Lamentablemente, los que esperan que esta promesa ya se cumplió en Pentecostés o en
siglos posteriores, no les queda más que un mensaje carente de esperanza para este
mundo. Porque la realidad es que no ha habido ninguna ocasión desde entonces en que
la predicación del Evangelio y el establecimiento del reino espiritual de Cristo haya llevado
a una nación al desarme, y mucho menos a nivel universal. Es más, las naciones
llamadas cristianas han sido y siguen siendo líderes en la producción de armas y con
mucha frecuencia están inmersos en conflictos bélicos por todo el mundo. Además, la
Biblia nos advierte que llegará un momento en que este mundo alcanzará cierto tipo de
paz y seguridad universal, pero será algo ficticio que precederá al terrible día del Señor,
que vendrá en juicio sobre un mundo que no se ha querido arrepentir.
(1 Ts 5:1-3) “Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad,
hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día
del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer
encinta, y no escaparán.”
Frente a un mundo agotado por las guerras, el terrorismo y el hambre, el mensaje del
profeta Miqueas trae una nueva esperanza. Sin embargo, todo esto se desvanece si lo
único que podemos esperar es una interpretación espiritual de estos pasajes. Pero no hay
ninguna razón hermenéutica para interpretarlo así. Y por supuesto, lo que Dios dijo a
través del profeta Miqueas alcanzará su cumplimiento en el tiempo señalado por Dios.
Recogemos aquí otra profecía de Isaías que coincide plenamente con lo expresado por
Miqueas:
(Is 2:2-4) “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte
de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los
collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán:
Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará
sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de

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Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a
muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces;
no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.”
Y así lo creyeron también los apóstoles. Sólo tenemos que escuchar la predicación del
apóstol Pedro afirmando que en la venida de Cristo él restaurará todas las cosas (Hch
3:21), incluyendo el reino a Israel, en el sentido en que Dios lo entiende. ¿Entiende la
Iglesia el proyecto del Reino de Dios tal como lo predicaron Jesús y sus apóstoles?
3. ¿Cuál fue la reacción de Jesús ante esta pregunta?
La pregunta de los discípulos suscitó cierta reprensión del Señor por la curiosidad que
manifestaron los discípulos por saber el tiempo en que sería llevada a cabo la
restauración del reino a Israel.
(Hch 1:7) “Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el
Padre puso en su sola potestad.”
Pero a pesar de esta reprensión, notemos con atención que Jesús en ningún momento
dijo que el reino no fuera a ser devuelto a Israel. De hecho, lo que dio a entender es que sí
le sería devuelto, aunque no les dijo cuándo. El Señor no corrigió la forma en la que ellos
interpretaban la restauración del reino a Israel, explicándoles que debían entenderla de
una manera espiritual. No consta ninguna aclaración de este tipo. Además, si la
restauración se iba a producir de forma espiritual y tendría lugar inmediatamente en el día
de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo, entonces no tenía sentido decir: “no os
toca a vosotros saber los tiempos o las sazones”, puesto que les acababa de explicar que
esto tendría lugar “dentro de no muchos días” (Hch 1:5).
Por otro lado, la respuesta de Jesús tiene ciertos parecidos con su famoso discurso
profético. En aquel caso usó un lenguaje similar para referirse al momento de su segunda
venida. Veamos lo que dijo: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los
cielos, sino sólo mi Padre” (Mt 24:36). Y también Pablo se refiere a “los tiempos y las
sazones” cuando habla de la segunda venida de Cristo (1 Ts 5:1-3). De esto debemos
deducir por la respuesta de Cristo a la pregunta de los apóstoles acerca de la restauración
del reino a Israel, que ésta se produciría en un momento desconocido por ellos, pero que
coincidiría con su segunda venida. Y esta suposición queda confirmada dos capítulos
después cuando Pedro predica exactamente esto mismo. Dirigiéndose a un público judío
que también esperaba la restauración de Israel, les dijo lo siguiente:
(Hch 3:19-21) “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros
pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe
a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo
reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que habló Dios
por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.”
Ahora bien, antes de pasar al siguiente punto, debemos advertir una vez más que a pesar
de que Cristo ya les había reprendido anteriormente por su curiosidad escatológica, ellos
siguieron preguntándole por el momento en que tendrían lugar los acontecimientos del fin.
Y parece que veinte siglos después, el mismo error todavía persiste en ciertos ámbitos. Y
eso a pesar de que todas las previsiones que hasta ahora se han hecho han resultado
equivocadas. Otros se pronuncian dogmáticamente afirmando que tal o cual
acontecimiento de la historia del mundo es una señal de que el fin está cerca o de que se
producirá en cierto tiempo. Este tipo de cosas, además de dejar desconcertados a
creyentes muy sencillos y excesivamente crédulos, es una actitud que el Señor
desaprueba y que debemos evitar. No caigamos en la trampa de ir más allá de lo que la

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Biblia nos permite enseñar, ni demos rienda suelta a la curiosidad natural del hombre
sobre lo que sucederá en el futuro. Observemos en cambio, que la actitud que la Biblia
nos recomienda tener frente a estos sucesos futuros, siempre es la de estar preparados,
expectantes y activos en su servicio.
(Mt 24:44-46) “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del
Hombre vendrá a la hora que no pensáis. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente,
al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo?
Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así.”
4. Las dos venidas del Mesías
Según los judíos entendían el Antiguo Testamento, el Mesías vendría una sola vez. Sin
embargo, el Señor había hablado con frecuencia de su regreso al Padre y de su segunda
venida. Por lo tanto, los discípulos tenían que modificar todas sus ideas previas acerca de
la venida del Mesías. Y era razonable que quisieran saber qué partes del programa
prometido se iban a cumplir en cada una de sus venidas. Al fin y al cabo, ellos eran los
encargados de salir a predicar este programa mesiánico por el cual Dios se proponía
restaurar todas las cosas.
Y lo mismo ocurre con nosotros. Si hemos de ser testigos responsables del Señor Jesús,
debemos conocer con la máxima precisión posible todo el plan de Dios para el
establecimiento de su reino. Tener las ideas poco claras sobre este asunto nos llevará
inevitablemente a la confusión de nuestras esperanzas y predicaciones. Como por
ejemplo algunos de los primeros cristianos en Tesalónica, que llegaron a creer que el día
del Señor que anunciaron los profetas en el Antiguo Testamento se había cumplido ya
antes de la segunda venida de Cristo (2 Ts 2:1-12). Y esto mismo afirman también otras
religiones como los Testigos de Jehová, o los Bah’ais.
5. La explicación del programa
En primer lugar, debemos notar que el reino de Dios es gradual en su expansión. Cuando
Jesús se acercaba a Jerusalén, “pensaban que el reino de Dios se manifestaría
inmediatamente” (Lc 19:11). Y en la pregunta que le hicieron los discípulos después de su
resurrección, se incluía también una referencia al momento en que el Señor restablecería
el reino a Israel. Probablemente su pregunta tenía el siguiente sentido: “¿Es ahora cuando
vas a restaurar el reino a Israel?”.
El Señor no contestó directamente a su pregunta, pero en la parábola que acabamos de
mencionar, el noble se iba a un país lejano para recibir el reino y volver (Lc 19:11-27). Por
lo tanto, la restauración del reino de Dios de un forma visible en este mundo tendrá que
esperar hasta la segunda venida del Señor (Hch 3:20-21).
Así que, en vista de todo esto, si los judíos querían prepararse para la segunda venida del
Mesías, y participar con él en todas las bendiciones de esta gran restauración, debían
arrepentirse. Y por eso el testimonio de la iglesia, fortalecido y dirigido por el Espíritu
Santo, debe tener este mismo propósito. Aunque como el Señor indicó, la predicación
debería ser dirigida a todos los pueblos y naciones (Hch 1:8) (Hch 3:19).
Por lo tanto, queda claro que el propósito del intervalo entre la ascensión del Señor y su
segunda venida no es el de restaurar el reino a Israel, sino el de dar testimonio universal
de Cristo. Hasta la segunda venida del Señor, la misión global de la iglesia en el poder del
Espíritu debe ser anunciar lo que Cristo ha obtenido con su primera visita, y hacer un
llamamiento a la gente para que se arrepienta y crea en él, cómo único modo de
prepararse para su segunda venida.

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