El Alfafero Rebelde
El Alfafero Rebelde
El Alfafero Rebelde
Simbilac apareció un día. Nadie sabe de dónde o por cuál de los caminos ingresó al poblado
indígena, causando asombro entre los moradores por la forma en que tocaba su quena, lo que
motivó que todos dejaran sus quehaceres para escucharlo. Era tan tierna y dulce la melodía
que de los carrizos escapaba, que los pájaros callaban sus trinos para aprender nuevas
tonalidades. La sin igual música invadía todo el frondoso valle y hasta en las paredes de piedra
y de arcilla vibraba el eco, para el agrado y deleite del curaca, de su esposa, y de toda la
servidumbre. De los ojos de los más viejos brotaban lágrimas, irrigando los surcos de sus
curtidos rostros.
Era además Simbilac un hábil alfarero, y enseñó a los hombres del curacazgo a elaborar –de la
arcilla–, hermosos huacos y vasijas que les servían para uso doméstico, como ollas para
preparar sus alimentos y tinajas para guardar el agua y las semillas, ya que hasta entonces los
habitantes solo sabían hacer ollas rústicas y se valían del fruto del poto, como mates, limetas,
guaces y lapas para esos menesteres. Los adiestró hábilmente en el quemado de las piezas
utilizando la hojarasca y el puño de algarrobo. Los colores y la arcilla que usaba Simbilac, y que
conseguía de las canteras sagradas adonde sólo él podía ingresar, eran el blanco y el amarillo
rojizo. El blanco representaba el cielo al amanecer y el rojizo al Sol en la última hora de la
tarde. Además, aprendieron a representar mediante la arcilla los frutos, tubérculos, animales y
paisajes cotidianos que habitaban tanto en la paz como en la guerra.
Cuando todo era prosperidad en el curacazgo, fueron de pronto conquistados por un poderoso
ejército venido del Norte y que procedía de un lugar en donde gobernaba un Rey, quien venía
cargado por sus nobles en litera de oro; y que, valiéndose de su poderío, pueblo que no se
sometía lo arrasaba castigando con la hoguera a los que oponían resistencia, destruyendo sus
templos y palacios para imponerle, por las buenas o por las malas, sus ídolos, dioses y
costumbres, y so pretexto de aceptar las tradiciones de los pueblos oprimidos, los sometía a la
servidumbre aprovechándose de sus riquezas, y anunciando que sus dioses traerían peste y
muerte a quienes no aceptasen las nuevas leyes.