Festiva Ante La Muerte

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Nueva

York, 2058. A nadie le gusta estar solo y mucho menos durante las
vacaciones de Navidad. Para la agencia de citas Personalmente Tuyo es la
época ideal para unir a las almas solitarias.
Un asesino en serie disfrazado de Santa Claus tiene atemorizada a la
ciudad. Sus víctimas aparecen macabramente engalanadas con ornamentos
navideños. La teniente Eve Dallas le sigue la pista y ha realizado un
descubrimiento inquietante: todas las víctimas del asesino han utilizado los
servicios de Personalmente Tuyo.
Mientras el perverso Santa Claus continúa festejando la Navidad de forma
tan sádica, Eve se adentra en el exclusivo mundo de las personas que
buscan el amor verdadero para desvelar la personalidad de un asesino que
ama todo aquello que no puede tener y que por eso mismo lo destruye. Un
mundo en el cual el poder del amor conduce a hombres y mujeres al más
drástico acto de traición.

ebookelo.com - Página 2
J. D. Robb

Festiva ante la muerte


Eve Dallas: Ante la muerte - 7

ePub r1.0
Titivillus 13.06.18

ebookelo.com - Página 3
Título original: Holiday in Death
J. D. Robb, 1998
Traducción: Lola Romaní

Editor digital: Titivillus


ePub base r1.2

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Nadie le dispara a Santa Claus.

ALFRED EMANUEL SMITH

¿Y qué bestia infame, cuya hora por fin ha


llegado, se arrastra hacia Belén para nacer?

YEATS

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Capítulo uno

Soñó con la muerte.


La sucia luz roja del neón latía a través de la ventana mugrienta como un corazón
enojado. Sus destellos hacían que los charcos de sangre que brillaban en el suelo se
vieran ahora oscuros, ahora claros, oscuros, claros, y atravesaran la pequeña
habitación brindando un rápido alivio antes de volverla a sumir en la oscuridad.
Ella se encontraba acurrucada en la esquina, una niña delgada con el cabello
castaño enmarañado y unos enormes ojos del mismo color del whisky que él bebía
cuando tenía dinero para comprarlo. El dolor y la conmoción habían provocado que
esos ojos estuvieran vidriosos y ciegos, y que su piel mostrara el tono gris acerado de
un cuerpo muerto. Miraba al frente, hipnotizada por la luz parpadeante, por la forma
en que ésta se reflejaba en las paredes, en el suelo. En él.
Él, tirado en ese suelo estropeado, nadaba en su propia sangre.
Unos tenues gruñidos como de bestia se le escapaban de la garganta.
Y en la mano de ella, el cuchillo permanecía ensangrentado hasta la empuñadura.
Él estaba muerto. Ella sabía que estaba muerto. Percibía el fuerte y denso hedor
que emanaba de él y que enrarecía el aire. Era una niña, era sólo una niña, pero el
animal que había dentro de ella reconocía el olor y, al notarlo, sentía tanto miedo
como euforia.
Él brazo que él le había roto le dolía insoportablemente. Ese punto entre las
piernas le quemaba y le supuraba después de la última violación. No toda la sangre
que la cubría era de él.
Pero él estaba muerto. Se había terminado. Estaba salvada.
Entonces él giró la cabeza, como una marioneta movida por los hilos, y el dolor
dejó paso al terror.
Esos ojos clavados en ella mientras tartamudeaba, se apretaba contra esa esquina
para escapar de él. Y los labios muertos sonrieron.
«Nunca te librarás de mí, pequeña. Soy parte de ti. Siempre. Estoy dentro de ti.
Para siempre. Ahora papá va a tener que castigarte otra vez.»
Él se incorporó apoyándose sobre las manos y las rodillas. La sangre le caía del
rostro y de la espalda en gotas grandes que estallaban contra el suelo. Manaba de
forma obscena de los cortes que tenía en los brazos. Consiguió ponerse en pie y
empezó a tambalearse hacia ella en medio de la sangre que se arremolinaba en el
suelo. Y ella chilló.
Al chillar, se despertó.
Eve se cubrió el rostro con las manos y se tapó la boca con fuerza para enmudecer
los enloquecedores gritos que le rasgaban la garganta como cristales rotos. El dolor
que sentía cada vez que el aire le entraba en los pulmones la hacía parpadear a cada
respiración.

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Todavía tenía miedo, sentía su frialdad en la espalda, pero se sentó en la cama. Ya
no era esa niña indefensa, ahora era una mujer adulta, una policía que sabía qué era
proteger y defender. Incluso cuando la víctima era ella misma.
No estaba sola en una horrible y pequeña habitación de hotel, sino que estaba en
su propia casa. La casa de Roarke. Roarke.
Pensar en él, concentrarse en su nombre, la ayudó a tranquilizarse.
Se había quedado en el sillón de descanso de la oficina de su casa porque él
estaba fuera del planeta. Nunca podía descansar en la cama a no ser que él estuviera
con ella. Cuando él dormía a su lado, era extraño que las pesadillas la asaltaran, pero
cuando él no estaba, esas pesadillas la perseguían demasiado a menudo.
Odiaba esa faceta de debilidad, de dependencia, casi tanto como había acabado
por amar a ese hombre.
Para consolarse, tomó en brazos al gordo gato gris que estaba enroscado a su lado
y que la miraba con esos ojos de dos colores. Galahad estaba acostumbrado a sus
pesadillas, pero no le gustaba que le despertaran a las cuatro de la mañana.
—Lo siento —dijo en voz baja mientras le acariciaba con la mejilla—. Es una
tontería tan grande. Él está muerto y no va a volver. Los muertos no vuelven. —
Suspiró y observó la oscuridad a su alrededor—. Yo debería saberlo.
Vivía con la muerte, trabajaba con ella, se manejaba con ella día tras día, noche
tras noche. Durante esas últimas semanas de 2058, las armas estaban prohibidas y la
ciencia médica había descubierto cómo prolongar la vida hasta más allá de los cien
años.
Pero los hombres todavía tenían que dejar de matarse unos a otros.
Su trabajo consistía en defender a los muertos.
Para no arriesgarse a tener pesadillas otra vez, ordenó que se encendieran las
luces y saltó del sillón. Notó que tenía las piernas bastante firmes y que el pulso casi
había recuperado el ritmo normal. Ese horrible dolor de cabeza que seguía a una
pesadilla desaparecería pronto, se dijo a sí misma.
Contento ante la perspectiva de un desayuno temprano, Galahad la siguió y se
frotó contra sus piernas en cuanto llegaron a la cocina.
—Yo primero, amigo. —Programó café en el AutoChef y luego dejó un cuenco
de comida de gato en el suelo. El animal la atacó como si se tratara de su última
comida mientras Eve miraba por la ventana, pensativa.
Las vistas no eran las de una calle, sino las de una amplia extensión de césped, y
el cielo estaba despejado de tráfico. Parecía que estuviera sola en la ciudad. La
intimidad y la tranquilidad eran privilegios que un hombre rico como Roarke podía
comprar con facilidad. Pero Eve sabía que más allá de esos bonitos campos, más allá
del alto muro de piedra, la vida latía. Y la muerte la seguía con avidez.
Ése era su mundo, pensó mientras sorbía el café y se masajeaba con suavidad el
hombro, cuya herida todavía no estaba curada del todo. Mezquinos asesinatos,
grandes ambiciones, tratos sucios y una desesperación que clamaba al cielo. Ella

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estaba más familiarizada con todo eso que con el colorido entorno de dinero y de
poder de su esposo.
En momentos como ése en que se encontraba sola y con el ánimo un poco bajo, se
preguntaba cómo habían podido juntarse, esa correcta policía que creía firmemente
en las directrices de la ley con ese elegante irlandés que se había manejado al margen
de esas directrices durante toda la vida.
El asesinato los había unido, dos almas perdidas que habían escogido distintos
caminos para escapar y sobrevivir y que, contra toda lógica y sentido común, se
habían encontrado la una a la otra.
—Dios, le echo de menos. Es ridículo. —Molesta consigo misma, se dio la vuelta
con la intención de ducharse y vestirse. Pero la luz parpadeante del TeleLink indicaba
una llamada entrante. Sin dudar ni un momento de quién llamaba, lo tomó y marcó el
código de desbloqueo.
El rostro de Roarke apareció en pantalla. Un rostro impresionante, pensó al ver
que él arqueaba una ceja. De una belleza poética. El pelo negro le caía hasta los
hombros. Los labios, cuyo dibujo le confería una expresión de inteligencia. Los
pómulos altos y marcados. La sorprendente intensidad de los ojos azules y brillantes.
Después de casi un año, todavía el verle solamente el rostro le aceleraba el pulso.
—Querida Eve. —Su voz tenía la suave densidad de la nata mezclada con el
fuerte whisky irlandés—. ¿Por qué no estás durmiendo?
—Porque estoy despierta.
Ella sabía qué era lo que él veía al observarla. Había muy pocas cosas que ella
consiguiera ocultarle. Él percibía las sombras de una mala noche en el contorno de
sus ojos, en la palidez de su piel. Incómoda, se encogió de hombros y se pasó una
mano por el pelo.
—Voy a ir a la Central temprano. Tengo que ponerme al día con unos papeles.
Pero él se daba cuenta de más cosas de las que ella creía. Al mirarla veía fuerza,
valor y dolor. Y una belleza —en esos marcados pómulos, en esos labios llenos, en
esos ojos firmes del color del coñac— a la que ella no prestaba atención. Al ver que
en ella había cansancio, cambió de planes.
—Vuelvo a casa esta noche.
—Creí que necesitabas pasar un par de días más ahí arriba.
—Vuelvo a casa esta noche —repitió, y le sonrió—. Te echo de menos, teniente.
—¿Sí? —Por tonto que le pareciera la emoción y la calidez que la embargaban, le
sonrió—. Supongo que tendré que dedicarte cierto tiempo cuando vuelvas.
—Hazlo.
—¿Es por eso que has llamado, para hacerme saber que volvías antes?
La verdad era que él había tenido intención de dejarle un mensaje comunicándole
que todavía se retrasaría otros dos días, o para convencerla de que fuera a reunirse
con él el fin de semana en el Complejo Olimpo. Pero se limitó a sonreír.
—Sólo quería informar a mi esposa de mis planes de viaje. Vuelve a la cama,

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Eve.
—Sí, quizá. —Pero ambos sabían que no iba a hacerlo—. Nos vemos esta noche.
Esto… Roarke.
—¿Qué?
Eve todavía tenía que inhalar con fuerza antes de decirlo.
—Yo también te echo de menos.
Cortó la comunicación antes de ver que él sonreía. Más tranquila, se tomó el café
y se dispuso a prepararse para el día.

No salió de la casa exactamente a hurtadillas, pero sí intentó pasar desapercibida.


Quizá todavía no fueran las cinco de la mañana, pero no tenía ninguna duda de que
Summerset no estaba muy lejos. Eve prefería, siempre que era posible, evitar al
sargento mayor, o como fuera que se llamase a un hombre que lo sabía todo, lo hacía
todo y metía demasiado a menudo su larga nariz en lo que Eve consideraba sus
asuntos personales.
Eve sospechaba que durante las dos últimas semanas, desde el último caso en el
cual estuvieron más cerca el uno del otro de lo que ninguno de los dos consideraba
cómodo, él la había estado evitando con tanta escrupulosidad como ella.
Al recordar eso, se frotó con gesto distraído la zona del brazo justo debajo del
hombro. Todavía le dolía un poco por las mañanas, o después de un día muy largo.
Recibir un disparo de su propia arma había sido una experiencia que no deseaba
volver a tener ni en ésta ni en otra vida. En otro sentido, todavía había sido peor que,
después, Summerset la hubiera obligado a tragarse los medicamentos aprovechando
que ella estaba demasiado débil para darle una patada en el culo.
Cerró la puerta al salir e inhaló con fuerza el helado aire de diciembre. De
repente, maldijo con rabia.
Había dejado su vehículo al pie de las escaleras principalmente porque eso
enojaba a Summerset. Y él lo había trasladado porque eso la sacaba de quicio a ella.
Refunfuñando por no haber llevado consigo el control remoto de la puerta del garaje,
dio la vuelta a la casa. El césped helado crepitaba bajo sus botas, las puntas de las
orejas empezaron a dolerle del frío, y la nariz comenzó a gotearle.
Apretó la mandíbula y marcó el código con los dedos desnudos. Luego entró en el
impoluto y maravillosamente caldeado garaje.
Los vehículos estaban aparcados en dos niveles: coches, bicicletas, motos aéreas,
e incluso un pequeño helicóptero biplaza última generación. Su vehículo de ciudad,
de un color verde guisante, parecía un chucho en medio de una manada de elegantes
y acicalados perros de caza. Pero era nuevo, se dijo a sí misma mientras se sentaba
ante el volante. Y todo funcionaba.
Se encendió como en un sueño. El motor ronroneó. A una orden suya, los
ventiladores empezaron a distribuir el aire de la calefacción. Las luces de la cabina

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que indicaban que se estaba realizando la comprobación inicial del estado del
vehículo se encendieron. Inmediatamente, una voz suave le comunicó que todos los
sistemas estaban operativos.
Eve hubiera estado dispuesta a sufrir todos los castigos de los penitentes antes de
admitir que echaba de menos los caprichos y el mal genio de su vieja unidad.
Salió despacio del garaje y recorrió el camino en dirección a las puertas blindadas
con calma. Éstas se abrieron con suavidad, silenciosamente, para ella.
Las calles de este barrio exclusivo eran tranquilas, limpias. Los árboles del
enorme parque estaban cubiertos con una fina capa de escarcha, como una piel de
polvo de diamante. En lo más profundo de las sombras de la ciudad, los traficantes y
los matones debían de estar terminando con sus ocupaciones nocturnas, pero aquí
sólo había edificios de piedra pulida, amplias avenidas y la tranquila oscuridad que
precede al amanecer.
Eve había recorrido muchas manzanas cuando vio la primera valla luminosa, que
escupía una luz estridente a la noche. Santa Claus, con las mejillas sonrosadas y una
sonrisa de maníaco que le hacía parecer un elfo colocado de Zeus, atravesaba el cielo
en su flota de renos y emitía su «jo, jo, jo» al tiempo que avisaba al populacho de
cuántos días les quedaba para hacer las compras navideñas.
—Sí, sí, te oigo. Inmenso hijo de puta. —Frunció el ceño y frenó ante un
semáforo. Nunca antes había tenido que preocuparse en esas fiestas. Sólo había sido
cuestión de encontrar algo ridículo para Mavis, y quizá algo comestible para Feeney.
En su vida no había habido nadie más para quién tuviera que envolver regalos.
¿Y qué diablos podía comprar para un hombre que no sólo lo tenía todo, sino que
era el propietario de la mayoría de fábricas del planeta? Para una mujer que prefería
que la golpearan con un bate a tener que ir de compras una tarde, ésa era una cuestión
muy seria.
La Navidad, pensó Eve mientras Santa Claus pregonaba la variedad de tiendas del
Centro Comercial Aéreo de la Gran Manzana, era un palo.
Descendió ligeramente la ventanilla y notó el olor de castañas asadas, de perritos
de soja, de humo y de humanidad. Alguien anunciaba con voz estridente y monótona
el fin del mundo. Un taxista hizo sonar el claxon por encima de lo permitido por las
leyes contra la contaminación acústica, enojado con los peatones que se habían
lanzado a la calle cuando él tenía la luz verde. Por encima de sus cabezas, los
primeros autobuses aéreos emitían ese sonido tan desagradable y los primeros globos
publicitarios pregonaban las mercancías de la ciudad.
Presenció una pelea a puñetazos entre dos mujeres. Acompañantes con licencia
callejera, pensó Eve. Las acompañantes con licencia tenían que proteger su territorio
con la misma fiereza que los vendedores de comida y de bebida. Estuvo a punto de
bajar del coche y de detenerlas, pero la pequeña rubia tumbó a la pelirroja y huyó
entre la multitud como un conejo.
Bien pensado, se dijo Eve al ver que la pelirroja ya se había puesto de pie y

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gritaba obscenidades.
Esto, pensó Eve con afecto, era Nueva York.
Con cierta tristeza abandonó la zona, penetró en la relativa tranquilidad de la
Séptima Avenida y se dirigió hacia el centro de la ciudad. Necesitaba volver a entrar
en acción, pensó. Esas semanas de baja la habían hecho sentir nerviosa e inútil. Débil.
Se había saltado la última semana de baja y se había sometido al examen físico que se
requería.
Y, lo sabía, lo había pasado por los pelos.
Pero lo había pasado y ya había vuelto al trabajo. Ahora, si pudiera convencer al
comandante de que la apartara de la rutina de despacho, sería una mujer feliz.
La radio se activó y Eve le prestó atención sólo a medias. No tenía que estar
disponible hasta al cabo de tres horas.
«Cualquier unidad que se encuentre próxima; se ha informado de un 1222 en el
número 6843 de la Séptima Avenida, apartamento 18B. No hay ninguna
confirmación. Buscar al hombre del apartamento 2A. Cualquier unidad que se
encuentre próxima…»
Eve respondió antes de que repitieran la llamada.
—Avisos, aquí Dallas, teniente Eve. Estoy a dos minutos de la dirección de la
Séptima Avenida. Respondo.
«Recibido, Dallas, teniente Eve. Por favor informe de la situación en cuanto
llegue.»
—Afirmativo. Dallas, corto.
Se deslizó hacia la esquina y echó un vistazo hacia arriba, al edificio de un color
gris acero. Unas cuantas luces brillaban en las ventanas, pero en el piso 18 sólo se
veía oscuridad. Un 1222 significaba que había habido una llamada anónima avisando
de una disputa doméstica.
Eve salió del vehículo y sin darse cuenta deslizó la mano hasta su costado, donde
su arma reposaba. No le importaba empezar el día con problemas, pero no había
policía vivo o muerto que no temiera enfrentarse a una disputa doméstica.
Parecía que no había nada con que un esposo o una esposa disfrutaran más que
volverse contra el pobre bastardo que intentaba evitar que se mataran el uno al otro
por culpa del dinero del alquiler.
El hecho de que hubiera respondido voluntariamente a la llamada era una muestra
de la insatisfacción que sentía con las tareas que tenía asignadas en esos momentos.
Eve subió el corto tramo de escaleras corriendo y se encontró ante el hombre del
2A.
Levantó la placa mientras él hablaba desde el otro lado de la mirilla de la puerta,
y cuando el hombre la abrió, Eve la colocó ante sus diminutos ojos.
—¿Tienen problemas aquí?
—No sé. Los polis me han llamado. Soy el encargado. No sé nada.
—Ya lo veo. —El hombre olía a sábanas sucias y, de forma inexplicable, a queso

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—. ¿Me permite entrar en el 18B?
—Tiene un código maestro, ¿no?
—Sí, de acuerdo. —Eve le hizo un rápido repaso: bajo, delgado, olía mal y estaba
asustado—. ¿Qué tal si me dice algo de los ocupantes antes de que entre?
—Sólo uno. Mujer. Mujer soltera. Divorciada o algo. Es reservada.
—¿No lo son todas? —dijo Eve entre dientes—. ¿Sabe cómo se llama?
—Hawley. Marianna. De unos treinta, treinta y cinco años. Buen aspecto. Ha
estado aquí seis años. Ningún problema. Mire, no he oído nada, no he visto nada. No
sé nada. Son las cinco y media de la madrugada, mierda. Si ella ha provocado algún
desperfecto al apartamento, quiero saberlo. Si no, no es cosa mía.
—Está bien —dijo Eve mientras le cerraba la puerta en las narices—. Vuelve a tu
agujero, rata. —Movió los hombros un momento y luego recorrió el pasillo hasta el
ascensor. En cuanto entró en él, sacó el comunicador—. Dallas, teniente Eve. Estoy
en la dirección de la Séptima Avenida. El encargado del edificio os nulo. Informaré
de nuevo después de entrevistar a Hawley, Marianna, residente en el 18B.
«¿Necesita refuerzos?»
—No, de momento. Dallas, corto.
Se guardó el comunicador en el bolsillo y salió al pasillo del piso 18. Un rápido
vistazo le hizo saber que las cámaras de seguridad estaban en su sitio. El pasillo
estaba tan silencioso como una iglesia. Por la localización y el estilo del edificio,
supuso que la mayoría de sus habitantes eran oficinistas, de ingresos medios. La
mayoría no se levantarían de la cama hasta pasadas las siete de la mañana. Se
tomarían el café y saldrían disparados hasta su parada de autobús aéreo o de metro.
Los más afortunados sólo tendrían que conectarse con su oficina desde la estación de
trabajo de su casa.
Algunos tendrían que llevar a los niños a la escuela. Otros darían un beso de
despedida a su esposo o esposa y esperarían a su amante.
Unas vidas corrientes en un lugar corriente.
Por un momento le pasó por la cabeza la posibilidad de que Roarke fuera el
propietario del edificio, pero la dejó a un lado y se acercó a la puerta del 18B.
El piloto de seguridad estaba encendido en color verde. Desactivada.
Instintivamente, se colocó a un lado de la puerta y pulsó el timbre. No lo oyó dentro
de la casa y pensó que el apartamento estaba insonorizado. Fuera lo que fuese lo que
ocurriera allí, quedaba dentro. Un tanto incómoda, sacó el código maestro y abrió los
cerrojos.
Antes de entrar, llamó en voz alta. No había nada peor, pensó, que provocar que
un asustado civil que hubiera estado durmiendo cargara contra uno con un aturdidor
casero o con un cuchillo de cocina.
—¿Señora Hawley? Policía. Tenemos un aviso de problemas en su apartamento.
Luces —ordenó, y las luces del salón se encendieron.
Era bastante bonito, tenía un aire tranquilo. Colores suaves, líneas sencillas. La

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pantalla estaba pasando un viejo vídeo. Dos personas imposiblemente atractivas
retozaban desnudas encima de una cama cubierta de pétalos de rosa. Gemían de
forma muy teatral.
En la mesa, delante del largo sofá de un verde apagado, había un plato con
caramelos. Estaba lleno hasta el borde de unas gominolas cubiertas de azúcar. Unas
velas rojas y plateadas rodeaban el plato y tenían distintas alturas.
Toda la habitación olía a arándanos y a pino.
Eve vio de dónde procedía el olor a pino. Un perfecto y pequeño árbol estaba
tumbado delante de la ventana. Las luces festivas y los adornos de angelitos de carita
dulce estaban destrozados. Las ramas estaban rotas.
Por lo menos, doce cajas envueltas en papel de fiesta estaban aplastadas debajo
del árbol.
Eve sacó el arma y dio una vuelta por la habitación.
No había ningún otro signo de violencia a la vista, no allí. La pareja de la pantalla
llegó al clímax de forma simultánea con unos gemidos guturales y animales. Eve
pasó por delante de la pantalla. Escuchó.
Oyó música. Tranquila, alegre, monótona. No conocía la melodía, pero reconocía
que era una de las fastidiosas cancioncitas de Navidad que se oían por todas partes
durante esa época.
Recorrió el corto pasillo apuntando con el arma. Dos puertas, ambas abiertas. Una
se abría a un lavabo, un lavamanos, una bañera, todo de un blanco brillante.
Manteniendo la espalda contra la pared, se deslizó hasta la segunda puerta, donde la
música no dejaba de sonar.
La olió, olió la muerte reciente. Un olor a la vez metálico y afrutado. Acabó de
abrir la puerta del todo y la encontró.
Entró en la habitación, apuntó a la derecha, a la izquierda, con ojos y oídos
abiertos. Pero sabía que se encontraba sola con lo que una vez había sido Marianna
Hawley. A pesar de ello, miró en el vestidor, detrás de las cortinas, y abandonó el
dormitorio para registrar el resto del apartamento antes de bajar la guardia.
Sólo entonces se acercó a la cama.
El del 2A tenía razón, pensó. La mujer había sido atractiva. No de una forma
impresionante, pero sí era una mujer bonita con el pelo de un castaño claro y unos
ojos de un verde profundo. La muerte no le había arrebatado eso, no todavía.
Tenía los ojos abiertos de par en par y una mirada de sorpresa, como era habitual
a veces en los muertos. Le habían aplicado un color sutil sobre la aburrida palidez de
las mejillas. Le habían pintado las pestañas, y también los labios, de un rojo cereza
muy festivo. Le habían puesto en el cabello un ornamento, justo encima de la oreja
derecha. Era un pequeño y brillante arbolito con un pajarito gordo y dorado posado
en una de las ramas plateadas.
Ella estaba desnuda. Sólo llevaba una brillante guirnalda que le habían colocado
alrededor del cuerpo de forma artística. Eve se preguntó, al ver las abrasiones en el

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cuello, si eso era lo que habían utilizado para estrangularla.
Había más contusiones en las muñecas y en los tobillos, lo cual indicaba que la
víctima había sido atada y, posiblemente, había tenido tiempo de intentar deshacerse
de las ataduras.
En la unidad de ocio que reposaba al lado de la cama, la cantante la invitó a que
pasara una feliz Navidad.
Con un suspiro, Eve sacó el comunicador.
—Avisos, aquí Dallas, teniente Eve. Tengo un homicidio.

—Vaya forma de empezar el día. —La agente Peabody reprimió un bostezo y


observó a la víctima con sus oscuros ojos de policía. A pesar de lo temprano de la
hora, el uniforme de Peabody estaba impecable y perfectamente bien planchado.
Tenía el cabello castaño oscuro cortado como un paje y lo había domado de forma
implacable.
La única señal que indicaba que la habían hecho levantar de la cama
despiadadamente era la marca de la sábana que todavía tenía en la mejilla.
—Vaya forma de terminarlo —dijo Eve—. El registro preliminar de la escena
indica que la muerte ocurrió a las veinticuatro horas, casi exacto. —Se apartó a un
lado para dejar que el equipo de la oficina del forense confirmara sus conclusiones—.
Hay indicios de que la causa de la muerte fue estrangulación. La falta de señales de
lucha indica que la víctima no luchó hasta que estuvo atada.
Con cuidado, Eve levantó el tobillo izquierdo de la mujer para examinar las
lesiones en la piel.
—Los hematomas en el ano y en la vagina indican que fue agredida sexualmente
antes de que la mataran. El apartamento está insonorizado. Hubiera podido gritar
hasta desgañitarse.
—No he visto ninguna señal de entrada a la fuerza en el salón, excepto el árbol de
Navidad. Eso me pareció que lo habían hecho de forma deliberada.
Eve asintió con la cabeza y miró a Peabody de reojo.
—Buen ojo. Ve a ver al hombre del 2A, Peabody, y consigue los discos de
seguridad de este piso. Vamos a ver quién llamó.
—Ahora mismo.
—Envía a un par de agentes de uniforme a que hagan un puerta a puerta —añadió
Eve mientras se dirigía hacia el TeleLink que había al lado de la cama—. Que alguien
apague esa jodida música.
—No parece que tenga ánimo festivo. —Peabody presionó el botón del sistema
de sonido con un dedo perfectamente sellado—. Teniente.
—La Navidad es un palo. ¿Habéis terminado aquí? —preguntó al equipo del
forense—. Vamos a darle la vuelta antes de meterla en la bolsa.
La sangre había encontrado el nivel más bajo y se había depositado en la zona de

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las nalgas, que estaban completamente rojas. El vientre se había vaciado, los restos de
la muerte. A través de la capa selladora que llevaba en las manos, Eve notó la textura
de la piel como de cera.
—Esto parece reciente —murmuró—. Peabody, graba esto en vídeo antes de irte.
—Eve observó el brillante tatuaje en el omóplato derecho mientras Peabody lo
grababa.
—MI AMOR VERDADERO. —Peabody apretó los labios con gesto pensativo ante las
brillantes letras de color rojo de una tipografía antigua.
—Me parece un tatuaje temporal. —Eve se inclinó hasta que casi tocó el hombro
de la mujer con la nariz. Olió—. Se lo han aplicado recientemente. Buscaremos
dónde se hacen este tipo de tratamientos corporales.
—Una perdiz en un peral.
Eve se incorporó y miró a su ayudante con una ceja arqueada.
—¿Qué?
—En el pelo, la horquilla del pelo. El primer día de Navidad. —Eve continuaba
mirándola sin comprender, así que Peabody meneó la cabeza y explicó—: Es una
vieja canción de Navidad, teniente. Los doce días de Navidad. El chico le da a su
amor verdadero algo cada día, y empieza con una perdiz en un peral el primer día.
—¿Qué se supone que tiene que hacer una con un pájaro en un árbol? Qué regalo
tan tonto. —Pero una desagradable sospecha la asaltó—. Esperemos que ella fuera su
único amor verdadero. Dame las grabaciones. Métanla en la bolsa —ordenó, y volvió
hacia el TeleLink de la cama.
Mientras sacaban el cuerpo, Eve solicitó todas las llamadas entrantes y salientes
de las veinticuatro horas previas.
La primera entró justo pasadas las ocho de la mañana. Una alegre conversación
entre la víctima y su madre. Mientras escuchaba y observaba el rostro risueño de la
madre, Eve se preguntó qué aspecto tendría ese mismo rostro cuando la llamara y le
dijera que su hija estaba muerta.
La única otra llamada se había hecho desde allí. Un chico atractivo, pensó Eve
mientras observaba la imagen de la pantalla. En la treintena, sonrisa fácil, ojos
marrones y conmovedores. Jerry, le llamó la víctima. O Jer. Muchas bromas sexuales,
jugaban. Un amante, entonces. Quizá su amor verdadero.
Eve sacó el disco, lo metió en la bolsa y lo guardó. Localizó el diario de
Marianna, el TeleLink portátil y la agenda de direcciones en un escritorio delante de
la ventana. Una rápida búsqueda le facilitó a un tal Jeremy Vandoren.
Eve estaba sola. Se acercó a la cama. Las sábanas, manchadas, estaban hechas un
ovillo a los pies. Las ropas de la víctima, que habían sido cortadas con cuidado y
amontonadas en el suelo, ya habían sido guardadas como prueba. El apartamento
estaba en silencio.
Ella le dejó entrar, pensó Eve. Le abrió la puerta. ¿Vino hasta aquí con él de
forma voluntaria, o él la sometió antes? El informe de toxicología le diría si había

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alguna sustancia ilegal en la sangre.
Una vez la tuvo en el dormitorio, la ató. Manos y pies; probablemente ató las
cuerdas en los postes que había en las esquinas de la cama, el cuerpo de ella
desplegado como ofreciéndose para un banquete.
Entonces le cortó las ropas. Con cuidado, sin prisas. No se trataba de cólera, de
furia, ni siquiera de una especie de desesperada necesidad. Había sido calculado,
planificado, ejecutado de forma ordenada. Entonces la violó, la sodomizó, porque
podía hacerlo. Él tenía el poder de hacerlo.
Ella había luchado, había gritado, probablemente le había suplicado. Él disfrutó
con eso, se alimentó de eso. Eso hacían los violadores, pensó Eve mientras respiraba
a conciencia para tranquilizarse. Su mente no cejaba de desviarse hacia la imagen de
su padre.
Cuando hubo terminado, la estranguló. La observó mientras los ojos de ella se le
salían de las órbitas. Luego la peinó, le maquilló el rostro, la envolvió con una festiva
guirnalda. ¿La horquilla del pelo la había traído él o era de ella? ¿Había sido ella
quien se había divertido poniéndose el tatuaje o había sido él quién le decoró el
cuerpo?
Eve se dirigió hacia el baño de al lado de la habitación. Las baldosas blancas
brillaban como si fueran de nieve y se notaba un ligero olor a desinfectante. Él se
había lavado allí al terminar, decidió Eve. Se lavó, incluso quizá se acicaló, y luego
fregó y roció la habitación para eliminar cualquier rastro.
Bueno, de todas formas, pondría al equipo de registro a trabajar allí. Cualquier
cosa, hasta un simple pelo del pubis podría hacer que le colgaran.
Ella tenía una madre que la quería, pensó Eve. Una madre que se reía con ella,
que hacía planes para las vacaciones, que charlaba de recetas de pasteles.
—¿Señor? ¿Teniente?
Eve miró por encima del hombro y vio a Peabody en el centro del pasillo.
—¿Qué?
—Tengo los discos de seguridad. Dos policías están empezando a realizar el
puerta a puerta.
—Bien. —Eve se frotó el rostro con las manos—. Precintemos el sitio y
llevémoslo todo a la Central. Tengo que informar a sus parientes. —Se colgó la bolsa
del hombro y tomó el equipo de campo—. Tienes razón Peabody. Vaya manera de
empezar el día.

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Capítulo dos

I
—¿ nvestigaste el número de TeleLink del novio?
—Sí, teniente. Jeremy Vandoren, vive en la Segunda Avenida, es ejecutivo de
cuentas de Foster, Bride and Rumsey, en Wall Street. —Peabody echó un vistazo a la
agenda digital mientras le comunicaba el resto de la información—. Divorciado,
actualmente soltero, treinta y seis años. Y un espécimen de la especie masculina muy
atractivo, teniente.
—Ajá. —Eve introdujo el disco de seguridad en la unidad de su escritorio—.
Vamos a ver si este atractivo espécimen llamó a su novia ayer por la noche.
—¿Quiere que le traiga un poco de café, teniente?
—¿Qué?
—¿Quiere un poco de café?
Eve entrecerró los ojos con expresión suspicaz, pero no los apartó del vídeo.
—Si quieres café, Peabody, simplemente dilo.
Peabody, detrás de Eve, miró al techo con expresión de resignación.
—Quiero café.
—Entonces prepáratelo… y tráeme un poco para mí, ya que estás en eso. La
víctima llegó a casa las 16:45 horas. Detener el disco —ordenó Eve y miró con
detenimiento a Marianna Hawley.
Elegante, bonita, joven, llevaba un brillante cabello castaño cubierto con un
sombrero rojo que hacía juego con el largo abrigo y con el brillo de las botas.
—Había ido de compras —comentó Peabody mientras dejaba la taza de café al
lado de Eve.
—Sí. En Bloomingdale’s. Continuar vídeo —dijo Eve y observó a Marianna dejar
las bolsas y sacar la llave. Eve se dio cuenta de que estaba moviendo los labios.
Hablaba consigo misma. No, se corrigió, Marianna estaba cantando. Entonces la
mujer se sacudió el pelo para apartárselo de la cara, volvió a tomar las bolsas, entró
en el apartamento y cerró la puerta.
La luz roja que indicaba que se había cerrado la puerta se encendió.
El vídeo del disco continuó y Eve vio a otros inquilinos que entraban y salían,
solos y en pareja. Vidas comunes que seguían adelante.
—Se quedó a cenar en casa —constató Eve, imaginándose la escena dentro del
apartamento.
Veía a Marianna moviéndose por las habitaciones, vestida con unos sencillos
pantalones azul marino y el mismo jersey blanco que luego le habían sido cortados.
«Enciende la pantalla para tener un poco de compañía. Cuelga el abrigo rojo en el
vestidor, coloca el sombrero en el estante, deja las botas en el suelo. Guarda las
bolsas de la compra.»
Era una mujer ordenada a quien le gustaban las cosas bonitas y que se preparaba

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para pasar una noche tranquila en casa.
—Se preparó un poco de sopa a las siete, según el AutoChef. —Eve repicó con
las uñas, sin manicura, en el escritorio mientras continuaba—. Su madre la telefoneó
y luego ella llamó a su novio.
Eve retuvo mentalmente el margen temporal de los sucesos y en esos momentos
vio que las puertas del ascensor se abrían. Arqueó las cejas, que desaparecieron
debajo de los mechones del flequillo.
—Vaya, jo, joo, jooo, ¿a quién tenemos aquí?
—Santa Claus. —Sonriendo, Peabody se inclinó por encima del hombro de Eve
—. Trae regalos.
El hombre vestido con el traje rojo y la barba blanca llevaba una caja grande
envuelta en papel plateado y atada con un elaborado lazo dorado y verde.
—Espera. Pausa. Aumentar desde el sector diez al cincuenta, al treinta por ciento.
La imagen de la pantalla se modificó, se separó la sección que Eve había
solicitado e, inmediatamente, ésta apareció a toda pantalla. Justo en el centro del
bonito lazo había un árbol plateado con un pájaro gordo y dorado.
—Hijo de puta. Hijo de puta, eso es lo que había en el pelo de ella.
—Pero… es Santa Claus.
—Contrólate, Peabody. Continuar con el vídeo. Va hacia la puerta —dijo Eve sin
apartar la vista mientras la alegre figura llevaba el brillante paquete al apartamento de
Marianna. Apretó el timbre con una mano enguantada, esperó un instante y luego
echó la cabeza hacia atrás y rio. Casi en ese instante, Marianna abrió la puerta con el
rostro iluminado y los ojos brillantes de contento.
Se apartó el pelo de la cara con una mano y luego acabó de abrir la puerta en
señal de invitación.
Santa Claus echó un rápido vistazo por encima del hombro y miró directamente a
la cámara. Sonrió y guiñó un ojo.
—Congelar imagen. El cabrón. Cabrón engreído. Imprimir imagen de pantalla —
ordenó mientras observaba el rostro orondo de mejillas rojizas y ojos azules y
chispeantes—. Sabía que veríamos los discos, que le veríamos. Está disfrutando.
—Va vestido de Santa Claus. —Peabody miraba la pantalla con la boca abierta—.
Eso es horrible. Eso… está mal.
—¿Qué? ¿Si se hubiera disfrazado como Satán, sería más apropiado?
—Sí… No. —Peabody se encogió de hombros, cambió el peso del cuerpo de un
pie a otro, incómoda—. Es sólo que… bueno, es verdaderamente horrible.
—También es verdaderamente inteligente. —Con la mirada perdida, Eve esperó a
que se terminara de imprimir la imagen—. ¿Quién sería capaz de cerrar la puerta a
Santa Claus? Continuar vídeo.
La puerta se cerró detrás de los dos y el pasillo se quedó vacío.
El reloj al pie de la pantalla señalaba las 21:33 horas.
Así que él se tomó el tiempo necesario, pensó Eve, casi dos horas y media. La

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cuerda que utilizó para atarla, y el resto de cosas que necesitaba, las llevaba en esa
gran caja brillante.
A las once, una pareja salió del ascensor riendo, un poco borrachos, agarrados del
brazo, y pasaron por delante de la puerta de Marianna. Sin saber lo que estaba
sucediendo al otro lado de ella.
Miedo y dolor.
Asesinato.
La puerta se abrió pasada la medianoche. El hombre del traje rojo salió del
apartamento con la caja plateada y tenía una amplia y casi salvaje sonrisa en el rostro
de mejillas sonrosadas. Una vez más miró directamente a la cámara y en sus ojos
había una expresión de locura.
Se fue hasta el ascensor bailando.
—Copiar disco en el archivo Hawley. Caso número 25176-H. ¿Cuántos días de
Navidad dijiste que había, Peabody? En la canción.
—Doce. —Peabody dio un trago de café para suavizarse la garganta—. Doce
días.
—Será mejor que averigüemos si Hawley era su amor verdadero, o si hay once
más. —Se levantó—. Vamos a hablar con el novio.

Jeremy Vandoren trabajaba en un pequeño cubículo en medio de un enjambre de


cubículos. La mísera cabina contenía una estación de trabajo con capacidad para un
ordenador y un sistema de telefonía, además de una silla de ruedas de tres patas. En
las delgadas paredes había impresiones, informes de acciones, una programación
teatral, una felicitación de Navidad que mostraba a una mujer de buenos atributos que
lucía unos copos de nieve estratégicamente colocados y una foto de Marianna
Hawley.
Él casi ni levantó la vista cuando Eve entró. Levantó una mano para que se
esperara y continuó trabajando con el teclado del ordenador mientras hablaba
rápidamente por unos cascos de teléfono.
—Comstat está a cinco y un octavo, Kenmart ha bajado a tres y tres cuartos. No,
Industrias Roarke acaba de subir seis puntos. Nuestros analistas esperan que suba
otros dos al final del día.
Eve levantó una ceja e introdujo las manos en los bolsillos de los pantalones. Ella
estaba ahí esperando para hablar de un asesinato y Roarke estaba haciendo millones.
Simplemente, resultaba extraño.
—Hecho. —Vandoren pulsó otra tecla y una maraña de misteriosas cifras y
símbolos bailaron en la pantalla.
Eve le dejó trabajar otros treinta segundos, luego sacó la placa del bolsillo y se la
puso delante de la cara.
Él parpadeó dos veces, luego se volvió y la miró.

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—Comprendido. Estás listo. Completamente. Gracias. —Con una sonrisa
incómoda y ligeramente nerviosa, Vandoren apartó el micrófono de los cascos a un
lado—. Esto, teniente, ¿en qué puedo ayudarla?
—¿Jeremy Vandoren?
—Sí. —Los profundos ojos marrones se desplazaron de Eve hasta Peabody y
volvieron a Eve—. ¿Me he metido en algún problema?
—¿Ha hecho usted algo ilegal, señor Vandoren?
—No, que yo recuerde. —Intentó esbozar otra sonrisa y sólo consiguió que un
hoyuelo cobrara vida en una comisura de los labios—. No, a no ser que esa barrita de
caramelo que robé cuando tenía ocho años vuelva para perseguirme.
—¿Conoce usted a Marianna Hawley?
—Marianna, claro. No me diga que Mari ha birlado una barrita de caramelo. —
Entonces, de forma abrupta, como si se le acabara de encender una luz, la sonrisa
desapareció—. ¿Qué sucede? ¿Ha pasado algo? ¿Marianna está bien?
Ya se había levantado de la silla, y miraba por encima de la baja pared del
cubículo como si esperara verla.
—Señor Vandoren, lo siento. —Eve nunca había encontrado la manera de
comunicar esa noticia, así que decidió comunicarla rápidamente—. La señorita
Hawley está muerta.
—No, no lo está. No —volvió a decir él, mirando a Eve con esos ojos oscuros—.
No lo está. Esto es ridículo. Hablé con ella ayer por la noche. Hemos quedado para
cenar hoy a las siete. Ella está bien. Se han equivocado.
—No ha habido ninguna equivocación. Lo siento —repitió, dado que él
simplemente continuaba mirándola—. Marianna Hawley fue asesinada ayer por la
noche en su apartamento.
—¿Marianna? ¿Asesinada? —No dejaba de negar con la cabeza despacio, como
si esas dos palabras no tuvieran ninguna relación la una con la otra—. Eso es un error,
por completo. Simplemente, es un error. —Se dio la vuelta y tomó el TeleLink del
escritorio—. Voy a llamarla ahora mismo. Está en el trabajo.
—Señor Vandoren. —Eve le puso una mano firme encima del hombro y le hizo
sentar en la silla. No había ningún lugar donde ella pudiera sentarse, así que apoyó la
cadera en el escritorio para quedar un poco más a la altura de él—. La hemos
identificado por las huellas digitales y por el ADN. Si puede usted soportarlo, me
gustaría que viniera conmigo para una confirmación visual.
—Una confirmación… —Se levantó repentinamente y, sin querer, golpeó con el
codo a Eve en el hombro. La herida que todavía no estaba curada le dolió—. Sí. Iré
con usted. Por supuesto que sí. Porque no se trata de ella. No se trata de Marianna.

El depósito de cadáveres nunca era un lugar alegre. El hecho de que alguien, con
un humor que bien era optimista o bien era macabro, hubiera colgado unas bolas rojas

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y verdes del techo y hubiera adornado las puertas con unas guirnaldas doradas sólo
parecía ser una macabra burla hacia los muertos.
Eve se quedó de pie delante de la ventana, igual que lo había hecho demasiadas
veces con anterioridad. Y notó, igual que había notado demasiadas veces con
anterioridad, el sobresalto y la conmoción que inundaron al hombre que estaba a su
lado en cuanto vio a Marianna Hawley tumbada, al otro lado del cristal de la ventana.
La sábana que la cubría hasta la barbilla había sido colocada de forma
precipitada. Servía para ocultar, a los amigos, a la familia, a los seres queridos, la
triste desnudez del muerto, los cortes realizados en la carne, la incisión en forma de
«Y», la marca temporal en el empeine que daba un nombre y un número a ese cuerpo.
—No. —Con un gesto impotente, Vandoren apoyó ambas manos en la ventana—.
No, no, no, esto no puede ser verdad. Marianna.
Con amabilidad, Eve le puso una mano en el brazo. Él temblaba violentamente, y
las manos apoyadas en el cristal se cerraron en puños. Empezó a golpear la ventana
sin fuerzas.
—Haga un gesto afirmativo con la cabeza si identifica a Marianna Hawley.
Él asintió con la cabeza. Y empezó a sollozar.
—Peabody, localiza una oficina vacía. Tráele un poco de agua.
Mientras hablaba, se encontró atrapada por él. Los brazos de él la rodearon, el
rostro de él se apretó contra su hombro. El cuerpo de él se apoyó contra ella con todo
el peso del dolor.
Ella le permitió quedarse así un momento. Le hizo una señal al técnico que se
encontraba al otro lado de la ventana para que bajara la pantalla de privacidad.
—Vamos, Jerry, venga conmigo ahora. —Eve mantuvo un brazo alrededor de la
cintura de él. Pensó que prefería recibir un disparo del aturdidor que enfrentarse al
dolor de los familiares. No había forma de ayudar a quienes acababan de ser
abandonados. No había ninguna magia, ningún remedio. Pero, mientras le conducía
por el pasillo de baldosas hasta donde Peabody les esperaba, no dejó de murmurarle
al oído.
—Podemos utilizar ésta —dijo Peabody en voz baja—. Voy a buscar el agua.
—Vamos a sentarnos. —Después de ayudarle a sentarse en una silla, Eve sacó un
pañuelo del bolsillo del traje de él y se lo puso en la mano—. Siento mucho su
pérdida —dijo, igual que hacía siempre. Y notó lo poco apropiada que era esa frase,
como siempre le sucedía.
—Marianna. ¿Quién querría hacerle daño a Marianna? ¿Por qué?
—Mi trabajo consiste en averiguarlo. Y voy a averiguarlo.
Hubo algo en la forma en que lo dijo que hizo que él levantara la vista y la mirara.
Tenía los ojos enrojecidos y una expresión de desolación en ellos. Con un esfuerzo
evidente, inhaló con fuerza.
—Yo… Ella era tan especial. —Introdujo la mano en el bolsillo y sacó una
pequeña caja verde de terciopelo—. Iba a darle esto esta noche. Había pensado

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esperar hasta la noche de Navidad, a Marianna le encantaba la Navidad, pero no
pude. Simplemente no podía esperar.
Las manos le temblaron al abrir la caja para mostrarle a Eve el diamante que
brillaba engarzado en el anillo de compromiso.
—Esta noche iba a pedirle que se casara conmigo. Ella hubiera dicho que sí. Nos
queríamos. ¿Fue un…? —Con cuidado, cerró la caja otra vez y se la volvió a guardar
en el bolsillo—. ¿Fue un robo?
—No creemos que lo fuera. ¿Cuánto hace que la conocía?
—Seis meses, casi siete. —Miró a Peabody cuando ésta se acercó y le ofreció un
vaso de agua—. Gracias. —Lo aceptó, pero no bebió—. Los seis meses más felices
de mi vida.
—¿Cómo se conocieron?
—A través de Personalmente Tuyo. Es una agencia de citas.
—¿Utilizó una agencia? —preguntó Peabody, mostrándose más que sorprendida.
Él se encogió de hombros y suspiró.
—Fue un impulso. Me paso la mayor parte del tiempo en el trabajo y no estaba
saliendo mucho. Me divorcié hace un par de años, y supongo que me sentía un poco
nervioso con las mujeres. De cualquier forma, ninguna de las mujeres que conocí…
No hubo conexión. Vi un anuncio en la pantalla una noche y pensé, qué diablos. No
podía ser malo.
Dio un trago, un trago pequeño que le costó hacer pasar por la garganta.
—Marianna fue la tercera de las cinco primeras candidatas. Salí con las dos
primeras… unas copas, sólo unas copas. No hubo nada allí. Pero cuando conocí a
Marianna, lo encontré todo.
Cerró los ojos y se esforzó por mantener la compostura.
—Ella es tan… bonita. Tiene tanta energía, tanto entusiasmo. Le encantaba su
trabajo, su apartamento, amaba su grupo de teatro. A veces hacen teatro con los
grupos de los distritos de la ciudad.
Eve se dio cuenta de que él cambiaba los tiempos verbales, hablaba en presente y
en futuro. Estaba intentando acostumbrarse a lo que ya era una realidad, pero todavía
no estaba del todo preparado.
—Y empezaron a salir —le animó.
—Sí. Quedamos en salir a tomar unas copas. Sólo unas copas… para conocernos
un poco. Al final fuimos a cenar, luego a tomar café. Hablamos durante horas.
Ninguno de los dos se citó con nadie más después de esa noche. Solamente existía
eso, nosotros dos.
—¿Ella sentía lo mismo?
—Sí. Nos lo tomamos con calma. Unas cuantas cenas, el teatro. A los dos nos
gusta el teatro. Empezamos a pasar algunos sábados por la tarde juntos. Una sesión
de tarde, un museo, o sólo un paseo. Fuimos a su pueblo para que conociera a su
familia. El Cuatro de julio. Yo la llevé a que conociera a la mía. Mi madre hizo la

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cena.
Su mirada se perdió en algo que solamente él era capaz de ver.
—¿Ella no vio a nadie más durante ese período?
—No. Habíamos aceptado un compromiso.
—¿Sabe usted si alguien la estaba importunando? ¿Un antiguo novio, un ex
amante? ¿Un ex marido?
—No. Estoy seguro de que me lo habría dicho. Siempre estábamos hablando. Nos
lo contábamos todo. —Sus ojos parecieron aclararse, pero frunció el ceño—. ¿Por
qué me pregunta eso? ¿Es que fue… Marianna… fue…? Oh, Dios. —Cerró la mano
que tenía encima de la rodilla en un puño—. La violó primero, ¿verdad? El jodido
cabrón la violó. Debería haber estado con ella. —Tiró el vaso al otro extremo de la
habitación desparramando el agua por todas partes y se puso de pie—. Debería haber
estado con ella. Eso nunca hubiera sucedido si hubiera estado con ella.
—¿Dónde estaba usted, Jerry?
—¿Qué?
—¿Dónde estaba usted ayer por la noche, entre las 21:30 horas y la medianoche?
—Usted piensa que yo… —Hizo una pausa, levantó una mano y cerró los ojos.
Inhaló y exhaló tres veces. Luego abrió los ojos y la miró—. Está bien. Usted tiene
que asegurarse de que no fui yo para poder encontrarle. Está bien. Es por ella.
—Exacto. —Al observarle, Eve sintió compasión otra vez—. Es por ella.
—Estaba en casa, en mi apartamento. Trabajé un poco, hice unas cuantas
llamadas, realicé unas cuantas compras de Navidad por Internet. Confirmé la reserva
para la cena de esta noche, porque estaba nervioso. Quería… —Se aclaró la garganta
—. Quería que todo fuera perfecto. Luego llamé a mi madre. —Levantó las manos y
se frotó el rostro con fuerza—. Ella estaba loca por Marianna. Creo que eran las diez
y media. Puede comprobarlo en el registro de mi TeleLink, en mi ordenador, haga
todo lo que tenga que hacer.
—Está bien, Jerry.
—¿Les ha…? Su familia, ¿lo sabe?
—Sí, he hablado con sus padres.
—Tengo que llamarles. Seguro que querrán que ella vuelva a casa. —Los ojos se
le volvieron a llenar de lágrimas, pero no dejó de mirar a Eve a pesar de que las
lágrimas le bajaban por las mejillas—. Yo la llevaré a casa.
—Me encargaré de que se la entreguen lo antes posible. ¿Quiere que llame a
alguien?
—No. Tengo que decírselo a mis padres. Tengo que irme. —Se volvió hacia la
puerta y habló sin mirar hacia atrás—. Encuentre a quien ha hecho esto. Encuentre a
quien le ha hecho daño.
—Lo haré. Jerry, otra cosa.
Él se secó las mejillas y se dio la vuelta.
—¿Qué?

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—¿Marianna tenía un tatuaje?
Él se rio con sonido breve y extraño que pareció desgarrarle la garganta.
—¿Marianna? No. Ella era chapada a la antigua, ni siquiera se hubiera hecho uno
temporal.
—¿Está seguro?
—Éramos amantes, teniente. Estábamos enamorados. Conocía su cuerpo.
Conocía su cabeza y su corazón.
—De acuerdo. Gracias. —Esperó a que él hubiera salido, hasta que la puerta se
hubo cerrado en silencio detrás de él—. Impresiones, Peabody.
—Al chico le han arrancado el corazón del pecho.
—Estoy de acuerdo. Pero muchas veces la gente mata a quienes aman. A pesar de
los registros de su TeleLink, su coartada es débil.
—No se parece a Santa Claus en absoluto.
Eve sonrió levemente.
—Puedo garantizarte que la persona que la asesinó tampoco se le va a parecer. Si
no fuera así, no hubiera posado para la cámara tan alegremente. Un poco de relleno
para el cuerpo, un cambio en el color de los ojos, maquillaje, una barba y una peluca.
Cualquiera puede parecerse a Santa Claus.
Pero, de momento, tenía que dejarse guiar por los instintos.
—No es él. Vamos a ver dónde trabajaba ella, vamos a ver quiénes eran sus
amigos y sus enemigos.

Amigos, pensó Eve más tarde, Marianna parecía tenerlos a montones. Enemigos
no parecía tener ninguno.
La imagen que estaba obteniendo era la de una mujer feliz y sociable que amaba
su trabajo, estaba muy cerca de su familia y que, al mismo tiempo, disfrutaba del
ritmo y la excitación de la ciudad.
Tenía un pequeño y cercano grupo de amigas, una debilidad por salir de compras,
un gran amor por el teatro y, según todos los testimonios, había mantenido una
exclusiva y feliz relación con Jeremy Vandoren.
«Esa mujer volaba.»
«Todos los que la conocían la querían.»
«Tenía un corazón abierto y confiado.»
Mientras conducía hacia casa, Eve dejó que su mente deambulara por las
declaraciones que habían hecho familiares y amigos. Nadie encontraba una tacha en
Marianna. Ni una vez oyó que nadie realizara esos comentarios astutos y a menudo
autohalagadores que los vivos realizaban sobre los muertos.
Pero había alguien que pensaba de forma distinta, alguien que la había asesinado
de forma calculada, con esmero y con, si el aspecto de esos ojos podía considerarse
un signo, placer.

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«Mi amor verdadero.»
Sí, alguien la había amado lo suficiente para matarla. Eve sabía que ese tipo de
amor existía, que se alimentaba y se enconaba como una llaga. Ella había sido el
objeto de esa retorcida y abrasadora emoción. Y sobrevivió a ello, se dijo a sí misma
mientras encendía el TeleLink.
—¿Tienes el informe de toxicología, Capi?
El rostro inmenso y feo del técnico jefe del laboratorio inundó la pantalla.
—Ya sabes cómo las cosas se atascan aquí durante las fiestas. Todo el mundo
apartando a todo el mundo a un lado y otro, técnicos trapicheando con la mierda de
Navidad y de Hanukka en lugar de hacer su trabajo.
—Sí, mi corazón sangra de compasión por ti. Quiero el informe de toxicología.
—Yo quiero unas vacaciones. —Pero, mientras mascullaba algo, se dio la vuelta
y empezó a pedir algo a su ordenador—. Le suministraron tranquilizantes. Legal,
bastante suaves. Por su peso, la dosis no debió de hacer nada más que atontarla
durante diez o quince minutos.
—Tiempo suficiente —murmuró Eve.
—Todo indica que le fueron inyectados en el brazo derecho. Posiblemente se
sintió como si se hubiera tomado media docena de Zombies. Resultado: mareo,
desorientación, una posible pérdida temporal de conciencia y debilidad muscular.
—De acuerdo. ¿Algún resto de semen?
—No, ni un minúsculo soldado. O bien se puso condón o bien su anticonceptivo
se lo cargó. Todavía tenemos que comprobar eso. El cuerpo fue rociado con
desinfectante. Hay restos también en la vagina, lo cual pudo haber matado a algunos
de los soldados. No le hemos sacado ninguno. Ah… otra cosa. Los cosméticos con
que la maquillaron no concuerdan con los que había en su apartamento. Todavía no
hemos acabado con ellos, pero la observación preliminar indica que todos son a base
de ingredientes naturales, lo cual significa muchos dólares. Lo más probable es que
los llevara él.
—Dime las marcas lo antes posible. Es una buena pista. Buen trabajo, Capi.
—Sí, sí. Feliz Navidad de mierda.
—Lo mismo, capullo —respondió Eve entre dientes cuando hubieron colgado.
Movió los hombros para aligerar un poco la tensión y se dirigió hacia las puertas de
hierro de su casa.
Se veían las luces de las ventanas a través de la oscuridad del invierno. Unas
ventanas altas, con arcos, en las torres y los pilares, encima del amplio piso principal.
Casa, pensó. Se había convertido en su casa a causa del hombre de quien era
propiedad. El hombre que la amaba. El hombre que le había puesto el anillo en el
dedo, igual que Jeremy había querido hacer con Marianna.
Con el dedo pulgar jugueteó con el anillo mientras aparcaba el coche delante de la
entrada principal.
«Ella lo había sido todo», había dicho Jerry. Un año antes Eve no hubiera

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comprendido qué significaba eso. Ahora sí.
Se quedó sentada un momento y se pasó ambas manos por la mata de pelo
revuelta. El dolor de ese hombre había penetrado en ella. Eso era un error; no
resultaría de ninguna ayuda y posiblemente mermaría la investigación. Tenía que
poner eso a un lado, apartar de su mente la devastadora emoción que había sentido
por él cuando se había derrumbado en sus brazos.
El amor no siempre resultaba vencedor, se dijo a sí misma. Pero sí podía hacerlo
la justicia, si ella era lo bastante buena.
Salió del coche, lo dejó donde estaba y empezó a subir la escalera hasta la puerta
principal. En cuanto estuvo dentro, se quitó la chaqueta de piel y la dejó caer de
cualquier manera encima de la elegante barandilla de la escalera.
Summerset salió de entre las sombras la miró, alto, huesudo, pálido, con ojos
oscuros y reprobadores.
—Teniente.
—Deja mi vehículo exactamente donde está —le dijo, y se giró hacia la escalera.
Él sorbió por la nariz de forma audible, consciente.
—Tiene usted varios mensajes.
—Pueden esperar. —Continuó subiendo y empezó a fantasear con una buena
ducha caliente, un vaso de vino y una cabezada de diez minutos.
Él la llamó, pero ella ya había dejado de escucharle.
—Que te den —dijo, distraída, y abrió la puerta del dormitorio.
Todo aquello que se había marchitado dentro de ella, floreció.
Roarke estaba de pie delante del vestidor, desnudo hasta la cintura. La hermosa
musculatura de la espalda se desplazaba sutilmente mientras alargaba un brazo para
tomar una camisa limpia. Volvió la cabeza y todo el poder de ese rostro la golpeó.
Los labios de poeta que sonreían, los profundos ojos azules que la miraban risueños.
Él echó la cabeza hacia atrás para apartar la gruesa mata de pelo negro de los ojos.
—Hola teniente.
—Creí que no llegarías hasta dentro de dos horas.
Él dejó la camisa a un lado. Ella no había estado durmiendo bien últimamente,
pensó. Se le notaba la fatiga, las ojeras.
—Acabé pronto.
—Sí.
Ella fue hacia él, deprisa, casi demasiado rápido para darse cuenta del repentino
brillo de sorpresa en los ojos de él, la profunda expresión de placer. Los brazos de él
se abrieron para ella.
Ella inhaló su olor, con fuerza, le acarició la espalda con firmeza y luego
sumergió el rostro en el pelo de él e inhaló, una vez.
—Me has echado de menos —murmuró él.
—Espera un minuto, ¿de acuerdo?
—El tiempo que quieras.

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El cuerpo de ella encajaba con el de él. De alguna manera encajaba como una
pieza de puzle con otra. Ella recordó cómo Jeremy Vandoren le había enseñado el
anillo, la brillante promesa que encerraba.
—Te quiero. —Fue una conmoción notar las lágrimas agolpadas en la garganta.
Tuvo que esforzarse en tragárselas—. Siento mucho no decírtelo lo bastante a
menudo.
Él había percibido las lágrimas. Le acarició la nuca y se la masajeó con suavidad,
para aligerarle la tensión que notaba allí.
—¿Qué sucede, Eve?
—Ahora no. —Más tranquila, se apartó un poco y le tomó el rostro con ambas
manos—. Estoy tan contenta de que estés aquí. —Sonrió y él le puso los labios
encima de los de ella.
Un sentimiento cálido, de bienvenida, y la pasión que nunca parecía satisfecha. Y
con todo eso, escondida en todo eso, Eve podía dejar a un lado todo excepto a él.
—¿Te estabas cambiando de ropa? —le preguntó sin separar los labios de los de
él.
—Sí. Mmmm. Un poco más de esto —murmuró, y le mordisqueó el labio
superior hasta que ella se estremeció.
—Bueno, me parece que esto es una pérdida de tiempo. —Para demostrárselo,
introdujo las manos entre los dos y le desabrochó los pantalones.
—Tienes toda la razón. —Él le desabrochó el arnés y lo dejó a un lado—. Me
encanta desarmarte, teniente.
Con un rápido movimiento que hizo que él arqueara una ceja, ella se dio la vuelta
y le sujetó contra la puerta del vestidor.
—No necesito un arma para poseerte, amigo.
—Pruébalo.
Él ya estaba erecto cuando la mano de ella se cerró alrededor de él. El azul de sus
ojos se hizo más profundo y adquirió un brillo peligroso.
—Tampoco te has puesto los guantes hoy.
Ella sonrió, mientras le acariciaba a lo largo de todo el miembro.
—¿Eso ha sido una queja?
—Por supuesto que no. —Le costaba respirar. De todas las mujeres que había
conocido, ella era la única que podía cortarle la respiración con tanta facilidad. Él
deslizó las manos por su cuerpo hasta que le tomó los pechos y con los pulgares le
acarició con suavidad los pezones. Luego le desabrochó los botones de la camisa.
La quería sentir debajo de su cuerpo.
—Ven a la cama.
—¿Qué tiene de malo aquí? —Ella bajó la cabeza y le dio un mordisco en el
hombro—. ¿Qué tiene de malo ahora?
—Nada. —Esta vez él se movió rápidamente, le puso un pie detrás de los de ella
y le hizo perder el equilibrio. Los dos cayeron al suelo—. Pero tengo intención de

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poseerte yo a ti, en lugar de que sea al contrario.
Los labios de él se cerraron alrededor de uno de los pechos de ella y sorbieron
con fuerza. Las palabras se ahogaron en la garganta de ella, las imágenes explotaban
en su cabeza, y sus caderas se elevaron hacia él.
Él la conocía mejor, pensaba muchas veces, que ella misma. Ella necesitaba la
pasión, la potencia, para olvidar aquello que la estuviera preocupando. Una pasión
que él podía ofrecerle, y que les daba placer a ambos, oleada tras oleada.
Ella estaba delgada. El peso que había perdido durante la convalecencia no era
algo que pudiera permitirse y todavía tenía que recuperarlo. Pero él sabía que ella no
deseaba caricias suaves en esos momentos. Así que la excitó, sin piedad y sin tregua,
hasta que la respiración de ella sonó entrecortada y el corazón le estallaba bajo sus
labios y sus manos.
Ella se contorsionó debajo del cuerpo de él, se sujetó con fuerza a su pelo, sus
pechos desnudos se le ofrecían con el diamante en forma de lágrima que él le había
regalado sumergido en el profundo valle entre ellos.
Él la lamió bajando por el torso, por las costillas, por el firme y plano vientre, la
mordisqueó en la fina línea de la cadera. Ella no podía dejar de moverse hacia él,
contra él. Le bajó los pantalones, dejando al descubierto los suaves rizos de la
entrepierna.
Cuando la acarició con la lengua, cuando la penetró con la lengua, el orgasmo la
atravesó como un rayo. Sintió el pulso frenético bajo la piel inundada de sudor.
Estaba medio dentro y medio fuera del vestidor, rodeada por el olor de él, atrapada en
él, y en la gloria.
Notó que los dedos de él se le clavaban en las caderas y que la levantaban, que la
obligaban a abrir las piernas. Y la poseyó. Se le escapó un gemido mientras él la
sujetaba y la atraía hacia sí. Se sentía volar, y no había nada más en su mente que la
imperiosa necesidad del apareamiento.
Alargó los brazos hacia él, pronunció su nombre casi sin respiración, le acarició
los hombros, la espalda. Le abrazaba con las piernas cerradas alrededor de su cintura.
Él la penetró con suavidad, una primera embestida de bienvenida. El cuerpo de él
se estremeció al notar que ella se tensaba alrededor de su miembro, que le atrapaba
igual que estaba atrapada ella. Apretó los labios contra los de ella, alimentándose de
ellos mientras ella no dejaba de mover las caderas.
Deprisa y con fuerza, con los ojos fijos el uno en el otro. Embestida, retirada y
embestida. Respiraban el aliento el uno del otro. Cada vez más cerca, y el agradable y
sólido sonido de un cuerpo contra el otro.
Ella vio que los ojos de él se oscurecían en el momento en que se abandonó. El
cuerpo de ella entró en erupción, destrozado debajo del de él. Él bajó la cabeza y
apoyó el rostro en el cuello de ella. Y ella volvió a sumergir su rostro en el pelo de él.
Volvió a inhalar su olor.
—Es fantástico estar en casa —murmuró él.

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Ella tuvo su ducha caliente, su vaso de vino y, luego, lo que para ella era el colmo
de la decadencia: una cena en la cama con su esposo.
—Háblame de ello. —Él había esperado a que ella se relajara, hasta que hubiera
comido. Ahora le sirvió otro vaso de vino y vio que los ojos se le llenaban de
sombras.
—No me gusta traer el trabajo a casa.
—¿Por qué no? —Él sonrió y volvió a llenarse su propia copa—. A mí sí.
—Es diferente.
—Eve. —Le pasó un dedo por el hoyuelo de la barbilla—. A los dos nos define
mucho lo que hacemos para vivir. Tú no puedes vivir si dejas tu trabajo al otro lado
de la puerta, igual que no puedo yo. Lo llevas dentro.
Ella se recostó en las almohadas y miró a través de la ventana, hacia el oscuro
cielo de la noche.
—Fue cruel —dijo, al final—. Pero no se trata de eso, en realidad. He visto cosas
más crueles. Ella era inocente… había algo en su apartamento, su manera de andar,
su rostro, no lo sé, pero tenía cierta inocencia. Pero sé que no se trata de eso,
tampoco. La inocencia se destruye muy a menudo. Sé lo que es eso. No el ser
inocente, yo no recuerdo haber sido inocente. Pero sé lo que es ser destruida.
Maldijo en voz baja y dejó el vino a un lado.
—Eve. —Él le tomó la mano y esperó a que ella levantara la vista hacia él—. Un
asesinato con violación quizá no sea la mejor manera de que vuelvas a incorporarte al
trabajo activo.
—Hubiera podido pasárselo a otro. —Se avergonzaba de admitirlo, tanto que tuvo
que apartar la mirada—. Si lo hubiera sabido, no estoy segura de si hubiera
respondido a la llamada.
—Todavía puedes pasárselo a otra persona del departamento. Nadie te culparía si
lo hicieras.
—Yo me culparía a mí misma. Ahora la he visto. Ahora la he conocido. —Eve
cerró los ojos, pero sólo un momento—. Ahora es mía. No puedo dar la espalda a este
hecho.
Eve se apartó el pelo del rostro y se obligó a centrarse.
—Parecía tan sorprendida y feliz cuando abrió la puerta. Igual que una niña.
Vaya, un regalo. ¿Sabes?
—Sí.
—La forma en que ese cabrón miró a la cámara antes de entrar en el apartamento.
La amplia sonrisa, el guiño. Y después, ese baile victorioso hasta el ascensor.
Se tumbó en la cama de espaldas y clavó la mirada en el techo. Ahora ya no eran
los ojos de una policía, pensó Roarke. Sino los de un ángel vengador.
—No hubo ninguna pasión, simplemente puro placer. —Cerró los ojos otra vez, y
volvió a ver la imagen, claramente. Cuando volvió a abrirlos, parecía que se hubiera

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prendido un fuego en ellos—. Me puso enferma.
Enojada consigo misma, tomó otra vez la copa de vino y dio un sorbo.
—Tuve que decírselo a la familia. Tuve que ver sus rostros mientras lo hacía. Y
Vandoren, verle hecho pedazos, verle mientras intentaba comprender que su mundo
acababa de desmoronarse. Ella era una mujer agradable, una mujer sencilla y
agradable que estaba feliz con su vida, que estaba a punto de prometerse, y que le
abrió la puerta a alguien que, simbólicamente, es una figura de inocencia. Ahora está
muerta.
Porque la conocía, Roarke le tomó la mano y la obligó a deshacer el puño en que
la acababa de cerrar.
—No eres menos policía porque eso te afecte.
—Demasiadas veces las cosas te afectan y los límites se desdibujan. Te acercas al
límite, a ese momento en que sabes que ya no vas a poder enfrentarte a otro muerto.
—¿Has pensado alguna vez en tomarte un descanso? —Al ver que ella fruncía el
ceño se limitó a sonreír—. No, por supuesto que no. Te enfrentarás al siguiente, Eve,
porque eso es lo que tú haces. Esa eres tú.
—Es posible que me enfrente a otro antes de lo que me gustaría. —Entrelazó los
dedos de la mano con los de él—. ¿Era ella la única, Roarke? ¿Su amor verdadero?
¿O existen once más?

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Capítulo tres

Eve dio la vuelta a la planta de aparcamiento del centro comercial por segunda vez.
Y apretó las mandíbulas.
—¿Por qué esta gente no está trabajando? ¿Por qué no tienen vida propia?
—Para algunos —respondió Peabody en tono solemne— ir de compras es su
vida.
—Sí, sí. —Eve pasó por delante de una zona donde los coches estaban
amontonados como fichas de póquer, en columnas de seis y cada uno metido en su
ranura—. Qué mierda. —Giró el volante y pasó entre las columnas a tan poca
distancia de los parachoques de los coches que Peabody cerró los ojos—. ¿Sabes? Se
puede comprar cualquier cosa que se quiera por Internet, en la intimidad de la propia
casa. No comprendo todo esto.
—Comprar por Internet no tiene la misma emoción. —Peabody apoyó un brazo
en el salpicadero cuando Eve frenó de golpe en el carril de emergencias justo delante
de Bloomingdale’s—. No se utilizan los sentidos, ni se puede dar codazos a la gente
para que se aparten de en medio. No hay ninguna deportividad en comprar a través de
una pantalla.
Eve soltó un bufido, encendió la señal de «En servicio» y salió del coche.
Inmediatamente, la asaltó una oleada de música. Los villancicos estallaban en el aire
a toda potencia. Eve pensó que la gente corría dentro del edificio y compraba
cualquier cosa sólo para escapar de ese ruido.
A pesar de que la temperatura ambiente, controlada por ordenador, rondaba unos
confortables veintidós grados, la enorme cúpula estaba poblada de remolinos de unos
ligeros copos de nieve artificial. Los escaparates del piso comercial estaban repletos
de androides trajeados. Los Santa Claus y los Elfos trabajaban en un taller, los renos
volaban o bailaban por encima de los tejados y los niños de pelo rubio y de rostro
angelical abrían paquetes envueltos en brillantes papeles de colores.
Dentro de uno de los escaparates, un adolescente ataviado con el mono negro y
amarillo fluorescente de última moda, realizaba círculos y giros encima del patín
aéreo Flyer 6000, el último modelo del año. Si se apretaba el botón colocado al lado
del cristal, se podía oír la grabación de su voz excitada pregonando las opciones y
virtudes del patín, así como el precio y la localización de la tienda donde comprarlo.
—Me gustaría probar uno de estos caramelos —dijo Peabody en voz baja
mientras seguía a Eve hasta la puerta.
—¿No eres un poco mayor para esos juguetes?
—No es un juguete, es una aventura —repuso Peabody, recitando la frase
promocional del patín.
—A ver si terminamos con esto. Odio estos sitios.
Las puertas se abrieron con suavidad y las recibieron con una agradable promesa:

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«Bienvenido a Bloomingdale’s. Usted es nuestro cliente más importante».
Dentro, la música continuaba sonando, pero a un volumen más bajo. Sin
embargo, el sonido de la voz resultaba más estridente, dado que decenas de personas
hablaban al mismo tiempo generando una cacofonía de voces que se elevaban y
descendían, que resonaban en la cúpula del techo, donde los ángeles planeaban en
elegantes círculos.
Era un palacio del consumo, con todas las mercancías expuestas de forma
tentadora en los doce lustrosos pisos.
Androides y trabajadores se deslizaban a través de la multitud mostrando los
trajes, los accesorios y los estilos de pelo y de cuerpo que se podían adquirir en los
salones. El mapa electrónico que había justo al entrar estaba dispuesto a conducir a
los clientes hasta sus objetos de deseo más profundo.
Las instalaciones con licencia para cuidar a niños, animales de compañía y
ancianos estaban ubicadas en el nivel principal y ofrecían sus servicios a quienes
preferían comprar sin trabas. Por un pequeño alquiler se podía disponer de carritos
para transportar tanto los paquetes como a los clientes, o ambos a la vez. Los precios
eran por hora o por jornada.
Un androide con el pelo adornado con unas serpenteantes tiras de vividos colores
se les aproximó con una pequeña botella de vidrio en la mano.
—Aparta esa cosa —le ordenó Eve.
—A mí me gustaría probarlo. —Peabody echó la cabeza hacia atrás para que el
androide le vertiera un poco de perfume en el cuello.
—Se llama Poséeme —anunció el androide en un ronroneo—. Póngaselo y
prepárese a ser violada.
—Ajá. —Peabody ladeó la cabeza en dirección a Eve—. ¿Qué le parece?
Eve lo olió y negó con la cabeza.
—No es para ti.
—Podría ser para mí —dijo Peabody entre dientes mientras se afanaba detrás de
ella.
—Intentemos mantenernos centradas en el tema. —Eve tomó a Peabody por el
brazo en cuanto su ayudante se detuvo delante de un mostrador de cosméticos, detrás
del cual una mujer estaba sometiéndose a una sesión de maquillaje de unos tonos
dorados y brillantes desde el cuello hasta la cabeza—. Vamos al departamento del
tipo, a ver si averiguamos quién atendió a Hawley anteayer. Ella utilizó la tarjeta de
crédito, así que deben de tener su dirección.
—Podría terminar mis compras navideñas en veinte minutos.
—¿Terminar? —Subieron a la rampa que ascendía al piso superior y Eve se
volvió hacia Peabody.
—Sí. Sólo me quedan un par de cosas. —Peabody hizo un puchero con los labios
y tuvo que morderse el carrillo para reprimir una sonrisa—. Usted todavía no ha
empezado, ¿verdad?

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—He empezado a pensarlos.
—¿Qué le va a comprar a Roarke?
—He empezado a pensarlo —repitió Eve, y se metió las manos en los bolsillos.
—Aquí tienen ropa fantástica. —Peabody hizo un gesto con la cabeza en
dirección a los androides apostados ante la zona de ropa de hombre.
—Tiene un vestidor grande como Maine repleto de ropa.
—¿Le ha comprado alguna vez alguna pieza?
Eve corrigió la actitud defensiva que su cuerpo acababa de adoptar y enderezó la
espalda.
—No soy su madre.
Peabody se detuvo ante un androide que exhibía una camisa plateada y unos
pantalones de piel negros.
—Esto le quedaría bien. —Señaló la camisa—. Claro que a Roarke todo le queda
bien. —Levantó las cejas y miró a Eve—. A los chicos les encanta que las mujeres les
compren ropa.
—Yo no sé comprarle ropa a nadie. Si ni siquiera sé comprármela para mí. —Eve
se dio cuenta de que ya había empezado a imaginarse qué aspecto tendría Roarke en
el lugar del androide y soltó un bufido—. Y no estamos aquí para ir de compras.
Con el ceño fruncido, se aproximó al primer mostrador y estampó la placa bajo
las narices del dependiente.
Éste se aclaró la garganta y se apartó la manta de pelo negro del hombro.
—¿En qué puedo servirla, agente?
—Teniente. Tuvieron aquí a una cliente hace un par de días, Marianna Hawley.
Quiero saber quién la atendió.
—Estoy seguro de que puedo averiguárselo. —Sus ojos, de un tono dorado,
miraron a un lado y a otro—. Teniente, ¿le importaría quitar de la vista su
identificación y quizá, esto… abrocharse la chaqueta por encima del arma? Creo que
nuestros clientes se sentirían más cómodos.
Sin decir nada, Eve se metió la placa en el bolsillo y se cerró la chaqueta.
—Hawley —dijo, con un gesto de evidente alivio—. ¿Sabe si realizó la compra
en metálico, tarjeta de crédito o a cuenta?
—Tarjeta. Compró dos camisas de hombre, una de seda y una de algodón, un
jersey de cachemir y una chaqueta.
—Sí. —Detuvo la búsqueda que estaba realizando en el registro—. Ya lo
recuerdo. Yo la atendí. Una atractiva morena de unos treinta años. Estaba buscando
unos regalos para su compañero. Ah… —Cerró los ojos—. Camisas, ciento
veintiocho de espaldas, setenta y nueve de mangas. El jersey y la chaqueta, ciento
seis centímetros de pecho.
—Buena memoria —comentó Eve.
—Es mi trabajo —dijo, abriendo mucho los ojos y sonriendo—. Recordar a los
clientes, sus gustos y sus necesidades. La señorita Hawly tuvo un gusto excelente,

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además de la previsión de traer un holograma de bolsillo de su hombre para que
pudiéramos programar un test de color personalizado.
—¿La atendió alguien más aparte de usted?
—No en este departamento. Yo le dediqué todo mi tiempo y atención.
—¿Tiene usted su dirección registrada?
—Sí, por supuesto. Recuerdo que le ofrecí la posibilidad de que le mandáramos
los paquetes, pero ella dijo que prefería llevárselos. Se rio y dijo que así era más
divertido. Disfrutó mucho de su experiencia de ir de compras. —La mirada se le
ensombreció—. ¿Es que tiene alguna queja?
—No. —Eve le miró a los ojos y supo que estaba malgastando el tiempo—. No
tiene ninguna queja. ¿Vio usted si había alguien por aquí mientras ella estaba
comprando que hablara con ella, o que la observara?
—No. Pero estábamos muy ocupados. Oh, espero que no la asaltaran en la zona
de aparcamiento. Hemos sufrido una serie de incidentes durante las últimas semanas.
No sé qué le pasa a la gente. Es Navidad.
—Ajá. ¿Venden ustedes trajes de Santa Claus?
—¿Trajes de Santa Claus? —parpadeó, un poco sorprendido—. Sí, están en
Novedades de temporada, sexta planta.
—Gracias. Peabody, compruébalo —ordenó Eve mientras se daba la vuelta—.
Busca los nombres y la ubicación de todo aquel que haya comprado o alquilado un
traje de ésos durante el último mes. Voy a bajar a la sección de joyería, a ver si
alguien identifica la aguja de pelo. Nos encontraremos ahí.
—Sí, teniente.
Conociendo a su ayudante, Eve la tomó del brazo y la avisó:
—Dentro de quince minutos. Si tardas más, te pongo de vigilante.
Peabody se encogió de hombros en cuanto Eve se hubo alejado.
—Es tan estricta.

El hecho de tener que abrirse paso a codazos hasta el tercer piso no mejoró el
ánimo de Eve. Detrás de los cristales había un mar de brillantes accesorios para el
cuerpo, desde pendientes hasta aretes para los pezones. Oro, plata, piedras de colores,
formas intrincadas, texturas variadas, todo reclamaba la atención desde el otro lado
de los cristales.
Roarke siempre le estaba comprando cosas para el cuello y para las orejas. Eve no
lo comprendía. Con gesto distraído, se llevó la mano hasta el diamante que llevaba
debajo de la camisa. Pero a él parecía gustarle mucho ver que ella se ponía las cosas
que él escogía para ella.
Eve empezaba a perder la paciencia, y estaba siendo completamente ignorada por
el personal que atendía el mostrador, así que se inclinó hacia delante y sujetó al
dependiente por el cuello.

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—Señora. —Ofendido, el dependiente le clavó una ceñuda mirada azul.
—Teniente —le corrigió ella, mostrándole la placa con la mano que le quedaba
libre—. ¿Puede dedicarme un minuto, ahora?
—Por supuesto. —Se enderezó y se ajustó la delgada corbata plateada—. ¿En qué
puedo ayudarla?
—¿Venden algo como esto? —Abrió la bolsa y sacó la horquilla del pelo dentro
de la bolsa transparente.
—No creo que sea nuestro. —Se acercó para mirar bien la aguja—. Un buen
trabajo. Muy festivo. —Se enderezó—. No podemos aceptar una devolución a no ser
que tenga usted el recibo. Pero no creo que tengamos esto en catálogo.
—No quiero devolverlo. ¿Tiene alguna idea acerca de dónde puede proceder?
—Yo diría que de una tienda especializada. La artesanía parece muy buena. Hay
seis joyeros en el centro. Quizá uno de ellos lo reconozca.
—Fantástico. —Se la guardó en la bolsa y soltó un bufido.
—¿Puedo ayudarla en algo más?
Eve observó con gesto inquieto el despliegue de artículos que tenía ante los ojos.
Le llamó la atención un collar de tres tiras y con piedras de colores grandes como un
pulgar. Era ridículamente llamativo, casi hortera. Y parecía llevar la etiqueta de
Mavis.
—Esto —dijo, señalándolo.
—Ah, le gustaría el Collar Pagano. Único, muy…
—No quiero probármelo. Me lo llevo. Envuélvalo y hágalo deprisa.
—Entiendo. —El oficio le ayudó a no sonreír—. ¿Y cómo lo quiere pagar?
Peabody llegó justo cuando Eve tomaba el festivo paquete rojo y plateado.
—Ha realizado unas compras —dijo en tono acusador.
—No, he realizado una adquisición. Es distinto. La aguja no es de aquí. El tipo
parecía saber de qué hablaba y fue bastante tajante. No quiero desperdiciar más
tiempo en este lugar.
—No parece que haya desperdiciado el tiempo —dijo Peabody entre dientes.
—Investigaremos la aguja en el ordenador. A ver si Feeney tiene tiempo de
realizar una búsqueda.
—¿Qué ha comprado?
—Sólo una cosa para Mavis. —Mientras se dirigían hacia las puertas, vio que
Peabody estaba haciendo un puchero—. No te preocupes, Peabody. Te compraré algo.
—¿De verdad? —Peabody se animó de inmediato—. Yo ya le he comprado su
regalo. Está envuelto y todo.
—Enséñamelo.
Contenta ahora, Peabody saltó dentro del coche.
—¿Quiere adivinar qué es?
—No.
—Voy a darle una pista.

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—Contente, Peabody. Empieza a realizar la búsqueda de los nombres que tienes
de los trajes de Santa Claus, a ver si alguno coincide.
—Sí, teniente. ¿Adónde vamos?
—A Personalmente Tuyo. —Miró a Peabody de reojo—. Y tampoco vas a
comprar nada allí.
—Aguafiestas, teniente. —Peabody añadió con gesto eficiente, y empezó a
introducir los nombres en su unidad.

En el corazón del centro de la ciudad, elevándose por encima de la Quinta


Avenida, se encontraba un palacio de placer de un pulido mármol negro. La fachada
se levantaba hasta unos balcones dorados y unas rampas plateadas. A sus cuatro
costados subían y bajaban unos ascensores completamente transparentes.
Dentro había salones de escultura corporal, tratamiento anímico y orientación
sexual. Sin abandonar las instalaciones, los clientes eran cepillados, pulimentados,
modelados y remodelados, y podían obtener satisfacción sexual en la forma que
eligieran.
Disponía de varios gimnasios equipados con la más moderna maquinaria para
quienes preferían trabajar por sí mismos. Para quienes preferían recorrer la senda
hasta la belleza y la buena forma de modo más pasivo, unos consejeros con licencia
se ofrecían para manejar las cabinas láser y de tono y aligerar a sus clientes de unos
cuantos kilos y centímetros de más.
Uno de los pisos estaba dedicado a un enfoque integral, lo cual incluía cualquier
cosa desde equilibrio de chacras hasta enemas de café. Mientras observaba esos
servicios tan especiales, Eve no sabía si reírse o estremecerse.
Baños de barro, friegas de algas, inyecciones de placenta de ovejas criadas en
Alfa Seis, sesiones relajantes, viajes en realidad virtual, ajustes de visión y
estiramientos del rostro. Todo se podía obtener en las mismas instalaciones, y se
ofrecían una serie de paquetes en oferta.
Una vez uno había perfeccionado cuerpo y mente, se le invitaba a explorar la
posibilidad de encontrar, ayudado por el personal especializado de Personalmente
Tuyo, una compañía adecuada para ese nuevo yo.
La empresa ocupaba tres pisos del edificio, y el personal iba uniformado con unos
sencillos trajes chaqueta negros que mostraban un pequeño corazón rojo cosido en el
pecho. Dado que la senda de la belleza se encontraba ante su puerta, los rostros y los
cuerpos atractivos del personal formaban parte del uniforme.
La zona del vestíbulo parecía un templo griego, con unos pequeños lagos que
brillaban al paso de los peces de colores y unas columnas de mármol blanco
envueltas de enredaderas que separaban las distintas áreas. Los asientos eran bajos y
estaban repletos de almohadas. Un mostrador de recepción se escondía discretamente
entre unas frondosas palmeras.

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—Necesito información sobre una de sus clientes. —Eve mostró la placa y vio
que a la recepcionista le temblaba un poco la mirada a causa de los nervios.
—No se nos permite dar información de nuestros clientes. —La mujer se mordió
el labio y se pasó los dedos por el diminuto corazón que llevaba tatuado debajo de un
ojo, como una bonita lágrima roja—. Todos nuestros servicios son estrictamente
confidenciales. La privacidad de nuestros clientes está totalmente garantizada.
—Una de sus clientes ya no está preocupada por la privacidad. Éste es un asunto
policial. O bien puedo obtener una orden en cinco minutos, o bien usted puede darme
lo que necesito sin que su departamento tenga que repasar todos los archivos.
—Espere un momento, por favor. —La recepcionista le señaló la zona de espera
más cercana—. Voy a buscar al director.
—De acuerdo. —Eve se dio la vuelta y la recepcionista se colocó los cascos de
telefonía.
—Huele muy bien aquí —comentó Peabody—. Todo el edificio huele
estupendamente. —Inhaló con fuerza—. Deben de esparcir algo con el aire
acondicionado. Agradable y tranquilizante. —Se instaló encima de uno de los cojines
dorados que rodeaban una tintineante fuente—. Quiero vivir aquí.
—Últimamente estás molestamente alegre, Peabody.
—Las fiestas tienen ese efecto en mí. Oh, mire eso. —Meneó la cabeza mientras
observaba con ojos encendidos a un hombre de pelo rubio y largo que entraba con
aire altivo—. ¿Para qué necesita un tipo así un servicio como éste?
—¿Para qué lo necesita nadie? Es angustiante.
—No lo sé, debe de ahorrar tiempo, evita problemas. Usar y tirar. —Peabody se
inclinó hacia delante para mirar por detrás de Eve y no perder de vista al hombre—.
Quizá yo debería probarlo. Quizá tuviera suerte.
—No es tu tipo.
El rostro de Peabody se ensombreció exactamente de la misma manera que lo
había hecho cuando Eve había rechazado el perfume.
—¿Por qué? Me gusta mirar a ese tipo de…
—Claro, pero intenta tener una conversación con él. —Eve se metió las manos en
los bolsillos y se balanceó de un pie a otro—. El tipo está enamorado de sí mismo y
cree que toda mujer que le eche un vistazo debe poner cara de ternero degollado,
exactamente como estás haciendo tú. Te va a matar de aburrimiento en diez minutos,
porque sólo sabe hablar de sí mismo, de su aspecto, de lo que hace, de lo que le gusta.
Tú serías el último de sus accesorios.
Peabody lo pensó unos instantes sin dejar de mirar al Adonis de pelo dorado que
posaba ante el mostrador de recepción.
—De acuerdo, pues no me molestaré en hablar. Será sólo sexo.
—Sería un revolcón de mierda… no le importaría en absoluto si te corres o no.
—Me corro sólo con mirarle. —Pero suspiró al ver que él sacaba un pequeño
espejo plateado y se observaba en él con un evidente placer—. En momentos como

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éste, odio que tenga razón.
—Mira eso —dijo Eve casi sin respiración—. A esos dos les han sacado tanto
brillo que hacen falta gafas de sol.
—Ken y Barbie de paseo en la ciudad. —Al ver la mirada de desconocimiento de
Eve, Peabody volvió a suspirar—. Joder, no tuvo una muñeca Barbie. ¿Qué especie
de niña era usted?
—Yo nunca fui una niña —dijo simplemente Eve, y se volvió para saludar a la
magnífica pareja que se alejaba como deslizándose por el suelo.
La mujer tenía las caderas estrechas y los pechos grandes, tal y como era
obligatorio en la moda del momento. El pelo dorado le caía en una cascada recta por
encima de los hombros y se cortaba encima de los enormes y bonitos pechos. La piel
de la cara relucía, suave y blanca como el alabastro, y los ojos eran de un color
esmeralda rico y profundo, enmarcados por unas largas pestañas que llevaba teñidas a
juego con sus iris de piedra preciosa. Los labios eran gruesos y rojos, y se curvaron
en una educada sonrisa de saludo.
Su compañero era exactamente igual de resplandeciente, y hacía juego con ella.
El pelo, plateado como la luna, se recogía en una larga trenza entrelazada con una tira
de cuerda dorada. Los hombros eran anchos, las piernas, largas.
A diferencia del resto del personal, no iban vestidos de negro, sino que llevaban
unos finos monos blancos ajustados al cuerpo. La mujer llevaba un pañuelo rojo
transparente atado a las caderas.
Ella habló primero, con una voz tan suave y sedosa como el pañuelo.
—Soy Piper, y él es mi socio, Rudy. ¿En qué podemos ayudarla?
—Necesito información sobre una de sus clientes. —Otra vez, Eve mostró la
placa—. Estoy investigando un homicidio.
—Un homicidio. —La mujer se llevó la mano al corazón—. Qué terrible. ¿Una
de nuestras clientes? ¿Rudy?
—Por supuesto que colaboraremos en todo lo que sea posible. —Habló con
suavidad y con una aterciopelada voz de barítono—. Será mejor que hablemos de
esto arriba, en privado.
Hizo un gesto hacia uno de los ascensores transparentes flanqueados por unas
enormes azaleas blancas completamente florecidas.
—¿Está segura de que la víctima era una de nuestras clientes?
—Su amante la conoció a través de sus servicios. —Eve se colocó en medio del
ascensor y evitó dirigir la mirada hacia las vistas mientras subían. Las alturas nunca
le habían gustado.
—Comprendo. —Piper suspiró—. Tenemos un excelente índice de éxito en
emparejar a las personas. Espero que no se tratara de una pelea de amantes que
terminara en tragedia.
—Todavía tenemos que determinarlo.
—No puedo creer que se trate de eso. Nosotros realizamos las comprobaciones de

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forma muy escrupulosa. —Rudy hizo un gesto hacia la puerta en cuanto el ascensor
se hubo detenido.
—¿Cómo?
—Estamos conectados con ComTrack. —Mientras hablaba, las escoltó a lo largo
de un tranquilo pasillo de un blanco aséptico que exhibía unas telas de unos tonos
suaves y marcos dorados y repleto de unos jarrones transparentes llenos de flores
recién cortadas—. Todos los clientes son introducidos en el sistema. Comprobamos el
historial matrimonial, la situación económica, y si existen antecedentes penales, por
supuesto. También deben someterse a un test de personalidad. Cualquiera con
tendencias violentas es rechazado. Las preferencias sexuales y los deseos personales
son grabados, analizados y comparados con las de otros clientes.
Abrió la puerta a una enorme oficina con techo de cúpula de un blanco cegador y
unos rojos chillones. Una de las paredes era una gran ventana de cristal que filtraba
tanto la luz del sol como los sonidos del tráfico aéreo.
—¿Qué porcentaje de desviaciones tienen?
Los labios perfectos se apretaron.
—No consideramos que las preferencias sexuales personales sean desviaciones a
no ser que los compañeros tengan alguna objeción.
Eve arqueó las cejas.
—¿Por qué no utilizamos mi definición? Ataduras, sadomaso. ¿A alguno de sus
clientes les gusta maquillar a sus parejas después del sexo?
Rudy se aclaró la garganta y se colocó delante de una enorme y blanca consola.
—Por supuesto, alguno de nuestros clientes buscan lo que podríamos llamar
experiencias sexuales arriesgadas. Como le he dicho, estas preferencias son
comparadas con las de otros clientes.
—¿Con quién emparejó usted a Marianna Hawley?
—¿Marianna Hawley? —Miró a Piper.
—Soy mejor con las caras que con los nombres. —Miró a la pantalla de pared
mientras Rudy introducía el nombre en el ordenador. Al cabo de unos segundos,
Marianna les sonrió con una mirada viva y brillante.
—Ah, sí, la recuerdo. Era encantadora. Sí, me gustó mucho trabajar con ella.
Estaba buscando a un compañero, a alguien divertido con quien pudiera disfrutar del
arte… no, no, era teatro, creo. —Se llevó una uña de forma perfecta hasta el labio
inferior—. Era una romántica, muy dulce y clásica.
Pareció recordarlo de pronto. Dejó caer la mano a un costado del cuerpo.
—¿Ha sido asesinada? Oh, Rudy.
—Siéntate, querida. —Él dio la vuelta a la consola con paso elegante y la tomó de
la mano, le dio unos golpecitos y la condujo hasta un largo sofá repleto de almohadas
—. Piper se vincula de forma muy personal con nuestros clientes —le dijo a Eve—.
Por eso es tan maravillosa en su trabajo. Se preocupa.
—Yo también, Rudy.

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Aunque el tono de la voz era inexpresivo, la miró con expresión de intranquilidad
y, fuera lo que fuese lo que viera en ella, asintió en silencio.
—Sí, estoy seguro de que sí. Usted sospecha que alguien a quien hubiera podido
conocer a través de nuestros servicios la ha matado.
—Estoy investigando. Necesito nombres.
—Dale todo lo que necesite, Rudy. —Piper se dio unos golpecitos en los pómulos
para secarse las lágrimas.
—Me encantaría, pero tenemos una responsabilidad con nuestros clientes.
Garantizamos la privacidad.
—Marianna Hawley tenía derecho a esa privacidad —dijo Eve, directamente—.
Alguien la violó, la sodomizó y la estranguló. Yo diría que su privacidad fue bastante
violada. Dudo que a ninguno de sus clientes les gustara tener esa experiencia.
Rudy inhaló con fuerza. Su rostro había empalidecido, si eso era posible, y sus
ojos parecían arder en ese blanco brillante.
—Confío en su discreción.
—Confíe en mi competencia —dijo Eve como respuesta y esperó a que
introdujera la orden en el ordenador.

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Capítulo cuatro

Sarabeth Greenbalm no tenía un buen día. En primer lugar, odiaba trabajar en el


turno de tarde en el Zona Dulce. La clientela que lo frecuentaba desde mediodía hasta
las cinco de la tarde se componía en general de jóvenes ejecutivos que querían comer
sin prisas y que buscaban emociones baratas. Con el énfasis en «baratas». La multitud
que trepaba en la escala corporativa no tenía mucho dinero para las bailarinas de
striptease.
Lo único que les gustaba era babear y silbar.
Cinco horas de trabajo duro le habían reportado casi cien en metálico y unos
cuántos créditos, además de media docena de proposiciones de borrachos.
Ninguna de las cuales incluía el matrimonio.
El matrimonio era el Santo Grial de Sarabeth.
No iba a encontrar a un marido rico en el turno de tarde de un club de striptease.
Ni siquiera en un club de lujo como el Zona Dulce. El turno de noche tenía cierto
potencial, porque era la hora en que los vips y los presidentes de las grandes
empresas se daban una vuelta buscando pasar una hora o dos de excitación. Se podían
hacer unos mil con facilidad, y si se añadía un poco de meneo en sus regazos esa
cantidad se podía doblar. Pero lo mejor era coleccionar las tarjetas de trabajo.
Antes o después, uno de esos trajes corporativos de sonrisa amplia y blanca y
manos ansiosas iba a ponerle un anillo en el dedo por tener el privilegio de
manosearla.
Todo eso formaba parte de la carrera que había planificado con cuidado cuando se
había trasladado desde Allentown, Pensilvania, hasta la ciudad de Nueva York, hacía
cinco años. Hacer striptease en Allentown se había convertido en un camino sin
salida, y sólo le reportaba lo suficiente a la semana para no tener que convertirse en
otro sin techo. A pesar de todo, trasladarse a Nueva York había sido arriesgado. Aquí
había más competencia para conseguir los dólares destinados al ocio.
Una competencia más joven.
El primer año había trabajado dos turnos, y tres cuando conseguía seguir en pie.
Había trabajado de un lugar a otro, había ido de club en club y había tenido que
seguir la dura política de pagar el cuarenta por ciento de las ganancias a los jefes.
Había sido un año horrible, pero había conseguido hacerse un nido.
El segundo año se concentró en conseguir un puesto regular en un club de lujo.
Había tardado casi los doce meses en conseguirlo, pero por fin se abrió paso hasta el
Zona Dulce. Durante el tercer año había ascendido en la escala hasta tomar el puesto
de primera figura, y había invertido las ganancias cautelosamente. Y, tenía que
admitirlo, había desperdiciado casi seis meses valorando la oferta de cohabitación del
principal matón del club.
Quizá lo habría hecho si no le hubieran hecho pedazos en una pelea de bar en un

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antro donde había trabajado de noche como segundo empleo, a causa de que Sarabeth
había insistido en que necesitaban una cuenta bancaria más abultada si quería que
durmiera con él de forma regular.
Ella decidió considerarlo una escapada afortunada. Ahora, que ya estaba en el
cuarto año, tenía cuarenta y tres años y se le terminaba el tiempo.
No le importaba bailar desnuda. Bueno, era una excelente bailarina y su cuerpo
—lo observó, dándose la vuelta en el espejo de su dormitorio— era lo que le daba de
comer.
La naturaleza había sido generosa con ella, le había regalado unos pechos
erguidos y llenos que no había tenido que aumentar. De momento. Un torso largo,
unas piernas largas, un culo firme. Sí, tenía todas las armas necesarias.
Había tenido que invertir dinero en el rostro, y lo consideraba una buena
inversión. Había nacido con unos labios finos, una barbilla retraída y una frente
grande. Pero unas cuantas visitas al salón de belleza lo habían arreglado. Ahora sus
labios eran gruesos y generosos, su mentón tenía una curva atrevida y su frente se
veía despejada y clara.
Sarabeth Greenbalm tenía, en su propia opinión, un aspecto excelente.
El problema era que sólo le quedaban quinientos, todavía debía el alquiler y que
un tipo ansioso le había arrancado su mejor tanga antes de que ella pudiera quitárselo.
Tenía dolor de cabeza, le dolían los pies y todavía estaba soltera.
Nunca debería haberse dejado esos tres mil dólares en Personalmente Tuyo.
Retrospectivamente, lo que antes le había parecido una inversión inteligente ahora era
haber tirado el dinero por la cloaca. Eran los perdedores quienes utilizaban los
servicios de una agencia de citas, pensó mientras se ponía una bata corta de color
púrpura. Y los perdedores atraían a los perdedores.
Después de haber conocido a los dos primeros hombres de la lista de posibles
candidatos, había ido directamente a la Quinta Avenida a pedir que le devolvieran el
dinero. Esa reina rubia no se mostró tan agradable entonces, pensó Sarabeth. No
había devolución posible, de ninguna manera, ni pensarlo.
Sarabeth se encogió de hombros con gesto de tomárselo con filosofía y salió del
dormitorio para ir a la cocina. Era un tramo corto, dado que el apartamento casi no
era más grande que el vestidor común del Zona Dulce.
El dinero había desaparecido, estaba perdido. Y había aprendido una lección.
Tenía que depender de sí misma, solamente de sí misma.
Una llamada a la puerta interrumpió el examen de las limitadas ofertas del
AutoChef. Con gesto distraído, se recompuso la bata y dio un golpe contra la pared
con el puño. La pareja de al lado se peleaba como los gatos y jodía como los monos
casi cada noche. El puñetazo no conseguía que bajaran los decibelios, pero la hacía
sentir mejor.
Miró por la mirilla de la puerta y sonrió como una niña. Abrió las cerraduras
apresuradamente y abrió la puerta de par en par.

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—Eh, hola Santa Claus.
Él la miró con ojos brillantes.
—Feliz Navidad, Sarabeth.
Meneó la caja plateada que llevaba y le guiñó un ojo.
—¿Te has portado bien?

El capitán Ryan Feeney se encontraba sentado a un extremo del escritorio de Eve


y masticaba unas almendras garrapiñadas. Su rostro era agradable y tenía la expresión
vagamente taciturna de un perro de caza. El pelo era una mata de cabello grueso y
pelirrojo que mostraba algunas canas plateadas. Llevaba una camisa arrugada que en
ese momento mostraba una mancha de un color parecido al del óxido y que era un
recuerdo de la sopa de legumbres que había tomado para comer. En la mejilla tenía
un pequeño corte que se había hecho por la mañana al afeitarse.
Tenía un aspecto inofensivo.
Eve habría atravesado cualquier puerta con él. Y lo había hecho.
Él la había formado, la había enseñado. Ahora, como capitán de la División de
Detección Electrónica, era una ayuda de un valor incalculable para ella.
—Me gustaría poder decirte que esa golosina es única. —Se metió otra almendra
en la boca—. Pero hay doce tiendas en la ciudad que la venden.
—¿Y cuántas tenemos que investigar?
—Durante las últimas siete semanas se han vendido cuarenta y nueve. —Se rascó
la barbilla con cuidado de no tocarse el pequeño corte—. La aguja vale unos
quinientos dólares. Cuarenta y ocho se pagaron con tarjeta de crédito, sólo una se
pagó en metálico.
—Debió de ser él.
—Es más que probable. —Feeney sacó su cuaderno digital—. La transacción en
metálico se realizó en Sal’s Oro y Plata, en la Cuarenta y nueve.
—Lo investigaré. Gracias.
—No es nada. ¿Tienes algo más? McNab está deseoso y disponible.
—¿McNab?
—Le gustó trabajar contigo. El chico es bueno y listo, y puedes descargarle
cualquier trabajo pesado.
Eve pensó en el joven detective de colorido vestuario, mente rápida y sonrisa
descarada.
—A Peabody la pone negra.
—¿Crees que Peabody no podrá manejarlo?
Eve frunció el ceño, repicó los dedos en la mesa y se encogió de hombros.
—Sí, es una gran chica, y a mí me sería útil. He contactado con el ex marido de la
víctima. Se ha cambiado de domicilio en Atlanta. Su coartada por el período en
cuestión parece bastante sólida, pero no estará de más mirar con más atención. A ver

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si reservó algún billete a Nueva York, si hizo alguna llamada a la víctima.
—McNab puede hacerlo con los ojos cerrados.
—Pues dile que los abra y que lo haga. —Tomó el disco con el archivo y se lo dio
—. Todos los datos que tengo de su ex están aquí. Voy a hacer una búsqueda con los
nombres de las parejas de Personalmente Tuyo. Se los pasaré cuando haya terminado
de echarles un vistazo.
—No comprendo que existan esos sitios. —Feeney meneó la cabeza—. En mis
tiempos uno conocía a las mujeres a la vieja usanza. Uno las conocía en los bares.
Eve arqueó una ceja.
—¿Fue así cómo conociste a tu mujer?
Él sonrió.
—Funcionó, ¿no es verdad? Le pasaré esto a McNab —dijo mientras se levantaba
—. ¿No se te ha terminado el turno, Dallas?
—Sí, justo ahora. Creo que voy a echar un vistazo a estos nombres antes de irme.
—Tú misma. Yo ya estoy fuera. —Se dirigió hacia la puerta mientras se guardaba
la bolsa de almendras en el bolsillo—. Ah, nos hace mucha ilusión la fiesta de
Navidad.
Eve ya se había concentrado en la pantalla y no levantó la mirada.
—¿Qué fiesta?
—Tu fiesta.
—Ah. —Intentó recordar, pero no consiguió traer a la memoria ninguna fiesta—.
Sí, fantástico.
—No tienes ni idea de esto, ¿verdad?
—Seguro que sí. —Dado que se trataba de Feeney, sonrió—: Debo de tenerlo en
otro compartimento. Mira, si ves a Peabody en la sala principal, dile que su turno ha
terminado.
—Lo haré.
Una fiesta, pensó suspirando. Cada vez que se descuidaba, Roarke ya estaba
preparando una fiesta o la arrastraba a un evento. La siguiente noticia que tendría de
ella consistiría en la aparición de Mavis presionándola para que fuera a la peluquería,
para que fuera al salón de belleza y para que se probara un vestido nuevo diseñado
por su amante, Leonardo.
Si tenía que asistir a una maldita fiesta, ¿por qué no podía hacerlo tal como era?
Porque era la esposa de Roarke, se dijo a sí misma. Y como tal, se esperaba que
llevara a cabo las funciones sociales con un aspecto un tanto más cuidado que el de
una policía que sólo piensa en asesinatos.
Pero eso sucedía… cada vez que sucedía. Y ahora volvía a suceder.
—Ordenador, lista de candidatos de Personalmente Tuyo para Hawley, Marianna.
«Procesando…»
«Combinación uno de cinco… Dorian Marcell, soltero, blanco, hombre, treinta y
dos años.»

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Mientras el ordenador mostraba sus estadísticas, Eve observó la imagen que
aparecía en pantalla. Un rostro agradable, cierta expresión de timidez en los ojos. A
Dorian le gustaba el arte, el teatro, las películas antiguas, y afirmaba ser un romántico
de corazón que buscaba a la compañera de su alma. Sus aficiones eran la fotografía y
el snowboard.
No había nada especial en Dorian, pensó Eve, pero habría que ver en qué había
estado ocupado la noche en que Marianna había sido asesinada.
«Combinación dos de cinco… Charles Monroe, soltero, blanco, hombre…»
—Eh, un momento. Detener. —Con media sonrisa en el rostro, Eve observó la
imagen de la pantalla—. Bueno, Charles, sorprendente encontrarte aquí.
El rostro que le sonreía desde la pantalla era bastante atractivo, y Eve lo
recordaba. Había conocido a Charles Monroe hacía casi un año mientras investigaba
otro asesinato… el caso que les había unido a ella y a Roarke. Charles era un
acompañante con licencia, elegante y encantador. Eve se preguntó qué era lo que
hacía un acompañante con licencia adinerado en una agencia de citas.
—¿Buscando rollo, Charlie? Parece que tú y yo vamos a tener otra charla.
Ordenador, pasar al tercer candidato.
«Combinación tres de cinco, Jeremy Vandoren, divorciado…»
—Teniente…
—Ordenador, pausa. ¿Sí? —Levantó la vista mientras Peabody asomaba la
cabeza por la puerta.
—El capitán Feeney dice que usted ya no me necesitará más por hoy.
—Exacto. Sólo estoy echando un vistazo a unos nombres antes de irme.
—Él… esto… ha mencionado que va a tener a McNab realizando parte del
trabajo informático.
—Exacto. —Eve ladeó la cabeza y se recostó en la silla mientras Peabody se
esforzaba por controlar la expresión de su rostro—. ¿Tienes algún problema con eso?
—No, es decir… Dallas, en verdad no le necesita. Es un incordio.
Eve sonrió con expresión divertida.
—No lo es para mí. Supongo que tendrás que esforzarte para no ser tan sensible,
Peabody. Pero anímate, la mayor parte del trabajo lo hará en su departamento. No
estará mucho por aquí.
—Encontrará la forma —dijo Peabody entre dientes—. Siempre quiere hacerse el
gracioso.
—Pero trabaja bien. Y, de todas formas… —se interrumpió al oír que su
comunicador sonaba—. Mierda, debería haberme ido de aquí a tiempo. —Lo conectó
—. Aquí Dallas.
—Teniente. —El ancho y serio rostro del comandante Whitney llenó la pequeña
pantalla.
—Señor.
—Tenemos un homicidio que parece estar conectado con el caso Hawley. En este

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momento hay policías en la escena del crimen. Quiero que sea usted la responsable.
Vaya al número 23B Oeste de la Ciento doce, apartamento 5D. Contacte conmigo a la
oficina de mi casa cuando haya confirmado la situación.
—Sí, señor. Voy hacia allá. —Miró a Peabody mientras se levantaba y tomaba la
chaqueta—. Vuelves a estar de servicio.

El policía que estaba de guardia ante la puerta del apartamento de Sarabeth tenía
una expresión en los ojos que decía que había visto cosas como las de allí dentro con
anterioridad, y que estaba seguro de que volvería a verlas.
—Agente Carmichael —se dirigió Eve al hombre, mirando la placa identificativa
—. ¿Qué es lo que tenemos?
—Una mujer blanca, de unos cuarenta y pocos, muerta en la escena. El
apartamento está a nombre de Sarabeth Greenbalm. No hay signo de entrada forzosa
ni de pelea. En este edificio no existen vídeos de seguridad excepto el de la puerta
principal. Mi compañero y yo estábamos en el coche patrulla cuando Avisos llamó a
las 16:35 horas. Un 1222 anónimo en esta dirección. Respondimos y llegamos a las
16:42 horas. La puerta de entrada y la puerta del apartamento no estaban cerradas con
llave. Entramos y encontramos a la fallecida. Entonces precintamos la escena e
informamos a Avisos de una muerte sospechosa en esta ubicación.
—¿Dónde está su compañero, Carmichael?
—Intentando localizar al encargado del edificio, teniente.
—Bien. Mantenga el pasillo despejado. Quédese en su puesto hasta que se le diga
lo contrario.
—Sí, teniente.
Carmichael paseó la mirada por Peabody mientras ambas pasaban por delante de
él. Todos los policías consideraban a Peabody como el animal de compañía de Dallas,
y la miraban con distintos grados de envidia, resentimiento y admiración.
Peabody percibió una combinación de las tres cosas en la mirada de Carmichael y
movió los hombros, incómoda, mientras seguía a Dallas y atravesaba la puerta.
—¿Grabadora encendida, Peabody?
—Sí, teniente.
—Teniente Dallas y ayudante, en escena en el 23B Oeste de la Ciento doce,
apartamento de Sarabeth Greenbalm. —Mientras hablaba, Eve sacó el líquido
sellador y se roció las manos y las botas antes de pasárselo a Peabody—. La víctima,
que todavía está por identificar, es una mujer blanca.
Se acercó al cuerpo. La zona del dormitorio no era más que una alcoba que se
abría desde la habitación principal, y la cama era un estrecho camastro que se podía
esconder para proporcionar más espacio. Había unas sábanas blancas y un
cubrecamas marrón gastado en los extremos.
Esta vez, el asesino había utilizado una guirnalda roja. La había envuelto como si

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fuera una boa, desde el cuello hasta los muslos, confiriendo al cuerpo un aspecto de
momia festiva. El cabello, de un tono violeta que Eve pensó le hubiera gustado a
Mavis, había sido cuidadosamente peinado formando un cono vertical.
Los labios, relajados por la muerte, habían sido pintados de un profundo color
púrpura. Las mejillas, de un rosa apagado. Una pálida sombra dorada había sido
aplicada desde los párpados hasta las cejas.
Clavado en la guirnalda a la altura del cuello había un círculo de un brillante color
verde. En él, dos pájaros, uno dorado y uno plateado, se miraban de frente.
—Tórtolas, ¿verdad? —Eve observó el broche—. Busqué la canción. El segundo
día, su amor verdadero le regala dos tórtolas. —Con suavidad, Eve apoyó la mano en
la mejilla maquillada—. Está fresco. Yo diría que no hace más de una hora que ha
terminado de maquillarla.
Dio un paso atrás y sacó el comunicador para contactar con Whitney y pedir que
un equipo acudiera a la escena del crimen.

Ya era casi medianoche cuando llegó a casa. El hombro le dolía un poco, pero
podía no prestarle atención. Lo que le molestaba era el cansancio. Esos días aparecía
de forma demasiado frecuente e intensa.
Sabía qué era lo que diría el médico del departamento. No se había dado tiempo
suficiente para recuperarse. Había tenido derecho a dos días más de baja por
accidente. Había vuelto a incorporarse demasiado pronto.
Eso acostumbraba a ponerla de mal humor, así que lo apartó de la cabeza.
Se había olvidado de comer, y en cuanto entró en el calor de la casa notó la
primera sensación de hambre. Se dijo que sólo necesitaba una barrita de caramelo. Se
frotó el rostro con las manos y se dirigió al escáner que había al lado de la puerta.
—¿Dónde está Roarke?
«Roarke está en la oficina de la casa.»
«Me lo imaginaba», pensó mientras empezaba a subir la escalera. Ese hombre
parecía no necesitar dormir como un ser humano normal. Seguro que tendría un
aspecto tan fresco como el que tenía cuando le había dejado esa misma mañana.
Él había dejado la puerta abierta, así que Eve sólo tuvo que echar un rápido
vistazo para confirmar sus sospechas. Estaba sentado ante la amplia y lustrosa
consola, observando pantallas e impartiendo órdenes por el TeleLink mientras su fax
láser trabajaba a su espalda.
Era tan sexy como un pecado.
Eve pensó que si pudiera poner las manos en esa barrita de caramelo, tendría la
fuerza necesaria para asaltarle.
—¿No dejas nunca de trabajar? —preguntó mientras entraba en la habitación.
Él levantó la vista, sonrió y volvió a hablar por el TeleLink.
—De acuerdo, John, ocúpate de que se realicen esas modificaciones. Mañana

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repasaremos esto con más detalle. —Cortó la transmisión.
—No tenías que cortar —empezó Eve—. Sólo quería que supieras que ya había
llegado a casa.
—Me estaba entreteniendo mientras te esperaba. —Inclinó la cabeza a un lado y
la observó—. Te has olvidado de comer, ¿verdad?
—Estoy deseando comerme una barrita de caramelo. ¿Tienes alguna?
Él se levantó y caminó por el pulimentado suelo hasta el AutoChef. Al cabo de
unos momentos sacó un grueso cuenco de color verde repleto de sopa humeante.
—Eso no es una barrita de caramelo.
—Ya alimentarás a tu niña cuando hayas cuidado a la mujer. —Dejó la sopa
encima de la mesa y se sirvió un coñac.
Ella se acercó y olió la sopa. Estuvo a punto de babear.
—Huele bastante bien —decidió, y se sentó para tomársela—. ¿Tú has comido?
—preguntó con la boca llena. Él dejó un plato repleto de pan caliente encima de la
mesa que casi la hizo gemir de placer—. Tienes que dejar de cuidarme.
—Es uno de mis pequeños placeres. —Se sentó a su lado y dio un sorbo de coñac
mientras observaba cómo la comida caliente le devolvía el color a las mejillas—. Y
sí, he comido, pero no diré que no a un poco de este pan.
—Mmmm, qué bueno que está.
Eve le cortó una rebanada por la mitad y se la ofreció. Decidió que todo resultaba
muy casero. Los dos compartiendo una sopa con pan al final del día. Exactamente
como, bueno, gente normal.
—Entonces… Industrias Roarke subió… qué… ¿ocho puntos ayer?
Él arqueó las cejas, sorprendido.
—Ocho y tres cuartos. ¿Se te ha despertado un interés por el mercado de valores,
teniente?
—Quizá sólo se trate de que te vigilo un poco. Si tus acciones caen, voy a tener
que dejarte.
—Plantearé el asunto en la próxima reunión de accionistas. ¿Quieres un poco de
vino?
—De acuerdo. Voy a buscarlo.
—Siéntate. Come. No he terminado de cuidarte, todavía. —Se levantó y eligió
una botella que ya estaba abierta de la nevera de vinos.
Mientras lo servía, ella terminó la sopa del cuenco y tuvo que resistirse para no
lamerlo. Había entrado en calor y se sentía tranquila. En casa.
—Roarke, ¿vamos a celebrar una fiesta?
—Me imagino. ¿Cuándo?
—No sé cuándo. —Le miró y una línea se le dibujó en la frente—. Si supiera
cuándo, ¿por qué te lo tendría que preguntar? Feeney dijo algo de una fiesta de
Navidad.
—El 23 de diciembre. Sí, vamos a celebrar una fiesta.

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—¿Por qué?
—Querida Eve. —Se inclinó y la besó en la cabeza antes de volver a sentarse—.
Porque son fiestas.
—¿Y por qué no me lo has dicho?
—Creo que lo hice.
—No lo recuerdo.
—¿Tienes a mano la agenda?
Eve gruñó y se la sacó del bolsillo. Introdujo la fecha. Ahí, transparente como el
agua, aparecía la información seguida por sus iniciales, lo cual indicaba que había
sido ella misma quien la había introducido.
—Oh.
—Mañana nos entregan los árboles.
—¿Árboles?
—Sí. Pondremos uno oficial en el vestíbulo, varios en la sala de baile de arriba.
Pero pensé que pondríamos uno más pequeño, más personal, en el dormitorio. Lo
decoraremos nosotros mismos.
Eve arqueó las cejas.
—¿Quieres decorar un árbol de Navidad?
—Sí.
—Yo no tengo ni idea de cómo hacerlo. Nunca he decorado un árbol de Navidad.
—Yo tampoco, o no lo he hecho en años. Será nuestro primer árbol de Navidad.
El calor que Eve sintió en esos momentos no tenía nada que ver con la comida
caliente ni con el vino de reserva. Sonrió.
—Seguramente haremos un desastre.
Él le tomó la mano que ella le ofrecía.
—Sin duda. ¿Te sientes mejor?
—Mucho. Sí.
—¿Quieres hablarme de esta noche?
Los dedos de ella se tensaron en su mano.
—Sí.
Le soltó la mano y se levantó, creyendo que sería capaz de pensar con mayor
claridad si se movía un poco.
—Se ha cargado a otra —empezó—. El mismo modus operandi. Las cámaras de
seguridad de fuera le han grabado. El traje de Santa Claus, la gran caja plateada con
el enorme lazo. También le ha dejado un alfiler, dos pájaros dentro de un círculo.
—Tórtolas.
—Exacto, o casi. Yo no tengo ni idea de cómo es una tórtola. No hay señales de
entrada forzosa, ninguna señal de pelea. Me imagino que el informe de toxicología
dirá que le ha suministrado tranquilizantes. La ha atado, y probablemente la ha
amordazado, dado que el apartamento no estaba insonorizado. Había algunas fibras
de tejido en la lengua y en la boca, pero él no ha dejado la mordaza en la escena.

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—¿La agredió sexualmente?
—Sí, igual que a la primera. Había un tatuaje temporal recién aplicado en el
pecho derecho. Mi amor verdadero. Y la ha envuelto con una guirnalda, le ha
maquillado el rostro y la ha peinado. El baño era el lugar más limpio del apartamento.
Supongo que lo ha limpiado él mismo después de haberse limpiado él. Ella sólo
llevaba muerta una hora cuando llegué. La llamada anónima se hizo desde una cabina
de pago a media manzana de su casa.
Roarke percibió que el sentimiento de frustración volvía a asaltarla. Se levantó y
tomó el vaso de ella y el de él.
—¿Quién era ella?
—Una bailarina de striptease. Trabajaba en el Zona Dulce, un club de lujo del
West Side.
—Sí, sé dónde está. —Al ver que ella se daba la vuelta y le miraba con ojos
entrecerrados en expresión inquisidora, le ofreció la copa de vino—. Y sí, resulta que
es una de mis propiedades.
—De verdad odio cuando sucede esto. —Al ver que él se limitaba a sonreír, Eve
soltó un bufido—. De cualquier manera, hizo el turno de tarde y salió justo antes de
las cinco. Por lo que puedo decir, fue directamente a casa… realizó una búsqueda en
el AutoChef a las seis, justo cuando la cámara debió de grabar a ese cabrón entrando
en el edificio.
Eve clavó la mirada en el vino.
—Diría que ella también se ha perdido la cena.
—Él trabaja rápido.
—Y se lo está pasando en grande. Me parece que quiere cumplir el cupo para el
día de Año Nuevo. Tengo que echar un vistazo a su TeleLink, a sus cuentas, a sus
registros personales. Tengo que investigar el alfiler. No estoy llegando a ninguna
parte con el traje de Santa Claus ni con la guirnalda. ¿Cómo diablos voy a conectar a
una dulce ayudante de administración con una bailarina de striptease?
—Conozco ese tono de voz. —Inmediatamente, se dio la vuelta y se dirigió hasta
su consola—. Vamos a ver qué podemos hacer.
—No dije nada de que realizaras ninguna búsqueda.
Él levantó un momento la mirada hacia ella.
—Estaba implícito. ¿Cómo se llama?
—No estaba implícito. Sarabeth, una palabra, sin hache intercalada, Greenbalm.
—Eve se acercó y se quedó detrás de él ante la consola—. Simplemente estaba
pensando en voz alta. La dirección es el 23B Oeste de la Ciento doce.
—Lo tengo. ¿Qué es lo que quieres primero?
—Podré escuchar el TeleLink mañana. Pide la información personal o la
financiera.
—La financiera tardará más, así que empezaremos por eso.
—No vaciles —le advirtió Eve, y se rio cuando él deslizó una mano alrededor de

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su cintura y la atrajo contra él.
—Por supuesto que voy a vacilar. Sujeto, Sarabeth Greenbalm —empezó, y luego
besuqueó a Eve en el cuello—. Residencia, Oeste de la Ciento doce. —Su mano se
deslizó hasta uno de sus pechos—. Todos los registros financieros, las últimas
transacciones en primer lugar.
«Procesando…»
—Bueno —murmuró al tiempo que obligaba a Eve a darse la vuelta hasta que
estuvieron cuerpo a cuerpo—. Ahora tengo suficiente tiempo para… —Sus labios se
precipitaron a buscar los de ella y la besaron de tal forma que a Eve le empezó a dar
vueltas la cabeza.
«Información completa.»
—Vaya. —Le dio un mordisco en el labio inferior—. Quizá no tenga tiempo del
todo. Tu información, teniente.
Ella se aclaró la garganta y exhaló.
—Eres bueno. —Volvió a exhalar—. Quiero decir que eres realmente bueno.
—Lo sé. —Le hizo darse la vuelta y empezó a mordisquearle la nuca—. Trabajo
en esto y tú trabajas en lo otro.
—No puedo hacerlo si tú… —Encogió los hombros, reprimió la risa e intentó
concentrarse en los datos que aparecían en la pantalla—. El alquiler es su mayor
gasto, seguido por la ropa. Aparece como material de trabajo, para los impuestos.
¡Detener! —Dio una palmada a esos dedos listos que ya le habían desabrochado la
blusa hasta el ombligo.
—No necesitas la camisa para leer los datos —le dijo él en tono razonable
mientras empezaba a bajársela por los hombros.
—Mira, amigo, todavía llevo mi arma de seguridad, así que… —De repente, se
puso en pie. Roarke soltó una exclamación—. Mierda, mierda, aquí está. Hijo de
puta. Aquí está la conexión.
Resignado, él apartó cualquier pensamiento de seducción y dirigió la atención
hacia la pantalla. ¿Dónde?
—Aquí. Tres mil a Personalmente Tuyo en una transferencia electrónica, hace
seis semanas.
Eve tenía la mirada encendida ahora, no de pasión sino de poder. Le miró.
—Ella y Hawley utilizaron la misma agencia de citas. Eso no es una coincidencia.
Es una conexión. Necesito el listado de sus candidatos —murmuró, y al ver la mirada
interrogativa de Roarke, negó con la cabeza—. No, lo haremos de la forma correcta.
Según el manual. Mañana iré allí y conseguiré la lista.
—No tardaría mucho en tener acceso a ella.
—No es legal. —Se esforzó por mantenerse seria al ver la sonrisa que él le dirigía
—. Y ése no es tu trabajo. Pero te lo agradezco.
—¿Cuánto?
Ella dio un paso hacia atrás, se colocó entre sus piernas y le miró.

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—Lo suficiente para permitir que termines de cuidarme. —Se sentó a horcajadas
sobre su regazo—. Después de que yo me haya cuidado de ti, por supuesto.
—¿Y qué te parece si… —él la sujetó por el pelo y atrajo sus labios hasta los de
ella— cuidamos el uno del otro?
—Es un buen trato.

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Capítulo cinco

Instalada en la oficina de su casa y con los rayos del sol filtrándose a través de la
ventana a sus espaldas, Eve estaba organizando la información. Tenía intención de
mandar un informe al comandante a media mañana y antes debía rellenar algunas
lagunas.
—Encender ordenador. Mostrar en detalle información sobre la empresa de
servicios conocida como Personalmente Tuyo, ubicada en la Quinta Avenida de
Nueva York.
«Procesando… Personalmente Tuyo, sede en el 2052 de la Quinta Avenida,
propiedad de y dirigido por Rudy y Piper Hoffman.»
—Detener, confirmar. ¿El negocio en cuestión es propiedad de Rudy y de Piper
Hoffman?
«Afirmativo. Rudy y Piper Hoffman, gemelos. Edad, veintiocho años. Residencia
en el 500 de la Quinta Avenida. ¿Continuar búsqueda en Personalmente Tuyo?»
—No, buscar y detallar la información completa sobre los propietarios.
«Buscando…»
Mientras los chips del ordenador se organizaban, Eve se levantó para ir a buscar
una taza de café. Gemelos, pensó mientras el AutoChef le servía el pedido. Hermano
y hermana. Ella había pensado que eran amantes. Y ahora, pensándolo otra vez,
recordando la manera en que se habían tocado, cómo se habían movido el uno al lado
del otro, las miradas que se habían dirigido, se preguntó si no serían ciertas ambas
cosas.
Y fue una idea que le revolvió las tripas.
Un movimiento en la puerta anexa le atrajo la atención y miró de reojo hacia ella
en el mismo instante en que Roarke aparecía por ella.
—Buenos días. Te has levantado y te has puesto en marcha temprano.
—Quiero terminar el informe preliminar para Whitney antes que nada. —Tomó la
taza de café del AutoChef y se apartó el pelo del rostro—. ¿Quieres una taza de esto?
—Sí. —Roarke tomó la que Eve llevaba en la mano y sonrió al ver que ella
fruncía el ceño—. Tengo reuniones durante casi todo el día.
—Qué otra novedad tienes —dijo Eve entre dientes mientras programaba la
unidad para que sirviera otra taza de café.
—Pero puedes contactar conmigo cuando lo necesites.
Ella asintió con un gruñido y levantó la vista al oír que el ordenador emitía una
señal que indicaba que la búsqueda había finalizado.
—Bien. De acuerdo, lo tengo… —Eve soltó una exclamación de sorpresa al notar
que él la sujetaba por la pechera de la camisa y la atraía hacia él—. Eh, qué… detener
datos —dijo en voz alta mientras le daba un empujón a su esposo.
—Me gusta cómo hueles por la mañana. —Se inclinó hacia ella y le olió el pelo.

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—Sólo es jabón.
—Lo sé.
—Contrólate. —Pero, vaya, había conseguido que se le acelerara el pulso—.
Tengo trabajo —dijo a pesar de que le estaba rodeando con los brazos.
—Yo también. Te echo de menos, Eve. —Dejó la taza a un lado para poder
abrazarla, solamente abrazarla.
—Supongo que los dos hemos estado muy ocupados durante las dos últimas
semanas. —Era tan agradable apoyarse en él y quedarse allí—. En estos momentos
no puedo echarme atrás en este caso.
—No espero que lo hagas. —Sólo por el placer que le proporcionaba, frotó su
mejilla contra la de ella—. No esperaría que lo hicieras. —Pero había sido el último
caso, lo que éste había provocado en ella, lo que le preocupaba—. Me conformo con
robarte unos momentos de vez en cuando. —Él apartó un poco la cabeza y le acarició
los labios con los suyos—. Siempre se me ha dado bien robar… cualquier cosa.
—Se supone que no deberías recordármelo. —Sonriendo, le tomó el rostro con
ambas manos.
Desde la puerta, Peabody les observaba. Era demasiado tarde para hacer marcha
atrás, y demasiado pronto para entrar. A pesar de que solamente estaban de pie el uno
frente al otro, las manos de él sobre los hombros de Eve, las suyas contra las mejillas
de él, Peabody pensó que ése era un conmovedor momento íntimo que le hizo sentir
un vuelco de envidia en el corazón.
Sin saber qué hacer, hizo lo único que se le ocurrió. Tosió con la debilidad y la
incomodidad de un intruso.
Roarke deslizó las manos por los brazos de Eve y miró sonriente hacia la puerta.
—Buenos días, Peabody. ¿Un café?
—Eh, sí. Gracias. Esto… hace bastante frío fuera.
—¿De verdad? —dijo Roarke mientras Eve se dirigía hacia su escritorio.
—Sí, pero parece que no llegará a helar. Aunque es posible que nieve un poco
esta tarde.
—¿Qué pasa, es que eres el Servicio de Información Meteorológica? —preguntó
Eve y miró con detenimiento a su ayudante. Peabody se había ruborizado, su mirada
era de incomodidad y no dejaba de juguetear con los botones de la chaqueta—. ¿Qué
te sucede?
—Nada. Gracias —le dijo a Roarke cuando éste le ofreció una taza de café.
—De nada. Os dejo trabajar.
Cuando él hubo salido de la habitación y la puerta estuvo cerrada, Peabody
suspiró.
—No sé cómo es capaz de recordar su propio nombre después de que él la haya
mirado de esa manera.
—Si me olvido, él me lo recuerda.
Aunque Peabody percibió el sentido del humor en el tono de Eve, se acercó un

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poco y preguntó:
—¿Cómo es?
—¿El qué? —Eve levantó la vista y notó la intensidad en la mirada de su
ayudante. Se encogió de hombros, incómoda—. Peabody, tenemos trabajo.
—¿No es esto de lo que va, precisamente? —la interrumpió Peabody—. ¿No es
eso que usted tiene lo que estaban buscando esas dos mujeres?
Eve abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Echó un vistazo a la puerta que
comunicaba su oficina con la de Roarke y se dio cuenta de que a pesar de que él la
había cerrado, no había cerrado con llave.
—Va más allá de lo que uno se puede imaginar —dijo, sorprendiéndose a sí
misma con sus palabras—. Lo modifica todo, y asienta todas las cosas que son
importantes. Quizá una no vuelva a ser la misma nunca más, y quizá parte de una
tenga miedo de lo que sucedería si… pero él siempre va a estar ahí. Lo único que hay
que hacer es alargar la mano y él estará ahí.
Sorprendida consigo misma, introdujo las manos en los bolsillos.
—¿Es posible encontrar eso a fuerza de introducir información en un sistema
informático y esperar a que éste busque unas coincidencias en personalidad y estilo
de vida? No lo sé. Pero tenemos a dos mujeres que pensaron que valía la pena
intentarlo. Toma una silla, Peabody, y vamos a ver qué tenemos aquí.
—Sí, teniente.
—Vamos a realizar una búsqueda completa de Jeremy Vandoren. Dejando el
instinto a un lado, tenemos que confirmar o eliminar. Una vez tengamos la
información completa de las cinco parejas de la lista de Hawley, haremos otra visita a
Personalmente Tuyo.
—El detective McNab se presenta en servicio.
Eve levantó la vista y vio a Ian McNab que entraba en la habitación con aire
arrogante y una sonrisa satisfecha en su atractivo rostro. Llevaba un chaleco hasta las
rodillas de un color fucsia que hería la vista encima de un mono de un color verde
navideño. Una tira de tejido con ambos colores le ataba la larga mata de pelo dorado
en una cola.
Eve notó que Peabody se ponía tensa a su lado y suspiró.
—¿Qué tal, McNab?
—Va bien, teniente. Eh, hola, Peabody. —Le guiñó un ojo con arrogancia y apoyó
la cadera en el escritorio—. El capitán Feeney me ha dicho que puede necesitarme en
este caso de Santa Claus. Estoy aquí para servirla. ¿Tiene algo para comer?
—Mira a ver qué hay en el AutoChef.
—Magnífico. Trabajar para usted, Dallas, tiene unas ventajas impresionantes. —
Movió las cejas mientras miraba a Peabody con aire burlón y se dispuso a ir a buscar
su desayuno.
—Si va a utilizar el alfiler del pelo —dijo Peabody en voz baja—, ¿por qué no le
ordena hacerlo en su propio departamento?

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—Porque prefiero irritarte, Peabody. Es mi principal objetivo en esta vida. Ya que
estás aquí, McNab —continuó—, encárgate de estas búsquedas. Peabody y yo
tenemos que salir a hacer trabajo de campo.
—Póngalas en fila —dijo, mientras daba un mordisco a un bollo azucarado de
arándanos—, y las tumbaré una a una.
—Cuando termines de llenarte la boca —dijo Eve en tono impasible—, busca los
nombres de la lista del archivo de Hawley. Información completa.
—Me ocupé del ex ayer por la noche —dijo, con la boca llena—. No he podido
encontrar ninguna fisura en su coartada, de momento.
—Está bien. —Eve agradecía la rapidez con que lo había hecho, pero decidió no
mencionarlo para no tener a Peabody con morros todo el día—. Te mandaré otra lista
desde fuera. Busca la información y contrástalos con los de las demás listas. Echa un
vistazo detallado a los gemelos Rudy y Piper Hoffman. Quiero que me comuniques
cualquier cosa que aparezca. Y busca esto.
Se volvió hacia el ordenador, pidió el archivo de pruebas y sacó un holograma del
segundo broche.
—Quiero saber quién ha fabricado esta pieza, cuántas se fabricaron, dónde se
vendieron, cuántas se vendieron y a quién. Contrasta lo que obtengas con el primer
alfiler que se encontró en el cuerpo de Hawley. ¿Lo pillas, McNab?
—Sí, teniente. —Tragó deprisa y se llevó un dedo a la sien—. Completamente.
—Si encuentras un nombre común para ambas listas y los adornos, yo me
ocuparé de que tengas bollos recién hechos cada mañana durante el resto de tu vida.
—Ése es un buen incentivo. —Movió rápidamente los dedos, como poniéndose
manos a la obra—. Vamos a ello.
—En marcha, Peabody. —Eve se levantó y tomó su bolsa—. No molestes a
Roarke, McNab —le advirtió, y salió.
—Tienes buen aspecto, agente —dijo McNab en voz alta justo en el momento en
que Peabody llegaba a la puerta. Ella soltó un gruñido y un bufido, salió con paso
airado y le dejó sintiéndose muy satisfecho.
—¿Sabe? La División de Detección Electrónica está llena de detectives con clase
—se quejó Peabody mientras bajaban rápidamente la escalera—. ¿Cómo ha sido que
hemos tropezado con el único capullo que hay en la división?
—Hemos tenido suerte, supongo. —Eve tomó la chaqueta de encima de la
barandilla y se la puso mientras salían fuera de la casa—. Dios, qué frío más jodido
hace aquí fuera.
—Debería tener una chaqueta que abrigara más, teniente.
—Me he acostumbrado a ésta. —Pero entró en el coche rápidamente—.
Calefacción, por favor —ordenó—. Veinticuatro grados.
—Me encanta esta unidad. —Peabody se acomodó en el asiento—. Todo
funciona.
—Sí, pero le falta carácter. —A pesar de todo, Eve miró complacida el TeleLink,

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que en esos momentos comunicaba una llamada entrante—. Mira esto —le dijo a
Peabody—. Activar pantalla sólo de entrada —ordenó mientras atravesaban las
puertas.
—¿Dallas? ¿Dallas? Mierda. —El rostro atractivo pero irritado de la presentadora
de moda de las noticias Nadine Furst apareció en pantalla—. No te he encontrado en
casa. Summerset me ha dicho que estás de camino hacia no sé dónde. Contesta el
maldito TeleLink, ¿quieres?
—No pienso hacerlo.
—Joder, estos malditos coches que utilizáis los polis nunca funcionan.
Peabody y Eve intercambiaron unas sonrisas divertidas mientras Nadine
continuaba quejándose.
—Supongo que ha oído algo del caso.
—Seguro que sí —confirmó Eve—. Ahora quiere pillarme para obtener
información para las noticias de media mañana, y luego me perseguirá para una
entrevista cara a cara para la edición de mediodía.
—Dallas, necesito más información sobre esas mujeres que han sido asesinadas.
¿Están relacionados los dos casos? Venga, Dallas, sé una amiga. Necesito material
para media mañana.
—Te lo he dicho —dijo Eve, complacida, mientras serpenteaban en medio del
tráfico.
—Llámame, ¿de acuerdo? Podríamos preparar una entrevista. Tengo el tiempo
muy justo.
—Mi corazón sangra de dolor. —Eve bostezó y Nadine cortó la comunicación.
—Me cae bien —comentó Peabody.
—A mí también. Es justa, es minuciosa, y es buena en lo que hace. Pero eso no
significa que yo vaya a sacar tiempo para aumentar su audiencia. Si la esquivo
durante un par de días, empezará a investigar por su cuenta. Vamos a ver si va a ser
ella quien nos informe a nosotras, para variar un poco.
—Es usted taimada, teniente. Eso me gusta. Pero volviendo a McNab…
—Vive con ello, Peabody —le aconsejó Eve, dando un giro para entrar en un
aparcamiento en el segundo nivel de la esquina de la Quinta Avenida.
Se dirigió directamente al ascensor, entró en él, introdujo los pulgares en los
bolsillos y toleró la ascensión hasta el piso de oficinas de Personalmente Tuyo.
El mostrador de recepción estaba atendido por un joven dios de hombros grandes
como montañas, una piel del tono del chocolate suizo y unos ojos que parecían
monedas antiguas.
—Deja de vibrar —le dijo Eve en voz baja a Peabody. Ésta se limitó a contestar
con un gruñido.
—Avise a Rudy y a Piper de que la teniente Dallas está aquí.
—Teniente. —Le sonrió despacio y con expresión soñadora—. Lo siento, pero
Rudy y Piper están en una consulta con un cliente.

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—Dígales que estoy aquí —repitió Eve—. Y que han perdido otra cliente.
—Por supuesto. —Con un gesto, les indicó la zona de espera que quedaba a su
izquierda—. Por favor, pónganse cómodas. Pidan el refresco que quieran mientras
esperan.
—No me haga esperar mucho.
No lo hizo. Al cabo de cinco minutos, y antes de que Peabody cayera en la
debilidad de pedir una cosa denominada como Espuma Cremosa de Frambuesa, Rudy
y Piper aparecieron en el vestíbulo.
De nuevo, iban vestidos de blanco pero esta vez con unos guardapolvos hasta los
muslos. Piper llevaba además un pañuelo de seda azul. Los dos llevaban un único
arete de oro en la oreja derecha.
Eve sintió que se le ponían los pelos de punta.
—Teniente —la saludó Rudy sin apartar la mano del hombro de Piper—.
Tenemos un poco de prisa esta mañana. Tenemos la agenda muy llena.
—Pues se les ha llenado más. ¿Prefieren hacer esto aquí o en privado?
Los exóticos ojos de Rudy delataron una ligera irritación pero, con gesto elegante,
señaló el pasillo que conducía hasta sus oficinas.
—Sarabeth Greenbalm —empezó en cuanto la puerta se cerró detrás de ellos—.
Fue encontrada muerta ayer. Era una de sus clientes.
—Oh, Dios, Dios mío. —Al instante, Piper se desplomó encima de una silla
blanca y se cubrió el rostro con las manos.
—Bueno, bueno. —Rudy le pasó una mano por el pelo y por la nuca—. ¿Está
segura de que era una cliente?
—Sí. Quiero el listado de sus candidatos. ¿Quién de ustedes trabajó con ella?
—Fui yo. —Piper dejó caer ambas manos sobre el regazo. Sus profundos ojos
verdes brillantes amenazaban con dejar caer unas lágrimas. Los labios, de un dorado
pálido, le temblaban—. Yo me ocupo de las mujeres y Rudy de los hombres a no ser
que nos pidan lo contrario. Por norma general, parece que la gente se siente más
cómoda con alguien del mismo sexo para hablar de sus preferencias sentimentales y
sexuales.
—Está bien. —Eve mantuvo la vista fija en el rostro de Piper e intentó no darse
cuenta de que ella había deslizado la mano hacia arriba hasta que ésta fue tragada por
la mano de su hermano.
—La recuerdo. Sarabeth. La recuerdo porque estaba descontenta con las dos
primeras parejas. Quería la devolución íntegra del dinero.
—¿La consiguió?
—Seguimos una firme política contraria a la devolución una vez el cliente ha
empezado a relacionarse con los posibles candidatos.
Rudy le dio un apretón tranquilizador en la mano a su hermana y se acercó a la
consola.
—Comprendo. Ninguno de los dos mencionó que eran los propietarios de la

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empresa.
—No lo preguntó —dijo Rudy simplemente mientras solicitaba la información
que Eve había pedido.
—¿Quién, aparte de ustedes dos, puede tener acceso a la información de los
clientes?
—Tenemos treinta y seis consejeros —empezó Rudy—. Después de un visionado
inicial, del cual nos ocupamos personalmente Piper y yo, los clientes son asignados al
consejero que mejor se adapte a sus necesidades. Nuestros consejeros son
examinados, entrenados y obtienen su licencia, teniente.
—Quiero sus nombres, la información completa.
Cerró los ojos y se quedó inmóvil, como congelado.
—No puedo consentir eso. Ese tipo de invasión a la privacidad de nuestro
personal es insultante.
Eve inclinó la cabeza.
—Peabody, solicita una orden de búsqueda y embargo de todos los registros, las
listas de personal y de clientes de Personalmente Tuyo. Archiva los informes de los
casos Hawley y Greenbalm y pide que la orden me sea enviada directamente a través
del comunicador. Y date prisa.
—Ahora mismo, teniente.
—Rudy. —Piper se levantó, frotándose las manos—. ¿Esto es necesario?
—Me parece que lo es. —Él le ofreció la mano y se la tomó en cuanto ella se
cruzó con él—. Si nuestros registros tienen que formar parte de una investigación
policial, quiero que quede todo documentado. Me disculpo si esto parece una falta de
cooperación o de compasión, teniente Dallas, pero tengo que proteger a muchísimas
personas.
—Yo también. —El comunicador emitió un pitido y Piper dio un respingo—.
Discúlpenme. —Eve les dio la espalda y lo sacó de su bolsillo—. Aquí Dallas.
—Hemos identificado el maquillaje utilizado con Hawley. —Capi fruncía el ceño
en la pantalla—. El nombre de la marca es Perfección Natural. Una mierda muy cara,
tal y como me imaginaba.
—Buen trabajo, Capi.
—Sí, he tenido que meterle horas extras, y tengo que hacer las compras de
Navidad. El examen preliminar indica que lo que se le puso a Greenbalm era de la
misma marca. Hay que comprar esta mierda en un salón o un centro de belleza. No se
encuentra en las tiendas normales, ni siquiera en las caras, ni tampoco se puede
comprar por pantalla.
—Bien, eso hará que sea más sencillo de buscar. ¿Quién lo fabrica?
El ceño desapareció y dejó paso a una amplia y pícara sonrisa.
Belleza y Salud Renacentista, una división de Kenbar, que es una rama de
Industrias Roarke. ¿Es que no tiene idea de en qué anda su hombre, Dallas?
—Joder —fue lo único que Eve pudo decir, y cortó la transmisión. Se dio la

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vuelta—. ¿Alguno de los salones que hay en el edificio vende productos de
Perfección Natural?
—Sí. —Piper se apoyó en Rudy de una forma que provocó un retortijón a Eve—.
Esa línea se expone en Todo de Cosas Bonitas, en el piso diez.
—¿Tienen alguna relación con el salón?
—Es otro negocio, pero tenemos relación con todos los salones y las tiendas del
edificio. —Rudy se dirigió a la consola, abrió un compartimento y eligió un lujoso
catálogo que llevaba un disco adjunto—. Una consulta aquí permite acceder a unos
paquetes de tratamientos en los salones y a algunos regalos —dijo mientras le ofrecía
el material a Eve.
—Todo de Cosas Bonitas —continuó— es el salón más exclusivo del edificio.
También ofrecen paquetes que incluyen una consulta con nosotros en su Día del
Diamante.
—Muy práctico.
—Es un buen negocio —fue la respuesta de Rudy.
—Orden concedida, teniente. —Peabody sacó su propio comunicador—. Ahora
mismo la estamos recibiendo.

—Mándale toda esta información a McNab —ordenó Eve a Peabody cuando


estuvieron otra vez en el ascensor.
—¿Toda?
Eve no le demostró ninguna comprensión a pesar de la mirada de asombro de
Peabody.
—Toda. Empieza con los candidatos de Greenbalm, luego pásale la información
personal. De ahí, pasa a la lista de clientes, a partir del último año. Tengo la sensación
de que nuestro hombre vive mucho en el presente.
—Para esto voy a necesitar unos veinte o treinta minutos.
—Entonces búscate un lugar tranquilo y empieza. Salgo aquí. Nos encontraremos
en el salón cuando hayas terminado de mandar la información.
—Sí, teniente.
—Y anímate, Peabody. Hacer pucheros no resulta nada atractivo.
—No estoy haciendo pucheros —repuso Peabody con cierta expresión de
dignidad—. Estoy apretando las mandíbulas. —Sorbió por la nariz de forma audible
justo antes de que las puertas se cerraran con un susurro.
El piso de los salones olía a bosques y praderas. El hilo musical sonaba con
suavidad y emitía una suave melodía de lira y flauta. El suelo estaba cubierto por una
alfombra del color y la textura de los pétalos de rosa. Las paredes eran lisas y
plateadas y por ellas se deslizaba una fluida cascada de agua que alimentaba un
estrecho canal que rodeaba el piso por completo. Unos cisnes pequeños de tonos
pastel se deslizaban por la superficie.

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En total había seis salones, y la entrada a cada uno de ellos era un arco cubierto
por exóticas enredaderas. Eve reconoció las imitaciones de Flor de la Inmortalidad
que se enrollaban hacia arriba por el pulido arco de la entrada de Todo de Cosas
Bonitas.
Vaya. Esa flor en especial le había causados bastantes problemas hacía un tiempo.
Las puertas se abrieron con suavidad en cuanto ella se acercó a la entrada. Dentro,
el vestíbulo era una zona amplia y suntuosa que tenía unos asientos anchos y
mullidos de tonos verdes pálidos. Cada uno de ellos estaba equipado con una
minipantalla y un sistema de comunicaciones. Las esculturas y las figuras que
adornaban el salón eran de desnudos.
Unos pequeños androides de servicio se movían de un lugar a otro ofreciendo
refrescos, material de lectura, gafas de realidad virtual o cualquier cosa que los
clientes solicitaran para distraerse mientras eran embellecidos.
Dos de los asientos estaban ocupados por dos mujeres que charlaban con aire
distraído mientras sorbían una bebida que parecía espuma de mar y esperaban a
recibir sus tratamientos. Ambas vestían unas elegantes batas de color rosa con el
nombre del salón discretamente bordado en la solapa.
—¿Puedo ayudarla en algo, señora? —La mujer que se encontraba detrás de la
consola con forma de «U» estudió detenidamente los destrozados vaqueros, las
gastadas botas y el pelo despeinado de Eve con ojos azules y brillantes. La forma de
sus ojos hacía juego con los rizos que se le descolgaban desde el triángulo en que
llevaba recogido el pelo, de un color magenta—. Supongo que desea nuestro paquete
Mujer Completa.
Eve sonrió con aire complacido.
—¿Es una crítica?
La mujer parpadeó con un batir de pestañas de plata.
—¿Perdón?
—No importa. Quiero hablar de su línea de Perfección Natural.
—Sí, por supuesto. Se trata de la mejor línea de cosmética y de tratamiento que se
puede conseguir. Me encantará ocuparme de que uno de nuestros asesores hable con
usted. ¿Querría usted concertar una cita?
—Sí. —Eve estampó la placa contra el mostrador—. Ahora mismo estaría bien.
—No comprendo.
—Ya lo veo. Busque a la persona que dirige este lugar.
—Discúlpeme un momento. —La mujer se dio la vuelta encima del taburete y
habló en voz baja por el TeleLink—. Simon, ¿puedes venir un momento a recepción,
por favor?
Eve introdujo los pulgares en los bolsillos y se balanceó sobre los pies mientras
observaba unas elegantes botellas que se exhibían en un expositor giratorio que se
encontraba detrás de la consola.
—¿Qué es todo eso?

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—Esencias personalizadas. Introducimos los rasgos de personalidad y
psicológicos en un programa y creamos una esencia que es única. La botella es a
elección del cliente. Cada una es única, y cuando ha sido elegida, no se vuelve a
fabricar.
—Interesante.
—Son unos regalos muy apreciados —arqueó una ceja delgada y afilada como la
hoja de una cuchilla—, pero son muy exclusivos y muy caros.
—¿De verdad? —Irritada por el tono de sarcasmo de la mujer, le dirigió una
mirada seca y cortante—. Quiero uno.
—Por supuesto, la compra debe ser reembolsada antes de programar la esencia.
Seriamente irritada, Eve deseó agarrarla por ese pelo tieso y estamparle el rostro
contra la consola. Dio un paso hacia delante y, en ese momento, se oyeron unos pasos
apresurados a su espalda.
—Yvette, ¿cuál es el problema? Debo volver allí inmediatamente; estoy
desbordado de trabajo.
—Ella es el problema —dijo Eve con una sonrisa tensa.
Eve se dio la vuelta y recibió una panorámica completa del magnífico Simon.
Sus ojos fueron lo primero que le llamó la atención. Eran claros, de un azul casi
transparente, y las pestañas eran gruesas y oscuras. Las cejas, delgadas y negras como
el ébano, dibujaban una línea recta que en esos momentos se juntaba con fuerza en el
centro. El pelo era de un brillante rojo rubí, y lo llevaba peinado hacia atrás,
despejándole la frente y las sienes. Los rizos le caían en cascada hasta la mitad de la
espalda.
La piel tenía un tono dorado que indicaba o bien una herencia mestiza o bien un
tinte dermatológico. Llevaba los labios pintados de un tono bronce profundo. Un
unicornio blanco de cuernos dorados le trepaba por el prominente pómulo izquierdo.
Simon se echó hacia atrás la capa de color azul eléctrico. Debajo de ella llevaba
un mono ajustado al cuerpo y con un escote amplio, de un color parecido al del coñac
y rayas plateadas. Una maraña de cadenas de oro le brillaba encima del pecho. Ladeó
la cabeza y unos largos pendientes de oro tintinearon con el movimiento. Se llevó una
mano a la delgada cadera mientras observaba a Eve.
—¿Qué puedo hacer por usted, querida?
—Quiero…
—Espere, espere. —Levantó ambas manos mostrando las palmas y una cadena de
corazoncitos y de flores que tenía tatuados en ellas—. Conozco este rostro. —Con un
dramático gesto de cabeza dio la vuelta alrededor de Eve, dejando un rastro de
perfume a su paso.
«Ciruelas», pensó. El tipo olía como las ciruelas.
—Los rostros —continuó, mientras Eve le miraba con suspicacia— son, después
de todo, mi arte, mi negocio, mis bienes y mi comercio. He visto el suyo. Oh, sí, por
supuesto, lo he visto.

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De repente, tomó el rostro de Eve con ambas manos y acercó el suyo hasta que las
narices quedaron casi en contacto.
—Mira, amigo…
—¡La esposa de Roarke! —Lo dijo con un chillido e, inmediatamente le estampó
un sonoro beso en los labios. Se apartó antes de que Eve tuviera la oportunidad de
satisfacer la necesidad de darle un puñetazo—. ¡Es usted! Querida —dijo, con las
manos cruzadas sobre el pecho y dirigiéndose a la recepcionista—. La mujer de
Roarke se encuentra en nuestro humilde salón.
—¿La esposa de Roarke? —Yvette se puso de un rojo brillante e,
inmediatamente, se quedó lívida—. Oh —exclamó con expresión de encontrarse mal.
—Siéntese, tiene que sentarse y decirme todo aquello que desee. —Pasó un brazo
por encima de los hombros de Eve y empezó a empujarla hacia un asiento—. Yvette,
sé un corderito y cancela todas mis consultas. Querida señora, soy suyo. ¿Por dónde
empezamos?
—Puede empezar por apartarse, amigo. —Ella se sacó de encima el brazo de él, y
con cierta frustración sacó la placa en lugar del arma—. Estoy aquí por un asunto
policial.
—Oh, claro, Dios mío. —Simon se llevó las palmas de las manos a las mejillas
—. ¿Cómo he podido olvidarme? La esposa de Roarke es una de las mejores policías
de Nueva York. Perdóneme, querida.
—Me llamo Dallas, teniente Dallas.
—Por supuesto. —Le dirigió una sonrisa muy dulce—. Perdóneme, teniente. Mi
entusiasmo… tengo tendencia a ser muy emocional. Al verla aquí he perdido la
cabeza, si puede decirse así. ¿Sabe? Usted se encuentra entre las diez primeras en
nuestra lista de deseos, al lado de la señora Presidente y Slinky LeMar, la reina del
vídeo —añadió al ver que Eve continuaba mirándole con suspicacia—. Es una
compañía excelente.
—Exacto. Necesito la lista de clientes de la línea Perfección Natural.
—La lista de clientes. —Se llevó una mano al corazón otra vez y se sentó. Tocó la
pantalla de vídeo y el menú apareció en ella—. Una limonada. Por favor, teniente,
permítame que le ofrezca algún refresco.
—Estoy bien. —Pero él parecía más tranquilo y no mostraba ninguna intención
de ponerle la mano encima de nuevo, así que ella se sentó delante de él—. Necesito
esa lista, Simon.
—¿Se me permite preguntar por qué?
—Estoy investigando un homicidio.
—Un asesinato. —Lo dijo en un susurro mientras se inclinaba hacia delante—.
Ya sé que es horrible, pero me parece terriblemente emocionante. Soy un gran
aficionado de las películas de detectives y de misterio. —Le dedicó una sonrisa dulce
y, a pesar de sí misma, Eve se ablandó.
—Esto es un poco distinto de una película, Simon.

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—Lo sé. Lo sé. Es horroroso de mi parte. Horripilante. Pero no puedo imaginar
qué tiene que ver una línea de cosmética y de tratamiento de belleza con… —De
repente abrió mucho los ojos, brillantes—. ¿Veneno? ¿Fue veneno? Alguien le puso
veneno al tinte de labios. La víctima se preparaba para una noche gloriosa en la
ciudad, quizá usó el Rojo Radical, o… no, no, el Bomba de Bronce, y entonces…
—Contrólese, Simon.
Él batió las pestañas, se ruborizó y rio.
—Me merezco unos azotes. —Sin levantar la mirada, tomó un vaso largo lleno de
un líquido de un color amarillo pálido que uno de los androides de servicio le acercó
—. Por supuesto, cooperaremos, teniente, en todo lo que podamos. Debo decirle que
nuestra lista de clientes es bastante extensa. Si me dice los productos específicos,
podría reducirla de forma considerable.
—Facilíteme la lista completa de momento, y ya veremos qué hacemos.
—A sus órdenes. —Se levantó, inclinó la cabeza en gesto de reverencia, y se
deslizó hasta la consola—. Yvette, ofrécele a la teniente unas cuantas muestras
mientras llevo a cabo este pequeño trabajo para ella. Sé un corderito.
—No necesito ninguna muestra. —Eve sonrió con expresión de fastidio—. Pero
sí quiero la esencia de la que estábamos hablando.
—Por supuesto. —La recepcionista estaba a punto de arrodillarse a los pies de
Eve—. ¿Sería para usted?
—No, es un regalo.
—Y un regalo que será muy apreciado. —Yvette sacó un ordenador de bolsillo—.
¿Hombre o mujer?
—Mujer.
—¿Podría decirme tres de sus principales rasgos de personalidad? Como firme, o
tímida, o romántica.
—Inteligente —dijo Eve, pensando en Mira—. Compasiva. Minuciosa.
—Muy bien. Ahora, algo más del aspecto físico.
—Altura media, delgada, pelo castaño, ojos azules, piel clara.
—Eso está muy bien —dijo Yvette. Para un informe policial, pensó con
desagrado—. ¿Qué tipo de castaño es su pelo? ¿Cómo lo lleva?
Eve resopló. Las compras de Navidad le estaban resultando difíciles. Con
intención de hacerlo lo mejor posible, se concentró y describió a la mejor psiquiatra
de la ciudad.
Cuando Peabody llegó, Eve estaba eligiendo una de las botellas mientras Simon
sacaba una impresión y copiaba la información en un disco.
—Ha vuelto a hacer unas compras.
—He adquirido.
—¿Se lo mandamos a su casa o a su oficina, teniente?
—A casa.
—¿Quiere que se lo envolvamos para regalar?

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—Diablos. Sí, sí, envuélvanlo. Simon, ¿cómo va esa información?
—Ya está saliendo, querida teniente. —Levantó la vista y le dirigió una sonrisa
—. Estoy tan contento de que podamos ayudarla en este asunto. —Introdujo los
papeles y el disco en un sobre dorado—. He añadido unas muestras. Creo que las
encontrará perfectas. Natural. —Se rio de su propio chiste y le ofreció el sobre a Eve
—. Y espero que me mantenga informado. Por favor, vuelva, en cualquier momento,
en cualquier momento que desee. Me encantaría trabajar con usted.

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Capítulo seis

Una marea de humanidad inundaba la Quinta Avenida. La gente se aglomeraba en


las aceras, en las rampas, atascaba los cruces y se apiñaba ante los escaparates, todo
el mundo ansioso por entrar en las tiendas para comprar.
Algunos, cargados ya como mulas con las bolsas de las compras, se abrían paso a
codazos y a empujones en medio de la oleada de peatones para participar en la guerra
inútil de encontrar un taxi.
Por encima de sus cabezas, los globos publicitarios inducían a las masas a
comprar frenéticamente en su competencia por anunciar productos sin los cuales la
vida era imposible.
—Son todos unos dementes —decidió Eve mientras observaba una pequeña
estampida hacia un maxibús que se dirigía al centro—. Cada uno de ellos.
—Usted acaba de comprar una cosa hace sólo veinte minutos.
—De una forma civilizada y digna.
Peabody se encogió de hombros.
—Me gusta la multitud en Navidad.
—Entonces te voy a hacer muy feliz. Vamos a salir.
—¿Aquí?
—Esto es lo máximo que nos vamos a poder acercar en coche. —Eve condujo a
través de la corriente de gente y se aproximó despacio a la esquina de la Quinta y la
Cincuenta y uno—. El joyero está sólo a unas cuantas manzanas. Iremos más rápido a
pie.
Peabody salió del coche apretándose contra la gente y alcanzó el paso ágil de Eve
en la esquina. El viento soplaba calle abajo como un río que fluyera por un cañón.
Peabody tenía la nariz roja antes de llegar al final de la primera manzana.
—Detesto esta mierda —dijo Eve malhumorada—. La mitad de esta gente ni
siquiera vive aquí. Vienen de todas partes para atascar las calles cada maldito
diciembre.
—Y dejan una buena cantidad de dinero en nuestra economía.
—Provocan retrasos, pequeños delitos, accidentes de tráfico. Intenta salir del
centro a las seis de la tarde algún día. Es horrible. —Con el ceño fruncido,
atravesaron una nube de olor a carne asada que procedía de un carrito ambulante
apostado en una esquina.
Un grito le hizo dirigir la vista hacia la izquierda a tiempo para presenciar una
escaramuza. Levantó una ceja con expresión de cierto interés al ver que un ladrón
callejero con patines aéreos tumbaba a dos mujeres, agarraba todas las bolsas
posibles, les arrancaba los dos bolsos y se escapaba entre la multitud.
—¿Teniente?
—Sí, le tengo.

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Eve le observó zigzaguear en medio del gentío con una sonrisa de triunfo. La
gente se apartaba a su paso y él iba ganando velocidad. Se agachó, giró, esquivó y
viró para dirigirse hacia la derecha de Eve. Los ojos de ambos se encontraron un
segundo, los de él, brillantes por la excitación, los de ella, inexpresivos y directos.
Eve giró sobre sí misma y se lo cargó con un puñetazo. Le pareció que si hubiera
habido menos gente, él hubiera volado unos buenos tres metros. En lugar de eso, cayó
sobre un grupo de personas y acabó tumbado de espaldas con los patines al aire.
La nariz le sangraba profusamente. Tenía los ojos en blanco.
—Mira a ver si encuentras a un poli por aquí para que se ocupe de este gilipollas.
—Eve flexionó los dedos de la mano, rodó el hombro y, con gesto distraído, puso un
pie encima del estómago del ladrón. Éste empezó a gemir y a retorcerse—. ¿Sabes
qué, Peabody? Me siento muchísimo mejor ahora.

Más tarde, Eve pensaría que haber tumbado al ladrón había sido lo mejor del día.
No averiguó nada con el joyero. Ni él ni el dependiente de expresión agria recordaban
nada de un cliente que hubiera pagado al contado por el broche de las tórtolas. Era
Navidad, se quejó el joyero, a pesar de que el dependiente registraba en caja las
ventas con la velocidad y la precisión de un androide administrativo. ¿Cómo iba a
recordar una única transacción?
Eve le sugirió que lo pensara a conciencia y que contactara con ella cuando la
memoria se le aclarara. Y acabó comprando una cadenita de cobre para la oreja
pensando en el amante de Mavis, Leonardo, para disgusto de Peabody.
—Toma algún transporte, vuelve a la casa y ponte a trabajar con McNab.
—¿Y no sería mejor que me diera un puñetazo en la nariz?
—Apáñatelas, Peabody. Me voy a la Central. Voy a tener que poner al día a
Whitney y necesito ver a Mira para que empiece a elaborar un perfil.
—Quizá pueda hacerse con unos cuantos regalos de Navidad más por el camino.
Eve se detuvo al lado del coche.
—¿Eso ha sido un sarcasmo?
—No lo creo. Ha sido demasiado directo para ser un sarcasmo.
—Encuentra una coincidencia entre esas listas, Peabody, o vamos a tener que
empezar a interrogar a unos cuantos corazones solitarios.
Eve dejó a Peabody abriéndose paso a codazos hacia la Sexta para tomar un
maxibús y, mientras se dirigía en dirección contraria, concertó ambas citas por el
TeleLink. Luego vio que había una llamada entrante y escuchó la voz agobiada de
Nadine. Decidió darle un descanso.
—Deja de lloriquear, Nadine.
—Dallas, Dios, ¿dónde te habías metido?
—Haciendo que esta ciudad sea un lugar seguro para ti y para los tuyos.
—Mira, tenemos el tiempo justo para meter algo en mi informativo de mediodía.

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Dame un titular.
—Acabo de atrapar a un ladrón en la Quinta.
—No te hagas la graciosa. Estoy contra el paredón. ¿Cuál es la conexión entre los
dos asesinatos?
—¿Qué asesinatos? Tenemos muchos cuerpos en esta época del año. La Navidad
saca a relucir el espíritu chiflado de las fiestas.
Nadine resopló de forma audible.
—Hawley y Greenbalm. Venga, Dallas. Dos mujeres estranguladas. Me he
enterado. Eres la responsable de ambos casos. He oído que hubo agresión sexual. ¿Lo
confirmas?
—El departamento no confirma ni desmiente nada en estos momentos.
—Violación y sodomía.
—Sin comentarios.
—Joder, ¿a qué viene esa crueldad?
—No tengo espacio para respirar ahora mismo. Estoy intentando detener a un
asesino, Nadine, y no me puedo permitir el lujo de preocuparme por los niveles de
audiencia del Canal 75.
—Creí que éramos amigas.
—Supongo que lo somos, y por eso, cuando tengo algo, tú lo tienes.
Los ojos de Nadine se iluminaron.
—¿La primera y en exclusiva?
—No intentes colapsar mi TeleLink.
—Una entrevista cara a cara, Dallas. Déjame que lo prepare. Puedo estar en la
Central de Policía a la una.
—No. Ya te haré saber cuándo y dónde, pero hoy no tengo tiempo para ti. —Y
tiempo, pensó Eve, era el factor más importante. Nadie más que ella conociera podía
investigar con tanta rapidez y profundidad como Nadine Furst—. ¿Estás saliendo con
alguien estos días, Nadine?
—¿Salir con alguien? ¿Quieres decir tener una cita o acostarme con? No, no en
especial.
—¿Has probado alguna vez esas agencias de citas?
—Por favor. —Las pestañas de Nadine batieron como alas mientras levantaba la
mano y se examinaba la manicura—. Creo que soy capaz de encontrar hombres por
mí misma.
—Era sólo una idea. He oído que son muy famosas. —Eve hizo una pausa y
observó que Nadine la miraba con ojos brillantes y suspicaces—. Quizá te interese
probarlo.
—Sí, quizá lo haga. Gracias. Tengo que dejarte. Estoy en antena a las cinco.
—Otra cosa. ¿Tengo que comprarte un regalo de Navidad?
Nadine arqueó las cejas y sonrió ampliamente.
—Por supuesto.

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—Joder, me lo temía. —Eve frunció el ceño y cortó la transmisión mientras
entraba en el aparcamiento de la Central de Policía.
Mientras se dirigía hacia la oficina de Whitney, pilló una barrita energética y una
lata grande de Coca-Cola de una máquina expendedora. Engulló la barrita y la bebida
y, como resultado de todo ello, entró en la oficina de Whitney con una ligera
sensación de mareo.
—¿Cuál es la situación, teniente?
—Tengo a McNab, de la División de Detección Electrónica, trabajando con mi
ayudante en la oficina de casa, comandante. Tenemos las listas de Personalmente
Tuyo correspondientes a las dos víctimas. Esperamos encontrar alguna coincidencia.
Continuamos trabajando en las joyas que encontramos con los cuerpos, y hemos
averiguado la marca y el tipo de procedencia de los maquillajes que fueron utilizados.
Él asintió con la cabeza. Whitney era un hombre de complexión poderosa, de piel
oscura y fina y ojos cansados. A través de la ventana que quedaba a sus espaldas, se
veía la ciudad, con el constante fluido de tráfico aéreo por entre los rascacielos y la
gente detrás de las ventanas en las oficinas de los edificios de enfrente. Eve sabía que
si se aproximaba a la ventana, vería la calle, abajo. Toda esa gente corriendo en todas
direcciones. Todas esas vidas que necesitaban protección.
Y, como siempre, pensó que prefería su atiborrada oficina de vistas limitadas.
—¿Sabe cuántos turistas y compradores de fuera de la ciudad vienen durante
estas semanas antes de Navidad?
—No, señor.
—El alcalde acaba de facilitarme la cifra aproximada, cuando me llamó esta
mañana para informarme de que la ciudad no puede permitirse que un asesino en
serie asuste los dólares de las fiestas. —Le sonrió con los labios apretados y sin
ningún sentido del humor—. No me ha parecido que estuviera, en estos momentos,
excesivamente preocupado por la posibilidad de que los habitantes de la ciudad sean
víctimas de violaciones o estrangulamientos, sino por los inquietantes daños
colaterales que tales situaciones pudieran provocar si los medios de comunicación
hablan de Santa Claus el Asesino.
—Los medios de comunicación no están al corriente de ello, en estos momentos.
—¿Hasta cuándo no habrá una filtración? —Whitney se recostó en la silla y miró
directamente a Eve a los ojos.
—Quizá hasta dentro de un par de días. El Canal 75 ya ha averiguado que se
tratan de homicidios con agresión sexual, pero en estos momentos sus datos son
incompletos.
—Intentemos que continúe siendo así. ¿Cuánto falta para que dé el próximo
golpe?
—Esta noche. Mañana como mucho. —No había forma de pararlo, pensó Eve, y
vio que Whitney lo comprendía por la expresión de su rostro.
—La agencia de citas es la única conexión que tiene.

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—Sí, señor. En estos momentos. No hay ningún indicio de que las víctimas se
conocieran. Vivían en partes distintas de la ciudad, y se movían en círculos sociales
completamente distintos. Físicamente, no eran parecidas.
Hizo una pausa y esperó, pero Whitney no dijo nada.
—Voy a realizar una consulta a la doctora Mira —continuó Eve—. Pero en mi
opinión, él ya ha establecido unas pautas y tiene un objetivo. Quiere haber acabado
con doce antes de Fin de Año. Eso significa menos de dos semanas, así que tiene que
actuar con rapidez.
—Lo mismo tiene que hacer usted.
—Sí, señor. Tiene que conseguir a las víctimas en Personalmente Tuyo. Hemos
identificado los cosméticos que utilizó con las víctimas. Los puntos de adquisición de
estos cosméticos en la ciudad son bastante limitados. Tenemos los alfileres
decorativos que dejó en ambas escenas del crimen. —Exhaló con fuerza—. Él sabía
que investigaríamos los cosméticos, dejó los broches de forma deliberada. Está
seguro de haber borrado sus huellas. Si no encontramos una coincidencia en las listas
durante las próximas veinticuatro horas, nuestra mejor defensa podrían ser los medios
de comunicación.
—¿Y decirles qué? ¿Que llamen a la policía si ven a un hombre gordo vestido con
un traje rojo? —Se apartó de la mesa—. Encuentre esa coincidencia, teniente. Estas
fiestas no quiero tener doce cuerpos al pie de mi árbol de Navidad.
Eve salió de la oficina de Whitney y sacó el comunicador.
—McNab, hazme feliz.
—Estoy haciendo todo lo que puedo, teniente. —Hizo un gesto con lo que parecía
ser un trozo de pizza—. He eliminado al ex marido de la primera víctima. Estaba
viendo un partido en el campo con tres amigos la noche del asesinato. Peabody va a
investigar un poco a los tres tipos, pero parece sólida. No se reservó ningún medio de
transporte hasta Nueva York con su nombre. No ha estado en la costa Este en unos
dos años.
—Uno fuera —dijo Eve mientras saltaba sobre una rampa—. Qué más.
—Ninguno de los nombres de la lista de Hawley coincide con ninguno de la de
Greenbalm, pero estoy comprobando huellas digitales y muestras de voz para
asegurarme de que nadie haya hecho una jugarreta.
—Bien pensado.
—Y dos de la lista de Hawley parecen limpios, de momento. Tengo que
comprobarlo un poco, pero parecen tener coartada. Ahora voy a empezar con la lista
de Greenbalm.
—Examina la lista de los cosméticos primero. —Se pasó una mano por el pelo
mientras salía de la rampa y se dirigía al ascensor—. Estaré allí dentro de dos horas.
Salió del ascensor, atravesó una pequeña zona del vestíbulo y entró en las oficinas
de Mira. No había nadie en el mostrador de recepción y la puerta de Mira estaba
abierta. Eve sacó la cabeza y vio que Mira estaba visionando el vídeo de un caso

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mientras mordisqueaba un pequeño bocadillo.
No era habitual pillar a Mira por sorpresa, pensó Eve. Era una mujer que se daba
cuenta de casi todo. A menudo a Eve le parecía que demasiado, por lo que respectaba
a sí misma.
No sabía bien qué era lo que había creado ese vínculo entre ambas. Ella respetaba
las habilidades de Mira, aunque a menudo la hacían sentirse incómoda.
Mira era una mujer pequeña y bien proporcionada, que tenía un rostro atractivo y
un pelo suave y estirado que enmarcaba el rostro elegantemente. Eve creía que Mira
representaba todo aquello que, para ella, debía ser una señora: reservada,
discretamente elegante y bien hablada.
Tratar con defectos mentales, tendencias violentas o pervertidos habituales no
parecía alterar en absoluto la compostura de Mira, ni su compasión. Los perfiles que
realizaba de los locos y los asesinos no tenían precio para el Departamento de Policía
y Seguridad de Nueva York.
Eve se quedó en la puerta, dudando, justo lo suficiente para que Mira se diera
cuenta de su presencia. La psiquiatra volvió la cabeza y sus ojos azules adquirieron
una expresión cálida cuando se encontraron con los de Eve.
—No quería interrumpir. Tu ayudante no está en el mostrador.
—Está comiendo. Entra, cierra la puerta. Te estaba esperando.
Eve miró el bocadillo.
—Te estoy interrumpiendo el descanso.
—Policías y médicos. Nos tomamos el descanso cuando encontramos la
posibilidad de hacerlo. ¿Quieres comer algo?
—No, gracias. —La barrita energética no le había caído bien en el estómago, y
eso le hacía preguntarse cuánto tiempo hacía que los productos de la máquina
expendedora no habían sido revisados.
A pesar de la negativa de Eve, Mira se levantó y ordenó un té en el AutoChef. Ése
era un ritual que Eve había aprendido a aceptar. Se tomaría el brebaje floral, pero no
estaba obligada a que le gustara.
—He revisado la información que me pudiste enviar, y las copias de los informes
de tus casos. Tendré un perfil completo y por escrito mañana.
—¿Qué puedes decirme ahora?
—Probablemente poca cosa que no hayas percibido tú. —Mira se instaló en una
de las profundas sillas azules parecidas a las del salón de Simon.
Mira se dio cuenta de que Eve tenía el rostro un poco demasiado pálido, y un
tanto delgado. No la había visto desde que se había vuelto a incorporar en el servicio,
y sus ojos de doctora diagnosticaron que ese retorno había sido precipitado. Pero se
guardó la opinión.
—La persona a quien estás buscando es, probablemente, un hombre de entre
treinta y cincuenta y cinco años —empezó—. Es un hombre controlado, calculador y
organizado. Disfruta de los focos y siente que merece ser el centro de atención. Quizá

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haya tenido algunas aspiraciones de ser actor o de estar conectado con ese campo de
alguna forma.
—Se exhibió ante la cámara, jugó.
—Exacto. —Mira asintió con la cabeza, complacida—. Utilizó trajes y atrezo y,
en mi opinión, no los utilizó meramente como herramientas y disfraces. Sino por el
arte que implica, por la ironía. Me pregunto si considera que su crueldad es una
ironía.
Respiró, estiró las piernas y dio un sorbo de té. Si hubiera creído que Eve iba a
beberse el té que acababa de ofrecerle, le hubiera añadido unas vitaminas.
—Es posible. Es una escenificación, un espectáculo. Él disfruta mucho de esa
faceta. La preparación, los detalles. Es un cobarde, pero es cuidadoso.
—Todos ellos son cobardes —afirmó Eve.
Mira inclinó la cabeza a un lado.
—Sí, tú lo ves así porque para ti robar una vida es justificable solamente en una
situación de tener que defender a otro. Para ti, matar es la peor de las cobardías. Pero
en este caso, yo diría que él reconoce sus propios miedos. Droga a sus víctimas
rápidamente, no para evitarles dolor sino para evitar que luchen y que, quizá, le
superen físicamente. Necesita preparar el escenario. Las coloca en la cama, las ata
antes de cortarles y quitarles las prendas de ropa. No se las arranca con furia, y se
asegura de que estén atadas antes de pasar al siguiente acto. Entonces ellas están
indefensas, y son suyas.
—Entonces las viola.
—Sí, cuando están atadas. Desnudas e indefensas. Si no estuvieran atadas, le
rechazarían. Él lo sabe. Ha sido rechazado anteriormente. Pero ahora puede hacer lo
que desee. Necesita que ellas estén conscientes para que le vean, para que sepan que
él tiene el poder, así que ellas se debaten pero no pueden escapar.
Las palabras, las imágenes, hicieron que Eve sintiera retortijones en el estómago.
Los recuerdos empezaban a emerger.
—La violación siempre es un tema de poder.
—Sí. —Mira la comprendía, y deseó tomar a Eve de la mano. Pero la comprendía
de verdad, así que no lo hizo—. Las estrangula porque eso es un acto personal, una
extensión del acto sexual. Las manos en la garganta. Es un acto íntimo.
Mira sonrió ligeramente.
—¿Habías llegado a las mismas conclusiones?
—No importa. Me estás confirmando mi impresión.
—De acuerdo, entonces. La guirnalda es un adorno. Atrezo, otra vez, espectáculo,
ironía. Son regalos que se hace a sí mismo. Es posible que el tema de la Navidad
tenga algún sentido personal para él, o quizá sea solamente un símbolo.
—¿Y qué hay de la destrucción del árbol de Marianna Hawley y de los
ornamentos? —Al ver que Mira simplemente arqueaba una ceja, Eve se encogió de
hombros—. Romper el símbolo de las fiestas al romper un árbol, la erradicación de la

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pureza en los ornamentos de ángeles.
—Eso concuerda con él.
—Los alfileres decorativos y los tatuajes.
—Es un romántico.
—¿Un romántico?
—Sí, es bastante romántico. Las califica como su amor, les deja un amuleto, y se
toma el tiempo y la molestia de embellecerlas antes de abandonarlas. Cualquier cosa
por debajo de eso las haría parecer un regalo sin valor.
—¿Las conoce?
—Sí, yo diría que sí. Que ellas le conocieran a él es otro asunto. Pero él las
conoce, las ha observado. Las ha elegido y, durante el tiempo que las haya tenido,
ellas han sido su verdadero amor. No las mutila —añadió, inclinándose hacia delante
—. Él decora y maquilla. De forma artística, quizá incluso con amor. Pero cuando ha
terminado, ya está. Rocía el cuerpo con desinfectante y así borra sus propias huellas.
Limpia, friega y sus huellas desaparecen de sus cuerpos. Y cuando se marcha está
feliz. Ha ganado. Y es el momento de prepararse para la siguiente.
—Hawley y Greenbalm no eran parecidas físicamente, tampoco lo eran sus
estilos de vida, sus hábitos ni su trabajo.
—Pero tenían una cosa en común —añadió Mira—. Ambas estuvieron, en un
momento determinado, lo suficientemente necesitadas e interesadas para pagar para
que las ayudaran a encontrar un compañero.
—Su amor verdadero. —Eve dejó el té, intacto, a un lado—. Gracias.
—Espero que estés bien. —Mira se daba cuenta de que Eve se disponía a
levantarse para irse, así que quiso entretenerla—. Y que estés completamente
recuperada de las heridas.
—Estoy bien.
No, pensó Mira, no demasiado bien.
—Solamente te tomaste… qué… dos o tres semanas para recuperarte de unas
heridas graves.
—Estoy mejor cuando trabajo.
—Sí, sé que eso es lo que crees. —Mira volvió a sonreír—. ¿Estás preparada para
las fiestas?
Eve reprimió las ganas de removerse con impaciencia en la silla.
—Ya tengo un par de regalos.
—Debe de ser difícil encontrar algo para Roarke.
—Me lo dices a mí.
—Estoy segura de que encontrarás algo perfecto. Nadie le conoce mejor que tú.
—A veces le conozco, a veces, no. —Lo tenía en la mente, así que lo dijo sin
pensar—: Él ya está metido en toda esta cosa de la Navidad. Fiestas y árboles de
Navidad. Yo pensé que simplemente intercambiaríamos algo y que ya habríamos
terminado.

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—Ninguno de los dos tenéis los recuerdos infantiles que todo el mundo tiene
derecho a tener… de haber sentido ilusión y sensación de maravilla, de haber
despertado una mañana de Navidad y haber encontrado las bonitas cajas amontonadas
debajo del árbol. Yo diría que Roarke quiere empezar a tener esos recuerdos, para los
dos. Conociéndole —añadió con una carcajada—, no van a ser comunes.
—Creo que ha pedido un pequeño bosque de árboles.
—Date la oportunidad de sentir esa ilusión y esa sensación de maravilla, como un
regalo para ambos.
—Con Roarke, no hay otra opción. —Ahora sí se puso en pie—. Te agradezco el
tiempo, doctora Mira.
—Una última cosa, Eve. —Mira también se levantó—. En estos momentos, ese
tipo no es peligroso para nadie excepto para la persona a quien esté dirigiendo la
atención. No va a asesinar de forma indiscriminada, ni sin tener objetivo o sin
planificación. Pero soy incapaz de decir en qué momento esto puede cambiar, qué
puede provocar un cambio en sus pautas de conducta.
—Yo pienso lo mismo sobre ese punto. Estamos en contacto.

Cuando entró en la oficina de su casa, encontró a Peabody y a McNab


discutiendo. Estaban sentados el uno al lado del otro ante su estación de trabajo y se
gruñían como un par de bulldogs disputándose el mismo hueso.
En otro momento, eso la habría divertido, pero en esos momentos sólo fue otro
elemento de irritación.
—Parad —les ordenó, cortante. Ambos levantaron la cabeza, atentos pero con
una expresión agria y resentida—. Informadme de la situación.
Ambos empezaron a hablar al mismo tiempo y Eve contuvo el malhumor
aproximadamente cinco segundos. Entonces les enseñó los dientes y ambos callaron.
—¿Peabody?
Peabody corrió el riesgo de mirar de soslayo a su rival antes de empezar.
—Hemos encontrado tres coincidencias con los cosméticos. Dos en la lista de
Hawley y una en la de Greenbalm. Una persona de cada lista compró los productos,
desde cuidados faciales hasta tinte de pestañas. La segunda persona de la lista de
Hawley compró lápices de ojos y de cejas y dos tintes de labios. Hemos identificado
lo que utilizó en los labios de Greenbalm. Es Coral de Cupido. Los tres compraron
ese tono.
—Hay un problema. —McNab levantó un dedo como un profesor que interrumpe
a un estudiante excesivamente ansioso—. Tanto el tinte labial Coral de Cupido como
el rímel Marrón Musk se dan de forma habitual como muestras. De hecho —señaló el
mostrador donde estaban alineadas las muestras que le habían dado a Eve—, usted
tiene ambas ahí.
—No podemos investigar cada una de las muestras —dijo Peabody con un tono

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de voz que resultaba peligroso—. Tenemos tres nombres y un lugar por dónde
empezar.
—La sombra de ojos Niebla sobre Londres que se utilizó con Hawley es uno de
los productos más caros y no se ofrece como muestra. Sólo se consigue como artículo
separado, o si uno compra todo el paquete de lujo. Si investigamos la sombra de ojos,
nos acercaremos al objetivo.
—Y quizá el hijo de puta robó la sombra de ojos mientras estaba comprando el
resto de cosas. —Peabody miraba a McNab—. ¿Quieres empezar a investigar a todos
los rateros de la ciudad?
—De momento, éste es el único cosmético que podemos investigar. Así que es el
producto que tenemos que encontrar.
En esos momentos las narices de ambos se estaban casi tocando. Eve se acercó y
les dio un empujón a los dos.
—Al próximo que hable lo bajo de rango. Los dos tenéis razón. Interrogaremos a
esos tres y buscaremos la sombra de ojos. Peabody, anota los nombres y vete abajo al
coche. Espérame ahí.
Peabody no necesitaba decir nada, puesto que una espalda tensa y una mirada
encendida era muchísimo más elocuente. En cuanto hubo salido de la oficina, McNab
se introdujo las manos en los bolsillos. Pero cuando fue a abrir la boca, percibió la
mirada de aviso de Eve y se calló.
—Revisa Personalmente Tuyo otra vez, a los clientes y al personal, mira a ver
quién de ellos compró esa sombra y mira a ver si puedes encontrar coincidencias con
los otros productos utilizados con las víctimas. —Arqueó las cejas—. Di sí, señor,
teniente Dallas.
Él soltó un suspiro.
—Sí, señor, teniente Dallas.
—Bien. Y de paso, McNab, mira a ver si puedes entrar en la cuenta corriente de
Piper y Rudy McNab. Averigüemos qué tipo de cosméticos utilizan. —Esperó, con
las cejas arqueadas. Si algo no era propio de McNab, era ser lento.
—Sí, señor, teniente Dallas.
—Y deja de poner morros —le ordenó al salir.
—Mujeres —dijo McNab por lo bajo e, inmediatamente, captó un movimiento
por el rabillo del ojo.
Vio que Roarke estaba de pie en la puerta entre las dos oficinas y que le sonreía.
—Unas criaturas maravillosas, ¿no es cierto? —Roarke entró.
—No desde donde me encuentro yo.
—Ah, pero te vas a convertir en un héroe si eres capaz de hacer coincidir ese
producto con el nombre correcto, ¿verdad? —Se acercó y echó un vistazo a las listas
y documentos que, ambos sabían, eran papeles oficiales y le estaban vetados—.
Resulta que tengo una o dos horas libres. ¿Quieres que te ayude?
—Bueno, yo… —McNab miró en dirección a la puerta.

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—No te preocupes por la teniente. —Roarke se dio el gusto de sentarse ante el
ordenador—. Puedo manejarla.

Donny Ray Micael llevaba puesto un albornoz marrón gastado y un anillo de


plata en la nariz que lucía una esmeralda pulida. Los ojos, de color avellana, tenían
una expresión somnolienta, el pelo tenía el tono de la mantequilla y el aliento era
feroz.
Observó la placa de Eve mientras bostezaba a todo pulmón, lo cual casi tumbó a
Eve. Luego se rascó el sobaco.
—¿Qué?
—¿Donnie Ray? ¿Tiene un minuto?
—Sí, tengo muchísimos minutos, pero ¿por qué?
—Se lo diré cuando hayamos entrado, y se haya hecho un profuso enjuague
bucal.
—Oh. —Se ruborizó ligeramente y dio un paso hacia atrás—. Estaba durmiendo.
No esperaba ninguna visita. Ni ningún policía. —Pero les indicó que entraran y
desapareció por un corto pasillo.
El lugar estaba igual de limpio que una porquera común. Las prendas de ropa
desordenadas, los cajones medio vacíos y esparcidos por todas partes, los ceniceros
rebosantes y un montón de discos de ordenador tirados por el suelo. En una esquina,
al lado de un desordenado sofá había un atril y un pulido saxo.
Eve notó una nota de olor a cebolla y cierto aroma a una sustancia ilegal que
habitualmente se fumaba.
—Si decidiéramos que procede un registro —le dijo a Peabody—, encontraríamos
una causa probable.
—¿De qué? ¿Sospechoso de tenencia de basura tóxica?
—Exacto. —Eve apartó con el pie lo que debía haber sido una pieza de ropa
interior—. Se ha estado colocando con Zoner, posiblemente como un sedante para ir
a la cama. Se huele.
Peabody olió.
—Yo sólo huelo sudor y cebolla.
—Está ahí.
Donnie Ray entró y su mirada se veía un poco más despierta. El rostro estaba
enrojecido y húmedo después de haberse lavado la cara rápidamente.
—Perdonen el desorden. Es el año libre del androide doméstico. ¿Qué sucede?
—¿Conoce a Marianna Hawley?
—¿Marianna? —Frunció el ceño, pensativo—. No sé. ¿Tendría que conocerla?
—Usted era uno de sus candidatos en Personalmente Tuyo.
—Oh, el sitio de citas. —Dio una patada a unas prendas de ropa para apartarlas de
su camino y se dejó caer en una silla—. Sí, lo intenté con eso hace unos cuantos

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meses. Estaba pasando una sequía. —Sonrió ligeramente y se encogió de hombros—.
Marianna. ¿Era la pelirroja…? No, ésa era Tannia. Tuvimos una buena conexión,
pero se fue a Alburquerque, por Dios. Quiero decir, ¿qué hay en Alburquerque?
—Marianna, Donnie Ray. Una morena delgada. Ojos verdes.
—Sí, sí, ahora la recuerdo. Dulce. No encajamos, demasiado parecido a…
bueno… una hermana. Vino al club donde yo estaba tocando y me escuchó. Nos
tomamos un par de copas. ¿Y?
—¿Ves la pantalla de vez en cuando, lees los periódicos?
—No cuando tengo un curro fijo. Estoy con un grupo en el centro de la ciudad, en
el Empire. He estado haciendo el turno de diez a cuatro durante las últimas tres
semanas.
—¿Siete noches por semana?
—No, cinco. Si se toca siete noches, se pierde el punto.
—¿Qué hay del martes por la noche?
—Estoy libre el martes por la noche. Los lunes y los martes son libres. —Ahora
tenía una expresión concentrada y mostraba una alarma incipiente—. ¿Qué sucede?
—Marianna Hawley fue asesinada el martes por la noche. ¿Tiene usted coartada
para el martes, desde las nueve hasta la media noche?
—Oh, mierda. Mierda. Asesinada. Jesús. —Se levantó de repente y tropezó con el
revoltijo de cosas esparcidas por el suelo—. Joder, eso es duro. Era un encanto.
—¿Quería usted que ella fuera un encanto para usted? ¿Su amor verdadero?
Él se quedó quieto. A Eve le pareció interesante que no pareciera ni asustado ni
enojado. Parecía haberse entristecido.
—Mire, yo me tomé un par de copas con ella una noche. Hablamos un poco,
intenté convencerla de que nos diéramos un revolcón inofensivo, pero ella no estaba
por eso. Me gustó. No era posible que no te gustara.
Se presionó los ojos con los dedos y luego se pasó las manos por el pelo.
—Eso fue, joder, hace seis meses, quizá más. No la he visto desde entonces. ¿Qué
le ha pasado?
—El martes por la noche, Donnie Ray.
—¿El martes? —Se frotó el rostro con las manos—. No lo sé. Joder, ¿quién se
acuerda? Probablemente, fui a unos cuantos clubes, estuve por ahí. Déjeme pensar un
minuto.
Cerró los ojos y exhaló dos veces.
—El martes fui al Crazy Charlie’s y escuché a su nuevo grupo.
—¿Fue con alguien?
—Salimos unos cuantos. No sé quién acabó en el Crazy. Yo ya estaba bastante
mal entonces.
—Dígame, Donnie Ray, ¿por qué compró usted la línea completa de productos de
Perfección Natural? No parece usted de los que se maquillan.
—¿Qué? —Se mostró abatido y se dejó caer en la silla otra vez—. ¿Qué diablos

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es Perfección Natural?
—Usted debería saberlo. Se gastó unos dos mil en eso. Cosméticos, Donnie Ray.
—Cosméticos. —Se revolvió el pelo con las manos hasta que le quedó
completamente en punta—. Oh, mierda, sí. La cosa esa chillona. El cumpleaños de
mi madre. Le compré ese tratamiento.
—¿Se gastó dos de los grandes en el cumpleaños de su madre? —Con mirada de
desconfianza, Eve observó la habitación desordenada.
—Mi madre es la mejor. El viejo nos dejó cuando yo era un crío. Ella trabajó
como tres mulas para que yo tuviera un techo y para pagarme las clases de música. —
Hizo un gesto con la cabeza en dirección al saxo—. Gano bastante dinero tocando.
Buen dinero. Ahora la ayudo a pagar su propio techo, en Connecticut. Una casa
decente en un barrio decente. Esto… —hizo un gesto que incluía toda la habitación—
me importa un carajo. Estoy muy poco aquí, solamente para tirarme.
—¿Y si llamo a su madre, ahora mismo, y le pregunto qué le regaló su hijo
Donnie Ray por su cumpleaños?
—Claro. —Sin dudarlo, señaló con el pulgar el TeleLink que había encima de la
mesa, al lado de la pared—. Su número está grabado. Pero hágame un favor, ¿de
acuerdo? No le diga que es policía. Se preocupa. Dígale que está haciendo una
encuesta o algo.
—Peabody, quítate la chaqueta del uniforme y llama a la mamá de Donnie Ray.
—Eve salió de la zona de pantalla y se sentó en el brazo de una de las sillas—. ¿Fue
Rudy de Personalmente Tuyo quien realizó su perfil?
—No, bueno, hablé primero con él. Creo que todo el mundo lo hace así. Es como
una audición. Pero la entrevista la hizo otro tipo. Qué tipo de aficiones tienes, con
qué sueñas, cuál es tu color favorito. También hacen una prueba física, para
asegurarse de que estás limpio.
—No encontraron rastros de Zoner.
Él tuvo la elegancia de parecer avergonzado.
—No, estaba limpio.
—Creo que tu madre preferiría que continuaras así.
—La señora Michael recibió la línea completa de Perfección Natural como regalo
de cumpleaños de su hijo. —Peabody volvió a ponerse la chaqueta y le dirigió una
sonrisa a Donnie Ray—. Se puso contenta de verdad con el regalo.
—Es guapa, ¿verdad?
—Sí, lo es.
—Es la mejor.
—Eso es lo que ella ha dicho de usted —le dijo Peabody.
—Le he comprado unos pendientes de diamantes para Navidad. Bueno, son
pequeñísimos, porque si no serían demasiada responsabilidad para ella. —Ahora
miraba a Peabody con interés, después de haberla visto sin la chaqueta—. ¿Has ido
alguna vez al Empire?

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—Todavía no.
—Tendrías que pasar un día. Tocamos realmente bien.
—Quizá lo haga. —Pero vio la mirada de Eve y se aclaró la garganta—. Gracias
por su cooperación, señor Michael.
—Hágale un favor a su madre —dijo Eve mientras se dirigían hacia la puerta—.
Limpie este montón de basura y deje el Zoner.
—Sí, claro. —Y Donnie Ray le guiñó el ojo a Peabody antes de cerrar la puerta.
—No es apropiado coquetear con los sospechosos, agente Peabody.
—No es realmente un sospechoso. —Peabody miró hacia atrás—. Y es realmente
guapo.
—Es un sospechoso hasta que confirmemos su coartada. Y es un cerdo.
—Pero un cerdo realmente guapo, teniente.
—Tenemos que hacer dos entrevistas más, Peabody. Intenta controlar las
hormonas.
—Lo hago, Dallas, lo hago. —Suspiró y ambas subieron al coche—. Pero es tan
agradable que sean ellas las que me controlen a mí…

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Capítulo siete

Pasar todo el día haciendo entrevistas sin avanzar en el caso no puso a Eve en el
mejor estado de ánimo. Y encontrarse, al volver a la oficina de su casa, con que
McNab había recogido y se había marchado le ensombreció más, si cabe, el humor.
Pero pensó que había sido afortunado y bueno para su futuro bienestar, que le
hubiera dejado un resumen y algo de comer.
«Teniente, cerré a las 16:45 horas. Hay una lista de nombres y productos en el
archivo del caso con el subtítulo P de Pruebas 2-A. Han aparecido un par de cosas
interesantes. Encontré coincidencias tanto en Piper como en Rudy con la sombra de
ojos, y otra en Piper para el tinte de labios. Por cierto, los dos nadan en dólares. No es
que Roarke tenga que preocuparse, pero no están en mala situación. También es
interesante que todos sus bienes son compartidos, hasta el último penique. Los
informes también están en el archivo.»
Todos los bienes estaban compartidos, pensó Eve. Ella había tenido la impresión
de que era Rudy quien dirigía las cosas. Siempre había sido Rudy quien había tomado
las decisiones y quien había manejado la consola cuando Eve había estado allí.
De ahí se deducía que él tenía el dinero.
Él tenía el control, decidió Eve. Tenía el poder.
Y la ocasión, y el acceso.
«Otra coincidencia en la sombra de ojos —continuó la voz de McNab—. Dos en
el tinte de labios, con Charles Monroe en ambos casos. Al principio se me pasó
porque se había registrado con otro nombre en los datos de la lista de correos de
productos nuevos y ofertas especiales. Incluyo el perfil de Monroe.»
El resumen terminó y Eve frunció el ceño. Su instinto le decía que centrara la
atención en Rudy, pero parecía que iba a tener que hacerle una visita a Charles
Monroe.
Levantó la vista y se dio cuenta de que por la puerta de la oficina de Roarke se
filtraba la luz. Si estaba ocupado, ése era un buen momento para llevar a cabo un
asunto personal.
Con rapidez y sin dejar de procurar de no encontrarse con Summerset, subió la
escalera que conducían hasta la biblioteca.
Las paredes de la habitación, que se abría en dos niveles, estaban cubiertas de
libros. Siempre le había desconcertado el hecho de que un hombre que tenía el poder
de comprar un planeta con un simple chasquido de dedos prefiriera el volumen y el
peso de un libro en lugar de la comodidad de leerlo en pantalla.
Era una de sus rarezas, suponía Eve. Pero también ella apreciaba el agradable olor
de la piel de las cubiertas y el aspecto pulido de los lomos alineados a lo largo de los
oscuros estantes de caoba.
En la sala había dos amplias zonas de reposo. Los sofás y sillas de madera

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estaban tapizados de piel de un profundo color granate. Lámparas con lágrimas de
colores, brillo de bronces y lustre de madera vieja tallada por artesanos de otro siglo.
La noche entraba entre unas cortinas abiertas alrededor de un asiento bajo una
gran ventana. Las telas de los mullidos cojines adquirían los tonos cálidos de la luz
proyectada por las lámparas. Unas enormes y antiguas alfombras de intrincados
diseños sobre fondo granate se esparcían por encima del pulido suelo de madera de
castaño.
Un potente ordenador multitareas se encontraba escondido dentro de un antiguo
armario. Pero todo lo que estaba a la visa en esa habitación tenía la pátina del tiempo
y de la riqueza.
Eve no entraba ahí a menudo, pero sabía que Roarke sí lo hacía. Era común
encontrarle sentado en una de las sillas de piel a última hora de la tarde, con las largas
piernas estiradas, una copa de coñac a mano y un libro entre las manos. La lectura le
relajaba, le había dicho. Eve sabía que aprendió a leer por sus propios medios cuando
era un chico después de que encontrara una maltratada copia de Yeats en un callejón
de los barrios bajos de Dublín.
Atravesó la habitación y abrió las puertas de un armario decorado con
incrustaciones de lapislázuli y malaquita.
—Encender —ordenó Eve, inmediatamente echó un vistazo por encima del
hombro—. Buscar en la librería, todas las secciones, Yeats.
«¿Yeats, Elizabeth; Yeats, William Butler?»
Eve frunció el ceño y se pasó una mano por el pelo.
—¿Cómo diablos voy a saberlo? Es un poeta irlandés.
«Yeats, William Butler, confirmado. Buscando en estantes… Las peregrinaciones
de Oisin, sección D, estante cinco. La condesa Cathleen, sección D…»
—Espera. —Se presionó el puente de la nariz—. Cambiar búsqueda. Dime qué
libros de este tipo no se encuentran en la biblioteca.
«Modificando… Buscando…»
De todas formas, lo más probable era que él lo tuviera todo. Decidió que había
sido una idea estúpida, y se metió las manos en los bolsillos.
—Teniente.
Eve dio un respingo. Se volvió rápidamente y se encontró con Summerset.
—¿Qué? Joder, odio que hagas esto.
Él se limitó a mirarla de forma inexpresiva. Sabía que a ella no le gustaba en
absoluto que él se aproximara sin hacerse notar. Ésa era una de las razones por las
cuales le gustaba tanto hacerlo.
—¿Puedo ayudarla a encontrar algún libro…? Aunque no sabía que leyera usted
otra cosa que no fueran informes y algún que otro disco sobre comportamiento
aberrante.
—Mira, amigo, tengo perfecto derecho a estar aquí. —Pero eso no explicaba por
qué el hecho de que la encontrara en la biblioteca le hacía sentir tan incómoda—. Y

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no necesito tu ayuda.
«Todas las obras del autor, Yeats, William Butler, se encuentran en la biblioteca.
¿Desea los títulos y su ubicación?»
—No, mierda. Lo sabía.
—¿Yeats, teniente? —Curioso, Summerset entró en la habitación seguido por
Galahad, que inmediatamente se aproximó a Eve, se frotó contra sus piernas y saltó
hasta el asiento de la ventana, desde donde se puso a contemplar la noche como si él
fuera su señor.
—¿Y qué?
Él se limitó a arquear las cejas.
—¿Hay alguna obra en la que esté especialmente interesada, una recopilación, un
poema en particular?
—¿Qué pasa? ¿Eres el cuerpo de policía de la biblioteca?
—Estos libros son bastante valiosos —repuso en tono frío—. Muchos de ellos
son primeras ediciones y muy difíciles de encontrar. También encontrará usted todas
las obras de Yeats en la biblioteca de discos ópticos. Estoy seguro de que ese método
se adapta mejor a usted.
—No quiero leerlo. Sólo quería saber si había alguno que él no tuviera, lo cual es
tonto dado que él lo tiene absolutamente todo, así que ¿qué se supone que tengo que
hacer?
—¿Acerca de qué?
—Navidad, estúpido. —Irritada, volvió a dirigirse al ordenador—. Apagar.
Summerset apretó los labios, pensativo.
—Usted deseaba comprar un volumen de Yeats para Roarke como regalo de
Navidad.
—Ésa era la idea, que resulta ser nefasta.
—Teniente —llamó en cuanto ella iba a dirigirse hacia la puerta.
—¿Qué?
Le enojaba que ella dijera o hiciera algo que le conmoviera. Pero no había otro
remedio. Y él estaba en deuda con ella por haberse arriesgado tanto y haber estado a
punto de perder la vida para salvar la de él. Ese simple hecho, Summerset lo sabía, les
ponía incómodos a ambos. Quizá pudiera equilibrar un poco la balanza, aunque fuera
mínimamente.
—Él todavía no tiene una copia de la primera edición de El crepúsculo celta.
La mirada belicosa de Eve desapareció, aunque todavía había cierta suspicacia en
ella.
—¿Qué es?
—Es una recopilación de prosa.
—¿De ese tal Yeats?
—Sí.
En parte, sólo en parte, deseaba encogerse de hombros y largarse. Pero se

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introdujo las manos en los bolsillos y se quedó allí.
—Según la búsqueda, lo tiene todo.
—Tiene el libro, pero no el de la primera edición. Yeats es especialmente
importante para Roarke. Me imagino que ya lo sabe. Conozco a un librero muy
especial de Dublín. Puedo ponerme en contacto con él y ver si es posible adquirirlo.
—Comprarlo —dijo Eve, con firmeza—. No robarlo. —Sonrió levemente al notar
que Summerset se ponía tenso—. Sé algunas cosas de tus contactos. Lo haremos
legal.
—Nunca tuve intención de hacerlo de otra forma. Pero no va a ser barato. —
Ahora le tocaba a él sonreír, con la misma levedad—. Y habrá una cantidad añadida
en concepto de recibir la adquisición a tiempo para las Navidades, ya que ha esperado
usted al último minuto.
Eve se mantuvo impasible.
—Si tu contacto puede encontrarlo, lo quiero. —Y dado que no fue capaz de
encontrar la forma de evitarlo, se encogió de hombros—: Gracias.
Él asintió con la cabeza con gesto tenso y esperó a que ella hubiera abandonado la
habitación para sonreír.
Eso era estar enamorado. Acabar colaborando con quien representa la mayor
irritación en la vida de uno. Mientras tomaba el ascensor para ir a su dormitorio
pensó que si ese jodido hijo de puta de verdad lo conseguía, estaría en deuda con él.
Resultaba mortificante.
Pero cuando las puertas del ascensor se abrieron, allí estaba Roarke, con su media
sonrisa en ese rostro de ángel caído y esos ojos de un azul imposible que la recibían
con placer.
¿Qué era una pequeña mortificación?
—No sabía que ya estabas en casa.
—Sí, estaba… haciendo cosas. —Ladeó la cabeza. Conocía esa mirada—. ¿Por
qué te muestras tan orgulloso?
Él la tomó de la mano y la condujo hasta el dormitorio.
—¿A ti que te parece? —le preguntó mientras hacía un gesto hacia el interior de
la habitación.
Centrado y dentro del profundo cajón que era la ventana de la pared opuesta a la
plataforma donde se encontraba la cama, había un árbol. Sus ramas se extendían
hacia la habitación y se elevaban arriba, arriba, hasta que se abrían contra el techo.
Eve parpadeó, asombrada.
—Es grande.
—Es obvio que no has visto el que hay en el salón. Es el doble de alto que éste.
Eve se acercó con paso cauteloso. Debía de medir tres metros. Pensó que si se
caía mientras dormían, les caería encima como una piedra y quedarían atrapados
como hormigas.
—Espero que esté bien sujeto. —Olió—. Huele a bosque. Supongo que le

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colgaremos cosas.
—Ése es el plan. —Le deslizó los brazos alrededor de la cintura y la atrajo hacia
sí—. Me ocuparé de las luces después.
—¿Lo harás?
—Es un trabajo de hombres —le dijo mientras le mordisqueaba el cuello.
—¿Quién lo dice?
—Las mujeres de todas las épocas que han tenido la sensatez de no querer
ocuparse de eso. ¿Estás fuera de servicio, teniente?
—Pensaba en comer algo y en realizar unos exámenes de probabilidades. —Los
labios de él se deslizaron hasta el lóbulo de la oreja—. Y quiero ver si Mira me ha
enviado el perfil.
Eve cerró los ojos y ladeó la cabeza para permitirle un acceso completo al costado
del cuello. Notó que sus manos se deslizaban hacia sus pechos y notó que la cabeza
empezaba a darle vueltas.
—También tengo que escribir y archivar un informe. —Los pulgares de él
jugaron con sus pezones y Eve notó una corriente de placer en el vientre.
»Pero seguramente tengo una hora libre —dijo en voz baja. Se dio la vuelta, le
agarró por el cabello y atrajo los labios de él hasta los suyos.
Roarke gimió de placer y deslizó las manos hasta su espalda.
—Ven conmigo.
—¿Dónde?
Se mordió el labio inferior.
—A donde yo te lleve.
La condujo hasta el ascensor.
—Habitación de hologramas —ordenó, e impidió que ella le hiciera cualquier
pregunta empujándola y dándole un largo beso que la dejó aturdida.
—¿Qué tiene de malo el dormitorio? —preguntó Eve cuando pudo respirar de
nuevo.
—Tengo otra cosa en la cabeza. —Sin apartar sus ojos de los de ella, la hizo salir
del ascensor—. Encender el programa.
La enorme habitación vacía de paredes oscuras de espejo cambió. Lo primero que
se olió fue un humo fragante y ligeramente afrutado, y luego se notó el aroma de unas
flores muy olorosas. Las luces disminuyeron de intensidad. Se formaron unas
imágenes.
Un fuego crepitaba en una gran lumbre de piedra. Una ventana enorme que
mostraba unas montañas de tonos azulados y cubiertas de una capa de nieve que
brillaba bajo la luz de la luna. Unos recipientes de cobre estaban repletos de unas
flores de tonos blancos y rojizos. Velas, cientos de velas blancas como la nieve,
iluminaban la habitación desde unos candelabros de bronce pulido.
Bajo sus pies, el suelo de espejo se convirtió en un suelo de madera, oscura, casi
negra, de aspecto suavemente satinado.

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Dominando la habitación había una enorme cama con un cabezal y unos pies de
bronce de complicadas curvas. Encima de ella, un cubrecama de color dorado y de
aspecto mullido acompañaba a docenas de almohadas de ricos y matizados colores.
Por encima de todo, pétalos de rosa blancos.
—Oh. —Eve miró otra vez hacia la ventana. La vista, esos encumbrados picos, la
extensión de nieve blanca, la dejaron sin palabras—. ¿Qué es?
—Una simulación de los Alpes suizos. —Una de las cosas que más complacían a
Roarke era observar la reacción de ella ante algo nuevo. La desconfianza inicial que
pertenecía a la policía dejaba paso a un lento estallido de placer que pertenecía a la
mujer—. Nunca he conseguido llevarte ahí de verdad. Un chalet holográfico es lo que
más se le aproxima.
Se dio la vuelta y tomó una bata que estaba encima de una silla.
—¿Por qué no te pones esto?
Ella la tomó y frunció el ceño.
—¿Qué es?
—Una bata.
Eve le dirigió una mirada inexpresiva.
—Eso ya lo sé. Quiero decir que de qué está hecha. ¿Es visón?
—Marta. —Dio un paso hacia delante—. ¿Qué tal si te ayudo?
—Tienes ganas, ¿verdad? —murmuró ella mientras él empezaba a desabrocharle
la camisa.
Las manos de él se deslizaron por sus hombros desnudos mientras le quitaba la
camisa.
—Me parece que sí. Ganas de seducir a mi esposa. Despacio.
Eve ya sentía que el deseo se le despertaba.
—No necesito ninguna seducción, Roarke.
Él le puso los labios en el hombro.
—Yo sí. Siéntate. —La obligó a sentarse para sacarle las botas. Luego,
apoyándose con las manos en los brazos de la silla, se inclinó y tomó sus labios otra
vez.
Sólo labios sobre labios, calor y suavidad, un hábil y tierno deslizamiento de
labios y lenguas, un suave mordisco. Eve sintió que los músculos se le tensaban para,
inmediatamente, quedar relajados. Para Roarke, sentir la rendición de ella era lo que
resultaba más seductor.
La hizo poner de pie y le desabrochó los pantalones.
—El deseo por ti nunca cesa. —Los dedos de él recorrieron sus caderas; los
pantalones cayeron a sus pies—. Amarte nunca resulta suficiente. Siempre quiero
más.
Abandonándose, Eve se apoyó en él y enterró el rostro en el pelo de él.
—Desde que te conocí, nada es lo mismo.
Él la abrazó unos momentos, por el sencillo placer de hacerlo. Luego, alargó la

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mano y tomó la bata para ponérsela por encima de los hombros.
—Para ninguno de los dos lo es.
La tomó en brazos y la llevó a la cama.
Y los brazos de ella le rodearon.
Eve sabía cómo sería. Irresistible, perturbador. Glorioso. Había empezado a ansiar
cada una de las sensaciones que él le hacía sentir, a necesitar sentirle contra su cuerpo
al igual que necesitaba el aire o el agua para vivir.
Sin pensarlo, y sin ser capaz de sobrevivir sin ello.
No existía nada que ella no pudiera ofrecer, o recibir, mientras sus cuerpos se
encontraban unidos. Hundida en el colchón de plumas, recibió los labios de él con
ansia, deleitándose en el calor que invadía su cuerpo con lentitud. Suspiró y tiró de la
camisa de él para sentir su piel contra su piel.
El lento y agradable deslizamiento del cuerpo de él sobre el suyo. Un giro lento,
un gemido suave. La sedosidad de los pétalos, la suavidad del satén del cubrecama,
las formas de los músculos de él en las palmas de sus manos: todas esas sensaciones
se confundían en un continuo de texturas.
El rápido latir del corazón. Un delicioso escalofrío, un suspiro. El parpadeo de la
llama de las velas, los rayos de la luna, el danzante destello del fuego que se hinchaba
en un halo suntuoso.
Eve saboreó y se dejó saborear. Acarició y se dejó acariciar. Excitó y se dejó
excitar. Y tembló mientras ascendía hasta el clímax, suave y plateado.
Él la sintió temblar, estremecerse y dejarse caer de nuevo. Las piernas de ambos
se entrelazaron y los dos rodaron por encima de la cama para volver a acariciarse,
para ajustar un cuerpo contra el otro. La piel del rostro de Eve reflejaba los destellos
de las llamas. También el pelo y los ojos, de un profundo color como el del coñac.
Unos ojos que se perdían en el infinito mientras él la empujaba, segundo a segundo,
hacia el clímax otra vez.
Sus manos, fuertes, capaces y hermosamente familiares, se deslizaron por todo el
cuerpo de ella. Sujetando, acariciando. Unos suaves gemidos de placer sonaban en la
garganta de ella, un suspiro se depositó en sus labios y un susurró recorrió su piel.
La respiración de él empezó a hacerse más rápida. El deseo empezó a palpitarle
con fuerza en las venas. El calor se convirtió en fuego, y el fuego en un destello
peligroso.
Ella estaba encima de él. Su cuerpo, delgado y bañado por la luz de la luna,
moldeado por las sombras. Eve gimió largamente, profundamente, de deseo mientras
descendía sobre él, le rodeaba y le tomaba dentro de sí. Los dedos de él se clavaron
en sus caderas y ella se arqueó hacia atrás y empezó a moverse con los ojos cerrados
y los labios entreabiertos.
Notó que ella se tensaba alrededor de su miembro en el momento en que el
orgasmo la atravesaba. Él se incorporó y sus labios fueron a buscar, hambrientos, sus
pechos.

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Ahora estaba perdido, había sido capturado. La apartó, la tumbó sobre la cama y
empezó a empujar dentro de ella como un animal enloquecido, con tal fuerza y ansia
que ella perdió el control. Eve se sujetó al cabezal de la cama con fuerza, para
anclarse, mientras un chillido de placer le estrangulaba la garganta cada vez que él se
clavaba en ella con toda su fuerza.
Cuando notó que el cuerpo de ella explotaba debajo del suyo, apretó los labios
contra los suyos. Y se dejó ir.
El cuerpo de ella estaba cubierto únicamente por pétalos de rosa. Sus largos y
bien dibujados músculos se encontraban laxos como la cera que se deslizaba por los
candelabros.
Mientras su respiración recuperaba el ritmo normal, Roarke le dio unos mordiscos
en el hombro, se levantó para ir a buscar la bata y la envolvió en ella.
La única respuesta de Eve fue un gemido.
A la vez divertido y complacido de que ésa hubiera sido la única respuesta que
ella pudiera dar, se dirigió al extremo opuesto de la habitación y ordenó que se llenara
la bañera de masaje a cuarenta y tres grados. Luego descorchó una botella de
champán, la colocó en una cubitera y obligó a su agotada esposa a salir de la cama.
—No estaba dormida. —Pronunció la frase con rapidez y mala articulación,
delatando que así era como estaba precisamente.
—Mañana te enojarás conmigo si te dejo dormir y no haces tu examen de
probabilidades —le dijo, mientras la obligaba a sumergirse en el agua caliente y
espumosa.
Ella soltó una exclamación, pero inmediatamente gimió de puro placer.
—Oh, Dios, quiero quedarme aquí dentro, en esta bañera, una semana entera.
—Organízate unos días libres y nos iremos a los Alpes de verdad. Allí podrás
quedarte en la bañera hasta que te quedes arrugada y roja como un tomate.
Eso era exactamente lo que él deseaba, llevársela lejos para que se curara y se
recuperara por completo. Pero sabía que tenía las mismas probabilidades de
conseguirlo que las que tenía de que ella le diera un beso en la boca a Summerset.
Imaginárselo le hizo sonreír.
—¿Un chiste? —preguntó Eve con voz perezosa.
—Oh, uno muy gracioso. —Le ofreció la copa de champán y tomó la suya antes
de introducirse en la bañera con ella.
—Tengo que ponerme a trabajar.
—Lo sé. —Dejó escapar un largo suspiro—. Diez minutos.
La combinación del agua caliente y el champán helado era demasiado buena para
rechazarla.
—¿Sabes? Antes de ti, mis descansos consistían en una taza de café malo y una…
taza de café malo —decidió.
—Lo sé, y todavía son así demasiado a menudo. Esto —dijo mientras se sumergía
un poco más en el agua— es una manera infinitamente superior de recuperar fuerzas.

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—Es difícil negarlo. —Sacó una pierna del agua y se observó los dedos de los
pies sin una razón en especial—. No creo que ese hombre vaya a darme mucho
tiempo. Está trabajando contra reloj.
—¿Qué has averiguado?
—No lo suficiente. Ni por asomo.
—Averiguarás más. No he conocido a un policía mejor que tú. Y he conocido a
más de los que hubiera querido.
Ella frunció el ceño y bajó la vista hasta el champán.
—No lo hace por rabia, no, todavía. Ni por provecho. Tampoco es, que yo sepa,
por venganza. Sería más sencillo de investigar si hubiera un motivo.
—Amor. Amor verdadero.
Ella maldijo en voz baja.
—Mi amor verdadero. Pero no es posible tener doce amores verdaderos.
—Estás pensando de forma racional. Crees que un hombre no puede amar a más
de una mujer con el mismo fervor. Pero sí puede.
—Sí, si tiene el corazón en la polla.
Con una carcajada, Roarke abrió un ojo.
—Querida Eve, muchas veces es imposible separar ambas cosas. Para algunos —
añadió, desconfiando del brillo que vio en los ojos de ella— la atracción física
precede, la mayoría de las veces, a una emoción más profunda. Quizá no estés
teniendo en cuenta que él puede creer que cada una de ellas es el amor de su vida. Y
que si ellas no aceptan, la única manera de convencerlas consiste en quitarles la vida.
—Lo he pensado. Pero no es suficiente para ofrecer una imagen completa. Él ama
aquello que no puede tener, y destruye aquello que no puede tener. —Se encogió de
hombros—. Odio este maldito simbolismo. Lo lía todo.
—Tienes que darle algún punto por su gusto por lo teatral.
—Sí, y confío en que sea eso lo que le delate. Cuando lo haga, voy a meter a ese
feliz Santa Claus en una celda. Se ha terminado el tiempo —anunció, y se levantó.
Acababa de tomar una toalla del colgador-secador cuando su TeleLink sonó.
—Mierda.
Goteando, corrió al otro lado de la habitación para sacarlo del bolsillo de los
vaqueros.
—Bloquear vídeo —dijo, en voz baja—. Dallas.
—Avisos, Dallas, teniente Eve. MEE en el 432 de Houston. Apartamento 6E.
Preséntese en la escena inmediatamente en calidad de responsable.
—Avisos. —Se pasó la mano por el cabello empapado—. Recibido. Contacte con
Peabody, agente Delia, como ayudante.
—Afirmativo. Corto.
—¿MEE? —Roarke tomó la bata para cubrirla con ella de nuevo.
—Muerte en escena. —Eve tiró la bata a un lado y, agachándose, tomó los
pantalones—. Joder, joder, ése es el apartamento de Donnie Ray. Le hemos

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interrogado justo hoy.

Donnie Ray quería a su madre. Eso fue lo primero que Eve pensó cuando le miró.
Estaba encima de la cama, envuelto con una guirnalda verde que brillaba con
tonos dorados. El pelo blanquecino había sido cuidadosamente peinado de tal forma
que se deslizara en ondas por encima de la almohada. Los ojos estaban cerrados y las
pestañas, maquilladas y teñidas de un color oro viejo, descansaban sobre las mejillas.
Los labios hacían juego con ese color. Alrededor de la muñeca derecha, justo encima
de la zona de piel enrojecida, había un grueso brazalete con tres bonitos pájaros
grabados en oro.
—Tres pájaros cantores —dijo Peabody, a las espaldas de Eve—. Joder, Dallas.
—Ha cambiado de sexo, pero mantiene la pauta. —El tono de Eve fue
inexpresivo. Se apartó a un lado para que el cuerpo entero quedara registrado—.
Tiene que haber un tatuaje en algún lugar y, probablemente, señales de abuso sexual.
Marcas de ataduras en muñecas y en los pies, igual que en las anteriores víctimas.
Necesitamos los discos de seguridad del vestíbulo y del exterior del edificio.
—Era un chico agradable —murmuró Peabody.
—Ahora es un chico muerto. Hagamos el trabajo.
Peabody se puso tensa casi imperceptiblemente, pero los hombros quedaron en
línea como una regla.
—Sí, teniente.
Encontraron el tatuaje en la nalga izquierda. Si eso y los evidentes signos de
sodomía la afectaron, Eve no lo demostró. Realizó el examen preliminar, precintó la
escena y ordenó que se llevara a cabo el puerta a puerta habitual. Hizo que
introdujeran el cuerpo en la bolsa para llevárselo.
—Examinaremos el TeleLink —le dijo a Peabody—. Toma su agenda y busca
cualquier dato sobre Personalmente Tuyo. Quiero que los del registro estén aquí esta
noche.
Recorrió el corto pasillo hasta el baño y abrió la puerta de un empujón. Las
paredes, el suelo y los accesorios brillaban como bañados por la luz del sol.
—Podemos dar por sentado que nuestro hombre ha limpiado todo esto. Donnie
Ray no estaba demasiado interesado en las virtudes de la limpieza.
—No merecía morir así.
—Nadie merece morir así. —Eve dio un paso hacia atrás y se dio la vuelta—. Te
gustaba. A mí también. Ahora deja eso de lado, porque no le va a ser de ninguna
ayuda. Se ha ido, y tenemos que utilizar todo lo que encontremos aquí para llegar al
número cuatro antes de perder a otro.
—Lo sé. Pero no puedo evitar sentirlo. Jesús, Dallas, estábamos aquí bromeando
con él hace sólo unas horas. No puedo evitar sentirlo —repitió en un susurro enojado
—. No soy como usted.

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—¿Crees que a él le importa lo más mínimo lo que tú sientas ahora? Él ahora
quiere justicia, no dolor, ni siquiera compasión. —Se dirigió al salón y apartó de un
puntapié tazas y zapatos para sacar un poco la frustración.
»¿Crees que a él le importa que yo esté furiosa? —Se había vuelto de repente y
miraba a Peabody con ojos encendidos—. Que yo esté furiosa no le sirve de nada, y
me entorpece el pensamiento. ¿Qué se me está pasando por alto? ¿Qué mierda se me
está pasando por alto? Él lo deja todo aquí, delante de mis narices. El hijo de puta.
Peabody no dijo nada durante unos momentos. No era la primera vez que había
confundido la fría profesionalidad de Eve por una falta de sentimientos. Después de
todos esos meses trabajando juntas, se dio cuenta de que debería conocerla mejor.
Inhaló con fuerza.
—Quizá nos está dando demasiadas cosas, está despistando nuestra atención.
Eve entrecerró los ojos, pensativa, y relajó las manos que había apretado en
puños.
—Eso está bien. Muy bien. Demasiados ángulos de visión, demasiada
información. Tenemos que elegir un canal y aumentarlo. Empieza por buscar aquí,
Peabody —le ordenó mientras sacaba el comunicador—. Va a ser una noche muy
larga.

Llegó a casa a las cuatro de la madrugada, excitada por el alto octanaje de falsa
cafeína del café de mala calidad de la Central de Policía. Le escocían los ojos, tenía el
estómago revuelto, pero creía que estaba lo suficientemente despierta para continuar
con el trabajo.
A pesar de ello, dio un respingo y se llevó la mano hasta el arma en cuanto
Roarke entró en su oficina, inmediatamente después de ella.
—¿Qué demonios haces levantado? —le preguntó.
—Yo puedo preguntarte lo mismo, teniente.
—Estoy trabajando.
Él arqueó una ceja y le sujetó la barbilla para observarle el rostro.
—Trabajando demasiado —la corrigió.
—Me quedé sin café de verdad en mi AutoChef, y he tenido que beber esa
pócima de la Central. Un par de tragos del café bueno y estaré bien otra vez.
—Un par de horas en estado inconsciente, y estarás mejor.
Aunque resultaba tentador, no dio el brazo a torcer.
—Tengo una reunión a las ocho en punto. Tengo que prepararme.
—Eve. —Le clavó una mirada de advertencia y le puso las manos sobre los
hombros, con calma—. No voy a interferir en tu trabajo. Pero te recuerdo que no vas
a hacer bien tu trabajo si te duermes de pie.
—Puedo tomarme un estimulante.
—¿Tú? —Sonrió al decirlo.

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—Quizá tenga que recurrir a algunas drogas permitidas en el departamento antes
de que todo esto acabe. No me está dando nada de tiempo, Roarke.
—Deja que te ayude.
—No puedo utilizarte cada vez que la cosa se pone difícil.
—¿Por qué no? —Empezó a masajearle la espalda para aligerarle la tensión—.
¿Porque no me encuentro en la lista de recursos permitidos en el departamento?
—Ése sería un motivo. —El masaje la estaba relajando un poco demasiado. Notó
que se le iba la cabeza y que no era capaz de pensar con claridad—. Voy a tomarme
dos horas de descanso. Dos horas de preparación serán suficientes. Pero me tumbo
aquí mismo.
—Buena idea. —Fue muy fácil conducirla hasta el sillón de descanso. Se movía
como si tuviera los huesos de mantequilla. Se tumbó a su lado y ordenó que el sillón
se reclinara por completo.
—Deberías irte a la cama —murmuró ella, pero se volvió hacia él.
—Prefiero dormir con mi esposa cuando tengo oportunidad.
—Dos horas… creo que tengo un ángulo nuevo.
—Dos horas —asintió él, y cerró los ojos al notar que todo el cuerpo de ella se
relajaba.

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Capítulo ocho

H
— ay una cosa que debo decirte. —Roarke esperó a que Eve tomara con el tenedor
la última porción de tortilla de claras de huevo y le sonrió mientras le llenaba la taza
de café—. Sobre los productos de Perfección Natural.
Ella le miró mientras tragaba la tortilla.
—Eres el propietario de la empresa.
—Es una línea de una compañía que forma parte de una organización afiliada de
Industrias Roarke. —Volvió a sonreír y dio un sorbo de café—. Así que, en una
palabra, sí.
—Ya lo sabía. —Se encogió de hombros y sintió cierta satisfacción al ver que él
arqueaba las cejas, sorprendido, ante su despreocupada reacción—. La verdad es que
pensé que quizá podría trabajar en un caso en que tú no estuvieras relacionado.
—Realmente tienes que superar eso, querida. Y dado que soy el propietario —
continuó mientras ella le enseñaba los dientes con una mueca—, quizá pueda
ayudarte a investigar los productos utilizados con las víctimas.
—Ya estamos encontrando cosas por nuestra cuenta. —Se apartó de la mesita y
caminó hasta su escritorio—. Lógicamente, los productos se compraron en el mismo
lugar donde se eligió a las víctimas. Siguiendo este supuesto, puedo reducir las
probabilidades hasta obtener una lista muy corta. Esos cosméticos son obscenamente
caros.
—Uno obtiene aquello por lo que paga —dijo Roarke en tono despreocupado.
—Un tinte labial a doscientos créditos el tubo, por Dios. —Le miró con expresión
reprobadora—. Deberías avergonzarte de ti mismo.
—Yo no fijo el precio. —Ahora le sonrió ampliamente—. Sólo manejo las
ganancias.
Roarke se dio cuenta de que el par de horas de sueño y la comida caliente le
habían hecho subir la energía. Ahora no estaba pálida, ni tenía los ojos cansados. Se
levantó y le acarició las ligeras sombras que tenía bajo los ojos.
—¿Quieres asistir a una reunión de dirección y presionar para que se ajusten los
precios?
—Ja, ja. —Él le acarició los labios con los suyos y Eve tuvo que esforzarse para
no sonreír—. Vete, necesito concentrarme.
—En un minuto. —Volvió a besarla, provocándole un suspiro—. ¿Por qué no me
lo cuentas? Pensar en voz alta te ayudará.
Ella volvió a suspirar. Se inclinó hacia él un momento y luego se apartó.
—Hay algo muy feo en todo esto, porque él está utilizando una cosa que
simboliza la esperanza y la inocencia. El chico de ayer por la noche… joder, era
inofensivo.
—Las otras eran mujeres. ¿Qué es lo que eso te dice?

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—Que es bisexual. Que su idea del amor verdadero está más allá del género. La
víctima masculina fue violada, al igual que lo fueron las mujeres, atada igual que
ellas y maquillado igual que ellas cuando hubo terminado.
Eve se apartó y tomó la taza de café con gesto distraído para dar un sorbo.
—Los encuentra en Personalmente Tuyo, obviamente después de haber visionado
sus vídeos y de conocer sus datos personales. Quizá se citara con las mujeres, pero no
fue así con Donnie Ray. Donnie era completamente hetero. Este giro me hace pensar
que él no se encontró con las víctimas cara a cara, por lo menos no en un sentido
romántico. Todo es fantasía.
—Escoge a personas que viven solas.
—Es un cobarde. No quiere ninguna confrontación real. Les suministra un
tranquilizante enseguida, los ata. Es la única manera en que puede estar seguro de que
va a tener el poder, el control.
Sus pensamientos vagaron hacia atrás y se centraron de nuevo en Rudy. Dejó el
café en la mesa de nuevo y se pasó una mano por el pelo.
—Es listo, y es obsesivo. Incluso resulta predecible en diversos aspectos. Por ahí
es por donde le atraparé.
—Dijiste que tenías un nuevo ángulo de investigación.
—Sí, un par. Tengo que consultarlo con mis superiores. Tengo que eludir a
Nadine durante un tiempo. No puedo darle lo del traje de Santa Claus. La gente se
enfrentaría a todo Santa Claus que encontrara en las calles y en las tiendas de la
ciudad.
—He aquí un titular —murmuró Roarke—. «Santa Claus estrangula en serie a
solteros… Detalles en la edición de mediodía.» A Nadine le encantaría eso.
—No lo va a tener. No, hasta que no me quede otra opción. Estoy intentando que
siga la pista de Personalmente Tuyo. Eso la mantendrá alejada de mí y hará que la
voz llegue a todo aquel que haya utilizado la agencia. Y Rudy y Piper se sentirán
hostigados. —Ahora sonrió ampliamente y con expresión maliciosa—. Valdrá la
pena. Esa pareja de androides de protocolo… hay que sacudirles un poco.
—No te caen bien.
—Me ponen de los nervios. Sé que están follando. Es horrible.
—¿No te parece bien?
—Son hermanos. Gemelos.
—Oh, comprendo. —Por mundano que fuera, Roarke se dio cuenta de que sentía
lo mismo que su mujer—. Eso es muy… poco agradable.
—Sí. —Ese pensamiento le hizo pasar el apetito, así que apartó el plato de los
bollos a un lado—. Él es quien dirige el cotarro, y a ella. Ahora mismo, él está a la
cabecera de la lista. Tiene acceso a todos los archivos de los clientes, y si puedo
confirmar el incesto, añadiremos un comportamiento sexual aberrante. Necesito
poner a alguien ahí dentro. —Inhaló con fuerza al oír unos pasos que se aproximaban
por el pasillo—. Y ahí llega ahora.

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Eve y Roarke se volvieron en cuanto Peabody llegó a la puerta. Ella miró a uno y
a otro, movió los hombros como si quisiera sacudirse alguna cosa vagamente
incómoda de ellos.
—¿Sucede algo?
—No. Entra. —Eve señaló una silla con un dedo—. Vamos a empezar.
—¿Un café? —le ofreció Roarke. Ya se imaginaba qué era lo que Eve tenía
pensado para su ayudante.
—Sí, gracias. ¿McNab no ha llegado todavía?
—No. Te informaré a ti primero. —Eve dirigió una mirada hacia Roarke y esperó.
—Voy a dejaros tranquilas. —Le ofreció una taza a Peabody y luego se dio la
vuelta para darle un beso a su esposa a pesar, o quizá a causa, de que ella le fruncía el
ceño. Luego entró en la oficina de al lado y cerró la puerta.
—¿Siempre tiene ese aspecto por la mañana? —quiso saber Peabody.
—Siempre tiene ese aspecto. Y punto.
Peabody soltó un profundo suspiro.
—¿Está segura de que es humano?
—No siempre. —Eve apoyó la cadera en el canto del escritorio y observó
cuidadosamente a Peabody—. Bueno… ¿te apetece conocer a algunos chicos?
—¿Qué?
—¿Quieres ampliar tu círculo social, conocer a hombres que tengan intereses
similares a los tuyos?
Convencida de que Eve estaba bromeando, Peabody sonrió.
—¿No es por eso por lo que me hice policía?
—Los polis tienen un estilo de vida nefasto. Lo que tú necesitas, Peabody, es un
servicio como el de Personalmente Tuyo.
Peabody dio un sorbo de café y negó con la cabeza.
—No. Probé una agencia de citas hace unos cuantos años, justo cuando me
trasladé a la ciudad. Demasiado disciplinado. Me gusta conocer a desconocidos en los
bares. —Al ver que Eve se limitaba a mirarla en silencio, Peabody bajó la taza de
café—. Oh —dijo, en cuanto se dio cuenta—. Oh.
—Tengo que obtener la autorización de Whitney. No puedo infiltrar a un policía
sin el consentimiento del comandante. Y antes de que aceptes, quiero que sepas
dónde estás a punto de meterte.
—Infiltrada. —A pesar del hecho de que había sido policía durante el tiempo
suficiente para tener una visión realista, esa palabra le sugerían imágenes de emoción
y de glamour.
—Quítate esos pájaros de la cabeza, Peabody. Dios. —Eve se incorporó y se pasó
las dos manos por el pelo—. Te estoy hablando de exponer tu culo en primera línea,
de utilizarte como cebo, y tú sonríes como si acabara de hacerte un regalo.
—Cree que soy lo bastante buena para hacerlo. Confía en que lo haré bien. Ése es
un regalo bastante bueno.

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—Creo que eres lo bastante buena —dijo Eve, bajando los brazos. Creo que lo
harás bien porque sabes cumplir las órdenes con exactitud. Y eso es lo que espero de
ti. Que cumplas las órdenes al dedillo. Sin heroicidades. Si obtengo el permiso, y si
puedo conseguir que el maldito presupuesto se estire para pagar la consulta en ese
sitio, te meterás dentro.
—¿Y qué hacemos con Rudy y Piper? Se encuentran en la lista de sospechosos, y
me han visto.
—Ellos han visto un uniforme. La gente como ésa no presta atención a la persona
que lo lleva. Haré que Mavis y Trina se encarguen de ti.
—Fantástico.
—Contrólate, Peabody. Elaboraremos una identidad falsa. He revisado los vídeos
y los datos personales de las víctimas. Buscaremos las similitudes y las
incorporaremos en tu perfil. La idea es hacerte a medida.
—Eso es una tontería.
McNab estaba de pie en la puerta. Tenía el rostro enrojecido por una furia que le
brillaba en los ojos, le estiraba los labios y le hacía cerrar las manos en puños a cada
lado del cuerpo.
—Eso es una completa tontería.
—Detective —dijo Eve en tono suave—. Tomo nota de su opinión.
—¿Va a clavarla en el anzuelo y a tirarla en la piscina? Joder, Dallas. Ella no ha
recibido entrenamiento para ser una infiltrada.
—Ocúpate de tus propios asuntos —repuso Peabody, poniéndose en pie—. Sé
cómo cuidar de mí misma.
—No tienes ni idea de qué es infiltrarse. —McNab caminó hacia ella hasta que
quedaron enfrentados, cara a cara—. Eres una maldita ayudante, sólo aprietas los
botones, estás en el nivel inmediatamente superior al de un androide.
Eve percibió en los ojos de Peabody un destello de la intención que tenía y
consiguió colocarse entre ambos antes de que el puño de su ayudante se estrellara
contra la nariz de McNab.
—Ya es suficiente. Tu opinión queda anotada, McNab, ahora cállate.
—Este hijo de puta no va a quedarse tan tranquilo después de llamarme androide.
—Trágatelo, Peabody —advirtió Eve—, y siéntate. Sentaos los dos e intentad
recordar quién manda aquí antes de que os abra un expediente a los dos. Lo último
que necesito en este caso es un par de exaltados. Si no os podéis controlar, quedáis
fuera.
—No necesitamos ningún Banco de Datos de Detectives —dijo Peabody.
—Necesitamos lo que yo digo que necesitamos. Y necesitamos información de
dentro y un anzuelo. Un anzuelo —añadió, mirando al uno y al otro— de ambos
sexos. ¿Estás dispuesto a ello, McNab?
—Espere un minuto. Espere. —Peabody se había levantado de la silla otra vez,
más alterada de lo que Eve la había visto nunca—. ¿Quiere que él se infiltre,

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también? ¿Conmigo?
—Sí, estoy dispuesto. —McNab sonrió ligeramente mirando a Peabody mientras
asentía. Sería una forma perfecta de mantener un ojo en ella… y apartarla de
cualquier problema.

—¡Esto va a ser magnífico! —Mavis Freestone bailó por toda la oficina de la casa
de Eve calzada con unas ajustadas botas de caña alta hasta los muslos y con un tacón
de diez centímetros de altura. El material era transparente y suave, y se amoldaba a
sus piernas sin ocultarlas. Los tacones hacían juego con el escurridizo vestido que
apenas caía hasta el inicio de las botas.
El color del pelo era exactamente igual al del rojo brillante de Navidad y le caía
en unos rizos como los de Medusa hasta los hombros. Llevaba un minúsculo tatuaje
de un corazón debajo del lagrimal del ojo izquierdo.
—Estás en la cuenta de gastos del departamento. —Eve sabía que recordarle que
se trataba de un asunto oficial era inútil. Pero se sintió obligada a mencionarlo
mientras Mavis sonreía a Peabody y la observaba con esos ojos recientemente
tintados de un verde césped.
—A la mierda con eso. —Eso lo dijo Trina. La consejera de belleza dio la vuelta
alrededor de Peabody como un escultor alrededor de una pieza de mármol, con
interés, cautela y ligero desdén.
Ese día Trina llevaba unos aros en las cejas. Eve hizo una mueca al ver los
minúsculos aros de oro prendidos en ellas. El pelo, de un profundo color púrpura,
estaba recogido hacia arriba formando un cono de treinta centímetros de altura. Había
elegido un atavío formado por un mono negro hasta cierto punto conservador al que
había añadido un toque festivo colocando dos Santa Claus desnudos bailando sobre
los pechos.
Y ésa, pensó Eve apretándose los ojos con los dedos, ésa era la pareja que había
hecho que Whitney incluyera en la cuenta de gastos del caso.
—Quiero que sea algo sencillo —les dijo—. Solamente quiero que no parezca
una policía.
—¿Qué te parece, Trina? —Mavis se inclinó por encima del hombro de Peabody
y dispuso sus propios rizos de tal manera que pareciera que enmarcaban las mejillas
de Peabody—. Este color le sienta fantásticamente. Muy festivo, ¿verdad? Estamos
en fiestas. Y espera a ver el guardarropa que he hecho que Leonardo nos preste. —Se
apartó y sonrió—. Hay un mono ceñido transparente que está hecho para ti, Peabody.
—Mono ceñido. —Peabody empalideció al pensar en los michelines—. Teniente.
—Algo sencillo —dijo Eve otra vez, dispuesta a abandonar a su ayudante.
—¿Qué te pones en la piel? —le preguntó Trina mientras le sujetaba la barbilla a
Peabody con fuerza—. ¿Te la lijas?
—Eh…

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—Tus poros parecen los cráteres de la luna, amiga. Necesitas un tratamiento
facial completo. Empezaré con un exfoliante.
—Oh, Dios. —Atacada por el pánico, Peabody intentó soltarse de la mano de
Trina—. Mira…
—¿Esas tetas son tuyas o están operadas?
—Mías. —Al instante, Peabody cruzó los brazos por encima del pecho y se sujetó
los pechos antes de que Trina lo hiciera—. Son mías. Estoy muy contenta con ellas.
—Son un buen par de tetas. Está bien, desnúdate. Vamos a echarles un vistazo, y
también al resto del cuerpo.
—¿Desnudarme? —Peabody volvió la cabeza hasta que sus ojos aterrorizados se
encontraron con los de Eve—. ¿Dallas, teniente Dallas?
—Dijiste que podías ser una infiltrada, Peabody. —Eve se encogió de hombros
con expresión comprensiva, se volvió y miró hacia otra parte—. Tenéis dos horas
para estar con ella.
—Necesito tres —reclamó Trina—. No realizo mi arte con prisas.
—Tienes dos. —Eve cerró la puerta con fuerza a pesar del chillido que lanzó
Peabody.
Parecía mucho mejor, pensó Eve, que permaneciera alejada de lo que le estaba
ocurriendo a su ayudante tanto como fuera posible. Decidió hacer una visita a un
viejo amigo.
Charles Monroe era un acompañante con licencia, el prostituto más atractivo y
ágil de palabra que Eve había conocido, dentro o fuera del Cuerpo. Una vez la había
ayudado en un caso, y luego le ofreció sus servicios gratis.
Eve había aceptado la ayuda, y había rechazado educadamente la oferta.
Ahora apretó el timbre de su elegante apartamento en un caro edificio del centro
de la ciudad. Un edificio que era propiedad de Roarke, pensó, mirando al cielo con
gesto de resignación.
El piloto de la cámara de seguridad se puso verde y Eve arqueó una ceja y miró
directamente al objetivo mientras mostraba la placa, por si Charles se había olvidado
de ella.
Cuando él abrió la puerta, demostró que no tenía que haberse preocupado por su
memoria.
—Dulce teniente. —La abrazó con fuerza y le dio un ligero y rápido beso
demasiado íntimo que la pilló por sorpresa.
—Quita las manos, colega.
—No besé a la novia. —Le guiñó un ojo. Era un hombre de ojos soñadores,
atractivo, de rostro elegante—. ¿Bueno, qué le parece estar casada con el hombre más
rico del universo?
—Me mantiene con él gracias a un buen café.
Charles ladeó la cabeza y la observó.
—Está enamorada de él, completamente. Bueno, me alegro por usted. Les veo a

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los dos en pantalla de vez en cuando. Resultan bastante deslumbrantes. Me
preguntaba cómo le iba. Ahora ya lo veo, y entiendo que no está aquí para aceptar esa
oferta que le hice hace unos meses.
—Necesito hablar con usted.
—De acuerdo, entre. —Dio un paso hacia atrás e hizo un gesto de invitación.
Llevaba un mono negro que le marcaba el cuerpo musculoso—. ¿Quiere beber algo?
No creo que mi café se pueda comparar con el que Roarke le ofrece. ¿Qué tal una lata
de Pepsi?
—Sí, bien.
Eve recordaba esa cocina. Limpia, espartana, bien ordenada. En gran medida
como su dueño. Eve se sentó mientras él sacaba dos latas de la nevera y las vaciaba
en unos vasos largos y transparentes. Aplastó las latas y las introdujo en la ranura de
reciclaje. Luego, se sentó frente a ella.
—Brindaría por los viejos tiempos, Dallas, pero… son una mierda.
—Sí. Bueno, traigo unos aires nuevos para usted, Charles. Pero son una mierda,
también. ¿Por qué un acompañante con licencia de éxito utiliza una agencia de citas?
Antes de que me conteste —continuó, levantando el vaso—, le informo de que la
utilización de ese tipo de servicio para usos profesionales es ilegal.
Él se sonrojó. Eve no hubiera pensado que eso fuera posible, pero ese
contundente y atractivo rostro enrojeció de forma incómoda mientras bajaba la
mirada hasta el vaso.
—Jesús, ¿es que usted lo sabe todo?
—Si lo supiera todo, sabría cuál es la respuesta. ¿Por qué no me la da usted?
—Es un asunto privado —dijo él en voz baja.
—Yo no estaría aquí si fuera así. ¿Por qué acudió usted a una consulta en
Personalmente Tuyo?
—Porque quiero tener una mujer en mi vida —repuso él, cortante. Levantó la
cabeza y sus ojos se habían oscurecido y mostraban enojo—. Una mujer de verdad, y
no una que me compre, ¿de acuerdo? Quiero tener una maldita relación, ¿qué tiene de
malo? Con el tipo de trabajo que hago, eso no sucede. Uno hace aquello por lo que se
le paga, y lo hace bien. Me gusta mi trabajo, pero quiero tener una vida personal. No
es ilegal querer tener una vida personal.
—No —dijo ella, despacio—, no lo es.
—Así que mentí acerca de mi ocupación en el formulario. —No dejaba de mover
los hombros, inquieto—. No quería acabar encontrándome con la clase de mujer que
quiere la emoción de tener una cita con un acompañante con licencia. ¿Es que va a
arrestarme por haber mentido ante un jodido vídeo de una agencia de citas?
—No. —Eve sentía de verdad haberle puesto incómodo—. Le emparejaron con
una mujer. Marianna Hawley. ¿La recuerda?
—Marianna. —Se esforzó por recuperar la compostura y tomó un profundo trago
de la bebida helada—. Recuerdo su vídeo. Una mujer bonita, dulce. La llamé, pero

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ella ya había conocido a alguien. —Ahora sonrió y volvió a encogerse de hombros—.
Así es mi suerte. Ella era justo la clase de mujer que yo buscaba.
—¿No se encontró con ella?
—No. Salí con las otras cuatro con quien me habían emparejado en la lista.
Conecté con una de ellas. Nos vimos de forma intermitente durante unas cuantas
semanas. —Exhaló con fuerza—. Decidí que sí eso iba a conducir a algún lugar, tenía
que decirle cuál era mi verdadera ocupación. Y eso —concluyó, brindando con Eve—
fue el fin de la historia.
—Lo siento.
—Eh, hay más como ella. —Pero la sonrisa de suficiencia que esbozó no se
traslució en sus ojos—. Es una pena que Roarke la apartara de la carrera.
—Charles, Marianna está muerta.
—¿Qué?
—¿Últimamente no ha visto las noticias?
—No. No he visto la pantalla últimamente. ¿Muerta? —Entornó los ojos y miró
fijamente a Eve—. Asesinada. Usted no habría venido si ella hubiera muerto
tranquilamente en la cama. Fue asesinada. ¿Soy un sospechoso?
—Sí, lo es —dijo, porque él le gustaba lo suficiente como para ser clara con él—.
Quiero hacerle un interrogatorio formal, sólo para hacer que todo sea oficial. Pero
dígame ahora, ¿puede ofrecer una coartada para el pasado martes por la noche, para
el miércoles y para ayer por la noche?
Él la miró durante un largo momento, simplemente la miró con ojos
escandalizados.
—¿Cómo puede usted hacer eso que hace? —le preguntó—. ¿Día sí y día no?
Ella le miró directamente a los ojos.
—Yo podría preguntarle lo mismo, Charles. Así que no entremos en la profesión
que cada uno ha elegido. ¿Tiene una coartada?
Él apartó la mirada y se alejó de la mesa.
—Voy a buscar mi agenda.
Ella le dejó ir. Sabía que podía fiarse de sus instintos en esa ocasión. Él no era un
hombre que pudiera matar.
Él volvió con una pequeña y elegante agenda. La abrió e introdujo las fechas por
las que ella había preguntado.
—Martes, tuve una noche completa. Una cliente habitual. Puede ser verificado.
Ayer por la noche fui al teatro, cené tarde y tuve un encuentro aquí. La cliente se fue
a las dos y media de la madrugada. Conseguí treinta minutos de horas extras. Y una
buena propina. El miércoles estuve en casa, solo.
Deslizó el libro por encima de la mesa hasta Eve.
—Anote los nombres. Compruébelo.
Eve no dijo nada, simplemente copió los nombres y las direcciones en su propia
agenda.

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—Sarabeth Greenbalm, Donnie Ray Michael —dijo, al final—. ¿Le suena alguno
de ellos?
—No.
Eve le miró fijamente.
—Nunca he visto que usted utilizara maquillaje. ¿Por qué compró tinte de labios
y sombra de ojos de la línea Perfección Natural en Todo de Cosas Bonitas?
—¿Tinte de labios? —Se mostró perplejo un momento y luego meneó la cabeza
—. Oh, los compré para la mujer con quien estaba saliendo. Ella me pidió que le
llevara un par de cosas ya que yo iba a ir al salón para la sesión de estilismo que
estaba incluida en mi paquete.
Con una confusión evidente, sonrió un poco.
—¿Y por qué, dulce teniente, le interesa que yo pueda comprar un tinte de labios?
—Sólo un detalle, Charles. Usted me hizo un favor una vez, así que le voy a hacer
uno yo. Tres personas que utilizaron los servicios de Personalmente Tuyo están
muertas, han sido asesinadas de la misma forma y por las mismas manos.
—¿Tres? Dios.
—En menos de una semana. No le voy a ofrecer muchos detalles, y lo que le voy
a decir no debe saberlo nadie. Soy de la opinión de que él utiliza los servicios de
Personalmente Tuyo para seleccionar a sus víctimas.
—Ha matado a tres mujeres en menos de una semana.
—No. —Eve le miró a los ojos—. La última víctima ha sido un hombre. Tendrá
que vigilar, Charles.
Al comprender lo que estaba diciendo, la expresión de resentimiento desapareció
del rostro de Charles.
—¿Cree que puedo ser un objetivo?
—Creo que cualquier persona que se encuentre en el banco de datos de
Personalmente Tuyo puede ser un objetivo. En estos momentos me estoy
concentrando en las listas de emparejamientos de las víctimas. Le estoy diciendo que
no deje entrar a nadie que no conozca en su apartamento. A nadie. —Eve respiró
profundamente—. Se viste como Santa Claus y lleva una caja grande envuelta como
un regalo.
—¿Qué? —Dejó el vaso que acababa de tomar—. ¿Es un chiste?
—Tres personas están muertas. Eso no tiene nada de divertido. Él consigue que le
dejen entrar, y las mata.
—Jesús. —Se pasó las manos por el rostro—. Eso es muy extraño.
—Si ese tipo aparece en su puerta, manténgala cerrada y llámeme. Reténgale, si
puede. Déjele marchar si no puede hacerlo. Pero no abra la puerta bajo ninguna
circunstancia. Es listo, y es mortífero.
—No abriré la puerta. La mujer con quien estaba saliendo… la de la agencia…
tengo que decírselo.
—Tengo su lista de emparejamientos. Yo se lo diré. Tengo que mantener esto

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oculto a los medios de comunicación tanto tiempo como pueda.
—No me gustaría que la prensa se enterara de la historia de los acompañantes con
licencia de corazón solitario. Muchas gracias. —Sonrió—. ¿Puede ir a verla
inmediatamente, a Darla McMullen? Vive sola y es… es bastante ingenua. Si Santa
Claus llama a su puerta, ella le abrirá y le ofrecerá leche y galletas.
—Parece que es una mujer agradable.
—Sí. —La miró con ojos tristes—. Lo es.
—Iré a verla. —Eve se levantó—. Quizá deberías llamarla otra vez.
—No serviría de nada. —Él se levantó y forzó una sonrisa—. Pero no deje de
comunicármelo el día en que decida dejar a Roarke, dulce teniente. Mi oferta está
abierta.

Mientras conducía, Eve pensó que el corazón era, a menudo, un músculo extraño
y sobrecargado. Resultaba difícil relacionar al sofisticado acompañante con licencia
con esa mujer callada y de aspecto intelectual que acababa de visitar. Pero, a no ser
que sus instintos estuvieran muy equivocados, Darla McMullen y Charles Monroe
estaban medio enamorados.
Pero ninguno de los dos sabía qué hacer con eso.
En ese aspecto, ambos contaban con su completa comprensión. La mitad de las
veces Eve tampoco sabía qué hacer con los sentimientos imposibles que sentía por su
propio esposo.
Se detuvo tres veces más de camino a la oficina de su casa para hacer entrevistas
a personas que se encontraban en las listas de emparejamientos y para ofrecerles las
advertencias e instrucciones básicas que habían sido presentadas y aprobadas por el
comandante.
Si Donnie Ray hubiera sido advertido, pensó, quizá todavía estuviera vivo.
¿Quién sería el siguiente? ¿Alguien con quien ella había hablado, o alguien que se
le había pasado por alto? Sumida en esa idea, aceleró y atravesó a toda carrera las
puertas que conducían a la casa. Quería que Peabody y McNab se registraran en
Personalmente Tuyo y que sus perfiles se encontraran ahí antes de que acabara el día.
Vio que el vehículo de Feeney se encontraba aparcado delante de la casa. Eso le
hizo tener la esperanza de que sus esfuerzos para que se añadiera al equipo de
investigación hubieran tenido éxito. Si Feeney y McNab se encargaban del trabajo
informático, ella podría dedicarse a la calle.
Se dirigió directamente a la oficina pero la asaltó un estruendo de música, si es
que podía llamarse música, que inundaba el vestíbulo.
Mavis había puesto uno de sus vídeos musicales en pantalla. Cantaba sola.
Chillaba unos versos que parecían tener algo que ver con arrancarse el corazón por
amor. Feeney estaba sentado en el escritorio de Eve y tenía un aspecto entre divertido
y ligeramente desesperado. Roarke estaba al lado de una silla y se mostraba

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completamente cómodo y educadamente atento.
Sabiendo que las posibilidades de que la oyeran eran nulas, Eve esperó hasta que
las últimas notas estallaron y Mavis, sonrojada por el esfuerzo y el placer, reía y
saludaba al público.
—Quería que oyerais la primera grabación enseguida —le dijo a Roarke.
—Tiene pinta de ser un ganador.
—¿De verdad? —Evidentemente complacida, Mavis corrió hacia él, le rodeó con
los brazos y le apretó—. Simplemente no puedo creer que esté sucediendo. Yo,
grabando un disco para la compañía discográfica más importante del planeta.
—Vas a ganar un montón de dinero. —Le dio un beso en la frente.
—Quiero que funcione. De verdad quiero que funcione. —Al ver a Eve, Mavis
sonrió—. ¡Eh! ¿Has pillado algo de la grabación?
—El final. Ha sido fantástico. —Y como se trataba de Mavis, lo decía de verdad
—. ¿Feeney, estás de servicio?
—Asignado oficialmente. —Se recostó en la silla—. McNab está realizando la
entrevista preliminar en Personalmente Tuyo. Le hemos hecho el perfil como
androide informático de una de las empresas de Roarke. Sus datos se han introducido
y su nueva identidad está en su sitio.
—¿Una empresa de Roarke?
—Parecía lógico. —Feeney le sonrió—. Si tienes peso, lo utilizas. Te agradezco
la ayuda, chico.
—Cada vez que quieras —contestó Roarke y sonrió a su esposa—. Hemos
avanzado un poco dado que tienes algo de prisa. El perfil de Peabody la califica de
guarda de seguridad de uno de mis edificios. Feeney pensó que sería más sencillo que
los perfiles se acercaran un poco a la realidad.
—Oh, sí, es mejor que sea sencillo. —Exhaló y asintió con la cabeza—. Muy
bien. Eres el propietario de la mitad de la ciudad, de todas formas, así que nadie va a
cuestionarlo ni a encontrar ningún agujero en tus archivos personales si tú les has
metido mano.
—Exactamente.
—¿Dónde está Peabody?
—Trina está terminando con ella.
—La necesito ahora. Tiene que venir aquí y mandar su solicitud, hacer que la
entrevista se ponga en marcha, por Dios. ¿Cuánto tiempo hace falta para acicalarla un
poco y ponerle una ropa de calle?
—Trina ha tenido unas ideas magníficas —le aseguró Mavis con tal entusiasmo
que a Eve se le heló la sangre—. Espera a verla. Oh, sí, Trina quiere hacerte una
sesión antes de la fiesta. Quiere darte un toque glamuroso para la ocasión, ya que son
fiestas.
Eve simplemente soltó un gruñido. No tenía ninguna intención de que le dieran
un toque glamuroso, ni ahora ni en ninguna otra ocasión.

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—Claro, bien. ¿Dónde demonios…? —Se calló al oír que llegaban. Se volvió
hacia la puerta y parpadeó de sorpresa, boquiabierta.
—Debo decirlo —anunció Trina—. Soy buena.
Peabody se mofó, se sonrojó y luego sonrió, dubitativa.
—Bueno, ¿creen que pasaré la entrevista?
El pelo, que siempre llevaba cortado a lo paje, se había convertido en un halo
oscuro. El rostro le relucía con el profundo tono de unos polvos que le habían
aplicado alrededor de los ojos para acentuar la forma y el tamaño. Le habían tintado
los labios con un suave color rojo de coral.
Su cuerpo, que siempre parecía recio bajo el uniforme, había adoptado una forma
femenina y atractiva bajo una camisa de un tono verde pino que le llegaba a la altura
de las caderas. Alrededor del cuello llevaba un collar de colores. Al lado de éste
emergía un tatuaje pequeño de un hada de alas doradas.
Peabody era quien había elegido el tatuaje cuando Trina la había convencido del
espíritu de la idea. Ni siquiera había pestañeado al notar que esas manos rápidas y
expertas le tomaban el pecho para aplicarle el tatuaje temporal. En esos momentos ya
había empezado a disfrutar de ese experimento.
Pero ahora, mientras Eve la miraba, Peabody empezaba a sentirse incómoda sobre
esos tacones de aguja del mismo color de su tatuaje.
—¿No funciona?
—Está clarísimo que no tienes aspecto de policía —decidió Eve.
—Estás guapísima. —Divertido por la reacción de su esposa, Roarke se acercó a
Peabody y le tomó ambas manos—. Totalmente deliciosa. —Le besó los dedos de las
manos y a Peabody se le aceleró el corazón.
—¿Sí, de verdad? Aaah.
—Supéralo, Peabody. Feeney, tienes veinte minutos para informarla del perfil.
¿Peabody, dónde está tu aturdidor, tu comunicador?
—Aquí. —Todavía ruborizada, introdujo una mano en el bolsillo escondido en el
vestido, a la altura de la cadera—. Práctico, ¿verdad?
—No va a sustituir al uniforme —dijo Eve mientras señalaba una silla—. Tienes
que memorizar los datos que Feeney te va a dar. Grábatelos. Puedes repasarlos
durante el trayecto. No podemos permitirnos ningún desliz. Quiero que te hayan
incorporado al final del día, y que tengas tu lista de emparejamientos mañana.
—Sí, teniente. —Pero Peabody no pudo evitar acariciar con gesto de placer la tela
del vestido mientras se sentaba al lado de Feeney.
—Tú eres la siguiente —le dijo Trina mientras le pasaba una mano por el pelo.
—No tengo tiempo para ningún tratamiento —repuso Eve—. Además, me hiciste
uno hace solamente unas semanas.
—Si no te haces tratamientos de forma regular, arruinas mi trabajo. Si no busca
tiempo antes de la fiesta, no me hago responsable de su aspecto —advirtió Trina a
Roarke.

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—Encontrará el tiempo. —Y, para tranquilizarla, la tomó del brazo y la acompañó
fuera mientras alababa el brillante trabajo que había realizado con Peabody.

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Capítulo nueve

Encontrar a Nadine Furst limándose las uñas ante su escritorio no era la bienvenida
que Eve esperaba al llegar a la Central de Policía.
—Levanta el culo de mi silla.
Nadine simplemente sonrió con dulzura, guardó el estuche de manicura en su
enorme bolso de piel y descruzó las largas piernas.
—Hola, Dallas. Me alegro de verte. ¿Has estado trabajando mucho en la oficina
de tu casa estos últimos días? No te culpo por ello. —Se levantó y sus agudos ojos de
gato recorrieron la atiborrada, polvorienta y deprimente habitación—. Este sitio es un
desastre.
Sin decir nada, Eve se dirigió directamente a su ordenador y consultó la última
entrada, luego hizo lo mismo en su TeleLink.
—No he tocado nada. —El tono de voz de Nadine sonó lo suficientemente
ofendido como para que Eve pudiera tener la seguridad de que lo había pensado.
—Estoy ocupada, Nadine. No tengo tiempo para los medios de comunicación.
Vete a perseguir una furgoneta de los técnicos médicos o a presionar a uno de los
androides de Retenciones.
—Quizá te interese dedicarme un poco de tiempo. —Sin dejar de sonreír, Nadine
se sentó en la otra única silla que había en la oficina y cruzó las piernas con gesto
afectado—. A no ser que quieras que salga al aire con lo que tengo.
Eve se encogió de hombros, dándose cuenta de que los músculos se le habían
tensado, estiró las piernas enfundadas en unas medias y cruzó los pies calzados con
las destrozadas botas.
—¿Qué es lo que tienes, Nadine?
—Solteros que buscan un romance encuentran una muerte violenta.
Personalmente Tuyo: ¿agencia de citas o lista de la muerte? La magnífica teniente de
Homicidios Eve Dallas se encuentra investigando el caso.
Nadine no dejó de observar el rostro de Eve mientras hablaba. Encontró que Eve
tenía mérito, sus ojos no mostraron la menor inquietud. Pero Nadine estaba
completamente segura de que había captado toda su atención.
—La investigación sigue su curso. Se ha formado un grupo de trabajo. El
Departamento de Policía y Seguridad de Nueva York está siguiendo todas las pistas.
Nadine se inclinó hacia delante e introdujo una mano en el bolso para encender la
grabadora.
—Entonces, me confirmas que los asesinatos están conectados.
—No voy a confirmar nada mientras tengas la grabadora encendida.
El bonito y triangular rostro de Nadine no ocultó la irritación.
—Dame un descanso.
—Si no apagas la grabadora y la colocas encima del escritorio, a plena vista, sí te

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voy a dar un descanso. Voy a confiscártela y todo lo que lleves en ese bolso que
arrastras por ahí. Los aparatos de grabación no están permitidos en las zonas oficiales
de la Central de Policía sin autorización previa.
—Dios, eres estricta. —Molesta, Nadine sacó su minigrabadora, la colocó encima
del escritorio y luego dejó el bolso a un lado—. ¿Extra oficial?
—Extra oficial. —Nadine había pronunciado la palabra, así que Eve asintió con la
cabeza. Nadine podía resultar irritante, ser tenaz y, generalmente, constituir una
molestia. Pero tenía integridad. No había necesidad de registrarle el bolso por si tenía
otra grabadora.
—Los homicidios que estoy investigando han sido cometidos por la misma
persona. Parece que Personalmente Tuyo es de donde obtiene las víctimas. Puedes
salir al aire con eso.
—La agencia de citas. —Todo signo de molestia desapareció de su rostro cuando
sonrió. La sutil pista de Eve le había empujado a investigar cada una de las agencias
de citas de la ciudad. Podía añadir los datos correctos y enviar su informe con sólo
apretar un par de botones.
—Exacto.
—¿Qué puedes decirme de eso?
—La mayoría de mis notas se encuentran en la unidad de mi oficina. —Pero
Nadine sacó su ordenador portátil y solicitó los datos—. Ya tienes todo lo básico:
propietarios, período de tiempo que llevan en el negocio, requisitos. Ellos han puesto
unos cuantos anuncios de los caros en nuestra estación. Han desembolsado… unos
buenos dos millones, el año pasado, en publicidad en pantalla. Nuestras
comprobaciones han demostrado que pueden permitírselo, eso es menos del diez por
ciento de sus ganancias brutas.
—El romance es provechoso.
—Exactamente. Realicé una encuesta informal en la estación. Casi el cincuenta
por ciento de los creativos y de los empleados han utilizado ese tipo de servicio.
Informar al público requiere pagar un precio en la vida personal —añadió con
ligereza.
—¿Alguien a quien aprecies utiliza Personalmente Tuyo?
—Es probable. —Nadine ladeó la cabeza—. Aprecio a bastante gente, si son del
tipo amigable, sociable. ¿Debería preocuparme por ellos?
—Las tres víctimas utilizaron la agencia de citas, dos de ellas se conocieron por
casualidad a través de ella. A pesar de ello, no hemos encontrado más conexiones.
—Así que… nuestro chico persigue a los corazones solitarios. —Y ése era un
excelente titular, decidió Nadine, tomando nota mental de él.
—Sospechamos que obtiene las víctimas en Personalmente Tuyo. —Eve quería
que ese dato le quedara claro. No tenía intención de darle gran cosa más—. El equipo
de trabajo, que se ha formado hoy, está siguiendo todas las líneas de investigación.
—¿Pistas?

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—Están siendo comprobadas. No voy a darte detalles de esto, Nadine.
—¿Sospechosos? —dijo Nadine, obstinada.
—Se están llevando a cabo interrogatorios.
—¿Móvil?
Eve lo pensó un momento.
—Son homicidios sexuales.
—Ah. Bueno, eso cuadra. ¿Se trata de un asesino bisexual? Una de las víctimas
era un hombre, dos eran mujeres.
—No puedo ni confirmar ni negar las preferencias sexuales del asesino. —Pensó
en Donnie Ray y sintió una punzada de culpa en el pecho—. Las víctimas dejaron
entrar al asesino en su casa. No había señales de entrada forzosa de ningún tipo.
—¿Le abrieron la puerta? ¿Le conocían?
—Pensaban que sí. Puedes avisar a la audiencia de que lo piensen dos veces antes
de abrir la puerta a nadie a quien no conozcan a un nivel personal. No puedo decirte
nada más sin comprometer la investigación.
—Ha asesinado tres veces en menos de una semana. Tiene prisa.
—Cumple un programa —dijo Eve—. Eso no debe salir al aire. Tiene una
agenda, una pauta, y así es como le atraparemos.
—Ofréceme una rápida entrevista a distancia, Dallas. Puedo hacer que venga un
cámara en diez minutos.
—No, todavía no —añadió antes de que Nadine pudiera fastidiarla con eso—. Te
he dado más de lo que le he dado a nadie. Tómalo y agradécelo. Te ofreceré una
entrevista cuando pueda. Me sentiría más inclinada a ello si, después de que hayas
arrinconado a Piper y a Rudy, me cuentas lo que has conseguido.
Nadine arqueó una ceja.
—Quid pro quo. De acuerdo. Voy para allá ahora. Cuando haya… —Se
interrumpió y se quedó con la boca abierta al ver a Peabody que acababa de entrar.
—Dallas, no te lo vas a creer… Hola, Nadine.
—¿Eres tú, Peabody?
Aunque Peabody se esforzó en mostrar un gesto despreocupado, no pudo evitar
una sonrisa.
—Sí, sólo es que me han tratado un poco.
—Un poco. Estás fantástica. ¿Ése es uno de los diseños de Leonardo? Es
completamente magnífico. —Ya se había levantado y estaba dando la vuelta
alrededor de Peabody.
—Sí, es uno de los suyos. ¿Me sienta realmente bien, verdad?
—Peabody, estás impresionante. —Riendo, Nadine dio un paso hacia atrás.
Entonces su expresión se agudizó un poco y entornó los ojos—. ¿Permites que tu
ayudante se vista así en medio de una investigación? —empezó Nadine, dirigiéndose
a Eve—. No lo creo. Yo diría que esto va de infiltrarse. ¿Estás probando las
maravillas de las agencias de citas, Peabody?

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—Cierra la puerta, Peabody. —Ante la orden directa de Eve, Peabody acabó de
entrar y cerró la puerta a sus espaldas—. Nadine, si dejas que esto se filtre, te aparto
completamente. Me ocuparé de que ningún poli de la Central te diga ni siquiera qué
día de la semana es y, mucho menos, te dé un titular. Me pondré realmente
desagradable.
La sonrisa perspicaz de Nadine desapareció. Se le oscurecieron los ojos y su
mirada perdió el brillo.
—¿Crees que yo te jodería la investigación? ¿Crees que difundiría información
que pudiera poner a Peabody en una situación difícil? Vete al infierno, Dallas. —
Tomó su bolso y se dirigió hacia la puerta. Pero Eve fue más rápida.
—Acabo de poner su culo en una situación al límite. —Furiosa consigo misma,
Eve le quitó el bolso de las manos y lo tiró a un lado—. Yo lo he provocado y si algo
sale mal, es responsabilidad mía.
—Dallas…
—Cállate —le ordenó a Peabody—. Si te duele darte cuenta de hasta dónde
puedo llegar para protegerla en este caso, es una pena.
—De acuerdo. —Nadine respiró profundamente y se controló un poco. Le
resultaba extraño no detectar ni una mínima sombra de miedo en los ojos de Eve—.
De acuerdo —repitió—. Pero deberías recordar que Peabody también es amiga mía.
Y tú también.
Se agachó para tomar su bolso y se lo colgó del hombro.
—Bonito peinado, Peabody —dijo antes de abrir la puerta y salir.
—Mierda —fue lo único que Eve pudo decir. Se dio la vuelta y se dirigió hasta la
pequeña ventana para observar el miserable tráfico aéreo.
—Soy capaz de manejarlo, Dallas.
Eve clavó la vista en un airbús que pasó atronador al lado de un globo
publicitario.
—No te hubiera colocado en esta situación si no creyera que eres capaz de
manejarlo. Pero el hecho es que soy yo quien te ha puesto en esta situación. Y tú no
tienes ninguna experiencia en infiltrarte.
—Me está dando la oportunidad de tener alguna experiencia. Quiero ser detective.
No conseguiré ese grado si no realizo trabajos de infiltración para que conste en mi
expediente. Usted lo sabe.
—Sí. —Eve introdujo las manos en los bolsillos traseros del pantalón—. Lo sé.
—Eh… y sabe que mi culo es un poco más grande de lo que debería ser, a pesar
de que estoy trabajando en eso, pero sé cómo protegerlo.
Medio riendo, Eve se dio la vuelta.
—Tu culo está muy bien, Peabody. ¿Por qué no te sientas encima de él y me
informas?
—Ha ido fantásticamente. —Sonriendo ahora, Peabody se dejó caer en una silla
—. Quiero decir genial. No sospecharon ni por un momento que soy policía, ni que

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ya había estado allí un par de días antes. Me trataron como a una reina. —Batió las
largas pestañas.
Eve ladeó la cabeza.
—Si eres capaz de sentar la cabeza, Peabody, me gustaría conocer tu informe.
—Teniente. —Peabody se incorporó en la silla y adquirió una expresión seria—.
Tal y como se me ordenó, me personé en la dirección indicada y solicité una consulta.
Después de una breve entrevista, me acompañaron hasta una sala donde Piper
continuó con la entrevista personalmente. La información que le ofrecí fue
introducida en su ordenador portátil personal. Me ofrecieron un refresco. —Sus ojos
dejaron traslucir un brillo divertido—. Lo acepté, con la creencia de que era
apropiado para el personaje. Dallas, tienen chocolate caliente. Quiero decir del de
verdad, y galletitas. Todo muy navideño. Me comí tres renos antes de conseguir
controlarme.
—Si continúas así, vas a necesitar una sábana para cubrirte el culo.
—Sí. —Pero Peabody soltó un suspiro al recordarlo—. Les comuniqué que quería
empezar inmediatamente. Le sugerí que no deseaba pasar las fiestas sola. Se mostró
muy comprensiva, agradable. Comprendí por qué la gente que acude allí confía en
ella para que les encuentre lo que buscan. Quería que hablara con un asesor, pero yo
me mostré reacia. Le dije que me sentía muy cómoda con ella, y que todo eso me
resultaba un tanto embarazoso. Le ofrecí la posibilidad de pagar más, si era necesario,
para que ella se ocupara de mí.
—Bien pensado.
—Se mostró amable con eso. Me dio unos golpecitos en la mano. Me acompañó
hasta el vídeo ella misma, e incluso me preparó un poco. Rudy me atendió al final
porque ella tenía una reunión. Él tampoco se ocupó de mí. Coqueteó conmigo.
—¿De qué forma?
—De una forma automática. Era sólo parte del trabajo, si me pregunta la opinión.
Sonrisas de aprobación, cumplidos, me tomaba las manos. No es mi tipo —añadió—,
pero le seguí el juego. Me ofreció más chocolate caliente, pero conseguí resistirme.
También conseguí realizar una visita al sitio, me mostró la zona del club donde se
pueden realizar los encuentros si los clientes se sienten incómodos ante la idea de
tener el primer contacto fuera. Todo con mucho gusto, casi elegante. También tienen
una pequeña cafetería, que tiene la misma función. Es informal. Había varias parejas
que se conocían allí. —Arrugó la nariz—. Me encontré a McNab haciendo su papel.
—Bueno, entonces hemos penetrado y lo hemos hecho en el tiempo previsto.
¿Qué hay de tu lista de emparejamientos?
—Puedo ir a buscarla mañana por la mañana. Prefieren que la primera vez uno
vaya en persona en lugar de enviarla. Me investigaron al cabo de una hora. Los datos
nuevos de Roarke resistieron el examen y, por lo que pude ver, miraron a fondo. Si lo
estuviera haciendo de verdad, me sentiría segura.
—De acuerdo, irás a buscar la lista de emparejamientos, pasarás por toda la

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rutina. Pero haz que los encuentros se realicen fuera. —Lo pensó un momento—.
Utilizaremos uno de los lugares de Roarke, un club mediano o algún bar. Pondremos
a un par de polis dentro. Yo tendré que mantenerme al margen. Si Rudy o Piper se
ocupan de esto, me descubrirían. Pediremos un vehículo de vigilancia. Quiero que
establezcas por lo menos dos citas, intenta que sean tres, mañana por la noche. No
podemos dormirnos con esto.
Echó un vistazo a su unidad de muñeca y dio unos golpecitos en la mesa con los
dedos.
—Vamos a ver si hay una sala de reuniones vacía. Tengo que hacer venir a
McNab y a Feeney para que me pongan al día. Quiero que todo esto funcione a la
perfección.
—Si McNab empieza a fastidiarme, le voy a tumbar.
—Espera a que el caso esté cerrado —la avisó Eve—. Entonces, túmbale.

Eve vio las luces desde el final del largo camino en el momento en que atravesó
las puertas. Al principio, se preguntó si la casa se habría incendiado, de tanto que
brillaban las luces. Cuando se acercó un poco más, percibió la silueta de un árbol de
Navidad en la amplia ventana del salón principal. Estaba cubierto de luces blancas
que brillaban y titilaban como pequeñas llamas prendidas en las ramas. Unas bolas
rojas y verdes colgaban de ellas también.
Deslumbrada, aparcó el coche y subió corriendo la escalera. Se dirigió
directamente al salón y, al llegar a él, se detuvo en la puerta y miró hacia dentro. Ese
árbol debía de medir, por lo menos, seis metros de alto y como mínimo un metro y
medio de ancho. Una larguísima guirnalda plateada había sido colocada
artísticamente por entre las cientos de bolas de colores. Arriba de todo, casi rozando
el techo, había una estrella de cristal y cada una de sus puntas parpadeaba, encendida.
Debajo del árbol se extendía una sábana blanca, como si fuera de nieve. Ni siquiera
podía contar la cantidad de regalos, elegantemente envueltos, que se amontonaban
allí.
—Jesús, Roarke.
—Bonito, ¿verdad?
Él se aproximó a ella en silencio y le provocó un sobresalto. Eve se dio la vuelta y
le miró, meneando la cabeza.
—¿De dónde diablos lo has sacado?
—De Oregon. Tiene la raíz tratada y envuelta. Lo donaremos a un parque después
de Año Nuevo. —Le pasó un brazo por la cintura—. Los donaremos, debería decir.
—¿Los donaremos? ¿Hay otros?
—Hay uno un poco más grande que éste en la sala de baile.
—¿Más grande? —consiguió preguntar.
—Y otro en las habitaciones de Summerset, y el de nuestra habitación. He

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pensado que podemos adornarlo esta noche.
—Hacen falta días para adornar un árbol de éstos.
—El equipo que he contratado sólo ha necesitado unas cuantas horas para adornar
este de aquí. —Y se rio—. El nuestro tiene una medida más manejable. —Le acarició
la frente con los labios—. Me gustaría compartir esto contigo.
—Yo no tengo ni idea de cómo hacer esto.
—Ya lo inventaremos.
Eve miró el árbol y fue incapaz de decidir por qué le ponía tan nerviosa.
—Tengo trabajo —empezó, con ganas de alejarse. Pero él se puso delante de ella
y le colocó las manos en los hombros. Esperó a que los ojos de ella se encontraran
con los suyos.
—No tengo intención de interferir en tu trabajo, Eve, pero tenemos derecho a
tener una vida. Nuestra vida. Quiero pasar una noche con mi esposa.
Eve frunció el ceño.
—Ya sabes que detesto que digas «mi esposa» en ese tono.
—¿Y por qué crees que lo hago? —Se rio al darse cuenta de que ella intentaba
quitarse sus manos de encima de los hombros—. Te poseo, teniente, y estoy dispuesto
a no soltarte. —Conociendo la rapidez con que ella era capaz de moverse, la cogió en
brazos—. Vete acostumbrando —le advirtió.
—Me estás sacando de quicio.
—Bien, entonces vamos a tener un poco de sexo. Siempre es una gran aventura
hacerte el amor cuando estás enojada conmigo.
—No quiero tener sexo. —Quizá hubiera querido, pensó con irritación, si él no se
hubiera mostrado tan engreído.
—Ah, un desafío al mismo tiempo que una aventura. La cosa se está poniendo
mejor.
—Déjame en el suelo, burro, o voy a tener que hacerte daño.
—Y ahora, amenazas. Definitivamente, me estoy excitando.
Eve se negó a reír. Y cuando entraron en el dormitorio, se preparó para un asalto.
Después, pensaría que Roarke conocía su proceso de pensamiento demasiado bien.
Él la dejó encima de la cama y se tumbó encima de ella antes de que Eve pudiera
adoptar una postura defensiva. La sujetó por las muñecas y le colocó las manos
encima de la cabeza.
Eve le miró con ojos encendidos y amenazantes.
—No me voy a rendir fácilmente, amigo.
—Dios, espero que no.
Eve cruzó las piernas, le enganchó con ellas por la cintura y se contorsionó hasta
que ambos rodaron. Galahad, que había estado disfrutando de una cabezada encima
de la almohada, bufó con ferocidad y saltó de la cama.
—Ahora lo has conseguido —gruñó Eve mientras él se colocaba encima de ella
otra vez—. Has molestado al gato.

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—Deja que encuentre a su propia mujer —murmuró Roarke antes de apretar sus
labios contra los de ella.
Roarke notó que a Eve se le aceleraba el pulso con fuerza en las muñecas,
percibió el escalofrío que la atravesó desde las puntas de los pies hasta la cabeza.
Pero ella no soltó ninguna exclamación, todavía no estaba dispuesta a ello, pensó.
Había veces que a Eve le gustaba el fragor de una guerra rápida, y él lo sabía.
Por Dios, que él también se sentía con ese ánimo.
Le mordió el labio inferior y disfrutó al oír el gemido que ella no pudo reprimir.
Con la mano que le quedaba libre, le sacó el arnés del arma. Entonces, porque podía
hacerlo, porque unas olas de excitación recorrían el cuerpo de Eve, introdujo la mano
en el cuello de su camisa y se la desabrochó hasta la cintura.
Ahora el cuerpo de ella buscaba el suyo, demandante, deseoso, incluso a pesar de
que se removía debajo de él en un intento de escapar o de tomar el control.
—Dios, te deseo. Nunca tengo bastante.
Los labios de él se cerraron alrededor de uno de sus pechos.
No nunca tenía bastante. Ése fue el último pensamiento claro en la mente de Eve.
Gritó y todo su cuerpo, fuerte, se tensó al notar que las decididas caricias en el pecho
le hacían vibrar a un ritmo furioso.
Sintió como si un chorro de calor se desprendiera del centro de su cuerpo.
Frenética, llevó las manos hasta la camisa de él y rasgó la seda hasta que encontró
la piel bajo sus manos, bajo su boca, entre sus dientes.
Rodaron otra vez y él tiró de sus ropas, la atormentó con mordiscos ansiosos y
caricias despiadadas. Cuando ella le buscó, le envolvió el miembro con la mano, lo
encontró duro como el acero y suave como el satén.
—Ahora, ahora, ahora. —Ella arqueó las caderas y se corrió con violencia en el
mismo instante en que él entró en su cuerpo.
Él se mantuvo ahí, clavado hasta el fondo, respirando con fuerza mientras
esperaba a que se le aclarara la visión para ver el rostro de ella. El fuego que
crepitaba en la chimenea, al otro extremo de la habitación despedía unas luces y unas
sombras que jugaban sobre su rostro, brillaban en su pelo, titilaban en sus ojos, que
ahora tenían una expresión perdida en el marasmo de lo que se daban el uno al otro.
—Soy yo quien te posee. —Él salió y volvió a entrar—. Siempre. —Le levantó
las caderas con las manos—. Arriba otra vez. —Y empezó a destrozarla con largos y
fuertes empujones.
Ella se agarró a las sábanas como para anclarse. A la luz del fuego, le veía encima
de ella, el oscuro pelo brillante, los ojos demasiado azules para ser reales, los
músculos suaves, la piel de un dorado pálido y cubierta de sudor.
La necesidad de él le inundó el cuerpo como una marea, y el placer la inundó. La
visión se le nubló y él se convirtió en una sombra de perfiles difusos. Se oyó
pronunciar su nombre mientras él clavaba su cuerpo dentro del de ella.
—Y otra vez. —Bajó la cabeza y le tomó los labios con los suyos, entrelazó sus

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dedos con los suyos, se perdió dentro de ella—. Otra vez —dijo, sintiéndose el pulso
desenfrenado—. Conmigo.
Y fue «Eve» lo que dijo, sólo «Eve», cuando se vació dentro de ella.

Eve perdió la noción del tiempo mientras estuvo tumbada debajo de él y la luz del
fuego bailaba en el techo. Se preguntó si podía ser normal necesitar a alguien tanto,
amar hasta el punto de sentir dolor.
Entonces él volvió la cabeza y su cabello le hizo cosquillas en la mejilla mientras
él le acariciaba el cuello con los labios.
—Espero que te hayas quedado satisfecho. —El tono de su voz no había sido tan
insolente como habría querido, y se sorprendió acariciándole la espalda.
—Ajá. Me parece que lo estoy. —Le acarició el cuello con la nariz otra vez y
levantó la cabeza para mirarla—. Pero parece que es mutuo.
—Te he dejado ganar.
—Ah, ya lo sé.
El brillo que vio en los ojos de él le provocó una risa burlona.
—Sal de encima de mí. Pesas mucho.
—De acuerdo. —Él lo hizo y luego la tomó en brazos otra vez—. Vamos a darnos
una ducha, luego podemos adornar el árbol.
—¿Qué es esta obsesión que tienes con los árboles?
—Hace años que no he decorado ninguno, no lo he hecho desde que estaba en
Dublín y vivía con Summerset. Quiero saber si todavía soy capaz de hacerlo. —Entró
en la ducha con ella y ella le tapó la boca con la mano porque conocía su extraño
gusto por las duchas frías.
—Abrir el agua, a treinta y ocho grados.
—Demasiado caliente —musitó él contra la mano de ella.
—Acostúmbrate. —Eve suspiró profundamente al sentir que el agua caliente la
cubría desde todas las direcciones—. Oh, sí, esto es fantástico.
Al cabo de quince minutos, Eve salió de la secadora sintiendo los músculos
calientes y relajados, y la cabeza despejada y despierta.
Roarke se secó con la toalla, otra de las costumbres que ella no podía comprender.
¿Por qué malgastar el tiempo frotándose con una toalla de algodón si un momento en
la secadora podía hacerlo? Alargó la mano para tomar la bata y se dio cuenta de que
no era la misma que había dejado allí esa mañana.
—¿Qué es esto? —preguntó, tomando la larga bata de color escarlata.
—Cachemir. Te va a gustar.
—Me has comprado un millón de batas. No comprendo… —Pero se interrumpió
en cuanto la sintió encima del cuerpo—. Oh. —Odiaba dejarse vencer por algo tan
frívolo como la textura de un tejido. Pero éste era suave como una nube, y cálido
como un buen abrazo—. Es muy agradable.

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Él sonrió y se puso una bata negra del mismo material.
—Te sienta bien. Vamos, me contarás cómo va tu caso mientras coloco las luces.
—Peabody y McNab se han incorporado. Tendrán las listas de sus parejas
potenciales mañana por la mañana.
Eve entró en el dormitorio y vio que había una cubitera de plata con champán y
una bandeja de plata llena de canapés que les estaba esperando. Qué diablos, decidió,
y se metió una de esas cosas gloriosas en la boca mientras servía dos copas de
champán.
—Tus tapaderas pasaron la prueba.
—Por supuesto. —Roarke extrajo una larga tira de lucecitas de una gran caja.
—No te pongas arrogante. Tenemos mucho camino por recorrer. Nadine estaba en
mi oficina cuando llegué a la Central —añadió Eve mientras dejaba la copa de
champán de Roarke en la mesita de al lado de la cama—. Vio a Peabody, así que tuve
que decirle más de lo que quería decirle. De forma extraoficial.
—Nadine es uno de esos escasos periodistas en quien se puede confiar. —Roarke
observó el árbol y las luces, y decidió meterse de lleno en la tarea—. No va a filtrar
información delicada.
—Sí, lo sé. Entramos en el tema un poco. —Con el ceño fruncido, Eve rodeó el
árbol mientras Roarke trabajaba en él. Eve no tenía ni idea de si él sabía lo que estaba
haciendo—. Si Piper y Rudy no me hubieran visto, me hubiera infiltrado yo misma
para hacer el trabajo.
Roarke arqueó una ceja mientras aseguraba la primera tira de luces y sacaba otra
de la caja.
—Yo tendría algunas objeciones acerca del hecho de que mi esposa tuviera citas
con hombres desconocidos.
Ella volvió a acercarse a la bandeja, y tomó otro de los deliciosos canapés.
—No me hubiera acostado con ninguno de ellos… a no ser que el trabajo lo
hubiera exigido. —Le sonrió—. Y hubiera pensado en ti todo el tiempo.
—No hubieras tenido mucho tiempo… porque le hubiera cortado las pelotas para
entregártelas a ti.
Roarke continuó colgando las luces y ella se atragantó de la risa con la boca llena
de champán.
—Jesús, Roarke, sólo estoy bromeando.
—Ajá. Yo también, querida. Pásame, por favor, otra de esas tiras.
No del todo segura de él, Eve sacó otra tira de luces de la caja.
—¿Cuántas vas a poner?
—Tantas como sea necesario.
—Sí. —Ella exhaló con fuerza—. Lo que quería decir… antes… es que yo me he
infiltrado otras veces. Peabody no tiene experiencia.
—Peabody ha tenido un buen aprendizaje. Deberías confiar en ella. Y en ti.
—McNab continúa pinchando con eso.

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—Está anonadado con ella.
—La verdad es que… ¿qué?
—Que está anonadado con ella. —Roarke dio un paso hacia atrás y apretó los
labios con expresión valorativa—. Luces —ordenó e, inmediatamente, asintió con la
cabeza, satisfecho con los pequeños diamantes que parpadeaban—. Sí, está bien.
—¿Qué quieres decir con «anonadado»? ¿Cómo que quiere algo con ella?
¿McNab? Imposible.
—Él todavía no está seguro de que ella le guste, pero se siente atraído. —Roarke
se alejó para ver su trabajo desde otro ángulo mientras tomaba la copa de champán.
Observó el árbol mientras daba un sorbo de la copa—. Ahora toca colocar los
adornos.
—Él está increíblemente irritado con ella.
—Creo que tú te sentiste igual conmigo al principio. —Hizo un gesto de brindis
hacia su esposa a la luz del árbol y del fuego de la chimenea—. Y mira cómo hemos
acabado.
Eve le miró durante diez segundos completos, y luego se dejó caer pesadamente
en el borde de la cama.
—Oh, Dios, es perfecto. Esto es perfecto. No puedo tenerles trabajando juntos si
hay algo así entre ellos. Puedo manejar su enojo mutuo; pero tonterías sexuales,
imposible.
—A veces hay que soltar a los niños, querida. —Él abrió otra caja y eligió un
ángel de porcelana antiguo—. Pon tú el primero: será nuestra pequeña tradición.
Eve observó el angelito.
—Si a ella le sucede algo…
—Tú no vas a permitir que le suceda nada.
—No. —Eve suspiró con fuerza y se levantó de la cama—. No, no lo permitiré. Y
voy a necesitar tu ayuda.
Él alargó la mano y le puso el dedo en el hoyuelo de la barbilla.
—La tienes toda.
Ella se dio la vuelta, tomó una de las ramas del árbol y colgó el angelito.
—Te amo. Supongo que esto también se está convirtiendo en una pequeña
tradición.
—Es mi favorita.

Tarde, muy tarde, cuando las luces del árbol ya estaban apagadas y el fuego de la
chimenea estaba bajo, Eve continuaba despierta. ¿Estaba él allí fuera en esos
momentos? ¿Iba a sonar su conector anunciando que se había encontrado otro cuerpo,
el de otra alma perdida, por culpa de que ella se encontraba demasiado atrás?
¿A quién amaba él en esos momentos?

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Capítulo diez

El cielo empezó a escupir nieve al amanecer. No una nieve bonita, de las de postal,
sino unos copos pequeños y finos que se deshacían con mal aspecto cuando tocaban
el suelo. Cuando Eve se hubo instalado en su oficina de la Central de Policía, una
resbaladiza y fea capa de color gris ya cubría las calles, las aceras y las rampas de la
ciudad y, seguro, tenía ocupados a los policías de tráfico y a los médicos técnicos.
Al otro lado de la ventana, dos helicópteros meteorológicos de dos cadenas
rivales se enfrentaban en una guerra para ser el primero en comunicar a la audiencia
las malas noticias y para informar de los accidentes entre coches y de las caídas de
los transeúntes.
Pero lo único que había que hacer —pensó Eve de mal humor— era abrir la
jodida puerta de casa y verlo por uno mismo.
Iba a ser un día pésimo.
De espaldas a la estrecha vista que le ofrecía la ventana, Eve introducía datos en
el ordenador con pocas esperanzas de obtener una lista de probabilidades decente.
—Ordenador, programa de probabilidades. A partir de los datos conocidos,
analizar y procesar. Ordenar en orden de probabilidades qué nombres pueden ser
objetivos probables para el asesino Amor Verdadero.
«Procesando…»
—Sí, hazlo —dijo Eve, entre dientes. Mientras la máquina silbaba y zumbaba,
empezó a clavar las fotos confiscadas en Personalmente Tuyo en el tablón de encima
de su escritorio.
Marianna Hawley, Sarabeth Greenbalm, Donnie Ray Michael. Rostros que
sonreían, esperanzados. Rostros que mostraban lo mejor de sí mismos. Los solitarios,
los que buscan amor.
La oficinista, la bailarina de striptease y el saxofonista. Distintos estilos de vida,
distintos objetivos, distintas necesidades. ¿Qué tenían en común? ¿Qué era lo que se
le estaba pasando por alto y que tenían en común a los ojos del asesino?
¿Qué era lo que veía éste en ellos que le atraía y le enojaba? Gente común, que
tenía una vida común.
«Porcentajes de probabilidad igualados para todos los sujetos.»
Eve levantó la vista hacia la máquina y gruñó:
—Al diablo con eso. Tiene que haber algo.
«Datos insuficientes para realizar más análisis. Patrón actual aleatorio.»
—¿Cómo diablos se supone que voy a proteger a dos mil personas, por Dios? —
Cerró los ojos, malhumorada—. Ordenador, eliminar a todos los sujetos que vivan
con un compañero o con un miembro de su familia. Volver a procesar al resto.
«Procesando… Tarea finalizada.»
—De acuerdo. —Eve se frotó los ojos y asintió con la cabeza. Las tres víctimas

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eran blancas, pensó—. Eliminar a todos los sujetos no caucásicos. Reprocesar a los
demás.
«Procesando… Tarea finalizada.»
—¿Qué cifra queda?
«Quedan seiscientos veinticuatro sujetos…»
—Mierda. —Se dio la vuelta para observar las fotos—. Eliminar a todos los
sujetos que superen la edad de cuarenta y cinco y que no lleguen a veintiuno.
«Procesando… Tarea finalizada.»
—De acuerdo, muy bien. —Empezó a dar vueltas por la habitación mientras
volvía a pensarlo todo de nuevo. Tomó el informe impreso en papel y empezó a
hojearlo—. Primeras consultas —se dijo para sí misma—. Todos habían hecho
solamente una primera consulta. Eliminar a todos los sujetos que hayan realizado
consultas repetidas en Personalmente Tuyo. Reprocesar el resto.
«Procesando…»
Esta vez la máquina se tambaleó y zumbó con más fuerza. Eve le dio un golpe
impaciente con el puño.
—Pedazo de chatarra —se quejó, y apretó las mandíbulas al oír que la máquina
silbaba otra vez.
«Tarea… finalizada.»
—No empieces a tartamudear. ¿Cifra obtenida?
«Doscientos seis nombres obtenidos.»
Mientras la máquina digería y escupía datos, Eve encendió el conector y contactó
con la División de Detección Electrónica.
—Feeney, tengo un poco más de doscientos nombres. Necesito que los
compruebes. ¿Puedes hacerlo? A ver cuántos de ellos han abandonado la ciudad,
cuántos de ellos se han casado o han encontrado pareja, cuántos han muerto mientras
dormían o están de vacaciones en el Planeta Disney.
—Dispáralos.
—Gracias. —Oyó unos silbidos y abucheos procedentes de la zona de detectives
y levantó la vista—. Es prioritario —le dijo y colgó justo cuando Peabody, ruborizada
y nerviosa entraba en la oficina.
—Jesús, parece que esos imbéciles no me hayan visto sin el uniforme hasta ahora.
Henderson me ha prometido abandonar a su mujer y a sus hijos si paso un fin de
semana con él en las Barbados.
Pero, por el brillo que había en sus ojos, Peabody no parecía sentirse demasiado
disgustada por esa reacción.
Eve frunció el ceño. Su ayudante se había maquillado y pulimentado el rostro, y
se había ahuecado el pelo. Exhibía las piernas por debajo de una corta y ajustada
falda y por encima de unas botas de tacón de aguja, ambas cosas del color de las
frambuesas maduras.
—¿Cómo demonios puedes caminar con este atuendo? —quiso saber Eve.

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—He practicado.
Eve inhaló con fuerza y luego sacó el aire.
—Siéntate, vamos a repasar el plan.
—De acuerdo, pero necesito un par de minutos para bajar con esta falda. —Con
cuidado, Peabody se apoyó en el canto del escritorio y empezó a bajar el culo.
—¿Vas a agacharte o vas a sentarte?
—Sólo un segundo. —Inhaló e hizo una pequeña mueca—. Un poco justa en la
cintura —se esforzó en decir, mientras bajaba.
—Deberías haber pensado en tus órganos internos antes de meterte dentro de esta
cosa. Tienes una hora antes de ir a Personalmente Tuyo. Quiero que…
—¿Qué demonios haces con eso encima? —McNab se había detenido ante la
puerta, y miraba las piernas de Peabody de arriba abajo con ojos desorbitados.
—Mi trabajo —dijo ella con gesto altivo.
—Estás pidiendo a gritos que se te echen encima. Dallas, haz que se ponga otra
cosa.
—No soy asesora de imagen, McNab. Y si lo fuera… —Eve se tomó el tiempo
necesario para observar su pantalón a rayas rojas y blancas y el pañuelo de un
amarillo mantequilla—, tendría algo que decir acerca de tus elecciones de ropa.
Peabody soltó una risita burlona y Eve la miró con mala cara.
—Ahora, niños, deberíais saber que estamos trabajando con varios homicidios en
este momento. Si no podéis ser amigos, me temo que tendré que limitar vuestra hora
de recreo de esta tarde.
Peabody enderezó la espalda de inmediato, y aunque miró con expresión burlona
a McNab, tuvo el acierto de no decir nada.
—Peabody, quiero que convenzas a Piper de que se quede contigo durante toda la
consulta. McNab, tú lo harás con Rudy. Cuando hayáis obtenido vuestras listas de
parejas, pasearos por las zonas de venta al detalle. Tenéis que haceros notar.
—¿Tenemos un presupuesto para compras? —quiso saber McNab, y al ver la
mirada inexpresiva de Eve, se encogió de hombros y se metió las manos en los
anchos bolsillos del pantalón—. Impresionaríamos más si compráramos alguna cosa.
Si habláramos con los dependientes.
—Disponéis de doscientos créditos cada uno de los fondos del departamento.
Cualquier cosa que suba más que esto, es cosa vuestra. McNab, sabemos que Donnie
Ray compraba cosméticos para su madre en el salón. Que no se te olvide pasar cierto
tiempo allí.
—Necesitaría pasarse un mes allí —dijo Peabody, casi sin respiración, y apretó
los labios con expresión inocente ante la mala mirada de Eve.
—Peabody, Hawley gastó créditos en el salón y en Mujer Deseable, la tienda de
lencería del piso de arriba. Ve a echar un vistazo.
—Sí, teniente.
—Los dos tendréis que contactar con el mayor número posible de nombres de

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vuestras listas de parejas. Acordad citas. Quiero que empecéis esta noche. Se están
tomando las medidas necesarias para que podáis hacerlo en el Nova Club de la
Cincuenta y tres. Cuanto antes empecéis por la tarde, mejor. Intentad que la primera
cita sea a las cuatro, y luego acordad una cada hora. Haced las máximas que podáis.
No sabemos si él dio un golpe ayer por la noche. Quizá hayamos tenido suerte. Pero
él no va a esperar mucho.
Levantó la vista hasta las fotos otra vez.
—Tendremos a unos polis dentro. Feeney y yo estaremos fuera, en la calle, en
contacto constante con vosotros. Los dos llevaréis micro. Y no os iréis con nadie. Si
tenéis necesidad de ir al baño, haced una señal y uno de los polis os acompañará.
—No consta en su modus operandi dar el golpe en un lugar público —señaló
Peabody.
—No voy a correr riesgos con mi gente. Seguid las instrucciones, no os las saltéis
o estáis fuera. Mandadnos a Feeney y a mí vuestra lista de parejas en cuanto la
tengáis. Si algún empleado de Personalmente Tuyo o de cualquiera de las tiendas
muestra un excesivo interés en vosotros, informáis de ello. ¿Preguntas?
Eve arqueó una ceja al ver que los dos negaban con la cabeza.
—Entonces, poneos en marcha.
Consiguió no sonreír cuando Peabody se levantó con esfuerzo de la silla, aunque
tenía ganas de hacerlo. McNab levantó la vista al cielo e hizo una mueca en cuanto
ella hubo pasado por delante de él y salido de la oficina.
—Está muy verde —le dijo a Eve.
—Es muy buena —replicó Eve.
—Quizá, pero no le voy a quitar el ojo de encima.
—De eso, me doy cuenta —dijo Eve entre dientes mientras él salía.
Volvió a dirigir la atención a las fotos. Esas imágenes, esos tres rostros, la
perseguían. Lo que les habían hecho se le había clavado en la mente y no podía
arrancárselo de ella.
«Demasiado cerca —se dijo a sí misma—. Demasiado centrada en el qué y no en
el porqué.»
Cerró los ojos un momento y se los frotó como si quisiera borrar esas imágenes
de la memoria.
«¿Por qué estos tres?», se preguntó a sí misma, acercándose para observar el
alegre y sonriente rostro de Marianna Hawley.
«Oficinista profesional», pensó, intentando aplicar el mismo sistema que había
utilizado para elegir la esencia para Mira. Confiable, clásica, romántica. Guapa en un
sentido tranquilo y sosegado. Fuertes vínculos familiares. Interesada en el teatro. Una
mujer pulcra a quien le gusta rodearse de objetos bonitos.
Eve introdujo los pulgares en los bolsillos y dirigió la mirada a Sarabeth
Greenbalm. La bailarina de striptease. Una solitaria que se mostraba cuidadosa con el
dinero y que coleccionaba tarjetas de presentación. Competente, también, en la

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carrera que había elegido. Vivía con sobriedad, acumulaba sus pagas y calculaba las
propinas. Sin aficiones evidentes, ni amigos ni vínculos familiares.
Y Donnie Ray, el chico que amaba a su madre y que tocaba el saxo. Vivía como
un cerdo y tenía una sonrisa de ángel. Fumaba un poco de Zoner, pero no se perdía un
bolo.
De repente, mirando los rostros de las tres víctimas que nunca se habían
conocido, lo comprendió.
El teatro.
—¡Oh, sí! Ordenador, carga Personalmente Tuyo, y muestra los datos sobre
Hawley, Marianna; Greenbalm, Sarabeth; Michael, Donnie Ray. Mostrar en mosaico
y destacar las profesiones, las aficiones y los intereses.
«Procesando… en pantalla, sujetos solicitados. Hawley, Marianna, ayudante de
administración, Foster-Brinke. Aficiones e intereses, teatro. Miembro de la
Comunidad de Actores del West Side. Otros intereses…»
—Detener, continuar con el siguiente sujeto.
«Greenbalm, Sarabeth, bailarina…»
—Detener. Y Donnie Ray, saxofonista.
Pensó durante un minuto, dejando que toda esa información se procesara en su
mente.
—Ordenador, realizar estudio de probabilidades acerca de que el asesino
seleccione a los sujetos a partir del vínculo común o el interés común en el teatro y el
mundo del espectáculo.
«Procesando… Con la información actual, el índice de probabilidad es del
noventa y tres coma dos por ciento.»
—Bien, muy bien.
Exhaló con fuerza y respondió al comunicador, que estaba sonando.
—Dallas.
—Avisos, Dallas, teniente Eve. Vaya a ver a la pareja del 341 de la Dieciocho
Oeste, unidad tres. Posible intento de asalto. Probabilidad de que el incidente esté
vinculado con la investigación de homicidios, de un noventa y ocho como ocho por
ciento.
Eve ya se había puesto de pie y había tomado la chaqueta.
—En camino, Dallas.

—Fue extraño. —La mujer era pulcra, delicada como las hadas que bailaban en el
árbol de cristal blanco que adornaba la amplia ventana del viejo apartamento
rehabilitado—. Jacko se pone demasiado nervioso con las cosas.
—Yo sé lo que sé. Ese tipo no era bueno, Cissy.
Jacko frunció el ceño y le pasó el brazo por encima de los hombros a la mujer.
Era mucho más grande que ella, pensó Eve. Mediría un metro noventa y pesaría unos

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ciento trece kilos. Constitución de jugador de bloqueo, un rostro tallado como una
montaña rocosa. Tenía una cicatriz en la mandíbula y encima de la ceja derecha.
Ella era pálida como la luz de la luna y él, oscuro como la medianoche. La
enorme mano de él hacía desaparecer la de ella.
El amplio apartamento había sido dividido en tres áreas principales. Eve
vislumbró una parte de la suite dormitorio a través de una apertura en las paredes de
cristal ondulado y de color melocotón. La cama era enorme y estaba deshecha.
En la zona de estar, el largo sofá en forma de «U» podía dar cabida con
comodidad a unas veinte personas. Jacko ocupaba el espacio de tres.
Todo lo que veía indicaba que ganaban dinero con facilidad, y mostraba un gusto
femenino acompañado por una comodidad masculina.
—Díganme solamente qué pasó.
—Se lo dijimos al policía ayer por la noche. —Cissy sonrió, pero sus ojos estaban
ensombrecidos por una preocupación evidente—. Jacko insistió en que llamáramos a
la policía. Sólo era un idiota.
—Y una mierda. Mira. —Se inclinó hacia delante y los rizos cortos de la cabeza
le colgaron un poco—. Ese tipo llegó a la puerta vestido de Santa Claus con una caja
grande envuelta y con un lazo y soltó el rollo típico de Navidad del Jojojo.
Eve sintió el nerviosismo en el estómago, pero habló con calma.
—¿Quién abrió la puerta?
—Yo la abrí. —Cissy hizo un gesto con las manos—. Mi padre vive en
Wisconsin. Normalmente me envía alguna cosa divertida por Navidad cuando yo no
puedo ir durante las vacaciones. Este año no he podido tener tiempo libre, así que creí
que él había mandado a un Santa Claus. Todavía pienso…
—A ese tipo no lo mandó tu padre —dijo Jacko, desalentado—. Ella le dejó
entrar. Yo estaba en la cocina y la oí reír y oí la voz de ese tipo…
—Jacko es demasiado celoso para su bien. Eso daña nuestra relación.
—Tonterías, Cissy. Tú no te enteras de que un tipo te está buscando hasta que te
ha metido la mano debajo de la falda. Jesús. —Con un disgusto evidente, Jacko soltó
un bufido—. Él iba a por ella cuando salí de la cocina.
—¿A por ella? —repitió Eve mientras Cissy ponía morros.
—Sí, me di cuenta. Él entraba con esa enorme sonrisa y ese brillo en los ojos.
—Centelleo —dijo Cissy entre dientes—. Se supone que los ojos de Santa Claus
centellean, por Dios, Jacko.
—Pues dejaron de centellear en cuanto me vio. Se quedó de piedra, ahí de pie,
mirándome con la boca abierta. Le quité el Jojojo de los labios, te digo. Entonces
salió disparado, como un maldito conejo.
—Le gritaste.
—No hasta que empezó a correr. —Jacko levantó las enormes manos en un gesto
de frustración—. Sí, claro que sí que le grité, y salí corriendo detrás de él. Le hubiera
atrapado si Cissy no se hubiera metido en medio. Pero cuando conseguí sacármela de

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encima y salir a la calle, había desaparecido.
—¿El poli que respondió a la llamada se llevó los discos de seguridad?
—Sí, dijo que era una cuestión de rutina.
—Correcto. ¿Cómo sonaba?
—¿Sonaba? —preguntó Cissy, sorprendida.
—Su voz. Díganme cómo era su voz.
—Eh… era jovial.
—Jesús, Cissy, ¿es que practicas para ser tan tonta? Era impostada —le dijo Jacko
a Eve mientras Cissy, sintiéndose evidentemente insultada, se levantó
inmediatamente y salió con aspavientos indignados, Eve no podía calificarlo de otra
manera, hacia la cocina—. Ya conoce esa risa fingida: profunda, ronca. Dijo algo
parecido a: «¿Has sido una niña buena? Tengo una cosa para ti. Sólo para ti».
Entonces yo salí de la cocina y pareció que se hubiera tragado quinina.
—¿Usted no le reconoció? —le preguntó Eve a Cissy—. ¿No había nada en él,
debajo del disfraz, bajo el maquillaje, que le resultara familiar? ¿Nada en su voz, en
cómo se movía?
—No. —Ella había vuelto a entrar e ignoraba a Jacko con gesto rígido mientras
daba sorbos de un vaso lleno de agua con gas—. Pero fueron solamente dos minutos.
—Necesitaré que visione usted los discos y que observe bien su imagen
aumentada. Si hay algo que le resulte familiar, querré saberlo.
—¿No es eso tomarse muchas molestias por algo tan tonto?
—No lo creo. ¿Cuánto tiempo hace que viven juntos ustedes?
—Un par de años, de forma intermitente.
—Últimamente, más veces no, que sí —matizó Jacko.
—Si no fueras tan posesivo, si no te pelearas con cada hombre que me mira de
reojo —empezó Cissy.
—¿Cissy? —Eve levantó una mano con la esperanza de detener esa disputa
doméstica—. ¿Cómo se gana usted la vida?
—Soy actriz, y enseño interpretación cuando no puedo conseguir algún papel.
Eh ahí una conexión, pensó Eve.
—Es un monstruo. —Con un orgullo evidente y sin ninguna vergüenza, Jacko
dirigió una sonrisa a Cissy—. Ahora está ensayando una obra para la temporada baja
de Broadway.
—Para la temporada baja —apuntó Cissy, pero volvió al lado de Jacko con una
sonrisa en el rostro y se sentó a su lado.
—Va a ser un enorme éxito. —Él besó una de sus bonitas manos—. Cissy venció
a veinte mujeres en las audiciones. Éste va a ser su despegue.
—No me lo voy a perder. Cissy ¿ha utilizado usted los servicios de
Personalmente Tuyo?
—Eh… —desvió la mirada—. No.
—Cissy. —Eve se esforzó por adquirir una expresión y un tono policial en los

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ojos y en la voz y se inclinó hacia delante—. ¿Sabe usted cuál es la pena por mentir
en una entrevista?
—Bueno, por Dios, no comprendo por qué esto debe ser asunto suyo.
—¿Qué es Personalmente Tuyo? —quiso saber Jacko.
—Una agencia de citas informatizada.
—¡Oh, por Dios, Cissy! Por el amor de Dios. —Furioso, Jacko se levantó
bruscamente del sofá y empezó a dar vueltas por el salón—. ¿Qué demonios te pasa?
—¡Rompimos! —De repente, la pequeña hada consiguió levantar la voz más que
el gigante—. Estaba enojada contigo, y pensé que podía ser divertido. Creí que eso te
daría una lección, bobo. Tengo todo el derecho de ver a quien quiera cuando quiera si
no estamos en convivencia.
—Piénsalo mejor, querida. —Él se dio la vuelta y los ojos negros le brillaban.
—¿Lo ve, lo ve? —Cissy le señalaba a él con un dedo mientras se dirigía a Eve.
Toda la dulzura seductora de sus ojos se había convertido en piedra—. Eso es lo que
tengo que soportar.
—Cálmense, los dos. Siéntense —ordenó Eve—. ¿Cuándo realizó usted su
consulta, Cissy?
—Hace unas seis semanas —dijo ella—. Salí con un par de chicos…
—¿Qué chicos? —preguntó Jacko.
—Un par de chicos —repitió ella, sin hacerle caso—. Entonces Jacko volvió a
aparecer. Me trajo flores. Pensamientos. Yo cedí. Pero me estoy replanteando esa
decisión.
—Es posible que esa decisión le haya salvado la vida —dijo Eve.
—¿Qué quiere decir? —Instintivamente, Cissy se arrebujó contra Jacko y él le
puso el brazo por encima de los hombros.
—El incidente de la noche pasada concuerda con el patrón de una serie de
homicidios. En los otros casos las víctimas vivían solas. —Eve miró a Jacko—. Por
suerte, usted no.
—Oh, Dios, pero… Jacko.
—No te preocupes, niña, no te preocupes. Estoy aquí. —Él estuvo a punto de
ponérsela en el regazo mientras miraba a Eve—. Sabía que había algo malo en ese
tipo. ¿Qué está sucediendo?
—Les diré lo que pueda decirles. Luego necesito que los dos vengan a la Central
de Policía y visionen el disco, tendré que hacer otro informe y me dirá todo lo que
pueda recordar, Cissy, sobre su experiencia en Personalmente Tuyo.

—Los testigos están ofreciendo toda su cooperación en la investigación.


Eve se encontraba de pie en la oficina del comandante Whitney. Se sentía
demasiado nerviosa para sentarse y con gran dificultad consiguió no empezar a dar
vueltas por la oficina mientras le informaba.

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—La mujer está muy afectada, no puede darnos gran cosa para continuar. El
hombre está sosteniendo la situación. Nada en el perpetrador les resulta familiar. He
interrogado a las dos personas con quienes Cissy se encontró. Ambos tienen una
coartada para al menos uno de los asesinatos. Creo que son descartables.
Whitney apretó los labios y asintió con la cabeza mientras empezaba a repasar el
informe de Eve.
—¿Jacko González? ¿El Jacko González? ¿El veintiséis de los Brawlers?
—Es jugador profesional de rugby, sí, señor.
—Vaya, diablos. —El rostro de Whitney se arrugó desplegando una de sus raras
sonrisas—. Diría que sabe jugar. Es un monstruo ahí en el campo. Marcó tres goles
en el último partido y esquivó dos bloqueos de defensa.
Se aclaró la garganta ante la mirada impasible de Eve.
—Mi nieto es un gran seguidor.
—Sí, señor.
—Es una pena que González no le pusiera las manos encima a ese tipo. Ahora no
podría ni caminar, se lo juro.
—Tengo la misma impresión, comandante.
—La señorita Peterman es una mujer afortunada.
—Sí, señor. La próxima quizá no lo sea. Esto le pilló desprevenido. Pero va a dar
otro golpe. Esta noche. Lo he consultado con la doctora Mira. Su opinión es que él
debe de estar enojado, además de consternado emocionalmente. Para mí, eso significa
que también puede ser descuidado. McNab y Peabody tienen tres citas cada uno esta
noche. Todo está a punto. Tengo sus listas y sus informes.
Dudó un momento, pero decidió decir lo que pensaba.
—Comandante, lo que vamos a hacer esta noche es necesario. Pero él estará ahí
fuera mientras nosotros estamos vigilando. Él va a moverse.
—A no ser que tenga usted una bola de cristal, Dallas, tiene que dar los pasos
necesarios.
—Tengo una lista de víctimas probables de un poco más de doscientos nombres.
Creo que he encontrado otra conexión, el teatro, que puede reducir esa cifra. Tengo la
esperanza de que con los datos nuevos Feeney pueda ofrecernos una lista breve de
probables víctimas. Esas víctimas potenciales necesitan protección.
—¿Cómo? —Whitney levantó las manos—. Usted sabe tan bien como yo que el
departamento no puede destinar tanto personal.
—Pero si Feeney consigue reducirla…
—Aunque la reduzca a una cuarta parte, no podemos destinarlos.
—Una de esas personas va a morir esta noche. —Dio un paso hacia delante—.
Tienen que ser advertidos. Si salimos en los medios, y emitimos una alerta, sea quien
sea el objetivo no abrirá la puerta.
—Si salimos en los medios —dijo Whitney con frialdad—, levantaremos el
pánico. ¿Cuántos Santa Claus que están en las esquinas haciendo sonar las campanas

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serán agredidos como consecuencia? ¿O a cuántos matarán? No se pueden
intercambiar las víctimas en esto, Dallas. Y… —añadió, antes de que ella pudiera
decir nada— si salimos en los medios, nos arriesgamos a asustarle. Él se esconderá y
quizá nunca le encontremos. Han muerto tres personas, y se merecen que esto se
solucione.
Tenía razón, pero saberlo no la tranquilizaba.
—Si Feeney reduce la lista y ofrece un número manejable, podríamos contactar
con cada uno de ellos. Reuniré a un equipo para que haga las llamadas.
—Eso se filtrará, teniente, y volvemos a lo del pánico.
—No podemos simplemente dejarlos expuestos de esta manera. El próximo a
quien asesine caerá sobre nuestras espaldas. —«En las mías», pensó, pero tuvo el
acierto de no decirlo—. Si no hacemos nada para alertar a las víctimas, esto caerá
sobre nosotros. Él sabe que conocemos su patrón. Sabe que tenemos la cifra de
objetivos. Y sabe que no podemos hacer otra cosa excepto barajar nombres y esperar
a que dé otro golpe. Eso le encanta. Se hizo el gracioso ante la cámara de seguridad
en el edificio de Peterman. Se quedó en ese maldito vestíbulo y posó para la cámara.
Si González hubiera estado metiendo goles ayer por la noche, ella estaría muerta. Eso
harían cuatro en una semana, y es una cifra demasiado alta.
Él la escuchó con expresión tranquila y controlada.
—Es muchísimo más fácil encontrarse en la posición en que se encuentra usted,
teniente. Quizá no lo crea, pero es mucho más fácil a ese otro lado del escritorio. No
puedo darle lo que usted quiere. No puedo dejarla que se ponga delante de cada
víctima y que reciba el golpe como se puso delante del hombre de Roarke hace unas
semanas.
—No tiene nada que ver con eso. —Luchando contra la furia y la frustración, Eve
apretó las mandíbulas—. Ese incidente está cerrado, comandante. Y mi investigación
actual se encuentra entre la espada y la pared. La información ya se está filtrando a
los medios. Si muere otra persona, eso va a estallarnos en las manos.
La mirada de Whitney se endureció.
—¿Qué le ha contado a Furst?
—No más de lo que tuve que contarle, y la mayor parte de forma no oficial. Ella
será discreta. Pero no es la única periodista que tiene una buena nariz, y no muchos
de ellos tienen su integridad.
—Hablaré de este asunto con el jefe. Es lo máximo que puedo hacer. Hágame
llegar la lista de Feeney, y le pediré que contactemos individualmente. No puedo ser
yo quien autorice el presupuesto para este tipo de operación, Dallas. No está en mis
manos.
Se recostó en la silla y la observó.
—Tráigame algo esta noche de esa vigilancia. Acabe con esto.

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Eve encontró a Feeney ante el monitor de su oficina.
—Bien, me has ahorrado un viaje a la División de Detección Electrónica.
—Me he enterado de que has metido en esto a Jacko González. —Volvió la
cabeza y la miró con expresión nostálgica—. Supongo que ya se ha ido, ¿verdad?
—Te conseguiré su holograma con su autógrafo, por Dios.
—¿Sí? Te lo agradezco.
—Necesito que proceses estos nombres y estos datos. —Le sacó una copia del
disco—. Mi máquina vuelve a encallarse y tardo demasiado. Necesito obtener un
número de víctimas probables tan reducido como sea posible. —Abrió un cajón y
rebuscó en él sin hacer caso del dolor de cabeza que empezaba a asaltarla—.
Solamente los primeros cincuenta, ¿vale? Puedo apretar a Whitney para que contacte
con cincuenta, y que Dios ayude a los demás. ¿Dónde diablos está mi barrita de
caramelo?
—Yo no la he cogido. —Feeney le ofreció la bolsa de frutos secos—. McNab ha
estado aquí. Es un conocido ladrón de barritas de caramelo.
—Hijo de puta. —Desesperada por ingerir algo, le arrancó la bolsa de frutos
secos a Whitney y se echó unos cuantos en la mano—. He hecho aumentar el disco de
seguridad de Peterman, pero imagino que tú podrías hacerlo mejor. Quiero una
imagen de él en el momento en que es más él mismo: cuando se gira para correr. Se le
ve el pánico.
Encendió el AutoChef para que el café le ayudara a bajar los frutos secos.
—Tengo fotos de la lista de parejas, y del personal de Personalmente Tuyo. Tú
tienes el equipo para escanearlas, para ver cuántas coinciden en cuanto a rasgos
faciales, forma de ojos, ese tipo de cosas. A pesar de todo el maquillaje, algo tiene
que aparecer. La barba le cubre casi toda la boca.
—Podemos hacer un retrato aproximado de esa parte si conseguimos una imagen
lo bastante buena.
—Sí. La envergadura corporal no nos va a servir, pero sí nos servirá la altura. A
ver cuánto nos podemos acercar ahí. Por las imágenes que he visto, no parece que
lleve alzas, así que creo que podemos acercarnos. Los guantes nos joden las manos.
Dio un trago de café y le miró con los ojos apretados:
—Las orejas —dijo, de repente—. ¿Se habrá molestado en modificar la forma de
las orejas? ¿Se ven en las imágenes?
Se acercó a su máquina, abrió el programa, el archivo y las imágenes.
—Mierda, nada, nada, nada. ¡Aquí! —Aumentó la imagen por la parte lateral de
la misma—. Eso está bien, eso está jodidamente bien. ¿Puedes hacer algo a partir de
esto?
Feeney se mordió el labio y lo pensó.
—Sí, quizá sí. El sombrero le cubre la parte alta de la oreja, pero quizá pueda

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hacerlo. Bien pensado, Dallas. Eso se me hubiera pasado por alto. Trabajaremos cada
una de las facciones, a ver qué sale. No va a ser rápido. Una cosa así de compleja
necesita días. Quizá una semana.
—Necesito conseguir la cara de este maldito capullo. —Eve cerró los ojos y se
concentró—. Volveremos atrás y trabajaremos desde el ángulo de las joyas, el
desinfectante y los cosméticos. Los tatuajes estaban hechos a mano. Quizá podamos
sacar algo de ahí.
—Dallas, las dos terceras partes de los salones y los clubs de la ciudad tienen
artistas de tatuajes manuales.
—Y quizá uno de ellos conozca ese diseño. —Suspiró con fuerza—. Tenemos dos
horas hasta las citas en Nova. Vamos a ver qué podemos hacer.

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Capítulo once

La única cosa que de verdad irritaba a Peabody era que McNab se encontraba en su
lista de parejas. No importaba que lo más probable fuera porque sus respectivos
perfiles habían sido alterados para que concordaran con los de las víctimas.
Simplemente, la ponía enferma.
No le gustaba trabajar con él, con esa ropa ridícula y esas sonrisas presuntuosas,
además de esa actitud de superioridad, pero suponía que no podía hacer nada
mientras Eve le considerara un activo en la investigación.
No había nadie en el cuerpo de policía a quién Peabody admirara más que a Eve
Dallas, pero se imaginaba que incluso la más lista de todos los policías listos podía
cometer un error. El de Eve, en opinión de Peabody, era McNab.
Le veía al otro lado del elegante y pequeño bar. Él y la rubia de metro ochenta y
dos con quien le habían emparejado se encontraban justo en su línea de visión.
Peabody se imaginó que había sido un acto deliberado por parte de McNab sólo para
molestarla mientras trabajaban.
Si él no se encontrara allí, ella hubiera podido disfrutar de la tranquila y elegante
atmósfera del lugar. El bar tenía unas bonitas mesas de sobre plateado, unas cabinas
privadas de un color azul pálido y unas bonitas reproducciones de pinturas de las
calles de Nueva York que decoraban las paredes de un amarillo cálido.
Con clase, pensó, mientras echaba un vistazo a la barra decorada con
centelleantes espejos y atendida por unos camareros vestidos con esmoquin. Aunque
uno podía esperarse un ambiente con clase si éste pertenecía a Roarke.
La silla tapizada encima de la cual estaba sentada había sido diseñada pensando
en la comodidad; las bebidas eran fantásticas. La mesa estaba equipada con cientos
de selecciones musicales y de vídeo, y con auriculares individuales por si un cliente
deseaba algún entretenimiento mientras esperaba a un amigo o mientras disfrutaba de
un tranquilo trago a solas.
Peabody se sintió profundamente tentada a probar los auriculares dado que su
primera pareja era un completo aburrimiento. El chico se llamaba Oscar y era un
profesor especializado en la enseñanza de la física por ordenador. De momento, en lo
único en que se había mostrado interesado era en sorber los cócteles y en hablar mal
de su ex esposa.
Esa mujer era, según supo Peabody, una zorra poco comprensiva y centrada en sí
misma que, además, era frígida en la cama. Al cabo de quince minutos, Peabody se
sentía completamente de parte de la zorra.
A pesar de todo, le siguió el juego y sonrió y charló mientras tachaba
mentalmente a Oscar de la lista de sospechosos. El tipo tenía un problema serio con
el alcohol, y el hombre que buscaban tenía la cabeza demasiado clara para pasar el
tiempo soportando las terribles resacas que sólo unos cuantos cócteles producían.

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Al otro extremo de la habitación, McNab soltó un eructo e inmediatamente, una
carcajada de buen humor que a Peabody le destrozó los nervios como si se los
hubieran cortado con una cuchilla de afeitar poco afilada. Mientras Oscar tragaba los
restos de su tercer cóctel, Peabody levantó la vista y se encontró con que McNab la
miraba y le dedicaba un juego de cejas.
Eso hizo que deseara hacer alguna cosa que resultara graciosa y madura. Como
sacarle la lengua.
Al final, con gran alivio, se despidió de Oscar con una vaga promesa de que se
encontrarían otra vez.
—Cuando en el infierno sirvan cócteles helados —dijo para sí misma. En ese
momento oyó la voz de Eve en el auricular.
—Contrólate, Peabody.
—Teniente —dijo Peabody en un siseo, tapándose la boca. Suspiró y vio, en la
unidad de muñeca, que le quedaban diez minutos para la siguiente cita.
—¡Mierda!
Peabody se sobresaltó al oír la voz de Eve que explotaba en el auricular.
—¿Teniente? —dijo otra vez, atragantándose.
—¿Qué diablos está haciendo él aquí? ¡Mierda!
Desconcertada, Peabody llevó una mano hasta el arma que llevaba escondida
dentro de la bota del pie izquierdo y examinó la habitación. Se pilló a sí misma
sonriendo al ver que Roarke entraba en la sala.
—Vaya, éste sería un emparejamiento decidido en los cielos —murmuró Peabody
—. ¿Por qué no puedo conseguir uno así?
—No le hables —le ordenó Eve en tono cortante—. No le conoces.
—De acuerdo, solamente le miraré y babearé, como todas las mujeres que hay
aquí.
Rio con ganas al oír la serie de maldiciones que Eve soltaba, y una pareja que
había en la mesa de al lado la miró. Peabody se aclaró la garganta, levantó el vaso
otra vez y volvió a dejarlo en la mesa mientras admiraba al marido de su teniente.
Roarke pasó por delante de la barra y los camareros se pusieron firmes como
soldados ante la revista de un general. Se detuvo en una de las mesas para hablar un
momento con una pareja. Se inclinó para dar un rápido beso a la mujer en la mejilla y
luego se dirigió hasta el extremo de la barra y le puso la mano en el hombro con gesto
amistoso a un tipo que se encontraba allí.
Peabody se preguntó si se movería de la misma manera en la cama y se ruborizó.
Era una suerte, pensó, que la furgoneta de vigilancia no pudiera leerle los
pensamientos.

Fuera, Eve fruncía el ceño delante de la pantalla que mostraba la visión de la


microcámara que Peabody llevaba sujeta del botón del cuello de la camisa. Vio a

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Roarke caminar por la habitación con gesto despreocupado y relajado, y juró que le
haría polvo a la primera oportunidad que tuviera.
—No tiene por qué meterse en una operación —le dijo a Feeney.
—Es su local. —Feeney se encogió de hombros como gesto de defensa
automático ante una riña marital.
—Exacto, ha ido a comprobar cómo están de alcohol en el bar. Joder. —Se pasó
las dos manos por el pelo y emitió unos quejidos guturales al ver que Roarke se
dirigía hacia la mesa de Peabody.
—¿Disfrutando de su copa, señorita?
—Eh, sí, yo… joder, Roarke. —Eso fue lo mejor que Peabody fue capaz de decir.
Él se limitó a sonreír y se inclinó hacia delante.
—Dile a tu teniente que deje de soltar juramentos. No voy a interponerme en su
camino.
Peabody hizo una mueca al oír que la voz de Eve le explotaba en el oído.
—Esto… ella sugiere que te lleves tu fantástico culo fuera de aquí. Ella… esto…
va a pateártelo más tarde.
—Lo espero con ansia. —Sin dejar de sonreír, tomó la mano de Peabody y se la
besó—. Tienes un aspecto fabuloso —le dijo, y se alejó con paso ágil mientras el
equipo de la furgoneta registraba un rápido aumento de tensión sanguínea y del pulso
de Peabody.
—Calma, Peabody —la avisó Eve.
—No puedo controlar mis reacciones físicas involuntarias ante los estímulos
externos. —Peabody exhaló con fuerza—. Seguro que tiene un culo fantástico. Con
todos mis respetos, teniente.
—El candidato dos se acerca. Recomponte, Peabody.
—Estoy lista.
Miró en dirección a la puerta a punto de ofrecer una sonrisa acogedora. Uno de
los premios de la operación, según su punto de vista, acababa de entrar. Le recordaba
de su primera visita a Personalmente Tuyo. El acicalado dios de bronce que le había
llamado la atención, y que había dirigido la suya propia al espejo.
Iba a ser un placer mirarle durante la hora siguiente.
Él posó ante la puerta, el rostro alzado, ofreciendo su perfil a la habitación
mientras observaba las mesas. Sus ojos, de un color dorado que le hacía juego con el
pelo, vagaron por ella y se posaron en Peabody. Estiró los labios y realizó un rápido y
ensayado saludo con la cabeza para exhibir el vuelo de su cabello. Se dirigió
directamente a la mesa.
—Tú debes de ser Delilah.
—Sí. —Una voz fantástica, pensó ella suspirando mentalmente. Mejor en persona
que en la imagen de vídeo—. Y tú eres Brent.
Al otro extremo de la habitación, ahora era McNab quien fruncía el ceño. El
hombre que se pavoneaba ante Peabody era de plástico, decidió, y llevaba una gruesa

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capa de barniz. Probablemente era exactamente su tipo.
El capullo se había hecho el rostro a medida, decidió McNab. También el cuerpo.
Dudaba que ese hombre tuviera un centímetro de su cuerpo por el que no hubiera
pagado.
«¡Y mira! ¡Mira de qué manera ella le está adulando!», pensó McNab con un
disgusto teñido de ciertos celos. La mujer prácticamente masticaba cada una de las
palabras que ese tipo dejaba caer desde esos labios de colágeno.
Las mujeres eran tan tristemente predecibles.
En ese momento, Roarke se detuvo ante su mesa y él le miró.
—Ella tiene un aspecto especialmente estupendo esta noche, ¿verdad?
—A la mayoría de tíos les parece atractivo que una mujer lleve la mitad de las
tetas fuera de la camisa.
Roarke sonrió, disfrutando. McNab tenía los ojos encendidos y no dejaba de
repicar con fuerza y rabia con los dedos en la mesa.
—Pero obviamente tú estás por encima de esas cosas.
—Ojalá lo estuviera —dijo McNab entre dientes mientras Roarke se alejaba—.
Esas tetas son superiores.
—Quita los ojos de las tetas de Peabody —le ordenó Eve—. Tu segunda
candidata está en la puerta.
—Sí. —McNab levantó la vista y vio a una pequeña pelirroja con un vestido
ajustado de lentejuelas.
En la furgoneta, Eve frunció el ceño ante la pantalla.
—Léeme la información del tipo que está con Peabody, ¿quieres, Feeney? Tiene
algo que no me gusta.
—Brent Holloway, modelo publicitario. Trabaja para Cliburn-Willis Marketing.
Treinta y ocho años, divorciado dos veces, sin hijos.
—¿Modelo? —Miró la pantalla con expresión suspicaz—. ¿Para la pantalla? Eso
puede considerarse mundo del espectáculo, ¿verdad?
—Mierda. No has visto mucha publicidad por pantalla últimamente. No hay nada
de espectacular en esos anuncios, si quieres mi opinión. Él es de Morristown, Nueva
Jersey. Reside en Nueva York desde 2049. La dirección actual es Central Park Oeste.
Buenos ingresos. No hay nada penal, ningún arresto. Tiene una montaña de
infracciones de tráfico.
—Le vimos, Peabody y yo, en Personalmente Tuyo durante nuestra primera
visita. ¿Cuántas consultas ha realizado?
—Ésta es su cuarta lista de emparejamientos de este año.
—De acuerdo, ¿por qué un chico que tiene ese aspecto, que tiene créditos y una
buena carrera, además de una dirección de clase alta, se convierte en adicto de una
agencia de relaciones? Eso son veinte mujeres, y ninguna ha servido. ¿Qué hay de
malo en él, Feeney?
Feeney apretó los labios y observó la pantalla.

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—Desde mi punto de vista, tiene aspecto de capullo presuntuoso.
—Sí, pero a muchas mujeres no les importa eso. Tiene buen aspecto y pasta.
Alguna tendría que haberse quedado con él. —Repicó con los dedos en la estrecha
consola—. ¿Hay alguna queja que conste en la agencia?
—No. Tiene el expediente limpio, también.
—Algo no funciona —dijo Eve otra vez, y en ese momento vio que su ayudante
le propinaba un puñetazo directamente en la nariz—. Jesús, ¿has visto eso?
—Lo ha destrozado —dijo Feeney plácidamente mientras observaba la sangre
que manaba—. Buen golpe de cerca.
—¿En qué diablos está pensando? ¿Qué demonios está sucediendo? Peabody,
¿has perdido la cabeza?
—El hijo de puta me ha clavado la mano por debajo de la mesa. —Ruborizada y
furiosa, Peabody se había puesto en pie y tenía los puños apretados—. Ese maldito
cabrón de mierda me estaba hablando de la nueva obra de teatro de la universidad y
va y me agarra el coño. Pervertido. Tú, pervertido, levántate.
—¡McNab, quédate donde estás! —gritó Eve mientras McNab se ponía en pie
con mirada asesina—. ¡Quédate donde estás o te echo de esto! Es una orden. ¡Es una
jodida orden! Contrólate. Peabody, por Dios, deja a ese tipo en el suelo.
A pesar de que Eve estaba que se tiraba de los pelos, Peabody levantó al tipo, le
puso en pie y le volvió a golpear. Le hubiera golpeado por tercera vez, a pesar de que
el tipo ya tenía los ojos en blanco, si Roarke no se hubiera abierto paso por entre la
excitada multitud y hubiera apartado a Holloway, que casi no se tenía en pie.
—¿La está molestando este hombre, señorita? —Con gesto tranquilo, Roarke
arrastró a Holloway sin dejar de mirar a los ojos brillantes de Peabody—. Lo siento
mucho. Yo me ocupo de él. Por favor, permítame que la invite a otra copa. —
Mientras sostenía a Holloway con una mano, levantó la copa de Peabody y la olió—:
Un San Francisco —ordenó, y los tres camareros se apresuraron a cumplir la tarea
mientras él arrastraba a Holloway, que ahora se debatía contra él, hasta la puerta.
—Quíteme las manos de encima. Esa zorra me ha roto la nariz. Yo me gano la
vida con mi cara, por Dios. Puta idiota. Voy a ponerle una demanda. Voy a
contárselo…
En cuanto estuvieron fuera, Roarke le empujó contra la pared del edificio. La
cabeza de Holloway dio un golpe contra ella que sonó como las bolas de billar.
Los ojos dorados se le pusieron en blanco otra vez.
—Déjame que te dé una pista: soy el dueño de este lugar. —Roarke subrayó la
información golpeándole la cabeza contra la pared de nuevo. Desde la furgoneta, Eve
solamente podía mirar y soltar maldiciones—. Nadie que manosee a una mujer en mi
local se marcha por su propio pie. Así que, a no ser que quieras irte a gatas con la
polla en la mano, vas a largarte y dar gracias de que solamente tengas la nariz rota.
—La zorra lo estaba pidiendo.
—Oh, vaya, ha sido un error decir eso. Por completo.

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—Le sale el acento irlandés cuando se enoja. Escucha la musicalidad que tiene —
dijo en tono sentimental Feeney mientras Eve continuaba gruñendo.
En un instante, Roarke le clavó el puño en el estómago y le dio un rodillazo en las
pelotas antes de dejarle caer al suelo.
Echó un vistazo en dirección a la furgoneta con una sonrisa perversa en el rostro y
volvió a entrar en el local.
—Buen trabajo —decidió Feeney.
—Vamos a llamar a un coche patrulla para que recoja a este estúpido cabrón y le
lleve a un centro de salud. —Eve se frotó los ojos—. Esto va a quedar muy bien en el
informe. McNab, Peabody, mantened la posición. No rompáis, repito, no rompáis la
operación. Dios. Cuando haya terminado esta pequeña fiesta, venid a informar a la
oficina de mi casa para que podamos salvar algo.

Habían dado justo las nueve y Eve daba vueltas por la oficina de su casa. Nadie
hablaba. Pero Roarke le dio un apretón de confianza a Peabody en el hombro.
—Hemos conseguido seis citas entre los dos, y eso es algo. Las dos últimas, una
para cada uno de vosotros, está programada para mañana por la tarde. Peabody,
informarás de este… incidente con el candidato número dos a Piper mañana por la
mañana. Actúa. Quiero saber cómo lo maneja. De momento, el expediente que tienen
de él está limpio. Tenemos grabadas todas las citas, pero quiero que cada uno de
vosotros realice un informe individual. Cuando hayamos terminado esta noche, os
iréis a casa y os quedaréis allí con el comunicador encendido en todo momento. Tanto
Feeney como yo estaremos monitorizando.
—Sí, señor. Teniente. —Rodeándose con los brazos, Peabody se puso en pie.
Tragó saliva con dificultad, pero mantuvo la cabeza alta—. Pido disculpas por mi
explosión durante la operación. Me doy cuenta de que mi comportamiento puede
poner en riesgo la investigación.
—¡Al infierno con eso! —explotó McNab, levantándose de la silla—. Tendrías
que haberle roto las piernas. Ese cabrón de mierda se merecía…
—McNab —dijo Eve en tono suave.
—Al infierno con esto, Dallas. El capullo ha recibido lo que se merecía.
Deberíamos…
—Detective McNab. —Eve pronunció las palabras en tono cortante y se acercó a
él hasta quedar a centímetros de su rostro—. Me parece que no se te ha pedido la
opinión en este asunto. Ahora estás fuera de servicio. Vete a casa y tranquilízate. Te
veré en mi oficina de la Central a las nueve en punto.
Esperó mientras él se debatía entre el deber y el instinto. Al final, dio media
vuelta y salió precipitadamente y furioso sin pronunciar palabra.
—Roarke, Feeney, ¿me dejáis a solas un momento con mi ayudante?
—Con gusto —dijo Feeney sin aliento, sintiéndose más que feliz de abandonar el

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campo de batalla—. ¿Tienes algo de whisky, Roarke? Ha sido un día muy largo.
—Creo que conseguiremos llenar un vaso. —Miró a Eve un momento antes de
acompañar a Feeney fuera de la habitación.
—Siéntate, Peabody.
—Sí, teniente. —Peabody meneó la cabeza—. Te he decepcionado. Te prometí
que me sabría manejar y que cumpliría con la obligación que me diste. Y a la primera
de turno he fallado. Me doy cuenta de que tienes todos los motivos y todo el derecho
de echarme de la investigación, por lo menos de la operación encubierta, pero me
gustaría pedir, con todos los respetos, otra oportunidad.
Eve no dijo nada, dejó que Peabody se descargara. Su ayudante estaba pálida
como el papel, pero tenía las manos con pulso firme y la espalda recta.
—No me parece que haya mencionado tener planes de apartarte de la operación
encubierta, oficial. Pero sí te he dicho que te sientes. Siéntate, Peabody —dijo, en
tono más amable, antes de darse la vuelta para ir a buscar una botella de vino.
—Comprendo que cuando se está infiltrado uno tiene que continuar
manteniéndose en ello y manejar cualquier situación sin delatarse.
—No vi que te delataras, simplemente vi que le rompías la nariz a un capullo.
—No pensé, simplemente reaccioné. Comprendo que durante ese tipo de
operación uno debe pensar en todo momento.
—Peabody, incluso una acompañante con licencia tiene derecho a protestar si
algún gilipollas le agarra el coño en un lugar público. Toma, da un trago.
—Me metió los dedos. —Ahora la mano sí le tembló mientras Eve le daba la
copa—. Estábamos allí hablando y de repente siento que me mete los dedos. Sé que
yo estaba seduciéndole, y le permití que me echara un buen vistazo a las tetas, así que
a lo mejor me merecía…
—Basta. —Eve perdió el control lo bastante para ponerle las manos en los
hombros y hacerla sentar en la silla—. No te lo merecías, y me saca de quicio que lo
pienses. Ese cabrón de mierda no tenía ningún derecho a tocarte de esa manera.
Nadie tiene derecho a sobrepasarse de esa manera.
«A inmovilizarte, atarte las manos, clavarse dentro de ti mientras le suplicas que
se detenga. Y eso duele, duele, duele.»
Sintió que se mareaba. Se dio la vuelta, apoyó las manos en la mesa y se obligó a
respirar.
—Ahora no —murmuró—. Por Dios.
—¿Dallas?
—No es nada. —Pero tuvo que quedarse quieta donde estaba, y controlarse hasta
otro momento—. Siento que te hayas encontrado en esa situación. Yo sabía que había
algo en él que no iba bien.
Peabody levantó la copa con las dos manos. Todavía sentía la repentina sorpresa
de notar los dedos de Holloway clavándose en ella.
—Él superó la prueba que le hicieron.

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—Y ahora sabemos que sus pruebas no son tan buenas como aseguran. —Inspiró
profundamente y, más tranquila, se dio la vuelta—. Quiero que vayas a ver a Piper
mañana por la mañana, en persona. Entra y exige verle. Un poco de histeria no hará
daño; amenázale con denunciarles o con ir a la prensa con la historia. Quiero que eso
les explote en la cara. Vamos a ver qué sale de ahí. ¿Podrás hacerlo?
—Sí. —Consternada al notar que empezaban a salirle las lágrimas, Peabody
sorbió por la nariz—. Sí, tal y como me siento, me será fácil.
—Mantén el comunicador encendido. No podemos utilizar lo que consigas
estando allí dentro, pero quiero que estemos en contacto constantemente. Puedes
aplazar el informe de esta noche hasta mañana por la tarde. Voy a pedirle a Feeney
que te lleve a casa, ¿de acuerdo?
—Sí.
Eve esperó un instante.
—¿Peabody?
—¿Teniente?
—Buen puñetazo. La próxima vez, sin embargo, acompáñalo de un buen
rodillazo en la entrepierna. Tienes que tumbarlo por completo, y no provocarle una
simple molestia.
Peabody dejó escapar un suspiro y luego se esforzó por sonreír.
—Sí, teniente.

Eve deseaba mantener la posición de poder, así que se sentó detrás de su


escritorio y esperó a Roarke. Sabía que él habría acompañado a Feeney y a Peabody
fuera, y que probablemente habría añadido unas cuantas caricias de apoyo para
Peabody. Lo cual habría despertado algunas fantasías eróticas a la pobre mujer, si Eve
conocía a su ayudante.
Pero eso era mejor, pensó, que las feas pesadillas sobre manos que toquetean y en
las que una se siente desvalida.
Y eso, se daba cuenta, era parte del problema con este caso. Los homicidios
sexuales, el que ataran a las víctimas, la alegre crueldad en nombre del amor.
Demasiado familiar. Demasiado cercano al pasado del que ella había pasado la mayor
parte de la vida huyendo.
Ahora lo tenía delante. Cada vez que miraba a una víctima, se veía a sí misma.
Y lo odiaba.
«Supéralo —se ordenó a sí misma—. Y encuéntrale.»
Levantó la vista en cuanto Roarke entró y mantuvo la vista fija en él mientras éste
atravesaba la habitación, servía dos copas del vino que ella le había servido a
Peabody, dejaba una de ellas encima de su escritorio y se llevaba la suya hasta la silla
que se encontraba frente a ella para sentarse.
Dio un sorbo, sacó uno de sus cada vez más poco frecuentes cigarrillos y lo

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encendió.
—Bueno —dijo, y lo dejó ahí.
—¿Qué diablos creías que estabas haciendo?
Él inhaló el humo y lo sacó en un fino hilo de fragrante humo.
—¿En qué momento?
—No te hagas el listo conmigo, Roarke.
—Pero lo hago tan bien. Calma, teniente. —Levantó la copa en un gesto de
brindis mientras ella emitía un furioso sonido gutural—. No me interpuse en tu
operación.
—El tema es que tú no tenías por qué entrar en la escena.
—Perdóname, pero la escena me pertenece. —Había arrogancia en su tono en ese
momento, y un desafío—. Me paso a menudo por mis propiedades. Eso mantiene
activos a los empleados.
—Roarke…
—Eve, este caso te está ahogando. ¿Crees que no me doy cuenta? —Él rompió la
compostura lo justo para levantarse y empezar a dar vueltas por la habitación.
Feeney tenía razón, pensó ella en un instante, ese acento irlandés le salía cuando
estaba enojado.
—Te hace dormir mal, lo poco que te permites dormir. Se te nota en los ojos. Sé
por lo que estás pasando. —Se volvió y esos maravillosos ojos azules la miraron con
enojo—. Dios, yo te admiro. Pero no puedes esperar que me quede atrás y finja que
no veo nada, que no comprendo nada, y que no haga lo que sea necesario para calmar
lo que te está atormentando.
—No se trata de mí. No puede tratarse de mí. Se trata de tres personas muertas.
—Ellas también te atormentan. —Se acercó al escritorio y se sentó en uno de los
extremos, acercándose mucho a ella—. Es por eso que eres la mejor policía con quien
me he encontrado nunca. Para ti no son sólo números y nombres. Son personas. Y
tienes el don, o la maldición, de ser capaz de imaginarte demasiado bien lo que
vieron, lo que sintieron y por lo que rezaron durante esos últimos minutos de vida. No
voy a quedarme atrás.
Se inclinó hacia delante con un movimiento rápido que la pilló desprevenida y la
tomó por la barbilla.
—Joder. No voy a apartarme de lo que tú eres ni de lo que haces. Acéptame, Eve,
tan por completo como yo te acepto a ti.
Ella se quedó sentada, muy quieta, recibiendo cada palabra y escudriñándole los
ojos. Nunca podía resistirse a lo que encontraba en ellos.
—El pasado invierno —empezó a decir ella, lentamente— te introdujiste en mi
vida. No te pedí que lo hicieras, yo no quería.
Él arqueó la ceja con una expresión de irritado desafío.
—Gracias a Dios que no te importó en absoluto lo que yo pudiera pedir, pensar o
querer —murmuró ella, y vio que la expresión de desafío se convertía en una sonrisa.

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—Yo tampoco pedí conocerte. A ghra.
«Mi amor.» Ella sabía lo que significaba en la lengua de sus orígenes, y no pudo
evitar que su corazón se abriera. Se abriera a él.
—Desde entonces, raramente he tenido un caso que no te enredara a ti. Yo no
quería que fuera de esa manera. Te he utilizado cuando ha sido conveniente. Eso me
preocupa.
—A mí me complace.
—Lo sé. —Suspiró y le tomó la muñeca con la mano. Su pulso latía fuerte y
constante—. Tú te acercas demasiado a partes de mí a las cuales no me gusta mirar, y
entonces no puedo hacer otra cosa que mirarlas.
—Las miras con o sin mí, Eve. Pero quizá si lo haces conmigo, no te hagan tanto
daño. Yo ahora miro hacia atrás —dijo, lo cual la sorprendió hasta el punto de que
ella le miró a los ojos y no los apartó— y me resulta más fácil, esos momentos son
más fáciles de soportar contigo. No puedes pedirme, no puedes esperar que no me
ponga a tu lado cuando esos momentos se acercan.
Entonces ella se puso en pie con la copa en la mano y se apartó de él. Tenía razón,
pensó. Aquello que muchas veces le parecía dependencia, debía ser visto como
unidad.
Y podía contárselo.
—Sé lo que sintieron. Sé por lo que pasaron: el miedo, el dolor, la humillación.
Cada uno de ellos mientras se encontraban indefensos, desnudos y él les violaba. Sé
lo que sintieron sus cuerpos y lo que pensaron sus mentes. No quiero volver a
recordar lo que es que te hagan eso. Que te destrocen, te invadan. Pero lo recuerdo.
Entonces tú me tocas.
Se dio la vuelta, y se dio cuenta de que ella nunca le había ofrecido esto a él.
—Entonces tú me tocas, Roarke, y no lo recuerdo. No siento eso. No lo recuerdo.
Es así de simple. Se trata solamente de… ti.
—Te amo —murmuró él—. De forma escandalosa.
—Por eso estás aquí cuando deberías estar fuera del planeta ocupándote de tus
negocios. —Eve negó con la cabeza antes de que él dijera nada, antes de que pudiera
pronunciar alguna excusa que ella no se creería—. Estuviste aquí esta noche,
sabiendo que eso me sacaría de quicio, porque pensaste que quizá yo pudiera
necesitarte. Estás aquí ahora mismo a punto de discutir conmigo sólo para quitarme
de la cabeza lo que me está torturando. Te conozco, joder. Soy una poli. Soy buena
conociendo a la gente.
Él se limitó a sonreír.
—Me has pillado. ¿Entonces qué?
—Entonces… gracias. Pero he estado en este oficio durante once años y puedo
manejarme. Por otro lado… —clavó la vista en el vino y luego dio un trago largo—
la verdad es que me hizo sentir muy bien ver cómo le dabas su merecido a ese
imbécil que agredió a Peabody. Yo tenía que quedarme allí sentada, en la maldita

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furgoneta. No podía arriesgarme a salir para yo misma aplastarle contra el pavimento
y delatarme. Así que me gustó mucho ver que lo hacías por mí.
—Oh, fue un placer absoluto para mí. ¿Ella está bien?
—Lo estará. Eso la ha tocado: ésa es la parte humana. Se dará una ducha, si es
lista se tomará un tranquilizante y dormirá hasta que se le pase. La parte de policía la
mantendrá. Es una buena policía.
—Es una policía mejor gracias a ti.
—No, no me atribuyas eso. Ella es lo que es. —Incómoda con ese tema, le dirigió
una mirada fría—. Apuesto a que le diste un abrazo, le acariciaste el pelo y le diste un
beso de buenas noches.
Esa maravillosa ceja se enarcó otra vez.
—¿Y qué, si lo hice?
—Que su corazoncito estará latiendo a causa de ello, lo cual está bien. Tiene algo
contigo.
—¿De verdad? —Él le dirigió una amplia sonrisa—. Qué… interesante.
—No juegues con mi ayudante. La necesito centrada.
—¿Y si te descentro a ti un poco, sólo para ver si puedo hacer que tu corazoncito
se agite?
Ella se pasó la lengua por los dientes.
—No lo sé. Tengo muchas cosas en la cabeza. Te costaría mucho trabajo.
—Me encanta mi trabajo. —Con los ojos clavados en los de ella, apagó el
cigarrillo y dejó la copa—. Y soy increíblemente bueno en él.

Eve se encontraba boca abajo sobre la cama, desnuda y todavía se sentía vibrar
cuando entró la llamada. Soltó un gruñido, bloqueó el vídeo y respondió. Al cabo de
treinta segundos estaba buscando su ropa. La llamada se refería a un aviso anónimo
acerca de una disputa doméstica. La dirección era demasiado familiar.
—Es la casa de Holloway. No es un caso de disputa doméstica. Está muerto. Ha
seguido el patrón.
—Voy contigo. —Roarke ya había saltado de la cama y se estaba poniendo el
pantalón.
Ella iba a protestar, pero al final se encogió de hombros.
—De acuerdo. Tengo que añadir a Peabody en esto, y quizá no lo lleve muy bien.
Cuento contigo para que la apoyes, porque yo voy a tener que ser dura con ella para
mantenerla en su sitio.
—No envidio tu trabajo, teniente —dijo Roarke mientras se vestía en la
oscuridad.
—Ahora mismo, yo tampoco. —Sacó el comunicador y llamó a Peabody.

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Capítulo doce

Brent Holloway había vivido bien y había muerto mal. El mobiliario de su casa
delataba a un hombre que se conducía tanto por la moda como por la comodidad. Un
sofá enorme y repleto de unos cojines negros triangulares que parecían húmedos al
tacto dominaba el amplio salón Arriba, en el techo, había una pantalla que se
encontraba cerrada. En un armario que representaba la forma de una hembra bien
dotada desde el cuello a las rodillas había una cara colección de discos porno, alguno
de ellos legales y otros piratas.
A lo largo de una de las paredes se desplegaba una barra plateada repleta de
alcoholes caros y de drogas ilegales y baratas.
La cocina estaba completamente automatizada, era totalmente impersonal y
parecía haber sido utilizada muy raramente. También había una oficina con un
sistema informático de última generación, un holoteléfono y una sala de juegos
equipada con realidad virtual y cabina de levantar el ánimo. En un rincón había un
androide doméstico apagado y con los ojos cerrados.
Holloway se encontraba en la suite principal, tumbado encima de un colchón de
agua y aire, atado con una guirnalda plateada y con los ojos abiertos y ciegos
clavados en el dosel lleno de espejos. Le habían pintado el tatuaje en la parte baja del
vientre, y había cuatro pájaros cantores que se habían posado en la cadena plateada
que tenía alrededor del cuello y con la cual le habían estrangulado.
—Parece que hubiera ido a un centro de salud —comentó Eve. Tenía la nariz
solamente un poco hinchada. Los hematomas que hubiera podido tener habían sido
hábilmente disimulados con cosméticos.
Roarke se mantuvo apartado, sabiendo que no se le permitía la entrada en la
habitación. La había visto trabajar antes: competente, metódica y con una manera
amable, bajo la actitud profesional, de tratar a los muertos.
La observó mientras ella realizaba el habitual examen de campo para establecer la
hora de la muerte y lo grababa esperando a que llegaran Peabody y los técnicos de la
escena del crimen.
—Marcas de ataduras en ambas muñecas, ambos tobillos indican que la víctima
fue atada antes de la muerte. La muerte ocurrió a las 23:50 horas. Un hematoma en la
garganta indica que la causa de muerte fue estrangulación.
En ese momento sonó el interfono y ella levantó la vista.
—Yo le abriré la puerta —dijo Roarke.
—De acuerdo. ¿Roarke? —Dudó sólo un momento. Él estaba allí, después de
todo, y era hábil—: ¿Puedes reactivar al androide? ¿Puedes atravesar su
programación?
—Creo que puedo hacerlo.
—Sí. —Había muy poca cosa que él no pudiera hacer para romper un sistema de

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seguridad. Le tiró una lata de sellador—. Aplícatelo en las manos. No podemos tener
tus huellas digitales en él.
Él miró la lata con cierto desagrado, pero se la llevó.
Ella volvió a concentrarse en el cuerpo y continuó con su trabajo. Al cabo de un
momento, oyó una apagada conversación entre él y Peabody en la habitación de al
lado. Se dirigió hacia la puerta y esperó.
Peabody volvía a llevar el uniforme y llevaba la grabadora sujeta en la solapa. Se
había vuelto a peinar el pelo de la forma habitual, liso y enmarcándole el rostro. Y su
rostro se veía pálido, la expresión de sus ojos era de horror.
—Oh, mierda, Dallas.
—Dime si puedes enfrentarte a esto. Tengo que saberlo ahora, antes de que
entres.
Ella se había hecho a sí misma esa pregunta una y otra vez desde que había
recibido la llamada. Como todavía no estaba segura de la respuesta, clavó los ojos en
los de Eve:
—Mi trabajo es enfrentarme a ello. Lo sé.
—Yo te diré cuál es tu trabajo. Hay un androide. Puedes hacer eso. También
puedes comprobar los comunicadores y los discos de seguridad. Puedes empezar las
entrevistas puerta a puerta.
Eso era decirle que estaba fuera. Se odió a sí misma por desear aceptarlo, por
querer hacer cualquier cosa excepto entrar en la habitación.
—Prefiero trabajar en la escena del crimen, teniente.
Eve la observó un momento y asintió con la cabeza.
—Enciende la grabadora. —Se dio la vuelta y volvió al lado de la cama—. La
víctima es Holloway, Brent, identificación establecida por la oficial de la
investigación. El informe preliminar del cuerpo grabado por Dallas, teniente Eve.
Posterior grabación por Peabody, oficial Delia. Hora y supuesta causa de la muerte
establecidas.
Peabody sintió un retortijón en el estómago en cuanto se obligó a observar el
cuerpo.
—Está igual que los otros.
—Al parecer sí. Los abusos sexuales todavía no han sido confirmados, tampoco
se ha realizado el test de sustancias en la víctima. La piel expuesta a la vista muestra
restos de desinfectante. Todavía se puede oler.
Sacó el visor del equipo de campo, se lo colocó en la cabeza y ajustó la potencia
de las mirillas.
—Los técnicos de la escena del crimen llegan tarde —dijo, entre dientes—.
Apagar luces —ordenó, y los focos que iluminaban la cama se apagaron.
—Sí, le han rociado. Las pinceladas del tatuaje coinciden con las de las anteriores
víctimas. Es un buen trabajo manual —añadió, con la nariz casi pegada en el vientre
de Holloway—. ¿Qué tenemos aquí? Pásame las pinzas, Peabody. Tengo un

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fragmento de fibra aquí.
Sin levantar la vista, Eve alargó una mano y notó que Peabody le depositaba la
pequeña herramienta de metal en ella.
—Es blanco, y no parece hecho a mano. —Levantó la pequeña hebra y la observó
a través del visor de aumento—. Hay varias como ésta encima del cuerpo. Necesito
una bolsa. —Todavía no había acabado de decirlo, que Peabody ya le estaba
ofreciendo una—. Supongo que la barba de Santa Claus pierde, y esta vez él no ha
sido tan cuidadoso en limpiar antes de marcharse.
Con cuidado, Eve quitó las hebras blancas de encima del cuerpo y las metió en la
bolsita.
—Ha cometido el primer error. Toma el visor. —Eve se lo sacó—. Registra el
baño, todos los rincones. Vacía los sumideros y mete el contenido en bolsas. Lo
quiero todo. Encender luces —añadió—. El haber perdido a Cissy la otra noche le
trastornó, Peabody. Se está volviendo descuidado.

Cuando Eve dejó la habitación al equipo de la escena del crimen, había


encontrado más de una docena de cabellos, y pequeños restos de fibra. Tenía la
mirada oscurecida por la determinación. Fue a buscar a Roarke, que se encontraba
con el androide en la sala de juegos.
—¿Lo has puesto en marcha?
—Por supuesto. —Cómodamente sentado en la silla amoldable al cuerpo, hizo un
gesto en dirección al androide—. Rodney, te presento a la teniente Dallas.
—Teniente. —El androide era bajito y fornido, tenía un rostro agradable y una
voz aguda y hueca. Era evidente que Holloway no quería competencia, ni siquiera
con los aparatos electrónicos.
—¿A qué hora fuiste apagado esta noche?
—A las diez y tres minutos, poco después de que el señor Holloway volviera por
la noche. Él prefiere que esté desconectado a no ser que necesite mis servicios.
—Y no los necesitaba esta noche.
—Según parece, no.
—¿Tuvo alguna visita desde el momento en que llegó hasta que te desconectó?
—No. Si se me permite, le diré que esta noche no parecía que el señor Holloway
se encontrara de humor para tener compañía.
—¿Y eso?
—Parecía preocupado —afirmó el androide e, inmediatamente, cerró la boca.
—Rodney, esto es una investigación policial. Se espera de ti que ofrezcas una
respuesta completa a las preguntas.
—No lo comprendo. ¿Ha habido un robo?
—No, tu jefe está muerto. ¿Llamó alguien a la puerta antes de que volviera el
señor Holloway?

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—Comprendo. —Rodney se tomó un momento para ajustar los circuitos ante esa
nueva información—. No, no ha habido ninguna visita esta noche. El señor Holloway
tenía una cita fuera. Volvió a casa sobre las 21:50 horas y estaba enojado. Me
maldijo. Me di cuenta de que tenía algunos hematomas en la cara y le pregunté si le
podía ayudar en algo. Él me sugirió que me fuera a tomar por el culo, lo cual es una
función para la cual no estoy programado. Me ordenó que me fuera al infierno, lo
cual no era posible, y luego me dio la contraorden de que viniera a esta habitación y
me apagara para toda la noche. Estaba programado para encenderme a las siete de la
mañana.
Por el rabillo del ojo, Eve vio que Roarke sonreía. No le hizo caso.
—Tu jefe tiene sustancias ilegales y material pornográfico en el edificio.
—No estoy programado para realizar ningún comentario sobre estos temas.
—¿Recibía compañeros sexuales aquí?
—Sí.
—¿Hombres o mujeres?
—Ambos, y ocasionalmente al mismo tiempo.
—Estoy buscando a un hombre de un metro ochenta y tres, aproximadamente.
Creo que tiene las manos y los dedos largos. Probablemente, caucásico. De más de
treinta años de edad, pero probablemente no más de cincuenta. Tiene algún talento
artístico, y se interesa por el teatro.
—Lo siento. —Rodney inclinó la cabeza en un gesto educado—. Esa información
es insuficiente.
—No hace falta que me lo digas —repuso Eve entre dientes.

Eve esperó a que hubieran puesto el cuerpo en una bolsa y lo hubieran sacado.
—Aquí se perciben más cosas sobre este tipo de las que nos constan en el informe
—le dijo a Roarke—. Mira a tu alrededor, se ve. Tenía dinero, y le gustaba gastarlo
en su rostro y en su cuerpo. Le gustaba mirarse a sí mismo. —Observó la habitación
y vio que había espejos en casi todas las superficies—. Utiliza una agencia de citas, y
afirma que es heterosexual, pero su androide dice que era bisexual. La agencia de
citas realiza unos exámenes mejores que el Departamento de Control de Candidatos
del Ala Oeste de Washington, pero él les oculta todo esto. Le metió los dedos a
Peabody durante la primera cita. Si lo hizo una vez, es que lo hizo anteriormente,
pero como si nada.
Eve daba vueltas en la habitación y Roarke no dijo nada. Sabía que no tenía que
decir nada: ella le estaba utilizando como pared para lanzar sus ideas.
—Quizá esté conectado o con Rudy o con Piper. Un amante. O está apoyando
económicamente el negocio, o sabe algo de ellos que les obliga a hacer la vista gorda.
Este tipo no era un corazón solitario, era un pervertido. Ellos tenían que saberlo. Por
lo menos, uno de ellos tenía que saberlo.

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Hizo una pausa al lado de la cabina, vacía ahora ya que se habían llevado los
discos como prueba.
—Algunos eran trabajos caseros. Me pregunto a quién vamos a encontrar
haciendo cosas desagradables con Holloway.
Miró a Roarke. Estaban solos de momento, pero Peabody iba a volver en poco
rato. Eve se debatió un poco antes de tomar una decisión, pero al final pensó en los
cuatro cuerpos:
—Tengo que ir a medias con esto. No sé cuándo voy a llegar a casa.
Él lo sabía muy bien. Se acercó a ella y le puso una mano en la mejilla.
—¿Me lo quieres pedir o simplemente quieres que lo haga y te lo cuente cuando
ya esté hecho?
Ella exhaló con fuerza.
—Te lo pido. —Y se puso las manos en los bolsillos—. Investiga en la
información que Holloway dejó en los registros. Busca a fondo. Tú puedes encontrar
en cuestión de horas lo que Feeney tarda días. Él no puede tomar los atajos que tú
tomas. Y no dispongo de días. No quiero que ese cabronazo me ofrezca otro cuerpo
para meter en una bolsa.
—Te llamaré en cuanto tenga algo.
Él se lo hacía fácil, y eso sólo lo empeoraba.
—Te enviaré su informe cuando llegue a la Central —empezó ella, y entonces
cerró la boca con fuerza al ver que él sonreía.
—No hace falta que malgastes el tiempo, cuando puedo conseguirlo por mi
cuenta. —Se inclinó hacia delante y la besó—. Me encanta ayudarte.
—Simplemente, te encanta joder al Servicio de Vigilancia Informática y manejar
programas ilegales.
—Eso sólo es un beneficio añadido. —Le puso las manos en los hombros y se los
masajeó un momento en el punto donde se le acumulaba la tensión—. Si trabajas
hasta caerte de cansancio, me voy a enfadar.
—Todavía me tengo en pie. Necesito el coche, y no tengo tiempo de llevarte a
casa.
—Creo que conseguiré llegar. —Le dio otro beso y se dirigió hacia la puerta—.
Oh, por cierto, teniente. Tienes una cita con Trina a las seis esta tarde. Ella y Mavis
van a venir a casa.
—Oh, por el amor de Dios.
—Yo las atenderé si llegas un poco tarde. —Sin hacer caso de las maldiciones
que Eve soltó, salió.
Ella acabó de maldecir con un siseo, tomó el equipo de campo, llamó a Peabody y
selló la escena del crimen.
—Quiero llevar el cabello y la fibra al laboratorio y encenderle un fuego a
Capullo en los pies —dijo, mientras entraba en el vehículo—. Presionaremos al
forense, también, aunque no creo que el post mórtem nos diga nada que no sepamos.

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Dirigió una mirada de soslayo a su ayudante mientras conducía.
—Va a ser un día largo, Peabody. Quizá te convenga tomar algunos estimulantes
permitidos para continuar. Puedes pedir Alertol.
—Estoy bien.
—Necesito que estés fina. Quiero que te transformes y estés a punto a las nueve.
Tienes que hacerle tu numerito a Piper. Aguantaremos el nombre de Holloway tanto
tiempo como sea posible.
—Sé lo que tengo que hacer. —Peabody miraba a través de la ventana,
observando la noche. Había un único carrito en la esquina de la Novena, y el
vendedor se calentaba al calor de la parrilla.
—No me arrepiento de haberle roto la nariz —dijo, de forma abrupta—. Creí que
me arrepentiría. Pensé que cuando le viera allí y viera lo que le habían hecho, me
sentiría culpable.
—Eres una policía. Una buena policía.
—No quiero convertirme en el tipo de policía que ya no siente nada. —Volvió la
cabeza y observó el perfil de Eve—. Tú no lo eres. Ellos no son solamente objetos
para ti, son personas. No quiero dejar de recordar que son personas.
Eve miró a derecha y a izquierda mientras se acercaba a la luz roja, y al ver que el
camino estaba despejado, cruzó.
—No trabajarías conmigo si yo pensara que lo harías.
Peabody respiró lentamente y sintió que se le calmaba el estómago.
—Gracias.
—Dado que te sientes agradecida, contacta con Capullo. Dile que quiero su culo
en el laboratorio antes de que pase una hora.
Peabody sonrió, y cambió de postura en el asiento.
—No sé si me siento tan agradecida.
—Haz la llamada, Peabody. Si se queja, yo me pongo y le sobornaré con una caja
de cerveza irlandesa de Roarke. Capi tiene debilidad por ella.

Hicieron falta dos cajas y una amenaza de sacarle la lengua, pero a las tres de la
mañana, Capi llevaba la bata de laboratorio y examinaba cabellos y fibras.
Eve daba vueltas por el laboratorio, ladrándole al comunicador porque el
ayudante del forense reclamaba un sustituto por vacaciones para realizar las
autopsias.
—Mira, zángano, puedo llamar al comandante Whitney y hacer que te asen el
culo. Esto es Prioridad Uno. ¿Quieres que diga a los medios que mi investigación se
ha retrasado porque un ayudante de forense prefería leer las felicitaciones de Navidad
en lugar de realizar una incisión?
—Vamos, Dallas, estoy trabajando doble turno. Tengo los filetes apilados como

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ladrillos en los cajones.
—Pues pon mi ladrillo en la mesa y ten listo el informe a las seis en punto o voy a
presentarme allí para demostrarte lo que se siente cuando le hacen a uno una incisión
en forma de «Y».
Cortó la comunicación y se dio la vuelta.
—Dame algo, Capi.
—No me atosigues, Dallas. No me asustas. No veo ninguna etiqueta de Prioridad
Uno en estas pruebas.
—Las habrá a las nueve. —Siguió caminando y se pasó la mano por el pelo—.
No me he tomado mi café, Capi. Supongo que no querrás cruzarte conmigo en estos
momentos.
—Jesús, pues tómatelo. —Al otro lado de las microgafas, sus ojos se veían
grandes como los de una lechuza—. Voy a examinar esto, ¿de acuerdo? ¿Quieres que
lo haga deprisa o que lo haga bien?
—Quiero ambas cosas. —Como estaba desesperada, pidió una taza de la bazofia
que pasaba por café y se obligó a tragárselo.
—El cabello es humano —dijo él—. Tratado con fijador de salón y con un
desinfectante de hierbas.
Eso inquietó lo bastante a Eve como para tomar más café. Se acercó a él.
—Qué tipo de fijador, y para qué sirve.
—Para preservar el color y la textura. Evita que el blanco amarillee y que se
ponga duro. Dos de las muestras tienen un poco de adhesivo en uno de los extremos.
Esos cabellos probablemente pertenezcan a una barba. Una barba buena y cara. Es
pelo humano de verdad, y eso significa de alto nivel. Tengo que examinar un poco
más para determinar el adhesivo. Quizá pueda darte el nombre de la marca del fijador
si hago alguna otra prueba.
—¿Y qué me dices de las fibras, de lo que Peabody sacó de los sumideros?
—Jesús, no lo he hecho todavía. No soy un androide.
—Está bien. —Ella se apretó los ojos con los dedos—. Tengo que ir al depósito
de cadáveres, y asegurarme de que Holloway está encima de la mesa. Dickie. —Le
puso una mano en el hombro. Ese tipo era un fastidio, pero era el mejor—. Necesito
todo lo que puedas conseguir, y lo necesito pronto. Ese tipo se ha llevado a cuatro, y
ya está buscando al número cinco.
—Lo tendré muchísimo más rápido si dejas de respirar encima de mi nunca.
—Me voy. Peabody.
—Sí, teniente. —Peabody se despertó del amodorramiento, sentada en una de las
sillas del laboratorio, y parpadeó, confusa.
—Nos vamos —dijo Eve, lacónica—. Capi, cuento contigo.
—Sí, sí. ¿Sabes que no he recibido mi invitación para tu pequeña fiesta de
mañana por la noche? —Sonrió ligeramente—. Debe de haberse perdido.
—Me ocuparé de que la encuentren, después de que me hayas dado lo que

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necesito.
—Lo tendrás. —Complacido, se dio la vuelta y se concentró en su trabajo.
—Pequeño capullo avaricioso. Toma. —Eve le puso un vaso con café a Peabody
en la mano mientras se dirigían fuera, hacia el coche—. Bébetelo. O bien te
despertará o te matará.
Eve dio la lata al ayudante del forense hasta que éste le confirmó la causa de la
muerte. Se quedó pegada a él y mirando por encima de su hombro hasta que él hubo
realizado el examen toxicológico y le informó de que había tranquilizantes permitidos
en el organismo de Holloway.
Cuando hubo vuelto a la Central, le ordenó a Peabody que se fuera a la zona
conocida habitualmente como Centro Vacacional. Consistía en una habitación oscura
que tenía tres literas de dos camas.
Mientras su ayudante dormía, Eve se instaló en su oficina y escribió los informes.
Envió las copias necesarias, tomó más café y comió lo que debía de haber sido un
pastel de arándanos de la máquina.
Todavía no había amanecido cuando sonó su comunicador y la imagen de Roarke
llenó la pantalla.
—Teniente, estás tan pálida que casi eres transparente.
—Pues soy sólida.
—Tengo una cosa para ti.
El corazón le latió más deprisa. Él sabía que no podía decir nada más durante una
llamada grabada.
—Intentaré llegar a casa dentro de poco. Peabody va a dormir un par de horas
más.
—Tú también necesitas dormir.
—Sí. Ya casi he hecho todo lo que podía hacer aquí. Voy hacia allá.
—Te esperaré despierto.
Ella colgó y dejó una breve nota a Peabody por si se levantaba antes de que Eve
volviera. Cuando ya estaba en el coche y se dirigía hacia su casa, llamó otra vez al
laboratorio.
—¿Alguna otra cosa para mí?
—Jesús, eres implacable. He localizado tu fibra. Es una mezcla de poliéster de
marca Wulstrong. Imitación de lana, que es común en abrigos y jerséis. Éste estaba
teñido de rojo.
—¿Como el traje de Santa Claus?
—Sí, pero no uno de los que tocan la campana. Esos pobres cabrones no pueden
permitirse ese precio ni esa calidad. Esto es material bueno, lo mejor después de la
lana. Los fabricantes afirman que es mejor, más caliente, que dura más y bla, bla, bla.
Eso son tonterías porque nada es mejor que lo que es auténtico. Pero éste es bueno,
caro. Igual que el cabello. Tu tipo no está preocupado por los créditos.
—Bien. Buen trabajo, Capi.

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—¿Has encontrado mi invitación, Dallas?
—Sí, se me cayó detrás del escritorio.
—Esas cosas pasan.
—Consígueme los resultados de los sumideros, Capi, y te las haré llegar.
Eve observó como el amanecer flirteaba con el cielo del oeste mientras se dirigía
hacia casa.

Sabía dónde encontrar a Roarke: en una habitación que no debería existir y


manejando un equipo del que ella no debería conocer la existencia. No hizo caso del
temblor de piernas que sintió, de esa reacción propia de una policía, mientras se
acercaba a la habitación y depositaba la palma de la mano en el lector.
—Dallas, teniente Eve.
La palma de su mano y su voz fueron rápidamente analizadas y se le permitió la
entrada.
Él había dejado las cortinas de la amplia ventana de cristal abiertas. El cristal
estaba tintado: nadie podía ver nada dentro. La habitación era grande, el suelo era de
un elegante mármol y las paredes estaban repletas de piezas de arte, menos una, que
estaba dominada por varias pantallas.
Ahora todas ellas estaban apagadas menos una. En ella, Roarke repasaba los
informes de sus acciones sentado detrás de la brillante consola en forma de «U» y
jugaba con un ordenador no registrado.
—Has sido más rápido de lo que pensé.
—No había tantas capas que atravesar. —Hizo un gesto hacia una silla que había
a su lado—. Siéntate, Eve.
—¿Y eran lo bastante delgadas para que pueda decir que las he atravesado yo?
¿Para que pueda decir que lo he averiguado yo sin que eso signifique falsear el
informe?
Su policía, pensó Roarke con afecto, siempre se preocupaba por esas nimiedades.
—Si hubieras sabido dónde tenías que mirar, qué era lo que tenías que preguntar,
sí. E imagino que lo habrías sabido si hubieras tenido un día o dos más. Siéntate —
repitió, y esta vez la tomó de la mano y la hizo sentar en la silla.
Se había recogido el pelo detrás, lo cual siempre hacía que Eve deseara soltárselo
desatándole la fina tira de cuero. Se había subido las mangas del suéter negro. Eve se
dio cuenta de que le estaba mirando las manos, de que pensaba en esas manos.
Fantásticas y sensibles manos. Se dio cuenta de que la mente le divagaba y se obligó
a centrarse.
Cuando volvió a ver con claridad, se dio cuenta de que él había acercado el rostro,
y de que una de esas fantásticas y sensibles manos le sujetaba la barbilla y que el
pulgar le acariciaba el hoyuelo.
—Casi te habías ido del todo, ¿verdad?

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—Estaba sólo… pensando.
—Ajá. Pensando. Voy a hacer un trato contigo, teniente. Te voy a pasar lo que he
averiguado si, a cambio, prometes estar aquí a las seis esta tarde. Te tomarás un
tranquilizante…
—Eh, no pienso hacer tratos a cambio de información.
—Lo vas a hacer si quieres la información. Puedo borrarla. —Alargó la mano y la
dejó colgando encima de unos controles que ella no supo identificar—. Estarás aquí y
te tomarás un tranquilizante —repitió—, y dejarás que Trina te haga un tratamiento
completo.
—No tengo tiempo para un absurdo corte de pelo.
No era el estilo del pelo en lo que él estaba pensando, sino en un masaje corporal
y en el programa de relajación que pensaba acordar con Trina.
—Ése es el trato. Tómalo o déjalo.
—Tengo cuatro discos de asesinatos en mi escritorio.
—Justo en este momento, no me importa en absoluto que puedas tener
cuatrocientos. Sean cuales sean tus prioridades, ahora te tengo. Ése es mi precio.
¿Quieres la información?
—Eres peor que Capullo.
—¿Perdón?
Ella soltó una carcajada al detectar el tono de ofensa en su voz. Se frotó el rostro
con las manos. Realmente odiaba que él tuviera razón. Estaba demasiado agotada.
—De acuerdo. Acepto el trato. ¿Qué has averiguado?
Él frunció el ceño un momento, bajó la mano y se volvió hacia la pantalla de la
pared.
—Guardar datos de la pantalla cuatro, apagar pantalla. Cargar archivo Holloway
en todas las pantallas. Nuestro amigo realizó un caro cambio de identidad hace cuatro
años. Su nombre de nacimiento…
—John B. Boyd. Mierda. —Se puso en pie y se acercó hasta la pantalla para leer
el primero de los varios informes de policía—. Acosador sexual, cargos por
violación. Retirados por la víctima. Relaciones sexuales por coerción, condenado.
Seis meses de tratamiento psiquiátrico y servicios comunitarios. Tonterías. Posesión
de parafernalia sexual ilegal. Tratamiento voluntario por obsesión sexual.
Tratamiento completo, registros sellados. A la mierda con eso. Ese tío era un
retorcido y el sistema lo pasó por alto.
—Tenía dinero —señaló Roarke—. Es fácil comprar la exención de cargos de
mediana importancia. Él despejó su camino y ha acabado sodomizado y estrangulado.
¿Ironía, Eve, o justicia?
—Debería haberse hecho justicia en los tribunales —replicó ella, cortante—. Me
importa una mierda la ironía. ¿Encontraron esto en Personalmente Tuyo en su
examen?
—Yo lo habría encontrado. —Se encogió de hombros—. Depende de lo

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minucioso que uno sea, pero ya te he dicho que sólo había que escarbar un poco. Y
un examen completo lo hubiera descubierto. Sellar los registros solamente le protege
ante un empleado común o un examen de crédito.
—¿Conseguiste sus registros financieros?
—Por supuesto. Finanzas del sujeto, pantalla seis. Se ve que económicamente lo
hizo muy bien, con su trabajo. Tenía un agente de bolsa decente que invertía bien. Le
gustaba gastar, pero tenía para gastar. A pesar de ello, hay algunos depósitos
razonablemente buenos que están más allá de sus ingresos como modelo y de sus
dividendos por inversiones. Diez mil en intervalos de tres meses durante un período
de dos años.
—Sí. —Volvió a acercarse a la pantalla—. Lo veo. ¿Pudiste averiguar de dónde
proceden?
—Me pregunto por qué te tolero estos pequeños insultos. —Se limitó a suspirar al
ver que ella le miraba con el ceño fruncido—. Naturalmente. Fueron transferencias
electrónicas, procedentes de varias fuentes en un intento bastante bueno de esconder
el origen. A pesar de ello, todas conducen a un punto.
Ella asintió con la cabeza.
—Personalmente Tuyo.
—Eres una detective excelente.
—Así que les estaba haciendo chantaje. O a uno de ellos. ¿Tienes las iniciales del
nombre que autorizó las transferencias?
—La cuenta está a nombre de ambos. Tanto hubiera podido ser Piper como Rudy.
Su cuenta tiene un código clave en lugar de una firma.
—Está bien, eso me ofrece motivos suficientes para traerles a Interrogatorios y
ablandarles un poco. —Respiró profundamente—. Dejaré que Peabody vaya a verles
primero, que les sacuda un poco. Luego entraré yo.
—Pero asegúrate de que estarás en casa a las seis.
Impaciente, ella se volvió hacia él. El sol se estaba levantando y la luz se colaba
por el cristal tratado, acentuando sus pálidas mejillas y las ojeras de los ojos.
—Hice el trato. Lo mantendré.
—Por supuesto que lo harás. —Aunque tuviera que ir él personalmente a la
Central de Policía y llevársela.

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Capítulo trece

Eve decidió que la mejor estrategia consistía en disparar con fuerza y limpieza
contra sus blancos mientras éstos todavía estuvieran heridos. Si Peabody lo hacía
bien, Rudy y Piper estarían agitados y se estarían ocupando frenéticamente de evitar
la mala publicidad y la posibilidad de que una cliente horrorizada les llevara a juicio.
Cuando Peabody saliera, pensó Eve, ella entraría.
A las nueve y media estaba en el salón y le mostraba la fotografía de Holloway a
la recepcionista. Si había calculado bien el tiempo, estaría terminando en el momento
en que Peabody entraría para darle la señal.
—Claro, conozco al señor Holloway. Tenía una sesión semanal y una completa
cada mes.
—¿Cada semana para qué?
—Cabello, tratamiento facial, manicura, masaje y relajación con aromaterapia. —
Yvette, amigable y colaboradora ahora, se inclinó sobre el mostrador y dejó escapar
un pequeño suspiro al observar de nuevo la foto de Holloway—. Ese tipo tiene una
fachada magnífica, y sabía cómo mantenerla. Una vez al mes se hacía un tratamiento
completo, todo el día.
—¿Siempre el mismo asesor?
—Oh, claro, no quería a nadie que no fuera Simon. Hace unos meses Simon se
tomó vacaciones. El señor Holloway montó una buena aquí mismo, en la zona de
espera. Le ofrecimos una sesión gratis en la cabina para levantar el ánimo o un O
Deluxe para que se tranquilizara.
—¿O Deluxe?
—«O» de orgasmo, querida. Habitación privada, con posibilidad de realidad
virtual, holograma o acompañante con licencia androide. No podemos tener
acompañantes humanos, pero disponemos de todas las alternativas. El Deluxe cuesta
quinientos, pero valía la pena. Hay que tener felices a los clientes. Un cliente como
Holloway deja unos cinco mil al mes aquí, sin contar la compra de productos.
—Y no hay nada como un O Deluxe para que el cliente quede satisfecho.
—Exacto. —Sonrió, agradecida de que Eve no mantuviera resentimiento contra
ella—. Bueno, ¿ha hecho algo?
—Se podría decir así. Pero no lo va a volver a hacer. ¿Está Simon por aquí?
—Está en el Estudio Tres. No creo que quiera volver allí —empezó, pero Eve la
cortó.
—Sí quiero.
Eve atravesó el pequeño vestíbulo y atravesó unas puertas de cristal esmerilado
con unos grabados de unas siluetas humanas perfectas.
Se oían voces apagadas y música, el sonido del agua, el canto de los pájaros y el
silbido de la brisa. Olía a eucalipto, rosa y musgo del bosque.

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A ambos lados había unas puertas pintadas de colores pasteles. A través de una de
ellas, abierta, vio una mesa acolchada y un complicado equipo, bañeras, espejos y un
pequeño centro informático. Todo ello recordaba desagradablemente a un centro de
salud.
Continuó hacia delante y se abrió otra puerta por donde salieron una asistente de
uniforme blanco y una mujer cubierta de pies a cabeza con una pasta verde.
—¿El Estudio Tres?
—El pasillo de la izquierda, la puerta está señalizada.
—Ajá. —Eve se quedó observando a la asesora conducir a su cliente hacia otra
área mientras le decía que diez minutos en la Sala del Desierto la convertirían en una
mujer nueva.
Eve tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para no estremecerse de horror.
En un punto donde el pasillo se bifurcaba, vio una gran bañera de burbujas
rodeada por unos cerezos en miniatura. Tres mujeres se estaban relajando en ella: sus
pechos flotaban alegremente entre la espuma de un color rosado azucarado.
Había otra mujer que reposaba sola, sumergida hasta la barbilla en el denso y
verde fluido de una cabina sensora. Más allá de ella, en lo que Eve imaginó era la
zona húmeda, había una piscina estrecha llamada La Zambullida, en la cual el agua
de un azul límpido, se mantenía a medio grado de temperatura. Sólo de mirarla, a Eve
le castañeteaban los dientes.
Giró a la izquierda. Llamó con un golpe rápido a la puerta azul número tres y
entró. No supo quién se sorprendió más, si ella, Simon o McNab quien, reclinado en
una butaca de relajación, tenía el rostro cubierto con lo que parecía ser un barro
negro.
—Esto es una zona de tratamiento. —Con un vigoroso movimiento de manos,
Simon se apresuró a impedirle la entrada—. No se le permite entrar aquí mientras
estoy trabajando. Fuera, fuera, fuera.
—Tengo que hablar con usted. Sólo serán un par de minutos.
—Estoy trabajando aquí. —Simon levantó ambas manos abiertas de las cuales
salieron disparados unos gotones de barro.
—Dos minutos —repitió ella y tuvo que reprimir drásticamente las ganas de reír
al ver que McNab levantaba los ojos al cielo con gesto dramático a espaldas de
Simon.
—Fuera, fuera —volvió a decir él mientras cogía una toalla—. Lo siento mucho
—le dijo a McNab—. La mascarilla tiene que reposar, en cualquier caso. Por favor,
relájese y deje descansar la mente. Va a ser sólo un momento.
—No hay problema —dio McNab.
—No, no, silencio. —Con una sonrisa benevolente, Simon se llevó un dedo a los
labios—. No hable. Relaje el rostro por completo, vacíe su mente. Éste momento es
para usted. Ahora, cierre los ojos e imagine que todas las impurezas se evaporan.
Estoy fuera.

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La sonrisa se le borró de la cara en el mismo momento en que cerró la puerta y
miró a Eve.
—No voy a permitir que moleste a mis clientes.
—Lo siento. Pero uno de sus clientes ha sufrido unas serias molestias la noche
pasada. Ya no va a venir nunca más a su visita mensual.
—¿De qué está usted hablando?
—Holloway. Brent Holloway. Está muerto.
—¿Muerto? ¿Brent? —Simon se apoyó en la brillante pared y se llevó la mano
que no se había terminado de limpiar hasta el corazón—. Pero hace solamente unos
días que le vi. Debe de haber un error.
—Le he visto esta mañana, en un cajón del depósito de cadáveres. No es ningún
error.
—No puedo… respirar. —Simon se apresuró pasillo abajo, la bata flotando detrás
de él. Eve fue a encontrarle en la zona de espera, donde se había dejado caer en un
asiento de seda y se encontraba con la cabeza entre las rodillas.
—No sabía que estaban tan cerca el uno del otro.
—Soy su… era su asesor. Nadie, ni siquiera una esposa, es más íntimo.
Ella intentó pensar en la intimidad con Trina y tuvo que reprimir un escalofrío.
—Siento mucho su pérdida, Simon. ¿Quiere tomar algo? ¿Agua?
—Sí, no. Oh, Dios mío. —Levantó la cabeza y alargó la mano para activar la
pantalla desplegable de refrescos de la mesa que tenía a su lado. Su rostro tenía un
color ceniciento enfermizo, enmarcado por el brillante pelo rojizo—. Necesito un
tranquilizante. Camamilla, helada. —Luego se apoyó en el respaldo y cerró los ojos
—. ¿Cómo sucedió?
—Lo estamos investigando. Hábleme de él, dígame con quién tenía relación.
—Era un hombre muy exigente. Yo respetaba eso en él. Sabía exactamente qué
aspecto quería ofrecer, y estaba absolutamente dedicado a mantener su rostro y su
cuerpo. Oh, Dios. —Tomó el vaso alto y delgado del dispensador en el mismo
momento en que éste se lo sirvió—. Lo siento, querida. Permítame sólo un momento.
Bebió concienzudamente, respirando a intervalos regulares entre trago y trago.
Recuperó en parte el color normal del rostro.
—Nunca perdía una cita, y me mandaba a muchos clientes. Él valoraba mi
trabajo.
—¿Tenía alguna relación con alguien de aquí a un nivel personal? ¿Estilistas,
asesores, otros clientes?
—No está permitido que nuestro personal se relacione con la clientela. En cuanto
a los otros clientes, no recuerdo que él mencionara a ninguno. Le gustaban las
mujeres. Tenía una vida sexual variada y satisfactoria.
—¿Le habló de eso?
—Lo que se habla entre cliente y asesor es absolutamente sagrado. —Sorbió por
la nariz y dejó el vaso vacío a un lado.

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—¿Le gustaban los hombres también?
Simon apretó los labios.
—Nunca manifestó ningún interés por las relaciones con el mismo sexo. No me
siento cómodo con estas preguntas, teniente.
—Holloway tampoco está muy cómodo ahora. —Esperó un instante, vio que
Simon reflexionaba y asentía con la cabeza.
—Tiene razón. Por supuesto, tiene razón. Le pido disculpas. Es la conmoción.
—¿Alguno de los empleados masculinos mostró algún tipo de interés en él, de
tipo romántico o sexual?
—No. Por lo menos… la verdad es que nunca percibí ningún signo ni ninguna
vibración, si puedo decirlo así. Este tipo de comportamiento está fuertemente
desaprobado aquí. Somos profesionales.
—Bien. ¿Quién de entre los empleados realiza los tatuajes manuales?
Él soltó un suspiro sonoro y prolongado.
—Tenemos varios asesores que son excelentes artistas corporales.
—Nombres, Simon.
—Pregúntele a Yvette, en el mostrador. Ella le dirá lo que quiere saber. Yo debo
volver con mi cliente. —Se presionó los ojos con los dedos de la mano—. No puedo
permitir que mis sentimientos personales interfieran en mi trabajo. Teniente… —
Simon dejó caer la mano en el regazo y la miró con ojos oscuros y húmedos—. Brent
no tenía familia. ¿Qué va a pasar con su…? ¿Qué le va a pasar?
—La administración se ocupará de él, si no hay nadie que lo haga.
—No, eso no estaría bien. —Apretó los labios y se puso en pie—. Me gustaría
disponer un par de cosas, si se me permite. Será la última cosa que haga por él.
—Podemos hacerlo. Tendrá que venir al depósito de cadáveres y rellenar algunos
impresos.
—Al depó… —Le temblaron los labios, pero respiró y asintió—. Sí, lo haré.
—Les diré que va a ir. —Dado que parecía tan afectado, añadió—: No tendrá que
verle, Simon. Ya hemos realizado la identificación. Simplemente, tendrá que
presentar la solicitud y ellos enviarán el cuerpo a la funeraria que usted elija.
—Oh —dijo precipitadamente—. Gracias. Mi cliente me espera —añadió,
abatido—. No se ha cuidado la piel. Por suerte es joven, así que todavía tengo la
oportunidad de ayudarle. Nuestro deber consiste en ofrecer un aspecto atractivo. La
belleza tranquiliza el alma.
—Sí. Vaya a cuidar de su cliente, Simon. Estaremos en contacto.
Eve se fue y justo estaba sacando una copia impresa de los nombres que le había
facilitado Yvette cuando entró Peabody. Estaba ruborizada y ojerosa, pero le dirigió
un rápido saludo con la cabeza antes de dirigirse a la recepcionista.
—Tengo un vale de Personalmente Tuyo —empezó—. Para un Plan Día de
Diamante.
—Oh, ése es el mejor que tenemos. —Yvette le dedicó una luminosa sonrisa—. Y,

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querida, se la ve agotada. Eso es exactamente lo que necesita. La vamos a dejar como
nueva.
—Gracias. —Se alejó, mostrando interés por examinar un armario de cristal
repleto de coloridas botellas que garantizaban belleza y vitalidad si se usaban de
forma regular. Con rapidez y en susurros, le comunicó el informe a Eve.
—Ambos se mostraron aturdidos e intentaron justificarlo. Intentaron
convencerme de que yo lo había interpretado mal. —Reprimió un gesto de desdén—.
Adoptaron la actitud de aplacar al cliente, tal y como estaba previsto. Prometieron
ocuparse del asunto inmediatamente y me ofrecieron una segunda consulta gratis
además de este vale. Vi la factura. El Día de Diamante cuesta cinco mil. No mordí el
anzuelo. Les dije que me iba a tomar el día de descanso para tranquilizarme y que
después iría a hablar con mi abogado.
—Buen trabajo. Habla con todos los asesores que puedas mientras te embadurnan
y te frotan. Saca el nombre de Holloway. Quiero reacciones, cotilleos, opiniones.
Asegúrate de que hablas con asesores masculinos de este tema.
—Cualquier cosa por el trabajo, teniente.
—¿Señorita Peabody?
Peabody se volvió y pensó que la mandíbula le tocaría la punta de los zapatos. Se
encontraba frente al dios de oro.
—Yo… esto. ¿Sí?
—Soy Anton. La voy a acompañar durante la cura herbal de desintoxicación.
¿Quiere acompañarme?
—Oh, sí. —Peabody miró a Eve de reojo con expresión significativa y se dirigió
al piso de oficinas de Personalmente Tuyo.
—Rudy y Piper no están disponibles —anunció la recepcionista con un tono lo
bastante impertinente para poner en guardia a Eve.
—Oh, pues van a querer estar disponibles. —De un golpe, puso la placa encima
del mostrador—. Créame.
—Ya sé quién es usted, teniente. Rudy y Piper no están disponibles. Si quiere
usted concertar una cita, me encantará ayudarla.
Eve se apoyó en el mostrador con gesto amigable.
—¿Ha oído alguna vez la expresión «obstrucción a la justicia»?
La mujer la miró con inquietud.
—Sólo estoy haciendo mi trabajo.
—Lo que hay es lo siguiente: o me permite ver a sus jefes ahora mismo o me la
voy a llevar a la Central de Policía y la acusaré de obstrucción, de resistencia a un
oficial y de estupidez. Dispone de diez segundos para decidir si quiere jugar a eso.
—Discúlpeme. —La mujer se volvió, activó el micrófono de los auriculares y
murmuró algo rápidamente. Cuando volvió a darse la vuelta, su rostro tenía una
expresión tensa—. Va a pasar directamente, teniente.
—Eso es. No ha sido una decisión tan difícil, ¿verdad?

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Eve se guardó la placa en el bolsillo y se dirigió hacia las puertas de cristal.
Encontró a Rudy y a Piper en la puerta de su oficina.
—¿Era necesario amenazar a nuestra recepcionista? —preguntó Rudy.
—Sí. ¿Tenían alguna razón para evitarme esta mañana?
—Estamos muy ocupados.
—Pues van a estarlo más. Tienen que acompañarme.
—¿Acompañarla? —Piper llevó una mano hasta el brazo de Rudy—. ¿Por qué?
¿Adónde?
—A la Central de Policía. Brent Holloway fue asesinado ayer por la noche, y
tenemos muchas cosas de qué hablar.
—¿Asesinado? —Piper se tambaleó y hubiera caído al suelo si Rudy no la
hubiera sujetado inmediatamente—. Oh, Dios. Oh, Dios mío. ¿Igual que los otros?
¿Ha sido igual que con los otros? Rudy.
—Calla ahora. —Atrajo a su hermana hacia sí sin apartar los ojos de los de Eve
—. No es necesario ir a la Central.
—Bueno, en eso es en lo que no estamos de acuerdo. Tienen dos opciones. O bien
me acompañan voluntariamente o llamo a un par de policías para que vengan y les
escolten.
—No es posible que tenga ningún motivo de arresto contra ninguno de nosotros.
—No están siendo arrestados ni acusados en este momento. Pero sí se les exige
que vengan, bajo petición mía, para someterse a un interrogatorio oficial.
Rudy, con Piper apoyada contra él y temblando, exhaló.
—Voy a contactar con nuestros abogados.
—Podemos hacerlo desde el centro de la ciudad.

—De acuerdo, les separaremos —le dijo Eve a Feeney mientras observaban a
Piper a través del cristal. Piper estaba sentada ante la pequeña y rayada mesa de la
Sala de Interrogatorios A y se balanceaba en la silla mientras uno de los abogados le
decía algo en voz baja—. Podríamos hacerlo en equipo, pero creo que sacaremos más
si cada uno de nosotros se encarga de uno de ellos. ¿Quieres encargarte de ella o de
Rudy?
Feeney lo pensó un momento, apretando los labios.
—Yo empezaré con él. Propongo que luego cambiemos, que les confundamos un
poco cuando hayan pillado el ritmo. Si alguno de ellos titubea lo bastante, entonces lo
hacemos en equipo.
—De acuerdo. ¿Ha dicho algo McNab?
—Acaba de hacerlo. Está a punto de terminar en el salón. Estará aquí con el
informe preparado antes de que hayamos terminado.
—Dile que se quede ahí. Si conseguimos lo suficiente aquí, quizá podamos
conseguir una orden para intervenir su sistema informático. Si podemos entrar en su

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máquina, quizá descubramos algo.
Si no, pensó, tendría que pedirle a Roarke que hiciera magia otra vez.
—Llama cuando quieras cambiar —le dijo a Feeney.
—Lo mismo.
Eve abrió de un empujón la puerta de la sala de interrogatorios y entró.
Inmediatamente, el abogado se puso en pie y sacó pecho antes de empezar con la
cantinela de siempre.
—Teniente, esto es un escándalo. Mi cliente está alterada, emocionalmente
consternada. No tiene ningún motivo para exigir este interrogatorio en este momento.
—Si quiere impedirlo, consiga una orden judicial. Encender grabadora. Dallas,
teniente Eve, ID 5347BQ, interrogadora. Sujeto, Piper Hoffman. Primero, fecha y
hora. La interrogada ha solicitado representación legal. El abogado está presente. Este
procedimiento está siendo grabado. A la sujeto Hoffman se le han leído sus derechos.
¿Comprende usted cuáles son sus derechos y obligaciones, señorita Hoffman?
Piper miró a su abogado y esperó a que él asintiera con la cabeza.
—Sí.
—¿Conocía usted a Brent Holloway?
Ella asintió con un gesto de cabeza.
—Que quede constancia de que la interrogada ha contestado afirmativamente. ¿Él
era un cliente suyo en Personalmente Tuyo?
—Sí.
—Y a través de ese servicio, usted emparejó al fallecido con clientes femeninas.
—Ése… ése es el objetivo, juntar parejas con intereses y objetivos comunes,
ofrecerles la oportunidad de conocerse y de explorar la posibilidad de mantener una
relación.
—¿Relaciones románticas y también sexuales?
—El tipo de relación que mantengan depende de cada pareja o cliente.
—Y esos clientes son examinados antes de que acepten su solicitud, antes de que
paguen los honorarios, antes de que les incluyan en una lista de parejas.
—Son examinados cuidadosamente. —Piper pareció respirar aliviada ante el
curso del interrogatorio. Enderezó un poco la espalda y se apartó el pelo plateado del
rostro con sus largos dedos—. Es responsabilidad nuestra que nuestros clientes
cumplan ciertos requisitos.
—¿Esos requisitos aceptan a agresores sexuales? ¿Agresores sexuales
condenados?
—Por supuesto que no. —Adoptó una pose remilgada, con la cabeza alta y los
labios apretados.
—¿Es ésa la política de su empresa?
—Una política muy estricta.
—Pero hicieron una excepción con Brent Holloway.
—Yo… —Las manos de Piper, que se encontraban pulcramente unidas encima de

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la mesa, se pusieron blancas alrededor de los nudillos—. No sé a qué… —Se
interrumpió y miró con expresión desvalida a su abogado.
—Mi cliente ya le ha explicado cuál es la política de su empresa en esta área,
teniente. Por favor, continúe.
—Brent Holloway fue condenado por coerción sexual, fue denunciado más de
una vez por abusos sexuales, acoso y perversión. —Eve habló deprisa y el rostro de
Piper perdió todo su color—. Usted ha afirmado que sus clientes son cuidadosamente
examinados, ha explicado cuál es su política en esta área. Le estoy preguntando por
qué eximieron a Holloway de esta política.
—Nosotros… yo… no lo hicimos. —Empezó a retorcerse los dedos de las manos,
y en sus ojos apareció una expresión parecida al miedo—. No tenemos constancia de
esa información acerca de Brent Holloway.
—Quizá reconozca el nombre de John B. Boyd. —Eve conocía el rostro de Piper
y por eso lo vio: el temblor de reconocimiento, la sombra de la culpa—. Su sistema es
excelente. Así que cuéntemelo. Hubiera sido responsabilidad suya realizar una
búsqueda de este tipo de información acerca de un solicitante. ¿Es que su empresa es
irresponsable o es inepta, señorita Hoffman?
—No me gusta el tono de esta pregunta —protestó el abogado.
—Queda constancia en la grabación. ¿Cuál es su respuesta, Piper?
—No sé qué sucedió. —Su respiración era agitada ahora, y tenía las manos
cruzadas sobre sus hermosos pechos—. No lo sé.
«Oh, sí —pensó Eve—. Sí que lo sabes, y te aterroriza.»
—Cuatro clientes de su servicio han muerto. Cuatro. Cada uno de ellos acudió a
ustedes, y cada uno de ellos resultó aterrorizado, violado y estrangulado.
—Es una terrible, terrible, coincidencia. Es sólo una coincidencia. —Piper había
empezado a temblar, y respiraba con dificultad y agitación—. Rudy lo dijo.
—No me lo creo. —Eve lo dijo con suavidad mientras se inclinaba hacia ella—.
Y usted no se lo ha creído ni por un minuto. Están muertos. —Brutalmente, dejó
cuatro fotos encima de la mesa. Las imágenes de las escenas de los crímenes eran
vividas y crueles—. Esto no parece una coincidencia, ¿verdad?
—Oh, Dios. Oh, Dios. —Se cubrió el rostro con las manos—. No, no, no. Voy a
ponerme enferma.
—Esto ha estado fuera de lugar. —El abogado se puso en pie inmediatamente con
las mejillas encendidas por la furia.
—Lo que está fuera de lugar son estos asesinatos —replicó Eve, poniéndose en
pie—. Voy a darle cinco minutos a su cliente para que se recupere. Apagar grabadora.
—Les dio la espalda y salió.
Mientras les observaba desde el otro lado del cristal, llamó a Feeney con el
comunicador.
—La tengo al filo —le dijo en cuanto él llegó a su lado—. Dale el último
empujón. Yo me mostraría suave, comprensivo, como si fuera su tío.

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—Tú siempre haces de poli malo —se quejó Feeney.
—Se me da mejor. Dale unos golpecitos en la mano y pregúntale por qué le
estaban pagando a Holloway. Yo no he llegado a eso.
—Está bien. Rudy se mantiene terco. Tiene una actitud insolente, si quieres mi
opinión. Es un pequeño capullo arrogante.
—Bien. Estoy de humor para darle una patada a un capullo. —Agarró la bolsa de
frutos secos de Feeney y sacó un puñado—. Ella afirma que no sabe nada de los
antecedentes de Holloway. Está mintiendo, pero eso quizá nos permita entrar en su
sistema informático. Intentaré conseguir una orden antes de ocuparme de Rudy.
Eve se tomó el tiempo necesario para hacer eso y para tomar un rápido trago de
café antes de entrar en la Sala de Interrogatorios B.
—Encender grabadora —ordenó—. El interrogatorio continúa con Dallas,
teniente Eve. Inicializar hora y fecha.
Se sentó y sonrió a Rudy y al abogado que se encontraba a su lado.
—Bueno, chicos, empecemos.
Le sometió al mismo proceso que había utilizado con Piper, pero Rudy, en lugar
de empalidecer y de temblar, pareció endurecerse y tensarse más.
—Me gustaría ver a mi hermana —dijo de repente, interrumpiéndola.
—Su hermana está siendo interrogada.
—Es delicada. Tiene las emociones muy a flor de piel. Todo este feo asunto le va
a hacer daño.
—Tenemos a cuatro personas que han sufrido un daño mucho mayor en esto,
campeón. ¿Es que le preocupa lo que Piper pueda decir allí dentro? Yo he hablado
con ella hace sólo un momento. —La intuición le hizo encogerse de hombros y
apoyarse hacia atrás para añadir—: No lo está llevando muy bien. Le va a ir mejor
cuando usted nos aclare un poco las cosas.
Eve observó que él cerraba los puños y se preguntó qué diría Mira acerca de su
potencial violento.
—Deberían permitirle descansar. —Pronunció esas palabras en tono cortante, y
sus exóticos ojos verdes de gato le dedicaron una expresión impasible—. Que se
tomara un tranquilizante y que dispusiera de una pausa para meditar.
—No se nos da muy bien el tema de la meditación por aquí. Y ella está con su
abogado, igual que usted está con el suyo. Imagino que ustedes dos están muy unidos
al ser gemelos.
—Naturalmente.
—¿Holloway intentó alguna vez acercarse a ella?
Los labios de Rudy se apretaron y se afinaron.
—Por supuesto que no.
—¿Lo intentó con usted, quizá?
—No. —Alargó la mano, firme, para tomar un vaso de agua.
—¿Por qué le estaban pagando?

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El agua estuvo a punto de desbordarse del vaso, pero Rudy volvió a dejarlo
encima de la mesa rápidamente.
—No sé de qué me está usted hablando.
—De unos pagos regulares, de diez mil cada uno, durante un período de dos años.
¿Qué sabía él de ustedes, Rudy?
Él se dirigió a su abogado con una expresión violenta en los ojos.
—No tienen ningún derecho a investigar mi situación financiera, ¿verdad?
—Por supuesto que no. —El abogado enderezó la espalda, llevó una mano hasta
la solapa de la americana con gesto pomposo, al lado de unos medallones que
tintinearon con el movimiento—. Teniente, si ha investigado usted los registros
financieros de mi cliente sin un motivo y sin una orden…
—¿He dicho yo algo semejante? —Eve se limitó a sonreír—. No tengo por qué
explicar cómo he dado con cierta información relacionada con este homicidio. No va
a encontrar usted una investigación departamental en ningún tema financiero. Pero
usted le pagaba, ¿verdad, Rudy? —Y continuó con un golpe rápido y bajo—: Le
pagaba una y otra vez, le permitía que le chantajeara y le incluía en las listas sabiendo
que era un perverso sexual. ¿A cuántos clientes tuvo usted que tranquilizar, o pagar, o
intimidar, para que esto no se supiera?
—No sé de qué me está hablando. —Pero su mano ya no era tan firme cuando
tomó el vaso de agua que tenía delante. La emoción había empezado a provocarle un
enrojecimiento en la piel blanca como la leche.
Eve sabía que si le sometía a un detector de mentiras, el gráfico hubiera roto la
pantalla.
—Sí, lo sabe. Y apuesto a que no me costaría mucho encontrar a un par de
clientes a quienes Holloway acosó durante esas agradables y educadas citas que
ustedes recomiendan. Cuando lo haya hecho, podré denunciarles a usted y a su
hermana por prostitución, fraude y por complicidad en varios tipos de crímenes
sexuales. —Les miró a ambos un momento—. Y su abogado sabe que puedo
conseguir que alguna de estas cosas sea tomada en serio, y lo suficiente y durante el
tiempo necesario para que su negocio se arruine y para que su rostro y el de Piper se
vean en todos los titulares de las pantallas.
—No se nos puede hacer responsables. Ella no puede ser considerada responsable
por lo que ese… ese perverso hizo.
—Rudy. —El abogado levantó una mano y la puso encima del hombro de Rudy
—. Me gustaría disponer de un momento para charlar con mi cliente, teniente.
—No hay problema. Apagar grabadora. Tienen cinco minutos —les dijo, y les
dejó solos.
Sin quitarles la vista de encima desde el otro lado del cristal, sacó el comunicador.
—McNab.
Mientras esperaba respuesta, se balanceó sobre los pies con gesto inquieto sin
dejar de analizar el lenguaje corporal del otro lado del cristal. Rudy tenía los brazos

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cruzados y tenía los dedos de las manos clavados en los bíceps. El abogado estaba
encorvado y hablaba deprisa.
—McNab. Me dirijo hacia aquí, Dallas.
—Entonces, vuélvete donde estabas. Voy a conseguir una orden para que entres
en el sistema informático de Personalmente Tuyo. Espera a recibirlo.
—¿Puedo tomarme un descanso? ¿Comer algo?
—Busca un carrito de camino. Quiero que estés en tu sitio en el mismo instante
en que recibamos la autorización. —Oyó que él suspiraba y sonrió ligeramente—.
¿Qué tal ha ido el tratamiento facial, McNab?
—Fantástico. Tengo las mejillas como el culito de un bebé. Y he visto a Peabody
desnuda. Bueno, casi. Estaba cubierta por una porquería de color verde, pero
conseguí hacerme una idea.
—Pues quítate esa idea de la cabeza y prepárate a escarbar.
—Puedo hacer las dos cosas. Una buena imagen. Ella está verdaderamente
enojada, también.
Eve hizo todo lo que pudo para no sonreírle y cortó la comunicación antes de
perder la batalla.
—Se ha terminado el tiempo, amigo —murmuró, y volvió a entrar en la sala de
interrogatorios. Después de volver a encender la grabadora, se sentó y arqueó una
ceja. A veces el silencio era más efectivo que la insistencia.
—Mi cliente desea realizar una declaración.
—Para eso estamos aquí. Bueno, ¿qué tiene usted que decir, Rudy?
—Brent Holloway estaba extorsionando dinero de nuestra empresa, a través de
mí. Yo hice todo lo que pude por proteger a nuestros clientes, pero él me hacía
chantaje y parte de lo que pedía eran sesiones y ser emparejado de forma regular. En
mi opinión, él resultaba difícil e irritante, pero no peligroso para las mujeres con
quienes le emparejamos.
—¿Ésa es su opinión profesional?
—Sí, lo es. Aconsejamos a nuestros clientes que se citen con sus parejas en un
lugar público. Si posteriormente acceden a citarse en privado, ésa ya es una decisión
suya. Todos los clientes deben firmar un documento de responsabilidad.
—Ajá, así que cree que eso le protege, hablando en sentido ético. Estoy segura de
que un tribunal tendrá un punto de vista distinto. Pero empecemos por el primer
plato: ¿qué sabía él de usted?
—Eso no es relevante.
—Oh, sí lo es.
—Tiene que ver con mi vida personal.
—Tiene que ver con varios homicidios, Rudy. Pero si no quiere hablarme de ello,
volveré a hablar con su hermana. —Empezó a levantarse de la silla, pero Rudy
levantó una mano y la sujetó por el brazo.
—Déjela en paz. Es delicada.

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—Uno de los dos me lo dirá. Es elección suya.
Él apretó los dedos en el brazo de Eve, con fuerza, pero se lo soltó
inmediatamente y se recostó en la silla.
—Piper y yo tenemos una relación única y especial. Somos gemelos. Estamos
conectados. —La miró a los ojos—. Estamos emparejados.
—Usted y su hermana tienen relaciones sexuales.
—No es asunto suyo el juzgarnos —replicó él—. Tampoco espero que comprenda
el lazo que existe entre nosotros. Nadie puede hacerlo. Y a pesar de que lo que hay
entre nosotros no es estrictamente ilegal, la sociedad no lo aprueba.
—«Incesto» no es una palabra bonita, Rudy. —La imagen de su padre, con el
rostro enrojecido por el esfuerzo, los ojos con una expresión de dura determinación,
le pasó por la mente. Apretó los puños por debajo de la mesa y controló el mareo que
le provocaba esa imagen.
—Estamos emparejados —repitió él otra vez—. Durante la mayor parte de
nuestra vida nos negamos a actuar de acuerdo con lo que sentíamos en nuestro
corazón. Intentamos estar con otras personas, vivir vidas separadas. Y éramos
infelices. ¿Debemos ser infelices, sentirnos vacíos, sólo porque la gente como usted
dice que eso está mal?
—Lo que yo diga no importa, ni lo que piense. ¿Cómo lo descubrió Holloway?
—Fue en las Indias Occidentales. Piper y yo estábamos de vacaciones. Teníamos
cuidado. Éramos discretos. Sabíamos que perderíamos clientes si se enteraban. Nos
habíamos ido lejos, a un lugar donde pudiéramos pasar un tiempo solos, donde
pudiéramos ser libres de ser nosotros mismos, igual que cualquier otra pareja.
Holloway estaba allí. No nos conocía, ni nosotros a él. Nos registramos con nombres
distintos.
Hizo una pausa y tomó un sorbo de agua.
—Al cabo de unos meses vino a una consulta. Fue solamente… el destino. Yo ni
siquiera le reconocí al principio. Pero después del examen, cuando aparecieron los
datos sobre él y rechazamos su solicitud, él nos recordó dónde nos habíamos
encontrado, y cómo.
Rudy clavó los ojos en el vaso de agua y se lo pasó de una mano a la otra.
—Explicó con gran claridad cómo podíamos manejar ese tema, qué era lo que
quería. Piper se sintió destrozada, aterrorizada. Ambos creemos firmemente en el
servicio que ofrecemos. Ya lo ve, sabemos qué significa tener una pareja que le llena
a uno la vida, qué significa que alguien sea importante en la vida de uno. Estamos
dedicados a ayudar a los demás a encontrar lo que nosotros hemos encontrado.
—Su dedicación les ha ofrecido unos buenos ingresos.
—Obtener un provecho no desmiente la realidad del servicio que ofrecemos.
Usted vive bien, teniente —dijo en voz baja—. ¿Eso desmiente la realidad de su
matrimonio?
«Ya entré en eso», se dijo a sí misma, pero se limitó a levantar las cejas.

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—Hablemos acerca de usted y de cómo manejó a Holloway.
—Yo quería oponerme a él, pero ella no podía. —Cerró los ojos—. Consiguió
encontrarse con ella a solas, amenazarla. Incluso intentó inducirla a…
Abrió los ojos otra vez, y en ellos apareció una furia desbordante.
—Él la deseaba. Los de su clase desean aquello que pertenece a otros. Así que le
pagamos, hicimos todo lo que nos pidió. A pesar de ello, si la pillaba sola, la tocaba.
—Debía usted de odiarle por eso.
—Sí, sí. Le odiaba. Por todo, pero principalmente por eso.
—¿Lo bastante para matarle, Rudy?
—Sí —afirmó él, impasible, antes de que su abogado pudiera detenerle—. Sí, lo
bastante para matarle.

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Capítulo catorce

— No tenemos nada para imputarle.


Ella lo sabía. Maldita sea, lo sabía, pero Eve quería enfrentarse con la ayudante
del fiscal de cualquier manera.
—Él tenía los medios, tenía la oportunidad, y Dios sabe que tenía un móvil con
Holloway. Tenía acceso a todos los cosméticos utilizados con las cuatro víctimas —
continuó antes de que la ayudante Rollins pudiera decir nada.
—Ni siquiera tiene un caso circunstancial decente contra él. —Carla Rollins
defendía su terreno. Casi no llegaba a medir un metro cincuenta y ocho a pesar de los
altísimos tacones que acostumbraba a llevar. Tenía los ojos de color de la zarzamora y
exóticamente rasgados en un rostro redondo. La piel tenía un tono cremoso y era
suave, su figura era buena, el pelo era negro como el ébano y le caía en mechones
justo hasta dos centímetros y medio antes de llegar a los hombros.
Tenía el aspecto, y la manera de hablar, de una cuidadora de niños, pero era dura
como una piedra lunar. Le gustaba ganar, y no veía la victoria en el caso «El estado
contra Hoffman».
—¿Quiere que le empaquete mientras tenga las manos en el cuello de la próxima
víctima?
—Eso sería práctico —dijo Rollins sin alterarse—. Si no es así, consígame una
confesión.
Eve se paseaba por la oficina de Whitney.
—No puedo conseguir una confesión si le soltamos.
—De momento, de lo único que es culpable es de echar un polvo con su hermana
—dijo Rollins con su tono dulce y suave—. Y de pagar un chantaje. Quizá podamos
cargarle con ejercicio ilegal de la prostitución ya que conocía los gustos de Holloway,
pero sería apretar demasiado. No puedo ofrecerle un caso de asesinato, Dallas, sin
tener más pruebas o sin una confesión.
—Y yo necesito presionarle más tiempo.
—Su abogado ha pedido un permiso humanitario. No podemos retenerle más
tiempo hoy —añadió mientras Eve se quejaba—. Puede hacerle volver mañana,
después de las doce horas de rigor.
—Quiero que le pongan un brazalete.
Esta vez, Rollins suspiró.
—Dallas, no tengo ningún motivo para ordenar un brazalete de seguridad para
Hoffman en este momento. En este instante él es solamente un sospechoso, y ni
siquiera un sospechoso claro, por cierto. Tiene derecho, según la ley, a disponer de su
intimidad y libertad de movimientos.
—Dios, deme algo. —Eve se pasó las dos manos por el pelo. Le quemaban los
ojos debido a la falta de sueño, y sentía el estómago ácido por la cafeína. La herida,

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que todavía se le estaba curando, le dolía—. Quiero que le hagan unas pruebas y un
perfil psicológico. Quiero que Mira le examine.
—Tendrá que ser de forma voluntaria. —Rollins levantó una de sus delicadas
manos antes de que Eve pudiera decir nada. Estaba acostumbrada a que los policías
se le quejaran y no le molestaba de manera especial. Pero en ese momento estaba
pensando y no quería que la interrumpieran—. Quizá pueda convencer a su abogado
de que eso sería en su interés. La cooperación en este tema influenciaría a la Oficina
del Fiscal para que no continuara con los cargos por prostitución.
Satisfecha con esa idea, Rollins se puso en pie.
—Consiga la aprobación de Mira, y veré qué puedo hacer. Pero suéltale, Dallas,
antes de que haya transcurrido una hora.
Whitney esperó a que Rollins se hubiera marchado y se dio la vuelta encima de la
silla.
—Siéntese, teniente.
—Comandante…
—Siéntese —repitió, señalando una silla que había enfrente de su escritorio—.
Estoy preocupado —empezó en cuanto ella se hubo sentado.
—Necesito más tiempo para presionarle. McNab está trabajando en el sistema
informático de Personalmente Tuyo. Podríamos tener alguna cosa hacia el final del
día.
—Me preocupa usted, teniente. —Se recostó en el respaldo de la silla y Eve
frunció el ceño—. Ha estado trabajando en el caso veinticuatro horas sobre
veinticuatro, día tras día durante más de una semana.
—Lo mismo ha hecho el asesino.
—No es probable que el asesino todavía se esté recuperando de unas heridas casi
mortales recibidas en cumplimiento del deber.
—Mi expediente médico está correcto. —Se dio cuenta del tono de resentimiento
con que había hablado y respiró, controlándose. Si no podía controlarse ante Whitney,
eso demostraría que él tenía razón—. Agradezco su preocupación, señor, pero no es
necesario.
—¿Ah, no? —Él arqueó las cejas y sus ojos penetrantes observaron el rostro de
Eve. Pálido, ojeras, agotado, según su opinión—. Entonces, ¿está usted dispuesta a ir
a la clínica y someterse a un examen físico?
Eve volvió a sentir resentimiento, pero se esforzó en que su cuerpo no lo
demostrara.
—¿Es una orden, comandante Whitney?
Él podía hacer que fuera una orden.
—Voy a darle a elegir, Dallas. O se somete a un examen y acepta los resultados, o
acepta quedarse fuera de servicio hasta mañana a las nueve de la mañana.
—No me parece que ninguna de esas dos opciones sea viable en estos momentos.
—O lo uno o lo otro, o la aparto del caso.

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Eve estuvo a punto de levantarse de la silla. Él se dio cuenta de que ella se
controlaba. Pero se quedó sentada. Se ruborizó, pero no por mucho tiempo.
—Él ha asesinado cuatro veces, y soy la única que está cerca de descubrirle. Si
me aparta del caso, perderemos tiempo. Y perderemos más personas.
—Es elección suya, Dallas. Váyase a casa —dijo en tono más tranquilo—.
Tómese una buena cena y duerma un poco.
—Y mientras lo hago, Rudy andará por ahí.
—No puedo retenerle, no puedo ponerle un brazalete. Pero eso no significa que
no pueda hacerle seguir. —Ahora Whitney sonrió un poco—. Le observaremos. Y
mañana ofreceremos una rueda de prensa. Usted lo dijo bien, Dallas. El comandante
y el jefe cargarán con las bajas, pero usted recibirá las críticas.
—Puedo manejarlo.
—Lo sé. Comunicaremos tantos detalles como sea posible para advertir a los
espectadores. —Levantó una mano y se frotó la nuca—. Paz en la tierra para los
hombres de buena voluntad. —Dejó escapar una breve carcajada—. Váyase a casa,
Dallas. Mañana necesitará estar descansada.
Ella se marchó porque las demás alternativas no eran aceptables. No podía
apartarse del caso, y no podía arriesgarse a un examen físico. Aunque no lo confesara
en voz alta, no pasaría uno en ese momento.
Le dolía todo el cuerpo, lo suficiente para darse cuenta de que tendría que tomarse
un analgésico y darse un descanso para poder continuar. Y lo que era peor, no podía
concentrarse, ni siquiera en ese momento en que se encontraba en el coche y en que
se dirigía a casa. Su cabeza insistía en flotar a unos centímetros por encima de los
hombros.
Estuvo a punto de chocar con un carrito al girar por Madison así que puso el
piloto en auto para que el programa la guiara a través del tráfico.
De acuerdo, quizá necesitaba dormir un poco y comer algo. Pero estar fuera de
servicio no significaba que no pudiera realizar unas pruebas y unas búsquedas: no
significaba que no pudiera trabajar por su cuenta desde la oficina de su casa.
Necesitaba un poco más de café y algo sólido en el estómago, eso era todo.
Estuvo a punto de dormirse mientras el coche atravesaba las puertas y subía por el
camino que conducía a la casa.
Las luces de las ventanas resplandecían contra la oscuridad y le hicieron arder los
ojos. La cabeza le dolía como si se la golpearan en uno de los más desenfrenados
ritmos de Mavis. Le dolía increíblemente el hombro.
Al salir del coche sintió las piernas como la gelatina y le costaba coordinarlas. Se
sentía débil, así que estaba de un humor pésimo al entrar por la puerta.
Y ahí estaba Summerset.
—Sus invitados ya han llegado —le anunció—. La esperábamos hace veinte
minutos.
—Que te jodan —fue su sugerencia mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba

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deliberadamente en la barandilla de la escalera.
—Esa perspectiva no me atrae en absoluto. Pero le pido que me preste atención
un momento, teniente. —Se colocó delante de ella antes de que pudiera escapar
escaleras arriba.
—La vida es demasiado corta para pasar ni un momento contigo. Sal de en medio
o te aparto yo.
Parecía encontrarse mal, pensó él, y a su amenaza le faltaba la mordacidad
habitual.
—El libro que pidió para Roarke ha sido localizado —dijo él con actitud estirada,
pero la observó detenidamente mientras hablaba.
—Oh. —Se apoyó en la barandilla, intentando apartar la neblina de la mente y
pensar—. Está bien. Muy bien.
—¿Lo hago enviar?
—Sí, sí. Ésa es la idea.
—Tendrá que hacer una transferencia por el importe, más gastos de envío, a la
cuenta del librero. Dado que éste me conoce, ha accedido a mandar el artículo de
inmediato con la confianza de que usted transferirá el importe correspondiente
durante las siguientes veinticuatro horas. Le he mandado los detalles por correo
electrónico.
—De acuerdo, está bien. Me encargaré de ello. —Tuvo que tragarse el orgullo—:
Gracias. —Se dio la vuelta hacia la escalera y miró hacia arriba. Pensó que iba a ser
como trepar una montaña, pero no se sentía capaz de volver a tragarse el orgullo y
subir en ascensor mientras él la observaba.
—No hay de qué —murmuró él, y se fue en dirección a la pantalla doméstica
mientras ella empezaba a subir la escalera.
»Roarke, la teniente ha llegado a casa y sube hacia arriba. —Dudó un momento y
suspiró—: No tiene buen aspecto.
Eve iba a darse una ducha caliente, a comer algo y a ponerse a trabajar. Calculó
que por lo menos podría realizar una prueba de probabilidades sobre Rudy con los
datos que disponía. Si sacaba algo, quizá pudiera presionar al fiscal para que le
colocara un brazalete de seguridad.
Pero cuando entró en el dormitorio, Roarke ya la estaba esperando.
—Llegas tarde.
—Encontré mucho tráfico —dijo mientras se quitaba el arnés del arma.
—Desnúdate.
Eve se daba cuenta de que estaba irritado, y de que era sólo el inicio.
—Bueno, esto es verdaderamente romántico, Roarke, pero…
—Desnúdate —dijo él otra vez mientras tomaba una bata—. Ponte esto.
Trina lo ha preparado todo en la piscina.
—Oh, por el amor de Dios. —Se pasó las manos por el pelo—. ¿Tengo pinta de
tener ganas de una sesión de belleza?

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—No, tienes pinta de necesitar una sesión en el hospital. —Empezó a sentirse
enojado y tiró la bata al suelo—. Cuídate, o ahí es donde vas a acabar.
La mirada de Eve se tornó oscura y amenazante.
—No me presiones. Eres mi esposo, no mi cuidador.
—Un jodido cuidador es lo que necesitas. —La tomó por el brazo, y como ella
estaba lenta de reflejos, la obligó a sentarse en una silla—. Quédate ahí —le advirtió
en un tono que no consiguió disimular el enojo—. Si no lo haces, te ataré.
Ella agarró con fuerza los brazos de la silla y clavó los dedos en ellos mientras él
se dirigía al AutoChef.
—¿Qué diablos te ha dado ahora?
—Tú. ¿Te has mirado en el espejo últimamente? Los cuerpos que has encontrado
tienen más color que el que tú tienes ahora mismo. Tienes unas ojeras profundas y te
duele todo. —Eso era lo que le sacaba de quicio—: ¿Crees que no soy capaz de
darme cuenta?
Roarke se acercó a ella con un vaso largo lleno de un líquido ámbar.
—Bébetelo.
—No vas a darme un tranquilizante.
—Soy capaz de obligarte a tragártelo. Ya lo he hecho antes. —Él se inclinó hacia
ella y le acercó mucho la cara. El enojo amargo que ella vio en sus ojos la hizo
encogerse—. No voy a permitir que caigas enferma. Bébete esto, Eve, y haz lo que te
digo o te obligaré a hacerlo. Los dos sabemos que estás demasiado agotada para
impedírmelo.
Ella tomó el vaso y aunque pensó que sería una maravillosa satisfacción
estamparlo contra la pared del otro extremo de la habitación, no creía tener la fuerza
suficiente para enfrentarse con las consecuencias. Le clavó los ojos en los de él
mientras bebía el contenido del vaso.
—Ya está. ¿Contento?
—Después comerás algo sólido. —Se inclinó para quitarle las botas.
—Puedo desnudarme yo misma.
—Cállate, Eve.
Eve intentó quitarse la bota, pero él la sujetó y se la sacó primero.
—Quiero una ducha y comer, y quiero que me dejes sola.
Él le sacó la otra bota y luego empezó a desabrocharle la camisa.
—¿Me has oído? Te he dicho que me dejes sola. —El hecho de oír el tono
petulante de su propia voz sólo consiguió añadir mal humor al agotamiento.
—No, ni en esta vida ni en la siguiente.
—No me gusta que me cuiden. Me irrita.
—Entonces te vas a sentir irritada durante un buen rato.
—Me he sentido irritada desde que te conozco. —Cerró los ojos en cuanto se oyó
decir eso, pero le pareció que él esbozaba algo parecido a una sonrisa.
Roarke la desvistió deprisa y con eficiencia, y luego le puso la bata. La relajación

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de los músculos señalaba que el analgésico que había añadido en la bebida nutritiva
que le había preparado ya estaba haciendo efecto. El suave tranquilizante que había
mezclado con todo ello solamente debía relajarla, pero dado el estado en que se
encontraba se dio cuenta de que la dejaría fuera de combate en poco tiempo.
Tanto mejor.
A pesar de ello, Eve le dio un golpe en cuanto él la levantó en brazos.
—No me lleves.
—Odio repetirme a mí mismo, pero cállate, Eve. —Se dirigió al ascensor y entró
con ella en brazos.
—No quiero que me trates como a una niña. —Todo a su alrededor dio una
vuelta, una vuelta larga y rítmica que la obligó a apoyar la cabeza en el hombro de él
—. ¿Qué demonios había en esa bebida?
—Todo tipo de cosas. Relájate.
—Sabes que odio los tranquilizantes.
—Lo sé. —Él le acarició el cabello con los labios—. Ya te quejarás de eso
mañana.
—Lo haré. Si te dejo que me presiones, te acostumbrarás. Creo que voy a
tumbarme un minuto.
—Eso está bien. —Notó que le caía la cabeza hacia atrás, y el brazo con que le
rodeaba el cuello cayó inerte.
Mavis apareció apresuradamente por entre las frondosas hojas de una palmera.
—Jesús, Roarke, ¿está herida?
—Le he dado un tranquilizante. —Atravesó la abundante frondosidad de las
plantas en flor, pasó al lado de las brillantes aguas de la piscina y dejó a su esposa
encima de una camilla larga y tapizada que Trina acababa de preparar.
—Tío, cuando vuelva en sí, tendrá un cabreo monumental.
—Me lo imagino. —Con un gesto suave, apartó un mechón de pelo de la frente
de Eve—. ¿No eres tan dura ahora, eh, teniente? —Se inclinó y le dio un beso en los
labios—. No te preocupes por el estilismo, Trina. Necesita una terapia de relajación.
—De acuerdo. —Trina, que llevaba un mono del color de la piel con un brillante
guardapolvo púrpura, se frotó las manos—. Pero ya que está inconsciente, ¿por qué
no aprovecho y le hago un trabajito? Siempre se está quejando de los tratamientos.
Así se estará quieta y callada.
Roarke arqueó una ceja al ver el brillo en los ojos de la mujer y puso una mano en
el hombro de Eve con gesto protector.
—Que sea algo sencillo. —En ese momento recordó con quién estaba hablando y
se aclaró la garganta. No le molestaba enfrentarse a la cólera de su mujer, pero no por
haber dado su consentimiento pasivo a que le tiñeran el pelo de color rosa—. ¿Qué tal
si pedimos algo para cenar? Me quedaré por aquí.

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Oía voces y risas, todo muy distante y como irreal. Una parte de su mente sabía
que estaba bajo la influencia de la droga. Roarke iba a pagar por ello.
Deseó que él la tomara entre los brazos otra vez, que la abrazara de esa forma que
la hacía relajarse y sumirse en una especie de anhelo.
Alguien le estaba frotando la espalda y los hombros. Un gemido de placer quedó
atrapado en su interior, grave y profundo.
Le olió; solamente un leve aroma que pasaba y que pertenecía a Roarke.
Luego notó agua; cálida, burbujeante, que la rodeaba por completo en torbellinos.
Se sintió flotar, sin peso, sin pensamiento, como un feto en el útero. Se dejó llevar,
sin fin, sin sentir nada excepto paz.
Una punzada de calor en el hombro. Una conmoción. Alguien, dentro de su
cabeza, gimoteaba. Luego un líquido frío que cubría el calor y que resultaba
consolador como un beso.
Y se dejó deslizar de nuevo hacia abajo hasta que se enroscó en el mullido fondo
y se quedó allí, profundamente dormida.

Cuando volvió en sí era de noche. Desorientada, se quedó tumbada, muy quieta y


contando las respiraciones. Estaba caliente y desnuda, tumbada sobre el estómago
debajo de una nube de edredón de plumas.
Se dio cuenta de que se encontraba en la cama de su casa y las últimas horas de su
vida le pasaron por la mente y desaparecieron. En un intento por recordarlas de nuevo
se dio la vuelta y sus piernas se enredaron con las de Roarke.
—¿Despierta?
La voz de él sonaba despejada y ésa era una habilidad de él que la irritaba
ligeramente.
—¿Qué…?
—Ya casi es de día.
Eve sentía calidez y estaba desnuda, notaba la piel suave como los pétalos
bañados por el rocío gracias a Trina, y olía como el jugo del melocotón.
—¿Cómo te sientes?
No estaba del todo segura; todo su cuerpo estaba tan relajado y suelto.
—Estoy bien —dijo automáticamente.
—Bien. Entonces estás lista para la fase final de tu programa de relajación.
Los labios de él tomaron los suyos con la suavidad de un susurro, su lengua la
penetró para enredarse con la de ella. La cabeza de Eve, que justo había empezado a
aclararse, se nubló de nuevo. Esta vez a causa de puro y saludable deseo.
—Espera. No voy a…
—Permíteme que te saboree. —Lo labios de él se deslizaron por su cuello, la

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mordisqueó con una suavidad destructora—. Que te acaricie, que te recorra. —
Deslizó una mano hasta sus caderas y más abajo, le abrió las piernas—. Que te posea.
Cuando él se introdujo dentro de ella, despacio, ella ya estaba caliente y
preparada.
Eve no veía nada. La luz de justo antes del amanecer era negra como la tinta. Él
sólo era una sombra que se movía encima de ella, una fuerza constante y maravillosa
que se movía dentro de ella. Eve alcanzó la primera cumbre antes de que hubiera
encontrado el ritmo.
Con largas, lentas y tortuosas caricias él consiguió placer para los dos. La
respiración de ella se hizo más pausada y siguió el ritmo de la de él, los labios de ella
se elevaron y bajaron hasta que ambos ritmos concordaron. Cuando las bocas de
ambos se encontraron, cada uno tragó el gemido del otro.
Unas cálidas y suaves sensaciones la mecieron como olas, la elevaron por crestas
de espuma. En el momento en que notó el cuerpo de él tenso, le envolvió con su
cuerpo para dar la bienvenida a esa última embestida que les elevó a ambos hasta la
cumbre.
Luego, él enterró el rostro en el cabello de ella y respiró su olor.
—Ahora te sientes mejor —dijo él en un murmullo y con su aliento le hizo
cosquillas. Ella sonrió.
Y sintió la mente más clara.
—Joder.
—Ajá. —Riendo, él rodó a un lado y la arrastró con él hasta que el cuerpo de ella
quedó encima.
—Te parece gracioso. —Ella se apartó y se sentó. De un soplido se apartó el pelo
del rostro—. ¿Te parece un chiste? Me presionas en la dirección que quieres y me
fuerzas a tomar un tranquilizante.
—No hubiera sido capaz de forzarte a hacer nada si no hubieras estado a punto de
caerte. —Él se sentó también—. Luces, diez por ciento. —A su orden, la habitación
se llenó con una luz suave.
—Tienes buen aspecto —le dijo él después de observar un momento su rostro
furioso y relajado—. A pesar de su extremado gusto personal, Trina sabe qué es lo
que te sienta bien.
La forma en que ella le miró con los ojos desorbitados y boquiabierta obligó a
Roarke a reprimir una carcajada.
—¿Le has dejado que me hiciera un trabajo mientras estaba inconsciente? Sádico,
traidor hijo de puta. —Le hubiera podido dar un puñetazo, pero ya había corrido
hacia el espejo.
El alivio que sintió al comprobar que tenía el aspecto normal, bastante igual al
que tenía cada mañana, no fue suficiente para templar su enojo.
—Tendría que encerraros a los dos por esto.
—Mavis también ha tenido algo que ver —dijo él en tono alegre. Hacía días que

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ella no se movía con tanta rapidez y facilidad como ahora. Y ya no tenía ojeras—.
Ah, y Summerset.
Ahora ella no tenía otra opción que sentarse. Se acercó a la cama y se dejó caer en
uno de los extremos.
—Summerset —fue lo único que pudo decir.
—Él tiene formación médica, como ya sabes. Simplemente, te ha tratado el
hombro. ¿Cómo lo sientes?
Quizá era la primera vez en muchos días que no le dolía. Quizá todo su cuerpo se
sentía maravillosamente vigoroso y fresco. Eso no significaba que los métodos de
Roarke fueran aceptables.
Se levantó de la cama, tomó la bata que estaba encima de la silla y metió los
brazos por las mangas.
—Te voy a dar una patada en el culo.
—De acuerdo. —Él se levantó gustoso y tomó una bata—. Será una lucha más
justa que la de ayer por la noche. ¿Quieres ir a por mí aquí o prefieres abajo, en el
gimnasio?
Antes de que esa última palabra hubiera salido de su boca, ella salió disparada. Le
atacó por abajo. Él tuvo tiempo de iniciar un giro, pero no lo pudo completar y
terminó tumbado encima de la cama con su mujer encima y la rodilla de ella colocada
con firmeza y de forma preocupante entre sus piernas.
—Diría que te has recuperado, teniente.
—Exactamente. Tendría que arrancarte las pelotas, chico listo.
—Bueno, por lo menos podríamos darles un último uso. —Le sonrió y estuvo a
punto de ponerse en serio peligro. Entonces, levantó las manos y le acarició la mejilla
con los dedos como plumas. Eso la distrajo justo lo suficiente para que él pudiera
contrarrestar la posición. La tumbó a un lado y la sujetó debajo de él.
—Ahora, escucha. —La sonrisa había desaparecido—. Haré lo que haga falta
hacer. Y lo haré en el momento en que sea necesario. No tiene por qué gustarte, pero
tendrás que aceptarlo.
Entonces se apartó y se dio la vuelta, dándose cuenta de que ella le clavaba la
mirada con una clara intención. Él dejó escapar un suspiro y se metió las manos en
los bolsillos.
—Maldita sea. Te quiero.
Ella se había colocado en posición de saltar, pero esas dos frases, pronunciadas
con igual frustración y cansancio, se le clavaron directamente en el corazón. Él se
quedó ahí de pie, el cabello revuelto después del sueño y del sexo y de la lucha, los
ojos profundamente azules llenos de irritación y de amor.
Todo, dentro de ella, se movió y giró, y se colocó en la posición en la cual —
suponía— debía estar.
—Lo sé. Lo siento. Tenías razón. —Se pasó los dedos por el cabello, pero no se
distrajo tanto como para no ver la expresión de sorpresa en el rostro de él—. No me

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gustan tus métodos, pero tenías razón. Yo estaba apretando demasiado y no estaba al
cien por cien. Hacía días que me decías que recobrara fuerzas, y yo no quise
escucharte.
—¿Por qué?
—Estaba asustada. —Resultaba difícil admitirlo, incluso ante el hombre a quien
sabía que podía contarle todos sus secretos.
—¿Asustada? —Él se acercó a ella, se sentó y le tomó la mano—. ¿De qué?
—De no ser capaz de volver, de volver del todo. De que no sería lo bastante
fuerte, ni lo bastante buena para volver al trabajo. Y si no podía hacerlo… —Cerró
los ojos y apretó los párpados—. Tengo que ser una policía. Tengo que hacer mi
trabajo. Si no soy capaz… estoy perdida.
—Habrías podido hablar conmigo de esto.
—Ni siquiera me lo decía a mí misma. —Se frotó los ojos con los dedos de las
manos, irritada al notar las lágrimas—. Desde que volví, he estado casi todo el tiempo
realizando burocracia, atendiendo citas en los tribunales. Éste es mi primer homicidio
desde que me dieron de alta del descanso por incapacidad. Si no soy capaz de
manejarlo…
—Lo estás manejando.
—Whitney me ordenó que me fuera a casa ayer por la noche. Que hiciera eso o él
me apartaba del caso. Llego aquí y tú me metes drogas en la boca y me obligas a
tragarlas.
—Bueno. —Le dio un apretón en la mano—. Fue un mal momento. Pero creo
que, en ambos casos, era una cuestión de que tenías que descansar, no era una crítica
a tus habilidades.
Le tomó la barbilla y le acarició el hoyuelo con el pulgar.
—Eve, hay momentos en que te muestras increíblemente poco consciente de ti
misma. Te pones contra la pared en todos los casos. La única diferencia con éste es
que te encuentras físicamente mal, para empezar. Eres la misma policía que eras
cuando te conocí el invierno pasado. Y de vez en cuando ésa es una idea que da
miedo.
—Sí, me doy cuenta de ello. —Bajó la vista hasta las manos, que las tenían juntas
—. Pero no soy la misma persona que el invierno pasado. —Sin desenlazar los dedos
de los de él, levantó la cabeza y le miró a los ojos—. No lo quiero ser. Me gusta quien
soy ahora. Quienes somos ahora.
—Bien. —Él se inclinó y la besó—. Porque estamos unidos.
Ella le sujetó por el pelo para hacer el beso más intenso.
—Ha resultado un acuerdo muy bueno. Pero… —le mordisqueó el labio inferior
ligeramente y, de repente, lo hizo con fuerza y él soltó una exclamación de sorpresa y
de dolor—. Si dejas que Summerset ponga otra vez sus manos en mí mientras estoy
inconsciente… —Se levantó, inspiró profundamente y decidió que se sentía
increíblemente bien—. Te afeitaré la cabeza mientras duermes —dijo de repente—.

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¿Quieres desayunar?
Él pensó un momento y se pasó la mano por el largo y negro cabello. Por suerte,
tenía el sueño muy ligero.
—Sí, podría comer algo.

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Capítulo quince

Armada con los resultados del examen de probabilidades de Rudy, Eve daba vueltas
por la sala de espera de la doctora Mira. Necesitaba el peso del perfil de la doctora
Mira para poder meterle de nuevo en un interrogatorio y, con suerte, en una celda.
El tiempo pasaba. Con o sin vigilancia, esperaba que esa misma noche atacara a
la víctima número cinco.
—¿Sabe que estoy aquí? —preguntó Eve a la ayudante de la doctora Mira.
Habituada a los policías impacientes, la mujer no se molestó a levantar la vista de
su trabajo.
—Está en una sesión. La recibirá tan pronto como le sea posible.
Eve, con energía renovada, caminó hasta la pared más alejada y miró con mala
cara una acuarela de alguna de las ciudades de la costa. Volvió por donde había
venido y frunció el ceño al ver el mini AutoChef. Sabía que no tenía café. Mira
prefería que sus pacientes y socios tomaran hierbas calmantes o té.
En el mismo momento en que la puerta de la doctora Mira se abrió, Eve se dio la
vuelta y se acercó.
—Doctora Mira… —Se interrumpió de repente al ver a Nadine Furst.
La periodista se ruborizó, luego enderezó la espalda y fijó la mirada en los
enojados ojos de Eve.
—Si empiezas a merodear a mi alrededor y a presionar a mi experta en perfiles
psicológicos para obtener datos, te vas a encontrar sin ninguna fuente de información
de nuestro departamento y cargada de acusaciones, amiga.
—Estoy aquí por un asunto personal —dijo Nadine, tensa.
—Guárdate las tonterías para tu audiencia.
—Te he dicho que estoy aquí por un asunto personal. —Nadine levantó una mano
antes de que Mira pudiera interferir en la conversación—. La doctora Mira me ha
ayudado después de… del incidente de la primavera pasada. Tú me salvaste la vida,
Dallas, pero ella me ha mantenido sana. De vez en cuando necesito un poco de ayuda,
eso es todo. Y ahora, si me dejas pasar…
—Lo siento. —Eve no estaba segura de si estaba sorprendida o avergonzada, pero
ninguna de esas dos emociones le gustaba—. He sido desagradable contigo. Sé lo que
es arrastrar malos recuerdos. Lo siento, Nadine.
—De acuerdo, bien. —Se encogió de hombros y salió con paso rápido. Los
tacones resonaron sobre las baldosas y se alejaron.
—Por favor, entra, Eve. —Mira, con expresión inescrutable, dio un paso hacia
atrás y cerró la puerta detrás de Eve.
—Está bien, he saltado y no debería haberlo hecho. —Se metió las manos en el
bolsillo para tranquilizarse ante la actitud de desaprobación de la doctora Mira—. Me
ha estado persiguiendo en este caso, y tenemos una rueda de prensa dentro de dos

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horas. Creí que estaba intentando ir por algún atajo.
—Tienes dificultad en confiar, a pesar de que has conseguido tener una mínima
confianza en las cosas. —Mira se sentó y se compuso la falda—. También te has
disculpado con rapidez y lo has hecho con el corazón. Eres, y siempre lo has sido, un
caso de contradicción, Eve.
—Yo no estoy aquí por un asunto personal. —El tono de Eve era neutro y de
rechazo, pero miró hacia la puerta con expresión preocupada—. ¿Está bien?
—Nadine es una mujer fuerte y decidida, unos rasgos que tú debes de reconocer.
No puedo hablarlo contigo, Eve. Es confidencial.
—Sí. —Exhaló con fuerza—. Ahora está enojada conmigo. Le ofreceré una
entrevista personal y se tranquilizará otra vez.
—Ella valora la amistad contigo. No solamente la información que le puedes dar.
¿Vas a sentarte? No tengo intención de amonestarte.
Eve hizo una mueca, se aclaró la garganta y le ofreció el informe que llevaba.
—Tengo el examen de probabilidades de Rudy. Con los datos de que disponemos
ahora, ofrece un 86,6 por ciento. Eso es lo bastante alta para presionarle otra vez,
pero podría agarrarle mejor si realizas una prueba. Rollins ha dicho que el abogado de
Rudy se ha ofrecido a ello.
—Sí. Tengo una cita con él para esta tarde, ya que tú le diste Prioridad Uno.
—Tengo que saber cómo piensa, cuál es su potencial violento, y así poder
apartarle el tiempo necesario para conseguir pruebas. No creo que vaya a ceder ni a
llegar a un acuerdo. Si la hermana sabe algo, puedo trabajármela. Al final, ella
cederá.
—Te diré todo lo que sepa en cuanto pueda. Comprendo la presión a la que estáis
sometidos tú y tu equipo. De todas formas —añadió, inclinando la cabeza—, tienes
buen aspecto. De haber descansado. La última vez que te vi me quedé un poco
preocupada. Sigo pensando que volviste a incorporarte demasiado pronto.
—Tú y todo el mundo. —Se encogió de hombros—. Me siento bien. Mejor. Ayer
por la noche recibí una terapia de relajación y dormí unas diez horas.
—¿De verdad? —Mira sonrió—. ¿Y cómo consiguió Roarke todo eso?
—Me drogó. —Mira prorrumpió en carcajadas y Eve frunció el ceño—. Me
imagino que estás de su parte.
—Oh, completamente. Qué bien encajáis el uno con el otro, Eve. Es un placer ver
lo que crece entre vosotros dos. Tengo muchas ganas de veros a ambos esta noche.
—La fiesta, sí. —Oh, pensó, irritada, pero la doctora Mira rio otra vez y Eve hizo
una mueca—. Prepárame ese perfil y quizá estaré de humor para una fiesta.

Pero no lo estaba cuando entró en su oficina y se encontró con que McNab estaba
sentado en ante su escritorio y removía sus papeles.
—Ya no tengo aquí mis reservas de dulces, colega.

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Él se puso en pie con tanta rapidez que se golpeó la cadera con el cajón, y éste se
cerró de golpe y le pilló los dedos. El grito de dolor que emitió mejoró el humor de
Eve.
—Jesús, Dallas. —Se lamió los dedos doloridos—. Sería mejor que me disparara
o que me diera un susto de muerte.
—Tendría que darte una sacudida. Robar las barritas de chocolate de la oficina de
tu superior no es un asunto nimio, McNab. Necesito mi chute de dulce.
—De acuerdo, está bien. —Intentó adoptar una actitud contrita, sonrió y arrastró
la silla del escritorio hacia ella—. Tiene buen aspecto esta mañana, Dallas.
—No hagas la pelota, McNab. Es patético. —Eve se dejó caer en la silla y estiró
las piernas dando un golpe en la pared con las botas—. Si quieres hacer puntos, dame
alguna noticia.
—He comprobado el estado financiero y he encontrado ocho quejas contra
Holloway enterradas en el archivo A. M.
—¿A. M.?
—El archivo A la Mierda —aclaró con una sonrisa—. Es donde los asuntos raros
y otras tonterías se acumulan porque nadie tiene intención de ocuparse de ellos. Pero
a las ocho mujeres les ofrecieron extras gratuitos, al igual que hicieron con Peabody.
Tratamientos de belleza o listas de parejas gratuitas, o crédito en las tiendas.
—¿Quién lo autorizó?
—Los dos, según el caso. Ella sabía perfectamente lo que estaba sucediendo. Sus
iniciales se encuentran en tres de las quejas.
—Muy bien, eso involucra a Piper, pero no nos hace ganar un premio. Puedo
utilizarlo para presionarla un poco.
—Hay otra cosa que es un poco más interesante —dijo él y se sentó en la esquina
del escritorio.
Ella le miró torvamente.
—¿Lo bastante interesante para que no te dé una patada en el culo para sacarte de
encima de mi escritorio?
—Bueno, vamos a verlo. Encontré un informe sobre Donnie Ray, fechado hace
seis meses y puesto al día el 1 de diciembre.
Eve notó que el corazón le daba un pequeño vuelco.
—¿Qué tipo de informe?
—De Rudy para el personal asesor. Donnie Ray no debía ser atendido por Piper.
Rudy realizaría la asesoría personalmente, o sería el supervisor. La puesta al día era
un tanto seca, repetía la advertencia inicial y reprimía a algún idiota que no había
ocultado una llamada.
—Eso es bastante interesante. Así que no quería que Donnie Ray se acercara a
Piper. Puedo utilizar eso. ¿Alguna cosa acerca de las otras dos víctimas?
—Nada que pareciera significativo.
Eve repicó en la mesa con los dedos.

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—¿Tratamientos médicos, mentales o físicos?
—Los dos están esterilizados. —McNab se contorsionó al imaginar la fría lengua
del láser en sus propios genitales—. Decidieron salir del mercado reproductor hace
cinco años.
—Eso ya se deduce.
—Piper ha tenido sesiones psiquiátricas de forma constante, sesiones semanales
en Equilibrio Interior desde que ellos tienen archivo de actividades. El año pasado se
sometió a uno de sus tratamientos en Optima II. He oído decir que hacen lavados de
colon, duermen en cabinas para levantar el ánimo y sólo comen cereales.
—Vaya una fiesta. ¿Y qué hay de él?
—Nada de nada.
—Bueno, esta tarde va a recibir una sesión psiquiátrica. Buen trabajo, McNab. —
En ese momento, Peabody entró y Eve levantó la vista—. A tiempo. Los dos vais a ir
a localizar esa pieza de bisutería. Quiero saber dónde compró esos cuatro pájaros. Fue
un poco descuidado en la escena del crimen; quizá también cometiera algún error con
el collar.
Peabody evitó mirar a McNab.
—Pero, teniente…
—Voy a presionar a Piper, así que no puedo llevarte conmigo. Si cualquiera de los
dos va a abandonar el edificio, lo tendréis que hacer juntos. —Se levantó—. Si no ha
elegido a la víctima número cinco a estas alturas, la está buscando. Quiero teneros en
un lugar donde pueda localizaros.
—Relájate, cuerpazo. —McNab dirigió una risa burlona a Peabody mientras Eve
se encaminaba fuera de la oficina—. Soy un profesional.
—Que te jodan.
Aunque Eve consiguió reprimir una carcajada al oír la respuesta estándar de su
ayudante en momentos de enojo, no pudo evitar sumarse a la alegría de McNab.
—¿Dónde?

Eve había calculado bien el tiempo. Si el abogado de Rudy tenía la más mínima
inteligencia, ahora tendría a su cliente encerrado en alguna habitación y le estaría
dando las respuestas a las preguntas que se le avecinaban. Decidió que le quedaba,
por lo menos, una hora para poner un poco nerviosa a Piper antes de tener que volver
a la Central y enfrentarse a la rueda de prensa.
Esta vez, la recepcionista no intentó retenerla. Simplemente le abrió el paso.
—Teniente.
Pálida y con la mirada apagada, Piper se encontraba de pie ante la puerta de la
oficina.
—Mi abogado me ha informado de que no tengo ninguna obligación de hablar
con usted, y me aconseja que no lo haga a no ser que sea en un interrogatorio formal

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y con la presencia de un asesor legal.
—Puede hacerlo de esa manera, Piper. Podemos ir a ello ahora mismo, o podemos
quedarnos aquí, ponernos cómodas, y usted me cuenta por qué Rudy no quería que
tuviera ningún trato con Donnie Ray Michael.
—Eso no era nada. —Su tono de voz era nervioso. Entrelazó los dedos de las
manos—. No era nada en absoluto. No puede deducir nada malo de ello.
—De acuerdo. Entonces, ¿por qué no me lo aclara para que podamos dejarlo de
lado?
Sin esperar una invitación, Eve entró en la habitación y se sentó. Esperó, sin decir
nada, y dejó que la pequeña guerra interior de Rudy tuviera lugar.
—Era sólo que Donnie Ray tenía cierta atracción por mí. Eso es todo. No era
nada. Era algo inofensivo.
—Entonces, ¿por qué los informes del personal?
—Era solamente por precaución. Para evitar cualquier… incomodidad.
—¿Hay incomodidades, a menudo?
—¡No! —Piper cerró la puerta y se acercó apresuradamente. Tenía las mejillas
ruborizadas por la agitación. Ese día llevaba el pelo plateado recogido, lo cual le
dejaba el rostro despejado y le daba un aire de sofisticación y fragilidad.
—No, no, en absoluto. Nos dedicamos a ayudar a la gente a encontrar una
situación agradable en una relación de amistad, romántica y, muchas veces, en el
matrimonio. Teniente… —Se retorció las manos con los dedos entrelazados—.
Podría mostrarle docenas de firmas de clientes satisfechos, de gente a quienes hemos
ayudado a encontrarse los unos a los otros. El amor, el amor verdadero, nos importa.
Eve la miró directamente a los ojos.
—¿Cree usted en el amor verdadero, Piper?
—Absolutamente, completamente.
—¿Qué haría usted por el amor verdadero, por mantenerlo?
—Cualquier cosa que tuviera que hacer.
—Hábleme de Donnie Ray.
—Me pidió que saliéramos, un par de veces. Quería que le viera tocar. —Suspiró
y pareció derretirse en la silla—. Era sólo un niño, teniente. No era… no era como
con Holloway. Pero Rudy creía, con razón, que para realizar bien nuestras
obligaciones con él como cliente, sería mejor que cualquier contacto conmigo fuera
eliminado.
—¿Estaba usted interesada en ver tocar a Donnie Ray?
Los labios de Piper estuvieron a punto de dibujar una sonrisa.
—Hubiera podido disfrutarlo, si eso hubiera sido todo. Pero estaba claro que él
tenía esperanzas de algo más. No quería herir sus sentimientos. No puedo soportar
herir el corazón de nadie.
—¿Y qué me dice del suyo? ¿Cómo siente en su corazón la relación con su
hermano?

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—No puedo, no voy a hablar de este asunto con usted. —Se enderezó en la silla y
juntó las manos.
—¿Quién tomó la decisión de que usted se esterilizara, Piper?
—Va usted demasiado lejos.
—¿Ah, sí? Tiene usted veintiocho años. —Eve la presionó porque observó que a
Piper le habían temblado los labios—. Y usted ha eliminado la oportunidad de tener
hijos porque no puede arriesgarse a concebir uno con su propio hermano. Hace años
que está usted en terapia. Se ha negado la posibilidad de tener una relación con otro
hombre. Usted oculta la relación que mantiene, se ha sometido a un chantaje para
asegurarse de que ésta se mantiene oculta porque el incesto es un secreto oscuro y
vergonzoso.
—Usted no puede comprenderlo de ninguna manera.
—Oh, sí, sí puedo. —Pero a ella la habían obligado, recordó Eve. Ella era una
niña. No había tenido elección—. Sé lo que está viviendo usted.
—¡Le amo! Y si eso está mal, si es vergonzoso, si es retorcido, eso no lo cambia.
Él es mi vida.
—Entonces, ¿por qué tiene usted miedo? —Eve se inclinó hacia delante—. ¿Por
qué tiene tanto miedo que le protege incluso aunque duda de que él haya asesinado?
¿Cualquier cosa por el amor verdadero? Usted dejó que Holloway acosara a sus
clientes, y eso le pone al nivel de un chulo con una puta sin licencia.
—No, hicimos todo lo que pudimos para encontrarle mujeres que fueran como él.
—Y cuando no pudieron hacerlo, y ellas se quejaron, les pagaron para que se
callaran —terminó Eve—. ¿Era eso lo que usted quería hacer, o era lo que quería
hacer Rudy?
—Eran negocios. Rudy sabe más de negocios que yo.
—¿Así es como lo acepta usted? O quizá ninguno de los dos podía aceptarlo más.
¿Estaba él con usted la noche en que Donnie Ray fue asesinado? ¿Puede usted
mirarme a los ojos y jurar que él estuvo con usted toda la noche?
—Rudy no podría hacerle daño a nadie. No podría.
—¿Está usted tan segura, tan segura, como para arriesgarse a que ocurra otro
asesinato? Si no esta noche, mañana.
—Sea quien sea que esté asesinando a esas personas, está loco. Es perverso, cruel
y está loco. Si yo creyera que podía tratarse de Rudy, no podría continuar viviendo.
Somos parte el uno del otro, así que eso estaría en mí al igual que estaría en él. Yo no
sería capaz de continuar viviendo. —Se cubrió el rostro con las manos—. No puedo
soportar esto más. No voy a hablar con usted. Si usted acusa a Rudy, me acusa a mí, y
no voy a hablar con usted.
Eve se levantó y se detuvo al lado de la silla un momento.
—No está usted entera, Piper, le haya dicho él lo que le haya dicho. Si quiere salir
de esto, conozco a una persona que podría ayudarla.
Aunque sentía que era un gesto inútil, sacó una de sus tarjetas y anotó el nombre

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y el teléfono de la doctora Mira en el dorso. Se lo dejó en el brazo de la silla y salió.

Sus emociones eran un torbellino mientras subía al coche. Se tomó un momento


para tranquilizarse y consultó su unidad de muñeca. No tenía mucho tiempo, pensó,
pero el suficiente.
Utilizó el comunicador personal en lugar de la unidad del coche para ponerse en
contacto con Nadine.
—¿Qué quieres, Dallas? Estoy bajo presión. La rueda de prensa es dentro de una
hora.
—Ven a verme al D&D, trae a tu equipo. En quince minutos.
—No puedo…
—Sí, sí puedes. —Eve cortó la comunicación y condujo hacia el centro de la
ciudad.
Había elegido el Down and Dirty en parte por nostalgia, y en parte porque sería lo
bastante privado un día entre semana por la tarde. Y el propietario era un amigo que
se ocuparía de que nadie las molestara.
—¿Qué haces aquí, blanquita? —Crack, con su metro noventa y ocho de altura, le
sonrió. Su rostro era oscuro y amable, se había afeitado la cabeza hacía poco y se la
había untado con aceite hasta que la había dejado con un brillo de espejo. Llevaba un
chaleco con plumas de pavo real, un pantalón tan apretado que parecía que le hiciera
daño en las pelotas y unas botas de un rojo cereza tan prietas que parecía que le
fueran a romper la espinilla.
—Tengo una cita —le dijo ella mientras echaba un vistazo rápido al club. Estaba
casi vacío, excepto por las seis bailarinas que practicaban en el escenario y unos
cuantos clientes que, siendo lo que eran, la etiquetaron de policía con la rapidez de
quien le mete mano en el bolsillo a un turista en Times Square.
Eve imaginó que una buena cantidad de sustancias ilegales recorrerían en breve
las cloacas de Nueva York.
—¿Vas a traer a más polis a mi local? —Él levantó la vista en el momento en que
dos traficantes se dirigían a los lavabos—. Algún negocio lo va a pasar mal esta
noche.
—No vengo aquí a hacer una redada. Va a venir la prensa. ¿Tienes alguna
habitación privada que podamos utilizar?
—¿Va a venir Nadine? De acuerdo, eso está bien. Utilizad la habitación tres,
cariño. Nos vemos dentro de un rato.
—Te lo agradezco. —Eve miró por encima del hombro en cuanto se abrió la
puerta y por ella se coló la luz del sol, Nadine y un operador de cámara—. No vamos
a tardar mucho.
Eve hizo una señal hacia la habitación y entró en ella sin esperar ningún signo de
asentimiento por parte de Nadine.

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—Siempre frecuentas sitios interesantes, Dallas. —Nadine arrugó la nariz y
observó las paredes manchadas y la cama deshecha, la única pieza de mobiliario que
ofrecía la habitación.
—Pues te gustó bastante este sitio, que yo recuerde. Lo bastante para quedarte en
ropa interior y ponerte a bailar en el escenario.
—Me encontraba incapacitada en esos momentos —dijo Nadine con cierto aire de
dignidad mientras el operador soltaba una risita—. Cállate, Mike.
—Tienes cinco minutos. —Eve se sentó en el borde de la cama—. Puedes
hacerme preguntas o puedes dejar que yo haga una declaración. No voy a decirte
nada más de lo que vamos a decir durante la rueda de prensa, pero lo tendrás veinte
minutos antes que los demás. También te voy a permitir que divulgues la información
que ya te di.
—¿Por qué?
—Porque —dijo Eve con calma— somos amigas.
—Sal un momento, Mike. —Nadine esperó hasta qué él hubo dejado de quejarse
y hubo cerrado la puerta al salir—. No quiero ningún favor por lástima.
—No se trata de eso. Tú has mantenido el pacto, has guardado información hasta
que yo la he esclarecido. Solamente mantengo el pacto. Eso es lo profesional. Confío
en ti para que divulgues la verdad. Eso también es profesional. Me gustas, a pesar de
que me resultas irritante. Eso es personal. Ahora, ¿quieres hacer la entrevista o no?
Nadine sonrió despacio.
—Sí, quiero hacerla. Me gustas, Dallas, y siempre resultas irritante.
—Ofréceme un rápido resumen de tu impresión con Rudy y Piper.
—Encantadores, por completo. Comunican la política empresarial como
campeones. Reaccionaron perfectamente después de cada punto que toqué. Bien
programados.
—¿Quién manda?
—Oh, él manda. Sin duda. Se muestra un tanto demasiado protector con ella para
ser un hermano, si quieres mi opinión. Y la manera en que tienen de vestirse igual,
incluso de llevar el mismo tono de labios, es un tanto inquietante. Pero
probablemente sea cosa de gemelos.
—¿Entrevistaste a algún miembro del personal?
—Claro, elegí a unos cuantos asesores al azar. Están llevando una fina operación
allí.
—¿Algún chismorreo sobre los propietarios?
—Nada excepto halagos. No pude sacarles ni un comentario malicioso. —Arqueó
una ceja—. ¿Es eso lo que estás buscando?
—Estoy buscando a un asesino —dijo Eve en tono neutro—. Continuemos.
—De acuerdo. —Nadine alargó una mano y dio unos golpecitos en la puerta para
que Mike entrara—. Declaración con preguntas posteriores.
—O una cosa o la otra.

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—No seas tan puntillosa. Empieza con la declaración. —Nadine echó un vistazo a
la cama, calculó la variedad de fluidos corporales que debían de haberse vertido en
ella y prefirió quedarse de pie.

Al cabo de una hora, Eve se encontraba escuchando al jefe de Policía y Seguridad


Tibble. Éste ofrecía una declaración idéntica a la que ella le había ofrecido a Nadine.
Eve pensó que el estilo de él era más impresionante. Temblaba por el frío, ya que
estaban ofreciendo la rueda de prensa en la Torre, desde donde sus oficinas se
extendían por toda la planta superior del edificio.
El tráfico aéreo había sido desviado durante los treinta minutos que iban a
necesitar, así que sólo se oía a las cámaras aéreas y a los helicópteros de tráfico sobre
sus cabezas.
Eve estaba segura de que él estaba al corriente de que la información ya había
sido emitida. Él podía reprenderla por ello, pero dado que no le habían prohibido
oficialmente que ofreciera una declaración previa a la de él, sería malgastar el tiempo.
Eve sabía que era muy raro que Tibble malgastara nada.
Ella le respetaba, y le respetó todavía más al ver que él era capaz de ofrecer una
declaración completa sin delatar información vital que podían necesitar ante un
tribunal.
En cuanto la multitud de periodistas empezó a disparar las preguntas, él levantó
ambas manos.
—Voy a delegar las respuestas en la oficial responsable de la investigación, la
teniente Eve Dallas.
Se dio la vuelta y acercó los labios al oído de ella.
—Cinco minutos, y no les diga nada que no sepan ya. La próxima vez, Dallas,
póngase un maldito abrigo.
Ella se cerró la chaqueta y dio un paso hacia delante.
—¿Tienen a algún sospechoso?
Eve no suspiró, pero tuvo ganas de hacerlo. Odiaba enfrentarse a los medios de
comunicación.
—Estamos interrogando a varios individuos en relación con el caso.
—¿Fueron las víctimas agredidas sexualmente?
—Los casos se están llevando como homicidios sexuales.
—¿De qué manera están conectados? ¿Se conocían las víctimas?
—No puedo hablar de esta parte de la investigación en este momento. —Levantó
una mano para acallar las quejas—. De todas formas, estamos tratando estos casos de
forma conectada. Tal y como el jefe Tibble ha declarado, la investigación, en estos
momentos, señala a un único asesino.
—Santa Claus ha venido a la ciudad —dijo en voz alta un payaso y la multitud
prorrumpió en carcajadas.

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—Sí, hagan un chiste con esto. —El enojo le calentó la sangre y le hizo olvidarse
de que tenía las manos heladas—. Eso es muy fácil porque ustedes no han visto lo
que él deja a su paso. Porque no han tenido que comunicar a padres y compañeros
que la persona a quien quieren está muerta.
La multitud quedó en un silencio tal que sólo se oían las aspas de los helicópteros.
—Supongo que la persona responsable de esta tristeza, de estas muertes,
disfrutará cuando vea que se le trata así en los medios, y de que éstos le dan lo que él
quiere. Conviertan el asesinato de cuatro personas en algo minúsculo y absurdo, y
conviértanle en una estrella. Pero en la Central de Policía sabemos lo que él es. Es un
hombre patético, incluso más patético que ustedes. No tengo nada más que decir.
Se dio la vuelta sin hacer caso de los gritos y tropezó con Tibble.
—Vamos dentro un momento, teniente. —La tomó del brazo y la arrastró
rápidamente por entre los guardas y a través de las puertas de seguridad—. Bien
hecho —dijo rápidamente—. Y ahora que hemos terminado con este enojoso
espectáculo, voy a tener que jugar a la política con el alcalde. Vaya a hacer su trabajo,
Dallas, y tráigame a ese maldito cabrón.
—Sí, teniente.
—Y póngase unos guantes, por el amor de Dios —añadió mientras se alejaba a
grandes pasos.
Eve se metió una mano en el bolsillo para calentarla mientras tomaba el
comunicador con la otra. Intentó comunicar con Mira primero, pero le dijeron que la
doctora todavía se encontraba realizando un examen. La siguiente llamada fue para
Peabody.
—¿Ha salido algo del collar?
—Tenemos una posibilidad. Bisutería y Brazaletes, en la Quinta. Su joyero diseñó
y fabricó el collar. Es una pieza única, hecha por encargo. Están comprobando los
registros en este momento, pero el dependiente dijo que quizá recordaba al cliente
que había ido a recogerlo en persona. Tienen cámaras de seguridad.
—Nos encontraremos allí. Voy de camino.
—¿Teniente?
Ella levantó la vista y se encontró con los ojos sombríos de Jerry Vandoren.
—Jerry, ¿qué está haciendo aquí?
—Me he enterado de la rueda de prensa. Quería… —Levantó las manos y las
dejó caer con gesto desvalido—. Quería oír lo que iba usted a decir. He escuchado.
Quiero darle las gracias…
Se interrumpió otra vez y miró a su alrededor con expresión de quien acaba de
girar una esquina y se encuentra en otro planeta.
—Jerry. —Ella le tomó del brazo y le alejó de allí antes de que los periodistas
olieran sangre y le atacaran—. Debería irse a casa.
—No puedo dormir. No puedo comer. Sueño con ella cada noche. Marianna no
está muerta cuando sueño con ella. —Inhaló, tembloroso—. Cuando me despierto, sí

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lo está. Todo el mundo dice que necesito apoyo terapéutico. No quiero que nadie me
apoye para salir de mi dolor, teniente. No quiero dejar de sentir lo que siento por ella.
Eso estaba fuera de su campo, pensó Eve, desesperada al ver que él buscaba una
respuesta en ella. Pero no podía darle la espalda.
—Ella no querría que continuara usted sufriendo. Le quería demasiado.
—Pero si dejo de sufrir, se habrá ido de verdad. —Cerró los ojos con fuerza y los
volvió a abrir—. Quería, sólo decirle que le agradezco lo que ha dicho usted ahí
fuera. Que no iba a permitir que hicieran un chiste con esto. Sé que usted le va a
detener. —La miró con ojos suplicantes—. ¿Le detendrá, verdad?
—Sí. Le detendré. Vamos. —Con amabilidad, le condujo hacia la salida—.
Vamos a buscar un taxi. ¿Dónde dijo que vivía su madre?
—¿Mi madre?
—Sí. Vaya a ver a su madre, Jerry. Vaya a quedarse con ella durante un tiempo.
Él parpadeó bajo la luz del sol al salir.
—Ya casi es Navidad.
—Sí. —Eve hizo una señal a uno de los policías uniformados que se encontraba
apoyado en un coche patrulla. Era mejor eso que un taxi.
—Vaya a pasar las Navidades con su familia, Jerry. Marianna hubiera querido que
lo hiciera.

Eve tuvo que apartar a Vandoren y su dolor de la mente para concentrarse en el


siguiente paso que tenía que dar. Después de abrirse camino entre el tráfico, aparcó
ilegalmente delante de la joyería, activó la señal de «ocupada» y se abrió paso entre
la multitud que atestaba la acera.
Imaginó que ése era el tipo de lugar donde Roarke podía ir, dejar que algún
destello le llamara la atención y dejar caer unos cuantos cientos en el mostrador.
La tienda era toda rosa y dorada, como el interior de una concha. Se oía una
música tranquila, una música que le hacía pensar en iglesias, en el ambiente
enrarecido.
Las flores eran frescas, la alfombra era gruesa, y el guardia de seguridad de la
puerta iba discretamente armado.
Él miró con desdén sus botas y su chaqueta, y Eve le mostró la placa. Se sintió
bastante satisfecha al ver que la expresión de desdén desaparecía de su rostro.
Pasó por delante de él rápidamente. Las gastadas botas no hicieron ningún ruido
en la alfombra rosa. Echó un rápido vistazo y vio a una mujer envuelta en kilómetros
de visón, sentada en un sillón tapizado, que se debatía entre diamantes y rubíes; un
hombre alto de pelo plateado con un abrigo pulcramente doblado en el brazo
observaba unas unidades de muñeca de oro; dos guardias de seguridad más; una rubia
sonriente inducida a una orgía de compras por un hombre barrigudo que podía ser su
abuelo. Era obvio que él tenía más dinero que sentido común.

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Vio las cámaras de seguridad, unas minúsculas lentes insertadas en los moldes
tallados del techo. Una escalera en espiral se elevaba a su derecha. O si la señora se
sentía demasiado cansada después de circular entre oro y piedras preciosas, se la
invitaba a utilizar el brillante ascensor.
Sólo el hecho de notar el peso del diamante entre los pechos le impidió sonreír
con ironía. Era muy incómodo saber que Roarke podía comprar todo lo que había en
ese lugar, incluso el edificio.
Se acercó a un mostrador de cristal tallado donde unos brazaletes con piedras
incrustadas se desplegaban elegantemente. Observó al dependiente. Éste no pareció
especialmente emocionado de verla. Él tenía un aspecto tan pulido como los artículos
que vendía, pero tenía los labios apretados, la mirada mostraba aburrimiento y su voz,
cuando habló, tenía un tono sarcástico.
—¿Puedo ayudarla, señora?
—Sí, necesito ver al director.
Él sorbió por la nariz e inclinó la cabeza de tal manera que el cabello dorado
brilló bajo las luces.
—¿Hay algún problema?
—Eso depende de la rapidez con que llame usted al director.
Sus labios adoptaron una expresión de desagrado, como si acabara de tragarse
algo amargo.
—Un momento. Y por favor, no toque nada. Acabo de limpiar el mostrador.
Pequeño gilipollas, pensó Eve. Consiguió dejar media docena de huellas digitales
en el brillante cristal antes de que él volviera con una esbelta y atractiva morena.
—Buenas tardes. Soy la señora Kates, la directora. ¿Puedo ayudarla?
—Soy la teniente Dallas. Del Departamento de Policía y Seguridad de Nueva
York.
La sonrisa de la mujer era mucho más cálida que la del dependiente, así que Eve
puso la placa sobre el mostrador, impidiendo que el resto de clientes la viera.
—Mi ayudante ha llamado hace un rato con respecto a un collar.
—Sí, hablé con ella. ¿Hablamos en mi oficina?
—De acuerdo. —Peabody y McNab entraron en ese momento. Sin decir nada,
ella les hizo una señal para que la siguieran.
—Recuerdo perfectamente ese collar —empezó Kates mientras les conducía hasta
una pequeña y femenina oficina. Señaló dos sillas de respaldo alto antes de sentarse
ante el escritorio—. Mi esposo lo diseñó, por encargo. No he podido ponerme en
contacto con él, lo siento, pero creo que podré darles toda la información que
necesiten.
—¿Conserva algún pedido?
—Sí. He consultado el disco y les he sacado una copia impresa. —Con gesto
eficiente, abrió un documento, echó un vistazo al contenido y se lo pasó a Eve—. El
collar se hizo con oro de catorce quilates, con cadena trenzada, tamaño gargantilla y

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cuatro pajaritos estilizados. Una pieza encantadora.
Eve pensó que no resultaba tan encantadora al verla alrededor del cuello
amoratado de Holloway.
—Nicholas Claus —murmuró mientras leía el nombre del cliente. Suponía que se
trataba de una ironía—. ¿Le pidió usted el número de identidad?
—No fue necesario. El cliente pagó en efectivo, dejó un veinte por ciento de
depósito al hacer el encargo, luego pagó el resto al recogerlo.
Kates entrelazó los dedos de las manos.
—La reconozco, teniente. ¿Debo asumir que este collar forma parte de una
investigación de asesinato?
—Puede asumirlo. Ese Claus, ¿vino personalmente?
—Sí, tres veces que yo recuerde. —Kates levantó las manos, todavía
entrelazadas, se dio unos golpecitos en los labios y luego las bajó otra vez—. Hablé
con él yo misma la primera vez. De una altura media, diría, quizá un poco más alto.
Esbelto, pero no delgado. Elegante —dijo, después de pensarlo un momento—. Muy
buen aspecto. Pelo oscuro, bastante largo, con mechas plateadas. Le recuerdo como
un hombre muy elegante, muy educado y muy claro en lo que quería.
—Descríbame su voz.
—¿Su voz? —Kates parpadeó un momento, sorprendida—. Bueno… educada,
diría. Con un ligero acento. Europeo, supongo. Tranquila. Estoy segura de que la
reconocería otra vez. Recuerdo que contesté a una llamada suya una vez y supe quién
era en cuanto habló.
—¿Él llamó?
—Una o dos veces, creo, para saber cómo iba el collar.
—Voy a necesitar los discos de seguridad, y sus registros del comunicador.
—Se los prepararé. —Se puso en pie inmediatamente—. Quizá tarde un poco.
—McNab, ayude a la señora Kates en esto.
—Teniente.
—Él tenía que saber que nosotros lo comprobaríamos —le dijo Eve a Peabody en
cuanto se quedaron solas—. Dejó el collar en la escena del crimen, un collar que él
mismo encargó. Tenía que saber que encontraríamos el lugar donde lo encargó.
—Quizá él no creyera que nos moveríamos tan rápido, o que Kates tendría tan
buena memoria.
—No. —Insatisfecha, Eve se puso en pie—. Él lo sabía. Aquí es donde él quiere
que estemos. Es otro espectáculo. Aquí ha hecho un papel, y él no se parece al
hombre que vamos a ver en esos discos, igual que no se parece a Santa Claus.
Caminó hasta la puerta y volvió.
—Diferentes atrezos, diferentes disfraces, diferentes escenarios, pero es un
espectáculo. Ha cubierto su rastro, Peabody, pero no es tan listo como cree ser. Las
grabaciones de voz de los registros del comunicador le van a delatar.

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Capítulo dieciséis

J
— esús, Dallas. —Feeney hizo un gesto con el hombro para apartarse de encima a
Eve, que se apoyaba en él—. Deja de respirar en mi cogote.
—Lo siento. —Ella se apartó solamente un centímetro—. ¿Cuánto se tarda en
programar una impresión en esta cosa?
—El doble de lo que tardaría si no me estuvieras acosando.
—Está bien, de acuerdo. —Ella se apartó y caminó hasta la ventana de la sala de
reuniones—. Está cayendo aguanieve —dijo, más para sí misma que para él—. El
tráfico será horrible dentro de un rato.
—El tráfico siempre es horrible en esta época del año. Demasiados turistas dando
por saco. Ayer por la noche intenté ir de compras un rato. Mi mujer quiere esa especie
de suéter. La gente es como una manada de lobos devorando un ciervo muerto en la
calle. No voy a volver a hacerlo.
—Comprar por vídeo es más fácil.
—Sí, pero los jodidos circuitos están abarrotados. Todo el mundo está ahí
intentando conseguir una ganga. Si no consigo poner doce bonitas cajas en el árbol
para ella, voy a tener que dormir en el cuarto trastero hasta la primavera.
—¿Doce? —Ligeramente horrorizada, Eve se dio la vuelta—. ¿Tienes que
comprarle más de uno?
—Vaya, Dallas, de verdad estás verde en temas matrimoniales. —Soltó un bufido
mientras trabajaba manualmente con el programa—. Un regalo no es nada. Cantidad,
amiga, hay que pensar en la cantidad.
—Fantástico, maravilloso. Estoy acongojada.
—Te quedan un par de días. Aquí lo tenemos.
El problema de las compras desapareció de la mente de Eve y volvió
rápidamente.
—Ponlo.
—Estoy en ello. Aquí tenemos a nuestro hombre en el comunicador.
«¿Se puede poner la señora o el señor Kates?»
—He cortado las otras voces. Éstas son las pausas —explicó Feeney.
«Buenos días, señora Kates. Soy Nicholas Claus. Quería saber qué tal va el
collar.»
—Puedo activar el test, pero esto es suficiente para buscar una concordancia.
—El acento es vago —dijo Eve, pensativa—. No le pone mucho énfasis. Es listo.
¿Tienes a Rudy ahí?
—Ahora aparece. Esto es de la cinta del interrogatorio. Sólo él.
«Aconsejamos a nuestros clientes que se citen con sus parejas en un lugar
público. Si posteriormente acceden a citarse en privado, ésa es una decisión
personal.»

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—Ahora tenemos la impresión. Este aparatito lo procesa todo: timbre, inflexión,
cadencia, calidad del tono. No importa que uno cambie la voz. Es tan seguro como
con las huellas digitales o el ADN. No se puede falsear. Cambiar a sujeto A. Mostrar
gráfico en pantalla y audio.
«Procesando.»
Eve escuchó la llamada del comunicador y observó las líneas de color que se
dibujaban en la pantalla.
—Divide la pantalla —le dijo a Feeney— y coloca el interrogatorio debajo de
ésta.
—Un momento. —Feeney ordenó la función y apretó los labios—. Tenemos un
problema.
—¿Qué? ¿Qué sucede?
—Mezclar gráficos en pantalla —ordenó, y suspiró mientras los picos y los valles
se superponían—. No concuerdan, Dallas. Ni siquiera se acercan. Aquí hay dos voces
diferentes.
—Mierda. —Eve se pasó la mano por el pelo. Se daba cuenta de ello y empezó a
sentir acidez en el estómago—. Déjame que piense. Está bien, ¿y si utilizó un
distorsionador de la voz en el TeleLink?
—Hubiera podido confundir un poco, pero daría puntos concordantes. Lo mejor
que puedo hacer es realizar una búsqueda de cualquier máscara electrónica y quitarla
si la encuentro. Pero he trabajado lo suficiente con este tipo de cosas para reconocer a
dos personas distintas.
Feeney suspiró y la miró con una de sus expresiones de pesadumbre.
—Lo siento, Dallas. Esto hace que tengamos que retroceder un poco.
—Sí. —Eve se frotó los ojos—. Realiza el examen de todas formas, ¿quieres,
Feeney? ¿Qué hay del contraste de rasgos faciales de los vídeos?
—Se está haciendo… despacio. Puedo contrastar la oreja de Rudy y la forma de
sus ojos con él.
—Intentemos esa vía también. Voy a consultar con Mira, a ver si ha terminado el
perfil.
Para ahorrar tiempo, Eve llamó a la oficina de Mira. La doctora había salido y
pasaría el día fuera, pero un informe preliminar había sido enviado al TeleLink de la
oficina de Eve. Ella se dirigió hacia allí mientras intentaba distinguir las grabaciones
de las voces.
El tipo era listo, pensó. Quizá ya se había imaginado que realizarían un análisis de
voz. Lo previo y encontró la forma de esquivarlo. ¿Y si había hecho que alguien
llamara al joyero?
Eso era suponer demasiado, admitió. Pero no era imposible.
Oyó algo que le pareció una risita: al entrar en la oficina vio a Peabody que
charlaba amigablemente con Charles Monroe.
—¿Peabody?

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—Teniente. —Peabody se puso inmediatamente en pie y se mostró atenta—.
Charles, esto, el señor Monroe tiene… quería…
—Controla las hormonas, agente. ¿Charles?
—Dallas. —Él sonrió, se levantó del brazo de una de las patéticas sillas—. Su
ayudante me ha hecho compañía, de forma encantadora, mientras la esperaba.
—Seguro. ¿Qué pasa?
—Quizá no sea nada, pero… —Se encogió de hombros—. Una de las mujeres de
mi lista de parejas se puso en contacto conmigo hace un par de horas. Parece que la
cita que tenía para ir de excursión este fin de semana tuvo un imprevisto. Ella pensó
que podría sustituirle, aunque nosotros no habíamos conectado de verdad
anteriormente.
—Eso resulta fascinante, Charles. —Impaciente por continuar con su trabajo, Eve
se dejó caer en una silla—. Pero no me siento capacitada para darle consejos acerca
de su vida privada.
—Eso lo puedo manejar por mí mismo. —Como si quisiera demostrarlo, le guiñó
un ojo a Peabody y ella se ruborizó de placer—. Estaba considerando la posibilidad
de aceptar pero, sabiendo cómo pueden salir las cosas, decidí charlar un poco más
con ella antes de decidir para ver cómo me sentía.
—¿Esto conduce a alguna parte?
Él se inclinó hacia delante.
—Me gusta disfrutar de mi momento, teniente Dulce. —Los dos ignoraron la
exclamación de disgusto al oír el apelativo—. Ella empezó a descargarse en mí.
Había tenido una gran discusión con el tipo con quien había estado saliendo. Me
volcó toda la mierda. Le había pillado engañándola con una pelirroja. Entonces me
dijo que él había intentado arreglarlo enviando a Santa Claus con un regalo ayer por
la noche.
Eve se incorporó lentamente en la silla y ahora le dedicaba toda la atención.
—Continúe.
—Sabía que eso le interesaría. —Con un gesto de satisfacción, Charles se recostó
en el asiento—. Me dijo que el timbre de su puerta sonó sobre las diez ayer por la
noche y que cuando miró quién era vio a Santa Claus con una caja grande y plateada.
—Meneó la cabeza—. Debo decirle que, dado lo que sabía, se me paró el corazón.
Pero ella continuó hablando y me dijo que no quiso darle a ese bastardo la
satisfacción de abrir la puerta. No quería aceptar ese penoso regalo de compromiso.
—No le dejó entrar —murmuró Eve.
—E imagino que por eso continuó viva y pudo llamarme y contármelo.
—¿Sabe usted cómo se gana ella la vida?
—Es bailarina. De ballet.
—Sí. Eso cuadra —murmuró Eve—. Necesito un nombre y una dirección.
¿Peabody?
—Preparada.

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—Cheryl Zapatta, vive en la Veintiocho Oeste. Es lo único que sé.
—La encontraremos.
—Mire, no sé si he hecho lo correcto, pero se lo he contado. Acababan de emitir
su entrevista con Nadine Furst, así que imaginé que ya era público. Le dije que
encendiera la pantalla y se lo conté. —Exhaló con fuerza—. Entró en pánico. Gran
momento. Dijo que iba a salir. No sé si va a encontrarla allí.
—Si ha salido, podemos conseguir una orden para entrar y registrar. Hizo bien,
Charles —dijo Eve al cabo de un momento—. Si ella no hubiera oído las noticias,
quizá hubiera cambiado de opinión y hubiera abierto la puerta la próxima vez. Le
agradezco que haya venido.
—Cualquier cosa por usted, teniente Dulce. —Él se puso en pie—. ¿Podría
decirme qué es lo que está sucediendo?
—Mire la pantalla —le aconsejó Eve.
—Sí. Esto, ¿le importaría enseñarme el camino de salida, agente? —Dedicó una
seductora sonrisa a Peabody—. Estoy un poco perdido.
—Claro. ¿Teniente?
—Adelante. —Eve les despidió con un gesto de mano y luego se sumergió en el
informe de Mira. Absorta y frustrada, no se dio cuenta de que Peabody tardaba veinte
minutos en enseñarle a Charles que podía elegir entre rampa deslizante o ascensor.
—Ha descartado al hijo de puta —le dijo Eve a Peabody, frotándose el rostro con
las manos en el mismo momento en que ésta volvía—. No tengo nada con qué
retenerle.
—¿A Rudy?
—Su personalidad no concuerda con el perfil. Su potencial de violencia física es
bajo. Es taimado, inteligente, obsesivo, posesivo y sexualmente limitado, pero en
opinión de la doctora, no es nuestro hombre. Mierda. Si su abogado recibe una copia
de esto, no voy a poder tocar al maldito tipo.
—¿Todavía le persigue a él?
—No sé a quién estoy persiguiendo. —Intentaba mantener la tranquilidad y la
mente clara—. Volveremos atrás y empezaremos de nuevo. Desde el principio.
Volveremos a interrogar, empezaremos con la primera víctima.

A las ocho cuarenta y cinco, Eve avanzaba escaleras arriba. Ya estaba de mal
humor, porque Summerset le había dado la bienvenida en el vestíbulo con su biliosa
mirada y con el comentario de que disponía exactamente de quince minutos para
ponerse presentable antes de que los invitados empezaran a llegar.
No resultó de ninguna ayuda encontrar a Roarke en el dormitorio, ya duchado y
vistiéndose.
—Lo conseguiré —exclamó ella, corriendo hacia el baño.
—Es una fiesta, querida, no una prueba de resistencia. —Él entró con tranquilidad

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detrás de ella, básicamente por el placer de verla desnudarse—. Tómate tu tiempo.
—Sí, como que estoy dispuesta a llegar tarde y darle a ese cara de mono motivos
para quejarse de mí. Ducha, a toda potencia, treinta y ocho grados.
—No se te pide que busques la aprobación de Summerset. —Él se apoyó
perezosamente contra la pared para observarla. Ella se duchaba igual que hacía todo
lo demás: con rapidez y eficiencia, sin malgastar ni el tiempo ni los movimientos—.
De todas maneras, es típico que la gente llegue tarde en este tipo de cosas.
—Sólo voy un poco retrasada. —El champú se le metió en los ojos y le picó. Eve
soltó un bufido—. He perdido a mi principal sospechoso, y tengo que empezar de
cero. —Salió de la ducha y dio un paso hacia la cabina secadora, pero se detuvo—.
Mierda. ¿Se supone que debo ponerme esta pasta en la cabeza cuando el pelo está
mojado o cuando está seco?
Roarke sabía muy bien a qué pasta se refería, así que tomó un tubo de uno de los
estantes y depositó un montoncito de crema en la palma de su mano.
—Aquí está. Permíteme.
La forma en que las manos de él le masajearon la cabeza le hicieron tener ganas
de ronronear, pero, en lugar de eso, le miró con suspicacia.
—No juegues conmigo, amigo. No tengo tiempo para ti.
—No tengo ni idea de qué estás hablando. —Disfrutando, él tomó otro tubo y
depositó un generoso montón de loción corporal en la palma de su mano—.
Solamente te estoy ayudando a arreglarte —empezó a decir mientras deslizaba las
manos por los hombros de ella, por sus pechos—. Ya que pareces agobiada.
—Mira… —Pero cerró los ojos y suspiró al notar que las manos de él se
deslizaban por su cintura y por el trasero—. Creo que te has dejado un punto.
—Qué descuidado. —Bajó la cabeza y le olió en el cuello. Le dio un mordisco—.
¿Quieres llegar muy, muy tarde?
—Sí. Mas no lo voy a hacer. —Se apartó de él con un movimiento sinuoso y
entró en la cabina de secado—. Mas no te olvides de dónde te has quedado.
—Es una pena que no hayas llegado veinte minutos antes. —Decidió que
continuar mirándola no le iba a enfriar la sangre, así que volvió al dormitorio.
—Solamente me falta untarme un poco la cara. —Salió rápidamente de la cabina
de secado y corrió hacia el espejo sin preocuparse de ponerse la bata—. ¿Qué se
supone que debo ponerme en una ocasión como ésta?
—Yo lo tengo.
Eve dejó las manos quietas, que habían estado intentando aplicarse torpemente la
máscara de pestañas, y frunció el ceño.
—¿Es que yo escojo tu ropa?
—Eve, por favor.
Ella no pudo evitar reírse.
—De acuerdo. Ha sido un mal ejemplo. Pero no tengo tiempo de pensar en otro.
—Resolvió el problema del peinado pasándose las manos rápidamente por el cabello

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tal como estaba y se dirigió hacia el dormitorio. En él, Roarke estaba observando una
cosa que, supuso, la gente llamaba vestido.
—Quita esto. No pienso ponerme algo así.
—Mavis lo trajo la otra noche. Leonardo lo ha diseñado para ti. Te va a quedar
estupendo.
Ella frunció el ceño mirando los flexibles paneles plateados que se mantenían
unidos a los lados por unas delgadas tiras brillantes. Esas mismas tiras se repetían en
los hombros y sujetaban un trozo de tela por la parte delantera y una que caía mucho,
mucho más abajo, en la parte trasera.
—¿Qué tal si voy desnuda y así ahorro tiempo?
—Vamos a ver qué tal.
—¿Qué me pongo debajo?
Él presionó la lengua contra la parte interior de la mejilla.
—Ya lo llevas puesto.
—Jesús. —Con gesto torpe, se puso el vestido por los pies y se lo subió.
El material era suave como el agua de una cascada y la abrazaba como un amante.
Las seductoras aperturas a los lados mostraban la piel suave y unas curvas esbeltas.
—Querida Eve. —Él le tomó la mano, le dio la vuelta y frotó la nariz contra la
palma, un gesto que hacía que a ella le fallaran las piernas—. A veces me dejas sin
respiración. Mira, pruébate esto.
Sacó un par de pendientes de perlas del vestidor y se los dio.
—¿Ya eran míos o qué?
Entonces él sonrió.
—Hace meses que los tienes. Ya no hay más regalos hasta Navidad.
Ella se los puso y decidió tomarse con calma el hecho de que él eligiera también
los zapatos.
—No hay ningún lugar en esta cosa para fijar el comunicador. Estoy en activo.
—Esto. —Él le dio un bolsito ridículamente pequeño que hacía juego con los
zapatos.
—¿Algo más?
—Estás perfecta. —Él sonrió al oír el pitido que indicaba que el primer coche
había llegado a las puertas—. Y a tiempo. Bajemos y así podré presumir de esposa.
—No soy un caniche —dijo ella, haciéndole reír.

Al cabo de una hora, la casa estaba llena de gente, de música y de luz. Eve echó
un vistazo a la sala de baile y se sintió agradecida de que Roarke no hubiera esperado
de ella que se enterara de los preparativos.
Había unas enormes mesas que sostenían unas bandejas plateadas repletas de
comida: jamón con miel de Virginia, pato glaseado de Francia, ternera de Montana;
bogavante, salmón, ostras de los ricos lechos de Silas I; un despliegue de verduras

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frescas recién cogidas esa mañana y elegantemente colocadas formando diseños.
Unos postres que serían una tentación para un preso político en huelga de hambre
formaban un altísimo árbol en forma de pastel de cuyas ramas colgaban unos
ornamentos de mazapán.
Eve se maravilló del hecho de que todavía se sentía impresionada por lo que ese
hombre con quien se había casado era capaz de preparar.
A ambos extremos de la sala de baile había un altísimo pino decorado con miles
de lucecitas blancas y estrellas plateadas. Las ventanas, que subían desde el suelo
hasta el techo, no mostraban la desagradable aguanieve que caía sobre la ciudad, sino
un maravilloso holograma de un paisaje nevado por el cual las parejas patinaban en
un lago helado y los niños bajaban por una ladera en sus trineos de color rojo.
Eve pensó que ese tipo de detalles eran muy propios de Roarke.
—Eh, corazón. ¿Estás sólita aquí?
Eve arqueó una ceja al notar una mano en el trasero. Se dio la vuelta y se
encontró ante McNab.
Él se puso rojo, luego se puso blanco, y luego, rojo otra vez.
—¡Dios! Teniente. Señor.
—Tienes la mano en mi culo, McNab. No creo que quieras mantenerla ahí.
Él la apartó como si le quemara.
—Dios. Joder. Mierda. Le pido perdón. No la he reconocido. Quiero decir… —
Metió la mano, que sinceramente deseaba que ella le permitiera conservar, en uno de
los bolsillos—. No sabía que era usted. Pensé… Parece usted… —Le faltaban las
palabras.
—Me parece que el detective McNab intenta dirigirte un piropo, Eve. —Roarke
se deslizó entre ambos y, como no podía resistirse, miró a los ojos aterrorizados de
McNab con dureza—. ¿No es verdad, Ian?
—Sí. Es decir…
—Y si yo creyera que él se había dado cuenta de que era tu culo el que estaba
manoseando, tendría que matarle. Aquí mismo. —Roarke alargó una mano y jugó
con la tira de la corbata roja de McNab—. Ahora mismo.
—Oh, ya me hubiera ocupado de eso yo misma —repuso Eve en tono seco—. Me
parece que le vendría bien un trago, detective.
—Sí, señor. Me vendría bien.
—Roarke, ¿por qué no te ocupas de él? Mira acaba de llegar y quiero hablar con
ella.
—Encantado. —Roarke le pasó un brazo por los hombros a McNab y apretó un
poco más de lo que resultaba agradable.
Eve tardó un poco más de lo que le hubiera gustado en abrirse paso a través de la
amplia sala. Le sorprendía lo mucho que a la gente le gustaba charlar en las fiestas. Y
de nada en especial. Eso ya la retrasó bastante, pero además vio a Peabody, con un
aspecto muy poco típico de Peabody, con un ajustado pantalón dorado y una fina

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chaqueta sin mangas, cogida del brazo de Charles Monroe.
Eve decidió que Mira podía esperar.
—Peabody.
—Dallas. Oh, esto es increíble.
—Sí. —Eve dirigió la mirada a Charles y clavó los ojos en los de él con expresión
enojada—. Monroe.
—Tiene una casa fabulosa, teniente.
—No recuerdo haber visto su nombre en la lista de invitados.
Peabody se sonrojó y se enderezó.
—La invitación decía que podía traer a una pareja.
—¿Es esto lo que es él? —preguntó ella, sin apartar los ojos de los de él—. ¿Una
pareja?
—Sí. —Él bajó la voz y una sombra de dolor le ensombreció los ojos—. Delia
está al corriente de mi profesión.
—¿Le estás ofreciendo el descuento habitual para las policías?
—Dallas. —Escandalizada, Peabody dio un paso hacia delante.
—No pasa nada. —Charles la hizo volver atrás—. Es mi tiempo libre, Dallas, y
espero poder pasar una agradable velada con una mujer atractiva cuya compañía me
agrada. Si prefiere que me vaya, es su casa y usted decide.
—Es una chica estupenda.
—Sí, lo es —murmuró Peabody—. Un segundo, Charles —añadió, y tomó a Eve
del brazo y la arrastró a un lado.
—¡Eh!
—No, tú eh. —La furia se le delataba en la voz mientras Peabody acorralaba a
Eve en una esquina—. No tengo que pedirte permiso acerca de mi tiempo privado ni
de mis relaciones personales, y no tienes ningún derecho en incomodarme.
—Espera un minuto…
—No he terminado. —Más tarde, Peabody recordaría la mirada de conmoción y
de asombro en el rostro de Eve, pero en ese momento estaba demasiado enojada para
reaccionar ante ello—. Lo que yo haga estando fuera de servicio no tiene nada que
ver con el trabajo. Si quiero subirme a una mesa y bailar en mi tiempo privado, es
asunto mío. Y si quiero pagar a seis acompañantes con licencia en mi tiempo privado,
es asunto mío. Y si quiero tener una cita civilizada con un hombre atractivo e
interesante que, por alguna razón, quiere tener una conmigo, es asunto mío.
—Sólo intentaba…
—No he terminado —dijo Peabody con las mandíbulas apretadas—. Durante el
trabajo, tú mandas. Pero ahí se acaba. Si no quieres que me quede aquí con Charles,
entonces me voy.
Peabody se dio media vuelta, pero Eve la sujetó por la muñeca.
—No quiero que te vayas. —Habló en tono bajo, controlado y tenso—. Me
disculpo por haberme entrometido en tu vida personal. Espero que eso no te haga

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pasar una mala velada. Perdóname.
Herida, increíblemente herida, se alejó. Todavía tenía el estómago revuelto
cuando encontró a Mira.
—No quiero apartarte de la fiesta, pero me gustaría que me dedicaras unos
minutos. En privado.
—Por supuesto. —Preocupada al ver los ojos oscuros y las mejillas pálidas de
Eve, Mira le tocó un brazo—. ¿Qué sucede, Eve?
—En privado —repitió ella, y se ordenó a sí misma a enterrar sus emociones
mientras la conducía fuera de la sala—. Podemos hablar en la biblioteca.
Oh. —En cuanto hubieron entrado, Mira juntó las manos con expresión de puro
placer—. Qué espacio tan maravilloso. Oh, vaya unos tesoros. Ya no hay mucha
gente que aprecie el tacto y el olor de un libro de verdad entre las manos. El placer de
acomodarse en un sillón con la calidez de un libro en lugar de la fría eficiencia de un
disco.
—A Roarke le gustan los libros —repuso simplemente Eve, y cerró la puerta—.
Es sobre el examen de Rudy. Cuestiono alguna de tus conclusiones.
—Sí, pensé que lo harías. —Mira se paseó por la habitación, admirándola, y
luego se acomodó en un mullido sillón tapizado de piel y se arregló la falda rosa de
su traje de fiesta—. Él no es tu asesino, Eve, y tampoco es el monstruo que quieres
que sea.
—No tiene nada que ver con lo que yo quiero. La relación que mantiene con su
hermana me perturba en algo que roza lo personal y profundo.
—Ella no es como tú, a pesar de todo; no es una niña, no está desvalida, y a pesar
de que creo que él tiene un control sobre ella poco saludable, nadie la está forzando.
—Él la utiliza.
—Sí, y ella a él. Es algo mutuo. Estoy de acuerdo en que él es obsesivo en lo que
respecta a ella. Es un hombre sexualmente inmaduro. Lo que le elimina de tu lista,
Eve, es el hecho de que creo que él es impotente con todo el mundo excepto con su
hermana.
—Él era víctima de un chantaje, y el chantajista está muerto. Un cliente estaba
persiguiendo a su hermana, y este cliente está muerto.
—Sí, y admito que, con estos datos, yo estaba predispuesta a encontrarle capaz de
haber cometido esos crímenes. No lo es. Tiene cierto potencial de ejercer violencia
física. Si se siente provocado, amenazado. Pero es un arrebato, algo inmediato. No se
encuentra en él la capacidad de planificar, de preparar, de perpetrar el tipo de
asesinatos con los que te enfrentas.
—Entonces, ¿simplemente le dejamos ir? —Eve se alejó—. ¿Le soltamos?
—El incesto va contra la ley, pero tiene que demostrarse coerción. Éste no es el
caso. Comprendo tu necesidad de castigarle, y de, en tu mente, liberar a su hermana
de su yugo.
—No se trata de mí.

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—Oh, ya lo sé, Eve. —Le dolía verla así, así que la tomó de la mano y la obligó a
que dejara de pasearse por la habitación—. No continúes castigándote.
—Me centré en él a causa de eso. Sé que lo hice. —De repente se sintió cansada y
se dejó caer al lado de Mira—. Y porque lo hice, debí de haber pasado algo por alto,
algún detalle, que me hubiera conducido hasta el asesino.
—Seguiste un camino lógico y bien trazado. Tenías que eliminarle de la lista.
—Pero he tardado demasiado en hacerlo. Y cada vez que mi instinto me decía que
me estaba centrando en el hombre equivocado, no le hice caso. Porque continuaba
viéndome a mí misma. La miraba a ella y pensaba, por dentro, pensaba: «Podría
tratarse de mí. Si no hubiera matado a ese maldito cabrón de mierda, podría tratarse
de mí».
Apoyó la cabeza en las manos y luego se las pasó por el cabello.
—Dios, lo estoy liando todo. Por todas partes.
—¿Qué quieres decir?
—No tiene sentido entrar en esto.
Mira le acarició el cabello.
—¿En qué sentido?
—Parece que ni siquiera soy capaz de manejar unas fiestas perfectamente
normales. Solamente el pensar en qué debo hacer, qué comprar, cómo comportarme,
me provoca retortijones en el estómago.
—Oh, Eve. —Mira sonrió un poco y meneó la cabeza—. La Navidad vuelve un
poco loco a todo el mundo con esos problemas. Es completamente normal.
—No, para mí no lo es. Nunca tuve que preocuparme de esto antes. Nunca he
tenido a tanta gente en mi vida.
—Ahora la tienes. —Mira sonrió y se permitió volver a acariciar el pelo de Eve
—. ¿De qué te quieres librar?
—Creo que he conseguido echar a Peabody. —Disgustada, Eve se puso en pie
otra vez—. Ha venido con un acompañante con licencia. Oh, él, básicamente, está
bien, pero es un jodido puto, un cabrón atractivo, divertido y listo.
—Eso te perturba —insinuó Mira—: el hecho de que por una parte él te guste y
que, por otra, le detestes por lo que hace para vivir.
—No se trata de mí. Se trata de Peabody. Él dice que quiere tener una relación de
verdad, y a ella le brillan los ojos cuando le mira, y ahora está enormemente cabreada
porque yo dije algo al respecto.
—La vida es complicada, Eve, y me temo que tú te has hecho y has conseguido
una, con todos los conflictos, problemas y sentimientos heridos que eso comporta. Si
ella está enojada contigo, es porque no hay nadie a quién admire o respete más.
—Oh, Dios.
—Ser querida es una gran responsabilidad. Arreglarás las cosas con ella, porque
ella te importa.
—Empiezo a tener a demasiada gente que me importa.

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La pantalla que había en el otro extremo de la habitación se encendió. El rostro
tenso de Summerset la llenó.
—Teniente, sus invitados están preguntando por usted.
—A la mierda. —Sonrió un poco y Mira reprimió una carcajada—. Por lo menos,
ése es alguien por quien no debo preocuparme. Pero no debería haberte arruinado la
velada.
—No lo has hecho. Me gusta hablar contigo.
—Bueno… —Eve iba a meterse las manos en los bolsillos, pero recordó que no
los tenía, así que suspiró—. ¿Te importaría esperar aquí un minuto? Quiero ir a
buscar una cosa en mi oficina.
—De acuerdo. ¿Puedo echar un vistazo a los libros?
—Claro. Lo que quieras. —Como no quería tardar bajando las escaleras, Eve se
metió en el ascensor. Estaba de vuelta cuando todavía no habían pasado tres minutos,
pero Mira ya se había acomodado en el sillón con un libro.
—Jane Eyre. —Suspiró y lo dejó a un lado—. Lo leí cuando era niña. Es tan
desgarradoramente romántico.
—Puedes llevártelo prestado si quieres. A Roarke no le importará.
—Ya lo tengo. Es que no he tenido el tiempo de releerlo. Pero gracias.
—Quería darte esto. Faltan todavía un par de días, pero… quizá no te vea. —
Sintiéndose ridículamente torpe, le ofreció una caja elegantemente envuelta.
—Oh, qué detalle por tu parte. —Con un placer evidente, Mira sujetó la caja con
ambas manos—. ¿La puedo abrir ahora?
—Claro, se trata de eso, ¿no? —Eve cambió el peso del cuerpo de una pierna a
otra, y luego puso cara de exasperación al ver que Mira deshacía el complicado lazo y
se tomaba el trabajo de desdoblar el papel con cuidado.
—Mi familia se pone nerviosa también —dijo, con una carcajada—.
Simplemente, es que no puedo soportar romperlo; luego guardo el papel y la cinta
como una urraca. Tengo un armario lleno de papel de regalo que luego siempre me
olvido de utilizar. Pero… —Se interrumpió al abrir la tapa de la caja y ver la botella
de perfume que contenía—. Vaya, es maravillosos, Eve. Tiene mi nombre tallado.
—Es una especie de fragancia personalizada. Le das al tipo una descripción física
y unos rasgos de personalidad y él crea una fragancia individual.
—Charlotte —murmuró Mira—. No sabía que conocías mi nombre de pila.
—Me parece que lo oí en algún momento.
A Mira, sentimental, se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Es maravillosamente atento por tu parte. —Dejó la botella en la caja y le dio un
abrazo a Eve—. Gracias.
Eve, sintiendo calidez e incomodidad al mismo tiempo, se dejó abrazar.
—Me alegro de que te guste. Soy bastante novata con este tipo de cosas.
—Lo has hecho muy bien. —Se apartó, pero tomó el rostro de Eve entre las
manos—. Te aprecio tanto. Ahora necesito ir al tocador, porque otra de mis

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tradiciones navideñas consiste en llorar un poco con los regalos. Ya sé dónde está —
añadió, dándole unas palmaditas cariñosas a Eve en la mejilla—. Vete a bailar con tu
marido y bebe un poco de champán de más. El mundo de fuera continuará en su sitio
mañana.
—Tengo que detenerle.
—Y lo harás. Pero esta noche, necesitas disfrutar de tu vida. Ve a buscar a Roarke
y disfrútala.

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Capítulo diecisiete

Eve hizo lo que la doctora le había ordenado. No era una propuesta tan mala,
decidió, el atontarse un poco y dejarse arrastrar por los brazos de Roarke al ritmo de
alguna música agradable en una habitación llena de color, fragancias y luces.
—Puedo soportarlo —murmuró.
—¿Mmmm?
Ella sonrió al notar que él le acariciaba la oreja con los labios.
—Puedo soportarlo —repitió ella, echando la cabeza hacia atrás para mirarle a la
cara—. Toda esta cosa típica de Roarke.
—Bien. —Él le acarició la espalda hacia arriba y hacia abajo—. Es bueno
saberlo.
—Tienes un buen montón de cosas, Roarke.
—Sí, claro, tengo un buen montón de cosas. —Y una esposa, pensó, con un brillo
divertido en los ojos, que se estaba empezando a emborrachar.
—A veces me da miedo. Pero ahora no. Ahora es bastante agradable. —Suspiró y
acarició la mejilla de él con la suya—. ¿Qué música es ésta?
—¿Te gusta?
—Sí, es sexy.
—Del siglo XX, de los años cuarenta. Lo llamaban Big Band. Es un holograma del
grupo de Tommy Dorsey haciendo uno de sus números: Serenata de medianoche.
—De eso hace un millón de años.
—Casi.
—¿Cómo sabes todas esas cosas, por cierto?
—Quizá es que he nacido fuera de tiempo.
Ella suspiró, entre sus brazos, mientras la música flotaba a su alrededor.
—No, apareciste en el momento adecuado. —Levantó la cabeza del hombro de él
y echó un vistazo a la habitación—. Todo el mundo parece feliz. Feeney está bailando
con su esposa. Mavis está sentada en el regazo de Leonardo en esa esquina con Mira
y su esposo. Todos están riendo. McNab está asaltando a todas las mujeres que hay en
la sala, y no le quita el ojo a Peabody mientras no deja de dar tragos a tu whisky.
Roarke, con gesto perezoso, miró a su alrededor y arqueó una ceja.
—Trina le ha pillado ahora. Jesús, se va a comer vivo a ese chico.
—Pues él no parece en absoluto preocupado. —Volvió a apoyarse en él—. Es una
fiesta muy agradable.
Entonces la música cambió y sonó un ritmo rápido. Eve se quedó boquiabierta.
—Dios santo. Mira a Capullo. ¿Qué está haciendo?
Sonriendo, Roarke le pasó el brazo por la cintura y se dio la vuelta hasta que
quedaron cadera contra cadera.
—Creo que está bailando.

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Perpleja, Eve observó al jefe de laboratorio tirar y empujar a Nadine Furst por
toda la habitación, alejándola dándole vueltas y atrayéndola de la misma forma.
—Sí, ya me doy cuenta. No consigo que se mueva con tanta rapidez en el
laboratorio. ¡Guau! —Abrió mucho los ojos, sorprendida, al ver que Capi empujaba a
Nadine entre sus piernas abiertas. Nadine soltó unas carcajadas en cuanto volvió a
poner los pies en el suelo y la multitud soltó exclamaciones de aprobación.
Eve sonrió y se apoyó con complicidad en Roarke.
—Parece divertido.
—¿Quieres intentarlo?
—Oh, no. —Pero se rio y empezó a seguir el ritmo con el pie—. Verlo ya está
bien.
—¿No es magnífico esto? —Mavis apareció a su lado tirando de Leonardo—.
¿Quién iba a pensar que Nadine era capaz de moverse así? Una fiesta fantástica,
Roarke. Es fenomenal.
—Gracias. Tienes un aspecto muy festivo, Mavis.
—Sí. Lo llamamos mi atavío alegre. —Se rio y se dio una rápida vuelta para
demostrar el revoloteo de los paneles de todos los colores que la cubrían desde los
pechos hasta los muslos. El movimiento los levantó y reveló destellos de la piel
maquillada de oro que hacía juego con el color de su pelo que, recogido sobre su
cabeza, le caía en cascada.
—Leonardo pensó que el tuyo tenía que ser más refinado —le dijo a Eve.
—Nadie exhibe mis diseños tan bien como tú y Mavis. —Alto, al lado de ambas,
Leonardo les dedicó su fantástica sonrisa—. Feliz Navidad, Dallas. —Se inclinó y le
dio un beso en la mejilla.
—Tengo una cosa para los dos. Sólo es un obsequio.
Sacó un paquete de detrás de la espalda y lo puso entre las manos de Eve.
—Mavis y yo estamos pasando nuestra primera Navidad juntos, gracias, en gran
parte, a vosotros. —Sus ojos dorados se nublaron.
Como no sabía qué decir, Eve dejó el paquete en una de las mesas y empezó a
desenvolverlo.
Dentro había una cajita de madera tallada y pulida de brillantes goznes.
—Es muy bonita.
—Ábrela —la animó Mavis, casi saltando—. Explícales qué significa, Leonardo.
—La madera es por la amistad, el metal por el amor. —Esperó a que Eve hubiera
abierto la tapa y quedaran al descubierto dos compartimentos forrados de seda—.
Una parte es para vuestros recuerdos, la otra para vuestros deseos.
—Él lo ha pensado. —Mavis le dio un apretón a Leonardo en la mano—. ¿No es
fabuloso?
—Sí. —Eve consiguió hacer un gesto afirmativo con la cabeza—. Es fantástica,
realmente fantástica.
Comprendiendo a su mujer, Roarke llevó una mano hasta su hombro y dio un

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paso hacia delante para ofrecerle la otra mano a Leonardo.
—Es un obsequio encantador. Es perfecto. Gracias. —Y, sonriendo, le dio un beso
a Mavis—. Gracias a los dos.
—Ahora podéis hacer un deseo de Navidad juntos.
Encantada, Mavis rodeó a Eve con los brazos y la abrazó con fuerza. Luego
volvió al lado de Leonardo.
—Vamos a bailar.
—Voy a ponerme sentimental —murmuró Eve cuando sus amigos se hubieron
alejado.
—Es la época de hacerlo. —Él le tomó la barbilla y le hizo levantar la cabeza.
Sonrió y la miró a los ojos—. Me encanta ver tus sentimientos.
Siguiendo la emoción, Eve le puso una mano en la nuca y le atrajo para besarle en
la boca. Se dieron un beso largo y cálido que fue más tranquilizador que excitante.
Cuando se apartó, Eve estaba sonriendo.
—Éste es el primer recuerdo de nuestra caja.
—Teniente.
Eve se dio la vuelta y se aclaró la garganta al ver a Whitney. Se sintió
avergonzada al darse cuenta de que él la había pillado con los ojos húmedos y los
labios todavía hinchados por los de Roarke.
—Señor.
—Siento mucho interrumpirles. —Miró a Roarke con expresión de disculpas—.
Acabo de recibir la noticia de que Piper Hoffman ha sido agredida.
La policía volvió a tomar las riendas.
—¿Tiene una dirección?
—Se encuentra de camino al hospital Hayes Memorial. Su estado es desconocido
en estos momentos. ¿Hay algún lugar donde pueda informarle a usted y a su equipo
en privado?
—Mi oficina.
—Yo acompañaré al comandante abajo —dijo Roarke—. Ve a buscar a tu gente.

—Fue agredida en su domicilio, arriba de Personalmente Tuyo —empezó a


explicar Whitney. Por hábito se había colocado tras el escritorio, pero no se había
sentado—. En este momento se cree que ella se encontraba sola. El policía que
respondió la llamada dice que parece que su hermano entró durante la agresión y el
agresor huyó.
—¿El testigo pudo identificarle? —preguntó Eve.
—No de momento. Se encuentra en el hospital con su hermana. La escena ha sido
precintada. He ordenado a los policías que no toquen nada y que esperen a que llegue
usted.
—Me llevaré a Feeney. Iremos primero al hospital. —Notó que Peabody se

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sobresaltaba al oír la noticia, pero Eve mantuvo la mirada en Whitney—. No quiero
descubrir a Peabody y a McNab todavía. Prefiero que se queden aquí, en contacto,
hasta que yo haya llegado a la escena del crimen.
—Es decisión suya —dijo simplemente Whitney: era una decisión con la que
estaba de acuerdo.
—Tenemos testigos esta vez, y él está huyendo. Está asustado. No puede estar
seguro de que no lo haya terminado. Y si Piper continúa viva, éste será su tercer fallo.
—Se dirigió a su equipo—: Tengo que cambiarme de ropa. Feeney, estaré abajo
dentro de cinco minutos. Peabody, ponte en contacto con el hospital y mira a ver qué
puedes averiguar sobre el estado de la víctima. McNab, haré que un policía te traiga
los discos de seguridad. Quiero que los examines antes de que volvamos.
—Dallas —dijo Whitney mientras se dirigían al ascensor—, vamos a meter a ese
bastardo entre rejas.

—Un día de éstos —dijo Feeney, mientras recorrían el pasillo del hospital—, voy
a poder irme de una de tus fiestas cuando yo quiera acompañado de mi mujer.
—Anímate, Feeney. Quizá hayamos llegado al punto que terminará con todo esto
y te ofrecerá la oportunidad de pasar unas agradables y cómodas Navidades.
—Sí, ahí está. —Alguien gimió tras una puerta abierta mientras ellos pasaban por
delante y Feeney se encogió—. Demasiados cuerpos rotos por aquí para mí. Tal y
como están las carreteras esta noche, probablemente ha habido accidentes de tráfico
durante toda la noche.
—Qué idea tan alegre. Ahí está Rudy. Yo me encargo de él. Ve a ver si la
encuentras y ves qué tal está.
Sólo hizo falta que Feeney echara un vistazo al hombre que se encontraba en la
silla con la cabeza apoyada en las manos para que pensara que no podría sentirse más
feliz si se encontrase en otra parte.
—Es todo tuyo, niña.
Se separaron y Eve continuó hacia delante hasta que llegó donde se encontraba
Rudy.
Él bajó las manos lentamente y miró primero las botas, luego levantó poco a poco
un rostro dominado por unos ojos de expresión devastada.
—La violó. La violó y le hizo daño. La ató. La oí llorar. La oí suplicar y llorar.
Eve se sentó a su lado.
—¿Quién era?
—No lo sé. No lo vi. Creo… él debió de oír que yo entraba. Debió de oírme.
Corrí hacia el dormitorio y la vi. Oh, Dios; Oh, Dios; Oh, Dios.
—Basta —ordenó, y le tomó las muñecas para obligarle a apartarse las manos de
la cara otra vez—. Esto no la va a ayudar. Entró y la oyó. ¿Dónde estaba usted hasta
ese momento?

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—De compras. De compras navideñas. —Una lágrima se deslizó por su mejilla
—. Ella había visto una figura de un hada en un estanque. Dejó pistas por todo el
apartamento. Un pequeño dibujo, la dirección de la galería. Todo ha sido tan confuso
que no había tenido tiempo de ir a comprarlo hasta ayer por la noche. No debería
haberla dejado allí sola.
Eve pensó que podría comprobar la galería, la hora y asegurarse. Pero estaba
claro que el hombre que había enviado a Piper al hospital no era el que estaba sentado
a su lado. Pero ella sabía demasiado para dejar entrar a nadie. ¿Por qué había dejado
entrar a su agresor?
—¿Estaba la puerta cerrada cuando llegó?
—Sí. Marqué el código. Luego la oí llorar, llamar. Corrí hacia dentro. —Su
respiración se hizo irregular. Cerró los ojos y apretó los puños—. La vi en la cama.
Estaba desnuda y tenía las manos y los pies atados. Creo… no estoy seguro… pero
creo que vi algo de soslayo. Un movimiento. O quizá solamente lo noté. Entonces
alguien me empujó y caí. Mi cabeza.
Se llevó la mano a la cabeza con un gesto distraído.
—Me golpeé contra algo. ¿El suelo? No lo sé. Debí de quedar inconsciente unos
segundos. No pudo haber sido mucho porque le oí salir corriendo. No fui tras él.
Debería haberlo hecho, pero ella estaba allí tumbada y no pude pensar en otra cosa
excepto en ella. Ya no estaba llorando. Pensé… pensé que estaba muerta.
—¿Llamó a los médicos técnicos, a una ambulancia?
—Primero la desaté y la cubrí. Tenía que hacerlo. No podía soportar… Luego
llamé. No pude despertarla. No pude. No se despertaba. Y ahora no me dejan verla.
Esta vez, cuando volvió a cubrirse la cara con las manos, Eve le dejó llorar. Vio a
Feeney y fue a encontrarle a medio camino.
—Está en coma —empezó a decir él—. Los médicos creen que es debido a una
extrema conmoción más que a algo físico. Ha sido violada, sodomizada. Tiene las
muñecas y los tobillos abrasados. Un par de golpes. Le han hecho un análisis
toxicológico. Fue tranquilizada, la misma mierda legal. Tiene el tatuaje en el muslo
derecho.
—¿Tienen un diagnóstico?
—Dicen que no pueden hacer nada. Mucha jerga médica, pero básicamente la
chica se ha encerrado en sí misma. Volverá cuando pueda y en caso de que quiera.
—De acuerdo, no hacemos nada aquí. Pongamos a un vigilante en la puerta y otro
con su hermano.
—Todavía le persigues, Dallas.
Ella miró hacia atrás y le vio sollozar. Un sentimiento de compasión la
sorprendió.
—No, pero le pondremos uno de todas maneras.
Sacó el comunicador y dio las órdenes pertinentes mientras se dirigían hacia el
ascensor.

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—El chico está bastante hecho polvo —comentó Feeney—. Me pregunto si está
llorando por su hermana o por su amante.
—Sí, es un conflicto, de acuerdo. —Entraron en el ascensor y pidieron la planta
baja—. Bueno, ¿sabía nuestro hombre que ella iba a estar sola esta noche? No lo
hubiera intentado si hubiera creído que Rudy estaba allí. No es su estilo. Sabía que
estaba sola.
—Es alguien a quien ella conoce. Pudo haber estado vigilando el lugar. Pudo
haber llamado para comprobarlo.
—Sí, la conoce. Los conoce a los dos. Y no creo que ella fuera uno de sus
verdaderos amores. —Salieron al vestíbulo y se dirigieron hacia las puertas—. Ha
roto la pauta en esto. Piper no está en ninguna de las listas de parejas. Ha ido a por
ella para mantenernos centrados en Rudy. Así es como juega conmigo.
Hizo una pausa mientras subían al coche y Eve se ponía al volante.
—Sabe que hemos tenido a Rudy bajo interrogatorio, de que me gustaría
relacionarle con los asesinatos. De todas formas todavía tiene que hacer un par más,
ya que falló con Cissy y con la bailarina. Es listo y sabe que si se carga a Piper,
vamos a examinar a Rudy otra vez. Es de lógica. No ha sido por amor, si no por su
seguridad.
Feeney se recostó en el asiento y se metió la mano en el bolsillo buscando la
bolsa de frutos secos, pero recordó que su mujer no le había dejado que la llevara a la
fiesta. Soltó un bufido.
—La conoce, y le conoce a él. Quizá así es como entró.
—Ella no le habría abierto la puerta a un desconocido, y por supuesto no le habría
abierto la puerta a un tipo vestido de Santa Claus. Necesitamos que McNab examine
los discos.
—¿Sabes qué creo, Dallas? Creo que no vamos a encontrar ningún disco.

Feeney tenía razón. El agente que se encontraba en la escena del crimen les
informó de que las cámaras de seguridad habían sido desconectadas del control
central a las 21:50 horas.
—No hay señales de entrada a la fuerza —dijo Eve después de haber examinado
las cerraduras y el lector de manos—. Ella va hasta la puerta, mira fuera y ve un
rostro familiar. Abre enseguida. Tampoco vamos a encontrar discos de seguridad
internos.
Eve entró en el apartamento. Un árbol blanco adornado con cuerdas de cristal y
bolas se encontraba delante de las ventanas que daban a la Quinta Avenida. Había
montones de regalos muy bien envueltos debajo de él, y una única paloma en el punto
en que los más tradicionales hubieran puesto una estrella o un ángel.
Había un montón de bolsas de la compra esparcidas desde la puerta hasta el
primer arco que conducía al dormitorio principal. Eve imaginó a Rudy entrar, oír a su

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hermana, dejar caer las bolsas y correr hacia ella. Siguió la fila de bolsas y cruzó la
blanda alfombra blanca hasta una segunda zona de estar amueblada para visionar la
pantalla.
Más blanco. Unas sillas tapizadas de un tejido crudo, mesas de superficies
brillantes y tonos marfil. Cuencos y urnas transparentes contenían flores flotando en
agua.
Era, pensó Eve, como entrar dentro de una nube.
Agobiante.
Más allá de la zona de estar, había un pequeño gimnasio equipado con un
pequeño balneario, unas pesas de aire, una cabina para levantar el ánimo y un aparato
multifunción.
—Los dormitorios están en el extremo más alejado —señaló ella—. Incluso a la
carrera, Rudy habría tardado varios segundos para llegar allí desde la puerta de
entrada.
Giró y entró en un enorme dormitorio. La pantalla de privacidad de las ventanas
estaba colocada y dejaba entrar las luces de la noche aunque les ocultaba de los ojos
ajenos.
A lo largo de una de las paredes había un mostrador enorme y blanco que exponía
cientos de botellas y potes de muchos colores. Una reina de la vanidad, pensó Eve,
observando el triple espejo y las luces. Dos sillas tapizadas, una al lado de la otra.
Incluso se maquillaban juntos.
La cama tenía forma de corazón, lo cual le hizo levantar la vista al cielo. Unos
tubos cromados la enmarcaban como el hielo que rodea un pastel. De cuatro puntos
colgaban las cuerdas con que la había atado.
—No se llevó sus juguetes con él. —Eve se agachó para examinar la caja plateada
que se encontraba abierta en el suelo—. Tenemos todo tipo de artículos, Feeney. Aquí
hay una jeringuilla de presión. —La tocó con un dedo sellado—. Unos tatuajes, y éste
es muy especial.
Había una caja dentro de una caja. Era de imitación de madera y tenía unos
sesenta centímetros de largo. Cuando levantó la tapa, se elevaron tres niveles. Estaba
llena de cosméticos Perfección Natural.
—No sé mucho de este tipo de cosas, pero no parece algo normal, parece de
profesional.
—Jo, jo, jo. —Feeney se agachó y recogió una barba blanca como la nieve—.
Quizá vino vestido de fiesta, después de todo.
—Yo diría que se la colocó a ella y luego se vistió. Por hábito. —Eve se balanceó
sobre los pies—. Él entra y le suministra el tranquilizante. Cuando la tiene aquí atada,
se toma su tiempo para disfrazarse. Le hace el tatuaje, la maquilla tal y como la
quiere, y todo el rato vuelve a poner las herramientas en su sitio. No desordena nada.
Cuando ella vuelve en sí lo bastante para saber qué está sucediendo…
Con los ojos entrecerrados, Eve se sentó en la cama y visualizó la escena en la

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mente.
—Ella vuelve en sí. Está desorientada, confundida. Intenta librarse de las
ataduras. Sabe quién es él. Eso es una conmoción para ella, la asusta, porque sabe qué
es lo que él va a hacer. Quizá él le habla mientras le corta y le arranca la ropa.
—Parece que esto era una bata. —Feeney recogió unas tiras de un material fino y
blanco.
—Sí, ella estaba en casa, e iba cómoda para pasar la noche. Probablemente, está
excitada al saber que su hermano le está comprando los regalos. Ahora está desnuda,
aterrorizada, mirando el rostro de alguien a quien conoce. No quiere creer lo que está
sucediendo. Uno nunca quiere creérselo.
Pero sucedió, pensó ella notando que el sudor le empapaba la piel. No podía
detenerlo.
—Él se saca la ropa. Yo diría que la dobla pulcramente. También se quita la
barba. No hace falta disfrazarse con ella.
Así ella podría ver su cara, debatiéndose y con la mirada encendida.
—Él ahora está excitado. Le está poniendo que ella sepa quién es. No necesita ni
quiere el disfraz. Quizá cree que la ama después de todo en esos momentos. Ella le
pertenece. Está desvalida. Él tiene el poder. Más poder todavía porque ella le llama
por su nombre y le suplica que se detenga. Pero él no se detiene, no piensa detenerse.
No deja de clavarse dentro de ella. De desgarrarla, de clavarse dentro.
—Eh, eh. —Conmovido, Feeney se agachó y le puso una mano en el hombro.
Ella tenía los ojos vidriosos y la respiración irregular y densa—. Vamos, niña.
—Lo siento. —Eve cerró los ojos.
—No pasa nada. —Le dio unos golpecitos con gesto torpe. Sabía lo que le habían
hecho cuando era una niña, lo sabía porque Roarke se lo había contado. Pero no
estaba seguro de si Eve estaba al tanto de que él lo sabía. Imaginaba que era mejor
para ambos fingir que no lo sabía—. A veces te involucras demasiado, eso es todo.
—Sí. —Ella se pasó el dorso de la mano por los labios. Olía el desagradable olor
a sexo rancio, a sudor. Y, pensó, al terror de una mujer indefensa.
—¿Quieres… esto… agua o algo?
—No, estoy bien. Es sólo… que detesto los crímenes sexuales como éste. Vamos
a meter estas cosas en bolsas y terminemos con esto. Quizá tengamos suerte y
consigamos algunas huellas digitales. —Más tranquila, se puso en pie—. Luego
veremos qué han podido conseguir el equipo de registro. Espera. —De repente, puso
la mano en el brazo de Feeney—. Falta algo.
—¿Qué?
—Cinco, ésta es la quinta… ¿qué es? —Repasó la canción mentalmente—.
¿Dónde están los cinco anillos de oro?
Realizaron un registro concienzudo, miraron todas las habitaciones, pero no
encontraron que cuadrara con la pauta de las joyas dejadas en la escena del crimen. A
Eve se le heló la sangre.

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—Se lo llevó con él. Todavía necesita la víctima número cinco. Pero no tiene sus
herramientas. Voy a mirar abajo en el salón de belleza, a ver si él entró allí. ¿Puedes
terminar tú aquí y llamar a los del registro?
—Sí. Vigila, Dallas.
—Se ha ido, Feeney. Ha vuelto a su agujero.
Pero tuvo cuidado mientras bajaba a la planta baja. No pudo ver ninguna señal de
entrada forzosa en las elegantes puertas del salón. Al otro lado del cristal todo era
negro.
Siguiendo la intuición, utilizó el código maestro para abrir los cerrojos de
seguridad. Y sacó el arma.
—Luces encendidas —ordenó, y parpadeó bajo el repentino resplandor.
Cuando la vista se le acostumbró, vio el cajón del dinero detrás del mostrador de
recepción abierto. Y vacío.
—Oh, sí, pasaste por aquí.
Observó bien la habitación primero con el arma a punto y luego caminó de
costado hasta los mostradores de los productos. El cristal estaba entero, y no vio
ningún espacio vacío entre las filas de los productos. Se dirigió hacia la izquierda,
hacia las salas de tratamiento.
Todas estaban vacías y ordenadas impecablemente.
Marcó el código en otra de las habitaciones y entró en el salón del personal y el
área de taquillas. Estaba, al igual que el resto del salón, escrupulosamente limpia,
tanto que era casi obsesivo. La sangre empezó a correrle deprisa por las venas.
Comprobó las cerraduras, deseando tener la habilidad que tenía Roarke con las
cerraduras manuales. Su código maestro no podía abrirle esos compartimentos.
Necesitaba una orden de registro para ello.
La siguiente habitación era un almacén. Y en ella, el orden impecable se había
roto. Había cajas llenas de productos vueltas del revés, botellas y tubos esparcidos
por todas partes. Eve imaginó que él había entrado corriendo, desesperado por
reemplazar su material y furioso por haber entrado en pánico y habérselo dejado
arriba.
Había tumbado las cajas, había tomado lo que había querido y se lo había metido
en una bolsa, o en otra caja.
Rápidamente, Eve salió para comprobar la estación de trabajo de cada uno de los
asesores. Sólo una estaba desordenada, con los cajones del brillante mostrador blanco
abiertos y desordenados. Una densa masa de líquido de alguna clase se había
derramado encima de él y hacia la izquierda y se había secado.
Aunque ya lo sabía, continuó con la rutina y buscó la licencia del estilista.
Cuando la encontró, estudió la fotografía.
—¿No has dejado tu zona limpia esta vez, Simon? Tienes el culo en un aprieto.
Sacó el comunicador mientras se dirigía rápidamente hacia las puertas para
precintar la zona.

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—Avisos. Dallas, teniente Eve, todas las fuerzas en Lastrobe, Simon, última
dirección conocida 4530 de la Sesenta y tres Este, unidad treinta y cinco. El sujeto
puede estar armado y ser peligroso. Una fotografía actual será transmitida
inmediatamente. Detengan a este tipo, sospechoso de homicidio sexual, múltiple y en
primer grado.
«Avisos. Recibido y autorizado.»
—Feeney. —Eve envió una transmisión por el comunicador mientras volvía a
cerrar las puertas y sacaba la señal de escena del crimen de su equipo—. Asegura
esto. Voy a llamar a Peabody para que se encargue del equipo de registro. Tenemos
que correr.

—Nuestro chico es un maquillador. Jesús. —Feeney meneó la cabeza con


expresión de disgusto mientras Eve conducía en dirección este como una bala—. ¿En
qué se está convirtiendo el mundo, Dallas? Por Dios.
—Sí, él las maquillaba, les maquillaba el cuerpo, jugaba con su cabello,
escuchaba las historias de su vida, se enamoraba y mataba a causa de ello.
—¿Crees que trabajó con todas ellas en el salón?
—Quizá sí, pero si no lo hizo, sí las vio. Las eligió. Podía acceder a las listas de
parejas con mucha facilidad para obtener información acerca de ellas.
—Eso no explica el fetichismo de la Navidad.
—Se sabrá en cuanto le tengamos. —Se detuvo con un chirrido de frenos detrás
de dos coches patrulla que ya estaban bloqueando la calle. Tenía la placa en la mano
en cuanto saltó del coche—. ¿Habéis subido?
—Sí, señor. El sujeto no responde. Unos hombres están apostados en su puerta y
en la salida trasera. Las ventanas están a oscuras. No se ha detectado ningún
movimiento.
—¿Feeney? ¿Ha llegado ya la orden de registro?
—Todavía estamos esperando.
—Vamos a entrar. A la mierda. —Empezó a subir y empujó las puertas.
—Vas a joder el caso si entras sin una orden —le recordó él, quejándose un poco
al ver que ella subía por las escaleras en lugar de decidirse por el ascensor.
—A lo mejor he encontrado la puerta abierta. —Echó un vistazo por encima del
hombro mientras él se apresuraba a seguirla—. ¿No es verdad?
—Mierda, Dallas. Quemaré la orden de registro.
Él resoplaba un poco en el momento en que llegaron a la tercera planta y su
arrugado rostro había adquirido un tono rosado. Pero se colocó delante de ella
impidiéndole llegar a la puerta 35.
—Espera un momento, mierda. Vamos a hacerlo limpiamente. Ya sabes la
canción.
Ella quería discutírselo, necesitaba la pura satisfacción física de tirar la puerta

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abajo. Porque era algo personal, pensó, segura de sentir los propios huesos vibrantes
contra los músculos tensos.
Quería ponerle las manos encima, quería que él sintiera el miedo, el
desvalimiento y el dolor. Lo deseaba, se dio cuenta con un sobresalto, demasiado.
—De acuerdo. —Con un esfuerzo se controló—. Cuando atravesemos la puerta,
si le encontramos, tú le retienes, Feeney.
—Niña, es tu medalla.
—Retenle tú. Yo no puedo jurar hacerlo de manera limpia.
Él la observó con detenimiento, vio el esfuerzo y asintió con la cabeza.
—Le retendré por ti, Dallas. —Sacó el comunicador en el momento en que éste
sonó—. Aquí está nuestra entrada. Podemos entrar. ¿Lo quieres por arriba o por
abajo?
Ella sonrió, sin alegría.
—En los viejos tiempos tú siempre lo querías por arriba.
—Todavía lo quiero así. Por abajo me hago daño en las rodillas. Se dieron la
vuelta, un equipo, inhalaron juntos con fuerza y luego tumbaron la puerta. En cuanto
las bisagras saltaron, ella se agachó colocándose debajo del brazo de Feeney y con el
arma desenfundada.
Vigilando cada uno la espalda del otro, realizaron un completo registro de la
habitación, que se encontraba tenuemente iluminada por la luz de la calle.
—Vacío como una iglesia —susurró Whitney—. Huele como un hospital.
—Es el desinfectante. Voy a ordenar las luces. Iré por la izquierda.
—Adelante.
—Encender luces —ordenó y giró hacia la izquierda—. ¿Simon? Es la policía.
Vamos armados y tenemos una orden de registro. Todas las salidas están cerradas. —
Hizo una señal en dirección a una puerta y recibió el asentimiento de cabeza de
Feeney.
Precediéndose con el láser, entró empujando la puerta con el codo. La puerta
chocó contra la pared.
—Ha estado aquí —le dijo a Feeney, estudiando la desordenada habitación—. Ha
empaquetado todo lo que ha podido. Se ha escondido.

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Capítulo dieciocho

L
— o que tenemos es lo siguiente —empezó a decir Eve en cuanto su equipo se
hubo reunido en la oficina de su casa—. Es bueno disfrazándose. Podemos dar su
fotografía a los medios de comunicación, dejarles que lo emitan cada media hora,
pero no, él no es el de esta foto. Sospechamos que tiene el dinero suficiente, créditos
o una identidad alternativa que le permite viajar con libertad. Mostraremos sus
facciones, pero la posibilidad de que le encontremos con este método es escasa.
Se frotó los ojos, cansados, y se metió más cafeína en el cuerpo.
—Quiero conocer la opinión de Mira, pero la mía es que el hecho de que ayer le
interrumpieran, después de la violación y antes de conseguir su objetivo, le ha dejado
frustrado sexualmente, al límite, conmocionado. Es un individuo obsesivamente
pulcro, pero dejó su espacio de trabajo y su casa totalmente revueltos en su
precipitación para tomar lo que necesitaba y huir.
—Teniente. —Aunque Peabody no levantó la mano para pedir turno de palabra,
se sintió como si debiera haberlo hecho. Cuando Eve la miró fue un encuentro de
miradas de policía a policía y nada más—. ¿Crees que todavía se encuentra en la
ciudad?
—La información que hemos podido reunir hasta el momento indica que él ha
nacido y crecido aquí. Ha vivido en este lugar durante toda su vida y no es probable
que busque refugio en ningún otro lugar. El capitán Feeney y McNab continuarán
buscando información personal, pero de momento damos por entendido que continúa
en la zona.
—No posee ningún medio de transporte particular —añadió Feeney—. Nunca ha
pasado ningún examen de conducción. Tiene que depender del transporte público
para moverse.
—Y el transporte público interior, exterior y alrededor de la ciudad está ahora en
hora punta. —El comentario procedió de McNab, que ni siquiera levantó la vista del
ordenador—. La única manera que tendría de salir de la ciudad, si no ha hecho
ninguna reserva previa, sería abriendo las alas y levantando el vuelo.
—Estoy de acuerdo. Además de todo esto, el resto de objetivos de su agenda se
encuentra aquí. Todas las víctimas anteriores estaban en la ciudad. Tenga miedo o no,
se verá forzado a ir a por la víctima número cinco. Las fiestas de Navidad son su
gatillo.
Eve se acercó a la pantalla de la pared.
—Mostrar disco de pruebas, Simon, 1-H —ordenó—. Hemos confiscado docenas
de discos de vídeos con temas navideños de su apartamento —continuó mientras el
primer disco aparecía en pantalla—. Es un material viejo. Una película del siglo XX…
—La vida es bella —dijo Roarke desde la puerta—. Jimmy Stewart, Donna Reed.
—Eve frunció el ceño y él sonrió con expresión complacida—. ¿Interrumpo?

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—Éste es un asunto policial —le dijo Eve. ¿Es que ese hombre no dormía nunca?
Sin hacerle caso, Roarke entró y se sentó en el brazo de la silla que ocupaba
Peabody.
—Han pasado una noche muy larga. ¿Les pido algo para comer?
—Roarke…
—Tío, yo podría comer algo —dijo McNab a pesar de las objeciones de Eve.
—Hay varios vídeos más —continuó Eve, volviéndose hacia la pantalla mientras
Roarke se dirigía hacia la zona de cocina—. Los coleccionaba, además de discos
como Canción de Navidad. También hemos encontrado una buena cantidad de
pornografía, tanto impresa como en vídeo, con el mismo tema. Mostrar disco de
pruebas, Simon, 68-A. Por ejemplo —dijo con sequedad mientras la pantalla que
tenía a sus espaldas mostraba unas imágenes.
Roarke volvió justo a tiempo de ver a una mujer que lo único que llevaba puesto
eran unos cuernos de reno y un tanga y que susurraba: «llámame, simplemente,
Bailarina» mientras tomaba la polla de Santa Claus con la boca.
—Vaya, esto es un buen entretenimiento —comentó Roarke.
—Hay más de una docena como éste, y otra docena de películas snuff, también
antiguas, que no son tan alegres. Pero ésta es la que se lleva el premio. Mostrar disco
de pruebas, Simon, 72.
Dirigió una rápida mirada a Roarke y luego se apartó.
En la pantalla, Marianna Hawley se debatía para soltarse de las ataduras. Giraba
frenéticamente la cabeza a derecha y a izquierda. Estaba llorando. Simon apareció en
pantalla, todavía con el traje rojo y la barba.
Hizo unas muecas ante la cámara y luego le sonrió a la mujer que estaba en la
cama.
—¿Has sido buena o has sido mala, pequeña?
«Cállate, pequeña. —El olor a caramelo en el aliento de él no lograba enmascarar
la pestilencia del alcohol—. Papá te va a hacer un regalo.»
La voz resonó en la cabeza de Eve, como un susurro en el oído. Pero se obligó a
mantener la mano firme y no apartó los ojos de la pantalla.
—Oh, me parece que has sido mala, muy, muy mala, pero a pesar de ello te voy a
dar algo bonito.
Dio la espalda a la cámara y realizó un elegante striptease. Dejó la peluca y la
barba en su sitio y empezó a acariciarse.
—Es el primer día de Navidad, mi amor, mi amor verdadero.
La violó. Lo hizo de forma rápida y brutal. Mientras los gritos de ella resonaban
en la habitación, Eve tomó su taza de café. Por amargo y malo que lo notara, iba a
tragárselo.
Él la sodomizó. Y ella dejó de chillar y simplemente empezó a gemir como una
niña.
Cuando terminó, tenía los ojos vidriosos, y el pecho, bien formado, se movía,

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agitado por la respiración. Sacó una cosa de su maleta de maquillaje y se la tragó.
—Creemos que está tomando una mezcla de hierbas y de químicos, en parte
Exótica, para mantener la erección. —El tono de Eve era inexpresivo, y sus ojos no
se apartaron de la pantalla. Para ella, eso era una responsabilidad hacia los muertos y
un desafío hacia sí misma. Iba a mirar, iba a verlo todo. Y sobreviviría a ello.
Marianna no se resistió cuando volvió a violarla. Se había ido, Eve lo sabía. Se
había ido lejos, a un lugar donde él no podía hacerle daño. Muy dentro de sí misma,
donde estaba sola y en la oscuridad.
Tampoco se resistió mientras Simon empezaba a llorar, y a insultarla llamándola
puta, mientras le colocaba la bonita guirnalda alrededor del cuello y tiraba de ella con
fuerza hasta que tuvo que continuar con sus propias manos.
—Oh, Jesús. —El susurro entrecortado de McNab transmitió horror y piedad—.
¿No es suficiente?
—Ahora la decora —continuó Eve con el mismo tono hueco de voz—. Le
maquilla el rostro, la peina, le coloca la guirnalda. Aquí se puede ver que el tatuaje ya
está en su sitio. Él deja que la cámara se recree con ella. Él quiere esto. Quiere poder
verlo una y otra vez cuando esté a solas. Ver cómo la ha dejado. Cómo la ha
maquillado.
La pantalla quedó en blanco.
—No necesitaba grabar el proceso de limpieza. El disco dura treinta y tres
minutos y doce segundos. Ése es el tiempo que tardó en realizar esa parte del trabajo.
Hay otros discos con los demás asesinatos. Todos siguen la misma pauta. Es un
hombre de hábitos y de disciplina. Encontrará algún lugar conocido en la ciudad para
recuperarse y para esconderse. No irá a cualquier parte, sino a un buen hotel, o a otro
apartamento.
—Encontrar una habitación en esta época del año no es fácil —añadió Feeney.
—No, pero empezaremos a investigar por ahí. Empezaremos por la zona alta.
Preguntaremos a sus amigos y compañeros de trabajo mañana cuando empiecen a
trabajar. Quizá demos con una pista de adónde ha podido ir. Peabody, nos
encontraremos en el salón a las nueve en punto, de uniforme.
—Sí, teniente.
—Lo mejor que podemos hacer es dormir un poco durante lo que queda de noche.
—Dallas, yo puedo dedicar una hora más. Si pudiera dormir aquí, quizá mañana
pueda tener un bollito caliente.
—De acuerdo, McNab. Vamos a dejarlo por ahora.
—Estoy de acuerdo. —Feeney se levantó—. Te llevo a casa, Peabody.
—No toques mis juguetes, McNab —añadió Eve mientras salía—. Me puedo
poner muy nerviosa.
—Necesitas algo que te ayude a conciliar el sueño esta noche —le dijo Roarke
mientras la tomaba del brazo y se dirigían al dormitorio.
—No empieces.

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—No necesitas soñar esta noche. Necesitas desconectar durante unas cuantas
horas, si no por ti misma, por esa mujer a quien hemos visto violar.
—Puedo hacer mi trabajo. —Eve empezó a desvestirse en el mismo momento en
que entraron en el dormitorio, quitándose la ropa precipitadamente. Necesitaba una
ducha, sentir que el agua caliente le quitaba el hedor de la piel.
Dejó la ropa en un montón en el suelo y se dirigió directamente al baño, donde
ordenó que el agua saliera muy caliente.
Él la esperó fuera. Sabía que ella se resistiría al principio. Incluso se resistiría a
que él le ofreciera consuelo. Ese caparazón duro y resistente era uno de los tantos
aspectos de ella que le fascinaban.
Y sabía, como si pudiera leerle la mente, como si pudiera penetrar en su corazón,
lo que había sentido durante el visionado de ese disco.
Así que cuando ella salió del baño, envuelta en la bata, los ojos demasiado
oscuros, las mejillas demasiado pálidas, él simplemente abrió los brazos y la recibió
con un abrazo.
—¡Oh, Dios, Dios! —Ella se arrebujó contra él y le clavó los dedos en la espalda
—. Podía olerle encima de mí. Podía olerle.
A Roarke le destrozaba verla así, sentir sus estremecimientos y el temblor del
corazón de ella contra el suyo.
—Él ya no puede volver a tocarte.
—Me toca. —Apretó el rostro contra su pecho y se dejó inundar por el olor de él
—. Cada vez que aparece en mi mente, me toca y me atormenta. No puedo evitar que
suceda.
—Yo sí puedo. —La tomó en brazos, se sentó en la cama y la meció—. No
pienses en nada más esta noche, Eve. Solamente quédate abrazada a mí.
—Puedo hacer mi trabajo.
—Lo sé. —Pero ¿a qué precio?, se preguntó él mientras la mecía como si fuera un
bebé.
—No quiero ninguna droga. Sólo a ti. Tú eres suficiente.
—Entonces, duérmete. Relájate. —Le dio un beso en la cabeza—. Y duerme.
—No te vayas. —Se apretó contra él y suspiró, larga y profundamente—. Te
necesito. Demasiado.
—Demasiado, no. Nunca es demasiado.
Roarke pensó que ella depositaría un recuerdo en su caja. Y él colocaría un deseo.
Que una noche, o las horas que quedaran de ella, dormiría en paz.
De esta manera la tuvo entre los brazos hasta que ella se sumió en un sueño sin
pesadillas.
Y continuaba teniéndola entre los brazos cuando ella se despertó.
Estaban abrazados el uno con el otro, la cabeza de ella reposaba entre el pecho y
el hombro de él. En algún momento de la noche, él se había desvestido y se había
metido con ella en la cama.

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Eve se quedó quieta un momento, observando su rostro. Le parecía de una
hermosura imposible bajo esa suave luz. Las facciones duras, las largas y gruesas
pestañas, esos labios de poeta. Sintió ganas de acariciarle el pelo, de notar la sedosa
curva de su cabello, pero tenía los brazos inmovilizados.
En lugar de eso, le dio un beso, suave, tanto para darle las gracias como para
despertarle lo suficiente para poder soltarse. Pero él se limitó a sujetarla con más
fuerza.
—Mmm. Un minuto más.
Ella arqueó las cejas. La voz de él era profunda, gutural, y sus ojos permanecieron
cerrados.
—Estás cansado.
—Dios, sí.
Eve apretó los labios.
—Tú nunca estás cansado.
—Ahora lo estoy. Cállate un poco.
Eso la hizo reír, esa nota de malhumor de sueño en el tono de su voz.
—Quédate en la cama un rato.
—Exacto.
—Tengo que levantarme. —Ella soltó uno de los brazos y le acarició el cabello—.
Vuelve a dormirte.
—No voy a poder si no te callas.
Ella se rio y se desasió por completo de él.
—¿Roarke?
—¡Oh, Dios! —Él se dio la vuelta, enojado, y enterró el rostro en la almohada—.
¿Qué?
—Te quiero.
Él volvió la cabeza y abrió los ojos un poco con una expresión somnolienta y
perezosa que despertó todos los sentidos de Eve. Se dio cuenta de que ésa era la
magia que él ejercía sobre ella. Podía hacer que ella le deseara después de todo lo que
había visto, después de lo que había sufrido.
—Bueno, entonces vuelve aquí. Probablemente pueda conseguir estar despierto el
tiempo suficiente.
—Luego.
Él respondió con un gruñido y volvió a hundir el rostro en la almohada.
Eve decidió no tomárselo de forma equivocada. Se vistió, ordenó un café y se
colocó el arma. Cuando abandonó la habitación, él no había movido ni un músculo.
Eve decidió ir a ver primero a McNab y le encontró dormido en su sillón de
descanso con Galahad encima de la cabeza, como unos auriculares peludos. Los dos
roncaban.
Al oírla acercarse, el gato abrió un ojo y la miró con mala cara. Le dirigió un
maullido irritado.

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—McNab. —Al no recibir ninguna respuesta, Eve levantó la vista al cielo y le dio
un golpe en el hombro. McNab soltó un bufido y volvió la cabeza.
El golpe había hecho resbalar al gato, y éste se sujetó clavando las uñas. McNab
volvió a soltar un bufido y se retorció, dormido:
—Vigila las uñas, cariño.
—Jesús. —Eve le dio un golpe más fuerte—. No quiero sueños sexuales en mi
silla, amigo.
—¿Eh? Vamos, niña. —Abrió los ojos, vidriosos e hinchados, y consiguió
enfocar la vista en el rostro de Eve—. Eh, Dallas, ¿qué…? ¿Dónde…? —Se llevó una
mano hasta el peso que sentía en el hombro y se encontró con la cabeza de Galahad
—. ¿Qué?
—Te has olvidado, pero no me preguntes. Recomponte.
—Sí, sí, joder. —Volvió la cabeza otra vez y se encontró mirando directamente a
los ojos de Galahad—. ¿Éste es su gato?
—Vive aquí. ¿Estás lo bastante despierto para ponerme al día?
—Sí, claro. —Se incorporó en el sillón con esfuerzo y se pasó la lengua por los
labios—. Café. Se lo suplico.
Eve comprendía esa adicción y por eso se mostró comprensiva y fue a la cocina
para pedir uno doble, solo y cargado.
El gato estaba en el regazo de McNab cuando Eve volvió, y le clavaba las uñas en
los muslos mientras le miraba como si le desafiara a protestar. McNab tomó la taza
con ambas manos y vació la mitad de su contenido.
—Está bien, aaaah. He soñado que estaba fuera del planeta en una especie de isla
de recreo y me lo estaba haciendo con esa mutante de cuerpo increíble que tenía pelo
en lugar de piel. —Miró a Galahad otra vez y sonrió—. Jesús.
—No quiero conocer tus fantasías lascivas. ¿Qué has conseguido?
—De acuerdo. Comprobé todos los hoteles buenos de la ciudad. Ningún hombre
solo ha tomado una habitación esta noche pasada. Comprobé los hoteles medianos,
con los mismos resultados. Tengo sus datos personales, el disco está en su escritorio,
etiquetado.
Ella se acercó al escritorio para recogerlo y se lo metió en la bolsa.
—Dame los titulares.
—Nuestro hombre tiene cuarenta y siete años, ha nacido aquí, en Nueva York.
Los padres se divorciaron cuando tenía doce. La madre se quedó con la custodia. —
Bostezó hasta que le crujió la mandíbula—. Lo siento. Ella no volvió a casarse.
Trabajó de actriz, casi siempre en producciones baratas. Tiene historial de
enfermedad mental, generalmente estuvo entrando y saliendo de sanatorios, y
generalmente por depresión. Pero no he conseguido nada en ellos porque ella salió el
año pasado. ¿Adivina cuándo?
—Por Navidad.
—Blanco. Simon tuvo una buena educación, obtuvo una doble especialización.

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Teatro y cosmética. Tiene una titulación en ambos. Ha hecho algunos bolos como
productor de maquillaje. Empezó en el salón hace dos años. No se ha casado y
compartía la casa con su mamá.
Hizo una pausa para dar un sorbo de café.
—No tiene dificultades de dinero, pero los tratamientos de su madre se llevan
buenos pellizcos de sus cuentas. No tiene antecedentes criminales. No hay nada
excepto exámenes habituales, revisiones médicas rutinarias, y ningún tratamiento
mental.
—Copia la información personal para Mira, y luego vamos a ver qué puedes
averiguar del padre. Continúa comprobando hoteles. Tiene que estar en alguna parte.
—¿Puedo tomar algo para desayunar?
—Ya sabes dónde está la cocina. Yo salgo a la calle. Mámenme al tanto.
—Claro. Esto, Dallas, ¿usted y Peabody están bien?
Eve arqueó una ceja.
—¿Por qué no deberíamos estarlo?
—Pareció que algo no iba bien.
—Mantenme al tanto —repitió Eve, y le dejó tomándose el café mientras le
rascaba la cabeza al gato, extrañado.

Eve decidió que o bien su ayudante había dormido sobre una tabla dura o se había
almidonado el uniforme en exceso. Peabody estaba tiesa y tirante como una cuerda de
tender.
Pero llegó temprano. Se saludaron con un gesto de cabeza, sin mediar palabra, y
entraron juntas en el salón. Yvette ya se encontraba ante su consola y estaba ocupada
con la agenda del día.
—Va a acabar siendo una asidua —le dijo a Eve—. Tendría que permitirme que le
hiciera la manicura o algo.
—¿Tienes alguna sala de tratamiento vacía?
—Tengo un par, pero no hay ningún asesor libre hasta las dos.
—Tómate cinco minutos, Yvette.
—¿Perdón?
—Cierra. Necesito hablar contigo. Usaremos una de esas salas vacías.
—Tengo mucho trabajo.
—O aquí o en la Central de Policía. Vamos.
—Oh, por el amor de Dios. —Con un bufido de irritación, Yvette se levantó del
taburete—. Déjeme que coloque a la androide de sustitución. No nos gusta utilizar
androides. No son tan personales.
Dio la vuelta a una esquina y marcó el código en el panel de control de un enorme
armario. La androide que había dentro estaba perfectamente vestida y peinada.
Llevaba un elegante mono de tonos pastel que contrastaba con la piel dorada y el pelo

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de un rojo furioso. Yvette la encendió y la androide abrió unos ojos grandes y azules
de bebé, parpadeó y sonrió.
—¿Puedo ayudarla?
—Encárgate del mostrador de recepción.
—Me alegra ser de ayuda. Tiene un aspecto encantador hoy.
—Bien. —Molesta de forma evidente, Yvette se volvió—. Diría lo mismo si
tuviera la cara llena de verrugas. Ése es el problema con los androides. Espero que
podamos acabar con esto deprisa —añadió, dirigiéndose hacia la parte posterior—. A
Simon no le gusta que dejemos nuestros puestos excepto en los descansos
programados.
—Simon no va a suponer ningún problema. —Eve entró en la sala de tratamiento
y deseó que no le hubiera recordado a la sala de autopsias—. ¿Cuándo habló usted
por última vez con Simon?
—Ayer. —Aprovechando que se encontraba allí, Yvette tomó un guante de
masaje, se lo colocó y lo encendió. Éste emitió un zumbido bajo mientras ella se lo
pasaba por la nuca y por los hombros—. Tenía un relleno de pecho a las cuatro y
terminó a las seis. Si le necesita, estará por aquí de un momento a otro. El hecho es
que se suponía que tenía que abrir él. La víspera de Navidad siempre es un día repleto
de citas.
—Yo no le esperaría hoy.
Yve la miró desconcertada y dejó de masajearse un momento.
—¿Pasa algo con Simon? ¿Ha tenido un accidente?
—Pasa algo con Simon, pero no, no ha tenido ningún accidente. Agredió a Piper
Hoffman ayer por la noche.
—¿Agredió? ¿Simon? —Yvette soltó una carcajada—. Está fuera de órbita esta
vez, teniente.
—Ha matado a cuatro personas, las ha violado y las ha asesinado y estuvo a punto
de hacerle lo mismo a Piper la otra noche. Se ha escondido. ¿Adónde ha podido ir?
—Está usted equivocada. —A Yvette le temblaban las manos. Se quitó el guante
—. Tiene que estar equivocada. Simon es amable y dulce. No sería capaz de hacerle
daño a nadie.
—¿Cuánto hace que le conoce?
—Yo… Un par de años, desde que empezó a trabajar en el salón. Tiene que estar
usted equivocada. —Yvette levantó ambas manos y se las llevó a las mejillas—.
¿Piper? ¿Ha dicho que Piper fue agredida? ¿Está herida? ¿Dónde está?
—Está en coma, en el hospital. Simon fue interrumpido antes de que pudiera
terminar con ella, y escapó. Volvió a su apartamento, pero no está allí ahora. ¿Adónde
ha podido ir?
—No lo sé. No me puedo creer todo esto. ¿Está usted segura?
Eve la miró con frialdad y a los ojos.
—Estoy segura.

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—Pero él adoraba a Piper. Era su asesor, el de ella y de Rudy. Él les hacía todos
los trabajos. Les llamaba los Gemelos Angelicales.
—¿Con quién más tiene vínculos cercanos? ¿Con quién habla él de su vida
personal? ¿Con su madre?
—¿Su madre? Ella murió el año pasado. Quedó desolado. Tuvo un accidente y
murió.
—¿Él le dijo que ella había tenido un accidente?
—Sí, se desmayó o algo, en la bañera. Se ahogó. Fue horrible. Se querían mucho.
—¿Él le habló de ella?
—Sí, trabajábamos juntos, dedicábamos muchas horas aquí. Somos amigos. —
Los ojos se le llenaron de lágrimas—. No puedo creer lo que me está usted contando.
—Será mejor que se lo crea, por su propia seguridad. ¿Adónde ha podido ir,
Yvette? Si está asustado no puede ir a casa. Necesita algún lugar donde esconderse.
—No lo sé. Su vida era esto. El salón, especialmente después de que perdiera a su
madre. No creo que tenga más familia. Su padre murió cuando él era un niño. No me
ha llamado. Le juro que no lo ha hecho.
—Si lo hace, quiero que se ponga en contacto conmigo inmediatamente. No le
siga ningún juego. No se encuentre con él a solas. No le abra la puerta si él va a su
casa. Tengo que abrir su casilla y hacer unas preguntas a los demás miembros del
personal.
—De acuerdo. Me ocupo de ello. Él no ha tenido ningún comportamiento extraño
ni nada parecido. —Le cayó una lágrima desde las pestañas en cuanto se levantó—.
Estaba muy emocionado con la Navidad. Es un blandengue. Y el año pasado, el
hecho de perder a su madre le ensombreció las fiestas.
—Sí, bueno, pues ahora se está compensando. —Eve entró en la sala del personal
y echó un rápido vistazo a un fornido asesor que se estaba tomando una bebida
nutritiva de un color verde menta.
—Ha cambiado la combinación numérica —murmuró Yvette—. La tiene
bloqueada. No puedo abrirla sin el código nuevo.
—¿Quién está al cargo de todo esto cuando él no se encuentra aquí?
Yvette exhaló con fuerza.
—En ese caso soy yo.
Eve sacó el arma e inclinó la cabeza.
—Esto la va a abrir, pero tiene usted que darme su consentimiento para forzar
esta entrada.
Yvette se limitó a cerrar los ojos.
—Adelante.
—¿Grabado, Peabody?
—Sí, teniente.
Eve ajustó el arma, apuntó y disparó a la cerradura. La pistola soltó un disparo
ahogado y chispeó. El metal se abrió y cayó al suelo.

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—Jesús, Yvette, ¿qué diablos?
—Es un asunto policial, Stevie. —Hizo un gesto con la mano dirigido al asesor
—. Tienes una cita a las nueve y media. Ve a prepararte.
—Simon se va a enojar —dijo él, meneando la cabeza mientras abandonaba la
sala.
Eve dio un paso a un lado para que Peabody pudiera tomar la imagen desde el
ángulo adecuado y tocó el tirador con un dedo.
—Mierda. —Hizo una mueca y se chupó el dedo—. Demasiado caliente.
—Inténtalo con esto. —Peabody le dio un pañuelo pulcramente doblado que sacó
del bolsillo. Se miraron a los ojos un momento.
—Gracias. —Con la tela, Eve cubrió el tirador y abrió la puerta de la casilla—.
Santa Claus tenía prisa —murmuró.
El traje rojo estaba hecho un ovillo dentro de la casilla. Unas botas altas, negras y
brillantes reposaban encima de él. Eve sacó una lata de sellador de su equipo y se
untó las manos.
—Vamos a ver qué tenemos aquí.
Había dos latas de desinfectante, media caja de jabón de hierbas, unos tubos de
crema protectora y un artículo legal que prometía destruir los gérmenes con
ultrasonidos. Encontró otra caja de diseños de tatuajes además de algunas plantillas
para los diseños más complicados.
—Esto le inculpa. —Eve sacó una nota que mostraba unas estilizadas letras: MI
AMOR VERDADERO.
—Ponlo todo en bolsas, Peabody, y ordena que vengan a buscarlo. Lo quiero todo
en el laboratorio dentro de una hora. Estaré en esa sala de tratamientos realizando las
entrevistas.
No consiguió averiguar nada más del personal. Simon era querido y apreciado por
la gente que le rodeaba. Eve oyó calificativos como compasivo, generoso y
comprensivo.
Y ella pensó en el horror y el pánico que vio en los ojos de Marianna Hawley.
El viaje hasta el hospital para comprobar el estado de Piper lo hicieron en
silencio. Aunque el control de temperatura del coche nuevo les ofrecía un agradable
calor, el aire parecía helado.
Bien, pensó Eve. Eso estaba bien. Si Peabody quería ir por ahí como si le
hubieran metido un palo en el culo, era su problema. Eso no iba a afectar al trabajo.
—Envíale una llamada a McNab. —Eve entró en el ascensor y miró hacia delante
—. A ver si tiene algo más acerca de las posibles localizaciones de Simon. Luego
averigua si Mira ha recibido la información personal.
—Sí, señor.
—Si me vuelves a llamar señor en ese tono altivo, voy a pegarte. —Diciendo
esto, Eve, salió del ascensor y dejó a Peabody atrás con el ceño fruncido.
—Estado de Piper —dijo Eve dejando la placa encima del mostrador ante las

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enfermeras.
—La paciente Piper está sedada.
—¿Qué quiere decir que está sedada? ¿Es que ha salido del coma?
La enfermera llevaba una túnica colorida con un estampado de flores. Tenía una
expresión agobiada.
—La paciente Piper ha recobrado la conciencia hace veinte minutos.
—¿Por qué nadie se puso en contacto conmigo? Se suponía que tenía que haber
una nota en su historial.
—La había, teniente. Pero la paciente Piper volvió a la conciencia gritando con
todas sus fuerzas. Se mostraba incoherente, estaba histérica y violenta. Nos vimos
obligados a reducirla y a sedarla bajo consejo de su enfermero y después del
consentimiento de su familiar más cercano.
—¿Dónde se encuentra su familiar más cercano ahora?
—Está con ella en la habitación, ha estado allí toda la noche.
—Llame al enfermero. Hágale venir aquí. —Eve se dio media vuelta, atravesó el
vestíbulo y entró en la habitación de Piper.
Parecía un hada dormida. Pálida, rubia y hermosa. Tenía unas delicadas sombras
alrededor de los ojos y las mejillas mostraban un tono ligeramente rosado provocado
por la medicación.
A poca distancia de la cama, unos monitores zumbaban. La habitación estaba
decorada como la sala de una suite de un hotel elegante. Los pacientes que tenían los
medios suficientes podían permitirse una recuperación en medio de la elegancia y la
comodidad.
El primer recuerdo de Eve de haber recibido tratamiento médico era el de una
horrorosa y estrecha habitación repleta de unas camas horribles y estrechas en las
cuales mujeres y niñas gemían de dolor y sufrimiento. Las paredes eran grises, las
ventanas, oscuras, y el aire era denso y apestaba a orina.
Ella tenía ocho años, estaba destrozada y sola, y ni siquiera tenía el consuelo de
recordar su propio nombre.
Pero Piper no viviría una incomodidad como ésa. Su hermano estaba sentado al
lado de la cama y le sujetaba la mano con suavidad, como si fuera a romperse como
el fino cristal si se ejercía más presión de la adecuada.
Todo estaba lleno de flores: en cestas, en cuencos, en jarrones altos y brillantes.
Una música relajante de instrumentos de cuerda sonaba con suavidad.
—Se ha despertado gritando. —Él no levantó la cabeza, sino que mantuvo los
ojos, de expresión herida, en el rostro de su hermana—. Gritando mi nombre para que
la ayudara. Emitió unos sonidos que ni siquiera parecían humanos.
Levantó una mano larga y estrecha y le acarició la mejilla.
—Pero no me ha reconocido; me ha pegado, a mí y a las enfermeras. No sabía
quién era yo ni dónde se encontraba. Creía que todavía estaba… Pensaba que él
todavía estaba con ella.

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—¿Dijo algo, Rudy? ¿Dijo su nombre?
—Lo chilló. —Levantó la cabeza y el rostro de él parecía haber perdido toda la
textura además del color. Se lo veía vacío, como de cera—. Dijo su nombre. «Oh, por
favor, Dios —dijo—. Simon, no. No, no, no.» Una y otra vez.
Eve sintió que la compasión por ambos le atenazaba el corazón.
—Rudy, tengo que hablar con ella.
—Necesita dormir. Necesita olvidar. —Levantó la otra mano y le acarició el pelo
a Piper—. Cuando esté mejor, cuando pueda, voy a llevármela. A algún lugar cálido y
soleado y lleno de flores. Allí sanará, lejos de todo esto. Sé lo que usted piensa de mí,
de nosotros. Me da igual.
—No importa lo que yo piense de ustedes. Es ella lo que importa. —Se acercó
para quedarse cara a cara con él, desde el otro lado de la cama—. ¿No sanará mejor,
Rudy, si sabe que el hombre que le hizo esto está encerrado? Necesito hablar con ella.
—No se la puede hacer hablar de esto. Usted no puede comprender lo que ella
siente, cómo es esto para ella.
—Sí lo puedo comprender. Sé por lo que ha pasado. Sé exactamente por lo que ha
pasado —dijo Eve, pronunciando con lentitud las palabras mientras Rudy estudiaba
su rostro—. No le voy a hacer daño. Quiero encerrar a ese hombre, Rudy, antes de
que le haga lo que le ha hecho a ella, o algo peor, a otra persona.
—Tengo que estar presente —dijo él después de un largo momento—. Me
necesitará aquí, y a un médico. El doctor tiene que estar presente. Si se muestra
demasiado inquieta, quiero que la vuelvan a sedar.
—De acuerdo. Pero tendrá usted que dejarme que haga mi trabajo.
Él asintió con la cabeza y volvió a dirigir la mirada al rostro de Piper.
—¿Ella… cuánto tiempo…? Si usted sabe cómo es esto para ella, ¿cuánto tiempo
tardará en olvidarlo?
Oh, Jesús.
—No lo olvidará nunca —dijo Eve en tono inexpresivo—. Pero aprenderá a vivir
con ello.

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Capítulo diecinueve

Esto la va a hacer volver en sí de forma gradual. —El médico era joven y sus ojos
todavía mostraban compasión y devoción por su arte. Añadió la medicación en el
gota a gota él mismo en lugar de delegar la molesta tarea a una enfermera o a un
ayudante—. La mantendré un poco sedada para que no esté excesivamente agitada.
—Necesito que se muestre coherente —le dijo Eve, y él la miró con unos ojos
marrones y dulces.
—Sé lo que necesita, teniente. Normalmente no aceptaría quitarle la sedación a
una mujer que se encontrara en la situación de la paciente Piper. Pero comprendo la
necesidad de hacerlo en este caso. Sin embargo, debe usted comprender que ella
necesita permanecer lo más tranquila posible.
Dirigió la atención al monitor mientras mantenía los dedos alrededor de la
muñeca de Piper.
—Sus ritmos son constantes —dijo, y volvió a mirar a Eve—. La recuperación
tanto física como emocional de un trauma como éste es un viaje difícil.
—¿Ha estado usted alguna vez en el pabellón de violaciones de Alphabet City?
—No hay ningún pabellón de violaciones en esa área.
—Lo había hasta hace cinco años, hasta que cambiaron los requisitos de licencia
y los honorarios estándar para los acompañantes con licencia. La mayoría eran putas
y putos callejeros, y casi todas jóvenes, además. Chicos y chicas recién salidos de
fábrica que no sabían cómo manejar a un tipo colocado de Zeus o Exótica. Trabajé en
ese sector durante seis miserables meses. Sé lo que estoy haciendo aquí.
El médico asintió con la cabeza y levantó un párpado de la paciente.
—Está volviendo en sí. Rudy, que te vea a ti primero. Habla con ella,
tranquilízala. Háblale en voz baja y con calma.
—Piper. —Rudy esbozó un triste amago de sonrisa mientras se inclinaba sobre la
cama—. Cariño, soy Rudy. Estás bien. Estás conmigo. Estás completamente a salvo.
Estás conmigo. ¿Puedes oírme?
—¿Rudy? —Pronunció el nombre con dificultad y con los ojos todavía cerrados,
pero volvió la cabeza en dirección a su voz—. Rudy, ¿qué ha pasado? ¿Qué ha
pasado? ¿Dónde estabas?
—Estoy aquí ahora. —Una lágrima le cayó por la mejilla—. Me quedaré aquí.
—Simon, me está haciendo daño. No me puedo mover.
—Se ha ido. Estás a salvo.
—Piper. —Cuando abrió los ojos, Eve percibió el pánico en ellos a pesar de la
medicación—. ¿Se acuerda de mí?
—La policía. La teniente. Quería que hablara mal de Rudy.
—No. Solamente quiero que me diga la verdad. Rudy está aquí. Se va a quedar
aquí mientras usted habla conmigo. Dígame qué le ha pasado. Hábleme de Simon.

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—Simon. —Las luces de los monitores parpadearon—. ¿Dónde está?
—No está aquí. No puede hacerle daño ahora. —Con suavidad, Eve sujetó la
mano que Piper acababa de levantar como si quisiera protegerse de un golpe—.
Nadie va a hacerle daño. Voy a mantenerlo muy lejos de usted, pero usted tiene que
ayudarme. Tiene que decirme lo que le ha hecho.
—Vino a la puerta. —Había cerrado los ojos, pero Eve percibió el rápido
movimiento de los mismos bajo los párpados—. Me alegré de verle. Tenía un regalo
de Navidad para Simón, y él traía una caja grande plateada. «Un regalo», pensé.
«Simon ha traído un regalo para mí y para Rudy.» Le dije que Rudy no estaba aquí.
Él ya lo sabía: «No, estás sola, sola conmigo». Me sonrió y me puso una mano en el
hombro.
—Mareada —murmuró—. Estaba tan mareada, y no veía con claridad. Tuve que
tumbarme, me sentía tan extraña. Le oía, oía que me hablaba, pero no le comprendía.
No podía moverme, no podía abrir los ojos. No podía pensar.
—¿Puede recordar algo que él le dijera en ese momento? ¿Cualquier cosa?
—Que yo era hermosa. Sabía cómo hacerme más hermosa. Noté algo frío en la
pierna que me hizo cosquillas en el muslo, y me hablaba. Me amaba, sólo a mí. El
amor verdadero, quiere que yo sea su amor verdadero. Solamente yo. Continúa
hablando, pero yo no puedo responder. Todos los otros amantes están muertos porque
no eran verdaderos. No eran puros, no eran inocentes. ¡No! —De repente apartó la
mano de la de Eve e intentó darse la vuelta a un lado.
—No pasa nada. Está a salvo. Sé que le hizo daño, Piper. Sé cuánto le dolió, y
que tenía usted miedo. Pero no debe tener miedo ahora. —Con firmeza, Eve le tomó
la mano—. Míreme, hábleme. No voy a permitir que le vuelva a hacer daño.
—Me ató. —Las lágrimas empezaron a deslizársele por las mejillas—. Me ató a
la cama. Me quitó la ropa. Le supliqué que no lo hiciera. Él era mi amigo. Se vistió.
Horrible. Había una cámara, y él posó y sonrió y me dijo que yo había sido una niña
mala. Sus ojos, había algo extraño en sus ojos. Yo chillaba, pero nadie podía oírme.
¿Dónde está Rudy?
—Estoy aquí —respondió con voz entrecortada y le dio un beso en la frente y en
la sien—. Estoy aquí.
—Me hizo cosas. Me violó, y duele tanto. Me dijo que era una puta. La mayoría
de mujeres eran putas, actrices que fingían ser diferentes pero sólo eran putas. Y la
mayoría de hombres las usaban y luego las dejaban. Yo era una puta y él podía hacer
cualquier cosa que quisiera. Y lo hizo, continuó haciéndome daño. Rudy, no dejaba
de llamarte para que le detuvieras. ¡Detenle!
—Rudy llegó —le dijo Eve—. Rudy llegó y le detuvo.
—¿Rudy llegó?
—Sí, él la oyó y llegó y se ocupó de usted.
—Él paró. Sí, se detuvo. —Cerró los ojos otra vez—. Se oían gritos y ruidos y
alguien que lloraba muy, muy fuerte. Lloraba y llamaba a su madre. No recuerdo

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nada más.
—De acuerdo. Lo ha hecho muy bien.
—¿No va a permitir que vuelva? —Apretó los dedos en la mano de Eve—. ¿No
va a permitir que me encuentre?
—No, no le permitiré que vuelva.
—Me puso algo —recordó Piper—. Me roció con algo por todo el cuerpo. —Se
mordió el labio—. Dentro de mí. Su cuerpo, se lo había depilado. No tenía nada de
vello. Tiene un tatuaje en la cadera.
Eve pensó que eso era nuevo. En los vídeos que había visionado, él no tenía
ningún tatuaje.
—¿Recuerda cómo era?
—Decía: MI AMOR VERDADERO. Me lo enseñó, quería que yo lo viera. Dijo que era
nuevo, permanente, no uno temporal. Porque estaba cansado de ser temporal con todo
el mundo a quién amaba. Y yo lloraba, le decía que yo nunca le haría daño. Entonces
él lloró también. Dijo que lo sabía, que lo sentía mucho. No sabía qué más hacer.
—¿Puede recordar algo más?
—Dijo que yo siempre le amaría, porque él sería el último para mí. Y que siempre
se acordaría de mí porque yo había sido su amiga. —Sus ojos ya no estaban
vidriosos. Ahora sólo tenían una expresión cansada—. Iba a matarme. Ya no era
Simon, teniente. El hombre que me hizo esto, yo no le conocía. Se convirtió en otra
persona, en esa habitación. Y creo que eso le asustaba a él tanto como a mí.
—Ahora no tiene por qué estar asustada. Se lo prometo.
Eve se apartó y miró a Rudy.
—Vamos fuera un minuto y dejemos que el médico examine a su hermana.
—Vuelvo enseguida. —Le dio un beso en los nudillos de la mano—. Me quedaré
en la puerta. No quiero dejarla —le dijo a Eve en cuanto la puerta se hubo cerrado
detrás de ellos.
—Va a necesitar hablar con alguien.
—Ya ha hablado bastante. Se lo ha contado todo, por el amor de Dios.
—Necesitará una terapia —le interrumpió Eve—. Necesitará recibir un
tratamiento. Llevársela no va a ayudarla a manejar eso. Hace un par de días le di una
tarjeta, una tarjeta mía con un nombre y un número en el dorso. Póngase en contacto
con la doctora Mira, Rudy. Permita que ella ayude a su hermana.
Él abrió la boca, luego la cerró otra vez y pareció esforzarse por controlarse.
—Ha sido usted muy amable en estos momentos, teniente. Muy suave. Y al oír la
descripción de lo que le ha sucedido, he comprendido por qué usted no fue amable ni
suave conmigo cuando creía que yo era responsable de… de lo que le han hecho a las
otras víctimas. Le estoy agradecido.
—Podrá sentirse agradecido cuando le haya capturado. —Se balanceó sobre los
pies—. ¿Usted le conoce muy bien, verdad?
—Creí que le conocía.

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—¿Adónde ha podido ir? ¿Hay algún lugar, alguna persona?
—Yo hubiera dicho que hubiera acudido a mí o a Piper. Pasábamos una gran
cantidad de tiempo en compañía mutua, profesional y personalmente. —Cerró los
ojos—. Lo cual explica cómo tuvo acceso a las listas. En la empresa nadie le hacía
preguntas. Si yo le hubiera dicho esto, si yo le hubiera abierto las puertas a usted en
lugar de intentar protegerme a mí y a mi negocio, hubiera evitado esto.
—Ábralas ahora. Hábleme de él, de su madre.
—Ella se suicidó. No sé si alguien más aparte de mí lo sabe. —Con gesto ausente,
Rudy se apretó el puente de la nariz—. Una noche se desmoronó y me lo contó. Ella
era una mujer conflictiva, mentalmente inestable. Él culpaba a su padre. Se
divorciaron cuando Simon era un niño y su madre nunca lo superó. Estaba segura de
que su marido volvería algún día.
—¿Su amor verdadero?
—Oh, Dios. —Se cubrió el rostro con las manos—. Sí, sí, supongo. Era una
actriz, no tuvo un éxito especial, pero Simon pensaba que era maravillosa,
impresionante. La adoraba. Pero a menudo se sentía angustiado por su
comportamiento. Ella entraba en depresión y entonces aparecían los hombres.
Utilizaba a los hombres para mejorar su estado de ánimo. Él era un hombre muy
tolerante, pero en este tema era muy cerrado. Ella era su madre y no tenía ningún
derecho de darse sexualmente. Sólo habló de ello conmigo una vez, poco después de
su muerte, cuando estaba arrasado por el dolor. Ella se había colgado. La encontró el
día de Navidad por la mañana.

—Concuerda a la perfección. —Peabody estaba sentada, muy tiesa, en el asiento


del copiloto mientras Eve luchaba con el tráfico—. Era una madre complicada, y él la
está sustituyendo, la está castigando, amando, cada vez que escoge a una víctima. Los
dos hombres o bien representan a su padre o sus propios deseos de dominio sexual.
—Gracias por el boletín —dijo Eve en tono seco. De repente, se vio atrapada por
todos los costados y dio un golpe con la mano en el volante—. ¡Esta porquería de las
Navidades! No es extraño que los hospitales y las clínicas mentales hagan un negocio
impresionante en diciembre.
—Estamos en Nochebuena.
—Ya sé en qué maldito día estamos, mierda. —Activó los controles para iniciar
una elevación en vertical, viró bruscamente a la izquierda y pasó rozando los techos
de los coches parados.
—Eh, el maxibús.
—Tengo ojos. —Eve esquivó al bus por un mísero centímetro.
—Ese taxi rápido va a… —Peabody se sujetó y cerró los ojos en cuanto el taxi,
cuyo conductor era obvio que se encontraba del mismo malhumor que Eve, se elevó
por encima de la fila de tráfico.

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Eve soltó una maldición, le rozó con el parachoques y encendió la sirena a toda
potencia.
—Baja, estúpido hijo de puta. —Le tocó por detrás, le empujó un poco y bajó
hasta que quedaron en el suelo medio encima de la acera y medio en la calle, en
medio de una masa de irritados peatones.
Eve salió del coche con brusquedad y fue directa hacia el taxi. El conductor salió
y fue directo hacia ella. Peabody pensó que si él tenía ganas de vérselas con un
policía, se había equivocado de persona. Pero, pensó mientras se abría paso a codazos
por entre la multitud, quizá darle una patada en el culo a un taxista haría que Eve se
pusiera de mejor humor.
—Lo indiqué. Tengo derecho a elevarme en vertical exactamente igual que usted.
Usted no tenía las sirenas encendidas, ¿verdad? Los polis son los amos de la calle. No
voy a aceptar la factura por los daños, amiga.
—¿Amiga?
Peabody se estremeció al oír el afilado tono de la voz de Eve. A sus espaldas,
meneó la cabeza sintiendo pena por el taxista y sacó el código de violación.
—Deja que te diga algo, amigo. Lo primero que vas a hacer es apartarte de
delante antes de que te acuse de agresión a un agente.
—Eh, yo no he puesto las manos…
—He dicho que te apartes. Vamos a ver con qué rapidez puedes colocarte en esa
posición.
—Jesús, sólo es un parachoques rayado.
—¿También por resistencia?
—No. —Maldiciendo entre dientes, se volvió y apoyó las manos en el techo del
taxi—. Joder, estamos en Nochebuena. Vamos a darnos un descanso. ¿Qué me dice?
—Le digo que será mejor que aprenda a respetar a la policía.
—Señora, mi primo es policía.
Con la mandíbula apretada, Eve sacó la placa y se la puso delante de la cara.
—Mira esto. Pone teniente, no «amiga», no «señora». Puedes preguntar a tu
primo el policía.
—Brinkleman —dijo él entre dientes—. Sargento Brinkleman.
—Dile al sargento Brinkleman que se ponga en contacto con Dallas, de
Homicidios, en la Central de Policía, y le cuente por qué su primo es un gilipollas. Si
él consigue explicar ese fenómeno satisfactoriamente, no le voy a quitar la licencia ni
informaré del hecho de que ha cortado el paso a un vehículo oficial en tráfico aéreo.
¿Lo ha entendido?
—Sí, lo he entendido, teniente.
—Ahora, lárguese de aquí.
Amonestado, el conductor se sentó en el vehículo, encogido, y esperó
pacientemente a que el tráfico se despejara. Eve todavía estaba alterada, así que se
dio media vuelta y señaló a Peabody con el dedo.

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—Y tú, si tú quieres continuar conmigo hoy, quítate el palo que llevas en el culo.
—Con todo respeto, teniente, no tengo noticia de tener ningún objeto extraño en
esa parte.
—Tu intento de ser graciosa no es apreciado en este momento, agente Peabody. Si
no estás satisfecha en tu posición de ser mi ayudante, puedes pedir un traslado.
A Peabody le dio un vuelco el corazón.
—No quiero un traslado. Teniente, estoy satisfecha con mi posición.
Eve reprimió un grito con grandes dificultades, se dio la vuelta y se sumergió en
el tráfico peatonal, se llevó unos cuantos golpes y recibió algunos comentarios
maleducados. Luego volvió.
—Continúa así. Continúa usando ese tono académico conmigo y nos las vamos a
ver.
—Me acabas de amenazar con echarme.
—No lo he hecho. Te he ofrecido la opción del traslado.
A Peabody le temblaba la voz, pero se decidió:
—Sentí, y continúo sintiendo, que traspasaste el límite la otra noche en referencia
a mi relación con Charles Monroe.
—Sí, me lo dejaste claro.
—No era apropiado que mi superior criticara mi elección de acompañante. Era un
asunto personal y…
—Claro que era jodidamente personal. —A Eve se le oscureció la mirada, pero
Peabody se dio cuenta de que no era de ira. Tenía una expresión herida—. La otra
noche no te hablé como superior. En ningún momento me sentí hablando con mi
ayudante. Creí que estaba hablando con una amiga.
Peabody sintió un estremecimiento de vergüenza de la cabeza a los pies.
—Dallas…
—Una amiga —continuó taladrando ella— a quien los ojos le chispeaban por un
acompañante con licencia. Un acompañante con licencia que es un sospechoso de una
investigación en curso.
—Pero Charles…
—Está muy abajo en la lista —la cortó Eve—. Pero continúa estando en ella,
dado que se le emparejó con una de las víctimas y con uno de los intentos.
—Tú nunca has creído que Charles es el asesino.
—No, yo creía que era Rudy, y estaba equivocada. Hubiera podido estar
equivocada con Charles Monroe, también. —Y tenía clavada esa posibilidad—.
Llévate el vehículo de vuelta a la Central. Pon al día al capitán Feeney y al
comandante Whitney de los últimos datos relacionados con el caso. Comunícales que
continúo en la calle.
—Pero…
—Llévate el jodido vehículo a la Central —la cortó Eve—. Ésta es una orden de
un superior a su ayudante. —Se dio la vuelta y se abrió paso entre la multitud. Esta

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vez no volvió.
—Oh, mierda. —Peabody se dejó caer en el capó del coche sin hacer caso a los
bocinazos de malhumor, al estruendo de la fastidiosa música navideña que provenía
de una tienda en la acera de enfrente.
—Peabody, eres una idiota.
Sorbió por la nariz, metió la mano en el bolsillo en busca del pañuelo y recordó
que Eve no se lo había devuelto. Se secó la nariz con el dorso de la mano, se metió en
el coche y se dispuso a cumplir las órdenes.

Cuando Eve llegó a la esquina de la Cuarenta y uno, había quemado la energía


suficiente para saber que no iba a caminar otras treinta manzanas hasta el laboratorio
para ir en busca de Capi.
Echó un vistazo a las rampas aéreas atestadas de gente y eso fue suficiente para
convencerse de que tampoco elegiría esa ruta.
Una oleada de peatones la alcanzó desde detrás y la arrastró media manzana antes
de que fuera capaz de penetrar en ella y abrirse paso. Tosió envuelta en el humo de un
carrito que hacía un excelente negocio con las salchichas de soja asadas, se le
llenaron los ojos de lágrimas y buscó la placa.
Se acercó a la esquina de la calle y arriesgó la vida colocándose en el camino de
un taxi que se acercaba. En cuanto éste se aproximó, colocó la placa en el parabrisas.
Entró y se frotó la cara en un intento de borrarse el estrés de los últimos minutos.
Luego dejó caer las manos en el regazo y se encontró con la triste mirada del taxista
por el espejo retrovisor.
Reconoció al colosal primo del detective Brinkleman y dejó escapar una
carcajada.
—Es increíble, ¿no?
—Ha sido un día de mierda, en general —dijo él entre dientes.
—Odio las Navidades.
—Yo tampoco soy un gran aficionado a ellas en este momento.
—Lléveme a la Dieciocho. Continuaré desde allí.
—Iría más rápido a pie.
Eve echó un vistazo a la abarrotada acera.
—Levanta y adelante. Tienes licencia. Ya me las apañaré con los de Tráfico.
—Usted manda, teniente.
Despegó como un relámpago y Eve cerró los ojos. Admitió que el dolor de cabeza
que le atenazaba las sienes no iba a desaparecer sin una ayuda química.
—¿Te va a doler mucho lo del parachoques? —le preguntó al taxista.
—¿Por el golpe? No. —Giró al llegar a la esquina de la Dieciocho—. No debería
haberle mostrado poco respeto, teniente. Es el tráfico de las fiestas, le vuelve a uno
loco.

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—Sí. —Ella sacó unos créditos y se los pasó por la rendija de pago—. Lo
dejaremos en empate.
—Se lo agradezco. De todas formas, que pase una buena mierda de Navidad.
Rio un poco más relajada mientras salía del coche.
—Lo mismo digo.
El tráfico peatonal no estaba cargado en esa zona, donde se encontraban los
laboratorios y los depósitos de cadáveres y las estaciones de vigilancia. No había
mucho que comprar por allí, pensó Eve mientras se apresuraba media manzana
adelante.
Entró en el feo edificio de acero que tenía que haber sido la versión de algún
arquitecto idiota de lo que era la economía de alta tecnología, atravesó el desierto
vestíbulo y se dirigió directamente al arco de seguridad.
El androide que se encontraba de servicio la saludó con un gesto de cabeza en
cuanto ella colocó la palma de la mano en el lector y recitó su nombre, rango, código
y destino. Una vez le hubo permitido el paso, subió a la rampa de descenso y se
encontró con los pasillos y las oficinas vacías. A media tarde, a mitad de semana,
pensó, con el ceño fruncido. ¿Dónde diablos estaba todo el mundo?
Entró en el laboratorio. Y se encontró una jodida fiesta en marcha. La música
retumbaba a pesar de las salvajes carcajadas. Alguien le dio una copa con un fluido
de un sospechoso color verde. Una mujer que solamente llevaba puesta una bata de
laboratorio y unas microgafas estaba bailando. Eve consiguió agarrarla por la manga
y obligarla a volverse.
—¿Dónde está Capi?
—Oh, por aquí. Tiene que reponerme.
—Aquí tienes. —Eve le puso la copa en la mano y se abrió paso entre cuerpos y
máquinas. Vio a Capi sentado encima de una mesa de muestras con la mano bajo la
falda de una técnico de laboratorio que estaba también borracha.
O por lo menos, Eve dio por sentado que estaba borracha. ¿De qué otra forma era
posible que permitiera que esos dedos de araña corrieran por sus piernas?
—Eh, Dallas, únete a la fiesta. No es tan elegante como tu pequeña reunión, pero
lo intentamos.
—¿Dónde diablos están mis informes? ¿Dónde están mis resultados? ¿Qué
mierda está pasando aquí?
—Eh, es Nochebuena. Anímate.
Eve le agarró por la pechera de la camisa y le arrastró fuera de la mesa.
—Tengo cuatro cuerpos y a una mujer en el hospital. No se te ocurra decirme que
me anime, pequeño hijo de puta borracho. Quiero mis resultados.
—El laboratorio cierra a las dos en punto en Nochebuena. —Intentó soltarse de la
garra de Eve, pero no lo consiguió—. Esto es oficial. Son más de las tres, lista.
—Por el amor de Dios, él está ahí fuera. ¿No has visto lo que les hizo a esas
personas? ¿Quieres que te muestre los jodidos vídeos que grabó mientras lo hacía?

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¿Quieres despertarte mañana por la mañana y encontrarte con que ha vuelto a hacerlo
porque tú no has hecho tu trabajo? ¿Serás capaz de tragarte el pavo de Navidad
después de eso?
—Joder, Dallas. De todas formas, no di con casi nada nuevo. —Con sorprendente
dignidad, se colocó bien la camisa en cuanto ella le hubo soltado—. Echaremos un
vistazo en el laboratorio de al lado. No hace falta arruinarle la fiesta a todo el mundo.
Se colaron entre la gente y él abrió la puerta de una habitación.
—Jesús, Feinstein, no puedes venir a hacértela aquí. Llévatela al almacén como
todo el mundo.
Eve se apretó los ojos con los dedos de la mano. Una pareja que había estado muy
ocupada copulando se separó, ambos maldijeron en voz baja y recogieron las ropas
tiradas por el suelo. ¿Es que se volvía loco todo el mundo por esas fechas?, se
preguntó Eve mientras ellos salían disparados y riendo como lunáticos.
—Hemos preparado un brebaje endiablado —le explicó Capi—. Todo legal, pero
entra muy bien y pega fuerte. —Se dejó caer delante de una estación informática y
solicitó el archivo.
»Esta vez hemos conseguido sus huellas, pero ya lo sabes. No hay ninguna duda
de la identidad. El mismo desinfectante que en la escena del crimen. El maquillaje
que dejó concuerda con el utilizado con las víctimas anteriores. El traje y lo demás
que enviaste concuerda con las fibras que ya han sido identificadas. Tienes a tu tipo,
Dallas. Esto va a juicio, está frito.
—¿Qué hay del registro? Necesito algo para encontrarle, Capi.
—El registro de la escena no obtuvo nada que no fuera de esperar. ¿El de su casa?
No conseguimos gran cosa. Ese tipo es un maniático de la limpieza. Todo había sido
frotado, cepillado y aspirado. Pero también había fibras, que pertenecen al traje, y un
par de cabellos de peluca que concuerdan con los del último asesinato y con la barba
que dejó en la escena anoche. Si le pillas y le traes, tengo muchas cosas que serán de
ayuda para meterle entre rejas. Eso es todo lo que puedo ofrecerte.
—Está bien. Necesito que envíes esto a mi unidad de la Central. Con copia a
Feeney.
Dado que ambos sabían que eso ya debería estar hecho, él se limitó a encogerse
de hombros.
—Siento haberte separado de la fiesta y de tus juegos.
—La ciudad va a cerrar dentro de una o dos horas, de todas formas, Dallas. La
gente necesita sus fiestas. Tienen derecho.
—Sí. Yo tengo a una mujer que está pasando la Navidad en una cama de hospital.
Ella también tiene derecho.
Eve salió al frío aire del exterior para aclararse la mente. Deseó haberle pedido a
Capi algo potente para que se le pasaran las punzadas que sentía en la cabeza. La luz
estaba desapareciendo. Ésas eran las noches largas, las del negro mes de diciembre,
cuando la luz del día casi no había llegado a la superficie de la tierra antes de rebotar

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y salir despedida de nuevo.
Eve sacó el comunicador portátil y llamó a casa.
—Estás trabajando —dijo cuando Roarke respondió en su línea privada y Eve vio
que el fax que tenía a sus espaldas estaba escupiendo papel.
—Sólo un poco.
—Tengo que hacer un par de cosas más. No creo que pueda estar ahí hasta dentro
de dos horas.
Él se dio cuenta de que le dolía la cabeza.
—¿Adónde te diriges?
—Quiero repasar el apartamento de Simon. No hice un registro personalmente.
Quizá a los del equipo se les pasó algo por alto. Tengo que echar un vistazo, Roarke.
—Lo sé.
—Mira, he despedido a Peabody con mi vehículo. El apartamento está más cerca
de casa. ¿Puedes enviar un coche o algo a esa dirección?
—Por supuesto.
—Gracias. Te llamaré cuanto haya terminado allí, te haré saber cuándo voy a ir
hacia casa.
—Haz lo que tengas que hacer, pero tómate un calmante para el dolor de cabeza.
Ella sonrió ligeramente.
—No tengo ninguno. Cuando llegue a casa beberemos un montón de champán,
¿de acuerdo? Y haremos el amor como animales.
—Bueno, yo había pensado en una noche tranquila de ajedrez, pero si eso es lo
que de verdad quieres hacer…
Sentaba fantásticamente bien reírse de verdad, pensó Eve al cortar la
comunicación.
Así que no debería de haberse sorprendido, al llegar al edificio de Simon, al ver
que el único coche que había allí era el de Roarke.
—Podrías haberlo mandado con un androide.
—¿Crees que lo habría hecho?
—No. —Se pasó una mano por el pelo—. Y no creo que quieras quedarte en el
coche hasta que termine ahí arriba, tampoco.
—Ya ves lo bien que nos conocemos. —Metió la mano en el bolsillo del
fantástico abrigo y sacó una cajita sin etiqueta de la cual extrajo una píldora de color
azul—. Abre la boca.
Al ver que ella fruncía el ceño y apretaba los labios en plan poco colaborador, él
arqueó una ceja.
—Es un simple calmante, Eve. Pensarás con mayor claridad si no te duele la
cabeza.
—¿No tiene nada más?
—Nada. Abre. —Le tomó la barbilla, ella abrió la boca y él le colocó la píldora
en la lengua y le cerró la boca—. Trágatela. Buena chica.

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—Que te jodan.
—Querida, no he pensado en otra cosa en todo el día. Te he traído tu equipo de
campo.
—Vaya, uno de los dos piensa con claridad. Gracias —dijo mientras él salía del
coche—. Le tengo pillado —añadió ella mientras se dirigían al edificio—. Pruebas
físicas, testigos presenciales, móvil, la ocasión, los tratamientos.
—Puedes añadir el hecho de que la maleta de maquillaje que dejó en el
apartamento de Piper es único. Lo hizo hacer por encargo. —Roarke le pasó una
mano por la nuca y se la masajeó ligeramente para ayudar a la acción del calmante—.
Mi empresa ofrece esa opción a los maquilladores profesionales.
—Fantástico. Ahora lo único que tengo que hacer es encontrarle.
—No se ha registrado en ningún hotel. —Roarke le sonrió—. McNab ha estado
muy ocupado. Ningún hotel, y ningún hospedaje privado… por lo menos que le haya
permitido el acceso en un día en que nadie quiere trabajar.
—Dímelo a mí. En el laboratorio me he encontrado con una orgía.
—Y no nos han invitado. Es insultante.
—Tengo la sensación de que una invitación hubiera implicado el extraño hecho
de ver a Capi desnudo. —Sacó el código maestro y atravesó el precinto policial de la
puerta treinta y cinco—. Eso es algo que de verdad no quiero en Navidad. Tienes que
sellarte si quieres entrar.
Roarke echó un vistazo al bote y suspiró.
—¿No puede utilizar el departamento algo con un olor más agradable?
Pero se untó las manos, los zapatos, y esperó a que Eve hiciera lo mismo.
—Grabadora encendida. Dallas, teniente Eve, entra en la residencia personal del
sujeto Simon, 24 de diciembre, 16:12 horas. La agente de la investigación va
acompañada por Roarke, civil, en calidad de ayudante temporal.
Entró, ordenó que se encendieran las luces y se quedó de pie observando la
habitación. Ahora no estaba tan ordenada. El equipo de registro había hecho su
trabajo y había dejado manchadas las superficies en busca de huellas digitales y de
pruebas. Habían apartado los muebles de su sitio, habían revuelto los cojines y
quitado los cuadros de las paredes. El comunicador había sido desconectado y se lo
habían llevado.
—Ya que estás aquí —le dijo a Roarke—, echa un vistazo. Cualquier cosa que te
llame la atención, me llamas. Voy al dormitorio.
Ella acababa de empezar en el vestuario cuando Roarke entró con un disco entre
el pulgar y el índice.
—Esto me llama la atención, teniente.
—¿Dónde diablos has encontrado esto? Deberían haberse llevado todos los
discos.
—Las vacaciones ayudan, ¿qué vas a hacerle? Estaba dentro de un marco de
holograma. Supongo que la mujer del holograma era su madre. Parece una elección

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sentimental para un escondite.
—No tengo nada para visionario. Se han llevado todos los aparatos electrónicos.
Tengo que entrar y…
Se quedó sin habla al ver que Roarke sacaba una delgada cajita del bolsillo,
levantaba la tapa y mostraba una pequeña pantalla.
—Un juguete pequeño —dijo, mirándolo con el ceño fruncido—. No hemos
podido sacarlo a tiempo para Navidad. Pero estará listo para el Día del Presidente.
—¿Es seguro? No puedo permitir que el disco se dañe.
—Lo he comprobado personalmente. Es una pequeña joya. —Introdujo el disco
en la ranura y levantó una ceja—. ¿Adelante?
—Sí. Vamos a ver qué tenemos.

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Capítulo veinte

Era un diario en vídeo intrincado y bastante penoso. Un año de la vida de un


hombre, de una vida que se rompe en pedazos y se desmorona desde su mismo
centro.
Eve supuso que a Mira le parecería una llamada para recibir ayuda.
Hacía referencia a su madre una docena de veces o más. Su verdadero amor, a
quien canonizaba en un momento y vilipendiaba en otro.
Era una santa. Era una puta.
De la única cosa de la que Eve estuvo segura al final era de que ella había sido
una carga, una carga que Simon nunca había evitado y que nunca había comprendido.
Cada Navidad ella había vuelto a meter en una caja y había vuelto a envolver
cuidadosamente el brazalete de oro que había comprado para su marido con las
palabras grabadas: MI AMOR VERDADERO, y la había colocado debajo del árbol para el
hombre que la había abandonado a ella y a su pequeño hijo. Y cada Navidad ella le
había dicho que su padre estaría allí el día de Navidad por la mañana.
Durante mucho tiempo, él la había creído.
Y durante mucho más tiempo, él le había permitido que ella lo continuara
creyendo.
Entonces, en la Nochebuena del año anterior, harto de eso, rebelándose contra los
hombres a quienes ella permitía que la utilizaran, él había destrozado la caja y había
destruido su ilusión.
Y ella se había colgado con la bonita guirnalda que su hijo había colgado
alrededor del árbol.
—No es un cuento de Navidad muy alegre —murmuró Roarke—. Pobre infeliz.
—Una infancia desgraciada no es una excusa para violar y asesinar.
—No, no lo es. Pero es una raíz. Cada uno crecemos a nuestra manera, Eve, una
elección nos conduce a otra.
—Y somos responsables de nuestras elecciones. —Eve sacó una bolsa de pruebas
y la abrió. Al cabo de un momento, Roarke sacó el disco y lo metió dentro de la
bolsa.
Eve sacó el comunicador y llamó a McNab.
—No hay suerte con su escondite, Dallas. He investigado al padre. Se trasladó a
la Estación Nexus hace casi treinta años. Se casó por segunda vez, dos hijos, nietos.
Tengo la información, por si quieres ponerte en contacto con él.
—¿Para qué? —murmuró ella—. Tengo un diario en vídeo que he encontrado en
el apartamento de Simon. Los técnicos de la escena del crimen y los del registro lo
pasaron por alto. Voy a enviarlo a la División de Detección Electrónica. Ve ahí y
archívalo, ¿quieres, McNab? Luego quedas fuera de servicio. Comunícale lo mismo a
Peabody. Pero permaneced localizables mientras el sujeto ande suelto.

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—Afirmativo. Eh, tiene que aparecer en algún momento, Dallas. Entonces le
atraparemos.
—Exacto. Vete a colgar los calcetines, McNab. Esperemos que todos recibamos
lo que queremos por Navidad. Dallas fuera.
Roarke la observó mientras ella se guardaba el comunicador.
—Eres demasiado dura contigo, Eve.
—Tiene que moverse esta noche. Necesita hacerlo. Y él es el único que sabe
dónde lo hará. Y a quién elegirá. —Se volvió y fue hacia el vestidor—. Tiene sus
ropas organizadas: color, tela. Es incluso más obsesivo con eso que tú.
—No me parece que organizar la ropa sea obsesivo.
—Sí, en especial cuando uno tiene doscientas camisas de seda negras. Para no
sacar la camisa equivocada y meter la pata con el conjunto.
—Entiendo que eso significa que no me has comprado una camisa de seda negra
como regalo de Navidad.
Ella miró por encima del hombro y rio.
—Me hice una especie de lío con las compras. No comprendía de qué iba el tema
hasta que Feeney me indicó que se supone que hay que comprar al por mayor para el
cónyuge. Sólo tengo una cosa.
Roarke apretó la lengua contra la parte interna de la mejilla.
—¿Me das una pista?
—No, eres demasiado bueno con los acertijos. —Volvió a mirar en dirección al
vestidor—. Así que adivina esto. Aquí hay camisas y pantalones, de color blanco,
color crema y de este color que no sé cómo se llamaría.
—Yo diría que es color tierra.
—De acuerdo. Luego pasa a los azules, verdes. Todo está colgado por orden.
Ahora hay un vacío, luego siguen los marrones, grises y el negro. ¿Qué color crees
que falta?
—Yo diría que el rojo.
—Exacto. No hay nada rojo aquí. Quizá solamente se pone algo rojo en las
ocasiones especiales. Tenía un traje de reserva, y se lo llevó. Otra cosa que los del
registro no detectaron. El resto de los amuletos. Seis ocas y lo demás. También las
tiene con él. Está preparado para la función. Pero ¿dónde lo ha guardado todo?
¿Dónde lo tiene, dónde está?
Ella dio una vuelta por la habitación.
—No puede volver aquí, y lo sabe. Se ha arriesgado a volver porque tiene que
terminar, y no puede hacerlo sin las herramientas, el disfraz, sus artilugios. Pero es
demasiado listo, demasiado organizado, y demasiado jodidamente obsesivo para no
tener ningún lugar a dónde ir.
—Su vida estaba aquí, con su madre y sus recuerdos —señaló Roarke—. Y estaba
en su trabajo.
Ella cerró los ojos al darse cuenta.

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—Dios, ha vuelto al edificio. Está en ese edificio.
—Entonces, vamos a buscarle.

El tráfico era brutal, la carretera estaba cubierta de finas láminas de hielo, pero la
cantidad de peatones se había reducido y era solamente un goteo. La gente se
apresuraba por las aceras en dirección a casa para estar con la familia o los amigos.
Unos cuantos estaban desesperados por encontrar un regalo de última hora y andaban
en busca de tiendas que todavía estuvieran abiertas.
Las luces de la calle parpadeaban, ofreciendo fríos charcos de luz. Eve observó un
panel iluminado que mostraba a un Santa Claus volando con su trineo mientras
deseaba unas felices Navidades a todo el mundo.
Y empezó a caer granizo.
Perfecto.
Roarke aparcó en la esquina y ella salió rápidamente, sacó el código maestro y
dudó un momento. Al cabo de un breve debate interno, se inclinó y se quitó el arma
que llevaba en el arnés del tobillo.
—Toma mi arma de reserva. Por si acaso.
Salieron al frío de la calle y penetraron en el resplandor de las luces de seguridad.
—Ha habido gente entrando y saliendo del salón, de las tiendas y de los clubs de
salud durante todo el día. Habrá necesitado intimidad. Probablemente hay algunas
oficinas vacías, y podemos hacer una comprobación para ahorrar tiempo, pero mi
intuición me dice que él ha utilizado el apartamento de Piper. Sabe que ella está en el
hospital y que Rudy no la va a dejar sola, ni siquiera para volver aquí. Sabe que es un
lugar seguro y tranquilo. No hay ninguna razón para que la policía vuelva aquí
después de haber realizado el registro.
Eve manoseó el control del ascensor y soltó una maldición.
—Ciérrate.
—¿Quieres que te lo active, teniente?
—No te hagas el listo.
—Me tomo esto como un sí. —Se guardó el arma y sacó un pequeño equipo—.
Sólo será un momento. —Sacó el panel de control, manipuló unos cuantos mandos
del panel central con dedos ágiles. Entonces se oyó un zumbido apagado y la luz que
había encima de las puertas de cristal se encendió.
—Un buen trabajo… para un hombre de negocios.
—Gracias. —Le hizo una señal y la siguió al interior del ascensor—.
Apartamento de Hoffman.
«Lo siento. Esa planta sólo es accesible con un código de entrada.»
Eve apretó las mandíbulas y cuando empezaba a sacar su código maestro otra vez,
Roarke ya había vuelto a desmontar el panel.
—Es igual de rápido así —dijo, y directamente anuló el código.

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El ascensor subió con suavidad, rapidez y en silencio. Mientras empezaba a
detenerse, Eve se dio la vuelta y se puso entre Roarke y la puerta.
Él entrecerró los ojos, molesto, detrás de ella y esperó. Cuando las puertas se
abrieron, la empujó a un lado, salió haciendo un giro y repasó el vestíbulo apuntando
con el arma.
—No vuelvas a hacer eso —le dijo ella en un bufido amenazador, saliendo para
cubrirle las espaldas.
—No vuelvas a ponerte de escudo delante de mí. Yo diría que esto está vacío.
¿Preparada para la puerta?
Ella todavía vibraba de la ira. Otra cosa que debería manejar más tarde, decidió.
—Por abajo —murmuró mientras abría los cerrojos—. Me gusta así.
—De acuerdo. A la de tres. Uno, dos —golpearon la puerta, al mismo tiempo,
como en un programa de entrenamiento.
Dentro, las luces brillaban y el equipo de grabación estaba encendido y emitía
unas canciones de Navidad a todo volumen. A pesar de que las pantallas de
privacidad cubrían las ventanas, el árbol de Navidad se reflejaba en el cristal.
Ella señaló a la izquierda. En dirección al dormitorio percibió unos pequeños
detalles. Las manchas que los del registro habían dejado habían desaparecido, habían
sido limpiadas. Todo olía a flores y a desinfectante.
Había una ligera nube de vapor sobre el pequeño balneario. El agua todavía
estaba caliente.
El dormitorio estaba ordenado, la cama estaba hecha, y las manchas habían sido
fregadas.
Eve dio un tirón del cubrecama y soltó un juramento, casi sin aliento:
—Ha puesto sábanas limpias. El bastardo ha dormido en la misma cama en que la
ha violado. —Sintiendo que la furia le retorcía el estómago, abrió el vestidor con un
gesto brusco. En él, entre el florido estilo propio de Rudy y Piper, había varias
camisas y varios pantalones colgados de forma ordenada.
—Se ha puesto cómodo. —Se agachó y abrió una delgada maleta que había en el
suelo del vestidor—. El resto de aparejos. —Con el corazón agitado, rebuscó entre las
joyas mientras murmuraba la letra de la canción—. Todo hasta doce: el pasador de
pelo con los doce percusionistas. Están todos excepto el número cinco. Lo lleva con
él. —Se levantó—. Se ha dado un agradable baño relajante, ha recogido sus
herramientas y ha salido. Y tiene pensado volver.
—Bueno, le esperaremos.
Ella quería estar de acuerdo. Más de lo que quería admitir, quería ser la única que
le apresara, que le mirara a la cara cuando fuera apresado. Saber que le había
vencido, y esa parte de ella con la que se enfrentaba en sus pesadillas.
—Voy a dar aviso. Habrá algunos vagos que estén de servicio esta noche.
Tendremos que apostar a algunos hombres en el edificio, a algunos dentro. Dedicaré
una hora en prepararlo. Luego nos iremos a casa.

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—No querrás delegar esto en otra persona, Eve.
—No, no quiero. Quizá por eso es por lo que necesito hacerlo. Y… —Se volvió
hacia él, pensando en las palabras de Mira—. Tengo derecho a tener la vida que he
empezado a labrarme. Contigo.
—Entonces haz las llamadas. —Alargó la mano y le acarició la mejilla—. Y
vámonos a casa.

Peabody rellenó los últimos papeles y dejó escapar un largo suspiro de pena de sí
misma. Entonces vio a McNab en la puerta.
—¿Qué?
—Sólo pasaba por aquí. Te comenté que Dallas dijo que estás fuera de servicio.
—Estaré fuera de servicio cuando mis informes estén terminados y archivados.
Él sonrió al darse cuenta de que la máquina acababa de informar de que el archivo
se había realizado.
—Ahora supongo que estás fuera de servicio. ¿Tienes alguna emocionante cita
con el señor Brillante?
—Eres realmente ignorante, McNab. —Eve se apartó del escritorio—. No se pasa
la Nochebuena con un tipo con quien sólo has salido una vez. —Además, pensó,
Charles ya tenía la noche ocupada.
—¿Tu familia no está por aquí, verdad?
—No. —Haciendo tiempo y deseando que se marchara, empezó a revolver
papeles en el escritorio.
—¿No has podido ir a casa a pasar las Navidades?
—Este año no.
—Yo tampoco. Este caso me ha destrozado toda la vida social. No tengo ningún
plan, tampoco. —Introdujo los pulgares en los bolsillos—. ¿Qué te parece, Peabody,
nos damos una tregua, como una moratoria de Navidad?
—No estoy en guerra contigo. —Se dio la vuelta para tomar el abrigo del
uniforme del colgador.
—Pareces un poco apagada.
—Ha sido un día muy largo.
—Bueno, si no vas a pasar la Nochebuena con el señor Brillante, ¿por qué no la
pasas con tu amigo poli? Es una mala noche para estar solo. Te invito a una copa y a
cenar algo.
Ella no levantó la cabeza mientras se abrochaba el abrigo. Pasar la Nochebuena
sola o pasar un par de horas con McNab. Ninguna de las dos cosas era muy
sugerente, pero decidió que estar sola era peor.
—No me gustas lo bastante para dejarme invitar a cenar. —Levantó la mirada al
tiempo que se encogía de hombros—. Iremos a medias.
—Trato hecho.

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No esperaba pasárselo bien, pero después de tomarse un par de San Nicks
especiales, decidió que no estaba mal. Por lo menos, charlar de tonterías siempre era
una manera de matar el tiempo.
Mordisqueaba unos trocitos de pollo que, sabía, se le pondrían directamente en el
culo. Su dieta se podía ir al infierno.
—¿Cómo puedes comer así? —le preguntó a McNab, mirándole con rabia y
envidia mientras éste engullía una pizza con doble masa con toda la guarnición—.
¿Cómo es que no estás gordo como un cerdo?
—El metabolismo —dijo él, con la boca llena—. El mío siempre está
sobreactivado. ¿Quieres un poco?
No debía hacerlo. La lucha contra la grasa era una batalla personal constante.
Pero tomó media porción y la degustó con deleite.
—¿Tú y Dallas habéis arreglado las cosas?
Peabody tragó con fuerza y le miró.
—¿Te ha hablado de ello?
—Eh, soy un detective. Me doy cuenta de las cosas.
Las dos copas le habían soltado la lengua.
—Está realmente enojada conmigo.
—¿La jodiste?
—Supongo que sí. Ella también —dijo Peabody, con el ceño fruncido—. Pero yo
la jodí más. No sé si podré arreglarlo.
—Cuando tienes a alguien que se pondría en el paredón por ti y la jodes, tienes
que arreglarlo. En mi familia nos gritamos, reflexionamos y luego nos disculpamos.
—Esto no es un tema de familia.
Él rio.
—Y una mierda no lo es. —Le sonrió—. ¿Vas a comerte todo ese pollo?
Ella sintió el corazón más ligero. Ese hombre podía ser un grano en el culo,
pensó, pero cuando tenía razón, tenía razón.
—Te cambio seis trozos de pollo por otra porción de pizza.

Eve hizo un esfuerzo para quitarse la operación de vigilancia de la cabeza. Tenía a


buenos y experimentados agentes en ese lugar, había colocado vigilancia electrónica
en un radio de cuatro manzanas. En cuanto Simon entrara en ese perímetro, lo
localizarían.
No podía cuestionarse, no podía preguntarse y no podía pensar dónde estaría, qué
estaría haciendo. Ni si iba a morir otra persona. Estaba fuera de su control.
Antes de que la noche terminara, le habrían capturado. Su caso era sólido, y él iría
a prisión y no saldría nunca. Tenía que ser suficiente.
—Dijiste algo de vino.

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—Sí, lo dije. —Sonreír le resultaba más fácil de lo que había pensado. Y lo más
fácil del mundo fue tomar la copa que Roarke le ofrecía.
—Y de hacer el amor como animales.
—Recuerdo haberlo sugerido.
Todavía fue más fácil dejar el vino y saltar encima de él.

Peabody se quedó hasta más tarde de lo que había pensado y disfrutó más de lo
que había imaginado. Por supuesto, pensó mientras subía las escaleras de su
apartamento, eso era probablemente consecuencia del alcohol y no de la compañía.
Pero podía admitir que McNab no había sido tan gilipollas como de costumbre.
Ahora que estaba agradablemente borracha, pensó que le gustaría envolverse en
su gastada bata, encender las luces del árbol y enroscarse en la cama para ver alguno
de los sentimentales programas especiales de Navidad. A media noche llamaría a sus
padres y todos se pondrían ñoños y sentimentales.
Había resultado ser una Nochebuena bastante decente, después de todo.
Al llegar arriba, dio la vuelta y, tarareando, se dirigió hacia la puerta.
Santa Claus salió de una esquina con una gran caja plateada en la mano y le
sonrió con mirada de loco.
—¡Hola, niñita! Llegas tarde. Tenía miedo de no poder darte tu regalo de
Navidad.
Oh, pensó Peabody. Oh, mierda. Tenía una fracción de segundo para decidir:
correr o quedarse. Llevaba el arma debajo del abrigo y el abrigo estaba abrochado.
Pero el comunicador se encontraba en el bolsillo, a mano.
Decidió quedarse. Se esforzó por sonreír y metió la mano en el bolsillo para
encender la unidad.
—Oh, Santa Claus. Nunca habría esperado encontrarte en la puerta de mi
apartamento. Con un regalo, además. Ni siquiera tengo chimenea.
Él echó la cabeza hacia atrás y se rio.

Eve gimió, se dio la vuelta y se desperezó. No habían conseguido llegar a la


cama, sino que se habían dejado caer en el suelo. Se sentía magullada, utilizada, y
fabulosamente bien.
—Eso no ha estado mal como aperitivo.
A su lado, Roarke se rio y le pasó un dedo por el pecho, caliente y sudado.
—Estaba pensando lo mismo. Quiero mi regalo de Navidad.
—¿Esto no lo ha sido? —Pero se rio, se sentó y se pasó las manos por el pelo—.
Pero el año que viene…
Se interrumpió al oír la voz de Peabody que procedía del montón de ropa tirada
por el suelo.

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«Oh, Santa Claus. Nunca habría esperado encontrarte en la puerta de mi
apartamento.»
—Oh, Dios mío. Oh, Dios. —Ya estaba en pie, revolviendo la ropa y poniéndose
el pantalón—. Aviso, aviso. Una agente necesita ayuda. Oh, Jesús, Roarke.
Él se estaba poniendo el pantalón con una mano y manejaba el comunicador
portátil con la otra.
—En marcha. Vamos. Llamaremos de camino.

—Te he estado esperando —le dijo Simon—. Con algo muy especial.
Entretenle, entretenle, entretenle.
—¿Me das una pista?
—Es algo que alguien que te quiere eligió para ti.
Empezaba a acercarse a ella y ella continuó sonriendo mientras se desabrochaba
frenéticamente los botones del abrigo.
—¿Sí? ¿Quién me quiere?
—Santa Claus te quiere, Delia. Linda Delia.
Ella vio que él levantaba la mano y vio un destello de la jeringuilla que tenía en
ella. Dando un giro, levantó el codo para bloquear su movimiento mientras se debatía
por meter la mano bajo la tela de lana y sacar el arma.
—¡Mala chica! —La respiración de él sonaba como un silbido. La empujó contra
la pared. Ella respondió con un puñetazo, pero fue a darle a la caja. Y ahora la mano
con que sujetaba el arma estaba atrapada entre su cuerpo y la pared.
—Suéltame, hijo de puta. —Se debatió y levantó la pierna hacia atrás para
engancharle por el tobillo mientras se maldecía a sí misma por haber tomado una
copa de más. Notó el rápido pinchazo de la jeringuilla en el cuello a pesar de que él
caía a sus espaldas.
—Mierda, oh, mierda —fue lo único que consiguió decir mientras trastabillaba y
caía contra la pared.
—Mira lo que has hecho. Mira. —Él la reprendía mientras le abría el bolso para
buscar la llave—. Quizá has roto alguna cosa. Me voy a enfadar mucho si has roto
alguna de mis cosas. Ahora, tienes que ser una niña buena y entrar.
La levantó del suelo y la arrastró hacia la puerta. Una vez allí, abrió el cerrojo y,
dentro, la dejó caer al suelo.
Ella notó el golpe, pero como desde la distancia, como si su cuerpo estuviera
envuelto en espuma. Una voz en su cabeza gritaba que se moviera, y ese mensaje
tenía tanta fuerza que se imaginó a sí misma levantándose, pero no podía sentir las
piernas.
Oyó el sonido apagado de él entrando y cerrando la puerta.
—Ahora vamos a ponerte en la cama. Tenemos muchas cosas que hacer. Es casi
Navidad, ya lo sabes. He aquí mi amor —murmuró, y la llevó al dormitorio como si

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fuera una muñeca.

—Me importa una mierda si los equipos están en los mínimos o si no hay
unidades disponibles —gritó Eve por el comunicador—. ¡La agente Peabody está en
dificultades! ¡Está en dificultades, malditos seáis!
«Maldecir está prohibido en este canal, Dallas, teniente Eve. Esta ofensa quedará
registrada. Las unidades están siendo enviadas. Tiempo estimado, doce minutos.»
—Ella no tiene doce minutos. Si está herida, gilipollas, voy a venir personalmente
y te voy a arrancar los circuitos uno a uno.
Le dio un puñetazo al maldito comunicador.
—Androides, ponen androides en Avisos, en recepción, en todas partes, porque es
Navidad. Jesús, Roarke, ¿no puedes hacer que esta cosa vaya más rápido?
Él ya iba a más de ciento veinte por hora, atravesando la atroz cortina de lluvia
helada. Pero apretó el acelerador.
—Ya casi estamos, Eve. Llegaremos a tiempo.
Ella sufría una agonía insufrible mientras escuchaba la voz de Simon en el
comunicador.
La estaba atando, y empezaba a cortarle la ropa con cuidado.
Eve tenía la boca seca.
La roció, por fuera y por dentro, para que estuviera limpia y perfecta.
Eve ya estaba fuera del coche antes de que Roarke lo hubiera detenido por
completo. Las botas le patinaron, pero mantuvo el equilibrio y llegó corriendo a la
puerta. No tenía el pulso firme, así que tuvo que intentarlo dos veces para poder abrir
los cerrojos.
Cuando empezaba a subir los escalones, Roarke ya estaba a su lado. Y en ese
momento, por fin, se oyó el sonido de las sirenas.
—¡Policía!
Con el arma desenfundada, entró en el dormitorio.
Peabody tenía los ojos muy abiertos y la mirada vidriosa. Desnuda y atada,
temblaba con violencia bajo el frío aire que entraba por la ventana abierta.
—Ha salido por la salida de incendios. Ha escapado. Estoy bien.
Eve dudó un instante y luego se dirigió a la ventana.
—Quédate con ella —le dijo a Roarke.
—No, no. —Peabody negaba frenéticamente con la cabeza y se debatía con las
ataduras—. Le va a matar, Roarke. Quiere matarle. Intenta detenerla.
—Espera. —Recogió una sábana del suelo, se la puso por encima y salió por la
ventana tras su esposa.

Al saltar el último medio metro hasta el suelo le dolieron los tobillos y los pies le

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resbalaron. Cayó con fuerza sobre una rodilla y se levantó. Le veía dirigirse hacia el
este, cojeando y a la carrera: el llamativo traje rojo era como un faro.
—¡Policía! Deténgase. —Pero ya corría detrás de él y sabía que estaba
desperdiciando el aliento al darle la orden.
Sentía como si mil abejas le zumbaran dentro de la cabeza, como si mil abejas la
aguijonearan por todo el cuerpo. Sentía un odio tan profundo en el vientre, y tan
amargo, que le quemaba. Con un gesto deliberado, metió el arma en la cintura del
pantalón. Quería derribarle con sus propias manos.
Cayó encima de él como un tigre sobre su presa, y le hizo resbalar sobre el rostro
y el estómago por el pavimento. Le clavó las uñas, le golpeó, pero no se daba cuenta.
Le maldecía con respiración agitada, pero no se oía a sí misma.
Entonces le tumbó de espaldas y tomó el arma. Se la puso en la garganta.
—Eve. —Roarke se quedó de pie, quieto, a medio metro de distancia y le habló
en voz baja.
—Te dije que te quedaras con ella. No te metas en esto.
Ella miró el rostro sangrante y suplicante que tenía debajo de ella. Y que Dios la
ayudara, pero veía a su padre.
Tenía el arma graduada a máximo impacto, pero no era mortal. A no ser que se
disparara a quemarropa. Se la clavó con más fuerza en la garganta. Y deseaba
hacerlo.
—Le has derribado. Le has detenido. —Sufriendo con ella, Roarke se acercó, se
agachó y la miró a los ojos—. Dar este último paso no es tu estilo. Tú no eres así.
Le temblaba el dedo encima del gatillo. Unas pequeñas balas de granizo caían con
un crujido en el suelo y le pinchaban la piel.
—Podría serlo.
—No. —Le pasó la mano por el pelo—. Ya no.
—No. —Ella tembló y apartó el arma—. Ya no.
Mientras el hombre que tenía debajo llamaba a su madre, ella se levantó. En el
pavimento, Simon se hizo un ovillo. Unas lágrimas calientes le arruinaban el festivo
maquillaje con que se había pintado el rostro.
Y le hacían parecer penoso.
Derrotado, pensó Eve. Destrozado. Terminado.
—Necesito que traigas a un par de policías aquí —le dijo a Roarke—. No tengo
las esposas.
—Yo tengo las mías. —Feeney se acercó—. Todavía tenía el comunicador
encendido para ella y McNab. El chico y yo hemos venido detrás de vosotros. —La
miró a los ojos un momento—. Buen trabajo, Dallas. Yo me lo llevo en tu lugar. Ve a
ver cómo está tu ayudante.
—Sí, de acuerdo. —Se limpió un poco la sangre del rostro, sin saber si era de
Simon o suya—. Gracias Feeney.
Roarke le pasó un brazo por los hombros. Ninguno de los dos se había parado a

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tomar un abrigo. Ella tenía la camisa empapada, y estaba empezando a temblar.
—¿Damos la vuelta o subimos directamente?
—Subimos. —Miró los peldaños de acero que se elevaban por encima de su
cabeza—. Es más rápido.
—Dame el pie y luego tiraré de ti para que subas.
Él entrelazó las manos, ella puso el pie encima de ellas y él la izó. La miró
mientras ella trepaba con agilidad en la plataforma.
—Te espero en la entrada —le dijo él—. Querrás tener un poco de tiempo con
ella.
—Está bien, sí. —Se quedó allí, sintiendo el viento. Le goteaba la nariz, tanto por
el frío como por la tormenta de emociones que todavía se desataba en su interior—.
No podía hacerlo, Roarke. Me preguntaba si sería capaz. Tenía miedo de serlo. Pero
cuando llegó el momento, no pude.
—Lo sé. Has recorrido tu propio camino, Eve. —Levantó la mano y tomó la que
ella le tendía—. Vete dentro, tienes frío. Te espero en el coche.
Eve se dio cuenta de que había sido más fácil salir por la ventana que ahora
volver a entrar. Respiró un par de veces para tranquilizarse, subió la ventana y pasó
una pierna por el alféizar.
Peabody estaba sentada en la cama, envuelta con una sábana y McNab, pálido, a
su lado y con un brazo encima de los hombros de ella.
—Está bien —dijo él rápidamente—. Él no ha… Sólo está conmocionada. Les he
dicho a los agentes que se quedaran fuera.
—Eso está bien. Está todo controlado, McNab. Vete a casa y descansa un poco.
—Yo… yo puedo tirarme en el sofá, si quieres —le dijo a Peabody.
—No, gracias, de verdad, estoy bien.
—Voy a… —No tenía ni idea de qué hacer ni de cómo hacerlo, y se levantó con
torpeza—. ¿Debo presentarme por la mañana para cerrar esto?
—Con que lo hagas pasado mañana será suficiente. Tómate tus vacaciones de
Navidad. Te las has ganado.
Él se esforzó en sonreír.
—Sí, supongo que todos lo hemos hecho. Nos vemos dentro de un par de días.
—Ha sido realmente amable. —Peabody dejó escapar un largo suspiro cuando él
hubo abandonado la habitación—. Ha hecho que todo el mundo se quedara fuera, me
ha soltado y me ha hecho sentar. Cerró la ventana porque yo tenía frío. Tanto frío.
Dios.
Se cubrió el rostro con las manos.
—¿Quieres que te lleve a un centro de salud?
—No, estoy bien. Un poco mareada, todavía. Pero, supongo, porque había
tomado unas cuantas copas antes de volver a casa. ¿Le has atrapado, verdad?
—Sí, le he atrapado.
Peabody bajó las manos. Se esforzó por mantener una expresión tranquila y

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neutra, pero le brillaban los ojos.
—¿Está vivo?
—Sí.
—Bien. Pensé que…
—Yo también. No lo hice.
De repente, las lágrimas aparecieron.
—Oh, joder, ya está.
—Está bien, déjalo salir. —Eve se sentó, abrazó a Peabody y la acogió mientras
ella lloraba.
—Estaba tan asustada, tan asustada. No esperaba que él fuera tan fuerte. No pude
tomar el arma.
—Tendrías que haber huido.
—¿Lo habrías hecho tú? —Inhaló, temblorosa, y dejó salir el aire. Las dos
conocían la respuesta—. Sabía que vendrías. Pero cuando volví en mí y me encontré
aquí y… no creí que llegarías a tiempo.
—Lo hiciste bien. Le entretuviste el tiempo suficiente. —Eve deseaba continuar
allí, quedarse con la tenacidad que Peabody representaba. En lugar de eso, se levantó
—. ¿Quieres un sedante o algo? Puedes tomarte un calmante. Él sólo utilizaba
sustancias legales.
—No, creo que prefiero no tomar nada. El alcohol y los tranquilizantes ya son
una mezcla lo bastante mala sin tener que añadir un sedante.
—Voy a despedir a los agentes. ¿Quieres que llame a alguien para que se quede
contigo?
—No. —La distancia estaba apareciendo, y Peabody se dio cuenta. Centímetro a
centímetro—. Dallas, lo siento. La otra noche.
—Éste no es un momento apropiado para discutirlo.
Peabody apretó la mandíbula y abrió y cerró la sábana.
—No voy de uniforme, así que no estoy hablando como ayudante a superior. Eso
significa que puedo decir lo que me dé la gana. No me gustó lo que me dijiste. Y
sigue sin gustarme. Pero me alegro de que eso te importara lo suficiente para que me
lo dijeras. No siento haberte contestado, pero siento no haberme dado cuenta de que
se trataba de la preocupación de una amiga.
Eve esperó un instante.
—De acuerdo, pero si alguna vez contratas a doce acompañantes legales para que
te dejen ciega jodiendo, quiero detalles.
Peabody sorbió por la nariz y consiguió sonreír, llorosa.
—Sólo es una pequeña fantasía. La verdad es que no gano lo suficiente para
permitirme doce al mismo tiempo. Pero esta noche he realizado otra de mis fantasías.
Roarke me ha visto desnuda.
—Dios, Peabody. —Eve se rio y la atrajo hacia sí. Esta vez, la abrazó largamente
—. Todo está bien.

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Parecía tan firme, pensó Roarke mientras la observaba salir del edificio. Tan al
mando y con tanto control, allí de pie bajo el viento frío con la camisa húmeda y sin
mangas, dando órdenes a los agentes de la puerta.
Llevaba sangre en las manos. Dudaba de que se hubiera dado cuenta.
Y una oleada de amor le golpeó como un puñetazo al ver que ella se llevaba una
de esas manos manchadas de sangre al pelo y empezaba a dirigirse hacia el coche.
—¿Quieres quedarte con ella?
Eve se instaló en el cálido interior del coche.
—Está bien. Es una buena policía.
—Tú también. —Le hizo levantar el rostro y le dio un beso suave y dulce.
Ella parpadeó, abrió los ojos, y le puso una mano encima de la de él.
—¿Qué hora es?
—Casi media noche.
—De acuerdo. Hazlo otra vez. —Levantó el rostro hacia él y suspiró—. Hay un
recuerdo en la caja… y una tradición. Feliz Navidad.

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