Marea Oscura II Desastre Michael A. Stackpole Leido
Marea Oscura II Desastre Michael A. Stackpole Leido
Marea Oscura II Desastre Michael A. Stackpole Leido
S hedao Shai estaba en su cá mara, situada en las entrañ as de la nave viviente Legado
del Suplicio. El guerrero yuuzhan vong era alto y esbelto, de largas extremidades, con
ganchos y espuelas en muñ ecas, codos, rodillas y talones, y se había levantado en
toda su estatura, manteniendo las manos abiertas lejos de los costados. Un cordó n
umbilical carnoso comunicaba la nave con la má scara de cognició n que llevaba puesta. El
pequeñ o cable brotaba serpenteante de la pared de coral yorik de la cá mara, allí donde se
injertaba en el tejido neuronal de la nave.
Shedao Shai veía lo que veía la nave y sabía lo que sabía la nave que orbitaba Dubrillion.
Só lo le rodeaba el vacío del espacio, y el planeta giraba lentamente bajo sus pies como una
esfera verde azulada. El cinturó n de asteroides del sistema se extendía encima de él como
un arco mó vil, y el lejano planeta parduzco llamado Destrillion flotaba en la oscuridad casi
vacía como un pretendiente cobarde.
Esto es lo que se siente al ser dios. Shedao Shai dudó por un momento, apenas un parpadeo,
esperando a que se le pasara el miedo por haber blasfemado. Dejó el miedo a un lado,
sabiendo que Yun-Yammka, el dios conocido como El Aniquilador, le permitiría darse ese
capricho como recompensa por haber arrebatado tantos planetas a los infieles. Los
Sacerdotes habían dicho a los yuuzhan vong que era allí donde se hallaba su nuevo hogar,
en lo que los infieles denominaban Nueva Repú blica. Y en Shedao Shai recaía la terrible
responsabilidad de liderar el ataque que convertiría en realidad la profecía de los
Sacerdotes.
Utilizando los sentidos de la nave como si fueran los suyos propios, Shedao dejó que sus
preocupaciones y afectos se disiparan, y utilizó su intelecto para analizar lo que veía. Los
yuuzhan vong habían recorrido una gran distancia en sus enormes mundonaves, buscando
este nuevo hogar. Los exploradores habían localizado la galaxia cincuenta añ os antes, y el
informe de los supervivientes había convertido en realidad la profecía del Sumo Señ or. Por
fin tenían un nuevo hogar a su alcance. Después del descubrimiento se enviaron agentes
que se infiltraron en la galaxia. Los conocimientos que obtuvieron llegaron a las
mundonaves, y toda una generació n fue entrenada para limpiar la galaxia de infieles.
Shedao Shai sonrió al mirar hacia Dubrillion. Se suele decir de la guerra que hasta el plan
má s minucioso puede salir mal ante las dificultades; y eso era lo que había pasado en
Dubrillion. Nom Anor, un agente yuuzhan vong, había conspirado con sus hermanos de la
Casta de los Administradores para usurpar el lugar de los guerreros. Se lanzó un ataque
preventivo que fue rechazado por la Nueva Repú blica, no sin provocar pérdidas entre los
infieles. Los ataques iniciales de Shedao Shai tuvieron que reorientarse hacia los planetas
de los que los yuuzhan vong habían sido rechazados, para que la conquista fuera completa
y la vergü enza de la derrota quedara erradicada del honor de los yuuzhan vong.
El comandante yuuzhan vong cerró el puñ o derecho mientras su sonrisa crecía. Si tuviera tu
garganta a mi alcance, Nom Anor, mi placer no tendría límites. Aunque el guerrero no quería
pararse a imaginar qué excusas emplearían los Sacerdotes y el resto de los
Administradores para explicar las acciones de Nom Anor, Shedao supo con toda certeza
que los dioses le castigarían. Cuando alcances el Cambio, Nom Anor, encontrarás la
recompensa a tu perfidia.
Shedao Shai buscó con su mente los recuerdos almacenados en el Legado del Suplicio. Cogió
uno de un esclavo que había sido empleado como soldado en la pacificació n progresiva que
tenía lugar en Dubrillion. El humanoide reptiloide chazrach, de corta estatura y complexió n
gruesa, había servido bien a los yuuzhan vong en sus guerras; y en algunas, su actuació n fue
tan notable que mereció el ascender a la escala má s bá sica de la Casta Guerrera. Shedao
Shai atrajo el recuerdo hacia sí y se lo puso como si se tratara de un enmascarador ooglith.
Al hacerlo, se sintió extrañ o, ya que el reptiloide era mucho má s pequeñ o que él. Tardó un
rato en acomodarse a la sensació n de llevar la carne de la criatura, pero cuando lo
consiguió comenzó a revivir la misió n del chazrach en el planeta que se hallaba a sus pies.
Mientras se sucedían las misiones, se dio cuenta de que no eran muy emocionantes. Aquel
chazrach y su escuadró n habían recibido el encargo de limpiar una de las guaridas que los
infieles se habían construido entre los escombros de la ciudad principal de Dubrillion. Cada
uno de los reptiloides llevaba un coufee, un cuchillo largo de doble hoja, y un tipo de
anfibastó n má s corto que el que utilizaban los guerreros yuuzhan vong. No só lo resultaba
má s adecuado para la corta estatura de los chazrach, sino que era bastante má s rígido, ya
que los esclavos parecían estar genéticamente incapacitados para aprender las habilidades
bá sicas requeridas para el manejo de un anfibastó n en todas sus posibilidades.
Shedao Shai agitó inquieto los hombros, todavía desacostumbrado a la sensació n de la
carne alienígena rodeá ndole, pero dejó que su mente se sumergiera en el recuerdo. A
través de los ojos del chazrach vio a los soldados adentrá ndose en estrechos y oscuros
pasadizos. Un olor amargo le alcanzó de repente, y el corazó n del chazrach comenzó a latir
desbocado. Dos de sus camaradas empujaron para abrirse paso a medida que el pasadizo se
ensanchaba. El chazrach empuñ ó su anfibastó n y lo alzó justo antes de que otro esclavo
pasara a su lado.
Un rayo de energía roja emanó de la oscuridad, proyectando sombras efímeras, para acabar
haciendo explosió n entre el grupo de chazrach. Tapá ndose el rostro quemado y humeante
con las manos, un esclavo pasó corriendo. Con el anfibastó n todavía en alto, el esclavo que
llevaba Shedao esquivó a su compañ ero herido, y alzó de nuevo la mirada al oír un sonido
de metal chocando contra piedra y una chispa que le advertían de un nuevo peligro.
En una cornisa sobre la entrada del pasadizo había un infiel escondido. Balanceaba de un
lado a otro una pesada barra metá lica que chocaba contra el techo de la estancia. Dejó caer
la barra, que soltó un silbido en su recorrido hacia la cabeza del chazrach; pero el esclavo la
rechazó con el anfibastó n y atacó con el extremo afilado de su arma. El aguijó n se clavó en
la parte carnosa de la pierna del hombre, y la sangre salada lo salpicó todo antes de que el
esclavo tirara de su anfibastó n para recuperarlo.
El hombre cayó con el tiró n, giró por el aire y aterrizó bruscamente de espaldas. Se oyó un
crujir de huesos, y la parte inferior del cuerpo del infiel se quedó inmó vil. La sangre le
seguía saliendo a borbotones del agujero de la pierna, e intentó detenerla con las manos. El
infiel clavó los ojos en el esclavo, y el miedo hizo que se le quedaran en blanco, hasta el
punto de que pareció que le iban a dar la vuelta en su propia ó rbita. La boca articuló
palabras que se escucharon en un tono quebrado, pero un rá pido latigazo del anfibastó n
hizo que el extremo aplanado sajara el cuello del hombre, silenciando su voz y acabando
con su vida de un solo golpe.
Alrededor del chazrach de Shedao había má s soldados-esclavo atacando y peleando. Los
rayos de energía iluminaban los rincones má s alejados de la guarida. Los esclavos caían
retorciéndose, agarrá ndose las heridas sangrantes. Los infieles, entre sus ú ltimos
estertores, se desvanecían en charcos de sangre. Los esclavos pasaban por encima de los
cadá veres, tanto los de los chazrach como los de los infieles, empujá ndose unos a otros
para llegar al enemigo. La emboscada se había convertido en una desbandada. Los infieles
intentaban encontrar una salida, pero la constante llegada de chazrach hacía imposible
escapar.
Y entonces, Shedao Shai sintió la tranquilizadora punzada del dolor. Le entró por la
espalda, justo por encima de la cadera izquierda, y le salió por el vientre. Sintió có mo el
chazrach intentaba suprimir el dolor mientras se lanzaba hacia la izquierda para alejarse
del mismo. Se sacó el arma que le había herido, reduciendo un poco el dolor, pero sin
conseguir evitar en absoluto que el resto de los chazrach se asustaran al ver la magnitud de
su herida.
Se dio la vuelta y alzó el anfibastó n, aunque casi erró el blanco. El infiel que le había
atravesado con su arma era una hembra bastante joven. El golpe que habría acertado a un
adulto en el cuello le dio a ella en la cara, al nivel de los ojos. El arma rompió el hueso y le
atravesó el crá neo. La infiel se sacudió espasmó dicamente cuando el anfibastó n se separó
de su cabeza, salpicando de sangre el ferrocemento quebrado de las paredes del laberinto.
Cayó al suelo como un harapo hú medo y gastado, pero no soltó la vibrocuchilla que había
empleado para asestar el golpe en el costado del esclavo. El aparato seguía zumbando, con
un ruido que intentaba patéticamente imitar a la vida.
Shedao Shai arqueó la espalda y se quitó la má scara de cognició n de la cabeza. No le daba
miedo la reacció n del chazrach a la herida, o que se asustara y se desvaneciera. Shedao Shai
había pasado por ese tipo de cosas muchas veces. Pero en aquella ocasió n no quería verse
interferido por las percepciones de un cobarde. No quiero ensuciarme.
El comandante yuuzhan vong abrió los brazos y respiró hondo en su camarote en las
entrañ as del Legado del Suplicio. Sabía que má s de uno pensaría que su rechazo a vivir las
ú ltimas percepciones del chazrach era propio de cobardes. Deign Lian, su subordinado
inmediato en la jerarquía, sin duda sería de esa opinió n. Pero el Dominio Lian tenía una
historia má s gloriosa que el Dominio Shai, al menos hasta hacía poco. Una historia de
triunfos que les han conducido a ser descuidados y débiles. Lian me fue enviado para que le
inicie en las auténticas pasiones de un guerrero.
Shedao Shai sabía que lo que había percibido en el chazrach sería considerado por la
mayoría como una nimiedad, pero a los Shai no les gustaba verse interferidos por ese tipo
de cosas. El dolor que había sentido el esclavo con la vibrocuchilla, un arma blasfema que
había corrompido a una inocente y la había inducido a luchar en la guerra, había sido
recibido con rechazo. El chazrach había recibido la oportunidad de acceder directamente a
la salvació n, pero le dio la espalda.
El dolor no debía ser rechazado sino bienvenido. En opinió n de Shedao Shai, la ú nica
verdad constante en la realidad era el dolor. El nacimiento es dolor, la muerte es dolor,
todos los cambios requerían dolor. Rechazar el dolor era como negar la verdadera
naturaleza del dolor. La debilidad personal distanciaba a la gente del dolor, que no era algo
que tuviera que superarse, sino algo que había que asimilar en el interior de uno para
poder trascender y transfigurarse en la apariencia de los propios dioses.
Shedao Shai se acercó a una de las agujereadas paredes de la cá mara y acarició una esfera
color perla incrustada en el muro. Como si se tratara de arena negra arrastrada por las olas
de la playa, el color desapareció de la pared, que quedó transparente. Tras ella, en
formació n jerá rquica piramidal, yacían los restos del Dominio Shai. Só lo una parte del
patrimonio estaba almacenado allí. Era impensable que una colecció n entera de semejante
valor se encomendara a una sola persona, y mucho menos a la custodia de una nave como
el Legado del Suplicio. Los huesos habían sido especialmente seleccionados por los ancianos
del Dominio para inspirar a este heredero en particular.
Shedao Shai pasó una mano por la barrera que le separaba de los huesos, deteniéndose só lo
en la abertura de la esquina inferior izquierda. Era allí dó nde él quería que reposaran los
restos de Mongei Shai, su abuelo, un valiente guerrero que se aventuró en una misió n de
exploració n a un planeta que los infieles llamaban Bimmiel. Mongei se trasladó allí en
misió n preparatoria para la invasió n. Permaneció valientemente en el planeta para poder
seguir enviando informació n a sus compañ eros, que regresaron a la flota en espera. El
sacrificio de su muerte, como resultado de su afá n por cumplir con su misió n, conllevó un
gran honor para el Dominio Shai, y, en gran medida, había hecho posible —no, vital— que
Shedao fuera escogido para capitanear la invasió n.
Shedao había enviado a dos de sus parientes a recuperar los restos, pero no tuvieron éxito.
Neira y Dranae Shai habían sido asesinados por los jeedai, los infieles más peculiares sobre los
que Nom Anor había enviado información. Esos jeedai dicen estar emparentados con la vida y
ser capaces de controlarla, pero su emblema es un sable láser: un arma que puede destruir sin
esfuerzo tanto la vida como a las abominables máquinas. Ellos se consideran por encima de la
vida y emplean la mítica Fuerza para ocultar su regocijo en la blasfemia mecánica.
El comandante yuuzhan vong se sacudió un escalofrío, se alejó de la pared de los restos y
cruzó la habitació n. Allí acarició una barra roja que había en la pared. Ese lado de la sala
comenzó a transformarse. La pared de coral yorik comenzó a descender hacia una
plataforma. Unos apéndices triples, seis, salieron de la pared. Shedao se giró , contemplando
los huesos, y alzó los brazos.
De los dos apéndices superiores surgió un tentá culo de aspecto viscoso que le rodeó las
muñ ecas y apretó fuerte. Los cuatro de abajo también soltaron unas correas que le
agarraron de la misma forma los tobillos y los muslos. Se sintió elevado por las muñ ecas,
con los antebrazos tensos. Las articulaciones le chasquearon y pequeñ as explosiones de
dolor le bajaron por los brazos, haciendo que se le retorcieran los dedos. Sus pies dejaron
de tocar el suelo. Se quedó bocabajo, lo que le obligó a retorcer el cuello para poder
contemplar los huesos en su dorado resplandor desde arriba.
La luz hacía que las cuencas de los ojos de la calavera situada má s arriba parecieran
agujeros negros. Shedao Shai contempló primero la izquierda, la má s irregular, siguiendo
con la mirada el filo có ncavo de la ó rbita. Nunca había visto viva a aquella yuuzhan vong, y
apenas podía reconstruir la cantidad de generaciones que hacía que había muerto, pero
podía imaginar que su mirada fue tan cruel en vida como lo era ahora entre las sombras.
Firmemente sujeto en el Abrazo del Dolor, Shedao Shai comenzó a luchar contra sus
ataduras. Los miembros de la criatura se contrajeron, doblando los brazos de Shedao y
arqueá ndole la espalda. El dolor comenzó a crecer poco a poco, por lo que Shedao aumentó
su resistencia, tirando y empujando, intentando soltarse los brazos. La criatura llamada
Abrazo del Dolor tiró de sus miembros y se retorció de manera que los hombros y la pelvis
de Shedao giraron cada uno en una direcció n. Si miraba por encima del hombro izquierdo,
podía verse el taló n derecho. Pero todavía no lo puedo ver bien.
Luchó con má s ahínco contra el Abrazo, dejando que las agonías plateadas sustituyeran a
los rojos rastros de dolor que le recorrían el cuerpo de arriba a abajo. Buscó el dolor, lo
paladeó , lo saboreó , intentó cuantificarlo y describirlo, se regocijó secretamente en el hecho
de que era demasiado, mucho mayor que el dolor que él podría llegar a infligir en su vida.
Aun sabiendo que aquello le superaba, se obligó a luchar má s contra el Abrazo, reuniendo
fuerzas para otro explosivo acto de resistencia.
El Abrazo se movió de nuevo, llevá ndole las muñ ecas hasta la altura de la nuca. Estirando
los dedos, se agarró del pelo de la nuca y tiró para poder contemplar los huesos. El suplicio
era absoluto, y estimulaba todas y cada una de sus terminaciones nerviosas. No podía ni
enumerar todo lo que sentía. Era demasiado, y llegaba tan rá pido, y le arrasaba de dolor
hasta que…
…hasta que todo lo que soy es dolor.
Cuando consiguió lo que deseaba, sus labios dejaron al descubierto una sonrisa mellada.
Los infieles hacían todo lo posible por escapar de este tipo de dolor. Se disocian de la
realidad. Es por eso que son una abominación que debe eliminarse de la galaxia. A él le daba
igual que los humanos hubieran llegado antes. Só lo le importaba que los dioses habían
dado a los yuuzhan vong la galaxia y la misió n de librarse de aquellos no creyentes.
Envuelto en agonías inimaginables, Shedao Shai se dedicó de nuevo a la sagrada misión
otorgada a los yuuzhan vong. Hemos venido a traerles la Verdad. Ahogándose en un crisol de
dolor, los afortunados conocerán la salvación antes de morir. El resto… Se detuvo cuando una
explosión de dolor le subió por la columna hasta el cráneo. El resto se quedarán sin vida, como
las máquinas a las que adoran, y los dioses se regocijarán, pues nuestro destino será cumplido.
CAPÍTULO 2
J acen Solo se sentía algo raro al regresar a la casa de Coruscant donde había pasado gran
parte de su vida. Podría decirse que se había criado allí, pero él sabía que no era del todo
así. Había viajado por toda la Nueva Repú blica con sus padres, y había pasado luego una
larga temporada en la Academia Jedi.
El sitio no parecía muy diferente a como él lo recordaba. Su habitació n estaba al fondo del
pasillo. El dormitorio de sus padres, en el piso de arriba. C-3PO seguía yendo de un lado a
otro, pasando de una crisis a otra y deteniéndose só lo para decir lo contento que estaba de
ver nuevamente a Jacen. El comportamiento del androide dorado de protocolo, aunque algo
irritante, era una de las cosas que hacían que Jacen se sintiera como en casa; aunque, por
alguna razó n, esa sensació n le incomodaba.
La sensació n de incomodidad de su habitació n le molestaba. Anakin, su hermano pequeñ o,
miraba por el ventanal de transpariacero, estudiando las líneas dibujadas por los
deslizadores que atravesaban el cielo de Coruscant. Jacen apenas podía sentir a Anakin con
la Fuerza, como si su hermano estuviera a kiló metros de allí. Lo poco que pudo percibir era
sombrío, teñ ido de aprensió n.
Por otro lado, Jaina, su hermana gemela, resplandecía de emoció n. Al verla allí, con su
oscura melena recogida en una gruesa trenza y los brillantes ojos negros, no pudo evitar
sonreír. Estaba tan contenta por pertenecer al Escuadró n Pícaro que su alegría era
contagiosa. Como gemelos, siempre habían estado muy cerca y habían compartido mucho.
Aun así, le había sorprendido có mo había destacado Jaina en su nueva labor.
Una grata sorpresa.
Jacen la envolvió en un abrazo cuando entró en el gran saló n.
—Te he echado de menos. Has estado muy ocupada con el escuadró n, ¿verdad?
Jaina le devolvió el abrazo con fuerza, y le besó en la mejilla.
—Sí. Estamos reclutando nuevos pilotos y estoy ayudando con las pruebas.
Estudio sus reacciones cuando les mostramos lo que los yuuzhan vong hacen en combate.
Queremos seleccionarlos en funció n de su rendimiento y ese tipo de cosas.
Jacen sonrió .
—Los sentidos Jedi son buenos para eso.
—Ya, pero lo increíble es que nosotros redactamos los informes después de las
simulaciones y las entrevistas, mientras que cada miembro del comité lo hace de forma
independiente. Wedge Antilles y Tycho Celchu también está n colaborando, y, es curioso
que, sin emplear la Fuerza, ellos acaben descartando a los mismos candidatos que yo. Sus
añ os de experiencia les sirven de la misma forma que a mí la Fuerza.
Anakin soltó una risilla.
—No creo que los añ os de experiencia les sirvan para levantar rocas.
Jaina le dedicó una mirada reprobadora de hermana mayor.
—Ya sabes a lo que me refiero.
Jacen se sentó en el sofá .
—La experiencia es algo que puede ayudar a cualquiera, incluso a los Jedi. Aprender de las
cosas, no repetir los errores.
Anakin asintió y volvió a mirar por el ventanal.
—Menos mal que hay cosas que son irrepetibles —dijo.
Su hermana suspiró y se acercó a él.
—Anakin, no fue culpa tuya…
Anakin alzó una mano para detenerla. No recurrió a la Fuerza para hacerlo, pero Jacen supo
que podría haberlo hecho si Jaina no se hubiera detenido y hubiera bajado los brazos.
—No pará is de decírmelo, y en lo má s hondo de mi corazó n lo sé, pero librarme de la culpa
no significa que no me sienta responsable. Puede que no lo matara, pero ¿hubo algo que yo
no hice y que podría haberlo salvado?
Jaina negó con la cabeza.
—No hay forma de saberlo.
Anakin se giró e intentó borrar su atormentada expresió n.
—Si tienes razó n, entonces estoy maldito, Jaina. Necesito creer que sí hubo algo, por si la
pró xima vez…
Jacen se incorporó en el asiento.
—Ya has pasado por esa «pró xima vez», Anakin. Salvaste a Mara.
—Claro, justo hasta que Luke y tú nos salvasteis a nosotros. No creas que no te estoy
agradecido, que lo estoy —una de las comisuras de sus labios se curvó en el gesto de una
sonrisa—. Estoy a punto de encontrar la respuesta, pero tengo que buscarla solo.
Jacen asintió . Se dio cuenta de que Anakin en ningú n momento había dicho el nombre de
Chewbacca. La muerte del wookiee les había dolido a todos, terrible y profundamente.
Siempre había formado parte de sus vidas, y cuando lo perdieron, fueron realmente
conscientes de lo fuerte que era el lazo que les unía. Su muerte había abierto una herida
que, para Jacen, no había ni empezado a curarse.
Los tres se quedaron callados, pensativos. Anakin volvió a mirar por el ventanal, pero sus
ojos estaban perdidos en alguna parte, sin ver nada. Jaina cruzó los brazos y se desplomó
en el sofá junto a su hermano. Frunció el ceñ o, y Jacen casi pudo leer los recuerdos de
Chewbacca que fluían de ella. É l, personalmente, recordó la suavidad del pelo del wookiee y
la fuerza de sus brazos, su sentido del humor, su infinita paciencia con los niñ os humanos
poseedores de la Fuerza.
—Hay mucho silencio por ahí abajo…
Jacen alzó la mirada y vio a un hombre en lo alto de las escaleras, pero le costó un instante
darse cuenta de que era su padre. La voz ayudaba, pero tenía un tono roto, y tan ronca que
le sorprendió . Su padre llevaba ropa holgada, y tenía la tez teñ ida de una palidez gris en
lugar del bronceado de tantos soles. Han Solo se había retirado el pelo de los ojos, pero
Jacen nunca se lo había visto tan largo. Al tenerlo tan largo no se le veían mucho las canas,
pero en las sienes eran muy visibles.
Pero lo que menos le recordaba a su padre era có mo descolgó aquel comentario inicial.
Jacen le había oído articular esa frase unas cien veces antes, normalmente cuando la cosa
estaba tensa, cuando había que romper el hielo familiar. Su padre sonreía, abría los ojos y
decía: «Qué silencio, ¿acaso ha muerto alguien?». Que no puedas decir eso, padre, me indica
lo grave que es la situación.
Jacen se levantó del sofá .
—Qué alegría verte, papá . Vine en cuanto Trespeó me dio tu mensaje.
—Ya lo sé —Han asintió y bajó por las escaleras—. Palo dorado, no les has dado nada de
beber.
—Bueno, amo Solo, la costumbre es…
—¿La costumbre?, pero si son mis hijos —Han sonrió —. ¿Qué queréis?
Jaina negó con la cabeza.
—Yo nada, tengo que irme.
—Jacen, tú seguro que quieres algo —Han miró al androide de protocolo—. Yo creo que
tomaré…
—Da igual, papá , no quiero nada.
Han frunció el ceñ o.
—Pues yo no quiero beber solo.
Anakin alzó la mano para rechazar la invitació n, sin darse la vuelta.
El mayor de los Solo se encogió de hombros, incó modo, raro, como si necesitara aceite en
las articulaciones.
—Bueno, supongo que podré esperar un poco.
Jaina miró a su padre.
—El mensaje parecía muy urgente. ¿Qué pasa?
Han respiró hondo y soltó el aire lentamente. Se sentó en una silla e indicó a Jacen que se
sentara también. Luego miró a Anakin y le hizo un gesto para que también tomara asiento,
pero el chico estaba de espaldas y no lo vio.
Han esperó un momento a que Anakin se moviera, pero al no hacerlo se limitó a apoyar los
codos en las rodillas.
—Mirad, no sé có mo deciros esto. No es fá cil… —se miró los puñ os, frotá ndose uno contra
otro—. Perder a Chewie… —su voz se quebró por un momento y tragó saliva.
—No pasa nada, papá , ya lo sabemos —Jaina sonrió valientemente a su padre—. Todos
queríamos a Chewie.
Han se pasó la mano por la cara.
—Perderle me hizo pensar en las otras cosas que tenía y que podía perder. Y eso me asustó
má s que nada en el mundo. Yo, Han Solo, asustado.
Anakin alzó la barbilla.
—No es algo fá cil de admitir para nadie.
Su padre asintió una vez, lentamente. El gesto vino con un arrebato de ira y dolor que
taladró a Jacen.
Jacen se colocó junto a su padre y le palmeó la espalda un tanto incó modo.
—Lo entendemos, papá , de verdad que sí.
Pero su padre le hizo callar.
—Ya, bueno, lo cierto es que no hay nada que entender.
Jacen suspiró. Quizá venzamos a los yuuzhan vong, pero ¿sobrevivirá mi familia a la batalla?
CAPÍTULO 4
C uando Luke entró en el auditorio vio que había cometido un error tá ctico al dejar
que Kyp se encargara de los preparativos. Las sillas y las mesas estaban en el
escenario, frente al patio de butacas en el que tomaron asiento los Jedi. Las dos
mesas del escenario estaban casi una frente a otra, formando una cuñ a con un podio en el
vértice. A la izquierda estaban Kyp Durron, Ganner Rhysode, Wurth Skidder y la twi’leko
Daeshara’cor. Su presencia en ese lado sorprendió a Luke, ya que ella siempre había
considerado demasiado extremista la postura de Kyp.
En la otra mesa só lo había tres sillas. Corran Horn y Kam Solusar estaban junto a ella,
hablando. Luke supuso que Mara ocuparía la tercera, pero luego percibió que no estaba tras
él. Miró escaleras arriba y la vio en un oscuro rincó n de la sala.
Luke sonrió. Qué propio de ella observar quién está de mi parte y quién no.
El Maestro Jedi subió sin ceremonia las escaleras que conducían al escenario y saludó a Kyp
con una inclinació n de cabeza. El joven Maestro Jedi le saludó con la mano, indicá ndole que
tomara asiento en el podio; pero, en lugar de eso, Luke se giró y se inclinó ante los sesenta
Jedi asistentes.
—Os doy la bienvenida. No hace mucho que tuvimos la ú ltima reunió n, y ahora los
acontecimientos vuelven a provocar un encuentro.
Kyp se acercó al podio y comenzó a ajustar el micró fono, lo que dejó escapar un chirrido
ensordecedor.
—Maestro, la luz y el sonido son mejores desde aquí atrá s.
Luke se permitió una sonrisa de medio lado, asintió y se sentó en el mismo escenario,
apoyando los pies en las escaleras.
—Quizá sea así, Kyp, pero aquellos que conocen la Fuerza preferirá n fiarse de ella a hacerlo
de sus ojos y oídos.
Una oleada de sorpresa recorrió a Kyp, pero la reprimió inmediatamente. Desde las ú ltimas
filas, Mara asintió mirando a Luke. A su derecha, Kam y Corran se acercaron y bajaron del
escenario para colocarse por debajo del nivel de Luke. Esto obligó a Kyp y a los suyos a
hacer lo mismo, excepto Daeshara’cor, que se sentó en el borde del escenario y se envolvió
en sus lekkus como si fueran un chal.
—Gracias por uniros a mí. Habéis trabajado mucho para montar esto, pero yo no quería
que fuera tan formal. Se parece demasiado a una conferencia bélica. Lo que necesitamos
aquí es seres pensantes que decidan el curso de nuestro futuro.
—Maestro, tú eres el primero entre los iguales —Kyp se inclinó ante Luke—. Tu sabiduría
nos guiará .
Oh, Kyp, qué sorpresa te daría si utilizara esas mismas palabras para decir lo que tenemos
que hacer. Luke percibió que Corran consideraba aquello una pequeñ a victoria, y le
apremiaba a atraer a Kyp hacia su propia trampa, pero negó con la cabeza.
—El conocimiento otorgado por la Fuerza no me pertenece só lo a mí.
Wurth Skidder sonrió cauteloso.
—Habéis dicho que esto no es una conferencia bélica, Maestro, pero nos encontramos en
guerra con un enemigo cruel que pretende invadir la Nueva Repú blica. ¿Acaso no se
crearon los Jedi para responder ante amenazas como ésta?
—Sí, ése es nuestro objetivo —Luke juntó las manos e hizo una pausa—. Los Jedi tienen
que proteger y defender la galaxia. Pero para evitar la seducció n del Lado Oscuro es crucial
conocer la diferencia entre protectores y guerreros.
Ganner Rhysode, alto y moreno, de mirada dura de ojos azules, intervino, eclipsando a
Skidder.
—Quizá , Maestro, nuestra confusió n radica en el punto a partir del cual una acció n ofensiva
puede convertirse en defensiva. Un ataque preventivo a un objetivo, por ejemplo, es
defensa preventiva.
Corran se pasó una mano por la boca antes de empezar a hablar.
—É sos son juegos semá nticos, Ganner. La manera de formular esa frase no tiene en cuenta
el objetivo real de la hipotética operació n. Sí, el ataque será defensivo en una situació n
donde la inhabilitació n de la capacidad de respuesta del enemigo sea crucial para
garantizar la seguridad de otros; por otra parte, desplegar un asalto planetario para
exterminar a los vong antes de que puedan expandirse por otros mundos es estrictamente
ofensivo.
—Corran, tu argumento me da la razó n. ¿Cuá ndo se cruza la frontera entre lo defensivo y lo
ofensivo? Yo pienso en la intenció n, tú hablas del numero. Es obvio que todas esas variables
deben tenerse en cuenta, y creo que todos estamos de acuerdo en que la ú nica llave es la
sabiduría.
—Ahí tienes toda la razó n, Ganner —Luke le sonrió y contempló a los Jedi allí reunidos,
humanos y todo tipo de alienígenas, que proyectaban un gran interés salpicado de cierta
preocupació n. El Maestro Jedi asintió lentamente, notó que la preocupació n se desvanecía y
alzó la mirada—. El punto de equilibrio llega con la definició n del peligro. Los yuuzhan
vong se han apoderado de varios planetas. Ahora hay muchos seres en peligro, pero ese
peligro no ha sido definido. Mientras la amenaza no pase de general a específica no
podemos emplear técnicas de defensa preventiva contra ellas. El ejemplo de Corran no
hace sino subrayar el hecho de que, desde una perspectiva tá ctica, encontrar el objetivo de
la amenaza es má s sencillo que actuar a una escala superior.
Los tentá culos verdosos de la twi’leko se estremecieron.
—¿Está s diciendo que mientras no averigü emos cuá l es ese objetivo no podremos hacer
nada?
Luke alzó la mano.
—Yo no he dicho eso en absoluto. Tenemos muchas cosas que hacer. Tenemos que estar ahí
fuera, en el frente, para poder reaccionar rá pidamente en cuanto se detecte un objetivo
claro. Tenemos que estar ahí para ayudar a tranquilizar a los refugiados, y servir de
ejemplo para que no desesperen.
Kyp frunció el ceñ o.
—Pero, Maestro, ¿có mo vamos a servir de ejemplo a nadie sin enfrentarnos directamente a
los yuuzhan vong? ¿No acabará n viéndonos como cobardes tan asustados del enemigo
como cualquier refugiado?
—Esas preguntas, Kyp, dan por sentada una mala imagen de los Jedi —Luke suspiró —. Es
culpa mía porque tras la Rebelió n yo adquirí la imagen del guerrero que había destruido las
Estrellas de la Muerte, a Darth Vader y al mismísimo Emperador. Las siguientes misiones
ayudaron a alimentar el mito. Si alguien se veía en la duda de llamar a un
cazarrecompensas o a un Jedi, llamaba a los Jedi porque trabajamos gratis y porque nos
preocupan los dañ os colaterales.
—Maestro, no has sido el ú nico que ha colaborado en la creació n de esa imagen.
—No, Kyp, pero yo tendría que haber sabido ver el error y haber hecho algo para
contrarrestarlo. Y, de nuevo, ese fracaso ha sido mío. Por lo que ahora, má s que nunca,
nuestro deber es proyectar una imagen correcta de los Jedi. Tenemos que servir como
ejemplo de esperanza para el pueblo.
Daeshara’cor dio un salto y bajó del escenario, cayendo á gilmente. Se enderezó despacio y
luego se inclinó ante Luke.
—Con todos los respetos, Maestro, creo que te equivocas.
El Maestro Jedi mantuvo un tono de voz tranquilo.
—Daeshara’cor, explícate, por favor.
La hembra de ojos negros comenzó a hablar lentamente, con la voz lo suficientemente baja
como para atraer la atenció n de todos los presentes.
—Se perdió mucho durante la época oscura del Imperio, Maestro, por lo que hay muchas
cosas sobre los Jedi que desconocemos; pero lo que sabemos no tiene nada que ver con lo
que está s diciendo. El Maestro Obi-Wan Kenobi y el Maestro Yoda te entrenaron para ser
un guerrero. Te enfrentaste a Darth Vader tres veces, sobreviviste y le venciste. Decir ahora
que los Jedi no son guerreros es negar tu éxito y la libertad que recuperaron miles de
millones de seres gracias a ti.
La twi’leko contempló a la mujer de pelo blanco sentada en la tercera fila.
—Tionne ha recopilado sin descanso toda la historia Jedi que ha podido encontrar, y ¿qué
es lo que encontramos en ella?: Baladas y cuentos que narran las grandes gestas de los Jedi.
El aspecto marcial de nuestra tradició n es innegable, Maestro, y opino que tenemos que
regresar a la tradició n para poder vencer a los yuuzhan vong.
Kam Solusar, con el pelo corto blanco, cruzó los brazos.
—Hay un error gigantesco en tu razonamiento, Daeshara’cor. Dices que hemos perdido
mucho y después construyes un todo basá ndote en lo poco que nos queda. El hecho es que
por cada gran batalla en la que participó un Jedi podría haber habido miles de pequeñ as
victorias. Victorias, como las que está mencionando el Maestro, necesarias para llegar a un
acuerdo con los yuuzhan vong.
»Y lo que es má s importante, lo que ha dicho sobre la definició n del peligro es algo vital.
Kyp casi pierde la vida luchando contra los yuuzhan vong. Miko Reglia murió en combate
contra ellos. ¿Por qué? Porque se enfrentaron contra los yuuzhan vong sin saber todavía
quiénes o qué eran.
Kyp sonrió burló n.
—Pero Corran ya sabía lo que yo sabía, ademá s de su propia experiencia con los vong, y
estuvo mucho má s cerca de la muerte que yo.
Corran asintió .
—Sí. En Bimmiel el peligro estaba muy definido, y yo casi acabo muerto. Cuando sepamos
lo suficiente como para planificar buenas misiones, tendremos muchas má s posibilidades
de éxito. Má s que con una serie de intentos aleatorios de luchar contra los vong y vencerlos.
Luke levantó una mano.
—Tenemos que calmarnos un poco. No queremos que las emociones se desaten y todo se
descontrole. Independientemente de lo que creamos cada uno sobre una postura ofensiva o
defensiva, todos estamos de acuerdo en que es una sabia decisió n esperar a que el peligro
se defina para luchar contra los yuuzhan vong, ¿no es así? Como ha dicho Corran, cuando
sepamos có mo es nuestro enemigo mejor podremos planificar y hacer uso de nuestras
capacidades para enfrentarnos al peligro. ¿Está is de acuerdo?
Casi todos los Jedi asintieron con la cabeza, incluido Kyp, lo cual hizo que Luke se sintiera
un poco mejor. Quizá no esté de acuerdo con el curso de acción a seguir, pero ha admitido
que su propuesta tiene limitaciones, y ése es un tanto que me apunto gustoso. Daeshara’cor
era la ú nica que se mostraba un tanto reacia, aunque siempre se había caracterizado por
ser razonable.
El Maestro Jedi sonrió lentamente.
—Y ahora he de deciros que tengo malas noticias. Vamos a tener unas cuantas limitaciones
en lo que respecta a nuestra tarea. Mi hermana me comunicó ayer que la Nueva Repú blica
no censurará ni apoyará las operaciones llevadas a cabo por los Jedi en la zona de la
invasió n.
—¿Qué? —la sorpresa de Kyp estalló como una supernova—. Eso es una locura. ¿Somos su
ú nica esperanza y no quieren que trabajemos con ellos?
Octa Ramis, una joven corpulenta de un planeta de elevada gravedad, negó con la cabeza.
—No les conviene nada hacer eso. Pero, una vez má s, si ésa es la forma de pensar del
Gobierno, es casi mejor habernos librado de ellos.
Ganner frunció el ceñ o.
—Tenemos que hacerles cambiar de idea. Tienen que entrar en razó n.
Luke anuló el comentario con un gesto.
—Lo cierto es que a mí, en cierto modo, me alegra que tomaran esa decisió n.
—¿Có mo, Maestro?
Luke suspiró .
—Octa ha dado en el blanco. Sin censura, sin apoyo, sin tener que responder ante los
políticos, seremos libres para tomar nuestras propias decisiones para solucionar los
problemas.
Ganner se pasó una mano por la perilla.
—Pero eso nos priva de recursos que podríamos necesitar para solucionar los problemas.
—Entonces tendrá s que ser má s creativo.
Daeshara’cor negó con la cabeza.
—¿Có mo pueden abandonarnos así, después lo que hemos hecho?
—Es mejor así —Luke abrió los brazos—. Quizá seamos unos cien. Un centenar de Jedi. Si la
Nueva Repú blica contara con nosotros, seguro que nos lanzarían al campo de batalla y nos
harían responsables de todo. Ya lo han hecho antes, muchas má s veces de las que me
gustaría recordar.
Apoyó las manos sobre el escenario.
—Hemos de admitir que nuestras ú ltimas hazañ as han sido cualquier cosa menos
modélicas. El problema de Rhommamul, por ejemplo, e incluso la pérdida de Dantooine.
Como Leia me dijo, los políticos no pueden dar su apoyo a los Jedi, pero eso tampoco
significa que vayamos a estar completamente solos. El ejército no podrá ayudarnos
abiertamente, pero está de nuestro lado.
Kyp soltó una risita.
—Qué sorpresa. A los guerreros les caen bien los guerreros.
Luke negó con la cabeza.
—El alto mando sabe lo que está pasando realmente. Y si nos tienen a nosotros para
encargarnos de los civiles, ellos podrá n dedicarse plenamente a lo que mejor saben hacer.
Skidder gruñ ó .
—¿Así que nosotros vamos a hacer de canguros de los refugiados mientras otros plantan
cara en la batalla?
—Les protegeremos y les guiaremos. Y, si surge el peligro, tomaremos las medidas
necesarias.
Kyp Durron se pasó la mano por la oscura cabellera.
—¿Y nada má s? ¿No tendremos misiones activas? ¿Ninguna incursió n en territorio yuuzhan
vong?
Luke se agitó nervioso.
—Una misió n. Corran será enviado a Garqi.
—Era obvio que sería tu candidato.
—Pues no, Kyp, no lo era —Luke sonrió lentamente—. Yo no tomé esa decisió n.
—¿Qué?
El regocijo de Corran ante la sorpresa de Kyp pudo palparse en la Fuerza.
—Yo volaba con el Escuadró n Pícaro y dimití de mi puesto hace cinco añ os. Eso me dejó en
reserva y me acaban de volver a llamar a filas.
Luke asintió .
—El coronel Horn llevará un equipo de seis comandos y dos observadores civiles a Garqi
para estudiar a los yuuzhan vong, coordinar los posibles movimientos de resistencia y
establecer las operaciones de salida de los habitantes del planeta.
Ganner apoyó los puñ os en las caderas.
—Media docena de comandos contra un planeta lleno de yuuzhan vong.
—Son noghris, Ganner —Corran se encogió de hombros—. Por otra parte, había pensado
que tú fueras uno de los dos observadores civiles. Supuse que serías como el equivalente de
otra docena de noghris, ¿no?
La dura expresió n de Ganner se suavizó .
—Noghris. La misió n tiene nivel.
Corran miró hacia el pú blico.
—Jacen, he hablado con el Maestro Skywalker y ha aceptado que seas tú el otro observador.
¿Qué te parece?
Luke pudo sentir las distintas emociones fluyendo por Jacen, pero la inquebrantable
obediencia al deber acabó imponiéndose.
El joven se levantó .
—Es, eh, es un honor para mí. Si crees que he de ir, Maestro, iré.
—Bien, Jacen, sabía que podía contar contigo —Luke dio una palmada—. Estoy en proceso
de asignació n de misiones para el resto de vosotros. Deberían estar preparadas para finales
de semana. Só lo falta conocer los horarios de los transportes. Sé que es probable que lo que
se os pida no sea lo que vosotros considerá is necesario. Quizá penséis que vuestras
habilidades está n siendo desaprovechadas. Yo lo entiendo, pero tened en cuenta que son
tareas necesarias.
La furia emanó de Daeshara’cor.
—¿Así que esta reunió n ha sido una farsa?
Luke frunció el ceñ o.
—En absoluto.
—Pero si estabas preparando las asignaciones es porque ya lo tenías todo pensado. Sabías
lo que ibas a decirnos que hiciéramos. Ni se te pasó por la cabeza que a lo mejor estabas
equivocado.
—Eso no es así en absoluto. Las ó rdenes podían haberse cambiado sin problemas. Si
hubiera habido un argumento que demostrara que el curso de acció n es incorrecto, las
habría cambiado —Luke alargó una mano hacia ella—. Tu iniciativa ha sido excelente, pero
carecía del apoyo necesario para ser convincente.
—Por eso el argumento de Kam no era definitorio. Ha argumentado que la falta total de
evidencias que contrariaran mi evidencia era, de alguna forma, la prueba de que mi
argumento no era vá lido —ella cerró los puñ os—. Eso es un error, y tú está s equivocado. Y
si nos empeñ amos en tomar este curso de acció n, nos encontraremos a los yuuzhan vong
aquí mismo, en Coruscant. Lo sé. Puedo sentirlo.
—Puede que tengas razó n, Daeshara’cor. Espero que no sea así —Luke endureció la
expresió n—. Pero, si te hacemos caso, nos convertiremos en guerreros y tomaremos el
camino de la ofensiva total. Lo ú ltimo que nos preocuparía entonces es que los yuuzhan
vong llegasen a Coruscant.
Ella entrecerró los ojos.
—Nunca llegarían hasta aquí.
—Ellos no, pero puede que algo peor viniera en su lugar —la voz de Luke se ahogó en un
ronco susurro—. En lugar de eso podríamos tener a cien Darth Vader, y eso debería
aterrorizaros má s que todo a lo que nos enfrentamos ahora.
CAPÍTULO 6
J acen estaba solo en la cabina de meditació n del Ralroost. Ubicada en la popa del crucero
de ataque bothan, la estancia poseía una gran bó veda de transpariacero que ofrecía una
vista despejada de la luz del tú nel de hiperespacio. Jacen llevaba toda la vida viendo esas
luces, por lo que ya no le llamaban la atenció n. Aun así, le costaba concentrarse y aclarar
sus pensamientos.
La ú ltima semana había sido muy intensa, pero no por hacer el equipaje, las despedidas, las
reuniones y el entrenamiento que había tenido que realizar. Todas esas cosas las había
hecho ya muchas veces antes, pero debía reconocer para sus adentros que dirigirse hacia
una amenaza tan seria había supuesto una gran diferencia en lo que les había dicho a sus
padres y hasta a su hermano pequeñ o.
—Supuse que te encontraría aquí.
Jacen se giró y sonrió a Jaina.
—¿Te quedas un rato?
—Claro —ella era só lo una silueta recortada en la puerta de la cabina. Cuando se cerró ,
devolviendo la sala a la penumbra contemplativa, ella flotó hacia delante como un fantasma
y se sentó junto a él—. Por los huesos negros del Emperador, Jacen, te va a venir de perlas
un poco de meditació n. Creo que en mi vida te había percibido tan nervioso.
—Y tampoco me habías percibido nunca con mis emociones tan poco controladas.
Jaina se rió y Jacen se regocijó en aquel sonido tan conocido.
—Somos gemelos, Jacen. Nos sacamos una cabeza de ventaja para cono-cernos, antes de
que conociéramos a nadie má s. Y, aun así, creo que hay algo que se me escapa. ¿Qué te
pasa?
—No lo sé. Es decir, creo que la magnitud de todo lo que estamos haciendo ha acabado por
abrumarme —miró a su hermana—. Mamá y papá tuvieron que luchar contra el Imperio,
un enemigo muy grande y poderoso. Bien, ahora los yuuzhan vong son nuestro Imperio y, a
primera vista, son má s poderosos que aquello a lo que se enfrentaron papá y mamá .
Jaina asintió .
—Y hasta este momento, la Fuerza siempre había inclinado las cosas a nuestro favor. Ahora
só lo nos resta ser nosotros mismos y hacerlo lo mejor que podamos. Por otra parte, tengo
buenos modelos que seguir.
—¿El coronel Darklighter?
—Sí, él y el resto de los Pícaros, el general Antilles, el coronel Celchu. Ninguno tiene la
Fuerza, pero son pilotos de primera. Quiero decir que para mí la vida sin la Fuerza sería
muy dura, pero esa gente ha realizado grandes hazañ as sin contar con ella.
Jacen rió en voz baja.
—No tener la Fuerza debe de ser como no poder distinguir los colores, pero a ellos no les
afecta —estiró las manos y cerró los puñ os—. Y eso es lo que me atormenta, Jaina. Ahí está
toda esa gente, jugá ndose la vida, confiando en sus dirigentes, en las tradiciones que les
gobiernan, en su propia noció n del bien y del mal, en su valor. Y son todo un ejército que va
a salir a defender a gente de planetas que orbitan estrellas que ni siquiera pueden ver
desde sus propios mundos. Y eso mismo es lo que hacemos nosotros como Jedi, pero…
Su hermana bajó los ojos y se miró las uñ as.
—La verdad es que es normal que te abrumes, si lo ves desde ese punto de vista.
—Y tú ¿có mo lo ves?
Ella le clavó la mirada.
—Observas la situació n, te ocupas de las cosas que puedes controlar y confías en que los
demá s hagan su parte. Yo no soy só lo una piloto del escuadró n. Soy responsable de mi
compañ ero de vuelo. Soy responsable ante el coronel Darklighter. Cumplo las ó rdenes lo
mejor que puedo. Si intento ir má s allá , me distraeré y no podré serle ú til a nadie.
—Pero Jaina, formas parte del Escuadró n Pícaro. Toda su tradició n… ¿có mo puedes
prescindir de eso?
—Porque no tengo tiempo, Jacen. Me concentro en lo que tengo que hacer ahora, no me
preocupo por el pasado o por lo que podría ocurrir en el futuro —se giró para mirarle, y la
luz procedente de la bó veda dibujó rayas luminosas en su perfil—. Me sorprende un poco
que todo esto te abrume así, tan de repente. O má s bien que no lo haya hecho antes.
É l frunció el ceñ o.
—¿A qué te refieres?
—Tú siempre has ido má s allá , Jacen. Siempre está s preguntá ndote si lo que tienes es todo
lo que hay o si podrías tener má s. No es cuestió n de si el vaso está medio lleno o medio
vacío, sino de si el vaso es el correcto o no, y si el contenido es el que tiene que ser o no —
ella se encogió de hombros—. Y como eres inteligente y vales mucho, has podido esquivar
casi todos los problemas del pasado y, aun así, seguir preocupado con esas grandes
cuestiones. De hecho, pasas por la mayoría de los problemas sin ni siquiera pensar en ellos.
—Eso no es verdad.
—Sí que lo es. En Belkadan fuiste a salvar a los esclavos sin considerar ni por un momento
tu propia seguridad. ¿Por qué? Porque había algo que estaba por encima de todo eso,
independientemente de que la Fuerza te hubiera proporcionado un atisbo del futuro. Y
después, cuando la situació n se torció , tú no te preocupaste de tus heridas, sino de por qué
había fallado la visió n.
É l negó con la cabeza.
—Te equivocas en todo.
—Jacen, soy tu hermana. Te conozco —se echó hacia atrá s, apoyá ndose en los brazos—.
Incluso en lo de ser Jedi buscas algo má s. Al principio actuaste como si Jedi fuera sinó nimo
de héroe. Y no lo es. Esta gente no ha venido aquí para ser héroes; han venido para cumplir
con su cometido.
Jacen se levantó y miró a través de la bó veda.
—Lo sé y lo respeto.
—Pero sigues buscando má s allá . No está s seguro de si lo que has aprendido sobre ser un
Jedi es lo que hay que aprender. Y quieres encontrar la forma de ser el Jedi definitivo.
—¿Acaso tú no cuestionas lo que nos han enseñ ado? ¿Acaso no quieres ir má s allá ?
—¿Má s allá de qué, Jacen?
Esa pregunta le sorprendió .
—Pues, eh, supongo que no lo sé.
—Así que es probable que estés buscando algo que no exista —Jaina se puso en pie—. Mira,
yo afronto cada cosa segú n viene. Ahora soy una piloto con habilidades Jedi. Quiero
desarrollar todo mi potencial para ser la mejor piloto. Y, cuando lo consiga, si es que lo
consigo, entonces iré a por lo siguiente.
—É se es el problema, Jaina. No tengo ninguna asignació n, y por eso miro má s allá .
—No, Jacen —ella alargó la mano y le revolvió el pelo de la nuca—. Tienes una asignació n.
Eres un Jedi y pronto tendrá s una misió n.
—Lo sé. Y estoy má s que preparado para eso. He realizado el entrenamiento. He estudiado
toda la informació n sobre Garqi. Estoy destinado allí.
—Es como cuando eras pequeñ o, Jacen. Está s preparado para la misió n, pero aú n no la has
realizado. Y te pones a pensar en la siguiente gran cuestió n sin darte cuenta de que puedes
llegar a verte abrumado con las pequeñ as cosas que requieren tu atenció n en este
momento. Los yuuzhan vong no son una má s de las pequeñ as aventuras que hemos tenido
en nuestras vidas. Esto es muy grave. Y si miras má s allá , no verá s nada.
Jacen se giró y la miró un momento. El tono de voz y la determinació n en el rostro de su
hermana le indicaron que estaba totalmente convencida de lo que decía. Lo que significa
que tengo mucho más en lo que pensar.
—¿Y tú opinas que mi experiencia en Garqi me ayudará a perfeccionarme como Jedi?
—Te puede ayudar a perfeccionarte como persona. Te acompañ an dos Jedi muy distintos:
Corran y Ganner. Puedes aprender mucho de ellos. Tanto lo que hay que hacer como lo que
no hay que hacer. No te adelantes. Aprende. Date la oportunidad de aprender.
—Lo cierto es que me permitirá concentrarme —suspiró él—. Ahora me dirá s que sabías
todo esto porque las chicas madurá is antes que los chicos.
—Las mujeres, Jacen, las mujeres maduramos antes que los chicos —ella intentó mantener
la expresió n severa en su rostro, pero no aguantó mucho. Abrazó a su hermano—. Mira, ya
no estamos jugando a cosas de críos. O ponemos toda la carne en el asador o acabaremos
muertos. Y con nosotros muchos má s.
—Lo sé. Tienes razó n —se agarró a ella como si fuera la ú ltima vez que se iban a ver—. Má s
te vale volar rá pido y afinar la puntería, Jaina. No dejes que te cojan.
—Y tú recuerda que hay criaturillas repugnantes arrastrá ndose por el supuesto paraíso
pú rpura que es Garqi —ella retrocedió un paso sonriendo—. Cuídate, Jacen. Que la Fuerza
te acompañ e.
—Gracias, Jaina. Así será —pasó un brazo por el hombro a su hermana—. Vamos, tenemos
tiempo para un café antes de partir hacia nuestras misiones. Yo voy a tener que ser un gran
Jedi, y tú una gran piloto, pero ahora podemos permitirnos seguir siendo hermanos
durante un rato.
***
Sentada en la galería de la nave, Jaina se puso rígida al ver algo detrá s de Jacen. É l se giró
para mirar, y lo que vio le cortó la sonrisa.
—¿Me necesita? Tengo el intercomunicador encendido, ¿no?
Corran Horn sonrió amablemente.
—No pasa nada, Jacen. Encantado de verla, teniente Solo.
—Gracias, coronel —Jaina señ aló una de las sillas de la mesita en la que ella y su hermano
estaban sentados—. Si quiere unirse a nosotros… Corran se pasó la mano por su recién
afeitada mandíbula.
—No, só lo he venido a por un poco de café. Es probable que sea el ú ltimo que me tome
hasta que vuelva de Garqi. Por lo visto cultivan las semillas, pero no conocen la técnica del
molido. O al menos así era hace dos décadas.
Jacen miró su taza medio vacía.
—Si este café es bueno segú n los está ndares de Garqi…
—Demasiado tarde, Jacen, ya no puedes echarte atrá s —Corran le palmeó el hombro y miró
a Jaina—. Tengo entendido que te has tomado bien lo de ser una Pícara.
—Sí, señ or, me gusta mucho.
—Es una responsabilidad diferente a la de ser una Jedi, pero igual de importante. El coronel
Darklighter ha sugerido que, cuando regresemos de Garqi, tú y yo deberíamos realizar una
simulació n para ver lo buena que eres.
Jaina se sonrojó .
—Le decepcionaría, coronel. El general Antilles y el coronel Celchu suelen vencerme en los
ejercicios.
Corran se encogió de hombros.
—A mí también. Quizá tú y yo deberíamos hacer una simulació n contra ellos, y enseñ ar a
esos viejos un par de cosas.
—Me encantaría, señ or.
Jacen miró a Corran.
—¿Prefiere estar de nuevo en el ejército a ser un Jedi? —preguntó el muchacho.
—Fue agradable ver que todavía me sentaba bien el uniforme, y me gusta la estrella de má s
en los galones. Incluso me he quitado la barba —Corran sonrió —. Pero por este uniforme
no soy menos Jedi que tú o Jaina. Es una ficció n conveniente para hacer lo que hay que
hacer. Me gustaría que fuera diferente, pero si tengo que representar un papel para salvar
vidas, lo representaré.
Corran puso la taza vacía sobre la mesa.
—Y, dicho esto, añ adiré que la misió n en Garqi no va a ser ningú n juego.
—Lo sé. He estudiado el terreno y sus alrededores, los recursos naturales, la red de
telecomunicaciones, las rutas y los enlaces de trá fico, los generadores de energía y los
circuitos de distribució n —Jacen frunció el ceñ o mientras enumeraba con los dedos—.
También he hecho simulaciones de todo el equipo bá sico y conozco el funcionamiento de
mi escá ner de muestras como la palma de mi mano.
—Bien. No esperaba menos de ti. Y hay una cosa que va a ser muy importante, y tu
hermana lo está aprendiendo ya en el Escuadró n Pícaro: tendrá s que acatar las ó rdenes. Sé
que la acció n independiente que ambos emprendisteis en Helska 4 salvó a Danni Quee,
pero también sé que tu escapada para liberar a los esclavos de Belkadan no salió tan bien.
Ahora vas a formar parte de un equipo. Todos dependemos de todos, así que no quiero
escapadas repentinas só lo porque creas que sabes lo que va a pasar. Yo nunca me negaré a
nada porque sí. Si tiene sentido, lo pensaré. ¿Entendido?
Jacen asintió . Apreciaba lo que Corran le estaba diciendo, y no pasó por alto el profundo
tono paternal que empleaba para dirigirse a él.
—Sí, señ or, entendido.
—Bien. Hay otra cosa que debes saber. Te elegí para esta misió n por tu experiencia con los
yuuzhan vong y por el valor que demostraste en tus enfrentamientos con ellos. Mi
experiencia personal con ellos no ha sido muy agradable, y no estaría aquí si tuviera otra
opció n. Tu voluntad de regresar allí es admirable.
Jacen miró su taza.
—Gracias.
—Si la misió n sale bien, entraremos y saldremos, y los vong apenas se dará n cuenta de
nuestra presencia. Espero que no se produzcan situaciones que requieran heroicidades
propias de tu familia —Corran sonrió con amabilidad—. Por otra parte, tengo bastante
confianza en nuestras posibilidades sabiendo que contamos con un profundo desprecio
corelliano por el riesgo, ademá s de con las habilidades en combate de los noghris.
Jaina alzó una ceja.
—¿Y Ganner?
—É l es de Teyr. No distinguiría un riesgo de una moneda —Corran recogió su taza de la
mesa—. Pero es bueno luchando y es listo cuando se para a pensar. Y ademá s ya habrá s
notado lo atractivo que es.
Jaina se sonrojó de nuevo.
—Bueno, es difícil no hacerlo.
—El hecho de que esté pavoneá ndose constantemente lo hace todavía má s evidente —
Corran guiñ ó un ojo a Jacen—. Pero será mejor que eso quede entre nosotros. Se sale
ligeramente de los pará metros de la misió n.
—Entendido.
—Bueno, me marcho. Pasa un rato con tu hermana y luego comprueba dos veces tu equipo.
Faltan un día o dos para partir, pero nunca es malo estar preparado de antemano.
—Así lo haré, Corran.
Jaina asintió .
—Encantada de verle, coronel.
—Lo mismo digo, teniente. Espero que siga dejando bien alto el pabelló n Pícaro.
—Sí, señ or.
Jacen esperó a que Corran se alejara antes de arquear una ceja en direcció n a su hermana.
—Pero qué formalita has estado.
—En el ejército, la familiaridad sobra, Jacen —sonrió —. Supongo que ahora nos movemos
con reglas distintas.
—Mismo objetivo, diferentes caminos —Jacen suspiró —. Que es algo que podría darme
mucho que pensar, pero no. Lo primero es lo primero. Y debemos ocuparnos de ello, antes
de pensar en el futuro.
—Eso, hermano mío —dijo ella acercando su taza a la de Jacen—, es una estrategia con
éxito garantizado.
CAPÍTULO 7
L uke Skywalker invocó a la Fuerza y dejó que corriera por su ser para revigorizarse.
La energía latió en su interior, provocá ndole pequeñ os escalofríos. Sonrió ,
regocijá ndose en la calidez que le invadía. Hacía tiempo que no empleaba la Fuerza
de esa manera, ya que prefería una aceptació n pasiva de sus dones; pero el cansancio había
hecho mella en él, y, sin tiempo para dormir, necesitaba el empujó n.
Miró el datapad del escritorio. La asignació n de tareas a cada Jedi no había sido tan sencilla
como esperaba. Era como si aquellos Jedi con misiones en solitario se quejaran de tener
que ir solos. Los que iban a viajar en parejas o en grupos má s numerosos se quejaban de
que Luke ponía en duda sus habilidades, o refunfuñ aban por la carga extra de tener que
cuidar de otros Jedi. También surgieron protestas en torno a las propias misiones, o a la
naturaleza de las soluciones a tomar en las mismas: la divisió n filosó fica entre los Jedi
llevaba a un nuevo nivel el menor de los conflictos.
Se masajeó la nuca con la mano mecá nica.
—Bueno, Erredó s, yo creía que salvar la galaxia era difícil, pero ser un buró crata es todavía
peor.
La cabeza del pequeñ o androide dio un giro, y R2-D2 soltó un silbidito. El androide había
conectado su interfaz a un ordenador, ayudando a Luke a hacer un seguimiento de los Jedi
que se alejaban en sus naves. En cuanto se conectaban, R2-D2 actualizaba sus archivos para
que Luke supiera si los suyos estaban donde tenían que estar.
Mara apareció en la puerta.
—Luke, creo que hay un problema.
—¿Cuá l?
La mujer entró en el despacho e indicó a Anakin que la siguiera.
—Anakin tiene la informació n. Será mejor que te lo explique él.
El chico moreno sonrió .
—Para ayudar a planificar futuras misiones, he creado un programa informá tico capaz de
analizar la utilizació n de nuestra base de datos. Al entrar en los archivos abiertos durante la
asignació n de misiones, sabremos el tipo de informació n que necesitan los Jedi para
llevarlas a cabo. En el futuro podríamos añ adir esos archivos a la asignació n de tareas; así
ahorraríamos un poco de tiempo. Estará n en las tarjetas de datos, y lo ú nico que
necesitará n será una actualizació n perió dica.
El Maestro Jedi sonrió contento.
—Muy bien pensado.
—Gracias —Anakin sonrió de oreja a oreja—. El programa só lo recoge las peticiones de
datos. Nadie sabía que se estaba ejecutando. Cuando hice un aná lisis de las peticiones de
informació n y comparé mis datos con el registro de control del sistema, encontré un
problema.
Luke arqueó una ceja.
—¿Qué problema?
—Mi programa me mostró quince peticiones má s que las enumeradas en el archivo de
control oficial —el joven se encogió de hombros—. Y esas quince no registradas podrían
significar un problema. Erredó s, ¿te importaría extraer el archivo de las anomalías y
enviarlo al datapad del tío Luke?
El androide silbó bajito. Luke contempló la pantalla y vio una lista que fue revisando,
ojeando también las descripciones adjuntas.
—La instalació n de las Fauces, la Estrella de la Muerte, el Triturador de Soles, el Proyecto
Espadaoscura, el Ojo de Palpatine… Es todo sobre superarmamento y sus lugares de
construcció n.
Mara asintió .
—Los archivos contienen todas las especificaciones técnicas de esas cosas. Hay una
cantidad incalculable de datos ahí, y no tenemos ni idea de lo que buscaban al extraer esa
informació n. Pero las implicaciones no son muy buenas.
Luke se sentó en su escritorio y contempló la lista de archivos.
—La razó n por la que el archivo de control no incluyó estas quince bú squedas es porque
quien pidió la informació n volvió y borró el registro, ¿no? ¿Habéis hecho un rastreo?
—Sí —Anakin negó con la cabeza—. Intenté repasarlo todo para ver si podía extraer datos
de la memoria, pero los sectores de memoria correspondientes habían sido reescritos dos
veces. Quien quiera que fuese, lo hizo muy bien.
Luke suspiró y miró a su mujer.
—¿Algú n sospechoso?
Ella asintió lentamente.
—He comprobado nuestros archivos. Hay pocos Jedi con las habilidades informá ticas
necesarias. Eliminé a Anakin inmediatamente, así como a Tionne. No me preocupa casi
ningú n otro, pero Octa Ramis podría ser un problema.
Luke recordó la imagen de la mujer morena.
—Era amiga de Miko Reglia, ¿no?
—Tionne me contó que estuvieron saliendo en la Academia. Segú n ella, después de
graduarse se fueron alejando y tomaron caminos distintos, pero los registros de sus viajes
indican que se vieron unas cuantas veces —Mara se encogió de hombros—. Yo no la
recuerdo especialmente destrozada en el funeral en Yavin 4, aunque yo tampoco estaba en
plena forma.
—Yo estaba preocupado. ¿Tú te fijaste en algo, Anakin?
—No la vi llorar, pero tampoco me fijé mucho en ella. Lo siento.
—No pasa nada. No era tu responsabilidad —Luke asintió —. ¿Crees que buscó esos
archivos para intentar construir un arma contra los yuuzhan vong? No creo que eso tenga
ningú n sentido.
Mara negó con la cabeza.
—La construcció n de otra Estrella de la Muerte llevaría añ os. Lo má s rá pido de construir
sería un Triturador de Soles, pero las instalaciones necesarias para ello ya no existen. Y no
creo que nadie, por muy dolido que esté, quiera construir uno y provocar explosiones de
estrellas só lo para librarse de los yuuzhan vong.
—Sí, eso sería extremo.
—¿Pero acaso no lo es lo que hizo Kyp? —Anakin frunció el ceñ o—. Destruyó Carida para
vengar la muerte de su hermano a manos de los imperiales.
—Y después supo que su hermano no había muerto, sino que murió con la destrucció n del
planeta. Así es —Luke suspiró profundamente—, los fines nunca justifican los medios. ¿Has
verificado la situació n de Octa?
—Ha embarcado en su nave y está en camino.
Luke se apoyó en el respaldo y se acarició la barbilla.
—Interesante. ¿Y sus amigos?
Mara sonrió .
—Ha realizado unas cuantas misiones con Daeshara’cor.
—Pero Daeshara’cor está en el Duraestrella, de camino a Bimmisaari. Erredó s me informó
de que el Duraestrella había sufrido una avería, por lo que salió del hiperespacio antes de
tiempo. Pero Corellia va a enviar naves para llevar a los pasajeros a su destino.
El androide chirrió para confirmar el comentario de Luke.
La mujer de Luke asintió .
—Si revisas el informe de rescate de emergencia está ndar adjunto a la petició n de ayuda
verá s algo muy interesante. No hay ninguna hembra twi’leko en la lista de pasajeros.
—¿Qué?
Anakin sonrió .
—Supongo que embarcó , introdujo algunos recuerdos en la tripulació n y salió de la nave
antes de que despegara. Confeccionamos nuestra lista de pasajeros segú n las personas que
llamaron a las estaciones de evacuació n.
—Y como tú sabrá s, Luke, es muy difícil perder a un Jedi en ese tipo de situaciones de
emergencia.
El Maestro Jedi cerró los ojos.
—Hay algo aquí que no encaja. Que Octa busque superarmamento cuadra, ya que los
yuuzhan vong mataron a Miko. Puedo entender que busque venganza, incluso de parte del
Lado Oscuro. Pero ¿qué motivos puede tener Daeshara’cor? ¿Miko y ella eran amigos?
Mara se encogió de hombros.
—No lo sé, pero creo que los motivos son ahora mismo secundarios. Tenemos que saber
adó nde ha ido.
Anakin rió .
—Eso no es problema. Tampoco hay muchos sitios donde construir superarmamento, ¿no?
Los diques de Kuat…
El Maestro Jedi se levantó .
—La construcció n de superarmamento es algo que ya no puede realizarse en secreto, y los
recursos necesarios no está n disponibles. Ella persigue otra cosa.
Miró al androide.
—Erredó s, bá jame los datos del hangar de despegue del Duraestrella. Quiero una lista de
las naves, y sus destinos, que salieron desde ese hangar en las cuatro horas siguientes al
despegue del Duraestrella.
—Podrían ser docenas, Luke.
—Lo sé, Mara, pero por alguna parte tendremos que empezar —Luke cogió el sable lá ser
del escritorio y se lo enganchó al cinturó n—. No nos hace ninguna falta un Jedi errante, y
menos uno que quiera destruir planetas.
***
Un deslizador les llevó rá pidamente al hangar 9372. El sombrío recinto bullía de actividad.
Las grú as trasladaban mercancías. Los pasajeros se movían en fila india por entre el caos.
Los trabajadores descansaban y se reunían para beber, reír y jugar. Mara y Anakin se
dividieron rumbo a las taquillas de venta de billetes para los vuelos comerciales que
llevaban a la gente de la superficie a las naves que esperaban en ó rbita. R2-D2 se conectó a
un nodo terminal local para extraer los datos que le pidió Luke.
Luke entró en la Fuerza y paseó por el hangar. Le inundó un torrente de emociones. Sonrió
ante el enfado leve de una pareja cuyo sentido de la puntualidad variaba radicalmente. Se
cruzó con gente que intentaba recordar ansiosa si había metido esto o lo otro en la maleta.
Saludó con un gesto a capitanes de nave que calculaban el beneficio con cada caja cargada o
descargada en los almacenes de sus cargueros. La excitació n de aquellos que iban a viajar al
espacio por primera vez le hizo sonreír aú n má s, y la pasió n de una pareja que partía en
luna de miel le hizo sonrojarse.
Al pasear, hizo todo lo posible por ponerse en el lugar de Daeshara’cor. Estaba interesada
en el superarmamento y tenía acceso a archivos de cierta confidencialidad relacionados
con el tema. Ella sabía que tenía que estar en Bimmisaari en cinco días, así que só lo tenía
ese tiempo para hacer lo que quisiera sin que cundiera la alarma. Y eso reducía sus posibles
destinos.
Luke descartó inmediatamente que la twi’leko hubiera viajado a la instalació n de las Fauces
de Kessel. El Duraestrella la hubiera llevado a Bimmisaari, y Kessel no estaba muy lejos. Y,
lo que es má s, los archivos que consultó dejaban totalmente claro que el almirante Daala
había destruido todo el complejo de laboratorios. Era probable que algunos restos
siguieran flotando en el espacio, pero las posibilidades de que quedara algo ú til eran
mínimas.
Antes de que Luke pudiera averiguar qué era lo que buscaba Daeshara’cor, sintió algo a
través de la Fuerza que estaba fuera de lugar. Comenzó como curiosidad, pero pronto se
convirtió en miedo. La disciplina ocultó el miedo rá pidamente, pero no lo logró del todo.
Luke miró a la derecha y vio a un hombre que se ponía rá pidamente la capucha de la tú nica
y se alejaba.
El Maestro Jedi hizo un gesto.
—Espera, no te vayas.
El hombre encapuchado se paró en seco, como si le hubieran congelado. Giró el torso, pese
a que intentó luchar contra la sugerencia de Luke. Alzó la cabeza, dejando que se le cayera
la capucha.
—¿Y… yo? —tartamudeó el hombre.
Luke asintió lentamente y sonrió al acercarse a él.
—Creo que puedes ayudarme.
—No sé nada.
—Puede —Luke se encogió de hombros—. Pero el hecho es que sueles estar aquí, y que te
ganas la vida localizando necesidades y atendiéndolas, ¿no es así?
—Yo, eh, yo…, yo no he hecho nada.
Un oficial de seguridad se acercó a ellos.
—¿Le está dando problemas Chalco, Maestro Skywalker? Yo me encargaré de él, redactaré
un informe.
Luke agitó una mano levemente.
—Gracias, no es necesario. Aquí no hay nada de lo que informar.
El agente parpadeó y siguió su camino, pasando entre Luke y el sorprendido habitante del
hangar.
—Lo que hagas aquí, Chalco, no es ahora mismo asunto mío, pero creo que podrías
ayudarme.
El fornido hombre se pasó una mano por la calva.
—¿Có mo?
—Tú ves cosas. Hace dos días, una Jedi, una twi’leko estuvo aquí. Tenía que haberse ido en
el Duraestrella, pero no llegó a embarcar. La viste, ¿verdad?
El hombre asintió despacio.
—Me parece conveniente estar atento a los Jedi, ¿sabe?, eh, por si puedo serles ú til.
—Muy amable por tu parte.
—Sí, bueno, apareció y me fijé en ella. Embarcó en la nave, pero no la vi bajar de ella —se
rascó la garganta sin afeitar—. Luego, má s tarde, la vi hablando con un colega en un
carguero. Hizo lo mismo con la mano que acaba de hacer usted, y el colega se dio la vuelta y
se marchó como si ella no estuviera. En ese momento miré para otro lado porque no quería
que me viera y me hiciera lo mismo que le había hecho a él, ya sabe. Se oyen esas historias
sobre gente que pierde la cabeza y eso.
Luke entrecerró los ojos.
—¿Có mo se llamaba el carguero?
—Estrella Afortunada II. Un carguero errante que se detiene en muchos lugares, la mitad de
los cuales ni siquiera está n en el itinerario. Creo que iban hacia Ord Mantell, pero no lo sé.
—Bien, gracias.
El hombre abrió las manos.
—Oiga, le he ayudado. ¿No va a hacer nada por mí?
Luke cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué te gustaría que hiciera, Chalco?
El hombre se encogió de hombros.
—No sé, por ejemplo, hacer que todos los de seguridad de aquí se olviden de lo que hago.
Ya sabe, hacer que se olviden de mí.
—Si hiciera eso, seguirían estando las holocá maras de vigilancia —Luke contempló
abiertamente al hombre, dá ndose cuenta de que, a pesar de la barriga y de ser algo bajito,
seguía siendo un hombre de mucha fuerza—. Vamos a intentar algo. Creo que necesitaré a
alguien que me ayude a encontrar a los Jedi. Si vienes conmigo y lo conseguimos, hablaré
con las autoridades en tu nombre.
Chalco dudó .
—¿Haría eso?
—Hablar con ellos, sí.
—No, me refiero a confiar en mí para acompañ arle —el hombre entrecerró los ojos
marrones—. Ya sabe lo que soy, y que me gano la vida como puedo, haciendo lo que sea.
—Pues aquí tienes la oportunidad de hacer algo de provecho —Luke asintió una vez—. Así
que sí, me fío de ti. Quedamos aquí en una hora, con el equipaje preparado y listo para
partir.
Chalco lo pensó un momento y asintió .
—Aquí estaré.
Mara se acercó mientras Chalco se iba. Contempló a su marido.
—¿Está s recogiendo descarriados?
El Maestro Jedi la miró de reojo.
—La madre de Daeshara’cor era una bailarina que viajaba a menudo. De pequeñ a,
Daeshara’cor pasó mucho tiempo en hangares y espaciopuertos. Son sitios en los que
Chalco se maneja bien, y vamos a necesitar ayuda para encontrarla. Si Han no estuviera
fuera de sí, le pediría que me ayudara; pero tal y como está n las cosas, tendré que confiar
en éste.
Mara asintió .
—Daeshara’cor estará atenta por si nosotros la perseguimos —dijo—, pero a él no se lo
esperará . Lo entiendo. En la taquilla donde pregunté no habían visto a ninguna pasajera de
salida que coincidiera con su descripció n.
—Es normal. Chalco la vio merodeando por aquí. Lo má s probable es que cogiera el
carguero con destino a Ord Mantell, pero que hiciera varias paradas en el camino.
—Entonces podría estar en cualquier parte.
—No lo creo. Mi colecció n de mapas estelares no es infalible, pero hay un planeta en esa
direcció n que podría serle ú til a Daeshara’cor —Luke sonrió a su esposa—. Tenemos que
conseguir una nave. Nos vamos a Vortex.
—¿Vortex? —Mara le cogió de la mano—. Allí no hay nada má s que la Catedral de los
Vientos. ¿Daeshara’cor se ha ido allí a escuchar mú sica?
—No —Luke sonrió y dio a su esposa un beso en la mejilla—. Ha ido a Vortex a hablar con
alguien que ayuda a hacer la mú sica.
CAPÍTULO 9
S hedao Shai giró sobre sus talones antes de que el agudo e intenso grito resonara en la
calle. Un esclavo humano destrozado, con la piel cubierta de polvo y una barba
irregular, salió del taller y corrió hacia él. Los ojos del esclavo brillaron detrá s de los
tocones de coral que crecían en sus carrillos, mientras enarbolaba un escombro de
durocemento con el que pretendía golpear al líder yuuzhan vong.
Dos jó venes guerreros hicieron un amago tardío para interceptar al asesino, pero Shedao
les ladró una firme advertencia para que se quedaran en su sitio. El líder yuuzhan vong no
creía que pudiera herirle, al estar envuelto en una armadura de cangrejos vonduun y
llevando el bastó n de rango, el tsaisi, enredado en torno a su antebrazo derecho. Se echó
hacia delante, manteniendo el centro de gravedad bajo, y luego se alzó , agarrando el cuello
del esclavo con la mano derecha. Levantó sin esfuerzo al hombre, tirando al suelo el
escombro con la mano izquierda.
El esclavo agarró la muñ eca derecha de Shedao. Sus ojos se abrieron como platos al ver que
el tsaisi silbaba y se erguía, prepará ndose para atacar. Los labios del humano se curvaron
en una sonrisa deformada, y miró a Shedao a los ojos de forma desafiante. Incapaz de
hablar por la presió n del puñ o en su garganta, el hombre asintió una vez, rá pidamente,
como para exigir al yuuzhan vong que le matara.
Shedao pasó el pulgar por la mandíbula del hombre, acariciando la curva del hueso y
tocá ndole el crá neo detrá s de la oreja. Los dos combatientes se miraron el uno al otro.
Ambos sabían que Shedao Shai separaría la cabeza del hombre de su tronco con un simple
aumento de presió n. El hombre, con saliva cayéndole de los labios y a punto de empapar el
guante del yuuzhan vong, asintió de nuevo, retando a Shedao a que le matara.
El comandante yuuzhan vong negó una vez con la cabeza y arrojó al hombre hacia los dos
guerreros que vigilaban aquel grupo de trabajo.
—Llevadlo ante los Sacerdotes. Que lo preparen. Si sobrevive, nos será ú til.
Los dos guerreros agarraron al hombre de un brazo cada uno, se inclinaron a modo de
respetuoso saludo, y se alejaron arrastrando al hombre por la calle.
Shedao Shai esperó a que hubieran andado diez pasos y añ adió :
—Y cuando estéis allí, pedid a los Sacerdotes que os den un régimen de contemplació n para
guerreros perezosos.
Los guerreros se inclinaron de nuevo y siguieron andando, esta vez mucho má s deprisa.
Deign Lian, su subordinado directo, retomó su lugar a un paso y medio por detrá s de
Shedao, a su izquierda.
—¿Ha sido eso sabio, líder?
—Podría ser casi tan sabio como el hecho de que tú cuestiones mis decisiones aquí, en la
calle —Shedao Shai se alegró de que la má scara ocultara la sonrisa que le provocó el
escalofrío de Deign al oír su respuesta—. Los guerreros regresará n castigados, iluminados
y má s dedicados a su deber.
—No me refería a eso, comandante, sino a enviar al hombre con ellos. Intentó asesinarte.
Los otros esclavos verá n su supervivencia y exaltació n como una licencia para volver a
intentar matarte.
Shedao Shai continuó en silencio su ronda por la gran avenida de Dubrillion, consciente de
que la ausencia de respuestas causaría en su ayudante un impacto mayor que cualquier
réplica. La destrucció n causada por la conquista de Dubrillion no había sido total. Gran
parte de la ciudad seguía siendo reconocible, y los destacamentos de trabajadores estaban
haciendo una gran labor en la retirada de escombros. Pronto, los esclavos recibirían
formació n para aprender a utilizar los gricha en la reparació n de dañ os menores, y traerían
gragrichas para crear edificios yuuzhan vong apropiados.
—Creo, Deign del Dominio Lian, que está s yendo má s allá de lo obvio para explorar un
reino en el que nunca nos adentraremos. Tus preguntas dan por hecho que los esclavos
sobrevivirá n a la inculcació n. Y eso no lo sabemos. Sí, le escogí por su temperamento. No le
atemorizaba el dolor, y, lo que es má s, quería que yo lo matara. Había aceptado su
insignificancia, lo que implica que nuestra inculcació n puede dar un nuevo sentido a su
vida. Es como un recipiente preparado para llenarse con la verdad del universo. Nos será
muy ú til si es capaz de contener todo lo que aprenda.
—Eso lo entiendo, comandante Shedao del Dominio Shai —Deign inclinó la cabeza al
hablar.
Al utilizar el título formal completo de Shedao, imitando la formalidad de su comandante,
reconocía su condició n de subordinado. Shedao sabía que este reconocimiento no era
totalmente sincero. El Dominio Lian pretendía retornar a los viejos días de gloria, y Deign
era su mejor oportunidad para ese regreso. Shedao sabía que en su ayudante tenía un feroz
anfibastó n agarrado al pecho que le clavaría los colmillos en cuando menos lo esperara.
—Entonces quizá lo que no entiendas es que no conocemos en absoluto a nuestro enemigo,
a pesar del trabajo de agentes como Nom Anor. Esta Nueva Repú blica tiene una forma
curiosa de enfocar la guerra.
—Son cobardes de corazó n, líder.
—Hacer ese juicio tan fríamente, Deign Lian, es negar que nos queda mucho qué aprender
—Shedao miró a su izquierda, captando una chispa de odio en los ojos de su asistente—. La
iluminació n siempre es ú til, y con este pueblo necesitamos má s, mucha má s.
Shedao Shai ignoró los fatuos murmullos de Deign sobre su sabiduría. La Nueva Repú blica
y su reacció n a la invasió n yuuzhan vong le tenía perplejo. Nom Anor había ofrecido un
sucinto aná lisis político de la situació n en la Nueva Repú blica, que decidió el lugar por
donde invadirían. Habían decidido atacar a la Nueva Repú blica en su punto má s débil, en
una línea que la unía con el Remanente Imperial. Eso era pura estrategia militar: cualquier
fuerza es má s débil en el punto de unió n de dos cuerpos distintos. El Remanente no había
reaccionado atacando el flanco, lo cual liberaba a las unidades que Shedao había retenido
para esa posibilidad.
La Nueva Repú blica seguía sin reaccionar, y Shedao Shai no lo entendía. Sabía de la guerra
civil galá ctica que habían vivido, y le parecía posible que algunos pueblos no quisieran
revivir un conflicto a gran escala. Aun así, las acciones del esclavo demostraban que eran
capaces de conductas marciales. No le parecía racional una completa aceptació n de la
invasió n, lo cual le hacía sospechar que ocultaban algo.
También estaba dispuesto a admitir que, de los planetas ocupados, só lo Dubrillion tenía
una importancia real. Los otros estaban poco poblados y muy subdesarrollados, por lo que
su pérdida era irrelevante para la galaxia. Por ejemplo, Garqi, cuya ocupació n y
transformació n estaba siendo supervisada por Krag Val, producía diversos alimentos, pero
su pérdida podría ser compensada, ya que la mayoría de sus productos estaban destinados
al consumo de la élite y no de las masas.
Las fuerzas de la Nueva Repú blica habían efectuado en sus encuentros bélicos toda una
serie de ofensivas de retaguardia. Shedao Shai se negaba a admitir la destrucció n de la base
yuuzhan vong en Helska 4 porque esa operació n había corrido a cargo de la Pretoria Vong.
Cuando los políticos juegan a ser guerreros, se avecina el desastre. Miró a Deign otra vez. Y lo
contrario también puede ser nefasto.
De alguna manera, Shedao Shai encontraba a sus enemigos admirables. Era indudable que
eran corruptos y débiles. Su confianza en las abominables má quinas denotaba su
decadencia moral, pero le parecía asombrosa la facilidad que tenían para emplear las
herramientas. Su respuesta militar durante los primeros encuentros con la biotecnología de
los yuuzhan vong había anulado la ventaja de los invasores, dejando sus cazas en igualdad
de condiciones.
La batalla terrestre de Dantooine también había demostrado lo formidables que podían ser
los hombres de la Nueva Repú blica. A Shedao Shai se le encogió el estó mago al revisar una
lista que enumeraba las bajas de las dos escuadras de guerreros que perseguían a un par de
refugiados. Teniendo en cuenta que los dos perseguidos eran jeedai, era ló gico esperar
algunas bajas, pero no que la presa acabara escapando. El Dominio Lian perdió cuatro
guerreros en esa escapada, lo cual só lo remitía parcialmente la pérdida del Dominio Shai:
dos hombres ante un jeedai en Bimmiel.
En su admiració n a regañ adientes por el enemigo, Shedao Shai se preguntaba si la
renuencia de los habitantes de la Nueva Repú blica a atacar se centraba en torno al mismo
problema que tenía él: que no conocían lo suficiente a los yuuzhan vong para poder
formular una estrategia só lida. Si necesitan más información, infiltráran hombres en los
planetas conquistados. Investigaron Belkadan, y es probable que ya sepan que allí producimos
coralitas. No imagino qué más pudieron averiguar, pero era lógico suponer que lo sabrían
todo.
Shedao Shai subió los escalones del edificio en el que había ubicado su despacho. La
construcció n le irritaba y le calmaba a un tiempo. La irritació n procedía de la
predominancia de las líneas rectas, las pronunciadas aristas y las tuberías expuestas, todo
diseñ ado con vulgaridad industrial. El edificio no era má s elegante que una enorme caja de
piedra, y el tono gris uniforme con que lo habían pintado no lo mejoraba mucho.
Sin embargo, lo había elegido como base debido a la finalidad para la que se había
construido. El edificio había sido el Acuario de Dubrillion, y estaba lleno de tanques de
transpariacero repletos de criaturas marinas de ese y otros planetas. Una columna central
llena de agua recorría el corazó n del edificio, y por ella nadaba un arco iris de peces, que
incluía enormes tiburones esmeralda.
Shedao Shai no prestó atenció n a los guardias de la puerta al entrar en el edificio. Subió por
las escaleras de la derecha y giró de nuevo a la izquierda, hacia la sala central. Los peces
giraban en un remolino lento por la columna y eclipsaban a las tres figuras cuyas siluetas
quedaban borrosas por el agua. Las dos má s altas eran de los suyos, pero la pirá mide
dorada que había entre ellos le intrigaba.
Rodeó la cá mara por la derecha y vio a una criatura de largos brazos recubierta de oro
sentada en el suelo. Tenía cruzadas las largas piernas, las manos recogidas sobre el regazo
y la espalda recta apoyada sobre el muro de durocemento. En el rabillo de los ojos le nacían
rayas moradas que le llegaban a los hombros. Llevaba un taparrabos morado atado con un
cordó n dorado.
Cuando Shedao Shai apareció en escena, el individuo se levantó sin apoyarse en las manos.
Los guardias tardaron demasiado en impedírselo; era obvio que no habían previsto su
movimiento. Les ha llevado hasta la indiferencia, lo que denota la placidez con la que
permitió que lo trajeran aquí. Del mismo modo, la agilidad con que apartó de sus hombros
las manos de los guardias denotaba que era un enemigo potencialmente peligroso.
El comandante yuuzhan vong dio dos grandes zancadas, acortando la distancia que les
separaba.
—Soy el comandante Shedao del Dominio Shai.
Al principio habló en su propio idioma, y luego repitió su presentació n en la abrupta y
chasqueante lengua nativa de la galaxia.
La criatura parpadeó con sus enormes ojos violetas. Habló con lentitud, pero con firmeza,
para que Shedao captara sus palabras sin problemas.
—Soy el senador Elegos A’Kla, de la Nueva Repú blica —saludó , inclinando la cabeza—. Pido
disculpas por no haber aprendido aú n su idioma.
Shedao miró a los dos guardias que flanqueaban a Elegos.
—Podéis retiraros.
Deign le miró .
—¿Comandante?
Shedao habló en el idioma de la Nueva Repú blica.
—¿Tengo algo que temer de usted, Elegos?
El caamasiano abrió su mano de tres dedos, mostrando que estaba vacía.
—Mi misió n aquí no es de naturaleza violenta.
El líder yuuzhan vong asintió. No ha dicho que no debería temerle, sino que no debo temer la
violencia a manos suyas. Es una diferencia que a Deign se le ha escapado por completo.
—¿Lo ves, Deign?
—Sí, oh líder —el subordinado se inclinó —. Os dejo ahora.
—Espera —Shedao alzó la mano y acarició el cangrejo vonduun que le servía de má scara y
casco. La criatura se relajó , lo que le permitió quitá rsela, desnudando su rostro y su cabeza.
Shedao movió la cabeza de un lado al otro, soltando su melena negra y salpicando de sudor
la armadura de Deign. Le dio el casco a su ayudante. Aunque el rostro de Deign se hallaba
oculto tras una má scara, no tuvo forma de ocultar la impresió n que le supuso ver a su líder
mostrando el rostro a su enemigo—. Lleva esto a mi cá mara de meditació n y vuelve con
algo para beber. Date prisa.
—Sí, comandante —la incredulidad y el disgusto impregnaban sus palabras. Deign se
inclinó profundamente y se alejó sin dar la espalda hasta que el cilindro lleno de vida
marina le ocultó de la mirada de Shedao.
El líder yuuzhan vong volvió a centrar su atenció n en Elegos. Le miró un momento,
organizando lentamente las palabras del idioma de su enemigo.
—Me han dicho que apareció usted en una pequeñ a nave al borde de este sistema. Utilizó
un villip para solicitar que le transportaran aquí en una de nuestras naves. ¿Por qué?
Elegos parpadeó una vez.
—Creemos que ustedes consideran que las má quinas son abominaciones. No quería dar
motivo de ofensa.
—Su respeto por nuestra sensibilidad es apreciado —Shedao Shai se acercó al cilindro. Se
quitó el guante izquierdo y apoyó la mano en el transpariacero. La calidez del agua se filtró
lentamente en su carne—. ¿Cuá l es su misió n aquí?
—La de la alentar la comprensió n. La de saber si el camino que han tomado nuestros
pueblos en la actualidad es el ú nico camino posible, o si cabe la posibilidad de trazar otro
distinto, juntos —el caamasiano apretó una mano contra otra—. Yo estuve en Dantooine.
No quiero que vuelva a pasar algo así.
—Estoy al tanto de las repercusiones de lo ocurrido en Dantooine. También estuve en el
lugar que ustedes conocen como Bimmiel —la mirada oscura de Shedao se endureció —.
Hay muchas cosas que separan a nuestros pueblos. Muchas cosas que podrían impedir
cualquier acuerdo de paz entre nosotros.
—Quizá la ignorancia que ambos tenemos de la esencia y las costumbres del otro sea lo que
hace que parezca que estamos cayendo en el agujero negro de un conflicto —Elegos alzó la
barbilla, exponiendo su delicada garganta—. A mí me gustaría iluminaros y aprender de
vosotros.
Shedao sonrió y vio el reflejo de su rostro desfigurado en el transpariacero.
—¿Sabe lo que está pidiendo, lo que sugiere?
—En su mente, parece que no.
El yuuzhan vong hizo un gesto a Elegos con su mano derecha. El tsaisi se deslizó
lentamente hasta que lo pudo agarrar, y se puso rígido como un cuchillo de la longitud del
antebrazo de Shedao.
—Sabe que podría matarle sin pensarlo. Recibiría alabanzas por el asesinato, porque usted
trafica con abominaciones. Para algunos de nosotros, no hay redenció n para los de su clase.
Elegos inclinó la cabeza.
—Estoy aprendiendo. Y sí, sabía que ponía en grave peligro mi vida al venir aquí, pero eso
no me detuvo.
—Un compromiso con la misió n por encima de la conservació n de uno mismo… Eso lo
entiendo. Eso lo respeto —Shedao hizo girar el bastó n en las manos, y lo echó hacia atrá s
de forma que le golpeó el antebrazo. El tsaisi se dobló y se enrolló alrededor del brazalete
de vonduun—. Lo que quiere enseñ arme no contendrá informació n tá ctica ú til.
—No soy estratega, ni formo parte de sus consejos —Elegos le miró de cerca—. Lo que yo
pueda aprender de usted también podría resultarme inú til.
—¿Puede el conocimiento ser inú til?
—No, y en eso estamos de acuerdo.
Shedao Shai asintió despacio.
—Le pondré bajo mi protecció n. Le enseñ aré. Aprenderé de usted. Nos entenderemos.
—¿Encontraremos un camino para acercar a nuestros pueblos?
—Quizá . Cuando nos conozca mejor sabrá si eso es posible.
Elegos juntó las manos en la espalda.
—Estoy preparado para aprender.
—Bien —Shedao Shai asintió una vez—. Sus clases empezará n ahora. Sígame. Para
entendernos, só lo se puede empezar por un sitio. Le presentaré el Abrazo del Dolor.
CAPÍTULO 10
C uando el Haz de Púlsar salió del hiperespacio e inició el descenso hacia Vortex, Luke
Skywalker sintió que la paz de los vors le llegaba como las olas a la orilla. Entró en la
cabina desde la estancia situada en el centro de la larga nave y sonrió . Mara estaba
en el asiento del copiloto, y R2-D2 se había conectado a una entrada de contenció n
instalada detrá s de ella. Frente a él, en el asiento del piloto, había un R2 blanco y verde.
Mirax Terrik Horn se había trenzado la larga melena negra y giró para mirar a Luke con su
firme mirada de ojos castañ os.
—Lo hemos conseguido. Al trazar Silbador y Erredó s la ruta de navegació n hemos acortado
mucho el camino.
Los androides silbaron contentos al unísono.
El Maestro Jedi sonrió .
—Una vez má s, te agradezco que hayas trazado la ruta por nosotros.
Mirax se encogió de hombros.
—Suelo utilizar a Silbador para que monitorice las rutas de mensajería. Y todo lo que tenga
que ver con los Jedi es para mí una prioridad. Ademá s, con Corran vete tú a saber dó nde,
mis hijos en la Academia y mi padre haciendo lo que sea que esté haciendo, yo estaría ahora
mismo en casa sin hacer nada.
Mara sonrió .
—Es mejor hacer algo que limitarse a esperar.
—Esperar es un aburrimiento.
Luke arqueó una ceja.
—Creo que es la primera vez que os oigo mencionar la palabra «aburrimiento» aplicada a
cualquier cosa que hagá is las dos juntas. De hecho, creo que…
Mara alzó una mano.
—Está bamos exentas.
—Y podríamos haber estado en tu academia en aquellos añ os en lugar de estar viviendo
nuestras aventuras. A tus estudiantes les habría encantado esa distracció n —Mirax asintió
—. Ademá s, los dañ os colaterales no fueron tan malos.
El Maestro Jedi sonrió .
—Creo que los vors son algo especialitos en lo referente a los dañ os colaterales.
—Cierto. Tenemos permiso para aterrizar en la pista principal de la Catedral. Después del
desafortunado accidente del almirante Ackbar y Leia, los vors establecieron un perímetro
de dos kiló metros alrededor de la Catedral en el que está prohibido volar, para que así
nadie vuelva a estrellar un caza en la zona —Mirax se dio la vuelta para mirar por la
ventanilla—. Atmó sfera en quince segundos. Ponte el cinturó n si no quieres salir
despedido.
—Se lo diré al resto —Luke dio la vuelta y volvió a la sala en la que estaban sentados
Anakin y Chalco. Jugaban a algo en la holomesa, pero acabaron discutiendo y acusá ndose
mutuamente de hacer trampas. Anakin pareció ofendido y só lo aceptó parcialmente la
disculpa de que los có digos estaban tan manipulados en las mesas donde Chalco jugaba
normalmente, que era necesario hacer trampas para poder ganar.
—Y como ibas ganando y yo no hacía trampas, imaginé que estarías haciéndolas tú —le
dijo.
Luke sonrió .
—Poneos el cinturó n. Entramos en la atmó sfera.
Anakin lo hizo al momento, pero Chalco se agarró con fuerza al reposa-brazos, hasta que las
manos se le quedaron blancas. Luke negó con la cabeza y se sentó en un asiento,
abrochá ndose el cinturó n.
—Chalco, ¿no te cansas de ser tan duro?
El corpulento hombre se encogió de hombros y casi se cae del asiento cuando el Haz se
sacudió .
—Sé que tenéis poderes Jedi, pero eso no lo es todo, ¿sabes? Nosotros, los normales,
también sabemos hacer cosas —al decir esto, se señ aló con el pulgar en el pecho.
Otra sacudida estremeció la nave, y Chalco salió medio despedido del asiento. Luke recurrió
a la Fuerza para volver a ponerlo en su sitio, pero descubrió que Anakin ya lo había hecho.
Y lo ha hecho tan suavemente que dudo que Chalco sepa que le ha ayudado.
—Por favor, Chalco, ponte el cinturó n de una vez.
El hombre gruñ ó un poco, pero cogió el cinturó n.
—Bueno, es un descenso un tanto agitado. Y supongo que tampoco pasa nada si vosotros os
ponéis el cinturó n siendo Jedi, ¿no?
Luke y Anakin intercambiaron una sonrisa, y el Maestro Jedi negó con la cabeza.
—No, no pasa nada. Cuando lleguemos, Mara y yo iremos a ver a la persona con la que
tenemos que hablar. El espaciopuerto de aquí no es gran cosa, así que me gustaría que
ambos os quedarais en el Haz.
La expresió n de Anakin se agrió .
—Pero yo pensaba que…
Luke alzó una mano.
—Busca con tu percepció n, Anakin. ¿Crees que Daeshara’cor está aquí?
El joven dudó un momento y negó con la cabeza.
—No.
—Así es, no está aquí.
Chalco frunció el ceñ o.
—¿No esperabais encontrarla aquí?
—No, a menos que pasara algo excepcionalmente extrañ o. Creo que vino aquí buscando
informació n —el Maestro Jedi se inclinó hacia delante—. Averiguaremos lo que ella
averiguó y nos marcharemos. Y entonces te necesitaremos, Chalco.
—¿Y yo qué? —preguntó Anakin.
—Tú también eres parte vital en todo esto, Anakin, eso seguro.
La expresió n de su sobrino reflejó su alegría.
—¿Cuá l será mi misió n?
—No lo sé. La Fuerza te da pistas de vez en cuando, y eso es todo lo que tengo. Y la pista
ahora mismo me dice que te quedes en el Haz.
—No me estará s contando todo esto para no tener que decirme que me quede porque eres
mi tío y punto, ¿verdad que no?
Luke arqueó una ceja.
—¡Anakin!
Los altavoces resonaron y la voz de Mirax se abrió paso.
—Ya casi hemos llegado. Nos espera un deslizador. Tomaremos tierra en un minuto.
Luke sonrió .
—Y, si todo va bien, despegaremos en una hora.
***
Vortex, un planeta de temperatura cá lida con casi la misma masa oceá nica que de tierra
firme, consistía sobre todo en grandes llanuras de hierba verde y azul que se movía al ritmo
de las brisas. Los vors eran una especie humanoide de clasificació n mamífera. De huesos
huecos, tenían alas membranosas que les permitían planear por encima de los lagos
termales y elevarse por las llanuras. Tenían un impresionante sentido de la armonía dentro
de su especie y con su planeta. Su naturaleza armó nica les había inspirado para crear la
Catedral de los Vientos.
A medida que se acercaba el deslizador, abriéndose paso por entre dos grandes colonias de
chozas, Luke consideró que, por un lado, la Catedral parecía algo totalmente propio de
aquel planeta, y por otro, totalmente ajena a él. Era obvio que los vors eran capaces de
manipular la materia de forma avanzada, puesto que sin esa habilidad jamá s habrían
podido erigir esas elevadas torres que eran como agujas de cristal, pero reservaban ese
tipo de construcció n para proyectos especiales. Sus casas estaban hechas por y para el
planeta, mientras que las cristalinas torres habían sido creadas para fines má s
permanentes e impresionantes.
Los vientos entraban en la Catedral, llenando los huecos y arremoliná ndose en los tubos
transparentes. Los finos muros vibraban, llenando el aire con un timbre que variaba de
entonació n. Había unas mamparas transparentes conectadas a unos engranajes, que a su
vez se acoplaban a propulsores. Las mamparas subían y bajaban, agudizando y suavizando
los tonos. Todo el edificio era como una criatura viva con mil voces. Y el Maestro Jedi sabía
que durante el Concierto de los Vientos, los vors empleaban sus propios cuerpos para
variar los sonidos, haciendo que la actuació n se convirtiera en una auténtica sinfonía.
Mirax hizo descender la velocidad del deslizador y lo detuvo. Mara y Luke desembarcaron a
quinientos metros de la Catedral. Entre los Jedi y la estructura de cristal había una hembra
alta, de piel azulada. Llevaba una tú nica azul marino que resaltaba su color de piel y su
plumoso vello de color perla. Luke había oído el término etérea aplicado a ella, y allí, en la
Catedral de los Vientos, era realmente apropiado. Esbelta, casi frá gil, parecía un fantasma
compuesto de la melodía que le traspasaba.
Al acercarse, Luke sonrió . Le preocupó un tanto ver que ella no le devolvía la sonrisa.
—Saludos, Qwi Xux.
Ella inclinó la cabeza.
—Saludos, Maestro Skywalker. Cuá nto tiempo. Siento que hayan venido. No puedo
ayudarles.
Mara frunció el ceñ o.
—¿Có mo puede decir eso?
La frá gil omwati sonrió .
—Sé muchas cosas, Mara Jade. Sé que cuando estuve aquí con Wedge y ayudé a reparar los
dañ os producidos hice algo bueno. Y cuando lo dejé, me di cuenta de que éste era el ú nico
sitio donde podía encontrar la paz. Volví y les rogué a los vors que me permitieran
continuar mi labor. Tengo la esperanza de que, a través del sonido del viento, mis muchas
víctimas tengan una voz. Y quizá , cuando eso ocurra, alcance la paz por completo.
Luke asintió solemnemente.
—Entiendo tu deseo de paz.
Qwi suspiró .
—Pocos lo entienden. Y aquí tengo la posibilidad de crear algo bello que contrarreste los
horrores que creé.
Luke y Mara intercambiaron una mirada sombría antes de que Luke tomara la palabra.
—Te pido disculpas si mi presencia aquí te trae recuerdos del dolor pasado. Te deseo lo
mejor en tu bú squeda de la paz. Y si hay algo que pueda hacer para ayudar…
Una rá pida sonrisa contrajo la cara de Qwi un instante.
—Tenía la esperanza de que viniera Kyp Durron. No sé si él está tan atormentado como yo,
pero me gustaría que escuchara los cá nticos del pueblo de Carida.
—Es una petició n que le transmitiré —Luke contempló el suelo por un instante—. A Kyp le
vendría bien un poco de paz.
Mara se echó el pelo rojo por detrá s de los hombros.
—¿Por qué crees que hemos venido?
—Está is buscando a la twi’leko Jedi. Estuvo aquí —la voz de Qwi se endureció —. Vino para
preguntarme cuestiones de superarmamento.
Conocía la existencia de la construcció n parcial de la tercera Estrella de la Muerte en las
Fauces. Y quería saber si había má s, u otro Triturador de Soles, o quizá s alguna otra
abominació n que nadie conociera salvo yo. Ella sabía que el Emperador no solía tener una
sola cosa de cada.
Luke asintió . Incluso el primer destructor estelar clase Sú per, el Ejecutor, había tenido un
gemelo que se creó al mismo tiempo. Se llamó Lusankya y fue regalado a Ysanne Isard para
su recreo personal, mientras el primero se entregaba a Darth Vader. Siempre he pensado
que quedaban por descubrir otros juguetitos perversos del Emperador.
Mara frunció el ceñ o.
—¿Había un segundo Triturador de Soles?
Qwi negó con la cabeza.
—No, que yo sepa. Su blindaje fue todo un avance. Parte de la tecnología cristalina del
á tomo se empleó aquí, para reconstruir la Catedral. El Emperador no podría haber
construido otro a menos que tuviera unas instalaciones paralelas que imitaran las de las
Fauces. Si esas instalaciones hubieran existido, esa maligna cosecha ya habría dado fruto.
Las Fauces ya producían el armamento suficiente como para no necesitar má s
instalaciones.
Luke alzó la cabeza.
—¿No había nada má s?
Qwi pensó un momento.
—Bueno, estaba el Ojo de Palpatine. El fracaso de su misió n hizo que el Emperador apoyara
a las Fauces. Puede que el Ojo tenga un gemelo. Daeshara’cor parecía convencida de ello.
—¿Te preguntó si sabías de algú n plan de futuras construcciones? —preguntó Luke.
—¿O te pidió informació n sobre prototipos a escala o cualquier otra cosa que pudiera
servir como arma? —añ adió Mara.
—Ella preguntó y yo le dije que todos los recuerdos de esa época habían sido eliminados,
destruidos por Kyp Durron.
El Maestro Jedi entrecerró los ojos.
—Pero si acabas de decir que has empleado aquí, en la Catedral, la tecnología del blindaje
del Triturador de Soles. Ella habría sabido que mentías.
La mujer rió suavemente, pero sin alegría.
—Kyp se llevó los recuerdos, pero la base sobre la que se desarrolló todo ese trabajo sigue
en mi poder. Repasando archivos, experimentando, puedo saber lo que sabía entonces.
Pudo entender por qué hice lo que hice de una forma y no de otra. No mentí, así que no
pudo saber que mentía. De todas formas, jamá s volveré a crear nada que mate o haga dañ o.
Jamá s.
Mara gruñ ó .
—Nunca digas jamá s, Qwi. Hay una gran amenaza ahí fuera, y puede que la ú nica solució n
sea otro Triturador de Soles o una Estrella de la Muerte.
La mujer de piel azulada negó con la cabeza.
—Da igual. Mantendré lo que he dicho a cualquier precio.
Mara cerró los puñ os.
—¿Có mo puedes decir eso? Tu trabajo podría salvar a miles de millones de seres.
—¿Có mo? ¿Matando otros tantos miles? —Qwi se llevó una mano al pecho—. Vosotros sois
héroes. Quizá s hayá is matado, pero fue en la batalla, en defensa propia. Yo creé armas que
destruyeron planetas enteros y asesinaron en un segundo a miles de millones de seres.
Inocentes evaporados. Vosotros quizá lo percibierais a través de la Fuerza, pero yo he sido
consciente estudiando los planetas que eliminé. Sé sus nombres, he visto imá genes, y
trabajo cada día con ellos para que aquellos que nos abandonaron tengan una voz. Y me
esfuerzo por que todos ellos contribuyan a la belleza de este lugar.
Su mirada se ensombreció .
—Sé que puede parecer una locura detenerse en esas cosas, pero alguien tiene que hacerlo.
Si no aceptara la responsabilidad de lo que hice e intentara compensarlo, dejaría abierta la
posibilidad de empezar a creer que mis actos no fueron tan malos. Y de hacer lo que me
sugerís, no crearía má s que silencio. Prefiero la muerte antes que eso.
Mara parpadeó .
—Filosó ficamente, entiendo el pacifismo, pero tomar esa postura frente a una amenaza
definitiva, me parece…
Abrió los puñ os lentamente.
Luke apoyó una mano en el hombro de su mujer.
—Es mejor que ella adopte una postura y la defienda con su vida, a que se convierta en
herramienta de quienes la utilizarían para hacer el mal.
—Pero, Luke, ¿y si no hay alternativas para detener a los yuuzhan vong?
—Entonces, querida mía, debemos plantearnos si la solució n es detenerlos o si se nos
escapa la otra solució n —Luke sonrió a su esposa—. No me gusta descartar opciones, pero
tampoco me gusta disponer de armas que puedan destruir planetas y estrellas. Dado que
conociste al Emperador, te haré una pregunta: ¿Crees que só lo tendría una nave llamada el
Ojo de Palpatine, o que el Emperador habría preferido tener dos ojos?
Mientras Mara reflexionaba, una corriente de aire trajo un agudo silbido desde la Catedral.
—Si tuvo otro y lo utilizó en esa época, es probable que el mismo problema hubiera
provocado su pérdida.
Luke sonrió .
—Y ese problema fueron un par de Jedi.
—Y había muchos pares de Jedi en aquella época —Mara se encogió de hombros—. Es
probable que haya otro Ojo en alguna parte.
Qwi junto sus finas manos.
—Si hay otro Ojo, tengo la esperanza de que lo encontraréis antes de que se utilice. Ser
portavoz de los muertos es una tarea noble, pero espero que algú n día no sea necesaria.
—Yo también, Qwi —Luke suspiró y se encogió de hombros—. Pero tengo la sensació n de
que ese día está todavía muy lejos.
CAPÍTULO 12
C orran Horn se apoyó sobre una rodilla en la maleza cerca del lugar de encuentro que
había acordado con su contacto local. Llevaba un uniforme de combate acolchado
reforzado con parches de plastiduro en brazos y piernas. Los parches, así como el
traje, tenían un colorido patró n de rojo, gris y morado, que conjuntaba con la vegetació n de
Garqi. Sumergido como estaba en la maleza, era casi invisible para el ojo inexperto.
Su contacto llegaba tarde, y aunque Corran no percibía nada fuera de lo normal en la
Fuerza, no por ello dejaba de sentirse incó modo. Si los yuuzhan vong se estuvieran
acercando para tenderle una emboscada, tampoco los sentiría con la Fuerza. Como medida
contra esa posibilidad, Jacen, Ganner y los noghris habían establecido un perímetro. Corran
estaba seguro de que si les pasaba algo y por alguna razó n no podían usar el
intercomunicador para enviarle un mensaje, él percibiría su malestar mediante la Fuerza y
quedaría alertado.
Pero alertarme por haber perdido alguien… no es lo que quiero. De momento, la misió n a
Garqi ya duraba una semana exenta de incidentes. El Mejor Suerte se había alejado bastante
del lugar de la colisió n, y los yuuzhan vong parecían no querer o no poder seguir los
pequeñ os rastros que habían ido dejando atrá s al escapar. Habían llevado la nave a una
explanada situada en un complejo agricombinado a unos cuarenta kiló metros al norte de
Pesktda, la capital del planeta, y la habían ocultado en los edificios que en el pasado
albergaron a los grandes androides cosechadores.
Supusieron que los yuuzhan vong habrían masacrado a los androides que realizaban las
tareas de cultivo del planeta. Androides cosechadores de varios tamañ os y formas habían
sido uniformemente reducidos a masas amorfas de duracero derretido que ensuciaban los
caminos colindantes. Los cultivos se acercaban al momento de la cosecha, pero no había
forma de salvarlo todo sin los androides. Eso otorgaba bastante ventaja al equipo de
investigació n, porque así era má s fá cil encontrar alimento.
Corran se sorprendió admirando a regañ adientes la postura de los yuuzhan vong ante las
má quinas. Si bien el planeta Garqi no era de gran importancia en el esquema general,
producía mucho má s alimento del que la població n local era capaz de consumir. En el
supuesto de que los yuuzhan vong consumieran las mismas cosas que los habitantes de la
galaxia que estaban invadiendo, Garqi era un cuerno de la abundancia esperando a ser
devorado. Si yo estuviera al mando aquí, habría recogido la cosecha y después habría
destruido las máquinas, porque, sin ellas, no hay manera de salvar todo esto. Pero es obvio
que quien está al mando prefiere que la cosecha se pudra antes de dejar que las máquinas que
detesta se encarguen de recogerla. Es una postura interesante ante sus principios.
Eso dejaba abierta la cuestió n sobre qué estaban haciendo en Garqi los yuuzhan vong. El
equipo de investigació n no había visto a nadie mientras se abrían paso hacia la capital. A las
horas acordadas, buscaban con los intercomunicadores las frecuencias y los có digos que la
Nueva Repú blica había establecido en caso de que se produjera un ataque del Remanente
para tomar Garqi. Durante las primeras noches no recibieron nada, pero luego, a los cuatro
días, captaron un ruido que, tras ser descomprimido en un datapad, resultó ser un largo
mensaje de texto dirigido a cualquiera que hubiera sobrevivido a la colisió n al sur de
Pesktda. El mensaje incluía una lista de los momentos y los lugares en los que se
producirían los rescates, y casi todos los sitios estaban muy cerca del equipo.
Ganner y Jacen afirmaban que aquel mensaje no era má s que una trampa, pero Corran no
estaba de acuerdo.
—Si los vong no pueden emplear má quinas para recoger las cosechas, que tienen un valor
evidente, no van a utilizar una para una tarea que no saben si dará algú n resultado. Por otra
parte, los vong no parecen muy capaces de tramar argucias. Podemos acercarnos a uno de
esos sitios, mirar, ver lo que ocurre, y luego acudir al encuentro en el siguiente sitio.
Los noghris no dieron su opinió n sobre si iban a meterse o no en una trampa. Corran
sospechaba que, como un noghri había muerto a manos de un yuuzhan vong que intentaba
asesinar a Leia Organa Solo, todos los noghris se consideraban obligados a vengar esa
muerte por su honor. Era consciente de la reputació n de los noghris de ser sumamente
letales, y le parecía má s que bien que sintieran un odio personal por los yuuzhan vong.
Al menos sé que no van a dejar que la situación se descontrole. No tenía la misma seguridad
en lo referente a Jacen y Ganner. La animadversió n que Ganner sentía por los yuuzhan vong
procedía de los actos que había presenciado en Bimmiel. Corran sabía que Ganner no era
idiota y que no se precipitaría en sus actos, pero podía imaginá rselo haciendo todo lo
posible por provocar una lucha con los yuuzhan vong. Ese deseo de enfrentarse a los vong
podría causarle muchos problemas.
Y Jacen era un caso aparte. En Belkadan había sido vencido y capturado por un guerrero
yuuzhan vong. Pese a haberse enfrentado, y vencido, a varios guerreros en Dantooine, y
haber matado allí a muchos soldados esclavo de los vong, seguía sin tener el honor que
poseía su hermano pequeñ o de haber luchado, y probablemente matado, a má s de una
docena de guerreros en Dantooine. Corran no creía que Jacen fuera a lanzarse a un festival
de sangre só lo por igualar el marcador, pero eso tampoco le facilitaba la tarea de predecir
las acciones del joven.
Un instinto de determinació n teñ ido de precaució n llegó a Corran a través de la Fuerza.
Miró hacia el sur, por donde se acercaba un joven solitario, atravesando la selva tropical.
Gracias a la Fuerza, Corran no tuvo problema a la hora de localizarlo, pero la forma en que
se movía el hombre habría dificultado esa tarea a cualquier otro. Era obvio que había vivido
en Garqi el tiempo suficiente como para no ser detectado en la selva.
Corran hizo acopio de la Fuerza y proyectó la imagen de alguien moviéndose rá pidamente
por la maleza a la izquierda del hombre. El joven se giró rá pidamente, sacando una
carabina lá ser para cubrir su movimiento. Corran salió de su escondrijo y se acercó a él. El
joven se llevó la mano al oído derecho, y Corran supuso que estaba comunicá ndose con
alguien que lo había visto a él. El hombre se giró y le apuntó con la carabina.
Una oleada de miedo emanó del hombre, pero la suprimió de inmediato.
—Verde.
Corran asintió .
—Amarillo.
El joven sonrió , enderezá ndose, y bajó la carabina. La contraseñ a acordada era un color del
espectro visible de luz, y la respuesta era el que estuviera situado a continuació n del primer
color.
—Soy Rade Dromath.
Al acercarse, el rostro del chico le resultó conocido a Corran. El nombre también le sonaba
familiar.
—Dromath, me suena ese apellido.
—Mi padre estaba con la Nueva Repú blica. Murió en las guerras Thrawn.
Las cosas comenzaron a tener sentido para Corran.
—Tu madre era de Garqi.
El joven, alto y rubio, asintió .
—Dynba Tesc. Ella huyó del Imperio, conoció a mi padre y se casó con él. Regresó aquí a su
muerte.
A Corran le recorrió un escalofrío.
—La vi una vez, aquí. ¿Có mo está ?
El joven negó con la cabeza.
—Murió . Los yuuzhan vong acabaron con ella en su primera acometida. Había organizado
algunas cosas, dado lo que contaba de su época de la lucha contra el Imperio, y por vivir tan
cerca del Remanente. Tampoco es que la cosa le obsesionara, pero escondió un par de
cosas. Su previsió n es el motivo por el que aú n estamos aquí… me refiero a la Resistencia.
—Siento que muriera —suspiró Corran. Recordaba a Dynba Tesc como una mujer algo
soñ adora, pero entusiasta, lo bastante valiente como para enfrentarse al Imperio en un
planeta donde la rebelió n no era realmente necesaria. Su adhesió n a sus ideales le había
traído problemas, pero a él le permitió salir de aquel planeta y unirse finalmente al
Escuadró n Pícaro—. Tu madre era muy especial.
Rade parpadeó con sus ojos azules, y asintió .
—Vale, ya sé quién eres. Horn, el que la ayudó a salir de Garqi.
—Ella salió sola, yo só lo la llevé.
Rade sonrió .
—Mi padre era su héroe y el amor de su vida, pero te recordaba con mucho cariñ o y se
alegraba de tu éxito.
Una punzada de arrepentimiento recorrió a Corran. Debería haber mantenido el contacto con
ella, debería haber hecho algo cuando su marido murió. Negó con la cabeza.
—Si tenemos tiempo, me gustaría que me contaras cosas de ella. É ste no es momento ni
lugar, supongo. Llamaré a los míos para que vengan, tú haz lo mismo. ¿Tenéis algú n sitio
seguro en los alrededores?
—Sí, a poca distancia hacia el este. Los yuuzhan vong no se han acercado por allí.
Corran contactó enseguida con su equipo. Jacen y Ganner llegaron los primeros, seguidos
por tres de los noghris. Corran no mencionó que había otros tres noghris por ahí,
consciente de que querían actuar como retaguardia. Rade convocó a cuatro miembros de su
equipo: dos mujeres, otro hombre y una trandoshana. Juntos se dirigieron hacia el este y
encontraron un bú nker semienterrado y rodeado de maleza que parecía ser má s antiguo
que el Imperio.
Una vez dentro, Rade les explicó .
—En los primeros tiempos, los colonos practicaban una agricultura definitiva. Talaban
explanadas enteras, plantaban, agotaban la tierra, y luego se trasladaban y dejaban que el
bosque se recuperara por completo. Este bú nker alojó en su momento a los agriandroides
que trabajaron estas tierras.
Jacen Solo se apoyó contra una viga oxidada que se curvaba para sujetar la estructura
arqueada de ferrocemento.
—Hemos visto lo que hicieron los yuuzhan vong a los androides. No hemos visto indicios de
que hayan plantado villip o las otras cosas que vi en Belkadan.
Ganner asintió .
—Este planeta es muy fértil, yo pensaba que lo utilizarían para cultivar cosas.
—Y así es —Rade se estremeció —. Mañ ana os lo enseñ aremos. Está n criando un ejército.
***
Antes del amanecer iniciaron una larga caminata hacia el oeste, y después hacia el sur,
hacia las afueras de la capital. Allí, al oeste del Jardín Xenobotá nico de Pesktda, fueron
conducidos hasta la ladera de una colina desde la que podían contemplar un complejo de
edificios que antañ o formaron parte de la Universidad Agrícola de Garqi. Varios bloques de
edificios estaban dispuestos en círculo alrededor de una explanada rectangular central de
césped. De los barracones salían filas y filas de hombres y mujeres altos y esbeltos. Estaban
alineados por rangos frente al sol naciente, y unas pequeñ as criaturas reptiloides se
afanaban a su alrededor, dando ó rdenes a diestro y siniestro.
Jacen se quitó los macrobinoculares.
—Los pequeñ os reptiloides son como las tropas que usaron contra nosotros en Dantooine.
Ganner se echó hacia delante, fijando la vista en la formació n.
—Esa gente de ahí tiene las mismas malformaciones que los esclavos que vimos en
Bimmiel.
—Y los de Belkadan, pero estas malformaciones son má s similares entre sí.
Corran estudió a los humanos y estuvo de acuerdo con ambas afirmaciones. Las
malformaciones de coral, que eran má s blancas y suaves que las que había visto con
anterioridad, habían atravesado la carne de aquellos humanos. Las cuencas oculares y los
pó mulos estaban hiperdesarrollados, quizá para proteger los ojos, y tenían pequeñ os
cuernos saliéndoles del crá neo. Tenían los nudillos protuberantes por las anomalías ó seas,
y unos pequeñ os espolones les crecían en codos, muñ ecas y rodillas. Las malformaciones
variaban en tamañ o y ubicació n segú n el escuadró n, y un par de ellos hasta llevaban
plateadas armaduras de hueso implantadas en pecho, espalda, brazos y piernas. Los
humanos del cuarto escuadró n estaban completamente revestidos de ese material, por lo
que parecían soldados de asalto tallados en marfil.
Rade suspiró .
—É stos son los ú ltimos. Los yuuzhan vong llevan aquí un mes. Produjeron otros dos
escuadrones al principio. Los entrenan y los sueltan en distritos de Pesktda sin un solo
resto de vida. Los pequeñ os reptiloides y algunos guerreros yuuzhan vong van a por ellos.
Todavía no han destruido todas las má quinas, así que tenemos imá genes de las luchas
gracias a las holocá maras de vigilancia. Hemos visto algunas bajas entre los yuuzhan vong,
y los escuadrones está n mejorando, que es por lo que pensamos que está n criando un
ejército aquí. É stos son prototipos, y cuando encuentran uno que funciona bien, supongo
que pueden transformar a cualquiera en un soldado.
Corran se pasó una mano por la barbilla y se quitó los macrobinoculares.
—Esto responde a la pregunta de por qué no les importa que haya granjas desatendidas.
Han llevado a la gente a alguna granja, supongo, y la obligan a recolectar a mano, con lo que
obtienen má s que de sobra para que todo el mundo coma y esté sano. Cosechan a los
mejores, los transforman y trabajan desde aquí.
—Así es. Nosotros estamos en contacto con otros grupos de resistencia. Podemos organizar
una incursió n y liberar a los prisioneros, pero no podemos detener a los que han sido
transformados, y, francamente, no podemos impedir que los yuuzhan vong retomen el
control.
La frustració n y pesadumbre que teñ ía el discurso de Rade hizo que a Corran se le
encogiera el corazó n en el pecho. Miró a los otros dos Jedi.
—¿Alguna sugerencia?
Jacen se rascó un ojo, distraído.
—Sé que deberíamos hacer algo, pero nuestra misió n aquí es investigar las actividades de
los yuuzhan vong. Podríamos atacar su estació n experimental y destruirlo todo, pero no
sabemos si eso será un golpe definitivo o un arañ azo sin consecuencias. Ademá s, las
repercusiones podrían ser fatales para los nativos en caso de que los yuuzhan vong decidan
castigarlos por lo que hagamos nosotros.
Ganner se puso en cuclillas. A pesar de llevar un uniforme de combate de color chilló n,
conseguía mantener un aire de dignidad.
—La clave es realizar un ataque al recinto experimental. Nos cargamos su trabajo y quizá
podamos llevarnos alguna muestra para que los nuestros puedan desarrollar algo que
contrarreste lo que los yuuzhan vong hacen aquí a los humanos. Hemos venido a recoger
datos, las muestras serían los mejores datos posibles, y las necesitamos.
Corran asintió lentamente.
—Creo que ambos está is en lo cierto, pero introducirnos en el recinto no es la solució n. Si lo
hiciéramos, ¿qué descubrirían los vong?
Jacen frunció el ceñ o.
—Que estamos aquí y que sabemos lo que han estado haciendo.
—Así es. A ver, en Bimmiel empleamos la manipulació n genética para responder a la
amenaza de sus insectos, así que hemos de suponer que saben que no só lo podemos
manipular má quinas, sino también la vida —Corran señ aló a los escuadrones—. Es casi
seguro que las modificaciones realizadas en cada escuadró n se basan en las realizadas en
las generaciones anteriores. Lo que significa que su línea experimental continuará , a menos
que sepan que tenemos la informació n suficiente como para neutralizarla. Si conseguimos
obtener muestras sin que lo sepan, quizá podamos crear algú n tipo de vacuna contra lo que
está n haciendo. Es decir, si esos implantes funcionan como, digamos, verrugas, podríamos
preparar anticuerpos para abortar esas malformaciones desde un principio.
Ganner se rascó la nuca.
—¿Quieres que hagamos una incursió n de secuestro para sacar a un par de miembros del
escuadró n de la cama?
—No, eso les daría pruebas de que hemos estado aquí. Tengo otra idea —Corran sonrió —.
La pró xima vez que saquen a un escuadró n para un juego de guerra, nosotros estaremos
allí también. Cogemos a algú n miembro del escuadró n y nos vamos, mientras el barullo nos
cubre la retirada y oculta el hecho de que nos llevamos a un par de individuos.
—¿Está s obviando conscientemente el hecho de que estaremos en un campo de batalla con
un montó n de yuuzhan vong y sus pequeñ os esbirros? —Jacen negó con la cabeza—. Eso
aumenta ligeramente las posibilidades de que nos descubran, ¿no?
Ganner se enderezó y apoyó una mano sobre el hombro de Jacen.
—Lo sabe, Jacen, pero esas posibilidades siguen siendo muy abundantes, estemos donde
estemos. Nosotros sabremos dó nde está n ellos, pero ellos no sabrá n que nosotros hemos
estado allí hasta que sea demasiado tarde.
—¿Y si lo averiguan, Ganner? ¿Qué pasaría entonces?
El apuesto Jedi sonrió con frialdad.
—Entonces sabrá n que por muy letal que sea su tropa experimental, no es nada en
comparació n con un trío de Jedi.
CAPÍTULO 15
A nakin Solo se sentía bastante bien consigo mismo. Cuando Luke, Mara y Mirax
regresaron al Haz de Púlsar, comenzó una discusió n sobre los posibles sitios a los
que Daeshara’cor podría haber huido desde Vortex. Estuvieron de acuerdo en que
había pocas posibilidades de que ella averiguara que habían descubierto su tapadera, por lo
que era seguro que se trasladaría al siguiente lugar donde pudiera obtener informació n
sobre un gemelo del Ojo de Palpatine.
La opció n ló gica, por tanto, era Belsavis, ya que allí fue donde viajó el primer Ojo. Dos
razones hacían problemá tica esa idea. La primera, que Belsavis era un planeta habitado que
sin duda habría dado la alarma en caso de haber avistado otro Ojo; la segunda, que
mientras que la primera nave tenía una misió n que la llevaba hasta allí, una hipotética
segunda nave no tenía por qué recibir la misma misió n.
Anakin restringió el acceso a los ordenadores del Haz y enfocó la bú squeda de una manera
má s sistemá tica. Descargó archivos sobre naves que habían partido de Vortex con los
destinos declarados, y relacionó esos planetas de destino con un índice de los archivos
imperiales que había disponibles. Un nombre apareció de inmediato en el primer puesto de
la lista: Garos IV.
Garos IV era conocido sobre todo por la Universidad de Garos, ubicada en Ariana, la capital.
Garos IV no se unió a la Nueva Repú blica hasta la derrota de Thrawn. Ysanne Isard había
conseguido destruir bastantes archivos en los ordenadores de Coruscant cuando el planeta
pasó a manos de la Rebelió n, pero esa destrucció n no tuvo lugar en Garos IV. Los
académicos tomaron el planeta con la intenció n de utilizar los archivos imperiales secretos
para completar los estudios sobre el Imperio. A Anakin le pareció bastante probable que
Daeshara’cor accediera a esos archivos para continuar su bú squeda de un arma que
pudiera emplear contra los yuuzhan vong.
Luke estuvo de acuerdo, por lo que Mirax planeó una ruta con parada breve en Garos IV. Lo
cierto es que, al estar bordeando la Nebulosa de Nyarikan, era bastante difícil generar una
ruta, pero entre Silbador y R2-D2 terminaron rá pido y realizaron el trayecto en un tiempo
récord. Eso aumentó sus esperanzas de llegar antes de que Daeshara’cor pudiera escapar.
Anakin tenía la esperanza de que actuaría hombro con hombro con su tío, recorriendo el
universo para atraparla.
Sus buenas vibraciones se esfumaron cuando Luke le dijo que le esperara en la nave. Los
otros no estaban, así que Anakin frunció el ceñ o y sintió como si una enorme carga le
clavara al asiento del copiloto.
—No es justo tener que quedarme aquí.
Chalco rió .
—Bueno, espero que no te quejes por la compañ ía, porque al pobre Silbador le dejarías
hecho polvo si así fuera.
El joven Jedi se enderezó un poco en el asiento y miró a Chalco, que estaba de pie en la
puerta de la cabina.
—Yo só lo quería poder hacer algo, ¿sabes?
—Lo sé, y ya lo está s haciendo.
—Sí, esperar.
—Esperar aquí nos da a ti y a mí má s probabilidades de atraparla.
Anakin se apoyó en el respaldo.
—¿Y có mo has llegado a esa conclusió n?
El hombre se rió en voz alta.
—Vamos, listillo, fuiste tú el que supuso que ella vendría aquí. Deberías ser capaz de seguir
hilando.
—Vale, ella viene aquí a por la informació n. Va a la universidad y vuelve aquí para poder
salir del planeta —Anakin miró hacia arriba—. Tampoco es gran cosa.
—Vale, una pista. ¿Qué hago yo aquí?
—Ayudarnos a encontrarla.
—¿Por qué?
—Porque la viste en Coruscant.
—Yo y todo el Templo Jedi. Repito, ¿qué hago yo aquí?
Anakin se quedó boquiabierto.
—Porque tú conoces los espaciopuertos de la misma forma que Daeshara’cor. Y ella los
conoce porque pasa mucho tiempo en ellos. Y dado que casi toda su formació n se
desarrolló en la Academia Jedi, es probable que no se encuentre có moda en el ambiente de
una universidad abarrotada.
Chalco se rascó la barbilla.
—En la universidad hay demasiada gente a la que vigilar, muchos recuerdos que podrían
verse removidos, si no quiere ser vista.
—Vale. Así que ella no ha ido personalmente a la universidad. Encontrará otro modo de
llegar a los archivos.
Chalco sonrió .
—Bien. Tu tío dijo que no nos alejá ramos del espaciopuerto, pero creo que hay unas
cuantas á reas cercanas donde ella encontrará al tipo de gente que busca. Si ampliamos la
zona de bú squeda creo que podremos localizarla.
El joven Jedi entrecerró los ojos azules.
—El Maestro Skywalker suele ser muy específico con sus ó rdenes. —¿Pero eso era una
orden o una sugerencia? Quiero decir, si la viéramos aquí y ella se marchara, él esperaría
que nosotros la persiguiéramos, ¿no?
—Así es —Anakin miró a Silbador mientras el androide se lamentaba con un gemidito
grave—. No vamos a alejarnos mucho, Silbador, y podemos estar conectados contigo a
través de los intercomunicadores. Ademá s, puedo llamar al Maestro Skywalker y pedirle
permiso para explorar.
Chalco entrelazó los dedos, los ahuecó y comenzó a crujirse los nudillos.
—Podrías hacerlo, pero si nos equivocamos y ella se encuentra en la universidad, y tu tío
decide regresar aquí, la perderá .
Anakin miró a Chalco de reojo.
—Es ese tipo de ló gica circular la que te mete en tantos problemas, ¿lo sabías?
—Es lo que me ha traído hasta aquí, chaval, por lo que estoy en posició n de ayudaros a
recuperar a esa Jedi vuestra y llevarla por el buen camino —tenía el tipo de sonrisa
desafiante que Anakin reconoció como la que normalmente solía exhibir su padre cuando
estaba a punto de hacer algo arriesgado—. Vamos, chaval, levá ntate. Es hora de ir de caza.
Sabes que no deberías hacer esto. Anakin oyó que le advertía la vocecita de su interior, pero
el hecho de que le sonara má s a la voz de Jacen que a la suya le apartó del camino de la
sensatez. Jacen se había enfrentado por impulso a un guerrero yuuzhan vong. Pero Anakin
sabía que esta misió n no era en absoluto tan peligrosa. Sólo voy a salir a encontrar a alguien
a quien estamos buscando.
Se puso en pie, sacudiéndose aquel presentimiento que le rondaba por la cabeza.
—Vá monos.
***
El espaciopuerto de Ariana estaba en las afueras de la bonita ciudad. La batalla para liberar
Garos IV había sido breve, por lo que no sufrió muchos dañ os. Las fluctuaciones
econó micas de la Nueva Repú blica no afectaban mucho al planeta, dado que era
autosuficiente. De hecho, el creciente nú mero de académicos no había hecho sino aumentar
la reputació n de la universidad. A medida que se ampliaba para recibir má s estudiantes,
también se expandieron las actividades que atendían sus necesidades y las del personal
docente. Se produjo un consecuente y sú bito auge econó mico que permitió una
reconstrucció n sin problemas y que dio como resultado que Garos IV estuviera entre los
lugares donde mejor se vivía.
A pesar de que el planeta entraba en una edad dorada econó mica, el á rea que rodeaba el
espaciopuerto tenía la típica mezcla de zonas industriales junto con una variedad de
cantinas, casinos, hoteluchos baratos y otros só rdidos lugares de esparcimiento. Los
deslumbrantes carteles holográ ficos, la mugre y el potente mal olor que emanaba de las
callejuelas… Todas esas cosas asaltaban los sentidos de Anakin. Sabía muy bien que esos
sitios existían, como sabía que su padre había pasado ú ltimamente gran parte de su tiempo
en ellos, pero era la primera vez que se acercaba tanto a esa realidad.
Chalco no hizo nada por aislar, en la medida de lo posible, al chico de aquel desagradable
lugar, como habría hecho Lando Calrissian o su padre. O Chewie. El hombre le había dicho
que no podía salir con sus vestiduras de Jedi, por lo que cogieron algo de ropa del Haz y
Anakin se vistió má s acorde con el entorno. El joven supuso que la ropa pertenecía a
Corran, y só lo le estaba un poco grande. Eso le beneficiaba, ya que tenía que ocultar su
sable lá ser en la chaqueta de piel de nerf. Encontró un pequeñ o enganche en el forro que le
permitía colgá rselo bajo el brazo izquierdo.
Una vez vestido adecuadamente, y después de que Chalco le revolviera el pelo castañ o,
despeiná ndolo, Anakin siguió al hombre por las calles. Percibió el cambio en los andares de
Chalco, que en cierto modo comenzó a cojear. El hombre se hinchó un poco, asintiendo,
guiñ ando el ojo y señ alando a la gente que pasaba mientras andaban. Era como si quisiera
llamar la atenció n deliberadamente, y eso realmente parecía desarmar a algunos de los que
se cruzaban con ellos. Anakin seguía percibiendo una sensació n de rechazo por parte de la
mayoría, o algo de curiosidad por parte de algunos.
Puso gran atenció n en concentrar la Fuerza a su alrededor. Sabía que era muy poderoso en
lo referente a la Fuerza, pero seguía sin tener un gran control de ella. Supuso que
Daeshara’cor estaría atenta a presencias en la Fuerza, y bajo ningú n concepto quería que
ella le detectara antes a él que él a ella. Peor que estar siguiendo a Chalco en una absurda
incursió n sería revelar su presencia a Daeshara’cor y provocar así su huida.
Mientras avanzaban, Anakin comenzó a notar que su admiració n por Chalco crecía. El
hombre se paró en un quiosco de informació n, en el que los viajeros conectaban sus
datapad para descargar noticias procedentes de distintos planetas. Una vez allí realizó
varias consultas, y, lentamente, comenzó a sonreír.
—¿Qué pasa?
—He encontrado un sitio nuevo donde mirar. Iré allí, encontraré otro sitio, y así hasta que
la encontremos.
Anakin se puso de lado para esquivar a dos enormes ithorianos, y volvió a situarse a la
altura de Chalco.
—¿Có mo lo haces?
—¿Hacer qué?
—Lo que está s haciendo. Te las arreglas para sobrevivir sin hacer nada realmente. Actú as
como si conocieras a toda esta gente, pero apostaría a que no les habías visto en tu vida.
Acabas de hablar con ese tipo y él te ha contado algo.
La barba incipiente de Chalco se erizó cuando sonrió .
—No conozco a esta gente en concreto, Anakin, pero conozco a los de su calañ a. El tipo del
quiosco de informació n oye muchos rumores. La gente espera de él que sepa cosas. Realiza
trueques con la informació n. Le pregunté por los archivos imperiales secretos de la
universidad y me ha enviado a hablar con otro tipo.
—Pero no le has pagado.
—Claro que sí —Chalco asintió —. Le dije que un buen operador en este planeta podría
hacer mucho dinero a corto plazo comprando plazas de hotel al por mayor.
—¿Qué?
Chalco guió a Anakin por un callejó n y se inclinó un poco para mirarle cara a cara. Al otro
lado del callejó n, un gotal harapiento se les quedó mirando, pero una sombría mueca de
Chalco hizo que se alejara tambaleá ndose.
—Lo que le he dicho tiene todo el sentido del mundo, Anakin. Este planeta es un buen sitio
para vivir. Mucha gente querría vivir aquí. Bien, los refugiados procedentes de los planetas
que han tomado los yuuzhan vong acabará n viniendo aquí. Necesitará n habitaciones y
pagará n a alguien por ellas. Si esta gente compra edificios, o má s bien, le pasa la
informació n a alguien que pueda comprarlos, entonces llegará alguien que se los compre a
su vez. En cosa de un añ o podría duplicar su dinero. Le di informació n a cambio de
informació n.
—Yo jamá s pensé que…
—No tuviste que hacerlo, chaval, pero sé que tu padre sí —Chalco se enderezó y revolvió el
pelo a Anakin—. No te voy a negar que alguna vez haya robado, pero soy má s un
comerciante como tu padre o Talon Karrde. Y llevo mis existencias en la cabeza. Observo
las cosas, calculo las posibilidades y obtengo resultados.
Anakin frunció el ceñ o mientras volvían a la calle principal.
—Vale, eso lo entiendo, pero ¿no te das cuenta de que lo que haces está mal?
—¿Que está mal? Venga ya.
—No, en serio, piénsalo. Digamos que alguien compra los edificios y el precio se eleva hasta
el punto de perjudicar a los refugiados.
Chalco sonrió .
—El Gobierno les ayudará .
—Vale, pero ¿de dó nde saca el Gobierno el dinero?
—De los contribuyentes —el hombre le guiñ ó un ojo—. Ya sé por dó nde vas, chaval, pero
no pensará s que yo pago impuestos.
—No, pero la gente a la que robas sí lo hace. Y si no tienen dinero, no tendrá n las cosas que
tú les quitas. Te va a costar algo, por mucho que quieras evadirte.
Chalco abrió la boca y volvió a cerrarla de repente.
—¿Qué pasa?, ¿quieres que me muera de hambre?
—No, quiero que tengas en cuenta las consecuencias de tus actos —Anakin suspiró —. Si
das informació n que permita a los especuladores beneficiarse a costa de otros
especuladores, los ú nicos que saldrá n perjudicados será n quienes arriesguen su dinero. Los
codiciosos será n quienes salgan mal parados, no aquellos cuyas vidas será n destrozadas.
—Lo entiendo. ¿Y eso qué margen me deja a mí? ¿Bienes y servicios? Eso podría funcionar
—Chalco arqueó una ceja—. Oye, eso que dije antes de «listillo» no iba en serio.
—No, ya lo sé. Vá monos.
La segunda parada les llevó a una tienda de curiosidades. Anakin esperó en la calle
mientras Chalco entraba en el establecimiento. Pudo percibir la sensació n de placer que
emanaba de él, antes incluso de que saliera.
—Te ha contado algo, ¿eh?
—Sí, me ha dicho adó nde mandó a la otra persona que vino pidiendo la misma informació n
—Chalco sonrió mientras obligaba a Anakin a apresurarse—. Me dijo que lo había olvidado,
pero que su dinero en efectivo había disminuido considerablemente hacia el mediodía. Así
que repasó las grabaciones de las holocá maras de vigilancia y recuperó una conversació n
con una twi’leko. Ella debió de dejarle la memoria en blanco después, pero la holocá mara
seguía teniendo su imagen, y coincidía con la descripció n que me hizo tu tío. Habló con el
dependiente hará unas tres o cuatro horas.
—Eso es que estamos cerca.
—Mucho. El tipo a quien envió a Daeshara’cor tardará media hora en llegar.
Anakin esperó a que un deslizador azul doblara la esquina antes de cruzar la calle.
—¿Qué le has ofrecido a cambio de la informació n?
—Le dije que era agente de seguridad privada de incó gnito y que la estaba siguiendo. Le
prometí que le devolvería su dinero, ademá s de la recompensa —Chalco se encogió de
hombros—. Estoy seguro de que cuando descubrió la caja abierta sacó de ella todavía má s
créditos de los que la Jedi le había robado, así que ya ha recuperado lo suyo.
—Eso está bien.
El hombre asintió .
—Y, no sé, me produce una extrañ a sensació n de satisfacció n saber que, esto…, que he
engañ ado a un timador. Qué raro, ¿eh?
—Para nada. Es lo má s cercano a la justicia que podría darse en esta situació n.
—Bueno, nadie sale herido, a menos que el jefe del tipo ése se dé cuenta de que el
dependiente ha recuperado lo que le habían robado de la caja —Chalco acortó por un
callejó n—. Ven, es por aquí. El Viska Violeta.
Anakin palideció ante la entrada de la cantina. Una escultura de un viska formaba un arco
sobre la entrada. Las relucientes alas de casi tres metros de largo se arqueaban hacia abajo,
por lo que el cuerpo de dos metros de la criatura quedaba en lo alto de la estructura. Un par
de brazos salían del centro de su torso y se elevaban como si estuvieran a punto de bajar
para agarrar a una víctima. La cabeza de la criatura tenía una puntiaguda probó scide de
unos cuarenta centímetros. Los viska, comú nmente conocidos como los grandes demonios
chupasangres de Rordak, se alimentaban exclusivamente de sangre, y Anakin se preguntó
qué clase de establecimiento escogería una criatura tan horrible como emblema.
El interior, que olía a fermento caliente, sudor rancio y a refrigerante, no tenía viskas
colgando de las oscuras vigas. Anakin estaba seguro de que eso era porque la capa de grasa
que lo cubría todo habría imposibilitado que nada pudiera mantenerse agarrado allí. Se
metió en la cabina que le indicó Chalco y se frotó las manos frenéticamente en los
pantalones para limpiá rselas.
Vio a su compañ ero abriéndose paso hasta la barra y hablando con el camarero baragwin.
El alienígena de enorme cabeza asintió y señ aló hacia una puerta que había al fondo. Chalco
se giró , guiñ ó un ojo a Anakin y levantó una mano para indicarle que no se moviera. El
hombre atravesó la multitud, avanzó hacia la puerta y desapareció tras ella.
Anakin frunció el ceñ o e intentó parecer un tipo valiente ante los alienígenas de todas
clases que le pasaban por delante. Estaba decidido a no creer que había sido abandonado,
pero eso no le detuvo a la hora de ensimismarse en sus pensamientos. Debería hacer algo,
porque si Daeshara’cor está con la persona con laque vaga a reunirse Chalco, éste va a correr
un grave peligro.
Anakin salió de la cabina y percibió un movimiento cerca de la entrada. Se giró justo a
tiempo para ver la cola de una tú nica saliendo por la puerta. Y unos lekkus también. Era una
twi’leko, y era del color de Daeshara’cor.
Corrió hacia la entrada, esquivó a una manada de jawas y miró a derecha e izquierda por el
callejó n. A lo lejos, hacia la izquierda, vio una figura encapuchada, desapareciendo. Anakin
corrió tras ella con el pecho hinchado por la euforia. Se adentró en la Fuerza e intentó
encontrarla.
Y lo hizo, pero la percibió detrá s de él. Al chocar contra un muro se dio cuenta de que la
twi’leko había proyectado en el cerebro del chico su propia imagen escapando. Es un truco
viejo y yo he picado.
Anakin vio las estrellas. Rebotó y cayó al suelo. Se quedó en blanco un momento, y luego el
mundo volvió a ponerse en su sitio.
Daeshara’cor estaba de pie a su lado, con los tentá culos de la cabeza agitá ndose
nerviosamente.
—Anakin Solo… Si tú está s aquí, el Maestro Skywalker también estará . Y es un encuentro
que no quería tener, al menos no tan pronto —agitó una mano y Anakin sintió que su
cuerpo se elevaba lentamente en el aire—. Pero no está todo perdido. Y, al final, contigo en
mi poder, puede que aú n obtenga la victoria.
CAPÍTULO 17
J acen Solo recordaba muy bien haber oído que el servicio militar consistía en horas de
brutal aburrimiento separadas por segundos de terror absoluto. No es que no lo creyera,
pero nunca lo había experimentado por sí mismo. Cuando luchó en Dantooine no se
aburrió en ningú n momento, y lo del terror, bueno… estaba demasiado ocupado para
asustarme.
En Garqi, esperando en el distrito de Wlesc, al este del Jardín Xenobotá nico de Pesktda,
tenía tiempo de sobra para sucumbir al terror. Sus compañ eros y él habían sido destinados
a los tú neles subterrá neos empleados para el trá nsito de los androides de servicio. En los
conductos había cables de fibra ó ptica que antiguamente se utilizaron para la comunicació n
entre edificios a través de canales de comunicació n normales. Las imá genes eran recogidas
por holocá maras de vigilancia, a pesar de que los yuuzhan vong habían destruido todas las
que habían podido.
La incapacidad para entender la tecnología de los yuuzhan vong perjudicaba y ayudaba en
gran medida a los cazas de la resistencia. Los invasores habían destruido gran cantidad de
holocá maras, pero no habían roto los cables. Con só lo conectar una nueva cá mara a un
cable, y meterse en la línea del conducto, o enlazar un intercomunicador a la línea para
poder extraer las imá genes de forma remota, o con otros miles de métodos, Rade Dromath
y los suyos habían podido recoger y archivar horas y horas de los juegos de guerra de los
yuuzhan vong.
Corran había ordenado que todos los holovídeos se duplicaran y se almacenaran en el
Mejor Suerte. Tras estudiar las prá cticas má s recientes, formuló un plan para extraer
muestras del programa de adiestramiento. Los yuuzhan vong parecían bastante crueles con
los soldados prototipo, así que todos estuvieron de acuerdo en que si só lo podían obtener
partes, se quedarían con las partes. Lo preferible, sin embargo, era capturar a un soldado
vivo y ver si podían sacarle del planeta, para que alguien pudiera recuperarle y hacer que
volviera a ser como antes.
En Belkadan, Jacen había tenido encuentros con seres a los que los yuuzhan vong habían
esclavizado. A través de la Fuerza, había percibido una extrañ a sensació n emanando de
ellos. Era como el ruido de fondo de un canal intercomunicador. No era lo correcto; estaba
mal y parecía hacerse má s fuerte con el tiempo. Jacen estaba seguro de que las
protuberancias que los yuuzhan vong estaban implantando en los esclavos los estaban
matando.
En la misma línea de razonamiento, también había luchado contra los pequeñ os esclavos
reptiloides en Dantooine, pero no había percibido que estuvieran moribundos. Era como si
sus implantes entraran en relació n simbió tica con sus portadores. Resultaba innegable que
los yuuzhan vong eran capaces de ejercer algú n tipo de influencia remota sobre los
esclavos, dado que su disciplina seguía siendo extremadamente fuerte a pesar de la
matanza, hasta que Luke destruyó lo que parecía ser un vehículo de mando de los yuuzhan
vong.
Pero lo que perturbaba a Jacen, mientras aguardaba en la oscuridad del fondo de un tú nel
de acceso, era que los humanos modificados le provocaban una sensació n má s parecida a la
de los reptiloides que a la de los esclavos de Belkadan. Ambos tipos tenían los sentidos
disminuidos, era como si les percibiera a larga distancia, pero sabía que apenas estaban a
cinco metros por encima de su cabeza. De los humanos le llegaban emociones
amortiguadas, incluido el miedo; pero también mucho orgullo y determinació n. Algunos
incluso emanaban confianza, y los que les rodeaban parecían má s calmados.
Se ajustó las gafas de holovisió n y se rascó con los dedos enguantados la pequeñ a cicatriz
bajo el ojo derecho. Cuando fue capturado por los yuuzhan vong, éstos intentaron
implantarle algo bajo la carne. Lo consiguieron, pero su tío se lo sacó en cuestió n de
minutos, por lo que no comenzó a crecer. Y si hubiera crecido… se estremeció .
Lo que veía por las gafas eran imá genes que procedían de una holocá mara escondida en la
ventana de un segundo piso, orientada hacia la trampilla de acceso bajo la cual se hallaba
escondido. La cá mara estaba inmó vil, pero al conectarse a otras podía ampliar la vista de la
plaza que tenía encima. Había fuentes y bancos por toda la explanada de ferrocemento.
Estaba dividido por maceteros que lo convertían en un sencillo laberinto, con señ ales de
disparos y manchas de sangre de batallas anteriores. Segú n el enfrentamiento que
acababan de presenciar, las cosas solían acabar desarrollá ndose en aquel sitio al final de las
prá cticas, cuando reinaba el caos. En el momento indicado, las fuerzas de resistencia harían
su aparició n, eliminando a cuantos yuuzhan vong pudieran, y sacando a una muestra o dos
de allí.
La ventaja de un plan sencillo era que había pocas cosas que pudieran salir mal, pero entrar
en una batalla indicaba, en gran medida, que ese mal ya estaba teniendo lugar. Para Jacen
era obvio que habría sido preferible recoger muestras después de la batalla, pero Corran
insistió en que era probable que después de la masacre hubiera patrullas yuuzhan vong
examinando el lugar y calibrando los dañ os.
Pero había otra cosa que formaba parte de su plan. Jacen contempló a Corran y se sintió
como si siempre fuera un paso por detrá s de él. Era obvio que las fuerzas de resistencia
pretendían infligir el má ximo dañ o posible a los yuuzhan vong. A Jacen le daba la impresió n
de que Rade pedía permiso a los Jedi para hacer cualquier cosa, no tanto para librarse de
cualquier complejo de culpa como para saber que alguien que podía solucionar los
problemas estaba de acuerdo con su plan.
Ganner también parecía ansioso por enfrentarse a los yuuzhan vong. El Jedi nunca se había
acercado a Jacen para preguntarle có mo era matar a un guerrero yuuzhan vong, pero le
había dado muchas oportunidades de describir sus luchas con ellos. Ganner le sonreía
entonces, y le decía cosas como: «Bueno, aquí el experto eres tú . ¿Qué harías para ir a por
ellos?». Ganner parecía también buscar la seguridad de que podía enfrentarse a ellos.
¿Qué estoy buscando aquí? Jacen se estremeció . Recordó la frustració n y la humillació n de
su derrota a manos de un guerrero yuuzhan vong en Belkadan. Má s tarde, en Dantooine,
consiguió acabar con algunos guerreros, pero él sabía que eran jó venes y no muy
experimentados. Entonces, los yuuzhan vong enviaron a los reptiloides contra ellos, y Jacen
los venció con relativa facilidad. Si tenía alguna duda sobre la falta de nobleza de las
matanzas y la guerra, aquello la disipó por completo.
Pero allí, en Dantooine, só lo había hecho lo mismo que los legendarios Jedi venían haciendo
desde hacía generaciones. Todas las canciones y las historias retrataban a los Jedi
defendiendo a los desamparados, venciendo a los tiranos y restaurando el orden. En
Dantooine hizo lo que todo el mundo esperaba de él, y lo hizo bien. Quizá los Jedi tuvieran
sus detractores en la Nueva Repú blica, pero ninguno de los supervivientes de Dantooine lo
era.
Todos nos vieron como gloriosos ejemplos de los Jedi, pero ¿es eso lo que yo quiero? Llevaba
mucho tiempo pensando en la paradoja de los Jedi. Su tío fue adiestrado como un arma y
utilizado contra el Imperio. Luke Skywalker había redimido a su padre del mal que había
hecho y había destruido la fuente del mal de la galaxia. É l siguió enfrentá ndose al mal
después de eso, hasta la batalla final contra el Imperio, e incluso después. En su opinió n, los
Jedi eran guerreros.
El problema radicaba en que la formació n de Luke Skywalker había quedado incompleta.
La determinació n del Emperador de erradicar a los Jedi había sido tan meticulosa que entre
la poca informació n sobre ellos que no había sido destruida apenas había material
didá ctico. Gran parte de lo que había dejado el Emperador tras de sí parecía contener
errores deliberados. Seguir esos caminos podía llevar al Lado Oscuro, e incluso dar lugar a
una nueva Era Sith.
Jacen sabía en su corazó n que ser un Jedi era algo má s que ser un guerrero. En su tío veía a
veces un toque de aquello, aunque Luke tenía tantas responsabilidades que apenas podía
centrarse en nada que no fuera la resolució n de los problemas del presente. Y al ver a
Corran debatiéndose entre permitir un bañ o de sangre y planear una operació n que
ciertamente costaría vidas, también podía ver algo má s que un guerrero. Corran no dejaba
de repetir que todo el mundo debía centrarse en el objetivo, que era la recogida de datos. Si
los yuuzhan vong se cruzaban y había que matarlos, que así fuera; pero para ayudar a los
demá s, no para saciar la sed de sangre.
En ellos, y en otros, Jacen veía rasgos de filó sofo y de maestro. Y lo apreciaba porque le
indicaba que había un camino diferente, aunque tampoco estaba seguro de que fuera para
él. No dejo de encontrar caminos que no quiero tomar, pero sólo consigo quedarme siempre
en el mismo sitio. Se encogió de hombros. Tiene que haber otro camino.
El sonido de un doble clic le llegó por el intercomunicador, indicá ndole el estado de alerta
preliminar. Desconectó sus gafas y escaló los peldañ os de la escalera excavada en el
ferrocemento. Subió hasta que estuvo a un metro de la trampilla de entrada y esperó .
Agazapado allí, se llevó la mano a la empuñ adura del sable lá ser. Al menos de momento, no
está tan mal ser un guerrero.
A través de las gafas vio un grupo mixto de reptiloides y guerreros yuuzhan vong entrando
en la plaza por la puerta sur. Los reptiloides se apresuraron a tomar la delantera,
escondiéndose entre los maceteros y los bancos, y atravesando las fuentes. La ansiedad
emanaba de casi todos ellos, y había algunos claramente heridos. Al menos uno tropezó al
avanzar corriendo. No volvió a levantarse, y un hilillo de sangre oscura siguió manando de
él.
Los guerreros yuuzhan vong, por el contrario, entraron en la plaza como si fueran soldados
desfilando. Só lo eran tres, uno por cada veinte reptiloides, pero su aspecto con las
armaduras era majestuoso. Los reflejos plateados procedían de los filos de las negras
armaduras mientras avanzaban. Tenían pequeñ os villip en el hombro derecho y giraban la
cabeza para hablarles. Los otros guerreros asentían a modo de respuesta o respondían
hablando, y daban ó rdenes a sus batallones de reptiloides.
De repente, un grupo mixto de lo que en el pasado habían sido humanos atacó desde los
edificios que rodeaban la plaza. Muchos corrían de forma normal, pero los que iban má s
armados avanzaban a grandes zancadas, y algunos se apoyaban con los nudillos en el suelo.
Todos articulaban gritos de guerra ininteligibles, y muchos, aunque portaban pistolas lá ser,
llevaban las armas como si fueran simples porras.
Por rudimentaria que fuera la emboscada humana, al principio fue efectiva. El flanco
derecho del grupo de yuuzhan vong se rompió y retrocedió ; y hubiera emprendido la huida
si el guerrero que estaba en medio del grupo no hubiera girado el anfibastó n, cortando la
cabeza del primer humano que se cruzó en su camino. Cuando el cadá ver decapitado cayó
al suelo entre convulsiones, los pequeñ os luchadores se reagruparon y atacaron.
Empujaron a los humanos hacia una fila de maceteros y los atacaron con los anfibastones.
El ataque humano comenzó a fallar por la derecha, y entonces los reptiloides atacaron. Los
humanos retrocedieron, arrastrando a los reptiloides hacia el interior de su formació n, una
formació n que consistía en el grupo má s reciente de humanos. Aunque formalmente era
má s bestial que los otros grupos, también daba una impresió n de astucia. Mientras los
reptiloides abrían una brecha en la formació n, los extremos se plegaron, cortando la
retirada del enemigo. Luego cayeron sobre ellos de forma salvaje.
Cuando rechinó un sonido en su intercomunicador, Jacen conectó con una holocá mara que
le proporcionaba una imagen má s distante de aquel enjambre de cuerpos mutilados. Tiró
del cable de sus gafas para no ver ninguna imagen e, invocando a la Fuerza, hizo saltar la
trampilla. Se arrastró hasta la superficie y activó su sable lá ser.
Por toda la plaza, la emboscada de la resistencia se cerraba alrededor de los yuuzhan vong.
El fuego de los francotiradores de los edificios destrozó los distintos villip apostados para
estudiar los juegos de guerra. Los rayos rojos refulgían al atravesar los carnosos
dispositivos de comunicació n, haciéndolos estallar como si fueran fruta madura. Un par de
tiradores intentaron dar a los villip que llevaban los guerreros yuuzhan vong en el hombro,
pero, en lugar de eso, dieron a los guerreros, haciendo que se tambalearan, pero sin llegar a
derribarlos.
Ganner apareció por uno de los tú neles al tiempo que Jacen, pero lo hizo mediante sus
poderes telequinésicos. Tenía una apariencia majestuosa, elevá ndose lentamente por
detrá s de la formació n yuuzhan vong. La trampilla del tú nel, un pesado disco metá lico, giró
a su alrededor y aplastó al primer reptiloide que se acercó . El disco rebotó contra el
ferrocemento y echó a rodar lentamente, dibujando una línea de sangre al mancharse con
el charco que brotaba del reptiloide muerto.
El yuuzhan vong del centro se dio la vuelta y graznó una orden que envió a los reptiloides a
por Ganner. Alzando el anfibastó n, que agarraba con ambas manos, lo movió en el aire. Dijo
algo, y, por el tono, Ganner estuvo seguro de que era un desafío. Comenzó a girar el
anfibastó n lentamente, esperando.
Ganner activó el sable lá ser con el dedo, iluminando una hoja de color amarillo sulfuroso de
má s de un metro de largo. Con la otra mano indicó al guerrero que se acercara. El desprecio
se dibujaba en el rostro de Ganner mientras se movía de forma casi casual, como
descuidada, en comparació n con la firmeza del yuuzhan vong.
El guerrero alienígena dio un salto hacia Ganner e hizo descender el anfibastó n con una
fuerza terrorífica. Ganner lo bloqueó subiendo la hoja del sable, y con la mano izquierda
tocó al guerrero en la má scara. La rozó por el borde, haciendo retroceder rá pidamente al
guerrero. Ganner comenzó a proferir carcajadas, provocando que también se echaran a reír
algunos humanos.
Los noghris avanzaron entre los esclavos yuuzhan vong como un rancor entre jawas. Los
puñ etazos y las patadas volaban por todas partes, haciendo crujir huesos y derribando
contrincantes reptiloides. Jacen ya había visto combatir a los noghris antes, e incluso había
luchado con alguno en alguna prá ctica, pero nunca les había visto pelear sin cuartel. Allí se
estaban comportando como asesinos en estado puro, y la facilidad y la economía de sus
movimientos delataban su poder letal.
Tres reptiloides se aproximaron hacia Jacen. El joven bloqueó el ataque de una porra y
atravesó el pecho del reptiloide con la hoja verde de su lá ser. Dos rayos lá ser de los
francotiradores atravesaron, rojos y ardientes, al segundo reptiloide. Jacen sacó al
reptiloide muerto de la hoja del sable y dejó que el cadá ver cayera rodando sobre el tercer
reptiloide. Y cuando éste cayó a sus pies, le dio un golpe con la empuñ adura del sable lá ser
en el crá neo, dejá ndolo fuera de combate.
El guerrero yuuzhan vong que luchaba con Ganner se había recuperado y volvió a ajustarse
la má scara sobre la cara. El anfibastó n giraba rá pidamente, apenas perceptible para el ojo.
El guerrero atacó rá pido, por arriba y por abajo. Ganner bloqueó algunos golpes, esquivó
otros y, de repente, una estocada certera le abrió una herida en el muslo que se tiñ ó de rojo.
Ganner gruñ ó , y el guerrero soltó un grito y aumentó la virulencia de su asalto.
Ganner dio un paso atrá s, cojeando, pero la pierna le falló . Jacen le vio caer y quedarse de
rodillas. Ganner alzó el sable lá ser débilmente para defenderse de la carga del guerrero,
que blandía el anfibastó n en un golpe a dos manos que podía destrozarle el crá neo.
Los rayos lá ser sisearon por el aire, pero ninguno dio al guerrero yuuzhan vong. Jacen miró
la trampilla del tú nel e invocó a la Fuerza para levantarla y cubrir a Ganner, pero no le daba
tiempo. Deseó que el guerrero recibiera algú n disparo, o que Corran proyectara alguna
imagen en su cabeza para salvar a Ganner, pero eso no ocurrió .
Ganner ya se había salvado solo.
El guerrero yuuzhan vong, en su carrera furiosa y alocada, fue a parar al agujero del que
había emergido Ganner. Metió la pierna derecha en él hasta el fondo, y se le quedó
atrapada. Jacen pudo oír el chasquido en toda la plaza. El torso del guerrero golpeó el suelo
con fuerza. El casco y la protecció n facial se le cayeron, y una estocada de revés de Ganner
le rebanó los sesos.
Otro de los yuuzhan vong dio un grito estridente, rompiendo el silencio momentá neo que
sucedió a la muerte de su compañ ero. En un instante, los grupos de humanos luchando con
reptiloides se separaron. Ambos bandos se reabastecieron con armas nuevas que quitaron
a los muertos.
El guerrero yuuzhan vong ladró otra orden.
Los humanos se dieron la vuelta, gruñ endo, y corrieron hacia los miembros de la
resistencia. La maldad ardía en sus miradas, sustituyendo cualquier resto de humanidad
que pudiera quedarles.
CAPÍTULO 18
J acen comprobó la pantalla digital del inyector sedante que sostenía en la mano derecha.
Queda una dosis. Los dos prisioneros habían recibido droga suficiente como para
mantener a un grupo de hombres sedados una semana, y, aun así, podían moverse;
aunque no mucho, dadas las fuertes ataduras que les habían puesto los noghris. Igual de
fuerte era la impresió n que le habían causado los experimentos de los yuuzhan vong,
acompañ ada de visiones sangrientas de una larga guerra contra ellos.
Salió de la trasera del Mejor Suerte y pasó sigilosamente junto a Ganner, sentado con un
vendaje a presió n enrojecido en la cara. Salió por la escotilla y se acercó rá pidamente
donde Corran hablaba con Rade. Saludó a ambos, pero esperó a que terminaran su
conversació n antes de comenzar a hablar.
El garqiano sonrió algo triste.
—Aprecio la oferta, Corran, pero no voy a coger una de esas plazas libres que tienes en la
nave. No puedo abandonar a mi gente, y ellos se negarían a acatar una orden de evacuació n.
Nos quedaremos aquí indefinidamente.
—No estoy siendo altruista, Rade. Tus conocimientos de los vong son muy valiosos, y los
necesitamos.
—Pero todavía necesitá is má s que nosotros sigamos aquí, en activo, para que los yuuzhan
vong crean que el incendio del Jardín Xenobotá nico fue un acto terrorista —el líder de la
resistencia dio una palmadita en el hombro al Jedi de má s edad—. Vuestra presencia aquí
ha significado mucho, y seguiremos pasá ndoos informació n. Tenéis que iros para encontrar
la manera de que los nuestros vuelvan a ser como antes. Tenemos que quedarnos aquí para
asegurarnos de que haya alguien que dé la bienvenida a los que vuelvan.
Corran entrecerró sus ojos verdes.
—No os estamos abandonando, que quede claro. Volveremos para liberar Garqi.
Rade amplió la sonrisa.
Má s os vale daros prisa en volver. Estamos planeando hacerlo por nuestra cuenta.
Jacen le enseñ ó el inyector.
—Nuestros huéspedes está n sedados, pero no sé por cuá nto tiempo. Queda una dosis.
¿Puedo dá rsela a Ganner?
—¿La ha pedido él?
El chico negó con la cabeza.
—Pero está pasá ndolo mal.
Corran lo pensó un instante y asintió .
—Pregú ntale si la quiere. Si te dice que no, dá sela de todas formas.
—Será una broma…
Corran negó con la cabeza.
—Es un Jedi y está sufriendo. No quiero que se le dispare la telequinesia y que se rompa
algo. No podemos irnos hasta que recibamos una señ al, y quiero que estemos preparados
para despegar cuando eso ocurra. Nuestro margen de escape no va a ser muy amplio.
La idea de tener que inyectar a Ganner una dosis de sedante contra su voluntad le parecía a
Jacen una violació n de su intimidad y de su dignidad, y, por un momento, pensó que Corran
le había dado la orden por la enemistad que existía entre ambos Jedi. Pero el razonamiento
de Corran tenía mucho sentido, y el hecho de que lo hubiera pensado antes de decir a Jacen
lo que tenía que hacer implicaba que había buscado posibles alternativas para no añ adir
agravio al sufrimiento de Ganner. La orden podía significar un mal trago para Ganner, pero
era por el bien de la misió n. Era obvio que los deseos de Ganner, o los de cualquier otro,
tenían que subordinarse a lo que estaban haciendo. Por esa misma razón, debería haberme
ido de la plaza cuando Corran me lo ordenó, independientemente de las consecuencias.
De repente, Jacen vio la funció n de líder de la misió n de forma totalmente diferente. Hasta
ese momento, siempre había visto al líder como alguien con poder, y podía considerar esa
posició n deseable. Significaba que una persona era considerada superior a sus compañ eros.
Había que seguir sus ó rdenes, sus designios eran la ley. Para alguien tan joven como él,
convertirse en un líder era como ser ascendido a un estatus de adulto, y no había mirado
má s allá .
La otra cara de ser un líder y lo que ello conllevaba comenzó a formarse en su cerebro. Sí,
Corran podía dar ó rdenes, pero asumía completamente la responsabilidad de sus actos. El
éxito o el fracaso de la misió n recaía por completo sobre sus hombros. Jacen no dudaba de
que, en caso necesario, Corran ordenaría un asalto suicida: lo que había sucedido en el
jardín tenía esas características. Y aunque esas ó rdenes pudieran estar justificadas, Corran
tendría que seguir viviendo con las consecuencias de sus actos.
Y el tío Luke también… Jacen se dirigió a la nave y entró . Su tío tenía una carga todavía má s
pesada que aguantar, y Jacen sintió de pronto alivio al pensar que ese peso no descansaba
sobre sus hombros. No só lo era algo aplastante, sino que seguro que eso le impediría
descubrir el tipo de Jedi que podía llegar a ser. Ser responsable de los demás podría cegarme
ante mi responsabilidad con la Fuerza.
Agachó la cabeza y atravesó la escotilla. Sonrió a Ganner.
—Corran me ha dicho que puedo darte la ú ltima dosis de sedante, si la quieres.
—No, no la necesito.
Jacen asintió y acto seguido se la inyectó en el muslo a Ganner. El inyector se adentró cinco
centímetros en la carne y se detuvo como si estuviera intentando clavarse en
transpariacero.
Ganner le miró .
—No me obligues a romper el inyector, Jacen.
Si puede concentrarse tanto, no creo que se le descontrole la telequinesia.
—Lo siento, Corran dijo que…
—Corran puede decir lo que quiera. No quiero sedantes. Por lo menos, no de momento —
Ganner giró la cabeza y miró a uno de los noghris—. Sirkha, ayú dame, por favor.
El noghri se quitó el cinturó n.
—Pide.
—El botiquín tiene un cauterizador de campo Nilar —Ganner se quitó el vendaje de la cara
—. Utilízalo para cerrarme la herida.
El noghri asintió y se agachó para coger el botiquín de debajo del asiento de Ganner. Lo
extrajo y lo abrió . De la caja sacó un aparato de dieciséis centímetros de largo capaz de
emitir un rayo lá ser de baja frecuencia y corto alcance que quemaría la herida para
cerrarla. El noghri se enderezó y, por primera vez, Jacen se dio cuenta de que algunos de los
rasgos del rostro gris del noghri eran cicatrices. Seguro que algunas de ellas se las había
cauterizado el propio Sirkha.
—Espera un momento —Jacen alzó una mano.
La herida del rostro de Ganner empezaba encima del ojo izquierdo, le partía la ceja y le
atravesaba el pó mulo hasta el mentó n. La sangre manaba en la parte inferior de la herida
mientras Ganner jadeaba, y era obvio que el anfibastó n había llegado al hueso al abrirle la
herida.
—¿Esperar a qué?
—Vamos a salir de aquí. Podrá s sumergirte en un tanque de bacta. Si utilizas eso te quedará
cicatriz.
—Ya me imagino —Ganner miró al noghri—. No quiero virguerías, limítate a cerrar la
herida.
El noghri asintió y se puso a recomponer la carne de Ganner. Pasó el cauterizador por los
bordes de la herida, que soltó pequeñ as nubecitas de humo blanco. El olor agridulce de la
carne quemada penetró en la nariz de Jacen, que no pudo eludirlo. Deseaba con todas sus
fuerzas alejarse de allí, pero tampoco pudo hacerlo.
Ganner apretó fuertemente los apoyabrazos del asiento. Los mú sculos se le tensaban con
cada roce del cauterizador. Jacen podía percibir el dolor emanando de él, pero era
considerablemente menor que el asco que sentía el Jedi herido. Jacen tuvo la impresió n de
que, con cada toque del cauterizador, Ganner revivía el corte que le había abierto la herida.
—No te preocupes, Ganner, no volverá n a engañ arte.
Ganner no dijo nada hasta que Sirkha se arrodilló y comenzó a cerrar la herida del muslo
del Jedi, que cogió un pañ o empapado en desinfectante y se lo pasó por la cara, limpiá ndose
la sangre. Se fue casi todo el rojo, excepto la línea brutal que le cruzaba la cara desde la
frente hasta la mandíbula. La cicatriz estaba en carne viva, pero Ganner se la limpió a
conciencia sin problemas.
—No lo entiendes, Jacen, el yuuzhan vong no me engañ ó . Fui yo el que me engañ é a mí
mismo —Ganner cerró los ojos un momento y se recostó en el respaldo. Abrió el ojo
derecho—. Desde que empezó la misió n, e incluso desde la primera vez que oí hablar de los
yuuzhan vong, quise demostrar que era mejor que ellos. Estaba furioso por el hecho de no
haberme enfrentado a ninguno en Bimmiel. El primero que maté esta tarde, lo hice
engañ á ndole para que cayera en ese agujero. Yo sabía que era tonto, y murió por su
estupidez. Y, de alguna manera, creí que era un genio comparado con ellos.
Pequeñ as nubecitas de humo blanco se elevaron como un velo entre Ganner y Jacen
mientras el noghri cerraba la otra herida.
—Ha sido una tontería por mi parte pensar que era un genio en comparació n con los
yuuzhan vong. Llevo pensando así mucho tiempo, a diferencia de otros Jedi. Tu tío, Corran,
Kam, los demá s, no pertenecen a nuestra generació n de Jedi. Conocieron el Imperio,
lucharon contra él o estuvieron a su servicio. Son mayores. No conocen la Fuerza como
nosotros, no recibieron la formació n que hemos recibido nosotros.
Con una inclinació n de cabeza, dio las gracias al noghri, que ya estaba guardando el
cauterizador.
—Krag Val me hizo pagar por mi arrogancia como nadie lo había hecho antes. Y podían
haberlo hecho. Tu tío podía haberme dejado por los suelos. Corran podía haber sido má s
desagradable, pero yo me tomé su amabilidad como un signo de debilidad. Hasta llegué a
burlarme del hijo de Corran. Me porté como un idiota y Corran lo aguantó porque la misió n
que nos asignaron era má s importante que sus sentimientos.
Ganner suspiró .
—Así que me quedará cicatriz, y me la he merecido. El viejo Ganner tenía un rostro perfecto
para una actitud perfectamente arrogante. Pero eso se acabó . Cada vez que me mire al
espejo recordaré que ese Ganner murió en Garqi, y que yo ocupo su lugar.
El tono de frialdad en la voz de Ganner hizo que Jacen sintiera un escalofrío. Quiso
protestar, decirle a Ganner que no necesitaba un rostro desfigurado para recordar la clase
de persona que debía ser. Pero no podía articular palabra. Cuando crecemos cambiamos
físicamente. Quizá Ganner necesite este cambio, no pararecordar quién debería ser, sino en
señal de lo que ha llegado a ser. Mi tío perdió unamano del mismo modo. ¿Qué me pasará a
mí?
Ganner suspiró .
—Y ahora, si no te importa…
Jacen parpadeó .
—¿Qué?
—El sedante. Ahora sí lo quiero.
Jacen frunció el ceñ o.
—Pero podrías haberlo tomado antes, para facilitar todo.
—No quería facilitarlo, Jacen. Quería que fuera memorable —sonrió y cerró los ojos—.
Despiértame cuando estemos de nuevo a salvo.
Jacen le introdujo el inyector y le administró una dosis completa de sedante. Sonrió al ver a
Ganner relajá ndose. Esperemos, Ganner, que llegue el momento en que estemos de nuevo a
salvo.
***
Wedge Antilles estaba junto al almirante Kre’fey en el puente de mando del Ralroost.
Ambos contemplaban la pantalla frontal y el brillante punto del sistema que era Garqi.
Parecía muy lejano, pero un simple salto en el hiperespacio podía llevar la nave hasta allí en
un instante.
Y meternos de cabeza en una emboscada. Wedge negó con la cabeza lentamente.
—¿Tú crees que nos está n esperando?
El almirante bothan se encogió de hombros, nervioso.
—Todavía hay muchas cosas que desconocemos de ellos, Wedge. Sabemos que si
mandamos un mensaje desde aquí a Garqi tarda tres minutos y cuarto está ndar en llegar a
los nuestros. No sabemos si los yuuzhan vong tienen medios para comunicarse má s
rá pidamente. Hará unas doce horas nos llegó un mensaje de Corran solicitando la recogida.
Puede que los yuuzhan vong hayan reaccionado ante su operació n y hayan pedido apoyo.
¡Babas de sith!, ni siquiera sabemos si los yuuzhan vong pueden viajar por el hiperespacio
como nosotros, o si son má s rá pidos que nuestras naves. Ni siquiera sabemos lo cerca que
está n de Garqi, o cuá l puede ser su tiempo de reacció n.
—De vivir se aprende…
Los colmillos de Kre’fey relucieron cuando sonrió .
—Si vivimos, aprenderemos —sin mirar atrá s, gruñ ó una pregunta—. Sensores, ¿no hay
ninguna lectura anó mala en el sistema?
—No, almirante, todo está dentro de la normalidad. Las lecturas de la fluctuació n
gravitatoria no indican ningú n incremento de masa oculto cerca de las lunas o los
cinturones de asteroides. Si los yuuzhan vong tienen naves escondidas, han de ser muy
pequeñ as.
—Gracias, sensores —el bothan se dio la vuelta e hizo un gesto con la cabeza al oficial de
vello oscuro del panel de comunicaciones—. Teniente Arr’yka, envíe un mensaje al coronel
Horn. Dígale que hemos venido a recogerle. Solicite que transmita durante la salida los
informes que haya elaborado. Active una señ al repetidora de comunicaciones aquí para
captar y enviar la informació n en caso de que haya problemas.
—A sus ó rdenes, almirante.
El bothan albino miró a Tycho Celchu, que estaba en el centro de orden de operaciones de
vuelo.
—Coronel, sea tan amable de poner a los cazas en alerta.
—Enseguida, almirante.
Kre’fey se dio la vuelta, entrecerrando los ojos.
—Podría parecer que la decisió n de avanzar es difícil, pero la verdad es que no lo es. El
trato que hicimos con Horn y los suyos fue una ganga. Ellos se adentran en el peligro,
nosotros los sacamos de él. Y yo mantendré mi parte del trato.
—Creo que es lo que debe hacer, aunque haya quien pueda cuestionar esa decisió n en caso
de que los vong nos estén esperando —Wedge le dedicó una sonrisa sombría al bothan—.
Si bien es cierto que las críticas a posteriori siempre se basan en el exceso de imaginació n a
priori. Lo que deberíamos haber sabido se tomará como hechos que optamos por pasar por
alto.
—Si cree que estoy pasando algo por alto, há gamelo saber.
—Así lo haré, almirante —Wedge señ aló hacia Garqi—. Ahora mismo, lo ú nico que quiero
ver es el horizonte de Garqi y una nave acercá ndose hacia nosotros.
—Estoy de acuerdo. Timonel, ejecute la ruta de la trayectoria inversa primaria. Espabilaos
todos, tenemos unos héroes que rescatar.
***
Jaina Solo, enclaustrada en la cabina de su Ala-X, percibió con menos intensidad el
microsalto al interior del sistema Garqi que la sensació n de malestar de los miembros de la
tripulació n a los que no les gustaban los saltos. Mientras esas impresiones se disipaban,
recibió de inmediato una autorizació n de despegue, y aceleró a fondo. El caza salió
disparado por el tubo de lanzamiento y emergió al exterior por debajo del vientre del
Ralroost, situá ndose entre la nave y la rotante esfera de Garqi.
Jaina llevó el Ala-X al lado de babor de Anni Capstan, y ambas comenzaron a orbitar.
—Chispas, sensores al má ximo, filtro de características de vuelo de los vong.
El androide silbó a modo de respuesta.
Jaina se aguantó las ganas de emplear la Fuerza para ver si percibía a su hermano. Ya había
sufrido cuando el equipo de trabajo fue introducido en Garqi. Racionalmente, podía
comprender la necesidad de seguridad en la operació n, y recordaba la impresió n que
recibieron todos a bordo del Ralroost al pensar que el equipo había muerto. Gavin se
comportó correctamente con respecto a la tragedia, y la posterior revelació n de la verdad
creó un sentimiento de unidad entre la tripulació n y los pilotos. El hecho de no saber les
había unido, y emplear en este momento la Fuerza sería violar la confianza ganada.
El último informe decía que había heridos, incluido un Jedi. Sabía que no era su hermano.
Estaba segura de que cuando su gemelo muriera ella lo sabría, independientemente de lo
lejos que estuviera de él. Y sabía reconocer la enorme diferencia existente entre heridos y
bajas, pero en alguna parte de su mente pensaba que los Jedi eran, de algú n modo,
especiales, y no el tipo de héroes que caen en combate. Por ló gica, y basá ndose en la
historia Jedi reciente, sabía que eso no era estrictamente cierto, pero la imagen del
heroísmo en la tradició n Jedi le permitía aceptar a nivel emocional esa fantasía como cierta.
Ahora mismo la única posibilidad que debes tener en mente es la de acabar con unos cuantos
vong para que el Mejor Suerte pueda volver a casa. Comprobó los sensores, pero seguían
limpios.
—Nada por aquí, Uno.
Anni Capstan, su compañ era de vuelo, informó en la frecuencia tá ctica del escuadró n.
—Aquí Doce. Tengo un contacto procedente de Garqi. Parecen ser los nuestros.
—Bien, aguantad ahí.
Jaina estaba a punto de pedir a Chispas que contactara con Anni, cuando el androide soltó
un berrido. Su monitor del sensor primario se encendió mostrando un enorme contacto, y
luego otros má s pequeñ os, y todos ellos comenzaron a dividirse en contactos todavía
menores. Jaina alzó la mirada a través del cristal de la cabina y se le quedó la boca seca.
—¡Por los huesos negros del Emperador!
Los yuuzhan vong habían llegado, y con todo su potencial.
CAPÍTULO 21
C orran Horn pilotó el Mejor Suerte derecho hacia el Ralroost y le alegró ver a los Ala-X
saliendo de la nave bothan. Una sonrisa iluminó su rostro. Activó el sistema de
comunicació n de la nave.
—¡Ahí está ! Ya estamos en casa.
Oyó un grito ahogado de Jacen y percibió la angustia que brotaba repentinamente del joven.
—¡Mira eso! Corran, tenemos problemas.
—Gracias por la introducció n, Jacen; ahora, si no te importa, extiéndete un poco má s —
puso la suficiente firmeza en su tono para que Jacen volviera a concentrarse—. ¿Cuá ntos,
qué y dó nde?
—Lo siento, Corran —Jacen exhaló bruscamente—. Tengo uno grande, siete pequeñ os y
coralitas por todas partes, al menos sesenta y cuatro, pero cada vez llegan má s. Los
pequeñ os son del tamañ o de una corbeta, el grande es un crucero yuuzhan vong. Todos se
dirigen hacia nosotros. Su ritmo de avance indica que nos alcanzará n antes de que
lleguemos al Ralroost.
—Gracias. Supongo que debo darlas —Corran conectó con la frecuencia tá ctica del crucero
de asalto bothan—. Aquí el Mejor Suerte llamando al Ralroost. Podemos desviarnos y salir
de aquí. Marchaos.
—Negativo, Mejor Suerte, seguid acercá ndoos.
Corran reconoció la voz del almirante Kre’fey.
—Con todos mis respetos, señ or, aquí hay vong suficientes para formar un cinturó n de
asteroides. No vale la pena arriesgar el Ralroost por nosotros.
—A pesar de su humildad, coronel Horn, soy yo quien toma aquí las decisiones. Vengan lo
má s rá pido que puedan —el almirante bothan hizo una pausa—. Esto no nos coge
desprevenidos.
***
En su cabina del Orgullo Ardiente, con la má scara de cognició n conectá ndole al aparato
sensorial de la nave, Deign Lian dejó que se le pasara la sorpresa inicial que le había
provocado encontrar fuerzas de la Nueva Repú blica en Garqi. Había propuesto a Shedao
Shai una expedició n a Garqi, principalmente para comprobar los progresos de Krag Val en
el experimento de conversió n de esclavos. Basá ndose en informes de sus propios agentes
de la estació n de Garqi, quería demostrar que no se había eliminado del todo a la
resistencia, y así avergonzar a Krag Val poniendo en tela de juicio a su señ or.
Shedao Shai le había concedido permiso para la expedició n, pero exigiendo a Deign que
llevara consigo un nutrido séquito bélico. Las preguntas de Deign sobre el motivo de la
escolta recibieron una mirada por toda respuesta. Accedió a la petició n porque sabía que
sería un desperdicio de recursos que mancillaría el honor de Shedao Shai.
Y, de alguna manera, él lo sabía… Deign Lian se estremeció y se concentró en lo que pasaba.
Los sensores de la nave le proporcionaron una impresió n holográ fica del sistema y de las
naves. Su entrenamiento le permitió reconocer que la nave má s valiosa era la que escapaba
de Garqi y de sus fuerzas, aquella hacia la cual enviaban sus cazas los infieles.
La orden fue emitida a la vez que pensada. Sus fuerzas se orientaron hacia la pequeñ a nave
que huía de Garqi. Cogedla, destruidla y luego destruid al resto.
***
En el puente de mando del Ralroost, el almirante Kre’fey se alejó de la pantalla de
visualizació n cuando los escudos antiproyectiles comenzaron a cerrarse. Caminó hasta el
panel de comunicació n con paso firme, pero sin mostrar ansiedad, y sonrió a la bothan allí
sentada.
—Teniente, por favor, invite al Grupo Martillo a adoptar las posiciones designadas en Caso
Delta.
—A sus ó rdenes, almirante.
Mientras ella conectaba las frecuencias tá cticas adecuadas y empezaba a emitir ó rdenes,
Kre’fey se giró hacia Wedge.
—Vaya jueguecito que nos ha tocado…
—Nuestros refuerzos será n ú tiles, pero no bastará n.
—No intentamos ganar la batalla, Wedge, só lo algo de tiempo —Kre’fey señ aló hacia su
puesto en el puente—. Sensores, quiero una visió n holográ fica del sistema y que envíen
todos nuestros datos tá cticos a Coruscant mediante el satélite que estacionamos al borde
del sistema.
—Configurando, almirante.
—Bien, muy bien —una sonrisa de depredador se dibujó lentamente en su cara. Su
garganta dejó escapar un gruñ ido grave, apelando a una parte fundamental de su
mentalidad bothan. Era algo que solía disimular cuando trataba con humanos porque ellos
siempre lo veían como algo negativo en cuestiones de política bothan. Somos depredadores
por naturaleza, y ahora yo necesito utilizar esa naturaleza.
—Quédate aquí conmigo, Wedge Antilles —las palabras de Kre’fey resonaron graves,
procedentes de sus mismas entrañ as—. Quizá no pretendamos a matar a estos yuuzhan
vong, pero podemos hacerles dañ o, y eso ya es bastante.
***
Jaina describió un giro a babor con su Ala-X, desviá ndose luego a estribor. Siempre a babor
de Anni, las dos iniciaron una serie de disparos contra un escuadró n de coralitas.
—Cuando tú digas, Doce.
Anni hizo doble clic en el intercomunicador a modo de respuesta. Ambas ajustaron la ruta,
virando un poco má s a estribor, y se acercaron a un escuadró n de seis cazas enemigos que
acechaba al Mejor Suerte. Con una llamarada azul, el Ala-X de Anni lanzó un torpedo de
protones. Una milésima de segundo después, un segundo misil salió disparado del caza.
Jaina entrecerró los ojos.
Si esto funciona…
El primer torpedo de protones se acercó al grupo de coralitas, que respondió generando
vacíos que se tragaron el misil antes de que colisionara contra ellos. Imitando una tá ctica
que demostró ser efectiva en la batalla de Dantooine, la Nueva Repú blica había programado
la detonació n prematura de los torpedos de protones si detectaban una anomalía
gravitatoria, que es lo que hizo el misil.
Los coralitas se encontraron dirigiéndose de cabeza a una titá nica nube de energía. Eso
destrozó la formació n. Los pilotos yuuzhan vong se dispersaron como pá jaros, haciendo
virar sus naves en á ngulos cerrados. Algunos volaron por debajo y otros volvieron al
ataque. Dos de ellos se separaron y ascendieron, demostrando así la eficacia de la nueva
tá ctica.
El problema inherente al diseñ o de los coralitas estribaba en que los dovin basal que
manipulaban las ondas de gravedad para proporcionarles impulso también eran los que
generaban los vacíos defensivos. Los investigadores de la Nueva Repú blica se dieron cuenta
de que la capacidad de maniobra de los cazas enemigos se veía mermada cuando se
creaban los vacíos. Por tanto, los pilotos del Escuadró n Pícaro habían llegado a la
conclusió n de que pasaría lo mismo al revés.
El segundo torpedo de protones alcanzó a dos de las naves que huían, y explotó . Un coralita
se desvaneció en la resplandeciente detonació n. El otro encajó parte de la explosió n por el
lado de babor, y el coral yorik se derritió , exponiendo la cabina al vacío. La nave rocosa dejó
de volar con direcció n o propó sito definido y se precipitó hacia Garqi como los demá s
desechos interestelares.
Jaina situó la retícula sobre el caza yuuzhan vong má s cercano y apretó el gatillo de rá fagas.
Su lá ser cuá druple escupió cientos de dardos luminosos sobre el objetivo. Un pequeñ o
vacío los absorbió , pero éste quedó colapsado enseguida y los demá s disparos agujerearon
el abrupto exterior del caza. En cuanto vio que los dardos habían dado en el blanco, Jaina
apretó el gatillo principal, soltando sobre el coralita una carga cuá druple completa.
Los chispeantes rayos carmesí fueron a parar a la nave enemiga, cubriendo el morro con
tanta energía que desprendió una cegadora luz blanca. La roca derretida comenzó a ceder,
desmembrá ndose como si fuera carne muerta. El coralita trazó un lento giro, y fue
sacudiéndose y estremeciéndose a medida que apagaba la vida de los dovin basal.
Anni soltó un rá pido disparo que dañ ó al otro caza, pero sin destruirlo, y entonces Jaina y
ella se encontraron al otro lado de la formació n yuuzhan vong. Jaina, que contemplaba
concentrada los monitores, emprendió otro vuelo de asalto con su caza. La batalla se había
recrudecido encima de ella, los Ala-X y los coralitas giraban, viraban e iban de un lado a
otro en caó tico frenesí. La tá ctica del torpedo de protones había demostrado ser tan ú til en
el primer pase, que ahora generaba las mismas posibilidades de destruir tanto al enemigo
como al aliado.
Volvemos a las tácticas convencionales.
Má s allá de los cazas, las naves grandes iniciaban su ofensiva. Las dos naves escolta del
Ralroost, un par de destructores estelares clase Victoria, aparecieron encima y debajo del
crucero yuuzhan vong, lanzando cargas de misiles de impacto y acribillando a la formació n
enemiga con fuego de turbolá ser. Naves yuuzhan vong del tamañ o de corbetas
interceptaron muchos misiles y disparos antes de que llegaran al crucero, ofreciendo una
esfera externa de defensa. Sus disparos de respuesta a las fuerzas de la Nueva Repú blica
eran repelidos por los escudos, pero esos escudos no aguantarían mucho tiempo.
Jaina sintió un escalofrío. Si esto fuera una simulación, sería obvio que nos han superado.
Sería el momento de cortar y huir. Suspiró. Pero no es una simulación. No podemos huir, no
podemos ganar. Así que sólo nos queda la esperanza de causarlestantos daños que la victoria
tampoco sea suya.
***
Deign Lian sonreía en la profundidad de las entrañ as de su nave. La aparició n de los
refuerzos de la Nueva Repú blica le había sorprendido, pero un rá pido aná lisis de la
situació n reveló que su intervenció n só lo alargaría el tiempo que tardarían en matarlos.
Aunque sus coralitas habían sufrido má s dañ os de los esperados, y aunque las naves recién
llegadas habían desplazado má s cazas mecá nicos al combate, seguían superando en
nú mero al enemigo. Ademá s, sus naves grandes eran má s numerosas y má s potentes.
Dirigió sus ataques a una de las pequeñ as naves de la Nueva Repú blica. Los cañ ones
yuuzhan vong vomitaron chorros de plasma sobre ella, despedazando sus escudos. La
esfera de protecció n de la nave enemiga empezó a debilitarse. Una o dos rá fagas má s y sus
escudos cederían, y los disparos derretirían la cubierta de la nave enemiga, liberá ndola de
su blasfema parodia de la vida.
Y cuando llegue ese momento, acabaré con el resto. El líder yuuzhan vong sonrió despacio. Los
guerreros alabarán mi victoria. Mi posición será tal que cuando mi señorfalle, sólo habrá una
opción para sustituirle.
***
El almirante Gillad Pellaeon contempló la imagen holográ fica de la batalla que se
desarrollaba en el corazó n del sistema Garqi, sentado en el mismo lugar donde el gran
almirante Thrawn había capitaneado el Quimera. Se atusó el bigote con la mano izquierda y
pulsó el botó n de comunicació n del asiento de mando con el índice de la derecha.
—Armamento, ¿está n listos los Clavo?
Su oficial de mando de combate respondió afirmativamente.
—Confirmado, almirante.
—Bien. Timonel, cinco segundos para el salto. Posiciones del informe Gamma. Dile a Clavo
Uno que tiene vía libre para saltar al punto nueve.
—A sus ó rdenes, almirante.
Pellaeon soltó el botó n de comunicació n y se apoyó en el respaldo, juntando las manos.
Llevaba décadas soñ ando con encontrarse con naves de la Nueva Repú blica en una posició n
igual de comprometida. Había pensado en planificar una emboscada, tal y como había
hecho aquí, para luego ejecutarla. Sonrió al imaginar su sorpresa.
—Sí que se llevará n una sorpresa, creo yo —asintió lentamente—. Y nuestros objetivos
también.
***
Corran precipitó en picado al Mejor Suerte, y alzó el morro describiendo medio bucle antes
de dar la vuelta y virar hacia babor para descender. Los sensores seguían mostrando a dos
coralitas en la cola de su nave. Sus maniobras estaban evitando que pudieran dispararlos
con precisió n, pero los yuuzhan vong le estaban alejando poco a poco del Ralroost.
—Jacen, ¿te queda sedante en ese inyector?
—Ganner consumió lo ú ltimo que quedaba. ¿Por qué?
—Bueno, siempre me gustó pensar que moriría dormido —Corran soltó una carcajada—.
Só lo para que lo sepas, chico, me has impresionado en esta misió n. Quizá no signifique
mucho cuando seamos á tomos liberados en el espacio, pero…
—¡Babas de sith!
—No creo que mi comentario mereciera un juramento por tu parte…
—No, Corran, recibimos numerosos contactos nuevos. Tengo dos destructores estelares,
uno clase Imperial y uno clase Victoria. Y muchas cosas má s. Los identificadores los
clasifican como fuerzas del Remanente Imperial.
Corran sonrió .
—Que sepan que estamos de su lado, Jacen. Aguanta un poco. Quizá salgamos de ésta
después de todo.
***
Chispas chirrió cuando docenas de contactos con cazas se dispersaron por todas las
pantallas sensoras de Jaina. La joven se lanzó a babor y miró su monitor. Las naves no se
parecían a nada que hubiera visto antes. Tenían una cabina semejante a un caza TIE, con el
doble motor ió nico en la parte trasera. Pero, a diferencia de los TIE, tenían cuatro brazos
que salían de la unió n del motor y de la cá psula hacia arriba y hacia delante, como si fueran
dedos cerrá ndose sobre la cabina, dispuestos de tal forma que recordaban ligeramente a la
posició n de combate de un Ala-X.
Un sonido agudo se abrió paso en la unidad de comunicació n, y cobró forma de voz
humana.
—Despejad la pista, Pícaros. Ahora son nuestros. Clavo Uno fuera.
¿Qué? ¿Quién? Jaina se quedó petrificada cuando los cazas como garras le pasaron de largo.
Eran tres grupos de cuatro, agrupados en formació n cerrada. Giraban y se movían como si
los pilotos compartieran un mismo cerebro, con tal precisió n que Jaina se quedó sin
respiració n. Sus armas escupieron rá fagas de disparos verdes, y luego soltaron tandas
dobles que golpearon a los coralitas con increíble exactitud. Las cabinas enemigas se
convirtieron en volcanes. Los dovin basal hirvieron y explotaron. Los cazas enemigos
cayeron ante la embestida de los treinta y seis desgarradores que acababan de aparecer en
el sistema y se adentraban en combate.
Los dos destructores estelares que habían aparecido al mismo tiempo cambiaron el signo
que llevaba la batalla de las grandes naves. Una se interponía entre el enemigo y el Alba de
Tanaab, que había sufrido dañ os. Había perdido los escudos y se habían declarado una
docena de incendios en sus cubiertas. El nuevo destructor estelar clase Victoria, el Cosecha
Roja, rechazó todo el fuego procedente de los yuuzhan vong, mientras empleaba su propio
armamento para destrozar una de las corbetas enemigas.
La otra, el Quimera, se unió al Ralroost en su enfrentamiento contra el crucero yuuzhan
vong. La nave enemiga desató una plaga de anomalías gravitatorias que consiguió absorber
todos los ataques, pero que acabó con casi toda la capacidad de maniobra de la nave.
Pueden mantenernos a raya de esta manera hasta que los dovin basal se cansen, y no tenemos
ni idea de cuánto tiempo puede ser eso.
—Pícaro Uno a todos los Pícaros, se ordena la retirada. Regresamos al Ralroost. Hemos
conseguido nuestro objetivo y volvemos a casa.
Jaina pestañ eó y se adentró en la Fuerza. Sintió la presencia de su hermano, a salvo y de
una pieza, en el Ralroost. Ahora sí que podemos volver.
Comprobó las pantallas sensoras y frunció el ceñ o. Los coralitas eran pocos y se alejaban,
todos en direcció n al crucero yuuzhan vong. Los desgarradores describían intrincadas
trayectorias en lo que había sido el campo de batalla, y algunos de ellos escoltaban a los
Ala-X a la nave bothan. Una pequeñ a formació n se separó y se acercó , colocá ndose entre
Jaina y Anni.
—No os preocupéis, Pícaros, ya está is con nosotros. Os llevaremos a casa sanos y salvos.
El paternalismo de la voz de Clavo Uno hizo que Jaina rechinara los dientes.
—¿Quiénes sois?
—Simplemente los mejores pilotos de combate de la galaxia —un zumbido de ruido de
fondo chispeó por un instante en el canal—. Somos una falange de la Casa Chiss, cedidos a
la Nueva Repú blica temporalmente por mi padre, el general baró n Soontir Fel.
CAPÍTULO 22
L o que Shedao Shai vio en la superficie de Garqi no le gustó nada. Había divisado una
cicatriz ennegrecida en la tierra durante su descenso al planeta a bordo de un
transbordador, pero andar sobre ella só lo aumentaba su magnificencia. El carbó n
crujía bajo sus pisadas. El seco aroma de la madera quemada le llenaba la nariz, y, de vez en
cuando, le llegaba también un toque de carne chamuscada.
Aliviado por el hecho de que la má scara que llevaba ocultaba su asco y su sorpresa, Shedao
Shai contempló desde arriba al subordinado que yacía postrado ante él. Colocó
cuidadosamente el pie sobre el cuello de su inferior.
—Dices, Runck Das, que Krag Val luchó valientemente aquí antes de morir. ¿Qué razó n hay
para que no murieras con él?
Runck escupió ceniza por la boca.
—Comandante, Krag Val me ordenó que me quedara atrá s, preservando la informació n
para ofrecérosla, protegiéndola de otros ataques de la resistencia. Yo quería estar aquí para
protegerlo, pero me ordenaron quedarme atrá s.
Deign Lian soltó una risita desde la izquierda de Shedao.
—Si obedeces una orden idiota, lo ú nico que haces es revelar tu verdadera naturaleza de
idiota.
La mano del líder yuuzhan vong se alzó de inmediato. Los dedos rígidos chocaron contra la
garganta de Lian, que soltó un jadeo seco. El subordinado se tambaleó hacia atrá s y se llevó
las manos al cuello. Pero se detuvo, cerrando los puñ os, y volvió a aflojarlas, colocá ndolas
de nuevo una a cada lado. Lian cayó de rodillas e inclinó la cabeza.
—Pido… perdó n…, señ or.
Shedao Shai miró a Lian con frialdad y volvió a centrar su atenció n en el yuuzhan vong que
tenía a sus pies.
—¿Qué pasó aquí? Cuéntamelo todo.
Runck clavó los dedos en el suelo.
—Só lo podemos basarnos en conjeturas y en el testimonio de unos chazrach que
consiguieron escapar.
—¿Y cuá les son tus conjeturas?
Se pasó la lengua gris por los labios para quitarse la ceniza.
—Krag Val, como era de esperar, retó al líder enemigo. Hoja de Plata no respondió . Hoja
Amarilla sí que lo hizo, y entonces uno de los otros, que no era jeedai, atacó . Krag Val
derribó al primero, después a Hoja Amarilla. El tercer jeedai le asestó un golpe. Hoja de
Plata se enfrentó a otros y debió de acabar con ellos. Nuestros esclavos se dispersaron y
huyeron. El enemigo quemó el terreno, consumiendo los cadá veres de los suyos y de los
nuestros.
La mano derecha de Shedao Shai se cerró en un puñ o. Se golpeó el muslo protegido por la
armadura, abriendo la mano lentamente, dedo por dedo.
—Y cuando llegaste aquí, el incendio se había expandido. ¿No encontrasteis la forma de
seguirlos?
—No, líder, no pudimos hacer nada.
—Mal, Runck del Dominio Das —Shedao Shai apoyó todo su peso en el cuello de su
subordinado, y giró el pie, separando la cabeza del tronco—. Pudisteis ser má s rá pidos.
Echó una rá pida mirada a Deign Lian. Su subordinado dudó un momento y empezó a
tumbarse en el suelo.
—No seas idiota, Deign Lian —el líder yuuzhan vong dejó el cuerpo de Runck sufriendo sus
ú ltimos estertores y se situó junto a su subordinado—. ¿Qué has aprendido al ver escapar a
tu presa?
Los ojos de Deign Lian estudiaron el suelo ennegrecido.
—Que los infieles son astutos. Nos tendieron una trampa. Si no hubiera insistido…
Shedao Shai le dio una patada en el pecho, haciéndole caer sobre el costado izquierdo, en
medio de una nube negra de polvo.
—Si eso es lo que has aprendido, es que no eres má s listo que Runck.
—Pero, líder…
—Piensa, Lian, pero piensa de verdad —Shedao abrió lentamente sus enguantadas manos
—. ¿Ves este desastre a tu alrededor y lo ú nico que te sugiere es astucia? Analiza la batalla
en la que participaste. La verdad es obvia.
—Lo he intentado, comandante.
—No lo suficiente, Lian —Shedao reprimió el escalofrío que le produjo la incompetencia de
su subordinado—. Ellos llegan y se disponen a rescatar a los jeedai. Tú llegas y te dispones
a impedírselo. Tu fuerza es superior. Entonces ellos traen refuerzos en dos tandas. El
retraso de la segunda tanda no les proporciona ventaja tá ctica. Una de sus naves sufrió
graves dañ os por el retraso. Y lo que es má s, teniendo en cuenta por dó nde apareció la
segunda tanda en el sistema, hay pocos puntos desde los que pudieran llegar. Pocos de esos
puntos permiten un acceso có modo a la Nueva Repú blica, pero no así al Remanente
Imperial.
El líder yuuzhan vong caminó lentamente, rodeando a su asistente.
—Y, lo que todavía es má s importante, ni siquiera la llegada de estas fuerzas fue suficiente
para vencerte y alejarte del planeta. Se llevaron a los jeedai y se retiraron. Mi suposició n es
que la segunda tanda procedía del Remanente Imperial, que estaba aquí por razones
propias y que decidió intervenir.
Lian asintió despacio.
—La sabiduría de mi señ or no tiene límites.
—Sí así fuera, te habría enviado con má s naves. Habría estado aquí en persona.
El asistente alzó la mirada.
—¿Có mo supisteis que teníais que enviar naves conmigo?
Shedao Shai se detuvo un momento.
—La aparició n de aquella nave de la Nueva Repú blica no tenía sentido. Si querían realizar
una incursió n de investigació n en Garqi podían haberse quedado en el límite del sistema
mientras los cazas se acercaban, recogían datos y se retiraban. É se fue su patró n de
actividades en Sernpidal. La ú nica razó n para que estuvieran aquí era que tenían que
recuperar la nave que supuestamente había caído. El aná lisis del lugar de la colisió n nos
demostró lo que ya sabíamos.
—No alcanzo a entender…
—Ya lo sé —Shedao Shai soltó una risa burlona—. Ni tú , ni aquellos que investigaron los
restos de la nave. Tenían tanto miedo de verse mancillados que pasaron por alto lo obvio.
¿Por qué íbamos a encontrar restos de la tripulació n en una nave estrellada, cuando podían
utilizar las cá psulas de escape?
—Pero no había rastro de cá psulas de escape…
—Así es, no los había —el líder yuuzhan vong se frotó las manos—. Ahora sabemos que la
nave de escape estaba escondida dentro de la que cayó , y que los restos bioló gicos
encontrados eran un cebo, una artimañ a elaborada.
—¿Pero por qué?
—Lian, ¿có mo puedes ser tan imbécil? —Shedao Shai abrió los brazos—. Estamos justo en
medio de la razó n. Ahora vete y averigua cuá l fue. Averigua por qué destruyeron este lugar.
Los caídos en este sitio te lo exigen. No les falles a ellos, o a mí.
—A sus ó rdenes, señ or.
Shedao Shai dio la espalda a Lian y esperó a que los pasos de su ayudante se alejaran, antes
de darse la vuelta de nuevo para contemplar su sombra dorada y silenciosa.
—¿Y a ti qué te parece esta destrucció n, Elegos?
El caamasiano se encogió de hombros con todo el cuerpo.
—Esto era un jardín. No tenía valor militar. Les siguieron hasta aquí, se produjo el
enfrentamiento. Dañ os colaterales.
El yuuzhan vong soltó una risita profunda.
—¿De verdad crees que me puedes engañ ar de esa forma?
—¿De verdad crees que quiero engañ arte? —Elegos abrió los ojos inocentemente—. Si
Deign Lian no puede saber por qué se quemó este sitio, a pesar del tiempo que lleva aquí,
¿có mo voy a averiguarlo yo en una hora de investigació n?
Shedao Shai comenzó a recorrer lentamente la cicatriz carbonizada e indicó a Elegos con la
mano que le acompañ ara. Cuando el alienígena le alcanzó , se le quedó mirando.
—¿Có mo es que toleras su compañ ía, Elegos? Eres reflexivo y pacífico. Ellos no. Lo veo aquí.
Lo vi en el planeta Bimmiel. ¿Có mo aguantas estar al lado de unas criaturas sin honor?
Elegos frunció el ceñ o.
—¿Sin honor? La Nueva Repú blica arriesgó mucho para poder rescatar a los que había
enviado aquí. Eso es una muestra de honor.
—Sí, puede que sí, pero palidece en comparació n con otras cosas —Shedao Shai estiró las
manos y las abrió —. Como tú has dicho, este lugar no tenía valor militar, pero lo
destruyeron. ¿Por qué? Y esa misió n de la que hablas. Cogieron cadá veres y los utilizaron
para no tener que aterrizar una nave.
—Hasta tú crees que el cuerpo es una nave, comandante Shai; eso lo he aprendido de ti.
Shedao Shai se dio la vuelta y señ aló a Elegos.
—Sí, pero es una nave sagrada. Debe honrarse y cuidarse. Nosotros tenemos modos,
rituales, que muestran el respeto por todo lo que significa un ancestro caído. He
compartido contigo los resultados de esos rituales. Aquí…
El líder yuuzhan vong sintió que las manos le temblaban de la ira. Pensó en ocultarlo por un
momento, pero no lo hizo.
—Aquí, los cadá veres fueron calcinados en el mismo sitio donde cayeron. No se les
enderezaron las articulaciones. No colocaron juntos a los camaradas. Se les trató como si
fueran basura, y no só lo a los nuestros. Eso podría entenderlo de alguna forma, ¿pero los
suyos?
—El tratamiento que recibieron los cadá veres yuuzhan vong puedes achacarlo a la
ignorancia —Elegos se agachó junto a un esqueleto carbonizado—. Y el que recibieron sus
propios cadá veres, probablemente se deba a la urgencia. Nosotros también honramos a los
muertos cuando es posible. Con vuestras fuerzas reuniéndose, era obvio que no era posible.
—Podría ser como tú apuntas. He aprendido mucho de ti, pero ahora necesito saber una
cosa má s.
Elegos alzó la mirada, con el sol brillando en su vello dorado.
—No creo que haya má s que pueda contarle, comandante Shai.
—Oh, claro que sí —el yuuzhan vong juntó los puñ os—. Al oír mencionar al jeedai llamado
Hoja de Plata temblaste de forma casi imperceptible. Cuando mencioné Bimmiel también
pareciste reconocer algo. Debo suponer que conoces a ese jeedai, Hoja de Plata.
—Nunca he negado que conociera a los Jedi.
—Pero a Hoja de Plata le conoces muy bien.
El caamasiano asintió y se enderezó .
—Su nombre es Corran Horn.
—Koren Horn —Shedao Shai dejó que las palabras recorrieran su boca. Las asoció al sabor
de la sangre jeedai de Bimmiel—. No me dijiste que fue él quien mató a los míos en
Bimmiel.
—No me lo preguntaste.
—Si te pones así, Elegos, es porque no só lo le conoces, sino que te importa. ¿Intentas
proteger a tu amigo de mi ira?
El caamasiano alzó la barbilla, exponiendo la garganta.
—Quizá , comandante Shai, sea a usted a quien protejo.
—É l te importa y temes por él —Shedao se dio unos golpecitos con el dedo en la barbilla de
su má scara de guerra—. Tu lealtad es encomiable, pero ¿có mo puedes ser leal a alguien tan
lamentable? No lo puedo comprender. Tú eres demasiado sabio para eso.
—Corran no es un idiota, ni es lamentable, a pesar de tus interpretaciones de lo que está s
viendo aquí —Elegos se llevó las manos a la espalda—. Ningú n Jedi es estú pido, ni la
mayoría de los líderes de la Nueva Repú blica. Te basas demasiado en su ignorancia con
respecto a los yuuzhan vong, y te dejas llevar por lo poco que entiendes de ellos.
—Pero, Elegos, tú me has enseñ ado bien. Entiendo muchas cosas de ellos.
El caamasiano se atrevió a esbozar una sonrisa.
—Y por el tiempo que he pasado contigo, algo he comprendido de vosotros. Incluso he
llegado a pensar que podríamos llegar a algú n acuerdo. Esta guerra no tiene por qué durar
siempre.
—No, yo no querría eso —Shedao Shai cruzó los brazos sobre el pecho—. Si iniciara el
diá logo, necesitaría un enviado en el que pudiera confiar a ciegas. Y no lo tengo entre los
míos.
Elegos entrecerró los ojos.
—Yo podría ser tu embajador.
—Lo cierto es que es una idea excelente —Shedao Shai asintió despacio, se dio la vuelta e
indicó a Elegos que le siguiera—. Ven. Te prepararé para enviarles un mensaje a estos
jeedai. Un mensaje que, sin duda alguna, entenderá n.
CAPÍTULO 23
A unque la paz con el Remanente Imperial duraba ya seis añ os, Corran sintió que algo
no iba bien al contemplar al almirante Gillad Pellaeon entrar en la sala de
reuniones del Ralroost. El almirante Kre’fey le saludó amablemente, dá ndole la
mano. El almirante imperial saludó al Maestro Skywalker con una inclinació n de cabeza y
se giró para sonreír a Corran.
—He podido analizar su informe inicial de Garqi. Buen trabajo.
Corran parpadeó y asintió .
—Jacen Solo preparó el informe, yo só lo corregí algunas faltas. Pero se lo diré de su parte.
—Por favor, há galo —Pellaeon tomó asiento frente a Corran en la mesa de reuniones con
forma de rombo. Eso dejó al almirante Kre’fey presidiendo, con el Maestro Skywalker a su
derecha y Corran a la derecha de éste—. En menuda situació n nos encontramos.
Kre’fey se sentó .
—Así es, y a varios niveles. No tengo palabras para agradecerle su oportuna intervenció n.
Los informadores que tienen en la Nueva Repú blica son muy eficaces.
—No tan eficaces como usted piensa —el oficial imperial se apoyó sobre los codos,
extendiendo las palmas de las manos sobre la superficie de la mesa negra—. Podemos
hablar sin tapujos, y tendremos que hacerlo antes de que lleguen los políticos. Traje mis
fuerzas hasta aquí cuando tuve noticias de su incursió n abortada. Supuse que, o bien
habían conseguido introducir un equipo en el planeta, o bien había fracasado un intento
previo de evacuar al equipo. Eso sugería que en Garqi había algo de valor que podría
interesarme conocer, así que llevá bamos dos días esperando allí cuando ustedes llegaron.
—Los datos que recogimos podrían haber sido suyos de inmediato, independientemente de
la opinió n de mis superiores —Kre’fey se llevó una mano al cuello—. Y sí, hemos de hablar
sin tapujos porque los políticos van a complicarlo mucho todo.
Corran suspiró y se recostó en su asiento. El equipo de incursió n había saltado hasta el
borde del sistema de Garqi, donde se reunió con los imperiales, para luego trazar una ruta
directa hacia Ithor. El almirante Kre’fey pidió refuerzos, equipos científicos y tanto apoyo,
que la alarma había sonado en Coruscant. Ademá s de garantizarles el envío de todo lo
posible, les informaron de la inminente visita a Ithor de Borsk Fey’lya y varios senadores y
ministros de importancia. Y, una vez allí, sin lugar a dudas, comenzarían a interferir en lo
que realmente era una operació n puramente militar.
—No albergo esperanzas, almirante Kre’fey. Los moff se opondrá n a que les ayude a
defender Ithor, y sus líderes no querrá n tener fuerzas imperiales operando dentro de la
Nueva Repú blica —Pellaeon entrecerró los ojos—. No van a entender esto como nosotros.
La batalla por Ithor determinará el curso de la guerra contra los yuuzhan vong. Si ganamos
aquí, recibirá n un duro golpe y podremos hacerles retroceder. Si perdemos, no creo que la
Nueva Repú blica sobreviva, y tampoco el Espacio Imperial.
—Son circunstancias difíciles, no cabe duda —el bothan le miró fijamente—. Debería saber,
almirante, que no tenemos acceso a ninguna de las antiguas superarmas del Imperio. Los
informes sobre su destrucció n son auténticos, independientemente de lo que digan los
rumores.
Pellaeon sonrió .
—Nosotros tampoco tenemos. Pero casi mejor, porque esas armas no eran buenas en el
terreno defensivo.
—Y el hecho de que el Remanente las introdujera en la Nueva Repú blica, por la razó n que
fuera, sería del todo intolerable —Kre’fey asintió —. La defensa de Ithor ya será difícil de
por sí misma, sin superarmas de por medio.
—Es cierto, esto no va a ser fá cil —Luke se pasó una mano por la boca—. Tenemos un par
de problemas en Ithor. El primero es de índole científica. Podemos obtener muestras de los
á rboles bafforr y del polen producido en Garqi, pero los á rboles tardan añ os en madurar y
producir el polen. Ni siquiera llevá ndonos muestras y plantá ndolas por toda la Nueva
Repú blica podríamos producir todo el polen necesario en menos de unas décadas.
Corran frunció el ceñ o.
—Pero los ithorianos son conocidos por su capacidad para la clonació n y la manipulació n
genética de vegetales. Mi abuelo mantiene una fluida correspondencia con ellos en relació n
a ese asunto. Es probable que puedan sintetizar el polen que necesitamos.
Una mueca se dibujó en el rostro del Maestro Jedi.
—Eso nos lleva al segundo y má s difícil problema al que nos enfrentamos, ademá s de si el
polen sintético será tan efectivo como el auténtico. La sociedad ithoriana se basa en una
religió n que adora la jungla, el mundo y la vida. Si les pedimos que generen algo para usarlo
como medicamento, algo que prolongue la vida, lo hará n sin pensarlo. Pero les vamos a
pedir que manipulen algo vivo para crear un arma. No aceptará n.
Kre’fey arqueó una ceja.
—¿Y no hay forma de apelar a esa decisió n?
Luke se agitó intranquilo.
—He hablado con Relal Tawron, el sumo sacerdote que sustituyó a Momaw Nadon como
líder de Ithor. El hecho de que los á rboles de Garqi soltaran polen para el combate implica
que nos permitirá n recolectar el polen y crear nuevos cultivos. Ellos ven lo ocurrido en
Garqi como que los á rboles consintieron en oponerse a los yuuzhan vong. Pero, sin
embargo, se muestra reacio a modificar o abandonar otros aspectos de sus creencias. Por
ejemplo, aparentemente, los ithorianos no permiten que nadie ponga el pie en Ithor.
Pellaeon negó con la cabeza.
—Dudo que los yuuzhan vong respeten esa norma.
—Relal lo sabe, y está dispuesto a ser lo má s prá ctico posible, pero eso requerirá que
hagamos concesiones por nuestra parte. Nuestro personal en tierra tendrá que ser
bendecido, tendrá que acatar ciertas restricciones.
El almirante bothan se apoyó en el respaldo.
—El sumo sacerdote ha de ser consciente de que, en el furor de la batalla, nadie se acordará
de las restricciones.
Luke asintió .
—É l no lo admitirá , pero yo pude percibir que lo sabía. Está en una posició n inestable. Los
ithorianos son pacifistas. La invasió n, e incluso la preparació n para la misma, podría ser
devastadora para la sociedad ithoriana.
Corran se echó hacia delante.
—Estamos todos de acuerdo en que la destrucció n del Jardín Xenobotá nico de Pesktda, en
Garqi, só lo nos hizo ganar tiempo. Los vong atacará n Ithor. Y dada la amenaza que eso
supone, puedo verles entrando en el sistema y utilizando dovin basals para agujerear el
planeta con asteroides. Un impacto só lido y todo morirá .
—Podemos proteger el planeta de eso —Pellaeon asintió —. Los asteroides tardarían tanto
en llegar que nos darían tiempo a destruirlos.
—También creo, Corran, que probablemente los yuuzhan vong quieran aprender algo de
Ithor, puesto que ven lo bioló gico del mismo modo en que nosotros vemos las má quinas —
Luke cerró los ojos un instante y los volvió a abrir—. El informe de lo que viste en Garqi
podría ser una muestra de lo que podrían hacer en Ithor.
—Eso es innegable, y no hemos tenido otro Sernpidal en esta segunda avanzadilla, por lo
que la cú pula de los yuuzhan vong parece estar enfocando las cosas de una manera má s
ló gica —el Jedi corelliano se encogió de hombros—. Entonces, ¿empleamos una defensa
está ndar? ¿Enfrentamiento espacial para dificultar la invasió n terrestre, y después los
combatimos a medida que vayan entrando en el planeta?
Kre’fey asintió .
—Yo preferiría detenerlos en el espacio, pero sería una idiotez no establecer una defensa
planetaria. Tenemos tropas de élite, tanto de la Nueva Repú blica como del Espacio
Imperial, que pueden tomar posiciones terrestres. Son suficientemente disciplinadas como
para funcionar dentro de los pará metros ithorianos, al menos hasta que empiece la batalla.
El almirante de la Nueva Repú blica miró a su homó logo imperial.
—Sin embargo, la decisió n es suya, almirante.
Pellaeon pareció sorprenderse.
—¿Disculpe?
Kre’fey sonrió lentamente.
—Usted es el oficial de má s edad aquí, tiene mucha má s experiencia que nosotros. Yo me he
enfrentado varias veces a los yuuzhan vong y nunca he obtenido una victoria limpia, así que
tampoco cuenta. Me gustaría que estuviese al mando de la defensa de Ithor.
Corran arqueó una ceja.
—Creo que a los políticos no les va a gustar nada esto.
El bothan hizo relucir los colmillos un instante.
—Podemos venderles bien lo de la defensa conjunta y todo eso, pero cuando llegue la
batalla quiero que sea usted quien esté al mando, almirante. Cuando llegue el momento ya
será demasiado tarde para que puedan objetar al respecto.
El almirante humano asintió lentamente.
—Y usted sería el segundo en la cadena de mando, por supuesto.
—Así es.
Pellaeon sonrió .
—¿Y después de usted? ¿El Maestro Skywalker?
El bothan miró a Luke.
—Los Jedi han luchado en tierra en Dantooine y en Bimmiel. ¿Tendrá n una funció n aquí?
Luke juntó las manos, y Corran percibió una impresió n lejana de dolor emocional
procedente de su Maestro. Los Jedi no eran una tropa de combate, pero su entrenamiento
en la lucha podía resultar muy ú til en Ithor. Y dado que Ithor era un planeta lleno de vida,
con gran presencia en la Fuerza, los Jedi estaban llamados a defenderlo. Aun así, las cosas
que se verían obligados a hacer estarían má s allá de la acció n estrictamente defensiva.
El Maestro Jedi miró a Corran.
—¿Tú qué opinas?
—Que indudablemente tenemos que colaborar con la defensa —suspiró Corran—.
Resumiendo, todo el planeta será un rehén. No sé si podremos hacer algo, aparte de matar
inocentes, lo cual sería propio del Lado Oscuro. Pero estoy seguro de que no habrá yuuzhan
vong inocentes en todo el planeta.
—¿Y si hay yuuzhan vong que se rindan? —preguntó Pellaeon.
Luke negó con la cabeza.
—Los esclavos que utilizan como tropas de aproximació n no pueden rendirse, y los
yuuzhan vong, bueno, digamos que me cuesta mucho imaginarles rindiéndose a nosotros.
—Tampoco creo que yo fuera a fiarme de los que se rindieran —el corelliano frunció el
ceñ o—. En Dantooine, ¿no fue Mara la que se enfrentó a unos cuantos que habían matado
civiles, y luego emplearon enmascaradores ooglith para tomar su apariencia y así poder
matar má s civiles?
El bothan dio un golpecito con la mano en la mesa.
—É sa es una buena pregunta. Tendremos que revisar las reglas normales de
enfrentamiento e informar a los nuestros de que los que se rindan no han de ser
respetados. No conocer a los yuuzhan vong, ni su cultura y sus tradiciones, dificulta en gran
medida la tarea de luchar contra ellos. Podemos hacer suposiciones, conjeturas, pero lo
cierto es que no tenemos ni idea.
Pellaeon sonrió .
—El gran almirante Thrawn sentó precedente con su costumbre de estudiar el arte de una
cultura como clave para comprenderla. No sé qué habría sacado él de los yuuzhan vong,
pero los pocos Chiss procedentes de las Regiones Desconocidas los combatieron con
muchas ganas.
—Sí, los Chiss con sus desgarradores —Kre’fey se pasó una mano por la nuca—. Tenga por
seguro de que en Coruscant no fue bien recibida la noticia de que había contingentes de
Thrawn sueltos por aquí. Estoy seguro de que muchos piensan que usted empleará a los
Chiss para construir un nuevo Imperio a partir de la Nueva Repú blica.
El almirante humano se encogió de hombros.
—Quizá lo hubiera hecho de saber que estaban aquí, pero yo no conocía todos los planes de
Thrawn. Cuando llamamos a filas a todos los agentes y tropas imperiales, donde quiera que
estuviesen, este contingente se presentó con saludos del baró n Fel, el padre del jefe del
escuadró n.
Corran negó con la cabeza.
—¿Quién lo hubiera dicho?
—Yo lo sabía —declaró Luke, en tono grave, tan bajo que Corran no estuvo seguro de
haberlo oído bien—. Cuando la crisis bothan, cuando fui a buscar a Mara, encontramos al
almirante Parck y al baró n Fel. Estaban supervisando unas obras ordenadas por Thrawn,
incluida una instalació n para clonar un sustituto de Thrawn. Dijeron que había conflicto
armado en las Regiones Desconocidas, que estaban rechazando a algo parecido a una
amenaza para el Imperio. Para nosotros no representaban una amenaza, por lo que revelar
la informació n sobre su existencia me parecía só lo ú til para entorpecer el proceso de paz.
Kre’fey parpadeó con sus ojos violetas veteados de oro.
—Si algunos ministros supieran que retuviste esa informació n, lo tomarían como la prueba
irrefutable de que intentas alzar una nueva hegemonía Jedi, y que pensaste que podrías
utilizar a los Chiss para ello.
Corran frunció el ceñ o.
—Eso es una tontería.
—Ya, lo sé, só lo te estoy diciendo lo que pasaría si se supiera. Con respecto a nuestro
propó sito, lo cierto es que nos viene bien tener ese flanco cubierto. Eso está bien —el
bothan miró a Pellaeon—. ¿Qué potencial militar calcula que podrá aportar?
—Mi personal está trabajando en la planificació n. Como mínimo, un grupo operativo.
Cuatro destructores estelares imperiales, ocho destructores estelares clase Victoria y varias
naves de apoyo. Podemos traerlas todas aquí o bien establecer una base en Yaga Minor
como apoyo a Garqi, ya que suponemos que partirá n de ahí.
Kre’fey asintió .
—Yo puedo reunir una fuerza similar, aunque algunas de las naves tendrá n que establecer
su sede en Agamar. Será n una amenaza para Garqi y, ademá s, servirá n de protecció n para
quienes escapen de los yuuzhan vong. En caso necesario podríamos hacer uso del
destacamento de Agamar, pero entonces el planeta caerá .
El corazó n de Corran dio un vuelco al oír las palabras del bothan. Por mucho que él quisiera
que las cosas fueran de otro modo, todo apuntaba a que Agamar sufriría un asalto yuuzhan
vong y sería conquistado. Quizá s esa conquista fuera incluso previa a la de Ithor, con lo que
los yuuzhan vong se asegurarían un perímetro todavía má s cercano. Pero la menor presió n
sobre Agamar podría acabar con las fuerzas de la Nueva Repú blica, por lo que no podrían
proceder a la defensa de Ithor. Los yuuzhan vong tenían que atacar Ithor y rá pido, antes de
que la Nueva Repú blica pudiera reforzarlo lo suficiente como para que no pudiera ser
tomado.
El auténtico problema que suponía la pérdida de Agamar era que eso aislaría
completamente al Remanente de la Nueva Repú blica, creando una ruta hiperespacial clave
entre ambos territorios. Y, aparte de Ithor, el planeta má s cercano de la Nueva Repú blica
sería Ord Mantell, pero ir de Yaga Minor a Ord Mantell no era fá cil y requería muchos saltos
pequeñ os, ademá s de mucho tiempo. Corran no estaba seguro de la ayuda que podría
brindar el Remanente a largo plazo en la lucha contra los yuuzhan vong, pero se sentía
inclinado a desear su presencia a largo plazo en el conflicto, puesto que acababan de
contribuir a salvarle la vida.
Pellaeon se encogió de hombros con rigidez.
—Es la típica situació n difícil para un militar. Sabemos dó nde ubicar nuestras fuerzas de
forma que sean má s efectivas. É sa es una decisió n racional basada en nú meros y aná lisis.
Ambos sabemos que Ithor es la clave. Los yuuzhan vong han venido en nú mero suficiente
como para tomarlo. Si quitamos las defensas en otro lugar, crearemos un objetivo
alternativo tentador. Alguien sufrirá para que otros no sufran. Podemos dar la mejor
respuesta segú n nuestros cerebros, pero no será la que nos dicte el corazó n.
Abrió los brazos de par en par.
—Tenemos unas dos semanas antes de que sus líderes políticos lleguen aquí, y me imagino
que los míos también vendrá n. En ese tiempo habrá que elaborar un plan en el que les
quede claro que estamos repartiéndonos responsabilidades y riesgos por el bien de todos.
Esto significa que haremos concesiones que no queremos hacer por razones políticas, que
es como ponernos grilletes en las manos para ir a la lucha. Es algo que me gusta todavía
menos que a ustedes, pero la alternativa es que nuestros líderes, enfrentá ndose unos con
otros, acaben imponiéndonos sus propios grilletes.
»Y yo prefiero los míos —los ojos del hombre relucieron—. Después de todo, si me ato es
porque sé que podré desatarme. Y en la batalla que se acerca, si no somos capaces de eso,
todo, tanto Ithor como la Nueva Repú blica como el Espacio Imperial, estará condenado a
desaparecer.
CAPÍTULO 24
J acen Solo se llevó las manos a la espalda. Había acudido a la llamada de su tío que pedía
que los Jedi se reunieran en una pequeñ a gruta en un nivel superior del Bahía de
Tafanda. Aunque podía percibir la presencia de Jaina en la ciudad ithoriana flotante, le
sorprendió un poco que no asistiera a la reunió n. Por lo que podía percibir de ella, supo que
estaba de nuevo en el simulador, y por un momento se resintió por el hecho de que el
escuadró n la separara de él y de los Jedi.
Allí, en pie entre Ganner y Anakin, Jacen se sorprendió a sí mismo pensando mal de su
hermana, y revisó sus propios sentimientos. Sintió un atisbo de celos, porque estaba claro
que a ella le encantaba volar con el Escuadró n Pícaro, y él estaba muy orgulloso de lo bien
que ella lo estaba haciendo como piloto. Jacen sabía que Jaina no iba a dejar de lado su
legado y su formació n Jedi, sino que estaba encontrando otra forma de ponerlo en prá ctica.
Siguiendo la tradición de Corran Horn de servir al escuadrón. Jacen miró entre la gente y vio
a Corran. Jacen había decidido llegar a ser el tipo de Jedi que eran Corran y Luke. Sabía que
había hecho un buen trabajo, un trabajo necesario, en Belkadan y en Garqi, pero seguía
persiguiéndole esa sensació n de insatisfacció n.
Los recuerdos de la matanza de Dantooine le indicaban cuá l podía ser el lado malo de esa
tradició n Jedi. Sabía que ninguno de ellos había tenido elecció n ante los yuuzhan vong.
Tuvieron que matar soldados o habría muerto mucha má s gente. Ellos jugaron un papel
defensivo, por lo que no había ni rastro del Lado Oscuro en sus acciones. Y, aun así, hubo
muchas muertes.
Jacen se vio de nuevo pensando en la cuestió n filosó fica a la que no encontraba respuesta.
Si la Fuerza era algo que abarcaba a todas las formas de vida, ¿podía justificarse, de alguna
forma, el asesinato? El Código Jedi afirma que la muerte no existe, sólo la Fuerza, pero la
muerte de miles de millones de seres en Alderaan y Carida bastó para enviar una ola de
devastación a través de la Fuerza. Y, si eso era cierto, ¿no tendrían también algú n efecto las
muertes en menor escala?
Estaba tan seguro de que no tenía respuesta para eso como de que la respuesta estaba en
alguna parte. Anakin le había sugerido que, en su bú squeda, estaba girando en círculo
alrededor de la respuesta, y no podía ignorar el comentario de su hermano pequeñ o. Pero si
rodeo algo, al menos sé que hay algo. Ahora sólo me queda encontrarlo.
Dos cosas fueron las que sacaron a Jacen de su ensimismamiento. La primera fue la llegada
de Relal Tawron, el sumo sacerdote ithoriano, junto con Luke. Hasta que llegó el ithoriano,
Jacen no tenía ni idea de por qué les habían reunido allí, pero la solemnidad con la que se
movían tanto el sumo sacerdote como el Maestro Jedi le hacía suponer que el motivo era
muy grave.
La segunda fue la entrada de Daeshara’cor en la habitació n, que llegó justo después de Luke
y se colocó detrá s de Octa Ramis, y que no hizo sino confirmar la gravedad de la situació n.
Desde que Luke llegó a Ithor, la Jedi twi’leko había permanecido recluida a petició n propia.
Jacen sabía que Luke había pasado tiempo con ella, pero el Maestro no dio explicaciones
sobre la bú squeda de superarmamento por parte de la twi’leko.
Luke Skywalker se colocó frente a los má s de veinte Jedi y los saludó con una inclinació n de
cabeza.
—Hermanos y hermanas, Relal Tawron está aquí para prepararnos para lo que será
nuestra funció n en la inminente batalla. Escuchad lo que os va a decir. Puede que estemos
aquí para salvar Ithor, pero nuestra negligencia también podría destruirlo. Y eso no puede
ocurrir.
El ithoriano asintió al oír las palabras de Luke, y contempló en silencio a los Jedi durante un
momento. Entrelazó los dedos, posó las manos sobre el estó mago y luego comenzó a hablar
en un tono tan resonante como grave.
—Os damos la bienvenida, Jedi, y os agradecemos lo que vais a hacer por nosotros. Y no
hablo só lo por mí, sino por la Madre Jungla sobre la que nos deslizamos y por el pueblo de
Ithor. Nosotros somos uno y queremos comulgar con vosotros.
Volvió a contemplar a los Jedi reunidos. Cuando su mirada se posó sobre Jacen, el joven Jedi
sintió que enrojecía. No tenía razones para sentirse avergonzado, y se dio cuenta de que lo
que le incomodaba era la sensació n de calma absoluta que procedía del ithoriano. Las
dudas que Jacen albergaba sobre su futuro chocaron con la confianza que Tawron tenía en
su vida y en sus decisiones. Se siente consigo mismo como a mí me gustaría sentirme.
Relal Tawron abrió las manos y extendió los brazos.
—Ya habéis oído que nadie puede posar un pie en Ithor. Esta frase es formalmente correcta
en su traducció n al Bá sico, pero no es del todo cierta. Entre nosotros hay peregrinos que
descienden al planeta para ocuparse de los bosques, para visitar los lugares sagrados que
datan de antes de que la tecnología nos permitiera construir ciudades flotantes, y para
evaluar los dañ os causados por las tormentas o los incendios. Antes de realizar esos viajes,
tienen que prepararse espiritualmente. Vosotros viajareis a la superficie, en caso necesario.
Por lo tanto, es nuestro deseo prepararos para que aceptéis al planeta como vuestra madre,
y el planeta os acogerá como a sus hijos —el sumo sacerdote parpadeó lentamente—. Y con
este propó sito, tendréis que ser lo que no sois. Nadie puede ir a la superficie. Só lo podrá n ir
aquellos que no sean ellos mismos.
Jacen frunció el ceñ o un instante, pero vio a Corran asintiendo para sí mismo, así que
supuso que el misterio no era tan impenetrable. Recordó los inicios de su entrenamiento,
en los que tuvo que abrirse a la Fuerza y liberarse de sí mismo para llenarse de ella. Para
llegar a ser uno con la Fuerza, tuve que llegar a ser más de lo que era antes, y eso implicó
rechazar la imagen de lo que yo creía ser.
—Al viajar a la Madre Jungla, todos los peregrinos desean acercarse má s a ella. Para
facilitar el cambio y el crecimiento, el peregrino se conciencia de los aspectos limitadores
de su ser que le impiden llegar a ser uno con el planeta. Y lo mismo pasará con vosotros.
Tenéis que pensar en esa parte de vosotros que os limita, y ésa es la parte que tenéis que
cambiar. Y compartiréis todo eso.
—¿En voz alta? —Wurth Skidder, junto a Kyp Durron, negó con la cabeza—. Eso es una
pérdida de tiempo. Deberíamos estar prepará ndonos para luchar contra los vong.
Luke frunció el ceñ o.
—Esto es má s importante que eso, Wurth.
El sumo sacerdote ithoriano juntó las manos.
—Si piensas que está s perdiendo el tiempo, será mejor que te marches.
—¿Qué? —Wurth se cruzó de brazos—. Hemos venido para salvar su planeta.
—Primero tendrá s que salvarte a ti mismo, Jedi —el ithoriano hablaba lentamente—.
Mientras no desees tu salvació n, la Madre Jungla no podrá hacer nada por ti.
—No entien…
Kyp puso una mano sobre el brazo de Wurth.
—La confusió n es nuestra. Lo entendemos, Relal Tawron, y respetaremos vuestras
costumbres.
El ithoriano asintió y volvió a extender las manos.
—La declaració n pú blica sirve para que todo el mundo ayude al peregrino a realizar la
transició n hacia la unidad con la jungla. Al compartir la carga, nosotros, una comunidad tan
diversa como las plantas y las criaturas que componen a la Madre Jungla, funcionamos en
conjunto en un complejo ecosistema. Y só lo en esa unidad podremos triunfar.
Luke Skywalker se volvió hacia el ithoriano.
—Si se me permite, me gustaría ser el primero.
—Será un honor, Maestro Skywalker.
—Renuncio a la responsabilidad —Luke entrecerró los ojos, y Jacen pudo sentir el asombro
emanando de otros Jedi—. Durante mucho tiempo llevé la insoportable carga de ser el
ú nico heredero de la tradició n Jedi. Os he engañ ado. Todos vosotros también sois
herederos. Sé que aceptaréis cada uno una parte de la responsabilidad que ha recaído
sobre mí. Confío en vosotros.
Jacen sintió un escalofrío. Jamá s dudó de que su tío se fiaba de él, pero su relació n iba má s
allá de la de un discípulo con su Maestro. Los lazos familiares multiplicaban la confianza.
Por primera vez supo lo que habría significado ser Ganner, Corran o Daeshara’cor. La
renuncia de Luke era un regalo para todos, que los unía entre sí y los vinculaba a la Jungla.
Otros Jedi comenzaron a realizar sus declaraciones. No lo hicieron en un orden concreto,
cada uno alzó su voz cuando sintió que estaba preparado. Jacen les escuchó , prestando má s
atenció n a la sensació n de paz que se despertaba en ellos que a las palabras en sí mismas.
Buscó desesperadamente esa parte de sí mismo que le impedía gozar de esa paz, para
poder sentirse como ellos.
Anakin le sorprendió dando un paso adelante bastante pronto. Su hermano pequeñ o se
puso recto y habló con voz firme.
—Yo renuncio a la seguridad en mí mismo. Estoy tan obsesionado por tener razó n, por
hacer lo correcto, que no busco otras respuestas que quizá podrían ser mejores. Juzgarse a
uno mismo con justicia es una meta. Yo só lo estoy en el camino.
Al final del todo, Daeshara’cor se pasó un lekku por los hombros.
—Yo renuncio al odio. Las descripciones de los yuuzhan vong tomando esclavos me hizo
odiarles tanto como a aquellos que esclavizaron a mi madre. Ese odio me llevó a hacer
estupideces. Se acabó . Detendré a los yuuzhan vong porque hay que hacerlo, pero no les
odiaré.
—Yo me deshago del miedo —Corran se pasó la mano por la boca—. Llevo toda la vida
teniendo miedo al fracaso: ante mi padre, ante mi mujer, ante mis hijos, ante mis amigos,
ante todos vosotros. Pero se acabó . El fracaso ya no está en el menú , así que no tiene
sentido tenerle miedo, o temer cualquier otra cosa.
Ganner asintió una vez, con firmeza.
—Yo reniego del orgullo. Me ha cegado ante tantas cosas, y una de ellas es lo letales que
pueden llegar a ser los yuuzhan vong. La Jungla no puede tener un defensor ciego.
Octa Ramis dio un paso junto a Daeshara’cor.
—El pesar por un amigo que los vong me arrebataron me ha cegado. Yo dejaré que
descanse en paz.
Miedo. Orgullo. Odio. Incluso su hermano asumiendo que no sabía tanto como creía. Todas
aquellas cosas le parecían a Jacen dignas de elogio. Pero ninguna es para mí, o, al menos, no
de momento. Suspiró , sintiendo miles de preguntas bullendo en su mente. ¿Cuál es la mía?
De repente, Jacen se quedó boquiabierto, y se le puso la carne de gallina. Tal fue la sorpresa
que sintió al encontrar la respuesta que casi se echó a reír, pero no lo hizo por no romper la
solemnidad de la ceremonia. Era una respuesta tan sencilla que se sintió abrumado, y la paz
que sintió al descubrirla le hizo sentirse hasta mareado.
Dio un paso adelante, al lado de Ganner y Anakin.
—Renuncio a la necesidad de saber ahora lo que seré después. Al mirar hacia mi futuro, he
ignorado el presente y mi funció n en él. Pero la situació n actual es demasiado grave como
para seguir haciendo eso.
Su tío le dedicó una inclinació n de cabeza, y Jacen sintió una calidez expandiéndose desde
su corazó n por todo su cuerpo. No había abandonado la bú squeda de su lugar entre los Jedi,
simplemente la había privado de su cará cter de urgencia. Y redirigió esa energía a su
esfuerzo por defender Ithor. La sensació n de bienestar le indicaba, a todas luces, que había
tomado la decisió n correcta. Ahora sólo espero vivir lo suficiente como para poder seguir mi
camino, sea en círculo o en línea recta, hacia una meta.
Los Jedi terminaron de realizar sus declaraciones. Wurth renunció a la debilidad con una
vehemencia que pretendía ocultar sus inseguridades. Kyp rechazó el orgullo utilizando
palabras que querían sugerir que la gloria de uno es la gloria de todos. Era obvio que quería
unir a los Jedi como había hecho Luke, pero a Jacen le pareció un esfuerzo inú til desde su
nueva perspectiva.
Tuvo la impresió n de que el sumo sacerdote veía má s allá de lo que Wurth, Kyp y algunos
má s dijeron, pero no hizo nada que lo indicara.
—Vosotros, Jedi, por vuestro vínculo con la Fuerza, entendéis que toda la vida está
interconectada. Sabéis que todo está relacionado. Aquí, hoy, os habéis unido a la Madre
Jungla y al pueblo de Ithor. Nuestros destinos está n unidos. Os agradecemos vuestra fuerza
y vuestra sinceridad. Os ofrecemos nuestro apoyo y nuestro amor. Las fibras tejidas son
má s fuertes que separadas: seamos, pues, fuertes en la unidad frente a esta amenaza.
El ithoriano bajó las manos y dio la mano al Maestro Jedi. Luke se quedó al fondo de la sala
mientras Relal Tawron se abría paso hacia la salida. El ithoriano se detuvo só lo una vez,
para posar las manos sobre los hombros de Daeshara’cor y susurrarle algo al oído. Después
abandonó la estancia.
Luke esperó a que la puerta se cerrara tras el sumo sacerdote, y permaneció allí, envuelto
en su tú nica.
—Como ya sabéis, vuestra funció n exacta en el combate todavía no ha sido decidida. En el
sistema informá tico encontraréis los planes desarrollados para nosotros. Podéis ignorar sin
problemas todos los que no hayan sido diseñ ados por los almirantes Pellaeon y Kre’fey, o
por mí. Yo me dispongo a asignar las tareas.
Kyp frunció el ceñ o.
—¿Nos cedes la responsabilidad, pero no podemos decidir có mo seremos utilizados?
El Maestro Jedi sonrió afable.
—A vosotros os cedo la responsabilidad de vuestras propias acciones. A los militares les
cedo la responsabilidad de lo que hagamos. Todos tenemos una opinió n sobre có mo
conseguir nuestras metas. Ellos decidirá n cuá les son, y nosotros veremos cuá l es la mejor
manera de que los Jedi lleguen a ellas.
Contempló la sala.
—Eso es todo por ahora. Que la Fuerza os acompañ e.
Los Jedi se dispersaron en pequeñ os grupos y comenzaron a salir lentamente por la puerta.
Luke se dirigió sin dudarlo hacia Jacen y Anakin, y abrió los brazos. Colocó las manos sobre
los hombros de sus sobrinos.
—Estoy muy orgulloso de vosotros. Las cosas que dijisteis, bueno, como ha dicho el sumo
sacerdote, la jungla no es lugar para niñ os. Y lo que habéis dicho indica que ya no lo sois.
Jacen puso su mano derecha en el brazo mecá nico de Luke.
—Gracias, Maestro.
—Sí, tío Luke, gracias —Anakin sonrió abiertamente, pero recobró una expresió n solemne
—. Estoy dispuesto a hacer lo que necesites que haga, sea lo que sea.
Ganner soltó una risilla.
—Dada tu experiencia con los yuuzhan vong quizá deberías estar al mando de nuestro
contingente.
Luke arqueó una ceja.
—No creo que esa responsabilidad pueda recaer sobre él de momento.
Daeshara’cor se abrió paso entre los Jedi y se detuvo a un par de metros del grupo.
—Maestro, si me permite un momento.
Luke la miró .
—Por favor, acércate.
—Sí, Maestro —la mujer se acercó y se miró las manos. Los lekku le temblaban
ligeramente, delatando su nerviosismo—. Só lo quería dar las gracias por confiar en mí, por
invitarme y por permitirme participar en la ceremonia. He estado pensando mucho,
analizá ndome. Hasta que me pidieron que lo expresara en voz alta, aquí, no había
entendido exactamente por qué había hecho lo que hice, o qué me había provocado eso.
Dejé que el odio me convirtiera en una esclava, como mi madre. No me arrepiento de
oponerme a la esclavitud o a los yuuzhan vong, pero no puedo hacerlo por razones
equivocadas. Ganar o preservar la libertad es bueno. Buscar una compensació n, no.
El Maestro Jedi asintió .
—É sa es una lecció n que todos tenemos que tener en mente. Me alegro de que hayas vuelto
con nosotros, Daeshara’cor. La lucha a la que nos enfrentamos exigirá que lo demos todo, y
creo que estamos má s que preparados.
Corran, que acababa de unirse al grupo, suspiró profundamente.
—Só lo espero que ese «todo» sea suficiente. No puedo quitarme de la cabeza que la batalla
de Ithor será la ú ltima para muchos de nosotros. Si no los detenemos aquí, lo mejor que nos
podrá pasar será ser uno con la Jungla.
CAPÍTULO 26
L iberado del Abrazo del Dolor, Shedao Shai alargó el brazo y cogió con la mano
izquierda uno de los esbeltos miembros del dispositivo. Se colgó todo lo que pudo y
giró rá pidamente el cuerpo hacia la derecha. Su hombro izquierdo crujió
estruendosamente, y el sonido rebotó en las paredes de su camarote en el Legado del
Suplicio. Cuando el brazo volvió a colocarse en su articulació n, una explosió n de dolor le
hizo estremecerse, y le temblaron las rodillas. Podría haberse echado al suelo, pero
rendirse al dolor lo habría rebajado.
Y jamás permitiría que mi subordinado me viera cediendo a la debilidad. Volvió la cabeza
lentamente hacia donde estaba Deign Lian, con los ojos fijos en el suelo.
—Espero que tengas un buen motivo para molestarme.
—Sí, comandante, muchos motivos.
—Dime entonces cuá l es el mejor de ellos.
La amenaza implícita de la orden hizo estremecerse a Lian, y Shedao Shai se regocijó para
sus adentros. Su subordinado no alzó la mirada y no pudo evitar que la voz le temblara.
—Oh, líder, creemos haber determinado por qué los jeedai se escondieron en Garqi.
—¿Ah, sí? —el líder yuuzhan vong mantuvo un tono de voz bajo e inquisitivo—. ¿Después
de todo este tiempo? ¿Qué os hace pensar que habéis acertado?
—Como recordará , comandante, tuvimos muchos problemas con la investigació n llevada a
cabo en esa zona. Casi todas las sondas fallaron. Supusimos que una de las generaciones de
sondas sufría un fallo no detectado durante su cultivo. Utilizamos otra generació n y
obtuvimos resultados similares.
Shedao Shai asintió .
—Ya me has aburrido antes con estas excusas.
Lian se estremeció ligeramente.
—Las criaturas que está bamos utilizando eran de la misma raza que los cangrejos
vonduun. Empleamos otro dispositivo al realizar las investigaciones forenses de las sondas
que fallaron. Dichas sondas tenían los sistemas respiratorios inflamados, y con las nuevas
criaturas de escaneado descubrimos granos de polen. Las sondas murieron por una
reacció n alérgica al polen. La armadura de cangrejos vonduun tuvo una reacció n todavía
má s inmediata y violenta a ese polen.
El líder yuuzhan vong alzó la mano izquierda, ignorando la tensió n del hombro. La idea de
que sus armaduras pudieran ser presa de un elemento bastante comú n en la naturaleza le
parecía increíble. Esa revelació n tenía graves implicaciones. La primera, a un nivel
estrictamente militar, era que ahora el enemigo tenía un arma que podía emplear y que
suponía una grave amenaza para los guerreros yuuzhan vong. No tenía duda de que el
enemigo la utilizaría, él no dudaría en hacerlo si estuviera tan acorralado. De repente,
cualquier situació n de combate era un desastre potencial.
El segundo y má s grave problema era la oposició n bioló gica y botá nica a su invasió n. Desde
que se ordenó la invasió n, una de las fuerzas de motivació n era que el enemigo estaba a
favor de las má quinas. Creaban má quinas que eran burdas imitaciones de la vida. Su
confianza en las má quinas denotaba que eran defectuosos, débiles, despreciables y que,
desde luego, merecían la muerte. Eran infieles, blasfemos y herejes, y nada podía justificar
sus vidas.
Pero ahora es un ser viviente lo que se enfrenta a nosotros. Negó con la cabeza ligeramente,
dá ndose cuenta del peligroso campo de batalla al que le llevaba este nuevo giro. Al igual
que un grupo político dio un temprano golpe para obtener el control de la invasió n, ahora
la cú pula religiosa podía aprovecharse de este nuevo enemigo para reforzar su influencia.
Shedao Shai tenía confianza absoluta en la validez de la cruzada, a pesar del
descubrimiento, pero era mejor dejar la guerra a los profesionales.
Entrecerró los ojos.
—¿Quién conoce la informació n que me acabas de revelar?
—Tan só lo yo y aquellos que la descubrieron —un atisbo de sonrisa asomó a los labios de
Lian—. Ya han sido aislados. No se sabrá ni una palabra de esto.
—Muy bien —dedicó una sincera inclinació n de cabeza a su subordinado—. ¿Has aislado la
planta que produce ese polen?
—Son los á rboles bafforr, naturales del planeta que llaman Ithor. El planeta se halla en
nuestra actual zona de invasió n, y es accesible desde Garqi —Lian alzó la barbilla—. Me he
tomado la libertad de trazar un plan para la aniquilació n del planeta.
—¿Algo como la destrucció n de Sernpidal?
Lian negó con la cabeza.
—No, comandante. Mis investigadores me han garantizado que pueden preparar un arma
de asalto que podremos difundir por todo el planeta. Ithor es rico en materia orgá nica.
Destruirlo será fá cil.
Shedao Shai se pasó un espoló n por la barbilla y lo bajó por la garganta, escuchando el
ruido que hacía al raspar su curtida piel.
—Nos quedaremos fuera del planeta y enviaremos al agente infeccioso.
—Es lo má s eficaz, líder.
—Así es, pero es un desperdicio —Shedao Shai negó con la cabeza—. No lo haremos así.
—¿Por qué no? —la impaciencia se reflejó en el rostro de Lian. Señ aló con la mano hacia el
planeta que tenían debajo—. Ni siquiera la toma de Garqi se llevó a cabo sin sufrir dañ os, y
eso sin contar las muertes del jardín. Seguro que los infieles ya está n fortificando Ithor. No
permitirá n que se lo arrebatemos. El combate será muy duro.
El comandante yuuzhan vong se abalanzó hacia su ayudante y le dio con el canto de la
mano en la garganta. Lian alzó las manos, pero no lo bastante rá pido. El golpe dio en el
blanco, no muy fuerte, lo justo como para hacerle retroceder un paso y arrancarle un jadeo.
Lian cayó de rodillas y tocó el suelo con la frente.
—Perdó name, oh, líder, por enfadarte —su grave ladrido no dio ninguna pena a Shedao
Shai, pero el miedo que desprendía sí que le produjo satisfacció n.
—¿Crees que nos vencerá n en la toma de Ithor?
—No, señ or.
—¿Crees que a nuestros guerreros les amedrentará la posibilidad de morir allí?
—No, señ or.
—Bien —Shedao Shai dio la espalda a Lian y clavó los talones en el suelo mientras paseaba
—. Lo que sugieres sería lo má s eficaz, pero nos reportaría má s pérdidas que beneficios.
Tenemos que demostrarles que les aplastaremos por muchos preparativos que hagan.
Hasta el momento no hemos lanzado una operació n militar só lida contra ninguno de sus
planetas. Sí, tomamos Garqi, pero la oposició n fue mínima. La posterior infiltració n y
extracció n de agentes ensucia esa victoria. Y, como tú has indicado, tienen que estar
fortificando Ithor. Cuando tomemos ese planeta, enviaremos un mensaje al resto de la
Nueva Repú blica con los supervivientes. Ese mensaje será que somos implacables e
invencibles. É se es el mensaje que necesitan oír nuestros enemigos.
—Con todos los respetos, comandante, creo que ha pasado demasiado tiempo con Elegos.
—¿Ah, sí? —Shedao Shai se dio la vuelta lentamente, y uno de sus espolones chirrió al
arrastrarse por el suelo—. De él he aprendido mucho de nuestros enemigos. Y ahora él será
el portador de mi mensaje para ellos. Su preparació n para esa funció n ya ha sido
completada, y ahora ya sabemos adonde debemos enviar el mensaje: a Ithor. É l volverá allí
con los suyos y no me fallará .
—Todo eso está muy bien, comandante, pero su preocupació n por có mo piensan es…
—¿Es qué? —Shedao Shai se acercó hasta Lian y apoyó el pie derecho en la cabeza de su
subordinado—. ¿Está acercá ndome demasiado a la herejía? ¿Acaso he hecho algo que
indique que estoy abandonando nuestro camino? ¿He tocado má quina? ¿Acaso he dicho
que dude de nuestros propó sitos? ¿He cuestionado los dictados de los dioses o los
Sacerdotes?
—No, líder, pero…
—Pero nada, Lian. Hay muchas cosas que Elegos podría enseñ arte, incluso en los pocos días
que le quedan con nosotros —el comandante yuuzhan vong aumentó la presió n, aplastando
la frente de Lian contra el suelo—. Me ofreces un plan que será eficaz desde el punto de
vista tá ctico, pero no desde la perspectiva estratégica. Ademá s, tu plan podría ser
considerado blasfemo porque destruirá una reserva natural de vida. Ithor podría ser un
regalo de los dioses, que nos piden que se lo arrebatemos al enemigo, y tú prefieres
destruirlo antes que cumplir la voluntad de los dioses y liberarlo.
Shedao Shai echó el pie hacia atrá s, girando el tobillo y clavando el espoló n del taló n en el
crá neo de Lian. Flexionando la rodilla y levantando el muslo, alzó la cabeza de su
subordinado. Cuando pudo ver los ojos de Lian, extrajo el espoló n y se quedó ahí, de pie.
Contempló en silencio el hilillo de sangre que comenzó a deslizarse lentamente por el suelo.
—Tienes suerte, Lian, porque yo no permitiré que te deshonres a ti mismo. Cumplirá s los
designios de los dioses —Shedao Shai cruzó los brazos—. Planeará s para mí un asalto a
Ithor que dará comienzo dentro de un mes. También lanzará s un desafío de fuerzas al
planeta llamado Agamar. Caerá , y, si no lo hace, lo tomaremos después de Ithor. Tú
planeará s estos ataques, utilizando todos los efectivos que me han sido asignados.
—Comandante, es un honor para mí, ¿pero no debería ser usted quien los planeara?
—Yo revisaré y modificaré tus planes. Eres lo bastante competente como para desarrollar
el trabajo de campo bá sico. Y, mientras lo haces, yo continuaré una misió n que só lo yo
puedo realizar —asintió lentamente—. Elegos nos proporcionará la primera vía de ataque
a la Nueva Repú blica. Dentro de una semana estará haciendo nuestro trabajo. Después
tendré tiempo para supervisar lo que hayas preparado, corregirlo y hacer que funcione.
—Sí, oh, líder —Lian asintió lentamente—. Se hará como ordene.
—Una ú ltima cosa.
—¿Sí, comandante?
—No quiero que absolutamente nadie sepa ni una palabra sobre el polen. Si tus
investigadores encuentran la forma de modificar la armadura para que sea inmune, bien.
En caso contrario, lucharemos sin armadura viviente —Shedao Shai sonrió —. Somos los
yuuzhan vong. Nuestra causa es justa y correcta. Los dioses será n nuestra armadura en el
combate, y lanzarnos a él con una armadura inerte será la prueba de nuestra fe en ellos.
***
Deign Lian se retiró a su camarote del Legado del Suplicio y selló la puerta tras él. La
pequeñ a estancia ovoide apenas tenía espacio para poder andar por ella sin dar con la
cabeza en el techo. Mantuvo la cabeza agachada, no quería llenar de sangre el techo, y se
puso de rodillas frente al pequeñ o espacio de almacenamiento que tenía bajo la cama. Sacó
un sclipune.
Depositó suavemente a la criatura en la cama, de forma que la línea en la que se unían las
dos mitades de su concha quedó justo frente a él. Acariciando el tejido sensorial de la
grieta, Lian movió los dedos en una combinació n de posiciones a las cuales la criatura
estaba entrenada para responder. La mitad superior de la redonda concha se elevó ,
dejando ver un villip oculto en su interior, como una perla. El yuuzhan vong acarició una
vez el villip para despertarlo, y sintió su estructura pulmonar acelerá ndose cuando
comenzó a adquirir los rasgos de su verdadero señ or.
Lian agachó la cabeza inmediatamente.
—Mi señ or, perdone mi intrusió n, pero tengo algo que comunicarle.
—Procede —el villip articuló la orden en tono regular, pero seguía teniendo un toque de la
voz de su amo.
—Pasó lo que usted dijo que pasaría. Ofrecí a Shedao Shai el plan para destruir Ithor, pero
lo rechazó . En lugar de eso, quiere que lo asaltemos de forma má s convencional. Y puede
que no tan convencional.
Las cejas del villip se curvaron de extrañ eza, imitando el rostro de su amo.
—Explícate.
Lian no utilizó gestos ni inflexiones de voz. Sabía que al elaborar su respuesta se metía en
un juego peligroso, pero Shedao Shai le forzaba a participar en él. También estaba seguro
de que su señ or sabía que jugaba a eso, pero quizá no estuviera al tanto de su capacidad de
manipulació n política.
—Sigue obsesionado con el infiel. Está tan preocupado que no tiene tiempo para planear el
asalto a Ithor. Está convencido de que la eliminació n de la amenaza que supone Ithor será , a
largo plazo, peor para el asalto, por la impresió n que causaríamos en el enemigo.
—¿Y qué importa lo que piensen los infieles? —el villip consiguió transmitir la indignació n
de su amo—. Planeará s este asalto para él y lo hará s bien. Calculará s el potencial bélico
necesario para poder tomar el planeta y añ adirá s unas cuantas naves má s. Shedao Shai
recortará tus cá lculos. Quedará como un idiota.
—Como desees, mi señ or, así se hará —Deign Lian asintió enfá ticamente, y luego realizó
una jugada rá pida—. No pasará mucho tiempo antes de que todos los elogios se hagan en
su nombre, mi señ or. Pronto, en boca de todos estará el nombre de…
—¡Calla, imbécil!
Lian inclinó profundamente la cabeza.
—Solicito disculpas, mi señ or.
—No me hagas dudar de ti. Está s en posició n de hacer que todo salga bien.
No me gustaría nada tener que buscar otro agente para sustituirte, pero eso no es
imposible.
—Sí, mi señ or —Lian dejó que un toque de pavor asomara a sus palabras.
Mientras el Maestro Bélico pensara de él tan mal como Shedao Shai, Deign Lian estaría en
posició n de engañ ar a ambos para enfrentarlos entre sí. Shedao Shai tendría que perder esa
ronda para que Deign Lian fuera nombrado su sustituto, pero entonces su protector
político tendría que caer. Sólo entonces alcanzaré la posición para la que me criaron.
—Continú a con tu trabajo. Informa cuando sea necesario y manténme al tanto del
desarrollo de la batalla en Ithor. Está s haciendo un buen trabajo, la voluntad de los dioses
—la cara del villip asumió una expresió n serena—. Cuando la conquista esté terminada,
será s recompensado abundantemente.
—Gracias, mi señ or. Siempre seré su leal y obediente servidor.
Lian alzó la mano y cerró el sclipune. Se habría reído, pero una gota de sangre cayó en la
concha de la criatura. Lian se tocó con la mano y vio que tenía el pelo manchado de sangre.
La herida circular estaba arrugada e hinchada. Se la tocó un momento con los dedos y se
encogió de hombros, contento de que al menos ésta no le causaría otra cicatriz.
Escondió el sclipune de nuevo y se chupó la sangre de los dedos. Todas las humillaciones
que sufría a manos de Shedao Shai serían recompensadas con una gran sorpresa para su
superior. La única pena es que no verá mi mano en su caída. Por un momento se disgustó
por esta razó n, pero luego dejó a un lado el disgusto.
Puedo pasar sin esa satisfacción. Es un sacrificio que ofrezco a los dioses. Sonrió de oreja a
oreja, sabiendo que los dioses encontrarían satisfactorio semejante sacrificio. Segú n las
ó rdenes de Shedao Shai, faltaba un mes para la batalla de Ithor. Otro mes de aguantar
humillaciones.
Un mes, y ocuparé el cargo que hace mucho tiempo debería haber sido mío.
CAPÍTULO 27
L uke encontró a Mara de pie ante el gran ventanal de la suite que le habían asignado
en el Bahía de Tafanda. Percibió algo de sorpresa en ella cuando entró en la
habitació n, pero pasó en cuanto le reconoció . Mara se rodeaba con sus propios
brazos y contemplaba la jungla a sus pies. Los aflojó un poco; pero Luke entrelazó sus
dedos con los de ella y la abrazó desde atrá s.
Le dio un beso en el cuello.
—¿Qué tal lo llevas?
Mara asintió con seguridad.
—Bien, muy bien. El sumo sacerdote Tawron pasó por aquí y tuvo la amabilidad de realizar
el mismo ritual conmigo que hizo con los Jedi y con el resto. Me sentó mal no haber estado
con los Jedi, pero…
—No pasa nada, Mara. Nos hubiera encantado que estuvieras allí, pero preferimos que
descanses para que puedas darlo todo.
Ella ladeó la cabeza hacia la derecha, apoyando suavemente su sien en la de su marido.
—Lo sé, gracias por decírmelo, Luke, pero es que hay momentos en los que me siento como
si no estuviera enferma. Ithor es tan pacífico a veces que me pone histérica. No es que me
guste la lucha, pero es para lo que me entrenaron. Y es en lo ú nico en lo que destaco.
—Y eres una de las mejores.
—¿Una?
Luke se rió suavemente.
—Déjame que lo arregle. Eres la mejor en la lucha.
Ella giró la cabeza y le besó en la mejilla.
—Gracias. ¿Te importa si descanso aquí un rato, entre tus brazos?
—Claro, tenemos tiempo.
—¿Un día o dos?
—Claro que sí, pero quedarnos de pie aquí dos días igual es demasiado, ¿no crees? —Luke
sonrió —. Podríamos desmayarnos de hambre.
—Ah, pues sí, esposo mío. Quizá sería mejor tumbarnos.
—Me encanta tu forma de pensar, Mara —el Maestro Jedi la abrazó un poco má s fuerte. Al
otro lado del ventanal, una bandada de manollium de tres patas echó a volar en una
brillante nube de color, girando y sumergiéndose en el arco iris para volver a posarse—.
Vaya. Con tanta planificació n y todo lo demá s apenas he tenido tiempo de pararme a ver
qué es lo que vamos a proteger.
—Yo llevo horas contemplando esto y siempre hay algo nuevo que ver —Mara se dio la
vuelta dentro de los brazos de él y le abrazó el cuello—. Relal Tawron ha sido muy bueno
conmigo. Me contó que, aunque la Madre Jungla es un lugar pacífico, no carece de violencia
y hostilidad. Me dijo que los depredadores y las presas son parte del ciclo natural. Un
depredador mata a una presa y se la come, y entonces los bichos y los microbios se comen
los restos, alimentando a las plantas, que a su vez son comida y refugio para la presa.
—¿Y te comparó a ti con un depredador?
Mara se encogió de hombros.
—Lo cierto es que me comparó má s con una tormenta de truenos incendiando el bosque en
la época de sequía.
—Vaya, vaya, no pensaba que estuviera tan bien informado.
—Oh, no, sarcasmo Jedi. Me han herido.
Ambos se rieron a carcajadas, y Luke volvió a besarla en los labios y en la punta de la nariz.
—¿Te dio un poco de perspectiva con la que considerar tu funció n en la inminente batalla?
—Sí, ademá s de ser una perspectiva que reconcilia mi naturaleza con la de la Madre Jungla.
Y ésa es la clave. La Madre Jungla lo abarca todo porque forma parte del ciclo natural. Lo
que no es natural de la invasió n yuuzhan vong, de la guerra, es que no atiende a razones
naturales. Política, avaricia, codicia, envidia… Todas esas cosas provocan guerras, pero son
bastante poco reconciliables con la naturaleza. Aparecen cuando las criaturas intentan
alejarse de la naturaleza.
Luke sonrió y la abrazó fuertemente.
—É sa es una de las cosas que má s me gustan de ti, Mara. Siempre está s en movimiento,
siempre mejorando. Tú sigues creciendo cuando muchos otros se limitarían a quedarse
sentados.
—Yo no puedo quedarme sentada, Luke, y menos ahora —Mara se apartó del abrazo—.
Hay tantas cosas que quiero hacer. Y con la invasió n, con mi enfermedad, no sé si podré
hacerlas algú n día… —apretó los labios en una fina línea y cogió a Luke de la mano—. Quizá
sea por hablar tanto de naturaleza, pero ahora mismo lo cierto es que me encantaría…
llevar dentro a nuestro hijo. Quiero decir, te miro, y te quiero tanto, Luke, y la sola idea de
que no podamos…
Ella miró hacia otro lado, y su otra mano se cerró con fuerza.
—Mara… —dijo él suavemente, mientras se acercaba a ella, entrelazando las manos sobre
el vientre de la mujer. Le secó una lá grima con el pulgar y le besó la mejilla hú meda—.
Amor mío, saldremos de ésta. Nada me gustaría má s que crear una nueva vida contigo. Un
hijo, dos, cuatro…
Ella le puso un dedo en los labios.
—Sé que tienes mucho que hacer ahora, pero necesito que te quedes conmigo, aunque só lo
sea un ratito, ¿vale?
—Todo el tiempo que necesites, Mara, todo el que desees.
Ella sonrió .
—Ambos sabemos que ese tiempo no existe en el universo. Ahora me tomaré el que pueda.
Nos completamos el uno al otro, completamos nuestra conexió n con la naturaleza. Y, desde
ahí, confiamos en la Fuerza para guiarnos y hacer lo correcto.
***
Corran entregó el ú ltimo contenedor de plastiduro al hombre calvo y corpulento que
ayudaba a cargar el Haz de Púlsar.
—Parece que eso es todo.
El hombre asintió .
—Aseguraré la escotilla y me ocuparé de los pasajeros. Gracias por la ayuda.
—De nada —Corran se dio la vuelta mientras la escotilla se cerraba, y se acercó hacia
donde Mirax comprobaba al ú ltimo de los pasajeros en la lista de su datapad.
El hangar de carga de las ciudades-nave ithorianas rebosaba actividad por todas partes.
Incontables naves, grandes y pequeñ as, cargaban refugiados y equipo lo má s rá pido que
podían. Cuando despejaban un hangar, éste se volvía a llenar de otras naves que ocupaban
el lugar de las que salían. En toda la ciudad, y en todas las demá s ciudades-nave, se llevaban
a cabo evacuaciones similares.
El Jedi susurró a su mujer.
—¿Está n todos?
—Sí —ella cerró con un chasquido el pequeñ o dispositivo y se lo metió en un bolsillo
lateral de sus pantalones—. El depó sito está lleno, y nosotros listos para partir.
Corran le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—Sabes que no quiero que te vayas.
—Sí, pero también sé que no me quieres aquí —Mirax sonrió y señ aló con el pulgar al
carguero que tenía detrá s—. Voy a llevar este equipo a Borleias. El clima no es muy bueno
para las plantas ithorianas, pero ellos creen poder cambiar eso.
—Seguro que pueden —pasó un brazo por los hombros a su mujer—. ¿Seguro que estará s
bien con el tal Chalco como tripulante?
—Por lo que he visto hasta ahora, creo que es digno de confianza. Nosotros descargaremos,
y le dejaré de vuelta en Coruscant —apoyó la cabeza en el hombro de Corran—. Y luego
volveré aquí.
—Mirax, no.
Ella se giró para ponerse frente a él, apoyando las manos en su pecho.
—Escú chame, Corran. La ú ltima vez que te fuiste a pelear contra los yuuzhan vong
escapaste por los pelos, y la vez anterior estabas má s muerto que vivo cuando te trajeron
de vuelta.
—Mirax, el hecho de que estés aquí no garantizará mi seguridad.
—Puede que no, pero yo sí que mataría a cualquiera que fuera a por ti.
Corran le puso las manos en los hombros.
—Lo primero, morir no entra en mis planes.
—Ni en los de casi nadie.
—Así es —él suspiró —. Mirax, no quiero que estés aquí. Va a ser una batalla terrible. Y lo
que haces ahora, sacar de aquí a los ithorianos y a sus reservas botá nicas, es má s
importante que nada de lo que yo vaya a conseguir aquí. Tú vas a hacer lo que sabes hacer,
y yo igual.
Ella entrecerró sus ojos castañ os.
—Las posibilidades de que me maten son bastante escasas.
—Lo sé, y eso me gusta —saludó con la cabeza a Anakin Solo, que subía por la rampa del
Haz, y apoyó su frente en la de su mujer—. Mi abuelo murió cuando mi padre era joven, y tú
también perdiste pronto a tu madre. No quiero que eso les pase a nuestros hijos, pero la
ú nica cosa peor que eso sería que nos perdieran a los dos.
—Si ambos morimos, Booster se hará cargo de los niñ os.
—Ah, qué consuelo.
Ella le levantó la barbilla con la mano.
—Tó matelo como una motivació n para permanecer con vida, Corran.
É l agachó la cabeza para besarle la mano, y luego alzó la mirada, con una sonrisa
brillá ndole en el rostro.
—Ya tengo motivació n suficiente, amor, y mira las cosas que han pasado. La primera vez
casi me matan. La segunda escapé de una pieza. Por el carreró n que llevo, diría que son los
vong los que deberían preocuparse.
Mirax sonrió a medias.
—Sabes que esa arrogancia tuya molesta muchísimo a mi padre.
—Pero a ti te encanta.
—Bueno, cuando eras piloto tenía su atractivo —se encogió de hombros—. Pero viniendo
de un Jedi…
—¿Sí?
—Pues que los yuuzhan vong deberían tomá rselo como una auténtica amenaza —Mirax le
besó , primero suavemente y luego con má s fuerza. Corran deslizó las manos por la espalda
de ella y la abrazó fuertemente. En el beso y en el cuerpo de su mujer, él sintió una urgencia
y una intensidad que se movían má s por amor que por cualquier sentimiento de pérdida o
miedo—. Te voy a echar mucho de menos, Corran.
—Y yo a ti, Mirax —él se agarró con fuerza a ella. Por su mente pasaron imá genes de su
vida en comú n: La primera vez que la vio, su rostro cuando se quedaba plá cidamente
dormida tras los momentos de pasió n, las lá grimas y las sonrisas tras el nacimiento de cada
uno de sus hijos, e incluso la chispa de dolor oculta tras una má scara impasible cuando veía
a sus hijos fracasar en algú n intento, sabiendo que no podía enmendar ese fracaso—. Te
quiero, Mirax. Siempre te querré.
—Lo sé —ella le besó de nuevo y sonrió —. ¿Sabes qué? Me encantaría poder pasarme las
pró ximas doce horas despidiéndome de ti en condiciones, pero creo que necesitan la plaza.
—Los buró cratas no saben lo que es el romance —Corran la besó de nuevo—. Pero sea lo
que sea lo que se te ocurrió para la despedida lo haremos al reencontrarnos, y durante una
semana.
—Es una cita —ella le besó los dedos y se los apretó contra los labios—. Ten cuidado,
Corran. Sé que será s valiente.
***
Anakin encontró a Chalco ajustando los cinturones de unos ithorianos a bordo del Haz.
—¿No ibas a despedirte de mí?
Chalco dio una palmadita en el hombro a uno de los ithorianos y se volvió para mirar a
Anakin.
—Has estado muy ocupado con tus cosas de Jedi. No quería interrumpirte. Mirax
necesitaba algo de ayuda, y una cosa llevó a la otra, ¿sabes?
—Eso explica lo que haces aquí, pero no el que no te despidieras.
El hombre frunció el ceñ o.
—Siempre dije que eras un chaval inteligente. Pues así son las cosas, Anakin —Chalco se
echó hacia delante, apoyando las manos en los hombros del chico—. Cuando fuimos a por
Daeshara’cor quise ser algo parecido a un héroe, y ya viste có mo salió al final. Fui a
rescatarte y al final me rescataste tú a mí. Creo que me he dado cuenta de que, bueno, no
tengo madera de héroe.
Anakin frunció el ceñ o.
—Oye, tú me rescataste. Como muy bien dijiste, si no hubieras traído la carabina lá ser yo
no habría podido con Daeshara’cor. Y ya sabes, lo que está s haciendo aquí, ayudar a esta
gente, es heroico.
—Sí, claro, pero no es el tipo de heroísmo que vais a necesitar —Chalco le dio una
palmadita en la mejilla—. No te equivoques. Me alegro de haberte conocido. De hecho,
estoy orgulloso de conocer a un Jedi como tú . Quiero decir, tú y yo somos amigos, ¿no? Me
gustaría tener un amigo Jedi. Y lo que es má s importante, me gustaría que tú fueras mi
amigo.
—Somos amigos, Chalco.
—Vale. Entonces, escucha, amigo mío, la razó n por la que me largo de aquí es para que haya
una persona menos a la que rescatar, ¿entendido? —sonrió y se enderezó —. Y estaba
pensando en llamarte por el intercomunicador y dejarte un mensaje, para no ponernos
tristes y todo eso.
—Te creo —Anakin sonrió y miró a la derecha al ver un intercomunicador que comenzaba
a pitar en una estantería—. ¿Lo cojo?
Chalco asintió .
—Es de Corran.
Anakin lo cogió y respondió .
—Aquí Anakin Solo.
—Anakin, ¿dó nde está Corran? —la voz de Wedge Antilles era fá cil de reconocer—. Creí
que estaba llamando a su intercomunicador.
—Sí, así es. Está fuera con su mujer. ¿Quieres que vaya a buscarlo?
—No, da igual. Dile que espere ahí. Voy camino de ese hangar.
Anakin frunció el ceñ o.
—¿Qué pasa?
—Ha aparecido un crucero yuuzhan vong en el límite del sistema y ha soltado un
transbordador. Sus registros de identificació n corresponden a los de la nave que utilizó
Elegos A’Kla para ir al encuentro de los yuuzhan vong —Wedge bajó la voz—. Lo ú nico que
nos llega es un mensaje grabado que se repite una y otra vez. Es de Elegos, para Corran, le
envía los saludos de un comandante yuuzhan vong.
CAPÍTULO 28
J aina Solo contempló el hangar de carga auxiliar del Quimera desde la sala de espera de
los pilotos. Desde esa privilegiada posició n podía contemplar el hangar y el
transbordador clase Lambda situado entre los dos Ala-X. Anni Capstan y ella habían sido
llamadas a hacer un reconocimiento de la nave, y un transbordador del Remanente la había
remolcado luego hasta una zona donde los rayos tractores del Quimera se ocuparon de
arrastrarla hasta el interior.
En su primer pase de reconocimiento, había identificado al transbordador por lo que era,
pero só lo a duras penas. Tenía el tren de aterrizaje extendido y las alas bloqueadas. Dado
que los transbordadores nunca volaban de esa forma, parecía fuera de lugar y a la deriva
por el espacio.
Y esa impresió n se vio reforzada por el hecho de que la nave estaba cubierta por todo tipo
de implantes. Jaina realizó acercamientos para establecer contacto visual y comprobar si
había algú n piloto al mando. Los implantes le recordaron a algo parecido a algas y moluscos
abundantemente extendidos por toda la cubierta del transbordador. Una gran
concentració n de ellos cubría la puerta de la rampa, y Jaina se preguntó có mo haría el
equipo de rescate para abrirla.
Cuando llevaron el transbordador al hangar de aterrizaje, los Ala-X recibieron la orden de
aterrizar. Y entonces los técnicos con trajes especiales se llevaron a Anni y a ella del hangar.
Ambas pasaron por el escá ner para ver si portaban formas de vida alienígenas, se
comprobó que no tenían nada y se les permitió esperar en la sala de espera o acceder a uno
de los comedores para reponer fuerzas. Anni se fue corriendo; Jaina estaba segura de que
no tardaría en encontrar una partida de sabacc en alguna parte. Dentro de nada estaría
desplumando a los miembros de la tripulació n de la moneda que emplearan los del
Remanente.
Jaina decidió quedarse para ver lo que pasaba. Recordaba a Elegos de haber viajado con él,
con su madre y con Danni antes de unirse al escuadró n. La calma absoluta que poseía le
parecía increíble. No era que ignorase al resto del mundo, o que pudiera reprimir sus
sentimientos usando la ló gica, sino que contemplaba cualquier problema, veía el nú cleo del
mismo e intentaba solucionarlo en lugar de andarse con rodeos.
Al realizar el vuelo de reconocimiento sobre el transbordador estuvo escuchando una y
otra vez la voz de Elegos. Sonaba normal, e incluso algo contento, pero había algo raro.
Esperaba ver a Elegos a los mandos o poder percibirlo a bordo de la nave, pero nada. Por
supuesto, antes de la aparició n del transbordador, ella no sabía nada de la misió n de Elegos
con los yuuzhan vong, y estaba segura de que lo que perturbaba su percepció n de la nave
era el enterarse de ella.
—Lo que han hecho es bastante inusual.
Ella se dio la vuelta y Jag Fel entró en la sala de pilotos. Llevaba un uniforme negro de vuelo
con rayas blancas en mangas y perneras. No iba tan formal como en la recepció n, pero
tampoco iba descuidado. Só lo viéndole, ella se hubiera negado a creer que era sobrino de
Wedge, excepto por el parecido en la nariz y los ojos.
—Para mí casi todo lo relacionado con los yuuzhan vong es bastante inusual —Jaina cruzó
los brazos y volvió a mirar al hangar—. Llevan ya una hora escaneando esa cosa. No creo
que puedan saber mucho má s sin abrirla.
—No lo hay. Pero no está n haciendo eso —Fel se acercó y se puso a su lado, su reflejo era
claramente visible en el transpariacero del ventanal—. No tienen ni idea de lo que hay
dentro, simplemente se está n asegurando de que si es dañ ino, nadie les eche la culpa por
haberlo liberado.
—Hablas como si tuviera algo de malo ser cauto.
É l negó con la cabeza.
—Saben que no pueden estar seguros de lo que hay dentro. Lo ú nico que les queda es
reducir esa inseguridad a un nivel estadísticamente insignificante. Lo que está n haciendo es
perder el tiempo. Estamos en guerra. No hay ausencia de riesgo. Hay veces en las que uno
tiene que hacer lo que sea con tal de ganar.
Jaina se giró para mirarle.
—En teoría só lo eres dos añ os mayor que yo, pero hablas como si tuvieras la edad de mi
padre.
É l asintió una vez.
—Perdona. Te estaba juzgando por tus logros y no por tu edad.
Ella parpadeó y sintió la ira creciendo en su interior.
—¿Y qué se supone que quieres decir con eso?
Fel entrecerró los ojos.
—Eres una Jedi. Eres una piloto superior de un escuadró n de élite. Y todo el mundo sabe la
dedicació n y el talento necesarios para llegar a esas dos cosas. He cometido el error de
pensar demasiado de ti.
Jaina frunció el ceñ o.
—Creo que tengo tus datos de seguimiento, pero no acabo de captar el objetivo en la
pantalla.
Jag Fel suspiró .
—En la sociedad Chiss no hay adolescencia. Los niñ os Chiss maduran pronto y se les
otorgan responsabilidades adultas a temprana edad. Y los humanos que hemos crecido con
ellos fuimos criados de la misma forma. Yo era consciente de que las cosas no eran iguales
aquí, en la Nueva Repú blica, pero…
—¿Crees que soy una niñ a? ¿Crees que soy blanda o algo así?
Fel dejó de mirarla a los ojos, y ella se dio cuenta de que se estaba poniendo roja. É l alzó
una mano para rechazar sus comentarios y negó con la cabeza. Al hacerlo se quitó una
década o dos de encima, y, por primera vez, a ella le pareció alguien de su edad.
—No, blanda no, para nada. Eres decidida y valiente, pero tu falta de…
—¿Qué me falta?
É l frunció el ceñ o y miró el transbordador.
—Te falta inflexibilidad.
Jaina se contuvo para no decirle que ella era muy inflexible, incluso má s que él.
—Pues, no, quiero decir, sí, pero ser inflexible a veces puede tener malas consecuencias.
—Pero para eso sí que sirve —señ aló con un dedo hacia dos hombres que avanzaban por el
hangar. Llevaban trajes aislantes, pero el casco transparente mostraba sus rostros—. Mi,
eh… mi tío, cuando me abrazó en la recepció n… Nos habíamos conocido apenas una hora
antes en privado, y le sorprendió saber quién era yo, pero al poco tiempo… En donde yo
vivo hay hombres a los que no he visto sonreír jamá s, y ahí estaba él, en medio de una
situació n difícil, encantado de conocerme. Y no porque yo fuera un aliado, sino porque soy
el hijo de su hermana. Y me aceptó a pesar de que le afectó profundamente la partida de su
hermana de la Nueva Repú blica.
Jaina le apoyó una mano en el hombro.
—Wedge es así. Casi todo el mundo es así. La vida es demasiado difícil como para no
disfrutar de sus placeres, y, desde luego, saber algo de su hermana y de có mo le ha ido en la
vida ha debido de ser maravilloso para él. Por muy mal que vaya todo, una broma, una
sonrisa o una palmadita en el hombro siempre sirven para aliviar la tensió n.
Fel alzó la barbilla, y Jaina pudo percibir có mo recuperaba sus defensas.
—Entre los Chiss, la celebració n no tiene lugar hasta que termina el trabajo.
—¿Incluso si el trabajo es interminable?
—Si no se ha terminado, la celebració n no sirve.
—No, es necesaria —ella le miró . A su perfil marcado, a la determinació n en su rostro. Y
sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Que era guapo era algo obvio, y la arrogancia,
respaldada por su talento como piloto, tenía su encanto. Admiró có mo plantó cara a los
políticos de la Nueva Repú blica, a los cuales despreciaba en su mayoría por có mo trataban
a su madre. Incluso la formalidad imperial le parecía atractiva de alguna forma.
Me pregunto si eso es lo que vio mi madre en mi padre.
En el momento en que pensó eso, quitó la mano bruscamente del hombro de Fel. No, no, no. No
puedo colarme por un tío que piensa que ser inflexible es lo normal. Éste no es momento ni
lugar para planteármelo siquiera.
Fel la miró de reojo cuando ella apartó la mano, y esbozó media sonrisa.
—Los Chiss, a pesar de la impresió n que yo te haya dado, son gente muy reflexiva. Fríos,
calculadores, pero no rechazan la fantasía de vez en cuando. A veces se paran a pensar
dó nde estarían si la vida hubiera sido diferente. A quién habrían conocido, có mo le habrían
conocido, qué habría pasado entre ellos.
—¿Y eso a qué viene?
—Pues a que… —dudó un momento y miró hacia el hangar—. No sé lo que hubiera
pensado el tío Wedge de mi hermano mayor.
Jaina sonrió y miró al hangar.
—El ú nico problema de dejar volar la imaginació n es que la vida nunca sale tan bien como
nos gustaría. A veces un encuentro se queda só lo en eso. Otras veces es un preludio.
Fel rió en voz baja.
—Si yo hubiera dicho eso me habrías acusado de hablar como tu padre otra vez.
—Quizá sí, pero es probable que no —ella no le miró directamente, sino a su reflejo en el
cristal—. Lo bueno de ser adolescente es poder tomar decisiones maduras cuando es
necesario, y poder dejarse llevar sin má s cuando no lo es.
***
Corran se encontraba sumamente incó modo con el traje aislante. Estaba sudando, pero no
tenía calor; la baja temperatura del traje le hacía temblar. Se le ponía la piel de gallina al ver
la forma en que los implantes de la nave cambiaban su aspecto exterior, có mo describían
surcos para luego florecer en conglomerados de costras minerales de tonos marrones.
Miró a Wedge.
—No tienes por qué hacer esto, Wedge. Si te pasa algo, Iella y los niñ os no me lo
perdonarían nunca.
—Ya, bueno, ¿está s diciendo que Mirax me perdonaría a mí si te pasara algo? —Wedge rió
—. Tú y yo, como en aquella incursió n en Borleias, pero esta vez tú vas primero.
—¿No fue en aquella incursió n en la que me ordenaron que nos fuéramos?
—Sí, así fue. ¿Qué pasa, vas a ejercer tu cargo conmigo, coronel?
—Tú escuchaste aquella orden tan bien como yo —Corran negó con la cabeza—. Y no eres
tan tonto como algunos Jedi. Vale, me alegro de que estés conmigo.
Los dos hombres se aproximaron al transbordador, hacia la rampa de descenso. Los
técnicos habían colocado una escalera rodante que permitiría a uno de ellos subirse y tocar
la parte inferior de la cubierta. La rampa entera estaba cubierta por una malformació n
enorme que a Corran le recordaba una costra gigante, con su color marró n oscuro y teñ ida
de sangre seca. La malformació n cambiaba de color en la zona del panel de acceso, donde
se tornaba má s clara y má s á spera.
—¿Tú qué dices, Wedge?
—Pues creo que tu sable lá ser debería ser capaz de abrirse paso hasta la carcasa, pero no
podemos saber lo que vas a cortar —cruzó los brazos—. Y dado que esto te ha sido enviado
con los mejores deseos del comandante yuuzhan vong, no creo que él quiera que destroces
su obra.
—En eso tienes razó n —Corran subió las escaleras y observó de cerca la costra que
recubría el panel de acceso—. É sta pincha mucho má s que las otras. Algunos de los lados
parecen haber sido afilados, y tiene espinas que son como agujas.
Alzó una de sus manos enguantadas hacia la costra, y una de las espinas se orientó
lentamente en direcció n a la mano que se acercaba. En una milésima de segundo, una
finísima aguja salió disparada de la espina, pero no llegó a atravesar el guante. Aun así, dio
con la suficiente fuerza como para hacer retroceder la mano de Corran unos centímetros.
Corran perdió el equilibrio, dio un salto hacia atrá s y aterrizó en el hangar. Wedge le ayudó
a enderezarse.
—¿Está s bien?
Corran asintió .
—Sí, no pasa nada —suspiró —. Si fueras a enviar a alguien una prueba de cariñ o, ¿querrías
asegurarte de que le llega, verdad? ¿La cerrarías y le darías algú n tipo de clave o có digo
para abrirla, no?
—Tiene sentido.
—Me lo temía —Corran se sacó el sable lá ser del cinturó n con la mano derecha y lo
encendió , la hoja plateada dejó caer reflejos fríos sobre el transbordador. Estiró la mano
izquierda hacia Wedge—. Quítame el guante. Lo voy a tocar con la mano. Si pasa algo raro,
me la amputas.
Wedge frunció el ceñ o.
—¿De verdad te parece eso inteligente?
—Pues claro que no, pero no creo que tenga muchas opciones —el Jedi de ojos verdes
sonrió —. Dejé tanta sangre en Bimmiel que es muy probable que los vong tengan muestras.
Apuesto a que esa cosa está entrenada para abrirse só lo cuando me vuelva a probar.
Su compañ ero le quitó el guante.
—¿Y no te parecería mejor echar un poco de sangre en un vaso y ofrecérsela?
—Pues, sí, claro, pero de una forma muy poco corelliana —Corran se encogió de hombros y
volvió a subir por la escalerilla, alzando la mano izquierda hacia el transbordador. Una de
las espinas se movió y le clavó una aguja en la palma de la mano. La aguja volvió a su sitio
rá pidamente, y Corran se quedó mirando el hilillo de sangre que le caía de la pequeñ a
herida—. Lo del veneno también podíamos haberlo pensado, ¿no?
Antes de que Wedge pudiera contestar, la costra comenzó a crujir y a soltar pedazos que
cayeron al hangar como si fueran hielo. Líneas de una mucosidad verde y brillante
comenzaron a brotar por los bordes, uniendo la cubierta con la rampa de descenso. Las
líneas comenzaron a estirarse segú n bajaba la costra, rompiéndose por el centro,
retrayéndose la mitad dentro de la goteante carcasa, mientras la otra mitad formaba en el
suelo del hangar un charco cristalino y con textura de babosa.
Corran subió las escaleras y avanzó por la rampa con el sable lá ser encendido. Wedge le
seguía de cerca, empuñ ando una pistola lá ser. La nave estaba a oscuras, excepto por un
tenue brillo biolumínico. La hoja del sable lá ser acentuaba las sombras y las convertía en
algo grotesco al paso de Corran.
Por todas partes, las paredes del transbordador estaban derribadas y destrozadas. Las
costras yuuzhan vong, algunas como raíces, otras como formaciones de coral, decoraban el
interior. Se expandían como si fueran hiedra, pero cuando los dos hombres entraron en la
nave, las costras comenzaron a palidecer y a deshacerse. La punta de los negros tentá culos
se dividió y comenzó a chorrear un fluido negro.
Corran negó con la cabeza.
—No lo entiendo.
—Yo sí. Todas esas cosas nos escaneaban a nosotros mientras nosotros escaneá bamos el
transbordador. Han estado enviando informació n todo el tiempo que hemos tardado en
abrir la carcasa. Luego han comenzado a morir, y tan rá pido que no nos quedará nada ú til
que analizar —Wedge cogió un pedazo de raíz de una pared, que se disolvió en su mano—.
Hay algo metabolizando rá pidamente estas cosas. Es como un montó n de abono
desintegrá ndose a toda velocidad.
—Pues si éste es el mensaje que quería enviarme Shedao Shai, no sé có mo tomá rmelo.
Quiero decir, yo no soy el Jedi que se crió en una granja, y no pienso morir tan rá pido,
gracias —Corran alzó el sable lá ser para arrojar luz—. Espera. ¿Qué es eso?
En la parte delantera del compartimiento de pasajeros, apoyado contra el muro que lo
separaba de la cabina de los pilotos, había un gran objeto de forma semi ovoide, tumbado
de lado. Tenía una abertura de lado a lado que corría en paralelo al suelo, y a Corran le
recordó mucho a la concha de una criatura marina. El exterior era de color parduzco, con
rayas que iban desde la articulació n ó sea hasta el filo exterior. Otra de las costras con
espinas sellaba la abertura.
Los dos se acercaron, atravesando el pasillo entre las filas de asientos, y, en ese momento,
un villip colocado sobre la cosa adquirió los rasgos de Elegos. Aunque la bola protoplá smica
carecía del resplandor dorado, lo cierto es que tenía cierto tono amarillo, e incluso
reproducía las vetas moradas alrededor de los ojos. Se parecía mucho a una holografía
está tica cuando los lá seres no estaban en paralelo; reconocible a duras penas.
El villip comenzó a hablar con la voz de Elegos.
—Podría contaros muchas cosas sobre los yuuzhan vong, pero apenas tengo tiempo.
Shedao Shai me ha enseñ ado mucho. Los yuuzhan vong no son depredadores irracionales,
sino una especie compleja cuya filosofía es en gran parte una antítesis de la nuestra. No he
descubierto el origen de su tecnofobia, pero creo que hay lugar para la comunicació n en
otros aspectos. Mi misió n con los yuuzhan vong ha sido difícil, pero no infructuosa, y tengo
esperanzas de seguir progresando.
La imagen reprodujo una sonrisa.
—En nuestras numerosas conversaciones, Shedao Shai se mostró especialmente intrigado
por las historias sobre el gran almirante Thrawn, y su planteamiento de estudiar el arte de
sus enemigos para obtener má s conocimientos sobre ellos. A ti, Corran Horn, Shedao Shai
te profesa un profundo respeto. Sabe que estuviste en Bimmiel. Los dos guerreros muertos
allí eran de su familia. Sabe que estuviste en Garqi. Cree que ambos os encontraréis en un
futuro, así que te ha preparado el regalo adjunto, para que puedas estudiar su artesanía
como él ha estudiado la tuya. Cada día que pasa, mi comprensió n de los yuuzhan vong
crece, así como su comprensió n de nosotros —la mirada de Elegos se suavizó —. Espero
poder volver pronto, en época de paz. Por favor, dile a mi hija que la quiero, y a mis amigos.
No temas por mí, Corran. Aunque difícil, mi misió n aquí es vital para que haya alguna
posibilidad de paz.
Al terminar el mensaje, el villip se condensó en una bola y rodó hasta caer al suelo.
Corran miró a Wedge y se estremeció .
—Espero que Shedao Shai no piense que todos los que estamos en este lado de la línea de
fuego somos del calibre de Thrawn.
Wedge se encogió de hombros.
—Bueno, quizá s eso le haga ser má s cauto.
—Y quizá s eso haga que se enfrente a nosotros con tal potencial que hasta Thrawn echaría
a correr —el Jedi negó con la cabeza—. Quizá podamos convencer a los vong para que
acepten unos guardaespaldas noghri.
—No creo que sea probable —Wedge señ aló el contenedor—. ¿Lo vas a abrir?
—Eso creo. Si Elegos hubiera pensado que esto era un trampa, habría encontrado la forma
de avisarme —Corran pasó la mano izquierda por la costra y cerró el puñ o con fuerza,
dejando que un par de gotas de sangre cayeran sobre el dispositivo yuuzhan vong. La
costra crujió al romperse lentamente. La concha comenzó a abrirse. La luz del sable lá ser
envió reflejos dorados desde el interior.
—¡Babas de sith! —Corran sintió como si se le deshicieran las entrañ as, y cayó de rodillas
—. Oh… oh, no… no.
La caja abierta dejó al descubierto una obra de arte que era claramente el resultado de
muchas horas de dedicació n. Había un esqueleto completamente articulado sentado con las
piernas cruzadas, y cada hueso había sido bañ ado en oro. El esternó n y las suaves
terminaciones de los huesos largos estaban forradas de platino. Había titilantes gemas
violetas incrustadas en las cuencas vacías de los ojos, y amatistas pulidas en los lados del
crá neo, reproduciendo exactamente las vetas del rostro de Elegos.
Los dientes, de un blanco reluciente, sonreían con frialdad en la boca sin labios.
El esqueleto caamasiano estaba allí, con la cabeza inclinada hacia abajo, mirando el villip
que tenía alojado en el hueco de las piernas cruzadas. La bola de tejido empezó a cobrar
rasgos deformes. La voz que resonó era igual de inquietante y amenazadora. Su dominio
del Bá sico era bueno, pero parecía resultarle difícil la pronunciació n.
—Soy Shedao Shai. Tú estuviste en Bimmiel. Mataste a dos de los míos y dejaste que se los
comieran las alimañ as. Robaste los huesos de mis ancestros. Esto que te ofrezco es un
ejemplo de có mo deben adorarse los huesos de un guerrero yuuzhan vong caído.
La voz se suavizó de modo casi imperceptible.
—Siento que tus acciones me obligaran a matar a Elegos. Quiero que sepas que lo hice yo
mismo, con mis propias manos. Mientras le estrangulaba, leí en sus ojos que se sentía
traicionado, pero só lo al principio. Antes de morir, acabó por comprender la necesidad de
su muerte. Tú también tendrá s que entenderlo.
Los ojos del yuuzhan vong se entrecerraron en la superficie del villip.
—Nos encontraremos, cada uno con sus fuerzas, en el planeta que llamá is Ithor. Si tienes
algo de honor, y Elegos me aseguró que así era, me devolverá s los huesos de mis
antepasados. En caso contrario, será s tú quien haga inú til la muerte de tu amigo.
Corran sintió las manos de Wedge en los hombros cuando el villip se hizo una bola. El Jedi
apagó el sable lá ser, dejando la cabina a oscuras y ocultando el esqueleto dispuesto frente a
él. Alargó la mano izquierda, buscando calor, buscando algo de la esencia de Elegos, pero
só lo sintió frío.
—Wedge… Elegos era tan… Era tan pacífico. É l…, él me salvó a mí y a mi cordura cuando
estaba con los piratas. Ayudó a salvar a Mirax —Corran agachó la cabeza—. ¿Y sus asesinos
me dicen que su muerte es culpa mía? Elegos no hizo nunca dañ o a nadie, ¿y le matan para
dejar algo claro?
Wedge apretó con fuerza los hombros a Corran.
—Los yuuzhan vong pensaron que éste era el ú nico mensaje que entenderías.
—Ya, bueno, este Shedao Shai lo ha dejado bien claro —Corran se puso en pie—. Quiere
recuperar esos huesos, pues los tendrá , y en una caja enorme también. Y voy a meter los
suyos también en la caja, para que los vong puedan llevarse ese apestoso paquetito adonde
quiera que esté su hogar.
CAPÍTULO 29
L a luz de la representació n holográ fica del sistema ithoriano caía sobre el rostro de
los asistentes al encuentro en la sala de reuniones. Luke observó có mo cambiaba y
bailaba cuando el almirante Kre’fey variaba la perspectiva. El centro de la imagen
giraba alrededor de Ithor en una ó rbita espiral que se iba separando de las ciudades-nave a
medida que los vehículos se alejaban lentamente de lo que una vez fueron sus hogares.
El almirante bothan congeló la imagen ahí.
—El proceso de evacuació n va bastante bien. Las ciudades-nave no tienen la estructura
necesaria para realizar el salto a la hipervelocidad, ni siquiera instalando los motores
adecuados. Las mantendremos protegidas de los yuuzhan vong, y todas las naves que
podamos infiltrar seguirá n evacuando gente.
El almirante Pellaeon asintió solemnemente.
—Jamá s hubiera creído posible la evacuació n de toda la població n de un planeta.
Corran frunció el ceñ o.
—Todavía no hemos sacado a todo el mundo, ni de lejos. Y, ademá s, hay mucha vida que se
va a quedar atrá s en Ithor. Só lo nos estamos llevando las partes con má s capacidad de
movimiento.
Kre’fey asintió y miró al datapad que empleaba para controlar el holoproyector.
—Siguiendo un cá lculo optimista, en una semana habremos completado la evacuació n,
contando con que consigan llegar las naves extra que he solicitado. El precio del billete
desde planetas como Agamar se está disparando, por lo que cualquiera con una nave capaz
de llevar carga se dirige hacia allí para recoger pasajeros. Es una carrera contra reloj, y las
posibilidades de ganar son cada vez má s escasas.
El Maestro Jedi suspiró . La seriedad de las palabras del bothan le había afectado.
—¿Tu primo no puede hacer nada?
Traest Kre’fey se rió a carcajadas.
—Pues no, la verdad es que no. Sus consejeros han vuelto a Coruscant en una de las
primeras naves.
Corran arqueó una ceja sorprendido.
—¿Borsk se ha quedado atrá s?
—Así es.
El Jedi corelliano alzó ambas manos con las palmas hacia arriba, como si sostuvieran los
platillos de una balanza.
—Valiente o estú pido. Valiente o estú pido. No sé cuá l de las dos opciones prefiero creerme.
—Mientras no cause problemas, me da igual lo que sea —el bothan suspiró —. Pero lo
cierto es que las posibilidades de que no cause problemas son mínimas.
—Y ciertamente insignificantes —Pellaeon juntó las yemas de los dedos—. Nuestros
ingenieros han terminado en la estació n de tierra. Las defensas está n en posició n. Conchas
defendiendo a una concha, pero debería ser suficiente para engañ ar a los vong.
Luke asintió .
—Bien. Los Jedi pronto habrá n terminado los preparativos en el Bahía de Tafanda. Yo
preferiría tener má s tiempo para asegurarme de que las cosas salen bien y hacer algunas
simulaciones, pero cuando haya que irse nos iremos. Lo cierto es que todo depende de los
yuuzhan vong.
—Así es, no hay duda —Kre’fey pulsó un botó n de su datapad, y la espiral de la zona de
visionado continuó describiendo un largo arco hacia las profundidades del sistema solar.
Allí, alojada entre un cinturó n de asteroides y un gigante gaseoso, estaba la flota yuuzhan
vong. Las naves casi parecían un grupo de asteroides que salían lentamente del cinturó n
para seguir orbitando alrededor del gigante gaseoso, pero su ruta apuntaba
inexorablemente hacia Ithor.
La imagen de la flota hizo que Luke sintiera escalofríos.
El almirante bothan se sentó y se alisó la barba blanca con ambas manos.
—Desde que aparecieron en el sistema hemos realizado numerosas simulaciones del
probable desarrollo de la batalla. Con las fuerzas con las que cuenta cada bando, el
resultado es bastante coherente. Nos enfrentaremos en el espacio, nos causaremos dañ os
los unos a los otros y nos retiraremos cada bando a un lado del planeta. Al paso que
avanzan, nos encontraremos en tres días, puede que cuatro. Una gran batalla, y después
ambos nos retiramos.
Gilad Pellaeon se echó hacia delante y se mesó el bigote con los dedos pulgar e índice.
—He solicitado refuerzos, y sé que ustedes también. Lo que no me gusta de las
simulaciones que he realizado es lo siguiente: los vong podrían asignar un pequeñ o
contingente de sus cazas y enviarlo a por las ciudades-nave cuando nosotros nos retiremos.
Tendremos que reaccionar, equilibrando la balanza de poder aquí. Ithor estará abierto para
ellos.
Corran entrecerró sus ojos verdes.
—¿Pueden sus refuerzos entrar en el sistema en una posició n en la que sirvan de cobertura
a las ciudades-nave?
El almirante imperial asintió .
—Eso sería relativamente sencillo de conseguir, y ademá s permitiría que mis refuerzos
contribuyeran a la tarea de evacuació n.
—Y la evacuació n es má s importante que matar a cualquier escuadró n de incursió n
yuuzhan vong —Luke miró a Corran—. ¿Qué pasa?
El Jedi corelliano parpadeó y se miró las manos.
—Pues que, segú n parece, lo que realmente necesitamos no es una separació n, sino una
tregua.
Pellaeon asintió .
—Eso sería muy ú til, pero el destino de su amigo caamasiano hace pensar que es poco
probable.
—Puede que no.
Luke miró a Corran, y una oleada de sentimientos enfrentados emergió del Jedi de cabello
oscuro.
—¿Qué tienes en mente? Has planeado algo.
—Me has pillado —Corran apretó los labios—. No quiero decepcionarte, Luke. Sé que no es
posible, pero… ya oíste lo que me dijo Shedao Shai. Yo envié un mensaje a Agamar. Mañ ana
me llegará n los huesos que recuperó aquel equipo arqueoló gico. Tengo algo que Shedao
Shai quiere.
Luke negó con la cabeza.
—¿No estará s pensando en hacer una estupidez, no? ¿Ibas a traerlos hasta el Bahía de
Tafanda y utilizarlos como cebo?
—No sabía exactamente lo que hacer. No había llegado todavía a la planificació n —Corran
se miró las manos abiertas y las apoyó en la mesa—. Yo só lo sabía, tenía la certeza de que
debía traer esos huesos aquí. Quizá los hubiera enviado al sol para explicar a Shedao Shai lo
que había hecho, y para que se metiera en la atracció n de la gravedad solar al intentar
rescatarlos y se quemara. No sé.
Kre’fey se rascó la barbilla.
—¿Cambiar los huesos por una tregua? No creo que eso funcione.
Corran negó con la cabeza.
—No funcionará .
Luke percibió que la incertidumbre abandonaba el tono de Corran.
—¿Qué Qué quieres decir?
—Me he equivocado al decir que tengo algo que Shedao Shai quiere. Tengo los huesos y me
tengo a mí. Yo maté a dos de los suyos en Bimmiel, y por eso él mató a Elegos. Quiere
matarme.
El almirante imperial sonrió lentamente.
—Y usted quiere matarlo a él.
—No me importaría hacerlo —el Jedi corelliano alzó la cabeza—. Lo que propongo es lo
siguiente. Yo retaré al líder vong a un duelo. Si él gana, se lleva los huesos. Si gano yo, me
quedo con Ithor. Para acordarlo, estableceremos una tregua. ¿Cuá nto tiempo hace falta?
¿Una semana? ¿Dos?
—Una semana estaría bien, dos mucho mejor —Kre’fey asintió —. Esto podría ser una
solució n.
Luke negó con la cabeza.
—No, imposible.
—¿Maestro? ¿Por qué no?
—En primer lugar, porque Borsk Fey’lya jamá s estará de acuerdo.
Kre’fey se aclaró la garganta.
—Ojos que no ven, corazó n que no siente.
Corran asintió .
—Y en caso de que no funcione, si Shedao Shai no se muestra de acuerdo, no tendremos
que dar explicaciones de otro fracaso Jedi.
—Corran, sigue sin ser correcto. Si le retas a un duelo, tú será s el agresor. Le estará s
obligando a actuar. Y eso no es propio de un Jedi. Te acercas peligrosamente al Lado Oscuro,
amigo mío. Luke no expresó en voz alta sus preocupaciones porque no estaba seguro de
có mo se lo tomarían ambos almirantes.
El Jedi vestido de verde se sentó en silencio un momento, y asintió lentamente.
—Creo que entiendo tu preocupació n, Maestro, pero esto se remonta a la discusió n que
tuvimos en una reunió n hace meses. Puedo sentir el objetivo de la potencia vong. Sé que
hacer esto es como adelantarse a sus acciones. Elegos se marchó por su cuenta para
intentar impedir la invasió n, y, bueno, si yo también puedo hacerlo, aunque sea por un día,
estaré aumentando las posibilidades de que pueda escapar má s gente. Quizá no sea la
decisió n que queremos tomar, pero es la ú nica que parece posible por el momento.
—Pero el ejemplo que dará s… a Kyp le va a encantar.
—Lo sé —Corran cerró los ojos y se apoyó en el respaldo—. Ojalá encontrara otro modo,
Maestro, pero éste me parece el mejor.
Luke quiso protestar y prohibir a Corran que cerrara el trato con el líder yuuzhan vong,
pero no lo hizo por la sensació n de calma que percibió en su colega.
El Maestro Jedi miró a los dos militares.
—¿Está is los dos de acuerdo con este plan?
Pellaeon soltó una risa burlona.
—¿Un hombre haciéndose el héroe para decidir el futuro de un planeta entero y de su
població n? Es lo ú ltimo que el Imperio aprobaría. No só lo es arriesgado para el agente en
cuestió n, sino que alentaría a otros a emprender acciones insubordinadas cada vez que
creyeran estar en lo correcto. Si estuviera bajo mi mando, prohibiría sus acciones, pero no
lo está . Por otro lado, soy consciente de que es una situació n absolutamente desesperada, y,
si esto funciona, yo estoy dispuesto a seguir adelante. La decisió n corre de cuenta del oficial
al mando.
El almirante Kre’fey frunció el ceñ o.
—Creo recordar que había una buena razó n para convocar al coronel Horn al servicio
activo, pero ahora mismo se me escapa —suspiró —. Estoy de acuerdo con el almirante
Pellaeon. Esto no me gusta nada, pero creo que es una oportunidad que debemos
aprovechar. Las naves van todo lo rá pido que pueden, y es má s necesario ganar tiempo que
la propia batalla. Al menos esto nos hará ganar tiempo. Y si ademá s salva a Ithor, mejor que
mejor.
Luke asintió , solemne.
—Esto no me gusta nada, pero… —miró a Corran—. Confío en tu buen juicio. Sé que hará s
lo correcto.
—Gracias, Maestro.
Luke dio una palmadita a Corran en el hombro.
—Encontraremos la forma de hacer llegar el mensaje a Shedao Shai. Te daré los planes en
cuanto los tengamos.
Kre’fey se levantó y tendió la mano a Luke.
—Por si no hubiera má s ocasiones para decirlo, aprecio el sacrificio que van a realizar los
Jedi. Quiero que lo sepá is, por si no conseguimos superar este conflicto.
La imagen de Chewbacca le pasó a Luke un segundo por la cabeza, pero el contacto firme y
seco de la mano del bothan la borró de su mente.
—Gracias, almirante. Que la Fuerza nos acompañ e a todos.
CAPÍTULO 30
J acen Solo vio có mo el capitá n del carguero recogía el datapad de manos de Corran,
comprobaba el mensaje de la pantalla e indicaba al androide de carga binario que
llevaba el reluciente baú l de aluminio que avanzara.
—Debo informarle de que la doctora Pace dijo que estaba dispuesta a llegar adonde fuera
para protestar en contra de esta apropiació n de objetos yuuzhan vong.
El capitá n negó con la cabeza.
—Tomo nota —Corran le saludó brevemente con la cabeza—. Gracias por desviarse hasta
aquí. No le retrasaré.
—No hay problema. Su mujer se ha portado bien conmigo en má s de una ocasió n.
Encantado de poder agradecérselo —el hombre se despidió de Corran y dirigió el androide
de carga de vuelta al carguero.
—¿Quieres que te lleve eso, Corran?
El Jedi de má s edad alzó el baú l por el asa y se lo acercó a Jacen.
—¿Has cambiado de idea? En la reunió n estabas totalmente en desacuerdo. ¿Lo has
pensado mejor?
Jacen cogió el baú l y se sorprendió de lo ligero que era.
—Pues no. En parte te está s tomando esta guerra como algo personal, eres tú contra
Shedao Shai. Y eso no está bien. Es sedicente. Es propio del…
—No me digas que es propio del Lado Oscuro, Jacen —Corran alzó una mano y negó con la
cabeza—. No estoy de humor para…
—Sí, sí lo está s, Corran. Pero no quieres oírlo porque sabes que es verdad —Jacen dio un
paso adelante, mirá ndole por encima del hombro—. Fuiste tú quien me dijo que todos
tenemos que tirar en la misma direcció n, pero tú lo haces en una propia. Quieres vengar a
tu amigo. No puedo culparte por eso, pero si la situació n fuera al revés, estarías discutiendo
conmigo por condicionar mis sentimientos a los está ndares de otros.
—Puede que eso sea cierto.
—¿Y por qué no te aplicas el cuento?
—Porque… —Corran frunció el ceñ o. Luego cogió a Jacen de la tú nica y lo llevó a un pasillo
lateral—. Ven aquí.
Los dos caminaron en silencio y salieron a una pasarela que daba a la parte central del
Bahía de Tafanda. Si Jacen no hubiera sabido que estaban flotando sobre la Madre Jungla,
habría creído que la nave ithoriana era una ciudad cubierta có modamente ubicada en el
suelo del planeta. La cú pula de transpariacero dejaba ver un cielo azul lleno de cargueros
volando hacia el espacio, y el frondoso bosque de la ciudad só lo dejaba entrever aquí y allá
las paredes blancas y las avenidas.
—Mira ahí fuera, Jacen. He ahí una ciudad que está siendo abandonada por las personas
que la aman, que trabajaron para crearla. ¿Por qué? Porque es un objetivo militar. Sabemos
que los vong van a por ella, así que hemos trasladado a la gente y hemos colocado un par de
sorpresas para el enemigo. Y también lo estamos haciendo en el resto del planeta.
El joven asintió .
—Eso lo entiendo.
—Pues entiende esto: Por lo que yo hice en Bimmiel, por lo que hicimos en Garqi, Shedao
Shai ha decidido que yo también soy un objetivo. Va a ir a por mí y a por los huesos de ese
baú l, lo que significa que va a estar desconcentrado. Y eso es lo que queremos, porque un
líder distraído nos proporcionaría má s tiempo, y, en ú ltima instancia, fracasará .
—Eso lo capto, pero lo otro…
Corran suspiró y apoyó la mano en el hombro de Jacen.
—Mira, Jacen, yo no quiero vengar a Elegos. Su muerte me afectó muchísimo, pero le
conocía lo suficiente como para saber que lo ú ltimo que hubiera querido es que alguien
matara en su nombre. Te acordará s de que en Dantooine aceptó pilotar ese transbordador
porque estaba dispuesto a asumir la responsabilidad de matar, de proteger a otros para
que no aguantaran esa carga. Si yo fuera a por Shedao Shai en nombre de Elegos, él lo vería
como que estoy asumiendo la carga de la violencia por él. Y yo no le haría eso.
—Pero tienes intenció n de matar a Shedao Shai.
El rostro de Corran adquirió una expresió n solemne.
—Si surge la oportunidad, sí. Mira, Jacen, no es por venganza, que, como tú bien dices, sería
algo propio del Lado Oscuro. Es por responsabilidad. Shedao Shai quiere matarme. Si no me
enfrento a él, entonces tendrá s que hacerlo tú , o Ganner u otro. Sí, es peligroso, de eso no
hay duda. Y puede que me mate, y entonces será problema vuestro. Pero hasta ese
momento es problema mío.
Jacen se estremeció .
—No estoy seguro de eso.
—Bueno, tampoco hace falta que lo estés —el hombre suspiró sin pesar, como soltando la
tensió n acumulada—. Sé que estamos haciendo lo correcto, Jacen. Esta batalla tiene dos
motivos. El primero es proteger Ithor y a su població n de refugiados. El segundo, igual de
importante, infligir una derrota a los vong. Necesitamos que sepan que ha terminado la
parte fá cil de la invasió n. Si lo pagan caro, quizá se lo piensen dos veces. No espero que lo
entiendas a tu edad, porque yo no lo entendí hasta que no fui mucho mayor, pero sé que lo
que hago está bien —sonrió —. Puedo sentirlo. Es lo que hay que hacer.
Jacen pudo percibir la convicció n en la voz de Corran y se agarró a ella por un segundo,
pero frunció el ceñ o.
—Yo me sentía así cuando quise liberar a los esclavos de Belkadan, y ya sabes lo que pasó .
Corran pasó el brazo por los hombros a Jacen.
—Bueno, creo que te queda mucho por aprender sobre el tema de la moral, chico.
—Só lo pretendo ser realista.
—Sí, lo sé —Corran sonrió y llevó a Jacen a la zona de preparativos—. Tengo la sensació n
de que vamos a bañ arnos en realismo. Só lo espero que no nos ahoguemos en él.
***
—Lo cierto es que me sorprende bastante verte todavía aquí, primo —el almirante Traest
Kre’fey estaba en el puente del Ralroost, contemplando las vistas del espacio sobre Ithor. A
lo lejos se veían muchas naves en forma de puñ al, orbitando alrededor del planeta, y había
má s del Remanente que de la Nueva Repú blica—. Supuse que volverías al Nú cleo con el
sumo sacerdote Tawron.
Borsk Fey’lya no se dignó ni a encogerse de hombros, aunque se le erizó el pelo de la nuca.
—Tenía razones para quedarme.
¿No será una de ellas que Leia Organa Solo no ha huido, como el resto de tu séquito? Traest
no expresó en voz alta sus pensamientos, pero sintió como si el jefe de la Nueva Repú blica
los leyera en su sonrisa burlona.
—¿Y tenías razones para hablar conmigo?
—¿Para hablar contigo? No —Fey’lya sonrió cauteloso—. Te quería aquí como testigo —
señ aló al oficial de comunicaciones—. Ya puede comenzar la conexió n.
El teniente Arr’yka miró al almirante pidiendo permiso.
Traest alzó la mano un instante.
—¿Y con quién quieres hablar?
—Con el almirante Pellaeon —Fey’lya señ aló con la cabeza al Quimera, que brillaba en la
distancia—. Dado que no tienes la valentía necesaria para representar a tu propia causa,
me corresponde a mí esa responsabilidad. Voy a exigir que el mando de esta operació n
recaiga sobre ti. Es un planeta de la Nueva Repú blica. Deberías ser tú quien liderara su
defensa.
—Entiendo —dijo Traest con un gruñ ido. Luego hizo un gesto al teniente—. Abra la
comunicació n con el almirante Pellaeon, por favor.
Ambos bothanos esperaron en silencio durante unos segundos. Pellaeon apareció en un
holograma en tamañ o natural, tan imponente como en la vida real.
—¿Sí, almirante Kre’fey?
—Saludos, almirante. No quisiera molestarle, pero el jefe Borsk Fey’lya desea instarle a que
me ceda el mando de la defensa ithoriana. Pero, antes de que lo haga, creo que es mejor que
él oiga lo que usted tiene que decir al respecto.
El humano asintió y se mesó el mostacho blanco con la mano.
—Segú n la regulació n imperial 59826, si se me sustituye al mando de la defensa ithoriana,
todas las naves y el personal imperiales será n retirados de inmediato a Bastion.
—Gracias, almirante. Discú lpeme por hacerle perder el tiempo. Kre’fey fuera.
El bothan se giró para mirar a su primo.
—Supongo que eso es todo.
Por la forma en la que se le erizó el pelo del cuello a Borsk Fey’lya, supo que eso no iba a ser
todo.
—¡Esto es un ultraje! No ha lugar a la defensa de este planeta por parte del Remanente. Es
nuestro planeta. Nosotros somos quienes debemos estar al mando de su defensa. ¡No puede
ser de otra forma!
Traest extendió una mano con la palma hacia arriba, hacia Fey’lya, y sacó las garras.
—En Coruscant estuviste de acuerdo en dejar la defensa de la Nueva Repú blica a los
militares. Te advertí que si intentabas interferir me llevaría mis fuerzas a las Regiones
Desconocidas. Todavía puedo hacerlo, y lo haré. Y, si lo hago, el almirante Pellaeon se
retirará con su potencial. Ithor se quedará sin defensas.
Los ojos violetas de Fey’lya se abrieron de par en par.
—Pero no puedes hacerlo. Las tropas que hay en tierra se quedarían abandonadas. Y los
Jedi… Tú no los dejarías…
—¿No? Ponme a prueba. A ti no te importan los Jedi. Si por ti fuera, ninguno sobreviviría al
conflicto. Y tú alabarías su sacrificio, levantarías monumentos en su honor y bailarías
alegremente sobre sus tumbas —la mirada amatista de Traest se endureció , las vetas
doradas relucían—. Y en cuanto a lo de dejar atrá s Ithor, no tienes ni la má s mínima idea de
adó nde he mandado a los refugiados. Habrá colonias ithorianas por toda la Nueva
Repú blica y las Regiones Desconocidas. Sí, los á rboles bafforr tardará n añ os en crecer y
producir polen de nuevo, pero puedo pasarme ese tiempo construyendo ejércitos para
enfrentarme a los yuuzhan vong y aplastarlos. Ya te advertí que eso es lo que haría, y lo
haré. Una palabra mía y todo el personal que está bajo mi mando se trasladará a los
planetas que yo diga.
—¡Esto es una insubordinació n! Te retiraré el mando —Fey’lya se dio la vuelta y señ aló a
dos oficiales de seguridad bothanos que estaban junto a la puerta de acceso al puente—.
Arrestad al almirante Kre’fey y sacadle del puente.
Ninguno de los bothanos se movió ni dio señ al alguna de haber oído la orden.
Traest miró a su primo.
—Estamos en zona de guerra, primo. Tu jurisdicció n acabó en el momento en el que
entraste en el sistema. Tienes una opció n… —le interrumpió la repentina aparició n
holográ fica de Pellaeon.
—Disculpe, almirante, pero los vong han entrado en la zona de ataque y han iniciado el
asalto. Ya vienen. Ha comenzado. Parece ser un Caso Siete.
—Gracias, almirante. Es un Caso Siete, efectivamente —Traest miró a través del holograma
imperial que se desvanecía—. Caso Siete, aíslen los ordenadores de objetivos en telemetría
del Quimera. Todos los cazas listos. Esto no es un simulacro. Luchad como es debido y
veremos a los yuuzhan vong huyendo.
Traest se acercó a Fey’lya y bajó la voz hasta que fue un susurro.
—La opció n que iba a ofrecerte era que regresaras a tus aposentos o que te metieras en una
nave para largarte antes de que apareciera el enemigo. La segunda opció n ya no es viable,
pero te ofrezco otra. Puedes quedarte aquí, en el puente, y demostrar en silencio tu apoyo a
aquellos que van a luchar para salvarte la vida, o puedes salir con el rabo entre las piernas y
rezar para que el ataque yuuzhan vong no sea tan potente como para atravesar las paredes
de tu camarote.
Fey’lya alzó la barbilla.
—Quizá me desprecies ahora, primo, pero en mis tiempos, cuando los imperiales eran
nuestros enemigos, yo derramé mi sangre. Conozco el combate, y jamá s he huido de él.
—Bien, porque los yuuzhan vong son peor que cualquier cosa a la que te hayas enfrentado
—Traest alzó la voz para que le oyeran todos en el puente—. Sí, primo, tu ayuda aquí es
muy bienvenida. Si necesitamos algo te lo haré saber. Mientras tanto, tenerte aquí,
honrando a mi personal con tu mera presencia, es má s valioso que cualquier esfuerzo.
***
El Ala-X de Jaina Solo voló por encima del Ralroost y giró a la izquierda para entrar en la
formació n del Escuadró n Pícaro. Anni Capstan se le unió a estribor en su aleró n-s y
retrocedió unos cuantos metros. Una mirada rá pida a los monitores le mostró las pantallas
al má ximo, con el campo del compensador de inercia ampliado para protegerla de los dovin
basal de los yuuzhan vong, y los sistemas de armamento totalmente cargados y en verde.
—Once preparado y en posició n.
Chispas silbó y comenzó a mostrarle datos tá cticos en el monitor principal. En un abrir y
cerrar de ojos tenía delante una docena de objetivos yuuzhan vong. El monitor le mostró un
enorme crucero yuuzhan vong, má s grande que cualquier cosa que hubiera visto antes.
Relucía con sus enormes espinas de coral yorik, aunque el nú cleo del transporte parecía
haber sido inicialmente un asteroide al que posteriormente se le fueron añ adiendo piezas.
Tres cruceros má s pequeñ os, del tamañ o de la nave contra la que lucharon en Dantooine,
rodeaban al má s grande, y ocho naves má s habían tomado posiciones de apoyo. De todas
ellas salían enjambres de coralitas, formando nubes de objetivos. En medio de todo aquello,
Chispas consiguió escoger una serie de naves de tamañ o medio que a Jaina le parecieron
transportes de tropas.
El comandante de la flota descargó inmediatamente nombres tá cticos para las naves
yuuzhan vong. La má s grande fue denominada gran crucero, las má s pequeñ as se
convirtieron en cruceros de asalto y las menores en cruceros ligeros. Las abreviaturas
grande, asalto y ligero fueron adjuntadas a los archivos, pero Jaina supuso que los pilotos
acabarían sacando sus propios apodos só lo por contradecir los planes tá cticos.
Los transportes de tropas recibieron el nombre de jaulas. Jaina sabía que debían ir llenas
hasta los topes de guerreros yuuzhan vong. Los soldados estarían indefensos hasta que
llegaran a la atmó sfera y tomaran tierra, y un ataque sobre esos transportes no hacía
necesaria la destrucció n total, só lo una pequeñ a abertura para que saliera la atmó sfera y
entrara el frío.
La voz de Gavin resonó en el intercomunicador.
—Pícaros, tenemos a los jaulas. Lá seres si podéis, torpedos si no podéis. Es mejor que les
matemos aquí arriba a dejar que lleguen a tierra.
CAPÍTULO 31
Es enorme, almirante. Tiene la misma masa que un destructor estelar clase Sú per.
Pellaeon se alejó lentamente de la pantalla de visualizació n del puente del Quimera,
sabiendo que ganar aquella batalla dependía tanto de la actitud que mostrara ante su
tripulació n, como del uso del armamento o de la tá ctica.
—Entonces, comandante, supongo que tendremos que quitarle algo de masa, ¿no cree?
El Quimera estaba en el centro de la formació n de defensa, en el nú cleo del cono. Lo
rodeaban otros cuatro destructores estelares clase Imperial, dos de la Nueva Repú blica y
dos del Remanente. Ademá s de nueve destructores estelares clase Victoria, tres cruceros de
asalto bothan y un crucero estelar calamariano en la parte exterior del cono. Después había
un grupo de naves má s pequeñ as, desde fragatas a un par de cargueros cuya tripulació n
tenía má s agallas que armamento.
—Soluciones armamentísticas para el grande, por favor. Fuego a discreció n —el almirante
imperial se dio la vuelta y contempló có mo las baterías de turbo lá ser de los laterales de la
nave llenaban el espacio de rayos de energía roja.
Algunas de las armas emitían una corriente casi constante de dardos pequeñ os que salían
por tandas hacia el objetivo. Los vacíos que los yuuzhan vong empleaban para escudar sus
naves absorbían casi todos, aunque unos pocos consiguieron abrirse paso, y las demá s
armas soltaron una rá faga concentrada de fuego.
Esos rayos má s potentes hicieron blanco en el enemigo. Pellaeon esperaba que al hacer
contacto con la nave derritieran el casco rocoso del grande, pero los vacíos también se los
tragaron. El almirante entrecerró los ojos, analizando la capacidad de la enorme nave para
absorber el castigo que le estaban imponiendo sus armas.
—Esto no es bueno, señ or —el oficial de control armamentístico dejó que la frustració n
llenara sus palabras—. Estas tá cticas de cazas de combate pueden funcionar contra los
coralitas, pero no con las naves grandes. Tienen escudos de sobra para rechazarnos.
—Sí, es posible, muy posible —Pellaeon frunció el ceñ o y se pasó la mano por la barbilla—.
¿O es que han aprendido có mo luchamos?
Jaina dejó caer una rá faga sobre un coralita y soltó una carga cuá druple en su popa. El coral
se convirtió en una cola de cometa congelada. La pequeñ a nave yuuzhan vong comenzó a
caer en barrena en una trayectoria que la conducía derecha a arder en la atmó sfera de
Ithor.
—Palillos, a estribor.
Sin pensarlo, Jaina reaccionó a la advertencia de Anni. Echó los mandos a la derecha y
graduó los cohetes de ajuste para que el Ala-X iniciara un bucle a estribor. Un rayo de
plasma procedente de un coralita le pasó rozando, y después llegaron trozos derretidos de
coralita. El caza de Anni pasó como una exhalació n, con los escudos aú n echando chispas.
Jaina se puso en su popa, virando ligeramente a babor.
Hubo intercambio de fuego con un par de coralitas, hasta que traspasaron la protecció n
yuuzhan vong para llegar hasta los jaulas. En comparació n con los veloces coralitas, los
jaulas eran como flotadores desinflados, que invitaban a un vuelo rasante y a soltar un par
de torpedos de protones. Todos los transportes de tropas lucían una especie de
proyecciones, como cuernos, que escupían rayos de plasma a los cazas que se aproximaban,
pero era obvio que estaban creados para atacar personas, no cazas. Esquivar aquellas
rá fagas era fá cil, y una rá faga disparada al azar llegó a impactar en la cubierta.
—Chispas, vigila nuestra cola, vamos a hacer un vuelo rasante —Jaina llevó su Ala-X de
nuevo a la posició n delantera y bajó hacia uno de los jaulas. La nave le envió un chorro de
plasma, pero ella volcó su Ala-X sobre el aleró n-s de babor y se dirigió a por otra. Soltó dos
rá fagas de dardos en proa y en popa, y después una carga cuá druple en el centro de la nave
con forma de caja. El coral pasó , en milésimas de segundo, de ser negro como el carbó n a
ser de un blanco ardiente. Luego se evaporó .
¡Le di! Jaina pulsó el intercomunicador.
—Acá balo tú , Doce.
—A tus ó rdenes, Palillos.
De repente, Chispas comenzó a gritar. El monitor secundario de Jaina le mostró un par de
coralitas que aparecieron a su cola, justo detrá s de Anni.
—Doce, abandonamos la incursió n.
—¡Babas de sith! —la voz de Anni estaba llena de pá nico—. ¡Me han dado!
Jaina viró el timó n a estribor y lo echó hacia atrá s para remontar, pero era demasiado
tarde. Dos de los motores de cola del Ala-X de Anni estaban en llamas. El caza se lanzó en
una cerrada espiral e impactó de lleno en el jaula al que Jaina había disparado. Jaina sintió
un dolor intenso procedente de su compañ era y después nada.
¡Anni!
***
—¡Jaina!
Abajo, en Ithor, oculto con el escuadró n Jedi a la espera de los yuuzhan vong, Jacen se
encogió cuando sintió una punzada de dolor en su interior.
Se esforzó por respirar, sintiendo como si le hubieran atravesado con una vibrocuchilla. El
dolor físico de su abdomen se redujo lentamente, pero no el dolor emocional que le
inundaba.
Corran se acercó a él rá pidamente y le puso la mano en la espalda.
—¿Qué pasa?
Jacen tosió un par de veces y contuvo el aliento.
—Mi hermana, está … Ha pasado algo… ahí arriba.
—¿Có mo de malo?
Jacen parpadeó y se adentró en la Fuerza, elevando la mirada hacia el firmamento. Seguía
sintiendo a su hermana ahí arriba, entre las explosiones de lá ser y los restos dorados que
poblaban el cielo.
—Está bien, pero alguien cercano a ella ha muerto. Eso lo percibo claramente.
Corran asintió , y Ganner y él le dieron palmaditas en la espalda.
—Tienes que pensar que ella está bien.
—¿Por qué?
—Porque, Jacen —le dijo Ganner—, no hay nada que puedas hacer por ella desde aquí. Só lo
podemos asegurarnos de que lo que llegue aquí no vuelva a subir a por ella.
El joven Jedi asintió .
—¿Creéis que morderá n el anzuelo?
—¿Los glitbiters chupan jengibre? —Corran miró a Jacen con una sonrisa de confianza—.
Los vong han conseguido sorprendernos en varias ocasiones. Es hora de que sean ellos los
que se sorprendan, y ademá s para mal.
***
Con el casco de cognició n rodeá ndole la cabeza, Deign Lian supervisaba la batalla. Había
optado por colorear de rojo el transporte en el que iba Shedao Shai, y contemplaba a los
cazas enemigos abriéndose paso entre los coralitas para lanzar el ataque sobre los
transportes. Sus armas soltaban rá fagas sobre la nave de Shedao Shai, pero ninguna daba
en el blanco. La cubierta exterior de los transportes estaba cada vez má s deteriorada, pero
casi todos llegaban a la atmó sfera y comenzaban a descender a la oscuridad nocturna del
planeta.
Lian desvió entonces su atenció n a la batalla de la flota, designó una de las pequeñ as naves
infieles como objetivo. Los cañ ones del Legado del Suplicio la enfocaron, y lanzaron una
salva de media docena de cañ onazos de plasma. El primer disparo de plasma que dio en el
blanco se desparramó por el escudo protector como un huevo roto. Los siguientes disparos,
dorados e hirvientes, lo atravesaron como si fueran de á cido. El ú ltimo atravesó fá cilmente
el amasijo que había sido una estructura metá lica en la que se apiñ aban los soldados.
Más infieles para alimentar a los dioses.
Con só lo pensarlo, Deign Lian cambió la imagen que veía de la batalla. En lugar de verla
como aparecía a simple vista, los neuromotores analíticos del Suplicio mostraron colores
sobre las imá genes, para que él pudiera calcular los dañ os infligidos a la flota. Los coralitas
se convertían en chispas doradas y rojas que saltaban por el vacío, oscureciéndose hasta
que dejaban de existir. Las grandes naves eran doradas al principio, pero luego adquirían
rayas o puntos rojos. Le complacía ver tantas de sus naves en rojo.
Pero ese placer se esfumó pronto, cuando se dio cuenta de que Shedao Shai era el motivo
del éxito. Su superior había analizado las tá cticas de los cazas de menor tamañ o y se
anticipaba a las naves grandes empleando una versió n de las mismas. Su contratá ctica de
crear una pantalla de dovin basal lo bastante potente para absorber los disparos má s
débiles, conseguía preservar la energía para los intensos campos de protecció n necesarios
para absorber los disparos má s fuertes.
No importa. Puede que él gane hoy, pero su victoria le cegará ante lo que hay que hacer en el
futuro. Deign Lian sonrió. Y, si pierde, se llevará toda la culpa, y sobre mí recaerá la gloria de
haber sacado el máximo partido de su defectuoso plan.
***
El coronel Gavin Darklighter viró a estribor y se lanzó en un descenso en espiral hacia los
jaulas que escapaban.
—¿Deuce, está s conmigo?
Kral Nevil hizo doble clic en el intercomunicador para responder afirmativamente. Gavin
comprobó los monitores y vio a otros seis Pícaros acercá ndose rá pidamente. ¿Sólo
quedamos ocho? Le recorrió un escalofrío. Por un lado, le alegraba que quedaran tantos
Pícaros operativos, pero las pérdidas seguían dejá ndole un vacío en el estó mago. Anni se ha
ido, junto a otros a los que ya nunca podré conocer.
Gruñ ó con rabia y sintió que su mente se enfriaba y se despejaba, que su furia se hacía
á rtica, llená ndole el cuerpo y la mente. De repente no se sintió como un piloto en una
má quina, sino como si su caza y él se hubieran hecho uno. Tan estrechamente unidos como
un piloto vong con su máquina. Cogió con suavidad la palanca, apenas rozá ndola, a pesar de
las sacudidas provocadas por su entrada en la atmó sfera, y se fue a por uno de los jaulas.
Gavin se acercó por su cola y soltó una rá faga de dardos. El jaula proyectó un vacío que
absorbió los dardos rojos, y su armamento de popa comenzó a escupir plasma. El piloto de
la Nueva Repú blica descendió tanto con su nave que los propios escudos del jaula acabaron
protegiéndole a él, y disparó a discreció n contra el vientre del transporte. El vacío volvió a
ubicarse para recoger esos disparos, y dejó de soltar plasma.
Gavin sonrió y tiró de la palanca. El morro de su caza subió lo justo como para disparar una
cuá druple rá faga a la popa del jaula. Los lá seres dieron en el blanco, y uno de ellos dejó una
cicatriz negra en la cubierta de la nave. Los otros tres abrieron agujeros en la parte trasera.
Gavin prosiguió con má s rá fagas de dardos, no por causar má s dañ os al jaula, sino para
atravesar los agujeros ya creados y provocar una masacre dentro de la nave.
El transporte viró a la izquierda y se precipitó hacia la jungla. Gavin lo ignoró y giró su Ala-
X en direcció n al resto de los transportes. A lo lejos brillaba un conjunto de edificios
blancos ubicados en plena jungla, y a unos veinte kiló metros al norte volaba el Bahía de
Tafanda, la enorme nave solitaria, como una gigantesca y pacífica nube de metal. Cuatro
jaulas se dirigieron hacia ella, mientras el resto se centraba en el objetivo terrestre.
Gavin cambió el control de armas a torpedos de protones, y apuntó hacia el espacio que
había entre dos de los jaulas que iban a por el Bahía de Tafanda. Miró su monitor y leyó la
distancia hasta el objetivo.
—Leo, programa los torpedos para detonació n por doble clic o por proximidad a vacío.
El androide dio un silbidito, y Gavin apretó el gatillo. Los dos misiles, flamígeros y azules,
atravesaron el cielo; y sus monitores le informaron de la aparició n de sendos vacíos tras los
jaulas. Era obvio que los yuuzhan vong habían aprendido que los torpedos de protones se
esfumarían al detectar un vacío, por lo que los proyectaron a gran distancia por detrá s. En
el espacio, la cantidad de energía de esa explosió n hubiera sido insignificante a esa
distancia.
Pero no estamos en el espacio, ¿a que no, chicos? La explosió n de los torpedos de protones
provocó dos cosas. La primera fue generar una onda expansiva má s rá pida que la velocidad
del sonido, y que se llevó una gran cantidad de atmó sfera por delante. Esa bolsa de aire
colisionó contra los dos jaulas, despidiéndolos a empujones hacia delante. La onda pasó de
largo, disipá ndose paulatinamente, y las dos naves quedaron a la deriva.
La segunda cosa que provocó fue que, al sobrecalentar el aire y mandarlo en todas
direcciones, creó un vacío que el aire se apresuró a rellenar. La turbulencia resultante hizo
girar los jaulas. Gavin no tenía ni idea de có mo se las arreglaban los pilotos yuuzhan vong y
el resto de los componentes vivos de sus naves para subir, bajar o medir la direcció n, la
velocidad o la altitud, pero sabía que se pasaba muy mal intentando controlar esas cosas en
el centro de un tornado.
Y eso fue lo que les pasó a los yuuzhan vong. Sus naves cayeron desde el cielo,
precipitá ndose hacia la jungla. Los impactos no causaron explosiones, aunque los á rboles
se estremecieron, rasgando la oscura cubierta.
Gavin contempló la caída y se concentró en los otros jaulas. Ya estaban bastante lejos y
habían descendido mucho, demasiado cerca de la ciudad-nave como para arriesgarse a
lanzar otro torpedo de protones. Sonrió . Hemos hecho todo lo posible por retrasarlos. Ya no
son nuestro problema.
CAPÍTULO 32
T e recibo, gracias, Base Uno —Corran miró a los otros seis Jedi que le acompañ aban
—. Ya lo habéis oído. El general Dendo dice que han mordido el anzuelo. Gavin ha
localizado la nave que les sirve de cuartel general. Montad. Vamos para allá .
Corran, ataviado como los demá s, con el uniforme negro de combate Jedi, se subió a una
motojet que llevaba un baú l de aluminio pulido atado en la parte trasera. Pulsó el botó n de
encendido y sintió có mo rugía el motor. Una pequeñ a imagen holográ fica de la jungla
apareció entre ambos manillares, describiendo con llamativos colores los á rboles de la
jungla ocultos por la oscuridad.
Sonrió. Él podía sentir esos árboles con la Fuerza y esquivarlos. Esta cosa me dirá dónde
acechan los vong, la temperatura sanguínea de sus cuerpos delatará su presencia aunque
estén escondidos.
Corran miró a su alrededor un momento, y sonrió a Jacen, oculto entre las sombras.
—¿Tú qué miras?
—El joven señ aló al baú l.
—Ese baú l. Es un poco difícil no fijarse.
—¿Sí, verdad? —Corran asintió seguro—. É se es precisamente el propó sito de todo esto.
Shedao Shai estará luchando, y con esto vamos a recordarle de nuevo los motivos por los
que lucha.
***
A una orden de Shedao Shai, el batalló n yuuzhan vong avanzó , saliendo de la jungla y
corriendo a campo abierto hacia el edificio ithoriano. De las paredes comenzaron a salir
disparos rojos, dardos de luz que iban en todas direcciones. Los chazrach corrían alrededor
de Shedao Shai, aullando y jadeando. Entre ellos se movían los guerreros yuuzhan vong,
má s altos y delgados que sus subordinados, avanzando en un mar de cabecitas.
El líder yuuzhan vong, que veía a sus tropas como siluetas a la luz del fuego enemigo, se
puso al frente. Los dardos de energía explotaban en el pecho de los chazrach, amputaban
miembros y hacían girar a los diminutos guerreros hasta que caían al suelo humeantes.
Algunos de los heridos se lamentaban y se quejaban, otros luchaban por seguir avanzando.
Shedao Shai no malgastó el tiempo administrando el golpe de gracia a los heridos graves,
sino que les ofreció el honor de morir sufriendo para redimir su fracaso.
Aunque el fuego de los lá seres era muy concentrado, los autó matas que controlaban las
armas eran incapaces de cambiar de tá ctica segú n el desarrollo de la situació n. Todas las
variables que estaban preparados para asumir cambiaban constantemente, por lo que a
cada segundo tenían que realizar nuevos cá lculos y movimientos que imitaban de forma
imperfecta los del enemigo vivo al que se enfrentaban. Cada má quina respondía a una
velocidad diferente, por lo que a veces dejaban alguna zona al descubierto mientras otras
zonas que dejaban de ser peligrosas, recibían una cobertura doble. Esclavas de su
programació n, las má quinas no podían prescindir de lo insignificante para concentrarse en
lo importante.
Tal y como hacen las criaturas vivientes. Shedao Shai vio que uno de sus guerreros caía y se
llevaba la mano al costado. Le quitó el anfibastó n a aquel cuerpo inerte y lo blandió por
encima de su cabeza, lanzá ndose a la carga y dejá ndose llevar por la ira y la furia.
Los insectos de ataque de los yuuzhan vong llenaban el aire a su alrededor. Algunos daban
en el blanco y hacían explosió n, derribando paredes, destruyendo parapetos electró nicos
armados y reduciendo a los autó matas a restos chispeantes y miembros descoyuntados.
Un enemigo vivo seguiría luchando, pero estas cosas no.
Los chazrach escalaron el muro como un enjambre y corrieron por las rampas hacia el piso
superior. De las torres surgían má s disparos lá ser, aunque las armas no eran tan flexibles
como para apuntar a las terrazas superiores. Shedao Shai sonrió , porque una criatura
viviente, una criatura inteligente, no habría pasado eso por alto. Un auténtico guerrero
empuñaría esas armas y dirigiría esa energía letal hacia nosotros. Estos autómatas ni
siquiera son tan inteligentes como las bestias.
Los insectos explosivos, apuntados con pericia, hicieron explotar la parte superior de una
de las torres, arrancando un grito triunfal al líder yuuzhan vong. El sonido metá lico de los
anfibastones y las chispas que soltaban los coufees al cortar los cables se unieron en una
sinfonía de destrucció n. Hubo má s explosiones en la noche, y una segunda torre cayó con
tanta fuerza que todo el edificio retumbó hasta los cimientos.
Shedao Shai se vio a sí mismo gritando victorioso con los suyos, pero, de repente, se quedó
en silencio. Dio un paso atrá s, con una fría sensació n de miedo atravesá ndole, mientras los
guerreros yuuzhan vong y los chazrach entraban en el edificio. Algo no iba bien, y no se dio
cuenta hasta que fue consciente de que la estructura ligera de una simple torre
derrumbá ndose no tenía por qué hacer temblar un edificio entero.
No es una estructura permanente. Miró de nuevo a su alrededor, con los ojos abiertos como
platos, aterrorizado. A su alrededor había una orgía de destrucció n. Los chazrach reducían
a ceniza las consolas, y los paneles de circuitos eran arrancados de sus estructuras con los
cables colgando como intestinos de colores. Hasta sus guerreros se apropiaron de cables y
juntas para adornarse con reliquias de lo conquistado.
Sus tropas habían perdido toda cohesió n y disciplina. La toma del edificio y la destrucció n
tecnoló gica continuaba dentro, y los gritos que se oían atraían a má s y má s guerreros hacia
el interior. Es lo que ellos querían, ellos sabían lo que nos provocarían al poner aquí sus
abominaciones. Sabían que nos ofenderíamos y que perderíamos la cabeza.
Shedao Shai saltó el muro y comenzó a retirarse del edificio. Gritó a las tropas que se
retiraran y que hicieran correr la voz. El chazrach que estaba a su lado se alejó
rá pidamente, y otros reptiloides emprendieron la huida, pero ninguno de los guerreros
yuuzhan vong. No, claro que no. No aceptarán que un chazrach les ordene que abandonen su
deber sagrado.
Se dispuso a utilizar el villip para llamar al cuartel general, con la intenció n de que ellos
enviaran una llamada de retirada general, pero comenzó a sentir un temblor que
estremecía el suelo, y Shedao Shai supo que ya era demasiado tarde.
***
Los defensores de la Nueva Repú blica, que sabían desde hacía tiempo que dar en el blanco
era difícil cuando no había blanco, decidieron dar a los yuuzhan vong algo que atacar en la
propia superficie de Ithor. Lo habían defendido con armas lá ser automatizadas y lo
llenaron de carcasas de androides, hechos de piezas sueltas y con los circuitos justos para
que pudieran moverse un poco. Sabían que, al emplear lo que parecían ser androides para
defender un objetivo, los yuuzhan vong se desatarían y se lanzarían a una orgía de
destrucció n. Y, con este fin, construyeron un edificio bastante rá pidamente, sin
preocuparse mucho de la estructura de soporte o de cimentarlo en profundidad.
No lo cimentaron en profundidad, pero sí cavaron un hoyo debajo. Un agujero lleno de
explosivos sobre el cual se levantaba el edificio. Los detonadores de los explosivos estaban
conectados a un ordenador situado en pleno centro de la construcció n. Una vez activado a
distancia por el general Dendo, la secuencia de detonació n só lo comenzaría cuando se
apagase el ordenador.
El tener un anfibastó n atravesá ndolo de lado a lado ayudó mucho a que se apagara.
La explosió n resultante partió en dos la estructura y llenó de fuego el só tano, consumiendo
a media docena de chazrach que habían bajado hasta allí. La bola de fuego subió al
siguiente piso, llevá ndose por delante el guerrero yuuzhan vong, el anfibastó n y el
ordenador que había destruido. El estallido resquebrajó los pocos soportes internos que
habían sido ubicados en el edificio, y, a medida que la bola de fuego se desvanecía, la
construcció n se vino abajo.
Las paredes se combaron y el piso superior cayó sobre el inferior. Los muros exteriores
crujieron y se desplomaron, aunque de forma irregular, por lo que a los supervivientes les
quedó algo de espacio para agacharse. El humo y el polvo salía por los ventanales rotos,
junto a los lamentos de los heridos y los atrapados.
***
Shedao Shai se levantó del suelo y gruñ ó . El villip de su hombro izquierdo comenzó a
parlotear, pero el silbido del lá ser aproximá ndose desde la jungla, a su derecha, le advirtió
de un problema má s inmediato. El hecho de no oír nada en el flanco izquierdo le disgustaba
todavía má s. Soltó una orden al villip, ordenando la retirada, y empezó a adentrarse en la
noche.
¿Cómo he podido dejar que pasara esto? Entrecerró los ojos. ¡Elegos! El caamasiano era tan
abierto y pacífico, tan inteligente y tan honesto, que Shedao Shai no creyó enfrentarse al
tipo de astucia y picardía necesarias para planear esa emboscada. Seguro que supusieron lo
que yo pensaría de ellos basándose en mi impresión de Elegos. Esta gente no son chazrach. Su
conquista no será fácil.
Shedao Shai dejó escapar un aullido iracundo en la noche. Pero esa conquista llegará, y será
a manos mías.
***
Mara escuchó la llamada de Anakin y la orden que le dieron de acudir a la gruta de ó palo. Le
buscó en la Fuerza, lo encontró y percibió problemas en la cercanía. Pulsó el
intercomunicador.
—Jade en movimiento para interceptar a Doce.
Mara sintió la Fuerza fluyendo en su interior. Había estado aguardando dentro de la
formació n Jedi, al otro lado del lugar que ocupaba Anakin. La lucha en su lado no había sido
muy violenta, así que no le habían pedido que se trasladara de sitio. Corrió por una galería,
y cuando saltó por una balaustrada hasta el piso de abajo, se dio cuenta de por qué.
Los yuuzhan vong habían hecho mella en el centro de la formació n Jedi. Kyp Durron y
Wurth Skidder, ambos sangrando abundantemente por varias heridas, se enfrentaban a
cuatro de los guerreros. A lo lejos, avanzando por la galería, Anakin se había detenido en lo
alto de una pequeñ a cuesta. Había dejado en el suelo a Daeshara’cor y se enfrentaba con
dos sables lá ser a una manada de reptiloides.
Deberían haber pedido ayuda. Mara encendió su sable lá ser, soltando una luz fría y azul
sobre los yuuzhan vong. Dio un salto y se agachó para evitar que la cortaran por la mitad.
Pasó su hoja entre las piernas del yuuzhan vong y le dio por detrá s de la rodilla. Se levantó
a un tiempo, sajando el miembro por completo.
Gruñ endo, el guerrero comenzó a caer. Mara saltó por encima del débil golpe que el
yuuzhan vong soltó en respuesta, y le aplastó la muñ eca de un pisotó n. Los huesos
crujieron y el guerrero soltó el anfibastó n. Mara le dio una patada en la otra mano,
rompiéndole los dedos, y le hundió la hoja en la garganta.
La mujer se giró al oír el grito de Wurth. El hombre retrocedió , doblando el brazo como si
no tuviera codo, en una direcció n que ningú n codo podría haber aguantado. Su sable lá ser
había desaparecido. Su oponente giró el anfibastó n, que zumbó en el aire, e intensificó su
ataque. Rá pidamente, Mara le tiró un puñ ado de tierra de una maceta a la cara. El yuuzhan
vong se llevó las manos a los ojos y Kyp Durron aprovechó para asestarle una estocada en
el estó mago.
El guerrero yuuzhan vong suspiró al caer al suelo. Otro guerrero apuntó su anfibastó n hacia
Mara, abriéndole una herida en el hombro izquierdo. Mara bloqueó el golpe siguiente, giró
y dio una patada al guerrero en el pecho. É l retrocedió y se tropezó con el cadá ver de su
camarada. Al desplomarse, Mara le desarmó , cortá ndole la muñ eca, y le atravesó el pecho
hasta el corazó n.
La hoja blanca y violeta de Kyp se alzó en un poderoso movimiento que cortó al yuuzhan
vong desde la cadera hasta el hombro. El guerrero se alejó hacia atrá s y se tambaleó ,
agarrá ndose la brutal herida. Mantuvo unida la armadura rasgada como si eso le fuera a
salvar la vida, se apoyó contra una pared y cayó al suelo en un charco de su propia sangre.
Mara apuntó con el sable lá ser a Wurth.
—Sá cale de aquí. Veo sangre. Es una fractura compuesta. Cauterízala con el sable lá ser si lo
ves necesario.
Kyp entrecerró los ojos.
—Sobrevivirá . No voy a dejarte aquí.
—No necesito tu ayuda, Kyp. É l sí. Vete mientras haya tiempo. Vamos.
É l la miró a través de la má scara de sangre que le manaba de una herida en el crá neo.
—Conozco mis deberes.
—Entonces cumple tu deber para con tu amigo —le gruñ ó mientras corría hacia Anakin—.
¡Sá calo de aquí!
En lo alto de la galería, los dos sables lá ser habían permitido a Anakin mantener a raya a los
reptiloides, pero los cuatro se acercaban lentamente. Mara hizo acopio de la Fuerza para
saltar hasta su nivel, pero antes de que pudiera saltar, uno de los reptiloides cogió su
anfibastó n por el otro extremo y lo hizo girar a la altura de las caderas, cortando por la
mitad a su víctima.
Entonces, el reptiloide se lanzó a por otro de sus camaradas, acertá ndole en el pecho.
Mientras el tercero contemplaba la escena ató nito, Anakin atacó con su hoja pú rpura,
borrando la sorpresa del rostro del reptiloide. Una estocada fugaz con la hoja escarlata de
Daeshara’cor mató al ú ltimo reptiloide, que soltó sus ú ltimos estertores a los pies de Mara,
cuando ésta aterrizó de su salto.
—¿Qué has hecho, Anakin?
—Nada —el chico sonrió y miró por encima del hombro de ella. Mara se giró y vio a Luke,
todo calma y serenidad, en mitad del caos.
El Maestro Jedi les indicó que se acercaran.
—Vá monos. Anakin, tú primero.
Mara apagó el sable lá ser y se echó a Daeshara’cor al hombro.
—¿Có mo has hecho eso? —la presencia de Luke era reconfortante para ella.
—Sustituí la imagen de Anakin por la de los otros reptiloides en la cabeza de ese esclavo.
Poco má s que un truco.
—Pero un truco efectivo —asintió ella—. ¿Has visto a Kyp y a Wurth?
—Está n delante de nosotros. Ya ves la sangre —Luke pasó la mano a Mara por la cintura—.
Deberías haberme llamado para pedir ayuda.
—Supuse que me oirías por el intercomunicador y vendrías en caso necesario —ella rió
suavemente para que él supiera que sonreía—. Y me alegro de que lo hicieras.
—Gracias por salvar a Anakin.
—Se lo debía —su sonrisa se hizo má s amplia cuando vio a Anakin protegiendo la entrada
de un pasillo con ambos sables lá ser—. Ademá s, dentro de un siglo, cuando los Jedi canten
baladas sobre Anakin Solo, el gran héroe Jedi, quiero que me conozcan por algo má s que
por ser la mujer a la que salvó en Dantooine.
—Créeme, Mara —dijo su marido en voz baja—, eso no será así.
***
A bordo del Legado del Suplicio, Deign Lian vio centellear las armas de una de las naves
infieles. Sus rayos dorados y rojos se dirigieron hacia una de las pequeñ as naves de la
formació n yuuzhan vong y pasaron por entre los vacíos dispuestos para interceptar esos
débiles disparos. Los proyectiles de energía derritieron el coral yorik del casco, que pasó de
só lido a gaseoso, disolviéndose en el espacio.
Dos disparos que pasaron por la columna dorsal dejaron al descubierto el principal canal
neurá lgico de la nave viviente, exponiéndolo al frío del espacio. El tejido se derritió de
inmediato, depositando un bloque gélido que impedía que los datos salieran o llegaran
desde el puente a la parte delantera de la nave. Los dovin basal de proa, privados de los
datos sensoriales sobre el fuego enemigo entrante, se pusieron en modo de espera,
situando los vacíos como mejor pudieron para protegerse a sí mismos y a la nave.
Las naves enemigas soltaron rá fagas todavía má s violentas. Algunas fueron absorbidas por
el vacío, pero el resto traspasó las defensas. Agujerearon el casco, trazando una línea que
iba desde la proa hasta la mitad de la nave. Los paneles de coral yorik a medio derretir se
separaron y salieron despedidos. La parte delantera de la nave se desintegró bajo el
bombardeo. El Hijo de la Agonía quedó a la deriva, desgajá ndose de lo que había sido su
estructura delantera, y comenzó a orbitar Ithor como una luna nueva e inerte.
¿Qué está pasando? Teníamos una estrategia. Deign Lian contempló la caída de otra nave
bajo un ataque. Comenzó a resplandecer y se derritió como el hielo sobre una piedra
caliente. ¡Esto no puede estar pasando!
De repente, Deign Lian supo lo que tenía que hacer. Emitió una orden a todas las naves para
que se retiraran a la mitad del planeta en la que era de día. Concentró su armamento en las
naves enemigas pequeñ as para que no les siguieran, y dejó que el planeta verde se
interpusiera lentamente entre él y la fuerza enemiga.
Enfurecido, Deign Lian se quitó el casco de cognició n. Él sabía que pasaría esto.
Por eso está ahí abajo. Lo ha hecho a propósito para avergonzarme.
El yuuzhan vong asintió solemnemente. Y ha pedido refuerzos. Pues no los obtendrá de mí.
Espero que esté muerto. Y, si no lo está, quizá deba matarlo yo mismo.
***
El equipo Jedi apostado en la jungla atacó con brío el cuartel general en tierra de los
yuuzhan vong. Jacen disparó dos veces con los cañ ones lá ser de su motojet. Dio a un
guerrero yuuzhan vong, cuyo cuerpo decapitado quedó dando vueltas hasta que chocó
contra la pared del jaula. Los reptiloides caían bajo el fuego lá ser, y varios Jedi
desmontaron para rematar con sus sables a los que quedaban en pie. Jacen sabía que lo
hacían principalmente por no sentirse tan distantes y aislados de la vida que estaban
segando, y no por el placer de matar.
Corran saltó del asiento de su deslizador y soltó las ataduras del baú l. Corrió hacia el jaula
con el sable lá ser apagado en la mano. Jacen le seguía de cerca, y Ganner fue también tras
ellos. Jacen subió la rampa, empuñ ando su arma, pero encontró a Corran en el interior de la
nave, solo, a excepció n de un reptiloide que se agazapaba acobardado contra un rincó n.
El Jedi de má s edad se colocó frente a un grupo de villip y los contempló . Casi todos se
parecían a un yuuzhan vong, aunque Jacen no hubiera podido distinguirlos. Algunos de los
villip comenzaron a aflojarse y a marchitarse mientras los contemplaba, lo que le hizo
suponer que los yuuzhan vong a los que estaban conectados habían caído.
—¿Có mo sabes con cuá l tienes que hablar?
Corran colocó el baú l en el suelo y se llevó una mano a la boca.
—Busco el que parezca má s importante. Las probabilidades de que Shai esté por aquí son
escasas, pero quien esté al mando tendrá sus… bueno, lo que sea que tengan los vong por
orejas.
Jacen se encogió de hombros.
—Busca a uno muy feo.
—Eso puede funcionar —Corran sonrió de repente—. É ste es un gran día para nuestro
equipo. No podemos olvidar esa cara tan fea —alargó la mano y dio unas palmadas no muy
suaves a uno de los villip—. Shedao Shai, aquí Corran Horn. Me he apropiado de tu cuartel
general, y tienes a los míos rodeá ndote. Tienes comandos de la Nueva Repú blica a la
derecha, y noghris a tu izquierda. Pero los de la izquierda son muy silenciosos.
El rostro yuuzhan vong del villip se endureció .
—Tienes menos honor que un ngdin.
Corran miró a Jacen, y el chico se encogió de hombros.
—No sé qué es eso, pero no suena muy bien.
—Puede que no tenga honor, pero lo que sí tengo es un montó n de huesos aquí conmigo.
Supuse que los querrías.
—Devolverlos no suaviza tu traició n.
—Todavía no los he devuelto, colega. Te propongo un trato. Si no lo aceptas, enviaré estos
huesos directos al sol.
El yuuzhan vong entrecerró los ojos.
—¿Y el trato es?
—Lo que ambos queremos. Tú , yo y nuestros hombres de confianza. Los huesos contra
Ithor. Si ganas, te quedas con ellos; si gano yo, me quedo con el planeta —la voz de Corran
se endureció —. Nuestras fuerzas tendrá n una tregua hasta que nosotros nos enfrentemos.
Ambos recuperaremos a nuestros muertos, y tú y yo arreglaremos esto.
—Comercias como un vulgar mercader —los labios del villip se curvaron en una mueca
burlona—. A Elegos le hubiera dado vergü enza verte caer tan bajo.
—Bueno, supongo que gracias a ti nunca sabremos realmente lo que hubiera pensado, ¿no
es así? Tú y yo, Shedao Shai. Los huesos contra Ithor.
—¿Cuá ndo nos encontraremos?
Corran lo pensó un instante.
—Dentro de un ciclo lunar. Soy un Jedi, quiero luchar bajo la luna llena.
—Recuerda la lecció n de Sernpidal. Puedo arreglarlo para que realmente luches bajo una
luna llena. Dos ciclos planetarios. Hay una meseta en la cima de una montañ a al oeste de
aquí. Lo haremos allí.
—Dos semanas.
—Cuatro días.
—Diez.
—Me estoy cansando de este juego, jeedai —la furia colmaba sus palabras—. Una semana.
No má s.
Corran asintió .
—Una semana.
La cara del villip se suavizó un momento, pero luego volvió a endurecerse.
—Siete ciclos planetarios a partir de ahora. Hasta entonces, habrá tregua. Que así sea.
—Bien, muy bien. Nos veremos pronto.
—Así será —la voz del villip se hundió en un gruñ ido profundo—. Ven preparado para
morir.
CAPÍTULO 34
E l almirante Pellaeon estaba en el puente del Quimera, con las manos a la espalda.
Contemplaba el holograma de su homó logo en la Nueva Repú blica.
—Sí, almirante Kre’fey, estoy de acuerdo en que todo ha salido mejor de lo que esperaba. La
tregua Jedi es má s larga de lo que yo pensaba que sería.
—Así es, almirante, y estamos haciendo buen uso del tiempo. —El bothan caminaba
lentamente, mientras la holocá mara le seguía para mantenerlo en el centro de la imagen—.
La modificació n que realizamos en nuestro armamento demostró ser muy efectiva y
derribó muy rá pidamente dos de sus naves pequeñ as. No estoy seguro de có mo
responderá n en el futuro, pero podemos aprovecharnos de sus debilidades cambiando de
tá ctica en plena batalla. Mis técnicos está n trabajando en la elaboració n de modificaciones.
—Los míos también —respondió Pellaeon—. ¿Cree usted que los yuuzhan vong cumplirá n
este acuerdo si su líder pierde?
—O lo cumplen o, si Horn muere, mi primo ordenará un ataque total e inmediato. Ese trato
no ha tenido muchos seguidores por aquí —Kre’fey se rascó el cuello—. De todas formas,
sabemos que volveremos a enfrentarnos con los yuuzhan vong. Tengo algunas ideas
nuevas, cuyos archivos le estoy transmitiendo. Tengo una nave de reserva para ayudarnos.
Cuando usted decida, procederemos.
—Revisaré esos informes y se lo haré saber —Pellaeon saludó solemnemente a su
homó logo—. Mande a Horn mis mejores deseos. Si tuviera cuarenta añ os menos, me
ofrecería para ir en su lugar.
—Le encantará oír eso, señ or —el bothan enseñ ó los colmillos al sonreír—. No creo que
haya una persona en toda la flota que no diga lo mismo. Bueno, puede que una, pero
siempre hay una excepció n a toda regla.
***
Corran puso la tapa a su sable lá ser recién recargado.
—Me parece, jefe Fey’lya, que, por lo que me dice, no le parece bien el acuerdo al que he
llegado con el líder vong. Me lo ha repetido ya unas quinientas veces.
—Y se lo diré otras mil, si he de hacerlo. No tenía usted derecho ni autoridad ninguna para
usurpar la prerrogativa de la Nueva Repú blica de ir a la guerra con su estú pido duelo. Y se
lo diré todas las veces que sea necesario hasta que lo entienda y anule el trato.
Los ojos verdes del Jedi le miraron fríamente.
—Creo que hay una cosa que tiene que entender. Me importa un cubo de escupitajos de
hutt lo que usted piense. Le recuerdo que su negativa a dar permiso a los Jedi fue lo que
hizo que el ejército de la Nueva Repú blica me llamara a filas. Y llegué a ese acuerdo con esa
autoridad.
—No era un oficial de rango en tierra.
—Pues lo cierto es que sí. El general Dendo estaba herido.
—Pero eso usted no lo sabía.
Corran le sonrió , enseñ á ndole los dientes.
—¿Me está diciendo que no lo sentí a través de la Fuerza?
Eso hizo que el bothan se quedara de una pieza, pero también vio que una tercera persona
en la sala fruncía el ceñ o al oírlo: Luke Skywalker.
—Corran, no es momento de jugar a esas cosas con el jefe Fey’lya.
—Tienes razó n, Maestro. No hay tiempo para jueguecitos —el corelliano contempló el sable
lá ser en su mano—. Jefe Fey’lya, olvida usted nuestra historia comú n. Hace unos quince
añ os, usted me prohibió que hiciera algo. Yo dimití del ejército de la Nueva Repú blica, e
igual hizo el resto del Escuadró n Pícaro; pero, aun así, alcanzó nuestros objetivos. Así que,
por favor, acepte de nuevo mi renuncia al ejército. Su autoridad sobre mí ya no existe.
Fey’lya parpadeó con los ojos violetas, y miró a Luke.
—Maestro Skywalker, ordénele que abandone este duelo.
—No.
Los ojos del bothan parecían finas vetas de amatista.
—¿Los Jedi aprueban este duelo?
Luke le sostuvo la mirada.
—Dentro de una semana bajaré a Ithor para actuar como hombre de confianza de Corran.
—Entonces los Jedi se adjudican el derecho a determinar el destino de Ithor.
El tono astuto de las palabras de Fey’lya hizo enfadar a Corran.
—Tiene razó n, Maestro. Los Jedi no pueden caer en esa trampa. Así que, renuncio a ser un
Jedi también.
—No puedes.
—Vale, despídeme —Corran frunció el ceñ o—. Hay partes del Có digo Jedi que no me las
trago, y ademá s, estas ropas… Hay insubordinació n, pues échame. É ste es un problema que
no necesitas.
El Maestro Jedi negó lentamente con la cabeza.
—Lo que no entiende, jefe Fey’lya, es que Corran actú a para proteger la vida. Aunque caiga,
será una vida contra las muchas que hemos conseguido evacuar. Será una familia la que
sufra, no muchas. Y cuando gane, porque ganará , Ithor estará a salvo, y los yuuzhan vong
sabrá n que esta invasió n les costará tremendamente cara.
Corran se tensó al escuchar las palabras de Luke. Mirando a Borsk Fey’lya, parecía que,
aunque el bothan oía las palabras, no llegaba a entrarle en la cabeza su verdadero
significado. Está a kilómetros de aquí, intentando averiguar cómo dará la vuelta a la
situación en su propio beneficio, tanto si ganamos como si perdemos.
Corran le dio la vuelta a la empuñ adura de su sable lá ser y se lo ofreció al jefe Fey’lya.
—Tome, aquí lo tiene, baje ahí y pelee usted mismo.
—No, no podría.
—Lo sé, jefe, y no porque piense que es usted un cobarde —Corran negó lentamente con la
cabeza y le volvió a dar la vuelta al sable lá ser, poniendo el dedo sobre el botó n de
encendido—. Pero esta lucha no es la suya, es la mía. Estoy preparado para ella, y, dado que
no puedo perder, no lo haré.
El bothan esbozó una sonrisa burlona.
—Si fracasa será como Thrawn y Vader a los ojos de la gente.
—Si pierdo, jefe Fey’lya, Ithor será olvidado con el bañ o de sangre que vendrá después —
Corran se deshizo de la furia y adoptó una expresió n tranquila—. Y es justamente para
impedir eso por lo que lucho con Shedao Shai. La conservació n de la vida y la libertad son
las ú nicas razones para luchar. Y por esa causa, ganaré.
***
Anakin se quitó de encima las manos de su madre mientras miraba por el ventanal de la
estació n médica. Daeshara’cor yacía en la cama, sin apenas moverse, cubierta hasta el
cuello con una sá bana blanca. Anakin podía oír su respiració n, pero cada vez era má s débil
y rá pida.
Leia habló en voz baja.
—No tienes por qué entrar.
Yo no quiero, pero tengo que hacerlo. Anakin resopló y miró a su madre.
—Ella…, ella ha preguntado por mí. He de hacerlo.
—¿Quieres que entre contigo?
É l tragó con fuerza, a pesar del nudo que tenía en la garganta.
—No. Puedo hacerlo. Tú …
—Te esperaré aquí.
—Gracias —Anakin se secó una lá grima y entró en la estancia. Los androides se afanaban
con otros pacientes. Se puso a un lado de la cama y apoyó su mano en la mano cubierta de
Daeshara’cor.
Ella se sobresaltó ligeramente y abrió los ojos. Su expresió n de sorpresa se convirtió en
felicidad, aunque apenas duró un segundo. Emanaba tristeza, y Anakin podía sentir que su
chispa vital se desvanecía.
—Anakin.
—Hola, ¿qué tal está s? —Anakin cerró los ojos de repente—. Pero seré idiota…
Daeshara’cor sacó la mano de debajo de la sá bana y le secó una lá grima.
—No pasa nada. El veneno…
Anakin resopló .
—A Corran le mordieron. Y se salvó .
—Química humana… Diferente de la twi’leko —bajó la mano y apretó la de Anakin con
todas sus fuerzas, que a él le parecieron muy pocas—. No pueden hacer nada. Me muero.
—¡No! No es justo. ¡No puedes! —Anakin gruñ ó mientras las lá grimas le corrían por las
mejillas—. Tú no, no como…
—¿Chewbacca?
A Anakin le flojearon las rodillas y comenzó a caerse, pero una silla le recogió . Se cubrió la
cara con las manos y sintió que Daeshara’cor le acariciaba el pelo.
—Cometí un error y él murió . Cometí un error y tú te está s muriendo.
—No hay muerte… Só lo la Fuerza.
É l la miró entre lá grimas.
—Pero sigue siendo doloroso.
—Lo sé —ella sonrió débilmente—. Anakin, quiero que sepas… que aunque yo muera…, yo
no hubiera cambiado nada…, y Chewbacca tampoco.
—¿Có mo puedes decir…?
Ella le acarició la mejilla, y sus dedos estaban helados.
—É l murió … Yo muero… en favor de la vida. Tú me salvaste de la oscuridad. Yo te salvé…
no como recompensa, sino para que puedas seguir al servicio de la vida, de la Fuerza.
É l alargó la mano y cogió la de ella.
—Jamá s la serviré tan bien como Chewie o como tú .
Daeshara’cor sonrió de nuevo, las comisuras de sus labios temblaban.
—Ya lo haces, Anakin, y cada vez mejor. Cuando superes esto, será s má s fuerte de lo que
nadie puede imaginar. Estamos orgullosos de ti, tan orgullosos…
Su voz se desvaneció junto con su sonrisa, mientras la vida se le escapaba. Anakin apretó la
mano de Daeshara’cor contra su cara, pero su carne ya estaba carente de vida. Bajo su
mirada, ella se iluminó hasta quedar transparente, y finalmente desapareció bajo la sá bana
que la había cubierto.
CAPÍTULO 35
E n su solitario regreso al Legado del Suplicio, Deign Lian asumió el mando de la flota
yuuzhan vong. Se apropió de los aposentos de Shedao Shai y emitió inmediatamente
una orden que llevaba preparando un mes, desde el momento en que se dio cuenta
de cuá l era la forma má s rá pida de solucionar el tema de Ithor. Shedao Shai la había
rechazado, pero el otro señ or de Deign Lian la aprobaba.
Hizo lanzar doce cá psulas de coral yorik con forma de semilla desde una docena de alvéolos
de coralitas modificados para la ocasió n. Si bien esas naves sin piloto no eran ni mucho
menos tan sofisticadas como los coralitas normales, sí poseían una inteligencia
rudimentaria que les permitía utilizar los dovin basal para aferrarse a la masa planetaria de
Ithor y acelerar su descenso hacia la gravedad. Las cubiertas exteriores comenzaron a
calentarse y a arder cuando entraron en la atmó sfera ithoriana. Las doce cá psulas se
dispersaron y atravesaron el cielo en rutas que las repartían por toda la cara iluminada del
planeta.
***
En la estació n médica del Ralroost, el almirante Kre’fey se alejó del tanque de bacta donde
flotaba Corran Horn y se llevó el intercomunicador a la boca.
—Aquí Kre’fey, adelante.
—Aquí sensores, almirante. El Arco Iris informa de una docena de anomalías gravitatorias
de la flota yuuzhan vong —el oficial bothan gruñ ó —. Parecen coralitas, pero han entrado
en la atmó sfera. El Arco Iris ha informado de explosiones aéreas.
—¿Explosiones aéreas? Voy al puente. Envíe los datos al Quimera —el almirante apagó el
intercomunicador y se dio la vuelta para preguntar a Luke Skywalker su opinió n sobre
aquel extrañ o suceso. Pero su pregunta quedó en el aire. El Jedi se retorcía de dolor y caía al
suelo, golpeá ndose contra las paredes.
***
Las explosiones aéreas sobre la Madre Jungla vaporizaron las cá psulas yuuzhan vong, que
se expandieron en una enorme nube tó xica. Las gotas resultantes rociaron la jungla
formando una fina niebla. Los agentes bacterioló gicos alojados en ellas llegaron
rá pidamente al suelo. La jungla era para ellos lo que una manada de tauntaun para un
criatura del hielo wampa hambrienta. Las bacterias comenzaron a metabolizarlo todo y a
reproducirse en progresió n exponencial.
Un líquido negro repleto de bacterias se deslizó hacia abajo desde las hojas má s altas, por
las ramas. Las bacterias trabajaban a tal velocidad que el fétido fluido casi parecía á cido.
Las ramas cayeron, derramando bacterias por las demá s ramas y las criaturas arbó reas. Un
shamarok alado revoloteó hacia el cielo, pero las gotas negras de sus alas las agujerearon, y
el pobre animal cayó en una espiral de agonía hasta colisionar con el suelo.
Una serpiente arrak se acercó deslizá ndose y vio al shamarok. Abrió las fauces y comenzó a
degustar aquel manjar tan poco frecuente, pero las bacterias comenzaron a afectarle a ella
también. Al comerse el shamarok, las bacterias la devoraron a ella, abriéndole ú lceras en la
carne y consumiéndola de dentro a fuera. La serpiente se sacudió en su agó nico frenesí de
dolor y se deshizo en un apestoso charco de protoplasma que comenzó a actuar sobre la
materia orgá nica del suelo.
El charco aumentaba a medida que las hierbas se marchitaban a su paso y se derretían en el
fluido. Las ramas caídas contribuyeron a generar má s protoplasma, creando colonias
alrededor del caldo de cultivo original. Como las ramas también se hacían líquidas, crearon
suficiente protoplasma para desbordar la ligera depresió n del terreno, arrasando las otras
colonias alternativas. Al cabo de un momento, un fluido negro comenzó a desperdigarse
por la Madre Jungla, acabando con las raíces, derribando á rboles enormes y derritiéndolos
antes de que se extinguiera el eco de su caída.
Ninguna criatura viva de Ithor podía resistir a las bacterias. El fluido penetró en el suelo,
destruyendo insectos y otras formas de vida. Fluyó por tú neles de gusanos y guaridas de
roedores. Las criaturas, sorprendidas, se vieron arrastradas por una ola pú trida que
disolvía su carne, dejaba el hueso y luego volvía a atacar destruyendo la masa ó sea.
La ola se abrió camino entre las raíces, hacia arriba y hacia abajo. Algunas plantas de
enraizado débil simplemente se venían abajo. Otras, má s resistentes, provocaban que las
bacterias ascendieran por su sistema circulatorio para devorarles directamente el nú cleo.
El fluido negro salía entonces a la superficie, manchando el tronco. Fluía de forma
constante, por lo que las ramas caían, y el protoplasma encontraba má s vías de escape.
Finalmente, un torrente de néctar oscuro se abría paso mientras el tronco de la planta se
partía en dos y acababa desplomá ndose.
Las bacterias atacaban sin piedad y rá pidamente. Su metabolizació n de la vida del planeta
liberaba mucho hidró geno y oxígeno. La temperatura comenzó a subir, los océanos se
oscurecieron y una sombra apestosa se elevó sobre Ithor.
Las bacterias llegaron adonde yacía el cuerpo sin vida de Shedao Shai en lo que se
consideraría poco tiempo a escala humana. Su carne resistió a las bacterias un momento,
pero el agente infeccioso se abrió paso a través de la herida que le había infligido Corran.
Las bacterias se lo comieron, consumiendo huesos y tejidos. Su esqueleto se deshizo, sus
huesos crujieron y se convirtieron en fluido negro cuando la médula fue devorada.
Finalmente, las bacterias licuaron su crá neo, eliminando el ú ltimo rastro de su presencia en
un planeta cuya muerte debería haber salvado.
***
Pellaeon contempló fijamente la representació n holográ fica de Ithor.
—Estoy de acuerdo, almirante, han hecho algo. Oxígeno, hidró geno, las altas temperaturas.
Si Skywalker está en lo cierto, toda vida está siendo devorada… —el almirante imperial se
estremeció , incapaz de concebir la utilizació n de un arma que metabolizara un planeta
entero.
La comandante Yage miró desde su posició n en la estació n de sensores.
—Almirante, la flota yuuzhan vong se está moviendo. Salen por un punto externo.
—¿El punto alfa-siete?
—El ú nico que tienen abierto.
Pellaeon hizo un gesto a la diminuta representació n holográ fica de Kre’fey, que se
levantaba en una esquina del escá ner planetario.
—Está n saliendo por alfa-siete. Es hora de moverse. Ithor clama venganza.
***
Deign Lian sonrió al contemplar al villip con el rostro de su señ or.
—Ya está hecho, maestro bélico Tsavong Lah. Shedao Shai ha muerto. La amenaza de Ithor
ha sido eliminada. Nos marchamos.
—Espléndido —la imagen del villip sonrió , y la cara del Maestro Bélico casi parecía
agradable—. Lo has hecho bien, Lian. El Legado del Suplicio es tuyo. Cuando llegues a
Dubrillion, tendrá s ó rdenes esperá ndote.
—Entiendo, señ or —Deign Lian asintió solemne—. Y espero sus… ¿qué ha sido eso?
Una sacudida estremeció violentamente el Legado del Suplicio, tirando al villip de su
soporte. Deign Lian lo recogió , y otro empujó n sacudió la nave. El yuuzhan vong cayó de
rodillas. Algo va mal, muy mal. Ignorando los gritos del villip que yacía en el suelo, Deign
Lian salió del camarote y corrió hacia el puente.
***
En la semana de tregua que consiguió Corran para la Nueva Repú blica, los almirantes
Kre’fey y Pellaeon no habían perdido el tiempo. Al estudiar el comportamiento de las naves
yuuzhan vong, tanto de las grandes como de las pequeñ as, habían descubierto un punto
débil que creían poder explotar.
Los pilotos de los cazas habían descubierto que la proyecció n de vacíos reducía la
capacidad del piloto para maniobrar. Los dos almirantes se preguntaron si no pasaría lo
mismo al revés, sobre todo en el caso de las naves principales. Y, con ese fin, Kre’fey había
hecho llamar al Arco Iris de Corusca, de la flota encargada de defender Agamar, y lo hizo
llegar a la parte trasera de una luna, fuera de la vista de la flota yuuzhan vong. Cuando los
yuuzhan vong comenzaron a irse, el crucero Interdictor apareció en una ó rbita cercana a
Ithor y alineó sus cuatro proyectores de gravedad. Eso duplicó la masa de Ithor e hizo
aumentar su campo de gravedad, lo que provocó que el planeta comenzara a absorber
lentamente al Legado del Suplicio hacia su moribunda superficie.
Los yuuzhan vong a bordo del Legado se pusieron manos a la obra para contrarrestar ese
efecto. Activaron má s dovin basal, intentando enlazarse con la gravedad del sol y las lunas.
Ralentizaron la caída y acabaron por detenerla. Poco a poco, retomaron la ruta de salida, y,
cuando Deign Lian llegó al puente, la nave ya estaba de nuevo en movimiento.
Pero, por desgracia para Deign Lian, para la tripulació n del Legado y para la propia nave
viviente, el Arco Iris de Corusca había hecho algo má s que activar sus proyectores de
gravedad. Los oficiales de armamento programaron aplicaciones de disparo para el gran
crucero yuuzhan vong. Su telemetría se envió a la flota de defensa principal. Cada caza que
salió de las naves, los cruceros y los destructores estelares empleó esos datos para apuntar
sus torpedos de protones y sus misiles de impacto.
Las explosiones se sucedieron sobre la curva de la atmó sfera de Ithor. Chocaron contra el
Legado, que carecía de vacíos gravitacionales, haciendo saltar en pedazos el coral yorik. La
energía liberada en las detonaciones incineró el tejido neuronal y quemó a los dovin basal.
La primera andanada desintegró completamente la popa, abriendo la nave al vacío espacial.
Pero antes de que el aire y la tripulació n fueran absorbidos al exterior, tuvo lugar otra
explosió n que vaporizó aú n má s restos de la nave y prendió la atmó sfera en su interior. El
Legado estaba en llamas.
Deign Lian tuvo un momento de agonía cuando la bola de fuego recorrió el interior del
transporte. Habría gritado, pero el aire se quemó en sus pulmones antes de que pudiera
articular sonido alguno. En el medio segundo de claridad que tuvo su mente, oyó a Shedao
Shai aconsejá ndole que aceptara el dolor, que lo hiciera parte de sí mismo para poder
unirse a los dioses. Su ú ltimo pensamiento fue rendirse al dolor, dejar que le consumiera,
negá ndose a sí mismo la meta definitiva porque no pudo llegar a admitir que Shedao Shai le
había enseñ ado la ú nica forma de llegar a ella.
El ataque resquebrajó la estructura del Legado. La nave se rompió en tres, y la parte
delantera se alejó por un momento del planeta. La popa en llamas cayó hacia Ithor,
cogiendo velocidad. La parte del centro flotó unos pocos segundos en el espacio y empezó a
precipitarse lenta y torpemente hacia el planeta. La proa, con los moribundos dovin basal
rindiéndose uno a uno, también sucumbió al abrazo de Ithor.
La verdad es que daba igual que el Legado estuviera ardiendo al entrar en contacto con la
atmó sfera del planeta. La simple fricció n de la entrada generaría tanto calor que la carcasa
habría ardido en una atmó sfera con tanto oxígeno. Las llamas se extendieron, y pronto
ardió el planeta entero. La atmó sfera sobrecalentada se expandió , alargando pequeñ os
tentá culos que se retorcían muy cerca de los cazas y de la flota de la Nueva Repú blica. Una
de las llamas llegó a rozar una corbeta yuuzhan vong y provocó la explosió n de la nave,
pero el resto ya se habían alejado lo suficiente para escapar.
La flota yuuzhan vong, o lo que quedaba de ella, desapareció rá pidamente por el punto de
salida.
Ithor, que una vez fue un planeta pacífico, ardió a su paso. Y con él se consumieron las
esperanzas de la Nueva Repú blica.
CAPÍTULO 37