Nicolas Bourriaud
Nicolas Bourriaud
Nicolas Bourriaud
Jorge Fontevecchia
Cofundador de Editorial Perfil - CEO de Perfil Network.
—En su último libro, “Inclusiones”, escribió que “fue por medio del arte
contemporáneo que descubrí la urgencia climática, en tiempos en que aún era
estudiante. Supe, más precisamente, que la atmósfera terrestre estaba ligada a
la economía humana en general y a nuestros hábitos de consumo en particular”.
Se refiere a una muestra de 1989, “Ozone”. ¿Cómo era esa muestra? ¿Cuántas
intuiciones había allí sobre lo que sobrevendría?
—La exposición era muy importante para mí. Me gustaría explicar el porqué de la
incidencia de esa obra de arte o una exposición. Claude Lévi-Strauss, que es uno
de los autores que cito con frecuencia en mi último libro, Inclusiones (de Adriana
Hidalgo Editora), decía que una obra de arte es siempre un modelo reducido de la
realidad. Este modelo reducido nos permite percibir esta realidad a nuestra manera.
También podemos pensar en lo que Jorge Luis Borges refiere en El Aleph, una
suerte de maqueta del universo. Es esta capacidad que tiene la obra de arte de
condensar y presentar la realidad de una manera diferente lo que la torna
extremadamente dinámica para nuestro cerebro. De hecho, lo que vi en la
exposición Ozone en 1989 fueron artistas jóvenes para los que el arte no era
solamente una cuestión sólida. También podría ser gaseoso, moviéndose en el
espacio de forma más inmaterial. En Francia había documentación sobre la crisis
climática ya en 1989. Como iconografía me encontré ante la idea de que la imagen
era la de una especie viviente. Había algo del orden de un ser vivo en la imagen
que se presentaba en esa exposición. Eso hizo que cambiara radicalmente mi forma
de percibir el arte.
—Así como existió “Ozone”, ¿hay otras intuiciones del arte que luego se
manifestaron en la sociedad? ¿Vio alguna intuición de la pandemia antes de
2020?
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—Lo que vimos en las exposiciones de los últimos diez o quince años es la
irrupción de un nuevo espacio. Este nuevo espacio está vinculado a la conciencia
del Antropoceno. Hay varias enumeraciones posibles que dan cuenta de este
fenómeno. Es lo que hago en el libro. Por un lado, vemos cómo aparece en cierto
sentido la promiscuidad. Desde los albores de la humanidad jamás vivimos en un
espacio tan marcado por la promiscuidad como ahora. Vivimos tan cerca del
Banco Mundial como del murciélago. También estamos muy cerca de las selvas
tropicales de Borneo. El espacio en el que vivimos es un espacio público, y estas
son las cosas que hemos estado viendo en las obras de arte durante los últimos diez
años. Otra figura clave en la lectura del Antropoceno es la idea de bucle, el bucle
temporal. Empezó a principios de la década de 2000, con la crisis de las vacas
locas. Nos dimos cuenta de que el problema era que las vacas se comían a otras
vacas. Es lo mismo que ocurrió con la crisis financiera de 2008, cuando nos dimos
cuenta de que el dinero producía dinero. Es claramente la estructura de un bucle. Y
si uno mira en las exposiciones, tanto la idea de promiscuidad y de bucle
reaparecen continuamente.
—El padre del nuevo periodismo, Tom Wolfe, escribió una sátira sobre el arte
moderno, la mirada de los críticos de arte y la exposición de la misma en Nueva
York, que se llamó “La palabra pintada”. Básicamente es una mirada irónica
sobre el arte de vanguardia, la mirada de izquierda y la idea de “explicación”.
Afirma que, en el futuro, el arte del fin del siglo XX estará exhibido junto con
las críticas que lo acompañaron. ¿Es tan así? ¿Perdemos sensibilidad y
ganamos intelecto frente a la obra moderna? ¿Cuánto debe saber un espectador
que se aproxima a una obra?
—No creo que debamos oponer el intelecto a la sensibilidad. Ese es otro
binarismo. De hecho, es una oposición que no tiene por qué ser única. Cuando se
observa una obra de arte, se movilizan tanto el intelecto como la sensibilidad. Creo
que es muy importante pensar en el arte como el lugar de unión de estas dos
variantes. De la misma cosa, porque de hecho el pensamiento es del intelecto y es
de la sensibilidad. Creo que si perdemos uno en beneficio del otro no estamos en
condiciones de mirar ni a los demás ni a la realidad.
—¿Una obra de arte es bella de acuerdo con el contexto?
—Porque la única forma en que puedo definir la belleza hoy sería una definición
energética. ¿Qué es lo que hace que todavía hoy la admiremos? Una obra de arte
del siglo XIII o incluso obras más antiguas contienen una energía que les permite
atravesar los siglos. Esa energía proviene de la complejidad. El pensamiento
complejo es energía. Es lo que permite que una obra de arte siga hablando al
espectador de mañana. Eso es absolutamente fundamental. Una vez que una obra
de arte no tiene nada más que decir y se agotan, si se quiere, sus significados, se
apaga de la misma manera que un vehículo que se queda sin energía. Para mí, la
belleza, esa trascendencia que nos permite estar en contacto con el pasado,
proviene de una cantidad específica de energía.
—John Berger es un escritor de referencia, especialmente en el vínculo entre
literatura, política y arte. Estableciendo un juego casi extremo, dice que hay
muchos artistas que le gustan, pero si tuviera que elegir a uno solo, ese sería
Caravaggio. ¿Cuál sería su elección? ¿Y si tuviera que elegir una sola obra de
arte contemporáneo?
—Es la pregunta más horrible para hacerme. Realmente, es muy difícil elegir solo
uno. Pero si me obliga a elegir uno, puede ser uno de los primeros, una de las
primeras pinturas rupestres. Ir a los orígenes del arte. Quizás tomaría una pequeña
parte de las pinturas rupestres de Altamira, de Lascaux, de algunas cuevas
argentinas, como la Cueva de las Manos. Elegiría la pintura prehistórica.