#1 Baby Bump - Miley Maine

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1º Edición Marzo 2021

©Miley Maine
BEBÉ POR ERROR
Serie Jefes Multimillonarios, 1
Título original: Baby Bump
Traductora: Ana Cuestas

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones


establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin
autorización escrita del copyright, la reproducción total o
parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, así
como su alquiler o préstamo público.
Gracias por comprar este ebook.
Índice

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo
Siguiente libro de la serie
Capítulo 1

Quinn

Cuando escucho que la puerta del ascensor se abre,


suspiro, enderezo la columna y cierro los ojos ante el
ordenador que tengo delante, aunque mis dedos no se detienen
y siguen tecleando.
Oigo pasos pesados acercándose a mí, pero no miro hacia
arriba hasta que una sombra cae sobre mi escritorio. Solo
entonces aparto los ojos de la pantalla del ordenador y aprieto
los labios mientras miro a mi jefe.
—Buenos días —lo saludo.

Nicholas Dubois me sonríe. Es una sonrisa encantadora, lo


suficientemente amplia como para mostrar sus brillantes
dientes blancos. Se ajusta a sus rasgos infantiles y a su pelo
castaño cuidadosamente peinado. Sé que las mujeres desean su
atención, atraídas tanto por su aspecto como por su riqueza.
Personalmente, no veo por qué tanto alboroto. Su rasgo
más llamativo son sus brillantes ojos azules enmarcados por
largas y oscuras pestañas, pero su belleza es solo un
envoltorio.
—Buenos días, Quinn —dice, apoyado en mi mesa.
Se inclina, no lo suficiente para tocarme, pero sí para que
pueda oler su colonia almizclada. Es nueva.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —Deseo con todas
mis fuerzas que regrese a su despacho.

—¿No quieres mi compañía? —pregunta en broma.


—No —digo sin rodeos—. Tengo mucho trabajo que
hacer, como bien sabes, y creo que tú también.
Hace tres años, cuando tuve enfrente a Nicholas Dubois, el
hombre más rico de Manhattan, y le dije por qué sería una
buena elección ser su nueva secretaria, nunca hubiera soñado
con hablarle de esa manera. Ahora, sin embargo, llevo aquí el
tiempo suficiente como para tener esa confianza.
Con un suspiro, Nicholas se retira y se lleva consigo el
aroma que me niego a considerar tentador de ninguna manera.
Vuelvo a poner los ojos en la pantalla de mi ordenador.
—Desafortunadamente, el trabajo es la pesadilla de nuestra
existencia —dice—. Esperaré con ansias el momento en que
nos veamos de nuevo.
Pasa por mi lado y la puerta se cierra detrás de él. Solo
entonces me relajo, poniendo los ojos en blanco. No es que
Nicholas sea un jefe terrible. En muchos sentidos, es un jefe
muy bueno. Es atento y amigable, pero también es de los que
piensan que su acento francés, el uso ocasional de palabras
extranjeras y su buena apariencia, le conseguirán cualquier
mujer que desee.

Me ha dejado muy claro que me desea, pero yo no estoy


interesada lo más mínimo. Su mirada es siempre persistente, se
acerca demasiado a mí y, a veces, se pone poético sobre mi
belleza y me dice que soy tan hermosa como las rosas, o que
mi cara es como el sol cuando brilla a través del cielo nublado.
Sería bonito si no hubiera visto un tren de mujeres saltar
dentro y fuera de su cama a lo largo de los años.
Me paso la mano por el pelo corto y rubio. Me pregunto
por qué está interesado en mí. No soy tan guapa como las
mujeres que suele llevar colgadas del brazo. Soy delgada y
baja, tengo pecas y uso gafas. Y nunca me he puesto un
vestido glamuroso. Pero, por alguna razón, Nicholas ha puesto
su atención en mí, y ahora tengo que pensar en la forma de
rechazarlo de nuevo. Es frustrante, porque no importa lo fría
que sea con él. No pierde el interés.
De repente, la puerta de Nicholas se abre.

—Quinn, ¿tienes el informe de resultados del proyecto


para el año que viene? —pregunta.

—No lo tengo. Le enviaré un correo electrónico a Jonathan


para que te lo envíe.
Desaparece tras la puerta y sonrío irónicamente. Ese es el
lado de Nicholas que me hizo querer trabajar para él, un tipo
que construyó una franquicia de tiendas de moda en toda
América hasta convertirse en uno de los hombres más ricos del
país.

Sacudo la cabeza y envío un mensaje a Jonathan Fairway,


el jefe de nuestro departamento financiero.

Desafortunadamente, si esperaba irme esta tarde antes de


que Nicholas pudiera decir algo más, estaba muy equivocada.
Mientras recojo mis pertenencias para irme, contenta de que
sea viernes, Nicholas aparece por la puerta.

—Me marcho. Hasta el lunes —digo con una inclinación


de cabeza, recogiendo algunos archivos para llevar a casa.

—Hay otra opción. —Ahí está esa sonrisa encantadora de


nuevo—. Podrías unirte a mí para tomar una copa y hablar de
trabajo.

Lo conozco lo suficiente para saber que no quiere hablar


de trabajo. Frunzo el ceño y lo miro de frente.

—Nicholas —digo, con el tono de voz seco—. Agradezco


la oferta, pero no creo que sea apropiado que nos reunamos
fuera del trabajo. —Parece visiblemente sorprendido por
rechazarlo, y siento cierta satisfacción por ello—. Que tengas
un buen fin de semana.
Me doy la vuelta, mirando hacia atrás solo una vez cuando
llego al ascensor. Él sigue mirándome, confundido. La imagen
es graciosa, pero consigo mantener mi sonrisa hasta que las
puertas del ascensor se cierran y me quedo sola.

Mi móvil suena en mi bolsillo. Es un mensaje de mi mejor


amiga, a la que estoy a punto de ver. Hace mucho tiempo que
no tenemos la oportunidad de ponernos al día, y hemos
quedado en un pequeño y encantador café que solíamos
frecuentar cuando estábamos en la universidad.

Christy Larsen y yo somos amigas desde que estábamos en


el instituto. Durante esos años, ninguna de las dos era muy
popular; yo siempre tenía la nariz enterrada en los libros, y
Christy era una artista que tenía la reputación de ser un poco
extraña. Nos conocimos en nuestro último año y hemos sido
amigas desde entonces. Ahora, yo soy la secretaria del hombre
más rico de Manhattan, y Christy consiguió el trabajo de sus
sueños dibujando caricaturas de niños. Me alegro de tenerla en
mi vida.

No tardo mucho en llegar al café Aroma. La mujer de la


caja registradora mira hacia arriba cuando entro, y me dirijo
hacia una mesa libre junto a la ventana.

Unos cinco minutos más tarde, Christy entra como un


torbellino y con aspecto un poco desaliñado. Su pelo negro
hasta los hombros está despeinado por el viento, y su camisa
está arrugada, con una gran mancha de tinta en la manga
derecha. Mientras se acerca a mí, se atusa el pelo con una
amplia sonrisa.

—¡Quinn! —Me pongo en pie y nos abrazamos—. ¡Me


alegro de verte!

—Y yo. —Sonrío—. Siento haber estado tan ocupada


últimamente.
—No te preocupes, yo también he estado muy ocupada.
Por suerte, acabamos de terminar un proyecto, ¡así que tengo
unas horas para respirar antes de empezar con el siguiente!
—Me pasa lo mismo. —Rio—. Nicholas ha abierto una
nueva tienda de sillas en Miami, y ha sido una pesadilla. Los
gerentes llamaban todos los días con algún nuevo problema.
—Me lo imagino —dice Christy. Nos sentamos y se
inclina hacia adelante con una sonrisa burlona—. ¿Alguna
novedad con Nicholas? ¿Sigue coqueteando contigo?
—Me ha invitado a salir para «hablar de trabajo» —le digo
sin más.
—Oh, eso es nuevo —dice Christy—. Parece que está
mejorando su juego.

Christy encuentra la situación hilarante. Es frustrante, pero


sé que ella estaría a mi lado si Nicholas alguna vez cruzara una
línea.

—Desearía que se detuviera —me quejo.

La sonrisa de Christy cae.

—¿De verdad te hace sentir tan incómoda? —pregunta


seriamente—. Porque si es así, tienes que hablar con él.

Pienso en ello un momento. Las atenciones de Nicholas


son molestas, pero no llegan al acoso. Además, aunque me
cuesta admitirlo, a veces es difícil no quedar atrapada en su
mirada.

—No, en realidad no. Es más molesto que otra cosa —


digo, poniendo los ojos en blanco—. Estoy segura de que se
olvidará de mí en cuanto alguien vuelva a llamarle la atención.

—Sí. —Christy se ríe—. Pronto captará la indirecta, no te


preocupes. Es normal que se haya dejado llevar por tu linda
cara.

Tímidamente, me enderezo las gafas. No me considero


muy guapa, por eso es tan extraño que Nicholas haya puesto
sus ojos en mí.
Entonces pienso en los mensajes que me llegan al móvil y
que ignoro, los de un exnovio con el que no deseo volver a
hablar. Me sacudo el pensamiento. Entre Nicholas y esos
mensajes, mi vida se está convirtiendo en un interminable
dolor de cabeza.
Tal vez Christy tenga razón y lo mejor sea hablar con
Nicholas.
—Bueno, dejemos de pensar en eso —dice Christy con un
firme asentimiento—. Esta noche es de las dos, Quinn, como
en los viejos tiempos. ¡Vamos a volvernos locas!
No puedo evitar reírme al saber que, «enloquecer», es ir al
cine y luego irnos a mi apartamento para jugar al Scrabble.
Sonrío. Al menos tengo a Christy a mi lado.
Capítulo 2

Nicholas

Cuando Quinn Butler se va, con la cabeza erguida y los


hombros rectos, no puedo evitar preguntarme qué estoy
haciendo mal.
Quinn es mi secretaria desde hace tres años, y es una de las
mejores que he tenido. Hace unos meses no hubiera imaginado
fijarme en ella, tenía muchas mujeres lanzándose sobre mí
como para arriesgarme a tener una relación con una empleada,
sin embargo, últimamente…
Miro su mesa. Está meticulosamente ordenada. Intento
recordar el momento en que la miré y me di cuenta de que era
preciosa. Recuerdo que estaba sentada aquí y se metía el pelo
detrás de la oreja de forma distraída.

Cuando les cuento la historia a mis amigos, confiado en mi


capacidad de llevar a cualquier mujer a mi cama, exagero un
poco los detalles. Les digo cómo se inclina hacia adelante
mostrando su escote embriagador, y cómo me mira
seductoramente con sus ojos color avellana a través de los
mechones de su pelo corto y rubio.
Pero nada de eso es cierto.

La deseo. Es diferente a todas las mujeres que caen a mis


pies rogando mi atención tan pronto como descubren lo rico
que soy. Es inteligente y su lengua es tan cortante como su
mente. Además de eso, sigue diciendo que no. Rio y me apoyo
en la puerta abierta de mi despacho.

Debería haberme rendido hace tiempo. Quinn ha dejado


muy claro que no tiene ningún interés en mí más allá de
nuestra relación laboral. Mi amigo me ha contado que conoce
a algunas chicas que se mueren por conocerme. ¿Por qué
molestarme en perseguir a una mujer que no me quiere cuando
puedo tener a otras que sí me quieren?

Pero no puedo darme por vencido y no sé por qué. Los


constantes rechazos de Quinn son intrigantes; no le importa mi
dinero o lo famoso que soy, y a veces actúa como si le
repugnara la idea de una relación conmigo. Sin embargo, no
puedo dejar de buscar esa cosa que la hará cambiar de opinión.
Necesito saber qué es lo que hay en mí que le parece tan
terrible, y qué tengo que cambiar para atraerla.

Porque la atraeré, de una forma u otra. A diferencia de


otras mujeres, no se deja llevar por mi apariencia, mi acento
extranjero o mi dinero. Y eso la hace aún más atractiva.

Miro mi reloj. Se está haciendo tarde. Los limpiadores


vendrán pronto. Soy un multimillonario que construyó el
imperio de Yuza desde cero, y lo convirtió en una de las
cadenas de tiendas de moda más populares del mundo. Si soy
tan inteligente como para haber hecho esta fortuna en América
tras dejar mi casa en Francia hace muchos años, también tengo
que serlo para interesar a una maldita mujer.

Bajo las escaleras y me encuentro con mi chófer, que


espera pacientemente a que suba al elegante coche negro. Me
saluda con la cabeza.
—¿Adónde, señor? —pregunta.
—A casa, Alan —suspiro; ya no tengo ganas de salir.
Casi puedo sentir su intriga. Como he estado tan ocupado
persiguiendo inútilmente a Quinn, no he pasado tanto tiempo
en los clubes de Manhattan. Sé que Alan, que es mi chófer
desde hace dos años, se está preguntando sobre este cambio,
pero no me apetece iluminarlo. No quiero que nadie sepa que
yo, Nicholas Dubois, tengo problemas con una mujer.

El viaje desde la oficina no es largo y veo el paisaje pasar.


Estoy irritado porque la mayoría de mis pensamientos parecen
girar en torno a Quinn Butler. Hacer que se enamore de mí casi
se ha convertido en una obsesión, y me vuelve loco no tener ni
idea de qué hacer a continuación, o cómo evitar más errores.

Siempre he sabido qué hacer a continuación. Cuando vine


a vivir a Estados Unidos, con nada más que unos pocos títulos,
una cuenta bancaria casi vacía y sueños enormes, seguí
adelante sin importar lo que pasara, negándome a mirar hacia
atrás o preocuparme por el futuro. Avanzar con confianza
siempre ha sido mi marca registrada.
El coche se detiene en la entrada de mi mansión. Salgo del
coche dando un portazo más fuerte de lo necesario. ¿Qué tiene
Quinn que me hace sentir inseguro?
—¿Está todo bien? —pregunta Alan levantando una ceja
mientras baja la ventanilla.
—Bien —digo con un suspiro—. Solo un largo día.

Parece que quiere preguntar, pero, en el último segundo,


recuerda su lugar como mi empleado y se retira con un
asentimiento. El gesto me hace sentir extrañamente solo.
—Lo veré mañana, señor —dice Alan.
Al mirar hacia mi casa recuerdo la razón de querer estar
siempre de fiesta. Vivir solo en esta enorme casa me está
pasando factura, pues no tengo a nadie con quien compartirla.

—Me estoy ablandando —digo en voz alta, al tiempo que


cruzo el jardín.
Los constantes rechazos de Quinn me han hecho
reflexionar sobre algunos aspectos de mi vida, y he encontrado
varias cosas que faltan. Ella entró en mi vida y la puso patas
arriba, y ni siquiera tiene la decencia de fingir que está
interesada en mí. Resoplo. Tal vez, si puedo intuir alguna señal
de atracción o admiración de ella, todo volverá a la
normalidad.

Estoy tan cansado que ceno y me acuesto temprano.


Quiero escapar de mi mente, que gira sin descanso. Pero
Quinn también suele aparecer en mis sueños. Ahora está frente
a mí. Lleva un bonito vestido esmeralda que se pliega
alrededor de su cuerpo, resaltando sus curvas. Sobre nosotros,
luces brillantes se balancean haciendo que las sombras bailen
perezosamente a su alrededor. La vista es tan hermosa que no
puedo dejar de mirarla.

Ella aprovecha mi estupefacción para dar un paso adelante.


La abertura de su vestido se abre y veo su sedosa pierna y su
zapato plateado de tacón. Mis ojos recorren su pierna hasta
llegar a sus ojos, que me miran detrás de sus gafas. A medida
que se acerca veo las pecas que salpican sus mejillas, y respiro
el familiar perfume floral que siempre lleva.
—Nicholas —suspira, y esa sola palabra de sus labios hace
que una llama se encienda en mi estómago.

—Quinn —respondo, y mi voz se vuelve áspera—. Estás


preciosa.

Ella sonríe. No suele hacerlo conmigo. Incluso antes de


que empezara a perseguirla siempre me miraba con cortesía
profesional. Solo la he visto sonreír una vez, cuando se rio de
un chiste que le contó uno de sus colegas, y nunca he olvidado
la suave alegría que iluminaba su rostro en ese momento.
—Gracias —dice ella—. ¿Quieres bailar?

Una melodía comienza a sonar. Quinn me extiende las dos


manos, aún sonriendo, y me empuja hacia delante presionando
su cuerpo contra el mío. Sus brazos se enrollan alrededor de
mi cuello.

—Creo que es un baile lento —me murmura al oído


sonriendo mientras tiemblo.

Empezamos a balancearnos lentamente, en un movimiento


sensual. El cuerpo de Quinn se frota con suavidad contra el
mío y su pierna se frota contra la pernera de mi pantalón. Sus
dedos juegan con el vello de mi nuca. Puedo sentir cómo se
me endurece la entrepierna, y sé que ella también lo siente.

Casi espero que se aleje con asco, pero, en cambio, sonríe


con los ojos brillantes. Se acerca sinuosamente y mete una de
sus piernas entre las mías. Sus ojos me miran mientras se frota
contra mí lenta y deliberadamente.

Es casi imposible respirar. Mi polla se mueve y se


endurece. Me duele. Dios, deseo tanto a esta mujer. La
necesito ahora mismo.
La agarro por las caderas. Sé lo que quiero. Quinn está de
pie delante de mí, más que dispuesta a darme todo lo que le
pido. La empujo y cae en una silla que está detrás de ella. Me
mira, sus ojos oscuros de deseo, y entonces arquea una pierna
haciendo que los pliegues de su falda caigan.

—¿Y bien? —me pregunta.

Me inclino sobre ella. De cerca, sus ojos color avellana son


aún más impresionantes.

—Voy a follarte —le prometo en voz baja.

Sus brazos me envuelven los hombros y tiran de mí.

—Lo espero con ansias —suspira.


Capítulo 3

Nicholas
Me inclino y capturo sus labios, que se abren
inmediatamente como una invitación. Mi lengua se desliza
dentro de su boca y acaricio sus dientes y encías. Puedo sentir
sus dedos desabrochándome la camisa.
Me retiro y rompo el beso, que nos deja a los dos
jadeando. Deslizo los tirantes de su vestido por sus hombros y
siento que mi calor aumenta cuando me doy cuenta de que no
lleva sujetador. Ella me guiña un ojo y se inclina sobre mí, su
aliento rozando mi oído.
—Deberías ver qué más no llevo puesto —murmura.

Mierda. Apenas me ha tocado, pero sus palabras son


suficientes para hacerme estallar. He esperado tanto tiempo
para hacer mía a Quinn… No quiero que este momento se
arruine solo porque estoy tan ansioso como un adolescente
cachondo.
—Puedo sentir lo emocionado que estás —dice Quinn
sonriéndome, sus dedos se curvan suavemente sobre mi
corazón—. Puedo sentir tus reacciones. Me deseas tanto…
—¿Y tú? —Las palabras se me escapan sin permiso—.
¿Me deseas?
Todavía sonríe, pero la mirada en sus ojos es ilegible.
—Sé lo que quiero —dice misteriosamente.
No responde a mi pregunta, pero estoy demasiado duro y
desesperado para que me importe. Averiguaré más tarde si
realmente me quiere. En este momento, me conformo con que
me desea. La beso de nuevo y su cuerpo se retuerce en la silla
debajo de mí, respondiendo a cada toque. Deslizo mis manos
por sus hombros y acaricio su espalda. Ella se arquea y emite
un gemido.

—Oh, Dios mío —jadea.


—Llevas demasiada ropa —murmuro.
Encuentro la cremallera y tiro hacia abajo. El vestido cae
hasta su cintura. De repente, ella se pone de pie y el vestido
cae al suelo. Mi boca se seca cuando veo la prueba de lo que
había insinuado antes. No lleva nada debajo del vestido.
Sonríe a mi expresión, entonces extiende la mano y me tira de
la corbata.

—¿Por qué te quedas ahí parado? —ronronea—. Pensé que


me querías.

Dios, la quiero más que nada. La alcanzo, pero ella aparta


mis manos. Hay una mirada pícara en sus ojos mientras me
deshace la corbata. Mi cuerpo vibra y quiero más, pero ella va
agonizantemente despacio. Gimoteo por la dolorosa espera,
pero obligo a mi cuerpo a quedarse quieto mientras ella me
desliza la camisa, y su toque deja huellas ardientes en mi piel a
medida que avanza. Cada parte de mí está tensa de
anticipación y me estremezco cuando mi camisa cae al suelo.

—¿Muy impaciente? —se burla.


Me he cansado de este baile lento. Deseo a Quinn desde
hace tanto tiempo, que no quiero esperar más. La agarro por la
cintura y la estrecho con fuerza contra mí. Ella jadea.

—Te quiero, ahora —gruño.


—Todavía llevas demasiada ropa —dice.

La empujo hacia la cama. Su edredón de satén brilla bajo


la suave luz. Sus rodillas golpean la cama y cae de espaldas,
sus piernas se abren y yo me coloco entre ellas. Estoy tan duro
que duele, y es por Quinn, como siempre. ¿Qué tiene esta
mujer que me hace perder la razón y el control? ¿Por qué la
quiero tanto si no se parece en nada a las mujeres que
normalmente persigo?
Ella es diferente y necesito conocerla más, aunque, en este
momento, lo único que quiero averiguar es cómo hacerla gritar
mi nombre. Mi polla me roza los pantalones, desesperada por
ser libre. Quinn tira febrilmente de mi cinturón, casi
rompiéndolo en su prisa.

Sus desesperados movimientos están en desacuerdo con la


calma que mostró antes, cuando se burló de mí casi hasta la
locura. Ahora sus dedos tiemblan y sus movimientos son
frenéticos mientras me arranca los botones.

—¿Ahora quién está impaciente? —pregunto en voz baja.


Ella me mira. Todo lo que puedo ver es el hambre y la
necesidad.
—Te quiero —susurra, y me baja la cremallera—. Te
deseo tanto que no puedo pensar en otra cosa. Lo único en lo
que puedo pensar es en el momento en que te deslizarás dentro
de mí y me follarás fuerte.
Oh, sí… sí, eso es lo que quiero hacer.

Mis pantalones caen al suelo y salgo de ellos antes de


quitarme los calzoncillos. Mi polla se libera finalmente, dura y
goteando mientras rebota, dolorida y ansiosa. Esto es todo. El
momento que he estado esperando. Quinn está delante de mí,
deseándome tanto como yo la deseo a ella.

¿Verdad?

—¿Cuánto me deseas, Quinn? —le pregunto.

Ella mira hacia arriba. Todavía tiene hambre en los ojos,


pero también hay algo que acecha debajo que no puedo captar.

—¿Por qué no lo averiguas tú mismo, Nicholas?

Ya no hay tiempo para andarse con rodeos. Los dos


estamos desesperados y necesitamos esto más que nada.
Necesito a Quinn. Tengo que tenerla. Me sumerjo en ella y su
cuerpo me acepta al instante, me atrae, sus piernas se enrollan
alrededor de mi cintura para tirar de mí tan profundo como
pueda.

Me sonríe, sus ojos me desafían. Le agarro las caderas y


vuelvo a empujar hasta el fondo. Entro y salgo de Quinn con
dureza, y sus caderas se encuentran con las mías con cada
empuje, con sus músculos apretando mi polla. Hay un infierno
a nuestro alrededor, estoy sudando, y no voy a durar mucho
tiempo.

Y luego…

Me despierto con un jadeo y un grito agudo.

Mi cuerpo tiembla tan violentamente que las sábanas se


deslizan. Olas de placer se estrellan contra mí mientras me doy
cuenta de que estoy presionando mi erección. Mi visión se
vuelve blanca momentáneamente y me cuesta respirar. Al cabo
de unos segundos, la sensación disminuye y vuelvo a caer en
la cama, completamente exhausto. Mis pantalones están
pegajosos y húmedos, así como las sábanas enredadas
alrededor de mi cuerpo sudoroso.

Mi corazón acelerado comienza a calmarse, y respiro


profundamente mirando al techo de mi habitación.

Gimoteo y cierro los ojos. Este ha sido uno de los sueños


más intensos que he tenido. Necesito seducir a esta chica,
aunque solo sea para que estos sueños se detengan.

Sigo mirando el techo. Es madrugada, estoy sudando y


huele a sexo, y mi mente sigue exaltada por el vívido sueño.
En este momento, hago un pacto solemne conmigo mismo.
No importa lo que cueste, voy a hacer que Quinn se
enamore de mí.
Capítulo 4

Quinn

Miro la puerta cerrada de la oficina esperando a que se


abra en cualquier momento. Normalmente, a esta hora del día
Nicholas asoma la cabeza para preguntarme qué estoy
haciendo o para dedicarme algún cumplido. Sin embargo, no
hay señales de él, y eso es algo extraño.

¿Estará intentando algún tipo de táctica?


También estaba raro cuando llegó esta mañana. Esperaba
que viniera con un ramo de flores o unas palabras bonitas,
como suele hacer después de que lo rechace, pero llegó con las
manos vacías. Y luego se detuvo junto a mi mesa.
—Me gustaría disculparme por mi comportamiento
anterior —me dijo—. Me he dado cuenta de que te estoy
haciendo sentir incómoda, y esa no era mi intención.
Sorprendida, lo miré fijamente y asentí con la cabeza, y
luego se metió en su oficina. No lo he visto desde entonces.
Definitivamente, algo está pasando. Y, de repente, la puerta se
abre.
¡Lo sabía!
—¿Todavía estás aquí? —me pregunta sorprendido—.
Deberías tomarte un descanso para almorzar.
Luego pasa por delante de mí y me quedo mirando su
espalda.

¿Qué es lo que pasa?

El día siguiente ocurre lo mismo. Me saluda educadamente


por la mañana, habla de asuntos de trabajo relevantes cada vez
que me ve, y luego se despide por la tarde, todo sin un solo
cumplido. Y así van pasando los días. Debería ser un alivio.
Esto es lo que quería, ¿verdad? Sin embargo, mi paranoia
aumenta con cada día que pasa. Está planeando algo.
—Creo que debes calmarte —dice Christy sin rodeos
cuando le expreso esta preocupación cuatro días después de
que todo comenzara—. Pensé que no querías que te adulara.

—Y no quiero —aseguro—. La gente no cambia de


opinión tan rápido, ¿no? Pasó de pedirme una cita una noche a
tratarme como a una colega al día siguiente.

—Tal vez se dio cuenta de que no estás interesada —dice


Christy, poniendo los ojos en blanco—. O tal vez está siendo
un caballero y dando un paso atrás para disculparse.

—¿Qué?
—Mira, Nicholas ha dejado claro que está interesado en ti,
¿verdad? —Yo asiento—. Estoy de acuerdo, no creo que haya
cambiado de opinión tan rápido después de intentarlo durante
tantos meses. Te ha estado tratando como a todas las mujeres
que caen a sus pies y ruegan su atención, y ha esperado que
reaccionases de la misma manera —señala Christy—. Tal vez,
finalmente, se ha dado cuenta de que comportarse de un modo
más maduro te atraerá.
—Así que… ¿me está cortejando? —pregunto, algo
confundida.
—No. —Christy resopla—. Está dando un paso atrás para
pensar en un plan de ataque. Y te está dando espacio para
respirar mientras lo hace.
Ah. Bueno, eso tiene sentido, por mucho que odie
admitirlo. Conozco a Nicholas lo suficiente como para saber
que no era posible que se rindiera, aunque no he sido capaz de
entender su juego. Si esa es su nueva táctica, es halagador,
aunque sigue pareciéndome molesto.
Si pudiera entender por qué se está tomando tantas
molestias…
—Quinn, eres inteligente, impulsiva y bonita —continua
Christy sonriéndome con cariño—. Desearía que pudieras
verlo.
—Tal vez, pero no soy ni de lejos tan hermosa como esas
modelos con las que sale, normalmente. Así que no lo
entiendo.

Christy me mira fijamente, sus ojos examinan mi cara


antes de suspirar.

—No tienes que ser exactamente como ellas; está claro que
Nicholas ha encontrado algo en ti que le gusta —dice—.
Además, tal vez su interés en ti es también una señal de que
está buscando una relación más madura.

Eso tiene sentido. Si se está tomando tantas molestias para


atraerme, no será para una sola noche, sobre todo, porque no
lo he visto con otra mujer en meses. Pero, exactamente, ¿qué
quiere?

¿Qué es lo que yo quiero?


Suspiro y tomo un sorbo de mi café.

—Bueno, de todos modos, no importa —gimoteo—.


Tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
La diversión en la cara de Christy desaparece, pues sabe
exactamente de lo que estoy hablando.

—¿Te ha vuelto a enviar un mensaje? —pregunta.

—Anoche —digo con tristeza.


Agarro mi móvil y abro el mensaje. Ambas nos inclinamos
hacia adelante para leerlo.

«¿Por qué coño me estás ignorando?».

—Encantador —dice Christy secamente—. ¿Respondiste?


—No —resoplo.

Me froto los ojos con la mano. El año pasado, salí con un


hombre llamado George McMaran. Nos conocimos en una
exposición de moda; yo estaba allí por trabajo y él había ido
con sus tres hermanas porque les debía un favor. Cuando nos
conocimos era encantador y amable, y yo me sentí feliz
cuando me invitó a tomar un café. Y luego salimos a cenar. Y
nuestra relación se volvió más seria.
Sin embargo, cuanto más me acercaba a él, más posesivo
se volvía. Se enfadaba cuando no estaba disponible para salir
con él porque estaba con mis amigas, y empecé a cancelar mis
planes para que no fuera un problema. También era
manipulador; si me molestaba con él por algo, como cuando
me mentía o ignoraba mis mensajes, siempre le daba la vuelta
a la tortilla.

Estuve cuatro interminables meses con él, y cuando rompí


me fui del apartamento que habíamos alquilado el mes
anterior, más que feliz de dormir en el sofá de Christy hasta
que encontrara otro lugar. George me rogó que lo
reconsiderara, pero ignoré todos sus mensajes y, finalmente,
pensé que se había rendido.

Hasta el mes pasado, cuando me envió un mensaje


diciéndome que aún me amaba. Cometí el error de devolverle
el mensaje para decirle que necesitaba seguir adelante,
sintiendo lástima por él. Después de eso, empezó a enviarme
mensajes cada vez con más frecuencia, hasta enviarme varios
al día diciéndome que quiere que volvamos a estar juntos.
—Es persistente —dice Christy, que no parece muy
impresionada—. Ese es otro que necesita entender la indirecta
de una vez. ¿Por qué atraes a todos los raros?

—No es mi culpa —refunfuño—. Diles que me dejen en


paz.

—¿Quieres que lo haga? —se ofrece—. Todavía tengo el


número de George; puedo enviarle un mensaje y decirle que se
pierda.

Pienso en ello durante un instante. Christy tiene una lengua


cáustica, pero por muy satisfactorio que sea imaginar a George
recibiendo los insultos de Christy, también sé que lanzarle a mi
mejor amiga solo empeorará las cosas.

—De momento solo me envía mensajes, pero si el tema se


pone más serio, acudiré a la policía.
—Creo que deberías ir ya —murmura Christy.

—¿Y decirles qué? —pregunto—. ¿Que estoy recibiendo


un par de mensajes de un exnovio rogándome que volvamos a
estar juntos? No ha hecho ninguna amenaza, no ha tratado de
localizarme; se reirían de mí. Como mucho, solo está siendo
molesto. —Pongo los ojos en blanco cuando Christy frunce el
ceño—. Voy a comprarme un nuevo móvil y cambiaré el
número.

—Eso funcionará —admite Christy—. Pero es una mierda


que tengas que hacerlo. ¿No puedes, simplemente, bloquearlo?

—Podría, pero él sabrá que lo hice y no quiero cabrearlo.


Ya tengo más que suficiente con el trabajo como para pensar
en George.

—El trabajo y Nicholas —bromea Christy.

Vuelvo a poner los ojos en blanco.

—Nicholas no tiene nada que ver con esto. Es tan molesto


como George, pero de un modo diferente.

Christy se ríe de mí. A veces me pregunto si está apoyando


a Nicholas, aunque no puedo entender por qué. Suspiro. Todo
es demasiado complicado y me gustaría que mis problemas
desaparecieran.

—Avísame si George te causa problemas —dice Christy


—. Haré algo al respecto.

Esbozo una patética, pero agradecida sonrisa.


—Gracias —digo—. Lo haré.
Capítulo 5

Nicholas

—¿Pero estos números son estables?


—Por ahora, lo son, pero es probable que eso cambie
pronto. Fairmont está bajo una tremenda presión, y ha habido
rumores de que están buscando recortar algunos de sus
productos más caros para intentar recortar las pérdidas que han
sufrido recientemente.
Frunzo el ceño y miro el papeleo, escudriñando los
números ante mis ojos.
—¿Qué hay de Polyfrasier? —pregunto señalando el
nombre de otra gran tienda de diseño—. Sus ventas de nuestra
marca también son estables, y su compañía parece estar en un
buen lugar ahora mismo…
Quinn se muerde el labio inferior y luego asiente con la
cabeza.
—Creo que es un movimiento apropiado —dice
inclinándose hacia atrás—. Buscamos una tienda con
suficiente influencia para promocionar nuestros nuevos
productos y que tenga un buen historial de ventas. De todas
ellas, la Polinesia es, probablemente, una de las mejores
opciones.
—Genial —digo recogiendo los papeles y metiéndolos de
nuevo en una carpeta—. Gracias, Quinn. Tu aportación, como
siempre, es muy apreciada.
Quinn esboza una sonrisa.
—Gracias —dice.

Llevo el trabajo de vuelta a mi oficina antes de ceder al


impulso de decirle algo bonito. Hace unos días, mientras
pensaba en cómo hacer mía a Quinn, me di cuenta de que ella
no apreciaba la forma en que he estado intentando atraerla.
Todo lo contrario, se ha sentido incómoda.
El pensamiento era inquietante, así que me disculpé con
ella y luego pasé los siguientes días pensando en qué hacer. No
sabía cómo ligar con mujeres de otra manera, pero, poco a
poco, me fue quedando claro que Quinn era diferente a otras
mujeres.
Intenté poner un poco de distancia profesional entre
nosotros, para darle un poco de espacio y dármelo a mí para
pensar. Pero no ha funcionado como yo esperaba. Quinn es
interesante. Más que eso, es extraordinariamente inteligente,
por eso la contraté.

El rumor sobre Fairmont, una cadena de tiendas


especializadas en ropa de diseño como la que yo produzco, no
ha llegado a mis oídos, pero Quinn ha buscado la verdad hasta
encontrarla. Ella es algo más que una cara bonita. Es
inteligente y motivada, y sabe exactamente cómo encontrar lo
que quiere.
Es muy diferente de las otras mujeres con las que he salido
en el pasado. No está buscando un revolcón rápido, por lo
tanto, si no quiero involucrarme más profundamente con ella,
tengo que retirarme ahora.
Pero no puedo. Por alguna razón, no puedo soportar la idea
de alejarme de ella. Y eso da miedo. En algún momento de los
últimos meses, he llegado a querer a Quinn mucho más de lo
que nunca he querido a nadie.

Y todavía no sé qué hacer al respecto.


Miro el reloj. Es la hora del almuerzo. Necesito
desesperadamente un descanso para aclarar mi mente, y, si soy
honesto, necesito poner algo de distancia entre Quinn y yo.
—Voy a ir a tomar un café —digo al salir de mi despacho
—. Tómate un descanso.

—Sí, ahora mismo —dice con una sonrisa.

Ojalá hubiera alguien con quien pudiera hablar seriamente


sobre Quinn, pero con mis amigos no puedo tener esa clase de
conversaciones, a no ser que se trate de una aventura nocturna.

Tampoco se lo puedo contar a mi familia, las diferencias


horarias son un problema porque ellos están en Francia.
Normalmente, nos conformamos con mensajes de texto o
correos electrónicos. Pero este no es el tipo de conversación
para tener en un correo electrónico.

Al menos, los veré pronto. Mi hermano acaba de


comprometerse con una mujer preciosa y adinerada en
Francia. Conscientes de que estoy en un período de mucha
actividad en mi empresa, toda mi familia ha decidido
aprovechar la oportunidad de venir de vacaciones a América
para que pueda asistir a una celebración por su unión. Quizás
puedan ayudarme a averiguar qué está pasando por mi cabeza
con respecto a Quinn. Estoy deseando saber lo que piensan de
ella y las confusas emociones que ha traído consigo.
Respiro el aire fresco y aprecio el sol en mi piel. Es
agradable estar lejos del ajetreo de la oficina durante un rato.
Veo mi coche cerca, Andy está leyendo una revista en el
asiento delantero, pero me alejo. Solo quiero tomar un café en
la cafetería que está cerca de la esquina.

Me tropecé con ella por casualidad hace un año más o


menos, frustrado por un trato que no parecía ir a ninguna parte.
Ahora la frecuento hasta el punto de que los dueños miran
hacia arriba cuando entro y sonríen al reconocerme.

—¡Nicholas! —Tabitha, la mujer pequeña y robusta tras el


mostrador, está radiante—. ¿Cómo estás?

—Estoy bien, gracias. —Sonrío calurosamente—. ¿Qué


deliciosos especiales tienes?

—Bueno, mi hija ha venido hoy —dice Tabitha asintiendo


con la cabeza—. Peter le ha estado enseñando a hornear y
tenemos una tarta de frutas deliciosa.

—Entonces la probaré —digo con un movimiento de


cabeza—. Que sean dos.

Quinn tiene tendencia a olvidarse de tomar descansos para


comer, aunque yo se lo diga. Nunca he hecho nada al respecto,
pero ahora, mientras pido una segunda tarta para ella, me
pregunto por qué no lo he hecho antes. Quinn hace mucho por
mí. Esto es lo menos que puedo hacer.

—¿Vas a almorzar con alguien? —me pregunta Tabitha


con curiosidad, embolsando las dos tartas.
—No. —Rio—. Mi secretaria tiende a trabajar durante el
almuerzo, así que le llevaré algo.
—Qué dulce. —Sonríe Tabitha—. ¿Quieres un café para
ella también?

—Un café con leche con dos azucarillos —digo con una
inclinación de cabeza, recordando cómo ella se toma el café.

Tabitha vuelve a sonreír y se dirige a la máquina de café.


Me acerco a la caja registradora y miro distraídamente a mi
alrededor. Sobre el mostrador hay una pequeña caja, y me
inclino hacia delante para mirarla con curiosidad. Hay varios
ositos dentro, todos ellos con diferentes uniformes. Algunos
están vestidos de médicos, otros de pilotos y otros de
científicos. Todos con diferentes profesiones.

—Peter y yo apoyamos una organización benéfica que


intenta ayudar a los desamparados —dice Tabitha—.
Vendemos esos osos para intentar recaudar algo de dinero.
Un oso me llama la atención y lo cojo. Es un oso con
chaqueta de traje y falda de lápiz, con un lazo azul marino
detrás de la oreja. La etiqueta dice «maestro», pero es el tipo
de ropa que Quinn usa normalmente. Tiene una pequeña
colección de ositos como este en su mesa. Probablemente,
apreciaría el detalle…

¿Comprarle un oso es ir demasiado lejos? ¿Lo verá como


si tratara de seducirla de nuevo? Tomo una decisión en una
fracción de segundo y le entrego el oso a Tabitha para que me
lo ponga junto con las porciones de tarta y los cafés. Con
suerte, a Quinn le gustará. Le diré que aprecio lo mucho que
hace por mí y que quiero que lo tenga por esa razón. Me
aseguraré de no decir «el oso me hizo pensar en ti», lo cual,
curiosamente, es la verdad. Se lo tomaría mal.
—Aquí tienes —dice Tabitha con una sonrisa,
entregándome el oso y una bolsa con todo el pedido.

—Gracias, Tabitha.

A pesar de preocuparme su reacción, me siento bastante


satisfecho conmigo mismo. Solo tengo que recordar que debo
ahorrarme cualquier cumplido. Solo tengo que ofrecerle la
comida y el oso, decirle que su ayuda significa mucho para mí,
y luego desaparecer. Sí, eso funcionará…

Las puertas del ascensor se abren y me doy cuenta de que


hay alguien en mi oficina. No sé quién es. El hombre me
resulta vagamente familiar, como si lo hubiera visto en una
fotografía en algún lugar, pero no puedo ubicar dónde o
cuándo. Está apoyado en la mesa de Quinn diciéndole algo en
voz baja.

Quinn, por otro lado, no parece feliz. Está de pie y se


muerde el labio. Me acerco y ella da un paso atrás.

—Lo siento, estoy comprometida —dice.

Espera… ¿qué? Siento horror. ¿Es por eso por lo que me


ha rechazado? ¿He estado coqueteando con una mujer
comprometida? Entonces, su mano sale disparada y su dedo
me señala.

—¡Con él!
Me congelo cuando el hombre se gira para mirarme.
Capítulo 6

Quinn

Poco tiempo después de que Nicholas se marche a


almorzar, me quedo pensando en que las cosas no han ido mal
últimamente, pero empiezo a sentirme insegura y ansiosa al
recordar la conversación con Christy. Me levanto de la silla
con la intención de tomarme un café cuando suena una
notificación en mi portátil, y me vuelvo a sentar.
Frunzo el ceño mientras leo el correo electrónico que
acaba de llegar. Es del director general de Fairmont, la
compañía que acabamos de despedir como líder debido a su
reciente declive. Por lo que yo sé, Fairmont ha estado
luchando por conseguir ventas y ha estado pensando en dejar
de lado la ropa de diseño.

Sería una decisión acertada, considerando sus deudas


actuales y sus problemas de ventas. Sin embargo, según el
correo electrónico, ha sucedido algo muy diferente.

«Gracias por su paciencia al tratar con nosotros durante


este tiempo de gran agitación. Nos gustaría aprovechar este
momento para decir que apreciamos todo su apoyo…».

Avanzo en la lectura para llegar a lo interesante


.
«Se avecinan muchos cambios… Nuestro anterior director
general ha decidido renunciar… Con la creación de una
nueva junta, Fairmont busca llevar sus ventas y conexiones a
alturas mucho mayores… Como exvicepresidente de la
compañía, sé cómo funciona Fairmont y lo que necesita para
recuperar terreno.
Me gustaría pedirles más apoyo mientras sigo haciendo
cambios. Aunque soy consciente de que nuestros recientes
problemas han hecho que pierda algo de fe en nosotros, me
gustaría aprovechar este momento para asegurarle que nos
esforzaremos por compensar este oscuro periodo de tiempo».

Debería haber conocido la información, pero se las han


arreglado para mantenerlo en secreto. Frunzo el ceño, esto
podría cambiar un poco las cosas. Depende de cuánta
confianza tengamos en la compañía, especialmente, ahora que
está en nuevas manos. Si les permitimos ser uno de los
primeros en promocionar nuestra nueva marca y fracasan, eso
nos perjudicará.

No puedo tomar esta decisión sin el aporte de Nicholas, así


que marco el correo electrónico como importante y se lo
reenvío a él. Será uno de los primeros correos que leerá
cuando regrese, y entonces saldrá del despacho para discutirlo
conmigo. Nicholas, que conoce todos los entresijos del
negocio, es un genio a la hora de realizar el movimiento
correcto en el momento adecuado, que es como ha logrado
alcanzar el éxito. Sabrá qué hacer al respecto.
Miro el reloj. Han pasado varios minutos. Debería
tomarme un rápido descanso para el café, aunque solo sea para
que Nicholas no me regañe. Me pongo en pie, pero, en ese
preciso momento, las puertas del ascensor se abren. Maldición,
demasiado tarde. Bueno, le diré que iba a tomarme el descanso
ahora.
Pero… no es Nicholas el que sale del ascensor.

Me quedo congelada, en estado de shock. Parpadeo varias


veces, preguntándome si estoy alucinando. Pero no lo hago, se
trata de George.

—¿George? —Caigo de espaldas en mi silla—. ¿Qué estás


haciendo aquí?
George mira a su alrededor y frunce el ceño antes de
volverse hacia mí. Echa hacia atrás los hombros,
probablemente, en un intento de parecer duro e
inquebrantable.

—Quinn, he venido a hablar contigo —dice—. Creo que


debemos discutir cara a cara, como adultos, en vez de
ignorarnos mutuamente por mensajes de texto.
Me resisto a la necesidad de decirle que yo era la única que
lo estaba ignorando y que desearía que él me hubiera ignorado
también.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?

George me lanza una sonrisa amplia. Odio esa sonrisa,


porque es cálida y brillante, y fue lo que más me llamó la
atención de él cuando lo conocí.

—Tranquila —dice con suficiencia—. Les he dicho que


soy tu novio y que te traía un café.
Sostiene una bandeja con dos tazas de café. Dios, puedo
imaginarlo. Jacinta y Chloe, en la recepción, se habrán
guiñado un ojo antes de dejarle subir. Seguro que le habrán
dicho que el jefe estaba fuera. Tendré que hablar con ambas
para que no vuelva a suceder.

—No puedo creer que hayas hecho esto —resoplo—. Esta


oficina es privada y estoy trabajando. No puedes entrar aquí.
Tienes que irte.

—Lo haré —dice George dando un paso adelante—. Por


favor, Quinn, solo háblame. Tenemos que resolver esto.

—¡No hay nada que resolver! —exclamo—. ¡Rompí


contigo el año pasado! ¿Cuánto más clara quieres que sea?

No puedo creer su descaro. De repente, desearía haberle


dicho a Christy que le enviara un mensaje de mi parte. Lo
habría hecho enojar, pero, al menos, no seguiría tratando de
volver conmigo.

—Lo sé —dice George con seriedad. Joder, me está


poniendo ojos de cachorro, lo que siempre solía hacer para que
no hiriera sus sentimientos—. Lo sé, Quinn. Pero cometimos
un error. Te quiero mucho. Te necesito en mi vida. Sé que
podemos arreglar las cosas si lo intentamos.

Me paso una mano por el pelo, con frustración.


—No. No vamos a volver a estar juntos. No funcionamos.
No quiero estar más contigo, George.

Sin rodeos, pero cierto. He tratado de hacer esto con


delicadeza para no herir sus sentimientos, pero es hora de que
lo escuche como es. Ya no lo quiero en mi vida. La cara de
George se descuelga. Luego aparece un rubor en sus mejillas.
—No lo dices en serio —niega—. Solo te has convencido
de eso porque así es más fácil superarlo.

—¿Hablas en serio? Vete, George. Hay muchas razones


por las que no volveremos a estar juntos.

—¿Hay alguien más? —me exige.

Abro la boca para decirle que no hay nadie, pero me callo.


Si cree que estoy comprometida, tal vez se eche atrás. Toco los
dos anillos que llevo en los dedos, un anillo de oro que me dio
mi madre hace muchos años, y un anillo de plata que Christy
me compró para mi cumpleaños el mes pasado. Y se me
ocurre una idea loca.

—Sí —digo. Me pongo el anillo en el dedo anular


izquierdo, intentando deslizarlo con cuidado para que no se dé
cuenta—. Hay alguien más.

—¿Quién? —pregunta desolado.


Oigo que se abre la puerta del ascensor. Me las arreglo
para empujar el anillo en el dedo correspondiente de mi mano
izquierda.
—¡Lo siento, estoy comprometida! —le digo.

Me mira fijamente. Hay movimiento detrás de él, y presa


del pánico, levanto la mano y señalo al hombre que se acerca
por detrás de George.

—¡Con él!

Solo cuando las palabras salen de mi boca me doy cuenta


de quién es el hombre que ha entrado en la oficina.
Lentamente, miro hacia arriba y me encuentro con los ojos
sorprendidos de Nicholas.
Joder.
Capítulo 7

Nicholas

No tengo ni idea de lo que está pasando ahora mismo. Hay


un hombre desconocido en mi oficina, hay un anillo en el dedo
de Quinn que no estaba allí esta mañana, y me está señalando
mientras afirma que estamos comprometidos.
No tengo ni idea de qué pensar.
Me quedo mirando a ambos. El hombre, con el pelo
revuelto como si le hubiera pasado la mano varias veces, tiene
una expresión que va de la pena, a la rabia y el shock, y se
vuelve para mirarme. Quinn, por otro lado, parece muy
frustrada y me mira suplicante. Basándome en lo que acaba de
decir, sé lo que me está pidiendo.
Avanzo a zancadas ante la mirada vigilante de Quinn y el
hombre. Cuando llego junto a ella, pongo los cafés en su mesa
y le envuelvo los hombros con el brazo.
—Hola, ¿hay algo que mi prometida o yo podamos hacer
por usted? —le pregunto educadamente.
La pregunta se me escapa tan fácilmente de la lengua que
es emocionante. Siento que los hombros de Quinn se ponen
rígidos por la sorpresa de mis palabras, pero luego me ofrece
una sonrisa.
—Este es George —explica—. Él y yo… seguro que
recuerdas que tuvimos una relación.
No, no recuerdo a George, pero es fácil deducir que es un
exnovio a juzgar por la tensión en la habitación, y por la forma
en que me mira. Finjo saber la historia, así que sonrío y me
inclino. Quinn se congela, probablemente, preguntándose si
estoy a punto de besarla, pero no haría eso. En su lugar,
levanto suavemente su mano y le doy un beso en el dorso
antes de mirar a George.
—Lo recuerdo —digo escuetamente. Quinn no dice nada,
pero tiene las mejillas encarnadas. Le doy un momento para
que se recomponga—. Si no necesita nada… —Señalo el
ascensor con la cabeza.
En ese momento, George rompe su silencio.
—¡Rompimos el año pasado! —grita—. ¿Cómo has
podido comprometerte tan rápidamente?
—Yo…

Quinn vacila y me mira. Sonrío. Quinn es muy honesta, un


rasgo de ella que me gusta, pero eso implica que no sabe
mentir. Me inclino hacia adelante y tomo el control.

—Quinn acababa de romper contigo cuando los dos nos


hicimos amigos fuera del trabajo —digo con una sonrisa—.
Enseguida surgió la conexión entre los dos. Nunca me he
sentido así con una mujer, y sé que es la indicada para mí, así
que no tenía sentido esperar. Le propuse matrimonio la semana
pasada.
Veo a Quinn sonreír, intentando que parezca que esto no es
nuevo para ella. Sin embargo, George está demasiado
devastado para notar algo fuera de lugar en su expresión. Se
tambalea hacia atrás y sacude la cabeza.
—Pero… pensé…
Él mira su dedo, y yo también lo miro. Ahora que lo veo,
es el mismo anillo que me mostró cuando le pregunté qué
regalos había recibido por su cumpleaños el mes pasado. Es el
anillo que su mejor amiga le regaló y que ahora luce en el
anular del dedo izquierdo.

—Lo siento, George —dice Quinn. Su voz es suave, pero


hay un tono ligeramente más duro detrás, y me pregunto cuál
es la historia completa entre los dos—. Tú y yo no éramos
buenos el uno para el otro en absoluto. Estoy segura de que
encontrarás a alguien mejor.

George nos mira herido y, sin decir una palabra, se dirige


al ascensor. Quinn se aleja de mí y yo me siento vacío al notar
su ausencia.

—Gracias —dice Quinn con rigidez. Suspira—. Se ha


dejado los cafés.

—No creo que vuelva a por ellos —digo.


—Probablemente, no. ¿Quieres uno? —Abre los dos y
arruga la nariz—. Uf, los dos son negros y sabe que odio el
café negro.

—Entonces estás de suerte —digo, señalando los cafés que


yo he traído—. Te he traído un café con leche y una tarta de
frutas. —Sonrío cuando ella me mira, sorprendida—. Me
imaginé que no te tomarías un descanso y quise hacer algo
bueno por ti, para agradecerte todo lo que has hecho por mí.
—Nicholas, lo que acabas de hacer por mí ha pagado
cualquier deuda que tengas conmigo con creces —dice Quinn
con fervor, luego sonríe—. Gracias por el almuerzo, es muy
amable de tu parte.

—Yo… —Me tambaleo, de repente, me siento inseguro—.


Bueno, tenían osos de peluche que están vendiendo para la
caridad de los desamparados, y… —Se lo enseño—. Te lo he
comprado en agradecimiento —digo rápidamente, antes de
que pueda responder.

Quinn me mira. No parece molesta en absoluto. Una


pequeña sonrisa se extiende por su cara.

—Es bonito —dice—. Tendrás que enseñarme esa tienda


para que pueda ver qué otros osos tienen, para mi colección.
—Sonrío. No es una cita. Pero es un comienzo, lo cual es
bueno—. Gracias por tu ayuda. Siento mucho haberte puesto
en medio de esto. George y yo… Tuvimos una ruptura difícil,
y él ha estado tratando de volver conmigo desde entonces. Tal
vez ahora se aleje.
—¿Qué pasó entre los dos? —pregunto con curiosidad.
Normalmente, no me entrometo, pero, considerando que tengo
un asiento en primera fila, me gustaría saber la respuesta.
Quinn suspira.

—No mucho, la verdad —admite—. Es uno de esos tipos


emocionalmente manipuladores. Al final, lo dejé. Quedó
devastado y me empezó a enviar mensajes diciéndome cuánto
me echaba de menos. Yo ya trabajaba aquí cuando lo dejé, así
que ha decidido aparecer. Chloe y Jacinta le han dejado subir
porque les dijo que era mi novio.

Frunzo el ceño.
—Haré saber a recepción que no se le volverá a dar acceso
a mi despacho —aseguro—. No deberían haberle permitido
subir aquí.
Voy a tener una charla muy severa con Jacinta y Chloe.
Escuchar a Quinn confesar sus problemas con ese tipo me ha
puesto furioso. Las chicas de recepción han dejado subir a un
hombre que ha estado acechando a mi secretaria; ¿quién sabe
lo que podía haber pasado? Si viera ahora mismo a Chloe y
Jacinta, podría acabar despidiéndolas.

Respiro hondo. Está bien, no ha pasado nada, por suerte.


Esperemos que sea la última vez que vemos a George en
mucho tiempo. Y si intenta volver… bueno, me aseguraré de
que mi seguridad tenga unas palabras con él para persuadirle
de que se mantenga alejado.
—Gracias —suspira Quinn. Enfoca su mirada en el osito y
lo observa—. Me gustaría hacer algo por ti. Eres un mentiroso
tan convincente, que casi creí que era tu prometida.

No puedo evitar reírme. Aunque mentir no es la habilidad


más honorable, es un arte que he tenido que perfeccionar en el
despiadado mundo de los negocios. Aun así, no quiero que
Quinn sienta que me debe algo. Hice lo que hice porque no
quería que la situación se agravara más. No quería nada a
cambio.

Abro la boca para decírselo, pero me detengo.

En realidad…

Vacilo, no estoy seguro de lo que quiero decir. ¿Cómo


afectaría a cualquier futura relación que tenga con Quinn si le
pido este favor ahora? Es grande, tan grande como fingir ser
su prometido para que se deshaga de su ex.

—¿Qué? —Ella pregunta sospechosamente, sus ojos


agudos detectando mi repentino cambio de humor.
—Bueno… sí que hay algo que podrías hacer por mí —
digo lentamente. Frunzo los labios—. Pero… no estás
obligada a hacerlo, ¿vale?
—Te escucho. —Ella se cruza de brazos.

—Mi familia llegará pronto de Francia. Pasará aquí las


vacaciones para celebrar el reciente compromiso de mi
hermano —le digo—. Mis padres me han estado presionando
para que tenga una relación seria, y conozco a mi madre lo
suficiente como para que quiera presentarme a algunas
mujeres en la fiesta. —Miro el anillo que aún está en su dedo
—. ¿Estarías dispuesta a fingir ser mi prometida en la fiesta?

Eso resolvería el problema con mi familia si Quinn


estuviera de acuerdo. Tal vez, si tuviera suerte, podría hacer
oficial mi relación con ella antes de que descubran que todo es
falso. Estoy sorprendido por mis pensamientos. ¿Desde
cuándo pienso en querer una relación oficial con Quinn?

—Es un favor importante —dice Quinn, frunciendo el


ceño.

—Lo sé. —Asiento con la cabeza—. Lo entenderé si no


quieres hacerlo.
—No quiero, la verdad —dice Quinn, y mi corazón se
hunde. Entonces frunce los labios—. Pero te debo una, así que
puedo soportar ser tu cita durante una noche. Solo una, ¿de
acuerdo?
Apenas puedo creer lo que oigo.
—¿Lo harás? —pregunto con esperanza.
—En contra de toda lógica… sí —dice.

—¡Gracias! Esto significa mucho para mí.


—Bueno… tú lo hiciste por mí —dice con una sonrisa
irónica—. Aunque, tal vez tenga que conseguir un anillo
mejor… no me gusta usar el regalo de Christy como un anillo
de compromiso falso. Aunque a ella le parecería graciosísimo.
—Veré si tengo algún anillo por casa.

O puedo comprar uno, aunque no voy a decírselo, ya que


tengo la sensación de que protestará.
—Bien… Te dejo eso a ti —dice, no muy convencida de
mi buen gusto—. ¿Cuándo es la fiesta?
—El sábado —le informo—. Te recogeré a las seis. Será
en mi casa.

Veo a Quinn tomar un profundo suspiro.


—Vale, suena bien —dice. Observo cómo vuelve a
ponerse el anillo en el dedo de la mano derecha—. Por cierto,
te he enviado un correo electrónico de Fairmont del que
tenemos que hablar.

Volvemos a los negocios. Me gustaría hablar más sobre la


fiesta, pero sé que Quinn no quiere. Así que sonrío y asiento.
Me conformo con que ella venga, ya veré lo que pasa
después.
Capítulo 8

Quinn

Cuando llegue el sábado estaré tan nerviosa como un flan.


—¿Por qué diablos he aceptado su propuesta?
—¿Porque se lo debías? —pregunta la voz de Christy al
otro lado de mi móvil.
—Ni siquiera sé qué ponerme. No sé nada de la familia de
Nicholas, aparte de que son franceses, pero me dijo que el
evento era formal.

—¿Tienes algún vestido formal?


—Uno —digo con tristeza—. Pero tiene una costura
descosida y no tengo tiempo de arreglarlo.
Miro con tristeza el vestido. Es de color lila con una falda
con volantes y cuello escotado. Es mi vestido cuando necesito
vestirme de manera formal, pero debo haberlo rasgado con
algo la última vez que lo usé.
—¿No te lo pidió Nicholas a principios de semana? —
pregunta exasperada—. ¿Por qué no has revisado el vestido en
todos estos días?
—Porque he estado demasiado ocupada —gimoteo—. Y
conteniéndome de decirle a Nicholas que no puedo ir. ¿En qué
diablos estaba pensando cuando acepté conocer a toda su
familia?
—No creo que lo hicieras —dice Christy alegremente.
Miro fijamente el teléfono.
—No eres de ninguna ayuda. Debería colgarte.

—O podrías venir para arreglarte el vestido —sugiere—.


Mejor aún, podría prestarte un vestido.
—¿En serio? ¡Muchas gracias, Christy!
—¿Por qué? ¿Por prestarte un vestido o por arreglarte el
tuyo? —se burla.
—Puede que tengas que prestármelo —admito volviendo a
mirar el vestido—. Creo que lo he desgastado, por eso se ha
empezado a descoser. ¿Qué vestidos tienes?

—¿Qué color quieres? —pregunta pensativa—. Tengo un


vestido negro, un vestido rojo, uno púrpura y otro dorado.

—Bueno… el negro creo que no, y el rojo menos todavía.


El dorado no me llama la atención, aunque a ti te queda muy
bien.
—¿El púrpura, entonces?

Pienso en el vestido. Es un sencillo vestido de cóctel


púrpura con una falda flotante y tirantes gruesos. No es muy
formal, pero los mendigos no pueden elegir.

—Púrpura —acepto.

En ese momento, llaman a mi puerta. Pestañeo,


confundida; ¿quién vendrá a visitarme el sábado por la tarde?
—En seguido vuelvo, hay alguien llamando a la puerta —
le digo a Christy.
Sorprendentemente, se trata de un repartidor. Sonríe,
inclinando ligeramente su sombrero hacia atrás.
—¿Quinn Butler? —pregunta, y yo asiento—. Tengo una
entrega especial para usted. ¿Puede firmar aquí?
—¿De quién es? —pregunto.

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. ¡Gracias!


Se va y yo miro la caja larga y plana que me ha dado,
preguntándome de quién diablos podría ser y qué hay en ella.
—¿Qué es? —pregunta Christy al oírme entrar.

—No lo sé —digo—. No hay remitente.


—¡Bueno, ábrelo y mira lo que es! —exclama.

Rio y tomo un par de tijeras de la cocina. Las deslizo por


la cinta y abro cuidadosamente la caja. Lo primero que veo es
un material sedoso, verde bosque, cubierto de delicados
destellos que reflejan la luz. Abro la caja y me quedo mirando.

—Es… un vestido —digo.


No cualquier vestido. Es precioso y cuesta más que mi
salario semanal. Es de un verde intenso con pequeños
destellos. La falda es de seda gruesa y, cuando lo saco, es más
pesado de lo que imaginaba. Nunca antes había visto un
material tan fino.

—¿Un vestido? —pregunta—. Ah… supongo que tu cita


quiere que vayas bien vestida.

—¿Crees que Nicholas lo envió? —pregunto, sorprendida.

—¿Quién más lo haría?


—Espera, hay una nota —Cojo la nota blanca doblada y la
leo en voz alta.

«Quinn,
Sé que puedes pensar que esto es demasiado, pero espero
que lo aceptes, aunque solo sea para continuar con la treta.
Espero que también te guste el anillo».

—¿Qué anillo? —pregunta Christy.

—Eh… —Finalmente, veo la pequeña caja en la esquina.


La abro y jadeo—. Mierda…
Es impresionantemente hermoso, el tipo de anillo que me
gustaría llevar si estuviera comprometida. La circunferencia de
oro tiene forma de enredadera, y pequeñas esmeraldas en
forma de hojas están enhebradas en ella. En cada hoja hay un
rubí o un zafiro azul pálido.

—Vaya —dice Christy cuando se lo describo—. Tienes


que casarte con este tipo de verdad.

Me sorprende tanto el anillo que ni siquiera reacciono a las


burlas de Christy. Sacudo la cabeza.
¿Cómo se supone que voy a aceptar todo esto?

Solo los gritos de Christy me hacen entrar en el vestido


veinte minutos antes de que Nicholas llegue, pues aún no estoy
segura de si debo ponerme algo tan caro. Ahora estoy sola,
jugueteando con el anillo que me ha dado.
Ha gastado tanto dinero en mí… Por un lado, es horrible
que haya gastado tanto dinero en un evento de una noche. Por
otro lado, es realmente halagador que se haya esforzado por
encontrar un vestido que me gustase y un anillo. Yo no los
habría elegido mejor.

¿Cómo es que Nicholas me conoce tan bien? Pienso en


ello, y a las seis en punto llaman a mi puerta y me dicen que
Nicholas está aquí. Enderezo los hombros. Haré esto por él y
luego podremos volver a ser jefe y empleada. Deslizo el anillo
en mi dedo y abro la puerta.

Nicholas lleva un traje de tres piezas gris oscuro


perfectamente planchado, una camisa blanca y una corbata
azul. Está increíble.

—Estás muy guapa.


—Gracias —digo un poco cohibida—. Es por el vestido y
el anillo.

Veo que los ojos de Nicholas se dirigen a mi mano, donde


llevo el anillo. Él sonríe.

—Me alegro de que te guste —dice—. ¿Nos vamos?

—De acuerdo —digo.

Un coche nos espera abajo. Tener a un conductor que nos


lleve me hace sentir incómoda y fuera de lugar, pero esta es la
vida de Nicholas. Nos deslizamos dentro del coche.

—¿Dijiste que la fiesta era en tu casa? —le pregunto a


Nicholas cuando el coche se pone en movimiento—. ¿Es lo
suficientemente grande?

Me ofrece una extraña sonrisa.


—Lo es —dice.

No pasa mucho tiempo hasta que lo compruebo por mí


misma, pues su casa está a solo diez minutos en coche de mi
apartamento. Mis ojos se abren de par en par al observar la
casa que se va agrandando ante mis ojos.

No es una casa. ¡Es una maldita mansión!

Sabía que Nicholas era rico, pero no sabía que lo fuera


tanto. La enorme mansión con su gran arquitectura, amplios
terrenos meticulosamente mantenidos, fuentes iluminadas y
luces de hadas, es como sacada de los libros de cuentos, como
entrar en otro mundo.

—Este es mi hogar —dice Nicholas.

—¿Vives aquí solo? —pregunto incrédula.

—Sí. —Se encoge de hombros.


De repente, entiendo que salga tanto. Yo también saldría
de una casa tan grande siempre que pudiera. La lástima brota
en mí; parece que también hay desventajas en ser rico y
famoso.

—¿Los jardineros cuidan tu césped? —pregunto, mirando


las flores que se alinean en el largo camino de entrada.
—En su mayor parte, pero también hago mucha jardinería.
—Sonríe suavemente—. Me encantaban las flores y solía
trabajar en el jardín cuando era niño, aunque mis padres lo
odiaban. Todavía lo hago.
En algún lugar dentro de mí, mi respeto por Nicholas sube
un nivel.
—No me lo esperaba —comento.
El coche se detiene junto a otros, y salimos despidiéndonos
del conductor. Puedo escuchar el bajo murmullo de las voces a
través de la puerta delantera, que está abierta de par en par
para admitir visitantes, y hay luces encendidas en las ventanas.
También suena música, una pieza clásica a piano y violín.
—¿Lista? —me pregunta.
Quiero decir que no.

—Sí —responde mi boca traidora—. Adelante.


No es justo que esté tan nerviosa, ya que no soy la
verdadera prometida de Nicholas. Hago girar el nuevo anillo
con nerviosismo, que se siente raro en mi dedo. Cuando
entramos, solo hay dos personas en el enorme vestíbulo.

—Mamá, papá. —Nicholas los saluda—. Je suis revenue.


No debería sorprenderme escuchar a Nicholas hablar en
francés. Sabía que era francés. Sabía que creció en Francia.
Así que es natural que hable el idioma. Sin embargo, es la
primera vez que lo oigo hablar, y las palabras me estremecen.
—Nous sommes heureux —dice su padre. Me mira—. Qui
est-ce?
—S’il vous plaît rencontrer Quinn —dice Nicholas, y yo
me enderezo al oír mi nombre—. ¿Te acuerdas que te hablé de
ella? —Nicholas me mira y, abruptamente, cambia de idioma
—. ¿Podemos hablar en inglés? Quinn no sabe francés.
Es un bonito gesto que me hace sentir mejor, hasta que veo
a sus padres entrecerrar los ojos.

—Ya veo —dice su madre.


Ella me mira de arriba a abajo y yo me encojo. Hay una
clara desaprobación en su mirada, aunque no tengo ni idea de
lo que he hecho mal.

—Me alegro de conocerlos —digo con una sonrisa débil.


Ninguno de los dos me devuelve la sonrisa. La de Nicholas
se desvanece e intercambia una mirada conmigo.

¿Qué es lo que pasa?


Capítulo 9

Nicholas

Está claro desde el principio; a mi familia no le gusta


Quinn.

Y no tengo ni idea de por qué.


Al principio, pensé que solo eran reticentes. Sin embargo,
seguro que se acostumbrarían a Quinn durante la fiesta. Se
supone que es mi prometida. ¿Por qué no se muestran más
felices ante el hecho de que me establezca con una buena
mujer?
No tiene sentido, sobre todo, cuando a medida que pasan
las dos horas siguientes noto que su trato con ella no ha
mejorado en absoluto.

Ahora mismo no sé dónde está Quinn, la he perdido de


vista. La verdad es que no puedo culparla si se ha querido
tomar un momento. Mi familia está dando vueltas por la
habitación, apreciando el esplendor de mi casa.
Por un momento me pregunto qué coño me ha pasado.
Hace siete años, después de una discusión con mis padres en la
que afirmaron que yo llevaría el negocio familiar hasta el
suelo y que no me permitirían ninguna acción en su compañía,
me fui de Francia con solo unos pocos dólares en el bolsillo y
una mochila pequeña.
Era la primera vez que experimentaba la pobreza después
de haber crecido en un hogar con muchas comodidades. Fue
aterrador a la vez que liberador. Juré que nunca sería el tipo de
persona que alardearía de dinero o poder.
Sin embargo, lo soy. Vivo en una mansión, las mujeres me
persiguen, y hay muy pocas personas que están a mi lado sin
importarles mi riqueza y poder. He dado un giro completo y he
terminado justo de donde procedo, pero en otro país.

Es una locura.
Sin embargo, estar con Quinn en las últimas semanas me
ha recordado aquellos días en los que tenía muy poco. Cuando
no tenía más que deudas, grandes sueños y mi propia
determinación de cumplirlos. Quinn me recuerda la humildad
y pensar en los demás.
Yo quería a Quinn. Era la única mujer que me había dicho
que no, y eso había sido tan frustrante como fascinante. Mi
intención de conquistarla estaba basada en el orgullo. Tenía
que encontrar la manera de hacer que se enamorara de mí para
decir que podía tener a cualquier mujer que quisiera.
En algún momento del camino, sin embargo…

Quinn es amable. Genuina. De voluntad fuerte. Al


principio solo me atraía su belleza, pero cuanto más me he
sumergido bajo la superficie, más me he encontrado flotando
en un mar de sentimientos por ella.
De hecho, últimamente he estado imaginando cómo sería
estar en una relación real con ella. ¿Qué se sentiría al
despertarme por la mañana con ella en mis brazos? ¿Qué tan
agradable sería besarla, reír y abrazarla? ¿Qué tan asombroso
sería volver a casa y tenerla allí para hablar de nuestros
mutuos días y discutir planes para el futuro?
Ya no quiero a Quinn solo para el sexo. Hay algo más
profundo, algo que no puedo definir, pero sé que quiero algo
más de ella, algo más íntimo y gentil.
Pero… eso no va a pasar con mi familia actuando así.

Vierto un poco de champán en mi copa y miro a mi


alrededor. Todo el mundo está charlando. Puedo ver a mi
hermano en un rincón hablando animadamente con mi tía y mi
tío, mientras mis padres están dialogando con mi hermana
cerca de la puerta. Todos parecen felices, pero no se muestran
así ante Quinn.
No lo entiendo.

—Este lugar es agradable —dice una voz a mi lado, en


francés.

Se trata de mi prima, Dominique, que se ha acercado a mí


con una sonrisa. Tiene más o menos la misma edad que yo, y
pasamos muchos años de nuestra infancia jugando juntos,
hasta el punto de que es casi como otra hermana para mí.
Quedó devastada cuando me fui, y no hemos estado
demasiado en contacto desde entonces.
—Me alegro de poder ver tu casa en América —dice
mirando a su alrededor—. Es estupendo todo lo que has
conseguido. Nos preocupamos cuando rechazaste el dinero al
llegar a este país, pero has demostrado a todo el mundo que
eres un experto en negocios.

La verdad es que cuando vine a América, no era con la


intención de hacer una fortuna igual a la de mi familia. Solo
quería vivir mi propia vida. En cambio, sin quererlo, demostré
a mis padres y al resto de mi familia, que estaban equivocados
en cuanto a mi capacidad para dirigir un negocio.

—Sí —digo, y tomo un sorbo de champán.

—La fiesta está muy bien —continúa Dominique, sin que


parezca notar mi sequedad—. Fue muy amable de tu parte
organizarla para tu hermano.

Veo una abertura y me abalanzo.

—Gracias —digo amablemente—. Pero la fiesta sería


mucho más agradable si pudiera entender la fría actitud hacia
mi prometida.

Dominique parpadea, sorprendida. Pero más sorprendido


estoy yo de que ella haya tenido que sufrir este esnobismo
infundado.

—Oh —dice Dominique, pero solo parece disgustada por


haber sido descubierta—. Lo siento, Nicholas. Pero tienes que
admitir que no es el tipo de persona con la que esperábamos
que salieras.

Frunzo el ceño a mi prima.

—¿Qué quieres decir? —pregunto sospechosamente.

—Bueno, es un compromiso demasiado rápido, para


empezar. —Se encoge de hombros—. Ni siquiera sabíamos
que salías con nadie, y ¿ahora estás comprometido? ¿O ha sido
Alexandre quien te ha presionado para comprometerte?

—¿Por qué haría ella eso? —pregunto, aún más


confundido.

Dominique me mira exasperada.


—Vales miles de millones de dólares —señala, como si
eso respondiera a la pregunta.

—Quinn y yo… llevamos juntos tres años. —


Técnicamente es cierto; es mi secretaria desde hace tres años
—. Me pareció que era un buen momento para
comprometerme y presentarla a la familia.
—Cierto —dice Dominique, aunque no parece convencida
—. De todos modos, no puede haber escapado de tu atención
que ella no es igual que nosotros —suspira ante mi mirada
incomprensiva—. Es una mujer común de una familia de clase
media.

¿Mi familia siempre ha sido tan esnob? Quiero pensar que


no, pero, de repente, recuerdo a la hermana mayor de
Dominique, Bernadette, que se fugó con un joven cuando yo
era adolescente. La familia tampoco lo había aprobado y las
relaciones entre Bernadette y el resto de la familia siguen
siendo tensas, a pesar de que ella y su marido siguen juntos. El
hombre era gerente de un supermercado, no era rico en
absoluto.
Mi familia juzga a Quinn por su falta de riqueza. Estoy tan
horrorizado que no puedo encontrar las palabras. Me quedo
mirando fijamente a Dominique.
—Ella está por debajo de ti, Nicholas —continúa sin
avergonzarse de sus palabras—. Puedes encontrar a alguien
mucho más adecuado que ella.
No hay nadie como Quinn. Puede que no sea rica, pero
trabaja duro, y es más genuina que la mayoría de la gente de
mi vida. No puedo creer que esté escuchando esto. Doy un
paso atrás, de repente, me siento asqueado.
—¿Nicholas?

—Quinn es mi prometida —digo. Mi voz es fría, y los ojos


de Dominique se abren—. Es la mujer que elegí, sin importar
el dinero que tenga. Si queréis ser tan mezquinos como para
juzgarla por el dinero antes de conocerla, entonces no
merecéis hacerlo.

Me alejo de ella. Estoy furioso, tanto conmigo como con


mi familia. Debería haber sabido que nada ha cambiado desde
que dejé Francia. Necesito encontrar a Quinn y disculparme
con ella por haberla traído aquí.

—¡Hola, Nicholas! —Alexandre me saluda, radiante.

No le devuelvo la sonrisa.

—¿Has visto a Quinn? —pregunto.

—Eh… —Alexandre parpadea, confundido—. Afuera en


el balcón, creo. Oh, por cierto, felicidades por tu compromiso,
hermano.

La «felicitación» suena poco entusiasta, y su cara se


retuerce como si odiara decir las palabras.

—Felicidades por el tuyo —le digo, y me alejo.

Doy vueltas alrededor de la habitación evitando al resto de


mi familia. Todos beben y ríen, completamente
despreocupados por la discriminación con la que han tratado a
Quinn. Deseaba verlos después de tanto tiempo, pero ahora su
presencia solo me recuerda todas las razones por las que me
fui.

La puerta del balcón está abierta y, por suerte, solo está


Quinn. El vestido que le compré brilla ligeramente a la luz de
la luna, proyectando un brillo etéreo a su alrededor.
Entonces me doy cuenta de las copas de champán que hay
a su alrededor. Mi corazón se apaga. Se sintió tan disgustada
que empezó a beber. Cierro los ojos brevemente. Debería
haber sabido en qué la estaba metiendo. Es culpa mía y,
definitivamente, entendería que estuviera muy enfadada
conmigo.

Pero, ahora, mi principal prioridad es sacarla de aquí. No


es justo que siga entre gente que la ignora. Lo mejor que
puedo hacer por ella en este momento es llevarla a casa y
esperar que acepte mis disculpas por la forma en que ha
transcurrido la noche.
—Quinn —digo dando un paso adelante.

Quinn se da la vuelta. Hay una copa de champán en su


mano, y su otra mano se agarra a la barandilla del balcón
mientras se balancea ligeramente, con las mejillas ruborizadas.
Ha bebido demasiado, pero es la triste mirada de su cara lo que
me llama la atención y me aprieta las tripas.
Capítulo 10

Quinn

Arranco una copa de champán de una mesa y esbozo una


sonrisa insípida cuando Nicholas me presenta a su tío. Él no
parece darse cuenta, pero es fácil reconocer la expresión de
desprecio. No soy igual que esta gente y ellos lo saben.
No tengo dinero, no tengo una empresa, ni siquiera tengo
joyas caras aparte del anillo que me ha dado Nicholas.
Mientras que las mujeres llevan perlas y piedras del tamaño de
mi palma, yo llevo bisutería chapada en oro. Soy una mujer
trabajadora que tiene que hacer malabarismos algunos meses
para pagar el exorbitante alquiler de mi apartamento.

Noto que me miran fijamente, que sus miradas me evalúan.


Por un momento, me pregunto qué les habrá dicho Nicholas
sobre mí, y luego me sacudo el pensamiento. No creo que
importe lo que les haya dicho, de todas formas están decididos
a que yo no les guste.
Antes de darme cuenta, me he bebido tres copas de
champán, lo que seguro que no le gusta a la familia de
Nicholas. Sin embargo, cuanto más alcohol consumo, menos
me importa lo que piensen. En realidad, no estoy
comprometida con él. El lunes las cosas volverán a la
normalidad y podremos dejar atrás todo este ridículo asunto.
Cojo otro vaso y me doy la vuelta. Pero, para mi sorpresa,
estoy sola. ¿Adónde ha ido Nicholas? Por un momento, el
pánico me envuelve; ¿Nicholas me ha abandonado con estos
lobos?
Entonces lo veo caminando varios metros por delante. No
se ha dado cuenta de que me he detenido y ha seguido
andando. Observo su expresión. Hay confusión en su cara
cuando mira alrededor de la habitación, como si tratara de
averiguar algo.
Por primera vez me pregunto qué será lo que Nicholas,
realmente, piensa de mí. Su familia ha dejado más que claro
que estoy por debajo de ellos, y que no soy lo suficientemente
buena para su rico y exitoso hijo. ¿Qué ve Nicholas cada vez
que me mira? ¿Ve a una mujer trabajadora luchando para
llegar a fin de mes, o alguien a quien quiere seducir sin más?

Necesito ordenar mis pensamientos.

El frío aire nocturno me pone la piel de gallina cuando


salgo al balcón. Es como recibir una bofetada que ahuyenta
parte de la niebla que el champán ha provocado en mi cabeza.
Doy un paso adelante y me apoyo en la barandilla, poniendo
los dos vasos llenos y uno vacío en la pequeña mesa de
madera que está a mi lado.

El terreno es magnífico. Nicholas cuida muy bien de su


casa… o, mejor dicho, paga bien para que la cuiden. Las flores
brillan y el camino de piedra blanca serpentea entre las flores y
los setos del jardín. Todo esto es para una persona. Yo me
sentiría muy sola si viviera en un lugar como este. ¿Se siente
Nicholas solo, a veces? Bebo un trago de mi champán,
dejando que mis pensamientos vaguen. Es agradable estar sola
aquí por un momento, lejos de los ojos que juzgan ahí dentro.
—Quinn.

Pestañeo y me doy la vuelta. El giro me hace tambalear


ligeramente y, maldiciendo mis talones, me agarro a la
barandilla con más fuerza. Nicholas está frente a mí, su traje
perfectamente planchado, su pelo peinado, y sus ojos tan
profundos e insondables como siempre. Pero, a diferencia de
otras veces, no hay ninguna sonrisa en su cara, sino que tiene
los labios apretados.

¿Está molesto conmigo? En todo caso, soy yo quien tiene


derecho a estar molesta.
—Nicholas —respondo, aclarando mi garganta—. ¿Por
qué has dejado la fiesta?
—No tenía ganas de seguir en ella. —Frunce el ceño.
Luego su expresión se suaviza y me ofrece una mirada triste
—. Lo siento mucho, Quinn. Voy a llevarte a casa.
Todo lo que quería, desde el momento en que pisé este
lugar, era irme. De alguna manera, sin embargo, tener a
Nicholas ofreciéndose a llevarme es inesperado. Lo miro
fijamente.
—Pero es la fiesta de compromiso de tu hermano —señalo
—. En tu casa…

—Pueden encontrar la salida si quieren irse. —Me doy


cuenta de que es infeliz… pero no conmigo.
Sorprendentemente, está enfadado con su familia—. Después
de la forma en que te han tratado esta noche, tienen suerte de
que deje que se queden aquí.
Mi aliento se recupera. ¿Está enfadado por mí? No me lo
esperaba. Siento que se me acumulan las lágrimas en los ojos.
No me he dado cuenta hasta ahora de lo asustada que estaba de
que Nicholas pudiera compartir las opiniones de su familia.

—Vamos —dice con un tono más suave—. Déjame


llevarte a casa. Te compensaré de alguna manera, lo prometo.

Ya lo ha hecho. Sonrío y tomo el brazo que me ofrece.


Luego me guía de vuelta por la casa. Ignoramos a todos los
que nos miran.

—¿Adónde vas? —pregunta la madre de Nicholas.

—Fuera —responde él.

Salimos y la puerta principal se cierra fuertemente detrás


de nosotros. Por fin siento que puedo respirar de nuevo, y lo
sigo dócilmente mientras él me guía hacia un coche negro sin
conductor. Me ayuda a subir al asiento del pasajero y luego se
pone al volante.

—¿Sabes conducir? —pregunto.

La pregunta suena estúpida tan pronto como la hago, pero


Nicholas sonríe.

—No siempre tuve un conductor —bromea, haciéndome


reír.
El viaje de vuelta a mi apartamento es corto. Cuando
llegamos se acerca al aparcamiento de visitantes y me ayuda a
salir del coche.

—Sé que esto puede ser inapropiado… pero ¿te importa si


duermo en tu sofá? —pregunta mientras entramos en el
ascensor.
Casi se me caen las llaves mientras busco la que abre la
puerta.

—¿Qué? —Me quedo boquiabierta.

—Lo siento —dice Nicholas haciendo una mueca—. No


quiero volver allí. No puedo creer lo horribles que fueron
contigo.

—Oh.
Es por mí otra vez. Siento una extraña sensación de
asombro. Nicholas está enfadado con su familia, no quiere ni
verlos por la forma en que me trataron.
—Puedes quedarte —digo antes de poder reconsiderarlo.

—Gracias.

Cuando el ascensor se detiene en mi planta, salimos y


recorremos el pasillo. De repente, el silencio entre nosotros es
incómodo. No esperaba que ocurriera esto. ¿Será el sofá lo
suficientemente bueno para él? Probablemente, duerma en una
cama que vale miles de dólares, y yo compré un sofá de
segunda mano por cincuenta dólares hace unos meses…

—El sofá estará bien —dice él sonando divertido, y me


sonrojo al darme cuenta de que había estado hablando en voz
alta.

Nicholas mira a su alrededor mientras le dejo entrar en mi


apartamento. Es un espacio cálido y acogedor donde puedo
acurrucarme al final del día. Está limpio, pero el efecto general
es un poco caótico. A mí me gusta.

—Bonito lugar —dice Nicholas.

Le sonrío. Está siendo muy amable.


—Te traeré unas mantas.

Me dirijo a mi habitación y preparo unas mantas y una


almohada. Con los brazos llenos de lino, vuelvo al salón. Me
detengo, mi boca se seca de repente. Nicholas se ha aflojado la
corbata, se ha quitado la chaqueta y se ha desabrochado
algunos botones de su camisa. Mientras lo observo, se
desabrocha los botones de los puños. No se ha dado cuenta de
mi presencia.

No soy idiota. Sé que Nicholas es increíblemente atractivo.


Y más me lo parece cuando lo veo quitarse lentamente todas
las prendas. Siento un fuego abrasador en mi estómago. A
pesar de mis constantes rechazos, tengo que admitir que me he
sentido físicamente atraída por él. Era su personalidad la que
me mantuvo alejada, y el hecho de que no tenía muchas ganas
de ser una más en su cama.

Pero, ahora mismo, nada de eso importa. Está


desabrochándose la camisa, bostezando, y mis ojos siguen sus
dedos a medida que se revelan las extensiones de su suave
pecho, sus músculos firmes y tonificados. He olvidado cómo
pensar. El fuego se está extendiendo por todo mi cuerpo.
Entonces, él se gira y me ve.

—Oh, gracias —dice con una pequeña sonrisa—. ¿Estás


segura de que está bien que me quede?
—Claro, no quiero estar sola esta noche —me oigo
confesar a media voz.
Estoy dando un paso adelante. Un rincón lejano de mi
mente me dice que me detenga, que en realidad no quiero esto.
Pero él me ha hecho sentir importante de nuevo. No quiero
sentirme tan sola, que es una de las razones por las que permití
que Nicholas se quedara. Necesito sentirme necesitada y
querida, sin importar cuánto dinero tengo.

Nicholas también da un paso adelante. Cuando me pongo a


su altura, dejo caer las mantas en el sofá. Tengo el tiempo
justo para registrar su expresión de sorpresa antes de agarrar
su cuello y arrastrarlo a un beso. Es asombroso. Deslizo mi
lengua sobre la suya y me acerco más. Su cuerpo es como
estar al lado del infierno, y paso mi mano sobre los músculos
desnudos de su pecho, haciéndole jadear.

Entonces, de repente, se aleja. Sus ojos están muy abiertos


y mi mano, que aún está en su pecho, puede sentir la forma
descontrolada en que su corazón late.

—¿Quinn? —pregunta.
No quiero hablar. Quiero sentir. Doy otro paso adelante.
De repente, las manos de Nicholas están sobre mis hombros
empujándome hacia atrás.
—¿Qué está pasando? —pregunta.
—Te deseo —digo—. ¿No me deseas tú también,
Nicholas?
Siento la forma en que todo su cuerpo se estremece, y eso
me emociona. Su deseo es casi palpable. Me quiere tanto
como yo lo quiero a él ahora mismo. Arrastro mis uñas
suavemente por su piel, y su aliento se recupera.
—¿Quieres esto? —pregunta con la voz ligeramente
quebrada—. ¿Realmente quieres esto?
Sé por qué lo pregunta. Me he pasado los últimos meses
rechazándolo sin parar. ¿Ha cambiado algo? No estoy segura.
Las cosas han sido diferentes entre nosotros últimamente, y no
he odiado su atención. Pero ahora mismo lo único que quiero
es tener emociones fuertes para dejar de sentirme tan sola y
marginada.
—He apreciado lo maravilloso que has sido últimamente
—ronroneo, me inclino y respiro el olor de su almizcle único,
mis ojos revoloteando ligeramente por su cara—. Lo has
estado intentando. Me he dado cuenta. —Mi mano baja y
presiona el bulto que se forma en sus pantalones. Él gime—.
Eso me ha hecho desearte —continúo—. He querido sentir tus
manos sobre mí, y que empujes dentro de mí. —Su polla se
llena y se endurece, y sus caderas se mueven—. Quiero que
me folles.

—Mierda —gime.
Y luego me besa fervientemente, y sé que he ganado. Ya
no puede discutir más, ahora que le ofrezco en bandeja de
plata todo lo que ha buscado en los últimos meses. Sonrío en
sus labios. Parte de mí se pregunta si podría terminar
lamentando esto por la mañana.

Al resto de mí no le importa. Ahora mismo, solo quiero


sentir.
Capítulo 11

Nicholas

Sé, en el fondo de mi corazón, que esto es un error. No es


posible que Quinn haya cambiado de idea tan rápido. Sé que
debería parar esto. Necesito que ella me quiera por las razones
correctas. Pero no puedo resistirme a ella. Quiero a Quinn
desde hace mucho tiempo. Conocerla, empezar a tener
sentimientos más profundos por ella, ha hecho que mi deseo
vaya a más con el paso del tiempo.
Ahora está aquí, en mis brazos, y acaba de afirmar que me
ha querido desde que mi actitud hacia ella cambió. ¿Cómo
puedo decir que no a eso?

No puedo evitar besarla profundamente, sintiendo la forma


en que su cuerpo se retuerce contra el mío, caliente y flexible.
Tocarla no se parece en nada a mis sueños. Bajo mis manos, su
piel es real, puedo sentir el calor de su cuerpo, puedo oler el
dulce aroma de su perfume, y es mucho mejor que cualquier
cosa que pudiera haber imaginado.
En mis sueños, todo era perfecto. En la realidad, ambos
estamos empapados de sudor, y nuestras ropas se sienten
pesadas e incómodas, y sus gafas se clavan en mi mejilla
mientras nos besamos, pero todo es tan real. Ella es real, y
también lo son estas sensaciones, y ese abrumador sentido de
la realidad es lo que me arrastra.
Me aparto del beso. Los dos jadeamos, y mi corazón se
agita haciéndome sentir mareado y excitado al mismo tiempo.
Ella está igual de agitada. Bajo las manos para poder tocar sus
caderas. Ella jadea, mi polla se está endureciendo.
—¿Qué quieres, Quinn? —pregunto con la voz ronca.

Sus ojos se abren. Casi parece confundida con mi pregunta


mientras me mira a través de la niebla de la lujuria que
amenaza con consumirnos a ambos.
—¿Qué?

—¿Qué quieres hacer? —murmuro en su oreja, haciéndola


temblar cuando mi aliento sopla sobre su piel—. Soy tuyo para
hacer lo que quieras, mon amour.
Ella gime, aunque sea por las palabras que no he dicho en
inglés por ser un cobarde.

—Quiero… —Ella echa la cabeza hacia atrás mientras le


doy suaves besos en el cuello—. Quiero montarte duro y
rápido, para que sepas cómo me gusta. —Mierda, mi polla está
tan dura como una piedra—. Quiero sentir tu longitud mientras
me deslizo por ella.
No está nada avergonzada por las palabras que dice. Me
imagino follando de la forma en que menciona, y todo mi
cuerpo se calienta. Joder, sí. La rodeo con mis brazos y la
acerco.
—No hay nada que te detenga —le digo.

Ella me mira y sonríe, empujándome tan repentinamente


que mis rodillas golpean su cama y caigo sobre ella. Quinn se
cierne sobre mí, y se pelea con la hebilla de mi cinturón antes
de bajar la cremallera. Sus movimientos son precipitados y
frenéticos.
Me baja los pantalones y yo le subo la falda del vestido,
que ella termina sacándose por la cabeza. Aprovecho la
oportunidad para quitarme los pantalones sin importarme
dónde caigan, mientras ella se quita el sujetador y se baja las
bragas.

Los dos estamos desnudos mirándonos el uno al otro. Hay


una marca de belleza en su cadera izquierda, y una débil y
blanca cicatriz en su hombro. Tiene algunas pecas en los
brazos. Me hago cargo de las pequeñas imperfecciones antes
de sentarme y sonreír ante su repentino nerviosismo. Puede
que no sea perfecta como en mis sueños, pero es maravillosa.
—Eres preciosa —susurro, al tiempo que le quito las gafas
para que no se rompan.

Quinn se sienta a horcajadas en mi cintura, besándome tan


ferozmente que pierdo la noción de todo lo demás. Abre las
piernas e inspiro profundamente cuando me doy cuenta de lo
que está a punto de hacer. Mi corazón se acelera cuando la veo
alinearse contra mi polla erguida. Ambos gemimos.
Su entrada es cálida y apretada, y me agarra mientras se
hunde lentamente, tratando de ajustarse y acomodarse. Coloco
de nuevo las manos en sus caderas y lucho contra las ganas de
bajarla. Esta es su noche, ella está al mando.
—Te sientes tan bien —jadeo mientras ella penetra otro
centímetro.

—Tú también.
Bajo un poco más hasta quedar completamente dentro de
ella. Puedo sentir mi polla palpitando dentro de su cuerpo, y
ella se calienta sobre mí mientras se ajusta, con los ojos
cerrados. Luego los abre. La mirada en sus ojos se calienta y
envía una emoción a través de mi cuerpo.

Entonces se alza hasta que solo la punta de mi polla


permanece en su cuerpo. Y empieza a bajar y subir con fuerza,
y mis caderas se doblan para encontrarme con ella con cada
empujón. Estamos sudando, el calor arde a nuestro alrededor,
y no puedo respirar por todas las sensaciones que nos rodean.
Lentamente, nuestros empujes se vuelven más torpes por el
agotamiento y las sensaciones que nos abruman. Mis manos
están en sus caderas, y sus dedos se clavan en mis hombros
mientras se inclina hacia adelante, con sus pechos rebotando
con cada empujón. Puedo notar que mi orgasmo se avecina,
pero lo evito tanto como puedo, pues

Entonces, Quinn grita y se estremece, y su cuerpo se


aprieta contra el mío tan fuerte que yo mismo grito. Mi cuerpo
se arquea como olas de placer que me bañan, y el mundo a mi
alrededor se desvanece. Quinn se desploma sobre mí. Mi polla
flácida sigue en ella. Ambos jadeamos, estamos empapados.
Quinn se echa a un lado de la cama y suelta una risa jadeante.

—Mierda, estoy cansada —dice.

Me pregunto qué hora es, aunque no me importa. Yo


también estoy agotado. Ha sido una larga noche y una enorme
montaña rusa de emociones. No he venido aquí esperando
dormir con Quinn, pero ahora que lo he hecho, es mucho
mejor que cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Un
bostezo se eleva por mi garganta, y Quinn se ríe del sonido.
—¿Está bien si me quedo en tu cama?

Quinn arrastra los pies y se desliza bajo las sábanas antes


de palmear la cama a su lado.

—Vamos, date prisa, quiero dormir —dice.


Sonrío y rápidamente me meto bajo las sábanas, a su lado.
Todavía puedo sentir el calor de su cuerpo desnudo, pero mis
ojos ya se están cerrando.
—Te veo por la mañana. —La oigo murmurar.

La mañana… no sé qué va a traer la mañana. Pero ahora


no me preocupa. Mis ojos se cierran y me relajo contra las
almohadas.

Definitivamente, voy a tener buenos sueños esta noche.

Escucho un gemido a mi lado que me devuelve a la


conciencia, pero no puedo recordar por qué hay alguien más
en la cama conmigo. Entonces mis ojos se abren de golpe y
giro la cabeza.

Quinn está ahí, haciendo un gesto de dolor al sentarse y


recogiendo las sábanas. Alargo un brazo hacia la mesilla de
noche y cojo sus gafas para poder entregárselas.

—Oh… gracias —dice Quinn.

Su tono es tenso, y hay un vergonzoso rubor en su cara.

—Eh… ¿cómo te sientes? —pregunto con cautela.


No estoy seguro de qué hacer. Nunca me he acostado con
una compañera de trabajo antes. A pesar de mi experiencia,
me siento tan incómodo e inseguro como ella.

—Me duele mucho la cabeza —admite Quinn, frotándose


la frente.

Recuerdo las copas de champán en el balcón.

—¿Cuánto bebiste anoche? —pregunto.

—Honestamente, perdí la cuenta —admite—. Supongo


que las suficientes como para tener una resaca mortal.

Sabía que Quinn había bebido un poco anoche, pero el


horror comienza a formarse en mis entrañas cuando me doy
cuenta de lo borracha que estaba la noche anterior. A
diferencia de mí, ella no estaba en condiciones de tomar
decisiones.

—Yo…

—Discúlpate y te daré una bofetada —amenaza Quinn,


sorprendiéndome. Pone los ojos en blanco ante mi sorpresa—.
No hagas todo eso de: «oh, no, me he aprovechado de ti». Me
acerqué a ti, ¿recuerdas? Puede que estuviera borracha, pero
recuerdo claramente que era yo la que se negaba a aceptar un
no por respuesta.

No puedo evitar resoplar. No se equivoca en eso. Me


sonríe, pero el silencio incómodo desciende sobre nosotros una
vez más. Ninguno de los dos hace ningún movimiento para
levantarse, pero, por lo tensos que estamos, está claro que
ninguno de los dos quiere quedarse más tiempo en la cama,
sobre todo, porque estamos completamente desnudos bajo las
sábanas.
—Eh… ¿y ahora qué? —pregunta ella.
—¿Qué quieres decir?
Quinn me mira. Parece frustrada y molesta.

—Eres mi jefe, Nicholas —dice con descaro—. No debería


haberte propuesto matrimonio anoche. Esto nos ha puesto a
ambos en una posición incómoda. Si quieres que renuncie,
solo dilo.
—¿Renunciar? —Ni siquiera se me había pasado por la
cabeza—. ¿Por qué ibas a renunciar?

—Porque va a ser raro —dice Quinn con sequedad—.


Obviamente, esto no puede volver a pasar.
No, para mí no era obvio que no volvería a pasar, hasta
ahora. Aun así, no es una sorpresa escuchárselo decir.
—Bien —digo—. Mira, olvidemos que pasó… No tengo
ganas de reemplazarte como mi secretaria. Haces un trabajo
demasiado bueno. Así que volveremos al trabajo y haremos
como si esto nunca hubiera pasado.
Con suerte. Aunque tengo la sensación de que el sexo de
anoche se ha convertido en el tema principal de mis sueños.
—¿Olvidarlo? —repite Quinn.
—Sí, si te hace sentir más cómoda

—Claro —dice ella. Sus hombros se relajan lentamente—.


Vale, podemos intentarlo. —Hace una pausa—. ¿Puedes mirar
hacia el otro lado? Tengo que recoger mi ropa.

Rápidamente miro hacia la pared opuesta y escucho el


crujido de las sábanas mientras Quinn se desliza fuera de la
cama. Espero hasta que oigo la puerta del baño cerrarse, y
luego me vuelvo para encontrar la cama vacía. Gimoteo y
caigo de espaldas contra las almohadas. Me he metido en un
buen lío.
Capítulo 12

Quinn

El lunes por la mañana llego a la oficina. Lo que pasó el


sábado por la noche fue un completo error, y no voy a pensar
en ello. Al menos, eso es lo que intento hacer, pero,
desafortunadamente, la realidad es muy diferente cuando
Nicholas sale de su despacho y me vienen de forma inmediata
las imágenes de él yaciendo desnudo debajo de mí mientras lo
monto desesperadamente, persiguiendo mi intenso placer.
Aparto la mirada y la enfoco en mi ordenador. Bueno,
joder… esto va a ser más difícil de lo que pensaba.
—Buenos días —dice Nicholas.
Su acento francés me hace temblar cuando lo recuerdo
susurrándome al oído, preguntándome qué quería. Le dedico
una mirada rápida y una sonrisa firme.
—Buenos días —digo educadamente.
Entonces deja una taza de café en mi escritorio. Pestañeo y
luego miro a Nicholas, perdida. La única vez que me ha traído
café fue la semana pasada cuando estuvo aquí George, ya que
quería que tomara algo en el descanso. Ahora no es la hora del
descanso, así que, ¿a qué se debe este café?
—Me traes café todo el tiempo —dice Nicholas
encogiéndose de hombros con una pequeña sonrisa—. Es justo
que yo te traiga alguno de vez en cuando.
Es un gesto dulce, pero no quiero que tenga esos detalles,
ya que no quiero pensar en él.

—Gracias, lo aprecio —le digo.


Él sonríe, asiente con la cabeza, y se dirige a su oficina sin
decir una palabra más. Respiro profundamente. Haría todo lo
posible para sacarlo de mi mente y que todo volviera a la
normalidad. Mi teléfono vibra sobre la mesa. Es un mensaje de
Christy. Ayer me preguntó cómo me había ido la cena con su
familia.
Le dije que fue terrible y que Nicholas tuvo la amabilidad
de llevarme a casa, pero esquivé todas sus preguntas
posteriores, pues no sabía cómo decirle lo que pasó después.
Christy, perceptiva como es, adivinó que había algo más, y me
ha estado mandando mensajes para que se lo cuente.
Pero no estoy lista para decirle nada, todavía. Christy se
burlará de mí en cuanto se entere, hasta que se dé cuenta de
que es serio e intente ayudarme a superarlo. Leo su mensaje.
«¿Te apetece un café?».

Si quedo con ella, sé que terminaré contándoselo todo. Le


contesto.
«¿El jueves te va bien?».

Con suerte, para el jueves todo se habrá calmado un poco.

«Vale, pero me vas a decir qué pasa el jueves».


Estoy a punto de decirle que no pasa nada, pero eso me
llevará a una guerra de mensajes que no podré ganar. Suspiro y
apago el móvil. Todo esto es un enorme y jodido desastre. No
puedo creer que haya sido tan estúpida, pero me sentía tan sola
y tan menospreciada…
Cuando él me pidió quedarse en mi casa porque no quería
ver a su familia después de la forma en que me trataron, no
hubo quien me detuviera. Necesitaba sentir que me quería.
Cierro los ojos y suspiro. En cierto modo, fue cruel hacer
lo que hice, darle lo que quería y luego fingir que nunca
sucedió. Aunque… recuerdo que una vez lo vi con tres
mujeres diferentes en tres noches consecutivas. De repente, me
siento enferma. ¿Ahora soy una de esas mujeres? ¿Una
aventura de una noche que puede olvidar después de conseguir
lo que quería?

¿Y qué sentido tiene que me plantee esto? Quiero olvidar


que alguna vez sucedió, así que, ¿cuál es el problema si
Nicholas también lo hace? Me centro en mi trabajo y saco
estos pensamientos de mi mente. Tengo trabajo que hacer, y no
quiero pensar más en esto.

Me largo de la oficina el jueves por la tarde y casi me


choco con Nicholas al abrirse las puertas del ascensor. Él me
saluda, sus ojos se arrugan ligeramente preocupados por mi
comportamiento, pero no es hasta que él sale y yo entro en el
ascensor, que puedo respirar de nuevo.
Él ha decidido ser amable conmigo, y no tengo ni idea de
qué hacer al respecto. Cada mañana me trae café y, en nuestros
descansos, ha empezado a decirme que no saldrá a por comida
hasta que yo lo haga. Y ha elogiado más de lo normal mi
trabajo.

Es todo profesional. No hay nada en sus palabras o


comportamiento que sea personal o que indique que me
quiere. Está siendo amable y amistoso, y así es imposible
olvidar lo que pasó entre nosotros.

Conduzco hacia la cafetería. Tras aparcar, entro y veo que


Christy ya está allí con dos tazas de café humeante. Me sonríe
mientras tomo asiento.

—Hola —me saluda cariñosamente—. ¿Cómo estás?

—Me acosté con Nicholas —le digo de golpe.

Bueno, no se lo he contado como quería, pero al verla


aquí, sintiendo la calidez en la forma en que me sonríe, las
palabras se me han escapado antes de que pudiera detenerlas.
Necesito su consejo. Necesito hablar con alguien sobre esto
antes de volverme loca.

Christy me mira fijamente.

—¿Qué? —jadea.
—El sábado por la noche —digo cerrando los ojos
brevemente—. Me pidió dormir en mi sofá porque no podía
soportar ver a su familia. Entramos y le quité la chaqueta, la
corbata y… —Me aclaro la garganta torpemente—. Le salté
encima. Estaba un poco borracha.
—Mierda —dice Christy, aturdida.

—Acordamos olvidarnos de lo ocurrido… pero no puedo,


y no sé por qué. Parece que él sí lo ha olvidado todo, pero eso
me molesta por alguna razón. Y luego pienso en el sábado otra
vez y… Dios, Christy, me estoy volviendo loca, y no tengo ni
idea de qué hacer.

—Vaya. —Se inclina hacia adelante—. Oye, vamos, todo


va a estar bien, Quinn. Toma.

Sostiene una servilleta y solo entonces me doy cuenta de


que he derramado algunas lágrimas. Tomo la servilleta y me
froto los ojos.

—Lo siento —digo—. Estoy realmente abrumada. No


puedo entender nada. No quiero dejar el trabajo, pero empiezo
a pensar que tal vez tenga que hacerlo.

—Bueno, antes de llegar a ese extremo, veamos si


podemos llegar al fondo de esto —dice Christy suavemente—.
¿Sabes por qué te molestas al pensar que Nicholas se ha
olvidado de lo sucedido?

Aprieto los dientes. He tenido unos días para llegar a una


conclusión que no me gusta.

—Creo que… Creo que podría tener algunos sentimientos


por Nicholas. Y creo que llevan ahí desde hace tiempo. —
Cierro los ojos—. Antes, cuando se comportaba de forma tan
estúpida, podía ignorarlo. Pero luego empezó a ser amable y a
mostrar interés en mí y en mi trabajo, y luego me ayudó con
George…. —suspiro y abro los ojos—. Creo que he
desarrollado sentimientos por él. Y ahora…
—Oh, Quinn —suspira Christy, y agarra mi mano con
calidez—. No te preocupes, todo va a estar bien.

Esbozo una pequeña sonrisa. Ojalá pudiera creerlo.


Capítulo 13

Quinn

Dos semanas después de ese fatídico sábado por la noche,


nada ha mejorado. En todo caso, se ha vuelto más incómodo
que nunca.
Nicholas está haciendo todo lo posible para que me sienta
cómoda. Todavía me trae café por la mañana, y todavía habla
conmigo de cosas insustanciales durante nuestros infrecuentes
descansos; pero, por lo demás, intenta que nuestra relación sea
estrictamente profesional. Nunca está demasiado cerca de mí y
nunca intenta tocarme. Se esfuerza mucho, y yo se lo
agradezco.

Pero también sé que las cosas no pueden seguir así. En


cualquier momento, algo se va a romper, y no quiero que
llegue a ese punto. Es difícil ignorar las cosas que empiezo a
sentir por él, y se hace más difícil cuanto más amable es
conmigo. Resoplo frente a mi ordenador y me paso una mano
por el pelo. ¿Quién hubiera pensado que la estrategia de
Nicholas de ser amable y respetuoso funcionaría?
De repente, veo otro email de Fairmont. Nicholas todavía
no se ha comprometido a nada, no está seguro de si es un buen
movimiento en este momento, pero Fairmont es persistente.
No está exigiendo una respuesta, pero está enviando correos
electrónicos regulares con actualizaciones sobre el progreso
que han hecho con la reestructuración de la tienda, tratando de
recuperar la confianza de las empresas que aún les
suministran.

Y han realizado mucho trabajo en las últimas semanas.


Nicholas y yo lo hemos hablado, y estamos intrigados por los
esfuerzos que han estado haciendo. Sabemos que quieren sacar
nuestro nuevo producto, ya que la publicidad por sí sola los
llevará al éxito, pero es una maniobra arriesgada que podría
resultar contraproducente.

Está claro, sin embargo, que Nicholas lo está


considerando.
—Los negocios son siempre un riesgo —me había dicho
hacía tres días mientras leíamos juntos un correo electrónico
—. No podemos hacer ningún progreso sin un poco de riesgo.
Solo por ese comentario, sé que Nicholas decidirá ir con
Fairmont. Está interesado en ver lo que pasa y, si soy honesta,
podemos permitirnos una pequeña pérdida si todo se va a
pique. Será fácil retirar la línea de Fairmont si hay problemas,
y anunciarla de nuevo en otra tienda, incluso aunque algunos
consumidores pierdan la fe debido a los problemas en
Fairmont. Aun así, sería bueno que no llegara a eso. Reenvío
el correo electrónico de Fairmont a Nicholas, sabiendo que
querrá verlo.

Noto el estómago revuelto. Últimamente me pasa mucho y


me preocupa enfermar por el estrés. Hago una mueca y tomo
un sorbo del té que he hecho, esperando asentar un poco mi
estómago.
La puerta de la oficina se abre y miro a Nicholas. Me
sonríe.
—Gracias por el correo electrónico —dice.
Luego se va otra vez. Mi corazón late y maldigo. Tiene
que dejar de hacer eso. Ser tan amable y considerado solo hace
más difícil olvidar lo que pasó entre nosotros y, por lo tanto,
más difícil seguir trabajando aquí. Le daré unos días más, y
veré qué pasa. Si las cosas no se calman, me tomaré unas
vacaciones. Nicholas no me las negará, aunque no le diré por
qué las necesito.

Suspiro. No quería llegar a esto. Tomarme tiempo libre es


mi último y desesperado movimiento. Si eso no funciona, no
tendré más remedio que dejar mi trabajo, a pesar de lo mucho
que me gusta. Esta situación con Nicholas me está afectando a
todos los niveles.
Mi móvil vibra con un mensaje. No lo miro, pero seguro
que es Christy. Me está insistiendo en que tenga una relación
con Nicholas, pero tener una relación con mi jefe solo lo
complicará todo. Christy está convencida de que será lo mejor
para mí, y de que su comportamiento respetuoso es una clara
señal de que tiene sentimientos más profundos por mí.

Me froto los ojos. Estoy cansada. He estado durmiendo


más de lo normal, últimamente. Ayer fue cuando empezaron
las náuseas, y una niebla se ha asentado en mi mente haciendo
más difícil pensar. Gimoteo y coloco la cabeza sobre la mesa.
Cierro los ojos por un momento. Sí, creo que he enfermado.
Tal vez debería pedir unos días de baja por enfermedad.
A la mañana siguiente, ya no tengo dudas de que estoy
enferma. Me despierto con el estómago revuelto y voy
corriendo al baño para vomitar. Cuando termino, me pongo de
pie y me miro en el espejo. Estoy pálida y temblorosa.
Enferma.

Vuelvo a la cama y deslizo mi doloroso cuerpo bajo las


sábanas. Luego agarro mi teléfono y marco el móvil de
Nicholas.

—Hola —saluda, sonando muy despierto.

—Nicholas, soy Quinn —murmuro.


—¿Quinn? —pregunta sorprendido—. ¿Está todo bien?

—No del todo —admito—. Empecé a vomitar esta


mañana. Estoy demasiado enferma para ir a trabajar. Lo siento,
sé que eso te pone en una mala posición, con lo ocupados que
estamos…

—No te preocupes, nos arreglaremos durante unos días —


dice con firmeza, cortándome—. Tú céntrate en mejorar.

Las lágrimas saltan a mis ojos por sus amables palabras.

—Gracias, Nicholas —digo—. Volveré al trabajo en unos


días, espero.
—Yo también lo espero —dice.

Cortamos la comunicación y me dejo caer en la cama. Una


parte de mí esperaba que Nicholas se molestara por mi
ausencia, pero él es un buen jefe. Siempre ha sido amable y
considerado conmigo y con el resto de sus empleados, y
siempre dice que tratarnos bien es lo que ayuda a mantener su
empresa en funcionamiento. Todos disfrutamos trabajando
para Nicholas, y será muy difícil para mí si decido irme.
Cierro los ojos. No quiero pensar en eso ahora mismo.
Solo deseo concentrarme en sentirme bien de nuevo. Entonces
mi estómago se vuelve a encoger y me apresuro en regresar al
baño.
Capítulo 14

Nicholas

Mi primer pensamiento cuando cuelgo el teléfono, es


preocuparme por Quinn. Su voz no sonaba bien. Mi siguiente
pensamiento es menos altruista. Parte de mí se pregunta si
Quinn está fingiendo estar enferma para alejarse de mí.
No puedo decir que la culpe. Las últimas dos semanas han
sido bastante difíciles, por mucho que odie admitirlo. He
hecho todo lo posible por darle algo de distancia y hacerla
sentir más cómoda, pero no se puede negar la incomodidad
que existe ahora entre nosotros, y no tengo ni idea de cómo
deshacerme de ella.

Hay muchos factores involucrados, por supuesto. El


primero es que ella es mi empleada, y tuvo sexo conmigo. El
segundo, es que se me insinuó mientras estaba borracha, algo
de lo que seguro se arrepiente.
Pero otra parte de mí se pregunta si mi familia también
tendrá algo que ver. Se fueron unos días después de la fiesta y
no he hablado con ellos desde esa noche. Aún no puedo creer
lo mal que trataron a Quinn porque no fuera de nuestra clase
social.
¿Seguirá ella afectada por eso? Estoy intentando que se dé
cuenta de que no la veo y nunca la he visto de esa manera, que
nunca la trataría como alguien inferior solo porque no sea tan
rica como yo. Pero, honestamente, no sé si ella lo verá de esa
manera.

Suspiro y cierro los ojos. Ojalá nunca la hubiera llevado a


esa fiesta. Mi propio egoísmo, queriendo quitarme a mi familia
de encima y, al mismo tiempo, esperando mostrarle a Quinn
que puede pasarlo bien conmigo fuera del trabajo, me llevó a
esto.
Además, debería haberla alejado en el momento en que me
besó. Sabía que se arrepentiría de haber dormido conmigo.
Soy un completo idiota.
Desearía que hubiera alguien con quien pudiera hablar de
todo esto. Pero no lo hay. No tengo amigos cercanos. Es pura
ironía que la persona más cercana a mí es la persona que me
evita por lo que pasó entre nosotros.
Me hace sentir un poco solo. No tengo a nadie en quien
confiar. Hay una barrera a mi alrededor formada por mi
riqueza y mi estatus. La gente se siente atraída, pero nadie
quiere mirar más allá de eso. Quinn, sí. Es lo que me atrae de
ella.
Cuando empezó a trabajar aquí era cautelosa conmigo,
tropezaba con las palabras como otras secretarias que había
tenido. Me había resignado a tratar con otra persona que era un
manojo de nervios cuando estaba a mi lado, hasta que empezó
a cambiar.

Todavía recuerdo la primera vez que me regañó. Llegué


con resaca y sin ganas de trabajar. Quinn me estuvo vigilando,
hasta que soltó un manotazo sobre los papeles que me había
traído y me dijo que, si no tenía intención de trabajar, no debía
esperar que ella corriera detrás de mí. Y luego se fue volando.
Después de eso, empezó a decirme lo que pensaba, tanto
cuando estaba de acuerdo como cuando no. No sé cuándo
empecé a sentirme interesado en Quinn. Fue algo que sucedió
poco a poco. Ella es preciosa e inteligente… y la quiero. No
solo por su cuerpo, sino porque quiero verla sonreír, saber que
está conmigo. Creo que me estoy enamorando de ella.
Hace meses, ese pensamiento habría sido horrible. No
quería sentar cabeza. Solo quería divertirme y olvidarme de mi
soledad. Pero pensar que podría estar enamorado de Quinn…
me gusta.
Por supuesto, me he dado cuenta demasiado tarde. El
arrepentimiento de Quinn junto a sus intentos de evitarme en
las últimas dos semanas, indican que no me quiere de la
misma manera. Me paso una mano por la cara y miro el reloj.
Son las ocho en punto. Debería haberme levantado y duchado
hace media hora, en vez de estar aquí rumiando.

Gimoteo y me arrastro fuera de la cama, deseando poder


tomarme un día de descanso también. Independientemente de
si está enferma o no, espero que Quinn esté bien, y estoy más
que feliz de darle el tiempo libre que necesita. No quiero
perderla. Si se va, la perderé como empleada y como mi única
amiga.
Ojalá no me hubiera llevado tanto tiempo darme cuenta de
lo importante que es Quinn para mí.
El día sin ella ha sido duro. Su sustituta, enviado por la
agencia temporal a la que llamé esa mañana, no era tan buena
y eficiente como Quinn. Estuve a punto de enviarle un
mensaje a Quinn para decírselo, pero me eché atrás, ya que si
me pongo en contacto con ella no le estaré dando el tiempo
que necesita.

Desearía que las cosas volvieran a la normalidad. En este


momento, ni siquiera me importa que los sentimientos de
Quinn no sean recíprocos. Solo quiero que se quede en mi
vida.
Estoy a punto de irme a casa, pero paso por la mesa de
Quinn. Está todo revuelto y odio verlo de esa manera. Si
Quinn no vuelve mañana, llamaré a la agencia y pediré a otra
persona. Una vez que he hecho lo que he podido, salgo del
edificio bostezando. Es curioso que ir a trabajar no es tan
divertido sin Quinn allí. Echo de menos hablar con ella, ya sea
sobre el trabajo o sobre cualquier otra cosa. Echo de menos
escuchar sus opiniones.
Parte de mí quiere ir a su apartamento y rogarle de rodillas
que se quede. Haría cualquier cosa para asegurarme de que no
renuncie. Pero no lo haré. No es lo que ella necesita ahora
mismo. Necesita tomar sus propias decisiones, sin importar
cuáles sean.
Cuando me dirijo a mi coche veo movimiento por el
rabillo del ojo. Andy mira hacia arriba desde el asiento del
conductor, con los ojos muy abiertos, y un puño vuela hacia
mi cara como salido de la nada. Retrocedo unos pasos y se me
cae el maletín, mientras Andy sale del coche. Miro fijamente
al hombre que me ha abordado.
—¿George? —pregunto, aturdido.

—¡Mentiroso! —grita, y varias personas se giran para


mirar—. ¡Ambos sois unos malditos mentirosos! ¡Os cogeré a
los dos!

¿Acaso sabe que Quinn y yo no estamos prometidos?

Quinn ya no llevaba el anillo en su mano izquierda, y la


única manera de que George lo sepa es que haya estado
observándola. La idea es horrible, ya que ha debido de estar
muy cerca de ella para notar ese detalle.

George da un paso adelante, su brazo se inclina hacia atrás


otra vez, y yo levanto los brazos para tratar de bloquearlo.
Entonces, de la nada, mi seguridad llega desde el edificio y
agarra a George. Andy debe de haberlos avisado.

—¡Os cogeré a los dos! —grita enfurecido—. ¡Mentirosos!


¡Malditos mentirosos!
—Señor, ¿qué quiere que haga con él? —pregunta uno de
mis guardias de seguridad.

—Llame a la policía. Deje que se ocupen de él. Me voy a


casa.

Me subo al coche. George sigue gritando obscenidades y


amenazas.

—Gracias —le digo a Andy mientras subimos al coche.


—No hay problema, señor. —Sonríe—. ¿A casa, entonces?

Debería irme a casa. Pero…

Las palabras de George suenan en mi mente. «¡Os cogeré a


los dos!».
—Todavía no —digo tomando una rápida decisión de la
que espero no arrepentirme—. Hay otro lugar al que tenemos
que ir primero.
Capítulo 15

Quinn

Estoy preocupada porque he seguido vomitado durante


toda la mañana, así que llamo al doctor y le pido una cita. Por
suerte, ha habido una cancelación esa tarde. Cuando se acercan
las dos de la tarde, me levanto de la cama, agarro una botella
de agua y llamo a un taxi.

El taxista asiente con la cabeza cuando digo la dirección de


la clínica, y me adormezco durante el corto trayecto.

—Espero que se sienta mejor, señora —me dice el taxista


al llegar.

—Gracias.
Salgo del taxi y mi estómago se contrae de nuevo, pero
respiro profundamente y controlo las náuseas. Ya no tengo
nada en mi estómago. Cuando siento que puedo moverme,
entro en la clínica. Hay unas cuantas personas esperando,
algunas ojeando revistas mientras otras miran sus teléfonos.
La mujer de recepción, con una etiqueta prendida del
bolsillo de su bata con el nombre de «Clara», sonríe cuando
me acerco.
—Tengo una cita a las dos y media —digo.
—¿Ha estado aquí antes? Necesito comprobar algunos
detalles.
Me agarro el borde del mostrador y respondo a sus
preguntas rápidas. Luego me sonríe de nuevo.

—El doctor Agnos la verá en breve. Por favor, tome


asiento.
Con gratitud, me aparto y me siento en el asiento más
cercano. Me siento tan débil… Es alucinante lo mucho que me
está afectando esta enfermedad. Mi móvil vibra en mi bolsillo
y tan pronto como leo el mensaje me enfrío.
«No estás comprometida. Eres una mentirosa».

Entonces llegan algunos más.


«No llevas un anillo de compromiso».
«Me has mentido».
«Maldita perra».

«¿Cómo te atreves a mentir?».


¿Qué demonios está pasando? No he sabido nada de
George desde hace dos semanas, y esperaba no volver a saber
de él. ¿Cómo es que George sabe que ya no llevo el anillo en
el dedo izquierdo?
—¿Quinn Butler?

Levanto la vista. Un joven doctor está en la puerta mirando


a los pacientes de la sala de espera. Me pongo en pie de forma
inestable atrayendo la atención del doctor.

—Por aquí —dice.


Me lleva por el pasillo a una habitación sorprendentemente
acogedora, y tomo asiento en la silla que él me señala.
—¿Qué puedo hacer por usted? —pregunta amablemente.
—Estoy bastante enferma —digo—. Llevo vomitando toda
la mañana. Durante la última semana he estado muy cansada y
no he podido comer mucho.

—Voy a tomarle la temperatura y la presión sanguínea —


dice.
Me envuelve el material alrededor del brazo y acciona un
interruptor que bombea aire en él. Tararea en voz baja
mientras mira los números de la pantalla y luego me pone un
termómetro en el oído.
—Su temperatura y presión sanguínea están un poco altas.
Solo para descartarlo, ¿hay alguna posibilidad de que esté
embarazada?
Casi me rio. ¿Yo, embarazada? ¡No he estado con nadie!

Excepto…

De repente, se me descuelga el estómago. Hace unas


semanas me acosté con Nicholas. Yo estaba borracha y él
también había bebido un poco. ¿Usamos protección? Intento
recordarlo y luego palidezco al darme cuenta de que no, no lo
hicimos. Ni siquiera pensé en ello.

—Yo… ¿es eso una posibilidad? —pregunto con temor.


—Algunos de sus síntomas lo convierten en una
posibilidad. Le sugiero que se haga una prueba para
descartarlo. Para descartar otras cosas, también puedo pedir
algunos análisis de sangre. ¿Le parece bien?

¿Estoy embarazada? Estos síntomas comenzaron después


de que me acostase con Nicholas, y han pasado unas semanas
desde entonces.
—Yo… me haré los análisis de sangre. —Mi voz suena
distante como si no me perteneciera—. Y me haré un test de
embarazo.

Esboza una sonrisa, como si estar embarazada fuera algo


que debiera hacerme feliz. Rellena una cita para el análisis de
sangre y me la pasa.

—Vaya a ver a la enfermera a la consulta que le indico. Le


tomará un poco de sangre y tendrá los resultados en unos días.
—Gracias.

Dios, ¿y si estoy embarazada? ¿Qué haré entonces?

De repente, todo se ha vuelto diez veces más difícil.

Apenas recuerdo que me hayan sacado sangre. La


enfermera charlaba mientras hacía su trabajo y se reía de sus
propios chistes, pero el mundo exterior no penetra en la niebla
de mi mente, y el entumecimiento aumenta cuando me
detengo en la farmacia y compro una prueba de embarazo.

¿Qué haré si estoy embarazada? Nicholas tendrá que


saberlo, ya que el bebé sería suyo. Tendré que decidir qué
hacer. Mi vida cambiará por completo. Mierda. No estoy
preparada para esto, en absoluto. Me voy a casa con el test y
cuando llego me lo quedo mirando. Un dispositivo tan inocuo
tiene el potencial de cambiar completamente mi vida.

Respiro profundamente. Tengo que hacerlo. No tiene


sentido aplazarlo por más tiempo. Llevo la prueba al baño.
Estoy nerviosa. Sé que no quiero que sea positivo, pero
siempre existe la posibilidad de que lo sea.

—Por favor, que sea negativo… —murmuro.

Me hago la prueba y me quedo esperando. No quiero


mirarlo. No quiero ver lo que dice. Estoy muerta de miedo.

Respiro profundamente y miro el dispositivo. El símbolo


azul se ha iluminado. Lo miro fijamente deseando que cambie,
pero no lo hace. La verdad está delante de mí.

Estoy embarazada.

Dejo caer el test al suelo. Estoy conmocionada. Tropiezo


con el sofá y me dejo caer en él. ¿Qué coño hago ahora? Un
bebé. ¿Qué se supone que debo hacer con un bebé? Vivo en un
apartamento de una habitación. Trabajo cinco días a la
semana. Mi trabajo es toda mi vida. Sigo siendo soltera.

Tendría que mudarme. Tomarme la baja por maternidad.


Posiblemente, reducir mis horas hasta que el niño tenga edad
para ir a la guardería. Tendría que encontrar niñeras. El pánico
comienza a formarse en mi pecho, un bulto pesado que
dificulta la respiración. ¡No puedo tener un bebé! ¡Hay
demasiado en lo que pensar! De repente, nueve meses se
extienden delante de mí.

Joder. ¿Qué hago?

¿Sabrá Nicholas qué hacer? También es su hijo. Pero


averiguar sus pensamientos requiere decírselo, y no puedo
hacerlo ahora mismo. Me desplomo sobre las almohadas del
sofá. Quiero gritar y despotricar. Esto… no puedo hacer esto.
No puedo aceptarlo. ¡No quiero estar embarazada!
Capítulo 16

Nicholas

Andy no me pregunta por qué nos detenemos ante un


edificio de apartamentos anodino, o por qué nos hemos
detenido brevemente para recoger unas flores. Y no se lo
cuento. Estoy un poco nervioso, ya que no sé cómo me
recibirá Quinn.

Aun así, es mi empleada, y quiero asegurarme de que está


bien.

No… no puedo mentirme a mí mismo. El repentino ataque


de George me ha dejado con una sensación de terror que no
puedo quitarme de encima. Necesito ver con mis propios ojos
que Quinn está bien y que George no ha estado aquí hoy.
Necesito saber que está a salvo. Espero que mi presencia en su
apartamento no haga que las cosas empeoren más.
—¿Le espero aquí? —pregunta Andy.
—Sí, por favor.
Mi chófer coge un libro y se acomoda. Yo agarro las flores
y entro en el edificio, sin embargo, a medio camino del
ascensor, empiezo a sentirme indeciso. Pero sigo adelante. Sé
que ella no quiere verme. Sin embargo, salgo del ascensor y
mis pies me llevan hacia su puerta. Hace solo dos semanas
viajé por este corredor con Quinn, y mi única preocupación era
qué iba a hacer con mi maleducada familia. Ahora, mis
problemas parecen mucho más grandes.

Vacilo y luego toco el timbre de la puerta. Escucho un


crujido detrás de la puerta y me enderezo. Me aclaro la
garganta mientras espero. Finalmente, la puerta se abre y todo
lo que iba a decir se muere en mi garganta.
Quinn parece enferma.
Está pálida y demacrada, y tiene bolsas bajo los ojos.
Además, parece un poco inestable.

—¿Nicholas? ¿Qué estás haciendo aquí?


—Tu voz sonaba enferma esta mañana. Quería asegurarme
de que estabas bien. —Recordando las flores que traigo, se las
entrego—. Ten, un regalo.

Quinn coge las flores, su expresión ilegible mientras las


acuna y las observa. No sé si está molesta o contenta. Hasta
que sonríe un poco.

—Mi sustituta fue terrible, ¿no? —pregunta.


Mi pecho se ilumina con la broma.

—De lo peor —digo con sentimiento—. No tenía ni idea


de qué hacer. Dejó tu mesa hecha un desastre. La ordené —
agrego al ver su expresión de horror.

—Gracias —dice con alivio—. Bueno, al menos sé que


aprecias mi ética de trabajo.

—Voy a apreciarla aún más de ahora en adelante.


Ella ríe.

—¿Quieres un café? —me ofrece.


No debería. Recuerdo lo que pasó la última vez que entré
en este apartamento. Pero Quinn me ha invitado a entrar y no
puedo rechazarlo.

—Me encantaría —digo con una inclinación de cabeza.


Ella sonríe y entro. Afortunadamente, la puerta de su
dormitorio está cerrada, así no me vienen los recuerdos.

—¿Has ido al médico? —pregunto.

Quinn llena la tetera y sus hombros se tensan.


—¿Qué? —pregunta,

—Pareces enferma. —Frunzo un poco el ceño. En


realidad, ahora que estoy más cerca de ella, me doy cuenta de
que se está comportando de forma un poco extraña—. No
tienes buen aspecto.

—Oh —dice relajándose—. He ido, sí. Me han hecho


análisis de sangre. Debería tener los resultados en unos días.
—Se encoge de hombros—. Seguro que solo es una gripe
estomacal. Los hijos de Jackson están muy enfermos, así que,
probablemente, estén propagando los gérmenes.

Jackson tiene dos hijos, una hija de siete años y un hijo de


tres. Es un trabajador increíble, pero a veces es un poco
imprudente como padre soltero. Uno de los miembros de mi
junta me aconsejó, una vez, que lo despidiera. Pero no he sido
capaz de hacerlo. Sigue siendo uno de mis mejores empleados.
—Sí —digo—. Me he mantenido alejado de él.

—Me detuve a hablar con él durante casi una hora el otro


día —dice Quinn con una mueca.
—No me extraña que estés enferma —digo con una
sonrisa.

Casi espero que se ría. Pero, en lugar de eso, sonríe


débilmente, y yo frunzo el ceño. Definitivamente, algo no va
bien.
—¿Estás bien? —pregunto.

—Todavía un poco cansada —dice.

No me lo creo. Algo está mal, lo sé. Pero también sé que


no tengo derecho a presionarla. Quinn es mi empleada y ya me
he aprovechado bastante de su hospitalidad. No necesita que la
interrogue.

—Esperemos que desaparezca —le digo.


Me sonríe, relajándose ahora que sabe que no voy a
presionarla. Pone azúcar y café en dos tazas. Sus manos
tiemblan ligeramente, me doy cuenta. Me levanto de mi silla y
me acerco a ella.

—Déjame ocuparme de esto —le ofrezco.

Extiendo la mano para coger la cuchara y la rozo. Las


chispas pasan a través de mí, y retiro la mano. Dios, no me
canso de esta mujer. Parece que tampoco soy el único que ha
sentido la electricidad, pues Quinn gira la cabeza para mirarme
con los ojos muy abiertos.

Las chispas parecen volar entre nosotros y, de repente,


siento que me falta el aliento al recordar lo que pasó la última
vez que estuve en este apartamento. Necesito controlarme.
Necesito irme antes de hacer algo de lo que me arrepienta, y
alejar a Quinn para siempre.
—No puedo dejar de pensar en ti —dice Quinn.

Mis pensamientos se descarrilan instantáneamente.

¿Qué?

—Cada vez que te veo —continúa Quinn en voz baja—,


siento como si me ahogara. Cada momento me lleva de vuelta
a esa noche, cuando pude sentir tus manos sobre mí. —Ella me
mira con ojos ardientes—. ¿Todavía me quieres, Nicholas?
Necesito decir que no. Necesito detener esta locura, porque
no estoy preparado para ser derribado a la mañana siguiente.
Pero, ¿cómo puedo rechazar esto? Se está ofreciendo a mí. Me
quiere, y sabe que yo todavía la quiero. Desea volver a
tocarme y que la toquen.

—Sí. —La palabra se me escapa sin permiso.


Quinn sonríe y da un paso adelante, moviendo sus dedos
sobre mi camisa. Su toque es como una pluma, pero, aun así,
hace que algo profundo dentro de mí se estremezca.

—Bien —suspira.

Luego se alza y me besa. Mis manos se posan en su cintura


y el sabor de sus labios me lleva a dos semanas atrás, cuando
sentí a Quinn en mis brazos por primera vez. Sus labios son
dulces y un poco secos, pero el movimiento de su lengua en mi
boca empuja cualquier pensamiento de imperfecciones.

—Eres tan hermosa —jadeo mientras nos alejamos,


necesitando respirar—. ¿Es esto lo que quieres, Quinn?

—Sí —asegura.
Al menos ahora está sobria, y está tomando esta decisión
con la cabeza más clara, así que la beso de nuevo, con fuerza
esta vez. Ella es mía, ahora y siempre. Mía para amarla y
cuidarla. Mía para ayudarla con cualquier cosa que pueda
necesitar.

Mía.
Nuestras lenguas se enredan y agarro sus caderas con
fuerza, acercándola a mí. Mi polla se agita endureciéndose
incómodamente dentro de mis pantalones, y estoy seguro de
que ella puede sentir mi creciente interés en lo que está
pasando entre nosotros. Gime profundamente, un sonido que
penetra en mi cuerpo, y se retuerce contra mi entrepierna de
forma seductora.

Nos alejamos. Quinn jadea y su cara se sonroja, sus


pupilas se ensanchan de lujuria.

—Joder, Nicholas —gime, y se alza para rodearme el


cuello con sus brazos.

Bajo la cabeza para besar su mandíbula y ella echa el


cuello hacia atrás para darme mejor acceso. Siento su pulso
agitado, y lo beso también antes de bajar por su cuello,
pellizcando y lamiendo, besando sobre la marcha. Su piel ya
está salada por el sudor, y tiembla contra mí. Entonces, de
repente, su mano baja más.
La siento arrastrándose por mi pecho hasta que llega al
bulto de mis pantalones. Hago una pausa, mi boca en su
clavícula, todo mi cuerpo se tensa mientras espero que ella
haga el siguiente movimiento. Entonces comienza a frotar,
ligeramente al principio y luego más fuerte. Gimo contra su
piel y la muerdo un poco más fuerte de lo que quería, y ella
también gime.
—Joder, sigue haciendo eso, es delicioso —suspira.
Muerdo de nuevo y chupo su piel, lamiéndola después para
calmarla antes de hacerlo de nuevo. Estoy muy excitado, listo
para estallar en cualquier momento, y todavía estoy vestido.
Pero todo en ella, desde su olor hasta el tacto de su piel, es
seductor. Quiero entrar en lo más profundo de ella, y luego
despertarme por la mañana, mirar su cara mientras duerme y
saber que es mía.
Capítulo 17

Quinn

Hoy han pasado demasiadas cosas. Nicholas, George, el


bebé… es todo demasiado abrumador. Tan abrumador, que
necesito algo bueno a lo que aferrarme, y por eso estoy
besando a Nicholas en mi cocina. Tal vez dormir con Nicholas
no tenga mucho sentido, pero necesito sentir algo. Y el cuerpo
de Nicholas, firme y ansioso por mi toque, es tan real…
Quiero olvidarme de todo lo que ha pasado hoy. Y
Nicholas está frente a mí, ofreciéndome la manera perfecta de
hacerlo. Aunque sea estúpido y definitivamente me arrepienta
de mis acciones después, no puedo evitarlo.

—Estoy tan bien contigo —gime él mientras le froto la


polla y sus caderas se inclinan hacia mí—. Más, sigue…
¡joder!
Se sacude cuando lo aprieto a través de sus pantalones. De
repente, no es suficiente. Necesito sentir su piel contra la mía.
—Ropa, fuera —digo, apenas consciente para decir frases
completas.
Tanteo sus botones. Uno de ellos se desprende, el hilo se
rompe, y sigo con los otros hasta arrancarle la camisa. Mis
dedos rastrean cada uno de sus músculos, fascinada por lo
firmes que son. Nicholas me sube la camiseta y me la saca por
la cabeza. Sus manos acarician mis pechos, jugando con el
encaje de mi sujetador y amasando la piel libre. La sensación
es agradable.

Sus dedos se deslizan bajo el sujetador y me toca los


pezones, que se endurecen. Entonces tantea con el cierre y el
sujetador también cae al suelo. Él me pellizca y me amasa los
senos. Sus manos son suaves y su tacto es firme. Me da un
ligero golpecito en los pezones, burlándose de ellos, y una
chispa eléctrica atraviesa mi estómago antes de extenderse al
resto de mi cuerpo.
Nicholas camina hacia atrás y tropiezo con él, ya que no
quiero perderlo ni un segundo. Mi cuerpo está devastado por la
lujuria y el placer. Mis rodillas golpean el sofá y caigo de
espaldas. Nicholas enreda sus manos en mi pelo, y me fijo en
su entrepierna, un notable bulto en sus pantalones.

Sonrío mientras le bajo los pantalones y luego los


calzoncillos, dejando que ambos caigan al suelo para que
pueda salirse de ellos y echarlos a patadas. Su polla salta
delante de mí, dura y palpitante, goteando en la punta.

—Te voy a chupar —le digo, mirándolo con ojos


entornados.

—No —jadea. Inspira profundamente tratando de


recuperar el aliento, y luego pone sus ojos en mí—. Quiero
entrar en ti.

Yo también lo quiero. Nicholas se sienta a horcajadas


sobre mí. Estoy medio tumbada sobre el brazo del sofá, con su
cuerpo presionando contra el mío, su polla dura clavada en mi
pierna. Su piel está tan resbaladiza como la mía y, al mirar sus
profundos ojos azules, puedo ver que sus pupilas están
dilatadas de necesidad.
—Yo también te quiero en mí —digo.
De repente, el aire se carga de energía eléctrica y jadeo
mientras se desliza por mi cuerpo, mis piernas se abren para
que se asiente entre ellas. Levanto mis tobillos y los envuelvo
alrededor de su cintura, trabándolos en la parte baja de su
espalda mientras se alinea sobre mí, la punta de su polla
rozando mi entrada.

Me mira una vez más y yo aprieto mis piernas a su


alrededor. Sus ojos se oscurecen de lujuria antes de que se
hunda en mí.

Es lento. Él empuja centímetro a centímetro. El calor se


eleva en mí, y doblo las caderas para ayudar, tratando de
llevarlo aún más profundo. Finalmente, él me penetra hasta el
fondo y nos detenemos, jadeando. Sentirlo dentro de mí es casi
abrumador. Su polla pulsa y la electricidad baila sobre mi piel.
Entonces agarro sus antebrazos con fuerza.
—Muévete —jadeo.

Nicholas obedece, saliendo y entrando. Se inclina un


momento, una mirada de concentración en su cara que se
convierte en satisfacción cuando golpea mi punto dulce y
grito. Entonces comienza un ritmo fuerte y constante.

El placer se precipita a través de mí, y trato de recibir cada


uno de sus empujes con poco éxito, demasiado abrumada. Mi
mundo entero se ha reducido a la sensación de su polla
entrando y saliendo de mí.

—Te sientes tan bien a mi alrededor —gime Nicholas.

Aprieto los músculos alrededor de su polla y él gime. El


sonido me atraviesa y, con un grito, mi cuerpo se estremece y
se libera. Puedo sentir a Nicholas temblando también, y me
doy cuenta de que su orgasmo ha ocurrido al mismo tiempo.

Lentamente, mi ritmo cardíaco se reduce y me desplomo


en el sofá, recuperando el aliento. Nicholas está sentado a mi
lado, gimiendo, y todavía puedo sentir su cuerpo
sobrecalentado presionando mi brazo. Sé que he cometido un
error monumental. Se suponía que debía olvidarme de dormir
con Nicholas; pero, sin embargo, aquí estoy de nuevo.

¿Qué pensará él? Le echo una mirada furtiva, pero sus ojos
están cerrados y su cabeza está inclinada hacia atrás mientras
respira profundamente. Me siento horrible, como si lo
estuviera engañando. Lo que hago no es justo para él, en
absoluto. Ha dejado claro que está interesado en mí, y lo he
utilizado porque necesitaba consuelo.

Abro la boca y la vuelvo a cerrar. ¿Qué voy a hacer?


¿Disculparme? No hay nada que pueda decir ahora mismo que
mejore esto. Para mí solo sexo sin sentido. Le echo otro
vistazo. Tal vez sí que tenga algo de sentido, ya que no puedo
negar que Nicholas ha estado en mi mente últimamente. Y
luego está el hecho de que es el padre de mi hijo…

Alejo ese pensamiento. No. No voy a ir por ahí ahora


mismo. No puedo pensar en eso. Si lo hago, voy a llorar y
Nicholas me preguntará qué pasa. Y entonces tendré que
decírselo o mentirle y, honestamente, no estoy segura de qué
preferiría en este momento…

—Deja de pensar tan alto —dice Nicholas. Abre un ojo y


me mira—. Estoy cansado. ¿Por qué no dormimos un poco y
hablamos de esto cuando nos despertemos?
Siento que mi corazón, que había empezado a latir
frenéticamente mientras mis pensamientos corrían, empieza a
calmarse. Sí, es buena idea.
—Bien —digo con una débil sonrisa.

Nicholas me ofrece una mano y recogemos nuestra ropa.


Una parte de mí piensa que debería ofrecerle el sofá, pero me
sorprendo diciéndole:

—Vayamos a la cama.

Tal vez él esperaba quedarse en el sofá, sería lo más


sensato, pero estoy cansada y solo quiero calor humano ahora
mismo. No quiero estar sola. Por muy egoísta que sea, sobre
todo porque mañana tendré que decirle que esto no puede
volver a pasar entre nosotros, solo quiero que se quede
conmigo esta noche.

Nos deslizamos bajo las mantas y me acurruco, cerrando


los ojos y esperando que el sueño llegue rápidamente. Ya nada
tiene sentido, y solo puedo esperar que las cosas mejoren por
la mañana.
Capítulo 18

Quinn

Me despierto con lentitud. Puedo escuchar una respiración


pesada a mi lado y me vuelvo para ver a Nicholas
profundamente dormido. Su cuerpo está inclinado sobre mí, y
su brazo entre nosotros, como si tratara de sostenerme
mientras duerme.

Miro el reloj. Todavía es temprano. Entonces echo un


vistazo a mi mesilla de noche, donde he guardado el test de
embarazo positivo por el momento. Todavía no sé qué hacer al
respecto, pero tengo que tomar una decisión rápidamente.
No esperaba que Nicholas viniera anoche, con una sonrisa
en su cara y flores en sus brazos. Me desarmó, y cuando
nuestras manos se rozaron en la cocina, lo besé antes de darme
cuenta de lo que estaba haciendo.
Fue increíble. Me sentí bien al tenerlo conmigo una vez
más, al sentir la forma en que su cuerpo respondía al mío. Me
entregué por completo a mis sentimientos y decidí ocuparme
de los problemas más tarde. Y ahora tengo que enfrentarlos.
No esperaba volver a acostarme con Nicholas.
Todos los cuidadosos planes que había hecho para ignorar
los sentimientos que se estaban fraguando entre nosotros, se
han hecho añicos. Tampoco tengo ni idea de lo que piensa él
de todo esto, aunque la forma en que respondió tan
ansiosamente anoche, me aclara un poco las cosas.

Él sigue dormido y yo salgo de la cama. Cojo ropa interior


limpia y una bata, y mi estómago se contrae. Voy hacia la
cocina y pongo la tetera. Luego busco una bolsita de té, al no
saber si puedo soportar el café. Prefiero no arriesgarme.
Mi apartamento es un lugar solitario, pero ya no lo siento
así. Pensé que me sentiría incómoda si él invadía mi espacio
de esta manera, pero es todo lo contrario. Mi apartamento
parece más brillante y cálido, como si la presencia de otra
persona le hubiera dado luz. Pero no otra persona cualquiera,
sino Nicholas.
Suspiro y vierto agua caliente en mi taza. Él está aquí, en
mi vida, y parece que ha llegado para quedarse. No puedo
deshacerme de él, no importa cuánto lo intente, y Dios sabe
que lo he intentado. Y ahora será aún más difícil. Mi mano se
desliza hacia abajo y se apoya en mi barriga. Todavía está
plana; es difícil creer que otra vida ya está creciendo dentro de
mí. Una vida que Nicholas y yo creamos. Es un concepto
difícil de entender.
—Es una locura —susurro en voz alta.

—¿Qué es una locura?


Doy un respingo y suelto un jadeo. Nicholas entra en la
cocina bostezando mientras se frota el sueño de los ojos. Se ha
puesto sus pantalones y camisa arrugados de la noche anterior,
y una chispa me atraviesa al pensar que va a ir a trabajar así.

—Muchas cosas —digo con el corazón acelerado—.


Buenos días. ¿Quieres café?
—Sí, gracias —dice con otro bostezo—. ¿Quieres que lo
haga yo?
Se me revuelve el estómago ante la idea de oler el café en
polvo, y hago una mueca.
—Sí, probablemente, sea lo mejor.

Me alejo y él me mira con simpatía.


—¿Todavía no te sientes bien? —pregunta.

—Un poco mejor que ayer, pero, sí, todavía siento algo de
náuseas.

Asiente con la cabeza y hace su café rápidamente. Cuando


ya lo tiene listo, toma un sorbo y hace un gesto de placer.
—Celestial —dice—. Justo lo que necesito para empezar
el día.
—Creo que hoy también voy a tener que tomarme el día
libre, si te parece bien —digo.

—Claro —asiente—. Llamaré a la agencia y me aseguraré


de que me envíen a alguien competente. Alguien que tenga al
menos un poco de experiencia en trabajos de secretariado.
Estoy seguro de que la chica de ayer no tenía ninguna. Y, si
dijo que la tenía, entonces mintió en su currículum.
—Qué vergüenza —digo, haciendo una mueca—. ¿Es esa
la razón por la que viniste ayer?

—Vine para asegurarme de que estabas bien. George trató


de atacarme en la calle, gritando que éramos unos mentirosos.
Mi seguridad lo detuvo y llamaron a la policía, pero no estoy
seguro de lo que pasó después de eso. Te envié un mensaje
contándotelo. ¿No lo recibiste?
—En realidad, George me envió un mensaje —admito—.
Terminé apagando el móvil para que no mandase ninguno
más. —Hago una pausa—. ¿Crees que podría presentarse
aquí?

—No lo sé. Estaba bastante alterado. Me dijo que ya no


llevabas el anillo que te di.

—Lo que significa que me ha estado vigilando —suspiro


—. Cielos, sí que sé cómo elegirlos…
—Bueno, si vuelve a aparecer podemos decirle que te
cambiaste el anillo de dedo para que no nos hicieran preguntas
en el trabajo, y para protegerte de los medios de comunicación
por el momento, ya que intentamos mantenerlos fuera de
nuestra vida personal.

—No es mala idea. Si lo veo o si me envía un mensaje de


nuevo, se lo diré. Con suerte, me creerá.

—Con suerte —dice Nicholas.

Nos quedamos en silencio, tomándonos nuestras bebidas.


Lentamente, el aire se vuelve pesado e incómodo. Ambos
sabemos que tenemos que hablar de lo que pasó entre
nosotros, pero ninguno de los dos está dispuesto a sacar el
tema todavía. No estoy preparada para tener esa conversación.
Todavía no sé lo que quiero. No sé lo que quiere Nicholas.
Finalmente, él suspira, rompiendo el silencio.

—Entonces… lo de anoche —dice—. ¿Qué significó?

—No estoy segura. Creo que necesitaba sentirme viva


después de lo de ayer. Lo siento.

—No lo sientas —asegura él—. Yo era un participante


dispuesto.
Sonrío a regañadientes. Estaba muy dispuesto, eso seguro.

—La pregunta es, ¿a dónde vamos desde aquí?

Es la pregunta que no quiero responder, ya que no sé cómo


hacerlo. Me paso una mano por el pelo.
—No lo sé —admito—. ¿Tú qué piensas?

Nicholas se queda muy callado. Me doy cuenta de que


contengo la respiración. Sus palabras lo cambiarán todo.

—Me gustas, Quinn. —Mi corazón salta—. Mucho. Me


gustas desde hace tiempo, aunque no quería reconocerlo.
Siento haberte hecho sentir tan incómoda con mi
comportamiento del principio. —Hace una pausa—. Pero el
hecho es que ahora quiero algo más contigo. Algo más que
sexo. Quiero estar contigo.
Lo miro fijamente. No puedo creer lo que estoy
escuchando. De alguna manera, incluso en mis sueños más
salvajes, no esperaba que esas palabras salieran de la boca de
Nicholas.

¿Quiere tener una relación conmigo? ¿Le gusto?

—Vaya. —Una risa nerviosa se me escapa—. Yo solo…


vaya, lo siento, no esperaba esto.

—Está bien —dice Nicholas, sin inmutarse por mi


reacción.
Nicholas me quiere, y lo dice sin saber que estoy
embarazada de él. Está en la punta de mi lengua contarle lo del
bebé en ese momento. Pero todavía no me atrevo a pronunciar
las palabras.
—Me gustaría poder decir algo, pero ni siquiera sé lo que
quiero —admito—. ¿Puedes darme algo de tiempo para pensar
en todo esto?

—Tómate todo el tiempo que necesites —asiente con la


cabeza—. Lo entiendo. Y lo entenderé si llegas a la conclusión
de que no es recíproco.

—Gracias. —Estoy conmovida por sus palabras.


—Mientras tanto… déjame llevarte a cenar esta noche si te
sientes con ánimos. No como una cita —añade
apresuradamente—. Es para compensar el comportamiento de
mi familia en la fiesta.

Ir a cenar con Nicholas es buscar problemas, pero me


apetece.
—Está bien. ¿A qué hora?

—¿A las seis? —sugiere—. Te recogeré aquí.

Miro el reloj. Tengo mucho tiempo para prepararme.

—Bien —digo con una sonrisa.

No estoy segura de adónde va esto, ni de si quiero que


vaya más lejos de lo que ya ha ido. Me dejaré arrastrar por la
corriente. Con suerte, encontraré un momento para contarle lo
de mi embarazo.
Capítulo 19

Nicholas

Después del trabajo paso por mi casa para cambiarme de


ropa. Quiero estar guapo para la cena con Quinn. Puede que no
sea exactamente una cita, pero va a ser una noche agradable.
Es la noche en la que podré compensar el fiasco total de la
fiesta de compromiso con mi familia.

Todavía no he hablado con ellos, y tampoco me han


contactado. Estamos en punto muerto. Normalmente, soy yo
quien suele romper el silencio. Tras llegar a América y
después de meses sin tener contacto con ellos, me derrumbé y
envié un mensaje a mis padres. Esta vez, sin embargo, es
diferente.

Esta vez han insultado a alguien, además de a mí, alguien


que me importa mucho. No tengo intención de hablar con
ninguno de ellos hasta que consiga algún tipo de disculpa, no
importa cuánto tiempo lleve. Tienen que aceptar a Quinn
porque yo la he elegido, y mantener sus bocas cerradas contra
sus prejuicios.
Hago una mueca en el espejo mientras me abrocho la
camisa. Bueno, es cierto que yo he elegido a Quinn, pero ella
no me ha elegido todavía. Tampoco es un no rotundo, me ha
pedido tiempo, y yo se lo daré. Sus palabras me han dado
esperanzas.
Termino de abotonarme la camisa y me pongo la chaqueta,
nada excesivamente formal. Paolini’s no es el tipo de
restaurante que normalmente elegiría. Su principal atractivo es
que es un negocio familiar, y la comida no es tan exquisita
como en los restaurantes de lujo, pero Quinn se sentirá más
cómoda en un lugar como este.
Andy me está esperando en el coche. Anoche olvidé
enviarle un mensaje en el calor del momento, pero me conoce
lo suficiente como para irse si sigo en casa de una mujer
después de dos horas, y luego para recogerme a la mañana
siguiente. Es un triste reflejo de mi actual estilo de vida,
aunque eso puede cambiar. Ya no estoy interesado en otra
mujer que no sea Quinn.
—¿Adónde, señor? —pregunta Andy.

—Al mismo apartamento de ayer.


Veo que Andy levanta la ceja. No es frecuente que vuelva
a casa de una mujer, especialmente, al día siguiente.
—¿Conoce a esa mujer? —pregunta con curiosidad.

Luego hace una pausa y, de repente, se da cuenta de que ha


hecho una pregunta muy personal. Yo solo sonrío.
—Es mi empleada, y ha estado enferma —respondo,
ignorando la repentina ansiedad de Andy. Es agradable que,
finalmente, se sienta cómodo como para hacer esas preguntas
—. También es la mujer de la que me estoy enamorando.

Sorprendido, Andy mira por el espejo retrovisor. Le sonrío,


completamente cómodo con las palabras que acaban de salir
de mi boca. Porque es la verdad, y no me importaba gritársela
al mundo entero. Quinn se está convirtiendo en mi todo.
—Ya veo —dice Andy lentamente. Una pequeña sonrisa
florece en su cara—. Me alegro por usted, señor.
No dice nada más sobre el asunto mientras me lleva al
apartamento de Quinn, pero el silencio entre nosotros es más
cómodo, como si Andy se sintiera mucho más relajado en mi
presencia. Lo aprecio más de lo que puedo decir.

—¿Quiere que le espere? —pregunta mientras aparca con


cuidado.
—Sí, por favor. Quinn y yo vamos a un restaurante.

—Quinn… ¿la mujer que se hacía pasar por tu prometida?


—Esa es. —Sonrío.

Salgo del coche mientras escucho a Andy reírse. Me siento


bien. Quinn ha aceptado ir a cenar conmigo, Andy está
charlando conmigo, y la noche es clara y fresca. Cuando llego
a la puerta de Quinn me enderezo la chaqueta, me aclaro la
garganta y llamo a la puerta.
Se abre inmediatamente y mis ojos se posan sobre Quinn.
Ha elegido una blusa suelta y una falda larga, consciente del
tiempo todavía fresco. Está preciosa con el pelo recogido y los
sencillos pendientes.
—Hola. —Me sonríe.

—Hola. ¿Cómo te sientes?

—Mejor —admite—. He pasado la mayor parte del día


descansando, y ya no me siento mal.
—Bien. —Sonrío.

No le pregunto cuándo volverá al trabajo, lo hará cuando


ella considere que está del todo recuperada. No me importa
tratar con una larga fila de secretarias incompetentes mientras
tanto. Le ofrezco mi brazo y ella sonríe mientras lo toma,
colocándose el bolso sobre el hombro.

—¿Lista para irnos?

—Sí. —Vuelve a sonreír.

Bajamos a la calle y subimos al coche donde Andy nos


espera pacientemente. Sonríe cuando nos ve, y abre la puerta
para Quinn.

—Buenas noches —saluda.


—Buenas noches —saluda Quinn—. Andy, ¿verdad?

—Así es —dice complacido—. Me alegro de volver a


verte, Quinn.

Quinn sonríe, encantada, y Andy me guiña un ojo. Me rio


suavemente mientras subimos al coche, murmurándole a Andy
adónde vamos, pues no quiero que Quinn lo sepa todavía. La
observo durante el trayecto y me siento de maravilla cuando
sus ojos se abren de par en par al detenernos frente a Paolini’s.
Entonces se vuelve hacia mí. Sin duda, esperaba que la llevara
a un restaurante más elegante.

Siento un momento de pánico. ¿Me habré equivocado?

—Pensé que preferirías comida más normal, y el ambiente


es un poco más cálido aquí —le digo.

Me mira fijamente durante unos segundos, y luego


comienza a sonreír. Es una sonrisa que no he visto antes. Es
cálida y plena, se extiende por sus mejillas y llena sus ojos de
alegría. Es el tipo de sonrisa que me saca una sonrisa, la
calidez que llena mi pecho ante los sentimientos que ella
despierta en mí.

—Gracias —dice simplemente.

Andy le abre la puerta y ella sale. Me quedo sentado un


momento, mareado con la sensación de que por una vez he
conseguido hacer algo bien. La he hecho feliz.

El restaurante, afortunadamente, no está demasiado lleno,


y la sonriente camarera nos indica que nos sentemos en una
pequeña mesa en un rincón, justo al lado de un hermoso
cuadro de un campo en flor. Los asientos son cómodos, y los
menús coloridos. Es un lugar agradable, mucho más agradable
que algunos de los restaurantes de lujo que suelo frecuentar.
Voy a tener que venir aquí más a menudo.

Con suerte, con Quinn.

—Hay algunos platos deliciosos en el menú —comenta


Quinn—. No te importa si tomo un poco de sopa y ensalada,
¿verdad?

—Lo que quieras. Sabía que querrías algo ligero para


comer, por eso te traje aquí.

Me sonríe de nuevo y luego vuelve a examinar el menú.


Yo también me fijo en el menú, tratando de borrar la sonrisa
tonta de mi cara antes de que ella lo note. En poco tiempo, la
camarera regresa con una jarra de agua y dos vasos.

—¿Están listos para pedir? —pregunta.


—Sí, por favor —dice Quinn.

Quinn pide una sopa de champiñones y pollo, junto con


una ensalada jardín. Yo pido un schnitzel con patatas fritas. La
camarera anota ambos pedidos.

—¿Algo para beber? —pregunta.


Quinn y yo nos miramos. Casi puedo ver el mismo
pensamiento pasando por nuestras mentes. Ninguno de los dos
quiere arriesgarse con el alcohol después de lo que pasó entre
nosotros hace dos semanas.

—El agua está bien —digo.

Quinn sonríe cuando la camarera se va, y se inclina sobre


la mesa.

—Así que… ¿cómo te fue con la secretaria de hoy?

—Algo mejor —refunfuño—. Al menos sabía cómo


archivar los papeles correctamente. Dejó la cocina
desordenada, había azúcar y café en polvo por todas partes, y
manchas de café en su escritorio.
—Así que es un desastre. —Ríe—. Al menos era buena en
su trabajo, ¿no?

—No era mala —admito—. Estoy deseando que vuelvas.

No quise decir esas las palabras. Entonces Quinn suspira.


—En este momento, no tengo planes de irme —dice.

No es una confirmación definitiva de que vaya a volver.


Pero me quedaré con lo que pueda conseguir. Lamento haber
sacado el tema. Afortunadamente, Quinn sonríe y cambia de
tema.
—A George lo dejaron ir —dice—. Me envió otro mensaje
hoy para decirme que la policía no lo retuvo y que está
enojado con nosotros dos por mentir. Le envié un mensaje con
lo que dijiste y no me ha respondido. Así que, ten cuidado.
Nunca lo había visto así antes. No quiero que venga a por ti
otra vez.
—Me preocupa más que vaya a por ti —le digo—.
Obviamente, sabe dónde vives y te ha estado observando.
¿Has informado a la seguridad de tu edificio?
—Sí, pero no hay más que pueda hacer. Solo me está
enviando mensajes, y sus amenazas son bastante vagas. La
policía nunca me escucharía. Tienes que dejar de involucrarte
—dice con severidad—. Tienes una reputación y una
compañía en la que pensar. Déjame a George a mí. Seguro que
termina desapareciendo.
Honestamente, no estoy tan seguro, pero no digo nada.
George es un problema, pero, como Quinn, sé que hay poco
que podamos hacer al respecto ahora mismo.
Capítulo 20

Quinn

La cena continúa y aún no le he dicho a Nicholas nada


sobre nuestro bebé. Estamos cenando y pasamos un buen rato
juntos; este sería el momento perfecto para decírselo. Pero no
puedo. Cada vez que pienso en contárselo, la ansiedad explota
dentro de mí, y mi lengua se paraliza antes de que pueda decir
algo. Pero tengo que decírselo.
Más tarde.

Se lo diré más tarde, cuando mi corazón deje de latir tan


rápido de solo pensarlo.

Tampoco ayuda que lo estemos pasando tan bien esta


noche. Esta cena no es una cita, pero lo parece. Los dos nos
hemos arreglado y nos comportamos como si lo fuera. No
estamos hablando de trabajo, sino que estamos sacando temas
más personales, como que él no ha vuelto a hablar con su
familia desde aquella noche, de nuestras comidas favoritas, de
las películas interesantes que hemos visto, de la última vez que
alguno de los dos se subió a un avión…
Y es agradable. La voz de Nicholas es profunda y firme, y
me encuentro aferrada a cada una de sus palabras. Estoy
realmente fascinada por lo que dice, y me rio a carcajadas
cuando admite que es jugador.
—¡No lo hubiera imaginado! —exclamo—. ¿Qué clase de
juegos tienes?

—Tengo la mayoría de las consolas. Compro cualquier


juego que me llame la atención.
Mis ojos se abren de par en par.
—Debes de tener una sala entera dedicada a ello —
bromeo, pero él me mira como si lo hubiera pillado—. ¿En
serio?
—Tenía que ponerlos en algún lugar —protesta.
—Esto tengo que verlo —aseguro.
—¿Tú juegas? —me pregunta con curiosidad.

—No mucho. —Me encojo de hombros—. No tengo


mucho tiempo libre.

—Pues tengo que darte más tiempo libre para que puedas
tener un hobby —dice irónicamente.
—Tengo un hobby —protesto—. Leo… a veces.

—¿A veces? Eso demuestra que necesitas unas vacaciones.


—Te tomo la palabra —bromeo.

Ambos sabemos que es poco probable que me tome


vacaciones. Vivo para mi trabajo y estaría perdida si no tuviera
un trabajo al que ir. Entonces me desinflo. Cuando llegue el
bebé, ¿qué haré con el trabajo? Tendré que tomarme un tiempo
obligatoriamente. Me sacudo el pensamiento. No. No quiero
pensar en esto ahora mismo. Solo quiero concentrarme en el
futuro cercano. Pensaré en el bebé cuando se acerque la fecha
del parto.
—De todas formas, ¿hablas en serio sobre lo de ver la sala
de juegos? —me pregunta—. Podría mostrártela esta noche.
Una parte de mí piensa que no es la mejor idea. Pero
admito que tengo curiosidad por el mundo de Nicholas.
—Sí, claro. Me gustaría.

La casa de Nicholas es tan grande e impresionante como la


recuerdo, y Andy se acerca con cuidado a la zona de
estacionamiento, donde hay un coche azul.
—¿Quiere que espere para llevar a Quinn a casa? —
pregunta.

—No, está bien, yo la llevaré —dice Nicholas con una


sonrisa—. Puedes irte a casa. Gracias, Andy.

—Un placer, señor.


Se despide de nosotros y conduce de vuelta por el camino
de la entrada. Observo con curiosidad el coche azul que hay
allí. ¿No era negro el coche de Nicholas?
—Sí. —Se encoge de hombros—. Pero lo guardé en el
garaje porque me apetecía conducir este.
No sé de qué me sorprendo. Él tiene muchísimo dinero.

—Bien —digo—. Entonces, ¿me enseñas la casa?


No está iluminada como la última vez, pero la oscuridad de
la entrada hace que me relaje. No hay nadie aquí para
juzgarme otra vez.
—¿Quieres una copa de vino? —me pregunta.

No… no puedo beber alcohol estando embarazada.

—No, gracias —digo—. Me siento un poco mal.


Sé que he usado la excusa equivocada, ya que la cara de
Nicholas palidece.

—¿Estás bien? ¿Sientes náuseas otra vez? ¿Dolor de


cabeza? ¿Dolor de garganta?

Me inclino hacia atrás por el repentino aluvión de


preguntas. Es gracioso que Nicholas sea tan protector.

—No… nada de eso, pero he estado enferma y me


encuentro un poco débil.

—Hay algunas habitaciones de huéspedes preparadas.


Puedes pasar la noche si quieres.
Estoy conmovida. Pero…

—No estoy segura de que sea una buena idea —admito—.


Cada vez que nos quedamos solos por la noche… —Sacudo la
cabeza—. Podría ser demasiado tentador.

Nicholas resopla.

—Bien —dice con la voz seca—. De cualquier manera, si


estás enferma sería mejor que te acostaras. ¿Nos sentamos en
el sofá un rato?

Sin esperar una respuesta, me coge la mano y nos


dirigimos hacia la sala de estar, pero tan pronto como nuestra
piel entra en contacto, las chispas nos atraviesan. Todo mi
cuerpo se estremece ante las sensaciones. Mis ojos se abren y
mi aliento se desvanece mientras Nicholas se gira lentamente
para mirarme.
Se está acercando, pero me da tiempo más que suficiente
para acercarme también o apartarlo. ¿Quiero que me bese?
Parte de mí no quiere, pero la otra parte vibra de emoción y
anticipación. Quiero besarlo de nuevo.

Dios… sabía que venir aquí era una mala idea.

Sus labios tocan los míos. Es un toque ligero como una


pluma que me deja con ganas de más, y me inclino hacia él
mientras se retira, necesitando probarlo de nuevo. Lo quiero.
Lo he querido desde hace tiempo, y está a mi alcance. Mis
sentimientos por Nicholas han ido creciendo en intensidad.

Nicholas profundiza el beso. Le respondo, mi cuerpo


gravita hacia él, y sé que estoy perdida. No puedo evitarlo.
Quiero a Nicholas. Las dos veces que he tenido sexo con él me
han hecho quererlo más. No quiero que pare nunca. Presiono
mi boca con entusiasmo contra la suya, enredando nuestras
lenguas y besándolo con la misma intensidad.

Puedo sentir sus manos alrededor de mi cuerpo y yo


desabrocho los botones de su camisa. Sé a dónde lleva esto. Sé
lo que ambos queremos. Es un error. Sé que lo es, pero nada
de eso importa ahora mismo. Lo que más importa es la
sensación de Nicholas tocándome antes de que se meta dentro
de mí. Es todo lo que quiero.
Capítulo 21

Nicholas

Estoy besando a Quinn. Pensaba que me apartaría, pero no


lo ha hecho. Su atractivo es demasiado fuerte para resistirse.
Necesitaba probar sus labios de nuevo, desesperado por
perseguir esa sensación cálida y eufórica que me llena cuando
la toco. Sin embargo, la mayor sorpresa de la noche no es el
beso. Es la forma en que Quinn responde a él. En lugar de
apartarme, me abraza y me acerca mucho más a ella.
Algo en mí se rompe. No me canso de Quinn. La necesito
de todas las maneras posibles, y aquí está, ofreciéndome su
cuerpo una vez más. La necesito. Ya no hay lugar para la
lógica o la razón.

Nos movemos hacia la pared y ella se arquea contra ella,


empujando su cuerpo contra el mío. La presiono, y la forma en
que se mueve contra mí me vuelve loco, haciendo que el fuego
crepite a mi alrededor. Siento la piel suave de Quinn mientras
deslizo mis manos por sus brazos y le doy besos en la
mandíbula, haciendo que incline la cabeza hacia atrás.
—Joder, hazlo otra vez —gime Quinn.
Bajo hasta su clavícula y todo su cuerpo se sacude cuando
le muerdo ahí. Ella se retuerce jadeando por la sensación. He
encontrado un punto particularmente sensible. Esto es lo que
quiero. Quiero explorar su cuerpo y hacerla temblar, jadear y
gritar. Quiero adorar cada lugar.

—Me encanta lo increíble que eres —digo.


Ella no responde, simplemente, me agarra los hombros con
fuerza, y enrosca una pierna detrás de mis rodillas para
arrastrarme más cerca.
—¿Vas a follarme aquí, o quieres ir al dormitorio? —me
pregunta.
El fuego me atraviesa con sus palabras.
—Tenemos que subir a una habitación —le digo.
—A la mierda —dice—. Está demasiado lejos.

Hay una puerta a nuestro lado y extiendo el brazo para


abrirla.

—Entremos al despacho.
No es un lugar romántico. Mi estudio está lleno de
estanterías, una mesa cerca de la ventana y un sofá de lectura.
Empujo a Quinn hacia el sofá, que es tan cómodo como
cualquier cama. Ella se gira para cambiar de posición, y yo
caigo sobre el sofá. Se sienta a horcajadas sobre mí. Sus ojos
expresan necesidad detrás de sus gafas, y mechones de pelo
rubio caen sobre su frente.

—Voy a montarte —dice deslizando sus manos sobre mi


pecho—. Voy a sacarte la polla de los pantalones y a montarte
tan fuerte que gritarás mi nombre.

Oh, sí. Me calientan aún más sus sucias palabras. La deseo


mucho. Quiero sentirla moverse encima de mí, mostrándome
como le gusta.
—Sí, fóllame —silbo.
Me desabrocha la cremallera y me baja los pantalones y
los calzoncillos. Luego me quita la camisa. Mi polla se libera,
esperando ansiosamente su cuerpo.
—Todavía llevas demasiada ropa —le digo.

Ella se alza y se sube la falda, dejando ver las bragas de


satén que lleva debajo. Luego se las quita y las deja caer al
suelo. Se sienta a horcajadas de nuevo, con la falda por las
caderas y con la intención de follarme así.

Coloco las manos en sus caderas, mientras se alinea y se


hunde lentamente en mi polla. El calor es abrumador. Mi
cuerpo tiembla mientras ella me toma, empujando hacia abajo
hasta que se sienta en mis caderas, mi polla completamente
envainada dentro de ella. Ella jadea con la cabeza echada hacia
atrás y sus dedos clavados en mi hombro.
—Esto es tan jodidamente delicioso —suspira.

Trato de no moverme mientras ella se ajusta. En poco


tiempo, sin embargo, se levanta y luego se empuja hacia abajo,
mis caderas se doblan para encontrarla. Quinn marca el ritmo
rebotando en mi regazo, y nuestro mundo se llena de jadeos y
gemidos.
Ya puedo sentir su vacilación, sus rodillas temblando
mientras lucha por levantarse, demasiado agobiada para
continuar así por mucho tiempo. Finalmente, cuando ella
torpemente pierde un empujón, me acerco para agarrar sus
hombros, envuelvo una pierna alrededor de sus rodillas, y
empujo.
Quinn retrocede y yo voy con ella, con mi polla
empujando más profundamente en su cuerpo antes de que
logre evitar que me caiga sobre ella por completo.

—Fóllame —jadea.

Salgo y vuelvo a entrar. Ahora los dos estamos cerca, y


estoy decidido a llevarnos al límite. Quinn se retuerce debajo
de mí, sus uñas arañan mis brazos, y ya se me está nublando la
visión.
Finalmente, el orgasmo me golpea fuerte devastando mi
cuerpo, y Quinn también se estremece debajo de mí, gimiendo.
Las olas de placer parecen durar para siempre, pero,
finalmente, se desvanecen, y me quedo con el sonido de mis
propios latidos atronadores y nuestras respiraciones jadeantes.

—Joder, ha sido increíble —suspira Quinn.


Me aparto de ella y me desplomo en el sofá. Estoy
empapado de sudor. Un bostezo se eleva en mí, y es imposible
luchar contra él.
—¿Vamos a la cama? —sugiero. Vacilo, no estoy seguro
de si debo decir la siguiente parte por si arruina la ilusión que
nos ha invadido a los dos, pero las palabras se me escapan de
todas formas—. Podemos hablar de esto por la mañana.

Quinn me echa una mirada ilegible. Una parte de mí se


pregunta si está a punto de negarse e irse a casa para evitar la
incómoda conversación que se avecina. Pero luego asiente con
la cabeza.
—Suena bien —dice.

Su voz está tranquila, pero la razón está empezando a


volver a sus ojos, trayendo con ella el malestar. Sé, solo por
esa expresión, que nuestra conversación de mañana no va a ir
bien.

Me despierto de repente, con el recuerdo completo de lo


que ocurrió la noche anterior. Por un largo momento, casi no
quiero abrir los ojos, pero sé que tengo que hacerlo. Tengo que
enfrentarme a lo que pasó. Esta vez fui yo quien lo inició.

Quinn y yo estamos en la cama una vez más, desnudos,


después de haber tenido sexo la noche anterior. Esta vez, la
única diferencia es que estamos en mi casa en vez de en su
apartamento.

No tiene sentido aplazarlo más. Abro los ojos y levanto la


cabeza. Quinn ya está despierta y se encuentra mirando
fijamente hacia la pared opuesta, aunque se gira cuando nota
que estoy despierto.
—Nicholas. —Intenta sonreír, pero le sale una mueca—.
Parece que no podemos confiar en nuestro autocontrol—.
¿Qué hacemos? —pregunta con sus ojos buscando los míos.

No lo sé. Sé lo que quiero, y sé lo que quiere Quinn, y


nuestros deseos son muy diferentes. Por eso, seguimos
chocando y teniendo encuentros como estos que dejan un mal
sabor de boca y un camino de arrepentimientos. Lo único que
sé es que algo necesita cambiar.
Capítulo 22

Quinn

¿Cómo coño se supone que voy a enfrentarme a Nicholas


ahora? Le debo de estar enviando señales tan contradictorias
que el pobre no tiene ni idea de lo que está pasando. Suspiro y
me desplomo de nuevo en mi sofá. Estoy agobiada y me siento
culpable.

Empiezo a pensar que la única opción es dejar mi trabajo.


George me sigue enviando mensajes, hay un bebé creciendo en
mi vientre y tengo sentimientos fuertes por Nicholas. Mi
corazón late cuando lo veo, es como si trajera la luz del sol
con él.

Empiezo a pensar que mis sentimientos por Nicholas son


más profundos de lo que pensaba. Y, si ese es el caso, entonces
tengo que dejarlo. Hago una mueca. Solo espero tener el
coraje de contarle a Nicholas lo del bebé antes de tomar la
decisión final sobre mi trabajo.
De repente, llaman a la puerta. Mis hombros se aflojan
instantáneamente. Le envié un mensaje a Christy por si podía
venir a casa, y ella me respondió que estaba de compras y que
acudiría en un rato. Tan pronto como Christy entra, mira las
bolsas bajo mis ojos y mi rostro pálido.
—Siéntate —ordena señalando severamente el sofá—.
Estás horrible. ¿Todavía estás enferma?
—No, realmente —me atrevo a decir.
No lo llamaría una enfermedad, de todos modos…
Christy frunce el ceño como si no me creyera, sus ojos se
estrechan. Nos sentamos en el sofá.
—¿Y? —me pregunta—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué te
ves como una mierda?
Me estremezco. Su evaluación es dolorosa de escuchar,
pero tiene razón. Me he descuidado los últimos días. Me paso
una mano por el pelo, haciendo una mueca por lo seco que lo
tengo.
—¿Quinn? —pregunta Christy, su voz llena de
preocupación.

Miro hacia arriba con una sonrisa débil. Nicholas es la


persona a la que debería decirle que estoy embarazada, pero
siento que antes tengo que decírselo a Christy. Ella me ayudará
a sentirme más ligera.

—Estoy embarazada —digo, simplemente.


Christy me mira con la boca abierta.

—¿En serio? ¿Desde cuándo?


—Solo unas semanas, diría. —Me encojo de hombros.

Veo el momento en que lo entiende, pues solo ha habido


un hombre con el que me he acostado en las últimas semanas.

—¿Nicholas ya lo sabe? —pregunta incrédula.


—Aún no. —Sacudo la cabeza—. Ni siquiera lo he
asimilado. Necesito resolver esto antes de pensar en decírselo.
Nos sentamos en el sofá. Ella está muy sorprendida. Esto
no es lo que esperaba oír cuando la llamé.
—Ni siquiera sé qué decir —admite—. Esto es… es
realmente inesperado.
—¿Cómo crees que me siento? —suspiro—. No sé qué
hacer.

—Bueno, tu próximo paso debería ser decírselo a


Nicholas.

Sabía que diría eso, por supuesto.


—Lo haré —digo, con un toque de molestia en mi tono.
Estoy cansada, enferma, y tengo mucho en lo que pensar ahora
mismo—. Cuando esté lista. Llevo enferma unos días.
—¿Náuseas matutinas?

—Sí —asiento—. Fui al médico, pues apenas puedo


retener nada por la mañana. He tenido que tomarme unos días
libres en el trabajo. Estar enferma apesta. No tengo ningún
deseo de pensar en nada. Solo quiero dormir todo el tiempo.

—El embarazo puede causarte cansancio —señala Christy


—. Ahora hay que asegurarse de que tanto tú como el bebé
estáis sanos. ¿Ya has reservado una cita para ver a un
ginecólogo?

Una semilla de pánico florece en mi estómago. No estoy


lista para empezar a hacer planes como ese, porque todavía no
he aceptado que estoy embarazada. Ella debe de intuirlo,
porque asiente con la cabeza.

—Dejémoslo por ahora —sugiere, y me relajo con alivio


—. Tendremos que hablar de ello pronto… pero no ahora
mismo.

—Gracias, Christy —digo en voz baja—. Yo solo…

—Te entiendo —asegura—. Así que, ¿has visto a Nicholas


desde que dejaste de ir a trabajar?

El rojo florece en mi cara.

—Él… vino a ver cómo estaba —admito—. Con flores.


Tuvo un encuentro con George y quería asegurarse de que yo
estaba bien.

—¿George trató de atacar a Nicholas? —Abre mucho los


ojos.

—La seguridad de Nicholas lo detuvo y llamó a la policía


—explico—. Y empezó a enviarme mensajes otra vez.

—¿En serio? —Una mirada oscura cruza su rostro—.


Déjame ver.

Le entrego el móvil y miro sobre su hombro mientras lo


desbloquea con mi contraseña y navega por mis mensajes. He
recibido varios mensajes de George en los últimos días.

«Sigo pensando que estáis mintiendo».

«Apuesto a que me extrañas».

«¿Por qué mentiste?».


—Todos son así —digo cansada—. No se detendrá. Ya no
hace amenazas, pero los mensajes son molestos, sobre todo,
cuando empieza a hablar de que lo estoy ignorando.

—¿Lo estás ignorando?

Asiento con la cabeza.


—Solo le envié un mensaje en el que le dije que no llevo
mi anillo porque Nicholas y yo intentamos mantener un perfil
bajo en público —explico—. Estuvo en silencio varias horas, y
luego volvió a empezar.

Christy frunce el ceño.

—Necesitamos hacer algo —dice—. ¿Cómo te sientes? Y


esta vez dime la verdad.

Cierro los ojos brevemente. He llamado a Christy porque


necesito hablar de esto antes de estallar, pero, llegado el
momento, es difícil empezar.

—Asustada y abrumada —digo, finalmente—. Quiero


decírselo a Nicholas, pero me siento mal cada vez que lo
pienso. Sigo preguntándome qué voy a hacer en nueve meses
cuando llegue el bebé. ¿Qué hago con el trabajo? ¿Y mi
apartamento? ¿Y el dinero?

—Estoy segura de que Nicholas os mantendrá a ti y al niño


—dice Christy con delicadeza.

—Lo sé —digo, y suspiro—. Pero no se trata solo de eso.


Voy a tener que tomar la baja por maternidad. Entonces tendré
que reducir mis horas de trabajo a menos que quiera que el
niño sea criado por una niñera, lo cual no es una opción para
mí. Todo lo que hago es trabajar. Incluso Nicholas me dijo que
necesitaba un hobby. Así que… —Vacilo, preguntándome si
debo decir lo que tengo en mente. Miro a Christy y me rindo.
Necesito contarle todo—. Me acosté con Nicholas otra vez —
susurro, y ella jadea—. Dos veces. La primera vez fue cuando
vino a ver cómo estaba. Nuestras manos se tocaron y yo…
acababa de descubrir que estaba embarazada, y encima vino a
contarme lo de George, y yo necesitaba olvidarlo.
—¿Y la segunda vez?

—Él me besó —digo—. Me llevó a cenar para compensar


lo que pasó con su familia, y luego se ofreció a enseñarme su
casa. —Sacudo la cabeza—. No deja de ocurrir. Y no puedo
decir que pasó porque estuviésemos borrachos, porque las dos
últimas veces estábamos totalmente sobrios.

—Entonces, supongo que él te gusta.


¿Me gusta?

—No lo sé —confieso—. Definitivamente, me siento


atraída por él. Y me gustó tanto que me trajese flores… Y lo
pasamos muy bien en la cena. Cuando le dije que necesitaba
algo de tiempo antes de volver al trabajo, me dijo que me
tomara todo el tiempo que necesitara. Ha sido muy bueno en
todo. Está muy preocupado por mí. Incluso me llevó a
Paolini’s para que pudiera cenar comida más ligera, ya que
estaba algo enferma.

—Lo está intentando de verdad, ¿no?

—Así es —suspiro—. Y eso lo hace más difícil. A veces


pienso en lo que sería tener una relación con él, y la quiero.
Pero luego recuerdo que es mi jefe y que, hasta hace poco, se
acostaba con un montón de mujeres.

—Pero no lo ha hecho desde que empezó a coquetear


contigo —señala Christy—. Además, te pidió a ti que fueras
su falsa novia. Él confía en ti. Creo que también quiere estar
contigo.

—Tal vez —digo en voz baja. Sacudo la cabeza—. De


cualquier manera, no puede pasar nada hasta que le cuente lo
del bebé. Y no puedo hacer eso ahora.
—Creo que no estás haciendo lo correcto —dice
lentamente—. Pero esta es tu decisión, y tienes que hacer lo
que te haga sentir más cómoda. Te apoyaré, pase lo que pase.

Mis ojos se llenan de lágrimas. Sé que puedo contar con


Christy. Ella es el único punto de estabilidad en un mundo que
se ha vuelto completamente loco. No me di cuenta de cuánto
la necesitaba hasta que he sentido su tranquilo y sólido apoyo.
Capítulo 23

Nicholas

Dos semanas después, nada ha mejorado.


En los últimos cinco días de trabajo, Quinn solo ha ido a
trabajar tres veces, y se va temprano cuando llega. Además,
cada vez que la veo, parece más pálida y más abstraída. Me
preocupa, y sé que algo va mal, algo más que lo que pasó entre
nosotros.
Me siento bien al darle su espacio. Ella no está a gusto con
sus sentimientos como lo estoy yo, y necesita tiempo. Pero
¿por qué parece tan enferma todo el tiempo? ¿Qué le está
pasando? Me pregunto qué le diría el doctor sobre los
resultados de su análisis de sangre. ¿Revelarían algo malo que
es la causa de su malestar?

Quiero preguntarle, pero sé que no tengo derecho. Quinn


es solo mi empleada, no soy su novio ni un familiar. Hace dos
semanas en la cena, le dije que se tomara todo el tiempo que
necesitara. Preguntarle qué le pasa ahora significaría que me
retracto de esas palabras, y eso no es verdad. Solo estoy
preocupado.
Vino a trabajar hace dos días y solo se quedó hasta el
almuerzo, diciendo que no podía concentrarse. Estaba tan
pálida que no se podía negar que seguía enferma, lo que me
hizo preguntarme por qué vino a trabajar.
¿Qué está tratando de probar?
Una llamada a mi puerta me hace mirar hacia arriba. La
última secretaria sustituta está ahí, con un memorándum en la
mano. Empiezo a sentir que la agencia de empleo se está
hartando de mí, pues le he encontrado problemas a todas las
secretarias que me han enviado. Con el tiempo, se negarán a
enviar más trabajadores.
A regañadientes, sin embargo, siento que podría retener a
esta secretaria. Se llama Anne, y tiene casi treinta años de
experiencia. Es eficiente y limpia. El único inconveniente es
que es muy tranquila, pero no creo que la agencia de empleo
me deje rechazarla porque yo quiera que hable más.
Al final del día, no importa lo buenos que sean en su
trabajo, ninguna de ellas es Quinn, y ese es su principal
defecto. Quiero que Quinn regrese. Es la mejor secretaria que
he tenido y la echo de menos. Sé que esto está llegando al
punto en que tendré que intervenir como su jefe, por mucho
que no quiera.

Si se tratase de cualquier otro empleado, lo habría llamado


para saber qué pasaba después de la primera semana. Con
Quinn, he dejado que esto continúe durante dos semanas, lo
que es demasiado tiempo considerando que tengo que pensar
en el funcionamiento de mi empresa. El desfile de secretarias
está dañando mi eficiencia.
—Señor, esto fue enviado por Gary de publicidad —dice
Anne, ajustando sus gafas—. Solicita una reunión con usted
esta tarde. ¿Le hago saber que está libre?
Miro rápidamente mi calendario. La mayoría de los
eventos están escritos cuidadosamente con la limpia letra de
Quinn.
—Dile que puede venir a mi oficina de inmediato —digo
—. Tengo una reunión con el gerente de Fairmont a las tres,
así que me gustaría hablar con Gary antes.
—Sí, señor —dice Anne.

Luego se va y arrugo la nariz. Hay dos cosas que no me


gustan de Anne. La primera es lo tranquila que es. La segunda
es el horrible perfume que lleva. Aun así… siento que podría
soportar a Anne durante más de un día, lo que no habría
podido decir de ninguna de las otras secretarias.

Suena un mensaje entrante en mi móvil. No suelo recibir


mensajes, la única persona que me los envía es…

Mis ojos se abren de par en par. ¡Quinn!


«Lamento estar siendo un problema. Mi salud aún está
débil. Prometo que pronto estaré bien».
No hay promesa de que vuelva al trabajo, pero mi espíritu
se eleva un poco. Me envía este mensaje porque está pensando
en mí y, obviamente, siente que me está decepcionando de
alguna manera. Le respondo rápidamente.
«Tu salud es lo primero. Espero que te mejores pronto».

Ya está. No es demasiado personal, y no hay presión para


que regrese. Suspiro y dejo el móvil a un lado. ¿Estoy
haciendo lo correcto? Está claro que Quinn me está ocultando
algo, pero no tengo ni idea de lo que es.

¿Debería presionarla para obtener respuestas y arriesgarme


a alejarla?
¿O debería dejarla en paz y arriesgarme a que se aleje?
Frustrado, golpeo el escritorio con los dedos. Cuando era
adolescente hablaba con Dominique si necesitaba ayuda. Mi
hermano y yo nos llevábamos bien y nos lo decíamos todo
hasta que nos hicimos adultos y empezamos a distanciarnos
porque queríamos cosas diferentes en la vida.

No puedo contar con él, ya que piensa que Quinn no es lo


suficientemente buena para mí. Si le digo que tengo problemas
aprovechará la oportunidad para intentar que rompa con ella.
Resoplo. No es que importe; Quinn y yo no tenemos una
relación, y empieza a parecer que nunca la tendremos.
No, no necesito a Dominique ni a nadie más de mi familia.
Puedo resolver esto por mi cuenta.

Me froto el puente de la nariz.


—¿Cómo ha sucedido esto? —pregunto a través de mis
dientes apretados.

Gary Smith, mi jefe de publicidad, traga.

—Señor, el principal problema ha sido la falta de


comunicación —dice con cuidado—. Desafortunadamente,
nuestras peticiones de un poco más de presupuesto no
llegaron, y, por lo tanto, nos quedamos sin dinero.

Dios… esto es una pesadilla. El equipo de publicidad no


tiene suficiente dinero en su presupuesto para cubrir los gastos
de impresión de los nuevos productos que están
promocionando, sobre todo, desde que añadimos a Fairmont a
la lista y necesitamos más materiales.
Esto no debería haber sucedido. Si el equipo de publicidad
pidió más dinero, debería habérseme comunicado de
inmediato. Pero las secretarias no han hecho bien su trabajo.
Debería haber revisado los correos electrónicos de Quinn yo
mismo. Presiono el botón de mi intercomunicador.

—Anne, ¿puedes venir aquí, por favor?


Al cabo de unos segundos entra Anne.

—¿Sí, señor? —pregunta.

—¿Podrías revisar los correos electrónicos de Quinn y


reenviarme todos los correos recientes del equipo de
publicidad?

—Por supuesto. ¿Algo más?

—¿Has revisado los correos electrónicos de hoy?


—Le he reenviado todo lo pertinente hasta ahora —dice
Anne.

Asiento y le digo que ya puede marcharse, recordándome a


mí mismo que tengo que comprobar el ordenador de Quinn
antes de irme esta tarde, por si acaso. Puede que sea
demasiado tarde, pero tengo que asegurarme de que no se me
ha pasado nada más importante.

—Muy bien, resolveremos el problema y añadiré más


fondos lo antes posible —le digo a Gary—. ¿Puedes esperar
uno o dos días más mientras reorganizo las cosas?

—Por supuesto —dice aliviado—. Gracias, señor.

—Espero que esto no te haya retrasado demasiado.

—Mientras el problema se arregle rápidamente, nos


pondremos al día a tiempo.
Gary se pone en pie, se inclina sobre el escritorio para
darme la mano, y luego se marcha. Al cabo de unos segundos,
alguien llama a la puerta y Anne asoma la cabeza.

—He enviado todos los correos electrónicos de publicidad


de las últimas dos semanas —dice—. Algunos no parecían
importantes, pero se los he enviado de todos modos, por si
acaso.

Suspiro.

—No querrás revisar las dos últimas semanas de correos


electrónicos y ver si se ha perdido algo importante, ¿verdad?
—pregunto con gesto desesperado.

Anne entra en la oficina.

—Parece que ha tenido mala suerte con las secretarias…

—Mi secretaria habitual está enferma —le digo—. Por


desgracia, la agencia me ha ido enviando varias personas que
no saben con qué extremo de la pluma escribir.

Un resoplido poco femenino se le escapa a Anne, y ella lo


cubre rápidamente con una tos.

—Siento oír eso —dice—. Revisaré los correos


electrónicos de las últimas dos semanas.
—Si lo hicieras, serías un regalo de Dios —digo
fervientemente.

Sus labios se estiran.


—Está bien, es mi trabajo —dice.

Luego se va. Por fin tengo a alguien que sabe lo que está
haciendo, aunque sigo esperando que Quinn regrese. No
podría soportar perderla, ya sea como posible pareja o como
compañera de trabajo.
Capítulo 24

Quinn

Extraño a Nicholas.
No puedo creer lo mucho que lo echo de menos. Pasar dos
semanas lejos de él, me ha hecho darme cuenta de cuánto
disfruto teniéndolo en mi vida. Extraño su sonrisa y su
profundo acento extranjero. Echo de menos la forma en que
golpea su bolígrafo contra su labio cuando está pensando.
Incluso extraño la forma en que coqueteó torpemente conmigo
antes de darse cuenta de que tenía que tratarme como a una
adulta.
¿Cómo es posible? Todo lo que hacía era quejarme de él.
Era un buen jefe, pero su personalidad seductora y poco fiable
hacía difícil llevarse bien con él. Reconocía que era
extremadamente atractivo, pero no me interesaba interactuar
con él más allá del ámbito profesional. Y luego todo cambió.
Ahora lo echo de menos y, por si fuera poco, estoy
embarazada de su bebé. Estos extraños sentimientos que tengo
por Nicholas comenzaron incluso antes de que me acostara
con él, cuando dejó de coquetear conmigo y empecé a
volverme paranoica porque una parte de mí lo echaba de
menos.
Dios, soy tan jodidamente tonta.
Me pregunto si debería llamar a Christy. Aún no se ha
burlado de mí y sé que tampoco lo hará si admito que quiero a
Nicholas cerca. Pero siento que ya me he desahogado
demasiado con ella. Además, estoy cansada de lamentarme.
Todo lo que hago cuando hablo con Christy o con cualquier
otra persona es quejarme de cómo va mi vida. Me acurruco y
envuelvo mi cuerpo con mis brazos. Es sábado, así que no
tengo que ir a ningún sitio. Tampoco habría ido a trabajar. Solo
he ido tres veces y me he tenido que ir a la hora del almuerzo,
incapaz de soportar estar tan cerca de Nicholas sin haberle
hablado de su hijo.
¿Cómo han podido cambiar las cosas tan drásticamente?
Desearía poder retroceder en el tiempo hasta hace un mes,
antes de acostarme con él, cuando todo era más simple.
Cuando mi única preocupación era preguntarme por qué el
comportamiento de Nicholas hacia mí había cambiado de
repente.

Mi móvil empieza a sonar en la mesita de noche y alargo el


brazo para contestar.

—¿Hola? —pregunto cansadamente.


—Quinn, soy Nicholas.

Maldita sea, exactamente la persona con la que no quiero


hablar ahora mismo, aunque estoy sorprendida de que no me
haya llamado antes. He perdido más de dos semanas de
trabajo. Cualquier otro jefe ya me habría llamado la atención.

—Hola, Nicholas —le digo—. ¿Cómo estás?

—Estoy más interesado en cómo estás tú. ¿Cómo va todo?


Me hace sentir bien que sus primeras palabras no sean una
demanda para que vuelva al trabajo, sino una pregunta sobre
mi salud. Aunque una parte de mí está un poco decepcionada.
Estoy tan perdida ahora mismo. Necesito que alguien me diga
qué hacer antes de que me vuelva completamente loca.

—Con altibajos —digo apoyándome en mis almohadas—.


Estoy cansada todo el tiempo. Apenas puedo mantener los ojos
abiertos durante el día

—Parecías muy enferma el último día que te vi.


—Sí —suspiro—. Estoy cabreada por lo débil que me
siento. Solo quiero que se acabe.
Desafortunadamente, no terminará pronto. Me quedan
ocho meses.

—No me sorprende —dice Nicholas. Hace una pausa, y


casi puedo oír su vacilación—. Quinn… ¿está pasando algo
más? ¿Tu médico encontró algo?

Es el momento perfecto. Debería decírselo ahora, pero mi


lengua se congela y no soy capaz de hablar.

—Sé que no tengo derecho a preguntar, pero empiezo a


estar preocupado…
—Nicholas, no me importa que preguntes —digo—. Es
muy amable de tu parte. No, el doctor no encontró nada… —
Técnicamente es cierto, ya que fui yo quien se hizo la prueba y
descubrió los resultados—… creo que solo son problemas
estomacales.

—Espero que te recuperes pronto.


—Yo también —suspiro—. ¿Cómo van las secretarias esta
semana?

Nicholas me ha entretenido con historias sobre mis


sustitutas en las últimas dos semanas. Algunas eran bastante
ineficaces (como la que arruinó un contrato muy importante),
y las demás, un poco torpes.

—En realidad… tengo la misma secretaria desde el


miércoles —dice Nicholas.
Parpadeo, sorprendida.

—¿En serio?

—Sí. —Ríe—. Es una mujer mayor que se llama Anne.


Sabe hacer su trabajo y me está ayudando mucho.
Me quedo en silencio por un momento. Hay una extraña y
desconocida emoción que se eleva dentro de mí. Me lleva un
momento darme cuenta de que estoy celosa. Una secretaria
competente es una amenaza para mí. ¿Y si Nicholas,
finalmente, decide renunciar a mí y contratar a Anne a tiempo
completo?

—Eso es genial —me las arreglo para decir.

—Sí, si no fuera por ella habríamos tenido un grave


incidente presupuestario —asegura.
Me sacudo los celos irracionales. Yo soy la que ha elegido
no volver a trabajar todavía. No tengo derecho a molestarme
porque Nicholas tenga a alguien ayudándole mientras intento
averiguar lo que quiero.

—Te dejo para que sigas descansando —dice Nicholas—.


Espero que te sientas mejor muy pronto.
—Gracias, Nicholas.

Cortamos la llamada. La conversación me ha transmitido


un sentimiento cálido, pero también me ha dejado con una
culpa espantosa, celos y frustración. Tengo que tomar una
decisión. Es injusto dejar a Nicholas colgado así.

Llega el lunes y todavía no sé qué voy a hacer. He llamado


a Nicholas esta mañana para decirle que no iré al trabajo, y me
ha dicho que no me preocupe porque ya le había pedido a
Anne que volviera. Ahí es donde me doy cuenta de que las
cosas han ido demasiado lejos.

Me paseo por mi apartamento. Le he enviado un mensaje a


Nicholas pidiéndole que venga a mi apartamento. Voy a
contarle lo del bebé. No quiero, pero tengo que hacerlo. Esto
ya ha durado demasiado. Estoy embarazada de cuatro semanas
y, Nicholas, como padre del niño, tiene derecho a saberlo. Es
demasiado pronto para que se me note la barriga, pero
terminará notándose y no podré ocultarlo, aunque quiera.

De repente, llaman a la puerta. Me estremezco ante el


sonido y miro hacia la puerta. Mierda, ya está aquí. Debe de
haber salido del trabajo temprano para llegar aquí tan rápido.
Respiro hondo y me arreglo el pelo antes de dar un paso hacia
la puerta. Puedo hacerlo.

—Hola, Nich…

Doy un paso atrás y siento que el color se me escapa de la


cara.
La persona en la puerta no es Nicholas.

—Quinn —dice George, en voz baja—. Tenemos que


hablar.

¿Qué? ¿Qué hace George aquí? Me ha estado observando


y por eso sabe dónde vivo. Mierda, necesito calmarme.
Conozco a George. No es un tipo violento. Probablemente,
solo esté aquí para soltarme un sermón, y luego se irá
enfadado. Con suerte, para no volver nunca más.

—George. —Trago saliva—. No deberías estar aquí.

—¿Ni siquiera puedo visitar el apartamento de mi novia?


—Levanta una ceja.

Es peor de lo que pensaba. Está fingiendo que nuestra


ruptura nunca ocurrió.

—Mira, George, siento que te lo tomaras tan mal, pero tú y


yo rompimos el año pasado, y he seguido adelante —me
quiebro. Rápidamente me cambio el anillo de dedo y le enseño
la mano—. Estoy comprometida.

George lanza una mirada desinteresada al anillo y luego se


encoge de hombros.

—Nada de eso importa. —Entra forzando la puerta. Yo


retrocedo, demasiado sorprendida como para impedir que
entre—. Tú y yo estamos destinados a estar juntos.
—No, no lo estamos. —Estoy enferma y cansada, y solo
quiero que se vaya. No quiero lidiar con nada de esto ahora
mismo—. He roto contigo; supéralo ya. No voy a volver
contigo. Nunca.
La cara de George cambia abruptamente.
—Así que prefieres quedarte con tu niño bonito, ¿eh? —se
burla. Lo miro fijamente. Nunca antes había visto esa mirada
en su cara—. ¿Fue su dinero lo que te atrajo?

Me quedo boquiabierta. ¿Cómo se atreve?


—Sal —le digo rotundamente.
—No. —Sus ojos se iluminan con una determinación
demencial—. No me iré hasta que tú y yo estemos juntos de
nuevo. Deja al chico rico de la ciudad. No puede tratarte tan
bien como yo.

Me froto el puente de la nariz. Solo quiero que este día


termine. Ojalá hubiera alguna forma de deshacerse de George
ahora mismo.

Y, como si mis pensamientos lo llamaran, se escucha un


golpe en la puerta.
Capítulo 25

Nicholas

Si esperaba que nuestra conversación del sábado mejorara


las cosas, me decepcionó mucho que esta mañana Quinn me
llamase para decirme que no vendría a trabajar. Sin embargo,
no es que no lo esperara. De hecho, el viernes le dije a Anne
que viniera el lunes a menos que le dijera lo contrario.

Quiero que Quinn vuelva, pero también necesita


recuperarse. No obstante, si no hago algo pronto, tendré a
Recursos Humanos encima para preguntarme por qué mi
secretaria se ha tomado tanto tiempo libre. Por el momento, lo
están dejando pasar, pero no siempre va a ser así y el trabajo
de Quinn podría peligrar. Quiero decírselo a ella. Sé que tengo
que exigirle que tome una decisión. Pero no entiendo qué es lo
que está esperando.
—Un centavo por tus pensamientos —dice una voz desde
la puerta.
Levanto la vista para ver a Anne en el umbral de mi
oficina. Su expresión es tan severa como siempre, pero sus
palabras son amables.
—Parece que necesita hablar —dice Anne con naturalidad,
al tiempo que entra en mi despacho para poner un pequeño
montón de papeles sobre mi mesa—. ¿Lo necesita?
¿Lo necesito? Por supuesto que sí. Pero ¿con quién podría
hablar? ¿Con Quinn? El tema es sobre ella. ¿Mi familia?
Todavía no me hablo con ellos. ¿Andy o alguno de mis otros
empleados? No estoy lo suficientemente cerca de ninguno. Me
quedo con muy pocas opciones.
—Le estoy ofreciendo un oído que escucha —continúa
Anne ante mi silencio.
Sigo pensando que no debería decir nada, pero las palabras
burbujean antes de que pueda detenerlas, saboreando la
oportunidad de decir finalmente lo que tengo en mente.
—Quinn… Mi secretaria —digo, y Anne asiente; he
mencionado a Quinn más de una vez—. Estoy enamorado de
ella.
Ya está, se lo he dicho en voz alta a alguien. La forma en
que las palabras cuelgan en el aire es aterradora, pero, al
mismo tiempo, siento como si una carga se hubiera levantado
ligeramente.
Anne asiente con la cabeza. No hay sorpresa en su cara.

—¿Se lo ha dicho? —pregunta.


—Me ha estado evitando —le explico—. No estoy seguro
de qué hacer al respecto. ¿La dejo en paz o se lo digo?
Además, ella tiene que volver al trabajo, ya que su permiso se
acabará pronto, y entonces tendrá problemas con Recursos
Humanos si sigue negándose a venir.

—Comprensible —dice Anne enérgicamente—. En ese


caso, tiene que hablar con ella.
—Lo sé, pero no sé si debería dejarlo pasar un poco más
de tiempo.
—No. Tiene que hablar con ella hoy. Ahora mismo. Ella le
está ignorando completamente y, si sigue así, la perderá.
Necesita decirle que la ama, y luego tiene que preguntarle si
regresará o no al trabajo esta semana.

Me quedo mirando a Anne. Todo suena tan fácil… Creo


que necesitaba que alguien me lo dijera.

—¿Estás interesada en este trabajo? —le pregunto.


Ella levanta una ceja.

—Pensé que quería que su secretaria regresara —señala.


—Sí —asiento—. Estoy pensando en otro puesto. Como
un rol de gerente.

Anne me sonríe.

—Vaya a buscar a su secretaria, entonces podremos


discutir los detalles.
Luego se marcha, y yo no puedo evitar reírme mientras me
inclino y cierro los ojos.
Sí, tengo que ir a ver a Quinn esta tarde y decírselo. Ya es
hora de que tengamos una conversación que se ha retrasado
demasiado tiempo.

—¿Qué piensas de estos? —le pregunto a Andy.


Andy me ofrece una mirada inexpresiva.
—Están bien —dice en seguida—. ¿Por qué estoy aquí?
—Para una segunda opinión —digo—. Tienes esposa,
¿verdad? ¿Qué clase de flores le regalas cuando quieres ser
romántico?

—Sus favoritas —dice con la voz seca.

En las últimas dos semanas, como consecuencia de la


continua ausencia de Quinn, he conversado más con Andy.
Para mi deleite, el hombre ha empezado a relajarse y ha
participado en las conversaciones. Sin embargo, llevarle a
comprar flores podría haber sido un poco exagerado.

Solo pretendo elegir las flores perfectas para Quinn, unas


que le expresen lo mucho que significa para mí, y luego
rogarle que considere quedarse conmigo, tanto como pareja,
como compañera de trabajo. Estoy enamorado de ella, y no
puedo soportar la idea de perderla.

—Escuche, a Quinn no le interesan los gestos caros, ¿no?


—Andy suspira—. ¿Qué le parece este?

Miro el ramo que ha elegido. Es pequeño y tiene una


cuidada selección de dalias, campanillas y ramitas de aliento
de bebé. Entiendo por qué Andy lo eligió. A Quinn no le
gustan los lujos, así que estas flores serán perfectas.

Una vez que la florista las envuelve, llevo el ramo al coche


mientras Andy sonríe por mi comportamiento. Pero para mí es
importante. Quiero que todo sea perfecto, hasta el último
pétalo.

—Buena suerte, señor —dice Andy al llegar al


apartamento de Quinn.

—Gracias. —Esbozo una sonrisa nerviosa.


No soy capaz de detener el ansioso movimiento de mi pie
en el ascensor mientras subo al piso de Quinn. El otro
ocupante me mira raro, pero yo lo ignoro. Cuando el ascensor
se detiene y las puertas se abren, casi me caigo de las prisas
por salir. Me dirijo hacia su apartamento. Mierda. Estoy
asustado y nervioso.

«Respira profundamente», me digo. «Puedes hacerlo».

Me detengo frente a la puerta, que me parece ominosa, y


levanto la mano para llamar. Acerco la oreja a la madera
porque me ha parecido escuchar un grito.

Frunzo el ceño y oigo la voz de Quinn. Y también otra voz


vagamente familiar… ¿un hombre? Hay un hombre dentro.
Estoy medio tentado de dejar las flores e irme, pero los ruidos
me ponen alerta. Están discutiendo.
La puerta está ligeramente entreabierta y, como me
preocupa lo que está pasando ahí dentro, termino abriéndola.
El salón se muestra ante mí, con Quinn en un extremo —
parece muy vulnerable—, y en el otro…

¿George?

Entro de lleno en el salón. Los dos se giran para mirarme,


aunque los ojos de Quinn se dirigen al ramo en mis manos
antes de que un ligero rubor empiece a subir por sus mejillas.
En cualquier otro momento, esa expresión sería alentadora.
Ahora mismo, sin embargo, estoy cabreado por ver a George
aquí.

—¿Qué está pasando? —pregunto, mi tono más duro de lo


normal.

—George me está acosando de nuevo —suspira ella.


—¡Y tú solo eres una perra mentirosa! —grita George—.
¡Tu juguete se cansará de ti pronto, y entonces no tendrás a
nadie, como te mereces!

—Disculpa. —Trato de controlar el tono de voz—. Hola,


soy el «juguete» de Quinn, como tú dices. Me parece bien que
estés preocupado, pero te aseguro que la cuido muy bien, y la
cuidaré aún mejor cuando nos casemos.

Al escuchar mis palabras, la cara de George se enciende.

—Ninguno de los dos valéis nada —sisea—. Os merecéis


el uno al otro.
—Por favor, vete. —Señalo la puerta—. No eres
bienvenido aquí, George. Vete y no vuelvas.

—Oblígame —gruñe George, dando unos pasos atrás y


levantando los puños.

¿Quiere pelear conmigo? ¿Solo porque no puede aceptar


que Quinn lo dejó hace mucho tiempo? El tipo está loco de
remate. Parece que no tengo muchas opciones.
Capítulo 26

Nicholas

—Vamos —me desafía George—. Tú y yo. Si ganas, me


iré. Si gano, dejarás en paz a Quinn.

Lo miro con incredulidad.


—¿De verdad piensas que voy a estar de acuerdo con algo
tan ridículo? Quinn tiene derecho a decidir por sí misma. No
voy a apostar por ella en un estúpido reto de fuerza.
Siento que Quinn se acerca más a mí. Los ojos de George
se estrechan.
—Tus palabras son bonitas, pero ¿puedes respaldarlas? —
gruñe—. ¡Ni siquiera eres capaz de reconocerla públicamente!

Me lleva un momento darme cuenta de a qué se refiere. En


su momento, le dijimos a George que la razón por la que no
llevaba el anillo era porque intentábamos pasar
desapercibidos. Me había olvidado de eso.
Los ojos de George se estrechan más.

—Estoy tratando de protegerla —le digo.


—¿Haciendo como si ella no existiera?
—No sabes cómo son los medios de comunicación —digo
bruscamente—. Se comerían viva a Quinn si diera información
sobre el compromiso. Quiero que ambos nos acomodemos
antes de informar al público. Además, no es asunto de nadie
más que nuestro. No tengo que decirle al público que la amo.
Solo tengo que decírselo a ella.

Escucho el aliento de Quinn, pero trato de no vacilar con


las palabras que acaban de salir de mi boca. Quería decirle a
Quinn que la amaba. Pero no de esta manera.

Me concentro en George, que está furioso. Parece que se


me ha acabado el tiempo. Él tiene en la cabeza que soy su
enemigo, y está decidido a quitarme a Quinn a toda costa. No
se detendrá hasta que gane, aunque eso implique golpearme
hasta dejarme hecho papilla.
—Bastardo, sentado en tu trono de dinero —gruñe George
—. Veamos lo orgulloso que eres después de unos cuantos
buenos golpes.
Se precipita hacia adelante. Los siguientes segundos pasan
a cámara lenta. Mi mente está muy despierta, a pesar de la
situación, y mi primer pensamiento es para Quinn. Puedo oírla
gritar a mi lado, horrorizada, y la aparto para sacarla de la
línea de fuego. Entonces George está sobre mí, con su puño
moviéndose hacia adelante.
Desesperadamente, levanto las manos para cubrir mi
cabeza, y me estremezco cuando me golpea con la fuerza de
una roca. Después, un puño se mete en mi estómago y se me
escapa todo el aire de los pulmones.

Puedo oír a Quinn gritando, pero no sé lo que está


diciendo. Me enderezo y agarro a George, tratando de evitar
que me golpee de nuevo, pero sus nudillos se hunden en mi
mejilla antes de que logre empujarlo de nuevo.

—¡Estoy aquí!
Escucho la voz, pero no la proceso hasta que veo a Andy
allí, arrastrando a George lejos de mí. Me tambaleo y luego me
siento pesadamente en el suelo, respirando profundamente.

—¿Andy? —jadeo. Me duele el estómago y la cara—. ¿De


dónde has salido?
—Quinn me envió un mensaje. La seguridad del edificio
está subiendo.
Observo, demasiado cansado y aturdido, cómo Andy sujeta
a George sin esfuerzo, y cómo lo entrega a seguridad cuando
llegan. Los regaña ferozmente por permitir que George suba
aquí. Mientras tanto. Quinn ha llegado a mi lado. No me toca.
Su cuerpo está tenso, y sus ojos observan la escena con
conmoción y horror persistente. Observamos cómo George es
escoltado fuera.

—Lo entregaremos a la policía —anuncia Andy—. Señor,


tendrá que bajar y contarles lo que ha pasado. Usted también,
Quinn.

—Bien —me las arreglo para decir—. Gracias, Andy, por


todo.
—No se preocupe —dice Andy con una pequeña sonrisa
—. No estoy seguro de a qué hora volveré, pero…
—Nicholas puede quedarse aquí esta noche —dice Quinn
de repente. Se ruboriza cuando Andy y yo la miramos
fijamente—. Andy va a ocuparse de George y tú necesitas
dormir. Traeré ropa de cama para el sofá.
Me golpea una repentina sensación de déjà vu. ¿No es así
como empezó todo?
—Gracias, Quinn —dice Andy asintiendo con la cabeza—.
Señor, le veré por la mañana.

Se va y cierra la puerta. Quinn y yo nos miramos


fijamente, los dos seguimos sentados en el suelo.

—Vaya —digo, finalmente. Mis ojos se abren de par en


par cuando recuerdo algo—. ¡Las flores!

—Aquí —dice Quinn ofreciéndome el ramo.

Menos mal que ninguna de las flores está aplastada. Me


aclaro la garganta y se las entrego a Quinn.
—Un regalo para que te pongas bien —le digo.

—Gracias —dice ella, encantada—. Las flores son


preciosas, les encontraré un jarrón.

Se pone de pie y la envidio por hacerlo; apenas puedo


hacer que mis piernas caminen ahora mismo.

—¿Té o café? —me pregunta Quinn cuando llega a la


cocina.
—Café, gracias.

Necesito decirle que también estoy aquí para hablar, pero


no digo nada. No esperaba que George estuviera aquí, y su
presencia ha descarrilado todos mis planes.

—Siento que te hayas visto envuelto en esto —dice Quinn


mientras finalmente me levanto del suelo, haciendo un gesto
de dolor por los moretones que ya se han empezado a formar
—. George no suele ser un hombre violento, aunque… —Sus
hombros se desploman y evita mis ojos—. Supongo que no lo
conocía tan bien como creía.

—Nunca se termina de conocer a las personas.


Quinn me sonríe pálidamente mientras lleva las bebidas
calientes a la pequeña mesa. Tomo asiento y dejo escapar un
suspiro de alivio. El café se desliza por mi garganta, me
calienta las entrañas y me levanta el ánimo.

—Todo ha acabado —continuo—. La policía se ocupará de


él. Ahora sí que ha cometido un delito.
—Sí —dice Quinn, y me complace ver una pequeña
sonrisa en sus labios—. Lo investigarán y encontrarán todos
los mensajes que me sigue enviando, así que se podrá probar
que me ha estado acosando.

—Desde luego. Esta vez irá a la cárcel.

La sonrisa de Quinn crece mientras toma un sorbo de té, lo


cual es inusual, pues le gusta el café tanto como a mí.

—El té ayuda con las náuseas —me explica.

—¿Sigues teniéndolas? —pregunto con el ceño fruncido


—. Han pasado más de dos semanas.

—La mayoría de las veces las tengo por la mañana.

Evita mis ojos como si no quisiera que leyera algo en los


suyos. Quiero preguntarle, pero no puedo. Con suerte me lo
dirá cuando esté lista.

—Estaba pensando… ¿podría volver al trabajo mañana?


—me pregunta tras un largo silencio.
Mi corazón salta.

—Solo si estás lista —le digo.

Quinn me mira. Su expresión es conflictiva.

—Yo…
No puedo evitarlo. Acerco mi mano a la suya y se la cojo
suavemente. Ella no se aparta.

—Quinn, esperaré todo el tiempo que necesites. Hablaré


con Recursos Humanos. —Las palabras tiemblan en mis
labios. No puedo retenerlas más tiempo—. No estaba
fingiendo cuando le dije a George que te amaba. Es verdad.
Me he enamorado de ti, Quinn. Y sé que eso puede estropear
las cosas, pero no voy a empujarte a nada. —Le ofrezco una
pequeña sonrisa—. Te echo de menos en el trabajo.
Quinn me mira con los ojos muy abiertos y sorprendidos
por mis palabras.

—Tú… —Ella traga—. No puedo creer…

Se le forman lágrimas en las comisuras de los ojos. No está


lista para responder. Y eso está bien. En algún momento, me
dirá lo que piensa al respecto. Me encuentro atraído por sus
hermosos ojos color avellana, una atracción magnética que no
puedo resistir, aunque quiera. Me acerco lentamente, dándole
la oportunidad de alejarse, pero ella solo me mira, y mis labios
se precipitan hacia los suyos, y los lamo ligeramente.

Ella es preciosa. Es todo lo que necesito en mi vida.


Todavía no sé qué va a pasar entre nosotros, pero sí sé que
nunca dejaré de amarla. Superado por la emoción, la beso, una
suave presión de nuestros labios. Siento sus pestañas
revoloteando en mi mejilla mientras cierra los ojos, y luego
sus brazos se enrollan alrededor de mi cuello para acercarme,
su boca se abre en una clara invitación.

Casi esperaba que me apartara, pero no lo hace. En


cambio, está respondiendo y acercándose a mí. Mi codo
golpea la mesa haciendo que las bebidas se derramen, pero
ninguno de los dos presta atención a ese detalle. Nos ponemos
en pie, nuestras lenguas se enredan y sus dedos se enroscan en
el cabello sobre mi nuca.

Mis manos rozan sus hombros y su espalda hasta que


encuentro la depresión en su columna vertebral. Mi polla se
agita en mis pantalones y el fuego comienza en mi estómago.
Pero no voy a cometer el mismo error otra vez. Me aparto,
jadeando, y Quinn también se retira.
—¿Quieres esto? —pregunto con la voz áspera—. ¿No te
vas a arrepentir después?

Quinn me mira fijamente, sus ojos buscando los míos.


Entonces, finalmente, su cara se relaja con una sonrisa.

—Mi único arrepentimiento ha surgido por darle


demasiadas vueltas a todo —dice suavemente—. Pero, en el
calor del momento, cuando todo lo que quiero es que me
toques, no hay arrepentimientos. —Sus manos se deslizan por
mi cuello y me acarician la cara—. Tenerte es lo que quiero, y
es lo que he querido desde hace más tiempo del que puedo
admitir.

No sé si es la respuesta que estoy buscando. Mi corazón se


agita al tocarla.
—¿Quieres esto? —pregunto de nuevo.

—Te deseo —responde Quinn.


Esa es la respuesta. Me sumerjo y la vuelvo a besar, esta
vez desesperadamente, medio temeroso de que desaparezca de
mis brazos. Pero puedo sentir su cuerpo contra el mío,
frotándose contra mí, y mi cabeza da vueltas por todas las
sensaciones.
Los sentimientos de Quinn puede que no sean tan fuertes
como los míos, pero ella me desea y este es el comienzo
perfecto. Podemos seguir adelante desde aquí.
Capítulo 27

Quinn

Puedo sentir el bulto en los pantalones de Nicholas contra


mi muslo. Él rompe el beso y comienza a besarme el cuello,
rozando sus dientes contra mi piel. Mis ojos se cierran
mientras jadeo y me retuerzo.
Es curioso cómo todo parece mucho más fácil ahora que
me he rendido a lo inevitable. Mis sentimientos por Nicholas
surgieron sin mi permiso, y mucha de mi energía se ha
concentrado en luchar contra ellos. Aquí y ahora, sin embargo,
con Nicholas sosteniéndome mientras nos tocamos,
desesperados por sentirnos, no puedo entender por qué he
estado luchando contra esto.

—Dios, esto es maravilloso, no te detengas —gimo


mientras me chupa ligeramente el lugar donde nota mi pulso.
Siento que sonríe contra mi piel y se mueve más abajo,
hacia mi cuello. Grito, asustada, mientras de repente me
muerde y me chupa con fuerza. Luego él lame el área y me
siento mareado al darme cuenta de que me está dejando una
marca.
Echo la cabeza hacia atrás para darle un mejor acceso, y
espero que la marca sea lo suficientemente visible como para
que siga ahí mañana. Quiero ver la evidencia de nuestro amor.
Quiero saber que esto es real y que lo hago sin
arrepentimientos, porque lo quiero.

—Eres perfecta, Quinn —me dice entre besos—.


Absolutamente perfecta para mí.
Mis ojos se llenan de lágrimas. Estúpidas hormonas, y
estúpidas emociones que van de arriba abajo. Dejo salir una
risa llorosa.
—Tú tampoco estás mal —me burlo.
Nicholas sonríe y empieza a caminar hacia atrás,
arrastrándome con él hacia la puerta abierta de mi dormitorio.
—¿Definitivamente, quieres esto? —murmura.
Sonrío y le rodeo el cuello con mis brazos, deteniéndonos
por un momento.
—Más que nada —le prometo.

Nicholas me levanta con sus fuertes brazos y yo le paso los


míos alrededor del cuello. Este es el hombre que dejó de ser un
playboy para intentar enamorarme por todos los medios. Este
es el hombre que se peleó con mi ex, a pesar de que es obvio
que apenas sabe lanzar un puñetazo. Y este es el hombre que
me ha esperado y esperado, sin saber si la espera sería o no en
vano.
¿Cómo podría no estar segura de esto?

Nicholas me lleva al dormitorio y yo me agarro a él como


si fuera mi ancla. Lo quiero tanto que casi me duele. Quiero
sentirlo moverse dentro de mí.

—Llevas demasiada ropa —digo, empezando a trabajar en


los botones de su camisa.
—Cambiaremos eso —su voz baja envía un escalofrío de
necesidad por mi columna vertebral.
Llegamos a la cama y Nicholas me suelta en ella. Abro mis
rodillas y él se coloca entre mis piernas mientras continúo
desabrochando sus botones, casi arrancando el último en mi
prisa. Empujo su camisa hacia atrás y paso mis manos sobre
los firmes músculos de su suave pecho, sintiendo el calor de su
piel bajo mis palmas.

Nicholas pasa sus manos por mis costados y tira del


dobladillo de mi camiseta. Sus ojos se abren de par en par
cuando descubre que no llevo sujetador debajo. Le sonrío y le
desabrocho el cinturón. Le bajo la cremallera de los pantalones
y deslizo mi mano bajo el elástico de sus calzoncillos hasta
encontrar su polla.
La reacción es inmediata. Las caderas de Nicholas se
doblan mientras jadea.
—Joder, qué bien sienta —gime.

Se baja los pantalones y los bóxers, y yo me bajo mi propia


ropa, quedándonos los dos desnudos. Lo miro. No es la
primera vez que veo a Nicholas desnudo, pero ahora lo miro
sintiéndome libre, sin ningún tipo de arrepentimiento.
Entonces extiendo mi mano y la envuelvo alrededor de su
polla, dándole otro buen tirón. Él gime y empuja sus caderas
hacia adelante, buscando más.
—¿Cuánto me quieres, Nicholas? —le pregunto.

—Joder… tanto —jadea.

Le suelto la polla y me deslizo hacia atrás, mis piernas se


abren aún más cuando me tumbo de espaldas. Nicholas
parpadea y se vuelve a centrar en mí.

—Quiero que me folles —le digo—. Fóllame fuerte, para


que nunca, nunca lo olvide.
Nicholas me sujeta las caderas con un fuerte apretón. Su
gruesa polla presiona contra mi muslo mientras se inclina y me
besa ferozmente, y mi cuerpo se arquea de necesidad. Él se
alinea sobre mí.

—Voy a follarte tan fuerte que no pensarás en nada más —


promete.

Entonces se desliza dentro de mí sin detenerse, hasta que


está completamente dentro. Jadeo y agarro las mantas debajo
de mí, retorciéndome y luchando por aguantar. Puedo sentir su
polla latiendo dentro de mí, ansiosa y desesperada, pero
Nicholas se detiene un momento para darme tiempo a
adaptarme.

Pero no quiero tiempo. Lo quiero a él. Ahora.

—Muévete —jadeo, agarrándome a sus hombros tan fuerte


que mis uñas se clavan en su piel.

Nicholas se retira y empuja de nuevo, y las estrellas


explotan a mi alrededor mientras él busca mi punto más dulce.
Alzo las caderas para encontrar las suyas, luchando por
mantener el ritmo mientras él se mueve dentro y fuera de mí.
El sudor brota de mi cuerpo como un infierno a nuestro
alrededor, y casi me ahogo con el calor.

Entonces grito cuando Nicholas encuentra ese lugar, y no


puedo hacer otra cosa que retorcerme y aguantar, sabiendo que
no voy a durar mucho más. Puedo sentir sus músculos bajo
mis manos, sus hombros flexionándose con cada empuje, y
jadea fuertemente sobre mí, con los dientes apretados.

Finalmente, pierdo el control y un orgasmo me arrasa. Mi


cuerpo se aprieta fuertemente alrededor de la polla de
Nicholas, y él empuja una vez más antes de estremecerse
también. Me desmayo por una fracción de segundo, demasiado
abrumada para hacer otra cosa, y, cuando vuelvo en sí,
Nicholas se derrumba a mi lado con un gemido.

Jadeamos para recuperar el aliento. Miro a Nicholas para


ver que sus ojos están cerrados y su pecho agitado. Siento
emoción al saber que he tenido tal efecto en él. Entonces sus
ojos se abren, y se vuelve para mirarme. Esboza una sonrisa
cansada que yo le devuelvo, incapaz de hacer nada más. Sus
ojos son claros y tranquilos, y espero lo que va a decir a
continuación, preguntándome lo sentimental que será.

—¿Sin arrepentimientos? —pregunta.

Me da la risa. Yo fui quien le pidió que me recordara por


qué no debería arrepentirme de nada de lo que ha pasado entre
nosotros. Mi sonrisa se vuelve cariñosa.

—Sin arrepentimientos. —Me pongo de lado—. No hay


nada de qué arrepentirse.

Nicholas me besa suavemente. El toque es cálido, y puedo


sentir su amor haciendo que mi corazón se eleve.
—Bien —susurra—. No quiero que nunca te arrepientas de
estar conmigo. Nunca.

—Lo siento —le digo.

Él me sonríe.
—No hay nada que lamentar —me dice—. A veces, la
gente no está preparada, y no pasa nada.

¿Qué he hecho para merecer a este hombre?

—Eres el mejor prometido de mentira que he tenido —le


digo.

—Me gustaría ser tu único prometido de mentira. —


Sonríe. Bosteza ampliamente—. Me vendría bien dormir un
poco.

Bostezo en respuesta sin poder evitarlo, mientras una ola


de cansancio me invade.

—Dormir suena bien. Seguiremos hablando cuando nos


despertemos.

Nos metemos debajo de las mantas y acurruco contra él.


Nicholas me pasa un brazo por encima, y me siento segura con
él a mi lado. Oigo la respiración de Nicholas volverse pesada y
echo la cabeza hacia atrás para mirarlo mientras su cara se
relaja con el sueño.

Volveré al trabajo esta semana, decido. Nicholas me


necesita, y es hora de dejar de ser tan egoísta. Ya no tengo que
evitarlo, ni a él ni a mis sentimientos. No sé si estoy lista para
decir que lo amo, pero sé que me importa mucho.

Dejo salir un suspiro, me relajo en el colchón y cierro los


ojos hasta que me quedo dormida.
Capítulo 28

Quinn

«Tengo que decírselo a Nicholas».


Ese pensamiento es el primero que tengo cuando me
despierto. Es lo único que aún se interpone entre Nicholas y
yo. Todo lo demás se ha resuelto; George está con la policía, y
nosotros nos hemos dado cuenta de que lo que sentimos es
recíproco.
Miro a Nicholas. Todavía está durmiendo y una pequeña
sonrisa curva sus labios, y resisto la tentación de inclinarme y
besarlo. No quiero despertarlo hasta que esté lista para
enfrentarlo. Cuando le diga lo del bebé, todo cambiará. ¿Me
mirará de otra manera después de saber que he mantenido esto
en secreto durante tanto tiempo?

Joder, debería habérselo dicho hace semanas. Ahora ha


llegado el momento. No importa lo que pase entre nosotros,
Nicholas tiene derecho a saber de su hijo antes de que se
entere de otra manera. Quiero que lo escuche de mí primero.

En silencio, salgo de la cama. Mi estómago está agitado


por los nervios, y he descubierto que el té es la mejor manera
de aplacarlo. Tal vez sean las hormonas, pero el olor del café
me hace sentir mal. Por el contrario, tengo antojos frecuentes
con espárragos y helados.
Pongo a hervir la tetera y saco un par de tazas. Justo
cuando la tetera se apaga, Nicholas entra en la cocina
bostezando y frotándose los ojos.
—¿Café? —le ofrezco.
—Sí, por favor —gime. Se estira y hace una mueca de
dolor—. He dormido en mala postura, me duele la espalda.
—¿Seguro que no te he dado una patada mientras
dormíamos? —digo con una pequeña risa—. Tiendo a ser
violenta cuando duermo. Mis almohadas medio estranguladas
pueden atestiguarlo.
Nicholas se ríe y se dirige hacia mí. Antes de darme cuenta
de lo que hace, sus brazos se deslizan alrededor de mi cintura
y descansa su barbilla sobre mi cabeza, su aliento me hace
cosquillas en el cuero cabelludo.

—¿Sin arrepentimientos? —pregunta.


Sonrío y me doy la vuelta en sus brazos, enrollando los
míos alrededor de su cuello. Me levanto y le doy un suave
beso en los labios.

—Sin arrepentimientos —aseguro.

La sonrisa que resplandece en su rostro es tan brillante


como el sol.
—Me alegro —dice en voz baja.

Ahora es el momento perfecto para decírselo.

—Aunque… hay algo de lo que tenemos que hablar —


digo lentamente—. Sobre la razón por la que he estado tan
enferma últimamente.
—Oh. —La sonrisa de Nicholas vacila.
—No afecta a mis sentimientos por ti —digo,
interpretando correctamente su repentina preocupación—.
Pero… hay algunas cosas que debes saber. Deberías sentarte.
—Nos sentamos a la mesa y pongo las bebidas calientes sobre
ella. Él está tenso—. Sabes que he estado enferma
últimamente —digo despacio.
Él asiente con la cabeza y luego se inclina hacia adelante.

—Pensé que me estabas evitando —confiesa.


Mi corazón se apaga. Nunca quise que él pensara eso. Lo
estaba evitando, aunque no del todo por las razones que él
piensa.
—Lo siento —suspiro—. No, no era eso. Un… test dio
positivo.

Alarmado, Nicholas se endereza, y me doy cuenta de que


podría haberlo expresado mejor.

—¿Qué necesitas? Medicina, citas, especialistas… Dímelo


y me encargaré de todo, ¿de acuerdo? Es lo menos que puedo
hacer después de cómo me has cuidado los últimos tres años.
Maldita sea, sabía que debería haberte preguntado, sabía que
había algo mal…

—Estoy embarazada —le digo de golpe.

La voz de Nicholas se aleja, su pánico creciente se detiene


de repente. Me mira fijamente, parpadeando varias veces.
—¿Qué?

—Estoy embarazada —repito—. Cuando… cuando fui al


médico, me preguntó si era posible, así que fui y compré una
prueba, y… —Trago saliva—. Y dio positivo.
—¿Embarazada? —dice.

Obviamente, aún no lo ha asimilado del todo. Mi mano se


mueve por encima de la mesa para tocar la de él.
—Sí —digo simplemente.

—¿Voy a ser padre? —pregunta.

Hay asombro y esperanza en sus palabras. Nicholas nunca


ha mencionado que quiera tener hijos, pero percibo que la idea
le entusiasma.

—Vas a ser padre —confirmo. Miro hacia abajo—. Siento


no habértelo dicho. No tengo excusa, pero estaba tan
abrumada que apenas podía pensar. Así que…

Miro hacia arriba. Me sorprende ver que no hay ira en sus


ojos, sino una tenue y triste sonrisa en su rostro.

—Lamento que hayas tenido que pasar por esto sola, por
encima de todo lo demás —dice—. Debe de haber sido duro.

Me trago el repentino nudo en la garganta.


—¿No estás enfadado? —Me las arreglo para decir.

—Estoy un poco decepcionado por no haber estado aquí


durante la primera parte del embarazo —dice Nicholas—, pero
estaré de aquí en adelante.

No puedo creer lo afortunada que soy. Nicholas sigue


mirándome con amor en los ojos, y deja claro que tiene la
intención de estar siempre a mi lado. Alarmado, de repente
extiende la mano y roza la lágrima que surja mi mejilla.

—¿Por qué lloras?


—Hormonas —le digo con una risita llorosa.
Él sonríe y me acaricia las mejillas.

—Vamos a ser padres.

—Es aterrador —digo, y él apoya su frente sobre la mía—.


No estoy lista para ser madre. No sé qué hacer con mi trabajo,
con mi apartamento, con… nada.

—Lo del trabajo es fácil —dice Nicholas encogiéndose de


hombros—. Pondremos una guardería en la oficina.
Me echo para atrás y lo miro incrédula, segura de que está
bromeando. Pero él me mira muy seriamente, y me doy cuenta
de que lo dice en serio. Tiene la intención de montar una
guardería en la oficina para que ambos podamos seguir
trabajando mientras cuidamos al niño.

Me rio a carcajadas. Es en parte diversión y en parte


histeria, una liberación de emociones después de semanas y
semanas de confusión y frustración.
—Eres absolutamente tonto. —Río.

—Eso dicen. —Ríe también—. No te preocupes por estas


cosas todavía. Las resolveremos cuando se acerque el
momento. Todavía tenemos unos meses para planearlo. Juntos
haremos que todo funcione.

Él toma mi mano y se la lleva a los labios para depositar


un suave beso en ella.

Sí, juntos haremos que todo funcione.


Capítulo 29

Nicholas

Voy a ser padre. Tres días después, todavía me sorprende.


Una pequeña parte de mí está molesta, ya que Quinn me
ocultó esta información durante bastante tiempo. Pero lo
hecho, hecho está, y no voy a insistir en ello, sobre todo
porque quiero concentrarme en que las cosas funcionen con
Quinn. El hecho de que sea la madre de mi hijo solo ha hecho
que la quiera aún más, aunque no se lo diga, pues soy
consciente de que todavía no está emocionalmente en el
mismo lugar que yo.
Mi prioridad ahora, es asegurarme de que tanto Quinn
como el bebé estén sanos. Por eso, el mismo día que me enteré
de lo del niño, reservé una ecografía. Quinn pareció aliviada
de que otra persona tomara el control de la situación. Debe de
haber sido duro enfrentarse a todo esto sola.
Bueno, no del todo sola, pues ha tenido a Christy. Quinn
ha debido decirle a su amiga que hoy tenía cita en la clínica
para su primera ecografía, porque la veo aparecer por la
puerta. Quinn todavía no ha llegado, así que estoy solo con
ella.
—Me alegro de conocerte, Christy —le digo
educadamente mientras le doy la mano—. Quinn me ha
hablado mucho de ti.
—Y a mí de ti —dice Christy.
¿Qué le habrá contado? Siento un poco de pánico. Espero
que cosas buenas.
—No estás mal —comenta Christy mirándome de arriba
abajo—. ¡Quinn ha sabido elegir bien!
—Lo siento… ¿Qué?
Christy se ríe.

—Quinn siempre tenía una historia nueva que contarme de


ti —dice ignorando por completo mi pregunta—. O bien
porque te pasabas el día coqueteando con ella, o porque los
dos habíais hecho algún tipo de avance en la empresa.
—Ya veo —digo, preguntándome a dónde va con esto.
—Y cuando no nos veíamos en persona, me enviaba
mensajes de texto. —Pone los ojos en blanco—. Si te ayuda,
traté de que te dijera lo del bebé mucho antes. Escucha, he
estado esperando encontrar una oportunidad para hablar
contigo.
—¿De qué? —pregunto con curiosidad.

Christy se acerca y yo me inclino hacia atrás, pues no me


gusta la mirada aguda y estrecha de sus ojos.

—Será mejor que cuides de Quinn —dice en voz baja—.


Si no lo haces, convertiré tu vida en un infierno. ¿Entiendes?
Me las arreglo para asentir. Teniendo en cuenta que
Christy es ligera y bajita, es bastante intimidante.
—¡Christy! ¡No sabía que ibas a venir!
Christy se inclina hacia atrás y sonríe a Quinn, que se
aproxima. Me las arreglo para sonreír mientras Quinn me
mira. ¿Quién hubiera pensado que lo más difícil de este
embarazo sería conocer a la mejor amiga de Quinn?

—Siento llegar tarde —se disculpa Quinn—. El tráfico es


horrible.

—Sí, estábamos mirando por la ventana —digo yo—. Aún


no te han llamado, así que no te preocupes.
Como si fuera una señal, una enfermera entra en la
habitación.

—¿Quinn Butler?

Christy, Quinn y yo nos ponemos de pie. Me pregunto si es


raro que la mejor amiga de Quinn venga a la ecografía con
nosotros. Pero yo no digo nada. Por lo que me ha dicho Quinn,
Christy ha estado con ella en todo, así que tiene sentido que
esté aquí en un día tan importante.

La habitación en la que entramos es pequeña. Christy se


dirige a un sillón y se hunde en él. Desde allí puede ver la
pantalla.

—Bien —dice la enfermera amablemente mientras se


sienta—. Por favor, levántese la camisa.

Quinn se sube el dobladillo de la camisa hasta que su


abdomen queda expuesto, temblando ligeramente en la
habitación fría. La enfermera coge una botella.

—Esto está frío —advierte, y luego arroja un líquido


gelatinoso y transparente sobre la barriga de Quinn.
A pesar de la advertencia, Quinn salta, y su mano se
convierte momentáneamente en una garra alrededor de la mía.

—Lo siento —dice la enfermera, al notar la incomodidad


de Quinn—. Recuéstese y relájese.

Toma un aparato de aspecto extraño y lo presiona contra su


vientre, murmurando para sí misma mientras pulsa unas teclas
del ordenador. Luego comienza a mover el dispositivo
lentamente, y yo observo fascinado cómo la imagen cambia.
No tengo ni idea de lo que estoy viendo.

—¿Quiere fotos? —pregunta la enfermera.

—Sí —dice Quinn, y yo asiento con la cabeza, encantado.

La enfermera asiente y sigue buscando. Entonces, de


repente, hace una pausa.

—Oh, Dios —dice, sonando sorprendida.

—¿Qué? —pregunto con preocupación—. ¿Qué es lo que


pasa?

La enfermera se ríe, lo que hace que tanto Quinn como yo


nos relajemos.

—No pasa nada. Solo quiero felicitarles por tener gemelos.


—¿Gemelos? —exclama Quinn.

—Sí —dice la enfermera—. Aquí, mire.

Ella mueve el dispositivo un poco más.

—Ahí está el bebé número uno —dice señalando una


silueta—. Y, justo al lado, está el bebé número dos. Ambos
corazones laten con fuerza y los bebés se están desarrollando
muy bien. Pero aún es demasiado pronto para saber el género.
En la próxima ecografía pueden decidir si quieren saberlo.

—Gracias —digo.

—Es una gran sorpresa para ambos, así que les dejaré
hablar mientras tomo las fotos —dice la mujer.

Sale de la habitación cerrando la puerta tras ella. En cuanto


se va, Quinn levanta la vista. Rápidamente, el pánico se forma
en su cara.

—¿Gemelos? —jadea—. No estoy preparada para un bebé,


¡mucho menos para dos!
—Todo va a ir bien —digo tranquilamente—. Podemos
arreglárnoslas, y estoy seguro de que a Christy le encantará
ayudar.
Quinn me sigue mirando, sus ojos muestran mucha
preocupación y agobio. La entiendo, yo también estoy
gritando internamente.

—Eso suponiendo que tú y yo duremos. —Me estremezco


ante las palabras contundentes—. ¿Y si rompemos? ¿Y si es
una ruptura desagradable que me hace perder mi trabajo, y
luego tenemos que ir a los tribunales y luchar por la custodia?
Tú ganarías porque tienes dinero y un trabajo estable mientras
que yo no tendría nada…

Esto es ridículo, así que extiendo las manos y agarro sus


hombros.
—Cálmate —le digo—. Respira conmigo, Quinn. Vamos.
Dentro… y fuera…. Dentro… y fuera…
Quinn no me sigue al principio, pero luego comienza a
calmarse y lucha por respirar profundamente, con sus ojos
fijos en mis labios mientras exhalo.

—Dentro… y fuera… —continuo—. Así está mejor.


—Me siento un poco mejor —admite Quinn—. Lo siento,
no quería tener un ataque de pánico.

—No me sorprende que lo tengas, esto es enorme —


admito—. Pero, creo que puedo tranquilizarte al respecto. —
Me inclino y la beso suavemente, depositando todo el amor
que siento por ella en sus labios—. Aunque tú y yo nos
separemos por alguna razón, no dejaré que afecte a las vidas
de nuestros hijos —le prometo—. Seguiremos criándolos
juntos. Y siempre estaré ahí para ayudarte.

Quinn me mira fijamente escudriñando mis ojos. Luego,


con un sollozo apenas reprimido, me rodea con sus brazos y
entierra la cabeza en mi pecho.

—Gracias —dice—. Necesitaba escuchar eso.

Miro a Christy. Ella sonríe y me da su aprobación. Luego


Quinn se retira, estremecida, pero hay una sonrisa en su cara
que antes no tenía.

—Eres increíble —dice. Suavemente, toma mi mano y me


mira a los ojos—. Te quiero.
Mi mundo se estrecha. Esas tres palabras suenan en mis
oídos como música, pues no esperaba escucharlas tan pronto.
¿Quinn me ama? Quinn está diciendo que me ama. No sé qué
decir. Sin embargo, siento una calidez increíble que se
extiende hasta los dedos de los pies. Antes de que pueda decir
algo, la puerta se abre y la enfermera llega con un sobre.
—¿Cómo se sienten? —pregunta.
—Mejor —dice Quinn con una sonrisa pálida.
—Muy bien —suspiro.

Christy ríe detrás de mí.


—Bien —dice la enfermera—. Vayan a recepción cuando
salgan para reservar cita de seguimiento.

—Gracias, lo haremos —dice Quinn.


Salimos de la habitación y Quinn se me queda mirando.
Parece preocupada de nuevo mientras yo siento como si
flotara.
—¿Nicholas? —me pregunta ella.

¿Está preocupada por mi reacción? No debería estarlo. Me


siento más ligero que el aire.
—Yo también te quiero —le digo.

Quinn parpadea y luego me sonríe cálidamente. Esta


maravillosa y hermosa mujer, me ama. Ahora desliza sus
brazos sobre mis hombros y me besa, y puedo sentir todo su
amor en ese beso.
—Vamos, estoy deseando ver las fotos —dice.
Nada me gustaría más.

No sé qué nos deparará el futuro, pero ahora mismo Quinn


y yo somos un equipo. Juntos haremos que todo funcione.
Epílogo

Quinn

El sonido de las olas chocando contra la orilla es pacífico y


hace que la satisfacción me atraviese. Los dedos de mis pies se
retuercen en la arena y el viento me acaricia la cara. Unas
pocas partículas de arena vuelan por el aire, pero mis gafas
impiden que entren en mis ojos.

Es una noche agradable. El cielo ya se está oscureciendo


con la puesta de sol y la mayoría de la gente ya ha dejado la
playa.
Para mí, sin embargo, no hay ningún lugar más cálido.

Las risas me llaman la atención, y aparto los ojos del


océano para ver a una niña con lágrimas de alegría cayendo de
sus grandes ojos azules. Sonrío y me arrodillo para ayudarla a
sentarse, retirando la arena de su pelo castaño.
—Katrina, ¿estás bien? —pregunto.
—¡Sí! —dice ella sonriéndome—. ¡Papá es un dinosaurio!
—¡Rawgh! —Escucho al momento justo detrás de mí.
Rio cuando Nicholas, con sus ojos tan azules como los de
su hija, aparece con sus manos como garras mientras gruñe de
forma poco convincente. Katrina ríe de nuevo y se va
corriendo, sus pequeños pies levantan la arena mientras
avanza.
—No dejes que llegue muy lejos —le advierto a Nicholas.
—Quinn, tiene tres años —dice Nicholas, divertido—. No
es tan rápida como yo.
Resoplo y lo empujo, haciéndolo tambalear unos pasos.
—Entonces será mejor que vayas tras ella.
Nicholas sonríe y va tras Katrina. Sacudo la cabeza ante
sus gritos y me giro para mirar a su hermano gemelo, Michael,
que está construyendo un castillo de arena. Mientras que
Katrina ha heredado la actitud de su padre, Michael es más
parecido a mí, más callado y más estudioso. Y tiene los ojos
color avellana, como los míos.
—¿Qué estás construyendo? —pregunto, poniéndome en
cuclillas.

Michael mira hacia arriba y sonríe, con el pelo negro


cayendo en sus ojos.

—Un castillo —dice con orgullo.


No es más que un montón de arena apilada, pero finjo que
tiene muros y torretas de verdad, haciéndole sonreír
felizmente. Al rato, Nicholas regresa resoplando un poco, con
Katrina en sus brazos.
—¿Te has quedado sin vapor, viejo? —le pregunto en
broma.

—¿A quién llamas viejo? —se burla él, y mira a su hija—.


No soy viejo, ¿verdad?

Katrina solo se ríe, y Nicholas parece ofendido.


—Le preguntas a un niño de tres años —le recuerdo—.
Para ella, probablemente, seas un anciano.
Nicholas se ríe.
—Bueno, ¿quién está listo para la cena?

Katrina y Michael levantan la mano, y yo río. Yo también


empiezo a sentir hambre.

Venir a la playa al atardecer ha sido idea de Nicholas. Y


me alegro de haber venido, ya que aquí no tenemos ninguna
presión. Soy la novia y la secretaria de Nicholas Dubois, el
hombre más rico del estado, algo que los medios de
comunicación se apresuraron a destacar hace tres años cuando
hicimos pública nuestra relación.

Aquí estamos tranquilos. No es un secreto que he estado


bajo cierta tensión últimamente. Sonrío cariñosamente
mientras lo veo sacar la cena de la cesta, más emocionado que
los niños por haber ido de picnic.
—Actúas como si nunca hubieras ido de picnic —le digo,
divertida.

—Eso es porque… no lo he hecho.


Sé que Nicholas creció en un hogar muy rico y esnob, pero
es triste saber que se perdió tantos momentos maravillosos de
su infancia, entre ellos, un picnic. Es la razón por la que está
tan decidido a dar a los gemelos tantas experiencias como sea
posible.

—Toma. —Me entrega un sándwich en un plato—. ¿Te


estás divirtiendo?

—Sí —le digo con una suave sonrisa, poniéndome un


mechón de pelo detrás de la oreja—. Este lugar es precioso.
—Se va a poner más bonito cuando el sol se ponga —
asegura.

Nos acomodamos, los gemelos entre nosotros, comiendo


nuestros sándwiches y viendo cómo el sol se abre paso
lentamente hacia el horizonte. Los lejanos gritos de las
gaviotas son reconfortantes y nos recuerdan que no estamos
solos en el mundo, a pesar de lo que el interminable océano
parece estar diciendo.

—Mirad, Katrina, Michael —dice Nicholas—. Mirad los


colores.

Los gemelos sueltan exclamaciones de placer. Mientras el


sol se hunde en el horizonte, el cielo se baña en tonos naranja.
Los rayos del sol corren por el agua incendiando el mar. Es un
espectáculo impresionante, y lo observo con la respiración
contenida, incapaz de apartar los ojos.

Pero, por supuesto, los gemelos son demasiado jóvenes


para sentarse a ver algo así durante mucho tiempo. Comienzan
a pelearse por un sándwich y me veo obligada a apartar la
vista del atardecer para separarlos. Para cuando miro de nuevo,
el cielo se ha oscurecido y solo quedan unos pocos rayos de
luz.

—Vaya —digo. Me inclino y pongo la cabeza en el


hombro de Nicholas ahora que los gemelos están absortos en
los coches de juguete que les he entregado. La paz no durará,
lo sé, pero aprovecharé estos preciosos momentos cuando se
produzcan—. Ha sido increíble, cariño.

—Lo ha sido —asegura él.


Gira la cabeza y me da un suave beso en la frente. La
acción me calienta por dentro pero, al mismo tiempo, me hace
sentir triste. Nuestra relación no ha avanzado desde el
nacimiento de nuestros hijos, y creo que deberíamos hablar del
siguiente paso. Aunque… ¿importa? Tenemos dos hijos y
vivimos juntos. ¿Qué importancia tiene firmar un pedazo de
papel para decirnos cuánto nos amamos? Eso ya lo sabemos.
No debería importarme.
Desafortunadamente, sí me importa, un poco.

—Un centavo por tus pensamientos —murmura Nicholas.

Suspiro y me acomodo para apoyarme más en él.

—No mucho —digo.

Permanecemos en silencio durante un rato. Katrina y


Michael están cavando un hoyo en la arena. La respiración de
Nicholas es suave, pero al pasar mi mano por su pecho, noto
que su corazón late muy rápido. ¿Está nervioso? Es curioso,
pero sus latidos lo han delatado. Me inclino hacia atrás
frunciendo el ceño.

—¿Nicholas? —pregunto—. ¿Está todo bien?

Él ríe y se echa hacia atrás, sacudiendo la cabeza.

—Parece que mi cuerpo me ha delatado —dice—. Este es


tan buen momento como cualquier otro.

—¿Buen momento para qué?

Él se pone de pie y me lleva con él. Me guiña el ojo.

—Ten paciencia —me regaña suavemente.

Luego se pone de rodillas y me quedo sin aliento. ¿Va a…?


Mis pensamientos se paralizan. Mi corazón late con fuerza
mientras Nicholas saca lentamente una pequeña caja negra de
su bolsillo, sus ojos nunca dejan los míos.

—Quinn —comienza.

—¡Eso es mío! —le grita Katrina a Michael.

Nos miramos resignados por la interrupción. Entonces, de


repente, me río. Nicholas está de rodillas delante de mí, mis
hijos están jugando y discutiendo al lado, y todo me parece
perfecto.

Nicholas se aclara la garganta.

—Katrina, cariño, ¿puedes bajar un poco la voz? Papá


tiene algo importante que decirle a mamá.
—¡Está bien! —grita ella.

—Bien… ¿por dónde iba?

—Dijiste mi nombre —le indico, luchando contra las


ganas de reír de nuevo.
—Claro —dice, y me muestra una brillante sonrisa—.
Quinn, hace tres años las cosas eran diferentes. Intenté
seducirte porque no dejabas de decir que no, y te molestaba
todo lo que hacía.

—Nada que objetar —digo con una sonrisa cariñosa.

Él ríe.
—Estos últimos tres años han sido los mejores de mi vida.
Eres mi todo, Quinn. Eres la luz que me ilumina y me diste
dos pequeñas estrellas. A veces, recuerdo al arrogante playboy
que era entonces, y apenas puedo creer lo mucho que he
cambiado. Fue gracias a ti, Quinn. Siempre fue por ti. Sin ti,
no sé dónde estaría. Por ti tiraría todo por la borda si me lo
pidieras. Te quiero mucho, Quinn. Ojalá pudiera darte la luna,
si fuera posible. Te mereces todo lo que este mundo puede
ofrecerte. Y me elegiste a mí para ser la persona con la que
quieres estar. Estoy agradecido todos los días por eso.

Respira profundamente. Las lágrimas me pinchan los ojos.


—Así que, Quinn Butler, me gustaría preguntarte si me
harías el honor de pasar el resto de tu vida conmigo —susurra.

Abre la caja de golpe y jadeo. Veo el oro salpicado de


esmeraldas y zafiros azules. Es el anillo que Nicholas me dio
cuando fingimos estar comprometidos. Cuando todo se arregló
con George, se lo devolví con pesar. Debe de haberlo guardado
para este momento, para recordarme cómo empezamos, y lo
lejos que podemos llegar.

—Sí —digo, me duelen las mejillas por lo mucho que


sonrío—. Por supuesto. Te quiero, Nicholas.
Él sonríe, y su expresión es más brillante que el sol. Me
pone el anillo en el dedo y le rodeo con los brazos antes de
besarle con fiereza. Mi vida es perfecta.
—Aunque te ha llevado bastante tiempo —bromeo entre
beso y beso.
Nicholas sonríe mientras mete un mechón de pelo detrás
de mi oreja.

—Para ti, todo tenía que ser absolutamente perfecto —


dice.
Lo beso de nuevo. Después de todo lo que pasó hace tres
años, es difícil creer que estemos comprometidos, pero así es.
Tenemos dos hijos y nos vamos a casar. Tal vez lo hicimos
todo al revés, pero nada de eso importa.
Lo único que importa es cuánto amo al hombre que tengo
en mis brazos. Saber que él me ama con la misma fiereza me
da seguridad para enfrentarme a cualquier cosa que la vida me
depare.
Siguiente libro de la serie
Sexy, mandón y carismático.
Así es mi jefe, Zach Cooper.</b>

No soy nadie especial para él.


Sólo su secretaria a la que paga muy bien.
Pero todo cambió un día en que lo seduje.
Desde entonces las cosas se complicaron aún más,
Nos enamoramos.
O al menos yo lo hice.
Zach tiene demasiadas cosas de las que preocuparse.
Y una de esas cosas no soy yo.
Pero si cree que puede dejarme de lado después de abrirme
su corazón, está muy equivocado.

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