Testimoni Varese
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Stefano Varese
Debe haber sido en el verano de 1967 o 1968 cuando logré invitar a José
María Arguedas a la casa de playa de San Bartolo que mi padre Luis y su
esposa Rita rentaban para el placer de todos nosotros hijos, hijastros y
amigos que siempre llenaban cualquier casa que mi padre tocara con sus
generosas manos lígures. Arguedas llegó con Sybila, creo que en carro que
ella misma manejó, y se instaló en el patio asoleado, bajo una sombrilla
protectora y discreta, atendido por la excesiva hospitalidad que Rita solía
dispensar a cuanta persona entrara a la casa. Tenía yo veintiocho o
veintinueve años, un doctorado en etnología recientemente logrado y una
admiración respetuosa y un tanto atemorizada de esta persona menuda, de
ojos claros, de facciones que hubieran podido ser de algún pariente lejano de
Génova o Turín. En 1965, Arguedas había estado unos pocos días en Génova
invitado a un congreso de escritores. Creo recordar que yo había usado esa
excusa para convencerlo de que pasara un día en la playa con nosotros y
remembrara, distrayéndose, los recuerdos de su viaje a Italia, a la tierra de
mi padre y de Rita, entre unos vinos y unas pastas muy genovesas de «pesto»
y recuerdos que aparecían siempre como por milagro en la mesa de nuestra
casa.