Parte II. Directorio de Ambientación y Arte
Parte II. Directorio de Ambientación y Arte
Parte II. Directorio de Ambientación y Arte
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
— Motivos del Directorio 2.9. Un lugar para el bautismo
— Finalidad 2.10. La capilla de la reconciliación
— Destinatarios 2.11. Un ambiente general para la asamblea
2.12. Otras dependencias del templo
1. ORIENTACIONES GENERALES
2.13. Dedicación y bendición de iglesias
1.1. El espacio litúrgico dentro del y altares, su sentido de
espacio de la comunidad cristiana «signo sacramental»
1.2. El lugar de la celebración
B) Los objetos litúrgicos
1.3. Espacio y ambiente
1.4. Noble belleza 2.14. Los vasos sagrados
1.5. Cualidades de las formas artísticas 2.15. Los libros litúrgicos
1.6. Culto y cultura en la celebración 2.16. Las vestiduras sagradas
2.17. Otros objetos
2. NORMAS PRÁCTICAS
2.18. Bendición de los objetos litúrgicos
A) El edificio de la celebración
Conclusión:
2.1. La iglesia Importancia del estudio del arte sacro
2.2. Visibilidad y acústica para la liturgia
2.3. El presbiterio
Apéndice I:
2.4. El altar
Normas de actuación
2.5. La sede y los asientos de los ministros
sobre el patrimonio cultural de la Iglesia
2.6. El ambón2
2.7. Lugar de los cantores y del órgano Apéndice II:
2.8. La reserva eucarística Bibliografía selecta sobre arte sacro
Siglas utilizadas
1
Publicado originalmente por el Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia, PPC, Madrid 2006.
2
Esta primera parte del directorio litúrgico-pastoral, ambientación y arte en el lugar de la celebra-
ción, se encuentra en el número 350 de Pastoral Litúrgica.
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b) El sagrario
Donde no pueda contarse con un lugar destinado a la reserva de la Eucaristía,
el sagrario se pondrá, según la estructura de cada iglesia y las legítimas cos-
tumbres de cada lugar, en algún altar distinto del principal o en algún nicho u
hornacina del muro o sobre una columna, que estén bien ornamentados (Cf.
OGMR, n. 314-317).
El sagrario será inmovible y sólido, no transparente y de tal manera cerrado que se
evite al máximo el peligro de la profanación. Como norma general en cada iglesia
no habrá más que un sagrario (cf. Código de Derecho Canónico [CIC], n. c. 938).
La presencia del Santísimo Sacramento en el sagrario debe indicarse por el
conopeo o velo del sagrario. Ante él ha de lucir constantemente una lámpara es-
pecial, como signo de honor tributado al Señor (cf. CIC, c. 940). Es aconsejable
que esta lámpara sea de aceite o de cera (OGMR, n. 316).
En la Iglesia puede haber un trono o expositor destinado a la exposición pro-
longada del Santísimo Sacramento, situado en un lugar eminente y elevado,
por ejemplo en el retablo central; pero evítese que esté demasiado distante (cf.
Eucharisticum mysterium [EM], 62). Ordinariamente la exposición del Santísimo
Sacramento, que tanto ayuda a comprender la relación de la celebración con la
vida y de la oración personal con la oración de toda la Iglesia, se realiza sobre el
mismo altar en que se celebra la misa, expresando así la unidad y permanencia
de la presencia de Cristo en las especies eucarísticas.
a) El baptisterio
«La reunión del pueblo de Dios comienza por el bautismo; por tanto, el templo
debe tener lugar apropiado para la celebración del bautismo (baptisterio) y favo-
recer el recuerdo de las promesas del bautismo (agua bendita)» (CEC, n. 1185).
El baptisterio es el lugar donde brota el agua de la fuente bautismal o está co-
locada la pila. Debe ser verdaderamente digno, de manera que aparezca con
claridad que allí los cristianos renacen del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn. 3, 5).
El baptisterio, situado en alguna capilla dentro o fuera de la iglesia, o colocado
en alguna parte de ella a la vista de los fieles, debe estar ordenado de tal mane-
ra que permita la participación de una asamblea numerosa. Sin embargo, nada
impide que dentro del baptisterio solo se realice el rito de la ablución bautismal y
el resto de la ceremonia tenga lugar donde habitualmente se reúne la asamblea
litúrgica (cf. Ritual del bautismo de niños [RBN], I, nn. 25-26).
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b) La fuente bautismal
En las iglesias parroquiales y en las que habitualmente se celebra el bautismo
y no pueden contar con baptisterio propiamente dicho, debe colocarse la fuente
bautismal en el lugar más adecuado pero no en el presbiterio. De ser posible es
conveniente que la fuente bautismal esté cerca o muy visible desde alguna de las
entradas de la Iglesia para recordar el carácter que este sacramento tiene de puer-
ta de la Iglesia (Cf. CEC, n. 1213). Restitúyanse a uso litúrgico las pilas de piedra
que por la nobleza de su material y valor artístico nunca debieron arrinconarse.
La pila bautismal debe ser fija, sobre todo en el baptisterio, construida de materia
apropiada y con arte, apta incluso para el caso del bautismo por inmersión. Con
el fin de que resulte un signo más pleno, puede construirse de forma que el agua
brote como de un verdadero manantial. No deben usarse recipientes móviles, más
que en el caso en que se haya de celebrar el rito del bautismo en el presbiterio, por
ejemplo, cuando el bautismo se celebra dentro de la misa (Cf. RBN, n. 46).
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2.10. La capilla de la reconciliación
«La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto, el templo
debe estar preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento y la recep-
ción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado» (CEC, n. 1185b).
Es conveniente destinar uno o más lugares, a la entrada de la iglesia o cerca del
baptisterio, para la reconciliación individual de los penitentes. La disposición y
la decoración han de ser simples y austeras: una cruz o un crucifijo, el confesio-
nario tradicional o una sede alternativa, apropiada para que el penitente pueda
elegir entre el encuentro cara a cara o el anonimato detrás de una rejilla. La
posibilidad de hacer fuera del acto penitencial la lectura bíblica, el examen de
conciencia y la acción de gracias, requiere también que haya asientos y reclina-
torios para los fieles.
El lugar de la reconciliación ha de ser discreto pero, a la vez, no debe perder el
carácter de lugar visible e iluminado, como corresponde a una acción litúrgica, y
dispuesta de tal manera que sea posible realizar el rito íntegro, especialmente la
lectura bíblica y la extensión de las manos sobre la cabeza del penitente para la
absolución (Cf. Ritual de la penitencia [RP], n. 75).
Es bueno recordar que históricamente el primer lugar para oír confesiones, amo-
nestar y exhortar a los penitentes y para perdonar sus pecados fue la sede o
cátedra episcopal. Más tarde los sacerdotes en sus parroquias colocaron sedes
para administrar este sacramento en capillas o lugares aptos de sus iglesias. La
base del confesionario es una sede presidencial colocada en una capilla con un
clima o ambiente celebrativo. A esta antigua sede se irá con el tiempo dotando
de rejillas laterales y otros elementos. Hoy resulta conveniente recuperar para
la sede penitencial una mayor amplitud y un aspecto general más celebrativo,
aunque no se tenga que perder el elemento simbólico más importante que es la
sede del médico, maestro, juez y pastor.
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Tanto las esculturas como los retablos tendrán programas iconográficos de tipo
narrativo, menos simbólicos, aunque sin romper nunca con la antigua tradición.
En el barroco la iconografía se convierte en exaltación y apología, el aula y las
capillas se abren por los retablos a la gloria, hacia la que la Iglesia peregrina.
En todo el recorrido histórico la decoración del templo ha jugado con la comunión del
cielo (techos, bóvedas, cúpulas, ventanales y vidrieras, partes altas de los muros)
y de la tierra (suelo, lugares más oscuros, parte baja de los muros, donde estamos
los fieles). Así actúa como mediación y escala entre una liturgia y otra, entre el cielo
y la tierra, todo cuanto sube, todo lo que emerge de la asamblea: presbiterio, altar,
ambón, sede, retablos, pinturas y esculturas, columnas ornamentadas, etc.
Hoy ya no se concibe el retablo como prolongación del altar, sino como ambien-
tación general del templo o de una nave. En las iglesias de nueva construcción
se prefiere ambientar el presbiterio realizando los motivos iconográficos en pin-
tura, escultura, mosaico, vidriera, etc. Sin embargo, se ensaya también con éxito
la integración de retablos artísticos antiguos en espacios celebrativos de factura
moderna creándose ambientes muy aptos para la vivencia del ministerio litúrgico.
Muchos retablos, aligerados de algunas imágenes que se les añadieron pos-
teriormente a su construcción y de inferior valor artístico, causan todavía una
espléndida impresión cuando están limpios y bien iluminados.
Las imágenes de Señor, de la Santísima Virgen y de los santos que se exponen
a la veneración de los fieles deben ajustarse a una serie de normas que favorez-
can la auténtica piedad cristiana. Su número dependerá del tamaño y disposición
del edificio y de la devoción de cada comunidad. Pero «téngase cuidado de que
no se presenten en número excesivo y que su disposición haya un justo orden
y no distraigan la atención de los fieles en la celebración. No haya más de una
imagen del mismo santo» (OGMR, n. 278; SC, n. 125; CEC, nn. 1159-1162).
Entre todas las imágenes, ocupa el primer rango la presentación de la Cruz,
símbolo de todo el misterio pascual. La cruz con la imagen de Jesús crucificado
debe ocupar lugar preeminente en la iglesia (cf. B, n. 1092). La cruz en la tradi-
ción cristiana está asociada particularmente al altar, reforzando su simbolismo
como Gólgota, lugar del sacrificio de Cristo, realmente presente en la eucaristía.
No ha sido pues la imagen presidencial de las iglesias a lo largo de los siglos,
más bien hay que atribuir tal papel presidencial al Cristo caminando entre las
nubes del cielo, al Pantocrátor, al Cristo en majestad o a la cruz bajo su forma
de árbol de vida. Sería bueno, sin oscurecer la centralidad de la cruz, ofrecer
como punto focal hacia el que caminar, pasando por el altar y la cruz, la imagen
de Cristo vivo y Señor. Asimismo nunca debe faltar en ella la imagen de María
como evocación permanente del culto que se debe a la santa madre de Dios
y figura de la Iglesia. Lugar destacado puede tener también la imagen del titular
de la iglesia o capilla.
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Las imágenes han de tener valor artístico, debiendo retirarse con prudencia y
tacto las mediocres o producidas en serie, que no pocas veces han sido intro-
ducidas obedeciendo a gustos particulares, arrinconando otras más valiosas.
Algunas imágenes pueden ser expuestas circunstancialmente, cuando llegue el
momento de su fiesta o veneración. No es necesario ni aún aconsejable rela-
cionar las imágenes con el altar de forma que parezca que la misa tiene como
fin principal la glorificación del santo. Será suficiente mantener en los retablos
las imágenes propias y colocar las demás adosadas a las columnas o paredes
según lo permita el criterio estético y pastoral (OGMR, n. 318).
Cuando en una iglesia se erijan las estaciones del viacrucis, los cuadros con
sus correspondientes cruces o las cruces solas habrán de disponerse de modo
conveniente a la vista de los fieles en lugar oportuno.
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En particular, los vasos sagrados que se destinan a contener el cuerpo y la san-
gre del Señor como la patena, el copón, la píxide, el ostensorio o custodia y el
cáliz, han de hacerse de materiales no frágiles e inalterables. Si son de metal
deben llevar la parte interior dorada, en el caso de que el metal sea oxidable. Los
cálices deben tener la copa de tal material que no absorba los líquidos (OGMR,
nn. 328, 330).
Respecto de la forma de los vasos sagrados, corresponde a los artistas crear-
los, según el modelo que mejor corresponda a las costumbres de cada región,
siempre que cada vaso sea apto para el uso litúrgico. No pueden usarse simples
cestos u otros recipientes destinados al uso común fuera de las celebraciones, o
de baja calidad o carentes de estilo artístico (OGMR, n. 332). No obstante, con-
viene recordar que el origen del cáliz es la copa y que el origen de la patena es
el plato o la fuente. Las transformaciones de estos recipientes se han debido al
uso ritual: la copa se agranda para que muchos puedan beber de ella, o se eleva
para favorecer ser vista por los fieles en la elevación que hace el sacerdote tras
la consagración de espaldas a los fieles; el plato se empequeñece para contener
solo la forma del celebrante o toma forma de copa grande para contener muchas
pequeñas partículas para los fieles y poderse sujetar más fácilmente que una
fuente en la distribución de la comunión a la asamblea. Los actuales usos y ritos
litúrgicos han de servir también de inspiración a los creadores de hoy.
En las iglesias principales conviene tener un cáliz de mayor capacidad para la
concelebración, pues el excesivo número de cálices sobre el altar perjudica a su
simbolismo. Por otra parte, los cálices de tamaño reducido que pueden unirse a
una patena para la comunión bajo las dos especies, no deben usarse más que en
los casos en que se distribuya la eucaristía de esta forma y nunca como cáliz del
celebrante principal. La patena conviene sea más grande y pueda contener no
solo la forma para el sacerdote sino también otras para los fieles (OGMR, n. 331).
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a) Aspectos generales
La primera vestidura de los cristianos, sin distinguir, fue vestirse de fiesta para parti-
cipar en la liturgia, según las posibilidades de cada uno, uso conservado casi hasta
nuestros días en la tradición de «endomingarse» para ir a misa. Mas tarde, con las
invasiones bárbaras solo el clero conservará los vestidos de fiesta romanos para la
celebración y los irá distinguiendo para diferenciar los diversos ministerios y sus gra-
dos. Revestirse coopera a actuar en el nombre del Señor, a poner en la celebración
la propia persona a su servicio. El que cada ministro use los ornamentos propios de
su ministerio contribuye a resaltar la ministerialidad de la celebración y a distinguir
las funciones propias de cada uno de ellos (OGMR, n. 335).
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Resumiendo, ayuda a la dignidad de la celebración el género y el estilo de las
vestiduras sagradas. Estas asumen varias funciones: en primer lugar contribu-
yen al carácter sagrado y festivo de la misma celebración y ponen de manifiesto
la diversidad de ministerios, ya que constituyen un distintivo propio del oficio que
desempeña cada ministro. En segundo lugar, por medio de los colores, expresan
eficazmente tanto las características de los misterios de la fe que se celebran
como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico (cf.
OGMR, nn. 335-347).
Cuanto mejor cumplan su objeto las vestiduras sagradas gracias a la elegancia
de su diseño, confección y calidad, tanto menos será necesario explicar su sig-
nificado. La belleza y nobleza de las vestiduras debe buscarse no en la abun-
dancia de sus adornos, sino en el material que se emplea y en su corte. Pero es
indispensable también el vestirlas de manera adecuada.
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Bendicional. Téngase en cuenta que estos sacramentales, por la oración de la Igle-
sia, disponen a los fieles a participar con más fruto en las celebraciones litúrgicas
(Cf. SC, n. 60).
Conclusión
Importancia del estudio del arte sacro para la liturgia
Los principios, las orientaciones y las normas sobre los lugares y los objetos
de la celebración deben ser suficientemente conocidos para ser aplicados. No
se trata solamente de llevar a la práctica unas disposiciones canónicas o pas-
torales, sino de crear las mejores condiciones ambientales para que las comu-
nidades cristianas, que se reúnen para celebrar los ministerios de la salvación,
puedan expresar su fe y su encuentro con el Señor de la manera más expresiva
y digna desde el punto de vista humano y de la manera más auténtica desde el
punto de vista eclesial.
Para ello es absolutamente indispensable el estudio y la formación artística de
los responsables actuales o futuros de la pastoral litúrgica, y la formación en el
sentido de la liturgia de los artistas y de cuantos proyectan o ejecutan obras des-
tinadas a la celebración, como pidió el Concilio Vaticano II (cf. SC, nn. 127, 129).
Apéndice I
Normas de actuación sobre el patrimonio cultural de la Iglesia
a) Toda acción tendente a la conservación, restauración, promoción y acrecen-
tamiento del patrimonio cultural de la Iglesia deberá estar de acuerdo con la
legislación civil y canónica vigente.
b) Las Comisiones y Delegaciones Diocesanos del patrimonio cultural de la Igle-
sia serán el cauce normal y ordinario obligatorio en la tramitación de cuanto
se relacione con la conservación y restauración de los lugares y objetos de
la celebración. (Esta forma determina concretamente el organismo diocesano
responsable directo en materia de patrimonio cultural, con personalidad para
actuar en nombre del obispo. Así se evitará que cada uno actúe por su cuenta
o que los responsables y encargados de lugares de culto puedan recibir órde-
nes de organismos extraños a la iglesia.)
c) Las actuaciones para una mejor conservación de los objetos de celebración,
unas son ordinarias y otras son especiales o extraordinarias. Las primeras
no precisan generalmente de asesoramiento especial. Las segundas, como
toda acción de restauración, solo podrán hacerse con el asesoramiento de los
técnicos y especialistas.
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d) Acciones de conservación
─Lograr una buena ambientación para los lugares del culto. Los enemigos de las
obras artísticas allí depositadas suelen ser, entre otros, los hongos y xilófagos.
Será conveniente airear y solear las piezas, evitar rayos directos del sol, abrir
las ventanas en días secos, y conseguir que las tablas y lienzos pintados no
reciban humedad de las paredes, etc.
─Revisar las instalaciones eléctricas de los templos, principalmente de techum-
bres y retablos, y reparar las deficiencias que puedan ser causa de siniestros.
─Tomar las debidas precauciones para que el uso tradicional de velas e ilumi-
nación eléctrica de imágenes y retablos no resulte peligroso ni antiestético.
─Repasar cada año las cubiertas y tejados de los templos para evitar goteras y
filtraciones de agua.
─Tener siempre ordenados y limpios, tanto los lugares de celebración, como los
objetos y veneración. Tener al día los inventarios de cada parroquia, convento,
ermita…, completos y, a ser posible, acompañados de una colección de foto-
grafías.
─Esmerar al máximo las precauciones en lo referente a la limpieza de imágenes
y pinturas. solo deberá hacerse con el asesoramiento y bajo la dirección de
los expertos.
─Dotar a todos los templos de las medidas precisas de seguridad, física y elec-
trónica.
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Esta acción, como todas las especiales o extraordinarias, no deberá hacerse por
propia iniciativa, sino consultando a la Comisión Diocesana.
Apéndice II
Bibliografía selecta sobre arte sacro3
1. Documentos de la Iglesia
─Concilio Vaticano II, constitución Sacrosanctum Concilium, 4 de diciembre
de1963, cap. 7: «El arte y los objetos sagrados», nn. 122-129.
─Instrucción Inter oecumenici, 26 de septiembre de1964, nn. 90-99.
─Instrucción Eucharisticum mysterium, 25 de mayo de 1967, nn. 24, 52-57.
─Ritual del bautismo de niños, 15de mayo de 1969 y 24 de junio de 1973, n. 25
(edición española, 1970, nn. 34 y 40-41).
─Ordenación general del Misal Romano, de 6-IV-1969 y 27-III-1975, nn. 253-
280 y 281-312 (edición española, Misal Romano, 1978). OGMR3 2000.
Estos y otros documentos han sido reunidos y ordenados por materias en:
–Comisión Diocesana de Arte Sacro, Arte sacro. Normas y documentos, Valencia 1996.
–R. Platero / J. A. Pérez del Río, Arte sacro. Orientaciones y normas, Ecclesiastica Asturiensia.
«Serie D», Oviedo 1986.
3
Esta bibliografía ha sido actualizada para la edición del directorio en Pastoral Litúrgica.
[257 ] 139
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140 [258 ]
─Bellavista, J.; «Cuestiones básicas para un directorio de arte sacro», en Phase
143 (1984), pp. 405-416.
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(1994), pp. 258-264.
─Castellano, J.; Teología y espiritualidad litúrgica en el Catecismo de la Iglesia
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─Catanneo, E.; Arte e liturgia dalle origini al Vaticano II, Milán 1982.
─Cronin, P. D.; «Arte y arquitectura litúrgica, una perspectiva a través de la par-
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─«Liturgia y belleza», en Phase 143 (1984), pp. 385-450.
─Llabrés, P.; «El patrimonio artístico-litúrgico de la Iglesia», Phase (2000), pp.
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─Paroissin, R.; Mystère de l’art sacré, Desclée, Paris 1957.
─Pérez Gutiérrez, F.; La indignidad del arte sagrado, Guadarrama, Madrid 1960.
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─«Les lieux de l’assemblée celebrante», La MaisonDieu 88 (1966), pp. 64-82.
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pp. 169-191.
─Jounel, P.; «Lugares de la celebración», en Nuevo diccionario de liturgia, San
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Liturgica 70 (1983), pp. 11-25.
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b) El altar y el ambón
d) El baptisterio
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─Farnés, P.; «El baptisterio», Oración de las Horas 15 (1984), pp. 272-278; Ibíd.,
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─Gelsi, D.; «Date a la Chiesa un volto pasquale. Alcune considerazioni sui bat-
tisteri paleocrisitani», Rivista Liturgica 71 (1984), pp. 571-590.
─Iturgaiz, D.; «Arquitectura y liturgia bautismal hispanovisigoda», La Ciencia
Tomista 98 (1971), pp. 531-579.
─López Martín, J.; «“La pila bautismal”. Carta pastoral», Pastoral Litúrgica 303
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6. Iconografía cristiana
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CDC Código Derecho Canónico, 1983
CE Caeremoniale episcoporum, Ed. Typica
CEC Catecismo de la Iglesia católica, nueva edición conforme al texto latino oficial de 1997,
edición española, Coeditores Litúrgicos, 2002
cn Canon
EM Instrucción Eucharisticum mysterium, 1967
GS Constitución Gaudium et spes del Vaticano II
IOec Instrucción Inter oecumenici, 1964
PGMR Ordenación general del Misal Romano
OLM Ordenación de las lecturas de la misa: orientaciones generales
RBN Ritual del bautismo de niños
RDIA Ritual de la dedicación de iglesias y altares
RP Ritual de la penitencia
SC Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II
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