Bartimeo
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(Mr 10:46-52) “Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran
multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y
oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten
misericordia de mí! Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más:
¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y
llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su
capa, se levantó y vino a Jesús. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el
ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en
seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.”
Introducción
Este es el último milagro de sanidad que Marcos registra en su evangelio, y sirve de conclusión
a toda la sección que venimos estudiando.
También nos llama la atención que el ciego dejó todo lo que tenía para seguir a Jesús. Una
actitud totalmente diferente de la del joven rico, que se había ido triste porque para él sus
pertenencias eran más importantes que Jesús (Mr 10:21-22).
En estos pasajes Marcos nos presenta al Señor Jesucristo en su último viaje a Jerusalén. Como
él mismo había anunciado, su destino era la cruz, pero en el camino no dejaba de enseñar a
sus discípulos, bien fuera por medio de sus palabras o por las obras que hacía.
Ahora llega a Jericó, a unos 25 kilómetros de Jerusalén, y allí tuvo lugar un incidente que por su
interés, el evangelista lo ha recogido en su relato.
No obstante, notamos cierta diferencia entre los evangelistas en cuanto al punto exacto donde
ocurrió el incidente. Mientras que Mateo y Marcos afirman que el milagro se produjo al “salir
de Jericó”, Lucas dice que fue “acercándose Jesús a Jericó” (Lc 18:35). Quizá la explicación a
esta aparente contradicción la debamos buscar en el hecho de que en aquel momento había
dos ciudades que se llamaban Jericó: por un lado estaban las ruinas de la antigua ciudad de la
que nos habla el Antiguo Testamento (Jos 6) y que fue destruida por Josué, y la nueva Jericó
construida por Herodes. Por lo tanto, puede que cada uno de los evangelistas haya tomado
como punto de referencia una “Jericó” diferente, y dado que ambas estaban como a un
kilómetro y medio de distancia entre sí, deberíamos entender que Bartimeo se encontraba en
algún punto intermedio del camino entre ellas. En cualquier caso, éste es un detalle
interesante porque pone de evidencia el carácter independiente de los relatos de los
evangelios, desmontando la teoría popular de que unos evangelistas copiaban lo que escribían
los otros.
Marcos explica para sus lectores que “Bartimeo” quería decir “hijo de Timeo”. La verdad es
que la familiaridad con la que se refiere a ellos nos hace pensar que tal vez el padre y el hijo
llegaron a ser figuras conocidas dentro de la iglesia primitiva.
También nos dice que Bartimeo era ciego y que como resultado era pobre y se veía obligado a
mendigar, dependiendo para su supervivencia de la ayuda de otros. Sin lugar a dudas, su
mendicidad era un medio para ganarse la vida muy degradante.
Además, aunque la asistencia a Jerusalén para la fiesta de la pascua era obligatoria para los
varones mayores de doce años, Bartimeo se encontraba impedido de ir. Para él, la fiesta lo
único que le podía aportar era que por el camino en donde él se ponía a mendigar, en aquellos
días pasara mucha más gente de lo habitual y podría encontrar algunas pruebas de la
generosidad de los peregrinos que aliviaran en algo su necesidad.
Pero aquel día Bartimeo percibió la presencia de un peregrino especial, se trataba de Jesús
nazareno, del que él había escuchado hablar mucho.
Inmediatamente comenzó a “dar voces” con el fin de llamar su atención. De ninguna manera
quería perder la oportunidad que tenía delante de él. Y lo cierto es que se trataba realmente
de una oportunidad única, ya que Jesús nunca más volvió a pasar por allí. ¡Cuántas
oportunidades irrepetibles pierde la gente de nuestro tiempo para acercarse y conocer a
Jesús!
Pero Bartimeo no era así, con una actitud decidida y vigorosa, no dejó de “dar voces” hasta
que consiguió que Jesús le atendiera. Y así ocurre con mucha frecuencia; las personas que no
esperaríamos, en los lugares menos indicados, son precisamente aquellas que actúan movidas
por un fuerte deseo de conocer a Jesús.
Así pues, un mendigo ciego, de la ciudad maldita y despreciada de Jericó, había llegado a una
comprensión más exacta y más profunda de la Persona y la Obra de Jesús que los eruditos
rabinos de Jerusalén. ¡Qué paradoja! ¡Mientras Israel era ciego a la presencia del Mesías entre
ellos, un judío ciego lograba percibirlo con toda claridad!
Bartimeo había sido privado de la vista y no pudo ver las obras de Jesús, pero las noticias que
había recibido eran suficientes para convencerle de que Dios había cumplido su promesa y
había enviado al Mesías. En cierto sentido, a nosotros nos ocurre lo mismo; hemos oído hablar
de su poder, de su gracia, y de su deseo de salvar a los pecadores, aunque no lo podemos ver
con nuestros propios ojos.
Notemos también que el ciego no sólo “veía” a Jesús como “el hombre de Nazaret”, sino que
lo reconoció como el “Hijo de David”. Bartimeo entendió que Jesús era el verdadero Hijo de
David, el Mesías anunciado, el Rey tan largamente esperado por Israel, el Salvador del mundo.
Pero no sólo se dirigió a él como el descendiente legítimo del rey David, también reconoció su
deidad. La forma en la que él esperaba que Jesús tuviera misericordia de él era devolviéndole
la vista. Evidentemente una solicitud así nunca se había hecho a ningún rey de Israel, ni
siquiera al mismo David.
Tal vez, para ellos un ciego no tenía ninguna importancia y además, su forma de gritar y llamar
la atención no estaban en consonancia con la dignidad de la persona de Jesús.
Quizá tenían prisa por llegar a Jerusalén para establecer a Jesús como rey y no querían que
aquel mendigo les retrasara en su objetivo.
Por otro lado, su forma de dirigirse a Jesús como “el Hijo de David”, no gustaba nada a los
dirigentes religiosos, ni tampoco habría sido bien interpretado por los romanos. Tal vez las
multitudes que le seguían pensaron que aquello podría frustrar los planes mesiánicos que ellos
se habían formado en cuanto a Jesús.
Lo cierto es que cada vez que una persona quiere acercarse a Jesús, siempre hay oposición. A
veces será el diablo quien nos querrá hacer creer que nosotros no somos importantes para
Dios y que no debemos pensar que él nos va a prestar la menor atención, otras nos hará ver
que Dios tiene cosas mucho más importantes en las que pensar que en nuestras pequeñas
necesidades. En otras ocasiones puede ser una persona quien nos “bloquee” el acceso a Cristo;
bien puede ser un “amigo” o “amiga”, la familia, la sociedad… Otros nos intentarán desanimar
diciéndonos que es “muy pronto” o “muy tarde” para tomar una decisión de seguir a Jesús, o
que vamos “muy deprisa” o “muy lejos”…
El Señor permite todo esto para probar cuánto deseamos realmente llegar hasta él. Y Bartimeo
es un ejemplo extraordinario de una voluntad firmemente decidida por acercarse a Jesús.
Podemos imaginarlo en su situación de ciego luchando contra toda aquella gente que le quería
hacer callar, desorientado sin poder ver exactamente cuál era la actitud de Jesús frente a su
clamor, pero no cesando en su empeño. Su determinación y perseverancia en medio de las
dificultades son ejemplares para nosotros, que muchas veces abandonamos por mucho
menos. A él no le importaron los reproches de los que estaban a su alrededor, ni hizo caso del
ridículo que su importunidad probablemente le acarrearía, porque por encima de todo estaba
su deseo de conocer a Jesús.
Esta inquebrantable insistencia de Bartimeo nos recuerda a la viuda que pedía justicia ante el
juez y que finalmente la obtuvo por su perseverancia (Lc 18:1-8).
¿Pasaría de largo el Maestro? ¿Haría oídos sordos a su clamor? Por supuesto que no. Aquel
que había venido a dar su vida en rescate por muchos, no pasaría de largo frente a este alma
que suplicaba desde lo profundo de su corazón. Para otros, Bartimeo tal vez no era más que un
pobre hombre, víctima de su enfermedad, alguien que no contaba dentro de los grandes
planes de gobierno que todos se hacían en torno a Jesús. Pero el Señor no pensaba como ellos,
él sí se conmovía ante la necesidad y miseria que el pecado ha introducido en este mundo y
que quedaba patente en la situación en la que se encontraba Bartimeo.
Por eso, en medio de aquella situación, Jesús lograba distinguir perfectamente entre las voces
de la multitud de curiosos que le acompañaban, y la de aquel hombre, que aunque ciego, tenía
un conocimiento auténtico de su persona y una fe inquebrantable en él.
Así que el Señor mandó llamarle, y de repente, la actitud de la gente cambió por completo:
“ten confianza; levántate, te llama”. ¡Que contradictoria es la gente! Hacía un momento le
estaban mandando callar, y acto seguido le animan a que vaya a Jesús porque seguro que le
sanaría. ¿Por qué no le animaron desde el principio? Aquí tenemos una clara evidencia de que
no es muy sabio dejarse condicionar por las opiniones de la gente, ya que éstas cambian
constantemente sin demasiada lógica.
Su reacción a la llamada de Jesús fue inmediata y entusiasta. Notemos los verbos que utiliza el
evangelista para sugerirnos la presteza con la que Bartimeo respondió al llamado: “Arrojó”, “se
levantó”, “vino”.
¡Qué diferente de muchas personas que cuando escuchan el evangelio dicen: “ahora soy muy
joven, cuando esté a punto de morirme ya le entregaré mi vida al Señor”! Esta actitud
demuestra dos cosas: por un lado, un grado elevado de insensatez, puesto que nadie sabe el
momento de su muerte, y por otro, que no aman al Señor ni su salvación, porque de otro
modo, no dejarían pasar ni un instante antes de entregarle su vida. Pero el ciego Bartimeo no
era así.
Un detalle muy interesante es que el ciego “arrojó su capa”. No debemos olvidar que para un
mendigo como él esto era muy significativo, puesto que sería lo único que tenía. De alguna
manera podríamos decir que para él la capa era tan valiosa como las fincas o las casas que el
joven rico pudiera tener. Pero la diferencia entre ambos fue que Bartimeo no dudó ni por un
momento en deshacerse de ella con tal de poder llegar hasta Jesús.
Parece como si el evangelista quisiera completar el tema que trató cuando el joven rico
rechazó convertirse en un seguidor de Jesús porque no quiso renunciar a sus riquezas, y por
eso nos presenta ahora a Bartimeo como un ejemplo positivo de lo que es la actitud correcta
de aquellos que quieren seguir a Jesús. En cualquier caso, seamos pobres o ricos, el
convertirnos en discípulos de Jesús nos debe llevar inevitablemente a la ruptura de nuestra
relación con las posesiones: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no
puede ser mi discípulo” (Lc 14:33). Ahora bien, renunciar a lo que se tiene no quiere decir
necesariamente que tengamos que venderlo todo. Por ejemplo, allí mismo, en la ciudad de
Jericó, Jesús alabó a Zaqueo porque a raíz de su encuentro con él, decidió dar la mitad de sus
bienes (no todos sus bienes) a los pobres (Lc 19:8-9). Debemos entender por lo tanto, que
renunciar a todo significa que debemos admitir que todo lo que tenemos queda a la completa
disposición de Jesús para los propósitos que él estime convenientes. Esto implica que en
ocasiones podemos recibir un mandato directo de venderlo todo para dárselo a los pobres,
como fue el caso del joven rico, o en otras ocasiones, nos dará la responsabilidad de
administrarlo hábilmente para los intereses de su reino, pero siempre considerando que a
partir de entregar nuestra vida al Señor todo cuanto tenemos es de él y no nuestro.
Esto que comentamos fue la gran diferencia entre Bartimeo y el joven rico: ambos tenían que
rechazar su apego a las posesiones por el apego a Jesús, pero sólo uno de ellos estuvo
dispuesto a hacerlo. Aquí tenemos la clave para entender cuál era la “cosa que le faltaba” al
joven rico: le faltaba Jesús, le faltaba amarle de verdad, tanto como para desear estar con él
más que cualquier otra cosa. Tenía que dejar de atesorar dinero para atesorarle a él. No
entendía que el mayor tesoro del cielo es Cristo, así que si lo que realmente deseaba era la
vida eterna, lo que necesitaba era tener a Cristo. Eso era lo que le faltaba.
Pero Bartimeo era diferente. Cuando escuchó que Jesús le llamaba, arrojó decididamente su
capa para ir a Jesús sin pensarlo dos veces. Él sí apreciaba a Jesús.
Nosotros también debemos librarnos de todo aquello que nos pueda suponer un obstáculo
para atender el llamamiento del Señor. En ocasiones esto puede ser un pecado concreto al que
no estamos dispuestos a renunciar completamente, pero en otras, puede ser algo que no sea
necesariamente pecaminoso, pero que nos “pesa” a la hora de seguir con diligencia a Jesús,
como por ejemplo una afición, un trabajo, alguna amistad, las posesiones …
(He 12:1) “Por tanto, nosotros también teniendo en derredor nuestro tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la
carrera que tenemos por delante.”
Bartimeo obedeció la voz del Señor, y aunque era ciego, llegó hasta donde Jesús estaba,
convirtiéndose para nosotros en un buen ejemplo de aquellos que “andan por fe y no por
vista” (2 Co 5:7).
La pregunta puede resultar un poco extraña: “¿Qué quieres que te haga?”. Si Jesús tenía poder
para sanarle y aquel hombre lo necesitaba tanto, ¿por qué hacerle esa pregunta?
Así que, la pregunta sirvió para poner en evidencia lo que realmente había en su corazón y cuál
era el interés concreto que tenía en Jesús. No debemos olvidar que siempre hay personas que
se acercan a Dios sólo porque están interesadas en solucionar algún problema concreto que
les atormenta en la vida, pero no porque tengan interés en él.
Por otro lado, si Jesús lo hubiera sanado inmediatamente, no habría tenido lugar ni el más
mínimo intercambio de palabras. Pero el Señor quería tener un encuentro con Bartimeo en el
que éste pudiera expresar su necesidad y evidenciara su fe, para de esta manera llegar a
establecer una relación de comunión personal con él.
Y también podemos decir que este encuentro nos enseña a pedir cosas concretas. Bartimeo
había comenzado pidiendo “misericordia” (Mr 10:47-48), pero luego cuando estuvo ante el
Señor concretó de qué manera esperaba esa misericordia: “Maestro, que recobre la vista”. El
ciego sabía muy bien lo que quería y lo pedía con precisión y constancia. A veces nosotros
oramos de forma tan genérica y apática que nunca llegamos a ver respuestas concretas. Pero
Bartimeo es un buen ejemplo del que “pide con fe, no dudando nada” (Stg 1:6).
Ahora Bartimeo volvía a ver. Hasta este momento no había visto a Jesús, ésta era la primera
vez. Tal vez podemos preguntarnos cómo esperaba que fuera Jesús. ¿Pensaba en una ser
glorioso rodeado de santos ángeles? ¿O creía que sería una figura vestida de ropaje real y
rodeado de nobles en el camino hacia el trono? Lo cierto es que cuando pudo ver, se dio
cuenta de que Jesús era simplemente un viajero. ¿Quedó defraudado por ello? No, sino que
siguió reconociéndole como su Rey y continuó el camino con él “glorificando a Dios” (Lc 18:43).
Tal vez pensó que si hubiera sido un Rey de ese otro tipo, tal como lo imaginaban sus
discípulos (Mr 10:42), no se habría acercado tanto a los hombres que sufrían como él para
escuchar su clamor y traerles alivio.
Bartimeo se sentía profundamente agradecido. No era ese tipo de personas que una vez que
reciben de Dios lo que desean ya no se acuerdan más de él. ¡De ninguna manera iba a dejar a
su bendito benefactor!, así que se unió a él en el camino que le llevaba a Jerusalén.
Bartimeo había recibido la vista, y con ello había ganado su independencia; nunca más tendría
que volver a mendigar. Era libre de su enfermedad, recuperó también su dignidad social, e
incluso podía ir a Jerusalén a participar de la pascua como un judío más. Sin duda, para él esa
pascua tuvo que ser muy especial, porque bien podía decir que había sido librado de la
esclavitud en la que se había encontrado debido a su estado. Todo esto viene a confirmar e
ilustrar las palabras que Jesús había dicho: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino
para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mr 10:45).
Preguntas
1. ¿Por qué cree que Marcos incluyó este incidente en su evangelio? Razone acerca de su
importancia en relación con el contexto.
2. ¿Cómo manifestó Bartimeo su fe en Jesús? Intente recopilar el mayor número de evidencias
posibles y explíquelas con sus propias palabras.
4. Jesús le preguntó al ciego: “¿qué quieres que te haga?”. ¿Por qué lo hizo?
5. ¿En qué aspectos cambió la vida de Bartimeo después de su encuentro con Jesús