Tema 5
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A fondo 13
Test 16
Ideas clave
Ahora que ya nos hemos familiarizado con las diferentes herramientas a las que
podemos acudir para adaptar teatralmente textos narrativos, nos gustaría cerrar
este primer tramo de la asignatura con un debate al que antes o después se
enfrenta cualquier dramaturgista o adaptador: cuando elegimos unas partes y
dejamos otras… ¿no estamos haciendo una lectura determinada, sesgada, de la
novela de origen? Si, además, consideramos que necesitamos añadir escenas, ¿no
estamos desvirtuando la obra? ¿No estamos creando otra cosa? Por lo tanto, ¿qué
límites tiene todo esto?
Hablemos entonces de los límites entre adaptación y nueva escritura. Desde Las
amistades peligrosas, de Christopher Hampton, a adaptaciones de otras obras como
A Electra le sienta el luto, de Eugene O’Neill, observamos que los personajes habitan
las obras. Ellos son los que guardan la esencia en este paso de la adaptación de la
narración al drama. La Electra de O'Neill nos muestra otro territorio, el de los mitos,
lo que nos aporta una visión diferente de este personaje. El Don Juan de Molière
tiene algo de deletéreo; el de Mozart es simplemente un libertino; el de Zorrilla es,
además, un asesino que ha matado a docenas de hombres...
Nos fijaremos también en esa especie de lazos familiares que parecen existir entre
algunos personajes. Estos responden a las relaciones que desarrolla el autor en su
escritura, entre su acervo y su invención, que, lógicamente, es una experiencia
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
Por consiguiente, los objetivos que se pretende alcanzar con este tema son:
Como hemos dicho en la introducción, una de las cuestiones más interesantes sobre
las que puede reflexionar un dramaturgista o adaptador es explorar cuáles son los
límites entre adaptación y nueva escritura.
Lo que trataba de decir el crítico francés es algo que a menudo hemos podido
ver en novelas, dramas, películas... Una historia da lugar a otra; la originalidad
de esta, del modo en que se hizo, es un valor que queda superado por la
excelencia, que, si se piensa, es una forma, tal vez la más importante, de
originalidad.
¿El límite es la fidelidad? Podemos creer que una adaptación razonablemente fiel,
es decir, cercana al texto original, no puede ser considerada una nueva obra. Pero lo
es Le Cid, de Corneille, respecto de Las mocedades del Cid, de Guillem de Castro; lo
es Le menteur (de nuevo, de Corneille, ¡qué talento para elegir magníficos textos de
referencia!) respecto de La verdad sospechosa, de Ruiz de Alarcón; lo es Las
amistades peligrosas, de Christopher Hampton, respecto de la novela de Choderlos
de Laclos. Con ejemplos como estos, dejamos claro un detalle interesante: el éxito
de una versión puede hacer olvidar el texto de origen.
Escribir es volver a escribir. Tomamos una anécdota narrada por nuestro abuelo,
una vivencia personal, una noticia del periódico, un capítulo de la historia de
nuestro país, unas memorias, una novela, etc., y volvemos a escribir: habitamos los
lugares, elegimos un ramillete de personajes a los que observar y seguir en sus
peripecias, definimos unas escenas concretas de todas las que podrían haber tenido
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Podemos conservar los personajes y hacer que caminen por otros lugares. Podemos
reescribir, no dejar una línea del texto original o seguirlo en algunos fragmentos.
Podemos conservar parte de la historia, pero cambiar la época y parte de la trama.
¿Qué tendría que pasar para que nos sintiésemos traicionados? Que los personajes
no fueran nuestra idea de los personajes (o no pudiéramos admitir la visión que la
versión da sobre ellos por ser demasiado contraria al modelo original). ¿Qué son los
personajes? Sus circunstancias dadas, su carácter, su visión del mundo, su deseo.
No nos importa si Romann desembarca en el Nueva York de principios del siglo XX o
del XXI. Nos importa la sensación de impotencia, la que experimentan unos
personajes cuyas vidas escapan a cualquier control real. Reconocemos al personaje
al primer golpe de vista porque él o ella es, permanece su esencia a través de las
diferentes versiones de su historia, del mismo modo en que nosotros somos los
mismos aunque nos observen diferentes ojos (los de nuestro hermano, de nuestros
amigos, de nuestra pareja, de nuestro vecino...).
Esa envidiable condición, ese ser que consiguen poseer algunos personajes
literarios, hace que las versiones leales puedan alejarse de la trama, de la época, del
lugar..., sin que nadie deje de ver el texto que dio origen a esta nueva obra.
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Volvemos a las preguntas del por qué y para qué se adapta; si se quiere que el
espectador reciba algo que sea lo más parecido a la obra original o si se desea
ofrecerle una mirada nueva sobre la obra.
El acervo del público, el imaginario colectivo, es algo que deberá tener en cuenta el
adaptador. Por una parte, adaptamos la novela con la intención de construir una
obra teatral coherente, que funcione de forma autónoma en el escenario, que no
necesite lo que hemos dejado fuera. Así, una Ana Ozores (es célebre el siguiente
ejemplo: la protagonista de La Regenta asiste a una representación de Don Juan
Tenorio sin tener la menor noticia de su asunto, lo que es casi imposible en la
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España de esa época; nos sirve para pensar en los espectadores que no conocen la
obra original en absoluto y a los que no podemos decepcionar mostrándoles algo
que no es suficiente por sí solo y necesita conocimientos ajenos) deberá poder ver
nuestra adaptación como si fuese una obra original, sin necesidad de conocer su
origen.
Escribimos un texto que debe ser bien entendido y recibido por todos los
espectadores, aunque unos podrán disfrutar más que otros con determinadas
alusiones, con citas literales del texto, con bromas sobre aspectos de la novela que
se comentan y contradicen… Al fin y al cabo, estamos escribiendo una obra y
siempre nos encontraremos con que una parte del público, bien recibirá más de
nuestro trabajo que otra, bien recibirá cosas diferentes.
Si lo pensamos bien, nos damos cuenta de que la idea de decoro tiene mucho que
ver con la opción de trabajar la adaptación con el propósito de ofrecer el texto
original desde una nueva perspectiva formal. A menudo, lo más sencillo suele ser
optar por ese cambio de época que transporte el texto a otro tiempo o realidad,
que nos ayude a encontrar esa nueva perspectiva (que generalmente lo que busca
es acercar el material original). Este camino, antes o después, nos demandará una
intervención profunda en el texto, pero esta ha de aspirar siempre a ser coherente
con el universo plasmado en el material original. Si somos coherentes, dará igual
que prescindamos del decoro o que la adaptación transcurra en la Verona del siglo
XVI o en la del siglo XX, como hizo Baz Luhrmann con su particular apuesta de
Romeo y Julieta. Lo que importa es no traicionar la esencia de sus personajes y la
historia de amor imposible que viven.
Puede que no sea fácil mantener esa coherencia. A menudo, cambiar de época
implica resolver muchos pequeños detalles para hacer verosímiles determinadas
actitudes cuando son trasportadas a otro contexto histórico (por ejemplo: en el
presente, se hace más difícil justificar la obediencia de Julieta a sus padres respecto
de la boda con Paris o la premura con la que esta se va a celebrar). Sin embargo,
este condicionante también pone de relieve una enseñanza que nos será muy útil a
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largo de nuestra carrera como dramaturgista: que el teatro solo es actual cuando
es eterno.
Egido, A. (2012). Rivas y Verdi: Las trampas de la libertad en La fuerza del sino y La forza
del destino. Revista de Literatura, 74(147), 249-276.
http://revistadeliteratura.revistas.csic.es/index.php/revistadeliteratura/article/view/28
5/300
Aquí podéis ver el clip promocional de Éramos tres hermanas (variaciones sobre
Chéjov), de José Sanchis Sinisterra, bajo la dirección de Carles Alfaro y con Julieta
Serrano, Mariana Cordero y Mamen García en los papeles protagonistas.
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5. ¿Qué tenemos que primar con respecto a los personajes que adaptamos?
A. Que sean reconocibles.
B. Que no tengan conflicto aparente.
C. Que tengan un gran deseo.
D. Que sean capaces de conectar con el público.
6. Adaptar supone…
A. Que el texto resultante sea mayor en número de páginas, escenarios y
personajes que el original.
B. Que seleccionemos los personajes, lugares y hechos importantes del texto
original y luego los sometamos a nuestra adaptación.
C. Ser lo más fieles posible.
D. Tener en cuenta el acervo cultural del público.