Museo y La Sociedad

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EL MUSEO Y SU

RELACIÓN CON LA
SOCIEDAD
“Los museos están histórica y
socialmente situados. Como tales,
inevitablemente llevan la huella de las
relaciones sociales existentes más allá
de sus muros y más allá del presente, ya
que un museo es tanto un proceso
como una estructura” (MacDonald y
Fyfe, 1996).
Como muchas otras instituciones, los
museos se han visto impulsados a
modificar sus prioridades y
discursos, al compás de los cambios
en las expectativas y demandas
de un público cada vez
heterogéneo y numeroso.
Museo según el ICOM*
La definición de museo ha evolucionado a lo largo
del tiempo en función de los cambios de la
sociedad.

Desde su creación en 1946, el ICOM actualiza


esta definición para que corresponda con la
realidad de la comunidad museística mundial.

*Consejo Internacional de Museos


Hoy, conforme a los estatutos del ICOM adoptados
por la 22ª Asamblea general en Viena (Austria) el
24 de agosto de 2007:

“El museo es una institución sin fines lucrativos,


permanente, al servicio de la sociedad y de su desarrollo,
abierta al público, que adquiere, conserva, investiga,
comunica y expone el patrimonio material e inmaterial de
la humanidad y su medio ambiente con fines de
educación, estudio y recreo”
Esta definición es una referencia dentro de la comunidad
internacional”.
Podemos entonces deducir que actualmente la atención de
las necesidades de comprensión y disfrute de sus públicos
es, al menos en teoría una de las funciones primordiales de
los museos. Sin embargo esto no siempre ha sido así…
La palabra museo proviene del griego museion, que
significa lugar donde habitan las musas. Posteriormente,
para los romanos, el término museo se refería a un
espacio de creatividad donde también se enseñaba
Filosofía.
Estos espacios eran de carácter pasivo, ya que solo
se utilizaban para la contemplación y la
inspiración. En otras palabras, el museo era el
lugar de invitaba al pensamiento, la reflexión
y la imaginación (Alonso Fernández,1999).
La palabra museo fue importada de Franca a principios de la Edad Moderna
(S. XV y XVIII – 1453 Caída de Constantinopla – 1492 Descubrimiento de
América – 1789 La Revolución Francesa) y se utilizó, entre otras cosas, para
designar las colecciones que se conservaban en los entonces llamados
gabinetes de curiosidades, cuartos de maravillas o Wunderkammen.
Es a partir del Renacimiento cuando los museos comienzan a centrarse
más en los objetos que en las ideas, siendo sus primeras funciones
conservar e investigar especímenes de todo tipo. Su objetivo primordial
era representar y comprender la naturaleza a través de la colección y la
interpretación de toda clase de objetos, animales y plantas.
En este momento histórico el cometido principal del museo era
almacenar tesoros, rarezas y elementos considerados exóticos que
ayudaran a los coleccionistas (príncipes, reyes, burgueses…) a entender
mejor el mundo que les rodeaba y aquellos nuevos mundos que se
estaban descubriendo.
Los numeroso objetos que iban acumulando
se exponían de manera arbitraria en salones
o en gabinetes especialmente diseñados a
los que sólo tenían acceso los expertos y la
burguesía.
Esta concepción de museo como
espacio donde se acumulan cosas
variopintas cambia a partir de la
Revolución Francesa en (1789),
cuando empieza a difundirse la idea
de museo como espacio para
aprender, en el sentido de
culturizarse viendo obras artísticas de
grandes genios de la historia
pudiendo observar de cerca
especímenes naturales almacenados
durante décadas.
Es durante esta época cuando las colecciones privadas
o reales pasan a ser de administración pública,
inaugurándose museos nacionales como la Galería de
los Uffizi (1765) en Florencia, el Louvre (1793) en París,
el Museo el Prado (1819) en Madrid o la National
Gallery (1824) en Londres.
A partir de este momento un público menos elitista
comienza a acercarse a estas instituciones de antaño
vetadas para la mayoría, aunque esto no es algo que
ocurra de la noche a la mañana, sino que habrán de
pasar décadas de cambios en los planteamientos de los
museos para que lleguen a ser (al menos algunos) los
lugares bulliciosos que hoy conocemos.
En las últimas décadas, se va minando la idea moderna de museo
como templo, que custodia tesoros que el visitante debe venerar
como si de un ritual se tratase (Duncan, 1995), y al cual es
necesario acercarse con un sentido de reverencia acorde al aura
de intemporalidad que normalmente envuelve estos espacios
(Wallach, 1998).
Así, respecto al modo de colocación de las obras, se
empiezan a barajar nuevas propuestas que se distancian
de las organizaciones cronológicas o por escuelas
nacionales tan frecuentes hasta los años 80 del siglo
pasado (Serota, 20009).

Diferentes reubicaciones de las mismas obras muestran


otro modo de entender las colecciones y la historia del
arte. En concreto, se apuesta por el paso de una
organización jerárquica y excluyente –que, destaca
artistas individuales y produce una narrativa unificada,
expresando un punto de vista dominante (Barker, 1999)-
, a una organización más democrática en cuanto a
representatividad (Bennett, 1995), y más compleja en
cuanto a vínculos y relaciones.
En este sentido se trata de dejar de presentar las obras
de arte siguiendo las macronarrativas de la Historia,
comenzando a representar microhistorias, es decir, a
darle importancia a otras formas de entender,
interpretar y exponer las obras de arte.
Además el montaje expositivo
estético y formalista, que
presenta objetos
descontextualizados y elevados
gratuitamente a la categoría de
artísticos, -aunque aún presente
en algunos museos- van dejando
paso a diseños especiales que
presentan relaciones (entre
obras de arte, objetos, textos)
permitiéndonos así ‘entrar’ como
espectadores (Barker, 1999).
Esto significa que incluyen dentro de la propia
exposición elementos que ayudan a interpretar
las obras desde distintos puntos de vista:
cartelas (fichas técnica) o textos explicativos
que contextualizan las obras, imágenes u
objetos con los que establecer nexos con las
obra expuestas, e incluso “salas didácticas”
repletas de materiales destinados a que el
visitante pueda profundizar en la temática de la
exposición.
En resumen, podemos decir que los
planteamientos surgidos desde los
estudios de museos en los últimos
años nos ayudan a revisar
críticamente la noción de museo que
hemos heredado de la época
moderna.
“Los museos se deben concebir no
solamente como contenedores de
obras de arte, sino como
laboratorios de comportamientos
artísticos abiertos a las experiencias
cambiantes del mundo y a los
lenguajes que las hacen visibles. Son
pues, tanto lugares de producción y
generación de propuestas de
creadores actuales como de
investigación y estudio de las
prácticas artísticas contemporáneas”.
Es, pues, necesario un concepto
dinámico de museo basado en el
tejido social que sustenta,
comprometido con la información y
la educación sobre los lenguajes y
discursos contemporáneos, y que
esté en continua comunicación con
otros tipos de instituciones
culturales, estableciendo redes
dinámicas y participativas con otros
museos y centros de su ámbito
nacional e internacional”
“Se están produciendo cambios en
instituciones (antaño) diseñadas como
espacios restringidos para el ‘conoisseur’
educado y el visitante serio: los museos.
Hoy estos procuran abastecer a audiencias
más amplias y desechan su etiqueta de
lugares dedicados exclusivamente a la alta
cultura, a fin de convertirse en sitios de
espectáculo, sensación, ilusión y montaje:
lugares en los que se tiene una
experiencia, antes que lugares en se
inculca el conocimiento del canon y de las
jerarquías simbólicas establecidas”
(Roberts, 1988, citada en Featherstone,
2000; 214).
Por ello, no se considera al museo
como una institución de fronteras
estables sino más bien como “un
paradigma clave de las actividades
culturales contemporáneas”
(Huyssen, 2002; 43). Esta concepción
de museo se inserta en la sociedad
de capitalismo cultural (Rifkin, 2000)
caracterizado por la comercialización
de la experiencia.
En este contexto los
museos y los centro
comerciales se
convierten en
competidores por el
público (entendidos
como clientes)
ofreciendo
experiencias de ocio a
menudo similares.
En esa misma línea, el auge del turismo cultural está haciendo
que los museos y centros comerciales tenga cada vez más
elementos en común: propuestas lúdicas, escaleras eléctricas,
carteles atractivos, tiendas llamativas, etc., y ambos sean
entendidos como lugares para el entretenimiento.
Así se materializa la idea de Andreas Huyssen (2002) de que “el
panorama actual ha enterrado al museo como templo de las
musas para resucitarlo como espacio híbrido, mitad feria de
atracciones y mitad grandes almacenes”, desmitificando su
función como instrumento sacralizador del arte.
Los museos de arte son elementos
dentro de un mundo social y
cultural más amplio: por tanto, los
museos trabajan dentro de límites
políticos y socialmente
estructurados. (Duncan, 1995)
Es importante señalar
que en las últimas
décadas hemos sido
testigos de un fenómeno
de proliferación de
centros, fundaciones,
casas de la cultura y
museos de arte
contemporáneo. Esta
explosión encaja
perfectamente en el
marco del capitalismo
experiencial, donde la
cultura y la experiencia
humana en general
tienen cada vez más peso
como motor económico
(Rifkin, 2000).
“La sociedad del consumo se vuelve
esencialmente cultural, a medida
que se desregula de la vida social y
las relaciones sociales se hacen más
variadas y no están tan estructuradas
por las normas estables
(Featherstone, 2000).
En la sociedad de hiperconsumismo en la que estamos
viviendo, este tipo de espacios o centros se consideran “a
menudo como maravillosos imanes de muchedumbres,
cuya implantación es capaz de estimular el turismo,
activar el sector terciario de la economía, regenerar un
barrio marginal y revitalizar una ciudad en
decadencia”(Lorente, 2002).
Actualmente casi cada ciudad lucha por tener su museo de arte, como si
de una garantía de calidad cultural se tratase. Además en muchas
ocasiones, el hecho de construir un edificio vanguardista, firmado por un
arquitecto reconocido, deja huella en la trama urbana marcándola como
un icono de poder y modernidad.
Los museos se ven obligados a replantearse su dimensión social, cultural
y educativa y, sobre todo a hacer un giro en sus finalidades y funciones.
Sin duda a pesar de se construido como parte de renovaciones
urbanísticas, también se plantean entre sus prioridades producir,
formar, comunicar y difundir la cultura contemporánea (Bernal, 2002).
A pesar de que coexisten diferentes nociones de museo en la actualidad, muy
pocos son ejemplo de ser considerados “espacios políticos”, y por el contrario
son espacios disciplinares y homogéneos (…) que no se plantean una
perspectiva compleja que integre a los visitantes y a los profesionales como
comunidades forjadoras de conocimiento y sus implicaciones en acciones,
programas, exposiciones y recursos. (Padró, 2005).
A pesar de los avances y cambios, los museos son una
estructura moderna y jerárquica cuyo concepto de
educación está lejos de fomentar el pensamiento
crítico de los visitantes ya que su principal objetivo es
instruirlos y, siendo así, fomenta una visión literal,
descriptiva y didáctica de los objetos artísticos (Padró,
2005).

A pesar de todo cada vez más los museos tienden a


priorizar un encuentro directo con el visitante, y por
ellos, la divulgación, el carácter educativo y el sentido
lúdico también forman parte de su misión y suelen ser
una de sus prioridades, pero en cada institución es
completamente diferente.
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