Donde La Vida Se Doblega Nunca

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* Susana Rivera

os que lo hayan hecho saben que seleccionar poemas para una anto­

L logía es una tarea ardua. Hace ya varios meses cuando seleccioné


estos poemas lo racionalicé todo muy bien, tomé notas que ahora
me parecen un poco crípticas, hice cálculos que ya no entiendo, pero
estaba todo, entonces, muy racionalizado y pensado. Luego, cuando
recibí las pruebas, vi algún poema que ya no me parecía tan significativo para lo
que yo intentaba, o constaté con cierta rabia que no había incluido algún poema,
favorito mío, quién sabe ya por qué. Creo que siempre ocurre así y una antología
nunca puede ser una obra perfecta, quizás ni siquiera satisfactoria cuando se trata
de un poeta que tanto admiras, y en este caso además, de la persona a quien amas.
Ángel González era mucho Ángel, y también muchos Ángeles, y yo quería refle­
jarlos a todos, como si de una galería de espejos se tratara, que vendría a ser algo
así como las "galerías del alma" de su tan admirado Antonio Machado. Intenté
recoger aquellos poemas que mejor formaran un conglomerado, en estilo y temas,
de la poesía a la que él se aplicaba, de la poesía que lo apasionaba: "la que vierte su
luz dentro de las fronteras del reino de los hombres, humilde y menesteroso pero
no exento de grandeza y de misterio; poesía que lo ilumina, anuncia y denuncia,
afirma y cuestiona; palabra que no silencia la realidad, que no la margina en los
espacios blancos de la escritura; palabra cargada de razón, de emoción y de cono­
cimiento, de vida y de experiencia: fe de vida".
Ángel fue un buen discípulo, aprendió bien de sus maestros y supo tras­
ladar a su propia obra lo que más le apasionaba de ellos de una manera original y
brillante. De Antonio Machado aprendió que "la poesía es palabra en el tiempo", por
eso sus versos son una fusión de vida y arte, de biografía e Historia. Funde su propia
experiencia vital, es decir, su historia con minúscula, dentro de la Historia con mayús-

Texto leído el 12 de enero del 2009 en la presentación de la antología La primavera avanza en homenaje al poeta
Ángel González en el primer aniversario de su muerte.

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Donde la vida se doblega,

cula, pero se trata de "la vida no corno una noción general y abstracta, sino corno
experiencia humana, como vivencia de un tiempo concreto y limitado". De Machado
nace también su actitud ética y moral que se concreta definitivamente con la lectura
de Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro, entre otros, a quienes empezó a leer al
mismo tiempo que comenzaban a definirse sus ideas políticas. Ángel fue partidario y
defensor incondicional de la literatura comprometida, de la "poesía crítica que sitúe
al hombre en el contexto de los problemas de su tiempo, y que represente una toma
de posiciones respecto a esos problemas". Nunca renunció a la poesía social en la que
se mezclan las preocupaciones sociales y las existenciales, donde se permite "la crítica
irónica a una sociedad caracterizada por la hipocresía, la intolerancia y la represión,
[y] se complementa con la evocación de una infancia literalmente bombardeada,
marcada por la violencia fratricida, que decidió el destino del hombre que emergió de
aquel desastre". Para Ángel esa poesía era no sólo necesaria, sino inevitable.
El tiempo amargo que le tocó vivir hizo de Ángel una persona muy
sensible, pudorosa, y extremadamente privada (espero que eso se respete), no
le gustaba revelar demasiado sobre el hombre que escribía, y prefería que no se
transparentara excesivamente el sentimiento, o sea, no caer nunca en el sentimen­
talismo; eso, junto con la necesidad moral de denunciar una situación intolerable
le dio un buen arma estética al poeta: la ironía, que él cultivó con el doble objetivo
de burlar a la censura y de crear cierto distanciamiento ante las circunstancias más
adversas. Cito a Ángel "La ironía me sirve para marcar la distancia que me separa
de él [se refiere al "personaje poético" que lo sustituye en sus poemas], A veces
trata de engañarme también a mí, pero no lo consigue nunca; sé que su verdad
es el reverso de mi mentira, y yo lo trato como a uno de esos muñecos de magia
negra, a quienes los brujos clavan alfileres para producir dolor en sus enemigos.
Lo que ocurre es que, en vez de clavarle alfileres, yo se los quito".
El Juan Ramón Jiménez que dijo "Intelijencia dame el nombre exacto de
las cosas" le enseñó la importancia de "la emoción ante la palabra bien dicha, el
gusto por la belleza y la precisión del lenguaje" que lo convirtió en el artista, el
maestro de la palabra, capaz de transformar un verso en otro a través de sus pro­
piedades eufónicas, por ejemplo: "y a hierba susurrando como un río" a "y ayer
va susurrando como un río"; o de escribir uno de los mejores encabalgamientos en
lengua española: "Largo es el arte; la vida en cambio corta/ como un cuchillo". (El
lenguaje de Ángel es, en apariencia, sencillo porque se basa en el lenguaje habla­
do, y porque, como Bécquer, creía en la poesía "sin artificio demasiado visible",
pero por debajo se desvela siempre "el gusto por la obra bien hecha: amorosamen­
te, casi artesanalmente trabajada".

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Ese ayer que se desvanece, "el día/ incomparable que ya nadie nunca/
volverá a ver jamás sobre la tierra", es uno de los temas más recurrentes en la
poesía de Angel. Esos son los poemas escritos entre "la nostalgia y la elegía" pero
también "dictados por el miedo" a los efectos corrosivos del paso del tiempo. Su
visión del tiempo, el tiempo puro y el Histórico, es imprescindible para entender
su perspectiva esencialmente dialéctica que oscila entre el áspero y el acariciado
mundo. La caricia es una metáfora de la infancia feliz, pero surge, y hiere, la aspe­
reza cuando la guerra civil lo destruye todo. "La experiencia de la humillación,
de la derrota, de la impotencia" nunca dejó de roerle la memoria y resurgió con
una fuerza demoledora en sus últimos años. Cuando parecía que el tiempo tur­
bulento había pasado ya por su corazón, escribe el poema "Todavía, la memoria
alevosa" donde dice: "Aquel tiempo/ que dejamos por muerto volvió en sí,/ y
me hirió mortalmente por la espalda". Creo que la memoria de aquel tiempo junto
con la conciencia de que le quedaba muy poco futuro explica en gran parte su
libro postumo Nada grave, cuyos poemas componen, citando a su íntimo amigo y
compañero de generación, Francisco Brines, unas "palabras para una despedida".
Ángel se sintió siempre un poco raro en el áspero mundo porque entraba en
abierta contradicción con sus valores que se resumen en las palabras paz, libertad,
justicia, amor, honestidad, bondad... ideales quizás inalcanzables. Se habla mucho
de pesimismo a propósito de su poesía, pero yo me atrevo a contradecir esa opinión
afirmando que no era pesimista en absoluto, ni la persona, ni el poeta, diría incluso que
es la persona más alegre y divertida que he conocido en mi vida. Pero, como él mismo
dijo, era un idealista decepcionado, y como también dijo, escribía cuando estaba en
desajuste con el mundo. Ante dos de las grandes tragedias del ser humano —la guerra y
la muerte— Ángel no podía permanecer indiferente, fue siempre un inconformista ante
los estragos de la Historia y del tiempo; ese sentimiento de extranjería se puede trazar
desde su primer libro hasta el último. Ya en Aspero mundo, publicado en 1956, escribe:

Yo lo noto: cómo me voy volviendo


menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilacliado
y roto por los puños

Para vivir un año es necesario


morirse muchas veces mucho.

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Y con el paso de ese tiempo corrosivo se sentía cada vez más y más extra­ Tan sólo en tus pupilas
ño hasta llegar a sentirse incluso extranjero de sí mismo, aunque yo creo que el compruebo todavía,
mundo también se fue haciendo más raro y extraño, seres humanos como Angel sorprendido,
siempre hubo pocos, y cada vez quedan menos. En 1992 dice en el poema "De la belleza del mundo
otro modo": —y allí, en su centro, tú,
iluminándolo"
Cuando escribo mi nombre,
lo siento cada día más extraño. Aunque veía venir la nube negra que acabó envolviéndolo definitiva­
mente hasta convertirlo en ceniza, Ángel mantuvo hasta el final, hasta su último
¿Quién será ése? suspiro, el inmenso amor que sentía, que sintió siempre por la vida, por el mundo.
— me pregunto. En uno de sus últimos poemas proclama:
Y no sé qué pensar.
Dicen que el agua pasada
Ángel. no mueve molino.
Qué raro." Pero el río de la vida
que pasó
En Otoños y otras luces del 2001 se pregunta: sigue moliéndome vivo,
hecho polvo
Quién es el que está aquí, y dónde: enamorado
¿dentro o fuera? del agua, del agua aquella,
¿Soy yo el que siente y el que da sentido cuyo murmullo lejano
al mundo? aún oye mi corazón.
¿O es el secreto corazón del mundo
— remoto, inaccesible— Ángel se encontraba enfermo, débil, desolado porque
el que me da sentido a mí? veía que la luz de la vida se le apagaba, tanto que en la dedi­
catoria a Nada grave se vio obligado a despedirse de la vida y
Qué lejos siempre entonces ya de todo, de la poesía misma: "Sin ti la poesía/ ya no me dice nada,/
incluso de mí mismo; y nada tengo que decirle a ella". Pero aun así, el deseo
qué solo y qué perdido yo, de morder la vida siguió latiendo siempre en él. En el
aquí o allí." poema titulado "H oy" confiesa:

Pero pocas páginas después se encuentra Si me quedara ánimo trotaría por los campos
siempre la compensación, lo que justifica la existen­ como un caballo joven bajo la luna llena.
cia en un mundo imperfecto: la figura del ser amado, Pero no tengo fuerzas;
compendio del amor en todas sus modalidades, que igual que un elefante centenario
le permite decir, ahora con certeza: "Yo sé que existo —vertebrado, mamífero—
porque tú me im aginas", o: me voy por una senda sin regreso.

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Donde la vida se doblega,

Así manifiesta Ángel su compromiso con la vida misma. Ese amor a la


vida, el amor a las cosas todas, le indujo la firme creencia de que el ser humano
— aunque sea sólo en su esencia— permanece siempre; quien haya pisado esta
tierra deja sus huellas, lo dice muchas veces, por ejemplo: "Todo lo consumado
en el amor / no será nunca gesta de gusanos ... lo que ha ardido / ya nada tiene
que temer del tiempo", o "No creo en la Eternidad./ Mas si algo ha de quedar
de lo que fuimos / es el amor que pasa", o el inolvidable verso que sirve como su
epitafio "Este amor ya sin mí te amará siempre". Ángel permanece aquí, creo yo,
y no sólo en sus versos, sino justamente en el amor que recibió, que fue mucho, y
en el amor que él dio, que fue mucho más, lo sigue y lo seguirá siendo. Quien lo
probó lo sabe. Esa creencia le dio cierta paz incluso en los momentos más oscuros,
por eso pudo enfrentarse a la muerte con la entereza y estoicismo que se ve en
Nada grave.
La voz de Ángel, al menos para mí, se ha integrado a la música de las
esferas. Cuando estoy en Albuquerque y veo las montañas Sandía, paisaje que
tanto le atraía e inspiraba, yo oigo su voz:

En la distancia, el horizonte
arde:
llama.

Responde la montaña con un largo


vagido intermitente:
eco que quema,
brasa.

Su voz permanecerá siempre quemada en esa montaña y grabada en


la memoria. Ángel se creía un músico frustrado, la música era para él como un
milagro que lo estremecía y uno de sus deseos más profundos era que la música
naciera entre sus propias manos. Me satisface mucho saber que lo consiguió, como
también lo saben Pedro Ávila, Pedro Guerra, Joaquín Pixán, Paco Ortega, Miguel
Ríos, y un largo etcétera. En el poema "Calambur" empezamos leyendo y acaba­
mos cantando:

Todo lo que contemplo vibra y arde,


y mi deseo se cumple en mi deseo:

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dore mi sol así las olas y la
espuma que en tu cuerpo canta, canta
—más por tus senos que por tu garganta—
do re mi sol la si la sol la si la.

De todos los Ángeles aquí descritos, al que yo veo con más nitidez, y el
que servirá para mí siempre como modelo y maestro es el poeta del compromiso,
el hombre consecuente con sus convicciones. Me refiero al compromiso político,
ideológico, ético, al compromiso con los otros, con el prójimo; Ángel era un poeta
que nunca se recluyó en una torre de marfil porque creía que los autores buenos
deben tener una actitud solidaria con el mundo. Pero me refiero también al artis­
ta férreamente comprometido con la propia poesía, con la belleza; al que nunca
se rindió ante modas literarias o corrientes estéticas al uso, al que se mantuvo
siempre fiel al concepto de la poesía como expresión artística que nace en torno a
la palabra. Ángel creía que la poesía debía reflejar la experiencia vital, su propia
experiencia que él supo trascender hasta abarcar una experiencia colectiva, poesía
donde el hombre pudiera ver su propio rostro, y así cumplió el compromiso con­
sigo mismo y con sus lectores. Termino con unos versos del poema "La paloma"
que lo definen bien: Ángel fue un buen discípulo, pero también un extraordinario
maestro, yo me suscribo a sus palabras reconociendo que nunca podré expresar
mis convicciones con la misma belleza y precisión.

No en el lugar del pacto, no


en el de la renuncia,
jamás en el dominio
de la conformidad,
donde la vida se doblega, nunca.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Ángel González (1985): Antología temática, Guía para un encuentro con Ángel González, Mieres, Luna de
abajo, Cuaderno de poesía, 3, pp. 70-124.
- (2002): Palabra sobre palabra, Barcelona, Editorial Seix Barrai.
- (2005): La poesía y sus circunstancias, Barcelona, Editorial Seix Barrai.
- (2008): Nada grave, Madrid, Visor Libros.

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