LARENZ, Metodologia de La Ciencia Del Derecho (Parte 1)
LARENZ, Metodologia de La Ciencia Del Derecho (Parte 1)
LARENZ, Metodologia de La Ciencia Del Derecho (Parte 1)
ArielDerecho
C a p ít u l o p r im e r o
LA METODOLOGÍA DE SAVIGNY
como una regla. Savigny rechaza aquí, por tanto, una interpretación “Ideo
lógica” ; el juez no debe atender a lo que el legislador se ha propuesto, sino
sólo a lo que de hecho ha dispuesto; más exactamente: a lo que, como con
tenido de su disposición, ha hallado expresión en las palabras de la ley se
gún el sentido lógico, el gramatical y el que se infiere de su conexión siste
mática. Sólo le es lícito ejecutar la ley, pero no desarrollarla creativamente:
“un perfeccionamiento de la ley es ciertamente posible, pero sólo puede
realizarlo el legislador, nunca el juez” (p. 43): No obstante, Savigny quiere
admitir la analogía. Ésta se basa, explica, en que exista en la ley una regla
especial que regule un caso similar, en reducir ésta a una “regla superior” y
en resolver luego, según esta regla superior, el caso no regulado especial
mente. Este procedimiento se diferencia del procedimiento rechazado de
una interpretación limitadora o amplificadora en que aquí no se añade
nada a la ley, sino que “la legislación se complementa por sí misma” (p.
42). Esto presupone» ciertamente, que la regla más especial, expresada en la
ley, debe ser considerada, en cierto modo, un sustituto de una regla más ge
neral no expresada en la ley, pero contenida en ella según el sentido —una
presuposición que, sin embargo, Savigny no fundamenta más concreta
mente—. No obstante, detrás de esto está evidentemente la concepción, que
por cierto se remonta al Derecho natural tardío,2 de que las reglas “espe
ciales” contenidas en la ley han de entenderse sin excepción como conse
cuencias de ciertos principios más generales y más amplios, a los que pue
den ser reconducidas eliminando lo especial, del mismo modo que surgie
ron en la mente del legislador añadiendo lo especial.
Esta concepción tuvo que sufrir una modificación profunda en el mo
mento en que Savigny —por primera vez en su escrito sobre la “vocación
de nuestro tiempo”— ya no consideró a la ley fuente originaria de todo De
recho, sino a la convicción jurídica común del pueblo, al “espíritu del pue
blo”. La manera en que esta convicción común puede únicamente for
marse, no es evidentemente la de una deducción lógica, sino la de una sen
sación y contemplación inmediatas. Pero éstas no pueden referirse origina
riamente a la norma —comprensible sólo como producto de un pensa
miento racional, por ser ya abstracto-general— o “regla”, sino que sólo
pueden tener por objeto los modos de comportamiento concretos y a la vez
típicos que son observados en general por los ciudadanos, precisamente
por tener conciencia de su “necesidad interna” —es decir, las relaciones de
vida típicas, cuya significación jurídica es conocida—. Estas relaciones de
vida —como, por ejemplo, el matrimonio, la patria potestas, la propiedad
de una finca, la compraventa—, pensadas y configuradas como un orden
2. Sobre la ulterior influencia del Derecho natural (moderno-racionalista) en la Escuela histórica del Dere
cho, cfr. Beyerle, en DRWiss., t. IV, p. 15 ss.; Koschaker, Europa und das römische Recht, p. 279; Thieme, Das
Naturrecht und die europäische Privatrechtsgeschichte, p. 46; Wieacker, Privatrechtsgeschichte..., p. 372 ss.
34 PARTE HISTÓRICG-CRÍTíCA
3. Observa con razón W. Wilhelm, Z ur juristischen Methodenlehre im 19. Jahrhundert (1958), p. 61, sobre
la teoría de la sistemática jurídica de Savigny: “El consecuente abandono de toda sistemática iusnaturalista, tal
como ésta había sido pregonada en la teoría de la Escuela, no fue realizado en la praxis científica”.
36 PARTE HISTÓRICO-CRÍTICA
la ley” (p. 213). A este fin, aquélla tiene que “trasladarse mentalmente al
puesto del legislador y repetir artificialmente su actividad, es decir, hacer
surgir de nuevo la ley en su pensamiento”. Nuevamente vuelven a indicarse
estos cuatro “elementos” de la interpretación: el gramatical, el lógico, el
histórico y el sistemático. No se trata, sin embargo, de cuatro clases de in
terpretación, sino de “diferentes actividades, que tienen que actuar unidas
sí la interpretación ha de conseguirse” (p. 215). El elemento sistemático se
refiere a la “ conexión interna, que enlaza todos los institutos jurídicos y re
glas jurídicas en una gran unidad”. El éxito de la interpretación depende de
que: “primero, nos figuremos viva la actividad espiritual, de la que ha sur
gido la expresión particular de las ideas que tenemos ante nosotros; se
gundo, que dispongamos suficientemente de la contemplación del todo his-
tórico-dogmático, que es el único que puede iluminar esa expresión particu
lar. para percibir al punto sus relaciones en el testo en cuestión” (p. 215).
En comparación con el escrito juvenil llama la atención aquí que el acento
ha sido colocado, y con más intensidad, en lugar de en la “expresión”, en
las “ideas” y en la “ actividad espiritual” —orientada, en último término, a
una “ contemplación” total— de la que ha surgido la regla jurídica.4 En este
desplazamiento del acento se expresa el abandono, condicionado por la
nueva teoría acerca de la génesis del Derecho, del estricto positivismo lega
lista del escrito juvenil.
Este abandono aparece aún más claro si tenemos en cuenta las explica
ciones que hace ahora Savigny sobre el fin o, como él dice, el fundamento
de la ley. También ahora subraya, por cierto, que éste permanece “ sepa
rado del contenido de la ley” y no debiera ser considerado por ejemplo
como una parte integrante de ella (p. 218). Únicamente es lícito su empleo
4. Sin embargo, no me parece acertado contar a Savigny, como las más de las veces ocurre, entre los repre
sentantes de la teoría subjetiva de la interpretación, es decir, de una concepción que ve la misión de la interpreta
ción en la averiguación de un hecho empírico, de la “voluntad”, psicológicamente entendida, del legislador his
tórico (o, en la modalidad de Heck, de aquellos “intereses causales” que la han motivado). Al exigir Savigny que
el intérprete repita mentalmente la actividad del legislador de la que surgió la ley y, de este modo, hacer que la ley
surja de nuevo en su pensamiento, exige de él mucho más que la simple constatación de ciertos hechos, a saber:
una peculiar actividad del espíritu, que necesariamente le tiene que llevar más allá de lo que el legislador histórico
pudo de hecho haberse imaginado con sus palabras. La “libre actividad del espíritu” contenida en la interpreta
ción, dice (System, t. I, p. 207), puede determinarse en el sentido de que “conocemos la ley en su verdad”. En
esta actividad del espíritu, el intérprete ha de dejarse guiar, al igual que el propio legislador, por la “contempla
ción del propio instituto jurídico”; es decir, ha de retroceder, más allá de las ideas del legislador, a la idea jurídica
objetiva realizada en el instituto jurídico. La “teoría subjetiva de la interpretación” desarrollada posteriormente,
cuyos representantes son Windscheid y Bierling, presupone un concepto psicológico de voluntad que estaba aun
precisamente tan lejano de Savigny como el concepto racionalista de ley subyacente a la “teoría objetiva de la in
terpretación” de Binding, Wach y Kohler. Ambas son, cada una en su unilateralidad, expresión de la época posi
tivista, para la cual había dejado ya de ser comprensible la unidad interna —que todavía presupone Savigny— en
tre Derecho y relaciones de vida jurídicamente ordenadas (institutos jurídicos), así como entre razón objetiva y
voluntad del legislador. Identificar la concepción de Savigny con una u otra de estas teorías, ambas condiciona
das por el tiempo, implica malentenderlas necesariamente, precisamente en lo que constituye su peculiaridad y su
grandeza. Con Savigny ocurre algo similar a con Hegel: su pensamiento abarca mucho más de lo que son capa
ces de percibir todos aquellos que posteriormente se adueñaron sólo de uno u otro “momento” y de ello cons
truyeron una doctrina seductora por su simplicidad y falta de contradicción lógica, debido a su unilateralidad,
pero que en realidad violenta la vida en cualquier punto.
LA METODOLOGÍA DE SAVIGNY 37
5. Dice acertadamente Kriele (Theorie der Rechtsgewinnung, p. 71) que, incluso si Savigny hubiera ocasio
nado ia “esterilización de la Ciencia del Derecho” (mediante la “Jurisprudencia de conceptos”), esto, sería una
consecuencia mediata no intentada. “ Su propósito fue el desarrollo orgánico del Derecho.”
C a p ít u l o II
3. Gfr. mi exposición de la Filosofía del Derecho y de! Estado del idealismo alemán en el Handbuch der
Philosophie, t. IV, p. 132.
4. Franz Jerusalem, Kritik der Rechtswissenschaft (1948), p. 130 ss., califica de “sistema impropio” a esta
pirámide de conceptos.
5. En esto radica, en todo caso, la importancia de Puchta para la Metodología jurídica. Wieacker (Privat-.
rechisgeschichte..., p. 400) lo califica con razón de fundador de la clásica Jurisprudencia de conceptos del si
glo xix. Puede quedar en suspenso aquí si es acertado clasificar a Puchta, como ha intentado Hellebrand (ARSP,
t, 58, p. 361), en la línea del “voluntarismo metafísico”. A mi mismo esto me parece muy dudoso. En el método
jurídico de Puchta predomina en todo caso un carácter estrictamente racionalista. Observa acertadamente
W. Wilhelm, op. cit., p. 86: “Savigny procuró siempre mantener en equilibrio el elemento lógico y el elemento
LA “ JURISPRUDENCIA DE CONCEPTOS” DEL SIGLO XIX 41
génesis del Derecho y que, como él, se sirvió de un lenguaje que responde
al pensamiento “organológico” de Schelling y de los románticos. Pero, de
hecho, enseñó el método del pensamiento formal-conceptual. “Las normas
jurídicas particulares que forman el Derecho de un pueblo —leemos en su
Cursus der Institutionen (1,35)— se hallan entre sí en una conexión or
gánica, que ante todo se explica por su procedencia del espíritu del pueblo,
ya que la unidad de esta fuente se extiende a lo por ella producido.” Pero,
súbitamente, y como si fuera evidente, esta conexión “orgánica” de las nor
mas jurídicas (no, como en Savigny, de los institutos jurídicos!),6 se trans
forma en la conexión lógica de los conceptos y esta conexión lógica es, ade
más, considerada fuente de conocimiento de normas jurídicas no conocidas
antes, “ Pues la misión de la Ciencia del Derecho es conocer las normas ju
rídicas en su conexión orgánica, condicionándose unas a otras y proce
diendo unas de otras, a fin de poder seguir la genealogía de las normas par
ticulares hasta la altura de su principio y asimismo descender los principios
hasta sus últimos vástagos. En esta operación, las normas jurídicas se ha
cen conscientes y se sacan a la luz del día las que, ocultas en el espíritu del
Derecho nacional, ni han aparecido en la convicción inmediata de los
miembros del pueblo y en sus acciones, ni en los veredictos del legislador,
que, por tanto, sólo se hacen visibles como producto de una deducción
científica. De este modo, la Ciencia se añade como tercera fuente del Dere
cho a las dos primeras; el Derecho, que mediante ella surge, es Derecho de
la Ciencia, o, por ser sacado a luz mediante la actividad de los juristas, De
recho de los juristas” (p. 36).
Lo que Puchta llama aquí, y en otro pasaje (p. 101), la “genealogía de
los conceptos”, no es otra cosa que la pirámide de conceptos del sistema
construido según las reglas de la Lógica formal. Puchta opina que posee el
“ conocimiento sistemático” por él postulado aquel que “es capaz de seguir
hacia arriba y hacia abajo la derivación de cada concepto a través de todos
los escalones intermedios que han participado en su formación” (p. 101).
Como ejemplo de esta “escala conceptual” aduce el concepto de servidum
bre de paso. Ésta es, primeramente, un derecho subjetivo, “es decir, un po
der sobre un objeto” ; 7 luego un derecho “ sobre una cosa” (nosotros diría-
orgánico del Derecho dentro de la propia sistemática, a fin de impedir el dominio exclusivo de la Lógica. En él se
hallaba todavía una advertencia respecto a la engañosa apariencia de seguridad lógica. En cambio, en la siste
mática de Puchta dominó la Lógica. El ‘conjunto histórico-sistemático’ del Derecho quedó ahora reducido a la
Parte dogmática, es decir, aquí a la Parte lógica”. Al respecto se ha de entender por Lógica siempre la Lógica
formal, según la cual se lleva a cabo la formación del sistema abstracto-conceptual y la subsunción bajo los
conceptos de este sistema; no una Lógica de conceptos concretos orientada a la “naturaleza de la cosa”, como
la de Hegel, y tampoco el pensamiento “organológico” de Schelling y de los románticos, que Savigny había
postulado, pero que nunca había practicado realmente.
6. Existe también por cierto, dice Puchta, un sistema de relaciones jurídicas; pero éstas son “sólo combina
ciones de derechos, de cuyo concepto ha de derivarse el sistema jurídico”. Cómo ocurre esto, se mostrará en se
guida en el texto.
7. Puchta (Lehrbuch der Pandekten, I, p. 28) define: “Existe un derecho (en el sentido subjetivo) cuando un
objeto es entregado por el Derecho (en el sentido objetivo) al poder de una persona”.
42 PARTE HI STÒRICO-CRÌTICA
mos: un derecho real); además, “ un derecho sobre una cosa ajena, es decir,
un sometimiento parcial de la misma” ; la clase especial de sometimiento de
la cosa es el uso, es decir, que la servidumbre de paso pertenece “ al género
de derechos al uso de las cosas”, y así sucesivamente. Ahora bien, es
exacto, ciertamente, que un concepto jurídico, como por ejemplo el de ser
vidumbre, se puede descomponer y definir del modo expuesto. Pero, ¿cómo
pueden conocerse de este modo normas jurídicas, de las que antes aún no
se tenía conocimiento? La opinión de Puchta es la siguiente: cada concepto
superior permite determinados enunciados (por ejemplo, el concepto de de
recho subjetivo: que es “ un poder sobre un objeto”); ahora bien, al subsu-
mir el concepto inferior bajo el superior, valen para él, “forzosamente”, to
dos los enunciados que se hubieran hecho del concepto superior. (Para el
crédito, como una clase de derecho subjetivo, esto significa, por ejemplo,
que es un “ poder sobre un objeto” ; por ello, que tiene que tener un objeto,
que está sometido a la voluntad del acreedor y que pueda pues verse o bien
en la persona del deudor, o bien en la acción por él debida). La “genealogía
de los conceptos” indica, por tanto, que el concepto supremo, del que son
derivados todos los demás, codetermina con su contenido todos los restan
tes. Pero, ¿de dónde proviene el contenido de este concepto supremo? Este
concepto tiene, por cierto, que tener un contenido, si es que de él se han de
obtener determinados enunciados; y este contenido no debe provenir de los
conceptos de él derivados, de lo contrario todo sería un círculo vicioso.
Para Puchta ese contenido proviene de la Filosofía del Derecho; de este
modo consigue el firme punto de partida desde el cual puede edificar de
ductivamente todo el sistema y, con ello, derivar también nuevas normas
jurídicas. Ahora bien, el a priori jurídico-filosófico del sistema de Puchta
es, más en concreto, el concepto kantiano de libertad. De él deriva Puchta,
en los §§ 1 al 6 de su Cursus der Institutionen el concepto de sujeto de de
recho como una persona (en sentido ético), y el de derecho subjetivo como
poder jurídico de una persona sobre otra. Sólo después que, en cierto
modo, ha colgado la cúspide de la pirámide de conceptos en el firmamento
de la Ética, Puchta desciende desde allí al terreno del Derecho positivo y
hasta los últimos subconcept^s jurídicos, con lo cual el contenido ético del
concepto de que se parte se diluye por naturaleza constantemente y pali
dece hasta la incognoscibilidad. Con ello, y éste es el fallo decisivo de la Ju
risprudencia formal de conceptos, las normas jurídicas particulares —por
ejemplo sobre la servidumbre o cualquier otro instituto jurídico— no se en
juician según su fin especial y según su función en la conexión de sentido
del instituto jurídico respectivo o según una relación más amplia, sino sólo
según el escalón en que han de clasificarse en la pirámide de conceptos.
De todo ello resultan dos cosas para comprender a Puchta y, con ello,
para clasificar histórico-espiritualmente la Jurisprudencia formal de con
ceptos. En primer lugar, la edificación deductiva del sistema depende de e
LA “ JURISPRUDENCIA DE CONCEPTOS” DEL SIGLO XIX 43
8. Es, por tanto, inexacto equiparar simplemente Jurisprudencia de conceptos y positivismo, como frecuen
temente sucede. Dice acertadamente Jerusalem, Kritik der Rechtswissenschaft, p. 149, sobre la Jurisprudencia de
conceptos al modo de Puchta: “También los conceptos establecidos por el propio legislador han de derivar su le
gitimación de conceptos del sistema; con lo cual, por consiguiente, la Jurisprudencia de conceptos se presenta en
agudo contraste con el positivismo”. Los conceptos supremos del sistema indican justamente aquel contenido
mínimo que tiene que realizarse en todo concepto jurídico si aun ha de corresponderle la cualidad de concepto
“jurídico”. Pero de esto depende que el legislador no puede establecer el Derecho arbitrariamente —que está en
principio en situación de hacerlo (en el marco de lo fácticamente posible) es la tesis fundamental del “positi
vismo”—, sino sólo en cuanto se mantenga en el marco de los conceptos fundamentales a él previamente dados.
Esta suposición, ciertamente, sólo tiene sentido pleno en tanto los principios supremos del sistema no puedan, a
su vez, ser ellos mismo derivados —inductivamente— del material de experiencia de la materia legal positiva, sino
que puedan hacerse inteligibles y creíbles por otro camino. En el momento en que —debido al concepto positi
vista de ciencia, que todavía quedaba lejos de Puchta— la inducción (o “reducción”) de un material empírico de
experiencia pareció la única manera aceptable de la formación de conceptos, la Jurisprudencia de conceptos tuvo
que caer en aquel juego de esgrima lógico, como pareció, no sin razón, a sus enemigos, como el último Ihering y
especialmente Ph. Heck.
9. Sobre esto S. Marek, Substanz und Funktionsbegriff in der Rechtsphilosophie, especialmente pp. 83 ss.
10. Koschaker, Europa und das römische Recht, p. 278; Wieacker, Privatrechtsgeschichte der Neuzeit, p.
373 s., 400 s.; Cfr. también Fr. Jerusalem, Kritik der Rechtswissenschaft, p. 146 ss.
11. Sobre la relación de Puchta con Hegel, cfr. Schönfeld en Festschrift fü r Binder, 1930, pp. 1 ss.
44 PARTE HISTÓRICO-CRÍTICA
12. Por ello Christa Dulckeit-Von Armin (PhJb, a. 66, p. 80) dice que el método de Hegel “no es deduc-
tivo”, la dialéctica no deduce, sino que es “intuición, experiencia, movimiento que se adapta a la dinámica
interna de la cosa misma”.
13. Cfr. los |§ 3, 212, 214, 216, de la Filosofía del Derecho de Hegel y Gerhard Dulckeit, Philosophie der
Rechtsgeschichte, p. 26 ss.
14. P riva trech tsg esch ich tep. 401.
LA “ JURISPRUDENCIA DE CONCEPTOS” DEL SIGLO XIX 45
15. Citamos según la primera edición (Parte I, 1852; Parte II, 2, 1858).
46 PARTE HISTÓRICO-CRÍTICA
La cosa tampoco mejorará con la comparación, preferida por Ihering, de los concep
tos jurídicos elementales, hallados mediante análisis y abstracción, con las letras del alfa
beto (I, p. 30; II, 2, p. 359 ss.). Oigámosle a él mismo: “Uno de los descubrimientos más
grandiosos, más fructíferos y, al mismo tiempo, más sencillos que jamás ha hecho el es
LA “ JURISPRUDENCIA DE CONCEPTOS” DEL SIGLO XIX 47
píritu humano es el alfabeto... El alfabeto contiene, para el campo del lenguaje, la solución
de una tarea que nosotros, por lo que al Derecho se refiere, hemos calificado antes del pro
blema capital de la técnica: el facilitar el dominio sobre la materia mediante la simplifica
ción de ésta; por ello es obvio preguntar si no es también aplicable aquí el mismo modo de
solución, si la idea del alfabeto es trasladable al Derecho. Pero la idea del alfabeto se basa
en la descomposición y en la reducción de lo compuesto a sus elementos; el alfabeto ha
surgido de la observación de que el lenguaje ha formado toda su riqueza de palabras me
diante una combinación diversa de ciertos sonidos fundamentales, y de que, por tanto, el
descubrimiento y designación de estos sonidos fundamentales es suficiente para componer
con ellos cualquier, palabra... Lo que son las palabras en el lenguaje, eso son las relaciones
jurídicas en el Derecho... La tarea es, aquí como allí, el descubrimiento de estos elementos,
la formación de un alfabeto”. Ihering pasa por alto aquí —y en esto muestra claramente
ser hijo de la época positivista— que los sonidos sólo se convierten en palabras merced al
sentido que el espíritu humano une a ellos, que, por ello, se puede sí reproducir una deter
minada asociación fonética por medio de una combinación de letras; ¡pero con esto nada
se ha dicho todavía sobre el sentido de la misma!
jurídicas (al “tener validez”), sino que tienen, juntamente con todas las pro
posiciones de ellos obtenidas por conclusión deductiva, únicamente un valor
enunciativo teórico; éste se puede estimar tan alto como se quiera; pero de
ello nada se infiere en orden a la validez de estas proposiciones como nor
mas preceptivas. Pues precisamente éste es también el punto en que se
asentó la crítica posterior del propio Ihering a la “Jurisprudencia de concep
tos”, y después la de los representantes de la Jurisprudencia de intereses.19
La gran mayoría de los juristas del siglo xix no participó por cierto de
la aberración pseudocientífico-natural de Ihering; pero el modo de pensar
formal-conceptual y la aspiración a un sistema cerrado de conceptos, en el
sentido de Puchta, siguieron siendo prototípicos. En una nota en su tr a
tado de las Pandectas,20 Bernhard Windscheid, el último sistemático del
“ Derecho común”, da ciertamente su aprobación en conjunto a la descrip
ción hecha por Ihering del método de la construcción jurídica; pero opina
que no encontró el debido reconocimiento. No obstante, Windscheid prosi
gue, en el fondo, la línea de Puchta, si bien con un giro, típico de él y de su
tiempo, hacia el “psicologismo”. Como ha dicho Erik Wolf, vivió todavía
“ en el último crepúsculo del mundo espiritual de Kant y de la cultura de la
época de Goethe”.21 Esto quiere decir que sabía del sentido ético del Dere
cho. El valor y la dignidad del Derecho los vio en que éste “prepara el te
rreno al orden moral del mundo, sólo él hace posible su realización”.22
Ciertamente se “ acabó el sueño del Derecho natural”,23 pero, no obstante,
el Derecho positivo es algo “más que paja, algo más que un soplo que el
viento disipa”. Por tanto, para Windscheid la ley no es simplemente el vere
dicto terminante del legislador, no es sólo un “factum”, sino “la sabiduría
de siglos que nos han precedido” ; lo que en la ley se declara Derecho, lo
había antes “reconocido como Derecho” 24 la comunidad jurídica. Por ello,
tampoco califica a la voluntad de última fuente de todo Derecho positivo
—inmediatamente sólo del Derecho consuetudinario, pero mediatamente
también de la Legislación—, sino a “la razón de los pueblos” (p. 40).25 Para
él el Derecho es, en toda condicionalidad histórica, algo racional y, por
19. Sobre la crítica de Ihering al “método histórico-natural” cfr. las colaboraciones de Ekelóf (p. 27), Hom-
mes (p. 101) y Losano (p. 140) en Iherings Erbe, ed. por Wieacker y Wollschláger, 1970.
20. Citamos la séptima edición, por ser la última cuidada por el propio autor. La nota mencionada está en
la p. 60.
21. Grosse Rechtsdenker..., p. 591.
22. Gesammelte Reden und Abhandlungen, p. 6.
23. Ibidem, p. 9.
24. Ibidem, p. 105.
25. Las páginas se refieren al Lehrbuch der Pandekten.
l a “ j u r i s p r u d e n c i a d e c o n c e p t o s ” DEL SIGLO XIX 49