Fe Conversion y Señorio de Cristo
Fe Conversion y Señorio de Cristo
Fe Conversion y Señorio de Cristo
“Muy cerca de ti está la Palabra, ya está en tus labios y en tu corazón. Ahí tienen nuestro
mensaje, y es la fe.
Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que
Dios lo resucitó de entre los muertos. La fe del corazón te procura la “justicia”, y tu boca,
que lo proclama, te consigue la salvación. La Escritura ya lo dijo: El que cree en él no
quedará defraudado.
Así que no hay diferencia entre judío y griego; todos tienen el mismo Señor, que es muy
generoso con todo el que lo invoca; 13 porque todo el que invoque el Nombre del Señor se
salvará.
14 Pero ¿cómo invocarán al Señor sin haber creído en él? Y ¿cómo podrán creer si no han
oído hablar de él? Y ¿cómo oirán si no hay quien lo proclame? 15 Y ¿cómo lo proclamaran
si no son enviados? Como dice la Escritura: Qué bienvenidos los pies de los que traen buenas
noticias. 16 Pero es un hecho que no todos aceptaron la Buena Noticia, como decía Isaías:
Señor, ¿quién nos ha escuchado y ha creído?
17 Así, pues, la fe nace de una proclamación, y lo que se proclama es el mensaje
cristiano.”
La fe es una verdad revelada, Dios invisible nos habla a los hombres como amigos, y en
en gesto de inmenso amor nos busca para invitarnos a tener una relación. La respuesta
adecuada a esta invitación es la fe. Y sometemos nuestra inteligencia y voluntad a
nuestro Señor cuando adherimos plenamente a lo que Dios nos revela.
Algo muy importante de mencionar es la libertad, Dios nos invita, no nos obliga.
Muchas veces caminar en fe, es caminar a oscuras, como dice San Juan de la Cruz, pero
nunca en las tinieblas.
La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy
lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las
injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y
llegar a ser para ella una tentación.
La fe es la certeza de que Dios nos acompaña por la oscuridad en este mundo hasta que
podamos alcanzar la vida eterna y vivir rodeados de su luz. «La fe es garantía de lo que se
espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1)Mientras tanto, su gracia nos
sostiene, no estamos solos.
imposible para Dios»y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán
bienaventurada (cf. Lc 1,48).
Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió
en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la palabra de
Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.
Nuestra fe es trinitaria, creemos en Dios padre, en su hijo Amado que se encarnó para
vivir entre nosotros y morir por nosotros. Y el Espíritu Santo, la promesa del padre, quien
nos revela quien es Jesús. Porque «nadie puede decir: "Jesús es Señor" sino bajo la acción
del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de
Dios [...] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2,10-11). Sólo Dios
conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.
La fe es una gracia, es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. Pero
también es un acto auténticamente humano, reconocemos creaturas y depositamos en
Dios toda nuestra confianza, adhiriendo a las verdades reveladas.
Nuestra inteligencia y voluntad cooperan con la gracia divina: «Creer es un acto del
entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios
mediante la gracia» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q. 2 a. 9; cf. Concilio Vaticano I:
DS 3010)
El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como
verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la
autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos». Dios ha
querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas
exteriores de su revelación» (ibíd., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf.
Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su
fecundidad y su estabilidad «son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a
la inteligencia de todos», motivos de credibilidad que muestran que «el asentimiento de
la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (Concilio Vaticano I: DS
3008-3010)
La fe es necesaria para nuestra salvación. Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió
para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.).
«Puesto que "sin la fe... es imposible agradar a Dios" (Hb 11,6) y llegar a participar en la
condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que "haya
perseverado en ella hasta el fin" (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna» (Concilio
Vaticano I: DS 3012; cf. Concilio de Trento: DS 1532).
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La fe, comienzo de la vida eterna, nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la
visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a
cara» (1 Co 13,12), «tal cual es» (1 Jn 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna:
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y
revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el
hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por
conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva
“actúa por la caridad” (Ga 5, 6).
Pero, “la fe sin obras está muerta” (St 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la fe
no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
Si queremos tener fe, debemos escuchar (o leer) las promesas de Dios. La fe no viene
cuando oras por ella, cuando ayunas por ella, o cuando alguien impone manos sobre ti
para que la recibas. Sólo viene por escuchar la Palabra de Dios, y una vez que la has
escuchado, aún debes tomar la decisión de creer en ella.
El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla,
testimoniarla con firmeza y difundirla. El servicio y el testimonio de la fe son requeridos
para la salvación: “Todo [...] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también
me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los
hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33)
Más allá de adquirir la fe, nuestra fe también se puede fortalecer. La Biblia menciona
varios niveles de fe, desde poca fe hasta la fe que mueve montañas. La fe crece mientras
la alimentamos y la ejercitamos, igual que un músculo humano. Debemos continuar
alimentando nuestra fe meditando en la Palabra de Dios. La podemos ejercitar al actuar y
reaccionar a todo lo que se basa en la Palabra de Dios. Esto incluye esos momentos
cuando tenemos problemas, preocupaciones y dificultades. Dios no quiere que sus hijos
se preocupen de nada, sino que confíen en Él en toda situación. La fe nace del encuentro
con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el
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que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este
amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de
plenitud y se nos abre la mirada al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don
sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el
tiempo. Por una parte, procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la
memoria de la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz
de vencer a la muerte. Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más
allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y
nos lleva más allá de nuestro « yo » aislado, hacia la más amplia comunión. Nos damos
cuenta, por tanto, de que la fe no habita en la oscuridad, sino que es luz en nuestras
tinieblas. Que nuestra fe crezca para que ilumine el presente, y llegue a convertirse en
estrella que muestre el horizonte de nuestro camino en un tiempo en el que el hombre
tiene especialmente necesidad de luz.
La fe es el medio necesario para conectar con la salvación pues por ella habita Cristo en
nuestro corazón.
Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados y edificados en el
amor.
Efesios 3.17
Sólo Jesús nos salva, pero el medio por el cual esa salvacion llega hasta nosotros es la fe:
Por la fe, pues, hemos sido “hechos justos” y estamos en paz con Dios por medio de
Jesucristo, nuestro Señor. 2 Por él hemos tenido acceso a este estado de gracia e incluso
hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios. Romanos 5: 1-2
A El se refieren todos los profetas al decir que quien cree en él recibe por su Nombre el
perdón de los pecados. Hechos 10: 43
Ustedes han sido salvados por la fe, y lo han sido por gracia. Esto no vino de ustedes,
sino que es un don de Dios. Efesios 2:8
Esta fe, don de Dios, es al mismo tiempo, la respuesta a su iniciativa, que le dice: sí te
creo y acepto al que tu enviaste a este mundo para salvarme.
Es confianza, dependencia y obediencia a Jesús salvador, muerto y resucitado que es el
único mediador entre Dios y los hombres.
La fe es la certeza de que Dios va a actuar, conforme a las promesas de Cristo.
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Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que
Dios lo resucitó de entre los muertos. La fe del corazón te procura la “justicia”, y tu
boca, que lo proclama, te consigue la salvación.
Romanos 10: 9-10
Cuando Pablo habla de corazón y boca se está refiriendo a lo más íntimo como a lo más
externo del hombre. La fe tiene que ser tan profunda como manifiesta.
La fe nos lleva a actuar conforme a lo que creemos, cambiando nuestra forma de vivir, de
otra manera no es fe, sino sentimiento, ideología o creencia.
La fe en Cristo resucitado nos llevará a morir con él para resucitar con él. La fe o se
manifiesta o no es fe. La que no se manifiesta será como un fuego que no calienta y no
quema. La fe debe ser interior y exterior.
Cuando de verdad le crees a Jesús nos subimos a su cruz, muriendo a todo aquello que no
nos deja vivir. Este tipo de fe nos permite ver lo invisible y esperar contra toda esperanza,
ya que todo es posible para el que cree.
Jesús ya realizó de una vez para siempre nuestra salvación, por la fe nosotros aceptamos,
recibimos y hacemos nuestra esa salvación ya ganada por su muerte y gloriosa
resurrección.
Jesús ya nos ganó y nos dio la salvación. Pero eso no es todo.
Nos regaló un cheque que solo podemos cobrarlo en el Banco de la misericordia del Padre
celestial.
Está firmado por el mismo jesús, su firma es una cruz, y es única
La tinta es la sangre de Cristo Jesús
La fecha, el dia de hoy, hoy es el dia de la salvación, mañana podría ser demasiado tarde
La cantidad, una vida nueva, Vida de hijo de Dios.
Es un cheque dirigido a cada uno de nosotros personalmente, no se puede transferir a
nadie.
El Banco de la misericordia de Padre está abierto las 24 horas.
Es un regalo de Cristo Jesús. Es pura gracia. Solo debes tener confianza en que de verdad
la muerte y resurrección de Jesús responden por la Vida nueva, que la sangre de Cristo
tiene suficientes méritos ante el Padre para concedernos lo que el mismo Cristo ganó. La
vida eterna.
LA FE CON LA QUE CRISTO NOS SALVÓ YA NO NOS PERMITE BUSCAR OTROS MEDIOS DE
SALVACIÓN
EXPRESION DE FE CON UNA VELA EN LA MANO
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CONVERSIÓN
La forma más concreta cómo se manifiesta la fe es mediante la conversión.
Hay crisitianos que están cerca de Dios pero que están fríos y en tinieblas porque la
conversión se trata no solo de dejar el pecado ni solo de ser fiel a los mandatos del Señor.
Se trata de entregarle nuestras vidas para que él haga su voluntad. Y se produzca en
nuestra vidas un cambio de vida
Jesús vino a llevarse, enfermedades, miserias, pecados, tristezas, angustias, problemas,
desesperación, falta de sentido a la vida. Todo lo que no nos deja vivir. Vino a llevarse los
enojos, las decepciones, las mentiras, las faltas de perdón, las faltas de amor.
Solo necesitamos poner todo eso que traemos a los pies de su cruz, para que su sangre
redentora rompa las cadenas que nos hacían esclavos.
Cuando Pedro se hundía en las aguas del mar de Galilea pidió ayuda a Jesús, si bien sabía
nadar porque era pescador, prefirió ser salvado por Jesús y se abandonó a él.
Si el pecado nos había hecho romper nuestra relación con Dios, ahora que por Cristo
hemos sido reconciliados con Dios, hemos de romper con el pecado y lo que lo rodea.
La fe nos lleva a renunciar a todo otro medio de salvación fuera de Jesús, así le damos a
Dios la oportunidad de intervenir salvíficamente en nuestra vida, proclamando que no
hay otro nombre para ser salvados.
RENUNCIAS
SEÑORIO DE CRISTO
Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y
comeré con él y él conmigo.
Apocalipsis 3:20
Jesús está a la puerta y espera que le abramos. Él está llamando. El espera que
voluntariamenrte abramos.Es la oportunidad de abrir el corazón
Después de haber sido exaltado a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el don que
había prometido, me refiero al Espíritu Santo que acaba de derramar sobre nosotros,
como ustedes están viendo y oyendo.
Hechos 2:33
Sepan entonces con seguridad toda la gente de Israel, que Dios ha hecho Señor y Cristo a
este Jesús a quien ustedes crucificaron.»
Hechos 2: 36
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CIELO NUEVO Y TIERRA NUEVA
El título de Señor lo ha constituido como dueño absoluto de todo el universo: del pasado,
del presente, del futuro. Hombres, animales y toda la creación están sometidos a él. Es el
vencedor de la muerte y del maligno.
Pero el dominio de Jesús sobre todo el universo debe extenderse de una manera especial y
concreta sobre aquello que creen en su Nombre.
Jesús es el Señor, pero debe llegar a ser efectivamente, mi Dios, mi Señor, mi Rey
Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que
Dios lo resucitó de entre los muertos
Romanos 10:9
Se trata de proclamar el Señorío de Cristo en todas las áreas de nuestras vidas, de no
dejar nada para nadie más, incluidos nosotros, para que Jesús tome todas las decisiones
de nuestras vidas.
El Señorío es completo. Debemos rendirnos ante el. Jesús nos pide todo
El desea establecer su trono en nuestro corazón y ser el rey de nuestras vidas
No basta con que Jesús sea nuestro salvador, debemos aceptarlo también como Señor.
Decidamos entregarlo todo para entregarnos a Jesús.