KULLUPATA

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«Año del buen servicio al ciudadano»

DIRECCIÓN DESCONCENTRADA DE CULTURA CUSCO

ÁREA FUNCIONAL DE PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO COORDINACIÓN


DE CALIFICACIONES DE INTERVENCIONES ARQUEOLÓGICAS

INFORME FINAL DEL «PROYECTO DE INVESTIGACIÓN


ARQUEOLÓGICA KULLUPATA – MARCACONGA»

SANGARARÁ – ACOMAYO

COMPONENTE HISTÓRICO

REALIZADO POR:

LIC. TEÓFILO CUCHO JIMÉNEZ

CUSCO, OCTUBRE DEL 2017


DE LAS SOCIEDADES DEL PERIODO INTERMEDIO TARDIO A LA
CONGREGACIÓN DE AYLLUS EN PUEBLOS DE KULLUPATA Y
MARCACONGA – ACOMAYO – CUSCO.1

La jurisdicción del centro poblado menor de Marcaconga (distrito de Sangarará,


provincia de Acomayo, departamento del Cusco), donde se ubica el sitio arqueológico de
Cullopata o Kullupata, 2 pertenece al antiguo territorio de la nación Canchis. Los cronistas
españoles del siglo XVI, refieren que este espacio antes de la expansión y apogeo de los
inkas ya estaba habitado por varios grupos étnicos, a quienes comúnmente se les ha
denominado como «señoríos», «naciones», «ayllus» o «behetrías». Estos grupos sociales,
aunque rudimentarios, a lo largo de muchos años sentaron las bases de la futura sociedad
que luego forjaron los inkas y españoles. Asimismo, los autores del siglo XVI relatan que
estas organizaciones sociales estuvieron situadas en territorios indefinidos donde cada
grupo mantenía una organización heterogénea.
Entre estas entidades políticas sobresalió: los Canas y Canchis, quienes a decir de
los cronistas se situaron en un amplio territorio al sur este del Cusco. Estos grupos sociales
fueron descritos en forma general, sin especificar en detalle sus características particulares.
Tanto los primeros cronistas de la conquista como los posteriores, destacaron que los
antecesores de los inkas vivían en un estado de barbarie y que solo después del dominio de
los cusqueños alcanzaron un notable desarrollo cultural. Sin embargo, las recientes
investigaciones arqueológicas están identificando vestigios de asentamientos humanos
desde el periodo formativo hasta las sociedades aldeanas del Periodo Intermedio Tardío.
Tiempo después, sobre la base de estas organizaciones se erigió el Estado Inka y cuando
ocurrió la invasión española, esta región no solo conservó su importancia agrícola y
ganadera, sino, proveyó mano de obra indígena a las minas de Potosí, que ocasionó la
descomposición poblacional, como veremos más adelante.
En otro trabajo anterior (referido al vecino distrito de Pomacanchi), ya señalamos
que de acuerdo a los relatos recogidos y narrados por los cronistas del siglo XVI, el
territorio nuclear de los Canchis se extendía desde algún lugar de Quiquijana hasta las
inmediaciones de Combapata y comprendía a muchas aldeas situados a ambos márgenes
del río Vilcanota (Pedro Cieza de León (1553/1946, capítulo: XCVIII). Tanto los cronistas
como los estudiosos contemporáneos destacan que estos grupos se distinguieron por hablar
la lengua aymara, que estaría expresado en muchas de las toponimias existentes en el área
hasta el presente (Sillar y Dean 2002: 212). Aunque, se dice que en realidad hablaron un
dialecto derivado de la lengua de los inkas (Markhan s/f: 65; Bouysse 1987: 114; Glave
1992: 26). No obstante, el cronista indígena Felipe Guaman Poma de Ayala (1615/1980),
da a entender que los Canchis junto a sus vecinos los Canas hablaban un dialecto especial,
llamado Canchecana. Los estudios recientes han resaltado que los Canchis después de ser
incorporados al Tahuantinsuyu, adoptaron el idioma quechua como lengua oficial (Bouysse
1987; Glave 1992).

1
Investigación realizada por el Lic. Teófilo Cucho Jiménez, de la Escuela Profesional de Historia, Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales-UNSAAC.
2
Sobre la escritura del nombre, debemos señalar que en los títulos de la Comunidad de Marcaconga de 1657
y en diversos documentos de archivo, la denominación apropiada es Cullopata y no Kullupata, como ahora se
escribe.
Sociopolíticamente se piensa que los Canchis siempre interactuaron con sus
vecinos, los Canas, con quienes formaron una confederación (Sillar y Dean 2002: 212;
Glave 1992: 26). Aunque, los datos históricos mencionan que cada grupo tuvo diferentes
grados de integración, ya que no siempre convivieron en armonía, sino, por el contrario se
hallaban en constantes enfrentamientos bélicos (Cieza de León 1553/1946, capítulo:
XCVII). Esto habría sido la razón fundamental para que edificaran sus aldeas o pukaras en
las partes altas de los cerros, al menos hasta los tiempos de los inkas Wiracocha y
Pachacuteq, respectivamente, épocas en las que recién se habrían establecido en las fértiles
tierras del valle, alcanzando un notable desarrollo (Glave 1992; Sillar y Dean 2002). No
obstante, bajo el dominio de los inkas, ambos grupos dejando a un lado sus antiguas
rivalidades habrían formado una alianza, llegando a compartir una identidad y tradición
cultural común, expresado en el acceso al territorio, forma de las viviendas, estilos de
cerámica, uso de las vestimentas, lengua, practicas funerarias y organización de
asentamientos semejantes (Glave 1992; Sillar y Dean 2002).
Asimismo, se acepta ampliamente que bajo el dominio de los inkas estos grupos
sociales estuvieron organizados jerárquicamente. Dentro de este contexto se sugiere que
este espacio estaba organizado dualmente. Es decir, cada nación o señorío estaba dividido
en dos grandes sectores, bandos o mitades opuestos/complementarios, donde cada
parcialidad dispersa formaba parte del: Urcusuyu y Umasuyu (Cieza de León 1553/1946,
capítulo: XCVIII; Capoche 1959: 140; Bouysse 1987; Glave 1992). Por ejemplo, Luis
Capoche (1959) al hacer la relación de los indígenas mitayos de fines del siglo XVI (1585),
describió a los pueblos situados en ambas parcialidades. Vale decir, los diversos pueblos de
esta región estaban organizados dualmente: unos en las partes altas y los otros en las zonas
bajas o llanas (ver el siguiente mapa).

DISTRIBUCION TERRITORIAL DE LOS PUEBLOS CANCHIS


Fuente: Bouysse 1987: 211. Ubicación y distribución de los pueblos Canchis: Urcu (derecha) y Umasuyu
(izquierda), y otros señoríos aymaras durante el periodo Inka (mapa realizado a partir de la lista de mitayos de
Luis Capoche, 1585/1959).

Según el cronista Pedro Cieza de León, en tiempo de los inkas, tanto política como
ideológicamente los pueblos situados en la parte del Urcusuyu tenían mayor reputación que
los del Umasuyu, pues no solo estaban relacionados a las alturas y/o a los cerros, sino,
también estaban emparentados a los guerreros del Inka y representaban a la parte
masculina; mientras los Umasuyu eran los subordinados y simbolizaban a las tierras bajas o
a la feminidad.
Esta forma particular de organización de las sociedades andinas aun estaba vigente
para 1585, cuando Luís Capoche hizo la relación e identificó a los pueblos que enviaban a
los indígenas mitayos a las minas de Potosí. Muchos de estos pueblos actualmente siguen
localizados y distribuidos según la tradicional forma de organización espacial andina, sino,
veamos el siguiente cuadro.

PUEBLOS URCU Y UMASUYU (1585)


Canchis Urcusuyus Canchis Umasuyus
Yanaoca Chicacope, Chilaui
Pomacanchi (de la encomienda de Diego de los Ríos) Cangalla
Pomacanchi (de la encomienda de Pedro Arias). Tinta
Sangarará Cumpapata de Cazalla
Cullupata Cumpapata de don Antonio
Acopía
Yaucata y Huarachapi
Chachaca
Fuente. Luis Capoche 1959: 139.

De acuerdo al cuadro antecedente, el territorio de los Canchis estaba integrado por


diferentes «señoríos» o «naciones» que indistintamente ocupaban diferentes pisos
ecológicos. Pero, simbólica e ideológicamente cada uno de estos pueblos estaba distribuido
según la tradicional organización andina. Los recientes estudios han destacado que una de
las características de las sociedades prehispánicas fue precisamente esta forma de
organización, que en otras partes del ande se conoce como arriba/abajo, derecha/izquierda
y/o como masculino/femenino, etc. Incluso muchos pueblos actuales siguen organizados de
esta forma y por eso no nos extraña que para 1585, siguieran vigentes.
Aclarando que si bien estas sociedades prehispánicas se asentaron en territorios
específicos, ello no fue obstáculo para que no se extendieran fuera de sus tierras de origen
(Sillar y Dean 2002: 209). Es decir, los habitantes de estos pueblos no se limitaron a
desarrollar sus actividades en los alrededores de sus comarcas, sino, también accedieron a
tierras dispersas en diferentes lugares: valles y montañas, con climas distintos, desde donde
obtuvieron variados recursos para auto sostenerse.
Si bien hasta unas décadas atrás, poco o casi nada se sabía de estos grupos humanos,
a excepción de los relatos de los cronistas; las últimas investigaciones arqueológicas están
evidenciando las características y la dinámica social de estos pueblos, ya sea a través del
estudio de los estilos de cerámica o de los patrones de asentamiento. Por otro lado el
hallazgo de documentos de la administración colonial española, como: las visitas, reparto
de tierras, títulos y otros, igualmente están permitiendo explicar mejor el proceso evolutivo
de estas sociedades (Cuba 2001; Jiménez 2002; PQÑ 2007; Espinoza 2012; 2015; 2016).
Dentro de esta perspectiva, los primeros resultados de los pocos y aislados trabajos
arqueológicos sugieren que el desarrollo cultural de las entidades socio-políticas que
habitaron el ámbito provincial de Acomayo y más concretamente el contorno de Sangarará
y Marcaconga, estaría relacionado al predominio de la cerámica Killke. Es decir, las
organizaciones sociales al que estamos haciendo referencia se habrían desarrollado entre
los 1000 a 1400 años d. C., etapa a la que los arqueólogos han denominado como el periodo
Killke o Periodo Intermedio Tardío (Bauer 2008; Sillar y Dean 2002). Incluso, las recientes
investigaciones están identificando rastros de asentamientos y elementos culturales
pertenecientes al Periodo Formativo, Horizonte Medio (desarrollo y expansión de
Tiahuanaco, Wari) y el Horizonte Tardío (ocupación y dominio Inka).3 De tal manera que
previo al advenimiento de los inkas y luego de los españoles, este ámbito ya estaba poblado
densamente, sobre la que después se erigió la provincia del Collasuyu, primero, y luego el
corregimiento de Quispicanchi.
Seguramente los proyectos de investigación arqueológica en curso y las posteriores
que se efectuaran por parte de la Dirección Desconcentrada de Cultura Cusco y/o de otras
instituciones culturales, nos permitirán entender y conocer las características socio
culturales de estas sociedades. Sin olvidar, que desde el año 2012 hasta el presente un
equipo de arqueólogos encabezados por el Lic. Héctor Espinoza Martínez, están realizando
excavaciones arqueológicas por temporadas cortas, los cuales están confirmando que en el
sitio arqueológico de Kullupata hubo una secuencia de ocupación prehispánica desde el
Periodo Formativo hasta el Horizonte Tardío. Es probable que los resultados de estas y
otras investigaciones nos mostraran una nueva perspectiva sobre los pueblos que se
desarrollaron en este ámbito regional.

Expansión y dominio Inka.-

Como ya queda dicho, la provincia de Acomayo y concretamente la jurisdicción del


distrito de Sangarará y del centro poblado menor de Marcaconga, antes del arribo de los
inkas ya estaba habitada por un conjunto de comunidades aldeanas relativamente
autónomas, donde cada comarca estaba constituida por dos o más parcialidades
opuestos/complementarios. Esta pluralidad de ayllus estuvo organizada en una gran
«Confederación de ayllus», dirigidas por grupos o naciones más poderosos genéricamente
denominados como los Canas y Canchis. Particularmente este último grupo estuvo
emplazado en los actuales espacios de Sangarará y Marcaconga.
Las fuentes etnohistóricas refieren que esta coalición de naciones estaba integrada
por una pluralidad de pequeñas «poblaciones y rancherías», quienes, como ya dijimos, vivían
en continuas guerras por el dominio del agua y de las tierras (Cobo 1653/1964. Libro 12,
capitulo I). Aunque algunos estudiosos proponen que esta confederación fue el resultado de
las políticas incaicas de reorganización del espacio. Lo cierto es que las recientes
investigaciones arqueológicas y los documentos etnohistóricos están corroborando que esta
confederación de naciones se constituyó sobre la base de las antiguas organizaciones
sociales (Sillar y Dean 2002).

3
La ocupación continua e intensa de esta zona por parte del hombre, desde la época del formativo hasta el
Periodo Intermedio Tardío (dominio Inka), ha sido puesto de manifiesto por Luís Cuba (2001) y Héctor
Espinoza Martínez (2012, 2015, 2016).
Históricamente, el desarrollo cultural de los pueblos de la nación Canchis, por
consiguiente de Sangarará y Marcaconga, correspondería a los primeros momentos del
desenvolvimiento de los míticos y legendarios inkas, desde Manco Cápac hasta el gobierno
del Inka Wiracocha. Periodo que estaría vinculado al desarrollo e influencia de cerámicas
de estilo Killke (1000-1400 d. C.), sobre un extenso territorio de la región del Cusco. Los
relatos confusos y contradictorios de los cronistas no nos permiten precisar bajo el gobierno
de qué Inka o inkas se incorporaron estas poblaciones a los dominios del Tahuantinsuyu, ya
que por ejemplo, para el cronista indígena Felipe Guaman Poma de Ayala (1615/1980), en
tiempos del Inka Sinchi Roca se conquistó las actuales zonas de Sangarará y Marcaconga.
En tanto, Garcilaso de la Vega (1609/1976, capitulo XX), atribuye al primer Inka Manco
Capac y a su hijo Sinchi Roca, como los que redujeron más de cuarenta pueblos situados en
ambos lados del camino Real de Collasuyu (incluido el actual Marcaconga). Por su parte,
Pedro Cieza de León (1553/1946), indica que el ejército incaico sometió militarmente a los
pueblos de este ámbito cuando Wiracocha gobernaba en el Cusco. En tanto, Pedro
Sarmiento de Gamboa (1572/1965), sugiere que el Inka Pachacuteq logró someter
definitivamente a las poblaciones asentados en el actual espacio de Sangarará y
Marcaconga.
Lo anterior, sugiere que el Estado Inka empezó a desarrollarse desde épocas
tempranas como una confederación de pequeños grupos sociales hasta alcanzar una
organización imperial. Asimismo, los datos históricos refieren que la conquista incaica de
esta región no fue nada fácil ya que desde un principio los inkas tuvieron muchas
dificultades para someter a las poblaciones locales; solamente después de prolongadas
guerras y/o a través de la persuasión se habrían logrado dominarlos, para luego formar
alianzas estratégicas en tiempos del Inka Pachacuteq (Cieza de León 1553/1946, capitulo:
XCVII; Inca Garcilaso de la Vega 1609/1976).
Sea lo que fuere, lo cierto es que los inkas para consolidar su poder en la zona,
reconstruyeron y/o edificaron nuevos asentamientos humanos como el de Waqrapukara,
Poqhoserqa, Tullumoqo, Espillico pata, Yananpampa y el mismo Kullupata, donde se han
descubierto y comprobado estructuras, cerámicas y contextos funerarios de filiación Inka.
Es posible que desde estos lugares se haya controlado a las sociedades locales, ya que para
tener a un pueblo sumiso y leal, los inkas tuvieron que implementar varias estrategias. Uno
de ellos consistió en otorgar ciertos privilegios ya sea a través de la reciprocidad o mediante
la redistribución de bienes y servicios, así como emparentarse a través de las alianzas
matrimoniales. En nuestro caso, al parecer los inkas, a más de lo dicho anteriormente,
emplearon también la política de los mitimaes o mitmaq, o traslado de poblaciones
originarias a otras regiones.
Las recientes investigaciones históricas y antropológicas han evidenciado que
durante la época incaica las poblaciones originarias de los actuales espacios de Sangarará,
Marcaconga y zonas aledañas, fueron trasladadas a otros lugares bajo el sistema de
mitimaes o mitmaq. De acuerdo a las investigaciones de Jefrey A. Gamarra (1984),
Lorenzo Huertas (1990) y Enrique González Carré (1992; 2002), los habitantes de la nación
Canchis fueron reubicados en diferentes lugares del actual departamento de Ayacucho. A
diferencia de los mitmaq Canas, que por su lealtad al Inka fueron llevados a las zonas
inmediatas del Collao (Sillar y Dean 2002: 232); los pobladores Canchis, especialmente de
los sitios de Sangarará y Marcaconga, fueron desplazados a diferentes zonas de Ayacucho.
La procedencia de estos hombres en la región de Ayacucho ha sido puesta de
manifiesto por los tres autores antes mencionados, quienes encontraron diversos grupos
étnicos provenientes de la zona Sur del Cusco, entre ellos: los Chilques, Papres, Caviñas y
Canas-Canchis. Entre los cuales se identificaron a los Acos, quienes dieron origen al actual
pueblo de Acos-Vinchos; los Papres, que poblaron las zonas actuales de Tiquihua. Hualla y
Cayara; los Canchis, que se ubicaron en territorios de la actual provincia de La Mar; los
Canas, que fueron ubicados en los territorios de los actuales pueblos de Pomabamba,
Quispillacta y Totos; los Collas, Chilques, Cañaris, entre otros, quienes habrían sido
trasladados por el Inka Pachacuteq para asegurar la conquista y lograr la colonización del
territorio Ayacuchano.
No sabemos con certeza por qué los pobladores de esta misma zona geográfica
fueron trasladados a Ayacucho, tampoco tenemos noticias si fueron trasplantados
voluntaria o compulsivamente. En todo caso los motivos habrían sido dos básicamente: a).-
la necesidad del Estado de imponer un solo modelo o patrón de organización similar al de
la capital del Imperio, y b).- desconcentrar la numerosa población asentada en solo ámbito
trasladando la población excedente hacia la región de Huamanga (Gamarra 1983: 61).
Asimismo, desconocemos si estos pobladores reubicados fueron netamente del lugar o
fueron poblaciones migrantes provenientes de otros sitios.
Ahora falta saber sí los pobladores ya sean originarios o migrantes de este ámbito,
fueron llevados a Ayacucho ¿con qué otro grupo de mitmaq se repobló el territorio
disturbado? Por ahora resulta difícil contestar a esta pregunta; sin embargo, las recientes
investigaciones sugieren que después del ocaso de la población provocado por la conquista
incaica existió un periodo de recuperación demográfica y económica. Este notable
desarrollo estaría expresado en un crecimiento de la población local y el reflejo de ello sería
la reocupación de las antiguas aldeas y la construcción de nuevos asentamientos
monumentales como en el caso de Waqrapukara, y de algunos sitios rústicos: Poqhoserqa,
Tullumoqo, Espillico, Yananpampa, Hatun Q´ero y el mismo Kullupata; que presentan
estructuras de características inkas. Esto demostraría que efectivamente durante la época
Inka fueron re ocupados. Es probable que los inkas desde estos sitios ejercieran control
indirecto de la población local. Es decir, el tamaño y calidad de las edificaciones sugieren
que no fue necesaria la presencia de los funcionarios estatales, sino, se delegó funciones
ejecutivas y legislativas a las autoridades locales, quienes seguramente se encargaron de
cobrar los tributos y de ejecutar las obras estatales.
Asimismo, hay evidencias de que la frontera agrícola se amplió, lo cual indicaría
una mayor organización social regional que implicó el auge de la producción de cultivos,
especialmente de la asociación de tubérculos, así como el aumento de la ganadería con el
consiguiente incremento del pastoreo (Cuba 2001; Espinoza 2016). Cabemos destacar que
muchos de los pueblos mencionados por los cronistas, siguieron coexistiendo durante la
época incaica y colonial española, incluso algunos de ellos siguen vigentes hasta el
presente, como en los casos de los vecinos pueblos de Pomacanchi, Acos, entre otros.
Otra huella imborrable que dejaron los inkas en esta zona es lo concerniente a la
organización del espacio. Hecho por el que los territorios de este ámbito fueron
incorporados a la división geopolítica del Collasuyu, ubicada al sur este de la ciudad del
Cusco. Desde entonces se podría decir que los pueblos de Sangarará, Marcaconga y
muchos otros, quedaron anexados a esta extensa provincia. Aunque, como explicaremos
más adelante, en la memoria de los pueblos ubicados a diez leguas de distancia de la ciudad
del Cusco descrita por el corregidor de entonces Gabriel Paniagua de Loayza (en 1596), se
indica que la provincia de Quispicanchi en general (donde estaban localizadas ambos
pueblos) abarcó además del Collasuyu, una parte del Antisuyu (Quiquijana) y Contisuyu
(Papres).
Pero, sin duda el mayor legado de los inkas en la jurisdicción de Sangarará y
Marcaconga, fue el Qhapaq Ñan, sistema de caminos incaicos que unía a diferentes pueblos
y atravesaba diversos accidentes geográficos: valles, quebradas y mesetas alto andinas. De
hecho, como anotan Bill Sillar y Emily Dean (2002: 236) estos caminos deben haberse
usado por generaciones, mucho antes de los inkas, ya que hay evidencias de que no solo se
habilitaron y mantuvieron algunos tramos de los antiguos caminos, sino, construyeron otras
vías para enlazar a los más distantes pueblos de la región. La importancia de esta red vial
habría radicado en dos hechos fundamentales: a).- sirvió para facilitar el traslado al Cusco y
las provincias (y viceversa) de grupos militares, civiles y para la redistribución de bienes,
cultivos y materiales, y b).- por que permitía vincular a los diferentes sistemas ecológicos
verticales existentes a lo largo y ancho de la ruta (Ann Kendall 1991).
En el ámbito de nuestro estudio, el Qhapaq Ñan, recorría longitudinalmente y unía
varios pueblos a través de otras vías transversales o secundarias. Este camino denominado
en las fuentes coloniales como el «Camino Real Alto Cusco – Potosí», se desplazaba
paralelamente al «Camino Real que va a Potosí» o «Camino del Inga al Collasuyu» (que
recorría por los pueblos del valle del río Vilcanota). El camino al que estamos haciendo
referencia iniciaba su recorrido en el valle del Cusco, pasando por los actuales
asentamientos humanos de Wimpillay, Tankarpata y otros, hasta llegar al sitio
arqueológico de Wamichaka o Inkaraqay, donde se bifurca en dos rutas: uno con dirección
hacia los pueblos de Sangarará, Yanaoca, Langui y el otro hacia Paruro (PQÑ 2007: 47).
Este camino en los documentos coloniales fue más conocido como Camino Blanco o
Camino que va al pueblo de Paruro de la provincia de Chilques y Masques, o Camino Real
que va a los Papres.4 Que a partir del sitio de Inkaraqay iba con dirección a los pueblos de
Sangarará y Marcaconga con rumbo a la Villa Rica de Potosí y por extensión a los pueblos
de la provincia de Charcas o Collasuyu.
A estos dos caminos principales estaban unidos muchas otras vías, como el camino
llamado Hatun Ñan, que recorría por esta zona en paralelo al anterior, pero por las alturas
de la laguna de Pomacanchi y Acopía, para luego llegar al pueblo de Mosoqllacta y
Tungasuca. Asimismo, existía una red de caminos transversales o secundarios, como el
Camino Real que iba de Pomacanchi al pueblo de Santa Lucía, pasando previamente por el
sector de Ccoya apacheta.5 O el que desde el sector de Chacamayo (Mosoqllacta) se dirigía
hacia Combapata y viceversa.6 Así como la ruta denominada «Machu Ñan» que unía a los
pueblos de Marcaconga y Pomacanchi, o el que articulaba Sangarará con Huayqui y Santa
Lucía, etc.
Luego, cuando se produjo la conquista española, este «Camino Real Alto» a la
provincia del Collasuyu o a la Villa de Arequipa, al igual que el «Camino del Inga» que
recorría por el valle del río Vilcanota, fueron provistos de ciertas instalaciones: los tambos.
Que a partir de la década de 1540, quedaron establecidos para servir de control estatal de

4
ARC. Protocolos Notariales N° 99, 1655, Juan Flores de Bastidas. Protocolos Notariales N° 140, 1655,
Martín López de Paredes, entre otros.
5
Expediente de deslinde y titulación de las tierras de la comunidad de Santa Lucía, distrito de Pomacanchi,
provincia de Acomayo, departamento del Cusco. Proyecto Especial Sierra Centro Sur del Ministerio de
Agricultura-Cusco, 1986.
6
Cucho Jiménez, Teófilo. Informe de investigación histórica, para la propuesta de restauración y puesta en
valor del camino prehispánico tramo Mosocllaqta sector llamachaqui-Combapata. INC. PQÑ-UF. 2009.
los viajeros. De acuerdo a los informes de Vaca de Castro, para 1543, los tambos asociados
a esta red vial ya estaban abandonados desde los tiempos del Inka Huayna Capac, razón por
la que se volvieron a re instalar, para socorrer a los viajeros que se desplazaban por esta vía
con dirección a distintos pueblos de la región. En nuestro caso, el tambo de Pomacancha
[Pomacanchi] fue el principal establecimiento de control y albergue de los viajeros que
trajinaban por esta jurisdicción (Baca de Castro 1543/1908). Años más tarde, este tambo al
igual otros, se convirtió en la sede principal de la reducción de indígenas que
paulatinamente fueron creándose (Sillar y Dean 2002: 237).

RECORRIDO DEL QHAPAQ ÑAN POR SANGARARÁ Y MARCACONGA

Fuente. PQÑ 2007. Recorrido del Qhapaq Ñan por la región del Collusuyu y por las inmediaciones de
Sangarará y Marcaconga. «Camino Real a Potosí» o «Camino del Inga» por el valle del rio Vilcanota (color
amarillo). «Camino Real Alto Cusco-Potosí» o «Camino a la Villa de Arequipa» (color rojo), que al pasar por
Marcaconga se divide en dos ramales: uno, continuación del camino real alto y el otro, por las alturas de la
laguna de Pomacanchi denominado como «Machu Ñan» o «Hatun Ñan».

En consecuencia, las recientes investigaciones arqueológicas están evidenciando


que la historia prehispánica de esta región fue muy dinámica. Ya que nos permiten deducir
que las organizaciones sociales situados en la jurisdicción de Sangarará y Marcaconga,
antes de ser sometidos por los inkas, atravesaron por un largo proceso de transformación
socio político, desde las épocas antiguas hasta alcanzar una organización macro regional
(Periodo Intermedio Tardío). Tiempo durante el cual, los pueblos de esta zona formaron
una de las confederaciones más importantes al Sur del Cusco, constituidos por una
diversidad de pequeños y grandes ayllus o curacazgos.

De conquistadores a encomenderos: repartimiento de Sangarará y Cullopata.-

Inmediatamente después de la invasión, la preocupación de los españoles se centró


en el oro, pero luego exigieron la concesión de determinados bienes y servicios, como las
encomiendas. Que en sus inicios se caracterizó por la prestación de servicios personales de
los indígenas al encomendero, quienes a cambio quedaron obligados a instruir en la
doctrina cristiana y el buen trato de los naturales.
En el caso de la provincia del Collasuyu y más concretamente de los pobladores de
Sangarará y alrededores, la presencia de los hispanos planteó nuevos retos a los
conquistadores y a los propios indígenas, no solo en cuanto al manejo y control de los
diferentes pisos ecológicos, sino, principalmente en el destino de las numerosas
poblaciones ubicadas en las zonas aledañas.
Dentro de esta perspectiva, inicialmente los pobladores de nuestra región como de
otras partes del territorio nacional fueron repartidos o encomendados a un determinado
español para el que trabajaban un número fijo de indígenas provenientes de diferentes
ayllus o pueblos. Por ejemplo, había encomiendas enormes (los lupaca, en Puno) y
pequeñas (huaro, en Cusco). Asimismo, hubo encomiendas que abarcaron un solo pueblo y
en cambio otras involucraron hasta doce o más pueblos. De todos ellos un pueblo era el
principal o cabecera del repartimiento, mientras los demás quedaron anexados al pueblo
principal. Desde entonces se crearon las dependencias administrativas, puesto que el pueblo
principal fue el eje de todas las operaciones comerciales y sede del poder político colonial
(Espinoza 1981: 135). De igual modo, la palabra encomienda fue utilizado también como
sinónimo de repartimiento a lo largo de los siglos XVI y XVII; de ahí que comúnmente se
denominara como «repartimiento de indígenas» o «encomienda de indígenas» (De la Puente 1992:
14-15).
En nuestro caso, los estudios de David Cook (1975) y de José de la Puente Brunke
(1992), han evidenciado que en la actual jurisdicción de la provincia de Acomayo (donde
están ubicadas Sangarará y Marcaconga), se crearon y concedieron muchas encomiendas
desde los tiempos del marqués Francisco Pizarro (1540) y durante el gobierno del virrey
Andrés Hurtado de Mendoza, primer marqués de cañete (1555-1561). La concesión de las
primeras encomiendas tuvo por finalidad controlar a la población local. Con este propósito
Francisco Pizarro en 1540, nombró varios visitadores para que recorrieran diversas regiones
del territorio peruano. El objetivo de estas visitas era reformar la concesión de las
encomiendas que anteriormente ya habían sido consignadas bajo la forma de «depósitos».
Con esta visita se pretendía regular el tributo de los indígenas, para lo cual los visitadores
debían de registrar al detalle la cantidad de aborígenes que cada pueblo daba al
encomendero. Para el cumplimiento de este dispositivo, Pizarro, dio varias instrucciones a
los visitadores, quienes debían de visitar diferentes pueblos casa por casa e interrogar a los
caciques qué cantidad de indígenas estaba sujeta a ellos (De la Puente 1992: 21).
Todo indica que como consecuencia de esta visita los indígenas de Sangarará y
Cullopata, fueron entregados a un encomendero. Esto se colige a partir de las ordenanzas de
tambos del licenciado Cristóbal Baca de Castro, quien en 1543, expidió una ordenanza para
re establecer el servicio de tambos a lo largo del camino del Collasuyu. En esta disposición
ordenó a los encomenderos de la zona dar sus indígenas para el auxilio de los pasajeros que
trajinaban por este lugar. Por entonces los encomenderos de Sangarará y Cullopata fueron
obligados a enviar un número determinado de sus aborígenes el tambo de Pomacanchi, que
estaba en las proximidades de ambos repartimientos. Lamentablemente desconocemos el
nombre del primer encomendero, principalmente de Sangarará, ya que la información
disponible no lo menciona, tampoco sabemos cuántos naturales fueron obligados a asistir a
este tambo.
Posteriormente, los indígenas de Sangarará fueron encomendados a la Real Corona,
consignado a los ejércitos de las lanzas (De la Puente 1992: 375), suponemos que por la
muerte del titular quedaron vacantes y entregados a la Corona. Luego, en 1559, este
repartimiento fue concesionado a don Rodrigo de Esquivel y Cueva (padre), por los días de
su vida, a quien le encomendó el virrey Andrés Hurtado de Mendoza, primer marqués de
cañete. Años después, en 1571, cuando se realizó la visita general del virreinato, este
repartimiento ya estaba en poder de Rodrigo de Esquivel y Zúñiga (hijo). Por entonces, se
hallaron 312 indígenas tributarios, 75 viejos y/o incapacitados de pagar las tasas de tributo,
387 muchachos menores de 17 años, 994 mujeres de todas las edades y estados; que en
total sumaron 1768 personas (Cook 1975: 158).

ENCOMIENDA Y ENCOMENDEROS DE SANGARARÁ

Encomiendas y Titulares Fecha de Indios Tributo Libre de costas


Tasación Tributarios
Real Corona (consignado a los Lanzas) ¿?
Rodrigo de Esquibel y Cueva (1 vida) 1559 ¿?
Rodrigo de Esquibel y Zúñiga (2 vida) 1572 312 972
Real Corona (consignado a los Lanzas) 1602 199 499.1
Fuente: De la Puente 1992: 375.

Del cuadro anterior se desprende que del total de los indígenas tributarios
empadronados en 1572, se sacaron dos individuos para el cargo de caciques y los restantes
quedaron obligados a pagar sus tributos de 1395 pesos de plata ensayada y marcada al año.
Además, los indígenas tributarios debían de proveer con 20 carneros de la tierra (llamas),
120 aves de castilla y de confeccionar obligatoriamente 60 piezas de ropa de abasca con las
lanas entregadas por el encomendero. En consecuencia, cada indígena quedó gravado a
pagar cinco pesos, que sumaban al año 1550 pesos de plata ensayada y marcada. Teniendo
en cuenta que de acuerdo a las provisiones establecidas, del dicho monto se sacaron y
descontaron para los salarios de las justicias, defensores de los indígenas y de los propios
caciques; quedando el monto liquido de 972 pesos, que debían de pagar los indígenas al año
a su encomendero (Cook 1975: 158).
Luego, en 1602, al parecer por la vacancia del encomendero titular, los indígenas de
Sangarará de vuelta fueron encomendados a la Real Corona que nuevamente los consignó
para solventar a los ejércitos de los Lanzas. En esta época se registró a 199 indígenas
tributarios, quienes quedaron obligados a pagar sus tasas de tributos a favor de los Lanzas
(De la Puente 1992: 375).
Por otra parte, el repartimiento de Cullopata, según la confrontación de las
informaciones, estaba situado en las inmediaciones de la jurisdicción de Sangarará y no en
otro lugar. En las ordenanzas de tambos del licenciado Cristóbal Baca de Castro (1543), se
señala que para el remedio de los viajeros y por la drástica disminución de los indígenas
cargadores, se debían de re establecerse el servicio de los tambos. Sobre todo en el camino
hacia el Collasuyu. Con esta finalidad se creó el Tambo de Pomacanchi, donde fueron
adscritos los caciques, pueblos e indígenas de los siguientes pueblos: de la encomienda de
Altamirano (del pueblo de Pomacanchi), los indígenas del capitán Guevara, de Vicente de
Béjar y de Juan Julio de Ojeda, de Cullopata, además de los indígenas de los pueblos de
Sangarará, Acos y otros muchos pequeños pueblos situados en los alrededores.
Según esta ordenanza, los viajeros que trajinaban entre Cusco y los pueblos de la
provincia del Collasuyu y viceversa padecían en los caminos por las largas jornadas y el
excesivo cargamento que llevaban. Sobre todo los indígenas cargadores sufrían en exceso y
muchos de ellos ya habían muerto por falta de oportunos auxilios, ya que los antiguos
caminos y tambos estaban despoblados y quemados, incluso desde los tiempos del Inka
Huayna Capac. Es por esto que las autoridades del Municipio cusqueño decretaron a través
de una ordenanza re establecer el servicio de los indígenas en los Tambos. En merito a esta
disposición se creó el tambo de Pomacanchi, donde los indígenas de los diversos pueblos
ubicados en las inmediaciones, entre ellos los de Sangarará y Cullopata fueron obligados a
servir a los viajeros que pasaban por este lugar desde Cusco hacia la Villa de Arequipa y/o
a otros pueblos de la provincia del Collasuyu, y viceversa.
Esto quiere decir, que para la década de 1540, los indígenas de Sangarará y
Cullopata, quedaron encomendados a ciertos personajes españoles y fueron obligados a ir al
tambo de Pomacanchi, a servir a los pasajeros con comidas y otros avíos, así como con
pastos para los animales. La información disponible indica que los indígenas de Cullopata, 7
sobre todo, ya estaban encomendados a Juan Julio de Ojeda, quien se constituyó en el
primer encomendero de los indígenas de este ayllu (Cook 1975: 158; De la Puente 1992:
394).
José de la Puente (1992), en su interesante trabajo sobre «encomiendas y encomenderos
en el Perú» nos proporciona información valiosa y nos aclara que efectivamente Juan Julio de
Ojeda se hizo acreedor de la encomienda de Cullopata en primera vida, desde 1541 en
adelante. Sin embargo, muchos años después, para 1572, Juan Julio ya había muerto y en su
lugar lo poseía su hijo y sucesor Gómez de Tordoya y Ojeda, en segunda vida. Cuando en
aquel tiempo el virrey Francisco de Toledo, ordenó realizar la visita general, en el dicho
repartimiento se hallaron 190 indígenas tributarios, distribuidos de la siguiente manera: 34
viejos e impedidos de pagar tributos, 156 muchachos menores de 17 años, 552 mujeres de
todas las edades y estados, que todos sumaron 932 personas. De todos ellos se sacaron dos
personas para el cargo de caciques, quienes estuvieron exentos de pagar los tributos.
Mientras los demás fueron gravados a pagar 846 pesos de plata ensayada y marcada,
además de abastecer con 20 cabezas de ganado de la tierra (llamas). Asimismo el
encomendero les entregaba lanas para que los indígenas tributarios obligatoriamente
confeccionen 30 piezas de ropa a precio de 44 pesos de plata (Cook 1975: 158).

ENCOMIENDA Y ENCOMENDEROS DE CULLOPATA (MARCACONGA)

Encomiendas y Titulares Fecha de Indios Tributo Libre de


Tasación Tributarios costas
Juan Julio de Ojeda (1 vida) 1541
Gómez de Tordoya y Ojeda (2 vida) 1572 190 573
Juan Julio de Ojeda y Tordoya (3 vida) 1619 ¿? 114,4,1
¿? 1620 89
Bartolomé González de Legarda (1 vida) 1633 ¿? 320
Diego Antonio de Legarda y Mendoza (2 vida) ¿?
Ana Antonia de Legarda y Mendoza (3 vida) 1648 ¿?
Fuente: De la Puente Brunke, 1992: 349.

7
Creemos necesario aclarar que en los estudios de David Cook (1975) y José de la Puente (1992), la
denominación que se da a este repartimiento es Collapata.
Los informes de la visita general, promovidas por el virrey Toledo, en 1572,
también arrojaron que del total de las tasas recaudadas, 203 pesos se pagaban de salario al
sacerdote por el sínodo y doctrina oficiado a los indígenas de este curato. Además, 114
pesos de plata era el desembolso de salarios a las justicias y defensores de los indígenas. En
tanto, a los dos caciques se costeaban con 50 pesos de salario.
Como hemos visto los indígenas en edad de tributar (desde 17 años hasta los 50)
fueron obligados a pagar sus tasas de distintas formas, desde el servicio personal:
construcción de viviendas, trabajo en chacras y cuidado de los ganados; e incluso en los
quehaceres domésticos, hasta solventar con dinero en efectivo. Asimismo, los tributarios
debían de pagar en especies: maíz, trigo, ropa de abasca en la mayoría de los casos.
También, debían de proveer con cierto número de cabezas de ganado y aves de corral.
Avanzando en el tiempo notamos que para 1619, el repartimiento de Cullopata ya
había sido transferido a Juan Julio de Ojeda y Tordoya, en tercera vida, quien al parecer lo
poseyó hasta 1620, época en la que se empadronó a 89 tributarios. Después, en 1633, se
concesionó a Bartolomé González de Legarda, quien la obtuvo y poseyó en primera vida. A
él le sucedió don Diego Antonio de Legarda y Mendoza, vía segunda vida, y finalmente, en
1648, pasó a manos de doña Ana Antonia de Legarda y Mendoza, en tercera vida (De la
Puente 1992: 349). Ella al parecer fue la última encomendera de este repartimiento, ya que
después no sabemos quien o quienes pudieron sucederle, pero todo indica que en este
periodo esta encomienda entró en decadencia.
Otro dato adicional que no podemos soslayar es que todos los encomenderos de
Cullopata también lo fueron del repartimiento de Hatun Camayna (reducidos en los pueblos
de San Juan y Santa Lucía). Tanto David Cook (1975) como José de la Puente (1992)
advierten que los indígenas de ambos repartimientos fueron encomendados desde un
principio a Juan Julio de Ojeda y sus respectivos sucesores. Esto quiere decir, que los
indígenas de los dos repartimientos o ayllus pagaban sus tributos a los mismos
encomenderos antes mencionados.
En suma, nos queda claro que la encomienda, desde su introducción y posterior
implantación en las tierras cusqueñas, fue uno de los medios principales de subsistencia de
los españoles, durante el siglo XVII hasta el XVIII, época en la perdió protagonismo y fue
liquidada legalmente. Sobre todo, durante este último período, la encomienda ya estaba en
desuso, principalmente por el descenso drástico de la población indígena tributaria, que a lo
largo de muchos años había sido el sustento y soporte de la economía de los encomenderos.
El declive de la población indígena se explica entre otras causas, no solo a las
enfermedades, sino, principalmente al abuso de los encomenderos y a la tiranía de los
corregidores, quienes en complicidad con los primeros prendían violentamente a los
indígenas para enviar a las mitas de encomiendas y especialmente hacia las minas de
potosí, como queda demostrado en los siguientes testimonios.
Ciertamente, numerosos indígenas de la provincia de Quispicanchi y de otros
lugares: Chucuito, Paria, Chayanta, Cochabamba, Porco, Carangas, Pacajes, entre otros,
fueron enviados al asiento minero de Potosí, por lo que muchos pueblos quedaron
despoblados, ya que los indígenas partían a los socavones junto a sus mujeres e hijos, de los
cuales muchas veces ya no regresaban. Como anota Glave (1992: 66) entre 1575 y 1645, la
población del área de influencia de las minas de Potosí (o sea, Sangarará y Cullopata),
siguió disminuyendo consistentemente. Otro dato a tener en cuenta es que a diferencia de
otras provincias que pagaban la mita minera en dinero y/o una combinación de dinero y
tributarios, los pueblos de nuestro ámbito de estudio, según los documentos que hemos
consultado, enviaban exclusivamente a los indígenas.
Por ejemplo, en la relación de Capoche (1585/1959), se precisa que los pueblos
vecinos de Canas, estaban obligados a tener en la Villa Imperial de Potosí (en los tiempos
del virrey Martín Enríquez de Almansa, 1581-1583) doce repartimientos, con una
población de 619 indígenas en cada año, de los que debían de dar de mita ordinaria
(habitual) 206 indígenas. Mientras tanto, los pueblos Canchis (donde suponemos estaban
incluidos los de Sangarará y Cullopata) estaban obligados a tener 15 repartimientos
(pueblos o provincias) con 511 indígenas, de los cuales debían de dar de mita ordinaria 179
indígenas (Capoche 1959: 138).
Lo dicho anteriormente es corroborado por un documento de la década de 1630. En
aquella fecha el padre Alonso de Buiza, de la Compañía de Jesús, rector del colegio de San
Bernardo de la ciudad del Cusco, solicitó mediante un memorial al virrey Luís Jerónimo
Fernández de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón (1629-1639), confirmarle vía
merced, veinte cuatro indígenas de los corregimientos de Quispicanchi y Chilques y
Mascas (sic), para que laboren en las tierras de Cucuchiray, propias de su colegio. Con esta
finalidad, el religioso alcanzó una relación de los indígenas y pueblos situados en los
alrededores de su propiedad. Según la dicha relación en el pueblo de Sangarará con sus
anexos de Yananpampa y Marcaconga estaba empadronada 196 indígenas tributarios. De
los cuales 59 se daban de mita a las minas de Potosí, quedando los restantes 137 indígenas
para las diferentes labores agropecuarias y otros quehaceres del pueblo, aunque en su
mayoría eran mujeres de todas las edades y estados.8
Al respecto las disposiciones generales, señalaban entre otras cosas, que cada
pueblo ubicado dentro del área de influencia de las minas de Potosí, debía de dar y sacarse
la séptima parte de los vecinos para este odioso trabajo. Asimismo, se disponía que por
ningún motivo los que habían cumplido con su turno debieran de volver o ser retenidos por
la fuerza, pues tenían que retornar a sus casas, pueblos y reducciones. No está demás
señalar que para entrar a este cruel servicio, los indígenas previamente eran sorteados por
barrios y parcialidades. Igualmente, los indígenas mitayos no tenían que ser enviados de un
clima a otro distinto, pues resultaría dañoso para su salud. El tiempo de la mita era de diez
meses. Sin embargo, la realidad impuso su propio imperio, toda vez que estas disposiciones
fueron vulneradas con frecuencia por los caciques, corregidores y los dueños de las minas,
quienes motivados por sus intereses personales enviaron cada vez mayor cantidad de
indígenas, más de los señalados (Valega 1939: 193).
En el caso del tema que estamos tratando, se precisa que para el periodo de 1629 –
1639, los 59 indígenas procedentes de los pueblos de Sangarará, Yananpampa y
Marcaconga estaban asignados a las minas de Potosí. Sin perder de vista que además de
estos pueblos, otras diez y siete provincias enviaban anualmente mano de obra indígena a
las minas de Potosí. Entre ellos se menciona a los de Chucuito, Paria, Chayanta,
Cochabamba, Porco, Carangas, Pacajes, Azángaro, Lampa, Tinta, Sicasica, Homasuyos,
Paucarcolla, Chinchas o Tarija (Valega 1939: 193).

8
La adquisición de un conjunto de tierras en las inmediaciones de la vecina provincia de Paruro, por parte de
los religiosos de la Compañía de Jesús, han sido estudiados en detalle por el autor en otro artículo que está en
vías de publicación. Otro detalle a tener en cuenta es que para la década de 1630 el pueblo de Marcaconga ya
existía con ese nombre. No hemos encontrado otros documentos anteriores a esta fecha que nos indiquen lo
contrario.
Según algunos expedientes existentes en el archivo regional del Cusco, el envío y
partida de los indígenas se hacía periódicamente, en estricto cumplimiento de las
disposiciones.9 Por ejemplo, para el periodo de 1646 y 1647, los indígenas de la provincia
de Quispicanchi, en este caso los habitantes de los pueblos de Sangarará y Marcaconga,
integrados por sus respectivos ayllus, fueron enviados como mitayos a las minas de Potosí,
previo conteo y verificación del corregidor de la provincia. Para ser exactos, el 27 de
setiembre de 1646, Juan de Salas y Valdés, teniente general de la provincia de Quispicanchi
y Collasuyu, llegó al pueblo de Sangarará en compañía del escribano Antonio Moreno, para
efectuar el despacho y entero de las mitas de la Villa Imperial de Potosí. Con este propósito
mandó notificar a los curacas y mandones del dicho pueblo y a los de Acopía, Marcaconga
y otros, para que sin dilación alguna prevengan a todos los indígenas nombrados para la
dicha mita, para que al día siguiente, o sea, el viernes 28 de setiembre de aquel año estén
presentes en la pampa de Antaccota con todos sus avíos y carneros como de costumbre lo
hacían para ir al entero de la referida mita. Especialmente se notificó a don Francisco
Laroquipa, cacique principal del pueblo de Sangarará, a don Juan Alca, segunda persona
del dicho pueblo, y a don Diego de Guzmán, cacique del ayllu Quispillacta reducido en el
pueblo de Acomayo, y a don Diego Calvo y a Lázaro Yacha, curacas de los referidos
ayllus; para que estén prevenidos con los indios de mita. Igual diligencia se practicó a don
Juan Laymechape, cacique del pueblo de Marcaconga, para que esté presente como capitán
de este entero, pues debía presentar la relación o memoria y hacer la vista de todos los
indígenas nombrados que debían de ir a su cargo a las minas de Potosí.10
El día indicado, o sea, el 28 de setiembre de 1646, el teniente general Juan de Salas
y Valdés, continuando con sus actividades, salió a los extramuros del pueblo de Sangarará
para hacer la lista y memoria de los indios nombrados para enviarse a las minas de Potosí, y
verificó que todos estaban con sus avíos, carneros y cocas necesarios como de costumbre
en la pampa llamada Antaccota pampa (sic), donde en presencia del dicho capitán Juan
Laymechape realizó la lista de la forma y manera siguiente:
Indios del pueblo de Sangarará.- Pedro Alca del ayllu Sullcabi (sic), va por asistente
y lleva a su mujer llamada Juana Poco y diez carneros (llamas) cargados de coca, chuño,
maíz y otras comidas.
 Pedro Guaman del ayllu Quispillacta, va por enterador y lleva un hijo llamado
Pedro Huaman, con tres carneros en el uno cargado dos cestos de coca y en los dos,
dos costales de chuño.
 Felipe Quispe y su mujer María Sisa, van con seis carneros con dos cestos de coca y
cinco costales de chuño y maíz.
 Joseph Condori y su mujer llamada Lucía Poco del ayllu Hilabe (sic), con cinco
carneros cargados de coca, maíz y chuño.
 Agustín Tincori y su mujer Isabel Poco, con cuatro carneros cargados de coca, maíz
y chuño, asimismo del ayllu Hilabe.
 Agustín Caro y su mujer María Choque, con cuatro carneros cargados de coca, maíz
y chuño.
 Diego Guaman y su mujer María Ocllo, con seis carneros cargados de coca, maíz y
chuño, asimismo del dicho ayllu de Hilabe.

9
ARC. Fondo documental: corregimientos, causas ordinarias-provincias, legajo nº 65, años: 1601-1677.
10
Según las disposiciones, el o los capitanes se elegían anualmente, y estos cargos casi siempre recaían en los
caciques de las parcialidades que les tocaba enviar a los indígenas.
 Agustín Poma y su mujer Francisca Poco del ayllu Sullcabi, con cinco carneros
cargados de coca maíz y chuño.
 Sebastián Casa e Ysabel Poco del ayllu Sulpamarca, lleva seis carneros cargados de
coca, maíz y chuño.
 Diego Arisaca del dicho ayllu Supamarca (sic) y su mujer María Poco, lleva cuatro
carneros cargados de chuño y maíz.
 Mateo Gonzalo y su mujer Juana Sisa, con cuatro carneros cargados de coca y
chuño y maíz.
 Andrés Guaman Sullca y su mujer Jacoba Quispe del ayllu Palpamarca (sic) lleva
cuatro carneros cargados de chuño, coca y maíz.
 Cruz Collana y su mujer Isabel Poco, llevan tres carneros cargados de coca, chuño y
maíz, del dicho ayllu (Palpamarca).
 Joan Juana y su mujer Isabel Panqui, con seis carneros cargados de coca y chuño y
maíz.
 Bartolomé Quispe y su mujer Juana Choque del dicho ayllu (Palpamarca), con cinco
carneros cargados asimismo de coca, chuño y maíz.
 Agustín Chuquiconsa y su mujer Madalena Guayrocoña, con cuatro carneros
cargados de coca y chuño.
 Martín Poica y su mujer María Poco, con siete carneros cargados de coca, chuño y
maíz.
 Joseph Guaman y su mujer Isabel Achama, con seis carneros cargados de coca y
chuño / Fol. 2 /
 Diego Gualpa (…) su mujer, con siete carneros cargados los cuatro de chuño y coca
del dicho ayllu Manacollanayo.
 Lucas Vilca y su mujer Petrona Tinta, con siete carneros cargados de coca, chuño y
maíz del dicho ayllu (Manacollanayo).
 Juan Calcario y su mujer Juana Choque, con cinco carneros cargados de coca chuño
y maíz.11

AYLLUS DEL PUEBLO DE SANGARARÁ (1646)

11
ARC. Fondo documental: corregimientos, causas ordinarias-provincias, legajo nº 65, años: 1601-1677.
AYLLUS CONGREGADOS EN SANGARARÁ - 1646

Ayllu Sullcabi Ayllu Hilabe

Ayllu Palpamarca
Ayllu Sulpamarca

Ayllu Manaccollanayoc

Fuente. Elaboración propia a partir de los documentos de archivo. Los indígenas de estos Ayllus son los que
estaban obligados a ir a las minas de Potosí

De lo anterior se colige lo siguiente. Primero, la mayoría a excepción de algunos


indígenas mitayos, salían hacia las minas de Potosí acompañados de sus mujeres e incluso
de sus menores hijos. Segundo, por lo general todos los mitayos llevaban sus llamas
cargados de coca, chuño y maíz. Suponemos que estas provisiones eran para su propio
consumo y quizás para comercializar. Tercero, esta caravana de emigrantes, como dice los
documentos, era una costumbre que se repetía cada año. Lo cual nos imaginamos generaba
un enorme impacto psico-social en sus familiares y en la población en general. Cuarto, el
envío de los mitayos se hacía por ayllus. Gracias a esta relación ahora sabemos qué ayllus o
parcialidades integraban los pueblos de Sangarará y Marcaconga.
De otro lado, en el pueblo de Marcaconga, se practicó similar diligencia a los
caciques, quienes al igual que sus antecesores debían de presentar la lista de los indígenas
mitayos destinados a las minas de Potosí. En este caso los notificados fueron don Gabriel
Macaico, Juan Tinta, Felipe Tunqui y Bartolomé Cuyba, todos caciques y curacas de los
ayllus agrupados en el referido pueblo de Marcaconga, quienes respondieron que tenían
listos los indígenas nombrados para ir hacia las minas de Potosí, junto a sus carneros
(llamas) y avíos. Además indicaron que todos ellos el día señalado estarían presentes en la
pata y pampa llamada Marcaconga, que es junto al camino real que va de este dicho pueblo
para la Villa Imperial de Potosí.
Antes de mencionar la relación de los indígenas mitayos de este pueblo quisiéramos
advertir sobre la nota antecedente. Aquí se advierte que los mitayos para ir a Potosí se
congregaban en la pata y pampa de Marcaconga, lugar ubicado junto al camino real que
pasaba con dirección a la Villa Imperial de Potosí, donde por costumbre se juntaban los
indígenas. Al respecto debemos indicar que durante nuestro trabajo de campo hemos
intentado ubicar este sitio, pero ha sido imposible, porque los pobladores actuales no
conocen algún lugar determinado con este término, ya que en general a toda la pampa lo
denominan como Marcaconga. Es probable que este lugar haya dando nombre a todo el
pueblo.
Ahora bien, en aquel tiempo (1646) los indígenas despachados a las minas de Potosí
fueron los siguientes:
 Don Juan Macarco, va por asistente del entero de la mita de este pueblo de
Marcaconga y lleva diez carneros cargados de coca chuño y maíz.
 Juan Quispe, va por enterador y lleva dos carneros cargados con su cocabi (sic).
 Pascual Oyba y Catalina Sisa su mujer, van y llevan seis carneros cargados los
cuatro de coca chuño y maíz.
 Del ayllu Ccollana, indios de real cedula.- don Mateo Aucasi y su mujer Juana
Tanco, lleva cinco carneros cargados de coca chuño y maíz.
 Del ayllu Tañoca.- don Marcos Consa y su mujer Catalina Pesi, lleva cuatro
carneros cargados de coca y chuño.
 Lázaro Consa y su mujer María Poco, lleva diez carneros cargados los cinco de
ellos con coca chuño y maíz.
 Pedro Cutire y su mujer Catalina Poco, lleva cinco carneros cargados de coca,
chuño y maíz.
 Del ayllu Poco.- don Marcos Consa y su mujer Melchora Poco, lleva cinco carneros
los cuatro cargados con coca chuño.
 Del ayllu Cullopata.- don Jerónimo Poma y su mujer Felipa Sisa, con cinco carneros
cargados de coca chuño y maíz.
 Jerónimo Cacya y su mujer María Poco, con seis carneros los cuatro cargados de
coca y sus corridas.
 Lorenzo Guatipacha y su mujer Felipa Poco, con cuatro carneros los tres cargados
de chuño y el uno de ellos de coca.
 Del ayllu Chabay.- don Blas de la Cruz y su mujer María Sisa, con tres carneros
cargados de chuño y uno de coca.
 Juan Cruz y su mujer María Sisa, con dos carneros cargados de coca y chuño.
 Francisco Pillaca y su mujer María Sisa, con seis carneros cargados los cinco de
ellos de chuño y coca.
 Del ayllu Aya.- don Lázaro Cassa y su mujer Catalina Poco, con dos carneros
cargados de chuño y un cesto de coca.12
Teniendo en cuenta lo anterior se desprende lo siguiente: primero, para el año de
1646, en el pueblo de Marcaconga estaban concentrados seis ayllus: Ccollana, Tañocca,
Pocco, Cullopata, Chabay [Chahuay] y Aya. Se entiende que todos estos ayllus
previamente, aun cuando no tenemos información exacta desde cuándo habrían sido
reducidos, integraban este dicho pueblo. Segundo, como de costumbre todos los indígenas
nombrados en esta lista viajaron junto a sus mujeres y no se menciona a los hijos. Tercero,
por tradición los viajeros salieron junto a sus llamas cargados de coca, chuño y maíz. Y por
último, testigo presencial de este éxodo fue el propio corregidor de la provincia, quien
certificó en presencia del capitán de esta mita Juan Laymechape, partir a los indígenas por
el camino real con rumbo a la Villa Imperial de Potosí.

AYLLUS DEL PUEBLO DE MARCACONGA (1646)

12
ARC. Fondo documental: corregimientos, causas ordinarias-provincias, legajo nº 65, años: 1601-1677.
AYLLUS CONGREGADOS EN MARCACONGA - 1646

Ayllu Ccollana Ayllu Cullopata

Ayllu Pocco o Ayllu


Tocco Tañocca

Ayllu Chabay o Chahuay Ayllu Aya

Fuente. Elaboración propia a partir de los documentos de archivo. Los indígenas de estos Ayllus son los que
iban a las minas de Potosí

Casi tres décadas después, esta vez el nuevo gobernador y corregidor de la provincia
de Quispicanchi, don Francisco Fernández de Castro, con fecha 7 de octubre de 1674, se
constituyó en el pueblo de Pomacanchi. Desde este lugar informó y notificó a todos los
caciques de los pueblos aledaños (incluidos Sangarará y Marcaconga), para que se cumpla
el despacho de los indios de la mita de Potosí. Especialmente notificó a los indígenas de la
parcialidad de Cullopata reducidos en el pueblo de Marcaconga, sujetos a don Juan
Laymechape y a don Juan Tunqui, caciques principales del dicho pueblo; para que al día
siguiente, o sea 8 de octubre, tengan prevenidos en el mencionado pueblo a todos los
indígenas para que vayan a la referida mita junto al capitán nombrado para este efecto, bajo
pena de privación de sus oficios y ser castigados públicamente.
Según los documentos que tenemos, el día señalado (8 de octubre de 1674), Juan
Laymechape y Juan Tunqui, caciques principales del repartimiento de Cullopata, en
cumplimiento de lo mandado comparecieron ante Francisco Fernández de Castro,
gobernador, corregidor y justicia mayor de la provincia de Quispicanchi. Ante quien
manifestaron que en ejecución del auto proveído tenían prevenidos todos los indios para ir a
la mita de la Villa de Potosí, con las provisiones necesarias en la forma acostumbrada y de
la manera siguiente:
 Va por capitán don Andrés Casa y su mujer doña Ana Sisa, con seis carneros
cargados de comidas y coca.
 Va por enterador don Diego Quispi, con cuatro carneros cargados de comidas.
 Indios de la Real Cédula de Cullopata.- don Pascual Choque y su mujer María Sisa,
con tres carneros cargados de comidas.
 Juan Choque y su mujer María Poco, con cinco carneros cargados de comidas.
 Pascual Mamani y su mujer Jeronima Poco, con cuatro carneros cargados de
comidas.
 Juan China alca y su mujer María Sisa, con tres carneros cargados de comidas.
 Pedro Nina paucar y su mujer María Sisa, con cuatro carneros cargados de comidas.
Todos ellos, según lista y memoria efectuada por los caciques del dicho
repartimiento, fueron despachados a Potosí. Bajo la responsabilidad de Andrés Casa,
capitán nombrado para este efecto, quien se obligó de llevarlos hasta la Villa de Potosí y en
ella hacer la entrega de la mita del repartimiento de Cullopata al minero o dueño de las
minas.
En otro documento de fines del siglo XVII, se menciona que la provincia de
Quispicanchi, más concretamente los pueblos de San Juan de la Cruz de Papres
(Mosoqllacta), Acopía, Yananpampa, Marcaconga, Pomacanchi, Santa Lucía, San Juan y
otros, fueron visitados por el señor Juan de Alarcón, teniente de capitán general, corregidor
y justicia mayor de la mencionada provincia, quien el 12 de mayo de 1687, en virtud de una
carta del señor fiscal de la Real Hacienda del Cusco, requirió y mandó comparecer ante sí a
todos los caciques y curacas principales de los aludidos pueblos, para que bajo juramento
declararan qué cantidad de indígenas se despachaban de mita hacia Potosí en cada un año y
cuántos de ellos iban de capitán, asistente, enterador, indios cedulas y sus respectivos
cambios; así como cuántos indígenas se daban a las haciendas y obrajes de la región.
Gracias a este documento sabemos que el cacique del vecino pueblo de
Yananpampa, Francisco Roca, declaró que su pueblo no tiene mita de Potosí (es decir, los
indígenas de este pueblo no estaban obligados a asistir a esta mina), tan solo proveía a dos
indios séptimas a don Alonso Niño de Guzmán, su encomendero. Mientras tanto don
Andrés Quispicosa (sic), cacique principal y gobernador del vecino pueblo de Marcaconga,
declaró bajo juramento que su pueblo daba de mita a la Villa de Potosí más concretamente
al ingenio y minas de Juan de Arbelaes, seis indios con sus respectivas remudas, además de
un asistente, un enterador (que solo iba a entregar a los mitayos) y un capitán, quienes se
quedaban en la referida Villa por dos años. En tanto, los demás indígenas que se quedaban
en el pueblo cumplían diversas funciones, entre ellos había doce cantores, dos sacristanes,
dos mayordomos y un fiscal, quienes estaban exentas de la mita minera.13
Al ingresar a los primeros años del siglo XVIII, como consecuencia de la drástica
baja demográfica, las autoridades vieron por conveniente realizar una nueva re visita a la
provincia de Quispicanchi y en particular a los pueblos ubicados en los alrededores de la
laguna de Pomacanchi. Con este objetivo el 5 de noviembre de 1702, el general don
Claudio Jospeh de Rivas y Revolledo, corregidor y justicia mayor de esta provincia, por
orden del gobierno superior, al llegar al pueblo de Pomacanchi, mandó notificar a todos los
caciques, gobernadores, mandones y otros individuos particulares para que sin dilación
alguna presenten la relación y memoria de los indígenas existentes en sus respectivos
pueblos y/o haciendas para hacer la numeración de los repartimientos de los pueblos
situados en la zona.
Con esta finalidad se citó y señaló el día primero de setiembre pasado, el que no
tuvo el efecto esperado, ya que las autoridades locales y los interesados no concurrieron a la
aludida cita, menos convocaron a los indígenas para hacer la numeración. Por este motivo,
sabiendo que ya habían pasado bastante tiempo, emitió una nueva orden para proseguir la
mencionada revisita. Señalándose el día jueves 9 de noviembre de 1702, como el día más
conveniente para ejecutar el dicho empadronamiento. Para lo cual notificó a los caciques,
alcaldes y mandones de los pueblos de esta jurisdicción: « […] dentro de los tres días que les da y

13
ARC. Fondo documental: corregimientos, causas ordinarias-provincias, legajo nº 66, años: 1679-1705.
asigna junten toda la gente en la plaza publica de este dicho pueblo, como de las estancias y punas sin reservar
persona viviente con sus mujeres e hijos y estando toda la gente junta en la plaza pública de este dicho pueblo
se pregone la dicha provisión de revisita […] » (ARC. Corregimientos, provincias. Leg. 66, años:
1679-1705).
Como puede apreciarse esta disposición fue dada en el pueblo de Pomacanchi, pero
de aplicación para todos los pueblos de la región. Asimismo, se advirtió a los dirigentes
locales para que no oculten indios, ni muchachos originarios y forasteros, bajo pena de
privación de los cacicazgos y de destierro perpetuo del cargo, además de dar doscientos
azotes a la vergüenza pública.
Como hemos visto, los encomenderos amparándose en varias disposiciones reales,
en los inicios exigieron a los indígenas prestar sus servicios personales a cambio de un
jornal, que en realidad pocas veces se cumplió, y luego requirieron pagar los tributos en
pesos ensayados y marcados, así como en especies y ropas. Aclarando que la concesión de
las encomiendas no suponía derechos sobre las tierras de las comunidades. Si bien,
inmediatamente después de la invasión, las encomiendas se habían constituido en premios
o recompensas para las huestes de Francisco Pizarro por haber incorporado nuevos
territorios al reino de España, además de otorgar poder y prestigio social a los que poseían;
años después, en el transcurso de los siglos XVII y XVIII, incluso desde las décadas de
1580 y 1590, esta institución ya estaba en caída, entre otras cosas como consecuencia del
surgimiento de la diversificación económica y principalmente por la disminución drástica
de la población indígena tributaria.

El Corregimiento o Provincia de Quispicanchi: el curato o pueblo de Sangarará y su


anexo de Marcaconga.-

La división del territorio nuclear de los Canchis siguió en buena medida la división
eclesiástica del obispado del Cusco, que desde el momento de la conquista comprendió una
extensa área geográfica. La gobernación eclesiástica funcionó de esta manera hasta el 4 de
setiembre de 1538, fecha en la que se crearon las catedrales de Quito y Popayán. En 1541
se erigió el obispado de Lima, con lo que el obispado del Cusco quedó reducido a las
provincias de Arequipa, Huamanga, La Paz y Las Charcas. Pero en 1546 éste último fue
erigido en catedral, y luego en 1609 se hizo lo propio con el de La Paz, quedando el Cusco
a la jurisdicción de las provincias de Huamanga y Arequipa (Blanco 1957: 44).
Después, se creó las catedrales de Huamanga y Arequipa (ambos en 1609), con lo
que el obispado del Cusco quedó circunscrito en 14 corregimientos. Con la finalidad de
verificar la división de este obispado, el Rey comisionó al virrey Juan Mendoza y Luna,
marqués de Montes Claros, quien con fecha 17 de octubre de 1613, constató que la
jurisdicción eclesiástica del Cusco estaba dividido en 14 corregimientos o provincias
(Blanco 1957: 45). Entre ellos destacaba el corregimiento de Quispicanchi, dividido en 10
doctrinas: una en el pueblo de Andahuailillas, otra en Quiquijana, servidas por clérigos;
otra en Papres, y otra en Qisuares encargadas a los padres dominicos; y las siete restantes
en esta manera: una en Oropesa o Quispicanchi, otra en el de Cacha o Cangate [Ocongate]
y Lauramarca, otra en los pueblos de Marca, Patailas, chacras de coca del valle de
Chucchoa, otra en Urcos y Huaro, otra en Sangarará, Marcaconga y Acopía, otra en
Pomacanchi, Santa Lucía del Monte y San Juan de la Cruz; éstas pertenecientes a clérigos,
y la otra compuesta de los pueblos de Acos, Huayqui, y Acomayo, servida de un fraile
dominico (Blanco 1957: 45). De ellos nos interesa saber de la doctrina de Sangarará con sus
anexos de Marcaconga y Yananpampa. Estos tres pueblos desde entonces, incluso desde
tiempos anteriores, han conformado una sola unidad geográfica los mismos que prevalecen
hasta hoy.
Sin embargo, la constitución formal del corregimiento de Quispicanchi ya era
evidente desde 1575. Esto se desprende a partir de las provisiones dadas por el virrey
Francisco de Toledo, quien el 18 de noviembre de 1575, nombró y ordenó a los
corregidores de varias provincias del Cusco, asumir sus respectivas jurisdicciones. Los
datos históricos señalan que el 29 de noviembre de aquel año, el corregidor de Quispicanchi
y de otras provincias, fueron a hacerse cargo de sus respectivas jurisdicciones en donde
fueron recibidos en medio de grandes contradicciones y protestas de la población. Esto
confirma que para esta época la máxima autoridad era el corregidor, y el territorio cusqueño
ya estaba dividido en varios repartimientos o provincias.
Según otra información, que al parecer procede de 1628 y 1629, el corregimiento de
Quispicanchi para aquel tiempo ya estaba constituido por 30 repartimientos, de los cuales
11 doctrinas eran administradas por ocho clérigos y tres religiosos del orden de Santo
Domingo con el salario señalado por la tasa (Vázquez de Espinosa 1948: 660). Entre ellos
destacaba la doctrina de Sangarará, Cullopata y los pueblos situados en los alrededores. Ver
el siguiente cuadro:

PROVINCIA Y CORREGIMIENTO DE QUISPICANCHI (1628)


Repartimientos Tributarios Viejos Muchachos Mujeres Tributo
Con costas Sin costas
Sangarará 199 77 134 558 940-6 499-1
Collapata 190 34 156 552 874 573
Acos 227 94 289 668 1,167-1 805-3
Acapía (Acopía) 171 31 105 313 867-4 570-4
TOTAL 787 236 684 2091 3848-11 2447-8
Fuente: Vázquez de Espinosa 1948: 660

Del cuadro antecedente se desprende que la población tributaria del repartimiento de


Sangarará, Collapata, Acos, Acopía, entre otros, son los mismos que se hallaron en la visita
general del virrey Francisco de Toledo, en 1571. Si bien la relación de Antonio Vázquez de
Espinosa fue hecha aparentemente en 1628, al parecer éste halló y copió los documentos de
la visita general de Toledo y de las posteriores visitas, en base de los cuales elaboró su
correspondencia que arriba citamos (Cfr. Cook 1975: XX).
Según otro documento de 1643 – 1647, el corregimiento del Cusco y sus diferentes
repartimientos o provincias fueron visitados con la finalidad de empadronar a los indígenas
tributarios y para saber a quiénes y como o en qué cosas pagaban sus tributos, en especies o
en pesos. Gracias a este documento sabemos que el corregimiento de Quispicanchi estaba
formado por los repartimientos de Quispicanchi o Andaguaylillas (capital), Urcourco
(actual Urcos), Salloc, Coscoxa, Guascarquiguar, Caviñas, Cuñotambo, Acos, Hatun
Camayna, Sangarará, Cullopata, Quiquijana, Acopía, Chacha, Pomacanchi y Papres. Se
precisa que los naturales de Cullopata pagaban sus tasas de tributo en plata efectivo.
Mientras que otros pueblos contribuían con ropas, aves, maíz, papas y otras especies (ARC.
Corregimientos, legajo n° 11, años: 1643-1647).
Luego, el licenciado don Andrés de Mollinedo, cura del Hospital de los Naturales
del Cusco, en cumplimiento de una Real Cédula de fecha 21 de julio de 1678, realizó una
visita pastoral a las provincias de la diócesis del Cusco, entre ellos a la provincia de
Quispicanchi, donde inspeccionó las doctrinas de Sangarará, Yananpampa, Marcaconga,
Acopía, Pomacanchi y muchos otros. El resultado de esta visita fueron gruesos expedientes,
algunos de ellos descritos en forma general y otros al detalle, como la ubicación de las
doctrinas, numero de feligreses, renta de las iglesias, el sínodo o salario de los párrocos en
cada un año o al mes, así como las costumbres de cada lugar. En pocas palabras se podría
decir que se trató de una especie de censo de cada curato. En consecuencia, gracias a esta
visita sabemos que dentro de la provincia de Quispicanchi, hubo varias parroquias, unas
dirigidas por los curas seculares y otras por las distintas órdenes religiosas (Revista del
Archivo Histórico del Cusco. N° 11, 1963).
De otro lado, para 1754, la población tributaria del corregimiento de Quispicanchi
estaba constituido por los indígenas de todas las clases sociales distribuidas de la siguiente
manera:
POBLACION CORREGIMIENTO DE QUISPICANCHI (1754)
provincias caciques originarios forasteros reservados mucha mujeres Total cura sínodo
chos personas
Quispicanchi 14 2.766 1.069 674 4.460 8.577 17.560 10 7.476
Fuente: Valega 1939: 479.

Debemos advertir que el padrón de los indígenas tributarios de aquel entonces fue
hecha por el contador de rentas del virreinato del Perú don José de Orellana, quien por
encargo del conde de Superunda registró a todos los indígenas existentes en los
arzobispados y obispados del Cusco. Así como señaló a los curas que los doctrinaban y los
sueldos que gozaban en cada un año (Valega 1939: 478). Para entonces la población total
del corregimiento de Quispicanchi era de 17,560 personas, distribuidas en los 14
repartimientos ya que se menciona igual número de caciques, donde los 10 curas
administraban los santos sacramentos en igual cantidad de doctrinas o pueblos, entre ellos
en Marcaconga.
Por otra parte, en las descripciones de Pablo José Oricaín (1790/2004), se evidencia
que el corregimiento o Partido de Quispicanchi para fines del siglo XVIII, seguía integrado
por la mayoría de los pueblos con los que fue instituido inicialmente, en 1565. Según las
informaciones de Oricaín (1790), el corregimiento o partido de Quispicanchi tenía por sede
administrativo o capital al pueblo de Andahuaylas la Chica y comprendía 35 leguas de
largo y 30 de ancho. En general, el territorio de este corregimiento era recorrido por varios
caminos reales, entre ellos destacaba la vía que atravesaba la quebrada del río Vilcanota
con dirección a los curatos de Sangarará, Pomacanchi, Acomayo, Acos y Ocongate, que por
lo general se desplazaba por los llanos. Mientras, los que se dirigían a los pueblos de
Quiguares, Papres y los anexos de Pomacanchi (Santa Lucía, San Juan y Sayhua), eran
fragosos. En suma, este corregimiento estaba compuesto por diez curatos, entre ellos
destacaba el curato de Sangarará con sus anexos de Marcaconga y Yananpampa.14 Ver el
siguiente mapa.

CORREGIMIENTO O PARTIDO DE QUISPICANCHI (1790)

Fuente. Pablo José Oricaín, 1790. En este mapa se puede observar el corregimiento de Quispicanchi, dentro
del cual se hallaba el curato o pueblo de Sangarará con sus anexos de Marcaconga y Yananpampa.

La antecedente información cartográfica resalta la extensa demarcación territorial


del partido de Quispicanchi, pues como se ve, involucró diferentes pisos ecológicos: valles
estrechos, meseta alto aldina, puna y selva. Dentro de esta complicada demarcación
territorial se encontraba el anexo de Marcaconga, situada al pie de unos cerros elevados y
en las proximidades de la laguna de Pomacanchi, constituida por terrenos de meseta muy
pobres de poco provecho para las actividades agrícolas, pero propicios para la crianza de
ganados andinos: llamas y alpacas.

14
ORICAIN, Pablo José. “Compendio breve de discursos varios sobre el Obispado del Cuzco”. Ministerio de
Relaciones Exteriores del Perú. Lima, 2004.
Otro aspecto que no podemos soslayar es la fragmentación que sufrió la jurisdicción
del Cusco después de la gran rebelión de José Gabriel Condorcanqui (1780), más conocido
como Túpac Amaru II. Después de esta rebelión el gobierno español vio por conveniente
reordenar todo el aparato administrativo colonial, incluido las demarcaciones políticas de
las distintas provincias o corregimientos, que hasta entonces había predominado.
El régimen de las intendencias fue establecida en el virreinato del Perú durante el
gobierno del virrey Teodoro de Croix (1784). Que después de la rebelión de Túpac Amaru,
creó las Intendencias e instaló la Audiencia del Cusco a semejanza de Buenos Aires, donde
primero se experimentó esta forma de dividir el territorio. La Intendencia del Cusco fue
encomendado a don Benito de la Mata Linares, quien se encargó de reorganizar todo el
aparato político y administrativo de la región. En este sentido, la Intendencia del Cusco fue
dividida en catorce partidos e igual número de provincias diocesanas, incluida la
jurisdicción de la ciudad capital o del Cercado, luego seguían los de Abancay, Aymaraes,
Calca y Lares, Cotabambas, Chumbivilcas, Paruro o Chilques y Masques, Paucartambo o
de los Andes, Quispicanchi, Tinta o Canas y Canchis, Urubamba y Vilcabamba (Oricaín
1790/2004: 14).
Posteriormente el sistema de las Intendencias dio origen a los actuales
departamentos, provincias y distritos. Que en la mayoría de los casos se formaron sobre la
base de las «antiguas» demarcaciones políticas. En nuestro caso, la antigua provincia de
Quispicanchi fue dividida en dos: Acomayo y Quispicanchi. El primero fue creado por ley
de 23 de febrero de 1861, constituido por cuatro distritos. Siendo el tercero los integrados
por Sangarará, Marcaconga y Yananpampa. Cabemos precisar que Sangarará fue creado
por ley del 23 de noviembre de 1861. Y por ley Nº 2858, de 23 de noviembre de 1918, la
capital distrital fue trasladado al pueblo de Marcaconga, que permaneció con esta categoría
hasta la dación de la ley Nº 15768, de 6 de diciembre de 1965, fecha en la que se restituyó
al pueblo de Sangarará su categoría de capital distrital.

Congregación de los ayllus en los pueblos de Sangarará y Marcaconga.-

La política de las reducciones fue efectuada con mayor ahínco por el virrey
Francisco de Toledo (1569 – 1581), quien vino al Perú con instrucciones precisas para
cambiar el patrón de asentamiento indígena por otro mejor al que llamaba vivir en «policía»
(orden, gobierno y limpieza). Se entiende que hasta entonces los indígenas permanecían en
sus antiguas aldeas dispersas, lo que en opinión de los españoles dificultaba la
evangelización y el cobro de los tributos. Esto motivó a la Corona española despachar
varias provisiones, cedulas, instrucciones y ordenanzas para la buena gobernación de las
tierras andinas y conservación e instrucción de los indígenas. Tarea que fue encomendada a
los antecesores de Toledo, pero que ninguno de ellos los implementó a excepción del virrey
don Diego López de Zúñiga y Velasco, Conde de Nieva (1560 – 1564), y el Licenciado
Lope García de Castro (1564 – 1569), quienes emprendieron las primeras reducciones más
importantes en el virreinato del Perú.15
No obstante, recién en la época del virrey Francisco de Toledo se llevó a cabo las
famosas reducciones de indígenas. Con este propósito el vice soberano nombró visitadores
y jueces reducidores, quienes se encargaron de realizar la primera visita general del

15
Sobre la Reducción de los Indígenas a pueblos se han realizado estudios importantes, por ejemplo ver los
trabajos de HUERTAS, Lorenzo (2002) y ZULOAGA RADA, Marina (2003).
virreinato que duró desde 1571 hasta 1575. Los mismos que estuvieron integrados por
diversas personalidades entre juristas, religiosos y funcionarios de distintos niveles. A todos
ellos se les dio instrucciones precisas de visitar los distintos pueblos antiguos, los mismos
que en adelante debían de trasladarse a lugares más apropiados, de buen clima, con
suficientes aguas, tierras, pastos y montes, y lo más importante, lejos de sus antiguas
guacas o adoratorios, como estaba estipulada en la legislación (Cook 1975; Huertas 2002;
Zuloaga 2003).
En nuestro caso, debemos recordar que los ayllus de Sangarará y Cullopata fueron
visitados todavía en la década de 1540. Pero, al parecer en esta época los indígenas no
fueron reducidos, toda vez que el objetivo principal de esta visita fue encomendar a los
naturales a un determinado español. Según las ordenanzas de tambos emitidas en 1543,
para esta fecha los naturales de Cullopata ya estaban encomendados a favor de Juan Julio
de Ojeda, y los de Sangarará también, pero no sabemos a quien. Por lo tanto, asumimos que
durante este tiempo no se llevó a cabo las famosas reducciones, sino, mucho tiempo
después.
Precisamente una de las finalidades para congregar a los indígenas en pueblos de
estilo europeo, fue para facilitar el cobro de los tributos y el adoctrinamiento de los
naturales. Como anota Marina Zuloaga: “[…] La idea de concentrar a la población indígena no era
nueva; había estado presente desde los primeros tiempos de la colonización” (Zuloaga 2003: 83).
Especialmente los religiosos habrían promovido y fomentado la reducción de los indígenas,
puesto que facilitaría enormemente su labor evangelizadora. En nuestro caso, al parecer los
encomenderos, en un primer lugar, luego los curas, los mineros de Potosí y después los
mismos funcionarios coloniales fueron los que iniciaron e impulsaron la congregación de
los indígenas en centro urbanos, con la finalidad de aprovechar mejor la fuerza laboral de
los aborígenes.
Aunque no tenemos la fecha exacta de la visita al ámbito de nuestra provincia, lo
más probable es que ocurrió entre 1571 – 1575, tiempo durante el cual se realizó la famosa
visita general del virreinato del Perú, especialmente de la jurisdicción del Cusco (Cook
1975: IX). Para llevar a cabo esta gigantesca tarea el virrey Toledo, nombró a distinguidos
visitadores, entre ellos se menciona a Pedro Gutiérrez Flores, Diego de Porras, Pedro de
Mercado Peñaloza, Nicolás Ruiz de Estrada, el capitán Martín García de Loyola, quienes
debían ser acompañados por los visitadores eclesiásticos, como el clérigo Luis Mejía, fray
Francisco del Corral, fray Juan de Vivero, el canónigo Cristóbal de Albornoz y el famoso
Cristóbal de Molina «el cusqueño», entre muchos otros (Cook 1975: XI). De ellos a Diego
de Porras se nombró y comisionó como juez visitador general de la provincia del Collasuyu
(Glave 1992: 50), donde estaba circunscrito el territorio de Quispicanchi.
Se supone que este comisionado fue el encargado de inspeccionar a los ayllus de
Sangarará y Cullopata. Aunque no conocemos en detalle las actividades que realizó lo más
probable es que aplicó las instrucciones encomendadas para este fin. Es decir, al llegar a
cada uno de las aldeas convocó a los curacas o caciques, a quienes los interrogó sobre la
cantidad y calidad de sus tierras, sus pueblos y cómo estaban divididas, entre otros asuntos
(Glave 1992: 50). Naturalmente, como observa Luis Glave, las respuestas que dieron los
informantes indígenas fueron complejas, a veces confusas y contradictorias. No obstante,
en base a las declaraciones de los visitadores el virrey Toledo decretó instituir las
reducciones más importantes.
Creemos que dentro de este contexto histórico surgieron los pueblos de Sangarará y
Cullopata. Aunque no tenemos información concreta sí estos pueblos se erigieron sobre la
traza antigua de las aldeas o fueron establecidas en otro nuevo sitio, lo más importante es
que se crearon a partir de la reunión de muchas aldeas indígenas. No debemos olvidar que
para entonces los indígenas de ambas comunidades ya habían sido encomendados a
distintos personajes. Seguramente, el visitador tuvo en cuenta este aspecto y vio por
conveniente fundar los dos pueblos a partir de la reunión o congregación de varios
repartimientos o encomiendas, como tal señalaba las disposiciones gubernamentales. Pero
no sabemos que ayllus inicialmente integraron ambos pueblos, ya que las fuentes tempranas
solo mencionan a los dos pueblos cabezas o sede de los repartimientos.
Cuando se realizó la visita general del virrey Toledo, en 1571, se confirma que el
pueblo de Sangarará contaba con una población total de 1768 personas, distribuidas de la
siguiente manera: 312 tributarios, 75 viejos, 387 muchachos menores de 17 años, 994
mujeres de todas las edades y estados (Cook 1975: 158; De la Puente 1992: 375). En tanto,
en el repartimiento o pueblo de Cullopata se registró a 932 personas, de los cuales 190 eran
indígenas tributarios, 34 viejos, 156 muchachos menores de 17 años, 552 mujeres de todas
las edades y estados (Cook 1975: 158; De la Puente 1992: 349). Esto quiere decir, que para
la década de 1570 ambos pueblos ya habían sido fundadas formalmente.
Según estudios del Proyecto Qhapaq (2007), desde 1564 hasta 1572, fecha de la
visita de Toledo en el ámbito de la provincia de Collasuyu, ya existían varios pueblos.
Entre ellos se menciona a los siguientes:

PUEBLOS DEL COLLASUYU 1564 – 1572

1564 1572
Quiguares Quispicanche
Urcos Muyna
Canches Acos
Pampallacta Quispillacta
Acopía-Canchichapi Collapata
Pomacanche Pomacanche
Cayocpata Camana
Yanaoca Acupía
Tinta Yanaoca
Pitomarca, Tinta
Etc. Entre otros.
Fuente. PQÑ, 2007: 150.

Del cuadro anterior se desprende que para las décadas de 1560 y 1570, los indígenas
ya habían sido obligados a abandonar sus antiguas aldeas para morar o residir en los nuevos
pueblos que progresivamente fueron fundándose. En el caso de los indígenas de Cayocpata
[Cullopata] y Pomacanchi, se entiende que fueron congregados en los pueblos del mismo
nombre. Desde entonces, sobre todo el pueblo de Pomacanchi, quedó emplazado en el
mismo lugar hasta el día de hoy. Con respecto a Cullopata, no sabemos específicamente
donde fue trasladado, aunque hay indicios razonables para pensar que muchos años después
fue congregado en el pueblo de Marcaconga, ya que como veremos en seguida, uno de los
ayllus integrantes de este pueblo es precisamente Cullopata, lo cual indicaría que no fue
casual.
Tal vez un documento de 1577, nos aclare sobre este tema. En 1977, Waldemar
Espinoza Soriano, halló y publicó en la revista Bull. Inst. Fra. Et. And., Nº 3-4, un
documento antiguo del siglo XVI, para ser exactos correspondiente al año de 1577. En este
manuscrito inédito se menciona la demarcación etnográfica de los ayllus del Cusco y su
área de influencia, así como se detalla los nombres o topónimos de los pueblos, como los
nombres de los caciques asentados en los alrededores de la antigua capital del
Tahuantinsuyu.
Gracias a un memorial que enviaron las diferentes líderes locales, sabemos qué
pueblos estaban localizados a 55 Km., a la redonda del Cusco. Entre ellas figuran muchos
de los actuales pueblos que según la declaración de los caciques pertenecían a la
jurisdicción del Collasuyu. Ver el siguiente cuadro:

PUEBLOS DE COLLASUYU (1577)

II.- COLLASUYU
1.- Quispicanche
2.- Muyna
3.-Ponaquiguar
4.- Marpa
5.- Acos
6.- Quispillacta
7.- Collapata
8.- Pomacanche
9.- Camama,
10.- Acupía, entre muchos otros.
Fuente. Espinoza, 1977: 111.

Aquí como en el anterior cuadro, los dirigentes locales aun mantenían el recuerdo
vivo de que sus pueblos, ayllus y parcialidades formaban parte de la región del Collasuyu.
Según la solicitud dirigida con fecha en la ciudad del Cusco a 1 de agosto de 1577, los
caciques y gobernadores principales, en nombre y representación de los indígenas del
común enviaron una petición al virrey Francisco de Toledo, pidiendo nombrar a Pedro
Juárez como curador de los indígenas, para que de acuerdo al derecho vigente realizara
ciertos tramites en contra del corregidor del Cusco, que había agraviado a los solicitantes.
Entre los suscritos figuran del ayllu o parcialidad de Marpa, don Juan Cana Quisuno, por si
y en nombre de los demás caciques principales. De Acos, don Juan Uscamayta y don Juan
Condemayta. De Quispillacta, don Diego Quispi y don Felipe Condor Guaman. De
Cullopata, don Andrés Tarna (o Tarma), por sí y en nombre de don Martín Macarro,
cacique principal y los demás. De Pomacanchi, don Martín Guaguaconsa, por si y en
nombre de don Pedro Canche y de don Gonzalo Yacoguno y Baltasar Toco Anchi. De
Camana (Hatun Camayna), don Martín Caicacama Consa. De Acopía, don Alonso Guaman
Aycho, por si y en nombre de don Juan Corisin, cacique principal (Espinoza 1977: 115-
116).
Los datos anteriores sugieren lo siguiente. Primero, para 1577, los indígenas de los
ayllus o parcialidades resaltados en negrita estaban convencidos de que sus pueblos
pertenecían a la jurisdicción del Collasuyu. Segundo, los testimonios de los caciques dan a
entender que todos los pueblos citados ya estaban reducidos en los pueblos del mismo
nombre. Tercero, los pueblos resaltados siempre han estado emplazados en las
inmediaciones de la actual jurisdicción de Sangarará y Marcaconga. Cuarto, muchos de los
pueblos aludidos han sido plenamente identificados y otros no. Por ejemplo, en 1982, R. T.
Zuidema y D. Poole, al realizar trabajos de campo reconocieron muchos pueblos
nombrados en aquel documento. Para estos dos autores, sobre todo para la última, el ayllu o
pueblo de Marpa, sería el actual Marcaconga. Lo cual nos parece un error, ya que al parecer
este ayllu o parcialidad estaba situado en las proximidades de Acomayo y no en las
inmediaciones de Pomacanchi, Sangarará y/o Marcaconga. Asimismo, en los trabajos de
David Cook (1975) y José de la Puente (1992), no hay alguna referencia al repartimiento de
Marpa. Tampoco lo ubicamos en las ordenanzas de tambos de 1543.
Es en los libros de matrículas de contribuyentes de 1884, que recién localizamos al
ayllu Marpa. En este registro se confirma que el pueblo de Acomayo fue fundado con las
parcialidades de Quispillacta, Hanacmarpa y Uramarpa. Es decir, los indígenas del ayllu
Marpa junto a los de Quispillacta, quienes a pesar de estar localizados en las inmediaciones
de Sangarará, fueron reducidos en el pueblo de Acomayo. Especialmente los del ayllu
Marpa fueron concentrados respetando su antigua organización en dos parcialidades: Hanan
Marpa y Hurin Marpa. Por lo demás queda claro que los naturales de Acos, Pomacanchi,
Acopía y Camana o Hatun Camayna (reducidos en los pueblos de San Juan y Santa Lucía)
y del mismo Cullopata, fueron reducidos en los pueblos del mismo nombre.
Además debemos recordar que los aborígenes de Cullopata desde la década de
1540, ya habían sido encomendados a Juan Julio de Ojeda junto a los de Hatun Camayna.
Por lo tanto, asumimos que los indígenas de este ayllu y quizás junto a otros, formaron el
repartimiento de Cullopata. Cuando el virrey Toledo (en 1571), realizó la visita general
halló en este repartimiento a un total de 932 personas. Lo cual sugeriría que en esta época
residían buen número de habitantes. Años después, en 1577, el pueblo de Cullopata seguía
formando parte de los pueblos rurales de la jurisdicción de la provincia del Collasuyu,
como lo confirman los testimonios de los caciques. De igual modo, la investigación
realizada por Luis Miguel Glave (1992: 30), da cuenta que para 1594 en la capitanía o
provincia de Canchis figuraban los curatos o pueblos de Pomacanchi con dos
repartimientos (no menciona sus nombres pero seguramente se trata de San Juan y Santa
Lucía), además de Cullopata, Sangarará y otros. Como puede notarse recién en esta época
aparece el nombre de Sangarará, asociado a un pueblo. En tanto Cullopata ya no figura,
pero es de suponer que siguió formando parte de los pueblos rurales de aquel tiempo.
Dos años después, para 1596, la situación se complica por que según la relación o
memoria de los pueblos ubicados dentro de las diez leguas a la redonda del Cusco, se
nombra al pueblo de Sangarará como uno de los principales del Collasuyu, mientras a
Cullopata ya no aparece. No tenemos información, tampoco sabemos porque este pueblo
fue ignorado en esta relación, tal vez por su poca importancia y/o quizás porque se
encontraba más allá de las diez leguas, o acaso ya estaba congregado en el pueblo de
Marcaconga.

PUEBLOS DEL COLLASUYO (1596)

II.- COLLASUYO
1.- San Salvador de Oropesa
2.- Santo Tomas de Rondoca
3.- Sangarará
4.- Virgen de Natividad de Acomayo
5.- San Miguel de Acos
6.- San Francisco de Uaiqui
7.- Y otros.

Fuente. Notario Miguel de Contreras. 1595-1596: 422.

Cabemos precisar que esta relación fue mandada elaborar por el corregidor y juez de
residencia don Gabriel Paniagua de Loaysa, con fecha en la ciudad del Cusco, el 31 de
diciembre de 1596.16 Como puede verse, en esta correspondencia extrañamente no figura el
pueblo de Cullopata, pero si el pueblo mayor de Sangarará, que por lo visto se instituyó a
partir de la concentración de diferentes ayllus y parcialidades, bajo la advocación de un
santo cristiano que en adelante vino a ser el santo patrón del pueblo. Sin embargo, años
después, entre 1617 y 1633, tanto Cullopata como Sangarará de nuevo aparecen en la
relación de los pueblos existentes dentro de la provincia de los Canchis de Quispicanchi
(Glave 1992: 30). Esto da a entender que hasta la década de 1630 aproximadamente, el
pueblo de Marcaconga no existía con este nombre, sino, con el de Cullopata. Como hemos
visto, anterior a esta fecha hay bastante referencia al repartimiento o pueblo de Cullopata y
no hay mención alguna a Marcaconga a excepción de un lugar y pampa junto al camino
real.
Es después de esta época que en los documentos de archivo se mencionan con
mayor frecuencia al pueblo de Marcaconga, como anexo de la doctrina de Sangarará,
perteneciente a la provincia de Quispicanchi o Collasuyu. Según documentos de 1646, los
indígenas del pueblo de Marcaconga estaban obligados a asistir a las siniestras mitas de la
Villa Imperial de Potosí. Por entonces, como ye hemos mencionado, estaba formado por los
ayllus de: Ccollana, Tañoca, Poco, Cullopata, Chahuay y Aya. Precisamente los indígenas
de los citados ayllus son los que iban a las minas de Potosí cada año y por turnos a cumplir
sus obligaciones de mita. Esto quiere decir, que para esta fecha el pueblo «nuevo» de
Marcaconga ya se había erigido sobre la base del «pueblo viejo» de Cullopata, que quedó
relegado a una simple parcialidad.
De otro lado, el título de propiedad de la comunidad de Marcaconga, otorgada en
1657, por el padre fray Domingo de Cabrera Lartaun, confirman que este pueblo, para
entonces, ya tenía existencia formal y estuvo constituido por los ayllus de Ccollana, Tayña,
Cullopata y otros. Por otra parte, el cura Luis Gallego y Horosco, al realizar el padrón y
relación de la doctrina de Sangarará (en 1690), describió que este pueblo estaba constituido
por cuatro pueblos: Quiquijana, Marcaconga, Yananpampa y Acopía.
Un siglo y medio después (en 1830), al efectuarse la matricula de indígenas de la
provincia de Quispicanchi, actuada por el Intendente don Dionisio Dávila y el apoderado
fiscal don Esteban de Navia, se precisa que el pueblo de Marcaconga estaba constituido por
los siguientes ayllus:

AYLLUS DEL PUEBLO DE MARCACONGA (1830)

AYLLUS CONDICIÓN DE LOS INDIGENAS NUMERO PROXIMOS A NUMERO


CONTRIBUIR
Ccollana Originarios y forasteros con tierras 125 Próximos 11
Cullopata Ídem 96 Ídem 18
Chaguay Ídem 78 Ídem 6
Aya Ídem 40 Ídem 7
Untupucyo Ídem 69 Ídem 5

16
ARC. Fondo documental: Protocolos Notariales nº 4. Escribano Miguel de Contreras. Años: 1595-1596.
Fuente. Elaboración propia a partir de documentos de Archivo de 1830

Del cuadro anterior de desprende lo siguiente. Tanto en 1646, como en 1830, los
ayllus de Ccollana, Cullopata, Chahuay y Aya, siguieron coexistiendo. En cambio, los
ayllus de Tañoca y Poco, que en la relación o memoria de 1646 se nombran, ya no aparecen
en 1830. Más bien en esta última época se agrega un nuevo ayllu llamado Untupucyo.
Cuando en 1845, se mandó confeccionar de nuevo la matricula de indígenas de esta
provincia por el subprefecto don Francisco Hermosillo y el apoderado fiscal doctor don
Ángel Ugarte; el pueblo de Marcaconga seguía integrada por los mismos ayllus
mencionados en 1830. Luego, el libro de matriculas de contribuyentes de 1884, corrobora
que el pueblo de Marcaconga estaba compuesto por la reunión de siete parcialidades:
Ccollana, Tayña, Tocco, Cullopata, Chahuay, Aya, y Llansa. Como puede notarse, hay una
permanencia constante en el tiempo de la mayoría de los ayllus: Ccollana, Cullopata,
Chaguay (Chahuay), Tayña y Aya. A excepción de Tañoca y Poco que en 1646 son
aludidos, pero en 1830 ya no se les menciona. Desconocemos los motivos por que se
omitieron a estos dos ayllus en aquella fecha. Pero, extrañamente en 1884 ambas
parcialidades nuevamente son nombrados. En todo caso, nosotros pensamos que Tañoca es
la mala escritura de Tayña y Poco no puede ser otro que el ayllu Pocco y/o Tocco. Al
parecer los ayllus de Untupucyo y Llansa, tuvieron existencia fugaz, probablemente se
extinguió y/o tal vez se fusionaron con otros ayllus, desapareciendo posteriormente.

AYLLUS DEL PUEBLO DE MARCACONGA (1884)

AYLLUS CONGREGADOS EN MARCACONGA - 1884

Ayllu Ccollana Ayllu Cullopata

Ayllu Ayllu
Tocco Tayña

Ayllu Chahuay Ayllu Aya Ayllu Llansa

Fuente. Elaboración propia a partir de los documentos de 1884.

A más de lo dicho anteriormente, también hemos considerado la información oral


que es de conocimiento de algunos pobladores actuales de Marcaconga. En este sentido, el
origen de los pueblos se explica generalmente a través de un mito o leyenda. Es decir, en la
mentalidad de los habitantes de Marcaconga, se mantiene vigente los comentarios
legendarios que se transmiten a través de la tradición oral de generación en generación.
Sobre todo las personas mayores o de edad avanzada refieren que el origen y significado
del nombre Marcaconga deriva de la unión de dos palabras: Marca – Cunca. Donde el
primero significaría «marcar o dejar huellas o señas». En tanto, la segunda acepción en idioma
quechua quiere decir «cuello». En suma, la conjunción de los dos términos expresaría
«marcas o huellas dejadas en el cuello». Este habría sido el sobrenombre de los habitantes de este
lugar en las épocas pasadas (periodo colonial).
Este relato se basa en el hecho de que en la época colonial los encomenderos y
hacendados cometían una serie de abusos contra los pobladores locales, a quienes los
explotaban y hacían trabajar cruelmente «amarrándoles del cuello» para que no se escaparan.
Como resultado de este acto los indígenas quedaban con laceraciones en el cuello, que dio
motivo para que se les denominara con el apelativo de «Marcacuncas», que posteriormente
fue castellanizado como «Marcaconga» dando origen al nombre del pueblo.
Otra versión oral que conocen y manejan los pobladores locales, es lo referente a un
ramal de la cordillera de Vilcaconga, que imponente y temible atraviesa este lugar. Según
esta tradición «Marca» quiere decir en idioma quechua «pueblo en altura o en segundo piso», y
«Conga» estaría relacionado a la mencionada cordillera. Por consiguiente, «Marcaconga»
significaría «pueblo en altura o al pie de la cordillera de Vilcaconga». Aquí como en el anterior caso,
la tradición popular menciona que algún vecino español o el cura del pueblo que vino a este
lugar a colonizar las tierras, puso este nombre.
En consecuencia, los datos históricos sugieren que en hasta las décadas de 1630 y/o
1640, hay un solo pueblo o repartimiento llamado Cullopata, y no hay referencia alguna a
Marcaconga. Es recién a partir de estas últimas épocas que el nombre de Marcaconga
asociado a un pueblo se fortalece, en detrimento de Cullopata que paradójicamente
desaparece de las escrituras. Hay la sensación de que al prevalecer el pueblo de
Marcaconga, la comunidad de indígenas de Cullopata quedó reducida a una simple
parcialidad, como lo es ahora. Además, en las inmediaciones de esta zona a parte de
Sangarará y Pomacanchi, no se han ubicado otros pueblos con el nombre de Cullopata a
excepción del actual sitio arqueológico. Por lo tanto, asumimos que este pueblo o
repartimiento estuvo ubicado en las inmediaciones del actual sitio arqueológico y/o pueblo,
específicamente en los alrededores del Templo de Santa Catalina de Marcaconga, donde
fue reducido junto a otros ayllus, al parecer desde 1571 en adelante.
De otro lado, no nos queda claro el origen del nombre del pueblo, que los
pobladores actuales atribuyen a hechos de la época colonial: abuso de autoridad
(encomenderos, hacendados y curas) y maltrato de los indígenas del lugar. Sin embargo,
nuestros documentos sugieren que el nombre probable del pueblo derivaría de un lugar
específico denominado pata y pampa de Marcaconga. Que estaba ubicada junto al camino
real que iba a la Villa Imperial de Potosí. Como hemos visto en este lugar se concentraban
los indígenas mitayos para partir a las minas de Potosí. Es posible que en este lugar los
aborígenes hayan sufrido maltratos como los señalados por las fuentes orales, que
finalmente dio lugar para que a los lugareños se les denomine como Marcacongas.
Volviendo al cuadro anterior, tenemos que para fines de 1880, el pueblo de
Marcaconga ya estaba formado por los ayllus de Ccollana, Tayña, Tocco, Cullopata,
Chahuay, Aya, y Llansa. Aunque la información que manejamos no nos especifica la
composición social de los habitantes, es de suponer que en su mayoría estuvo constituido
por indígenas originarios y forasteros, ya que este era el común denominador en estos
tiempos. Incluso desde épocas anteriores el predominio de la población indígena era
notorio. Por ejemplo, el cura de Sangarará, en 1690, informaba que en la jurisdicción de su
parroquia hay pocos españoles, dueños de algunas haciendas situadas en la quebrada de
Acomayo; mientras la mayoría de la población lo constituían los naturales. De igual modo,
en el pueblo de Marcaconga casi en su totalidad la población era indígenas, quienes por la
carencia de tierras de cultivo y de pastos, ofrecían sus servicios a las haciendas vecinas a
cambio de 7 pesos y medio, equivalentes a dos reales al mes (Villanueva 1982: 169).
Según la descripción del cura Luis Gallego y Horosco (1690), en aquel tiempo en el
pueblo de Sangarará existían 450 almas de confesión, incluidos los del ayllu Quispillacta,
más algunos indígenas que asistían a las chacras de maíz en la quebrada de Acomayo y la
gente forastera y vaga, quienes deambulaban de lugar a otro sin residencia fija. Además en
todo el curato solamente había cuatro haciendas llamadas: Tacasi, Añallanca, Gualuayoc y
Totorabamba. Todos propios de españoles, donde de preferencia se sembraban maíz y en
pequeña cantidad trigo y estaban situadas en la quebrada de Acomayo jurisdicción del
pueblo de Sangarará.
Asimismo, se indica que los indígenas de Sangarará no disponían de suficientes
chacras de sembrar maíz a excepción de los situados en la quebrada de Acomayo, que son
pocas y cortas. Ya que en el mismo pueblo, por ser tierra de puna, solo se sembraban papas
para comer. A tal extremo que en todo el pueblo no había horno de hacer pan. Y las veces
que venían algunos indígenas a vender pan, frutas y/o algunas legumbres, intercambiaban
con papas y chuños, porque no tenían un real para pagar, incluso para pagar sus tributos
tenían que ofrecer su fuerza de trabajo en las haciendas de las ciudades y en las minas más
cercanas. Se dice también que en todo el pueblo no existían ganados vacunos ni ovinos
porque no había quien las cuide toda vez que los indígenas en edad de trabajar en su
mayoría iban de mita a las minas de Potosí (Villanueva 1982: 168).
Por su parte, en el pueblo de Marcaconga el panorama no era muy distinto a lo
descrito anteriormente. Este pueblo como Sangarará estaba ubicado a la vera del camino
real que va a Potosí. Donde vivían 170 almas de confesión, gente también muy pobre con
unas cuantas tierras de sembrar maíz en la quebrada de Acomayo, quienes de preferencia
residían en las mismas chacras. En tanto los naturales que tenían sus cortas chacras en las
inmediaciones del pueblo se dedicaban a sembrar papas. La escases de tierras se explica
porque las tierras del vecino pueblo de Pomacanchi llegaban hasta el mismo pueblo de
Marcaconga y las pocas que quedaban estaban al lado del camino real por donde transitaba
toda clase de ganados: vacunos y ovejunos, especialmente. Como también trajinaban todo
tipo de comerciantes, haciéndoles daño a las chacras y pastos. No se debe olvidar que el
pueblo de Marcaconga era parada de todos los caminantes y viajeros con los cuales los
originarios no tenían trato alguno. Igualmente, por la pobreza de sus tierras alquilaban su
fuerza laboral a las haciendas de la zona para pagar sus tasas de tributo. También iban de
mita a las minas de Potosí y en este pueblo no había tierras de españoles, dueños de
estancias o haciendas (Villanueva 1982: 169).
Este informe puede corroborarse con otro documento de las visitas pastorales que
efectuó el licenciado don Andrés de Mollinedo, cura de la parroquia del Hospital de los
Naturales de la ciudad del Cusco, quien en compañía de su secretario don Martin de Rado,
cometieron aquella visita en la doctrina de Sangarará, con fecha el 10 de setiembre de 1690.
En este manuscrito se precisa que además de pagar los sínodos o salarios mensuales al cura
de esta doctrina don Luis Gallegos, la iglesia de Marcaconga poseía ciertos bienes y rentas
que estuvieron a cargo de los mayordomos. Entre ellos se menciona a vacas y ovejas. Entre
los primeros destacaban 77 cabezas de ganado vacuno, de los cuales 44 eran vacas, 2 toros,
16 torillos y 15 becerros. Además de las 600 ovejas, de los cuales 400 madres, 100
borregos y 100 crías. Agregándose la cosecha del presente año, tres cargas de chuño, de los
cuales dos buenos, cuatro cargas de quinua y tres cargas de maíz. Se advierte que ambos
géneros de ganados se arrendaban a razón de sesenta pesos al año (Archivo Arzobispal del
Cusco. Libro de fábrica e inventarios del templo de Santa Catalina de Marcaconga, años:
1684-1749).
Casi un siglo después, entre 1780 y 1781, los pueblos de Sangarará y Marcaconga,
fueron escenarios de la rebelión de José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac
Amaru, quien al mando de un ejército de indígenas oprimidos se sublevó contra el Estado
colonial español del Perú. Sobre el particular hay una cuantiosa bibliografía (Flores
Galindo 1976; O´Phelan Godoy 1979; entre otros), por lo que aquí ya no nos ocuparemos
del tema en extenso. Solo mencionaremos que el foco de aquella rebelión alcanzó a las
actuales jurisdicciones de Sangarará y Marcaconga, a partir de donde el ejército rebelde
avanzó hacia otros pueblos, destruyendo a su paso numerosos obrajes y haciendas
existentes en el lugar.
Según documentos de 1784, el administrador general de rentas del Cusco, don
Francisco Parrilla, remitió varias ordenes a los receptores de las provincias para que
ejecuten las diligencias de encabezonamientos de los obrajes, chorrillos y haciendas
situados en la provincia de Quispicanchi. En cumplimiento de este mandato Vicente Yepes,
receptor de esta provincia recorrió las diferentes propiedades, donde constató que muchos
de sus propietarios y/o administradores estaban ausentes y solo encontró a los mozos o
servidores, quienes no dieron mayor razón de las propiedades. Pero, a pesar de esta
dificultad supo registrar los bienes existentes en cada pueblo.
En virtud a la comisión conferida, el señor Vicente de Yepes, el 28 de noviembre de
1783, se constituyó en la hacienda de Gualguaia, sita en los términos de la doctrina de
Sangarará, donde le informó a la dueña señora Francisca Pacheco, los motivos de su
presencia. En respuesta a las interrogantes, la suso dicha dijo que los rebeldes habían
muerto a su padre Juan Esteban Pacheco y destruido los bienes de aquella hacienda. Toda
vez que en años anteriores a la revuelta, esta hacienda daba de pensión 5, 000 pesos de
principal a favor de la santa recolección de la ciudad del Cusco. En seguida, el comisionado
pasó a ver las tierras de sembrar maíz, donde constató que estos se sembraban en varios
pedazos de llanura dotados de competente agua, en las que la dueña empleaba nueve
fanegas de semilla y cogía de cosecha en año regular ochenta fanegas los que
comercializaban entre la gente del laboreo. En tanto, las tierras de sembrar trigo, en su
mayoría estaban situadas en laderas, los mismos que en tiempo de su padre se sembraban
con unas cincuenta fanegas de semilla en cada un año, pero que hoy como mujer sola
apenas sembraba con doce fanegas, ya que algunos pedazos los arrendaba a varias personas
de Acomayo. Además, esta hacienda no contaba con herramienta alguna ya que los
rebeldes los habían despojado de todo. Básicamente estas tierras eran trabajadas por gente
de mandamiento y tres indígenas vagos (ARC. Intendencia, Real Hacienda. Legajo N° 165.
Año: 1784).
Asimismo, el referido comisionado verificó otras haciendas situadas en la
jurisdicción de Sangarará, como la hacienda de Tacasi, propias de don Pedro Villavicencio
y la hacienda de Añallanca de Pedro Villafuerte; que por lo general eran tierras de sembrar
maíz y trigo. Los primeros ubicados en pampas y llanuras estrechas (quebrada de
Acomayo), dotadas de regular cantidad de agua, mientras las tierras de trigo en su mayoría
estaban localizados en laderas y de cosecha temporal.
Como puede notarse después de la rebelión de Túpac Amaru, muchas haciendas
como en este caso quedaron destruidas, sin cultivos, cosechas y herramientas. No obstante,
echar la culpa a los rebeldes de la ruina de las propiedades puede ser una excusa de los
propietarios para no pagar los nuevos impuestos. Tampoco no podemos olvidar los factores
climatológicos, que en algunos años fue inclemente. En suma, según la declaración de los
dueños de las haciendas, después de la rebelión de Túpac Amaru, muchas propiedades
quedaron en ruina, sin aperos y recursos humanos.
Para las décadas de 1820 y 1830, los habitantes de Sangarará y Marcaconga, de
preferencia eran de extractos indígenas y algunos españoles, quienes se habían afincado en
esta vecindad para dirigir personalmente sus tierras, ya que eran dueños de las siguientes
haciendas: la hacienda y molinos de Tacasi, propios de Juan Escalante; que fue la única
gravada para pagar sus impuestos. Mientras, los demás por la corta extensión de tierras o
por que estaban cargadas de censos no fueron empadronados. En el pueblo de Marcaconga,
el señor José Mariano Luna, por su hacienda de Quirqui y varias de sus chacarillas, fue
obligada a pagar sus impuestos. Asimismo, en los vecinos pueblos de Yananpampa y
Yaucat, la hacienda de Cebadapata, propios de Tomás Farfán, fue exigida a pagar sus
impuestos (ARC. Tesorería Fiscal, provincia de Quispicanchi, 1826-1889).
Según documentos de matriculas de la década de 1840, los pueblos de Sangarará y
Marcaconga, socialmente estuvieron constituidos por algunos ayllus originarios
procedentes desde la época colonial. Ver el siguiente cuadro.

CONDICION DE LOS AYLLUS DE SANGARARÁ (1840)

AYLLUS CONDICION c/s tierras Nº CONTRIBUYENTES


Hilabe Originarios y forasteros 90
Sulcabi Originarios y forasteros 71
Suparmaca Originarios y forasteros 49
Alayccollanayoc Originarios y forasteros 35
Pallpa Originarios y forasteros 13
Manaccollanayoc Originarios y forasteros 66
Fuente. Elaboración propia a partir de los documentos de archivo. Extracto de matriculas de indígenas de la
provincia de Quispicanchi actuada por su Subprefecto don Francisco Hermosillo y apoderado fiscal doctor
don Ángel Ugarte.

El cuadro antecedente nos muestra los diferentes ayllus existentes en el pueblo de


Sangarará, que estuvieron integrados por indígenas originarios y forasteros aptos para pagar
sus tasas de contribuciones. Mientras las mujeres de todas las edades y estados, así como
los viejos y jóvenes menores de 17 años para abajo no estaban incluidas en este padrón.
En tanto, el pueblo de Marcaconga estuvo formado por los siguientes ayllus
procedentes desde el periodo colonial.

CONDICION DE LOS AYLLUS DE MARCACONGA (1840)

AYLLUS CONDICION c/s tierras Nº CONTRIBUYENTES


Ccollana Originarios y forasteros 137
Cullopata Originarios y forasteros 90
Chahuay Originarios y forasteros 90
Aya Originarios y forasteros 46
Untupucyo Originarios y forasteros 66
Fuente. Elaboración propia a partir de los documentos de archivo. Extracto de matriculas de indígenas de la
provincia de Quispicanchi actuada por su Subprefecto don Francisco Hermosillo y apoderado fiscal doctor
don Ángel Ugarte.

Como puede verse los ayllus consignados en el libro de matriculas de


contribuyentes de la década de 1840, son los mismos de 1830 e incluso de 1646, con
algunas excepciones que ya hemos explicado líneas arriba. Si comparamos la cantidad de
población tributaria, se nota que en este último periodo hubo un ligero descenso de la
población con respecto a 1830. Pero en lo fundamental, estos ayllus siguieron formando los
cimientos del pueblo de Marcaconga.
De otro lado, el descenso de la población de Sangarará y Marcaconga puede ser
explicado desde diferentes perspectivas. Si en los siglos XVI y XVII fue la mita minera,
ahora durante los siglos XVIII y XIX, la carencia de tierras y la consiguiente pobreza de los
habitantes, serán las causas entre otras, que calará hondo en la miseria de la población. Sin
olvidarnos de otros factores como las enfermedades, que también contribuyeron
decididamente en la baja demográfica. Este último caso fue registrado por el apoderado
fiscal de la provincia de Quispicanchi, Mariano Santos, quien en la década de 1880, remitió
un informe de la situación de la provincia, mencionando que los pueblos ubicados en los
alrededores de la gran laguna de Pomacanchi, como Acopía, Mosoqllacta, Sangarará,
Marcaconga, entre otros, padecían fiebres malignas que «anualmente diezmaban a los
moradores», como producto de las miasmas podridas que corrompen la atmosfera emanadas
de la mencionada laguna.
Una década después, el 15 de enero de 1890, Francisco del Mar, gobernador del
tercer distrito de Acomayo, o sea, Sangarará, informó al señor vicario del Cusco, que como
consecuencia de una mortal epidemia «fiebre violenta y escarlata» muchos habitantes de los
cinco pueblos, entre ellos los de Marcaconga, había provocado gran mortandad a la
numerosa población. Incluso el propio cura párroco de la doctrina de Sangarará doctor don
Juan B. del Mar, desde hace cuatro meses «se halla enfermo en cama sin esperanzas de vida».
Además, a causa de esta enfermedad muchos infantes morían sin bautismo, ni que decir de
los mayores, quienes sucumbían sin recibir los auxilios espirituales. Incluso, como
consecuencia de esta mortalidad, las misas de los días domingos y feriados, se habían
suspendido (Archivo Arzobispal del Cusco. Fondo documental época republicana. Caja
LXVI, 1,1. Fecha 1, año: 1890).
En consecuencia, ahora cuando uno camina por las calles del pueblo de Marcaconga
nos damos cuenta que en vano no han pasado los años, ya que observamos una lucha
constante entre la persistencia de lo antiguo y la imposición de lo moderno. Por un lado, lo
primero está expresado en la permanencia y vigencia de algunas calles y casas de origen
colonial, y de un lado hay cada vez más entre los pobladores la necesidad de «mejorar» la
infraestructura de sus viviendas y calles, con material noble a base de cemento y ladrillo.
Asimismo, es notable ver aun algunas calles estrechas y sinuosas, así como pocas
casas de adobe y paja, sobre todo en los alrededores del antiguo centro poblado. En las
inmediaciones del Templo de Santa Catalina. Que por las características del trazo urbano y
patrón de asentamiento, es el típico pueblo de la reducción de indígenas, al parecer
efectuadas en tiempos del virrey Francisco de Toledo, a partir de 1571 en adelante. Como
ya hemos explicado, en este espacio en un inicio fueron concentradas las aldeas de
Cullopata, Ccollana, Tayña, Chahuay, Aya y Untupucyo, sobre la base de los cuales se
erigió el pueblo de Marcaconga.
ALGUNAS FOTOS DEL «PUEBLO VIEJO»

Material exclusivo del autor. Cusco, setiembre del 2017. Imágenes que demuestran la peculiar traza urbana
del pueblo de Marcaconga en los alrededores del Templo de Santa Catalina y algunos detalles de las casas
«antiguas» con arquerías que datan de 1950, incluso de antes.

Como puede verse en las antecedentes imágenes, en las inmediaciones del antiguo
templo de Santa Catalina, hay vestigios de ese «pueblo viejo», de calles estrechas y casas
de adobe y paja, que en su mayoría están en ruinas, ya sea porque sus dueños ya murieron o
migraron a otros pueblos vecinos y porque se trasladaron a la parte baja del pueblo como
consecuencia de la construcción de la carretera entre el puente de Chuquicahuana y
Acomayo (1961-1972); por lo que este sector fue abandonado paulatinamente hasta
mudarse a las inmediaciones de la mencionada vía que atraviesa el pueblo por la mitad, ya
que alrededor de este eje vial se concentró, no solo las actividades económicas, sino,
también las instituciones locales, como la plaza y el Consejo Menor.

FOTOGRAFIA DEL «PUEBLO NUEVO»


Material exclusivo del autor. Cusco, setiembre del 2017. Vista panorámica del actual pueblo de Marcaconga,
donde se observa el crecimiento urbano alrededor de la eje vial Cusco – Acomayo.

Si bien al presente la organización espacial de los ayllus no esta bien definida, hay
entre los pobladores una sensación disimulada de querer recuperar lo antiguo a través de la
practica de sus costumbristas. Entre ellos está volver a organizarse por parcialidades o
ayllus, ahora denominados como barrios. Ya que actualmente la delimitación e
identificación de estos grupos es través de las calles. Así por ejemplo, el Jirón José Pardo
está atribuido al ayllu Tayña; jirón Belaunde corresponde a Ccollana; calle Natividad y
jirón Ramón Castilla están emparentados al ayllu Kullupata, y Chawaycalle con el ayllu
Llacta chahuay o simplemente Chahuay.
Sin embargo, Al efectuar nuestro trabajo de campo (entrevistas con vecinos
notables), hemos descubierto que los pobladores de Marcaconga se han organizado en
barrios. De ellos el denominado barrio Central está vinculado al ayllu Ccollana, Urapallpa
con Llacta chahuay, Belén con Kullupata y el barrio Urinsaya está emparentado con el
ayllu Tayña. Dicho de otra manera, los Ccollanas están ubicados en la parte alta de la
población, los Kullupata el extremo izquierdo, los Chahuay el extremo derecho (frontera
con la comunidad de Santa Rosa de Ihuina) y los Tayñas ocupan la parte baja de la
población. Ver la siguiente imagen.

LOS AYLLUS DE MARCACONGA EN LA ACTUALIDAD


AYLLU
AYLLU CULLOPATA CCOLLANA

AYLLU
CHAHUAY
AYLLU TAYÑA

Fuente. Imagen de google eart. Ubicación actual de los ayllus en el espacio urbano del pueblo de
Marcaconga-Cusco.

Visita y composición de tierras de Marcaconga (1657).-

Las evidencias documentales demuestran que el titulo de propiedad de la comunidad


de Marcaconga se elaboró dentro del contexto histórico de la visita y composición de tierras
de la década de 1650. Época en la que el reverendo padre maestro fray Domingo de
Cabrera Lartaun, por disposición del virrey Luis Enrique Guzmán, Conde de Alva Liste
(1655 – 1661), realizó la revisita de las composiciones. La finalidad de esta revisita fue
restituir a los indígenas las tierras injustamente despojadas, así como para desbaratar los
fraudes a la Real hacienda. En suma, mediante esta visita se pretendió corregir infinidad de
abusos que las visitas y composiciones anteriores habían ocasionado. Con este fin fue
nombrado el padre dominico, como juez repartidor y medidor de tierras del partido del
Cusco, entre ellos de la provincia de Quispicanchi y su jurisdicción.
Si bien la «Junta de tierras y desagravio de indios, visita de haciendas, remedida, venta y
composición de tierras» se formó todavía durante el gobierno del Conde de Salvatierra, los
mismos no se efectuaron hasta los tiempos del Conde de Alva Liste. Periodo en el que
recién se llevó a cabo el desagravio de las ventas y composiciones de tierras. Precisamente
de este tiempo data el titulo de la comunidad de Marcaconga, al que tuvimos acceso gracias
a la gentileza del señor alcalde Roberto del Carpio, quien nos proporcionó una copia
mecanografiada escrita por el doctor Manuel Jesús Aparicio Vega. Según se lee en las
primeras líneas del documento, los originales se encuentran protocolizados y archivados en
la notaria pública de Samuel Nahuamel Olave, notario que fue de la provincia de Acomayo.
De acuerdo al contenido del documento, éste fue transcrito paleográficamente por el
citado profesional a pedido de los dirigentes locales, para que la comunidad fuera inscrita y
reconocida oficialmente por el Estado. Desde entonces las sucesivas autoridades de la
comunidad lo poseen y resguardan en copia simple y legalizada.
Ya entrando al tema en sí, diremos que el titulo se originó a pedido de los indígenas
de la comunidad de Marcaconga, quienes solicitaron al padre fray Domingo de Cabrera
Lartaun, de la orden de los predicadores y juez visitador y componedor de tierras, el «entero
y amojonamiento de las tierras cultas y punales» para el provecho y beneficio de todos los ayllus y
parcialidades reducidos en el pueblo de Marcaconga.
Según el tenor del petitorio, en 1657, el padre Domingo de Cabrera Lartaun dando
cumplimiento a la solicitud de los indígenas tributarios don Adrián Quispe, don Esteban
Condori, don Miguel Yanque Tayña, todos indígenas curacas, caciques, mandones,
indígenas principales y gobernadores de la parcialidad y pueblo de Marcaconga reducidos
con los ayllus de Ccollana, Tayña y Cullopata; mandó al medidor de tierras Nicolás Báez
de León, para que fuera a los lugares y parajes señalados por los citados indígenas y mida
las tierras solicitadas. Como resultado de esta medida se hallaron muchas tierras cultas y
punales que fueron adjudicados a los peticionarios.
Iniciándose el deslinde y amojonamiento de tierras en el asiento llamado
QUERQUIÑA CCASA que colinda con el ayllu de Ttio, de allí pasó a RORONCANCHA,
para luego bajar a MOLLEPPOSCO, CAYA RAYOC, CANCHISPUCYO hasta llegar a
PICOTAYOC, SOYTOCCASA y SAN JUAN CAPILLA. De allí continúa bajando al
paraje de CCOYAPAMPA, pasar a SOLLOMOCCO, luego baja a CARACOLES hasta ir a
MAYURA. De aquí pasó a TUPAHUIRI, MACHOCHACA, MATARAYOC,
CCOCHAPATA, sigue por encima de CCOCHA hasta llegar a JATUN CCASA. De este
último punto vuelve a llegar a QUINSA CRUZ, CCORIPUCYO y HUAROCCANIYOC
que colinda con el ayllu o pueblo de Evina o Ihuina. De allí pasa a CCASANPATA, sigue a
SOMBREROYOC MOCCO, baja a CHALLHUAYOC HUAYCCO, de aquí corre a
MOYOC ORCCO o POTRILLO PAMPA que llaman también como CCOCHAPATA en
donde dejó las lindes de CANCHE, de aquí sigue a RULLORUMI, TAMBOCCASA en
donde hay tres mojones puestos por los antiguos de la repartición del pueblo de ACOPÍA y
otras de la repartición con las tierras rematadas nombradas CEBADA PATA y otras de esta
repartición, de allí sigue a CCOMPE AHUANA PATA, PATA QUISCAYOC,
PULPITUYOC, PUCARA, MOTOYNIYOC POSCCO, CHAQUERE de aquí baja a
URUBAMBILLA, pasa a MACHU HUANCAYOC de allí sube a LLAMACHAQUI,
QUEMPOR, MACHO IGLESIAYOC, sigue hasta llegar a JARAHUI CCASA en donde se
encuentra con los lindes de la repartición de las tierras amparadas nombradas de MOCCO
RAYSE de allí pasa a RUMI MACHU CANCHA, PAYCCO PAMPA hasta llegar al
primer lindero que es QUERQUIÑA CCASA, donde se cerró el lindero y amojonamiento
de todas las tierras, lomas, pampas, huaycos y cochas que pidieron del entero de
amojonamiento de tierras cultas y pastales los dichos indígenas de la comunidad y pueblo
de Marcaconga reducidos con los tres ayllus de Ccollana, Tayña y Cullopata.
Este conjunto de tierras son las que el padre Domingo de Cabrera Lartaun, adjudicó
a los indígenas de Marcaconga para su provecho y beneficio. Ordenando al alguacil mayor
don Juan de la Torre, dar la posesión respectiva a todos los naturales por sí y/o a través de
sus segundas personas. Con la advertencia de que los aborígenes posean y gocen dentro de
los linderos y mojones de repartición amparada y reconocida, sin abarcar en la posesión de
los unos y los otros, bajo pena de ser castigados severamente.
Por último, el religioso dejó instrucciones claras al corregidor de la provincia de
Quispicanchi y a su teniente general o los que fueran en adelante, para que ejecutaran el
reparto de tierras a los indígenas, ya que él no podía detenerse a hacerlo por el gasto de sus
salarios. Se constata también que en este proceso participaron, a parte del padre Domingo
de Cabrera, el escribano Juan de Moreira, quien había sido nombrado como escribano
oficial de esta visita. Todos ellos suscribieron este testimonio con fecha 6 de mayo de 1657.

Algunos comentarios sobre el documento.-

Como hemos visto, este titulo de propiedad de la comunidad, hoy Centro Poblado
Menor de Marcaconga, se originó como consecuencia de la revisita y desagravio de los
indígenas emprendida en 1657, por el reverendo padre fray Domingo de Cabrera Lartaun,
quien fue la cabeza visible de esta comitiva. No sabemos si él personalmente realizó la
visita de aquellas tierras o delegó funciones al medidor de tierras y al escribano, o en su
defecto solo revisó y verificó la petición presentada por los indígenas en su comodidad de
su oficina de la ciudad del Cusco o de la capital provincial, que era lo mas usual.
De otro lado, la última orden dada al corregidor de la provincia y a su teniente
general para que repartiese las tierras, da a entender que el religioso solo adjudicó terrenos
en forma comunal y no así individualmente. Esto quiere decir, que en aquella oportunidad
solamente se amparó y reconoció el territorio comunal, más no así los terrenos particulares
o familiares que quedaron pendientes de repartirse y no sabemos cuándo se habría
producido esto. Debemos tener en cuenta que cuando se efectuaron las visitas y
composiciones de tierras, por lo general una comitiva de jueces visitadores acompañados de
los escribanos y los medidores de tierras con el auxilio y asistencia de los curacas, recorrían
cada pueblo inspeccionando casa por y casa y chacra por chacra, y luego de constatarse la
cantidad y calidad de las tierras se procedía a distribuir y adjudicar a cada familia, lo que en
este caso no sucedió. En consecuencia, el documento que hemos expuesto, nos indica que
se trató del reconocimiento y amparo del territorio comunal.
También queda demostrado que este documento procede de 1657 y no de antes.
Aunque en su alegato el representante legal de la comunidad Alipio Ramos Villares (en
1983), mencionó que el pueblo tiene su origen en la Reducción de Indígenas de 1571,
efectuadas por el virrey Francisco de Toledo. No obstante, a la fecha resulta difícil ubicar
alguna evidencia de ello (actas de fundación del pueblo y/o el libro de repartición de
tierras), a excepción de la traza urbana y el patrón de asentamiento que al parecer
corresponde a esa época. Además, no debemos perder de vista que en las fuentes
tempranas, hasta donde conocemos, no hay alguna mención a un pueblo, ayllu o parcialidad
de nombre Marcaconga, por lo menos hasta los mediados del siglo XVII. Periodo este
último en que recién en los documentos de archivo se nombra con mayor frecuencia el
nombre de Marcaconga. Por consiguiente, para nosotros por los argumentos antes
expuestos, el pueblo de Marcaconga en un primer momento se llamó Cullopata.
Precisamente este ayllu junto a otras parcialidades son los que se redujeron o congregaron
dando vida al pueblo de Marcaconga.
Como hemos demostrado en las líneas precedentes, en los documentos de archivo
(corregimientos y libros de matriculas) desde la década de 1630 hasta 1880, el pueblo de
Marcaconga aparece integrado por seis y siete ayllus, respectivamente, pero en el título de
la comunidad de 1657, solamente se menciona a tres ayllus: Ccollana, Tayña y Cullopata.
Nos extraña la omisión de los demás ayllus en el mencionado titulo, y no encontramos
explicación alguna, ya que en la década de 1880, los «demás» ayllus aparecerán de nuevo
en los documentos. Lo cual no guarda relación con lo dicho en el título y los documentos
posteriores. Nosotros creemos que siendo el título como una especie de partida de
nacimiento del pueblo han debido de consignarse a todos los ayllus o parcialidades
integrantes del pueblo.
En cuanto a la descripción de los topónimos se confirma que muchos de ellos siguen
vigentes hasta el presente. Esto se confirma a través de los títulos de reconocimiento de la
comunidad de 1983, 1987 y la memoria descriptiva de 1998. En estos documentos como la
de 1657, se mencionan a muchos nombres que forman parte de los linderos del actual
pueblo de Marcaconga. Entre ellos se mencionan a: RULLORUMI, CCORIPUCYO,
QUINSA CRUZ, SOMBREROYOC MOCCO, JATUN CCASA, CCOCHA PATA,
MOYOCC ORCCO, TUPAHUIRI, SULLOMOCCO, CCOYA PAMPA, entre muchos
otros, que actualmente son los puntos de colindancia con las comunidades vecinas.
Luego, como ya queda dicho, este documento fue presentado a la oficina del
Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas, que a través de una Resolución Suprema Nº
134 de fecha en Lima a 25 de agosto de 1962, dio el visto bueno al expediente formado por
los indígenas de Marcaconga, para que esta comunidad fuera inscrita y reconocida
oficialmente por el Estado. Esta instancia gubernamental es la que finalmente, viendo que
los solicitantes en el proceso de tramitación cumplieron con las disposiciones
reglamentarias del D. S. 008 de 1961; resolvió reconocer la existencia legal y personería
jurídica de la comunidad de Marcaconga, ordenando inscribírsela en el Registro Oficial de
la Dirección General del Ramo del Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas.
Muchos años después, en 1983, los comuneros de Marcaconga a través de su
representante legal, Alipio Ramos Villares, como Presidente del Consejo de
Administración, presentó un expediente al señor juez de primera instancia de turno del
cercado del Cusco, para que el titulo y otros papeles fueran protocolizados y archivados en
esta instancia judicial; pero este pedido fue denegado. Por lo que el representante de la
comunidad, concurrió ante el juez de primera instancia de Acomayo, donde finalmente
quedó formalizada y guardada los documentos de la comunidad.

FUENTES MANUSCRITAS
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años: 1643-1647; legajo nº 65, años: 1601-1677; legajo n° 66, años: 1679-1705; legajo
n°67, años: 1706-1718; legajo n° 68, años: 1719-1730; legajo n° 69, años: 1731-1737;
legajo n° 70, años: 1738-1750; legajo n° 71, años: 1752-1765; legajo n° 75, años: 1776-
1779. Intendencia legajo n° 94, años: 1788-1790. Intendencia Real Hacienda, legajo n° 165,
año: 1784.

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