Pelo Malo ¿Quien?
Pelo Malo ¿Quien?
Pelo Malo ¿Quien?
El día que terminaron las vacaciones, Lucía Ricitos brincaba de emoción pues llevaba mucho tiempo
esperando el regreso a clases. Aquel nuevo año escolar no sería uno cualquiera, era el año en que
ella dejaba el jardín de infancia para cruzar al otro lado de la gran verja metálica donde iban los
niños mayores que estaban aprendiendo a leer y escribir.
¡Daniel, despiertaaaa! ¡Ya es de día y hoy vamos al colegio! – sacudió enérgicamente a su hermano
mayor, a quien por cierto no le gustaba mucho la idea de terminar las vacaciones y volver a clases.
Lucía Ricitos le haló por los brazos y por los pies, queriendo obligarlo a pararse de la cama.
-Lucía Ricitos, ven a peinarte, sabes el tiempo que me toma. Daniel levántate, ya es hora – llamó la
mamá de los niños desde su habitación. A seguidas sacó un peine de la cómoda, un pote con aceite
de coco para el pelo y una antigua lata de galletas con decenas de bolitas de pelo de todos los
tamaños y colores.
-Quédate tranquila que ya casi termino. – Mamá le hizo cinco moñitos con bolitas azules y blancas.
- ¡Mírate que linda has quedado!
Lucía Ricitos permaneció callada: cinco moñitos en el pelo no estropearían su emoción del primer
día de clases. Salir del jardín de infantes era un paso muy importante.
Cuando llegaron al recinto escolar, la madre le pidió a Daniel que tomara de la mano a su hermana
pequeña y la llevara a su aula.
-No, no y no –Lucía Ricitos se cruzó de brazos y se negó rotundamente. Yo puedo caminar sola.
Mamá, ya no estoy con los chiquitos, recuerda que ahora estoy con los niños grandes.
-Está bien, pero tu hermano te acompañará al salón este primer día y si no quieres que no te
agarre la mano.
Mientras atravesaban el patio de la escuela, Daniel molestaba a Lucía Ricitos diciéndole que ella
era una bebé y debía agarrarse de él.
Lucía Ricitos lo miró con enojo y aceleró el paso para ni siquiera tener que caminar a su lado. Al
llegar al aula se encontró con su nueva maestra.
-Lucía Ricitos, le dio la mano muy formal y sonrió. Colocó su mochila estampada con flores moradas
en una de las butacas de la primera fila, tomando posesión de ella. Al sonido del timbre, salió junto
a la maestra para hacer la fila frente al asta de la bandera. Mientras esperaban para cantar el
himno, dos compañeritas de curso cuchicheaban entre ellas señalando el peinado de Lucía Ricitos.
-¿Por qué tienes moñitos? ¿Acaso no sabes que las niñas grandes no se hacen moñitos? –Se reían
entre sí, con un tono de burla.
-Es que ella tiene el “pelo malo” –dijo la otra mientras se pasaba la mano por la cabeza, llevándose
un mechón atrás de la oreja.
-¡Claro que sí! Solo a las niñas con “pelo malo” les hacen moñitos.
-Pues mi mamá me hace moñitos porque son bonitos y no porque mi pelo es malo.
-¿Ah sí? Pues el cabello liso es el cabello bueno y tú lo tienes crespo, tu cabello es “pelo malo”.
-¡Que no…! Y diciendo así la empujó con todas sus fuerzas y la otra niña se cayó de nalgas. Desde el
suelo, Isabella – este era su nombre- gritó a todo pulmón, llamando la atención del resto de sus
compañeros y de los maestros que estaban cerca.
-¡Ayyy, ayyy!
-¿Qué sucede, niñas?- intervino la maestra-. Les advierto que aquí, a los alumnos que se portan
mal, los envío a la dirección.
Ir a la dirección era la más temible experiencia que a Lucía Ricitos y a sus compañeros de curso les
tocaría vivir en el lado de los niños grandes, pues a los pequeños solo les ponían a mirar la pared
fijamente desde una esquina. Ante la amenaza de la maestra, la niña recordó que Daniel hablaba de
la directora como si esta fuera una bruja, luego de que lo castigara por buscar pleitos con otros
niños a la hora del recreo.
Lo cierto es que el día que la conoció, semanas después, la apariencia de la directora llamó su
atención. Para empezar, le pareció la mujer más alta de la tierra, que si no fuera por su
pronunciada joroba alcanzaría a tocar el techo.
Levantó la vista para verle la verruga en la mejilla y el pelo recogido en forma de cebolla. La
directora Malvina le devolvió la mirada con igual indiscreción y, rápidamente, la niña le quitó los
ojos de encima. Cuando los estudiantes se le cruzaban de frente, por andar distraídos, ella
apuntaba su afilada nariz rematada por unos graciosos espejuelos minúsculos, como si fuera un
turbo generador de súper rayos para leer la mente. Y si andaban por los pasillos fuera del tiempo
de recreo, les ordenaba de inmediato irse a su aula.
-¡Vamos niños, formen una filita india y caminen hacia el curso! –ordenó la maestra Sara.
Cuando llegaron al aula, Lucía Ricitos se sentó muy tranquila en su butaca y de inmediato notó que
la niña al lado estaba observándola.
Para empezar la primera clase del primer día de primaria, la maestra Sara hizo que los niños se
pusieran de pie, uno a uno, pidiéndoles decir su nombre y contar alguna cosa que hicieron en las
vacaciones. A todos les gustó mucho esa dinámica, en la que compitieron a ver quién se había
divertido más durante el verano.
En la clase, empezaron a aprenderse las vocales. Al escribirlas Lucía Ricitos no tardó en descubrir
que solo faltaba una e para que en su nombre apareciera el conjunto de las vocales.
-Mira mis lápices de colorear, ¿son bonitos, verdad? –dijo Elena buscando conversación.
A la hora del recreo, Lucía Ricitos vio que el pelo de Elena era muy bonito.
-Porque mamá dice que para soltarme el pelo primero tiene que alisármelo. A mí me gusta el pelo
rizo, pero si no me lo aliso entonces no me sueltan el pelo.
-¿Y si te ayudo a quitarte las bolitas?
-¿Color de qué?
Elena se puso las manos en la boca y abrió los ojos como platos. Para ella llevar el pelo suelto era
algo natural, su mamá siempre la peinaba así.
-Mamá, mañana quiero ir a la escuela con el pelo suelto, igual que mi nueva amiga Elena.
-¿Para mi cumpleaños? Pero yo vuelvo a cumplir el año que viene… mamá, no quiero más moñitos.
Lucía Ricitos notó que las cosas se estaban poniendo color de hormiga, y como no quería saber qué
podía pasar más adelante, decidió comerse toda la comida y dejar el plato limpio como le gustaba a
su mamá.
Luego de hacer las tareas Lucía Ricitos tuvo una idea: escondería la vieja lata de galletas con todas
las bolitas de colores, incluyendo los pinchos del gavetero de su mamá. Dicho y hecho. En la
madrugada, mientras la familia dormía, fue de puntillas hasta el baño y cerró la puerta sin hacer
ruido. Se subió en un banquito para poder mirarse en el espejo e intentó quitarse las bolitas que
traía en la cabeza, pero estaban muy apretadas y no logró soltar ninguna. Así que tomó las tijeras
de punta roma de su papá para recortarse el bigote, y con muchísimo cuidado, cortó el elástico de
las bolitas.
-Al fin libres –dijo bien bajito, sacudiendo la cabeza para soltarse los mechones.
Se fue a la cama, puso el puñado de bolitas y elásticos rotos debajo del colchón y se durmió en un
santiamén.
Al otro día, la madre apuraba a los niños para que no llegaran tarde.
-No estoy para juegos, búscalas ahora mismo y ven a peinarte – le ordenó con la lata vacía que
había encontrado debajo de la cama en las manos.
-Está bien, si no te importa salir de la casa con un pajón, a mí menos. Apúrate, camina… -la agarró
por un brazo.
Lucía Ricitos caminaba oronda y feliz, con la frente el alto; se había salido con la suya, al fin iba a
la escuela con el pelo suelto. Pero, por más que se apuraron, los hermanos llegaron tarde y la mamá
tuvo que pedir excusas y permiso para que los dejaran entrar a las aulas.
Cuando Lucía Ricitos cruzó la puerta de su salón de clases, todos los niños se quedaron mirándola
fijamente, sin disimular. Sentada en su butaca Isabella comenzó a hablar entre dientes, riéndose,
tratando de molestarla.
-¿Ves? Te dije que tenías el “pelo malo”.
La niña no le hizo caso y se lanzó sobre Isabella, agarró un puñado de pelo y se lo tironeó.
-¡Pero qué está pasando aquí! –La maestra corrió para separar a las niñas.
-¡Silencio todos! ¡Y ni se les ocurra levantarse de sus butacas si no quieren acompañar a Isabella y
a Lucía Ricitos a la Dirección! –exclamó la maestra Sara con una expresión severa.
-¿Qué voy a hacer con ustedes dos? ¿Por qué se pelean tanto?
Lucía Ricitos frunció el ceño y cruzó los brazos en señal de enfado; Isabella, con cara de que no
rompía ni un plato, se acomodó el pelo y miró a su compañera de reojo.
-Un momento, niñas. Tú, Isabella, no debes decirle palabras ofensivas a tu compañera, y tú Lucía
Ricitos, los golpes nunca solucionan nada.
-Pero, pero…
-Ningún pero, así son las reglas. Ambas pídanse perdón una a la otra y también al resto de sus
compañeros.
-¿A todos? –preguntó Isabella, sorprendida, sin comprender por qué debía pedir excusas al resto
del curso.
-Así es, porque por su discusión hemos tenido que interrumpir la clase.
Las niñas obedecieron. Isabella se mostró inconforme y Lucía Ricitos avergonzada, rogando en su
mente que por nada del mundo la mandaran a la Dirección.
Tras disculparse regresaron a sus butacas, y con los ánimos calmados volvieron a sus labores.
Después de un rato escribiendo vocales, un niño sentado detrás de Lucía Ricitos levantó la mano.
Lucía Ricitos volteó a ver a Juan y le hizo una morisqueta, agitando su voluminoso cabello.
Mientras movía sus cosas de sitio, Elena abrazó a su amiga y con toda naturalidad, empujó la
butaca de atrás ligeramente hacia un lado para ver mejor la pizarra.
Antes de sonar el timbre fueron al baño para que Lucía Ricitos pudiera verse en el espejo.
-¿Qué te parece?
-¡Me encanta, Elena! Cuando seas grande podrías tener tu propio salón de belleza.
-¿Tú crees?
Al chirrido del timbre las niñas corrieron al aula. Lucía Ricitos estaba contenta con el adorno de
pelo que le había prestado Elena, le iba perfecto con su afro. No le importaba que otras niñas se
burlaran, ella se sentía a gusto con su pelo.
Ese día tocaba una hora de biblioteca, y como era costumbre, formaron filas para salir del aula. A
mitad de camino, Lucía Ricitos lanzó un grito que asustó a los compañeros más próximos.
-¡Ay! Me duele –exclamó. Al darse vuelta se encontró con la cara burlona de Isabella.
-Ya está bueno, niñas, esto no puede seguir así. Ahora mismo van conmigo a la Dirección.
-¡Silencio! Las dos irán a la Dirección. –La profe Sara dejó el grupo en la biblioteca y luego se
dirigió con las dos niñas al despacho de la directora Malvina.
Por favor, maestra, no nos lleve con la bruja –rogó Isabella.
-¿Con la qué…?
Isabella jimiqueaba temblando, mientras Lucía Ricitos hacía todos los esfuerzos por ocultar su
miedo aunque el corazón le latía a mil.
-No llores –le dijo Lucía Ricitos a Isabella-, si te ve llorando, la bruja sabrá que tienes miedo. Si
eres valiente, tal vez te perdona la vida.
-¿Tú crees?
-Sí, las brujas pueden oler a los niños con miedo a kilómetros de distancia.
-Está bien –dijo Isabella limpiándose las lágrimas con la blusa del uniforme y respiró más calmada.
-¡Muy bien, niñas! Esperen aquí, mientras yo voy a hablar con ella.
Poco después la puerta de la dirección se abrió. Isabella se mordía las uñas y Lucía Ricitos traía el
pelo enmarañado de tanto darle vueltas con los dedos.
Las niñas se pararon en cámara lenta. Por primera vez se agarraron las manos, olvidando sus
diferencias para convertirse en aliadas en medio de la situación.
La directora Malvina examinó a las niñas por encima de los espejuelos colocados en la punta de la
nariz.
-Quien lo diría, a mí me informaron que ustedes no son precisamente las mejores amigas.
-¿Y eso qué significa? ¿Qué no puedo saber por qué o que ustedes no saben?
La niña se encogió de hombros y la directora Malvina abrió la enorme bombonera que tenía sobre el
escritorio.
-Es verdad –dijo, y dirigiéndose a la directora que las miraba divertida- sí, yo quiero.
-Y yo también.
-Toma, uno para ti y otro para ti. Entonces ¿por qué están aquí, niñas?
-Mentira, no me viste.
-Halar el pelo es un comportamiento que por ningún motivo vamos a permitir que suceda en nuestra
escuela –intervino la directora.
-Está bien, he escuchado suficiente –dijo la directora Malvina, alzando una mano en señal de hacer
silencio. –Vamos a ver, ¿saben por qué sus cabellos son diferentes?
-Nooo.
-Porque todos somos diferentes… Resulta que heredamos características físicas de nuestros
padres, abuelos y hasta bisabuelos y de más lejos aún, que se fueron mezclando de los pueblos
españoles, africanos, italianos, chinos que vinieron a vivir a esta isla a lo largo de muchos años y
siglos. Por eso, tenemos rasgos físicos que provienen de diversas razas.
-Pues eso mismo, directora Malvina –contestó Isabella-, algunos tienen el “pelo bueno” como el mío,
y otros el “pelo malo”, como el de ella.
-No, Isabella, decir “pelo bueno” o “pelo malo” no es correcto. Existe el pelo crespo y el pelo lacio,
no el “pelo bueno” o “pelo malo”. También se dice pelo rizado, ondulado. Así como hay personas
altas y bajas, blancas y morenas, ojos negros, ojos azules…Al final todos somos diferentes y
ninguna de esas características son buenas o malas. Son diferentes porque cada persona es única y
especial. A ver, ¿cuál es tu color favorito?
-¿Y el tuyo?
-Morado.
-¿Te imaginas que todos los juguetes que te gustan fueran morados?
-Yo creo que aunque fuera rosado, sería muy aburrido que existiera un solo color –siguió la
directora.
-O que solo hubiera árboles de naranjas y no existieran las guayabas, cerezas, fresas y guineos
para elegir. Que no pudiéramos elegir entre tocar el piano, la guitarra o la flauta, entre tomar
clases de ballet, pintura o teatro; entre jugar fútbol, baloncesto, practicar natación o karate… No
está nada mal la variedad, ¿verdad?
-Bueeeno…
-Has dado en el clavo, Isabella, lo mismo pasa con los distintos tipos de pelo. ¿No te parece bonito
el pelo de Lucía Ricitos?
-¿Nos podemos ir ya? –preguntó Isabella, quien se sentía que lo había entendido todo.
-Sí, pero antes tienen que prometerme que ya no hablarán del cabello como “bueno” o “malo”; cada
uno es bello a su manera. Es una falta de respeto hacia la otra persona, es un maltrato, y además
se oye muy feo.
-¿Y no nos va a comer por la noche, verdad? –preguntó Lucía Ricitos, sintiéndose en confianza.
-¿A comer? ¿Y por qué haría algo así? –respondió Malvina, fingiendo sorprenderse.
-Sí…
-Las brujas ya no existen, según tengo entendido. Pero, si yo fuera una de ustedes, me portaría
bien por si las moscas, no sea que me equivoque –les dijo, simulando ahora ser la villana de la
película.
Las niñas pusieron cara de miedo, aunque por la expresión de la directora Malvina pronto
descubrieron que solo se trataba de una broma. Y las brujas no bromean, ¿verdad?
Cuando regresaron al aula, los compañeros se sorprendieron al verlas llegar sin un solo rasguño.
-La bruja no es ninguna bruja –respondió Lucía Ricitos-. Ella es muy buena… hasta nos brindó
dulces.
-Niños, apréndanse algo –dijo la maestra-. Muchas veces, resulta que las cosas no son como se ven
desde fuera. Por dentro hay una gran riqueza, y eso que llevamos en nuestro interior suele ser lo
más importante. ¿Saben qué es?
-Isabella y Lucía Ricitos aprendieron la lección y se hicieron buenas amigas, y pasaban el tiempo
juntas con Elena.
Lucía Ricitos se sintió feliz porque ya podía ir a la escuela con el pelo suelto, peinado a veces con
cintillos y cintas de diferentes colores, recogido en una cola o con una presilla para que no le
tapara la cara.
La mamá de Lucía Ricitos no volvió a alisarle el pelo. Comprendió que lo que menos necesitaba su
hija era que quisieran cambiarla o la reprobaran por su tipo de pelo. Ahora ambas pasaban sus
ratos libres inventando nuevos peinados, y practicando la una con el cabello de la otra,
comparándose frente al espejo. Lucía Ricitos se sentía orgullosa.
-Mamá, ¡yo amo mi cabello suelto! Mi pelo no es “malo”, mi pelo es rizo y para mí es el más bonito
del mundo.
Nació en Santo Domingo (1982), donde estudió Publicidad en la Universidad APEC. Desde temprana
edad mostró su inclinación por contar historias y empezó a enviar sus cuentos a diversos concursos
de literatura infantil. A los 13 años recibió una mención de honor en el concurso Terminemos e
Ilustremos el Cuento organizado por la revista juvenil Listín 2000 del periódico Listín Diario.
Además de escribir cuentos, en su tiempo libre le encanta ver películas animadas.