Epistolas Cínicas Atribuidas A Antístenes y Diógenes
Epistolas Cínicas Atribuidas A Antístenes y Diógenes
Epistolas Cínicas Atribuidas A Antístenes y Diógenes
le concediera la panoplia105.
P l u t a r c o , Vida de Alcibíades 7, 5, p. 194 f-1 9 5 a.
107 En la isla de Anticira se daba mucho el eléboro y por ello se solía de
nominar este remedio «anticírico».
los nueve caños108 y usa el mismo manto mugriento en ve
rano y en invierno, como corresponde a un hombre libre y
que vive democráticam ente [en Atenas]. 3. Pues yo ya sa
bía desde que llegué a estas ciudad e isla tiranizadas que se
ría desdichado con estos sufrimientos que tú me describes.
Ahora los siracusanos, los visitantes acragantinos, geloos109
y los demás sicilianos me miran con respeto y se com pade
cen de mí. Pero por la locura que sufrí, al venir a caer irre
flexivamente en esta absurda situación, me maldigo a mí
mismo con la maldición, de la que soy merecedor, de que
no me abandonen estos males, cuando con tantos años de
edad y creyéndome sensato, no quise pasar hambre, ni frío,
ni carecer de fama, ni dejarme crecer una gran barba. 4. Te
enviaré altram uces de los grandes y blancos, para que te los
puedas comer de aperitivo después de exhibir tus lecciones
del H eracles a los jóvenes, pues dicen que para ti no es ver
gonzoso hablar o escribir sobre tales productos. En cambio,
a Dionisio sí le parece vergonzoso que alguien le hable de al
tramuces, creo que debido a las leyes de los tiranos. Por lo
demás, pasea conversando con Simón el zapatero. No hay ni
podría encontrarse otro superior en sabiduría para ti110. Pues
a mí me está prohibido relacionarme con los trabajadores
manuales, porque vivo sometido al poder de otros.
Epístola 9: De Aristipo a Antístenes.
108 La fuente de los nueve caños era la famosa Calírroe («de hermoso
fluir») de Atenas, cuyo nombre era igualmente usado para seres míticos fe
meninos relacionados con las aguas, como las Nereidas.
109 El nombre de los ciudadanos de Gela solía ser usado cómicamen
te por su relación con gélos y geláo, «reír», como era normal en el géne
ro cínico y en el de la parodia. Precisamente, toda esa carta está llena de
ironía.
110 La carta, como espúrea que es y posterior a esta época, parodia una
anécdota de Crates. En ella, como veremos, el filósofo cínico pondera a un
zapatero por encima de los tiranos y reyes, a los que otros intelectuales y fi
lósofos dedicaban sus escritos.
c r ia d o s e n la s c o s tu m b r e s d e lo s g r ie g o s y h a b ié n d o s e le s
tr a n s m i t id o p o r s u s p a d r e s y a d e s d e q u e e r a n n iñ o s d e p a
ñ a le s q u e lo s d io s e s s e m a n if e s ta b a n a s í, n o se m o s tr a r o n
re c e p tiv o s p o r e s e la d o , s in o q u e r e f u ta r o n c o n e n e r g ía q u e
c o n tu v ie ra n a lg u n a v e r d a d ta n to lo s v o c e a d o s o r á c u lo s c o m o
la s a d iv in a c io n e s d e .to d a c la s e c o n q u e s e le s a c o s a b a , y d e
m o s tr a r o n q u e e r a n in ú tile s e i n c lu s o q u e m á s b ie n r e s u l ta
b a n p e r ju d ic ia le s .
E u s e b io d e C e s a r e a , Preparación evangélica IV 2,
1? - 3 , p. 136 a-b.
L a s 5 1 E p í s t o l a s P s e u d o d io ü é n i c a s
Introducción
EPÍSTOLA 2. A Antístenes
EPÍSTOLA 3. A Hiparquia
EPÍSTOLA 4. A Antípatro
EPÍSTOLA 5. A Pérdicas
EPÍSTOLA 6 . A Crates
297 Odisea XIII 434-438. Con anterioridad la breve frase entre corche
tes sólo la contiene un códice, aunque sea el P.
EPÍSTOLA 8. A Eugnesio 298
EPÍSTOLA 9. A Crates
EPÍSTOLA 11 .A Crates
EPÍSTOLA \1 . A Antálcides™2
resulta tan desconocido como el reiterado Apoléxide y casi todos los que se
mencionan en otras cartas, como Aminandro, Fenilo, Fanómaco, Sopólide,
Timómaco, Melesipo, Reso, Frínico de Larisa o Arueca, que ni siquiera se
encuentran como nombres de filósofos. Muy lógicamente, M.-O. G oulet-
C azé considera ficticios a la mayoría de ellos.
303 Aunque existieron varios Menodoro, personajes recogidos por la
RE XV 1 y DNP 7, ninguno es conocido, ni fue tampoco filósofo.
304 Es la célebre frase taxativa de los pitagóricos, que no admite répli
ca, equivalente a nuestro magister dixit. Esta epístola subraya la cualidad de
Me he enterado de que te has apesadumbrado porque unos
chicos atenienses borrachos me asestaron unos golpes y que
estás terriblemente afligido porque la sabiduría ha sido in
sultada por la embriaguez. Pero entérate bien de que, aunque
el cuerpo de Diógenes fue golpeado por unos borrachos, la
virtud, por el contrario, no fue deshonrada, puesto que no es
natural que sea honrada ni deshonrada por gente vil. Dióge
nes, por supuesto, no recibió agravio, sino que el ultrajado
fue el pueblo ateniense, del que unos decidieron despreciar
a la virtud. Por la insensatez, en efecto, de uno solo perecen
los hombres obrando insensatamente por pueblos enteros,
porque quieren lo que no les corresponde y emprenden una
guerra cuando deben estar en paz. Pero si hubieran conteni
do desde el principio su falta de juicio, no llegarían a esos
extremos.
4. Nada hay más grave que eso para ti, hombre desdi
chado por tus hábitos heredados y tiránicos, ni ninguna otra
cosa que pueda perderte más y para siempre. Puesto que de
bido a ello ni siquiera podrías hallar al hombre que te libra
ra, como de la enfermedad sagrada, de la llamada tiranía.
Haces, en efecto, todo lo que hace un loco y sólo desertando
de eso te salvarías, pero ni tus acompañantes ven, ni tú mis
mo adviertes el gran mal que te posee. ¡Tanto y tan vehe
mentemente ha prendido en ti la enfermedad desde hace tan
to tiempo! Así pues, tienes necesidad de un látigo y de un
dueño, no de quien te admire y te adule. ¿Pues cómo se po
dría sacar beneficio de un hombre en tal estado, o cómo un
hombre semejante podría beneficiar a alguien? Salvo que,
como a un caballo o a un buey, te azotara y corrigiera si
multáneamente, y te concienciara de tus deberes. 5. Pero tú
has llegado muy lejos en tu corrupción. Por ello es necesario
aplicarte incisiones^ cjmterizaciones y medicamentos. Tú re
curriste a aquéllos, como lo s niños a ciertos abuelos y no
drizas, y ellos te dicen: «Tómalo, hijo, bébete la copa, si me
quieres cómete aunque sólo sea este poquito». ¿Y si todos y
todas al unísono te maldijeran? Tampoco harías lo más ade
cuado contra la enfermedad. ¿Por qué? Porque ya nunca
querrías comer las hojas de las higueras, sino que, como el
ganado, no te apartarías de los higos maduros. Así pues, que
ridísimo, ni siquiera es posible desearte «pásalo bien» ni
«ten salud».
315 Planta que, como el conocido rapé, provocaba el estornudo, que era
considerado un signo de buen augurio.
que sea éste es de los que dice que se cerró la puerta a sí mis
mo». Y tras avanzar un poco, vi otra puerta con la misma ins
cripción grabada en versos yámbicos. 2. «¿Quién es el que
vive en ésta, le pregunté?» «Un recaudador de impuestos de
mercancías.» «¿Entonces sólo tienen esta inscripción las puer
tas de los malvados, o también las de los sabios?» «Las de to
dos», me contestó. «¿Por qué, entonces, le dije, si es benefi
ciosa para vosotros, no la habéis inscrito en las puertas de la
ciudad, sino sólo en las de las casas, a las que ni Heracles
puede acceder? ¿O es que queréis que la ciudad lo pase mal,
pero las casas no? ¿O no pueden perjudicaros los males comu
nes y sí, en cambio, los particulares?» «No sé responderte a
eso, Diógenes», me dijo. «¿Pues qué creéis vosotros, los de Cí-
zico, que es un mal ?», le pregunté. «La enfermedad, la pobre
za, la muerte y las cosas semejantes», me contestó. 3. «¿Creéis
entonces que si entraran en vuestras casas os peijudicarían,
pero si no entraran no os perjudicarían?». «Así es, en efecto»,
respondió. «Sea, dije yo, ¿luego si ellos no alcanzan a los
hombres, los perjudicarán?» «Sólo, en efecto, si nos alcan
zan.» «¿Entonces os alcanzan cuando entren en las casas,
pero si se lanzan sobre la plaza no os alcanzan? ¿Acaso hay
quien les impida que os alcancen en la plaza pero no en las
casas?» «Tampoco ahora sé responderte a eso», me contestó.
«Pues bien, ¿entonces qué?, le dije, ¿os perjudican cuando en
tran en vuestras casas o cuando entran en vosotros mismos?»
«En nosotros mismos», respondió. 4. «¿Entonces grabáis la ins
cripción yámbica en las puertas, cuando debíais grabarla en
vosotros mismos? ¿Y cómo, añadí, siendo Heracles uno solo,
puede habitar en tantas casas? Porque existe el riesgo de que
ello indique la necedad de la ciudad.» «¿Qué otra inscripción,
Diógenes, dijo él, se hubiera podido componer más piadosa
que ésa?» Y yo le dije: «¿Es, por cierto, totalmente necesa
rio que haya grabada una inscripción en la puerta?». «Por su
puesto que sí», me contestó. «Escucha, pues, ésta, le dije: “La
Pobreza habita aquí, que no entre ningún mal”.» «¡Habla pia
dosamente, hombre, me respondió, porque eso mismo es pre
cisamente un mal!» «Un mal, le dije yo, sois también voso
tros y el hecho de que no aprendáis de mí. [... sino que los
bueyes de los lindios devoró316.»] «¿Es que la pobreza, ¡por
los dioses!, no es un mal?», me dijo. «¿Pero qué contiene ella
para que la llames un mal?», le dije. «El hambre, el frío y el
desprecio», contestó. 5. «Pero la pobreza no [contiene] nin
guna de las cosas que dices, [ni siquiera el frío] ni el hambre,
puesto que muchos productos crecen en la tierra de modo na
tural, mediante los que se curan el hambre y el frío, porque ni
siquiera los animales irracionales pasan frío, pese a estar des
nudos.» «Pero la naturaleza hizo así a los animales irraciona
les», replicó. «Y a los hombres la razón también los hace así,
le dije yo, pero muchos fingen no comprenderlo por blan-
denguería. Pero ahí están también como auxilios las pieles de
los animales, los vellones de las ovejas y los muros de las
grutas y las casas. Y tampoco la pobreza, por cierto, origina
el desprecio, porque es evidente que nadie despreciaba a
Arístides (el Justo) por ser pobre y era, precisamente, quien
fijaba los impuestos, ni a Sócrates, el hijo de Sofronisco.
Pues lo suyo no eran perjuicios, sino esfuerzo.» 6 . «¿Pues
qué?, le dije, ¿pero f acaso no era una virtud la pobreza,
<que> actuó sin estar en vuestras casas t , librándoos de otros
males más violentos?» «¿Qué males eran ésos?», preguntó.
«Las envidias, odios, delaciones, butrones en las paredes, in
digestiones, cólicos y otras penosas enfermedades. Así pues,
grabad que la pobreza habita entre vosotros, y no Heracles,
puesto que vosotros, además, no teméis a los seres que Hera
cles puede matar: las hidras, toros, leones y Cerberos. E in
cluso a algunos los cazáis vosotros mismos. En cambio, los
que expulsa la pobreza son esos terribles males. Y con poco
gasto alimentaréis a la pobreza como vuestro guardián, mien
tras que gastaríais mucho en Heracles.» «Pero la pobreza es
de mal agüero», replicó, «en tanto que Heracles es de buen
L a o b r a c í n i c a (? ) a n ó n i m a E l m orral y l o s d is c íp u lo s
d e D ió g e n e s
Introducción