Economías de La Inseguridad: Violencia, Estado y (Des) Orden Local

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Centro de Estudios Sociológicos

Doctorado en Ciencia Social con especialidad en Sociología

Promoción XVI

Economías de la inseguridad: violencia, estado y


(des)orden local

Tesis para optar al grado de Doctor en Ciencia Social con especialidad en


Sociología que presenta:

Arturo Díaz Cruz

Comité integrado por:

Directores:
Arturo Alvarado
Nitzan Shoshan
Lectora:
Laura Roush

Ciudad de México, 2019


ii
A mi madre y mi padre

iii
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS / v
RESUMEN / xii
NOTA ACLARATORIA / xiv

INTRODUCCIÓN: Etnografía sobre la (in)seguridad en un barrio de


La Ciudad de México / 1
CAPÍTULO 1. Tepito como imagen / 38
CAPÍTULO 2. El espectáculo de la violencia (i)legítima / 72
CAPÍTULO 3. Identidades locales y actividades económicas / 113
CAPÍTULO 4. Entre la protección y la extorsión: regímenes
Económicos predatorios / 150
CAPÍTULO 5. Economía de favores y burocracia: el estado en
El entramado local / 197
CAPÍTULO 6. (In)seguridad y vigilantismo / 234

CONCLUSIONES / 261
ANEXO METODOLÓGICO / 265
REFERENCIAS / 269

iv
AGRADECIMIENTOS

A lo largo de estos cinco años, a través de los cuales se desarrolló y concretó este trabajo, he
adquirido un sinnúmero de deudas con distintas personas. Si bien todas estas deudas poseen una
naturaleza distinta, tienen en común el que fueron importantes para la realización de mi investigación.
Hago una pequeña aclaración al respecto: el sentido de la deuda con todas estas personas lo asumo
como una expresión y reconocimiento del afecto y la amistad que hay detrás de ello. De tal manera,
mi objetivo es hacer explícito el agradecimiento que tengo hacia ellas, además que me interesa
subrayar que sus intervenciones durante estos años cumplieron un papel fundamental para mí.
Me gustaría comenzar refiriéndome a mi comité de tesis, cuya selección de los miembros muy
probablemente haya sido mi principal acierto en todo el proceso de investigación. Arturo Alvarado
conoció mi anteproyecto desde inicios del 2014, y desde entonces se mostró siempre muy entusiasta
y abierto para discutir sobre él. Durante estos años, su asesoramiento estuvo marcado por esa empatía
que une a dos colegas que comparten temas e inquietudes, a la vez que nunca dejó de enfatizar una
rigurosidad analítica y metodológica. Su apoyo siempre fue más allá de la necesaria discusión en el
aula, y a él debo un gran respaldo institucional que me permitió exponer mi trabajo en el congreso
anual de 2016 de Latin American Studies Association, en un panel que organizamos. Por su parte,
agradezco mucho a Nitzan Shoshan, quien afortunadamente me recibió con las puertas abiertas
cuando lo busqué, una vez que el proyecto ya se encontraba encaminado. Sin embargo, a partir de
aquel momento mi investigación experimentó unos cambios derivados, por un lado, de los ajustes
que exigieron el trabajo de campo, pero, sobre todo, por la agudeza con la que Nitzan supo orientar
mi trabajo etnográfico. Tal vez no sea necesario mencionar que su incorporación como asesor fue
crucial en el resultado de mi tesis: una lectura del trabajo revela esto con toda claridad. Por otra
parte, también debo enfatizar que agradezco mucho los seminarios cursados con él, ya que fueron
formativamente decisivos en mi paso por el doctorado. Creo que es una fortuna que el Centro de
Estudios Sociológicos cuente con un antropólogo como él. And last but not least, fue una gran suerte
que Laura Roush se hubiera interesado en formar parte de mi comité. Su conocimiento lleno de amor

v
por Tepito, me fue compartido y expresado desde el inicio, lo cual significó un aporte valiosísimo en
mi propia relación con “el barrio”. Pero, además, Laura complementó el comité de una manera muy
pertinente, ya que conocía toda la literatura con la cual discutía mi trabajo. Así, agradezco mucho
haber contado con ella para la realización de mi tesis, ya que fue mucho más que una “lectora externa”:
al compartir la pasión por Tepito y por algunos autores, nos hicimos colegas y amigos. En esto último
no quisiera dejar de sobresaltar -porque hay que decirlo-, que Laura siempre tuvo la sensibilidad para
comunicar y apoyar en ese proceso angustioso y solitario que es la escritura de tesis: hay momentos
en que Herbie Hancock, Miles Davis o Milt Jackson es lo que uno necesita. Nitzan y Arturo también
se mostraron muy amigables dándome recomendaciones sobre cómo organizar ese proceso tan
complicado como la escritura de la tesis. En ambos hallé un respaldo que trascendió lo estrictamente
ligado a la tesis: gracias también por su apoyo emocional.
En segundo lugar, quiero manifestar todo mi cariño y agradecimiento hacia El Colegio de México,
espacio que fue casi un segundo hogar, al mismo tiempo que mi lugar de trabajo y formación
académica en los últimos ocho años de mi vida. Si bien mi afecto expresado así podría suponer una
relación con una entidad fría, “una institución”, lo cierto es que para mí significa un montón de
personas de carne y hueso con quienes compartí muchas cosas, y creamos conjuntamente, en el día a
día, un espacio privilegiado para la investigación. Desde las personas en Asuntos Escolares: María del
Pilar Morales, Jimena Moreno y Laura Valverde. En el Centro de Estudios Sociológicos: Lidia
Valencia, Lidia Juárez, y todas las demás personas quienes son un gran apoyo, cuyos nombres no
recuerdo, pero nunca borraré sus rostros sonrientes. La Biblioteca Daniel Cosío Villegas es uno de
los espacios a los que más cariño tengo y un lugar especial en el que largas jornadas de trabajo pueden
experimentarse con mucho placer. Agradezco mucho a las personas que allí trabajan y producen ese
espacio tan ameno. El Centro de Cómputo también fue siempre un lugar de apoyo y rostros
amigables, dispuestos a solucionar cualquier problema. Lo mismo todo el personal de Eventos
especiales y quienes se encargan de mantener las instalaciones impecables, incluyendo a los
trabajadores que gestionan los salones y demás espacios, así como el personal de limpieza. De igual
manera, todas las personas que trabajan en el comedor y la cafetería hacen un lugar agradable para
todos los que allí trabajamos y convivimos. De manera especial, menciono a Rodrigo García

vi
Medrano, con quien en estos años compartí el gusto por el fútbol, y el participar en el mismo equipo
forjó una relación de amistad, por lo cual agradezco haberlo conocido a él y su familia.
En cuanto a mi paso más específico en el programa de doctorado, agradezco a Emilio Blanco,
Nitzan Shoshan, Liliana Rivera y Gustavo Urbina por su papel como coordinadores del doctorado.
De todos ellos siempre recibí una afectuosa atención, lo cual dice mucho de su vocación formativa y
su solidaridad con las y los estudiantes. Fueron muchos los profesores del Centro de Estudios
Sociológicos de los que aprendí muchas cosas, entre los cuales merecen mención aparte Arturo
Alvarado, Nitzan Shoshan, Karine Tinat, Luis David Ramírez, Willibald Sonnleitner, Marco Estrada
y Liliana Rivera. Si bien la incorporación de Ana Paulina Gutiérrez se dio en los últimos meses de
todo este proceso, su intervención fue muy importante, ya que ella conocía parcialmente sobre mi
investigación y había leído un borrador de un capítulo en un taller de etnografía en el que coincidimos.
Le agradezco mucho el que aceptara participar en mi comité y que haya mostrado interés en leer mi
trabajo a pesar de contar con poco tiempo. Ana Paulina es una colega y una amiga con quien he
compartido el interés por la etnografía, y quien seguramente fortalecerá mucho al Centro de Estudios
Sociológicos. En otros Centros del Colegio de México también hallé profesores con quienes pude
discutir sobre mi investigación y aprender mucho en seminarios y conversaciones. Particularmente
me gustaría referirme a Bernardo García Martínez, de quien aprendí muchísimo sobre la larga y
fascinante historia detrás de la noción del “poder local”. Su fallecimiento dejó un hueco grande, pero
al mismo tiempo me siento afortunado de haber absorbido y heredado algo de su prolífica producción
académica. Por su parte, agradezco las conversaciones e intercambios con Fernando Escalante, quien
siempre hace gala de una habilidad asombrosa para decir mucho con pocas palabras. Del Centro de
Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales, agradezco especialmente a Vicente Ugalde, Martha
Schteingart, José Luis Lezama y Manuel Ángel Castillo, quienes durante la maestría fueron
importantes en mi formación, y con quienes en alguna ocasión tuve oportunidad de platicar sobre mi
proyecto de doctorado.
Tengo una enorme deuda también con algunas personas que leyeron fragmentos de esta tesis,
brindándome críticas, sugerencias y comentarios sumamente productivos. Alguna vez escuché a
Claudio Lomnitz agradecer en una presentación de un libro suyo a los comentaristas que allí estaban
reunidos para hablar de su trabajo. Ese día, se refirió al acto de hacer una lectura generosa,

vii
entendiendo de ello el dedicar un tiempo de una o uno para involucrarse minuciosamente con un
texto de otra persona, y desprender de allí reflexiones que son compartidas para ambas, como un
acto de amistad. No puedo coincidir más con esa idea. A Vicente Moctezuma agradezco mucho la
lectura aguda y minuciosa de este trabajo, además de los valiosos comentarios y las constantes
discusiones que hemos sostenido. La dedicación que exigió el haber leído completo el borrador de
esta tesis es sólo una de las muchas muestras de amistad que Vicente ha expresado. De verdad, espero
que el cariño, el agradecimiento y la admiración que guardo hacia ti encuentre algo de paridad del
otro lado. A Tiana B. Hayden, Annabelle Dias Felix y Natalia Mendoza, también agradezco mucho la
lectura de capítulos de mi tesis. No tengo palabras para agradecer su amistad y sus comentarios. Sólo
puedo decir que espero sigamos compartiendo espacios para discutir sobre tantos temas y
curiosidades que nos unen.
Durante el proceso de escritura, hubo otros espacios en los que pude exponer fragmentos de mi
trabajo. Uno de ellos fue el taller de etnografía que coordinan hace años Sandra Rozental y Carlos
Mondragón. Ellos saben bien lo que pienso sobre este espacio. Aquí sólo quiero agradecer una vez
más la oportunidad que me ofrecieron para discutir un capítulo de la tesis, y resaltar que, más allá de
esa ocasión puntual, ha sido una fortuna para mi formación académica compartir con todas las
personas que allí regularmente colaboran: Nitzan Shoshan, Alejandra Leal, Analiese Richard, Julio
Díaz, Vicente Moctezuma, Mario Rufer, Paula López Caballero, Susana Kolb y Ana Paulina
Gutiérrez. De manera puntual, agradezco mucho los comentarios de Angela Giglia, Paola Velasco y
Leonor González, quienes estuvieron también presentes en la sesión que presenté mi texto.
También me siento agradecido por haber podido participar en el Laboratorio de estudiantes de
Sociología que organiza anualmente la International Sociological Association. Este foro me permitió
discutir algunas ideas preliminares de mi investigación, y recibir una retroalimentación muy
interesante por parte de profesores y colegas estudiantes. Agradezco puntualmente a Margaret
Abraham y John Holmwood por la organización del Laboratorio, así como a algunos colegas con
quienes compartí no sólo profundos debates, sino también camaradería: Lalatendu Keshari, Leonardo
Fontes, Sebastian Hülle, Öznur Yardimci, Rodolfo López y Yemima Cohen. Un año después,
también tuve oportunidad de presentar parte de mi trabajo en el seminario Grappling with the global:
The challenge of boundaries in History and Sociology, organizado por estudiantes de la Universidad

viii
de Bielefeld. Agradezco al comité organizador: Sebastian Schlerka, Julia Engelschalt, Lasse Lassen,
Britta Dostert y Pinar Sarigöl, así como a los demás colegas con los que mantuve discusiones
interesantes: Moran Zaga, Kei Takata, Zoltán Boldizsár, Laia Pi Ferrer, Baptiste Colin, Shiwei Chen,
Edvaldo Moita, Ingrid Arriaga, y Jialin Wu.
A Claudia Zamorano le agradezco enormemente el interés que ha mostrado por mi trabajo y su
apoyo por exponerlo en coloquios y seminarios. Espero que sigan adelante proyectos en los que
podamos seguir compartiendo los temas que nos interesan. Del mismo modo, agradezco a amigos y
colegas con quienes he compartido seminarios cuyos temas nos reúnen regularmente, y de quienes
he aprendido muchísimo a través de la lectura de sus trabajos, así como en las conversaciones: Antonio
Azuela, Rodrigo Meneses, Emilio de Antuñano, Gabriela Zamorano, Alfredo Zavaleta, Claudio
Lomnitz, Mónica Salas, Mariana Cavalcanti y Rihan Yeh. En este grupo, Alejandra Leal ocupa un
lugar especial, ya que su lectura de mi trabajo en la parte final del proceso significó un impulso
decisivo para la conclusión de mi trabajo.
Hay una lista enorme de amigos y amigas con quienes platiqué sobre mi investigación y recibí
consejos, críticas o, en ocasiones, simplemente bastaba el que me escucharan con atención o me
dieran ánimos, siendo una enorme ayuda en mis momentos de estrés y angustias. En ese sentido, tuve
suerte de contar con un muy buen grupo de compañeros durante mi curso del doctorado. Entre
todos, logramos integrar un espacio de solidaridad y contención, lo que personalmente me significó
un gran alivio para un proceso lleno de exigencia. Agradezco a todos: Julián, Dammert, Juan, Pavel,
Ehrhardt, Cecilia, Bianca, René, Max, Nacho, David, Guillem, Carlos, Leslie, Gina, Érika, Víctor,
Valentina, Paloma y Triano. En el camino, estuvieron también muchas otras personas que me
ayudaron de muy diversos modos, platicando sobre mi tesis o simplemente compartiendo una chela
y dándome ánimos: Manuel Dammert, Carlos Laverde, Pavel Díaz, Julián Atilano, Érika Pérez, René
Jaimez, David Luján, Víctor Santillán, Paloma Villagómez, Ignacio Lanzagorta, Nuria Álvarez,
Antonio Álvarez, Ramón Rodríguez, Rocío González, Erick Serna, Paola Domínguez, Jocelyn
Delgado, Claudia Lozano, Leonor Maldonado, Ana Julia Mizher, Laila Estefan, Julián Gómez,
Manuela Luengas, Johanna Malcher, Lidia González, Alix Almendra, Lucila Moreno, Israel Baxin,
Patricia Oliver, Fernando Montero, Laura Alvarado, Nicolas Chidlovsky, Esme, Lilián Reyes,
Eduardo Romero, Dairee Ramírez, Anita Müller, Manuel Müller, Sofía Mosqueda, Marcela Avitia,

ix
Gimena Bertoni, Horacio Ortiz, Alberto Peniche, Carlos Arroyo, Esteban Salmón, Josafat
Hernández, Iván Ramírez de Garay, Conrado Arranz, Paulina Sentíes, América Quetzalli, Lina
Yismeray, Carola Peláez, Edgars Martínez, Cristina García Bravo, Beatriz Marcos, Muna Makhlouf,
Miguel Ángel Berber, Igor Pantoja, Jovani Rivera, Dean Chahim, Jerónimo Díaz, Franco Bavoni,
Mariana Flores, Jaime Hernández, Antonio Nath, Juan Martin Gastiazoro, Mauro Tilloy, Juliana
Arens, Paco de Aguinaga, Salvador Mateos, Brenda Duarte, Daniel Cobos, Saúl Recinas, Sergio
Padilla, Libertad Argüello, David Palma y Ariadna Sánchez.
Agradezco mucho a viejos amigos, quienes han padecido mi ausencia durante este proceso, pero
siempre tuvieron expresiones de cariño para darme ánimos: Víctor Olea, Lulú Aguilar, María
Aguilar, Isaías Sáenz, Emilio de Leo, Carlos de Leo, Marisol Hoyos, Franco Navarrete, Carlos Saiz.
También, por supuesto, a los amigos del fútbol, por compartir apoyo moral y unos momentos de
extremas alegrías en medio del estrés: Erick Amado, Esteban Azuela, Arturo Lazos, Andrew Biddle,
Toño Hernández, Marcos, Iván, Juan Carlos, Didi, Giova, Daniel Sefami, Male, Axel Solórzano,
Karyn Fry, Carlos Gamboa. A los nuevos amigos también expreso mi afecto por el interés mostrado
por mi trabajo: María Guillén, Sebastián Ramírez, Diego Juárez, Rogelio, Alejandro, Andrea, Julio
y Abraham.
Sin duda, el apoyo financiero recibido durante estos años significó un soporte fundamental para la
realización de mi doctorado. Hubiera sido imposible llevar a cabo esto sin las becas otorgada por el
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, del cual he tenido la fortuna de tener apoyo en mi
formación, tanto en la maestría como en el doctorado. Dicha institución y, particularmente, las becas
asignadas a los estudiantes de posgrado, son una baluarte que hay que defender hoy y siempre. Por
otra parte, también agradezco el otorgamiento de la beca Sylff-Sasakawa, la cual fue de especial ayuda
durante mi trabajo de campo. Para completar la escritura de la tesis, El Colegio de México
proporcionó una beca de extensión, lo cual nuevamente es una manifestación del cuidado que dicha
institución tiene por procurar que sus estudiantes puedan dedicarse de lleno a la investigación.
Asimismo, agradezco el apoyo financiero brindado por la International Sociological Association para
la participación en el Laboratorio de estudiantes de Sociología, y a la Universidad de Bielefeld por
financiar mi intervención en un seminario y poder exponer parte de mi tesis.

x
Acercándome al final de este listado de reconocimientos, quiero mencionar a mi familia como uno
de los pilares más sólidos sobre los que mi formación académica -y mi vida, en general- se ha
construido. Mi hermana Elsa y mi sobrino Ángel han sido una fuente de alegrías enorme, y sus ánimos
me han impulsado durante todo este trayecto. Mi hermano Ángel ha sido otro impulso en este
itinerario, con él tengo el especial cariño de que, tardíamente, me convirtió en hermano mayor. Mi
madre y mi padre, sin duda, son las dos personas a quienes más debo, en el sentido de que de nadie
he recibido tanto de manera incondicional: me han hecho sentir que una deuda impagable como la
que tengo ante ellos, sólo puede brotar de un amor enorme como el que me han brindado toda la
vida. A ellos dedico principalmente todo el esfuerzo derramado en este trabajo, el cual representa la
empresa personal a la que más vida he consagrado.
Alfonso y Marisol han sido para mí unos nuevos hermanitos. Al igual que con mi selección del
comité de tesis, otra de mis grandes decisiones en la vida ha sido el formar un hogar con ustedes. Les
agradezco mucho el amor de casa. Con Delfi y Fito me cuesta hallar las palabras. Su espacio amoroso
fue una inagotable fuente de inspiración durante gran parte de la escritura de la tesis, brindándome
muchas alegrías en el día a día. Lamento mucho que, como nadie, hayan tenido que pagar mis
momentos más angustiantes y mis recurrentes crisis de ansiedad y estrés. El haberme bancado durante
todo este tiempo significa mucho para mí: gracias infinitas, Delfi, por haber sido mi gran compañía.
Deliberadamente he dejado al final a mi hermano Julio. Con él tampoco encuentro palabras para
expresarle mi agradecimiento. Has sido siempre mi mejor amigo y mi mentor, así que no sólo este
trabajo te debe todo, sino toda mi formación a lo largo de mi vida ha estado marcada por tu presencia.
Esta tesis y todo lo que haga, siempre llevará implícita nuestra coautoría. Esta tesis también es tuya.

Punto aparte, de manera muy especial agradezco y dedico también mi investigación a mis amigos,
cuates, informantes, o todo lo que puedan ser, de Tepito, un barrio cuyo carisma de la gente sólo
puede generar cariño. De manera puntual, agradezco a Alfonso Hernández, por su amistad y
confianza depositada en mí. También agradezco el apoyo afectivo de Rosario Gómez y Erik Meneses.
Por supuesto, mis infinitos agradecimientos a todas las personas que me abrieron un espacio en sus
vidas, con ellos estaré siempre en deuda.

xi
RESUMEN

Mi etnografía se pregunta cómo se experimenta la inseguridad cotidiana en Tepito, un barrio de


la capital cuya reputación como ícono de la piratería, el crimen y la informalidad ha sido extendida
por todo el país. La gestión de la inseguridad implica la elaboración de teorías locales sobre la situación
de violencia, sobre los actores e instituciones que intervienen, así como algunas prácticas concretas
que permiten reproducir la vida social en un contexto de incertidumbre. El material etnográfico que
expongo recoge un conjunto de relatos y observaciones en los cuales las personas dan cuenta de lo
que significa el barrio, el estar protegido, así como los sentidos que dan a la inseguridad, la violencia,
el crimen, el estado y la extorsión, elementos que conforman esas economías de la inseguridad.
¿Cómo gestiona la inseguridad en su vida diaria la gente que trabaja y reside en ese barrio? Las
respuestas que ofrece mi investigación apuntan hacia un conjunto de intercambios que conectan a los
distintos actores que participan en el “mundo tepiteño”: comerciantes, residentes, dirigentes,
burócratas, “criminales”, cuyos enlaces forman lo que llamo “regímenes económicos”. Con este
término designo a los flujos, transacciones e interacciones a través de las cuales circulan bienes,
favores, dinero o deudas, y los cuales estructuran cierta noción de orden o sistemas de acumulación.
Estos regímenes económicos o intercambios entre las personas nos sirven para entender cómo se
produce significado sobre cosas como la protección, la extorsión, las ayudas o la coerción,
precisamente en un contexto marcado por la inseguridad.
Por otro lado, estos flujos también sirven para pensar esa noción de “comunidad”, de pertenecer
a la vida social del barrio, en tanto que dichos lazos de favores y deudas producen efectos de cohesión.
En ese sentido, a lo largo de mi trabajo se presentan las maneras en que la gestión de la inseguridad
en Tepito supone la creación de vínculos, así como esfuerzos por definir fronteras, delinear
contornos, identificar entidades: el barrio, la familia, el estado, los amigos, las “ratas”, los policías,
etc. No obstante, como también muestro, esas figuras expresan ambivalencia constantemente, lo cual
nos habla de la porosidad de dichas entidades y de las dificultades para distinguir entre amenazas y
resguardos.

xii
La investigación está sustentada en el trabajo de campo que realicé durante quince meses en el
barrio, entre 2016 y 2017. Durante este tiempo, acompañé en sus actividades cotidianas a algunos
burócratas de calle. Pero el trabajo también incluyó acompañar a un grupo de vigilantes ligados a una
de las asociaciones de comerciantes, así como múltiples conversaciones y vivencias que sostuve con
“gente del barrio”: comerciantes, residentes, dirigentes, cronistas, activistas, funcionarios. Aunado a
ello, retomo material de prensa y de redes sociales, con el propósito de reconstruir las imágenes
públicas del barrio, pero también porque toda la información que se divulga sobre Tepito resulta
importante para esas interpretaciones locales que las personas elaboran sobre sí mismos y sobre su
barrio.
En medio de la crisis de violencia e inseguridad a nivel nacional, este trabajo se presenta como una
contribución para repensar los debates contemporáneos sobre dichos temas. Tepito ofrece la
posibilidad de desmitificar, por medio del trabajo etnográfico, algunas prenociones alrededor de las
llamadas economías “informales” y “criminales”. Por otro lado, también discuto algunos temas como
la performatividad de lo local y del estado, las ansiedades ante lo que percibe como transformaciones
recientes ligadas a la globalización neoliberal y las gestiones locales de la seguridad en un contexto de
violencia. Una de las contribuciones más relevantes de mi investigación, consiste en destacar las caras
contradictorias de la amistad, el favor, la familia, la comunidad local y el estado, en tanto que los
regímenes económicos de la inseguridad nos muestran cómo estas figuras también encarnan la
extorsión, el miedo, la deuda y la coerción.

xiii
NOTA ACLARATORIA

Mi investigación está sustentada en el trabajo de campo que realicé en Tepito. Debido a las
referencias explícitas a este lugar, resultaba inviable utilizar un nombre alterno para brindarle
anonimato, como suele hacerse tradicionalmente en las etnografías. Sin embargo, los nombres de
personas, calles y lugares específicos ligados a mis informantes sí han sido reemplazados. Sólo
aparecen los nombres verdaderos de algunos personajes públicos, como en el caso de los miembros
de las esferas más altas de gobierno. Del mismo modo, algunos eventos y actividades narrados a lo
largo de las páginas de esta tesis han sido ligeramente modificados, con el propósito de proteger la
identidad de mis informantes. En la Introducción y en el Anexo metodológico expongo con mayor
profusión estos y otros detalles sobre mi etnografía.
Por otro lado, si bien las discusiones de mi trabajo están basadas empíricamente en Tepito, mi
investigación no es propiamente “sobre Tepito”. Con esto quiero hacer explícito mi convencimiento
de que Tepito como objeto de estudio y como “realidad” condensa unos tiempos y espacios
inabarcables para un trabajo como el que aquí presento. En cambio, lo que sí verá el lector es un
esfuerzo analítico por presentar algunos aspectos de ese entramado de relaciones y escalas que es este
barrio tan particular.

xiv
INTRODUCCIÓN
Etnografía sobre la (in)seguridad en un barrio
de la Ciudad de México

Apenas unos días después de que formalmente iniciara mi trabajo de campo, en el verano de 2016,
apareció en las noticias que Francisco Javier Hernández Gómez, conocido como “Pancho Cayagua”,
líder del cártel La Unión Tepito, había sido detenido por agentes de la policía de investigación de la
Procuraduría capitalina1. También por esos días se decía que La Unión Tepito, supuestamente el
grupo criminal más poderoso del “barrio”2, presentaba disputas internas por el control de la
organización. Así, el arresto de su líder era interpretado como parte de las luchas y reacomodos
internos, lo cual sugería que los enfrentamientos letales entre los miembros de las camarillas podían
incrementarse. Gustavo, uno de los informantes más cercanos que me apoyaba en ese momento para
buscar un lugar dónde rentar en el barrio, me comentó al respecto: “las cosas se van a poner calientes,
así que vamos a tener cuidado para elegir un lugar que sea seguro. Pero no te preocupes, vamos a
encontrarlo. Quizá toma algo más de tiempo por como están las cosas, pero algo saldrá, confíe en
mí, Licenciado3”.
Desde aquellas semanas hasta el momento en el que concluí mi trabajo de campo, las cosas
siguieron “calientes”. De hecho, a lo largo de mi investigación, en la prensa local y nacional fue
emergiendo con mayor fuerza la acción criminal de La Unión Tepito, de la cual se destacaba
principalmente el aumento de la extorsión a comerciantes del Centro Histórico, así como a
restauranteros y propietarios de bares en las colonias Roma y Condesa. En cuanto a la cobertura
mediática sobre lo que ocurría en Tepito, la prensa básicamente se limitaba a registrar los homicidios.
No obstante, las inseguridades en el barrio reflejaban un entorno mucho más complejo y

1
“Detienen a Pancho Cayagua, líder de La Unión Tepito”, Excélsior, 17 de agosto de 2016.
2
En este trabajo utilizo recurrentemente el término “barrio” como sinónimo de “Tepito”. El primer término es usado
con mayor frecuencia entre la gente de Tepito para referirse a él: “el barrio”.
3
De Gustavo hablaré un poco más adelante, ya que como señalo, se trata de uno de los informantes más relevantes en
mi etnografía. “Licenciado”, era el modo en que me llamaba este amigo. También quiero señalar que el empleo de
esta cita alude implícitamente a un tema que tendrá mucha presencia durante la tesis: la economía de favores.

1
problemático que lo que se proyectaba públicamente como un enfrentamiento entre las bandas o
grupos criminales. Así, localmente también existía una sensación de que las extorsiones habían
aumentado, lo cual venía acompañado de una nula intervención de las policías estatales para enfrentar
la situación.
Desde luego, todo esto que acontecía en el barrio estaba inscrito dentro de la “crisis de
inseguridad” que se ha vivido en el país durante la última década. El abrupto incremento de la
violencia homicida en 2008 y su posterior “normalización”, ha arrojado un país con altas tasas de
homicidio desde entonces. La “guerra contra las drogas” iniciada bajo el mandato de Felipe Calderón
y continuada hasta hoy, ha empleado una retórica que, en resumen, ha propagado la idea común de
que el aumento de la violencia en México se ha debido a los enfrentamientos entre cárteles de
narcotráfico o grupos criminales4. Atendiendo dicho escenario, mi investigación se interesaba
inicialmente –cuando me encontraba elaborando mi proyecto para ingresar al doctorado– en otra
faceta de la crisis de inseguridad, en ese entonces incipiente en los debates públicos y poco explorada
académicamente: las respuestas o reacciones civiles ante la inseguridad, es decir, en la conformación
de formas “privadas”, “civiles”, “no estatales” de gestionar la seguridad –y la justicia– con “mano
propia”5.
Siguiendo lo anterior, mi interés en Tepito respondía a que conocía sobre la conformación de
grupos de seguridad “privados”. Con ese propósito en mente fue que me aproximé y “entré” al barrio.
Sin embargo, a raíz de mi trabajo de campo, fueron apareciendo aspectos que no necesariamente
había considerado previamente, los cuales fueron de tal modo significativos, que implicaron una
redefinición de mi investigación. Por supuesto que mucho de esto último fue propiciado por el
devenir siempre un poco azaroso del trabajo de campo –especialmente en un contexto como el que
trato de describir. Sin alejarme mucho de mis preocupaciones iniciales, mis observaciones y registros
etnográficos me llevaron a reflexionar sobre procesos más complejos y enredados de lo que

4
Algunos trabajos han cuestionado esa narrativa oficial, señalando que la violencia no se explica únicamente por un
enfrentamiento entre cárteles, además de que han resaltado la participación de la fuerza del estado como un factor
más que ha detonado esas escaladas locales y regionales de violencia (Escalante 2012; Pérez Romero 2014; Morales
2012; Enciso 2010; Berber 2017a; Mendonza Rockwell 2017).
5
Me refiero a fenómenos como autodefensas, policías comunitarias, vigilantismo rural y urbano, incluso el recurrir a
prácticas como el linchamiento o los llamados “justicieros”.

2
presuponía en mi proyecto inicial. Por ejemplo, fue evidente que esas reacciones ante la inseguridad,
como el formar un grupo de vigilantes, respondían a cosas más extensas, más allá de la noción
convencional de combate al crimen. Lo que comprendí era que la gestión de la seguridad estaba
enmarcada en una serie de prácticas e interpretaciones que estaban ligadas a la identidad del barrio, a
la idea de lo local, así como a cierta relación con el estado.
Así, mi trabajo se presenta como una etnografía sobre cómo se gestiona la inseguridad en un barrio
de la capital del país, el cual ha sido proyectado públicamente como el ícono de lo criminal y lo ilegal.
Particularmente, esa gestión implica la elaboración de teorías locales sobre la situación de violencia e
inseguridad, sobre los actores o instituciones que intervienen, así como algunas prácticas concretas
que llevan a cabo las personas incluidas en esta investigación para enfrentar ese contexto de
vulnerabilidad e incertidumbre. El material etnográfico que expongo recoge un conjunto de relatos
y observaciones en los cuales las personas dan cuenta de lo que significa el barrio, el estar protegido,
así como los sentidos que dan a la inseguridad, la violencia, el crimen, el estado y la extorsión.
Tanto el material empírico como las reflexiones teóricas que articulo en mi trabajo exploran las
experiencias cotidianas de personas que habitan y se desenvuelven en un mundo que, ante el ojo
externo, representa lo criminal y lo ilegal. Como señalaba arriba, La Unión Tepito aparece en la
ciudad y en el barrio con una presencia a veces muy concreta, a veces muy espectral, lo cierto es que
esa figura que lleva el nombre del barrio se ha extendido como un fantasma viviente que evoca y
encarna los peligros más temidos. ¿Cómo gestionan la inseguridad en su vida diaria las personas que
trabajan y residen en ese barrio? Las respuestas que ofrece mi investigación apuntan hacia un conjunto
de intercambios que dan forma a unas economías que conectan a los distintos actores que participan
en el “mundo tepiteño” –comerciantes, residentes, dirigentes, burócratas, “criminales”–, a lo cual
llamo “regímenes económicos”. Con este término designo a los flujos, transacciones e interacciones
a través de las cuales circulan bienes, favores, dinero o deudas, y los cuales estructuran cierta noción
de orden o sistemas de acumulación. Estos regímenes económicos o intercambios entre las personas
nos sirven para entender cómo se produce significado sobre cosas como la protección, la extorsión,
las ayudas o la coerción. Por otro lado, estos flujos también sirven para pensar esa noción de
“comunidad”, de pertenecer a la vida social del barrio. En otras palabras, estar involucrado en los
regímenes económicos significa tener que algo que ver con Tepito, es decir, los intercambios

3
producen ese efecto de cohesión, de vínculo, de pegamento social6. En ese sentido, a lo largo de mi
trabajo se presentan las maneras en que la inseguridad en Tepito supone esfuerzos tanto para producir
asociaciones y lazos, como para construir fronteras, delinear contornos, identificar entidades: el
barrio, la familia, el estado, los amigos, los dirigentes, las “ratas”, los policías, etc. No obstante, como
también muestro, esas figuras expresan ambivalencia constantemente, lo cual nos habla de la
porosidad que dichas entidades expresan en el marco de las economías de la inseguridad. Esto nos
habla de un rasgo central de la “metafísica del (des)orden” en el mundo contemporáneo, en el que las
ansiedades por la inseguridad implican un panorama borroso en el cual es difícil distinguir las
amenazas –cualquiera puede ser fuente de peligro7.
La investigación está sustentada en el trabajo de campo que realicé durante quince meses en el
barrio, principalmente acompañando en sus actividades cotidianas a algunos burócratas de calle. Pero
el trabajo también incluyó acompañar por algunas semanas a un grupo de vigilantes ligados a una de
las asociaciones de comerciantes, así como múltiples conversaciones y vivencias que sostuve con
“gente del barrio”: comerciantes, residentes, dirigentes, cronistas, activistas, funcionarios. Aunado a
ello, retomo material de prensa y de redes sociales, con el propósito de reconstruir las imágenes
públicas del barrio, pero también porque toda la información que se divulga sobre Tepito resulta
importante para esas interpretaciones locales que las personas elaboran sobre sí mismos y sobre su
barrio.
Las contribuciones que presenta esta tesis se despliegan en diferentes líneas. La primera de ellas
tiene que ver con los debates actuales sobre la crisis de violencia e inseguridad en el país. Algo que
sabemos después de una década, es que, si bien la crisis se plantea con una escala o dimensión nacional,
resulta sumamente difícil articular un único relato o teoría para explicar lo que ocurre con notables

6
En esto sigo a Michael Taussig (1986:68) quien reflexiona sobre el “sistema” de peonaje y deuda a inicios del siglo
XX en la región de Putumayo: "One gets the feeling that it was not the rivers that bound the Amazon basin into a unit
but these countless bonds of credit and debit wound round people like the vines of the forest around the great rubber
trees themselves".
7
Empleo la noción de metafísica del desorden siguiendo a Comaroff y Comaroff (2016), quienes se refieren con ello a
un contexto contemporáneo en el cual el crimen y la inseguridad se han impuesto con tal preponderancia en la vida
social, que uno de sus efectos es la difusión de las figuras o imágenes amenazantes. Así, la metafísica del desorden
sugiere un estado de distorsión fenomenológica en la cual no es fácil discernir entre el mundo de los negocios y el
crimen organizado, la concesión de licencias o la extorsión, entre policías y delincuentes, lo cual tiene sus
consecuencias (como la privatización de seguridad y la fragmentación de soberanías).

4
diferencias y especificidades en contextos muy variados. Así, para comprender mejor estos procesos
es necesario producir trabajos que se enfoquen en casos concretos y que puedan brindar detalles
descriptivos y mayor profundidad acerca de esos “mundos locales” (Mendoza y Álvarez 2018).
Siguiendo lo anterior, uno de los aportes que se encuentran en mi trabajo es que, más allá de los
discursos de la guerra al crimen organizado y los enfrentamientos entre cárteles, las inseguridades y
violencias en Tepito nos muestran un contexto mucho más difuso, en el que participan igualmente
figuras como los criminales, los policías, los burócratas estatales, los vecinos, los dirigentes o los
familiares. En este escenario, el narcotráfico aparece con menos relevancia en comparación con
aquella que le asignan los relatos oficiales de la violencia, y en cambio, el fenómeno de la extorsión
juega un papel más importante en la inseguridad local8.
En segundo lugar, mi trabajo incursiona en el naciente campo de estudios etnográficos sobre
violencia e inseguridad urbanas en México. Durante los últimos veinte años, hemos atestiguado la
consolidación de un cuerpo de estudios cuyas temáticas giran entorno a la violencia, la (in)seguridad,
el sistema de procuración de justicia, la militarización y privatización de la seguridad, el sistema
penitenciario y el narcotráfico (Alvarado 2008, 2012, 2016; Zepeda Lecuona 2004; Azaola 2007;
Chabat 2010; Enciso 2010; Aguilar 2012; Pérez Correa 2013; Zavaleta Betancourt 2017). Sin
embargo, como señalan Mendoza y Álvarez (2018), existen todavía algunas interrogantes pendientes,
las cuales apuntan precisamente a la necesidad de generar más trabajos etnográficos, es decir, estudios
que profundicen sobre los mecanismos que generan y reproducen violencias, así como sobre las
interpretaciones locales acerca de lo (i)legal, de la relación entre sociedad y estado, entre otras cosas.
Así, contamos con algunas etnografías importantes, como las de Maldonado (2010), Le Cour
Grandmaison (2016), Mendoza (2017) y Berber (2017b). Particularmente, las obras de Salvador
Maldonado y Natalia Mendoza han destacado como referencias fundamentales para pensar la violencia
y el narcotráfico, pero algo que tienen en común los trabajos mencionados, es que empíricamente
están situados en zonas rurales o ciudades pequeñas. De este modo, es notable y llamativo que, a
diferencia de lo que se observa en otros lados, el campo de estudios etnográficos sobre violencia e

8
En un ensayo reciente, Mendonza Rockwell (2018) subraya la extensión y privatización de la economía de la
extorsión en el país durante las últimas dos décadas.

5
inseguridad en las zonas metropolitanas se encuentra en pleno proceso de consolidación.9 Al
respecto, contamos con trabajos sobresalientes que se enfocan en la gobernanza urbana y en los
arreglos institucionales en la gestión de la seguridad, particularmente en el trabajo de los policías,
pero también en el papel que juegan actores privados (Alvarado 2010, 2012, 2016; D. E. Davis 2007;
D. Davis y Alvarado 1999; R. C. Davis et al. 2002; Müller 2016), y apenas recientemente van
apareciendo etnografías sobre inseguridad y violencia situadas empíricamente en la Ciudad de México
(Vega Zayas 2009; Capron y Sánchez-Mejorada 2015; Hayden 2018; Moctezuma s/f; Moctezuma y
Zamorano s/f).
En tercer lugar, algunas de las reflexiones que se presentan en los capítulos siguientes
(particularmente en los capítulos 4,5 y 6), retoman discusiones antropológicas y sociológicas sobre
el estado y la idea de reciprocidad. Como se verá, los análisis que presento vinculan aspectos de ambas
líneas o literaturas, lo cual se presenta como un aporte para dichos campos. Así, ofrezco elementos
para pensar sobre la acción de los “burócratas a nivel de calle”10 en contextos de inseguridad y de
precariedad material, destacando los vínculos amistosos e interacciones en las cuales la reciprocidad
asume ambigüedades, desdibujando los contornos del don y la deuda, del favor y la coerción, de lo
público y lo privado o del estado y la sociedad.

9
Al respecto, Wil Pansters (2012) se cuestiona porqué en México no existe una literatura consolidada que analice la
violencia urbana desde la etnografía. En su señalamiento, destaca algunos trabajos brasileños, para los cuales, según
menciona, no hay equivalentes mexicanos: Caldeira (2000), Arias (2006) y Scheper-Hugues (1992). A este
extrañamiento pueden sumarse otros trabajos, como los de Goldstein (2003), Larkins (2015), de Santis Feltran
(2017) o Penglase (2006). Del mismo modo, en Moodie (2010) y O’Neill y Thomas (2011) vemos etnografías sobre
la inseguridad en San Salvador y ciudad de Guatemala. En cuanto a los Estados Unidos, basta señalar algunos de los
trabajos más sobresalientes de las últimas décadas, los cuales han abordado los nexos entre violencia, justicias y drogas
en contextos urbanos, y también han mostrado cómo se conforman ciertos arreglos u órdenes locales (Sánchez-
Jankowski 1991; Bourgois 1995; Anderson 1999; Venkatesh 2006; Goffman 2014; Martinez 2016). Sobre esto
volveré luego, pero por ahora señalo que probablemente ese vacío se deba a dos factores. Por un lado, los estudios
urbanos se han centrado más en los vínculos entre pobreza y clientelismo, por lo que existen trabajos dedicados a
analizar los lazos corporativistas durante el régimen posrevolucionario. Paralelamente, la violencia fue un tema
relativamente marginal en México, sobre todo en las ciudades, ya que en todo caso se tomaba en cuenta la violencia
política dirigida contra poblaciones rurales e indígenas. En segundo lugar, habría que interrogar la configuración de
inseguridad específica de México, en donde realizar trabajo de campo asume tal vez unos peligros más problemáticos,
debido a la fragilidad de las instituciones de seguridad y justicia.
10
Tomo el término de Lipsky (2010).

6
Tepito como el eterno otro: entre el estigma y lo exótico

Como señalaba arriba, Tepito ha sido concebido públicamente como la representación de un


mundo marginal, en el cual lo ilegal, lo informal y lo criminal se condensan. Esto ha traído consigo
una estigmatización tal que el barrio de Tepito ha encarnado la figura del otro interno durante
prácticamente toda su existencia. Hoy, su imagen como cuna del clientelismo, como nido de
criminales y, por extensión, como representación de la moral torcida, se encuentra esparcida entre
muchos públicos. Pero en realidad esto tiene una larga historia.
Desde los esfuerzos llevados a cabo por los planificadores urbanos a finales del siglo XIX, quienes
soñaban con construir la “ciudad moderna”, tenemos registro de las preocupaciones y malestares que
provocaba ese espacio “indócil” que no se dejaba “disciplinar”. Al igual que muchos de los barrios
populares que fueron diseñados y construidos durante el Porfiriato, en Tepito existían condiciones
de hacinamiento al interior de la vivienda, lo cual ocasionaba irremediablemente cierta promiscuidad
de los espacios, es decir, que, a diferencia de las visiones de la casa moderna -con sus espacios
claramente separados funcionalmente-, en las vecindades las personas mezclaban la comida con la
habitación, o el trabajo con el hogar. Para la temprana criminología de inicios del siglo anterior, los
“vicios” como el alcoholismo o la drogadicción, la prostitución y la promiscuidad sexual, así como las
deplorables condiciones de higiene que prevalecían en las vecindades, daban cuenta de la inevitable
propagación del crimen en esos lugares (Piccato 2001). Por otro lado, la reputación de El Baratillo
como mercado donde se vendían las cosas robadas en la ciudad, incrementó el estigma criminal de
Tepito (Aréchiga 2003; Konove 2018). Posteriormente vino la expansión del comercio callejero con
la bonanza de la fayuca, y así, la reputación de Tepito como expresión de la economía informal y de
lo “chueco” se fue consolidando. ¿Qué nos dice esa constante imagen del barrio como un espacio
paralelo e, incluso, opuesto a los principios de la ciudad moderna?
Lo cierto es que tras décadas, el barrio ha encarnado algunos viejos fantasmas antimodernos -como
la ilegalidad, la corrupción, la informalidad, el clientelismo-, y a raíz de ello, se volvió una presencia
incómoda, la cual desnuda y revela ante los ojos del mundo aspectos de la “intimidad cultural”
(Herzfeld 1997), es decir, esos rasgos sociales de un país -o una ciudad- que causan vergüenza y por
ello se pretenden negar o esconder. Así, la constitución de Tepito como ese otro interno ha

7
alimentado la fantasía de un mundo paralelo, el cual se ha levantado como la contracara de las
aspiraciones modernistas, democráticas y liberales de las clases medias capitalinas, cuyas ansiedades
respecto a la presencia infatigable de ese otro interno -a veces el vendedor ambulante, a veces el
indígena- han sido motivo de reflexión por parte de algunos autores (Tenorio-Trillo 2000; Lomnitz
2001; Leal Martínez 2016, 2017). En ese sentido, la poética social advierte sobre el fatalismo que
encierra dicha tensión: “lo que no has de poder ver, en tu casa lo has de tener”, dice el refrán popular.
En otras palabras, eso mismo que repudiamos es parte de nosotros, “vive en nuestra casa”. Vemos
entonces que la imagen pública de Tepito, en cierto modo, posee un aura que nos recuerda la figura
del doppelgänger, tema tratado en la literatura decimonónica. En el cuento William Wilson, de Edgar
Allan Poe, o en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, notamos cómo la presencia del otro
íntimo se revela como esa parte negada y conflictiva que produce ansiedad y desasosiego, básicamente
porque esconde una verdad que incomoda a los personajes. El gemelo enigmático de Poe y el cuadro
perturbador de Wilde son metáforas que expresan la angustia que nace de un reflejo que nos dice que
no somos lo que pensamos, y en cambio, nos muestra -con ironía- ese lado oscuro que negamos.
Pero como muestro también a lo largo de mi trabajo, las tensiones alrededor del barrio implican,
más que una negación, una constante redefinición de su lugar en la ciudad. El fantasma de la
informalidad ha cedido terreno, en las últimas décadas, al espectro de la criminalidad, y así, Tepito
ofrece un caso particular en el que ambos se funden. No obstante, cabe señalar que esto se enmarca
dentro de un reajuste más global en el que, gracias a las emergentes preocupaciones por la violencia
y el crimen, cuyo corolario ha sido la fetichización del derecho y la reificación de las políticas de “la
ley y el orden” (Siegel 1998; Garland 2001; Arteaga Botello 2004; J. Comaroff y Comaroff 2016),
ha resultado común colocar lugares como Tepito bajo la lupa de las medidas punitivas. Asistimos,
pues, a la criminalización de ciertos barrios en los cuales habitan esos otros internos, cuyos habitantes
son presentados mediáticamente como amenazas sobre las cuales es legítimo dirigir acciones
represivas (Wacquant 2009; Kessler 2012; Pérez Correa 2013). Por otro lado, como sugiere Piccato
(2001), el crimen como noción ha sido importante para interpretar la ciudad, en tanto que el mundo
que se asocia con él (quienes ejecutan los robos, venden los artículos robados, los espacios donde
habitan y operan los criminales) funciona para clasificar zonas y marcar rutas de acuerdo a su
“peligrosidad”. En las ciudades contemporáneas es posible observar cómo algunas zonas o figuras

8
-como los vendedores callejeros o los inmigrantes- son asimilados en el entramado urbano como
fuentes de peligro o ansiedad (Leal Martínez 2007; Shoshan 2008; Gandolfo 2009).
Sin embargo, en esas redefiniciones de Tepito como el “eterno otro”, apreciamos también cierta
atracción constante que ha ejercido sobre gran número de personas. Por ejemplo, las vecindades han
fungido como laboratorios desde los cuales antropólogos (caso Oscar Lewis), trabajadores sociales,
psiquiatras, criminólogos, fotógrafos, pintores, escritores, entre otros, se han aproximado con
fascinación para conocer los “encantos” -y “horrores”- de ese mundo tan “distinto” en el que vivían
los pobres (Tenorio-Trillo 2012:64-76; de Antuñano 2018). En nuestros días, es común hallar
cosificada y mercantilizada una imagen tepiteña la cual seduce a públicos sedientos de curiosidad y de
algo de fantasía, como se puede ver en las incursiones mediáticas de Tepito tanto en la prensa como
en series de televisión11. Algo que sugiero, es que el carisma tepiteño se sustenta, en gran medida,
en esa ambivalente figura que mezcla el peligro y la aventura, la exotización y la fascinación, y así,
despierta en amplios sectores -entre ellos, el académico- una curiosidad ligada a cierta promesa de
que en esa otredad se esconden verdades y “realidades” sorprendentes12 (ver capítulo 1 de esta tesis).

La relevancia de lo local

Probablemente el empeño más enfático de los cronistas de Tepito ha sido el de cultivar una imagen
más o menos coherente de lo que significa el barrio y su pertenencia. A contracorriente del estigma
ligado al barrio sobre el que me refería arriba, cronistas han logrado penetrar en los medios de
comunicación y difundir una propuesta alternativa. En ella, resaltan ciertos valores como el trabajo
duro, la lucha diaria para salir adelante, la solidaridad, la creatividad, todo dentro de una noción de

11
Ver, por ejemplo, la producción reciente de programas televisivos contextualizados en Tepito, tales como Crónica
de castas o Ingobernable. Asimismo, en los medios digitales existe una abundante cantidad de reportajes de corte
sensacionalista, en los que los reporteros explotan al máximo esa idea del safari, de la incursión en un territorio
plagado de aventura y peligro.
12
A propósito de esto, ver las reflexiones que plantean Trouillot (1991) y Mudimbe (2005) sobre los contactos entre
Occidente y los pueblos colonizados, y las consecuencias epistemológicas, ontológicas y políticas que esto trajo
consigo.

9
autonomía frente a los gobiernos. Esa identidad local resulta crucial entonces para comprender los
flujos y relaciones con el estado y otras entidades o procesos más extensos.
Ahora bien, como ha sugerido la Antropología desde hace varios años, el término “local”
inevitablemente entraña ambivalencias. Lo que puede parecer, desde el sentido común, una noción
clara y legible, muy pronto se torna confusa y llena de matices para el ojo etnográfico. En primer
lugar, la idea de lo local puede referirse a una ciudad, a una zona específica dentro de aquélla –un
barrio, por ejemplo–, a una región dentro de un país, o incluso a un estado-nación, según sea el caso.
Lo importante es que se trata de una noción que tiene por objeto delimitar un territorio y poner
cercos sociales para determinado grupo. Así, lo local sirve para contrastar lo que es propio del espacio
en cuestión, ya sea que uno hable de una identidad, una economía, un proceso, una estructura, una
dinámica, una costumbre, una política, una cultura, etc., frente a otras escalas en las que se disuelve
la supuesta nitidez de lo local.
La falta de problematización de lo local se ha fundamentado en algunos conceptos hoy en día
igualmente cuestionables, como la cultura, la sociedad, la comunidad, la identidad, la nación, el
estado, los cuales remiten a entidades más o menos cerradas, cohesionadas, discretas, autónomas,
homogeneizadoras, esencialistas (Abu-Lughod 1991; Tsing 1993; Gupta y Ferguson 1997; Comaroff
y Comaroff 2003; Bayart 2005). Así, estos trabajos resaltan los flujos e interacciones en distintas
escalas, a la vez que subrayan las diferencias al interior de los grupos sociales, lo que sugiere una
reformulación de los principios ontológicos anclados en la tradición, y poco problematizados durante
gran parte del siglo pasado.
Pero lo relevante en estos trabajos es que analizan cómo “lo local” no desaparece. En otras palabras,
el propósito de estos autores no consiste en negar las delimitaciones territoriales o sociales, sino que
buscan comprender y dar cuenta de cómo es que se construyen dichas fronteras y qué finalidades
persiguen, lo cual nos obliga a considerar los aspectos políticos de las identidades. Lo mismo ocurre
con otros sistemas de divisiones, como el sistema inter-nacional o en los binomios estado-sociedad,
público-privado, los cuales, a pesar de que las evidencias empíricas cuestionan la aparente solidez de
esas líneas divisorias, éstas se mantienen vigentes gracias a permanentes esfuerzos que implican
movilizar acciones más o menos concertadas, recursos materiales y tecnológicos, discursos, y otros
rituales performativos (Gupta 1995; Coronil 1997; Mitchell 1999; Migdal 2001). Así, al traer a la

10
discusión estos trabajos, lo que pretendo es profundizar sobre el proceso mediante el cual Tepito es
construido una y otra vez como un espacio “local”, y cómo asume las cualidades aparentes que eso
implica: discreción, unidad, autonomía, esencialismo, así como cuáles son las consecuencias de ello.
De esta manera, mi etnografía se distancia de las visiones que toman por sentado,
incuestionablemente, la idea de que Tepito representa una entidad homogénea y autónoma, una
“comunidad” cuyas fronteras son fácilmente discernibles13. En sentido estricto, hoy en día Tepito
alude más a una idea que a un lugar bien delimitado, ya que, si bien existió como un barrio con límites
que fueron variando durante el tiempo, hoy en día este espacio se encuentra subsumido a la colonia
Morelos. Lo cierto es que, como señala Aréchiga (2003), no existe un consenso sobre la demarcación
de Tepito. Por lo menos, hay dos mapas: uno más reducido, el cual incluye las manzanas dentro del
perímetro del viejo barrio, lo que se conoce hoy como “el corazón de Tepito”, y una segunda
delimitación que se extiende sobre lo que fueron los barrios de Peralvillo y la Lagunilla, así como lo
que formaba parte de la colonia Morelos. Alrededor de la segunda década del siglo pasado, esta última
colonia pasó a agrupar los tres barrios, por lo que formalmente Tepito no designa ningún espacio
oficial, y sus fronteras son difusas. De este modo, es bastante común que, dentro de la extensión más
amplia de Tepito, la cual incluye la totalidad de la colonia Morelos y algunas calles de la colonia
Centro, se escuchen especificaciones sobre el origen de las personas, acerca de dónde viven o de
dónde son. Por ejemplo, lo que a algunos puede parecerles parte de Tepito, de acuerdo con el mapa
amplio, para muchos de los “locales” esto no es así, y ellos se refieren a las personas como “de la
Peralvillo”, “de la Morelos”, “de la Lagunilla”, para marcar diferencia con “Tepito”, es decir, con lo
que se conoce como “el corazón” del barrio.

13
Como señalé arriba, esa idea se encuentra muy presente en los medios de comunicación, sin embargo, trabajos
académicos también han reproducido dicha fantasía: “En primer lugar, Tepito podía ser aislado fácilmente como una
‘comunidad’, es decir, pueden considerarse para el barrio límites físicos más o menos precisos, a semejanza de las
comunidades rurales, que sirven para demarcar, aunque sea de manera burda, un objeto de estudio”. Con estas palabras
“justifican” la elección de Tepito como objeto de estudio Reyes y Rosas (1993:13). Mi posicionamiento más bien
simpatiza con lo que señalan Gupta y Ferguson (1997:36): “By taking a preexisting, localized "community" as a given
starting point, it fails to examine sufficiently the process (such as the structures of feeling that pervade the imagining of
community) that go into the construction of space as place or locality in the first instance…In other words, instead of
assuming the autonomy of the primeval community, we need to examine how it was formed as a community out of the
interconnected space that always already existed".

11
Por otro lado, existen diversas versiones sobre lo que constituye la identidad tepiteña. Como lo
expongo con mayor profundidad en el capítulo 3, es posible atisbar una tensión entre por lo menos
dos formas de concebir lo que significa el “ser del barrio”, el “ser tepiteño”. Por una parte, tenemos
una visión nostálgica, la cual deposita las raíces identitarias en la vida familiar y comunitaria alrededor
de las antiguas vecindades, y más particularmente, en la producción artesanal que se llevaba a cabo al
interior de los talleres domésticos. De acuerdo con esta visión, los valores más preciados del barrio,
como el culto al trabajo (artesanal), la solidaridad entre vecinos o el arraigo familiar -debido a la
transmisión intergeneracional de los oficios- se han deteriorado a partir de las transformaciones
económicas de las últimas décadas. En cambio, un segundo relato destaca el rasgo comerciante de la
gente del barrio, actividad que se remonta, de acuerdo con los cronistas de Tepito, hasta la época
pre-Hispánica. Los mercados que Tepito ha albergado -comenzando por el místico El Baratillo-,
como bien han mostrado algunos trabajos (Aréchiga 2003; Konove 2018), se han fusionado con el
barrio para integrar una misma imagen pública alrededor de la vida material y social de la venta
callejera. El auge de la fayuca entre las décadas de 1970s y 1980s trajo consigo una gran expansión
del mercado, aunado al crecimiento de riqueza, cuyo corolario posterior sería la identificación de
Tepito como el nicho más representativo de la llamada “economía informal”14 (Alba Villalever 2009,
2011; Hernández Hernández 2018).
Y es que gran parte de esos conflictos por la definición de la identidad del barrio ha girado entorno
a la defensa de lo “local” frente a lo que se considera como agentes externos que “desestabilizan” y
transforman “el ser del barrio”. En ese sentido, la fayuca puso en evidencia la íntima conexión entre
la gente de Tepito y la producción estadounidense de bienes electrodomésticos y otras mercancías
que se importaban (Ramírez 1983). Tras la apertura comercial de México y Estados Unidos a raíz del
Tratado de Libre Comercio en 1994 y el declive de la fayuca, la piratería sólo vino a establecer nuevos
vínculos y asociaciones entre la economía del barrio y los puntos de producción, principalmente en
China y la India, y algunas nuevas rutas de comercio, como Panamá y Belice (Alarcón 2008; Alba
Vega y Braig 2012). Así, desde entonces existe cierto antagonismo entre el comercio y la producción
artesanal, la valoración de lo extranjero y lo del barrio, la distorsión producida por la injerencia de

14
De acuerdo con una publicación sobre mercados “informales” en el mundo, Tepito forma parte de los 50 mayores a
nivel global (Hernández 2015).

12
los gobiernos y la posibilidad de autogestionarse, al grado de reflejar en algunos una crisis de identidad
en el barrio.
Lo anterior se refleja con mayor énfasis cuando se considera el contexto de violencia e inseguridad
en el barrio. Por ejemplo, en muchas ocasiones se menciona la “apertura” de Tepito como principal
razón para explicar el aumento del narcotráfico y la violencia. Para algunas personas, se trata
principalmente de los extranjeros -en el sentido que otorga Simmel (1971), es decir, como aquél que
llega para quedarse- quienes han promovido actividades que anteriormente no formaban parte del
repertorio tepiteño, las cuales han traído consigo la expansión de la criminalidad, la corrupción y el
desorden. La presencia de coreanos y chinos, sintetizada por la figura de los “asiáticos”, así como la
aparición de grupos de prestamistas y extorsionadores colombianos, por ejemplo, señalan esas
amenazas extranjerizantes que merodean en el barrio. Los primeros, desde la visión nostálgica, se
han apropiado de los medios de acumulación (las calles, principalmente) y han organizado un sistema
económico de explotación parecido al sistema de peonaje de tiempos pre-revolucionarios. Los
segundos han impuesto un régimen de usura, basado en préstamos inmediatos de dinero a cambio de
altas tasas de interés, al tiempo que emplean grupos de fuerza para cobrar con violencia. De este
modo, la pérdida de soberanía es materializada en los discursos nostálgicos por medio de esas figuras
externas que se apoderaron del barrio y lo están saqueando.
En este contexto, aparece otro discurso orientado a recuperar la seguridad desde lo local frente a
lo externo -que también puede ser encarnado por el estado. Por ejemplo, en el capítulo 6, analizo
cómo los grupos de vigilantes ligados a las asociaciones de comerciantes se presentan como legítimos
protectores del barrio y del comercio. El reclutamiento de jóvenes “del barrio” constituye una de las
estrategias para demarcar ese rasgo local: que sean muchachos buenos para pelear y fuertes -siguiendo
un estereotipo-, pero también que conozcan las dinámicas del barrio. Por otro lado, lo que se
pretende es construir mecanismos de vigilancia exentos de la participación de las policías estatales.
En parte, porque las tareas de los vigilantes van más allá de la prevención de los delitos. También
gestionan los accesos de las calles, operan como reguladores del espacio, siguiendo las directrices de
la dirigencia de las asociaciones. Por esta razón, desde las asociaciones prefieren mantener alejados a
funcionarios estatales que puedan representar un obstáculo en la organización local del comercio. Sin

13
embargo, como es de esperar, para muchas personas la labor de los vigilantes no representa los
intereses generales del barrio, sino que persiguen únicamente los beneficios de los líderes.
Como sostengo en este trabajo, para comprender los significados de la inseguridad en Tepito, así
como las prácticas concretas que llevan a cabo las personas del barrio para gestionar su situación -en
ello también incluyo a los burócratas que laboran dentro de su demarcación- es necesario atender a
la política de la identidad del barrio, la cual está articulada con las economías locales.

Crisis de inseguridad y de violencia

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública de


201815, la inseguridad ocupa el primer lugar en cuanto a temas que generan mayor preocupación
entre la población de 18 años o más en el país (64.5% de las personas). En el mismo documento, se
muestra que, en la Ciudad de México, el 67.4% de las personas dicen sentirse inseguras en su colonia.
Haciendo a un lado los cuestionamientos que puedan argumentarse sobre el uso de encuestas para
“medir” la inseguridad16, resulta notable en el debate público y en las conversaciones privadas la
relevancia que aquélla tiene entre las poblaciones tanto del país como de la capital. Indudablemente,
estas preocupaciones se insertan en un contexto nacional en el que no sólo se registró un aumento
considerable en la tasa de homicidios en los últimos años, sino que la prensa ha estado saturada de
noticas escalofriantes: cuerpos desmembrados, cercenados, disueltos en ácido; descubrimiento de
fosas con cuerpos, listas de personas desaparecidas, y un largo etcétera. Todo este escenario ha
producido perplejidades. En primer lugar, debido a que la irrupción de la violencia significó poner
en cuestión dos relatos más o menos consolidados dentro de las ciencias sociales. Por un lado,
México, a diferencia de sus pares latinoamericanos, había instaurado un régimen autoritario, pero no

15
Publicada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
16
Las encuestas y sondeos sobre inseguridad son muy útiles para monitorear tendencias de largo alcance, y así,
podemos mirar evoluciones y patrones generales. Sin embargo, nos dicen poco respecto a qué significa o qué
interpretan las personas, ya que técnica y conceptualmente, las encuestas suelen homogeneizar una experiencia
sumamente diversa bajo la pregunta: “qué tan segura te sientes en x?” (donde x puede ser la colonia, la ciudad,
etcétera). Así, las encuestas no profundizan sobre lo que sentirse segura puede significar para una mujer o para un
hombre, para un anciano o un joven, para alguien de clase alta o clase baja, para alguien que vive en una colonia
popular o en una zona residencial con acceso restringido (Díaz Cruz 2013)

14
violento, el cual se caracterizaba por mecanismos corporativistas de inclusión subordinada. Por otro
lado, la narrativa de la transición democrática había llenado de expectativas a amplios sectores de la
sociedad mexicana, por lo que el aumento de violencia apenas dentro de la primera década de “vida
democrática” supuso un desconcierto (Pansters 2012). Así, el golpe de realidad nos forzó a reconocer
que la literatura sociológica, antropológica o histórica que teníamos no atisbaba esta crisis.
Afortunadamente, desde entonces, han surgido trabajos destacados los cuales se han entregado a
reflexionar sobre temas asociados a la crisis de inseguridad y de violencia, tales como la política
penitenciaria y la situación en las cárceles (Azaola 2007; Pérez Correa 2013), las experiencias y
estrategias de familiares desaparecidos (Robledo Silvestre 2017), la impunidad y las deficiencias del
sistema judicial (Alvarado 2008), y desde luego, la política antidrogas y las consecuencias de la guerra
contra el narcotráfico (Chabat 2010; Enciso 2010; Aguilar 2012; Escalante 2012; Morales 2012;
Pérez Romero 2014).
Un aspecto característico de toda esta crisis de violencia ha sido la instauración del crimen
organizado como la figura protagónica en el discurso oficial -y muchas veces, también en el
académico. De ahí que el narcotráfico aparezca como la piedra angular dentro de las narrativas
alrededor de la violencia en la última década, aunque mucho de esto sean elaboraciones que combinan
rumores, especulaciones, y desde luego, mucha fantasía y mitología (Astorga 2007; Escalante 2012).
Desde luego que las economías ligadas al tráfico de drogas han jugado un rol importante, y por
supuesto que existen cárteles o grupos dedicados a negocios como el narcomenudeo, el trasiego de
estupefacientes, entre otros ilegalismos. Lo que importa y ha sido reconocido por algunos trabajos,
es que estos personajes o asociaciones tienen valoraciones localmente distintas respecto a esas
imágenes homogéneas y estereotipadas como las del criminal o el narcotraficante. Así, el trabajo de
Natalia Mendoza (2017), por ejemplo, nos muestra cómo los traficantes de droga no son percibidos
necesariamente por la población local como actores ajenos o contrarios a la sociedad, sino que están
imbuidos en ella. El traficante puede llegar a aparecer entonces como un trabajador más de la
comunidad17.

17
Esto mismo se observa en un contexto muy distinto, como la cuenca del Chad en donde traficantes de muy
diversos bienes se auto perciben como trabajadores legítimos y no como criminales (Roitman 2004).

15
Por otro lado, también sabemos hoy que la violencia que se observa en algunas regiones o
localidades del país no es perpetrada únicamente por narcotraficantes -ni siquiera por grupos
criminales, en ocasiones. Ahora y anteriormente -como en gran parte de las décadas subsiguientes a
la institucionalización de la Revolución mexicana- han existido diversos actores que ejercen violencia,
como caciques o empresas, sicarios (acaso nuevo nombre para referirse a los viejos pistoleros) o
policías, grupos subversivos y militares (Grandin y Joseph 2010; Pansters 2012; Piccato 2017). En
medio de la crisis de inseguridad actual, hemos visto la propagación de grupos de autodefensa y la
conformación de instituciones de seguridad y justicia, especialmente en contextos en los cuales es
reconocible cierta tradición organizativa orientada hacia el fortalecimiento de la autonomía local
frente al estado (Rowland 2005; Sierra 2013; Berber 2017b; Le Cour Grandmaison 2016).
Lo anterior nos obliga a cuestionarnos sobre cómo la violencia participa en las (re)definiciones de
la relación entre el estado y la sociedad. En otras palabras, mi trabajo presenta material a partir del
cual procuro conectar con los temas anteriores, poniendo especial énfasis en el rol de la violencia en
la constitución de regímenes u órdenes locales. Así, uno de los hallazgos más importantes que aporta
mi tesis es que la extorsión aparece como una fuente de incertidumbre y preocupación mucho más
importante que lo asociado con el narcotráfico18. Pero otro aspecto sobresaliente que aparece en la
tesis (especialmente en los capítulos 5 y 6), es que, al lado de La Unión Tepito, la cual se presenta
públicamente como la figura principal en el ejercicio de la extorsión en la ciudad, también aparecen
rostros convencionalmente menos ligados al crimen y a la violencia, como los policías, funcionarios
estatales, los dirigentes de asociaciones de comerciantes o la misma élite política. Además, el contexto
que describo en mis capítulos pretende dar cuenta de cómo esas interacciones llenas de intimidad y
coerción, de familiaridad y extrañeza, desdibujan otras imágenes como las de la familia o los amigos.
De este modo, mi trabajo dialoga con la sugerencia de Skurski y Coronil (2006), quienes advierten
sobre cierta “mistificación de la violencia” que llevan a cabo muchos trabajos. Con esto ellos se
refieren a la insistencia con la que se miran las manifestaciones más extremas y extraordinarias de la

18
Algo muy parecido halló Berber (2017) en su trabajo. Tratando de elaborar una interpretación más general sobre la
violencia en México, Natalia Mendonza Rockwell (2018) ensaya la idea de que la privatización de las economías de la
extorsión y la extracción en el neoliberalismo mexicano ha sido un proceso que se asocia con la intervención de
empresarios violentos, lo cual ha traído a su vez una expansión del uso de la fuerza como un recurso económico.

16
violencia, lo que lleva a concebirla comúnmente como algo diferente y externo del mundo cotidiano.
En ello, sostienen, ha sido crucial el papel de narrativas “higienizadas” en las cuales se ha destacado
un “proceso civilizador”, el que tiene un tufo colonial y reificante del papel de los estados nacionales
-quienes han pacificado a las sociedades europeas. Contra dicha mistificación de la violencia, Skurski
y Coronil proponen pensar sobre las prácticas diarias de fuerza y coerción, lo que implica pensar la
violencia no sólo como destrucción y transgresión, sino también como parte de una normalidad que
se halla dispersa en los mecanismos que preservan y fundan ciertos órdenes sociales19. En esto
coinciden con algunos trabajos que han reinterpretado las estructuras autoritarias y clientelares en
América latina como sedimentos de ciertos regímenes de acumulación, es decir, que además de ser
un fenómeno ocasional, coyuntural y aniquilador, la violencia asume un papel preponderante en las
instituciones políticas y económicas, lo cual apunta hacia esas economías que entremezclan favores y
depredación (Taussig 1986; Arias y Goldstein 2010; Pansters 2012; Fontes 2016).
Sin embargo, para cerrar este apartado es importante introducir otro matiz. Si bien es importante
destacar esa dimensión cotidiana de la violencia, esto no significa que soslaye o reste relevancia al
rasgo espectacular que ésta también asume, mucho menos en Tepito, lugar que ya he dejado claro,
es proyectado constantemente como el lugar del crimen en la ciudad. Así, durante la tesis espero
reflejar esa dialéctica entre lo ordinario y extraordinario, lo banal y lo espectacular, de los usos y
despliegues de fuerza. Para ello, presento algunas viñetas y registros etnográficos que dan cuenta de
extorsiones muy sutiles (capítulo 5), y en algunos otros casos, expongo acciones mucho más públicas
y visibles, las cuales en ocasiones deliberadamente buscan la atención mediática (capítulo 2 y 6).

Regímenes económicos de la inseguridad: entre el favor y la deuda, la protección y la extorsión

Friendship engenders material aid: the relationship normally


(as normatively) prescribes an appropiate mode of interaction.
Yet if friends make gifts, gifts make friends; or it may be,
as Eskimo say, “gifts make slaves -as whips make dogs”.
Marshall Sahlins (1985:xi)

19
Como es evidente, Skurski y Coronil basan mucho de su argumentación en los trabajos seminales de Walter
Benjamin (2007) y la revisión que hace de este último Jacques Derrida (2002). En el cuerpo de la tesis recupero
algunas de las reflexiones que estos otros autores ofrecen sobre la violencia y la fundación de derecho y autoridad.

17
Como señalaba arriba, uno de los propósitos de este trabajo es reflejar las distorsiones que las
personas en Tepito experimentan para reconocer entre entidades o figuras que tradicionalmente
aparecen como opuestas. Lo que me interesa destacar es que uno de los rasgos centrales de los
regímenes económicos de la (in)seguridad que describo es que en ocasiones cuesta trabajo identificar
entre una ayuda y una amenaza, entre el amigo y el extorsionador, por dar ejemplos. Pero para
comprender mejor esos regímenes económicos de la inseguridad en Tepito, es preciso mirar la
organización social y los sistemas de acumulación que allí imperan.
Para comenzar, el barrio alberga una enorme diversidad de mercados, los cuales mueven una
cantidad asombrosa de mercancías de distintos orígenes, generando un volumen de ingreso muy
elevado. Esa producción de riqueza se da desde los “márgenes del estado” (Das y Poole 2004; Roitman
2004), en tanto que el comercio tepiteño no sólo mantiene una persistente ambigüedad ante la ley
-como ocurre en general con el comercio callejero20-, sino que en dicho contexto, coexisten junto
al estado otras instancias o actores que, a través del uso de la violencia, procuran establecer cierto
orden o constituirse como autoridades extralegales. Tepito es entonces concebido generalmente
como ícono de la llamada “economía informal”, también llamada “economía subterránea” o “segundas
economías”, en cuyo seno -según la visión popular- florecen expresiones “desviadas”, “patológicas” o
“disfuncionales”, es decir, formas distorsionadas del mercado idealizado y así, según sostiene esta
visión moral y prescriptiva, se interfiere con el desarrollo y la modernización (Roitman 1990;
Verdery 1996b; Humphrey 2002c; Venkatesh 2006). Como vimos arriba, la imagen de Tepito es
confrontada con otras dos imágenes un tanto fantasiosas, o al menos, especulativas: el estado y el
mercado. En el capitalismo neoliberal de nuestras últimas décadas, estas dos entidades o ideas han
sido acaso las instancias más poderosas, y basan gran parte de su arma disuasiva en la conexión que
tienen con la vieja idea (renovada) de modernización. Así, las aspiraciones por contar con un estado
que haga cumplir la ley a los ciudadanos, una burocracia incorruptible y un mercado que
eficientemente provea de los servicios necesarios, han rondado las mentes durante años, al mismo

20
Sobre la relación entre el comercio callejero y el derecho en México, véanse los trabajos de Meneses Reyes (2011),
Azuela y Meneses Reyes (2014); Hayden (2017) y Crossa Niell (2018).

18
tiempo que se expresan las hostilidades hacia las clases políticas y el fantasma de la corrupción y el
clientelismo aparecen como los enemigos u obstáculos (Escalante 2000). De este modo, la
emergencia de la corrupción como dispositivo para concebir o imaginar al estado está lejos de ser un
fenómeno mexicano o regional, en tanto que se observa prácticamente en todos lados (Gupta 1995,
2012a; Verdery 1996b; Humphrey 2002a; Muir 2016). Muy aparejado con esto, se encuentra esa
noción de “mafia como concepto” a la que se refiere Katherine Verdery (1996), cuando analiza los
discursos de inconformidad ante la falta de prosperidad económica, en los cuales se entrevé un ataque
contra los grupos o corporaciones que controlan y administran discrecionalmente la distribución y el
acceso de bienes y servicios. Lo que me interesa resaltar aquí es que la manera en que Tepito –y la
economía informal e ilegal– es pensado como un régimen distinto y en contradicción con el mercado
“oficial” y con el estado de derecho.
En esta tesis (sobre todo en capítulos 4,5 y 6) exploro los regímenes de intercambios entre amigos,
conocidos, desconocidos, todos ellos ligados tanto a la sociedad local, al estado, a las bandas de
“criminales”. En muchos aspectos esos intercambios asumen la forma de una economía de favores, es
decir, redes de reciprocidades que involucran intercambios “informales” de diversa índole, las cuales
se estructuran como el reverso de la economía oficial y centralizada (Ledeneva 1998).
Etnográficamente, estado y sociedad local aparecen aquí íntimamente ligados, ya que como muestro
en algunos ejemplos específicos, los individuos se deslizan de una esfera a otra, por lo que su posición
o adscripción resulta siempre vaga, o por lo menos inestable. Si bien en la mayoría de casos los
burócratas de calle, debido a esa socialización contextualizada en la que operan, siempre están
desdibujando y rehaciendo su imagen de funcionarios de estado (Lipsky 2010), esto se intensifica en
la medida que los burócratas operan en un ámbito fuertemente definido a partir de lo local.
Recupero entonces las discusiones antropológicas sobre la reciprocidad, cuyo trabajo pionero de
Mauss (1966) propuso considerarla como un “fenómeno social total”, es decir, que abarca todos los
ámbitos –no sólo los tradicionalmente “económicos”. Por otro lado, estas reflexiones se
complementan con las implicaciones que la deuda tiene en los intercambios, particularmente
resaltando la coacción y la violencia (Lazzarato 2007; Graeber 2014), reflejada también en la noción
de reciprocidad negativa (Sahlins 1972; Lomnitz 2005). Retomando el epígrafe de Sahlins, presento
varios casos en los que los intercambios marcados por la reciprocidad son llevados a cabo a través de

19
una tensión permanente entre el favor y la deuda, la muestra de amistad y la coerción jerárquica, la
gratitud y la ingratitud, el honor y la vileza.
En conjunto, estas reflexiones sugieren una idea alternativa del estado y de la ciudad, las cuales se
distancian de las visiones más dominantes, en las cuales el monopolio de la violencia legítima, la
racionalidad y la impersonalidad aparecen como fundamentos. Si para Weber (1961:249-253) la
dominación racional-legal del estado moderno se sustenta en el predominio de las técnicas
administrativas, así como en el desinterés y los criterios de universalidad que rigen las conductas de
los burócratas –además, claro está, en el monopolio antes referido– , para los primeros teóricos de
la ciudad moderna (Simmel 1971a; Park 1928; Wirth 1938) el anonimato y la impersonalidad eran
rasgos centrales, los cuales permitían producir individuos despojados de las ataduras tradicionales
articuladas al clan, a la familia, etc., de allí que sus textos tengan ese tono celebratorio del
cosmopolitanismo de las urbes frente al provincialismo de las comunidades rurales. En cambio, lo
que en este trabajo se presenta desafía ambas visiones. Tanto la vida urbana como la relación entre
estado y sociedad se describen como entramados entre conocidos, encuentros cara a cara entre
personas que en pocas ocasiones se desconocen y muchas otras hay mucha familiaridad, intercambios
de diversa índole que configuran lo que llamo regímenes económicos. Esto ha sido subrayado por los
trabajos que han analizado justamente esos encuentros situados entre el estado y las poblaciones
(Herzfeld 1992; Gupta 1995, 2012; Ferguson y Gupta 2002; Valverde 2012; Hull 2012). Pero
también estos trabajos, como en lo que aquí presento yo, resaltan la manera en que los burócratas de
calle procuran recrear la división entre estado y sociedad local, aunque esto se de en diferentes
condiciones contextuales y estructurales, es decir, que en ocasiones el estado aparece “por encima”
de la población, en otras los encuentros son más horizontales y en otros la imagen proyectada es de
inferioridad frente a actores locales. Como señala Mitchell (1999), los esfuerzos por producir esa
separación entre estado y sociedad, llevados a cabo mediante prácticas rutinarias, discursos y empleo
de diversas tecnologías, generan ese “efecto estado” el cual es crucial para comprender el “orden
político moderno”.
Por otro lado, el material que presento también permite repensar sobre las articulaciones entre
los llamados sectores populares y el estado, sobre todo dentro de las discusiones sobre el
corporativismo y el clientelismo (Eckstein 1977; Cross 1998; D. Davis 1994; Castro Nieto 1990;

20
Duhau y Giglia 2008). De acuerdo con esta literatura, los sectores populares organizados lograron
conquistar ciertos “derechos”, como el de poder laborar como vendedores callejeros, a cambio de
respaldar el régimen posrevolucionario. Así, en ocasiones suele hablarse de “cooptación” de estos
sectores por parte de los gobiernos, lo cual enfatiza la relación vertical de subordinación con las que
esos grupos fueron “integrados” a la corporación estatal. Sin embargo, con todas las limitaciones que
esta inclusión presentó, es posible identificar cierta noción vaga e incompleta, si se quiere, de
“derechos” y de distribución de bienestar. Lo anterior se vuelve más significativo si se piensa en las
transformaciones políticas y económicas de las últimas dos décadas. El avance de la democracia ha
traído consigo unas formas de representación política que no han podido diseminar un agrado
generalizado ni ha cumplido la expectativa que prometía la supuesta conquista de derechos políticos.
Probablemente, la insatisfacción y el desencanto que se experimenta en amplios sectores de la
población –no solamente entre los sectores populares– proviene de la impresión de que, con los
ajustes neoliberales, sumados a los cambios derivados de la transición democrática, las nuevas élites
han cerrados o limitado los canales distributivos que el corporativismo cultivó. Como ha propuesto
Lomnitz (2000), en México la conexión entre las poblaciones locales y el estado ha estado marcada
por la corrupción como instrumento de repartición de ciertos recursos, todo esto a través de la
participación de líderes que fungen como intermediarios entre la organización local y el estado:

El ritual político está íntimamente ligado a la corrupción porque buena parte del financiamiento de
los rituales refleja, de hecho o al menos idealmente, la manera en que líderes y comunidades locales se
apropian de partes del aparato estatal. Así, los rituales son a la vez dramatizaciones del poder de una
colectividad en relación al Estado nacional e instancias concretas de la manera en que se distribuyen
localmente el poder y los beneficios del Estado (Lomnitz 2000: 271).

En el capítulo cuarto, expongo cómo los regímenes predatorios son experimentados por algunos
tepiteños. A lo largo de la exposición presento, como contracara de la visión que sostiene que el
corporativismo y la labor de los líderes favorecían cierta noción de “repartir el pastel”, una
fenomenología local en la cual la acción de los líderes o dirigentes cada vez es más vista como parte
de un sistema muy heterogéneo de extorsiones, el cual refleja un envilecimiento de las élites

21
políticas21. Esta imagen se distancia de aquella otra que favoreció la consolidación del régimen
posrevolucionario, es decir, de “la familia revolucionaria” y las “camarillas” como instituciones
centrales en la movilidad social y en la distribución de empleos y recursos (Brandenburg 1964; P. H.
Smith 1979; Camp 1993; Hernández Rodríguez 1998) 22. Lo que sobresale en mi trabajo es la
expansión de la extorsión como práctica fundamental de un régimen predatorio que extrae más de lo
que concede.

Sobre la etnografía de la inseguridad

Como señalé arriba, mi trabajo pretende contribuir a las discusiones contemporáneas sobre la
crisis de violencia e inseguridad, pero particularmente lo hace desde un enfoque urbano y etnográfico.
De entrada, mi proyecto forma parte de un cuerpo de literatura cada vez más fecundo, el cual se
adentra en contextos específicos de las ciudades en los que se experimenta la violencia, preguntándose
sobre sus significados y sus expresiones más concretas23. Cabe al respecto comenzar reflexionando
sobre ese vacío que durante muchos años mantuvo la sociología y la antropología urbana: ¿por qué
no contamos con estudios etnográficos consagrados, de relevancia nacional, en los que la violencia y
la inseguridad sean los ejes de la investigación, como señalaba Wil Pansters?
En primer lugar, como sostenía arriba, la agenda de investigación estuvo principalmente enfocada
en rastrear las estructuras que articulaban a los sectores pobres con el régimen político nacional de
partido único, por lo que los temas centrales de la investigación urbana han girado alrededor de la
autoconstrucción de la vivienda, los mecanismos de supervivencia de los pobres, la movilización y

21
Al respecto, tanto Verdery (1996) como Humphrey (2002) encuentran entre las transformaciones sociales en los
países post-socialistas cierta percepción de que los sistemas de empleo, de distribución y de consumo se hallan
dispersos ahora en manos de “señores” o mafias que controlan y se vuelven intermediaros de dichos recursos, y, así,
imponen sistemas de explotación y de extorsión enmascarados por una relación de codependencia.
22
La movilización constante de comerciantes callejeros, así como el empleo del lenguaje de los derechos (Azuela and
Meneses Reyes 2014; Meneses Reyes 2011) evoca aquella noción de “el legítimo reparto” (the rightful share) que
propone James Ferguson (2015) para interpretar los reclamos de los sectores pobres frente a las políticas
distributivas. De acuerdo con Ferguson, los “apoyos” o “ayudas” estatales son consideradas como parte de un sistema
de intercambio o reciprocidad, por lo que son vistos menos como dádivas y más como retribuciones merecidas.
23
Arturo Alvarado y Diane Davis fueron pioneros en plantear investigaciones sobre la inseguridad en la Ciudad de
México (Alvarado 2010, 2012; D. E. Davis 2007; D. Davis and Alvarado 1999). Desde la historia, destaca el trabajo
de Piccato (2001).

22
organización política de los marginados, y por supuesto, el clientelismo (Eckstein 1977; Adler-
Lomnitz 1975, 1994; D. Davis 1994). Recién en la última década hemos visto surgir más estudios
empíricos sobre la inseguridad situados en contextos urbanos, sobre todo numerosas tesis de todos
los niveles y en una variedad de programas.
Parte de mi desconcierto proviene del hecho de que, si bien hacia la década de 1990s no existía
una línea de estudios criminológica ni de violencia urbana, es decir, no era un tema sobresaliente en
las agendas públicas ni de investigación, sí existían preocupaciones locales sobre la inseguridad. Los
trabajos históricos de Pablo Piccato (2001, 2017) precisamente han señalado la relevancia que el
crimen ha tenido durante casi todo el siglo XX en los públicos de la Ciudad de México. ¿Por qué
entonces ese descuido? Mi sospecha es que, para comprender ese proceso, es necesario tomar en
consideración al menos dos factores. Por un lado, la configuración particular de las ciencias sociales
mexicanas; por otro lado, el contexto de inseguridad e impunidad. Respecto al primer asunto, basta
decir aquí que los estudios etnográficos en México han privilegiado como sitios de estudio las zonas
rurales del país, en tanto que nuestra Antropología se ha centrado excesivamente en las
“comunidades” y pueblos indígenas24. En cuanto al segundo aspecto, me parece que, en México, a
diferencia de los Estados Unidos (por ofrecer un contraste en el que la etnografía urbana ha
prosperado desde hace décadas) la inseguridad se ha configurado de tal modo en el que llevar a cabo
trabajo de campo en barrios “problemáticos”, con elevada incidencia delictiva o donde hay registro
de actividades ilegales, se torna más peligroso. En nuestro país, la impunidad para casi cualquier
delito, incluso el homicidio, resultan preocupantes, lo que se traduce en más riesgos para un
investigador que quiera hacer trabajo de campo en un contexto particularmente “peligroso”.
¿Qué me llevó a realizar una etnografía sobre la inseguridad en Tepito? Como dije al inicio, me
interesaba estudiar los grupos de vigilantes y demás actores que, empleando la fuerza, buscan
constituirse como entidades que gestionan la seguridad ante una presencia hostil y conflictiva del
estado. Pero, además, debo reconocer que fui seducido, al igual que muchos otros, por ese carisma

24
Desde luego, existen notables excepciones. Así, en los trabajos clásicos de Lewis (1961) y Adler-Lomnitz (1975)
apreciamos el interés por acercarse etnográficamente a la vida urbana de los marginados. Recientemente, han
aparecido trabajos de Antropología urbana sobresalientes, como los de Duhau y Giglia (2008) y Leal Martínez (2007,
2016). Más cercanos al tema de la inseguridad y violencia, están los trabajos recientes de (Zamorano 2015; Leal
Martínez 2017; Hayden 2018; Moctezuma s/f).

23
urbano del barrio25, por la promesa de hallar un conocimiento restringido, un poco transgresor y
vedado para la mayoría. Ese impulso lleno de fantasías hacia el otro, hacia lo desconocido, lo exótico,
que tan presente ha estado en la Antropología desde sus mismos orígenes (Trouillot 1991). Así, mi
etnografía ha estado marcada por dos tensiones permanentes. Por una parte, mis propios temores e
incertidumbres que estuvieron presentes desde el inicio de mi trabajo de campo: cómo llevar a cabo
mi estancia, cómo gestionar los riesgos, especialmente en medio de la referida crisis de inseguridad
y en un barrio como el que elegí. La otra parte tiene que ver con la etnografía como escritura y como
representación: cómo evitar que mis descripciones y mis análisis contribuyan a la estigmatización del
barrio, sin dejar de ser fiel a mis observaciones, registros y emociones.
Así, ahora que enfrento la necesidad de explicitar detalles sobre mi trabajo de campo, confieso
que he experimentado durante gran parte de mi investigación algunas molestias e incomodidades.
Tepito, como espero haber dejado claro, ha sido objeto de curiosidad constante, por lo que se trata
de un lugar muy estudiado26. Su aura se alimenta de su propia ambivalencia: imagen de la violencia y
el crimen, del desorden y el caos, la pobreza y la insalubridad; pero también está la fascinación que
levanta este lugar “incivilizado”, que incita la metáfora del safari. La gran mayoría de mis conocidos
con los que he llegado a conversar sobre mi trabajo expresan una gran sorpresa y curiosidad. Los más

25
El carisma urbano, de acuerdo con Hansen y Verkaaik (2009), sirve para pensar a las ciudades, y partes de ella,
más allá de sus dimensiones funcionales: son espacios saturados de significados, en los cuales se densifica todo un
repertorio cultural de imaginación, de miedos, de deseos.
26
Tepito ha sido desde siempre objeto de observación, tanto por parte de científicos como de la prensa. De ahí su lugar
preponderante, tanto en la esfera pública metropolitana como en la nacional, como el eterno otro. Algunos trabajos
contextualizados en Tepito son: la obra pionera de Lewis (1961b), la cual narra las perspectivas de los integrantes de
una familia en Tepito, y encuadra el análisis en la cultura de la pobreza; sobre la producción de calzado, Jarquín Sánchez
(1994); sobre las luchas por la vivienda (Reyes Domínguez and Rosas Mantecón 1993; Rosales Ayala 1987) y en
Rebolledo (1998) y un capítulo de Tenorio-Trillo (2012) aparece Tepito cuando se habla de las vecindades; acerca del
comercio y su relación con el espacio o geografías (Alfonso Hernández 2015; Alba Villalever 2009, 2011; Oriard Colín
2015); en cuanto a la cultura tepiteña, tenemos sobre la comida (Alfonso Hernández and Roush 2008), y el box, aunque
no se centra únicamente en Tepito (Allen 2013); trabajos históricos desde un panorama más general (Couffignal
1987)(Aréchiga 2003) y otros más concretos, sobre los mercados, su relación con los gobiernos y su imagen pública
(Konove 2018) y sobre cómo la criminología contribuyó a definir comunidades urbanas, entre las cuales Tepito ocupaba
un lugar como espacio proclive a la perdición, al vicio y al crimen (Piccato 2001); sobre el policiamiento (Padilla Oñate
2014) y el crimen organizado (Rivelois 2015; Alvarado 2016); sobre la devoción religiosa (Roush 2014; Kristensen
2011); sobre el clientelismo político (Cross 1998; Castro Nieto 1990); un análisis sobre el orden local desde el enfoque
de la gobernanza urbana (Hernández Espinosa 2017); sobre la migración coreana en el barrio (Gallardo García 2017);
y una serie de trabajos que desde la crónica, recrean aspectos de la cultura local (Ramírez 1983; Rosales Ayala 1989,
1991; Monsiváis 2014b; Murrieta and Graf 1988).

24
desconcertados me preguntaban “cómo le hiciste”, si es verdad todo lo que se dice de Tepito: que se
encuentra cualquier cosa ilegal en sus mercados, si te roban apenas notan que no eres de allí, y todo
el resto del repertorio de clichés sobre el lugar. Los menos sorprendidos solían reaccionar con otro
tipo de interés. En algunos casos, amigas y amigos me preguntaban: “¿y cuándo me llevas a conocer
Tepito?”. De este modo, personalmente me he sentido en una especie de encrucijada, en la cual debo
enfrentar dos embates: la confirmación o rectificación del espectro de peligrosidad, es verdad “lo que
se dice” o no. En buena medida, mis malestares personales han estado relacionados con la sospecha
de que hablar de mis miedos puede significar abonar a lo primero, mientras que el optar por enfatizar
lo segundo, en cierto modo ha implicado obviar o evadir mis propios prejuicios y temores.
La manera más honesta que encuentro para salir de dicha encrucijada es acudir a mi propio material
etnográfico, en el cual aparecemos yo -el etnógrafo- y mis informantes experimentando cosas
similares: compartiendo temores y ansiedades, tanto por nuestra propia seguridad como por la
imagen pública del barrio. Pero también, recordando que Tepito es un caso muy peculiar, pero no
deja de estar inscrito dentro de esa gran crisis, en la cual, como mencionaba arriba, una mayoría de
residentes de esta ciudad experimentan inseguridad en sus colonias. Desde luego, en Tepito hay
actividades criminales, hay mucha violencia, pero de lo que se trata es hallar el sentido de cómo se
vive todo ello, de describir y analizar que, en ello, las primeras víctimas son los propios habitantes
del barrio. Como señalan Comaroff y Comaroff (1992:9), el etnógrafo es el mismo instrumento de
observación, pero su pretensión no es hablar de sí mismo ni en representación de los otros, sino sobre
ellos y sus mundos, sus hechos y sus interpretaciones. De este modo, el recurso que encuentro más
efectivo para solventar mis incomodidades es poner a mis informantes por encima de todo, ya que es
sobre ellos este trabajo, y no sobre mí -aunque evidentemente soy yo quien “habla”.
Esto se conecta con otras angustias que he encontrado en el camino. La escritura etnográfica
también implica tomar decisiones sobre cómo describimos y narramos los hechos, cómo presentamos
a nuestros informantes. Después de todo, el trabajo de campo supone lazos de intimidad con personas
que nos abren un espacio en sus vidas y nos revelan aspectos personales. En ese sentido,
inevitablemente adquirimos compromisos con ellos, generando relaciones de reciprocidad. Al
respecto de esto, he procurado elaborar una narrativa en primera persona, en la cual deje claros
algunos aspectos de aquellos vínculos, con la finalidad de resaltar esa dimensión de intimidad que

25
constituye una parte central en mi investigación. De acuerdo con Fassin (2013), uno de los aspectos
más sobresalientes de la etnografía es justamente esa posibilidad de producir un “efecto de presencia”
por medio del recurrir a anécdotas personales (del contacto producido entre el etnógrafo y nuestros
informantes). Esto contrasta con otras narrativas en las ciencias sociales, en las cuales lo impersonal
y lo abstracto cobra mayor importancia. En cambio, la etnografía ofrece una perspectiva distinta del
mundo, nos conecta con otras miradas que surgen desde lo cotidiano, desde las experiencias diarias,
en donde lo ordinario es tan importante como lo extraordinario. En otras palabras, como sugiere
Michael Herzfeld (2001), la Antropología -y la etnografía- es una disciplina que nos introduce al
“sentido común” de las personas con quienes trabajamos en campo.
Para hablar de esos vínculos e intimidades, es decir, de cómo fui formando parte de esos mundos
ordinarios, es fundamental referirme a algunos aspectos del contexto en el que me desenvolví
realizando mis observaciones. Con el fin de profundizar sobre mi posicionamiento haciendo
etnografía, comienzo con el asunto del acceso o entrada al campo. Un primer punto que fue evidente
mientras me hallaba en plena incertidumbre sobre cómo adentrarme al mundo que me interesaba,
era que necesitaba de la ayuda de alguien que fungiera como intermediario. Esto es algo sumamente
recurrente en la etnografía: algún informante o personaje clave que nos introduce al campo,
asumiendo un rol de “puerta” de acceso. Más allá de esa generalidad, los procesos específicos por los
que fui encontrando esas “puertas” en Tepito me hablaban de cierta peculiaridad para ingresar al
barrio, lo cual me fue llevando a considerar el rol tan significativo que posee la noción de lo local y
las preocupaciones por mantener algún control sobre la imagen del lugar. Para ilustrar lo anterior,
recurro a la siguiente anécdota. A las pocas semanas de iniciar el campo, me encontraba acompañando
a Fernando en uno de los recorridos que suele organizar para visitantes que se interesan por conocer
Tepito. Él es un destacado cronista y activista muy entusiasta, el cual además de haber participado
desde hace muchos años en movimientos políticos por la vivienda en el barrio, procura divulgar una
imagen muy distinta del lugar en comparación con las asociaciones al crimen y la violencia. A sus
recorridos llega un público diverso, pero uno de los perfiles que más acuden es el de los académicos,
principalmente estudiosos de temas urbanos y muchos estudiantes que, como yo, se interesan en
realizar investigación en o sobre Tepito. Fernando me había introducido para ese entonces a su círculo
más cercano, y poco a poco se iba fortaleciendo nuestro vínculo. Aquella tarde en la que caminábamos

26
por el barrio, me pidió que lo acompañara a saludar a una amiga suya, a la cual quería entregarle un
pequeño obsequio. Nos dirigimos hacia el puesto de ella. Recién llegamos, su amiga nos miró un
poco sorprendida. Despidió a una señora con la que se encontraba e inmediatamente después, le dijo
a Fernando: “seguramente ya te fueron con el chisme, mano”. Aquél le respondió que no sabía de qué
se trataba, pidiéndole que le contara qué había ocurrido. Su amiga entonces le platicó:

Bueno, espero no haber hecho mucho relajo, pero te voy a platicar tal cual. Resulta que se presentó
aquí conmigo una gringa de la Universidad de no sé de dónde, con un grupo de personas, diciendo que
venían a conocer Tepito. Yo les pregunté si venía de tu parte, y me dijeron que no. Entonces les dije
que qué madres hacían aquí si no venían contigo, que era peligroso venir así sin conocer. Que qué tal
si los asaltaban o les pasaba algo peor y luego iban a estar hablando mal del barrio. Y nada, pues les dije
que se fueran mejor, porque dime tú, qué atrevida esa señora, mira que andar trayendo a un grupo de
gente de fuera. Eran como gringos. Con lo peligroso que puede ser. Ya después dudé si había hecho
mal, pero ahora que me dices que no los conoces, me vale madre, la verdad que hice bien.

El relato anterior, sumado a algunos otros casos que presencié, me dejaban claro que el acceso a
ciertos grupos o personas en específico, requerían de la autorización y mediación de Fernando. Por
otro lado, encuentro útil esta viñeta para señalar la tensión permanente alrededor de la imagen
pública del barrio. Por un lado, se reconoce que el barrio es peligroso y lo es particularmente para la
gente que no lo conoce, que no es de ahí. Por otro lado, según las palabras de su amiga, si algo les
ocurría a los visitantes no autorizados, sería culpa de ellos mismos por aventurarse a entrar sin tomar
sus precauciones, es decir, por no recurrir a una intermediación certificada como la de Fernando.
Pero lo peor de todo, desde el punto de vista de la amiga, hubiera sido que “iban a estar hablando mal
del barrio”.
Las gestiones locales que llevan a cabo intermediarios o brokers culturales en Tepito asumen
entonces una forma muy específica que es propia del contexto de inseguridad. En cierto sentido, la
relación que se establece entre ellos y quienes buscamos su ayuda para ingresar a la intimidad del
barrio -ya sea para hacer un reportaje o para escribir una tesis doctoral- nos habla de una economía
de la inseguridad en la que se intercambian ayudas, resguardos y dinero. Por ejemplo, Fernando cobra

27
una cuota en sus recorridos, y en cambio ofrece seguridad y acceso al barrio. Aunque hay una
transacción monetaria, esto va acompañado de un vínculo que trasciende el pago del dinero. Fernando
gana aliados a su causa, y así puede difundir una imagen positiva del barrio. Los académicos accedemos
a experiencias, a conocimientos. En ambas posiciones se construye un sentido de reciprocidad, de
agradecimiento y de ayuda, se da forma a cierta noción de amistad.
Para continuar con las reflexiones sobre la entrada al campo y cómo esto nos orienta a pensar
etnográficamente sobre lo que estudiamos, recurro a una segunda viñeta, en la cual también aparecen
esas economías que son centrales en mi tesis. Justo en esas mismas instancias en las que intentaba
resolver las cuestiones de mi acceso al campo, una persona muy cercana a mi investigación sugirió
que contactara a un amigo suyo, quien, debido a su trayectoria laboral, podría ser de gran ayuda. Se
trataba del Licenciado Esteban, quien en ese momento ocupaba un cargo en el área de seguridad en
uno de los municipios metropolitanos de la Ciudad de México. Cuando me reuní con él, me recibió
muy afectuosamente, dejando claro desde un inicio su disposición a apoyarme. Muy pronto me
comentó que conocía a una persona que trabajaba en Tepito, con la cual me puso en contacto aquél
mismo día. Tras una muy amena charla, el Licenciado Esteban y yo nos despedimos, no sin antes éste
mandara, a través de mí, saludos muy afectuosos a la persona que nos había puesto en contacto.
El informante del que me habían hablado era Gustavo, uno de los personajes más importantes de
esta tesis, y a quien me referí al inicio de la Introducción. Siguiendo las instrucciones del Licenciado
Gustavo, me recibió la semana siguiente en las oficinas de la Delegación Cuauhtémoc,
específicamente en el área de Protección civil, para la cual trabaja. Desde el inicio se puso “a la orden”
para apoyarme en lo que necesitara, refrendando en cada ocasión que podía su compromiso y lealtad
con el “Licenciado27”. Conforme nos fuimos conociendo Gustavo y yo, me fue platicando sobre
algunos trabajos en los que había participado bajo las órdenes del Licenciado Esteban. Solía referirse
a él con gran respeto y agradecimiento.
Así como una red de contactos y amistades nos puso en contacto a Gustavo y a mí, muy pronto
reparé que nuestra convivencia había estructurado también una economía de favores. Después de
haber estado ayudándome durante unas semanas, permitiendo que yo lo acompañara en todas sus

27
En este contexto, se refería al Licencido Esteban. Gustavo posteriormente se referiría también a mí como
“Licenciado”.

28
labores y presentándome con amigos suyos, a quienes les pedía que también me brindaran apoyo para
mi investigación, un día me llamó por teléfono para reunirnos. Nos vimos en una cocina muy cerca
de mi casa, donde yo solía invitarlo a desayunar algunas veces. Allí, a diferencia de otras ocasiones,
en las que nuestras pláticas giraban entorno a la vida del barrio, esta vez Gustavo se explayó sobre su
vida personal. Me contó sobre sus vaivenes laborales, los cuales estaban llenos de altibajos. También
me habló sobre sus relaciones de pareja. Debido a una serie de problemas familiares, sumados a otros
asuntos laborales que le habían ocasionado una merma en su ingreso, esos días estaba padeciendo una
pequeña crisis financiera doméstica. Por ello, Gustavo, muy apenado conmigo, me pidió un préstamo
de dinero. Yo consideré la suma que me pedía fuera de mis posibilidades. Sin embargo, le ofrecí una
cifra que cubría una considerable parte de lo que él me había solicitado, la cual aceptó con mucho
agradecimiento. Me insistió en que se trataba sólo de un préstamo, y que en cuanto él pudiera
recuperarse de esa situación, me devolvería el dinero.
Transcurrieron alrededor de tres meses en los que seguimos viéndonos, sin que el dinero que yo
le había proporcionado hubiera sido devuelto. Por el contrario, una noche me llamó por teléfono
para pedirme un nuevo préstamo, esta vez por una cantidad menor. Me dijo que había tenido un
percance, sin entrar en detalles que yo tampoco demandé aclarar, y se limitó a señalar que necesitaba
con urgencia el dinero, por lo cual solicitaba mi ayuda. Respondí que contara conmigo, y al día
siguiente realizamos la transacción.
Los préstamos en efectivo que efectué a Gustavo no han sido devueltos hasta hoy. No obstante,
mi interpretación de los hechos es que él y yo, como dije antes, construimos una relación de
reciprocidades e intercambios que no están enmarcados por una lógica de mercado. Más bien, mi
lectura de la situación es que, si bien el dinero que le entregué no tuvo retorno, en realidad el gesto
del préstamo, pensado como un favor o un “paro”, sí fue retribuido por un sinnúmero de acciones
generosas por parte de Gustavo, cuyo solícito afán porque yo siempre estuviera protegido y “en
buenas manos” mientras estuviera en el barrio, es acaso la forma más constante en que él expresaba
su lealtad y amistad.
Ahora bien, el dinero que yo le “presté” también podría ser visualizado como parte de un pago
realizado por un servicio que él me había estado brindado. Sin embargo, no pienso que esto pueda
ser pensado como un salario o un pago por ayudarme en mi investigación, ya que nunca hubo un

29
condicionamiento de por medio. De hecho, en un par de ocasiones que me pidió menos dinero, de
manera más espontánea, no lo hice. Una vez porque en ese momento, no llevaba conmigo más que
justo el dinero en efectivo que necesitaba para comer. La otra ocasión fue porque había tenido algunos
gastos considerables en el mes en marcha, y estaba en plan de ahorro, pero además, porque quise de
algún modo señalar que no siempre yo tenía dinero para prestar. En ninguna de las dos situaciones
noté que Gustavo se molestara, ni que en los días siguientes su comportamiento conmigo se
modificara. Así, mi relación con Gustavo y Nicolás –otro personaje central de mi tesis, compañero
de Gustavo en Protección civil– me llevaron a reflexionar acerca de regímenes económicos en un
contexto de inseguridad, así como sobre la figura del líder, lo cual interpreto como parte importante
en la estructuración de dichos sistemas de intercambio. En nuestras interacciones diarias, muchas
veces aparecía yo ejerciendo una posición de líder o dirigente para ellos, en tanto que, siendo un
estudiante de doctorado dentro de una institución de prestigio en México, mi carrera la proyectaban
como funcionario, ocupando algún cargo alto en el gobierno local. En ese sentido, resulta revelador
que Gustavo se refiriera a mí como “Licenciado”, al igual que lo hacía con su viejo jefe, el Licenciado
Esteban. Pero sobre todo esto se notaba en su clara disposición a apoyarme en lo que yo necesitara.
Las viñetas de las que he echado mano hace un momento también sirven para traer las reflexiones
que propone Venkatesh (2002) acerca de la construcción colectiva del etnógrafo a partir de las
interacciones que establecemos con nuestros informantes y de las ideas que ellos forman sobre nuestra
presencia como observadores. Los vínculos que fui construyendo durante mi investigación me fueron
insertando en un contexto específico, es decir, fui integrándome de tal modo que pasé a formar parte
de esos circuitos de intercambios. Mi posición entonces era interpretada como dirigente porque mi
posición era de alguien con capital cultural y social que podían estimar como valioso. Por otro lado,
en esa economía que establecimos mis informantes y yo, se aprecia un rasgo de nuestro oficio como
etnógrafos: tanto Gustavo y Nicolás como yo, sacábamos provecho de nuestras interacciones, cada
uno sacando lo suyo, ellos obteniendo algunos “préstamos” de dinero o proyectando apoyos políticos
hacia el futuro, mientras que yo recolectaba información para mi tesis de un modo seguro, recibiendo
la protección de ellos. De ahí esta idea que sugiere Venkatesh del etnógrafo haciendo “chanchullo”

30
(doin’ the hustle), cuando analiza cómo era percibido por sus informantes: estaba haciendo su negocio,
como todos los demás en el gueto -o yo en el barrio28.
Esto me lleva a pensar el papel que la noción de amigos y familiares tiene en mi investigación.
Como afirmaba antes, en las economías de la inseguridad, uno nunca está totalmente seguro de qué
significa una y otra cosa. Las figuras no suelen estar desprendidas de cierta ambigüedad. Por ejemplo,
cuando comencé a acompañar a Gustavo en sus actividades, me hizo algunas sugerencias que
apuntaban a mi propia seguridad. Me dijo que vistiera discretamente, con la ropa más sencilla que
tuviera. En cuanto al comportamiento que debía mantener para evitar situaciones incómodas o de
peligro, puso especial énfasis en mostrar un respecto particular hacia las mujeres. También me
incitaba a no mostrarme débil ni temeroso frente a las personas. Pero llamó mi atención que sugiriera
que, para que mi ingreso al barrio fuera más natural -y más seguro-, él me presentaría como su primo
ante sus amigos y conocidos comerciantes, dirigentes o colegas suyos de la Delegación. Acordamos
la historia de que yo era un primo suyo de Veracruz que había venido a la Ciudad de México para
estudiar y ahora me encontraba haciendo mi tesis sobre la cultura del barrio.
Al presentarme como su primo, Gustavo perseguía el propósito de introducirme en la trama de
intimidad y confidencias a la cual él pertenecía. Debido a que las relaciones de parentesco aparecen
con relevancia en los discursos locales, Gustavo juzgó que era buena idea producir esa ficción. Esto
era llamativo, porque desde mi perspectiva, pocas personas parecían creer que efectivamente él y yo
éramos familiares. Más bien, parecía ser un recurso performativo mediante el cual Gustavo procuraba
proyectarme en el barrio como alguien de su confianza, al mismo tiempo que significa que él daba la
cara por mí, tanto en el sentido de dar cuenta de mis actos como en el de velar por lo que me
ocurriera. Lo cierto es que en los encuentros que sosteníamos con la gente que me iba presentando,
resultaba claro que su estrategia no tenía un efecto inmediato. En nuestro caso, como en algunos
otros que fui recolectando y muestro en mi tesis, las referencias personales parecían servir como
puerta de entrada, aunque luego, cada uno procurara asegurarse por sí mismo sobre si determinada

28
Señala Venkatesh (2002:98): "I needed to look no further than my own ethnographic labor -reconstructed from
the tenants' point of view - to understand that the 'hustle' was not only a practice with particular salience in ghetto
spaces but also a perceptual frame".

31
persona era confiable o no -más allá de que fuera “familiar” o amigo de alguien cercano o incluso de
uno mismo. Así, la estrategia que sugirió Gustavo de presentarme como familiar adquiría un sentido
de proyectarme como alguien digno de “crédito”, como una referencia suya sobre la cual él daba la
cara e invitaba a que me abrieran las puertas, sin que esto borrara las sospechas en las demás personas.
Hay otros dos puntos que quisiera mencionar antes de cerrar este apartado. El primero retoma
aquella angustia sobre mis deudas con mis informantes, es decir, sobre cómo relatar todo lo vivido y
observado durante mi estancia en Tepito. He querido distanciarme del voyerismo al momento de
escribir mi etnografía. Como han señalado algunos autores (Bourgois 1995; Venkatesh 2006;
Wacquant 2008; Penglase 2014), el tratamiento académico sobre barrios marginalizados y
estigmatizados enfrenta siempre el dilema de cómo representar esos lugares y las personas que los
habitan, ya que el espectro de posibilidades muchas veces va desde la descripción detallada, lo cual
puede traer consigo el alimentar el morbo y reforzar cierto exotismo, hasta el pasar por alto algunos
problemas de los barrios, con el objeto de no nutrir las fantasías y estigmas, pero con el riesgo de que
se minimicen los asuntos ligados a la violencia. En mi caso, he procurado evitar juicios valorativos ni
acuñar elementos impresionistas en las descripciones. Por otro lado, elegí materiales muy
heterogéneos, los cuales me parecía que representaban bien los temas que discuto, pero los seleccioné
en parte buscando un equilibrio que reflejara mejor lo que viví durante mi trabajo de campo. Es decir,
deliberadamente dejé afuera algunos materiales que me parecían extremos o que pudieran provocar
en las lectoras y lectores una sensación de extravagancia, cuando justamente era lo que busco evitar.
Asimismo, opté por editar muy superficialmente algunas citas textuales, suprimiendo ciertas
groserías, buscando también presentar a mis amigos e informantes de una manera más fiel a lo que yo
viví durante todo ese tiempo, y no reflejarlos a través de una viñeta que pudiera encasillarlos bajo un
modo de hablar un poco trillado, asociado al perfil popular del tepiteño, cuando en realidad escuchaba
igual número de groserías en Tepito como en cualquier otro lado de la ciudad.
El segundo punto se refiere a la construcción de mi objeto etnográfico, es decir, eso que Comaroff
y Comaroff (1992) llaman el contexto. Como señalaba en el apartado en el que discuto el papel de lo
local, me alejé de tomar por sentada una idea o unas delimitaciones físicas y sociales del barrio. Así,
dejé que mis registros conformaran ese contexto, el cual se extiende más allá del “ojo empírico”. Lo
que muestro entonces son más bien flujos y deslizamientos, más que entidades estables. La

32
translocalidad del barrio, presentes en la internacionalización del comercio, pero también en sus
interacciones íntimas con el estado, nos hablan de esa multi-escalaridad de Tepito.
A lo largo de los capítulos introduzco al resto de las personas que me brindaron su apoyo
participando en esta investigación. Se trata, como ya he dicho, de amigos e informantes, con quienes
principalmente compartí espacios y momentos durante mi trabajo de campo. En ocasiones suelo
emplear intercambiablemente el término amigos e informantes. Con ello procuro borrar la diferencia
que el formalismo académico requeriría, y ser fiel a la manera en que nos llamábamos en el trabajo
de campo algunos de mis conocidos y yo. Sin embargo, aclaro que el empleo del término “amigos”,
como marca mi investigación, no es ingenuo ni idealizado, sino que, siguiendo a Derrida (2005), me
referiré a él rastreando las implicaciones políticas. Por ejemplo, el asunto del género, ya que en los
regímenes económicos que analizo, esos círculos de “amigos” estaban cargados de masculinidad. Las
relaciones entre “carnales” que observé guardan muchas semejanzas con ese modelo canónico de
amistad al que se refiere Derrida: hombres enlazados por un vínculo fraternal que los proyecta hacia
el futuro, incluso a un tiempo inmortal (como en el caso de los “carnales” que han sido asesinados,
pero siguen estando presentes).
Mi trabajo de campo tuvo una extensión de quince meses, de los cuales nueve meses viví allí,
rentando un cuarto dentro de un departamento29. En todos esos meses, entablé un sinnúmero de
conversaciones informales con mis amistades y con muchas otras personas (comerciantes, dirigentes,
policías, activistas, funcionarios, residentes) que forman parte de los regímenes económicos y que
participan en las relaciones entre lo local y el estado. Los encuentros con cada una de estas personas
se daban a veces de manera casual, en otras ocasiones yo buscaba deliberadamente contactarlos debido
a sus cargos o porque habían participado en cierto evento del que me interesaba saber más. En todo
caso, busqué siempre diversificar mis contactos, tanto por criterios de edad o profesiones, como de

29
El vivir en Tepito me ayudó a conectarme más con los regímenes económicos en el barrio, sin embargo, asumo una
posición reflexiva ante ello, mostrando aquí sus límites. Por ejemplo, pude notar que mis compañeros de vivienda
contraían deudas a menudo con nuestro casero, lo cual contrastaba con mi posición. Al respecto, considero
problemático afirmar que, como tal, “viví” en Tepito, ya que mis experiencias no pueden ser equivalentes a las de mis
compañeros de vivienda. Aunque por supuesto, las diferencias entre nosotros tampoco eliminaron el hecho de que
compartiéramos muchas otras cosas en nuestro día a día.

33
“camarilla”30. Por ejemplo, muy pronto en mi trabajo de campo noté que existen algunos conflictos
entre activistas, dirigentes, asociaciones, y desde luego, gente que trabaja en el gobierno.
El grueso del tiempo en mi trabajo de campo lo pasé acompañando a mis amigos del área de
Protección civil en sus actividades diarias, lo cual me abría todo un campo de observación de las
interacciones entre burócratas de calle y la gente del barrio. También pasé mucho tiempo con los
vigilantes de los cuales discuto en el capítulo sexto. Llevé a cabo algunas entrevistas más formales,
más o menos estructuradas, pero éstas ocupan menor importancia en comparación con el vasto
material que fui juntando en mis notas de campo y en mi diario, en los cuales tomaba registro de los
detalles de los escenarios, de las personas que participaban en determinadas interacciones, incluso
llegaba a guardar en mi memoria fragmentos de los diálogos, algunos de los cuales aparecen aquí
reconstruidos31. Por último, mi etnografía sigue algunos trabajos (Gupta 1995; Gupta y Ferguson
1997; Comaroff y Comaroff 2003; Yeh 2018), los cuales extraen registros en la prensa, en las redes
sociales y cualquier plataforma digital que ofrezca datos que nos permitan construir esos contextos y
acceder empíricamente a esos mundos translocales y multi-dimensionales como Tepito, el estado -y
tal vez cualquier otro fenómeno contemporáneo.

Síntesis de los capítulos

En el capítulo 1, “Tepito como imagen”, exploro las formas en que Tepito ha sido visualizado,
proyectado y, en general, cómo se ha construido la figura del “barrio bravo” como ícono de lo ilegal
y lo criminal en la capital del país. Por medio de una narrativa dialógica, retomo algunos debates

30
Siguiendo lo que sugiere Shoshan (2015), traté también de separarme de cierta “economía del conocimiento” de la
Antropología y la Sociología, en la cual se valora más el aproximarnos con quienes sufren o son víctimas. Sin buscarlo
deliberadamente, en ocasiones me vi obligado a convivir con personas “desagradables” o presenciar hechos con los que
mi ética entraba en conflicto, como en el caso de comentarios y chistes machistas, cuando presenciaba golpizas o
cuando me contaban historias sobre cómo mi interlocutor había asesinado a personas. Así, por momentos me vi
orillado a cuestionar los límites de nuestra empatía en el trabajo de campo, tratando por igual a todos mis
informantes.
31
Evité el uso de grabadora de voz durante prácticamente todo mi trabajo de campo. Debido a la naturaleza de mis
labores, el andar moviéndome de un lado a otro, en espacios donde más que entrevistas había interacciones de grupos,
preferí dejar correr con la mayor “naturalidad” posible la vida diaria, y dejar para la noche el recuento de lo ocurrido y
pasarlo a mi diario de campo. Sobre las citas textuales, haciendo a un lado aquello que anoté arriba sobre la edición
deliberada omitiendo algunas groserías, están tal cual aparecen en mi diario.

34
públicos acerca de Tepito, articulando narrativas de distintos periodos históricos, así como de
diferentes esferas discursivas. En esto, subrayo la movilización de Tepito como un artefacto
ideológico que trasciende los ámbitos de la Ciudad de México y se desplaza por gran parte del país.
El núcleo de la discusión en este capítulo destaca dos rasgos que se han complementado para dar
forma a ese carisma de Tepito: por un lado, las asociaciones con lo criminal, lo informal y lo ilegal,
lo cual ha generado cierta estigmatización y aura de peligro, mientras que, por otro lado, sobresale
la fascinación y seducción que un lugar así ha despertado en un público cada vez más extenso. Esto
último se aprecia en la creciente mediatización de Tepito como lo exótico. De este modo, el capítulo
sugiere que existe un íntimo entrelazamiento entre la estigmatización del barrio y su exotización,
para lo cual la noción del mundo del crimen resulta fundamental.
En el capítulo 2, “El espectáculo de la violencia (i)legítima”, analizo el despliegue mediático y
espectacular por medio del cual, tanto los actores criminales como las policías, son proyectados como
entidades coherentes, más o menos delineadas e identificables. Sin embargo, como muestro en el
capítulo, en los debates locales sobre el crimen y la actuación policial, se aprecian posturas
contrastadas, en las cuales unos y otros –criminales y policías– aparecen igualmente cuestionados
respecto a la violencia que ejercen. El material etnográfico del que echo mano para esto proviene
tanto de mis notas de campo, como de una minuciosa revisión de noticias periodísticas acerca del
crimen y los operativos policiacos en Tepito. Además, recurro a las discusiones públicas que se dan
en redes sociales, particularmente en un grupo de Facebook, cuya plataforma sirve como espacio para
ofrecer información alternativa a los medios comerciales, al mismo tiempo que añade un rasgo “local”.
Así, a lo largo del capítulo reflexiono tanto sobre la mediatización de las violencias criminal y policial,
como sobre la performatividad cotidiana, para dar cuenta de cómo son pensados localmente los
grupos criminales, por un lado, y las intervenciones estatales, por otro.
En el capítulo 3, “Identidades locales y actividades económicas”, analizo los desencantos y las
ansiedades suscitadas a raíz de la expansión del comercio en Tepito. Para ello, recupero los discursos
nostálgicos de algunos activistas culturales del barrio, quienes oponen la figura del artesano a la del
comerciante. En dicha oposición, el artesano aparece ligado a la tradición del barrio: a la vecindad y
su multifuncionalismo, a los valores morales (la familia, la comunidad), pero, sobre todo, se destacan
la autonomía individual y del barrio, el “valerse por uno mismo”. En cambio, el comerciante encarna

35
la pérdida de valores, la disgregación y la “venta” del barrio a los intereses externos (por ejemplo, a
los asiáticos). Me interesa destacar cómo, en estos discursos nostálgicos, la pérdida de soberanía local
–y nacional– es interpretada como un factor crucial para explicar el incremento de la violencia. Así,
los cambios percibidos en el barrio por estos actores, principalmente la expansión del narcomenudeo
y la explotación laboral que se da en el comercio, son entendidos a partir de esa apertura o “entrega”
del barrio, transformación que supuso conformar un régimen económico basado en la dependencia,
en la deuda y en el ser explotados por otros.
En el capítulo 4, “Entre la protección y la extorsión: regímenes económicos predatorios”, discuto
los significados y la relevancia alrededor de la extorsión en el barrio, a partir sobre todo de las
experiencias que las personas tienen en su vida diaria con figuras tan variadas, concretas y difusas
como los criminales (especialmente La Unión Tepito), los dirigentes, las policías y la clase política.
Así, el capítulo sugiere que las relaciones que establecen las personas con estas figuras conforman
regímenes predatorios basados en una reciprocidad negativa, de tal modo que en las experiencias
cotidianas de las personas resulta difícil discernir entre la protección y la extorsión.
En el capítulo 5, “Economía de favores y burocracia: el estado en el entramado local”, tomo
principalmente como material etnográfico las actividades que realizan los “burócratas de calle”,
quienes se ven en la necesidad de resolver problemas de distinta naturaleza en un contexto de
inseguridad y de precariedad material. Los casos que muestro ilustran cómo funcionarios, vecinos,
comerciantes, dirigentes y “criminales” se involucran íntimamente en intercambios “paros”,
estableciendo un régimen de favores, en el cual la figura de los burócratas se disuelve y entremezcla
entre los lazos familiares, de amistad, de vecindad, sin que la envestidura se desvanezca por completo.
Desde la antropología del estado, el capítulo analiza esas economías de favores que se encuentran
esparcidas en distintas esferas de la vida social del barrio, y cuyos flujos ponen en cuestión las fronteras
entre el estado y la sociedad (local), lo público y lo privado, lo legal e ilegal.
En el capítulo 6, “Inseguridad y vigilantismo”, me enfoco en la gestión de la seguridad que realiza
un grupo de vigilantes ligado a una de las asociaciones de comerciantes que hay en Tepito. Como
muestro, este grupo de vigilantes es sólo un caso entre las diversas corporaciones o agrupaciones que
se dedican a brindar protección en el barrio y sus mercados. Así, analizo cómo este tipo de grupos de
seguridad participan no sólo en las tareas de prevención y combate al crimen, sino que en la regulación

36
que hacen del espacio público, llevan a cabo funciones que van más allá. Esto último implica que la
gestión de la seguridad se halla incrustada en los regímenes económicos locales, por lo que los
vigilantes participan en la constitución de un orden local. Sin embargo, al mimetizar –o suplantar–
las labores policiales, los vigilantes aparecen contagiados de esa ambigüedad que las figuras de los
agentes policiales entrañan: son corporaciones confusas, de las cuales es difícil establecer si persiguen
la seguridad local o la protección privada de los agremiados de la asociación y su dirigente.

37
CAPÍTULO 1
Tepito como imagen

En el verano de 2013, la Embajada de Holanda con sede en la Ciudad de México organizó una cena
en la cual fue invitado el reconocido actor Daniel Giménez Cacho, así como algunos funcionarios del
gobierno local. Aquella noche también estuvo presente la actriz y directora de teatro holandesa
Adelheid Roosen, quien años atrás había creado el proyecto artístico WijkSafari. Éste último se
trataba de un performance móvil y callejero llevado a cabo en Ámsterdam, en el barrio de Slotermeer,
el cual gozaba de una mala reputación en la ciudad debido a las actividades criminales que allí
aparentemente se registraban. La gente reunida en aquella cena tenía como propósito diseñar una
adaptación de dicho proyecto cultural en algún lugar específico de la Ciudad de México. Debido a su
carisma “peligroso”, el Barrio de Tepito apareció como la perfecta opción entre los asistentes.
Así, una vez definido el lugar en el cual se pretendía implementar el performance, los preparativos
iniciaron. La producción de la obra contaba con financiamiento y apoyos de la Embajada holandesa,
la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, el Programa Nacional de Prevención Social de la
Violencia y Delincuencia y el gobierno de la Delegación Cuauhtémoc. El principal objetivo de las
personas implicadas en el proyecto era contribuir a la “desmitificación” del aura criminal que rodea
al “Barrio bravo”, como se le conoce popularmente a Tepito. De acuerdo con los promotores del
proyecto, para lograr esto era necesario distanciarse de los rumores urbanos y de la imagen que los
medios de comunicación habían propagado durante décadas, y en cambio, mostrar cómo el barrio
“realmente es”.
La producción del performance implicaba que los cuatro actores profesionales seleccionados (dos
hombres, dos mujeres) convivieran durante dos semanas con un “pariente adoptivo”, es decir, una
persona de Tepito la cual no sólo fungiría como anfitriona, sino que asumía la responsabilidad de
familiarizar a los actores con las costumbres y la vida cotidiana del Barrio32. Siguiendo la propuesta

32
El hecho de que se piense que Tepito tiene sus costumbres, como portadores de una cultura propia, ajena al resto
de gente de la ciudad.

38
de la dirección teatral, los guiones de las distintas piezas que componían los performances debían
surgir colectivamente a partir de esas interacciones guiadas por los parientes adoptivos.
La adaptación fue bautizada como Safari en Tepito y fue estrenada en marzo de 2014. Desde la
perspectiva de los artistas y de la producción, la relevancia de la obra estaba basada en el hiperrealismo
que ofrecía. En otras palabras, para ellos, el efecto desmitificador que se buscaba era alcanzado por
medio de un escenario original y minimalista, lo cual implicaba que el público que acudía a la obra
estuviera observando no sólo una representación, sino gente “naturalmente” expuesta. Lo anterior
podemos vislumbrarlo en las palabras de Giménez Cacho, cuando se refería a la obra:

Safari en Tepito significa una experiencia única que jamás me hubiera imaginado, por lo que significa
artísticamente, organizativamente, en términos de producción. Es un espectáculo de cuatro horas, es
un espectáculo dónde el arte está en el límite con la realidad, porque la gente va a venir aquí como si todo
esto fuera un decorado, como si la calle fuera un decorado, como si la gente fuera parte del espectáculo.
Entonces se producen cosas muy hermosas por el hecho del encuentro que se da. Diez, cuarenta
personas del público que no vendrían a Tepito vienen a una cosa organizada y segura, y van a entrar a las
casas de la gente que vive aquí, van a oír sus historias, van a conocer el barrio, la historia que tiene33.
(subrayado mío)

En el mismo sentido, Mauricio Isaac, uno de los actores profesionales que participaron en el
proyecto, señalaba: “es un viaje en el barrio de Tepito para desmitificar o diversificar las ideas y
opiniones erróneas que muchos de nosotros tenemos sobre el barrio o cualquier otro lugar. Y la idea
es traer a la gente para que puedan vivir un momento de realidad y verdad”34.
Desde luego que apenas fue dado a conocer el título de la obra, se suscitaron debates en los medios
y redes sociales acerca de la contradicción entre los objetivos declarados por los productores y la
imagen exótica a la cual el título ayudaba a reproducir. Aunque tanto Giménez Cacho como el resto
del equipo subrayaron que el nombre de Safari provenía de la idea original de Adelheid Roosen,
además que destacaban el elemento “divertido” alrededor de todo el proyecto, fue imposible eliminar

33
Entrevista disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=3IyCHgCb-EU por Dónde ir.
34
Entrevista disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=tKybFnpZtqg Reportaje de IZQ México.

39
las controversias. Después de todo, la noción del safari evoca el espectáculo en el cual humanos
civilizados acuden a observar la vida salvaje de los animales en sus hábitats “naturales”. En medio de
la polémica, los performances fueron llevados a cabo con la colaboración de gente del barrio, como
los parientes adoptivos y muchos otros, lo cual sugiere que, entre el público tepiteño, existía un
sector que aprobaba el proyecto. Pero incluso considerando el “éxito” de la obra, no es posible
concluir que existía un consenso acerca de esta intervención cultural. En mi trabajo de campo escuché
diversas opiniones al respecto, desde quienes se mostraban entusiastas por lo que fue el proyecto,
hasta algunos que no sólo rechazaban la idea del Safari en Tepito, sino que expresaban cierta
incomodidad más general por sentirse objeto de escrutinio público.
Las intenciones explícitas que promovieron el proyecto del Safari en Tepito, así como las
controversias suscitadas alrededor de él nos revelan algunos temas sobresalientes en la vida social del
barrio: la imagen de peligro, el estigma de la criminalidad, así como los esfuerzos por contar otra
historia del lugar. Nada de esto es novedad. De hecho, el Safari en Tepito puede ser considerado
como uno de los últimos y más célebres casos entre el extenso catálogo de intervenciones llevadas a
cabo por artistas, periodistas, científicos sociales o activistas, quienes de manera muy diferente han
explorado la “naturaleza”, la “esencia”, la “verdad” o “realidad” de Tepito. En nuestros días, podemos
atestiguar una proliferación de artículos o reportajes en los medios digitales, tanto mexicanos como
de otros países, en los cuales se ofrecen descripciones escritas o recursos visuales a través de los cuales
se intenta condensar al mismo tiempo lo que significa el barrio, así como la “experiencia” de
conocerlo. Pero como recién señalaba, la fascinación por Tepito no nació ahora: ese lugar conocido
como “el barrio bravo” ha sido estigmatizado y exotizado desde hace mucho tiempo.
Utilizando diversos registros etnográficos -de mi trabajo de campo, pero también notas de medios
digitales- y apoyándome en una revisión de materiales históricos, en este capítulo exploro las formas
en que Tepito ha sido descrito, idealizado, proyectado, satanizado e incluso romantizado.
Particularmente me interesa rastrear el proceso por el cual el barrio ha sido construido como la figura
central de lo ilegal y lo criminal en la capital del país. Sugiero aquí pensar ese proceso en términos
semióticos, por lo cual entiendo la conexión del barrio con algunos de sus atributos como una

40
iconización35. Propongo pensar esta imagen de un mundo tepiteño como algo aparte, marginal, por
fuera del resto de la ciudad -un mundo con sus propias reglas- como un artefacto ideológico y
discursivo el cual se opone a las instituciones formales, al ordenamiento urbano, a la higiene, al estado
de derecho y a la modernidad nacional. Sin embargo, como muestro a lo largo del capítulo, esto no
se desarrolla sin tensiones, ya que, ante el estigma y su articulación constitutiva con lo ilegal,
observamos cómo el barrio emerge también como un lugar cuyo carisma se conecta con la cultura
popular y así, se distancia del aura criminal, reivindicando su posición dentro del “verdadero espíritu
nacional”. En esto último, las intervenciones de cronistas del barrio, académicos, periodistas y artistas
-como el Safari en Tepito- es crucial, ya que ahí se aprecia ese íntimo entrelazamiento entre la
estigmatización el barrio y su exotización, entre los peligros asociados al mundo criminal y la
seducción de la aventura que ofrece un mundo así.

La ciudad moderna y sus márgenes

Ese carácter “oscuro” que ha acompañado a Tepito durante décadas puede ser considerado como
un proceso de iconización desde una perspectiva semiótica. Para Irvine y Gal (2000:37), la
iconización “supone una transformación de la relación del signo entre rasgos (o variaciones)
lingüísticos y las imágenes sociales con las cuales aquellos están ligados. Los rasgos lingüísticos que
son indexicales de grupos sociales o actividades aparecen siendo representaciones icónicas de éstos,
como si un rasgo lingüístico de algún modo representara o exhibiera la naturaleza o esencia de un
grupo social”36. Aunque Irvine y Gal discuten sobre fenómenos lingüísticos, podemos extender sus
herramientas analíticas para pensar el proceso semiótico en el cual un lugar específico, como Tepito
y sus atributos físicos y culturales, se convierte en la encarnación o representación de ciertas imágenes

35
Herzfeld (1997: 93) subraya la diferencia entre hablar de ícono y de iconización, en tanto que en el segundo caso
queda resaltado justamente el proceso semiótico, y se desdibuja la idea de la esencialización o permanencia que podría
llegar a suponer hablar de ícono, es decir, de dar por sentada la significación en vez de atender al proceso
interpretativo
36
En el texto original: “involves a transformation of the sign relationship between linguistic features (or varieties) and
the social images with which they are linked. Linguistic features that index social groups or activities appear to be
iconic representations of them, as if a linguistic feature somehow depicted or displayed a social group’s inherent
nature or essence”.

41
sociales -el peligro, el desorden, la suciedad, entre otras cosas. Así, lo que propongo es que el
concepto de iconización nos permite rastrear históricamente cómo Tepito ha sido esencializado en
los imaginarios urbanos, al mismo tiempo que podemos mostrar en qué consisten esas imágenes
ligadas a él.
Para comenzar, hay que remontarse al momento en el que las colonias que hoy forman parte de
Tepito fueron formadas. Bajo el régimen político de Porfirio Díaz (periodo conocido como
Porfiriato, el cual abarca de 1876 a 1910), la Ciudad de México experimentó un extraordinario
proceso de transformación urbana, el cual fue inspirado por las ideas de modernidad, progreso y
desarrollo. El proyecto urbano concebido por arquitectos y desarrolladores implicaba la construcción
de nuevas áreas residenciales, principalmente diseñadas para albergar a las clases altas de la sociedad
porfirista. Además, como muestra Tenorio-Trillo (2012:8-18), las iniciativas transformadoras de la
capital en la primera década del siglo anterior estaban asociadas con la celebración del centenario de
la Independencia. Así, la atmósfera eufórica entre la élite porfirista y sus efusivos esfuerzos por situar
a México -y su ciudad capital- dentro de la oleada modernista, impuso como necesidad el construir
la “ciudad ideal”, la cual sería desarrollada aparte de -y en muchos sentidos, en oposición de- la “ciudad
vieja”. Siguiendo dicho propósito, la ciudad expandió sus horizontes hacia la zona poniente, donde se
habían localizado algunas antiguas haciendas. Éstas proveyeron del suelo que requerían las nuevas y
modernas viviendas. Fue entonces que, entre los años de 1880s y 1910, las colonias Juárez,
Cuauhtémoc, Roma y Condesa fueron construidas de acuerdo con los nuevos estándares
residenciales.
En gran medida, el proyecto de la ciudad ideal consistía en una novedosa manera de concebir el
orden y los espacios. Para los desarrolladores, los aspectos materiales y tecnológicos de la
modernización aportaban la infraestructura indicada para las residencias “autónomas” o individuales.
Esto significaba que el abastecimiento particular de electricidad, drenaje, agua potable, teléfonos,
entre otros elementos, facilitaron la separación de los espacios públicos y los privados, así como en
los interiores de las casas los nuevos diseños implicaban separaciones de los cuartos respondiendo a
las diferentes actividades cotidianas: comer, dormir, cocinar, estudiar, jugar (Piccato 2001; Aréchiga
2013). Por otro lado, como mencionaba arriba, la planeación urbana moderna también entrañaba una
separación entre las nuevas residencias y las de la ciudad antigua, la cual mostraba deterioro. Se

42
esperaba que las primeras fueran habitadas por los sectores más prósperos, mientras que los
asentamientos coloniales alrededor de la zona central y vieja quedarían destinados para los sectores
bajos. Sin embargo, como Piccato (2001) señala, los anhelos de segregación social y espacial
enfrentaron dificultades que el orden de la vida cotidiana imponía. Por ejemplo, las nuevas mansiones
ubicadas en la zona poniente reproducían la vida de los asentamientos rurales, tal como ocurría en las
haciendas, en donde los sirvientes y demás trabajadores domésticos cohabitaban con los patrones.
Pero ligado a esto, los trabajadores requerían servicios básicos de reproducción: alimentos, bebidas,
los cuales eran también espacios de socialización. Por estas razones, los empeños permanentes
dirigidos a “limpiar” las nuevas áreas residenciales, así como a demarcar las dos ciudades, se mostraron
insuficientes, lo que provocaba obsesiones y frustraciones constantes entre los planificadores urbanos
y las clases altas.
Este era el contexto en el cual Tepito fue transformado en el barrio que conocemos hasta hoy.
Probablemente el trabajo de Aréchiga (2003) ofrece el recuento más detallado sobre ese proceso. Su
investigación examina cómo en 1857 Tepito se vio forzado a modificar su estatus urbano. En ese
entonces, el gobierno federal, de orientación liberal, decretó una serie de leyes las cuales no sólo
cambiaban la estructura administrativa y política de la ciudad, sino que también incluían cambios en
el régimen de propiedad de la tierra. Estas transformaciones supusieron la extinción de la figura del
barrio de indios -una institución heredada del periodo colonial, la cual básicamente significaba una
jurisdicción política sobre un territorio dentro de la ciudad-, y con ello, el fin de la propiedad comunal
de la tierra y la transición a la propiedad privada. Con esta modificación, Aréchiga menciona que los
tepiteños dejaron de ser considerados “naturales” o “hijos del pueblo” y pasaron a ser “vecinos del
barrio”.
Desde entonces, el Barrio de Tepito comenzó un largo proceso de consolidación urbana. La
transformación de ser legalmente hijos del pueblo a vecinos del barrio tenía una connotación particular
conectada con procesos de modernización política y urbana. Pero en términos de los cambios
materiales que dichas ideas implicaban, es decir, el llevar a cabo inversiones en infraestructura para
urbanizar y mejorar las condiciones de vida de la gente para hacer coherentes las aspiraciones
articuladas a la nueva figura jurídica, sería hasta finales del siglo XIX que se concretarían medidas para
ello.

43
Así, la sociedad porfiriana no sólo presenció los proyectos urbanos a los que me referí arriba,
ubicados en la zona poniente que rodeaba las avenidas Reforma y Chapultepec, sino que también
atestiguó la construcción de colonias en la periferia de la vieja ciudad colonial, dirigidos especialmente
para la clase trabajadora. Entre los 1880s y 1900s fueron creadas las colonias Morelos, La Bolsa, Díaz
de León, Rastro, Maza, Valle Gómez, Violante, Hidalgo, Peralvillo, Buenos Aires, Portales, entre
otras (Aréchiga 2003, 2012). El territorio de Tepito abarcaba cuatro de aquéllas: Violante, Morelos,
Díaz de León y la Bolsa.
En algunos de los barrios populares del porfiriato, la renovación de edificios coloniales implicó su
conversión en las nuevas vecindades. Este particular tipo de edificaciones fue implementado como
respuesta al crecimiento de demanda de vivienda, especialmente pensado para albergar a trabajadores
y artesanos de bajos ingresos (Tenorio-Trillo 2012:64). El diseño de las vecindades consistía en un
edificio de uno o dos pisos con un acceso o entrada común (zaguán) y unas filas de casas de un solo
cuarto, situadas alrededor de un espacio abierto o patio en el cual se disponían servicios comunes,
tales como letrinas o lavaderos (Aguilar Aguilar et al. 1982; Rebolledo 1998).
El término vecindad derivaba de un tipo de vivienda antiguo llamado corral de vecindad, el cual
también era habitado exclusivamente por clases bajas en la época colonial (Gonzalbo Aizpuru 2017).
Desde las últimas décadas del siglo dieciocho, dichos asentamientos despertaban preocupaciones
debido a las aguas fétidas que se estancaban en las acequias que eran empleadas para delimitar los
barrios. Durante el siglo diecinueve continuaron las inquietudes ligadas a las condiciones insalubres
que presentaban estos lugares, suscitando especial temor por la propagación del cólera. Esto
contribuyó a delinear una frontera física y social entre la “hermosura de la ciudad” y la “fealdad de los
barrios” (Aréchiga 2003). Esta diferenciación estaba basada principalmente en el deterioro material y
las condiciones sanitarias, aunque también implicaba una brecha sustentada en distinciones morales
entre la gente bien y la gente de malvivir (Aréchiga 2013).
En las colonias que comprendían lo que hoy es Tepito -como en muchas otras del periodo- las
vecindades fueron el elemento central del paisaje urbano local (Rebolledo 1998). Estas edificaciones
comprendían el suministro más amplio de vivienda en la ciudad. En sus interiores de un solo cuarto
multitudes de familias hallaron un lugar para vivir, aunque fuera en hacinamiento. La estrechez de las
casas y la elevada densidad de personas que allí residían, producían un uso indiferenciado de los

44
espacios, lo cual entraba en contradicción de los principios de la vivienda moderna. La observación
de este modo de vida inspiró a los reformistas y planificadores porfirianos a considerar la falta de
separación de espacios y actividades como parte de una degradación moral evidente entre la gente
que allí vivía. Al respecto, Piccato (2001:54) refiere cómo Miguel Macedo, prominente político
cercano a Porfirio Díaz, describía con cierto escándalo hacia 1897 las condiciones de vida en las
viviendas, en cuyos interiores se transgredían los órdenes urbanos y morales37.
La promiscuidad atribuida a Tepito -y a la vida de las vecindades, más generalmente- es una idea
crucial para comprender el proceso de iconización del barrio, y es que aquella va más allá respecto a
la falta de diferenciación de los espacios y actividades. En primer lugar, desde la época colonial el
espacio que hoy ocupa Tepito era estimado como una zona de ambigüedad, ya que se ubicaba
geográficamente entre Tlatelolco y México Tenochtitlan, siendo periferia de ambas áreas. Como
apunta Gonzalbo Aizpuru (2017:148), el asentamiento urbano que posteriormente sería Tepito
concentraba, entre los años 1780s y 1800s, la mayoría de población migrante que llegaba a la ciudad
provenientes principalmente de poblaciones rurales. Para dicha autora, debido a los orígenes diversos
de la población que allí se iba constituyendo, esta zona “bien podría considerarse el verdadero enlace
entre la vida rural y urbana, las costumbres propias de los indios y las adoptadas de los españoles”. Lo
anterior se mantuvo más o menos estable durante los siglos diecinueve y veinte, es decir, una vez
constituida como colonia popular, Tepito siguió recibiendo inmigrantes de varias partes del país.
Aréchiga (2003) narra cómo las mejorías relativas que trajeron consigo la provisión de vivienda -
aunque fuera precariamente como en las vecindades- y poco a poco el abastecimiento de servicios
urbanos significó volver atractivo el lugar para quienes llegaban a probar suerte a la ciudad, lo cual se
hizo notable en el incremento de la población en las colonias que conformaban el área de Tepito. Por
su parte, Oscar Lewis (1961:xiv-xv) enfatiza también ese rasgo promiscuo e indefinido ligado a la
inmigración en el barrio durante los primeros años de la urbanización e industrialización del régimen
posrevolucionario. En su descripción, él se refiere a los elementos rurales y urbanos fusionados con
desorden: “en el día los patios [de las vecindades] están atiborrados de gente y animales, perros,

37
La cita textual en original es: “Miguel Macedo described unhealthy dwellings, humid and without ventilation,
where the petate (matting) was the table during the day and the bed at night, and where the same blanket that
protected from rain or cold, covered sleep and sexual intercourse”

45
guajolotes, pollos y algunos cerdos38”, pero también discute sobre las continuidades culturales de las
sociedades rurales tradicionales en las vecindades, como la prominencia de los lazos familiares o el
sentido de comunidad, ambas características -entre muchas otras- de lo que llamaría una cultura de
la pobreza39.
De este modo, la figura promiscua de Tepito se fue delineando en oposición a los preceptos de la
moderna urbanidad, principalmente respecto a la mencionada separación de espacios. Esto creaba
tensiones entre la persistencia de un paisaje lleno de alusiones a un retraso rural y la moderna
urbanidad cuya referencia central era la residencia autónoma. Otro aspecto en el que se aprecian
tensiones sobre las indefiniciones del barrio, lo tenemos en el principio arquitectónico de las
vecindades. A pesar de que, en general, seguían el estilo colonial, muchas de ellas incluían tendencias
de la época reciente, aplicando elementos de los estilos Neoclásico y Art Deco (Rebolledo 1998).
Así, dichas edificaciones eran vistas, también desde el punto de vista arquitectónico, como unos
objetos mixturados, cuyas mezclas exóticas conectaban la época antigua con la moderna, el campo y
la ciudad.
No obstante, la intensa atención a la promiscuidad sexual dentro de las casas de un solo cuarto era
la principal característica que escandalizaba a las élites porfirianas. Reformadores sociales en los años
de transición entre el siglo diecinueve y veinte, y posteriormente durante los primeros años del
régimen posrevolucionario, observaban con asombro el hecho de que parejas tuvieran relaciones
sexuales en la misma habitación donde dormían los niños -como el caso arriba referido de Miguel
Macedo. Las prácticas asociadas a la promiscuidad sexual y que preocupaban a los observadores
externos, se extendían a lo que ocurría en la alcoba. Por ejemplo, Oscar Lewis consideraba que la
iniciación sexual temprana era una característica demográfica de la cultura de la pobreza, así como
también lo eran las uniones libres entre adultos, el abandono de esposas e hijos por parte de los
padres, y en general, la intercambiabilidad de parejas sexuales. Como vemos, la promiscuidad,
especialmente entre los más jóvenes, era visto como una patología desde las perspectivas médicas y

38
Cita en original: “in the daytime the courtyards [of the vecindades] are crowded with people and animals, dogs,
turkeys, chickens, and a few pigs”.
39
Sobre la cultura de la pobreza y la idea de continuum urbano rural dentro de la teoría del folk society de Redfield, a
quien Lewis seguía un poco (de Antuñano)

46
epidemiológicas. Esto era cifrado como un problema social en tanto que juzgaban perjudiciales sus
efectos demográficos y económicos, como era el caso puntual de la sífilis:

La observación cuidadosa llevada a cabo por físicos, legisladores y activistas sociales mexicanos los
hizo concluir que, en México, la sífilis era una enfermedad íntimamente asociada tanto con la
promiscuidad sexual como con la pobreza, hecho que parecía ondear en cara de los imperativos
constitucionales para redimir al pueblo mexicano de los vicios y las condiciones injustas, las cuales
habían florecido bajo el auspicio de la dictadura porfiriana40 (Bliss 2001:101).

Por otra parte, la incipiente disciplina que era entonces la criminología -una rara mezcla de ciencia,
política pública y moralidad41- construyó su objeto de estudio en la ciudad de México alrededor de
la vida en las vecindades. De acuerdo con Piccato (2001), la llamada “gente decente” de aquél
entonces identificaba ciertas colonias populares como “cunas de criminales” (siendo la Bolsa, dentro
de Tepito, una de las más mencionadas). Alberto J. Pani, Luis Lara y Pardo, junto con muchos otros
prestigiosos planificadores urbanos, criminólogos, psiquiatras y juristas, visualizaban las vecindades
como focos de enfermedad física y moral, de crimen y prostitución, de promiscuidad sexual entre los
miembros de las familias, de miseria y vicios, lo cual integraba la base para elaborar la idea de las
“colonias de rateros”. Siguiendo a Piccato (2001:165), esta noción aludía a grupos sociales
delimitados, es decir, colectividades que conformaban comunidades urbanas identificables por sus
habilidades criminales y por su presencia en ciertas zonas específicas de la ciudad, entre las cuales “el
barrio de Tepito y el cercano mercado Lagunilla eran los más notables”.
Sin embargo, la fascinación y la permanente observación de Tepito no era exclusiva de los
funcionarios estatales, reformistas, criminólogos o planificadores urbanos. Tanto Aréchiga (2003)

40
Cita en original: Careful observation led Mexican physicians, legislators, and social activists to conclude that in
Mexico syphilis was a disease intimately associated with both sexual promiscuity and poverty, a fact that seemed to fly
in the face of constitutional imperative to redeem the Mexican pueblo from the vices and unjust conditions many
believed the Porfirian dictatorship had allowed to flourish.
41
Como muestra el trabajo de Robert Buffington (2000), la criminología porfiriana ofrecía un marco perceptual con
rigor científico mediante el cual se justificaba la desigualdad y la exclusión social. Los significados de lo criminal
aludían a rasgos ligados a la raza, a la clase social, a la sexualidad y al género, con lo cual lo criminal se asoció a grupos
marginados o desfavorecidos, como los indios, la clase trabajadora y los homosexuales o desvariados.

47
como Tenorio-Trillo (2012) han subrayado la obsesiva presencia de periodistas y artistas, quienes han
buscado explorar la “verdadera esencia” de Tepito y sus vecindades. Los fotógrafos Hugo Brehme y
Edward Weston, los escritores Mariano Azuela, Ángel de Campo, Guillermo Prieto y Julio Sesto,
los pintores José Clemente Orozco y Francisco Goitia, sin dejar de mencionar al antropólogo Oscar
Lewis, se acercaron en determinados momentos a las vecindades tepiteñas, movilizados por una
mezcla de curiosidad, fascinación y cierta idea de redención. Así, en sus respectivos testimonios,
trataron de representar a los tepiteños como gente que vivía en pobreza y condiciones miserables,
víctimas de la injusticia social y llenos de vicios, pero resaltaban que era sujetos redimibles mediante
una orientación moral correcta.
Recapitulando, el sueño de los planificadores urbanos por construir la ciudad ideal moderna y sus
proyectos dirigidos a crear las residencias autónomas en las nuevas colonias del poniente, funcionaban
como un modelo aspiracional de urbanidad el cual, evidentemente, contrastaba con las condiciones
de vida de la clase trabajadora que habitaba las vecindades de las colonias edificadas en la periferia de
la ciudad colonial. Las ansiedades que esta situación suscitaba entre las élites y las clases medias -
durante el Porfiriato y en las etapas posteriores- derivaban en un extenso aparato de observación, el
cual colocaba a las vecindades como punto de mira del escrutinio científico y moral. Fue a partir de
estas intervenciones de especialistas y sus reportes que se fue forjando una imagen de Tepito en la
cual ciertos atributos como las condiciones de insalubridad, la promiscuidad sexual y espacial y, sobre
todo, la criminalidad, aparecieron fusionados con el barrio, en ese proceso de iconización. En otras
palabras, Tepito y sus vecindades pasaron a ser intrínsecamente articulados con la degradación, la
suciedad, la fealdad, la ilegibilidad, la perversión y el crimen. Así, la imagen esencializada de Tepito,
proyectada como ícono de aquellos rasgos, se nutre de un pasado que se remonta hasta un par de
siglos atrás.

El espectro de la informalidad

Junto a esos rasgos de insalubridad, promiscuidad y criminalidad que han acompañado a Tepito
desde muchos años atrás, el barrio también ha sido reconocido en todo el país por sus mercados
clasificados como “informales”, los cuales son los más populares -si no necesariamente los más grandes

48
(Alba Villalever 2011; Oriard Colín 2015). Esto ha sido reconocido incluso internacionalmente,
considerando que Tepito ha sido seleccionado entre los mercados informales más importantes del
mundo (Alfonso Hernández 2015). De esta manera, Tepito, como artefacto discursivo y signo
ambivalente que es movilizado, también ha funcionado como ícono de la informalidad, con todo lo
que eso conlleva. Así, a partir del auge de la fayuca y la expansión de sus mercados callejeros (ver el
capítulo 3), poco a poco fueron apareciendo otras cualidades fusionadas a la imagen social de Tepito.
En la fayuca estaba presente el asunto del contrabando, posteriormente la piratería vino a ocupar una
centralidad para identificar la naturaleza del barrio, y así, éste vino a representar lo “chueco”, como
Carlos Monsiváis lo sugirió42. En otras palabras, entre las imágenes públicas de Tepito también
aparece como “cuna” de lo barato y de cosas de mala calidad, de piratería y de transacciones de dudosa
legitimidad.
La imagen de Tepito como mercado cruza las fronteras nacionales. Por ejemplo, en el centro de
El Paso, Texas, localizado a unos cuantos metros de la Plaza San Jacinto -considerado como parte del
corazón del centro comercial de la ciudad-, existe una tienda modesta en cuya fachada minimalista
aparece el nombre “TEPITO El Paso. Mayoreo y menudeo”. Esta tienda replica ese carácter comercial
del barrio, como vemos en su nombre, el cual juega con la idea de ser una sucursal texana de Tepito.
Pero también en el hecho de que la tienda se especializa en la importación de productos de México y
China.
Del mismo modo, es frecuente que áreas comerciales de ciudades mexicanas o algunos puntos
muy específicos de ellas sean nombradas Tepito. Similarmente, también ocurre a menudo que ante
el surgimiento de algunos “problemas” en algunas ciudades, sobre todo en referencia a la inseguridad
o al (des)ordenamiento urbano, se recurra al argumento explicativo de que la incursión de
vendedores ambulantes provenientes de Tepito son la causa. En todo esto, vemos la manera en que
Tepito, como artefacto discursivo que denota cosas o se encuentra íntimamente asociado con ciertas
cualidades, viaja y circula por diferentes rumbos. Sobre ello, me gustaría traer aquí un ejemplo

42
“Y Tepito se va delineando como cementario de ambiciones, congregación de rateros, encrucijada de la ‘mota’ y de
lo ‘chueco’, de la droga mínima y el robo artesanal” (Monsiváis 2014: 283).

49
reciente, el cual tuvo repercusión en los medios locales de la ciudad de León, Guanajuato43. Durante
el verano de 2017, en el centro de aquella ciudad, comenzaron a surgir preocupaciones entre los
comerciantes establecidos por la presencia cada vez mayor de vendedores ambulantes. Aquellos se
quejaban a través de sus dirigentes acerca de que, a raíz de la expansión del ambulantaje, las ventas
en los establecimientos “formales” habían disminuido. Liliana Maldonado, fundadora y dirigente de
la organización Líderes con Valor Centro Histórico, propagó la alarma entre los comerciantes
“formales” y urgió a las autoridades locales a atender la situación -la cual básicamente significaba
bloquear el acceso a más ambulantes, a la vez que solicitaba remover a los que ya estaban instalados
en las calles del Centro. De acuerdo con un reporte al que se refería Maldonado, se registraban
alrededor de doscientos nuevos vendedores ambulantes divididos en tres facciones, siendo originarios
de Tepito casi todos ellos. Además, las preocupaciones que expresaba Maldonado se referían
explícitamente a la pérdida de “disciplina” y de “orden” en el Centro Histórico. Por su parte, el
encargado del área de actividades comerciales en el municipio reconocía estar al tanto de los reportes
y las quejas de algunos empresarios, así como de la expansión del ambulantaje, aunque en sus
indagaciones, no tenía certeza del origen de los ambulantes. Lo cierto es que los reclamos se
desenvolvían en dos direcciones interconectadas. Por un lado, los vendedores ambulantes eran
considerados como una competencia desleal, debido a que ofrecían mercancías muy baratas, pero de
mala calidad, a la vez que sus transacciones “informales” estaban marcadas por arreglos “chuecos”.
Por otro lado, los ambulantes eran vistos como una enfermedad contagiosa que se propaga fácilmente
si las autoridades no los frenan, y así, se puede instalar el desorden y el caos en una zona comercial
como el Centro Histórico de León. Así, vemos cómo más allá de la certeza o incertidumbres sobre
el origen de los vendedores ambulantes que habían llegado a aquel lugar, Tepito aparece como un
artefacto ideológico y discursivo el cual porta consigo una serie de imágenes y atributos
esencializados: el desorden urbano, el comercio chueco, y de ahí, lo anterior se conecta
“naturalmente” con la corrupción, la ilegalidad, el crimen, por lo que siempre levanta ansiedades y
temores.

43
“Controlan comerciantes de Tepito la zona centro de León”, La Prensa, 9 de julio 2017; “Ambulantes de Tepito
invaden Centro Histórico de León”, ABC Radio, 20 de julio 2017; “Ambulantes ‘arruinan’ ventas de comerciantes”, AM
Noticias, 31 de julio 2017.

50
Pero para comprender mejor las conexiones entre Tepito y la informalidad, así como las
preocupaciones públicas por la actividad económica de los vendedores callejeros, debemos volver al
periodo en el que la idea de la ciudad moderna se imponía como objetivo. Como mencioné arriba, la
distinción entre los espacios públicos y privados era una característica fundamental de la ciudad ideal.
Dicha separación implicaba comportamientos y actividades ligados a cada uno de ellos, lo cuales
respondían a las reglas de la urbanidad moderna. De ahí surge una tensión que se replica durante
décadas, ya que cuando los vendedores ambulantes deciden instalarse en las calles y demás espacios
públicos, borran las líneas que los urbanistas y planificadores pretendían instaurar sobre los usos
correctos de las calles y plazas (Baldwin 1999). Nuevamente vemos aquí la noción de ambigüedad y
promiscuidad. A través de todo el siglo veinte existieron intensos y polémicos debates sobre la
presencia de comerciantes callejeros, acerca de los usos (i)legítimos de los espacios públicos (Barbosa
2008). Un vasto número de planes, normas y regulaciones fueron formuladas para restringir,
prevenir, erradicar u ordenar el ambulantaje, pero como muestra (Meneses Reyes 2011), el
cumplimiento de los marcos regulatorios ha sido objeto de permanentes disputas y negociaciones en
las cuales median intereses políticos y económicos. Al lado de las normatividades, han surgido
proyectos o planes específicos dirigidos a controlar el “problema”. Principalmente, estos planes han
estado encaminados en desalojar y reubicar a los vendedores ambulantes.
Para ilustrar esto último, retomo tres diferentes momentos en los cuales el gobierno local y federal
han intentado reorganizar la actividad comercial en Tepito, siguiendo los preceptos de la ciudad ideal.
El primer momento se dio alrededor de 1912. El mercado del Baratillo había funcionado desde la
época colonial como el centro comercial más importante de la economía “clandestina” en la ciudad,
siendo blanco de constantes presiones por parte de las autoridades virreinales (Konove 2018). De
acuerdo con Piccato (2001:165), este lugar era conocido como el “mercado de los ladrones”, debido
a que allí se vendían artículos robados, a la vez que recorrían los rumores de que también ahí era
común que los “rateros” ejecutaron sus atracos. Por otro lado, también eran conocidos los problemas
que la zona del Baratillo presentada en cuanto a las condiciones de insalubridad. En respuesta a los
desafíos que este lugar presentaba en términos del ordenamiento urbano, algunas eminentes figuras

51
como Miguel Ángel de Quevedo o Hipólito Villaroel proponían eliminar esta “guardia clandestina”
que sólo servía a los propósitos de las clases sociales inmorales44 (Aréchiga 2003).
Enfrentando la imposibilidad de eliminarlo, José G. Escalante y Andrés Troncoso diseñaron y
promovieron en 1912 un proyecto para modernizar el mercado. En síntesis, éste consistía en
construir un nuevo mercado en la calle de San Bartolomé de las Casas, el cual albergaría a los
vendedores callejeros, y tendría los servicios urbanos básicos, lo cual significaba cumplir con las
regulaciones sobre salud pública. Escalante y Troncoso promovieron su plan con mucho entusiasmo,
presentándolo no sólo como una mejora para los comerciantes y clientes del Baratillo, sino que su
enfoque incluía los beneficios a toda la ciudad. Sin embargo, el proyecto jamás alcanzó el consenso
necesario, por lo que fue abandonado. Años después, hacia los 1920s, Fortunato Farjat retomó la idea
del reordenamiento, proponiendo que se instalaran puestos fijos dentro de los edificios, formando
una especie de corredor de tiendas, pero una vez más, el proyecto resultó infructuoso (Aréchiga
2003; Konove 2018).
El segundo intento se dio durante la administración de Ernesto Uruchurtu. En su gobierno, la
ciudad fue testigo probablemente del plan más ambicioso hasta ese entonces dirigido a remover a los
comerciantes callejeros. El proyecto buscaba reubicar a los vendedores en mercados cubiertos, es
decir, en los interiores de edificios, con lo cual buscaban liberar las calles. El proyecto abarcaba las
zonas de Tepito, Lagunilla, La Merced y las inmediaciones al Zócalo (Cross 1998). En esta ocasión,
la iniciativa obtuvo mejores resultados, en gran medida por la habilidad política de Uruchurtu, quien
aprovechó la organización de los ambulantes para negociar con los líderes de las asociaciones. A pesar
de que hubo en aquel entonces un reacomodo hacia las nuevas plazas comerciales entre los años 1950s
y 1960s, esto no perduró por mucho tiempo. A los años, nuevos vendedores llegaron a las calles de
Tepito, atrayendo un gran número de compradores. Ante el acaparamiento de clientes que fueron
consiguiendo estos nuevos vendedores callejeros, los que se habían instalado en las plazas nuevas
decidieron retomar la vía pública para incrementar sus ventas. Así, justo en la década de los 1970s las

44
El mercado del Baratillo ilustra claramente cómo en las preocupaciones públicas se fue instalando una imagen que
ligaba ese lugar con el crimen, la suciedad y el desorden. Aréchiga (2003:224) sostiene que: “Muy pronto el mercado
de baratillo se fundió con Tepito, se hizo uno mismo con el barrio, transfiriéndole sus características distintivas, sus
olores, sus sabores, sus ruidos, en fin, se constituyó en un factor central de su identidad y su vida cotidiana”.

52
calles de Tepito se fueron saturando con comerciantes, en pleno apogeo de la fayuca, la cual
conjuntaba el clientelismo y el contrabando de bienes importados desde los Estados Unidos45.
El tercer momento nos sitúa justamente cuando la fayuca se encontraba en plenitud. En los años
1970s, el gobierno de Luis Echeverría desarrolló el Plan Tepito, el cual procuraba otra vez relocalizar
el comercio de calle y llevarlo hacia nuevas plazas comerciales, ubicadas sobre el Eje 1 Norte, la
avenida principal del barrio. El Plan Tepito era en realidad mucho más ambicioso, ya que también se
proponía modernizar la vivienda en el barrio. Sin embargo, el proyecto no contaba con la anuencia
de los dirigentes del comercio, y muchos vecinos también se opusieron a la iniciativa, ante el temor
de lo que percibían, podía ser un proyecto que buscara más bien desplazar a la gente que allí residía
y renovar para hacer negocio con las nuevas residencias. Algunos personajes de peso en el barrio se
movilizaron y lograron desarrollar un plan alterno, el Plan de Mejoramiento del Barrio de Tepito, en
colaboración con estudiantes y profesores de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de
México (Aguilar Aguilar et al. 1982; Reyes Domínguez y Rosas Mantecón 1993). La movilización
logró sus objetivos y lograron echar atrás el Plan Tepito.
En la época actual, podemos observar una continuidad acerca de esos esfuerzos por intervenir en
el ordenamiento del comercio en Tepito. En la administración de Miguel Ángel Mancera hubo
permanentes operativos para liberar las principales avenidas, sobre todo el Eje 1 Norte46. Un ejemplo
concreto de la tenue y lenta renovación de los últimos años lo podemos ver en las obras de
mantenimiento que hubo en las estaciones de metro que recorren dicha avenida -Garibaldi, Lagunilla,
Tepito, lo cual implicó remover algunos puestos callejeros e instalar, a cambio, una nueva
infraestructura para que algunos puestos puedan operar sobre las banquetas -librando las calles.
La expansión y la visibilidad que ha alcanzado el comercio callejero ha producido un espacio, en
el sentido de que no sólo hay una adaptación material o física, sino que existen relaciones sociales que
sostienen el lugar (Oriard Colín 2015). No obstante, como vemos, esto ha ocurrido en
contraposición y en tensión con una ideología urbana que considera todo esto como un uso incorrecto

45
La fayuca prosperó bajo el auspicio de Arturo Durazo, entonces jefe de la policía de la Ciudad de México. Sobre la
fayuca en Tepito me extiendo con mayor profusión en el capítulo 3.
46
“Retiran puestos en Tepito por obras en Eje 1 Norte”, El Universal, 6 de marzo 2017; “Ambulantes de Tepito y el
Centro invaden hasta cuatro carriles de Eje 1 Norte”, 11 de noviembre 2017.

53
del espacio público (Roy 2004; Baldwin 1999). Este desajuste ha generado incesantes polémicas en
la esfera pública de la capital, en la cual las clases altas y medias han revelado sus frustraciones
alimentadas por esos “inapropiados” usos de la calle y las plazas. Esta tensión evoca una presencia: la
figura del naco, sobre la cual reflexiona (Lomnitz 2001:111-114). Esta figura, nos dice el autor, refleja
una modernidad imperfecta, lo que trae consigo malestares entre los sectores que se sienten más
cercanos a los ideales de la ciudad moderna y cosmopolita. Por ejemplo, desde la perspectiva de un
individuo de una colonia de clase media en la capital, resulta irritante la proclividad de los tepiteños
-o de la gente de los barrios populares, en general- por cerrar el acceso a las calles para organizar una
fiesta o para realizar sus actividades económicas. Para los tepiteños, en cambio, la calle o el espacio
público es una extensión de su vida “privada”. Así, existe una diferencia de enfoques, en tanto que no
se comparte la ideología urbana que señala la necesidad de separar los espacios y las actividades. Como
señala Armando Ramírez (1983:43), escritor y cronista tepiteño: “la calle es un rectángulo que bien
mirado sirve para una excelente pista de baile… [por eso en Tepito] no hay grandes salones de baile,
porque en cualquier calle se puede bailar”.
Hoy en día, menciona Leal Martínez (2016), el pobre urbano y, de manera más puntual, el
vendedor ambulante, permanece siendo la figura que evoca el desorden, lo incivilizado, lo sucio, lo
amoral. Así, los personajes del comercio callejero son concebidos una y otra vez como el “otro
interno”, el cual a su vez funciona como contracara, como lo opuesto de lo que las élites, vistas a sí
mismas como sujetos modernos, encarnan. Esta perdurable ruptura refuerza las fronteras que
delinean dos mundos sociales. Como indica Gandolfo (2009), esta fragmentación urbana (re)produce
enclaves que se instauran como tabús, es decir, áreas de restricción desconocidas pero estigmatizadas,
las cuales sirven como índices para ciertas personas sobre adónde se puede ir y qué lugares de la
ciudad deben permanecer distantes.
De este modo, el proceso de iconización de Tepito nos muestra cómo el barrio y sus mercados se
han articulado como imagen pública a los atributos de los que resaltaba recién arriba Leal Martínez.
En esto resulta de especial importancia la homogeneización que se efectúa para pensar a la gente del

54
barrio, ya que en la imagen pública se pierden de vista los matices dentro del mismo barrio: todos
son iguales47.
La persistencia de figuras como el comerciante callejero, la cual se halla íntimamente enclavada en
la imagen de Tepito, nos habla también de la tenacidad con la cual la ciudad moderna idealizada
perdura en el horizonte aspiracional de muchas personas. Estos encuadres o modos de pensar ocultan
cómo los atributos ligados a una figura u otra -el ambulante o el comerciante “formal”, por ejemplo-
pueden extenderse más allá de los bordes imaginarios, y así, sustentan la idea de la conformación de
espacios o mundos separados (Roy 2004; Gandolfo 2009). Al encarnar el espectro de la informalidad,
Tepito fomenta ansiedades y angustias entre los sectores medios y altos, pero al mismo tiempo,
contribuye a relajar esas tensiones, ya que como indica Leal Martínez, la presencia del informal
también delinea su contracara, es decir, al ciudadano moderno, cumplidor de la ley.

Recentralizando a Tepito en la cultura nacional

Como veremos a continuación, promotores del barrio han impulsado imágenes alternativas de
Tepito, resaltando otras cualidades del lugar y su gente, y contrastando aquellas imágenes
estigmatizadoras. En ello, es posible advertir empeños enfocados en resignificar el lugar y la
personalidad del barrio. Así, podemos ver cómo se proyectan otras imágenes de Tepito, mucho más
ligadas a la cultura nacional y popular, y más distantes de aquella otra figura de otredad o
marginalidad48. Para ilustrar estos discursos alternativos, inicio con una huella que sirve para fijar
cierto origen épico del barrio.

47
El trabajo de Verónica Crossa (2016) enseña cómo se forma una imagen de los comerciantes callejeros, la cual es
movilizada y empleada por diferentes sectores, desde los funcionarios y autoridades, hasta los mismos vendedores,
quienes buscan a veces marcar una distinción entre ellos y esa imagen estereotipada del comerciante callejero
conectada con el desorden y la ilegalidad.
48
En el uso del término recentralización para analizar este proceso de reivindicación de Tepito dentro de la narrativa
de la cultura nacional, me inspiro en los trabajos de Lomnitz (2001:165-193) y Tsing (1993). Ambos autores
muestran cómo, en contextos muy diferentes, poblaciones que desde un punto de vista sufren una marginalización y
exclusión, elaboran discursos en los cuales ellos mismos se proyectan como legítimos y relevantes actores dentro de la
herencia nacionalista, como si reclamaran un lugar en la nación. Aunque en el caso que analiza Lomnitz, la
reivindicación de los indígenas y campesinos viene también desde las mismas élites surgidas a partir de la revolución
mexicana, lo cual ocurre contrasta con la posición del estado indonesio frente a las poblaciones de la zona alta que
estudia Tsing.

55
En uno de los muros de la Parroquia de la Concepción Tequipeuhcan, situada dento del llamado
“corazón” de Tepito, cuelga una placa conmemorativa que dice:

Tequipeuhcan (lugar

donde empezó la esclavitud).

Aquí fué hecho prisionero el

Emperador Cuauhtemotzin la

tarde del 13 de agosto de 1521

De acuerdo con los cronistas del barrio, fue precisamente en este lugar que el emperador azteca
Cuauhtémoc fue capturado por el capitán español García Holguín de Cáceres. El primero de ellos
estaba huyendo por canoa de la sitiada ciudad de Tenochtitlan, con planes de continuar la resistencia
contra los enemigos liderados por Hernán Cortés. El gobernador de Tlacopan, el guerrero
Tepotzitoloc, el criado Yaztachimal y el conductor Cenoatl, acompañaban a Cuauhtémoc. En esta
historia los cronistas enfatizan el hecho de que, supuestamente, Cuauhtémoc y sus acompañantes no
buscaban refugiarse en Tequipehucan por casualidad, sino que les interesaba este lugar debido a la
reputación que tenía la gente que allí habitaba de ser vehementes guerreros. Así, los cronistas operan
como intermediarios culturales49, es decir, despliegan una estrategia discursiva con la cual
reposicionan al marginal Tepito en el centro de la historia nacional, por medio de este épico y, al
mismo tiempo, trágico relato: “donde empezó la esclavitud”. Así, podemos interpretar el trabajo de
los cronistas como parte de un esfuerzo por destacar la relevancia que Tepito, situándolo como un
lugar indispensable dentro del carácter nacional.
Al respecto de esa narrativa heroica, me gustaría traer a colación una de las frases más mediáticas
que es empleada por los promotores culturales del barrio: “Tepito existe porque resiste”. (De hecho,
la fotografía que fue utilizada principalmente para promocionar el Safari en Tepito mostraba a Daniel

49
Utilizo el término siguiendo a Geertz (1960), para quien los intermediarios culturales (cultural brokers) son
personajes locales cuyas prácticas religiosas sirven están dirigidas para ligar las identidades locales con el proyecto
nacionalista del estado indonesio.

56
Giménez Cacho y a Lourdes “la reina del albur” recostados en una pared, y entre ambos, aparece
escrito con grandes letras rojas este lema). En tanto que dicha frase resulta muy importante para los
cronistas y mucha gente del barrio, es importante preguntarnos acerca de su significado como
artefacto ideológico. El relato del emperador Cuauhtémoc arroja alguna pista. Cuando los cronistas
narran la vida cotidiana de los tepiteños con un tono épico, destacando cómo resisten y se sobreponen
a la pobreza y a las dificultades que enfrentan, lo hacen entretejiendo diferentes temporalidades.
Aunque usualmente se refieren a problemas particulares que la organización barrial tepiteña ha
logrado sortear favorablemente -como el echar atrás el proyecto del Plan Tepito a inicios de los
1980s, o cada vez que resisten las presiones de las autoridades que buscan retirar a los comerciantes
de las calles-, los cronistas trazan una línea genealógica que habla de los antecedentes de la comunidad,
con lo cual crean una especie de certificación de los rasgos originales de la gente del barrio. Así, la
resistencia tepiteña aparece como una virtud. De este modo, la imagen de Cuauhtémoc eligiendo
Tequipehucan para resistir el sitio de los españoles y orquestar desde allí la defensa de su imperio, es
usada por los cronistas para conectar el espíritu luchador de Tepito y remontar sus orígenes a la época
prehispánica, subrayando una continuidad a lo largo de los siglos.
Podemos tomar otro ejemplo de estas articulaciones temporales que no sólo legitiman la
resistencia de Tepito, sino que resaltan su carácter heroico y nacionalista. Luis Fernando Granados
(2003) relata las revueltas en contra del ejército de ocupación estadounidense en las cuales
participaron sectores populares de la capital, en 1847. Para Granados, estos actos cobran sentido
dentro de una interpretación que va más allá del contexto de la guerra contra los Estados Unidos, y
los considera como un episodio más dentro de la vieja historia de las rebeliones de los “léperos” de la
ciudad. Así, Granados pone en cuestión las versiones que estiman este evento como un levantamiento
espontáneo cargado de patriotismo por parte de los sectores populares. Sin embargo, los cronistas de
Tepito han interpretado este episodio como parte de su lucha y resistencia tradicionales, pero también
como una clara manifestación de que los tepiteños han sido valientes guerreros de la nación. Al
respecto, Alfonso Hernández -uno de los cronistas más prominentes del barrio- recientemente
recibió una placa conmemorativa en representación del barrio, a manos del diputado federal José
Alfonso Suárez del Real, la cual dice:

57
A 170 AÑOS
DE LA HEROICA DEFENSA
DEL BARRIO BRAVO DE TEPITO

1847-2017
“NI UN YANKEE PISÓ EL TERRITORIO BARRIAL”

De acuerdo con el reporte de la prensa50, durante la ceremonia en la cual la placa fue exhibida y
entregada a Alfonso Hernández, éste expresó la necesidad de rescatar los barrios de la ciudad, ya que
en ellos es donde la auténtica soberanía y ciudadanía son practicadas: “es en el barrio donde se vive la
patria. Es justo en esos lugares donde se forja la esencia y la identidad de los mexicanos, por eso la
barriada de 1847 defendió con tanto ímpetu su territorio”. El relato de mantener el barrio libre de
todo “yankee” evoca la idealización de la integridad mexicana, la cual manifiesta con orgullo la
predisposición de pelear contra el enemigo -como sostiene el verso del himno nacional. Por otro
lado, en esa defensa airada del barrio y de la patria, es posible apreciar un performance masculino que
se establece como legítimo defensor y protector de la nación, idea feminizada.
Me interesa resaltar los significados sociales que estos relatos adquieren entre los tepiteños y los
cronistas y cómo son empleados para proyectar una imagen épica y nacionalista del barrio, más que
la naturaleza de los eventos per se. Considero que por medio de estas acciones podemos comprender
algunas cosas sobre la construcción popular del nacionalismo. De acuerdo con Beezley (2008), a pesar
de que la élite porfiriana se esforzó de manera entusiasta en fomentar los sentimientos nacionalistas e
intentó inspirar la “grandeza mexicana” echando mano de estrategias pedagógicas, como el embellecer
la ciudad y edificar monumentos que constituían una especie de texto histórico, la promoción
duradera de las historias y valores nacionales vinieron de la gente que en aquel entonces procuraba
ganarse un modo de vida -vendedores ambulantes, actores, artistas, escritores-, quienes requerían
aumentar sus audiencias. En ese sentido, aquellos personajes buscaban ganar la atracción popular
explorando y, al mismo tiempo, forjando sensibilidades que respondían a las curiosidades que los

50
“170 años de la defensa del Tepito ante la invasión gringa: José Alfonso Suárez del Real”, PeriódicoPalacio,
September 16th, 2017.

58
mexicanos albergaban sobre sí mismos. De un modo similar a los festivales y los performances
itinerantes que analiza Beezley, me parece que el trabajo de los cronistas de Tepito contribuye a
integrar esa identidad nacional.
Por otra parte, la élite posrevolucionaria invocaba constantemente al pueblo mexicano como una
fuente de legitimidad (Pérez Montfort 2000). La masa principal de esa gente considerada pueblo era
compuesta sobre todo por campesinos e indígenas, los cuales habían sido marginados sociales. Así,
Claudio Lomnitz (2001:191) apunta sobre la aparente paradoja de que sectores excluidos y
empobrecidos aparecieran con un papel tan relevante en las narrativas nacionalistas:

In the case of Mexico, for one, nationalism was built not on the culture of the bourgeoise or of the
urban proletariat, but rather around the romanticized figure of the Indian and peasant. As a result, the
cultural core-periphery structure (which can be abstracted out an analysis of the dynamics of
distinction) is impacted and thus does not follow neatly economic considerations… Economic
marginalization can place a particular group of people in a politically advantageous position as potential
representatives of “national culture”.

Insistiendo en la relevancia que la cultura popular ha tenido en la formación de la identidad


nacional, vale la pena mirar el papel que el boxeo tuvo durante años claves del México
posrevolucionario, entre las décadas de 1940s y 1980s (Allen 2013). Las élites mexicanas estaban
obsesionadas con la idea de alcanzar un status de “primer mundo”, por lo que los campeonatos
mundiales conquistados por los boxeadores mexicanos ante sus pares estadounidenses, japoneses, o
de otras naciones, posicionaba a México en la cima, por lo menos deportivamente. Así, los
boxeadores eran considerados como figuras representativas nacionales, las cuales poseían un
componente masculino que resultaba central en su popularidad51. De acuerdo con Allen (2013), Raúl
“el Ratón” Macías fue uno de los más distinguidos boxeadores e ídolos populares en el México de

51
El box era un fenómeno tan popular y tan extendido en la sociedad mexicana de aquellas décadas, que incluso
algunos personajes de las élites políticas y culturales del país lo practicaban. José Vasconcelos y los expresidentes
Adolfo López Mateos y José López Portillo mostraron públicamente su gusto por practicar el box. Podríamos
interpretar la adopción del deporte popular por las élites como parte de una fusión entre ellas y el pueblo, lo cual era
una dimensión constitutiva de la legitimación que el régimen posrevolucionario construyó (Pérez Montfort 2000).

59
aquellas décadas. Dicho autor sugiere que el origen tepiteño del Ratón fue crucial en al menos tres
aspectos para comprender su exitosa trayectoria. En primer lugar, la vida cotidiana del barrio lo
familiarizó con la pelea52. En segundo lugar, Tepito contaba con muchos gimnasios y entrenadores,
lo que significó un espacio idóneo el cual inculcó en el Ratón la técnica y la auto-disciplina. En tercer
lugar, Tepito contribuyó en hacer su historia de vida más fenomenal e inspiradora. Así, Allen
considera que “el Ratón Macías devino una celebridad deportiva nacional no “a pesar de”, sino “debido
a” sus raíces tepiteñas”53.
Si la reputación del barrio es denigrada desde otras perspectivas, como hemos visto antes, aquí
aparece otra imagen suya, la cual no lo retrata ya como un “nido de criminales”, sino como un “nido
de campeones mundiales”. La popularidad del Ratón Macías estaba entonces ligada al barrio que lo
crió, y así era expresado esto en corridos alrededor de los 1950s:

¡Ay, ay, ay, ay! ¡Viva el barrio de Tepito!


Que orgulloso debe estar
De tener en su barriada
Un boxeador popular

Piensa ganar la corona


Y sera campeón mundial
Y pondrá muy alto el nombre
De la Enseña Nacional

Y como buen mexicano


Y de raza sin igual
Peleará con gran bravura
Hasta vencer a su rival

52
Respecto a esta idea, Oscar (Lewis 1961:xvi) ofrece la siguiente estampa tepiteña: “Quarrels between families over
the mischief of children, street fights between gangs, and personal feuds between boys are not uncommon in the Casa
Grande”. Por su parte, Piccato (2001) menciona que los actos violentos vinculados a las disputas por la defensa del
honor en las vecinidades de los barrios populares, como las de Tepito, era algo que frecuentemente.
53
El original: “Raúl Macías became a national sport celebrity not despite, but because of his Tepito roots”

60
Ten confianza Ratoncito
La corona ganarás
Y a mi México querido
Tú la Gloria le darás

¡Viva el Ratón! ¡Viva el barrio de Tepito!


Que orgulloso debe estar
De tener en su barriada
Un boxeador popular
(corrido citado en Allen 2013:121-122)

Esta conexión entre el barrio y el boxeo nos habla sobre cómo el segundo evoca la idea de
resistencia a la cual me referí anteriormente, y la cual produce tanto orgullo entre los tepiteños.
Carlos Monsiváis 2014: 283-4) enfatiza la metáfora permanente de la lucha en la vida cotidiana. Los
tepiteños se muestran habituados a resistir y luchar tanto en el ring como en la vida:

Porque el Tepito legendario se ejerce y se ejecuta en dos dimensiones. Una, la lucha por llegarle,
por fajarse los pantalones bien macizo pa' que la pérfida vida no nos sorprenda papando moscas... La
lucha por la vida o mejor, la extensión ilimitada de un símil: la existencia es como un ring; la vida es
un encuentro a sesenta años promedio y (si las estadísticas no mienten) quince rounds...
El barrio ha ido creando los símbolos que necesita para no dejarse aplastar. ¿Dejarse de quién,
compadre? Pues de quién ha de ser: de la Ciudad, del Destino, de la Mula Vida… ¿Te vas a dejar,
chavo? No la arruines, no le hagas, échale un vistazo a tu padre, a tu hermano. No te dejes. La frase se
vuelve víscera y sangre y tienes que levantarte aunque sientas que te lleva la fregada… Dejarse es
terminar tirado, allí en un callejón, implorando, suplicando, reconociendo uno a las claras que no supo
ni con quién, que no supo ni cómo. Dejarse es definirse: aceptarse como débil, como frágil, como
tarugo. No hay que achicopalarse, hay que reconocer que el viejo Darwin se las sabía todas, que el
destino de los penitentes es el K.O…

61
La relación del box y de la vida se vuelve omnipotente. Ya no se distingue entre un sparring y la
educación primaria, entre quince rounds y las bodas de diamante. Vida y deporte son instancias
indesligables del mexicano pobre: muy alto, meter gol; casarse con una viuda, ganar por default.

De este modo, el boxeo se convierte en una metáfora de la lucha cotidiana contra la pobreza que
enfrentan los pobres urbanos. Tepito, como nido del boxeo, aparece ahora como representación del
“verdadero” mexicano: masculino, luchador y defensor de la patria, pero también asumiendo esa
vertiente épica en la confrontación contra la desigualdad y la explotación. Por otra parte, también
aparecen como las víctimas de los fallos de la revolución, los cuales son legítimos deudores de la
patria54. Como contradiscurso, observamos la romantización de ciertos valores tradicionales, a la vez
que se da una idealización de la pobreza en la cultura popular. Esta inclinación la apreciamos en (Lewis
1961: xxx), quien miraba a los pobres de las vecindades con una mezcla de fascinación y
conmiseración, impulsado por un ferviente deseo de redención: “No obstante, con todos sus
ignominiosos defectos y debilidades, es el pobre quien emerge como el verdadero héroe del México
contemporáneo, en tanto que ellos son quienes están pagando el costo del progreso industrial de la
nación”55. Es posible vislumbrar ese discurso laudatorio también en las películas de la Época de oro del
cine mexicano. La trilogía de Pepe “el Toro” -interpretado por el ídolo Pedro Infante-,
particularmente la película Nosotros los pobres (1948), muestra un personaje el cual es la encarnación
del mexicano “verdadero” y, al mismo tiempo, “ideal”: valiente, duro, masculino, trabajador, leal a
la familia, católico. Estos atributos representan la idea triunfante de la masculinidad que, Octavio Paz
y algunos otros, analizaron y difundieron (Macías-González y Rubenstein 2012).
En consonancia con lo anterior, notamos una reinterpretación de las ideas alrededor de las
vecindades. Por ejemplo, para Couffignal (1987), éstas son los lugares donde los pobres urbanos

54
Lomnitz (2001: 171) menciona cómo los tepoztecos convierten su marginaliad en centraliad, por medio de la
reivindicación de su estatus indígena, lo cual los coloca como verdaderos representantes del alma popular nacional. Por
su parte, Leal Martínez (2016:543) considera también esa ambivalencia en la figura del pobre urbano. Por un lado, son
proyectados en los discursos públicos como parte del pueblo revolucionario triunfante y como los beneficiarios de las
políticas redistributivas del estado. Pero al mismo tiempo, son concebidos como índices del retraso, el desorden, la
violencia, y así, son vistos como obstáculos de la modernización.
55
En el original: “Yet, with all of their inglorious defects and weakness, it is the poor who emerge as the true heroes
of contemporary Mexico, for they are paying the cost of the industrial progress of the nation”.

62
solidifican la cohesión social, el sentido de comunidad. Como vimos arriba, para Alfonso Hernández,
esta clase de asentamientos son las que forjan la identidad nacional. En el capítulo 3 extiendo más las
reflexiones sobre el significado local de las vecindades, pero aquí es suficiente resaltar que los
tepiteños han llevado a cabo una ferviente lucha para mantener este tipo de vivienda (Aguilar Aguilar
et al. 1982; Rosales Ayala 1987; Reyes Domínguez y Rosas Mantecón 1993). Hoy, las vecindades
son también una de las principales atracciones para los turistas que visitan Tepito, lo cual refleja parte
de esa nostalgia vinculada a ellas.
Pero algo más que vale la pena subrayar es que el barrio -al igual que los pobres urbanos, en
general- no sólo son figuras ligadas al carácter nacional. A pesar de que las historias anteriormente
reseñadas apuntan a la centralidad que Tepito tiene en la cultura popular del país, también podemos
apreciar cierta universalización que hay detrás de todo ello. Esto puede ser atisbado, nuevamente, en
la obra de Lewis y su idea de la pobreza. Su propuesta conceptual y analítica sugiere que, más allá de
las diferencias de los contextos, es posible encontrar “similitudes notables” respecto a cómo los pobres
urbanos organizan y estructuran sus vidas, ya sea que uno observe barrios de la Ciudad de México,
Nueva York, Londres, Glasgow o París. De un modo muy semejante, en Los olvidados, película neo-
realista que describe la vida en los arrabales, Luis Buñuel también alude a este rasgo universal. Al
inicio de la película, el guión menciona:

Las grandes ciudades modernas (Nueva York, París, Londres) esconden tras sus magníficos edificios,
hogares de miseria que albergan niños malnutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros
delincuentes. La sociedad trata de corregir este mal, pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado.
Sólo en un futuro próximo podrán ser reivindicados los derechos del niño y del adolescente, para que
sean útiles a la sociedad. México, la gran ciudad moderna, no es la excepción a esta regla universal.

Tepitour, safari y la seducción del otro

Es sábado por la mañana. Fernando y yo estamos aguardando por las personas del grupo en los andenes de la
estación del metro Lagunilla. Las personas van llegando a la cita, la cual había sido fijada a las 10:00 am.
Fernando pasa lista y finalmente estamos toda la gente esperada, y estamos listos para iniciar. Entonces salimos

63
de la estación y caminamos unas cuadras sobre la avenida principal. Llegamos a las oficinas de una de las
asociaciones de comerciantes. Allí, Fernando comienza describiendo en qué consiste el tour. Arranca narrando la
historia del barrio, remontándose al periodo prehispánico. El grupo de personas, unas 12 en total, escuchan con
atención. Lucen interesados. Fernando alude a los posibles orígenes de la palabra “Tepito”, luego describe cómo
operaba el tianguis precolonial que se localizaba en el territorio que hoy forma el barrio. Lo ayudo a distribuir
algunos mapas entre el grupo, así como un texto introductorio a Tepito escrito por él. Una vez que termina la
síntesis de la historia del barrio, brinda unas instrucciones básicas, como el mantenerse juntos y bien despiertos, y
salimos nuevamente a caminar por las calles, entre el ruido y el agitado movimiento de los mercados. La gente del
tour -mujeres y hombres de entre 20s y 40s años- se muestran entusiasmados y curiosos. Pero también se muestran
cuidadosos, mirando alrededor suyo con atención sobre todo lo que ocurre.
Fernando me había dicho que la mayoría de la gente que acude a sus tours son personas de clase media, y
algunos de ellos vienen de otros países. Él recibe también a muchos estudiantes e investigadores de diferentes
campos, como Planeación Urbana, Arquitectura, Sociología, Historia o Antropología. Una vez, me platicó, un
profesor de la facultad de arquitectura de una de las universidades privadas cuya colegiatura se encuentra entre
las más costosas, le solicitó un tour solamente para sus estudiantes. Fernando aceptó, como es usual. El día que se
reunieron en el barrio, llegó con Fernando un adolescente de tez blanca, un poco avergonzado y cabizbajo,
acompañado de un sujeto robusto, alto, de piel morena. “¿Tú crees, Arturo? Este muchacho venía acompañado de
un guardaespaldas. Estaba todo apenado, porque sus amigos le hacían bromas. Llegó y me dijo que lo sentía, pero
que era la única manera en que su papá lo iba a dejar venir. Su padre no quería dejarlo venir solo, y como el
chavo tenía ganas de conocer Tepito, aceptó las condiciones del papá”.
Durante el tour, el grupo se mantiene unido. Nadie osa alejarse demasiado, ni atrasar el paso, siguiendo las
instrucciones. El tour exige una larga caminata entre las calles del barrio, las cuales se encuentran repletas de
puestos fijos y semifijos. El recorrido también comprende hacer paradas en algunos puntos de interés, como el altar
de la Santa Muerte, la vecindad llamada Casa Blanca, donde Oscar Lewis llevó a cabo su famosa investigación,
o como el estado Maracaná. En cada uno de estos lugares, Fernando invita a sus amigos del barrio a que sean
ellos quienes cuenten parte de las historias de los sitios específicos e interactúen con el grupo de visitantes.
Finalmente, regresamos a las oficinas de la asociación donde iniciamos, y allí se da por terminado el tour.
Fernando pide a las personas que le den su opinión sobre el recorrido y sobre el barrio. La mayoría de los
comentarios resaltan el calor y encanto de la gente de Tepito, así como expresan cierto asombro por el dinamismo

64
del mercado. Una vez terminado todo, los visitantes le pagan la cuota fijada a Fernando y se dirigen a la estación
de metro Lagunilla.

Lo anterior es un fragmento de mi diario de campo, en el cual registré uno de los tours de


Fernando, para el cual me había invitado. A estos recorridos guiados los bautizó como Tepitour. Hace
ya varios años que los lleva cabo, con el propósito de contrarrestar el estigma público que ha cargado
el barrio durante décadas. De un modo similar a lo que buscaba el Safari en Tepito, la idea es traer a
gente de diferentes clases sociales y de distintos lugares de la ciudad y el país, para que conozcan y
convivan con la gente del barrio, con la finalidad de desvanecer las fronteras sociales que los separan.
El fragmento de mi diario mostrado arriba contiene algunos elementos que quiero destacar y poner
en diálogo con algunas otras facetas de esa continua presencia e intervenciones de agentes “externos”
que se acercan con curiosidad y fascinación al barrio. Hoy en día, por ejemplo, podemos notar una
incesante propagación de reportajes escritos o audiovisuales acerca de Tepito, tanto en periódicos
como revistas impresos o digitales. Debido en parte a la expansiva infraestructura tecnológica que
ofrece el Internet y las redes sociales, así como el masivo uso de dispositivos como los smartphones,
hoy abundan materiales y registros sobre Tepito.
Me interesa destacar, para comenzar, sobre esos acercamientos que buscar profundizar sobre la
“esencia” del barrio. Al inicio del capítulo, me referí al Safari en Tepito y sus esfuerzos por mostrar
cómo el barrio es realmente, mediante la escenificación de historias hiperreales, actuadas por actores
y personas del barrio. Por su parte, periodistas se aproximan para capturar la “verdad” alrededor de
Tepito y, sobre todo, para transmitir una experiencia cruda del México “real” y “difícil”. Tomo dos
ejemplos. En el primero de ellos, un documental disponible en YouTube, llamado “Zafari en Tepito”,
una voz en off dice al inicio de la película, mientras se muestran algunas imágenes del barrio: “Tepito
es uno de los sitios en dónde el corazón palpita histérico y paranoico. La fama de barrio peligroso
eleva la adrenalina”. En el segundo, un reportaje escrito, podemos leer el siguiente extracto:

Para ir de Safari a Tepito se requiere un fusil cargado de sensibilidad social y capacidad de asombro,
se deben llevar todos los sentidos alerta, andar a las vivas…

65
La imagen de ser el barrio más peligroso de la urbe no parece inhibir la intención de visita de quienes
con regularidad arriban a estas calles a realizar sus compras o negocios. Quien se arriesga a visitar Tepito
asume sus mitos y realidades. Su mezcla de trabajo, violencia, creatividad, narcomenudeo, albures,
delincuencia56.

Una y otra vez, el mismo formato es reproducido. En un caso, el narrador aparece como un guía
el cual se prepara para introducir al público dentro de este lugar “enigmático”, “peligroso”, “violento”:
“Vengan conmigo”, dice el reportero con un tono de bravura. La frase sirve como índice para señalar
que, por medio del reportaje, se dará comienzo a la experiencia visual que los espectadores están por
disfrutar. En otros casos, la estrategia narrativa de los reportajes recurre a un narrador impersonal.
Este tipo de materiales se presentan a sí mismos como pretensiosamente objetivos y realistas.
Otra faceta de estas proyecciones constantes del barrio en los medios de comunicación es el papel
que tiene en algunas series recientes de televisión. Particularmente, Tepito ha sido usado en series
dirigidas a una audiencia ávida por “historias reales”. Ingobernable y Crónica de castas son los dos casos
más notables. Así, no es extraño que el carácter enigmático, impenetrable y rebelde de Tepito haya
cautivado a ciertos públicos, los cuales se ven atraídos por la metáfora del Safari, figura que condensa
la tensión entre el miedo y la fascinación, la violencia y la aventura. Me parece que muchos de los
intentos por socavar la imagen negativa del barrio, al final, muchas de estas intervenciones
propagandísticas terminan reproduciendo y perpetuando ciertas fantasías alrededor del barrio57.
Consecuentemente, esta exotización ha funcionado como base sobre la cual Tepito es construido
como un producto cultural. En ese sentido, su otredad lo convierte en objeto de deseo: la rudeza, la
rebeldía, la incivilidad, la masculinidad, es decir, todos aquellos atributos delinean un carisma
indomesticado cuya sensualidad interpela a extensas audiencias. Esa atracción que proviene desde el
otro interno, podemos observarlo en otros casos en México. Por ejemplo, junto con el pobre urbano,

56
Eduardo Miranda, “Safari por Tepito”, Proceso, 10 August 2013.
57
Jean Comaroff y John Comaroff (2016) llaman la atención sobre la propagación de historias alrededor del “mundo
del crimen” en todo el mundo. Crónicas, series de televisión, películas, en general, por todas partes aparecen esas
narrativas que descubren las tramas ignotas de la clandestinidad e ilegalidad. De acuerdo con los autores, todas estas
historias, las cuales en ocasiones son exageradamente fantasiosas, arrojan información sobre cómo se construyen esos
“mundos” criminales en las esferas públicas. Considero que la atracción y la mercantilización de Tepito en los medios
puede ser interpretada dentro de este marco global.

66
las “comunidades indígenas” han sido objeto de fascinación particularmente entre los extranjeros.
Arriba me referí a las conexiones que se establecen entre algunos grupos que han sido
sistemáticamente excluidos y la idea, de que, debido a ello, justamente son estos grupos quienes
portan una especie de certificado de autenticidad de lo que es México verdaderamente. Así, pareciera
ser que algunos grupos, mientras más excluidos han estado del “progreso” y la “modernización”,
mayormente es estimada su pureza y su originalidad. Por supuesto que estas ideologías nacionales son
aquellas que han elevado la noción del “México profundo”. Desde estas perspectivas, cualquier
manifestación cultural que refleje influencias con la cultura occidental, es estimada como artificial,
externa, no mexicana.
Por otra parte, me parece que la fascinación por esas figuras de otredad y marginalidad revelan
otro aspecto contemporáneo, el cual nos habla sobre cómo entendemos el vínculo entre saber y
realidad. Considero que detrás de esa fascinación, existe cierto impulso epistemológico, es decir,
cierto deseo por conocer otras realidades que parecen vedadas para las clases medias. En ello, el papel
de la sospecha y las intrigas es importante, en tanto que se ha vuelto más o menos algo común el
conjeturar que los medios de comunicación oficiales y los gobiernos esconden información sobre la
realidad del país y de nuestras ciudades58. Así, existe una creciente presuposición según la cual las
clases medias y altas viven en un mundo de ficción, una “burbuja” que las separa de eventos
verdaderos, de lo que “realmente está pasando” en la ciudad. De ahí que surjan esas atracciones, la
búsqueda de aventuras, como los Safaris urbanos en lugares como Tepito.
Podemos hallar algo de esto también en el turismo enfocado en las favelas brasileñas (Larkins
2015:114-8), especialmente respecto a la persecución y búsqueda de autenticidad en las experiencias.
En palabras de (Penglase 2014:41): “como zonas de misterio y peligro, las favelas parecen prometer
aventura y un vistazo al auténtico modo de vida brasileño”59. Debido a la popularización del fútbol y
la samba, las favelas poseen también una figura ambivalente. Son permanentemente estigmatizadas,

58
Sanders y West (2003) sugieren que las diversas expresiones de desconfianza y sospecha, como es el caso de las
teorías conspiratorias, expresan molestias sobre el poder. En ellas, las personas ordinarias revelan inconformidades
sobre su situación, y las preocupaciones o narrativas que articulan apuntan hacia una realidad que no ofrece
convincentes explicaciones sobre por qué las cosas no salen bien, y en cambio, la conspiración sugiere el hecho de que
personas con poderes “extraordinarios” pueden actuar discrecional y arbitrariamente fuera del escrutinio público.
59
En original: “as zone of mystery and danger, favelas seemed to promise adventure and a glimpse into an authentic
Brazilian style of life”.

67
pero, al mismo tiempo, son vistas como lugares donde el fútbol y la samba nacieron. Así,
similarmente a lo que discuto sobre Tepito, Scott Lee Miles, un miembro de la ONG llamada
Proyecto Favela, señala en el documental Tem Gringo no Morro (2013): “este es el Río de Janeiro
real. Para mí, Copacabana, Ipanema, Leblon… tú sabes, estos barrios, claro que también son reales.
Pero este [la favela Rocinha] es el centro cultural de Río de Janeiro. Aquí es de dónde los artistas
están saliendo, los directores de cine, la música. Aquí es donde la cultura nace en estas
comunidades”60. De este modo, la zona sur de Rio aparece como algo superficial, es menos “real” o,
mejor dicho, “original”.
Este impulso orientado hacia lo marginal puede ser también ligado a la dialéctica del tabú y la
transgresión, como la piensa Gandolfo (2009). Basada en las ideas de Bataille, ella argumenta que “en
el corazón de nuestras construcciones sociales de la diferencia está la regla básica de la evitación, una
prohibición de contacto”61. El tabú evoca las zonas de restricción, aquellos lugares a los cuales no
tenemos “permitido” ir. Sin embargo, por otro lado, la violencia de la transgresión posee un poder
seductivo en tanto que promete deshacernos de las ataduras sociales que nos restringen y domestican.
Así, el atractivo que ejercen esos espacios marginados de algún modo se articula con cierta aspiración
de remover nuestras cadenas, de hallar cierta liberalización, por decirlo de algún modo. No obstante,
como señala Gandolfo: “siendo dialécticamente inextricable respect del tabú, la transgresión, o al
menos su amague, asegura que permanezcamos ligados con aquello que yace más allá de la
prohibición, excediéndolo, pero no destruyéndolo”.62 Quizá esto ayude a captar cómo la exotización
de Tepito y su atracción deriva constantemente en la reproducción de su estigma.
Pero quisiera retornar a las “realidades” del barrio. Una de las imágenes más popularizadas -y
explotadas mediáticamente- la cual lo describe como un lugar dominado por mafias, apunta hacia esa
noción del mundo paralelo, del “estado dentro del estado”, como muchas veces se habla de Tepito.

60
En original: “this is the real Rio de Janeiro. For me, Copacaban, Ipanema, Leblon, you know, these
neighborhoods, for sure, they are real too. But this [favela of Rocinha] is the cultural center of Rio de Janeiro. This is
where the artists are coming from, the filmmakers, the music. This is where culture is born in these communities”.
61
En el original: “at the heart of our social constructions of difference is a basic rule of avoidance, a prohibition of
contact”.
62
En original: “being dialectically inextricable from taboo, transgression, or at least the threat of it, ensures that we
remain engaged with what lies beyond prohibition, exceeding it but not destroying it”.

68
Allí, de acuerdo a estas visiones, la informalidad y la criminalidad coexisten y se refuerzan
mutuamente, al grado de que es imposible discernir entre estas actividades o campos: nuevamente la
homogeneización, son lo mismo. Lo cierto es que la colonia Morelos (delimitación oficial dentro de
la cual se encuentra Tepito) presenta un alto registro de incidencia homicida. Durante mi trabajo de
campo, fue muy raro que pasara una semana sin que escuchara o supiera de tiroteos o baleados. En
los últimos tres años, aproximadamente, he recibido diariamente notificaciones a mi correo
electrónico sobre noticias en los medios digitales en las cuales aparezca el término “Tepito”. Muchas
de ellas están relacionadas con eventos violentos, en los que se involucra el uso de armas de fuego.
Entre mis conocidos del barrio, escuché un gran número de anécdotas sobre familiares o amigos que
han sido asesinados, principalmente por disparos de arma. Así, tanto en la prensa local como nacional,
se menciona a menudo sobre las disputas entre bandas criminales del barrio, quienes combaten entre
sí por el control del narcotráfico, el robo o la extorsión63.
Gente del barrio reclama y expresa constantes quejas dirigidas al gobierno por toda esta situación.
La inseguridad y el crimen son dos de los tópicos más relevantes en la plática cotidiana entre los
tepiteños. Esto también resulta notorio en las reuniones que sostienen algunos políticos o
representantes cuando visitan el barrio con fines electorales. De ese modo, la gente del barrio no
tiene ningún interés en negar la violencia de la cual son testigos en su vida diaria. Sin embargo, la
mayoría de la gente con quien yo interactuaba se mostraban en contra de esa imagen estigmatizada
del lugar. Sobre todo, rechazaban la idea de que toda la gente del barrio fuera vista como criminales.
Contrariamente, en muchos de ellos vislumbraba una teoría alternativa, la cual interpretaba el
problema de la violencia y la criminalidad de otro modo.
Por un lado, miraban con sospecha la actividad de las élites políticas y de las policías. En algunas
narrativas, aparecían referencias a casos de corrupción o escándalos en los cuales gobernadores o
gente del “mundo de la política” estaban inmiscuidos en hechos delictivos. Esta “inversión” de la figura
criminal la encuentra también Teresa Caldeira (2006) en los discursos contrahegemónicos de las
bandas de hip-hop originarias de los barrios marginados. En ellos, los músicos acusan abiertamente a
los sectores altos de la sociedad brasileña de ser los “verdaderos” criminales y jefes de los sindicatos

63
En el siguiente capítulo me detengo a analizar mucho más a fondo estos asuntos.

69
de la droga. En el caso de Tepito, escuché muchos testimonios en los cuales manifestaban algo
parecido. Parte de la injusticia que ellos interpretan en esa criminalización tiene que ver con que, en
cualquier caso, los muchachos que se dedican a actividades ilícitas solamente son la parte más baja de
toda una pirámide en cuya cúspide se encuentra gente poderosa.
Por otro lado, mucha gente del barrio es consciente de la perdurabilidad y extensión de la crisis
de inseguridad que el país ha vivido. Aquí, otra de las frases célebres de los cronistas cobra un sentido
especial: “México es el Tepito del mundo y Tepito la síntesis de lo mexicano”. Varios tepiteños
subrayan que el problema de violencia que ellos enfrentan no es exclusivo de ellos. Por el contrario,
algunos consideran el problema nacional como más problemático. En pláticas entre mis conocidos y
amigos del barrio, muchas veces salía al tema que la violencia en lugares como Tijuana, Chihuahua,
Michoacán, Guerrero, incluso en la parte oriente de la zona metropolitana de la Ciudad de México -
es decir, hacia los municipios del oriente- las cosas parecían peores. Muy seguido, estas charlas
terminaban concluyendo con una idea de que Tepito, después de todo, tampoco estaban tan mal
como otros lugares. En todo caso, resultaba evidente para ellos que el problema de violencia que
sufrían no era algo selectivo ni particular, sino que era algo mucho más generalizado, lo cual los
vinculaba en muchos sentidos con cualquier otro connacional.
Pero además, debido a que muchos de mis conocidos tenían algún tipo de vínculo con otros países
-por ejemplo, quienes interactúan con esos personajes “externos” como periodistas o académicos que
llegan de todas partes del planeta-, recurrentemente están intercambiando ideas e impresiones acerca
de otros sitios con similitudes a Tepito. Así, no me resultaba inusual escucharlos hablar de otros
lugares estigmatizados en Perú, Argentina, China, India. Pero al mismo tiempo, esas conexiones los
ponían al tanto de las noticias que circulan por todo el mundo acerca de México y su problema de
violencia, lo cual trae a la mente aquella frase que mencioné arriba: “México es el Tepito del mundo”.
En suma, la violencia asociada al barrio es crucial tanto en su marginalización como en su
exotización, condensado todo en el Safari. La atracción que ejerce un lugar así depende en cierta
medida de aquella promesa de “verdad” contenida en su enigmático carisma. De ese modo, el impulso
epistemológico espoleado por esa otredad exotizada contribuye a formar ideas sobre lo que
consideramos el mundo real. Sin embargo, como he tratado de mostrar, la figura de Tepito, repleta
de fantasías, continúa confundiendo en tanto que se presenta a un tiempo local y nacional, singular y

70
universal, repulsiva y atrayente. Tepito puede ser interpretado como una ventana desde la cual se
arroja luz, ya sea para iluminar aspectos de ese “mundo paralelo” o sobre nuestro propio mundo, pero
en cualquier caso, lo que permanece claro es que el significado que se le asigne siempre está lejos de
ser el mismo para todos.

Conclusión

En este capítulo he querido subrayar que Tepito como imagen ha significado distintas cosas, lo
cual nos habla de una constante disputa por su lugar en la ciudad y en los imaginarios de las personas.
Como hemos visto a lo largo de los apartados, durante décadas se han proyectado imágenes distintas
del barrio, pero todas ellas han procurado sintetizar cierta esencia del lugar, ya sea reduciéndolo al
“nido de criminales” o al “nido de campeones de box”, ya sea para destacar su aura criminal o para
enfatizar su condición de verdadero emblema de la cultura popular nacional. Desde luego, como
artefacto discursivo, Tepito y sus imágenes sirven a diferentes propósitos, siendo la reciente
mercantilización de lo exótico que vemos en los medios digitales uno de ellos.
Más que contar simplemente la historia del barrio para ofrecer un panorama del contexto de
inseguridad del barrio, he procurado reconstruir algunos aspectos sobre cómo dicha inseguridad se
haya articulada a un proceso histórico, con lo cual el barrio casi siempre ha sido visualizado en la
capital como un punto central en aquella noción del mundo del crimen. Así, al discutir sobre el
proceso de iconización de Tepito como lo criminal y lo ilegal, he pretendido fijar un punto de partida
para las discusiones que presento en los capítulos posteriores.

71
CAPÍTULO 2
El espectáculo de la violencia (i)legítima

Como vimos en el capítulo anterior, una de las imágenes públicas más sobresalientes de Tepito lo
proyecta no sólo como un lugar peligroso, sino que muchas veces es presentado como el “nido del
crimen”, particularmente dentro de los relatos dentro de la capital64. En esto los periódicos y medios
audiovisuales han desempeñado un papel crucial. Durante los últimos cuatro años, aproximadamente,
he leído un sinnúmero de noticias en las cuales Tepito aparece articulado con casos de homicidio,
secuestros, extorsiones, narcotráfico, tráficos de personas o armas. Subrayo la proliferación más o
menos reciente de este tipo de noticias porque, en gran medida, las preocupaciones alrededor del
cártel La Unión Tepito han marcado sustancialmente el contexto de los últimos años en la Ciudad de
México. De este modo, buen parte de los incidentes arriba enlistados aparecen en la prensa ligados a
dicha organización, o bien como “disputas”, “enfrentamientos”, “revanchas”, “venganzas”, o “ajustes
de cuentas” que involucran a “mafias” o grupos vinculados al crimen organizado cuyo origen nos
conduce al barrio de Tepito. Así, se ha conformado cierta idea fantasiosa sobre el barrio como un
mundo apartado, un “estado dentro del estado”, el cual se rige por sus propias normas y al cual el
mismo estado tiene restringido el acceso. Por ejemplo, en la serie Ingobernable, distribuida por Netflix
y cuya historia está ambientada en Tepito, aparece en un capítulo la protagonista huyendo de las
autoridades, quienes la persiguen por su presunta culpabilidad en el homicidio del presidente. Ante
el cuestionamiento de porqué decidió refugiarse en el barrio, ella argumenta: “No tenía adónde ir…
Dolores me dijo que viniera aquí, que ustedes me iban a ayudar. También sé que en Tepito no entra la
policía” (subrayado mío)65. He ahí esa noción del barrio como un mundo paralelo e insondable, la cual
se nutre de los fantasmas alrededor de la informalidad y la criminalidad.

64
Si bien esta fama tepiteña se extiende a lo largo del país, es importante subrayar que hay muchas otras “zonas” que
también gozan de esa fama. Por ejemplo, en Veracruz se tiene por mala reputación a la gente de Tamaulipas. En Altar,
Sonora, se mira con sospecha a la gente de Sinaloa, como ha registrado Natalia (Pérez Romero 2014). Al interior de las
ciudades, igualmente se ubican barrios o zonas en particular, los cuales se vuelven referencias para localizar cierto origen
de ese “mundo marginal”. Lo que llama la atención de Tepito, es que se trata de uno de los pocos lugares cuya reputación
como “nido de criminales” cubre más o menos todo el país.
65
No lo subrayo ahora, porque no es relevante para la discusión de este capítulo, pero no quiero dejar de hacer notar
otro aspecto de este fragmento del guion de la serie. Cuando la protagonista dice “Dolores me dijo que viniera aquí,

72
En este capítulo me propongo mostrar cómo esta idea de que “en Tepito no entra la policía” es un
disparate. Probablemente en ninguna otra época anterior esta suposición podría resultar tan fantasiosa
como lo es hoy, en la cual basta darse una vuelta por cualquier tarde por las calles del barrio para
notar una presencia muy diversa y constante de agentes policiacos, aunque claramente otro tema es
qué propósitos o funciones cumplen allí. Durante mi trabajo de campo, prácticamente todos los días
noté presencia de policías, siendo aquellos agentes de la Policía preventiva los que más
frecuentemente observé, seguidos por agentes del cuerpo de granaderos, los cuales básicamente eran
empleados para supervisar que los carriles extremos de la avenida Eje 1 Norte no fueran ocupados
por comerciantes.
Pero la discusión que aquí presento va más allá de mostrar la presencia policial. Me interesa
destacar tanto la espectacularidad de algunas intervenciones particulares, como es el caso de los
operativos, así como sus manifestaciones más cotidianas. Lo que sugiero es que, a través de la
espectacularidad y la publicidad, la policía intenta proyectarse como una entidad coherente y definida,
al mismo tiempo que se busca dar forma a su contracara, es decir, a las organizaciones criminales.
Dicho de otro modo, los operativos policiacos están justificados pública y mediáticamente por la
actividad de esa otra entidad enemiga, con lo cual se persigue el objetivo de establecer un ámbito de
confrontación entre dos bandos claramente identificables: por un lado, el crimen organizado, cuya
figura central en la capital es La Unión Tepito, mientras que de otro lado aparece el Estado con
mayúscula, representado por los agentes policiacos que toman parte en el combate.
Sin embargo, el material etnográfico que presento también se ocupa de ese rasgo ordinario, que
nos habla sobre las experiencias e interacciones que la gente sostiene con las policías y con la
criminalidad. Así, me interesa indagar sobre qué significado se asigna tanto a unos como a otros,
cómo se interpretan sus acciones, cómo son evaluadas. En ello, subrayo los entrecruzamientos de lo
espectacular y lo cotidiano, es decir, que través de las interacciones del día a día se conjugan tanto

que ustedes me iban a ayudar” está implicando otro rasgo del barrio que también esbocé en el primer capítulo: la
imagen de barrio popular, la cual será también parte central de la serie de televisión. En otras palabras, la llegada de la
protagonista a Tepito supone dos ideas. Por un lado, como resalto, el que las policías no entran al barrio. Por otro
lado, aparece una visión de Tepito como resguardo, como espacio de protección para la protagonista quien es
perseguida injustamente por las fuerzas corruptas del estado. Esta protección está garantizada por el lazo de
intimidad, por la recomendación que Dolores lleva a cabo mediando por ella y ofreciendo su círculo de familiaridad
para su resguardo. Todo esto es recuperado en los capítulos 4, 5 y 6.

73
una figura estereotipada, como expresiones muy concretas, delineando experiencias de abusos y
extorsiones, pero también de desinterés, distancia, omisiones. Todo esto anterior contribuye a
alimentar ciertas especulaciones sobre los propósitos de los policías, sobre sus conexiones y
complicidades con los criminales, borrando así las imágenes construidas mediáticamente, a través de
la espectacularidad. De este modo, encuentro que, en los debates locales sobre el crimen y la
actuación policial, ambas figuras aparecen igualmente cuestionados respecto a la violencia que
ejercen.
El material etnográfico del que echo mano para esto proviene tanto de mis notas de campo, como
de una minuciosa revisión de noticias periodísticas acerca del crimen y los operativos policiacos en
Tepito. Además, recurro a las discusiones públicas que se dan en redes sociales, particularmente en
un grupo de Facebook, cuya plataforma sirve como espacio para ofrecer información alternativa a los
medios comerciales, al mismo tiempo que añade un rasgo “local”. Así, a lo largo del capítulo
reflexiono sobre la espectacularidad y la mediatización de las violencias criminal y policial, y sobre
cómo son pensados localmente los grupos criminales, por un lado, y las intervenciones estatales, por
otro.

Delineando los contornos

En plena crisis nacional de violencia nos hemos familiarizado con los relatos y las imágenes que
diariamente han estado circulando durante más de una década, en los cuales aparecen capos, sicarios,
víctimas, policías, ejército, políticos, ciudadanos, etc., todos interactuando y asumiendo sus roles. El
conjunto representa un paisaje desolador, compuesto por ejecuciones, cuerpos desmembrados, fosas
clandestinas o exhibición de cuerpos torturados. Haciendo a un lado el horror de toda esta violencia,
hay algo más que genera desconcierto en este escenario. Me refiero a la heterogeneidad de voces, de
eventos, de narrativas, lo cual podemos rastrear en los medios de comunicación o en las
conversaciones cotidianas. Este “ruido” colectivo contribuye poderosamente a configurar un sentido
de caos y desorden.
Frente a ello, algunos discursos mediatizados justamente procuran elaborar narrativas coherentes,
con la finalidad de que los consumidores puedan asir realidades y hallar sentido en medio de la crisis.

74
Un ejemplo de esto lo encontramos en los “Operativos conjuntos” llevados a cabo por agentes
policiales, del ejército y de la marina, en los cuales se capturan o abaten determinados “jefes”
importantes de los grupos criminales, así como se anuncia el desmantelamiento de cierta “célula
delictiva” y se hace un inventario de las mercancías ilícitas incautadas66. Así, hemos atestiguado
durante la última década una política de seguridad en la cual el despliegue de la fuerza del estado ha
estado acompañado de una detallada y extensa cobertura mediática. Como resultado de ello, hemos
presenciado, por un lado, una saturación de notas e imágenes de operativos especiales, mientras que,
por otro lado, vemos cierta estandarización en el formato en el que aquéllos se divulgan. Todo esto
ha derivado en lo que Escalante (2012:56-68) ha señalado como un nuevo lenguaje particular para
hablar del crimen en el México contemporáneo, en el cual figuras como los cárteles, los sicarios y los
capos -pero también los policías, navales y militares- aparecen instalados en el imaginario social,
reforzadas una y otra vez por la prensa, que los muestra como entidades incuestionables,
persuadiéndonos de su existencia con base a la iteración67. Desde luego que la noción de crimen
organizado ha sido crucial para proyectar a los “enemigos” del estado -y de la sociedad- y, por
consiguiente, para legitimar las acciones encaminadas a enfrentarlos -lo cual muchas veces significa
eliminarlos68.

66
Como sugiere Pérez Romero (2014: 127), el Operativo Conjunto Michoacán y la parafernalia mediática que lo
acompañó representaron el inicio de la lucha contra el narcotráfico durante el gobierno de Felipe Calderón, pero
sobre todo, quedó asentado el vínculo indisociable que seguirían los próximos años entre los operativos conjuntos (en
los que participaban miembros de la policía federal, del ejército y la marina) y la difusión mediática de sus imágenes.
67
Los trabajos de Astorga (1995) y Escalante (2012) subrayan cómo las figuras de los criminales en México,
principalmente de aquellos sujetos ligados al mundo de las drogas, se hallan integradas por elementos mitológicos y
fantasiosos. El rumor y la especulación, así como la comercialización de ciertas imágenes, han producido ideas en la
esfera pública sobre cómo son y qué hacen los criminales, cómo trabajan y qué moral los rige. El propósito de ambos
autores no es negar que existen personas dedicadas a actividades ilegales, sino que las nociones que tenemos de esos
mundos pueden estar un tanto desligadas de lo que ocurre, en gran medida debido a esa comercialización que vemos
en la prensa, en el cine, en la música e, incluso, en la literatura.
68
De acuerdo con Beare (2003), la amenaza que se dibuja alrededor del crimen organizado resulta sumamente eficaz
para que los gobiernos puedan reunir fondos presupuestarios, generar consensos, pero también para difundir la idea
de un enemigo, por lo que la retórica de la guerra y la confrontación inevitablemente gana adeptos. Así, las
organizaciones criminales son presentadas como entidades “por fuera” de la sociedad o, mejor dicho, “en contra” de la
sociedad, las cuales poseen una estructura definida, jerárquica –parecida a la de las empresas– y debido a que son
capaces de producir una suma grande de riqueza, obtienen poder suficiente para “corromper”, “cooptar” o “capturar”
a los estados. En este trabajo me distancio de esos trabajos que parten de una noción prescriptiva del estado (Bailey
and Godson 2000; Rivelois, Preciado Coronado, and Moloeznik 2004; Garay Salamanca and Salcedo-Albarán 2012;
Flores Pérez 2009).

75
Entre aquellos “enemigos” se encuentra La Unión Tepito. Como mencioné anteriormente, este
grupo ocupa un lugar central en las preocupaciones actuales sobre el crimen en la Ciudad de México.
El aura criminal que rodea públicamente al barrio ha contribuido a la consolidación de este “cártel”
como la fuente principal del narcomenudeo, la extorsión, los homicidios y algunos otros delitos.
Sugiero pensar los operativos especiales en México y en Tepito como actos performativos a través de
los cuales el estado y la prensa, conjuntamente, recrean los contornos tanto del estado como del
crimen organizado. El ensamblaje de agentes de distintas corporaciones policiacas y ministeriales, la
incorporación de fuerzas castrenses, como el Ejército y la Marina, pero también de periodistas que
acompañan y difunden las imágenes, producen un “efecto estado” (Mitchell 1999), es decir, las
actividades más o menos coordinadas de los agentes estatales en colaboración con los medios de
comunicación pretenden trazar una línea que separa al estado y a los criminales. En contextos
aparentemente “capturados” o “dominados” por la ilegalidad, vemos entonces cómo el estado afronta
ello proyectándose mediante la fuerza policial, pero siempre apuntando a un público que atienda a
sus maniobras (Bayart, Ellis, y Hibou 1999; Roitman 2004). Esta performatividad se apoya en la
exhibición mediática, es decir, a través de la espectacularidad de las intervenciones y actuaciones
policiales se busca afianzar una legitimidad entre los públicos. Pero como veremos también más
adelante, la performatividad del estado no sólo incluye esa proyección mediática, sino que implica
esa dimensión más concreta y mundana de sus actividades en el barrio. Así, ese “efecto estado”
conjuga tanto esos rasgos espectaculares como muchos otros que pertenecen más al ámbito ordinario
de la vida social de Tepito.
Para sustentar lo que argumento arriba, me gustaría comenzar revisando con más detalle algunos
casos puntales sobre el despliegue mediático que proyecta el estado respecto al combate al crimen.
Para iniciar, me parece importante remontarnos al papel que Genaro García Luna desempeñó en la
estrategia de mediatización de los operativos policiacos. Fue justo él -primero como titular de la
Agencia Federal de Investigación (la AFI fue creada en 2001) y posteriormente al mando de la
Secretaría de Seguridad Pública durante el gobierno de Felipe Calderón- quien consolidó el vínculo
íntimo entre los periodistas y agentes estatales de seguridad (Anabel Hernández 2009). Una
característica de la estrategia orquestada por García Luna y algunos periodistas era la presentación de
los hechos en un formato tal que se generara un efecto de hiperrealismo, en el cual la realidad y la

76
producción televisiva se asimilaban entre sí. Probablemente el caso con mayor repercusión y polémica
en la esfera pública nacional que involucró a García Luna fue el operativo mediante el cual fueron
capturados los supuestos integrantes de una banda de secuestradores llamada “Los Zodiaco”. Dicho
operativo fue transmitido “en vivo” por las dos televisoras más poderosas del país (Televisa y TV
Azteca) el 9 de diciembre de 2005. Durante la cobertura, se mostraban a los agentes de la AFI, con
fusibles de asalto en mano, ingresando a una casa que servía como guarida para los criminales. A los
pocos segundos, un subgrupo de los elementos policiales entra a un pequeño cuarto en el que
encuentran a dos personas. De pronto, las imágenes muestran a un tipo sometido, tirado boca abajo.
Los policías lo incorporan y comienzan a interrogarlo. “¿Cómo te llamas?”, “¿Cuántas gentes tienes
secuestradas aquí?”. La cámara enfoca posteriormente unos rifles, al mismo momento que se escucha
una voz que dice: “hay dos armas”, a lo cual otra voz complementa agrega: “estas son las armas con
las que secuestraban”. Más adelante, aparece una mujer cubierta con una manta. Uno de los
reporteros dice: “esta mujer que vemos aquí tapada es una mujer de origen francés. Era también la
esposa y quien ayudó a planear el secuestro”. Súbitamente, la mujer se descubre el rostro y el
micrófono del reportero se le acerca, planteándole algunas preguntas. Ella niega saber lo que pasaba,
por lo que vuelven con el novio para corroborar la información. El reportero de Televisa asume el
interrogatorio, apoyado por un agente, el cual tiene tomado con fuerza al detenido. Mientras
responde las preguntas, se aprecia cómo hace un gesto de dolor, lo cual sugiere que recibió un golpe
en ese instante. El reportero le pregunta: “¿Le duele algo?,¿te lastimaste?”, a lo cual el detenido
responde, mirando al policía que lo tiene agarrado: “usted me pegó”. Un segundo después, el
detenido repite el mismo gesto de dolor. El reportero insiste: “¿qué le duele?, ¿quién le pegó?”. Con
un rostro de impotencia, el detenido contesta, “nada, nadie, señor”. El cuestionario dura unos
segundos más y posteriormente las cámaras recorren el cuarto en el que se hallaban y luego circulan
la casa en donde tenían escondidas a las tres víctimas de los secuestros, las cuales no aparecen en la
transmisión.
Semanas después de esto, ante algunos cuestionamientos, las autoridades reconocieron que el
operativo en el que habían capturado a Israel Vallarta y Florence Cassez había sido llevado a cabo el
día anterior a la transmisión. Lo que las cámaras mostraron aquel día era un performance dirigido y
producido entre los mandos de la AFI y personal de las televisoras. Por supuesto que, tras aceptar la

77
escenificación televisiva, se suscitaron debates y controversias cuyo desenlace arrojó la sentencia que
puso en libertad a Florence Cassez69. A pesar de la polémica que envolvió el caso García Luna/Cassez,
la colaboración entre los cuerpos especiales de las policías y los periodistas se extendió a lo largo del
país en los años posteriores. Por ejemplo, una ocasión en la que conversaba con un reportero que
trabaja para una de las televisoras más importantes de México acerca de la cobertura mediática de
Tepito, éste mencionaba que regularmente los periodistas son informados por personal de alguna
agencia involucrada en los operativos, con la finalidad de hacerlos parte de la intervención. Así, me
platicó sobre un reportaje que presentó en la sección de investigación del noticiero estelar de la
empresa para la cual trabaja, en el que acompañó a miembros de la Policía Federal y de la Marina en
un operativo para liberar a unos inmigrantes centroamericanos quienes se hallaban secuestrados en
una casa de seguridad, en el estado de Chihuahua. Cuando esta persona me narraba sobre cómo habían
llevado a cabo la grabación, se refería al equipo que condujo el operativo con la primera persona del
plural: “Cuando entramos a liberar a los inmigrantes”, dijo en algún momento. Su manera de hablar
de los hechos asumía que la prensa y las fuerzas policiacas estaban fusionadas e integraban
conjuntamente el operativo.
En cuanto a las intervenciones policiacas que son llevadas a cabo en Tepito, es posible advertir una
extensa cobertura de aquellas en los medios de comunicación. También podemos notar que la
mayoría de los operativos persiguen básicamente tres objetivos: mercancías apócrifas, narcomenudeo
y mantener algunos carriles de la avenida principal libres de puestos de comercio. En general, los
formatos comunicativos de la prensa reproducen el estándar nacional, es decir, asumen un género
parecido a un reporte burocrático en el cual se presentan a los detenidos, así como el material
confiscado por las autoridades, dando la impresión de divulgar una especie de rendición de cuentas y
comprobar que las fuerzas del orden estatal están encargándose de combatir las actividades ilícitas.
En los casos de operativos dirigidos contra el comercio de artículos falsificados suelen participar
agentes de la Unidad Especializada de Investigación de Delitos Contra Derechos de Autor y la

69
En realidad, el caso supuso una tensión diplomática entre México y Francia, al grado que el entonces presidente del
segundo país, Nicolas Sarkozy, intervino para solicitar la extradición de la acusada (“Sarkozy pide a Calderón la
extradición de Florence Cassez”, El Mundo, 19 de mayo 2010). La petición fue denegada, pero en enero de 2013
finalmente la Suprema Corte ordenó la liberación inmediata de la acusada.

78
Propiedad Industrial, la cual forma parte de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de
Delitos Federales de la Procuraduría General de la República. También intervienen apoderados
legales de las firmas o empresas denunciantes, quienes acompañan a los policías durante los
operativos, igual que lo hacen los reporteros.
En ese tipo de intervenciones casi no aparecen detenidos, lo cual contrasta con lo que ocurre en
los operativos enfocados contra la venta de droga o la extorsión. En estos casos, además del típico
inventario de las sustancias o mercancías confiscadas (“41 pastillas psicotrópicas, 94 bolsas con
marihuana y 60 envoltorios de cocaína”) se añaden datos sobre el expediente criminal de los
detenidos70. Por ejemplo, en uno de los “golpes” más grandes contra el tráfico de drogas en Tepito
durante 2015, se presumió el “desmantelamiento de unas tiendas de droga en el barrio”71. En esta
ocasión, 200 agentes del Grupo Especial de Reacción e Intervención (GERI) y de la Policía de
Investigación decomisaron 130 kilos de marihuana, 484 envoltorios de cocaína, 6 vehículos y 18
teléfonos celulares. Asimismo, fueron detenidas 40 personas, entra las cuales se encontraban 13
quienes tenían órdenes de aprehensión por delitos de homicidio, contra la salud, robo a transeúnte,
fraude, uso de documentos falsos y robo a vehículo, mientras que el resto fueron arrestados por
lesiones y ultraje, cargos derivados del enfrentamiento que surgió entre los delincuentes y los policías.
Destaco en el párrafo anterior el aspecto cuantitativo que se halla enfatizado persistentemente en
las notas periodísticas. Se trata, como decía, de un formato burocrático en el que, por medio de los
números del operativo (cuánto se confiscó, por ejemplo), se deduce la magnitud o relevancia de la
redada. Esa obsesión cuantitativa ligada a la labor de las policías forma parte de una razón de estado
contemporánea según la cual es pertinente realizar ese tipo de estimaciones, controles y mediciones

70
Por ejemplo, en una nota titulada “Cae líder extorsionador; operaba en la zona Centro”, El Universal, 23 de
febrero 2016, se reporta el arresto de Omar N, “uno de los principales líderes del Cártel de La Unión Tepito”, el cual
se dedicaba a extorsionar comerciantes exigiendo el pago de 5 mil a 10 mil pesos. Se menciona que, de acuerdo con
su expediente, contaba con 2 ingresos al Reclusorio Norte, uno al reclusorio Santa Martha Acatitla y uno más en el
Reclusorio Preventivo Oriente, por delitos de robo calificado en cuatro de ellos y por homicidio calificado en el
último. La presentación del perfil criminal del detenido, en este caso, lo interpreto como un esfuerzo por señalar al
presunto culpable como una “fichita”, y así, ganar la aprobación del público por la captura. Sin embargo, también
podría interpretarse el énfasis puesto en el expediente criminal como una crítica al sistema judicial mexicano, en tanto
que uno podría cuestionarse por qué alguien con tales antecedentes sigue delinquiendo.
71
“PGJDF decomisa más de 130 kilos de mariguana en Tepito”, Milenio, 1 de noviembre 2015; “Operativo Tepito-
Centro Histórico reporta 40 detenidos”, Noticieros Televisa, 1 de noviembre 2015.

79
para evaluar el rendimiento de los cuerpos encargados de la seguridad (Simon 2007; Fassin 2013a),
aunque también podríamos considerar que se trata de algo más extenso y tiene que ver con los
modelos de la burocracia neoliberal que analiza Hibou (2015). Por otro lado, me interesa resaltar
también otro de los efectos performativos que trae consigo la publicidad de las intervenciones
policiales. Me refiero a la inminente culpabilidad implícita en la labor comunicativa que aparece en la
prensa, y que, como hemos visto, presenta un trabajo conjunto de agencias estatales y de los medios
de comunicación. El caso de Florence Cassez es quizá uno de los más extremos, pero en general, la
divulgación de operativos y detenciones policiales apela a un hiperrealismo de las imágenes -en
ocasiones transmitidas en vivo-, lo cual concede a los relatos ese rasgo de evidencia transparente, la
cual no puede engañar al público: se muestran tal cual ocurren los hechos, al momento.
Ya me refería arriba sobre la importancia que tiene la noción del crimen organizado para legitimar
la actividad de las policías, especialmente de los operativos o intervenciones que asumen formas
espectaculares y son muy publicitadas. A través de la mediatización de la figura del criminal se delinea
el contorno de esa otra entidad opuesta, enemiga del estado y la sociedad, la cual es necesario
combatir. Al respecto, considero que, si bien siempre ha existido ese estigma criminal articulado a
Tepito, a raíz de las preocupaciones sobre La Unión Tepito, se han intensificado ciertas fantasías y
prejuicios contra el barrio y su población. Por ejemplo, quisiera detenerme un instante para señalar
cómo se formula un relato que brinda coherencia a la trayectoria criminal de los integrantes de dicha
agrupación y cómo el barrio aporta el escenario que lo explica todo. Una vez que fue ejecutado
Pancho Cayagua, se especuló con que su rival, Roberto Moyado Esparza, apodado “El Betito”, se
había apoderado del control de La Unión Tepito. Después de varios meses de aparecer en los medios
como el líder de la organización, finalmente fue detenido el 8 de agosto de 2018. Tal como ocurre
con los demás “capos” o “líderes” del mundo criminal que son capturados, se anunció
celebratoriamente el arresto de “uno de los hombres más peligrosos de la zona metropolitana” del
Valle de México. Destaco aquí esa aparente coherencia criminal en la trayectoria de “El Betito”:

Los primeros rastros de “El Betito” vienen de hace diez años, el 2008, cuando lo detuvieron por
asaltar a un comensal en Polanco. No estuvo mucho tiempo entre las rejas, obtuvo su libertad y fue
reclutado por La Unión Tepito. Dicho grupo delictivo comenzó tomando el control de las

80
narcotienditas del Barrio Bravo y por lo tanto del narcomenudeo en el centro y norte de la Ciudad de
México. Posteriormente, diversificó sus actividades delictivas, practicando el secuestro exprés, el robo de
inmuebles, la venta de piratería, el tráfico de drogas y de armas al menudeo y la extorsión telefónica. Pero el
delito rey de La Unión Tepito es la extorsión de comercios, en especial, los bares y los centros nocturnos
en zonas como Polanco, Zona Rosa, Condesa, la Roma, la del Valle e Insurgentes72 (cursivas mías).

La nota referida aporta más datos, pero me interesa sobresaltar la idea de la carrera criminal que
se proyecta: sin darnos cuenta, se ha instaurado en nosotros un marco explicativo en el cual adquiere
sentido que el supuesto líder del cártel más peligroso de la ciudad haya iniciado asaltando en
restaurantes, luego haya pasado a la venta de droga, a la venta de piratería, al tráfico de armas, y de ahí,
“naturalmente” haya pasado a la extorsión. Poco importa que cada una de esas actividades sea de
naturaleza sumamente distinta: en los relatos de la prensa y de las corporaciones estatales de seguridad
todas pertenecen por igual al oscuro mundo de la ilegalidad.
Por otro lado, la violencia homicida en el barrio también es objeto de una persistente cobertura
mediática. En ella, la mayor parte de los reportes aluden a “ajustes de cuenta” entre las bandas
criminales que operan en Tepito. Nuevamente, La Unión aparece casi siempre como la fuente
principal de la violencia. En las notas que reportan los homicidios acontecidos en el barrio, se
vislumbra también ese efecto de culpabilidad al que me refería arriba. Sólo que, en este caso, de lo
que se trata es de deslegitimar a las víctimas, retratándolas como posibles criminales, en tanto que al
aludir a esos ajustes de cuentas suponen la pertenencia al mundo de la delincuencia. En las notas de
prensa que he revisado en los últimos tres años, es notorio el énfasis que dan a marcas personales
como los tatuajes o las cicatrices, los cuales operan como signos indexicales que apuntan a cierta
conexión con el mundo ilegal. Otro aspecto recurrente, al igual que ocurre con los capturados en
operativos policiales, es mencionar los antecedentes penales de los ejecutados. Así, al presentar
públicamente a los asesinados como integrantes de ese espacio criminal, se les asigna cierta
culpabilidad o responsabilidad por su propio asesinato, lo cual, parafraseando a Gayol y Kessler
(2018), los identifica como cuerpos que no importan. Una de las consecuencias de presentar

72
“El nacimiento, auge y caída de ‘El Betito’, La Silla Rota, 9 de agosto 2018.

81
públicamente a las víctimas de homicidio en Tepito como aparentes criminales es que se diluye una
posible empatía con las víctimas y, por tanto, como señala Schedler (2016), se reducen los reclamos
ciudadanos, en tanto que aquellos homicidios no se interpretan como agravios a la sociedad -en tanto
que los criminales son opuestos a ésta. Pero detrás de la falta de empatía con la que mira a estas
víctimas, está el recelo hacia ellas, el cual se funda en el presupuesto de que los criminales son seres
despreciables y peligrosos, por lo que es legítimo eliminarlos -o al menos es bueno que entre ellos se
eliminen. Al respecto de esto último, vale señalar que he leído un sinnúmero de comentarios de este
tipo en las secciones abiertas al público que ofrecen algunos medios digitales, los cuales reportan
sobre los homicidios en el barrio.
Pero hay otra cara de lo anterior. La criminalización mediática de las víctimas las aleja del sistema
de justicia, de por sí precario y altamente ineficiente (Zepeda Lecuona 2004). Si consideramos la
amplia tradición del ejercicio de justicias extralegales de la cual se tiene registro en la Ciudad de
México, como correlato de la desconfianza e ineptitud de los aparatos policiales y de justicia (Piccato
2017), no sorprende que exista cierta recurrencia a hacer justicia con la propia mano. Al menos un
par de veces en las cuales acompañé a mis informantes de Protección Civil a atender personas heridas
de bala, notamos la manera en que grupos de hombres se acercaban y se alejaban, alborotadamente,
tratando de recabar información sobre lo que había ocurrido. Se trataba de personas cercanas –amigos
y familiares-, quienes aparentemente tenían identificados a los perpetradores, y desde ese momento,
comenzaban a hablar de atacarlos. De ahí que muchos de los casos de homicidio en la prensa aparezcan
como “venganzas”, y de ahí que esa impresión de que las cosas en el barrio “se van a poner calientes”
tenga un sentido de que habrá más ejecuciones.
Otro aspecto sobrecogedor de eso que he llamado efecto de inminente culpabilidad que se da a través
de la mediatización, es la persistencia del estigma, incluso en casos en los que, tras procesos judiciales,
se declaran inocentes a las personas detenidas o asesinadas. Así, después de que la Comisión Nacional
de Derechos Humanos presentó una impugnación respecto al caso García Luna/Cassez por empleo
de torturas dirigidas contra los acusados y contra algunos testigos, así como tras el fallo de la Suprema
Corte de Justicia con el cual se reconoció que se había violentado la presunción de inocencia al montar
el falso operativo en los medios, no asombra el que hoy muchas personas continúen pensando que
Florence Cassez es una secuestradora que quedó en libertad injustamente. Los efectos duraderos de

82
esa exposición mediática y la culpabilidad asumida al momento también podemos observarlas en los
documentales Presunto Culpable (R. Hernández y Smith 2008) y Tempestad (Huezo Sánchez 2016).
Ahora bien, hasta aquí me he referido principalmente a las acciones policiales que se difunden
mediáticamente y a la manera en que se proyecta en la prensa esa otra figura que es el crimen
organizado. No obstante, es fundamental analizar también esa otra faceta de la actuación policial la
cual está alejada del espectáculo mediático. Me refiero a los operativos que permanecen fuera de la
circulación de los medios de comunicación, así como a los patrullajes y demás labores cotidianas de
las policías, lo cual resulta de suma relevancia para comprender cómo éstas son visualizadas
localmente. Dicho de otro modo, para comprender lo que significa en Tepito la policía y su opuesto,
el crimen, es necesario reflexionar sobre cómo se entrelazan lo espectacular y lo ordinario, es decir,
aquellas imágenes mediáticas y las experiencias concretas del día a día73. En los siguientes apartados
presento materiales en los cuales intento reflejar cómo en las interacciones cotidianas se conjugan
tanto esas figuras estereotipadas y coherentes que circulan en los medios de comunicación, como
otras que se integran con base a los encuentros cara a cara entre la gente del barrio, los policías y los
criminales. Como resultado de esto, podemos apreciar cómo los contornos delineados en las
proyecciones mediáticas que caracterizan a los policías y los criminales se presentan bastante más
borrosos desde las interpretaciones locales.

Controversias alrededor de la legitimidad de la policía y los “criminales”

En este apartado quiero destacar cómo, a pesar de esos esfuerzos mediáticos por asignar una
coherencia y establecer unas fronteras correspondientes a los policías y los criminales como entidades
definidas, dichas figuras aparecen en el barrio recurrentemente desvanecidas, desdibujadas y
cuestionadas. Una de las implicaciones más sustantivas de esto, de acuerdo con mi argumento, es que
justamente lo que está en juego en aquellos empeños por dar forma y sentido a esas entidades
confrontadas -policías y criminales- aparece como objeto de controversias y debates locales: me
refiero a las valoraciones sobre la legitimidad de la violencia policial. En gran medida, la discusión

73
Sobre la dialéctica de lo ordinario y lo extraordinario, los eventos y la cotidianeidad de la violencia, sigo algunos
trabajos: Scheper-Hugues (1992), Taussig (1992), Goldstein (2003), Das (2007), Skurski y Coronil 2006).

83
que venía presentando en el apartado anterior se enfocaba en la conformación de una línea que divide
a las policías y los criminales. Pero aunada a esa dicotomía tenemos otras que se conectan íntimamente
con ella. Así, la policía aparece en representación del estado, y por fuera de ello queda la sociedad,
que incluye tanto a los públicos tepiteños como los del resto de la ciudad. Sin embargo, quiero hacer
notar aquí que la figura de los criminales queda un tanto suspendida entre esa otra dicotomía (estado
y sociedad), por lo que me interesa profundizar sobre esas oscilaciones que la llevan de un lado a otro,
deslizándose entre los policías y la sociedad. En otras palabras, la noción de lo criminal se encuentra
moviéndose constantemente entre los policías-el-estado y los tepiteños-sociedad-local.
Cuando conducía mi trabajo de campo al lado de Gustavo y Nicolás, mis informantes de Protección
Civil, era bastante frecuente que nos topáramos con colegas suyos de la policía preventiva o de otros
cuerpos de seguridad. Debido a esto, para mí fue evidente muy pronto que existía una presencia
permanente de las fuerzas del orden en el barrio. Sin embargo, demoré un poco más en reparar sobre
los distintos significados que se tienen respecto a la labor que aquéllos realizan. Para describir qué
hace la policía en Tepito, esbozo tres formas en las que se hace manifiesta su intervención: los
operativos para resguardar la avenida principal, los que se focalizan en revisar motocicletas y los que
se dirigen contra las famosas “tienditas” o vecindades en las que se vende droga74. En estas tres formas
se entremezclan los elementos espectaculares y los ordinarios, ya que aun cuando lo primero no
implica difusión de imágenes en la prensa, el despliegue de elementos y el performance que llevan a
cabo supone cierta espectacularidad ante el público local. Por otro lado, la iteración de estos
operativos contribuye a su incorporación dentro del ámbito de lo cotidiano, por lo que, en conjunto,
estas intervenciones no suscitan extrañeza, sino que más bien forman parte del paisaje local en la vida
social del barrio75.

74
La presencia de las policías preventivas también es muy notoria en las labores de patrullaje que realizan. Sin
embargo, respecto a esta última existe una impresión bastante generalizada de que en realidad las policías que
patrullan “no hacen nada”. Esto abarca tanto la omisión ante la ocurrencia de delitos como la falta de extorsión, ya que
ésta última se lleva a cabo en el barrio sobre todo cuando hay operativos, debido a que se requiere un grupo más o
menos amplio para imponerse ante los “detenidos” o “víctimas” de la extorsión. En todo caso, en el capítulo 6
recupero más aspectos sobre el trabajo policial que implica el patrullaje.
75
Los operativos en Tepito, como en otros barrios “problemáticos” de la zona metropolitana, reflejan una sistemática
relación de hostilidad entre policías y residentes. Como señala Alvarado (2012: 196-197), las también llamadas
“redadas” policiales han sido repudiadas a lo largo de las décadas, a la vez que se han suscitado diversas polémicas
alrededor de ellas. Algunos ejemplos que han levantado controversias públicas en años recientes son el caso del bar

84
El primer tipo de operativos que era bastante constante en los meses de mi trabajo eran los que
involucraban a miembros del cuerpo de granaderos y algunos agentes de la policía preventiva, cuyo
objetivo central era resguardar que comerciantes callejeros no instalaran puestos de venta sobre los
carriles extremos de la avenida Eje 1 Norte -una de las vialidades principales en el barrio. Este trabajo
era llevado a cabo por decenas de policías mujeres y hombres, los cuales eran distribuidos a lo largo
de varias cuadras, conformando dos filas paralelas que recorrían una parte importante de la avenida,
ocupando los dos carriles extremos. Dichas intervenciones eran orquestadas por autoridades del
gobierno de la Ciudad de México, quienes buscaban ordenar las vialidades vehiculares, al mismo
tiempo que procuraban diseñar un reacomodo y reestructuración del comercio callejero en esa parte
del barrio. Todo esto suponía conflictos y negociaciones previas con los comerciantes y sus dirigentes,
a quienes se ofrecía la instalación de una infraestructura nueva sobre las banquetas de ambos lados de
la avenida, con la finalidad de que allí se instalara el comercio, limitando el uso de la calle. Estas
medidas levantaban descontentos entre varios comerciantes y dirigentes, los cuales reivindicaban su
derecho al trabajo y protestaban ante lo que percibían era una censura ilegítima de su modo de ganarse
la vida.
El segundo tipo de operativos recurrentes eran los que se instalaban en algunos puntos
“estratégicos” de la colonia Morelos para detectar motocicletas robadas. En estos participaban sobre
todo miembros de la Policía Preventiva, y a diferencia del caso señalado arriba, particularmente
involucraba a hombres policías. El procedimiento básico de estos operativos consistía en colocarse en
algún cruce importante, con mucho flujo de vehículos automotores, e indicar a los conductores de
motocicletas que frenaran el paso para ser sometidos a la revisión. En éstas se solicitaban los
documentos que acreditaran la regularización del vehículo y del conductor, es decir, las licencias de
manejo, las placas y la tarjeta de circulación. Si bien mi trabajo de campo no me permitió observar
detenidamente las interacciones en estos operativos, tanto Gustavo como Nicolás me comentaban a
menudo sobre las tensiones originadas en aquellos encuentros. De acuerdo con ellos, el trasfondo de
la revisión tenía un motivo legítimo, ya que sí existían reportes sobre robo de motocicletas en el
barrio y las zonas colindantes. Sin embargo, ellos mismos reconocían que en esos casos, no faltaban

New’s Divine o los operativos llamados “mochila segura” llevados a cabo en escuelas públicas. En general, las denuncias
y reclamos sobre los operativos apuntan hacia violaciones de derechos humanos, agresiones y torturas.

85
los colegas policías que quisieran “pasarse de vivos”, aprovechando cualquier oportunidad para sacar
alguna “tajada” de las personas revisadas. Lo que sí pude notar por medio de una plataforma de
Facebook que analizaré más adelante, era la centralidad que estos operativos contra las motocicletas
tiene para la gente del barrio. Regresaré a esto, pero por ahora resalto que la actividad de los policías
en estas redadas despertaba enconos entre gran parte del público de dicha plataforma digital.
En cuanto al tercer tipo de operativos, cabe señalar que se trata de los más esporádicos en
comparación con los anteriores, aunque no lo suficiente para ser considerados como algo distante.
En realidad, la actuación policial en el barrio respecto a estas labores en específico, suponen una
presencia más espectral de las policías, en tanto que sin ser algo visible y que forme parte de sus
experiencias diarias, siempre aparece en el horizonte la posibilidad de que la policía intervenga, por
lo que los cuidados y preocupaciones porque “llegue” un operativo contra las tiendas de droga siempre
están presentes76. Recurro a dos viñetas de mi diario de campo a partir de las cuales podemos
vislumbrar tanto el entrecruce de la espectacularidad y lo ordinario, como la mezcla de lo espectral
y lo concreto que implica la actuación policial por medio de los operativos y la forma en que se
experimenta entre la gente del barrio.
En el primer evento, me encontraba yo volviendo a casa un miércoles por la tarde, después de
haber estado acompañando a Nicolás en la revisión de una obra del gobierno de la Ciudad de México,
la cual consistía en la construcción de un edificio destinado a vivienda. Entre el punto en el que
habíamos estado en la revisión y mi casa apenas había unas cuatro cuadras de distancia. Cuando estaba
en medio de ese pequeño trayecto me detuvo la presencia tan notoria de un operativo. Sobre la calle
en la cual yo caminaba había unas cinco patrullas de la Policía Preventiva estacionadas en fila, además
de unas 8 grúas de tránsito aparcadas en una fila paralela. La dimensión del personal involucrado en
la redada había exigido cerrar el flujo vehicular en ese tramo de la calle. Poco a poco, iban a
apareciendo más policías, sobre todo algunos montados en motocicletas. El tumulto de gente
alrededor de la escena comprendía alrededor de treinta o cuarenta agentes de la Policía Preventiva,
de Tránsito y algunos Judiciales, además de un público congregado que miraba con atención y

76
Sobre esa presencia espectral de las policías, podemos revisar el trabajo de Shoshan (2016: 123), el cual expone
cómo la figura del policía informante representa cierta amenaza latente para los círculos de extrema derecha en
Alemania, penetrando y “contaminando” así los espacios de sociabilidad y amistad.

86
curiosidad todo lo que ocurría. Casi justo enfrente de donde parecía ser el foco del operativo -una
vieja vecindad- se localizaba una tienda de abarrotes que yo frecuentaba. El señor que suele atender
la tienda se encontraba sobre la banqueta, entre la gente que observaba todo. Me acerqué con él para
saludarle y preguntarle detalles sobre lo que estaba aconteciendo. Me dijo que ignoraba qué había
desatado el operativo, pero que, al parecer, en un tiempo muy breve -un par de horas- se había
organizado todo el despliegue, iniciando con apenas un par de patrullas y poco a poco se fueron
incorporando las demás unidades.
En el momento que yo me había sumado al público las grúas de tránsito estaban “levantando”
algunos automóviles estacionados enfrente de la vecindad en la cual conducían la redada. De manera
coordinada, se abría el espacio para que las grúas se acomodaran y previa instrucción de los policías,
pudieran remover los autos indicados. Durante el tiempo que estuve, noté cómo sacaron una
camioneta grande, color negro, tipo pick-up, de doble cabina, la cual lucía en bastantes buenas
condiciones. Sacaron otro coche, un Jetta verde, también con muy buena impresión. Alcanzaron a
“levantar” por lo menos otros cuatro automóviles. En medio de todo ese movimiento, un muchacho
muy joven, de unos veintitantos años, muy flaco y moreno, se acercó adonde estábamos el señor de
la tienda y yo. Le preguntamos si él sabía más sobre qué estaba pasando. Para nuestro asombro, el
muchacho nos reveló que sí sabía todo, que incluso él había estado dentro de esa vecindad poco antes
de que llegaran los policías. El señor de la tienda reaccionó retirándose a los pocos segundos, con un
gesto que no sabía yo si tenía que ver con evitar conocer más detalles sobre el asunto o simplemente
porque el trabajo le exigía volver. Una vez que nos quedamos solos el muchacho y yo, le pedí que me
explicara qué había ocurrido.
Me contó que él y varios amigos suyos se encontraban fumando “mota” en casa de uno de ellos,
jugando videojuegos y pasando el rato. De pronto comenzaron a jugar a las peleas (“agarrarse a tiros”),
lo cual fue poniendo las cosas un tanto tensas. El juego de las riñas, me relató, “se fue poniendo más
y más pesado, hasta que alguien de la misma vecindad llamó a la policía, porque al ratito vimos que
llegó una patrulla”. De acuerdo con este muchacho, la vecindad -y esa calle en general- es visto como
un “punto rojo” debido a que todo mundo sabe que allí se vende droga, pero además, sirve como
espacio de congregación donde quienes ya son clientes frecuentes, tienen permitido consumir las
drogas allí mismo y convivir con los muchachos que ahí viven, trabajan o visitan. Sabiendo que, por

87
esta razón, existe el riesgo de ser objeto de un operativo, los muchachos se alteraron mucho cuando
vieron llegar a la primera patrulla a la vecindad. Según narró, uno de los chavos que allí viven soltó
un par de disparos al aire, con lo cual logró ahuyentar a los policías recién llegados. Posterior a ello,
los encargados de la “tiendita” de drogas corrieron a todos los que allí se encontraban, entre ellos este
muchacho con el que platicábamos.
Lo que siguió después, de acuerdo con la versión que relataba, fue que seguramente sus cuates que
allí viven habrían salido de la vecindad para evitar arrestos, llevándose consigo algunas cosas de valor
para evitar que fueran confiscadas por los policías, ya que anticipaban que, tras los disparos, vendrían
refuerzos para ingresar por la fuerza. Le cuestioné si no tenía miedo de que lo pudieran aprehender
los policías, ya que lo notaba muy relajado. Me respondió que no, con algunas risas. Me contó que ya
lo habían detenido unas tres veces en Tepito, sin que hubiera sido procesado. De hecho, el mismo
día salió a la calle en las tres ocasiones. Se jactaba de conocer todo “el movimiento”. “Lo que van a
hacer ahora estos cabrones es llevarse todo lo que puedan para sacar lo más que puedan de lana”,
refiriéndose a los policías. En su visión de los hechos, el operativo asumía que no habría detenciones,
pero la forma que tenían de “vengarse” por los disparos era llevarse todos los bienes que pudieran
confiscar. En ello, me decía, los judiciales eran fundamentales. “Mira, aquél cuate que lleva esas hojas
debe ser el judicial. Esos canijos son los que consiguen bien fácil el acceso a las vecindades porque
obtienen muy rápido la autorización del juez”. En su exhibición de conocimientos sobre el tema, me
señalaba algunos rasgos con los que distinguía a los policías: “mira, ese es comandante. Tienen su
insignia en la gorra y en el uniforme. También puedes notar en las mangas el escudo del sector al que
pertenecen”. Estuvimos charlando él y yo alrededor de una hora, mientras seguíamos contemplando
la acción de los agentes policiales y de tránsito, hasta que se acercaron a él dos muchachos de su misma
edad, y le dijeron que ya mejor se retiraran los tres.
Varias cosas llamaron mi atención en todo aquello. En primer lugar, cierto contraste entre la
tranquilidad del muchacho que aseguraba haber estado dentro de esa vecindad y conocer a quienes
allí viven, y notar algunas reacciones verbales hostiles contra los policías. Mientras realizaban todas
sus maniobras, se escuchaban rechiflas entre el público que atestiguaba el operativo, muchos de ellos
tal vez sin saber de qué se trataba. Algunos gritos también manifestaban cierta reprobación entre la
gente: “ahí están chingando como siempre, culeros” o “pinches cerdos, pónganse a hacer su chamba

88
de verdad”. Estos comentarios y las rechiflas nos muestran el descontento con el que se aprecia la
incursión de las policías, pero en el relato del muchacho podemos notar otros aspectos que se ligan a
la discusión que proponía arriba. La presencia espectral de la policía se experimenta desde que aparece
la primera patrulla, aparentemente indefensa, y la cual, como vimos, fue fácilmente repelida. Este
hecho podría hablarnos también de cierta vulnerabilidad o de limitaciones que el trabajo policial
envuelve en su labor cotidiana, pero cometeríamos un error si dejamos de considerar la reacción que
suscita su aparición concreta, más allá de su fácil rechazo. Es decir, a pesar de haber sido ahuyentados
con facilidad, la idea de que llegarían refuerzos y que podrían ejercer la fuerza para ingresar -que
puede ser también la fuerza de la ley- nos conecta con esa presencia espectral de las policías. Por otro
lado, vemos cómo el despliegue policial implica cierta restauración del orden que se vio alterado en
el instante en el que la primera patrulla fue expulsada. De esta manera, la espectacularidad funciona
como un performance que reestablece la figura de la policía y del estado, pero al mismo tiempo se
haya cierta cotidianeidad o familiaridad en todo ello, como en los comentarios que escuchaba de la
gente que se acercaba a atestiguar lo que pasaba (“ahí están chingando como siempre”).
La segunda viñeta también nos ayuda a comprender el sentido de esa conexión entre las vecindades
y la venta de drogas. Como mostré en el primer capítulo, alrededor de la figura de las vecindades se
han concentrado muchas de las obsesiones sobre Tepito. Aquéllas han sido tanto objeto de fascinación
como de persecución o señalamiento, en tanto que se les considera guaridas de criminales. Por otra
parte, también señalé cómo estas viviendas movilizan afectos entre los tepiteños y son comúnmente
vistas con nostalgia, al grado de que se les defiende como el tipo de edificación predilecta por la gente
del barrio (Aguilar Aguilar et al. 1982; Couffignal 1987; Reyes Domínguez y Rosas Mantecón 1993).
Por consiguiente, los operativos contra la venta de drogas que son llevados a cabo en las vecindades
tocan fibras sensibles. La anécdota que quiero traer aquí inicia en un atardecer en el que, después de
cumplir con la jornada de trabajo, Nicolás y yo nos encontrábamos tomando cervezas con unos
amigos. Al cabo de un rato, llegó un chaparro, flaco, moreno, como de treinta y tantos años de edad,
saludando a todos en un tono muy alegre. El motivo por el que se encontraba visiblemente contento
era porque justo ese día estaba cumpliendo años. Se incorporó con nosotros y nos invitó algunas
rondas de cervezas. Cuando eran alrededor de las 7pm, pasaron los policías avisando que era hora de
cerrar el local en el que nos encontrábamos –porque los dispendios de cerveza tienen permisos de

89
funcionar hasta las 6pm. Entonces, Jaime -el cumpleañero- nos dijo que él compraba unos six de
cerveza. También nos informó que había llamado a unos mariachis, invitándonos a pasar el rato con
él. Nos pareció buena idea, por lo que nos movimos enfrente de la casa de Jaime, donde nos
instalamos. En medio del festejo, el cual se iba expandiendo conforme llegaban más amigos, Nicolás
me dijo: “ven Arturo, te voy a presentar al tío de Jaime. Son unas personas que se dedican a la venta
de droga. Para que veas que son personas a todo dar y no te vayas con la finta de lo que dicen”.
Cruzamos la calle y entramos a la vecindad. Atravesando la puerta, había dos tipos armados
custodiando el zaguán. Como conocían a Nicolás, se limitaron a saludarlo y a mí me miraron
escrutadoramente. Una de las casitas de la vecindad tenía su puerta de entrada abierta. Nos dirigimos
a ella. En seguida vi que Nicolás saludó a Eusebio, el tío de Jaime. Adentro de la casa, se encontraban
otros dos muchachos jóvenes, quienes estaban trabajando con él. Cuando llegamos, don Eusebio
estaba pesando cocaína y envolviéndola en pequeñas bolsas. La sala de la casa estaba adaptada como
una boutique en la cual mostradores fijados a las paredes exhibían frascos con distintos tipos de
marihuana. Encima de otro mueble, había dos bolsas negras, grandes, en las cuales, me explicaron,
tenían la marihuana “normal”, la más comercializada. Yo me sentía un poco extrañado, ya que nunca
había estado en una tienda de droga. Debido a la violencia que se liga popularmente a estas actividades,
sentía que corría peligro. Sin embargo, la calma de todos los presentes y la charla tan amena que se
fue desarrollando terminó por relajarme un poco. A la casa, entraban y salían niños y niñas, quienes
eran nietos de don Eusebio. En algún momento, Nicolás le dijo a éste: “pues quería que Arturo
conociera su negocio, para que viera cómo es la cosa”. Don Eusebio comentó: “pues acá andamos
trabajando, como toda la gente. Es trabajo, honesto, no hacemos daño a nadie”, mientras seguía
empacando las bolsitas de cocaína y los demás muchachos le ayudaban. Pocos minutos después nos
retiramos y nos reincorporamos afuera con Jaime y los demás. En el convivio, se hallaban reunidos
varios conocidos míos, entre ellos gente que trabaja en el gobierno de la Ciudad, comerciantes de
ropa, y por supuesto, otros que venden droga. Casi todos eran vecinos, lo que imprimía a la atmósfera
celebratoria un aire de familiaridad.
Aproximadamente tres meses después de aquel festejo, estaba yo visitando a un amigo comerciante
que tiene su puesto muy cerca de casa de Jaime y su tío Eusebio. Ya casi al anochecer nos alcanzó
Nicolás, quien llegó visiblemente fatigado, exclamando que necesitaba una cerveza. Mi amigo y yo

90
decidimos acompañarlo. Mientras conversábamos, surgió como tema un suceso que había ocurrido
la noche anterior. Al parecer, habían llevado a cabo algunos operativos en el barrio, y uno de los
puntos que habían registrado era la casa de don Eusebio y Jaime. Nicolás dijo: “Sí, ¿tú crees? Le
hicieron un desmadre. Es más, ven, vamos a asomarnos, para que veas cómo le dejaron la casa”. Nos
dirigimos a la vecindad. Apenas llegamos, pudimos percatarnos de algunos daños evidentes que había
dejado consigo la redada de los agentes. Las ventanas de la casa estaban rotas. Para cubrir los huecos,
habían colocado momentáneamente cartulinas pegadas con cinta adhesiva. Había algunas puertas
derribadas. En el piso todavía quedaban algunos pequeños pedazos de vidrio. No obstante, llamó mi
atención que habían esparcidas en la sala algunas cuantas bolsas con marihuana. Adentro de la casa
estaban don Eusebio y los mismos muchachos de la otra ocasión. Se veían cabizbajos. No tenían
muchas ganas de platicar. Sólo nos dijeron que en la madrugada habían llegado los policías y que
habían saqueado el lugar, rompiendo todo lo que pudieron, llevándose gran parte de la mercancía
que tenían en su tienda. Ante la incómoda situación, lamentamos lo que había pasado y nos retiramos.
Una semana después, nos topamos Nicolás y yo con Jaime, quien nos contó más detalles de aquel
suceso. Nos dijo que un policía judicial se presentó como la persona a cargo del operativo. Les mostró
una orden de cateo y preguntó quién estaba a cargo de la tienda. Interrogaron a don Eusebio, y sólo
atinaron a decir que iban a entrar a la casa a echar un vistazo. Fue entonces que se llevaron varias
cosas, aunque nadie de ellos sabe cuál era el destino de todo lo que tomaron. Afortunadamente, decía
Jaime, el policía judicial a cargo les pidió a todas las personas de la vecindad que se encerraran en sus
cuartos, que no se asomaran, y que nadie iba a ser perjudicado. Jaime no nos aclaró ningún detalle
más sobre porqué no hubo ningún arresto. Lo que sí nos dijo es que él entendía que ellos, los policías,
estaban haciendo su chamba. Lo que cuestionaba era que tuvieran que emplearan violencia
innecesariamente, es decir, no entendía porqué tuvieron que destruir la casa, si nadie se resistió.
Lo cierto es que entre don Eusebio, Jaime y la gente cercana a ellos podía percibirse cierta
perplejidad e indignación. Por una parte, ellos reconocen sin mucha confusión el que su actividad se
encuentra sancionada como ilícita desde los marcos jurídicos. De algún modo, ellos aceptan esa
condición y asumen las consecuencias de ello. Sin embargo, eso no es suficiente para que dejen de
cuestionar la legitimidad de la violencia que se emplea en los operativos como el que vivieron. Tal
como ocurre en otros contextos, el dedicarse a actividades económicas ilegales no es impedimento

91
para que quienes las desempeñan se asuman como trabajadores legítimos, en tanto que, desde su
perspectiva, se trata de una labor que no daña a nadie e implica esfuerzos, sacrificios y peligros
grandes77. Pensemos en otro caso similar de extrañamiento ante la ley, el cual describe Shoshan
(2016: 99-116). Algunos jóvenes de extrema derecha en Alemania experimentan esa perplejidad ante
cierta ilegibilidad o indeterminaciones jurídicas. Esto ocurre cuando son detenidos o perseguidos por
actos que, desde sus propios ojos y tomando lo que está escrito en la ley, no son en sí mismos ilegales,
pero pueden llegar a ser definidos como tales –y, por tanto, objeto de persecución– por medio de un
complejo procedimiento interpretativo (semiótico) que conduce a la ilegalización de esos muchachos.
En estos casos, Shoshan describe el extrañamiento con el que esos jóvenes enfrentan la ambigüedad
jurídica, en tanto que no comprenden porqué son perseguidos, puesto que, desde su mirada, no
incumplen la ley. Don Eusebio y Jaime, en cambio, asumen su lugar “al margen” de la ley. Sin
embargo, al considerar el uso de la fuerza policial como algo excesivo, desafían su legitimidad.
Aunado a esto, queda el asunto de las sospechas y especulaciones sobre las “verdaderas” intenciones
detrás de las redadas, en tanto que a sus ojos aparecen inciertos cuáles son los objetivos que persiguen
los operativos, tomando en cuenta que en este caso y algunos otros, no detienen nadie. Así, a pesar
de saberse “al margen de la ley”, sus reacciones expresan una sensación de desconcierto y frustración
parecida a la que describe Shoshan cuando analiza las ilegibilidades jurídicas que enfrentan los jóvenes
de extrema derecha en Alemania.
De lo anterior se desprenden un tema más que me gustaría subrayar, debido a la importancia que
tiene dentro de las interpretaciones locales sobre los operativos. Me refiero al papel de los rumores
y las especulaciones acerca de las motivaciones detrás de las intervenciones policiales, lo cual otra vez
pone de manifiesto algunos rasgos espectrales de la policía. En primer lugar, era algo común escuchar
que las personas aludieran de manera implícita y explícita al hecho de que los policías estaban
coludidos con algunos criminales. En el caso de los operativos para confiscar drogas, se especulaba a

77
Ver por ejemplo el trabajo de Mendoza (2017: 128-132) cuando describe cómo el tráfico de droga puede ser estimado
como un trabajo más. Asimismo, Janet Roitman (2004) ilustra con algunos casos la reivindicación discursiva que
presentan algunos contrabandistas en la cuenca del Chad, los cuales enarbolan una legítima defensa de su labor como
un trabajo que contribuye a la riqueza local y que envuelve muchos esfuerzos. Estas discusiones vuelven a aparecer en
el capítulo tres, cuando discuto sobre cómo para algunos artesanos de Tepito la venta de droga y el comercio en general
son vistos como no-trabajos o medios para ganarse el “dinero fácil”.

92
manudo que su propósito era socavar las tiendas de los competidores, ya que seguramente los jefes
de las policías estaban asociados con algunos otros vendedores. En segundo lugar, se conjeturaba con
la posibilidad de que las intervenciones de las policías respondían a algunos intereses económicos
promovidos por empresarios inmobiliarios, quienes desde hace años han querido “entrar” al barrio y
echar a la gente.
Al respecto de estas últimas sospechas, podemos ver un buen ejemplo en lo que ocurrió en 2008,
durante el mandato de Marcelo Ebrard como jefe de gobierno de la Ciudad de México. A inicios de
aquel año, se emitió un decreto por el cual se expropiaron dos predios que conformaban en conjunto
una de las vecindades más emblemáticas de Tepito: la llamada “Fortaleza”. El gobierno de la Ciudad
empleó este recurso jurídico y político bajo el argumento de que las condiciones de deterioro del
inmueble habían favorecido la proliferación de actividades ilícitas -siguiendo un razonamiento
criminológico semejante que era común a inicios del siglo pasado. De acuerdo con Joel Ortega,
entonces titular de la Secretaría de Seguridad Pública de la capital, resaltó que el año previo se habían
incautado en varios operativos 80 toneladas de discos pirata, más de 350 kilos de marihuana, 35 kilos
de cocaína y 10 mil pastillas psicotrópicas, lo cual servía para convencer sobre el hecho de que “La
Fortaleza se convirtió en un reducto de la delincuencia”78. Durante todo el proceso de expropiación
surgieron protestas de distintos frentes locales. Por un lado, la Comisión de Derechos Humanos del
Distrito Federal registró “18 quejas de vecinos del predio en las que denunciaron malos tratos,
afectación de su vida cotidiana, desinformación sobre los motivos y consecuencias de la
expropiación”, además de agresiones y amenazas por parte de autoridades de la Ciudad de México79.
Por otra parte, organizaciones vecinales y gremiales se movilizaron para expresar su desaprobación
por la medida. María Rosete, una de las líderes del barrio cuya figura pública lleva años ocupando un
lugar preponderante, encabezó algunos cierres de calles, y acusó a Ebrard de ser “un traidor, tirano
y represor, porque el barrio de Tepito le abrió los brazos y externó su confianza para llegar a la
Jefatura de Gobierno, y hoy nos paga con agresiones desmedidas”80. Las protestas duraron días. En

78
“Ordena Ebrard el desalojo de ‘La Fortaleza’, en Tepito, Proceso, 15 de febrero 2007.
79
Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Recomendación 12/2007, Expediente
CDHFD/122/07/CUAUH/D0837-III.
80
“Expropia el GDF ‘La Fortaleza’ de Tepito”, El Universal, 15 de febrero 2007.

93
ellas se enunciaban reclamos contra los abusos, pero también era claro que el asunto de la
desinformación generaba incertidumbre no sólo entre las personas que habían sido desalojadas, sino
en los vecinos, quienes no sabían si posteriormente serían objeto de medidas similares. Así, en las
crónicas de la prensa se recogían algunas expresiones en esa línea: “Ya lo sabíamos, quieren
desaparecer Tepito”, “No vamos a dejar que nos echen de nuestras casas, pues tenemos papeles para
poder conservar nuestras propiedades, tenemos escrituras”81.
La medida emprendida por Marcelo Ebrard y su gobierno resultó enormemente polémica.
Estratégicamente, recurrieron al aura criminal del barrio y, de manera más puntual, aprovecharon la
reputación un tanto fantasiosa sobre los mundos delictivos que habitan al interior de las vecindades.
Como señalan Davis y Ruiz de Teresa (2018):

Si bien mucha documentación relacionada con lo sucedido en la redada fue encubierta por la
Secretaría de Seguridad Pública, parte de la misma fue liberada para justificar la naturaleza "tajante"
del golpe, al descubrir el ecosistema infraestructural que había sido creado dentro de lo que parecía ser
una estructura impenetrable. Las crónicas policiales mostraban departamentos con puertas dobles a
prueba de balas, varios candados de alta seguridad y sistemas electrónicos de alarma, entradas
secundarias en el techo, cuartos de seguridad ad hoc sobre los techos, así como paredes falsas que
revelaban cuartos escondidos y túneles ocultos detrás de muebles y espejos. La redada también reveleó
un gran túnel clandestino, el primero de una supuesta red de 26 en Tepito, que comprobó nuevamente
que La Fortaleza y sus alrededores eran en verdad el centro neurálgico de una red de traficantes.

Lo que me interesa mostrar es que la presencia del estado en un operativo como la expropiación
de La Fortaleza contiene dos aspectos intrínsecamente articulados, lo cual nos habla de la naturaleza
misma del estado. Por una parte, tenemos actos concretos que dan forma a los operativos tanto en
términos físicos como legales: emisión de un decreto, coordinación y despliegue de agentes del
cuerpo de granaderos y de la Policía Preventiva, actividad en los despachos de las áreas jurídicas,
entre muchas otras acciones puntuales que implicó todo ese gran operativo. Pero además, al atender
la movilización política que surgió a raíz de las especulaciones sobre la “verdadera historia” detrás de

81
“Tepito se rebela: Ebrard anuncia más expropiaciones”, Crónica, 16 de febrero 2007.

94
la expropiación, en la cual aparecían intereses “codiciosos” del gobierno y de empresarios del sector
inmobiliario (Müller 2016: locación 1717 Kindle), podemos vislumbrar ese otro rasgo espectral del
estado y su fuerza. La gente del barrio se cuestionaba: si esto pasó ahora, ¿qué vendrá después? (“Ya
lo sabíamos, quieren desaparecer Tepito”, decía una señora en la crónica citada arriba). De este modo,
los operativos que involucran la fuerza policial, a través de esa presencia concreta y espectral,
espectacular y ordinaria, suscitan agravios y molestias por lo que se considera un uso abusivo de la
violencia, pero también, como vemos, siembran sospechas y especulaciones sobre los motivos que
llevan al gobierno para intervenir de esos modos.

Figuras espectrales: protectores y extorsionadores

Hacia el final del apartado anterior me refería a los rumores que circulan entre la gente del barrio
para especular sobre las motivaciones detrás de las redadas dirigidas contra las vecindades en las que
se vende droga. Sobre esto, algunos de mis conocidos en el barrio solían cuestionarse, con cierta
perplejidad, por qué si “todo mundo” sabía quiénes y dónde venden la droga, las policías no hacían
algo para capturar a los delincuentes y frenar así la distribución ilegal. Así, la selectividad de los
operativos no ofrecía pistas para comprender cabalmente la lógica que se perseguía. A pesar de que
las intervenciones policiales eran más o menos frecuentes, no parecían seguir un plan sistemático.
Todo esto, como señalaba, levantaba intrigas acerca de lo que deberían ser razones de fondo.
En este contexto, un tema que sobresalía bastante cuando platicaba con mis informantes sobre la
seguridad y el papel de los policías, era el rencor que se tenía a éstas, pero principalmente estaba
dirigido hacia “el Capaz”, apodo con el que se referían al entonces comandante de la policía, encargado
de la zona que abarcaba a Tepito. Por ejemplo, una mañana había asistido a una de las reuniones del
grupo Alianza por Tepito, el cual congregaba cada jueves a algunos dirigentes de comerciantes de la
zona. En estas juntas se dirimían temas diversos, a la vez que se llevaban a cabo invitaciones a
personajes del gobierno o de los partidos políticos, con la finalidad de ponerlos al tanto sobre las
demandas locales. En esta ocasión, en la agenda del día aparecía la visita de un diputado de la Asamblea
legislativa local. Al poco rato de estar todos los dirigentes reunidos, aparecieron en la sala una señora
que trabaja para el grupo Alianza haciendo labores administrativas y un joven rubio, vestido con ropa

95
casual, quien fue presentado como representante del diputado al cual se había extendido la invitación.
Se le dio la bienvenida y la sesión comenzó. Aquella mañana, uno de los temas a los que más tiempo
se dedicó, fue al asunto de la inseguridad en el barrio. Sobre todo, se externaban quejas sobre las
extorsiones y, más generalmente, sobre la violencia perpetrada por algunos grupos criminales. En un
primer momento, la exposición de los reclamos se limitaba a describir más o menos la situación que
sufrían algunos comerciantes, lo que los colocaba a ellos y a los mismos dirigentes completamente
indefensos. El representante del diputado escuchaba atento, mientras tomaba notas en su cuaderno.
Sin desviar totalmente el tema, Ernesto, un arquitecto y activista del barrio, pidió la palabra para
exponer a los presentes los pormenores de un Plan de desarrollo urbano que había desarrollado él
mismo en colaboración con algunos funcionarios de la Delegación. Aprovechó la ocasión para
contarnos que en aquellas semanas se estaban llevando a cabo labores para levantar un censo sobre el
estado de los edificios en el barrio, trabajo que realizaban tanto muchachos que trabajaban para su
Asociación civil, como algunos brigadistas que había mandado el gobierno delegacional. Según
relataba Ernesto, el problema consistía en que debido a la inseguridad que se vivía en la zona, los
brigadistas ya no estaban dispuestos a acudir a Tepito debido al miedo que tenían por sufrir un ataque.
Nos platicó que recientemente uno de los jóvenes de las brigadas había sido asaltado, lo cual sumado
al estigma bien propagado, era suficiente para disuadirlos de proseguir desempeñando las labores del
levantamiento del censo.
Ante tal situación, Ernesto solicitó al representante del diputado que mediara con la Secretaría de
Seguridad Pública para que agentes de la policía apoyaran el trabajo, acompañando a los brigadistas
en sus recorridos. Un par de dirigentes, un tanto sorprendidos, le cuestionaron a Ernesto para qué
necesitaba policías, si él era conocido en el barrio, sugiriendo que por este motivo no corrían riesgo.
Aquél les explicó que los grupos se dividían por zonas, por lo que él no podía estar acompañando a
todos. Así, reforzó la necesidad de contar con el resguardo de algunos policías. Entonces, el
representante del diputado le preguntó: “Oiga arquitecto, ¿y sí conviene que agentes de la policía
vayan con los brigadistas? Digo, por aquello de que a los policías no se les quiere en el barrio y más
bien esto pueda producir más problemas”. Ernesto, un tanto exaltado, le respondió: “Oye, por
supuesto que conviene. Para que te vayas ubicando, la gente de aquí le tiene pavor al Capaz. Tú no

96
sabes la cantidad de abusos que ese tipo lleva a cabo, ahora los chavos ven policías y sienten miedo,
porque no saben qué les puede pasar”.
A raíz del comentario de Ernesto, se desató una retahíla de quejas acerca de la violencia extralegal
que la policía pública, encabezada por el Capaz, infringe sobre los tepiteños. Uno de los dirigentes
mencionó que recientemente habían sido notificados de que el Capaz había golpeado a una joven
embarazada. También dijeron que, debido a la acumulación de casos de violencia perpetrada por los
policías en contra de la gente del barrio, estaban recopilando videos y otros materiales para
documentar los abusos del cuerpo de seguridad pública, con el objeto de interponer una demanda
ante las autoridades y ante Derechos Humanos. El representante del diputado escuchaba con asombro
las historias. Después de una ronda de intervenciones de los dirigentes en la que se sumaban a los
reclamos, Ernesto retomó la palabra, para solicitar ante el representante del diputado que depusieran
del cargo al Capaz. Para robustecer los argumentos que esgrimían, echó mano de una historia que era
muy popular entre la gente del barrio: el padre del Capaz había sido asesinado muchos años atrás
justamente en Tepito, por lo que, se decía con mucha frecuencia, no descansaría hasta vengar la
muerte de su padre. Para Ernesto, el Capaz y el cuerpo policiaco que él comandaba no detendrían la
violencia “hasta acabar con todos los tepiteños”.
La figura del Capaz evoca algunas de las reflexiones que plantea Walter Benjamin (2007) en su
crítica de la violencia. De acuerdo con el autor, en los países de la Europa occidental se observaba
cierta tendencia en el Derecho por restringir el uso de la violencia con fines individuales (o naturales,
desde la perspectiva del jusnaturalismo), ya que se estaba tratando de erigir un sistema en el cual sólo
hubiera fines legales sancionables por un poder legalmente establecido. De ahí que Benjamin resalte
que, para el Derecho, la violencia empleada por individuos en la persecución de sus fines represente
una amenaza hacia el sistema legal, no tanto por los fines que se busquen, sino por el simple hecho de
estar fuera de la ley. Sin embargo, como bien señala Benjamin, una crítica que considere
históricamente las relaciones entre la violencia, la ley y la justicia, encuentra una contradicción en el
origen del Derecho, ya que la persecución de fines individuales o naturales se halla en el fundamento
de toda nueva ley, como ocurre en las victorias militares, en donde se establecen “las nuevas
condiciones de la nueva ley”. Así, en todo carácter fundador de Derecho es posible advertir esos fines

97
naturales o individuales los cuales son transformados posteriormente en fines legales82. Para analizar
ese proceso, Benjamin propone dos tipos de violencia en relación con la ley: aquella que tiene un
carácter fundador y otra que tiene un carácter preservador, es decir, una que surge de la victoria y
establece el “nuevo orden” y otra que busca la subordinación de los ciudadanos a aquél83.
Uno de los aspectos más sobresalientes de la crítica de Benjamin consiste en mostrar entonces
cómo esas dos violencias (fundadora y preservadora de la ley) forman parte del orden legal dentro de
los estados modernos, pero al mismo tiempo, señala cómo la distinción entre ambas puede llegar a
ser borrosa84. Para ilustrar esto último, propone pensar a la policía como la institución del estado en
la cual ambos tipos de violencia están presentes por medio de una “mixtura espectral”. En otras
palabras, en esta autoridad la separación de la violencia fundadora y la preservadora se observa
suspendida, lo cual implica que la policía ejerce su fuerza arbitraria al mismo tiempo que se apoya en
su nueva ley:

The assertion that the ends of police violence are always identical or even connected to those of
general law is entirely untrue. Rather, the “law” of the police really marks the point at which the state,
whether from impotence or because of the immanent connections within any legal system, can no
longer guarantee through the legal system the empirical ends that it desires at any price to attain.
Therefore the police intervene “for security reasons” in countless cases where no clear legal situation
exists, when they are not merely, without the slightest relation to legal ends, accompanying the citizen
as a brutal encumbrance through a life regulated by ordinances, or simply supervising him (Benjamin
2007: 287).

Lo anterior, nos dice Benjamin, apunta hacia un poder “informe”, espectral y omnipresente (all-
pervasive) en la vida de las personas y en su relación con el estado. Como he mostrado arriba, la policía

82
La figura del “gran criminal”, por ejemplo, amenaza por los alcances que pueda tener su violencia empleada para
fundar otro Derecho, lo cual indiscutiblemente significa un socavamiento del sistema legal sancionado por el estado.
83
Benjamin encuentra en la misma institución militar ambas violencias, la fundadora y la preservadora. La primera se
manifiesta en la victoria y la proclamación del nuevo orden, mientras que la segunda la ilustra con el ejemplo de la
conscripción, la cual introduce una aspecto coercitivo u obligatorio que exige obedecer las reglas impuestas.
84
En su revisión de las reflexiones de Benjamin, Derrida (2002) enfatiza esa dualidad intrínseca del Derecho, en tanto
que éste se impone al mismo tiempo como legítima autoridad y como violencia arbitraria, o en otras palabras, Derrida
señala cómo los rasgos fundadores y conservadores de la ley están implícitos desde el origen.

98
en Tepito -y la figura del Capaz en particular- aparece como una entidad fantasmal y concreta al
mismo tiempo, la cual persigue intereses o motivaciones oscuras (fines naturales o individuales).
Entre las especulaciones sobre eso que consideran “razones de fondo” en los operativos policiales,
aparecen diversos temas, como la colusión con algunos grupos criminales o los intereses económicos
de empresarios ansiosos por extraer el plusvalor del suelo tepiteño. En el caso de la historia del Capaz,
vemos un relato local en el cual aparece el jefe de la policía persiguiendo su venganza personal en
contra de la gente del barrio e infringiendo una violencia en cuya naturaleza vemos suspendidos la
diferencia entre los rasgos fundadores y preservadores. Entre muchos de los testimonios que escuché
durante mi investigación estaban aquellos que resaltaban la prepotencia del Capaz, quien ignoraba
cualquier reclamo de las personas quienes invocaban sus derechos. Así, vemos una percepción local
desde la cual la discrecionalidad de la autoridad que representa el Capaz se impone ejerciendo una
violencia que vocifera: “la ley soy yo”. Con esto, las policías y el estado son consideradas autoridades
ilegítimas en tanto que no persiguen necesariamente fines legales, sino intereses particulares por
encima de ley, como en las extorsiones.
Para completar la descripción de cómo tanto las policías como los criminales asumen formas
mucho más borrosas respecto a lo que pretenden proyectar las intervenciones espectaculares del
estado, vale la pena revisar también cómo es pensada esa segunda entidad. En primer lugar, arriba
mencionaba que algunas actividades económicas ilegales, como la venta de droga, no necesariamente
son percibidas localmente como ilegítimas. Esto en gran medida porque se le mira como un trabajo
más. Por otro lado, muchas de las personas que participan en esa cadena tan amplia que es la venta
de droga realizan incursiones más bien esporádicas, es decir, alternan o combinan diferentes oficios,
los cuales pueden tanto legales como ilegales. Por ejemplo, un conocido en el barrio es diablero que
trabaja para los puestos de comerciantes, es decir, transporta de un lado a otro (entre los puestos y
los depósitos) mercancías de todo tipo, entre ellas algunos productos de importación que siguen una
trayectoria más formal o legal, mientras que también puede mover productos falsificados. Además
de ello, este conocido de vez en cuando transporta droga en los alrededores del barrio, por lo que él
mismo se asume como “burro”. De un modo similar, Gustavo y Nicolás me platicaron alguna vez
sobre un antiguo colega suyo que trabajaba en la Delegación, también en el área de Protección civil,
y quien, para ganarse unos pesos de más, realizaba algunas “chambas” para un amigo del barrio que

99
vendía droga. De acuerdo con ellos, su ex colega también apoyaba a su amigo transportando algunas
cantidades pequeñas de droga entre una vecindad y otra, aprovechando su situación como trabajador
del estado, lo que evitaba levantar sospechas sobre lo que pudiera estar cargando consigo. Además de
ello, le “prestaba” su cuenta bancaria de débito, en tanto que su situación social le permitía acceder a
esos resquicios del mundo “formal”, y así, recibía algunos pagos como prestanombres por algunos
trabajos que llevaba a cabo su amigo.
De este modo, para muchos de mis informantes no resultaba claro que existiera un principio
inequívoco sobre qué hacía que una persona pudiera ser catalogada como “criminal”. Por una parte,
las trayectorias laborales no siempre aparecían tan definidas ni coherentes como circulan en los
retratos ofrecidos en la prensa o en los comunicados de las autoridades -ver el ejemplo que mencioné
de El Betito. A pesar de que muchas personas sí emplean a menudo el término “la rata” para referirse
a los delincuentes, esta figura casi siempre se presenta muy abstracta y suele basarse principalmente
en estereotipos o prejuicios. En cambio, en varios casos observaba más bien matices, personajes cuyas
vidas se encontraban oscilando entre diferentes ámbitos, siendo lo ilegal o criminal sólo uno entre
ellos. Por otra parte, cabe insistir en que, incluso quienes tenían un oficio más estable que pudiera
ser considerado como ilícito -como la tienda de droga de don Eusebio y Jaime-, podían pasar como
vecinos legítimos y no como criminales.
Ahora bien, la indeterminación alrededor de la figura de los criminales también se nota con
claridad en La Unión Tepito. En esta organización también podemos ver una presencia espectral, la
cual se nutre por una enorme cantidad de rumores e infunde un temor generalizado en el barrio -y
más allá de él. De inicio, habría que considerar que nadie sabe con plena certeza qué es La Unión
Tepito, qué cosas hace como organización, a qué actividades se dedica, quiénes la conforman ni qué
fines o principios estructurales la orientan. Siguiendo un minucioso análisis hemerográfico, Alvarado
(2016) encuentra que, en contraste con algunas visiones difundidas popularmente, ésta organización
no surgió por el tráfico de drogas, sino que sus raíces estarían más ligadas a la venta de protección, lo
cual coincide con muchas versiones que escuché entre mis informantes. En su análisis rastrea no sólo
una sucesión de liderazgos un tanto enredada y conflictiva, sino que menciona que existen varias
agrupaciones que se confunden: se habla indistintamente en la prensa de La Unión, La Unión de
Tepito, La Unión Insurgentes, el cártel del Betito de la B, Los Lobos. Así, lo que apreciamos es una

100
organización poco transparente, por más que existan muchos esfuerzos en la prensa por presentarla
como algo coherente y estructurado. Tal vez, como sugiere Alvarado, lo más que podamos saber
sobre dichas organizaciones es que llevan a cabo ciertas actividades ilícitas a través de las cuales
obtienen rentas económicas, y debido a cierta lógica empresarial, parece ser que han introducido
esquemas estructurales de mando que señalan una mayor especialización, lo cual alude a esa idea de
cartelización que sugiere Mendoza (2017: 218).
En un caso que contó con mucha cobertura en la prensa local y nacional, circularon rumores que
apuntaban a que una taquería llamada “El Borrego Viudo” había sido capturada por La Unión Tepito85.
De acuerdo con la historia -que se encargó de difundir una de las dueñas del negocio-, miembros de
dicha organización llegaron un día y se apoderaron del lugar, en represalia a la negativa de la dueña
por pagar la cuota que aquellos exigían. A pesar de las declaraciones públicas de la dueña del lugar,
las autoridades correspondientes expresaron que no existían denuncias registradas al respecto ante el
Ministerio Público. A raíz del escándalo, se inició una averiguación por parte de la Procuraduría
General de Justicia de la Ciudad de México (PGJCM). De acuerdo con los responsables de dicha
indagación, tras haber llevado a cabo 39 entrevistas de 100 empleados que conformaban la plantilla
del Borrego Viudo, señalaban que ninguno de ellos había hecho referencia a personas armadas en ese
lugar, así como descartaban haber sido víctimas de extorsión. De acuerdo con lo afirmado por las
autoridades, se habían cotejado los videos del Centro de Control y Comando C5, así como las cámaras
de vigilancias fijas y móviles de la Policía de Investigación en distintos horarios y días, lo cual también
descartaba la presencia de algún grupo delictivo86.
Conforme transcurrieron los días, el caso fue arrojando más información que se hizo pública. La
PGJCM anunció que tras reunirse con los herederos del negocio y con sus apoderados legales,
encontró que el problema tenía origen en la administración de la masa hereditaria, por lo que todo
se trataba de un conflicto familiar87. De acuerdo con las averiguaciones realizadas por la PGJCM, no

85
“Se apropia Unión Tepito de tacos Borrego Viudo”, Reforma, 23 de abril 2017.
86
“Trabajadores del ‘Borrego Viudo’ descartan presencia de ‘La Unión de Tepito’”, MVS Noticias, 3 de mayo 2017;
“No hay denuncia sobre presuntos vínculos de Unión de Tepito con Borrego Viudo: Mancera”, El Universal, 23 de abri
2017.
87
Uriel Salmerón, “La novela del Borrego Viudo: conflicto familiar, extorsión y hasta un grupo criminal”, Sopitas, 24
de abril 2017.

101
se encontraban pruebas sobre la intervención de La Unión Tepito, ni de ninguna otra organización
armada, como se había especulado88. Desde luego, el caso levantó polémica en el espacio público.
Las sospechas de corrupción y de cooptación de las instituciones de gobierno en la Ciudad de México
por parte del cártel La Unión Tepito, nutrían las opiniones de que las autoridades estaban coludidas
con el crimen organizado y se empeñaban en negar los hechos. A pesar de las inconsistencias en las
declaraciones de Verónica Villagrana, para muchos resultaba obvia e incuestionable la presencia de
La Unión en el despojo del Borrego Viudo89.
Así, tanto en las notas que revisaba en la prensa como en la convivencia que sostenía con mis
informantes, era recurrente notar las especulaciones y ambigüedades alrededor de La Unión. Por
supuesto que parte de esto puede explicarse por cierta reticencia a hablar del tema, como ocurre en
muchos contextos en los cuales “no saber” de las cosas resulta ser una estrategia para mantenerse a
salvo (Taussig 1992, 2003; Ben Penglase 2014; Hayden 2018). Sin embargo, abundaban las anécdotas
en las que escuchaba o leía acerca de muchachos que hacían alarde de pertenecer a La Unión o de
tener algún amigo o pariente dentro de dicha organización, al tiempo que se cuestionaba la veracidad
de ello. También escuché un par de historias en las que, aparentemente, dos personas fueron
asesinadas por extorsionar comerciantes usurpando el nombre de La Unión. En la mayoría de estos
relatos, nadie parecía estar seguro de las cosas, sin embargo, se producía un efecto de concreción de
esa figura espectral. Así, las acciones de La Unión se desenvuelven bajo un manto enigmático pero
siempre presente, que evoca esa imagen de la intervención de “la mano invisible” de las mafias a la
que hace referencia Katherine Verdery (1996), es decir, que estas entidades nebulosas actúan sin que
nadie tenga claro qué son ni cómo operan, pero todos “saben” que están allí.

88
“Sigue indagatoria por manejo de La Unión en taquería el ‘Borrego Viudo’”, Excélsior, 31 de octubre 2018.
89
Ver por ejemplo las “crónicas” de Ricardo Alemán y Héctor de Mauleón, quienes describen un escenario claro y
evidente cuando muchos otros, atendiendo a la información pública, sólo podemos ver confusión. En el caso de
Alemán, su relato asume proporciones muy detalladas: “[los miembros de La Unión] identifican con un sello los
locales bajo su control como aviso para los ladrones… El grupo criminal está a la vanguardia ya que instaló cámaras de
seguridad en los locales para obtener la imagen de los ladrones. Si algún locatario sufre un robo o extorsión La Unión
le hace una visita, revisan los videos y ubican al ladrón. En una primera oportunidad lo buscan en su casa y lo
convencen para que regrese lo robado. No existe la segunda oportunidad, si reincide, lo matan”. No sorprende la
racionalidad atribuida al grupo, ni su supuesta eficacia. En los últimos años, la prensa está llena de opiniones así, las
cuales propagan esa visión de una entidad coherente y bien esclarecida (Ricardo Alemán, “DF: crimen bien
organizado; las pruebas”, El Universal, 8 de noviembre 2015; Héctor de Mauleón, “La ‘Unión Tepito’ se adueñó de la
noche”, El Universal, 30 de marzo 2017.

102
Como he querido mostrar, ni el crimen ni la policía son imágenes estables o libres de controversia.
En el próximo apartado utilizo materiales para ver cómo desde las plataformas digitales también
podemos rastrear esos debates sobre los significados locales de ambas figuras o entidades. No
obstante, menciono un aspecto más de esa ambivalencia en relación especialmente con la policía.
Volviendo a la viñeta que presentaba antes, en la cual aparecía el arquitecto Ernesto reclamando ante
el representante del diputado los abusos del Capaz y sus subordinados, considero que esta historia
encierra cierta paradoja. ¿Qué buscaba Ernesto al solicitar ese apoyo de las policías? Inicialmente, que
los brigadistas se sintieran protegidos y pudieran realizar sus tareas encaminadas a levantar el censo.
Pero me parece que hay algo más que eso. Ernesto intentaba sacar provecho de ese rasgo espectral
de la policía, es decir, paradójicamente, al requerir el acompañamiento de los agentes buscaba
aprovechar productivamente el miedo inspirado por el Capaz, quien había conquistado su autoridad
a base de los mismos abusos que Ernesto denunciaba como abusivos e injustos. Dicho de otra manera,
la demanda para que los policías asumieran un rol de intermediarios que brindan resguardo, diluye
un poco la frontera entre el protector y el extorsionador. Por otra parte, esta paradoja vuelve a traer
los problemas planteados por Benjamin, en tanto que la ambivalencia de la figura de la policía,
ilustrada en este caso, exhibe cómo se les considera autoridades ilegítimas en tanto perpetradoras de
violencias excesivas contra la gente del barrio, pero al mismo tiempo, son una figura añorada por la
entremezcla de la idealización acerca de lo que “deberían hacer” y de lo que de facto hacen. Así, la
petición de Ernesto apunta hacia una demanda de autoridad que sólo puede imponerse por medio de
una violencia discrecional, como la ejercida por el Capaz y a través de la cual se proyectan la policía
y el estado.

Los públicos y los debates locales sobre la (i)legitimidad de la violencia

Por ahora he dejado claro que la presencia policial en Tepito no sólo importa, sino que era uno de
los temas más sobresalientes en el barrio, al menos entre mis conocidos, quienes discutían mucho
sobre eso. Desde luego, todo esto iba a la par de las preocupaciones por las actividades predatorias,
principalmente la extorsión, el robo y las ejecuciones. De este modo, la sensación de inseguridad en
el barrio está configurada por la íntima convivencia de policías y criminales. Ahora, revisé arriba

103
cómo se aprecian narrativas mediáticas y espectaculares a través de las cuales se pretende recrear una
línea que delimita estas dos figuras -policías y criminales, el estado y La Unión-, lo cual de cierta
forma busca instaurar una seguridad por medio de la estabilización de ambas entidades y exhibir cómo
se está enfrentando el problema. Sin embargo, vimos recién que existe todo un cuestionamiento
sobre la actividad de las policías lo cual arroja consigo controversias locales acerca de la legitimidad
de su actuación. Entonces la inseguridad en Tepito se experimenta por la presencia espectral de la
policía y el crimen, las cuales se funden en una metafísica del desorden (Comaroff y Comaroff 2016).
Así, el estado y las policías se manifiestan a través de ausencias, redadas, aspiraciones, extorsiones,
abusos, lo cual se suma al encarcelamiento de muchos hombres de Tepito (principalmente jóvenes).
Los contrastes entre esta institución y la imagen del crimen organizado, por momentos se desvanecen.
La situación de desamparo, como señala Roush (2014), propicia relaciones de dependencia a través
de las cuales se buscan intermediarios que intercedan por uno ante autoridades superiores, con la
finalidad de construir un resquicio de protección.
Para continuar con la discusión sobre las teorías locales acerca del estado y del crimen, retomo
algunos materiales extraídos de plataformas digitales, ya que en estas últimas podemos rastreas
expresiones de aquellos debates entre los tepiteños. Antes que todo, debemos tener claro que el
“hablar del crimen”, como han mostrado algunos trabajos, siempre aporta elementos para entender
posicionamientos que trascienden la discusión puramente “delictiva” o “policial”, es decir, que el
hablar del crimen nos enseña cosas sobre las opiniones que las personas tienen de sí mismas y de sus
conciudadanos, sobre las tensiones alrededor del género, la raza y la clase, y en general, sobre cómo
se visualizan las personas y los otros frente a la legalidad (Siegel 1998; Caldeira 2000; Garland 2001;
Kessler 2009; Yeh 2018). En otras palabras, lo que observamos en esas esferas públicas es el
despliegue de posturas sobre el mundo y la realidad, y en ello, los medios de comunicación juegan
un papel fundamental (Eiss 2014; Piccato 2017: 63-103). De ahí que los canales o medios específicos
por los cuales se produce y consume la información sea relevante, ya que a través de ellos nos
acercamos a los hechos, a los eventos: a esa “realidad”.
Siguiendo a Paul Eiss (2014), me parece que las nuevas tecnologías han transformado la discusión
pública sobre el crimen y la violencia en el México contemporáneo, y con ello, las visiones sobre el
estado y las policías –la otra cara de la misma moneda. Algo que llamaba constantemente mi atención

104
durante todo mi trabajo de campo, era la naturalidad con la que la gente del barrio utilizaba sus
smartphones. Aquí cabe una precisión de mi posición personal, ya que mi origen de clase media del
sur de la ciudad, me hacía dudar al principio sobre si era pertinente o no estar usando mi teléfono
para escribir mensajes de WhatsApp. Suponía yo, al inicio, que podía despertar la atención de
potenciales ladrones. Sin embargo, muy pronto me di cuenta de la ingenuidad de esa postura. Todo
mundo sacaba y usaba su teléfono, todo el tiempo90.
Al mismo tiempo que yo me percataba de que había un uso intensivo de las redes sociales,
comenzaba a seguir un grupo de Facebook, llamado Alerta Tepito Morelos, el cual fue formado
anónimamente, el 11 de febrero de 201691. Quienes lo crearon, postearon el siguiente primer
mensaje, como presentación:

Esta página es para que publiques todo aquello como Operativos, Accidentes y Chisme
que pase en la colonia Morelos (Tepito).

Tras analizar las interacciones de este grupo de Facebook, entendí que presenciaba la constitución
de un público y de contrapúblicos, en el sentido de Warner (2005: 65-124). Es decir, el grupo, como
trataré de argumentar, funciona como un público en tanto que se trata de un espacio en el cual los
discursos circulan reflexivamente92, son espacios autoorganizados y compuestos por desconocidos.
Pero, por otro lado, aparecen algunos vistazos de contrapúblicos dentro del mismo grupo, cuando
en algunas discusiones sobre temas específicos surgen voces que hacen emerger otras posiciones
alternativas, las cuales se alejan de la versión dominante en el debate. Además, el grupo en sí mismo

90
Aquí quiero precisar que no “todo el mundo” tiene este tipo de teléfonos. Hay ciertos sesgos de edad, pero entre mis
conocidos, prácticamente todos de ellos tenían Smartphone, utilizaban WhatsApp, tenían cuentas de Facebook, miraban
videos de YouTube. Estas impresiones encontraron un respaldo en el trabajo de Vela McCarthy (2014:), quien también
menciona cómo los niños de la calle en la Ciudad -siendo Tepito uno de los puntos donde ella hizo trabajo de campo-
destinaban mucho tiempo a las redes sociales y al uso de tecnologías para el consumo cultural.
91
En noviembre de 2018, el grupo Alerta Tepito-Morelos contaba con 68, 735 seguidores, es decir, poseía
dimensiones de una ciudad pequeña. Aunque precisar algo. Actualmente existen dos grupos hermanados. El primero
en formarse es del cual hablo. Éste se creó en febrero de 2016, y se llama Alerta Tepito- Morelos. Hacia mediados de
2017, el grupo cerró actividades, y posteriormente reapareció, con otro grupo, con casi el mismo nombre: Alerta
Tepito Morelos. Este grupo actualmente tiene 131,376 seguidores. Sin embargo, el primer grupo fue reabierto, y
ahora ambos funcionan, publicando muchas veces las mismas noticias.
92
Reflexividad en el sentido de Habermas.

105
en ocasiones asume la forma de un contrapúblico, el cual interpela a desconocidos pero se trata de
personas que comparten una misma ideología que contrasta con la hegemónica de la esfera pública
nacional. Es decir, el grupo se asume también como un espacio en el que se difunde información
“verdadera”, por decirlo de algún modo, frente a la espectacularidad que se difunde en los medios
comerciales de información, y de la cual muchas veces se desconfía.
En los mensajes que se publican, así como en los comentarios que la gente escribe, aparecen
referencias que apuntan a que la mayoría de las personas se asumen como “tepiteñas”, aunque también
hay personas que participan y se presentan como gente que no es del barrio. Las publicaciones giran
principalmente alrededor de tres temas: difundir imágenes de personas o mascotas extraviadas o
desaparecidas, presencia de policías u operativos en la zona y reportes sobre muchachos que están
robando en algún punto específico. También se publican muchos chistes y bromas, o cuestiones muy
específicas como pleitos callejeros o fiestas que se están realizando en algún sitio. En general, la
mayoría de las publicaciones van acompañadas de imágenes, ya sean fotografías o videos grabados
desde los teléfonos celulares. El tema que más aparece y el cual más ha llamado mi atención, es la
difusión tan permanente que hay sobre la presencia de policías93. Así, en la plataforma se exhibe
explícitamente la hostilidad y la confrontación que se encuentra muy arraigada en el barrio entre los
tepiteños y los representantes del orden estatal. Una de las cosas que me interesa resaltar es cómo en
este espacio digital vemos nuevamente diluidas las imágenes de unos y otros, ya que las publicaciones
que buscan alertar a la población local contienen información sobre hechos delictivos, pero sobre
todo, difunden hechos ligados a la intervención policial. Para ilustrar esa confrontación, tomo dos
ejemplos que representan fielmente el tipo de publicaciones a las que me refiero. La primera de ellas,
con fecha del 18 de marzo 2016, dice:

Vuelven nuevamente los judiciales (perros) Agarrar palos y piedras!!! Compartan

La segunda, publicada apenas unos días después, el 23 de marzo, fue una de las primeras en generar
una reacción muy grande entre el público. En ella podemos leer el siguiente mensaje:

93
Desde inicios de 2016 hay muchas publicaciones sobre operativos, pero probablemente la relevancia de este tipo de
publicaciones se ha acrecentado en el último año.

106
Atención Barrio…!!!

Comentan que anda una patrulla JEEP como la que muestra en la imagen [una
fotografía del vehículo acompaña la publicación], que anda circulando entre las calles de
Jesús Carranza. Se dice que el copiloto es el comandante, se dedica a subir a los chavos
que según andan en la delincuencia, le apodan EL CAPAZ!!
Si eres delincuente no te da chance de nada y si no los de todos modos (sic).

La historia del comandante, se dice que mataron a su papá en Tepito, no se sabe


exactamente donde fue, entonces ya se imaginarán a que se basa su trabajo.

Compartan.

El impacto de esta publicación podemos cuantificarlo con los 251 likes que generó, así como en los
42 comentarios que suscitó, además de que fue compartida por usuarios del grupo en 214 ocasiones.
Resulta revelador analizar el contenido de los comentarios que desató esta publicación. En ellos,
entreveo la constitución de dos especies de públicos, siguiendo a Yeh (2018). Por un lado, vemos un
discurso dominante en el cual se expresan los agravios contra la violencia del Capaz y de las policías.
Los comentarios dentro de esta línea cubren un rango que va desde aquellos que simplemente
manifiestan descontento ante lo que se percibe como una injusticia, hasta algunos otros en los que se
revela un encono orientado a enfrentar con violencia al Capaz, incluso, como muestro a continuación,
se busca eliminarlo. Muestro algunos ejemplos de los comentarios en este sentido:

1) “Pinche policía culero marrano” (9 likes)


2) “Es un perro ya ven q mato al pirañita y n l hicieron nd al mierda y si tengan kuidado
xk es un hj d su puta madre enkajoso y ls ssp n hacen nada por kitarlo ya l han ido a poner y
nd q l sakan asi g n km hacer algo si tiene td el apollo d sus superiores y también c vende kn
muxos es dos caras” (sic)(6 likes)

107
3) “Lo odio al maldito ya se deberían de unir y romperle su puta madre cuanto puede
costar” ( 5 likes)
4) “Ya mátenlo al perro” (5 likes)
5) “No tardamos en darle cuello al perro” (3 likes)

En contraste, vemos un segundo público cuyo discurso asume una postura muy distinta. En estos
comentarios apreciamos una celebración por el trabajo del Capaz y las policías, a quienes se les estima
por combatir a los criminales del barrio:

1) “Pues si va sobre la rata adelante” (4 likes)


2) “Eso es todo a tirar a esos mierhhs delicuentes” ( 1 like),
3) “Es la pura verga y hoja la acabe con todos los viciosos y rateros” (sic)(0 likes).

De este modo, la publicación produce un debate en el que se dibujan dos posiciones distintas o
ideologías confrontadas respecto a qué significan los operativos de la policía. El segundo discurso
aparece con menos respaldo (medido por los likes), sin embargo, en otras publicaciones podemos
notar que no se trata de una visión aislada, sino que constantemente se manifiesta ese apoyo a los
policías. Por ejemplo, en una publicación de diciembre del mismo año en la que se reporta sobre una
“balacera”, se solicita a la gente del grupo que aporten información. En las respuestas nadie contribuye
con ningún dato, pero sí leemos reclamos dirigidos ya no contra el Capaz ni la policía, sino contra “la
rata”:

1) “Esos que quieren que maten al capaz seguro han de ser pinches rateros ahora si cómo
les salió un policía con huevos ya no hayan qué hacer mejor pónganse a trabajar pinches
webones se emputan porque los para el capaz en la moto pues fácil usen casco traigan tarjeta
licencia luces andan bien chingones con sus motos robadas” (sic)(13 likes)

108
2) “Deberían de matar a los malditos perros infelices rateros escorias de la sociedad del
28 de carpintería y del 39 de panaderos que nadamas se dedican a robar al mismo barrio 3
metros bajo el suelo así los quiero ver ya que los conozco muy bien” (8 likes)

Parecido a lo que Piccato (2017: 63-103) describe sobre la nota roja en la prensa mexicana en
buena parte del siglo veinte, vemos que el grupo Alerta Tepito-Morelos crea un espacio donde un
público se reúne, expresa y confronta sus visiones sobre lo que acontece en el barrio, en la ciudad,
en el país. En la diversidad de publicaciones y comentarios, se animan posiciones respecto a la
realidad, también sobre la moralidad. De este modo, los dos públicos del grupo suponen una línea
que separa, por un lado, a aquellas personas que se consideran agraviadas por la brutalidad policial,
mientras que, por otro lado, otros se posicionan en favor de los policías y aprueban sus acciones para
enfrentar a los criminales. Algo sobresaliente de todo esto es el rasgo extremo con el que se enuncian
las posturas, ya que de un lado y otro vemos llamados por “eliminar”, “acabar” o “matar” al Capaz y a
los “rateros”.
Estas confrontaciones discursivas también aluden a experiencias distintas ante el estado y la ley, lo
que nos hace pensar en diferencias de clase. Como señalan Lomnitz (2001) y Yeh (2018), la manera
en que las personas interactúan con los agentes del estado nos habla de distintos modos de ciudadanía.
Así, quienes han sido sistemáticamente marginados y han sufrido el peso del sistema penal en
ocasiones experimentan esa ofensiva contra ellos como una injusticia. Ellos han sido criminalizados
por un estado y una ley que no persigue justicia, sino revancha contra el pueblo. En contraste con
esto, las posiciones que realzan la labor de las policías y reclaman que se elimine a los rateros parte
del supuesto de que los buenos ciudadanos obedientes de la ley no tienen porqué temer a la presencia
de las policías. Como dice el dicho, “el que nada debe, nada teme”, por lo que esas actitudes “inciviles”
en las que se desafía a los policías y se hacen llamamientos a matar al Capaz aparecen como pruebas
de una consciencia torcida que busca defenderse porque se sabe culpable. Lo anterior apunta hacia
maneras distintas de vivir la inseguridad o el desamparo, en términos de Roush (2014). El estado
aparece como el intermediario que brinda protección sólo para algunos, para aquellos ciudadanos
obedientes de la ley y quienes permanezcan fuera de los contornos del mundo criminal. Para el resto,

109
la actuación policial representa un espectro que, fusionado con esa otra entidad borrosa y espectral
que es el crimen organizado -simbolizado por La Unión- constituyen una fuente permanente de
zozobra y temor.
Por último, quisiera notar otro aspecto sobre los debates entre los públicos del grupo de Facebook.
La plataforma, como decía, de algún modo busca ser un espacio de información alternativo en
comparación con la prensa oficial, de la cual se desconfía porque estigmatiza a Tepito. En cambio,
basándose en materiales audiovisuales producidos por la misma gente del barrio, además de la
inmediatez de la publicación, concede un efecto de realismo, es decir, la naturaleza de las imágenes
generadas por los propios locales aparentemente les dotaría de un carácter incuestionable, de verdad.
No obstante, la veracidad de la información que se produce en este espacio muchas veces es
cuestionada. Asimismo, las publicaciones a menudo resultan escuetas, no aportan detalles y dejan
muchas incógnitas para saber qué fue lo que pasó. Ante esto, algunas personas siguen encontrando
evidencias irrefutables, ya que la información les conecta con experiencias suyas: si aparece un video
de policías tratando de detener a alguien y se presenta esto como un abuso, aquellos que hayan
experimentado cosas similares interpretarán los eventos como parte de esa extorsión y violencia de
las policías. En cambio, en los comentarios del grupo también se expresan dudas y cuestionamientos
sobre lo que se anuncia como un hecho. Al respecto, debemos recordar que en la descripción del
grupo se invitaba a publicar los “chismes” del barrio. Esto hace eco de la importancia que los rumores
tienen en el contexto de inseguridad, para poner alerta a las personas sobre amenazas difusas, las
cuales figuran entidades borrosas que oscilan entre lo concreto del relato (“me contaron que…”) y
sus propias imprecisiones (Taussig 2003; Hayden 2018). El esfuerzo por constituir un espacio –un
público– que convocara a los tepiteños para discutir y generar información fehaciente, haciendo uso
de materiales registrados por ellos mismos, encierra una paradoja. La veracidad que presume la
información producida en este espacio se ve cuestionada por la descontextualización y la
fragmentación de los videos, de las fotografías, las cuales se exponen como piezas evidentes de lo que
ocurrió, pero al mismo tiempo levantan muchas dudas acerca de qué precisamente es lo que
muestran. Así, la incertidumbre de los hechos invade también a un medio como la plataforma Alerta
Tepito- Morelos. No obstante, lo anterior no inhabilita la posibilidad de que se conformen grupos,
apoyados en el rumor público. Como muestra Yeh (2018), al recurrir a estrategias comunicativas,

110
tales como el empleo de la tercera persona o las formas impersonales (“se dice”, “se sabe”, “dicen”),
la performatividad del lenguaje da por sentado la existencia de ciertos públicos, de ciertas
comunidades.
La formación de públicos en una plataforma digital como la que analizo nos sirve para comprender,
entonces, las distintas posiciones que existen en el barrio respecto a lo que significa la policía y el
crimen. Estas diferencias y la forma tan agresiva en la que se expresan nos hablan sobre un contexto
en el que la inseguridad produce visiones enfrentadas acerca de la realidad y del funcionamiento del
estado. Pero como sugiero en este trabajo, existe cierta recursividad en ello: esas mismas diferencias
fenomenológicas constituyen un elemento crucial en la inseguridad.

Perplejidades en medio de la (in)seguridad

Recapitulando, en este capítulo he querido discutir sobre las implicaciones del carácter
espectacular de la violencia en Tepito, teniendo como contexto más general la crisis de inseguridad
en el país. La noción de lo espectacular hace referencia a la visibilidad y la publicidad. Como mostré,
la circulación de imágenes sobre el narcotráfico, el crimen organizado y los operativos policiales
definen posturas y agrupan a las personas, quienes expresan diversas opiniones sobre los asuntos. A
esto le he llamado la constitución de públicos, lo cual conlleva, como menciono arriba, la
identificación de diferentes –y casi siempre confrontadas– visiones y posiciones respecto a lo que
significa la ley, el estado y la criminalidad. Por ejemplo, he destacado la ambigüedad que existe sobre
cómo se percibe localmente la intervención de las policías mediante los operativos especiales. Lo que
quiero reiterar es que la experiencia concreta del estado a través de estas acciones genera debates y
controversias, en Tepito y en el resto del país.
Así, vemos que, si bien algunos encuentran un sentido claro en las narrativas mediáticas que
muestran la violencia como una lucha entre los criminales y los policías, para algunos otros las
diferencias no aparecen tan nítidas. Desde las posiciones locales, en Tepito se desdibujan un poco los
roles de La Unión y de los policías. Lo que aparece son figuras más o menos concretas, más o menos
espectrales, las cuales no es posible conocer con facilidad quiénes son, ni cuáles son sus intenciones:
si buscan proteger o extorsionar. Esto nos recuerda la naturaleza fantasmal de los paramilitares, cuyo

111
nombre mismo ya entraña una ambivalencia: son como soldados pero que se mueven en las sombras,
oscilando entre lo visible y lo invisible, entre el ejército y los criminales que asesinan y torturan
(Taussig 2003). El corolario inevitable es cierto mimetismo entre ambas figuras, las cuales cobran
forma y sentido a partir de realidades ficcionales (Aretxaga 2000) , la cuales, como he tratado de
sostener, nos ayudan a entender las discusiones públicas y las interpretaciones locales acerca de la
(i)legitimidad de las violencias en Tepito.

112
CAPÍTULO 3
Identidades locales y actividades económicas

Algo que aparecía constantemente en mi trabajo de campo era el orgullo que expresaban mis
informantes cuando se referían a su propio barrio. Esto marcaba un claro contraste respecto a la
iconización de Tepito como la principal fuente de criminalidad en la capital. Como reverso a esa
imagen estigmatizada del barrio, las personas con quienes conversaba recurrentemente destacaban
cómo ellos, como tepiteños, han logrado subsistir haciendo frente a la pobreza, la marginación y el
hostigamiento de los aparatos estatales de seguridad y de justicia, quienes sobre todo los han
criminalizado. Como vimos en el primer capítulo, la frase “Tepito existe porque resiste” alude a lo
que ellos consideran como una “heroica” y cotidiana lucha contra las desventajas sociales a las que han
estado sometidos sistemáticamente. En los relatos que yo escuchaba, la disposición al trabajo duro y
la creatividad de la gente eran resaltadas. Pero lo que más llamaba mi atención era que, en su hablar
sobre el barrio, era posible vislumbrar cierta noción de autonomía social, la cual se presentaba como
resultado de la combinación de dos factores: la exclusión económica y la imaginación social de los
tepiteños.
De manera más específica, las narrativas que escuchaba enfatizaban un aspecto relevante de la
identidad de Tepito: cuando hablaban de él, permanentemente mencionaban cómo el barrio les había
permitido hallar la forma de “salir adelante”. Expresiones como “aquí uno sufre sólo si es flojo o no
quiere trabajar” o “Tepito tendrá sus problemas, pero es un lugar en el que nadie se muere de hambre,
a menos que no les guste chambear”, eran comunes. Esta idea que se replicaba a manudo en mis
conversaciones está condensada en otro de los slogans favoritos de los cronistas: “A Dios le debo la
vida, a Tepito la comida”. De este modo, a pesar de los constantes y reconocidos problemas, el barrio
es visto por sus habitantes como una perpetua fuente de ingreso. Esta visión evoca la relativa
autonomía a la que me refería antes, la cual consiste en cierta autosuficiencia material que produce
un orgullo particular entre los tepiteños -no depender del gobierno, por ejemplo.
No obstante, hoy en día es posible atisbar cierta tensión entre, al menos, dos visiones que se
confrontan respecto a la identidad del barrio. Por un lado, es públicamente sabido que la imagen de

113
Tepito está íntimamente articulada con el mercado informal que alberga. Así, tanto para comerciantes
que allí laboran como para muchas personas en la zona metropolitana, ha sido el tianguis y la actividad
comercial lo que ha caracterizado al barrio. Pero, por otro lado, se aprecia una postura que mira con
recelo el predominio del comercio. Desde este segundo punto de vista se posicionan principalmente
artesanos, los cuales se asumen como herederos de una tradición productiva en el barrio y la cual
funcionó, de acuerdo con su perspectiva, como la base de esa economía autónoma que dotó de
personalidad a Tepito.
Así, en este capítulo me propongo discutir sobre las tensiones alrededor de dos figuras que se
contraponen en ciertos momentos: el artesano y el comerciante. Como intento mostrar aquí, ambas
actividades se encuentran en el corazón de las identidades que se han forjado en Tepito durante
décadas. Sin embargo, con la aparición de ciertas ansiedades conectadas a las crisis económicas y de
violencia en el barrio, las figuras del comerciante y el artesano se presentan en disputa por la identidad
local, es decir, surgen conflictos alrededor de las visiones de lo que es Tepito y de lo que significa ser
tepiteño. Al respecto, existe una visión de Tepito como un barrio de gente trabajadora, la cual
recupera el rasgo histórico ligado a la diversidad de empleos que se registraron en gran parte del siglo
pasado: zapateros, relojeros, carpinteros, herreros, ojalateros, electricistas, etc. Por otro lado, a
partir del surgimiento de la fayuca y la posterior consolidación del mercado como principal actividad
económica en el barrio, los comerciantes asociados han procurado integrar una imagen en la cual se
enfatiza la vocación comercial de los tepiteños, al grado de trazar una continuidad entre el tianguis
prehispánico y el contemporáneo.
De este modo, en el capítulo recupero algunos discursos nostálgicos de algunos activistas culturales
del barrio, quienes oponen la figura del artesano a la del comerciante. En dicha oposición, el artesano
aparece ligado a la tradición del barrio: a la vecindad y su multifuncionalismo, a los valores morales
(la familia, el trabajo, la comunidad), pero, sobre todo, se destaca la autonomía individual y la del
barrio, el “valerse por uno mismo”. En cambio, el comerciante encarna la pérdida de valores, la
disgregación y la “venta” del barrio a los intereses externos (a los asiáticos). El material que presento
recoge entonces esas tensiones, especialmente las interpretaciones acerca de la (i)legitimidad del
comercio, ya que dicha actividad es comprendida por los artesanos como una fuente de dinero fácil,
como un no-trabajo que se instaló para desmembrar el tejido social del barrio, mientras que también

114
presento registros acerca de la defensa que llevan a cabo los comerciantes para adquirir
reconocimiento como un oficio más -incluso posicionarse como el oficio típico del barrio.
Para analizar ambas visiones, propongo repensar algunas discusiones a nivel nacional sobre el
capitalismo neoliberal de las últimas tres décadas y los procesos de desindustrialización que se han
llevado a cabo. Me interesa destacar cómo en estos discursos nostálgicos, la pérdida de soberanía local
y nacional es interpretada como un factor crucial dentro de las teorías locales sobre el incremento de
la violencia -en el barrio y en el país. Sugiero entonces que la idea que circula en Tepito sobre el
desgarro de la identidad local y la pérdida de soberanía guarda grandes similitudes con las voces que
han cuestionado los procesos de liberalización y apertura comercial en el país a raíz del Tratado de
Libre Comercio con América del Norte (TLCAN). Así, algunos cambios percibidos en el barrio,
principalmente la expansión del narcomenudeo y la explotación laboral que se da en el comercio, son
entendidos a partir de esa apertura o “entrega” del barrio, transformación que supuso conformar un
régimen económico basado en la dependencia, en la deuda y en el ser explotados por otros.

El artesanado local y la producción industrial nacional

Como había acordado con Don Manuel, llegué a visitarlo el domingo en el Foro donde organiza los talleres de
zapatería. Al cruzar la entrada, inmediatamente lo vi sentado en una banca metálica. Se encontraba solo, con
los brazos cruzados, mirando contemplativamente a la gente congregada en el lugar. Su gesto sugería que estaba
esperándome, o al menos así lo interpreté. Me acerqué a él y nos saludamos. Le ofrecí una disculpa por llegar unos
minutos más tarde, pero me dijo que no había problema, que él siempre se queda en el foro un rato más después
de terminar los talleres dominicales. Muy cerca de él estaban conversando un par de ancianos con una señora que
ayuda a Don Manuel en las labores del taller, mientras ésta última recogía los materiales que habían utilizado
durante la sesión. Alrededor de nosotros se encontraban algunas familias, las cuales animaban el foro con el
griterío de los niños y la charla que sostenían principalmente las madres.
Don Manuel y yo iniciamos hablando un poco sobre el taller y pronto la charla nos fue conduciendo a los
temas ligados a mi investigación. Al llegar al asunto de la violencia en el país y, muy particularmente, en el
barrio, me interrumpió: “Primero que nada, hay que preguntarse por qué hay violencia, de dónde viene todo eso”.
Y así, comenzó a explayarse sobre lo que, para él, son las razones de fondo de la violencia en Tepito. El principal

115
asunto, me dijo, viene de las transformaciones en la forma de vida, sobre todo a raíz de los cambios en la estructura
de la vivienda. Con esto se refería al paso de la vivienda horizontal –como las tradicionales vecindades– a la
vivienda vertical. Se remontó a los tiempos cuando él era niño, entre las décadas de 1940s y 1950s. Durante esos
años, los padres trabajaban al interior de la vivienda, donde tenían adaptados sus talleres. Los hijos podían salir
a jugar a los patios de las vecindades con los demás niños, lo cual conformaba en su conjunto un ambiente mucho
más armonioso en comparación de lo que se vive hoy en día. Al modificarse la estructura física de la vivienda, se
quebraron los lazos vecinales y con ello, la socialización de los niños. Pero también se resquebrajó la tradición de
heredar el oficio del padre, lo cual era favorecido por la condición de contar con el taller artesanal y el hogar
familiar bajo el mismo techo. Para Don Manuel, el abandono de los oficios y su transmisión intergeneracional no
sólo se debió a los cambios en la estructura de las viviendas, sino a la propagación de la fayuca. “Los jóvenes ya
no se interesan por adquirir conocimientos, por aprender los oficios. Ahora nada más andan buscando cómo ganarse
el dinero fácil, por eso se meten al negocio de las drogas o a delinquir. Y todo esto vino desde la fayuca”.
Mientras conversábamos, era notorio cierto regocijo en Don Manuel. Observar familias conviviendo los
domingos en el Foro era motivo de alegría para él. Por otro lado, al hablar sobre sus talleres y sobre sus propósitos
para inculcar en otras personas el oficio de zapatero, se evidenciaba cierta emoción que siente por enseñar y hablar
de su labor artesanal. En la conversación que sostuvimos, me enfatizaba una y otra vez sobre las ventajas que
tiene saber producir cosas con las propias manos, principalmente el no depender de que a uno lo empleen. A través
de un oficio como el suyo, uno goza de autonomía, me insistía. Por otro lado, una preocupación central en él es
la de “recuperar” vida social entre la gente del barrio, especialmente entre las familias. Al igual que me había
dicho en otras ocasiones, está convencido de que las actividades culturales que realiza su asociación pueden
contribuir a alejar a los jóvenes de las adicciones. En cuanto al taller, pretende ofrecerles la oportunidad de forjar
un modo de subsistencia basado en el propio esfuerzo y el cual retoma la tradición de Tepito: “A todo lo que te
dediques es un oficio. Y como lo aprendes de chavo, lo quieres, lo adoras. Y pues tratas de conservarlo, ¿no? Porque
sabemos que, conservando nuestro oficio, conservamos nuestra identidad y es hacer que nuestro barrio siga
viviendo”.

Lo anterior es un fragmento de mi diario de campo en el cual registré uno de los primeros


encuentros que sostuve con Don Manuel, una personalidad que goza de mucho respeto entre los
activistas culturales ligados a Tepito, así como entre varios vecinos del barrio. Don Manuel tiene 74

116
años, todos vividos en el barrio. Su madre y su padre llegaron de Guadalajara hacia finales de los
1930s, y se instalaron en Tepito. Allí, su padre, uno de los cientos de miles de inmigrantes que
llegaron a la Ciudad de México alrededor de aquellas décadas, inició trabajando como “chalán”. Al
cabo de unos pocos años, encontró la oportunidad de ingresar al taller de un zapatero que venía de
Guanajuato, y fue ahí donde aprendió el oficio. Como muchos casos más en el barrio, su padre
introdujo a sus hijos en la producción de zapatos. Así, desde su infancia Don Manuel ha estado
dedicado incansablemente a su oficio, de tal modo que su trayectoria evoca la figura del artesano que
sugiere Sennett (2009). Es decir, incorporó una vocación cuyos impulsos naturalizados generan un
“deseo infatigable por hacer un buen trabajo como un fin en sí mismo”, celebrando así la labor
artesanal. Tras atestiguar muchos cambios en el barrio, hoy él promueve la vocación artesanal y
procura cultivar los oficios que algunos reconocen como parte medular en la “esencia” de Tepito.
Siguiendo ese propósito, creó junto con sus colaboradores, una Asociación civil enfocada en organizar
actividades permanentes de carácter cultural y recreativo. En conjunto, los esfuerzos buscan convocar
gente de distintas edades del barrio y solidificar el “tejido social”, el cual ha venido deteriorándose
durante las últimas décadas, de acuerdo con ellos.
Es preciso señalar que el relato de Don Manuel citado arriba se enmarca en un contexto en el cual
existe una sensación más o menos difundida de que las cosas en Tepito han estado modificándose en
los últimos años en un sentido negativo. Estas percepciones apuntan hacia una crisis del barrio que se
manifiesta en una violencia al alza, así como en una economía en declive o, en el mejor de los casos,
estancada. Como señalan Mbembe y Roitman (1995), en contextos así se configuran ciertos
regímenes de subjetividad los cuales sugieren modos de vida particulares en los que se representa y
experimenta lo contemporáneo, es decir, que las personas producen un sentido y un lenguaje del
tiempo histórico mediante el cual se forman sistemas de legibilidad para explicar las causas de los
fenómenos y sus efectos en la vida cotidiana. La viñeta que presento arriba me parece sobresaliente
debido a que en ella aparecen condensados los asuntos más sustantivos de la narrativa nostálgica que
exponen habitualmente Don Manuel y muchas otras personas del barrio: la familia, el trabajo y la
vivienda. Estas tres figuras o instituciones aparecen traslapadas o intrínsecamente conectadas, dando
forma a una imagen del barrio como una entidad cohesionada, con unos valores definidos. En el

117
régimen de subjetividad de Don Manuel, la desarticulación de esas tres instituciones (familia, trabajo
y vivienda) representa la causa principal de los problemas actuales que padecen los tepiteños.
Para comprender mejor el sentido que construye Don Manuel, es fundamental tener en cuenta
que su historia personal está muy lejos de ser una particularidad. Más allá de los rasgos peculiares que
lo rodean, como el gran carisma que envuelve cuando camina por el barrio, con su típico sombrero
de pachuco que suele portar, o la extensa trayectoria que tiene en el oficio, él es uno más de los
muchos productores locales que ha tenido Tepito. Entre los años 1920s y 1970s, éste ha sido
calificado como un barrio predominantemente de gente dedicada a los oficios, categoría que engloba
diversas labores como herrería, carpintería, hojalatería, panadería, castura y sastrería, entre muchos
otros trabajos cuyo rasgo central implica cierta destreza manual (Couffignal 1987; Aguilar Aguilar et
al. 1982; Alba Villalever 2009). Todos ellos operaron durante aquellos años principalmente bajo el
formato de producción artesanal, la cual giraba alrededor de las vecindades. Éstas incluían un espacio
dedicado a los talleres, por lo que las viviendas funcionaban como estructuras multifuncionales, al ser
áreas habitacionales y productivas al mismo tiempo. Por ejemplo, de acuerdo con Jarquín Sánchez
(1994), la producción de calzado de Tepito se mantuvo como uno de los centros más relevantes en
el país entre las décadas de 1950s y 1980s. Pero además de su importancia dentro de la economía
nacional, la autora destaca cómo a nivel local, la producción artesanal del calzado -como ocurría en
otros rubros- conseguía reproducir los vínculos entre la vivienda, la familia y el barrio. En esto, la
armonización entre el taller doméstico, la organización del trabajo familiar y la transmisión del oficio
entre distintas generaciones aseguraban no sólo un sustento material sino una identidad barrial.
Sin embargo, hacia mediados de los años 1980s aquella estructura productiva se vio severamente
mermada, tal como apuntaba Don Manuel. En ello, operaron principalmente dos factores. Por un
lado, el terremoto de 1985 provocó afectaciones considerables en las viejas vecindades, dejando sin
hogar y sin espacio de trabajo a muchas familias. Si bien la política de reconstrucción reconoció la
figura de los “damnificados” como un actor colectivo cuyo poder para reclamar apoyos frente al
desastre se hizo más notorio en lugares con organización vecinal previa, como era el caso de Tepito
(Duhau 1987), también es verdad que se hicieron evidentes algunas limitaciones para conseguir
ciertos objetivos específicos. Es el caso de las iniciativas promovidas por los propios tepiteños, quienes
proponían continuar con el modelo de las vecindades, para lo cual llevaron a cabo una intensa defensa

118
por el derecho a la vivienda cuya traducción concreta implicaba reconstruir el modelo de las antiguas
vecindades (Reyes Domínguez y Rosas Mantecón 1993; Couffignal 1987). A pesar de dichos
esfuerzos, la arquitectura de los nuevos edificios habitacionales siguió diseños alternativos que “más
bien emulaban el departamento convencional a una escala reducida”, suprimiendo así los elementos
básicos de las vecindades (Connolly 1987:116), con lo cual resultó difícil restaurar el funcionamiento
de los talleres domésticos. Por otro lado, el crecimiento de la fayuca como opción predominante
trajo consigo una expansión tal de los mercados que los interiores de las viviendas pasaron a ser
empleados cada vez más como bodegas para almacenar las mercancías, generado una especie de
“éxodo” residencial hacia otras partes de la zona metropolitana (Alba Villalever 2009; Oriard Colín
2015).
Así, me interesa destacar la experiencia concreta que los productores locales de Tepito han vivido
dentro del proceso nacional de industrialización y la sucesiva desindustrialización, lo cual, como
propongo, resulta trascendental en algunas teorías locales sobre la crisis de violencia en el barrio.
Remontándonos al Porfiriato encontramos los primeros cimientos de una base industrial emergente
cuyos capitales provenían principalmente del extranjero, pero que servían a las motivaciones
nacionalistas de la élite porfiriana, es decir, a través del desarrollo industrial se pretendía configurar
una imagen de modernidad que proyectara al país tanto interna como externamente (Haber 1989).
La incipiente industrialización de aquellos años produjo un activo sector obrero cuyos espacios
residenciales se concentraban en los llamados barrios populares, siendo Tepito uno de ellos. En este
barrio -oficialmente conocido como colonia Morelos- se fundó el 22 de septiembre de 1912 la Casa
del Obrero Mundial, ubicada en la calle de Matamoros. Esta organización estaba integrada por
diversas corporaciones gremiales: el Grupo Luz, la Unión de Canteros, la Unión de Resistencia de la
fábrica de textiles, la Linera, la Unión de Operarios Sastres, la Unión de Conductores de Coches
Públicos y la Confederación Nacional de Artes Gráficas. Aunque poco tiempo después la sede de la
Casa del Obrero Mundial fue trasladada a la colonia Centro, la identidad de Tepito siguió
constituyéndose a lo largo de las siguientes décadas como resultado del entrecruce de la vocación
trabajadora, por un lado, y la persistente lucha de sus residentes por alcanzar una vida diga94.

94
Por ejemplo, en el trabajo de Lewis (1961) tenemos el testimonio de Jesús Sánchez, quien narra cómo llegó de
Veracruz para asentarse en la capital, hallando en Tepito un espacio que le permitió no sólo subsistir, sino formar su

119
Algo que podemos notar es que el periodo del Tepito identificado principalmente como un barrio
de oficios coincide con la etapa de industrialización nacionalista en México, la cual estuvo
íntimamente ligada a los procesos de urbanización, desarrollismo y modernización. Así, la Ciudad de
México no sólo se consolidó como depósito de la memoria y centro cultural del país (Gruzinski 2012;
Tenorio-Trillo 2012), sino que desde mediados del siglo pasado, gran parte del crecimiento industrial
estuvo localizado en la capital (D. Davis 1994). En 1950, la principal metrópoli concentraba
alrededor del 38% de la producción manufacturera a nivel nacional (Garza Villareal 1985). Esto,
desde luego, debido a las ventajas comparativas frente a otras ciudades o regiones: la inversión en
infraestructura que había constituido a la Ciudad de México como el centro del desarrollo, permitió
que los capitales industriales hallaran en ella las condiciones idóneas para su reproducción. El
crecimiento de la industria en la capital alentó a millones de personas del resto del país a migrar en
búsqueda de mejores oportunidades laborales. El padre de Don Manuel llegó a Tepito justo en los
inicios del auge industrial en la ciudad, y muy pronto halló en el barrio una vocación productiva. A
pesar de las condiciones de hacinamiento e insalubridad en que se encontraban las vecindades del
barrio entre 1940s y 1960s, éstas funcionaron como receptáculo de esa población que provenía tanto
de las ciudades de provincia, como de zonas rurales (Lewis 1961; Aréchiga 2003). Esta población
migrante, movilizada por una necesidad de ganarse un sustento para subsistir, contribuyó
poderosamente a conformar esa imagen de Tepito como un barrio de clase obrera, compuesta por
personas dispuestas a adquirir oficios y salir adelante mediante el esfuerzo. Así, a la par de las visiones
de los criminólogos de la primera mitad del siglo veinte que vimos en el primer capítulo, en las cuales
el barrio era proyectado como un nido de criminales, en aquellos años se estaba construyendo una
identidad local basada en el trabajo.
Otro aspecto que me parece sobresaliente en esos relatos nostálgicos, como mencioné desde el
inicio, es aquella noción de autonomía que enfatiza Don Manuel, cuando menciona sobre cómo el
aprender y dominar un oficio libera a las personas de depender de otros. En ello, observo ecos que

familia. En su relato podemos apreciar ese discurso celebratorio de la “cultura” del esfuerzo y el trabajo. Pero de
manera muy específica, cuenta cómo cuando estaba por ingresar a trabajar en un molino, le requirieron que se
registrara en el sindicato, cuya sede era en Tepito. En el siguiente capítulo retomaré este asunto, ya que en los relatos
de Jesús Sánchez se percibe una imagen extractiva de los líderes sindicales, lo cual es un asunto vigente en el barrio y
lo discuto a profundidad después.

120
resuenan de una época en la cual justamente el modelo de industrialización por sustitución de
importaciones procuraba revertir un sistema económico global en el que México aparecía situado en
una posición de desventaja frente a los países desarrollados. En sus reflexiones, Raúl Prebisch (1950)
fue uno de los primeros en sustentar teóricamente la necesidad que encaraban los países de América
Latina de incrementar su productividad industrial. Para Prebisch resultaba evidente que el comercio
internacional representaba una oportunidad que los países de la región debían aprovechar, sacando
renta de la exportación de materias primas. Sin embargo, también subrayaba que debían
implementarse políticas que incentivaran inversiones dirigidas a mejorar técnicamente la producción
industrial del sector manufacturero, además de promover la expansión del mercado interno.
A partir del trabajo de Prebisch surgieron años después los debates alrededor de la idea de
dependencia y de subdesarrollo, en los cuales apareció con mayor vigor la crítica al modelo entonces
vigente en el que se basaba el intercambio económico mundial. En los años de la posguerra los
proyectos modernizadores fueron renovados bajo el concepto de desarrollo, el cual fue difundido por
organismos internacionales y adoptado como paradigma por la mayor parte de los países,
especialmente aquellos que pertenecían al tercer mundo y fincaban sus expectativas en alcanzar dicho
estado (Escobar 1995; Ferguson 1994). Sin embargo, los cuestionamientos desde América Latina
subrayaban que existían condiciones estructurales que impedían alcanzar esos objetivos, debido a que
la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo no hacía referencia tanto a distintos modos o fases
tecnológicos de la producción industrial, sino a un sistema de organización económica en la cual de
antemano se habían asignado roles para los países, colocando a algunos de ellos como centros y a otros
como periferias, lo que suponía perpetuar relaciones de dominación (Cardoso y Faletto 1969). Así,
el subdesarrollo y el dependentismo implicaban una continuación del colonialismo y la explotación
de las naciones del tercer mundo por parte de los países centrales o desarrollados (Stein y Stein 1970).
De acuerdo con la teoría de la dependencia, para alcanzar verdaderamente un desarrollo en la región,
los países latinoamericanos debían entonces establecer un modelo económico en el cual el comercio
exterior -principalmente la exportación de materias primas- cediera su lugar a la industria nacional,
“complementando así un ciclo de crecimiento e inaugurando una fase de desarrollo autosustentado”
(Cardoso y Faletto 1969).

121
Así, en México el proyecto modernizador del régimen posrevolucionario estuvo orientado a
impulsar una industria de carácter nacional, basada fuertemente en algunas medidas proteccionistas.
No hay que olvidar que el estado que surgió a partir de la revolución mexicana depositaba gran parte
de su prestigio y legitimidad en el derrocamiento del viejo régimen Porfirista, el cual había despertado
enconos por su política de apertura comercial y de incentivación al capital externo, castigando los
“intereses” del pueblo mexicano (Joseph y Buchenau 2013). De este modo, en “el milagro mexicano”
y en el “desarrollo estabilizador” se dibujaba una conexión entre la industrialización, la modernización
y el nacionalismo (Lomnitz 2001). Este proceso implicaba cierta concertación entre las diferentes
clases sociales que se veían integradas bajo la bandera del desarrollo nacional. Por ejemplo, la Cámara
Nacional de la Industria de la Transformación (CANACINTRA, surgida en 1941), apoyada con el
gobierno federal, buscaba realzar la confianza a los productos mexicanos y contrarrestar la influencia
de los “comerciantes mercenarios”, quienes se beneficiaban de la importación de productos
extranjeros y de la preferencia “malinchista” que muchos connacionales sentían por ellos (Gauss
2010). Así, Gauss señala que, en ese contexto, el presidente Miguel Alemán emitió un decreto en
1952 mediante el cual se volvía obligatorio que toda la ropa manufacturada para el consumo interno
portara una etiqueta que dijera “Hecho en México”, con la finalidad de despertar un sentido patriótico
en el consumo. Por otra parte, las décadas de desarrollismo nacionalista estuvieron marcadas por un
proceso de inclusión más o menos subordinado, en el que las corporaciones sindicales resultaron
actores fundamentales tanto para el crecimiento económico como para la legitimidad del régimen
político (Brandenburg 1964; Brachet-Márquez 1996).
Así, el proceso de industrialización nacionalista atrajo a amplios sectores sociales, generando
alianzas entre el estado, los empresarios y los obreros, quienes se vieron beneficiados por el
crecimiento económico sostenido entre los años 1940s y 1960s. Bajo este periodo fue que muchos
de los migrantes que llegaban a la capital provenientes de los estados del interior del país -la mayoría
de ellos sin certificados de mano de obra calificada-, fueron absorbidos por el influjo industrializador
y la producción nacional. A pesar de que, evidentemente, este proceso se mostró incapaz de incluir
a la mayoría de aquellos migrantes espoleados por la necesidad o la ilusión de hallar trabajo,
produciendo una enorme cantidad de marginados (Lewis 1961; Eckstein 1977; Adler-Lomnitz
1975), me interesa destacar cómo convergen temporalmente los empeños por establecer regímenes

122
económicos soberanos y relativamente autónomos a nivel nacional y en Tepito, al menos desde los
discursos nostálgicos como los que representa Don Manuel. Aunque como analizo más adelante,
existe una diferencia notable entre la idea de autonomía que está presente en el discurso de los
artesanos tepiteños y la que podemos ver en el desarrollo nacional, ya que esta segunda implicaba la
consolidación de una clase obrera empleada y dependiente de la fábrica, mientras que para los
artesanos justamente se trata de una especie de liberación total del sistema capitalista, ya que ellos
mismos se presentan como propietarios de sus propios medios de producción. A pesar de estas
diferencias, las coincidencias temporales crean una imagen difusa del pasado, en donde el declive del
modelo de industrialización por sustitución de importaciones y la consecuente intensificación del
comercio -primero con la fayuca y posteriormente bajo el neoliberalismo- se proyectan para ambas
visiones como el punto de quiebre respecto a las estructuras productivas industriales y artesanales.

Tensiones alrededor de la desnacionalización y pérdida de la autonomía

Un par de meses después de aquella reunión que referí con Don Manuel, asistí un martes por la
tarde a un pequeño congreso de activistas de Tepito. El encuentro era organizado por el gobierno de
la Delegación Cuauhtémoc, por personal administrativo de la Coordinación Territorial Tepito-
Guerrero, y por trabajadores sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El
programa incluía mesas de discusión con temáticas diversas que abordaban principalmente
“problemas” identificados en el barrio, en las cuales participaban los miembros de las asociaciones
civiles inscritas. La invitación estaba enfocada a los residentes de Tepito, y se buscaba la participación
de éstos en la discusión de los asuntos, tratando de integrar una agenda colaborativa para diseñar
propuestas de mejoramiento barrial.
Noté que en una de las mesas estaría Don Manuel. Llegada la hora de su turno, me dirigí al salón
asignado, y allí lo encontré, platicando con unas personas. Nos saludamos y conversamos
brevemente, ya que las presentaciones estaban por comenzar. Un estudiante de la UNAM fungía
como moderador, y pidió a los participantes tomar sus lugares. La mesa estaba centrada, de manera
muy general, en la “Historia y tradición del barrio de Tepito”, y en este caso, los únicos dos ponentes
eran Don Manuel y Mariano Duarte. Este último es uno de los varios cronistas del barrio, quien

123
también funge como dirigente de un pequeño grupo de comerciantes –lo cual explica cierta
desconfianza que Don Manuel tiene hacia él, a pesar de que son conocidos desde hace muchos años.
Abrió la mesa Mariano, quien comenzó remontándose en su relato a los orígenes prehispánicos
del barrio que existía bajo el imperio Azteca en el lugar donde hoy es Tepito. Se refirió a la relevancia
que tenía el lugar, al ser un punto intermedio entre Tenochtitlan y Tlatelolco. Habló del tianguis
prehispánico, y luego dio un salto vertiginoso hasta el siglo XX. Allí se refirió a las transformaciones
que el barrio ha experimentado en las últimas décadas, principalmente debido al crecimiento del
mercado callejero y a los problemas asociados con la venta de droga y la adicción entre los jóvenes.
Mariano cortó su charla abruptamente debido a que había rebasado el tiempo asignado para él, y cedió
la palabra a Don Manuel. Éste concentró su plática sobre todo en los tiempos en donde la vida social
de Tepito giraba entorno a las vecindades. El público presente estaba constituido básicamente por
unas 12 trabajadoras y trabajadores sociales de la UNAM, de entre 18 y 25 años, y alrededor de 10
vecinas y vecinos del barrio, sobre todo adultas. Todos escuchamos a Don Manuel hablar sobre cómo
los jóvenes desde hace unos años se niegan a aprender los viejos oficios que dieron identidad al barrio,
y ahora prefieren dedicarse a la “vida fácil”, es decir, a delinquir o a vender drogas. Prosiguió
destacando la labor que su Asociación civil ha llevado a cabo para modificar la imagen de Tepito, y
encauzar a los muchachos del barrio hacia el aprendizaje de algún oficio:

Ya basta de todo lo amarillote que sale en los periódicos. Aunque también hay que reconocer que
sí tenemos cosas malas. Tepito tiene perdidas tres generaciones de chavos que han nacido y crecido sin
oficio y sin alternativas. Ya no hay chavos que quieran estudiar… Ha llegado el momento de poner a
Tepito en el mapa cultural de la Ciudad. El problema de Tepito y de los barrios de la Ciudad es la
cultura, lo sabemos. Entonces hay que echarle montón ahí. Ya hemos recorrido buena parte del camino
y el sueño está cada vez más cerca. El sueño lo digo porque cada uno de los tepiteños tiene el sueño de
volver a tener ese barrio de gente artesana y gente creativa que éramos. Nos han convertido en un
barrio de malandrines, y eso ya, ¡basta! Tenemos que cambiar las cosas. ¿Y quiénes las vamos a cambiar?
Los habitantes del barrio.

Don Manuel y Mariano coincidieron en identificar al auge de la fayuca –hacia los años 1970s- como
el problema de origen en el barrio. Sus relatos hacían referencia a que el comercio de artículos
124
importados clandestinamente propició una generación de riqueza y de acumulación que poco a poco
fue desarticulando la unidad barrial, sembrando avaricia y envidia entre las personas. La fayuca
provocó que la gente saliera de las viviendas y tomara las calles, descuidando así la vida familiar al
interior de las viejas vecindades. Por otro lado, como Don Manuel subraya constantemente, se
abandonó el taller familiar y las nuevas generaciones dejaron de interesarse por adquirir los
conocimientos artesanales de los viejos oficios.
Por otra parte, tanto Don Manuel como Mariano, reprochaban con vehemencia a los líderes o
dirigentes de los comerciantes por haber “vendido el barrio”, permitiendo que los asiáticos se
instalaran y controlaran gran parte de la actividad económica del barrio. “No es que yo sea racista, no
tengo nada en contra de ellos [de los asiáticos]. Pero ustedes dense una vuelta por las calles para que
vean cuántos hay. Tienen controlado la mayoría del comercio, y fueron los dirigentes quienes
permitieron todo esto. Y pues es gente que trae otras costumbres, otras formas”95.
En la discusión que presentaban Don Manuel y Mariano, se percibía con claridad cierta alarma por
lo que consideran como una pérdida de identidad en Tepito. Los factores que han producido esta
crisis de identidad son, en su discurso, tanto la fractura del orden social que giraba alrededor de la
vivienda horizontal –la convivencia al interior de las vecindades, la producción artesanal y la
transmisión de los oficios que aseguraban la reproducción económica–, como la penetración de los
grupos étnicos de origen asiático, quienes simbolizan el espíritu vendedor e importador del mundo
de la fayuca y el comercio de estos días. Así, las inquietudes de Don Manuel y Mariano hacen eco de
la figura del extranjero sobre la cual reflexionó Georg Simmel (1971:143-146). Para Simmel, el
extranjero no es aquél que llega hoy y se va mañana, sino quien llega para asentarse. Es un elemento
más del grupo, el cual fatídicamente no pertenece a él por origen, y trae consigo cualidades externas,
levantando siempre algunas sospechas. Además, el extranjero, de acuerdo con Simmel, aparece casi
siempre como el comerciante, el cual sirve como intermediario cuando los productos que consume
el grupo provienen de otras regiones. En oposición a su actividad, Simmel presenta al productor

95
Las ansiedades provocadas por la figura del “asiático” en México tienen larga historia. Se trata de una figura que ha
sido proyectada como otro externo que ha sido clave en los procesos de formación de la identidad nacional (Chang
2017). En Tepito, como en la Zona Rosa de la Ciudad de México, hay una gran presencia de coreanos (Gallardo García
2017). Si bien éstos ocupan un lugar preponderante en la actividad comercial del barrio, es común que algunas personas
utilicen el término “asiático” para agrupar a los chinos y coreanos.

125
artesanal, el cual está anclado a un lugar –su taller- y goza de limitada movilidad. Éste depende de un
círculo de consumidores que se expande muy lentamente. Su oficio requiere el reconocimiento y la
confianza de sus consumidores, lo cual nuevamente implica una fijación con un lugar determinado y
con cierta gente en particular96. De este modo, Don Manuel se posiciona como el artesano que
encarna las virtudes del grupo, y que sintetiza la identidad productiva y trabajadora del barrio. En
frente suyo, observa con desconfianza a los comerciantes, quienes representan en su actividad
económica cierta promiscuidad e intercambios que mancillan la pureza de la identidad local, al
introducir elementos extranjerizantes. Eso último sugiere que la presencia entremezclada del
comerciante y del extranjero despierta angustias que rebasan una simple incomodidad frente a un otro
que no pertenece a la “cultura” local. Lo que podemos percibir son manifestaciones xenófobas que se
pretenden disimular (“no es que yo sea racista”) a través de las cuales se evidencian temores frente a
cierta “contaminación” de las tradiciones y valores morales del barrio (“es gente que trae otras
costumbres”), que como vimos en el primer capítulo es proyectado muchas veces como “síntesis de
lo mexicano”97.
Lo cierto es que el repudio frente a lo extranjero se fusiona con un malestar más generalizado que
se produce por otras presencias “ajenas” al ámbito del barrio. Al igual que ocurre en los
posicionamientos xenófobos, vemos que las otras figuras que “no pertenecen” a la cultura local son
también señaladas como responsables de los problemas. Así, las personas que han llegado
provenientes del Estado de México, tanto comerciantes, como clientes, son confundidos bajo un
mismo manto de sospecha y a todos se les engloba en una categoría que es culpabilizada por la ola

96
Considero que los comerciantes en Tepito guardan mucha semejanza con las características que Simmel atribuye a
los productores, principalmente el estar fijado a un lugar específico y al depender de lazos con sus clientes, los cuales
crecen poco en cantidad, y más bien se buscan establecer vínculos duraderos con ellos. Sin embargo, me parece
pertinente emplear esas figuras que analiza Simmel para pensar en las imágenes que Don Manuel, Mariano y otras
personas en el barrio han dibujado sobre la oposición entre el oficio de los artesanos y el de los comerciantes.
97
En algunos trabajos podemos ver la contemporaneidad de los posicionamientos y actitudes nacionalistas y
xenófobas en diferentes partes del mundo (Appadurai 2006; Bayart 2005; Shoshan 2016). Algo que refleja la situación
actual es la tensión constante entre un discurso global incluyente y multiculturalista, mientras que, por otro lado,
observamos también reivindicaciones locales y étnico-nacionalistas. Desde luego que el marco de la globalización y las
transformaciones en las relaciones estado y sociedad funcionan para interpretar esas ansiedades alrededor de algo que
se percibe como pérdida de soberanía, lo cual definitivamente parecer afectar más a algunos grupos de personas que a
otros.

126
criminal98. Tomemos como ejemplo el modo en que reflexionan sobre la violencia y la inseguridad
en el barrio. Cuando salimos del edificio donde había sido organizado el congreso de asociaciones
civiles, Don Manuel, Mariano y yo caminamos por toda la avenida principal, dirigiéndonos al Foro
donde la AC del primero lleva a cabo las actividades. Eran alrededor de las 6.30pm, y la mayoría de
los puestos estaban siendo desmontados. La luz del atardecer anunciaba que pronto oscurecería. Las
calles lucían mucho menos pobladas ahora que el comercio había cerrado. Yo interrogué a Don
Manuel y Mariano sobre qué tan seguros se sienten caminando cuando los puestos dejan de operar y
se hace de noche. Mariano me dijo que una vez que el comercio acaba, sólo queda gente del barrio,
lo que le produce una sensación de familiaridad y confianza. Don Manuel, por su parte, me dijo:

Verás que es mucho más seguro caminar a estas horas, incluso más tarde, que cuando todo esto está
lleno. Uno de los problemas que ha tenido el crecimiento del tianguis es que ha llegado mucha gente
del Estado [de México], y ya no sabes si vienen a chambear o a robar. En general, la gente que roba no
es de aquí, son chavos de fuera que vienen a delinquir para tener para su droga, y a esta hora que se
vacía todo, a los que le fue bien, ya quedaron todos pachecos y no hacen nada, y a los que les fue mal,
ya se regresan a sus lados.

Esta última visión de la criminalidad como algo que ha sido instalado o inoculado “desde fuera”
también suele aparecer, en otros contextos muy variados, en las narrativas de las clases altas o medias
cuando se refieren a la “llegada” de personas de estratos bajos en los alrededores de sus colonias
(Caldeira 2000; Kessler 2009). Sin embargo, no considero que en los discursos de Don Manuel y
Mariano sea la clase social el tema más sobresaliente, sino una combinación de aspectos o cualidades
que nos hablan de algo más difuso. Se trata más bien de una oposición semiótica en la cual ellos, como

98
Sin embargo, esta representación de la amenaza como algo externo no es plenamente compartida. No porque
los foráneos (sobre todo los que vienen de la zona oriente o norte de la Ciudad) no sean considerados sujetos de
sospecha, sino porque algunos también guardan sus reservas hacia la misma gente del barrio. Como Nicolás me decía
desde las primeras veces que nos veíamos: “cuídate mucho de la gente del barrio, es gente cabrona, que siempre va a
querer sacar provecho y chingarte”. O como un día en que me encontraba por la noche en una fiesta de un vecino
suyo de la vecindad donde vive. Conforme los invitados comenzaban a retirarse, le solicitaban a Nicolás o a otro chico
que tenía también su moto, que por favor llevaran a las personas hacia las afueras del barrio, para que no tuvieran que
caminar. El organizador de la fiesta pedía el favor a ellos cada vez que se retiraban personas y decía: “ya saben que hay
mucha rata aquí en el barrio, mejor tomar precauciones”.

127
tepiteños, asumen como propios los rasgos nacionalistas y de buenos ciudadanos, confrontando a unas
figuras amenazantes que encarnan la impureza, la incivilidad, la violencia (atributos que
paradójicamente suelen ser ligados a Tepito en la esfera pública metropolitana).
Pero las inquietudes de Don Manuel y Mariano no se reducen a las figuras del comerciante y los
foráneos. Para ellos, los jóvenes representan una imagen alternativa del “otro interno”, a la cual
también se le vincula con el aumento del crimen y la violencia. Para ellos, se trata de personas
desvinculadas con los principios y valores tradicionales del barrio. Son sujetos que, ya sea porque las
dificultades de la situación económica los ha orillado al desempleo, o porque atendiendo a su
voluntad, así ellos lo han querido, han deambulado en caminos inciertos, rompiendo con las rutas
que las generaciones anteriores supuestamente construyeron. La idea de que los jóvenes ya no quieren
aprender oficios y prefieren realizar actividades que dejen el “dinero fácil” –como el robo, pero
también puede ser dedicarse al comercio–, se articula con el hecho de que las nuevas generaciones
parecen estar más conectadas con un estilo de vida menos “local” y “tradicional”, y más “global” y
“moderno”. Así, parte de lo aterrador de los jóvenes en Tepito se encuentra enmarcado en las
ansiedades globales que los apuntan como sujetos post-nacionales o incluso anti-nacionales (Comaroff
y Comaroff 2001).
En esto, el uso intensivo de artefactos tecnológicos como el Smartphone, el internet o las redes
sociales señalan esas búsquedas y conexiones hacia unas realidades distintas, multidimensionales.
Permanentemente, los jóvenes son visualizados como personas que buscan conectarse a través de un
espacio virtual, el cual implica un desplazamiento más allá de las fronteras físicas y culturales del
barrio. Esto se refleja en toda una estética cuyas características entrelazan “influencias externas” con
particularidades locales. Por ejemplo, la mayoría de los jóvenes menores a 25 años escuchan menos
cumbia y salsa, géneros musicales tradicionales en Tepito, y prefieren más bandas de reggeatón, hip
hop o de música norteña. Su vestimenta combina elementos de estilos contemporáneas divergentes,
como gorras y collares, ajustadas playeras con estampados, jeans tipo stretch o estilo cholo, tenis
blancos. En conjunto, podríamos decir que esta “nueva estética” o moda con la cual se identifican los
jóvenes de Tepito se confunde mucho con lo que podemos ver en muchos otros barrios populares de
la ciudad. Si sumamos algunos rasgos estéticos de eso que se ha llamado “narco cultura”, como la
preferencia por los corridos (Valenzuela Arce 2010), tenemos un aglomerado de expresiones que

128
conforman unas identidades que se asumen en diálogo con contextos mucho más amplios, en lo cual,
como mencioné arriba, la mediación de los objetos tecnológicos participa significativamente.
Otro caso más lo podemos ver las pasiones que despiertan las motocicletas y las armas entre los
muchachos. En varias personas, principalmente gente mayor, como Don Manuel y Mariano,
escuchaba impresiones sobre cómo los jóvenes se dejaban llevar por objetos materiales como las
motocicletas, gastando mucho dinero, incluso endeudándose por ello. Desde estas perspectivas, se
mira con cierta incomprensión y reprobación el que los muchachos asuman unas posturas tan
dependientes hacia esos objetos, como si fueran encantados por un maleficio. En cuanto a las armas,
era recurrente que entre algunas otras personas con las que yo interactuara se refirieran con mucha
naturalidad a las pistolas que poseían o que anhelaban adquirir. Por ejemplo, un día en el que me
encontraba con el grupo de vigilantes que describo en el capítulo 6, pasamos al menos una hora
mirando fotografías de pistolas que estaban a la venta. Los cuatro vigilantes que estaban reunidos
discutían sobre las ventajas y desventajas de cada uno de los modelos y acerca de los precios,
mostrando todos entusiasmo respecto a las armas. Esto último lo retomo en el último apartado del
capítulo, pero hago hincapié aquí en una serie de aspectos o patrones de consumo cultural que son
percibidos como parte de esas transformaciones generacionales en el barrio.
Vemos así que las preocupaciones y tensiones alrededor de las (crisis de) identidades en Tepito,
cifradas en un proceso en donde lo local cede terreno a lo externo –o global–, nuevamente se
empalman con las ansiedades más generales que se han observado en el país, debido a los procesos de
des-nacionalización y des-industrialización, lo cual ha traído consigo la idea de una des-modernidad
(Zermeño 1996; Lomnitz 2001). A raíz del quiebre del modelo proteccionista que estuvo vigente
durante el periodo de ISI, hacia finales de los 1970s, los gobiernos nacionales tuvieron que alinearse
a las nuevas directrices de la política económica mundial, las cuales presentaban como imperativos
derribar los mecanismos proteccionistas y extender las economías nacionales hacia los mercados
internacionales. Si los 1980s fueron una década de crisis y de transiciones, ya hacia los 1990s el país
experimentaba un giro en materia de cómo se entendía la modernización. Para la nueva élite
tecnocrática, formada principalmente en los Estados Unidos, el proyecto modernizador no implicaba
necesariamente romper con los cánones revolucionarios –soberanía, nación, justicia-, pero sí

129
someterlos a una nueva visión en la cual se fomentaba la integración a las economías y mercados
globales como el modo para alcanzar los objetivos trazados (Centeno 1994; Babb 2003).
Sin embargo, muy pronto se alzaron las críticas que observaron en el auge del neoliberalismo
mexicano, un “ataque furibundo” contra los sectores beneficiados por la modernidad nacionalista: las
clases obreras y los campesinos organizados.

Lo que fue la difícil construcción de una burguesía nacional en expansión durante la etapa sustitutiva
de importaciones y de crecimiento hacia adentro se convirtió en lo contrario: en un proceso de
modernización vuelto hacia afuera y llevado a cabo por menos de doscientas firmas transnacionales: ser
competitivo en el plano mundial en menos de un sexenio o morir (destrucción en consecuencia de lo
que alguna vez se llamaron clases sociales nacionales) (Zermeño 1996:26).

La modernidad contemporánea en el neoliberalismo mexicano apunta hacia lo externo, lo cual ha


despojado de sentido a muchas de las narrativas del siglo pasado, en las cuales nación y modernidad
venían de la mano, como ha señalado Lomnitz (2001:122). Hoy, lo moderno se asocia más a lo global,
y lo nacional –o local– aparece en desuso, anticuado. De ahí el desprecio con el que las élites
neoliberales miran desde hace algunos años a las políticas proteccionistas. Sin embargo, como he
mostrado en los casos de los jóvenes de Tepito, estas preferencias no son exclusivas de las élites, sino
que se encuentran esparcidas en todos los estratos sociales, marcando en todo caso una segmentación
entre diferentes generaciones, más que entre clases sociales.
Así, las quejas que expresan Don Manuel y otros viejos artesanos del barrio contra el predominio
del comercio –con la consecuente extranjerización–, se conectan con las críticas que a nivel nacional
se han escuchado durante años en contra de la apertura comercial –en concreto, al Tratado de Libre
Comercio- (Zermeño 1996). Los comerciantes y, muy especialmente, la figura del fayuquero,
sintetiza gran parte de las molestias y agravios. Fue esta figura quien, desde los ojos de Don Manuel,
traicionó a la producción local y el acuerdo nacionalista, y buscó a toda costa –sobornando oficiales
aduaneros, pagando mordida a la policía– traer productos producidos en otros países, seduciendo al
público consumidor de la Ciudad de México. Bajo el régimen neoliberal, el cual, por un lado,
promueve el comercio exterior como pilar de la política económica, mientras por otro lado,

130
abandona la industria y producción nacional, la identidad local se ha venido diluyendo. Al recorrer
las calles del barrio con Don Manuel, escuchaba sus reclamos sobre el acaparamiento de las calles,
del espacio que era de todos, de la gente del barrio, y que ahora es controlado por los líderes de
comerciantes, por los asiáticos, por la gente que viene a emplearse como vendedor desde el Estado
de México. “Mira esas cosas tan feas que han puesto [señalando las estructuras metálicas que sostienen
los puestos de los comerciantes]. Ya ni siquiera se pueden ver las fachadas de las casas. Tienen
atrapados a los árboles. A todo el paisaje le han dado en la madre”. Más adelante, miramos cómo un
automóvil avanza con mucha dificultad en medio de la gente que camina y de los puestos que están
instalados sobre la vía. “Tomaron todas las calles, no se puede circular por aquí. Imagínate cómo le
hace para entrar una ambulancia, una patrulla. Es imposible con todo esto”.
La fayuca viene a simbolizar cierto encantamiento que recuerda las promesas de generación de
riqueza con las que se promovía el proyecto modernizador neoliberal –a través del TLC. En el
documental Con Tepito en la piel, de Emilio Castillo, Don Manuel se refiere, con un tono de desgracia,
a lo que trajo consigo la difusión de la fayuca como actividad económica en el barrio:

El boxeo, en su tiempo, por los 1970s, hacía que todos los jóvenes quisieran triunfar. Querían
convertirse en ricos. Y el medio que tenían a la mano era el convertirse en boxeadores, en estrellas de
renombre, en hacer “lanota”. Y muchos de ellos lo lograron. Salieron de la nada, y llegaron hasta lo
más alto, donde están las estrellas. No todos, pero algunos cayeron. Cuando cayeron al piso, los únicos
que se madrearon fueron ellos, porque sus familias seguían integradas al trabajo. Y pues nada más el
que andaba todo perdido, contando sus aventuras de cuando tuvo y cuando fue, ya algunos medio
loquitos. Pero la familia integrada en el trabajo siguió adelante. En la banda de la fayuca ya no, cuando
llega la fayuca, ya nadie quiso ser boxeador, no era tan fácil, la chinga era dura, ¿verdad? Y entonces
buscaron otra alternativa para hacerse de dinero: la fayuca. Y ándale que pasó lo mismo: salen de la
nada, suben hasta lo más alto, llegan a tener toda la lanota que pretendían tener, pero cayeron. Cuando
cayeron, no nada más ellos se han madreado, han madreado a toda su familia.

Quisiera retomar los aspectos centrales del discurso nostálgico que ofrece Don Manuel, quien se
presenta al mismo tiempo como heredero y encarnación de la tradición artesanal del barrio. En
primer lugar, existe una idea de lo que era Tepito: un barrio de gente con vocación trabajadora, lo

131
que suponía principalmente un proceso de aprendizaje de un oficio y su transmisión entre padres e
hijos. Como vimos, todo esto se desenvolvía en los interiores de la vecindad, cuna de la sociabilidad
tepiteña y donde se reproducían los sustentos materiales y los valores morales. Particularmente me
interesa cómo se destaca la autonomía individual, familiar y colectiva que deriva de ese saber producir
cosas con las propias manos, lo que de otro modo significa no depender de nadie, ser una persona o
entidad soberana, autosuficiente. Estas cosas son las que se han perdido en los relatos de Don Manuel:
los vínculos y valores de la familia, la manera en que éstos se articulaban con el trabajo y la vivienda,
y como resultado de eso, la autonomía. Así, se extravió un orden social en el cual aparecía a la cabeza
el jefe de familia, es decir, el padre. La apertura comercial, la extranjerización y las expectativas de
acumular riquezas sembraron la discordia en el barrio, disgregando los lazos familiares y productivos.
Esta visión, por ende, mira la abundancia de bienes materiales y de mercancías con un recelo
particular, ya que la considera como fuente de infelicidad: a la prosperidad de la fayuca prosiguió la
crisis económica y de violencia. Los fayuqueros fueron los pioneros en traer mercancías extranjeras,
los primeros en traicionar la producción local. De ahí vino el neoliberalismo y de una manera fatídica,
destronó a todos, incluidos los fayuqueros. Así, el relato conforma un guion dramático, fatalista, en
el que los anhelos de riqueza material sólo pueden ser llamados al caos, a la desventura. El
resquebrajamiento de las instituciones tradicionales implica entonces un costo muy elevado, una
“caída” muy profunda: la violencia, la envidia, la dependencia. Esto último lo vemos ligado en cómo
Don Manuel se refiere al sometimiento de los comerciantes a la voluntad de los dirigentes, quienes
los exprimen. Pero también en los vicios y adicciones de los jóvenes, no sólo respecto al consumo de
las drogas, sino a los objetos materiales. El “endrogarse” asume esa doble connotación de reciprocidad
negativa: una persona o un objeto (ya sea el dirigente, la droga, la motocicleta o cualquier otra cosa)
que consume la vida de los jóvenes, a quienes esclaviza y suprime su creatividad.
No quisiera concluir el apartado sin realizar algunas precisiones sobre las visiones de Don Manuel
y sus allegados. Por un lado, como toda narrativa nostálgica, su discurso encierra un posicionamiento
político. Por ello siempre conviene indagar sobre quiénes enuncian esos discursos, desde qué lugar.
Cómo señala Irvine (2004), las narrativas suelen implicar quiebres con el pasado, contrastaciones
entre el “entonces” y el “ahora”, lo cual indica formas en las que creamos un sentido del mundo,
expresado y comunicado a través de la narrativa -y el lenguaje, en general. La performatividad del

132
lenguaje ofrece siempre rasgos indexicales sobre esos regímenes de subjetividad de los que hablaban
Mbembe y Roitman, es decir, nos indican aspectos sobre quién habla y de ahí podemos interpretar
los sentidos que se asignan a los cambios sociales, así como a las causas y efectos vinculados a aquéllos.
Así, encuentro algunas coincidencias entre el discurso nostálgico de Don Manuel y el que
encuentra Jane Hill (1992). Por ejemplo, en ambos casos están presentes el “carácter sagrado” de la
comunidad, la opinión de que la economía antes era mejor, la importancia de la “autonomía” como
modo de vida (en un caso es el artesanado quien la otorga, en el otro es la agricultura) y los desajustes
en la observancia de las relaciones de estatus, especialmente entre padres e hijos. La idea de que los
jóvenes ya no quieren aprender los oficios evoca esa otra noción que señala Hill cuando los hombres
adultos dicen que “ya no hay respeto”, lo cual manifiesta un malestar derivado por la pérdida de poder
en el orden social local. Por ejemplo, la nostalgia en estos casos alude a un tiempo en el que la voz
del padre se imponía como autoridad incuestionable, mientras que ahora los niños o jóvenes se
interesan por otras cosas y ya no obedecen. Así, Don Manuel deja traslucir en sus relatos de la vida
antigua del barrio un orden social tradicionalista, en el cual los papeles se encuentran bien
estructurados y dejan poco margen de maniobra para los hijos, en tanto que, desde su visión, lo bueno
era que siguieran el oficio de su padre. Por otra parte, se naturaliza una división de los roles de género,
en donde las mujeres aparecen un poco invisibilizadas, funcionando como madres al cuidado de los
hijos y del marido, todos sometidos al ámbito doméstico. Como veremos a continuación, existen
otras visiones que contrastan con las de Don Manuel y Mariano, por lo que la identidad del barrio es
objeto de debate.

El espíritu comercial del barrio

Hasta aquí he insistido en el discurso de los artesanos, quienes descalifican la actividad comercial
como un no-trabajo, y la consideran como el factor preponderante en la desestabilización identitaria
en el barrio, es decir, la juzgan como una labor que comenzó tarde, se instaló y se propagó como una
enfermedad contagiosa, la cual trajo consigo elementos externos, contaminando la imagen del barrio
trabajador. No obstante, es necesario mencionar que esta visión está muy lejos de ser única y
dominante en el barrio. De entrada, para miles de personas que trabajan en el mercado de Tepito,

133
cada jornada implica esfuerzo, sacrificio y, sobre todo, incertidumbre, ya que las ventas siempre se
dan de manera irregular.
Tomemos el caso de Raúl, mejor conocido como “el Sapo”. Él y yo nos conocimos porque
llegamos ambos a vivir al mismo departamento apenas con una semana de diferencia (él había llegado
unos días antes que yo). El departamento donde alquilamos formaba parte de uno edificio cuyo diseño
era posterior a la etapa de las antiguas vecindades, el cual habría sido construido alrededor de los años
1980s. Don Gregorio, el propietario del departamento, había remodelado los interiores de tal modo
que las estructuras de las habitaciones, sala-comedor y cocina habían sido eliminadas, y en cambio,
sólo habían quedado siete reducidos cuartos separados por una instalación precaria, la cual consistía
en paredes y puertas de hoja de madera delgada, sin que éstas alcanzaran el techo original, lo que
producía más bien un efecto separador a medias, como si lo que dividiera a los cuartos fuera una
especie de biombos. El baño era la única pieza que había conservado su diseño original. Éste era
compartido por las personas que habitábamos los siete cuartos.
A los pocos días de haberme instalado en uno de los cuartos de aquel departamento, me encontré
con el Sapo, quien salía del baño con una bolsa de basura en la mano. Nos presentamos y platicamos
un rato. Me contó que él también acababa de llegar a vivir allí, debido a que recientemente se había
separado de su esposa. Como tiene un puesto de venta de ropa en una de las calles de Tepito, le
interesaba mantenerse cerca de la zona de trabajo, para evitar pérdidas de tiempo en desplazamientos.
De aquel día en adelante, el Sapo y yo nos encontramos a menudo, ya fuera en los pasillos del
departamento, en los alrededores de éste o, sobre todo, en su puesto de trabajo, donde yo lo
frecuentaba.
El Sapo vende ropa interior “pirata” para caballero. Los calzoncillos que más vende son los modelos
de Calvin Klein. En más de una ocasión algunos amigos suyos y yo analizamos a detalle lo “bien hecho”
de las falsificaciones. El Sapo tiene algunos clientes fijos, pero a pesar de ello y de la “buena calidad”
de su mercancía, las ventas siempre son intermitentes. De acuerdo con él, esa incertidumbre es parte
de la “chamba”. Desde pequeño él ha estado involucrado en el comercio, ya que su padre y su madre,
ambos tepiteños, también se han dedicado a la venta en el barrio desde hace muchos años. Sus padres
solían llevarlo al puesto para que les ayudara y, al mismo tiempo, para que aprendiera el oficio de
comerciante, con la finalidad de que el día de mañana pudiera valerse por él mismo, ya fuera

134
heredando los puestos familiares o incursionando con el suyo propio. Hoy en día, el Sapo y muchos
amigos suyos de la infancia manejan puestos que ellos mismos establecieron, continuando la labor de
sus familias.
En contraste con la visión de Don Manuel, para el Sapo la administración de su puesto significa
una “chinga diaria”. Cada mañana –con excepción de los martes–, se despierta alrededor de las 7 a.m.
junto con Isaac, su hijo menor de 14 años, con el cual vive en el pequeño cuarto que renta (Rodrigo,
su hijo mayor (18), vive con la madre. Una vez listos, caminan unas ocho cuadras de la casa hacia el
depósito donde guardan la mercancía. Se trata de un cuarto dentro de la casa localizada en una vieja
vecindad del “corazón” de Tepito. Allí tienen un “diablito” con el cual trasladan las cajas llenas de ropa
interior. También cargan un bafle con el cual conectan su Smartphone por bluetooth para animar con
música la jornada laboral. Ya en el puesto, elijen los modelos que van a exhibir y los cuelgan uno a
uno en las rejas metálicas que fungen simultáneamente como “paredes” del puesto y como
mostradores. Una vez que han instalado todo, pasan horas y horas intercalando el sentarse en uno de
los banquitos o el estar de pie, siempre dirigiéndose a las personas que pasan caminando,
ofreciéndoles la mercancía, esperando básicamente que aparezcan clientes. En un día, se asoman
decenas o cientos de personas a mirar los calzones, siguiendo el mismo ritual: el Sapo o Isaac les dicen
que pueden preguntar precio, y les invitan a revisar toda la mercancía. Los clientes apenas responden,
balbuceando algo parecido a un “sí” o un “gracias”. Algunas veces, los clientes se muestran interesados
y piden el precio. Si se les hace atractivo, compran algunas piezas. Lo cierto es que cuando estuve en
el puesto con El Sapo, logré atestiguar pocas ventas. Sobre todo, observaba estrés y preocupación en
él, además de aburrimiento. En ocasiones, nos poníamos a tomar cerveza con Eduardo, su “vecino”
de puesto y viejo amigo, para pasar el rato. En esos momentos, conversábamos sobre las ventas de
algunos colegas suyos, ya que toda la información circula muy velozmente.
Hacia las seis de la tarde, comienzan a desmontar los artículos colgados y los guardan nuevamente
en las cajas, las cuales son arrastradas de vuelta al almacén por medio del diablito. Cuando termina el
día laboral, el Sapo luce visiblemente fatigado. Algunas veces nos quedamos un par de horas más
tomando cervezas, pero sin excedernos mucho, porque al día siguiente le tocaba levantarse otra vez
muy temprano, aunque sea sábado o domingo. Algunas veces que nos tocó caminar juntos de vuelta
a la casa, me decía lo cansado que le resulta dedicarse a eso. Vale la pena detenernos un instante en

135
esto, ya que uno de los reclamos de Don Manuel, como vimos, es que el comercio es considerado
una especie de “trabajo fácil”, lo cual implica dos asuntos estrechamente ligados: el esforzarse poco y
obtener retribuciones jugosas. Si miramos bien la jornada que describo, resulta obvio que el Sapo no
efectúa un desgaste físico como el que llevan a cabo los trabajadores de la construcción o quienes se
dedican a labores agrícolas. Sin embargo, su fatiga corporal se compone, por un lado, del estar de pie
de un modo constante durante largas horas. Su trabajo es muy estático, pero también es muy
demandante, le implica permanecer fijo en un punto, esperando a que lleguen los clientes. Además,
se trata de una jornada cuya duración total aproximadamente consiste en 12 o 13 horas. Por otro
lado, la fatiga se produce debido a la inestabilidad e incertidumbre de no tener una suma de ganancia
asegurada. Sin embargo, como miles de personas que trabajan en los mercados de Tepito, cada día el
Sapo levanta su puesto, lo cual es entendido por muchos como parte de la cultura local del trabajo y
el esfuerzo, lo que a veces también es visto como parte de un sacrificio personal o familiar, es decir,
que uno voluntariamente se somete a esa “chinga diaria” con tal de obtener recursos para mantenerse
y sostener a los hijos99.
Podemos destacar más aspectos del comercio en Tepito en los cuales se contrasta aquella imagen
de no-trabajo. Ya me referí a la incertidumbre que forma parte del oficio, es decir, el nunca poder
anticipar cómo irán las ventas y, por tanto, ignorar cuánto se ingresará. Algo intenso en todo esto es
que se trata de permanecer en vilo todos los días, de vivir cada jornada esa misma duda, hacerla parte
de uno mismo. De algún modo, el comercio lleva consigo un rasgo aventurero, en tanto se emprende
un negocio plagado de riesgos y zozobras. Al respecto, cabe hacer hincapié en que no sólo existe
tensión por las ventas, sino por ser víctima de robos o de extorsión. De ahí que la inversión de dinero
y tiempo que se hace en un puesto sea visto también como un oficio que requiere esa dosis de arrojo,
cuyos casos más extremos los podemos apreciar en los comerciantes que viajan a China o Belice para
adquirir mercancías, o de una manera más extendida, en los compradores mayoristas que acuden al
mismo Tepito -con los “riesgos” que eso implica- para luego vender las mercancías en sus negocios

99
Esta idea del trabajo como sacrificio es identificada por Lomnitz (2003), cuando subraya cómo los esfuerzos
entregados por las personas pueden ir acompañados de cierta promesa futura de que algo bueno traerá ello, por
ejemplo, el pagar la escuela de los hijos y la esperanza de que tengan un mañana más próspero, o la idea detrás de los
migrantes mexicanos, quienes se desprenden de la familia pensando en los beneficios que puedan derivar de ese
sacrificio.

136
dentro de la Ciudad de México o en los mercados del interior del país. Además, el oficio de
comerciante es narrado como algo que demanda disciplina y entrega, lo cual trae a la mente esa
dependencia de la que hablaba Don Manuel. En efecto, para el Sapo y sus amigos el puesto los
“esclaviza”, pero eso no es algo visto negativamente, sino que es significado como parte normal del
trabajo: hay que fregarse, como reza la idea del esfuerzo y el sacrificio. Desde fuera, uno bien podría
cuestionarse si el artesano no está a su vez esclavizado a su taller. Así, el trabajo del comerciante es
pensando como un oficio más.
Esto último nos conduce al asunto de la tradición del barrio o, mejor dicho, a las narrativas sobre
la identidad y la tradición. En contraste con lo que sugiere Alba Villalever (2009), para quien Tepito
claramente ha seguido una trayectoria que va de ser un barrio de oficios a un barrio de comercio,
podemos observar cómo algunos otros autores han enfatizado la relevancia simbólica que la actividad
comercial -condensada en los mercados, como el Baratillo- ha tenido en la construcción de una
imagen pública de Tepito desde sus inicios (Piccato 2001; Aréchiga 2003; Konove 2018)100. Por
ejemplo, Ernesto Aréchiga lo destaca con estas palabras: “Muy pronto el mercado de Baratillo se
fundió con Tepito, se hizo uno mismo con el barrio, transfiriéndole sus características distintivas, sus
olores, sus sabores, sus ruidos, en fin, se constituyó en un factor central de su identidad y su vida
cotidiana” (Aréchiga 2003:224). Por su parte, el cronista Armando Ramírez (1983: 90) encuentra en
la fayuca un elemento transnacional en la identidad tradicional del barrio, el cual estuvo ligado desde
muchos años atrás a los Estados Unidos, debido a los flujos migratorios y los viajes que los boxeadores
realizaban a aquél país:

En el principio era como una aventura, de esas cosas que yo no sé por qué causas el barrio siempre
ha estado más cerca de la frontera de USA que del zócalo, no obstante que el palacio de gobierno está
a diez calles. Entonces me imagino que entre los braceros y los boxeadores hay mucha conexión, me
imagino que un día a alguno de ellos se les ocurrió llevarse algunos regalos para el barrio y como además
se trae el espíritu del comercio, llevó algunos chiclets y bisutería para vender, así, lo que le costó
cincuenta centavos de dólar los pudo vender a cincuenta pesos (cuando la tierra era diluviana y el peso
estaba a doce cincuenta por dólar), luego, pensándolo mejor, en otra idita se trajo, con un poco de

137
timidez, algunas cosas de porcelana y jabones Dove, vio que le salía bien lo del viaje en autobuses y
ganaba para vivir, entonces comenzó a ir cada quince días, se ganaba cuatrocientos por ciento y a veces
hasta mil por ciento, todo era según la demanda de sus cosas, se dio cuenta que las cosas eléctricas,
cualquier cosa para arreglo personal, por el simple hecho de que tenía el nombre en inglés, ya era más
caro su precio a ojos de los clientes e indudablemente de mejor calidad, se lo dijo a su compadre, nunca
había problema, los aduanales vigilaban a los traficantes, a los contrabandistas, no a una gente que
llevaba cosas para su casa, aunque excedido, pues una pequeña mordida y vino la fayuca.

Ese “espíritu del comercio” que portan los tepiteños, de acuerdo con Ramírez, también es
defendido por Fernando, cuyos tours describo en el primer capítulo y a través de los cuales él
desarrolla la idea de una vocación comerciante del lugar, remontándose para ello a la época pre-
Hispánica en donde operaba un tianguis entre Tlatelolco y Tenochtitlan. Aunado a ese relato
originario del barrio, Fernando subraya constantemente que Tepito cumple una función central
dentro de la reproducción de la fábrica social, actuando como “ropero de los pobres”. Por otra parte,
tanto Fernando como muchos otros -entre ellos los artistas Jota Izquierdo y Abel Carranza- han
destacado el hecho de que los mercados de Tepito han servido para abastecer a los sectores bajos de
la sociedad con bienes tecnológicos, abriéndoles así los accesos a la cultura material del capitalismo
global101. Visto desde estos enfoques, el comercio en Tepito y la distribución de artículos piratas
(ropa, calzado, películas, música, softwares) coloca al barrio dentro de una red transnacional de
circulación etiquetada como “capitalismo desde abajo” y la cual tiene como rasgo central la inclusión
económica entre los sectores populares a partir de la borrosidad de la frontera entre lo legal y lo ilegal
(Alba Vega y Braig 2012; Hernández Hernández 2018)102. La infraestructura creada en el barrio
alrededor de la piratería también propicia mayor difusión de las producciones de entretenimiento
audiovisual “formales”, lo cual es señalado por Larkin (2008) cuando analiza el caso de Nigeria. Pero

101
Sobre proyecto artístico y político del Capitalismo amarillo: La obra de arte en la época de su reproductibilidad pirata >
capitalismo desde abajo > resignificación de los derechos de propiedad intelectual y de la labor productiva y
circulante de las mercancías
102
En las últimas dos décadas aparentemente Tepito ha reforzado su conexión con otras regiones del mundo, a
diferencia de lo que ocurría en la época de la fayuca, cuando el vínculo era sobre todo con los Estados Unidos. Por
ejemplo, hoy participan importadores chinos y coreanos asociados con gente del barrio, además de que se encuentran
interconectados con centros de producción de mercancía pirata de países asiáticos y Centroamérica (Alba Vega and
Braig 2012).

138
Larkin también muestra cómo esas infraestructuras piratas, si bien aprovechan medios y recursos
“oficiales”, desarrollan sus propios canales e, incluso, propician nuevas estéticas. En el caso de Tepito,
podemos ver esos impulsos creativos tanto en diseños de ropa que juegan con la noción de la piratería
(alterando sutilmente los nombres de las marcas, por ejemplo, reemplazando NIKE por LIKE,
ADIDAS por ARDIDAS), como en la producción del sonidero, un estilo de música que combina el
ritmo de la cumbia con un especial énfasis en los tonos graves un poco distorsionados por las
mezcladoras y bocinas, y cuyo desarrollo fue posibilitado por la incursión de objetos tecnológicos
importados. De este modo, los cronistas, dirigentes, los medios de comunicación y los mismos
comerciantes celebran cómo la imaginación de los tepiteños y sus mercados no sólo conectan a
amplios sectores con esa cultura de consumo, sino que manifiestan su capacidad para producir valores
agregados, gracias a la creatividad. Estos esfuerzos buscan revertir una tendencia de toda la vida en la
cual se observa cómo la actividad del comercio callejero ha sido constantemente renegada,
cuestionada y criminalizada (Barbosa 2008; Meneses Reyes 2011; Leal Martínez 2017).
Ahora bien, no podemos dejar de atender otro asunto crucial en estas tensiones entre los discursos
nostálgicos de los artesanos y cómo proyectan éstos a los comerciantes. Como vimos arriba, para Don
Manuel y Mariano el incremento de la violencia en el barrio proviene desde el auge de la fayuca y la
“venta” del barrio a los comerciantes e intermediarios extranjeros. Pero como proponía
anteriormente, en la visión nostálgica de aquéllos se ofrece un retrato un tanto ingenuo sobre Tepito,
como un espacio puro e inocente, el cual se contaminó por la seducción de la riqueza. En otras
palabras, fue la avaricia lo que propició el caos de los últimos años103. Sobre esto, debemos considerar
que existe una especie de contradiscurso nostálgico, el cual, contrariamente, mira con añoranza
aquellas épocas de prosperidad en las que la fayuca brindó cierta abundancia. Por ejemplo, una vez
en la que me encontraba en casa de Nicolás, su madre y él estuvieron platicándome acerca de cómo
veían la situación del comercio en el barrio actualmente. Sin desatender el vestido que estaba

103
Esto guarda algunas similitudes con las historias que recoge Richard Kernaghan (2009) sobre los tiempos de
apogeo de la coca en el valle de Huallaga, Perú. De acuerdo con algunos relatos, el esplendor y la abundancia que
trajo consigo el boom de la coca en la década de los 1970s no sólo implicaba una riqueza efímera, engañosa, sino que
necesariamente tenía que derivar en cosas malas, por lo que la ilegibilidad de la violencia infringida tanto por las
fuerzas del estado como por Sendero luminoso es interpretada narrativamente como resultado de aquellos impulsos
codiciosos.

139
cosiendo, la madre de Nicolás comentaba que hoy en día no se ve tanta gente comprando en las calles
del barrio. Esto significa que los ingresos de los comerciantes no son iguales a los que anteriormente
se registraban. Parte de esto lo achaca a que ahora se venden cosas de peor calidad y de menor precio,
puras “chácharas” chinas o coreanas. Además, los “pobres” vendedores hoy en día deben encarar la
rapacidad de los dirigentes, quienes son los únicos que hoy logran acaparar grandes ganancias. Así, el
escenario luce triste para aquellos que tienen sus puestos de venta, ya que por un lado enfrentan una
disminución de sus ventas, mientras que, por otro lado, deben pagar cuotas más y más onerosas.
“Ya no es como antes”, señaló la señora, dirigiéndose luego a Nicolás: “te acuerdas de cómo se
acumulaban los trailers y camiones cargados con cosas que llegaban de contrabando. Cómo se
juntaban los muchachos para descargar las cosas”. Tanto ella como Nicolás describían con cierta
emoción y afecto un paisaje en el cual “todas” las personas del barrio obtenían algún beneficio, ya
fuera participando en el transporte de las mercancías, descargando y trasladándolas entre las bodegas
y los puestos, o ya fuera poniendo puestos de venta. En su narración, la fayuca representa una fuente
de riqueza que se esparcía entre la gente del barrio, generando trabajos para todos, incluso los niños
y más jóvenes. De acuerdo con ellos, más que dividir a las personas, el apogeo de la fayuca los reunió
bajo el propósito común de producir mayores ganancias. Sin embargo, la época dorada experimentó
un lento declive propiciado por la apertura comercial oficial y la integración bilateral entre México y
los Estados Unidos, primero mediante la puesta en marcha del Acuerdo General sobre Aranceles
Aduaneros y Comercio en (GATT, por sus siglas en inglés) y posteriormente con la firma del
TLCAN, lo cual mermó significativamente las ganancias del contrabando de mercancías entre ambos
países (Sadler 2000).
Algo que a mí me parecía sobrecogedor era cómo algunas características de esa distribución de
riqueza y la posibilidad abierta para “todos” para participar en ello guardaban ciertas semejanzas con
la pujanza actual de la comercialización de drogas. Sobre esto me referí en el capítulo anterior, cuando
señalaba cómo muchas personas que yo conocí llevan a cabo incursiones más o menos esporádicas,
aunque repetitivas, en alguna fase dentro del complejo proceso de comercialización de drogas. Entre
esos trabajos efímeros, de “entrada por salida”, los más usuales son aquellos que tienen que ver con
transportar las mercancías de un lado a otro, tal cual lo hacen los diableros que mueven playeras,
discos, tenis, etc. Por otro lado, esa distribución se alcanza también de un modo un tanto más

140
indirecto en muchos casos como en el que describí también en el capítulo anterior, cuando Jaime
paga por las cervezas de los vecinos y amigos, y por los mariachis que amenizan la convivencia. Como
en la tienda de Jaime y su tío don Eusebio, el negocio de la droga también puede llegar a ser
considerado localmente como una empresa familiar, la cual se halla incrustada en los vínculos
vecinales y barriales. Así, la venta de droga puede ser vista como parte de la actividad comercial, por
lo que se reivindica por quienes así lo ejercen como un oficio más, como me decía don Eusebio.
Desde luego que esta nueva forma de producir riqueza resulta mucho más problemática hoy en
día que lo que representó la fayuca décadas atrás. Si bien ambas actividades se inscriben en el campo
de lo ilícito, las consideraciones morales con las que se miran una y otra apuntan a diferentes grados
de legitimidad, por lo que el actual apogeo del narcomenudeo no ha alcanzado la celebración mucho
más consensuada que logró activar la fayuca -a pesar de que siempre hayan existido desacuerdos,
como he sostenido. Lo que me interesa marcar aquí es que las teorías locales sobre la inseguridad
debaten sobre las causas específicas o sobre los procesos que han derivado en una mayor violencia en
el barrio. Si para los artesanos la propagación del mal comienza con el comercio de mercancías
extranjeras y las propensiones codiciosas, para los comerciantes la violencia está más ligada a la
voracidad de los dirigentes o extorsionadores, así como a las “ratas”, quienes son para ellos esos otros
que no quieren trabajar y gustan del “dinero fácil”104.

Las manos (in)visibles en la generación de riqueza

De acuerdo con Jean Comaroff y John Comaroff (2001), en el capitalismo neoliberal de cambio
de siglo se observan algunas transformaciones en las experiencias fenomenológicas cotidianas, es
decir, ha habido cambios en los registros sobre cómo se interpreta y se representa el mundo en
términos políticos, culturales y económicos. Una de estas transformaciones es la pérdida de relevancia
que la industria secundaria tiene en la producción de riqueza, frente a la escalada de los servicios
tecnológicos, las actividades financieras y los mercados basados en la especulación. En conjunto, estas
formas “menos tangibles de generar valor” han producido a nivel global cierta sensación de

104
En el siguiente capítulo me enfoco en los sentidos predatorios de las economías de la inseguridad, los cuales
surgen de la ambivalencia entre la protección y la extorsión.

141
independencia respecto del trabajo humano. De ahí la imagen más o menos recurrente en diferentes
contextos de la intervención de una mano invisible en la producción y circulación de mercancías, lo
cual marca la centralidad que la noción del (libre) mercado tiene hoy en día (Elyachar 2005) . En
esto, la robotización y terciarización de las economías en las ciudades globales (o globalizadas) (Sassen
2007; Duhau y Giglia 2008), las cuales concentran las actividades financieras y de servicios, han
relegado el papel de las fábricas y la manufactura industrial, por no mencionar la artesanal.
Lo anterior no sólo crea una sensación de superfluidad de la mano de obra, sino que sumado a lo
prescindible que se vuelve el saber del trabajador –obrero u artesano–, las redes de producción y
circulación transnacionales redefinen la importancia de lo local y lo nacional (Sassen 2007). En
México, el proyecto modernizador que inició en el periodo de Carlos Salinas, tenía por principio
integrar económicamente las regiones del país en los circuitos globales –principalmente con los
Estados Unidos–, y esto implicaba que el nacionalismo se llenara de un nuevo sentido: ya no se trataba
de consumir domésticamente lo que las manos de trabajadores mexicanos producían, sino que ahora,
se promovía la exportación y la competencia internacional, al mismo tiempo que se estimulaba el
consumo mediante las importaciones (Lomnitz 2001; Babb 2003) . Por tanto, la “invisibilidad” u
opacidad en la producción de valor está íntimamente relacionada con los procesos de des-localización
de la industria manufacturera (Sanders 2003). Y todo esto es parte fundamental en las tensiones por
las identidades locales de las cuales he discutido arriba.
Permítanme ilustrar con algunos ejemplos. Una tarde me encontraba con Faustino, un señor que
vende ropa de mujeres en su puesto. Debe tener un poco más de 50 años de edad y más de veinte
con el negocio. Estábamos sentados en unas cubetas que funcionaban como sillas, mientras se acercó
a nosotros Rubén, uno de los muchachos que trabaja como diablero para varios comerciantes de la
calle. Se sumó a nuestra plática, que básicamente en ese momento se centraba en la historia del puesto
de Faustino. Yo le había preguntado recientemente de dónde venía la ropa que él vendía, si estaba
ligado con los negocios de los coreanos. Nos contó que él tiene un contacto con el que ha estado
trabajando desde mediados de los 1990s, el cual le consigue blusas para mujer que son manufacturadas
en la India. Con mucha curiosidad, Rubén y yo le inquirimos más sobre el origen de sus productos,
también acerca de cómo era el proceso de importación. Faustino nos dijo que él en realidad
desconocía prácticamente todo sobre el proceso, sólo sabía que su contacto –que después de tantos

142
años, era una especie de amigo– le había comentado que él mismo había estado en la zona de la India
donde estaba la fábrica, y le había mostrado algunas fotografías. La calidad de la ropa que vende no
parece mala. Tampoco nos quedó claro a ninguno si se trata de diseños originales o si son copiados.
De pronto los tres nos descubrimos un tanto asombrados por la manera en que operaba un circuito
tan extenso, que finalizaba –parcialmente, porque muchos clientes de Faustino compran para
revender en otros mercados– exhibiéndose en los estantes de su puesto. Justo por esos instantes,
vimos pasar unos diableros que arrastraban varias cajas cerradas. Eran como 6 personas conduciendo
cada uno su carrito. Parecían dirigirse al mismo destino, probablemente algún depósito. Rubén dijo:
“es increíble toda la mercancía que se mueve aquí. Yo todo el tiempo estoy moviendo cosas de un
lado a otro. Hay mucha lana aquí, se mueve mucha mercancía. Y yo la verdad es que ya ni sé de dónde
es que viene todo eso. Dicen que mucho viene de China, pero luego me dicen que mucho se hace
aquí mismo en México”. Nuestra perplejidad permanecía en tanto que ninguno poseía suficientes
elementos para esclarecer la incógnita.
En otra ocasión, estaba acompañando a los muchachos del grupo de vigilantes de la misma calle
donde está situado el puesto de Faustino. Alfredo, uno de ellos, nos dijo a todos que debía escaparse
unos minutos, para entregar unos relojes. Le pedí que me contara de qué se trataba el asunto. Los
demás parecían poco interesados, como si ya estuvieran enterados de todo. Alfredo me contó que su
madre vendía relojes –los cuales eran réplicas de marcas– y tenían algunos clientes del centro, los
cuales a su vez los revendían en sus negocios establecidos –es decir, no ambulantes. Igualmente,
pregunté si sabía de dónde venían. Me dijo que no estaba seguro, pero pensaba que de China. “Debe
ser de China, porque ellos son los que manejan todo lo de tecnología aquí. ¿Sí has visto en las plazas
de acá enfrente? También venden relojes, de hecho la gente les compra más a ellos, prefieren entrar
a la plaza. Pues en esa plaza ves puros chinos en los locales”. Mauro, otro de los vigilantes, lanzó la
interrogante si efectivamente la gente de esos locales eran chinos o coreanos. Alfredo y los demás se
mostraron dubitativos. “Mmm la neta no sé. Quizá son coreanos que traen cosas de China, o al revés.
Pero bueno, esos weyes son como lo mismo, ¿no? [provocando risas entre el grupo] Lo que sí es que
son chingones para esas cosas tecnológicas, y yo creo que como trabajan chingo de horas, sacan cosas
muy baratas”.

143
Por su parte, en alguna de las varias pláticas que sostuvimos el Sapo y yo en su puesto, me contó
un poco sobre sus incursiones a Belice para traer la mercancía que vende. Me platicó que a través de
un intermediario que se acercó a algunos comerciantes que ya eran conocidos suyos, les ofreció entrar
a una ruta de mercancías que podrían traerse desde la zona libre de Belice. El Sapo, preocupado por
la inversión que esto representaba, decidió personalmente realizar el viaje unas tres ocasiones con
esta persona. El trayecto recorría los estados de Veracruz, Tabasco, Campeche, y llegaba hasta
Chetumal, Quintana Roo. De ahí cruzaban la frontera hacia Belice, hasta alcanzar la zona libre. Una
vez allí instalados, quienes hacían el viaje, exploraban los locales y puestos en búsqueda de las opciones
más atractivas. La expedición duraba varios días, lo cual incluía dos días casi enteros para que tuvieran
tiempo suficiente de encontrar el mejor sitio para comprar la mercancía. “Pero en serio, Arturo, no
sabes cuántos locales, la cantidad de tiendas, con montones de ropa”. Siempre curioso yo por saber
de dónde llegaba todo eso, no encontraba respuestas expertas: “La verdad que no sé, se supone que
la mayoría de las cosas vienen de China, pero parece que no todo. Y no sé si llega a Belice desde
Panamá, o por dónde es que llega, pero es increíble cuánta cantidad de cosas”.
La abundancia de mercancías que circulan en los mercados informales de Tepito, tiene pues, un
origen siempre desconocido, enigmático, lo cual incita ciertas fantasías sobre la manera en que son
producidas o sobre las regiones de donde provienen. Quienes parecen tener conocimiento certero,
son excepciones. En el barrio, existen algunos aventureros que son conocidos como los “Marco Polos”
de Tepito. Estas figuras están rodeadas de una reputación aventurera, en tanto que han llegado hasta
China para traer ellos mismos su propia mercancía. Sus travesías esconden los secretos íntimos de
esos lugares remotos, ignorados por la extensa mayoría. Sin embargo, muchos de los comerciantes
tampoco parecen perder el sueño con intrigas sobre el origen de los artículos que venden. Si bien
existe la curiosidad y se pueden llegar a desatar algunas especulaciones, lo importante es que sean
mercancías de buena calidad y baratas. Cómo llegan, de dónde vienen, quién las hace, son temas
secundarios.
Esta des-localización del sector productivo en la economía tepiteña, es fuente de irritación para
Don Manuel y algunos otros artesanos, quienes miran con desconfianza el mar de mercancías de
origen incierto, producido por manos desconocidas, o peor aún, por máquinas. El paralelismo trazado
anteriormente entre la producción artesanal en Tepito y la industrialización en México, encuentra

144
aquí una tensión, ya que la relación que se daba en la fábrica entre las máquinas y los obreros, no es
la misma que se daba en el taller entre el artesano y sus herramientas. Como señala Gallo (2010),
refiriéndose a los murales que Diego Rivera pintó en Detroit y California, el utopismo tecnológico
que se expande entre los artistas a partir de los 1920s, celebra la conexión entre las máquinas y los
trabajadores, por lo que la tecnología era considerada como una fuerza liberadora de la carga
laboral105. En cambio, en el oficio de los artesanos, como señala Sennett (2009), resulta fundamental
la relación entre “la mano y la cabeza”. De ahí que las exploraciones de las dimensiones de habilidad,
compromiso y juicio se den de un modo muy particular entre los artesanos.
La conexión entre mente y mano queda expuesta con claridad en el relato que algunos artesanos
del barrio exponen en el documental Con Tepito en la piel, de Emilio Castillo. Allí, el célebre pintor
tepiteño, Daniel Manrique, habla sobre su trabajo como muralista y lo vincula con una idea más
general de lo que significa la labor de los artesanos:

Para mí, la cultura es la capacidad del trabajo, y específicamente, el trabajo con las manos. Es de las
cosas que yo señalo en cuanto a la validez del barrio de Tepito: es lo que se vio ahí de esa capacidad del
trabajo manual. El trabajo artesanal, la capacidad de reinventar los oficios traídos hace 500 años de
Europa. En Tepito se reinventan.
Y esa capacidad surgió precisamente por la necesidad. La necesidad del trabajo, la necesidad de
vivir.

En otro momento del filme, Rubén, un flaco como de unos 40 años, aparece hablando de su oficio
de hojalatero. Cuenta que Rosendo “el Mugres” le enseña el oficio cuando aquél era adolescente,
ganando en ese entonces 20 pesos al día.

Gracias a eso aprendimos a agarrar las herramientas: el tas, el martillo, a darle forma a las cosas, a
pintar un coche, a que no se inclinara, a que no se le escurriera. El trabajo de la calle es muy cansado,
porque tenemos dos facetas. Nos da el sol, nos da el agua [la lluvia], pero es un arte también. Es algo

105
La fascinación que levantaba la tecnología en la producción de bienes bajo la moderna industrialización se extendía
a otros ámbitos de la vida. Así, en algunos poetas españoles de la generación del 27, como Rafael Alberti o Jorge
Guillén podemos atisbar ciertas loas hacia los avances tecnológicos.

145
del arte del barrio de Tepito. De crear cosas con las manos, con estas manos que están aquí. Crear lo
destruido y volver a darle el valor a las cosas.

Rosendo, un restaurador, hace eco de los principios que proponía Walter Gropius cuando escribió
el manifiesto fundador de la escuela Bauhaus: los artistas, en particular los arquitectos, escultores y
pintores, debían volver a la artesanía o trabajos manuales. Para Gropius, no existía diferencia esencial
entre el artista y el artesano: “el artista es un artesano glorificado” (Droste 2015). Rosendo se refiere
así de su oficio:

El único que puede regresar el pasado al presente es el restaurador y el artista. Porque mi abuelo
decía que, en realidad, el recordar es volver a vivir, y él se acordaba mucho de cuando estuvo en la
Revolución. Yo empiezo a ver las cosas, y digo que los recuerdos, son de lo que estamos hechos todos,
porque si no fuera así porqué hago tantas cosas, que me recuerdan algo bonito, entonces cuando estos
recuerdos vienen a mí, los hago.
Los críticos siempre dicen: esto ni es arte, ni es artesanía. Esto ni es este estilo, ni este otro estilo,
a todo quieren ponerle barreras. El arte no tiene barreras, el arte te gusta porque te gusta.

En épocas recientes, quizá como una respuesta a la producción industrial en serie y al consumismo
desatado, se puede observar una revalorización de lo producido artesanalmente. Esto no sólo se
aprecia en el arte, sino en muchas otras esferas de la vida, como en el consumo de muebles, alimentos,
bebidas, ropa, y prácticamente cualquier cosa que es elaborada no por la robotización propia de las
fábricas o maquilas, sino por las manos hábiles y pacientes de los artesanos: carpinteros, sastres,
cocineros, horticultores, mezcaleros, etc. Otra expresión de rechazo a lo que se produce hoy, es el
crecimiento de los mercados de antigüedades. En los artefactos viejos se busca el aura de las obras o
productos artísticos sobre la cual escribió (Benjamin 2007c). Es decir, que en el consumo selecto de
piezas artesanales o de antigüedad, en contraste con aquél que recurre a los bienes producidos
contemporáneamente en serie, existe un deseo por poseer un objeto cuyo sentido de originalidad
permanece casi intacto, en tanto que se presenta como un artefacto único, el cual carga un “testimonio
histórico” específico. Las huellas temporales que estos objetos portan los mantiene ligados a una
tradición, como señala Benjamin, mientras que la reproducción técnica de las obras reactiva una y
146
otra vez al objeto mismo, con la cual esa pérdida de aura involucra una desconexión con la tradición
y con el tiempo (Benjamin 2007:221).
Así, los artesanos experimentan sus productos como un arte único e irrepetible. Además, en esto
vislumbramos una relación particular que ellos establecen con los objetos, en la cual se da otro tipo
de fetichismo, un poco diferente del que analiza Marx (1976: 163-177). Para éste, el fetichismo de
la mercancía consiste en una cosificación de las relaciones sociales que envuelve la suma de trabajo
realizado por productores individuales, los cuales no entran en contacto de modo directo, sino por
la mediación y el intercambio de las cosas producidas. De este modo, las mercancías se asumen como
tales en tanto que llevan consigo una fuerza de trabajo que está proyectada para el intercambio, y para
ello, aquéllas se presentan como valores (y no como valores de uso). La labor de los artesanos
pareciera consistir en un tipo de producción peculiar en la cual los bienes producidos entran a un tipo
de mercado semejante al artístico. Allí existe una mezcla entre lo intercambiable y lo inalienable,
marcado por la circulación de objetos portadores de aura, es decir, cargados de autenticidad. La
producción de bienes artesanales, en cierto modo, ingresa al circuito capitalista de un modo peculiar,
en donde la asignación de valor retoma o visibiliza esas manos creadoras, fuente de la transferencia
de ese valor106. En los productos que crean Don Manuel, Daniel Manrique y los demás artesanos-
artistas a los que me refería, vemos un fetichismo en el cual aquéllos objetos se asumen como
portadores no sólo del conocimiento y habilidades de ellos, no sólo del tiempo y del trabajo
empleado, sino de las relaciones sociales que en conjunto permiten ese proceso: lo que sus manos
crean es resultado de la vida ligada al taller, de la transmisión generacional, del orden social alrededor
del artesanado. Por otra parte, retomando la discusión previa, la idea del consumo artesanal se asocia
con lo local y con la mejor calidad –además del aura de la supuesta especialidad del producto. Esto
en oposición a lo industrial, lo cual se asocia a lo global y de peor calidad.

106
Siguiendo a Kopytoff (1986), la producción de mercancías encierra un proceso cultural y cognitivo, el cual
muestra cómo un mismo producto puede ser a veces mercancía, en tanto objeto de intercambio, y en otras ocasiones
puede permanecer fuera de esa esfera. De acuerdo con el autor, esta dimensión cultural en la producción de
mercancías refleja, entre otras cosas, cierta economía moral detrás de las transacciones objetivas y visibles, lo cual
contribuye a esos deslizamientos cognitivos o formas en las que tanto productores como consumidores se aproximan a
los objetos.

147
Por último, quisiera mencionar otro ejemplo en el cual el discurso nostálgico se asocia con la
importancia del trabajo manual en la definición de un oficio. Durante mi trabajo de campo, en
reiteradas ocasiones escuché relatos acerca de personas asesinadas en el barrio, principalmente por
medio del uso de armas de fuego. En esas ocasiones, era habitual que algunas de las personas
involucradas en la conversación elaboraran una narrativa en la cual se contraponía un presente mucho
más violento, en el que sobre todo los jóvenes recurren con mayor frecuencia a las pistolas, frente a
un pasado en el cual las personas arreglaban sus diferencias con las manos, es decir, enfrentándose a
golpes. En ello, se dibujan tipos de masculinidad distintos, en donde para un caso, la pistola puede
ser interpretada como un artefacto que empodera en tanto que proyecta no sólo una capacidad
destructiva que resulta amenazante, sino que indica un estatus específico asociado a la capacidad
adquisitiva, por un lado, y a cierta valentía e impunidad, por otro lado. En la masculinidad que se
presenta en el discurso nostálgico, la hombría consistía en defender el honor principalmente a través
de las propias manos y del saber defenderse. En ese sentido, los relatos apuntan muchas veces a una
violencia menos ofensiva o predatoria y se subraya más el papel medido y sensato de la fuerza física.
Incluso cuando se referían a la siempre denigrada figura de las “ratas” o ladrones, marcaban una
diferencia. Para muchos de mis informantes, en décadas anteriores los ladrones no cargaban armas,
ni atacaban a la gente del barrio. Estos relatos concuerdan con los testimonios que brindan los
“ladrones viejos” en el documental de Everardo González (2007), quienes describen sus labores
extractivas como parte de un trabajo, un oficio en el cual, como muchos otros, se requería un proceso
de aprendizaje (muchos de ellos narran que comenzaron a delinquir desde pequeños o adolescentes)
que implicaba dominar el arte de estafar o robar a la gente sin recurrir a la violencia. Así, en las
narrativas nostálgicas incluso las figuras más abyectas, como los “criminales”, son redimidos en tanto
que se les concede el hecho de que, al emplear el ingenio y la habilidad manual, estaban consagrados
a un oficio.

Conclusiones

En este capítulo he intentado plasmar algunas discusiones y tensiones alrededor de lo que significa
Tepito, es decir, cuáles son las opiniones que existen sobre la “esencia” de su identidad. Como he

148
mostrado, podemos mirar visiones distintas, por lo menos dos que se confrontan, disputándose el
carácter del barrio, rescatando y elaborando relatos en los que se proyectan orígenes que marcan
justamente ese rasgo central del lugar y de su gente. A través de las narrativas de artesanos y
comerciantes, he procurado analizar esas tensiones que nos aportan elementos significativos para
comprender cómo se experimentan las crisis contemporáneas de violencia e inseguridad en Tepito.
Me interesa subrayar cómo en los relatos nostálgicos se atisban particulares ideas sobre la producción
de bienes y la creación de riqueza, pero también sobre la moral detrás de ello, lo que en conjunto
dibuja nociones de órdenes locales distintos.
Los fenómenos que analizo aquí, si bien están situados empíricamente en Tepito, sirven para
enlazar analíticamente experiencias concretas que se relacionan con procesos cuyas escalas desbordan
claramente las fronteras del barrio. Como he mostrado, esa tensión en la cual conviven las figuras del
artesano y el comerciante, ambos esforzándose por alcanzar reconocimiento y legitimidad pública, se
encuentra enmarcada en un contexto de transformaciones mucho más extenso. Lo anterior nos
conduce a reflexionar etnográficamente sobre la manera en que los procesos de modernización e
industrialización fueron experimentados localmente, y cómo se han dado ciertos ajustes frente a las
políticas neoliberales que han “abierto” al país hacia lo externo, provocando ansiedades e inquietudes.
Particularmente, me gustaría destacar que, justo en las interpretaciones y las experiencias ligadas con
estos cambios es que podemos rastrear los significados de la inseguridad. Como veremos en el
siguiente capítulo, gran parte de las amenazas e incertidumbres en Tepito -y en el resto del país- están
cifradas en narrativas cuyo tiempo histórico apuntan hacia un deterioro del orden social. Uno de esos
rasgos inciertos de este orden contemporáneo es la ilegibilidad entorno a las figuras o nociones de
protección y de extorsión.

149
CAPÍTULO 4
Entre la protección y la extorsión: regímenes económicos predatorios

Unos tres meses después de que había comenzado mi trabajo de campo, me reuní un miércoles
por la tarde con el cronista Fernando, de quien he platicado en capítulos anteriores. Aquella tarde
nos vimos para comer y platicar sobre cómo estaba desenvolviéndose mi estancia en el barrio. Desde
las primeras veces que nos habíamos visto, Fernando se había mostrado muy abierto y generoso
conmigo, dejando clara su inclinación a ayudarme con cualquier cosa que estuviera a su alcance. En
nuestros encuentros también manifestaba cierto interés por mi trabajo, así como una preocupación
porque las cosas se desarrollasen sin contratiempos o peligros. Sobre esto último, ambos sabíamos -
como el resto de la gente en el barrio- que las personas nunca están exentas de sufrir algún percance,
por lo que es importante moverse siempre con recaudo. Por ejemplo, ese día -como había ocurrido
en otras ocasiones- habíamos quedado de vernos en el edificio del gobierno local en el cual él trabaja
para dirigirnos a Tepito desde allí usando el metro. Al salir de la estación, caminamos sobre la avenida
principal con dirección a un local de tacos de un amigo suyo. Mientras andábamos sobre la avenida,
me recordaba insistentemente que caminase del lado sur de la calle, debido a que en la acera de
enfrente se juntaban más los “mañosos”.
Durante la comida, nuestra conversación tocó varios asuntos. Le conté sobre lo que había estado
haciendo en las semanas previas, destacando mi incursión con los conocidos del área de Protección
civil. Fernando escuchaba atento, preguntándome con curiosidad acerca de mis impresiones. Algo
que yo le mencioné aquella tarde fue que me interesaba conocer más sobre las formas en las que los
comerciantes se han organizado para hacer frente a la inseguridad. Así, estuvimos platicando un buen
rato sobre algunos grupos de vigilantes que están ligados a las asociaciones107. De acuerdo con él,
todos esos empeños de los comerciantes y, en términos más amplios, de la “gente del barrio”
encaminados a establecer mejores condiciones en relación con la seguridad, han traído consigo ciertos
beneficios, ya que en tiempos recientes los robos han disminuido. Por un momento, noté que
Fernando se pronunciaba con un tono celebratorio cuando se refería particularmente a un grupo de

107
En el capítulo seis analizo este tema, concentrándome en las labores de un grupo de vigilantes en particular.

150
vigilantes que él conoce, porque se trata de uno que se encuentra vinculado a la asociación de
comerciantes de la cual él mismo forma parte. Destacaba que, gracias a ellos y a la seguridad, la
actividad comercial podía desempeñarse con mayor certidumbre para todas las partes involucradas,
es decir, tanto los vendedores como los clientes. En la plática, Fernando parecía relativizar mucho la
situación de inseguridad en Tepito, reconociendo que hay riesgos para quienes allí viven o llegan de
otros lados para comprar -o para realizar una investigación, como yo. Sin embargo, admitía que era
algo que se podía extender generalmente para otras zonas de la ciudad o del país: “¿dime dónde no
pasan esas cosas, dónde uno puede estar completamente seguro?”.
Después de haber terminado de comer y mantenernos un rato haciendo sobremesa, finalmente
Fernando y yo nos levantamos y nos dirigimos hacia la sede de su asociación. “Acompáñame, que
tengo que pasar a ver unas cosas con unos cuates de la asociación antes de volver a la oficina”. En el
breve transcurso en el cual nos desplazamos, Fernando y yo seguimos charlando. En él podía verse
un semblante animado. Durante todo ese rato había estado muy platicador, como casi siempre estaba.
Como era usual, él gustaba de contar anécdotas, narrar aspectos históricos del barrio, señalar
particularidades de la “cultura tepiteña”. Sin embargo, pronto algo cambió sustancialmente su estado
de ánimo. Apenas llegamos a la sede de la asociación, nos abordaron dos señores que, al parecer, ya
aguardaban a Fernando. A diferencia del tono amistoso y festivo con el que casi siempre lo saludan
en el barrio, en esta ocasión eran visibles unos rostros llenos de seriedad en aquellas personas. Casi
inmediatamente, procedieron a tratar el asunto que los tenía con esa apariencia de preocupación.
“Tenemos un problema en unos locales. Fueron a visitarlos unas personas”, dijo uno de ellos, así sin
ofrecer más detalles. “Ah caramba”, soltó Fernando, al mismo tiempo que dejaba entrever cómo el
rostro se le congelaba un poco. Entonces se produjo un breve silencio cuya incomodidad lo extendía
hasta parecer interminable. El señor que había hablado me miró de tal manera que yo interpreté su
gesto como una insinuación de que prefería platicar con Fernando sin mi presencia. De este modo,
me separé del grupo en señal de desentendimiento de su conversación, librándolos para que charlaran
cómodamente. Mi mirada buscaba en los muros de la oficina de la asociación algunos objetos que
pudieran distraerme, por lo que un tanto forzadamente observaba a detalle los cuadros y placas
distintivas que colgaban de las paredes. Después de algunos minutos, que debido a la tensión del
contexto no sabría cuantificar con exactitud, noté que el volumen de la conversación entre ellos fue

151
subiendo poco a poco, al grado que podía escuchar lo que platicaban. Entendí que habían ya cerrado
“el asunto”, de manera que sutilmente me fui reintegrando con ellos, en la medida que sus rostros y
su tono parecía indicar la pertinencia de ese acto. Nos mantuvimos poco tiempo más con ellos
hablando de otro pendiente que tenían que tratar ellos, el cual tenía que ver más bien con cosas
triviales de la administración de la asociación, señalando que eso podían verlo con calma más adelante.
Fernando y yo nos despedimos, moviéndonos con dirección a la estación del metro. Su cara había
cambiado notablemente. Al percatarme de su seriedad, le pregunté si se encontraba bien.
Escuetamente me respondió que sí, sin poder ocultar cierto extrañamiento y zozobra. Intercalando
silencios, Fernando se atrevió a contarme muy resumidamente qué había pasado. Sus palabras
asomaban cierta pesadez, como si le costara hablar del tema. “Lo que pasa, Arturo, es que hay gente
que está fastidiando a los comerciantes. Es gente del mismo barrio, que se habían estado dedicando a
la venta de droga, pero encontraron otra fuente de ingreso. Ahora se dedican también a ‘rentear’.
Cobran una especie de ‘derecho de piso’ a los comerciantes”. Viendo que la situación producía
incomodidad y angustia en él, decidí no cuestionarle más al respecto. Nos despedimos fuera de la
estación, sin que yo dejara de expresarle cierto lamento por todo lo que estaba pasando.
Durante el tiempo que pasé en Tepito en compañía casi siempre de mis informantes y sus
allegados, podía percibir una atmósfera la cual combinaba cierta relajación con una preocupación
latente. Por un lado, las conversaciones de las personas destacaban aspectos positivos de su barrio,
enfatizando la solidaridad entre las personas y el hecho de que la gente era mayoritariamente “buena”.
Sin embargo, constantemente surgían momentos en los cuales irrumpía una preocupación que
desestabilizaba aquellos relatos, como si se activara un temor o una amenaza que siempre estaba allí
presente, pero la cual muchas veces parecía suspendida en la vida cotidiana, tal como muestro en el
caso reseñado arriba. Particularmente encontraba sobrecogedor el tema de la extorsión. Ésta se vivía
como un fantasma que merodeaba el barrio, circunnavegando todos los espacios sociales, acechando
cualquier interacción, sembrando una incertidumbre latente.
Públicamente La Unión Tepito se presentaba como una organización criminal dedicada a
actividades ilícitas como la venta de droga, el secuestro, el tráfico de armas o la extorsión (ver el
capítulo dos). Sin embargo, en el flujo de la vida diaria, para muchos de mis informantes La Unión
asumía una forma espectral, la cual se formaba a partir de decenas de anécdotas y rumores que

152
circulaban en el barrio acerca de casos en los cuales habían llegado miembros de dicha organización
para instaurar una relación de extorsión mediante la amenaza o la coerción. “Rentear”, “cobrar de
derecho de piso”, “fijar cuota”, eran las formas más comunes para referirse a un sistema de extracción
de dinero por el cual La Unión despojaba a los comerciantes del barrio de sus ganancias. De ahí que
esa presencia fantasmal de la organización contribuyera poderosamente en la configuración de un
escenario en el cual la sospecha formaba parte central dentro de las interacciones sociales. De ahí que
fueran tan importantes las reticencias, los silencios, las reservas, como en ese momento que describía
arriba, en donde los señores de la asociación evitan tocar ese tema ante mí, o en la incomodidad y la
pesadez de Fernando para hablarme del asunto.
No obstante, me interesa enfatizar que, en todo aquel escenario, las inquietudes que yo captaba
de mis informantes trascendían el dominio de acción de La Unión. Lo que veía era algo más
generalizado, una desconfianza más difusa. En ello, poco a poco fui comprendiendo que, en las
gestiones cotidianas de mis informantes, así como en sus conversaciones, los recelos y las sospechas
que se hallaban instauradas en ellos estaban ligadas con unas figuras más diversas que los presuntos
criminales. En otras palabras, percibía que sus temores e inseguridades abarcaban a una serie de
personajes que se distanciaban de la imagen estereotipada del delincuente: allí estaban los dirigentes
o los policías, pero también los amigos, los familiares108. Si la extorsión podía proceder de diferentes
figuras, esto significaba que las personas identificaban múltiples relaciones a partir de las cuales el
fruto de su trabajo podía ser extraído.
Así, en este capítulo me propongo analizar cómo se vive la extorsión en Tepito. Para ello resulta
fundamental profundizar tanto en las emociones de las personas como en las figuras amenazantes, es
decir, quienes representan o encarnan la extorsión. A partir de mis registros etnográficos, las
reflexiones que aquí presento amplían la noción de la extorsión más allá del campo de las
preocupaciones oficiales y de los enfoques criminológicos. Lo que sugiere el material que analizo
apunta hacia formas de extracción de riqueza en las cuales se establecen relaciones más o menos

108
En Tepito encontré un entorno muy similar al que describe Tiana Hayden (2018) en su etnografía sobre la
inseguridad en la Central de abastos de la Ciudad de México. Particularmente me refiero a esa atmósfera de
incertidumbre que incluye no sólo los riesgos relacionados con la vida o integridad física de las personas, sino que se
trata de todo un entorno plagado de ilegibilidad, de sospechas y de especulaciones.

153
perdurables, lo cual señala a un régimen económico que se establece entre los distintos personajes.
Así, veremos cómo los significados locales de la extorsión se distancian de los encuadres
criminológicos en los cuales ésta aparece principalmente como un acto que no establece vínculo, sino
que consiste en un evento único, y el cual es llevado a cabo principalmente por el crimen organizado.
En cambio, lo que aquí presento apunta a la extorsión como parte de un régimen de dependencia
y sometimiento, el cual puede ser pensado a partir del la idea de reciprocidad negativa que propone
Sahlins (2017) y la cual es revisada por Lomnitz (2005). Así, a partir de los casos que muestro me
interesa subrayar la conformación de relaciones predatorias de intercambio, en las cuales vemos cómo
se desdibujan las diferencias entre la protección y la extorsión. Lo que vemos son eventos específicos
que marcan cambios en la vida de las personas los cuales consisten en la iniciación de relaciones
extractivas a través de las cuales se experimentan despojos ilegítimos. Estos hechos, que en las
narraciones reflejan un antes y un después, se refieren entonces al establecimiento de una relación
más o menos durable por medio de la cual se da una expropiación de los bienes conquistados en base
al trabajo de otros, lo que produce constantes frustraciones y detona sentimientos de inseguridad y
de injusticia.
Algunos trabajos que han abordado el tema sugieren que la extorsión implica cierta venta de
protección (Humphrey 2002:99-126; Flores 2013; Fontes 2016; Berber 2017). Las transacciones
económicas han sido enfatizadas a tal grado de que se han planteado términos como “empresarios
violentos” o “industria de la protección”, para hacer referencia a la captación de rentas por medio de
la comercialización de un servicio (Gambetta 1993; Volkov 2002). Sin embargo, en este capítulo
procuro distanciarme de los enfoques que parten de esquemas racionalistas y utilitaristas, en los cuales
los fenómenos aparecen inscritos en lo que sería un “mercado” de protección. Así, la discusión que
presento, como mencionaba arriba, reflexiona más en términos de regímenes económicos, noción
con la cual pretendo explorar intercambios y relaciones de dependencia que no sólo pueden quedar
fuera de la órbita convencionalmente “económica” o de “mercado”, sino que las figuras que
intervienen en estos flujos no necesariamente son aquellas estereotipadas, como las bandas criminales
o las pandillas. La idea de regímenes predatorios pretende resaltar, pues, tanto los mecanismos de
extracción o desposesión en los cuales la coerción es empleada, así como también sirve para subrayar
la porosidad de las fronteras entre lo político y lo económico, entre los criminales, los dirigentes, los

154
policías y los ciudadanos. Uno de los puntos cruciales del capítulo es mostrar cómo en esas economías
de la inseguridad los acechos de las actividades predatorias provocan sensaciones de indefensión,
temores por el potencial perjuicio del patrimonio o la victimización física, así como constituyen
sentidos de injusticia que dan forma a esas experiencias de la violencia.

Más allá de la esfera penal y criminal

En años recientes hemos atestiguado cómo las preocupaciones alrededor de la extorsión han
escalado a lo largo del país. De acuerdo con las estadísticas del INEGI, la extorsión fue el segundo
delito con mayor incidencia del fuero común a nivel nacional, sólo superado por el robo o asalto en
calle109. Por otra parte, las estadísticas apuntan a un incremento significativo de este delito en las
últimas dos décadas110. Paralelamente, los medios de comunicación han llevado a cabo una cobertura
muy extensa acerca de estos datos, así como también han ofrecido algunos reportajes sobre casos
concretos en los que algunas víctimas de dicho delito narran sus experiencias. Debido a lo anterior,
podemos pensar que, en términos generales, se trata de uno de los asuntos que más han contribuido
en la generación de inseguridad en el México contemporáneo111.
Ahora bien, cabe señalar que los fenómenos comprendidos dentro de la rúbrica de la extorsión
tienen en realidad una extensión global, además de que las discusiones sobre el tema han estado
presentes desde hace ya varios años. Algunos trabajos han documentado la acción de agrupaciones

109
Me baso en la “Encuesta Nacional de Victimización y Percepción Sobre Seguridad Pública” (2018). En dicho
documento podemos ver que tasa de extorsión en 2017 fue de 7,710 casos por cada cien mil habitantes. En términos
brutos, la encuesta registra un estimado de 6.6 millones de delitos en este rubro específico. Algo sobresaliente que
muestra el informe, es que hay varias entidades federativas en las cuales la extorsión figura como el principal delito:
Baja California, Chihuahua, Tamaulipas, Sinaloa, Durango, Zacatecas, Nayarit, San Luis Potosí, Jalisco, Michoacán,
Colima, Guerrero, Querétaro, Hidalgo y Tlaxcala.
110
Según el documento “Análisis de la extorsión en México 1997-2013: retos y oportunidades” (2014), publicado
por el Observatorio Nacional Ciudadano, durante el periodo que va de 1997 a 2013 la tasa nacional de extorsión
creció a una tasa media anual de 12.6%. Por su parte, la “Encuesta Nacional de Victimización y Percepción Sobre
Seguridad Pública” (2018) muestra también un aumento en la tasa nacional entre 2012 y 2017.
111
Esto también lo señala Mendonza Rockwell (2018), para quien la extorsión y la extracción son dos economías
interconectadas, las cuales han prosperado en las últimas dos décadas gracias al empuje privatizador de ambas
actividades. Con ello se refiere a la incursión de actores privados, a diferencia de cierta monopolización de la
extorsión que detentaban los agentes estatales, así como también a la consecuente fragmentación territorial de los
espacios en los cuales las corporaciones dedicadas a dichas labores imponen cierta soberanía.

155
dedicadas a la venta de protección en contextos muy diversos, como Italia (Gambetta 1993), Rusia
(Volkov 2002; Humphrey 2002b), Guatemala (Fontes 2016), Nigeria (D. J. Smith 2004) o Colombia
(Bedoya 2006). A partir de estos trabajos podemos ver que, en muchos casos, la venta obligatoria de
protección que ofrecen aquellas organizaciones esconde en sí misma cierta extorsión, ya que son
aquéllas precisamente quienes representan la principal amenaza de la cual protege el pago de
determinada cuota. La literatura referida apunta hacia la conformación de agrupaciones que, bajo
ciertas circunstancias y de manera muy variada, intentan constituirse como autoridades en tanto que
pretenden ejercer cierto control jurisdiccional, por lo que siempre aparece el elemento territorial en
los análisis. En el caso de México, contamos con trabajos que han dado cuenta de procesos similares
(Le Cour Grandmaison 2016; Berber 2017a, 2017b).
Un aspecto que me parece especialmente interesante de lo que arrojan estos estudios, a la luz de
la discusión que aquí propongo, es que en casi todos los casos abordados los actores u organizaciones
enfocadas en la extorsión provienen de las esferas de la ilegalidad o de esos intersticios sociales que
se conocen como márgenes del estado (Das y Poole 2004). De este modo, los principales personajes
asociados a esa actividad son los narcotraficantes, los contrabandistas y los pandilleros, quienes son
ubicados dentro de la esfera criminal, mientras que también vemos participar a algunas otras figuras
las cuales presentan facetas un tanto más ambiguas, como los gamonales, los caciques, los pistoleros,
los vigilantes urbanos, o incluso los paramilitares. Esto último sirve de punto de partida para discutir
sobre La Unión Tepito, figura protagonista de la extorsión en la capital del país, ya que de acuerdo
con Alvarado (2016:140), se trata de una “firma criminal” la cual ha diversificado sus acciones locales,
incluyendo la protección a cargamentos de mercancía robada, distribución de narcóticos y las
ejecuciones extralegales. Pero, sobre todo, lo llamativo de La Unión Tepito, como muestra Alvarado
y como también me narraron algunos informantes allegados a dicha asociación, algunos de los
personajes involucrados en la trama “criminal” se deslizaban en diferentes esferas, ya que podían ser
dirigentes de comerciantes o incluso funcionarios del gobierno local. Esto nos conecta con la
ambivalencia de algunas figuras a la que me refería arriba.
Resulta entonces fundamental tomar en cuenta estos deslices de los personajes que participan en
las tramas de extorsión, ya que, a partir de esto, nos distanciamos de los enfoques oficiales que se
publicitan en la esfera pública metropolitana, y los cuales se limitan a adoptar una postura

156
criminológica y penalista un tanto ingenua, desde la cual los criminales operan desde cierta
marginalidad en contra de la sociedad y del estado. Bajo esta perspectiva, las actividades predatorias
son orquestadas y ejecutadas por agentes antisociales, quienes poseen códigos morales desviados y
atentan contra el patrimonio de los ciudadanos, acumulando en ocasiones tal riqueza que adquieren
capacidades para cooptar o corromper a agentes estatales. Contrariamente, lo que refleja la presencia
de La Unión en Tepito y en el resto de la ciudad, es una organización espectral la cual se mueve ágil
e impunemente en espacios abiertos y públicos, al mismo tiempo que posee un rasgo opaco e ilegible,
se compone por personas de carne y hueso, a la vez que por rumores y especulaciones, y la integran
figuras ambiguas cuyos deslizamientos los trasladan de una esfera a otra, como ilustro en el siguiente
caso.
Una mañana en la que había quedado con Gustavo para acompañarlo a realizar unas diligencias en
un par de escuelas de la zona, nos juntamos un tanto más temprano de lo que acostumbrábamos. Nos
vimos en el mismo restaurante en que solíamos desayunar, el cual estaba casi enfrente del edificio
donde yo vivía. Esa mañana, Gustavo estaba especialmente platicador. En un momento, comenzó a
contar algunos pasajes de su trayectoria personal dentro del área de Protección civil. Me narraba, por
ejemplo, que debido a que los salarios que ellos reciben son muy estrechos, la gran mayoría de ellos
tienen que aprovechar ciertas oportunidades para ingresar un dinero extra112. De acuerdo con él,
esto último es algo que caracteriza a todos los puestos bajos de la burocracia estatal, de modo que no
es algo exclusivo de su área. En su caso, me narró algunos cuántos detalles sobre su relación con el
licenciado Esteban, por quien nos habíamos conocido. Comenzó señalando que el tipo de labores que
él desempeña le conceden una posición íntimamente enclavada en la vida social del barrio, lo cual le
facilitó durante algún tiempo incursionar en actividades extraoficiales muy específicas. En su
desenvolvimiento cotidiano, el brindar atenciones de protección civil a los comerciantes y demás
habitantes de Tepito le ha permitido acceder a un número extenso de contactos, así como acceder a
información privilegiada. Como a él le gusta resaltar a menudo, el equipo que conforma el área de

112
En el siguiente capítulo ahondo más sobre cómo los personajes de Protección civil y las labores que éstos
desempeñan en el barrio dibujan unas redes de economías de favores, las cuales sirven para discutir sobre otras facetas
de esos regímenes económicos del barrio, así como para pensar en cómo los burócratas de calle llevan a cabo sus
trabajos en un entorno de inseguridad y precariedad material.

157
Protección civil tiene el deber de “brindar el apoyo tanto a los buenos como a los malos”. En términos
prácticos, esto significa que ellos interactúan y establecen contactos con personas cuyos oficios
comprenden una gama muy diversa. Así, una de esas “chambas” extras que realizó en el pasado
consistía en colaborar como informante más o menos secreto en algunas averiguaciones ministeriales.
De modo más puntual, hace varios años cuando el licenciado Esteban estaba a cargo de un área de
investigación dentro de la policía de la Ciudad de México, Gustavo lo apoyaba ofreciéndole algunos
datos claves en las averiguaciones que aquél encabezaba. Durante ese tiempo, recibía un pago
ocasional cuyo monto estaba sujeto a los arreglos que ambos acordaran, y también estaba cifrado en
relación con la importancia de la información aportada, así como con el caso en particular que
hubieran estado persiguiendo.
Por otro lado, Gustavo me platicó también de un tiempo en el cual estuvo muy activo trabajando
en otras tareas “extras”. Resulta que años atrás, Gilberto, un dirigente de comerciantes el cual
presumiblemente debido al “peso político” que tenía en el barrio, asumió uno de los cargos principales
dentro del área de Protección civil. De acuerdo con la historia que me narró Gustavo, una vez que
Gilberto fue reclutado dentro del gobierno local, fue extendiendo poco a poco sus dominios como
dirigente, lo cual significaba básicamente ampliar el número de agremiados que conformaban su
asociación. Esto le permitía recaudar más dinero a partir de las cuotas que cobraba a los comerciantes
bajo su cobijo. Pero sus expansiones no se frenaron allí. Junto con otros personajes del barrio,
también de cierto “peso”, Gilberto participó en la conformación de La Unión Tepito. Según me
relataba, este grupo congregó inicialmente a algunos dirigentes y a personas que se dedicaban al
tráfico de droga, quienes decidieron juntarse con el propósito de organizar un mecanismo local de
protección que sirviera a las diferentes actividades económicas del barrio. Al parecer, Gilberto y sus
socios reunieron a muchachos que solían llevar a cabo actos criminales como robo, secuestro o
asesinato, es decir, personas que contaran con cierta experiencia y destreza en el uso de violencia,
con la finalidad de que éstos operaran como “brazo duro” en el “renteo” de los comerciantes113. Así,

113
Otras personas me narraron historias similares acerca del proceso de conformación de La Unión Tepito. Así,
podemos pensar que existen semejanzas entre cómo surgió dicho grupo y aquello que han descrito trabajos como los
de Volkov (2002) y Berber (2017b), en los cuales se menciona la incursión de personas cuyas trayectorias personales
presentaban experiencias anteriores en el uso de armas o de labores que implicaran uso de violencia física.

158
en la versión de Gustavo, La Unión Tepito emergió como una organización cuyo objetivo principal
aparentemente era el control del robo y otros delitos, los cuales en aquél entonces despertaban
preocupaciones locales, llegando a ser vistos como un obstáculo para el desenvolvimiento de las
transacciones económicas diarias. Ese “brazo duro”, entonces, tenía la encomienda de frenar y
combatir a los ladrones, a las “ratas”. Sin embargo, Gustavo señaló que La Unión, si bien parecía
“ofrecer” un servicio de seguridad, lo cual podía sugerir esa idea de venta de protección, lo que ocurría
era que ejercía cierta coerción y amenaza entre los comerciantes y demás dirigentes, para que pagaran
por dicho “servicio”. “Eso funcionaba como un ‘te ofrezco, pero te obligo’, ya que, si no pagaban la
cuota, les decían que entonces podían ser víctimas de algún ataque”, me dijo Gustavo.
Durante el tiempo que Gilberto fungió como jefe de Gustavo, Nicolás y algunos otros quienes por
sus puestos dentro de la burocracia local les tocó estar más o menos cerca de aquél, se registró un
periodo de “prosperidad” económica de la cual tanto Gustavo como Nicolás me hablaron en otros
momentos. En primer lugar, los colaboradores cercanos a Gilberto solían recibir varios tipos de
apoyo y “propinas” por trabajos que, sin entrar en el ámbito de lo ilegal, sí se desviaban propiamente
de las funciones que les correspondían. Un ejemplo lo tenemos en el servir como mensajeros o
choferes, a petición explícita de Gilberto. Por otra parte, a diferencia de otros jefes, éste era generoso
y les proporcionaba dinero para que compraran algunos materiales que requirieran para completar su
equipo de trabajo, así como les entregaba algún monto extra para la gasolina de las motocicletas.
Además, estaba la entrada que provenía de las “mordidas” que lograban extraer de los comerciantes
o vecinos del barrio. Sobre esto último, Gustavo y Nicolás destacaban una “enseñanza” en su jefe. A
menudo se referían a él con nostalgia, como alguien que les dejó buenas lecciones de vida. En cuanto
a estas “mordidas”, señalaban que eran estimuladas por el mismo Gilberto, sin embargo, éste dejaba
claro que no debían “pasarse” con la gente, sino que principalmente brindaran apoyos a las personas
sin fijarles cuotas fijas, dejando que quienes recibían estas atenciones les dieran “de corazón” lo que
quisieran o pudieran aportarles. Una y otra vez, Gustavo y Nicolás aludían a cierto principio moral
en su servicio, en el cual la recaudación que llevaban a cabo por esas “ayudas” no debía ser una
exigencia o una imposición, sino algo que viniera del agradecimiento de las personas. En ello,
resaltaban la máxima “a quien obra mal, tarde o temprano le va mal”, haciendo referencia a una idea
de justicia que pone en su lugar a las personas. En el caso puntual de ellos, como indago con mayor

159
profundidad en el siguiente capítulo, esto significaba un principio que regía la manera de conducirse
en el barrio que les permitía acceder a varios espacios sociales de manera más o menos segura, en
tanto que tenían como prioridad no enemistarse con las personas114.
Podemos ver cómo para Gustavo y Nicolás resulta fundamental moverse estratégicamente
portando la investidura de funcionarios, deslizándose con habilidad entre las redes del gobierno local
y las de la “gente del barrio”, dos espacios que, a pesar de las constantes tensiones entre ellos y que
aparezcan recurrentemente confrontados, se encuentran constituidos mutuamente. Lo anterior
también se advierte en el caso de su antiguo jefe, Gilberto, en quien nuevamente vemos desteñidas
esas imágenes de fronteras entre la sociedad local, el crimen y el estado. En él observamos la
trayectoria de un comerciante que se hizo dirigente, el cual una vez que se instituyó como una figura
poderosa devino funcionario público, y posteriormente colaboró en la conformación del grupo
“criminal” más temido de Tepito y de la ciudad, sin dejar de ser todo lo anterior. Ahora bien, me
interesa subrayar otro aspecto que resulta de dichas ambivalencias, ya que tanto Gustavo como
Nicolás introducían una dualidad en la figura de Gilberto. En ese relato nostálgico, ambos solían
proyectar una diferencia entre cosas “buenas” y otras “malas” de su jefe. Lo primero tenía que ver con
lo que mencionaba arriba, es decir, con ese espíritu generoso hacia ellos y hacia mucha otra gente del
barrio, por lo que contaba con aprecio entre algunos comerciantes. En cuanto a lo segundo, se
referían a esa faceta que lo ligaba a la organización que sembró pánico en el barrio y en la ciudad,
gracias a la extorsión. Por su parte, respecto a los ingresos extras que ellos percibían por esas
“mordidas” que lograban capturar en sus interacciones con la gente, ellos también aquí trazaban una
línea que distinguía entre ese lado extorsionador de su jefe, y los “apoyos” que generaban
remuneración para ellos. En todo caso, algo que muestran estos personajes es que las tramas de
extorsión resultan en la vida cotidiana más extensas de lo que podemos pensar de entrada, así como
en ellas participan personas que no necesariamente las asociamos como criminales o vendedores de
protección.

114
Como discuto en el capítulo 5, la economía de favores también muestra esa ambigüedad entre la protección y la
extorsión, o entre la ayuda y la deuda. Debido a que todos estos intercambios e interacciones se despliegan de manera
muy sutil, existen varias interpretaciones en todo ello, por lo que una misma maniobra, hecho o transacción, no
significa necesariamente lo mismo para las personas involucradas: una ayuda de parte de un funcionario, puede ser
visto como tal cosa desde la mirada del burócrata, pero para el ciudadano, puede representar una extorsión.

160
Así, lo que se va dibujando son entramados que causan desconciertos, perplejidades y sospechas,
lo que crea una atmósfera de incertidumbre, como bien lo describe Tiana Hayden (2018). Lo anterior
alimenta esa figura espectral que acecha los entornos íntimos, por lo que vemos cómo lo difuso y
desconocido se entremezcla en las interacciones familiares. Para comprender mejor todo esto, es
necesario detenernos un instante a pensar en cómo operan las extorsiones. Lo que veremos es la
relevancia de la indeterminación en todo ello. De inicio resulta llamativo que, de acuerdo con las
estadísticas del INEGI, el 93.2% de los delitos que se registran como extorsión se ejecutan por vía
telefónica, es decir, en interacciones que implican intimidaciones, pero que son llevadas a cabo a
distancia, no involucran ningún contacto cara a cara115. De aquí podemos mirar un rasgo
intrínsecamente ambiguo de la extorsión. Por un lado, en muchos de estos casos, la clasificación
delictiva encierra dificultades, ya que las prácticas que se agrupan suelen ser muy parecidas con lo
que el código penal clasifica como fraude116. No obstante, lo que argumento es que los registros
oficiales de extorsión son apenas una parte que legalmente clasifica así a un conjunto de hechos que
integran un fenómeno más amplio. Lo que muestro a lo largo de este capítulo es que, en las
experiencias de las personas, las extorsiones abarcan muchas otras interacciones, o por lo menos, la
naturaleza confusa de éstas conlleva a esas interpretaciones. Parte importante de esas confusiones
hacen referencia a la indeterminación que mencionaba. Haciendo a un lado las extorsiones telefónicas,
podemos notar que el hecho de que las intervenciones ocurran cara a cara, como en las visitas
personales que se realizan directamente a los administradores de locales, como ocurrió en la viñeta
que presento en la entrada, e incluso quienes llevan a cabo la intimidación se presenten como
miembros de un grupo en particular, como es el caso de La Unión, las dudas o indeterminaciones no

115
“Encuesta Nacional de Victimización y Percepción Sobre Seguridad Pública” (2018).
116
En el Código Penal Federal vigente, el apartado de extorsión la describe así: “al que sin derecho obligue a otro a
dar, hacer, dejar de hacer o tolerar algo, obteniendo un lucro para sí o para otro causando a alguien un perjuicio
patrimonial”. El delito del fraude, por su parte, es definido como “el que engañando a uno o aprovechándose del error
en que éste se halla se hace ilícitamente de alguna cosa o alcanza un lucro indebido”. En ambos delitos vemos que la
obtención de un lucro resulta de la interacción. La distinción principal aparece puesta en el tema de la coerción vs el
engaño. Sin embargo, como quiero argumentar a partir de mis registros etnográficos durante esta tesis, la diferencia
entre ambos no siempre aparece nítida, lo cual apunta a que existe a menudo una falta de distinción entre eso que
“obliga” o lo que “engaña”. De algún modo, la diferencia recae en el hecho de que, en el primer caso, se despoja de
voluntad a la persona que sufre el agravio o la ofensa, mientras que en el segundo caso hay cierto consentimiento.
Precisamente mi discusión procura poner en debate estas nociones.

161
desaparecen, sino que más bien el acto mismo las siembra. Por ejemplo, algo que escuché
frecuentemente entre mis informantes, es que uno nunca tiene la certeza de que realmente quienes
se presentan amenazando sean parte de La Unión. Esto también ha quedado documentado en la
prensa, a partir de algunos casos de personas que, usurpando la identidad de dicho grupo, han sido
detenidos acusados de extorsionar a locatarios en distintas partes de la ciudad117. Sin embargo, tanto
la llamada telefónica como la visita personal despiertan temores y especulaciones al mismo tiempo.
En el segundo caso, la manifestación concreta de gente de carne y hueso resulta sin duda más
alarmante. Pero aún en estas situaciones, como propongo, lo que activa los miedos es la conjugación
de una presencia concreta que interpela a uno -ya sea a distancia o en persona- y una figura espectral
que deviene, por un lado, de la noción del crimen organizado y, por otro lado, se agrega el contexto
de impunidad y corrupción que identifica la gente en Tepito -y en el resto del país. Siguiendo a
Hayden (2018) en su fino análisis sobre la inversión que se da en la relación patrón-cliente cuando los
locatarios de la Central de abastos dudan sobre cómo despedir a sus empleados, quienes provienen
de barrios “peligrosos” y, por tanto, se les imagina como personas ligadas a las esferas criminales, lo
que vemos en esas interacciones son especulaciones en las que participan entidades que no podemos
ver, pero se suponen. En los casos que ella describe, las inquietudes de los patrones se fraguan a partir
de la imagen del barrio de “criminales”, por lo que entrar en conflicto con sus empleados puede
significar ganarse problemas con aquéllos. Del mismo modo, lo que se activa en las interacciones de
extorsión es en realidad una red de intermediación, en la que siempre aparecen personas detrás,
respaldando. De un lado, quienes “venden la protección” comunican un mensaje en el cual se deja
claro que tienen apoyo de las autoridades, por lo que se busca inhibir la denuncia. Por otro lado, esa
“protección” que se ofrece, al menos en apariencia, significa que al pagar uno queda resguardado no
sólo de los mismos extorsionadores, sino de otros “rateros”, por lo que estar protegido, en este
esquema, sería tener un respaldo más fuerte que las diversas posibles amenazas. Esto resuena a lo que
sugiere Roush (2009) en su trabajo sobre el “lenguaje de la crisis” en la Ciudad de México, en donde,
de manera más general, se anuncia una catástrofe casi inminente la cual solamente puede ser
administrada gracias a la intervención de alguien o algo, como puede ser un dirigente, una figura

117
“Cae extorsionador; era policía y decía ser de La Unión”, La Razón, 24 de enero 2017; “Decían que eran de La
Unión para extorsionar en la Condesa”, La Razón, 9 de febrero 2017.

162
religiosa o un grupo como La Unión. En los casos que penalmente son tipificados como extorsión, la
figura intimidatoria parece ser más explícita, es decir, parece ser más claro que se exige un pago
directamente bajo la amenaza de provocar daño, pero como muestro más adelante, existen otras
figuras que también establecen relaciones que conllevan implícitamente una amenaza en el mismo
ofrecimiento de protección.
Ahora, hay otros dos asuntos que quisiera enfatizar sobre las atmósferas que rodean la extorsión.
En primer lugar, las interacciones que se presentan bajo esta noción implican una entrega de dinero
o de algún otro bien material que se traducen en detrimento del patrimonio personal. En este sentido,
la extorsión nuevamente adquiere cierta ambigüedad, en tanto que se confunde con otros delitos,
como el robo o el despojo118. Así, la extorsión significa para muchas personas un acto o un proceso
de desposesión violenta, el cual genera frustraciones e impotencia, debido al carácter ilegítimo o
injusto que conlleva119. Sin embargo, cabe cuestionarse cómo esos actos predatorios como el robo o
la extorsión cobran significado desde las experiencias de las personas. Encuentro que una diferencia
sustantiva entre ambos tiene que ver con la temporalidad que se abre en el segundo caso. En un robo,
el atraco se comete dentro de un lapso muy breve, casi fugaz, lo que trae consigo una sensación de
concreción, es decir, de que algo fue realizado y terminado. En cambio, la incertidumbre alrededor
de la extorsión está ligada con el hecho de que inaugura un tiempo o un horizonte en el cual no queda
clara cuánto durará la relación que se abre. Incluso en casos que se exigen pagos únicos, en la
extorsión -a diferencia del robo callejero, que parece más circunstancial o azaroso- observamos que
existió una información previa que fundamenta la intimidación: se sabe que uno tiene dinero para

118
Podemos ver que el Código Penal Federal señala como perpetrador de despojo: “al que de propia autoridad y
haciendo violencia o furtivamente, o empleando amenaza o engaño, ocupe un inmueble ajeno o hago uso de él, o de
un derecho real que no le pertenezca”. Por su parte, también establece que: “comete el delito de robo: el que se
apodera de una cosa ajena sin derecho y sin consentimiento de la persona que puede disponer de ella con arreglo a la
ley”. De este modo, podemos ver que existen sutilezas jurídicas que en las experiencias e interpretaciones de las
personas muchas veces pasan de alto. En conjunto, lo que se produce entre la gente es una sensación de incertidumbre
en la cual ellos están constantemente bajo la amenaza de ser despojados de sus bienes.
119
Ese sentido de desposesión violenta puede rastrearse también en muchos de los reportes que se presentan a
través de la prensa, en donde víctimas de extorsión narran cómo han sido despojadas de su patrimonio, el cual puede
ser tanto dinero o inmuebles, como los propios negocios, lo que cobra un sentido más radical de ese sentido
expropiador. Algunos ejemplos: “Suben extorsión y robo en Tepito y la Merced, acusan”, El Universal, 9 de diciembre
2016; “La Unión de Tepito ‘expropia’ negocios cuando no se paga ‘derecho de piso’”, MVS Noticias, 25 abril 2017;
“‘La Unión Tepito’, del narcomenudeo al despojo de locales e inmuebles”, Noticieros Televisa, 16 de mayo 2018;
“Perdí 20 años de mi trabajo por extorsión de La Unión”, El Universal, 14 de julio 2018.

163
pagar, y se amenaza aportando datos personales. De este modo, la coerción en la extorsión trasluce
ese aspecto de transgresión de la intimidad: te conozco y sé de ti. Para Volkov (2002: 28), la
diferencia entre extorsión y el negocio de la venta de protección consiste en que, en el primer caso
lo que tenemos es un acto particular que puede ser clasificado como una ofensa criminal, mientras
que en el segundo existe una relación institucionalizada. Me parece importante la distinción entre las
acciones aisladas frente a las que implican un vínculo durable. Sin embargo, considero que, en su afán
por establecer categorías distintivas, Volkov profundiza poco sobre las transiciones, es decir, sobre
eso que arriba llamaba los horizontes que se abren en la incertidumbre que siembra la extorsión.
Recuerdo nuevamente el rostro congelado de Fernando en el relato que presentaba arriba, y las
preocupaciones evidentes de los señores de la asociación. También pienso en esas dudas e inquietudes
que me expresaban algunos informantes, así como en los testimonios que se recogen en la prensa120.
Una vez que se materializa esa presencia que amenaza e impone un pago, produce una perplejidad
ante el futuro: ¿se trata de un solo pago, más parecido a un robo, o será algo que marcará un cambio,
un antes y un después?, ¿si piden un pago nada más, qué garantía pueden tener de que no volverán a
exigir otro más adelante, si tienen toda la información para intimidar a gusto, además de que hacen
alarde su impunidad? Así, la indeterminación abarca esa cuestión de desconocer hasta dónde se
extenderá esa relación, cómo quedará uno parado frente a esa otra figura que se impone exigiendo la
entrega de patrimonio.
En segundo lugar, la incertidumbre que genera el acecho espectral de las figuras ligadas a la
extorsión implica una confusión tal que se mira con sospecha a casi cualquier persona. De esto se
desprende que la información personal sea un elemento clave, ya sea para acceder a ella o para
ocultarla. Por ejemplo, era bastante habitual que entre los comerciantes con los que yo platicaba, en
una inmensa mayoría de ocasiones se quejaran de lo mal que iban las ventas. Incluso en momentos en
los que ante mí se llevaban a cabo transacciones, me percataba de que se sostenía la idea de que las
cosas iban mal. En momentos más íntimos, algunas personas me revelaban que era importante

120
Podemos ver testimonios en los cuales las víctimas de extorsión se refieren a esos cambios en su vida, es decir,
narran sus experiencias identificando la inauguración de la relación de extorsión como el inicio de un declive, el
momento a partir del cual su vida se transforma debido al despojo sistemático (“Perdí 20 años de mi trabajo por
extorsión de La Unión”, El Universal, 14 de julio 2018).

164
manejar con discreción cuánto dinero tenía uno, tratando de dar la impresión de que no se contaba
con mucho como manera de disuadir a posibles atracadores. En los relatos que a menudo escuchaba,
las personas solían mencionar que esto aplicaba incluso cuando uno se encontraba rodeado de
“conocidos” o “amistades”, lo cual refuerza esa noción de incertidumbre que provoca el espectro de
la extorsión. Finalmente, el desconocer quiénes son los que están detrás de la extorsión, es decir,
quiénes integran ese entramado que respalda o apoya las acciones de quien aparece enfrente
imponiendo el pago de la protección, infunde una serie de especulaciones sobre quiénes son, qué
rostros tienen esas imágenes fantasmagóricas. En ello nunca pueden descartarse por completo incluso
a aquellas personas más entrañables. De ahí que en el contexto de inseguridad sean muy recurrentes
esas reservas y reticencias de las que hablaba al inicio, como en el caso que mostraba al inicio, cuando
Fernando y los señores de la asociación aparecen cautelosos para hablar del tema. Por supuesto que
fuera de esos ámbitos de mayor cercanía, existen otras figuras que resultan más amenazantes: las
“ratas” y los “criminales, en primer lugar, pero luego están las policías y las autoridades. También,
como muestro a continuación, los dirigentes.

La figura del dirigente

Mientras me encontraba una tarde pasando el rato con el Sapo en su puesto, se acercó a nosotros
Ramón, uno de sus mejores y más viejos amigos, quien también tiene su propio “changarro” apenas
dos puestos al lado. Gracias a que en aquellas horas la calle lucía bastante “floja” en términos de ventas,
la situación se prestaba para distraerse un poco. El reunirse a “echar relajo” ocasionalmente, sobre
todo durante esos días o momentos en los que la gestión del local se lleva a cabo con aburrimiento,
es una de las prácticas recurrentes entre aquellos que forman el grupo de amigos del Sapo. Esto ocurre
principalmente entre los cuates de él que tienen puestos a poca distancia del suyo, de modo que dejan
encargado a su “vecino” de local para que les eche un silbido si llega algún cliente interesado. Por otra
parte, la mayoría entre el grupo del Sapo se conocen desde hace años, ya que son originarios del
barrio, a diferencia de muchos otros comerciantes que han llegado de otras partes de la zona
metropolitana a asentarse como vendedores.

165
En aquella ocasión, al cabo de unos minutos después de estar conversando, y mientras la charla
subía los ánimos, coincidentemente llegó Javier, uno de los amigos cuyo local se encuentra más
distante. Al saludarlos, se le veía especialmente entusiasmado. De manera casi inmediata, nos contó
que había tenido unas buenas ventas por la mañana, por lo que estaba contento y quería celebrar con
unas cervezas. Para ello, había dejado a su hijo a cargo del negocio. “¿Cómo ven, sí se echan unas
chelas? Yo invito”, nos cuestionó, a lo cual evidentemente no nos opusimos. El mismo Javier se
ofreció para ir por las caguamas al mismo local de siempre. Una vez que volvió, el Sapo y Ramón
preguntaron, con curiosidad, qué tan buena había sido la venta. “Estuvo chida, la neta. Ya desde hace
una semana había quedado con un mayorista que venía de Puebla, me había pedido varias cosas, tenis
y unas playeras”, respondió. Al no recibir detalles, el Sapo le interrogó un poco bromeando de cuánto
exactamente estaban hablando. Javier reaccionó con una risa, diciendo “bueno, bueno, tampoco fue
tanto, la neta. Lo que pasa también es que quería echarme unas chelas, y ya ves que luego luego ven
que uno está chupando a gusto y piensan que seguro traes el varo, ¿no?”. A esto, añadió que, en días
previos, la administración de la asociación a la cual se encuentra agremiado estaba cobrando una cuota
correspondiente a la renovación de unos papeles que supuestamente les habían pedido desde el
gobierno de la Ciudad. Le pregunté acerca de ese trámite, a lo cual solamente me contestó: “la mera
verdad no sé bien sobre qué es, pero ya sabes cómo son esos cabrones, nada más están saque y saque
la lana a uno”. Nos comentó que él evitaba entonces tomar en su local, así como se cuidaba de exhibir
que trajera dinero en el bolsillo, porque cuando pasaban a cobrar gente de la asociación, él les decía
“ahorita no tengo dinero, no he vendido casi nada”. Lo que llamó mi atención en ese momento, es
que en medio del contexto de inseguridad que se vivía en el barrio, Javier no mencionara allí su temor
a que algunas personas brindaran información a los extorsionadores de La Unión, sino que resaltara
su precaución porque fueran personas ligadas a la dirigencia de su asociación quienes notaran que
tenía dinero.
Lo que pretendo mostrar es que, en las economías de la inseguridad, las preocupaciones sobre el
potencial despojo, así como la identificación de cuáles son las figuras que acechan se extienden más
allá del papel de La Unión. Por otro lado, me interesa subrayar que la noción de extorsión en el barrio
se halla fundamentada en gran medida en una relación o un vínculo más o menos estable, lo cual
señala esos regímenes económicos de los que he hablado con anterioridad. En el caso de Javier,

166
considero que el papel del dirigente y su asociación adquiere un lugar central como fuente de sus
inquietudes debido a que es con éstos personajes con quienes ya tiene establecida una relación de
codependencia, la cual, a juzgar por su comentario (“ya sabes cómo son esos cabrones, nada más están
saque y saque la lana a uno”) es estimada como una en la que los comerciantes están sometidos a cierto
“agandalle” de parte de los dirigentes.
De este modo, lo que propongo es pensar esas formas extendidas de extorsión, más allá de las
interacciones penalmente clasificadas como tales, como parte de un régimen económico predatorio.
Para esto, traigo la noción de reciprocidad negativa que proponen Sahlins (2017)[1972] y Lomnitz
(2005). Para el primero, dicha forma de intercambio supone una forma de apropiación en la que una
de las partes o ambas procuran tomar ventaja, es decir, obtener un beneficio en detrimento de la otra
parte. Algunos ejemplos de esto, señala Sahlins, suelen apreciarse en el juego, en el trueque o en el
robo. Por su parte, en su revisión crítica de las teorías del don, Lomnitz encuentra que se ha prestado
poca atención a la intimidación como el elemento que detona o inicia las relaciones sociales. Al
respecto, señala:

“No todas las formas de solidaridad derivan del don; algunas se generan mediante algún grado de
coerción. Podemos definir la reciprocidad negativa de una manera que resulta más consistente y
productiva, si abandonamos la noción de que la solidaridad social emerge sólo de la reciprocidad, y
aceptamos que la parentela no necesariamente va de la mano de la gentileza y que la deuda y la
dependencia no necesariamente se originan en el don” (Lomnitz 2005:321).

Si en la teoría del don que propone Mauss (2016)[1925] en la cual la reciprocidad -que implica la
triple obligación de dar, recibir y reciprocar- se inicia con una prestación o un regalo, vemos, en
cambio, que “la reciprocidad negativa comienza con un robo, una violación, una intimidación o un
homicidio” (Lomnitz 2005:322). El propósito en estos casos es institucionalizar una relación de
dominación, por lo cual la entrega de un falso don (un “don simbólico”) viene a representar la deuda
de la parte subordinada121.

121
Este falso don podemos verlo también en algunos casos en los que la extorsión y el fraude se entremezclan. Un
ejemplo puede ser aquellas llamadas telefónicas en las cuales alguna empresa contacta a las personas para anunciarles

167
Con esto en mente, sostengo que los regímenes predatorios que dan forma a las extorsiones se
sustentan en gran medida en el establecimiento de reciprocidades negativas122. Como señalé arriba,
en la extorsión están involucrados tanto una desposesión o un despojo violentos, como unos sentidos
de incertidumbre y de injusticia por parte de quienes quedan en la posición sujetada. Ahora bien, me
gustaría profundizar en dos temas que resultan cruciales para comprender esos regímenes predatorios
alrededor de la figura del dirigente (o el líder). Por un lado, el asunto de la protección, la cual aparece
a menudo como ese falso don, es decir, lo que activa las relaciones de sujeción. Por otro lado, en
estrecha relación con lo anterior, tenemos la deuda que se crea, y con ella, la cuestión de la
obligatoriedad y las temporalidades que se abren. Veremos que, tomando estas consideraciones, las
visiones que privilegian la noción de mercado y la “venta” de protección aparecen problemáticas, en
tanto que su enfoque racionalista y utilitarista, el cual apunta hacia la idea de un “servicio” que se
vende suele minimizar el aspecto coercitivo que se presenta desde el inicio de las relaciones123. Por
otra parte, estas visiones se concentran en las figuras más estereotipadas de la extorsión, como los
típicos mafiosos o gángsters que se mueven en los mundos de la clandestinidad y la ilegalidad, y dejan
fuera de su perspectiva a otros personajes, como serían los dirigentes, los políticos o las empresas
“formales”.
De entrada, debemos cuestionarnos qué y cómo han sido los dirigentes en México. Si miramos a
partir del régimen que emergió de la revolución de las primeras décadas del siglo anterior, podemos
observar cómo se estructuraron relaciones de inclusión masivas, en las cuales la figura de los
intermediarios (brokers) resultó de suma relevancia para la integración de las “comunidades” agrarias,
las clases trabajadoras y el estado (Wolf 1956; Brandenburg 1964; Friedrich 1965; Eckstein 1977;
Brachet-Márquez 1996). Debido a que el régimen posrevolucionario sustentó gran parte de su
legitimidad en la noción de restitución y reivindicación de las clases oprimidas frente a las oligarquías
nacionales y extranjeras, la naturaleza de dicha intermediación requirió un despliegue performativo
por medio del cual los líderes gremiales o locales, en representación del estado, debían mostrarse

que han sido ganadores o beneficiarios de alguna promoción o un premio, el cual sólo puede ser efectivo en la medida
que se realice alguna “compra” o un “pago”.
122
La productividad del concepto de reciprocidad negativa para pensar en las tensiones entre protección y extorsión
fue considerada previamente en los trabajos de Roush (2009) y Berber (2017a).
123
Esto aparece principalmente en el trabajo de Gambetta (1993) y, en menor medida, en el de Volkov (2002).

168
siempre abiertos para recibir los reclamos y peticiones de las personas, al mismo tiempo que era
necesario extender esa promesa o principios de justicia popular (De la Peña 1980; Nuijten 2003). Así
se forjó esa imagen generosa del dirigente: performativamente, aparecen como los intermediarios
que gestionan ante los gobiernos la dotación de recursos, es decir, se asumen como canales a través
de los cuales se distribuye la riqueza nacional124. En cuanto al caso puntual de los comerciantes
callejeros, cuya situación jurídica casi siempre ha estado en un espacio de ambigüedad entre la
prohibición y la regulación, la criminalización y la tolerancia (Barbosa 2008; Meneses Reyes 2011;
Azuela y Meneses Reyes 2014; Hayden 2017; Crossa Niell 2018), la figura del líder o dirigente ha
jugado un papel primordial en las negociaciones entre el estado y sus agremiados, habilitando los
permisos o tolerancias para asentarse en las calles, consiguiendo cierta protección frente a las mismas
autoridades estatales (Cross 1998; Castro Nieto 1990).
Uno de los rasgos centrales del líder o dirigente, entonces, es justamente esa dualidad que
caracteriza su labor como mediador, en tanto que, en términos muy superficiales, gran parte de su
trabajo consiste en promover y hacer circular esos dones o regalos que intercambian “ciudadanos” y
autoridades. Aunque cabe mencionar aquí cierta precisión. Muchas veces tanto en los estudios sobre
clientelismo, como en las discusiones en la esfera pública nacional, estos flujos se describen como
intercambios de recursos o beneficios materiales, por parte de las autoridades, mientras que la otra
parte, los “subordinados”, lo que ofrecen es más bien lealtad o apoyo “político” (especialmente
materializado en votos o presencia en los mítines) (Auyero 2001; Hesles 1998; Reyes Domínguez y
Rosas Mantecón 1993; Hurtado Arroba 2013). Por ejemplo, en su trabajo clásico sobre las relaciones
patrón-cliente, Eric Wolf (1966:17) subraya que ambas partes no pueden intercambiar los mismos
tipos de bienes o servicios, especialmente porque una de las partes cuenta con mayores recursos para
proveer al otro. En este caso, nos dice, el primero (quien representa al estado) aporta cosas más
“tangibles”, como apoyos económicos o protección contra acciones legales o ilegales de las mismas
autoridades, mientras que el segundo devuelve estima o lealtad. Podríamos decir que este enfoque es
el que se ha mantenido como el dominante dentro de los estudios sobre las relaciones patrón-cliente.

124
En esto los trabajos del clientelismo en México encuentran varias similitudes con lo que pasa en Argentina, sobre
todo en momentos en los que las ideologías posrevolucionarias, por un lado, y peronistas, en el segundo, funcionan
como un marco normativo en el cual los intermediarios locales se desempeñan (Hurtado Arroba 2013; Auyero 2001).

169
De ahí que una y otra vez se hable en términos de “cooptación”, es decir, de una relación de sujeción
en la cual se sugiere que, a través de la dotación de bienes materiales, pasa algo así como una “compra”
de las personas, es decir, se les reprime su voluntad política (Cross 1998; Castro Nieto 1990; Auyero
2001; Hurtado Arroba 2013). Sin embargo, mis observaciones apuntan hacia otro aspecto de la
relación patrón-cliente, el cual sugiere la noción de reciprocidad negativa. Me refiero a esa faceta
predatoria o extractiva a través de la cual los dirigentes imponen cuotas regulares a los comerciantes
callejeros. De ahí que en mis registros etnográficos los dirigentes aparezcan recurrentemente más
bien rodeados de una imagen de acaparamiento, es decir, extrayendo dinero a los agremiados, lo cual
contrasta con aquella noción a la que me refería arriba. De algún modo, las cuotas que imponen los
dirigentes siguen una lógica parecida al ofrecimiento de protección, lo cual se asemeja a ese “derecho
de piso” que cobra la gente de La Unión.
A lo largo de los meses que conviví con gente de Tepito, escuché innumerables historias, anécdotas
o comentarios en los que las personas expresaban reclamos hacia el papel de los dirigentes,
especialmente aludiendo al acaparamiento que éstos hacían mediante sus labores como intermediarios
y representantes. En el capítulo anterior, por ejemplo, describía cómo una vez en casa de Nicolás, él
y su madre remembraban la época de abundancia de la fayuca en los 1970s y principios de los 1980s.
En ese fragmento que presentaba, observamos que parte del diagnóstico que ellos hacían de la
situación actual, la cual era juzgada como “más difícil” que antes, se debe, entre otras cosas, a la
voracidad de los dirigentes, quienes buscan quedarse con todo, de acuerdo con ellos. Por su parte,
aquel día que narraba en el que Javier llegó al puesto del Sapo a invitar unas caguamas, también era
evidente cierto acuerdo entre él, el Sapo y Ramón respecto a que la mayoría de los dirigentes “se
pasan de gandallas”. Sin embargo, las quejas que escuchaba con frecuencia eran acompañadas de un
tono de resignación, como si todas las personas aceptaran las circunstancias como algo inevitable. Mis
interlocutores utilizaban expresiones como “qué le vamos a hacer, así es esto”, “no nos queda de otra”,
a través de las cuales manifestaban un malestar que, si bien apuntaba concretamente a una figura en
particular -el dirigente de cada uno de ellos-, también aludía a una imagen mucho más difusa y
abstracta: en primer lugar, el dirigente de los comerciantes, como un término aglutinador, pero
además, de fondo en las narrativas parecía dibujarse un contexto, es decir, había algo estructural,
institucional, que abarcaba a muchas más personas. Me detengo con un par de viñetas con las cuales

170
quiero ilustrar con mayor detalle algunas experiencias del despojo que viven algunos vendedores en
el barrio, y en las cuales los dirigentes aparecen como los perpetradores principales, pero siempre
incrustados en una trama en la cual colaboran otros actores.
Tomemos el caso de Aldo, un amigo del barrio que cada domingo despacha cervezas preparadas y
otras bebidas desde un local adaptado en la planta baja de su casa. Cuando nos conocimos, Aldo tenía
veintisiete años de edad y recién había terminado su carrera universitaria. Sabiendo que yo procedía
del mundo académico, me platicó prolíficamente sobre su amor por la literatura, especialmente la
poesía. También me contó sobre sus labores como fotógrafo. Uno de sus reclamos más airados contra
Tepito, me decía constantemente, era la “falta de cultura” entre su gente, es decir, que nadie parecía
interesarse por leer o consumir cualquier otro tipo de producción artística. Por fortuna para él,
sostenía, después de varios años de desempeñar una vida joven pero muy activa en los terrenos de la
literatura y la fotografía, había logrado hacerse de algunas redes sociales que trascendían el ámbito de
su barrio. Así, Aldo en realidad era un caso un tanto particular entre mis conocidos de Tepito. Con
ello no me refiero precisamente a su inquieta creatividad artística, ni al matiz deliberadamente
polémico con el que, recurriendo a la transgresión, sus obras expresan una serie de emociones y
críticas altamente personales, tomando el sexo y el género como sus temas centrales. Lo que resalto
en él es que era de las muy pocas personas que se expresaban tan abiertamente con resentimiento
sobre Tepito. Sus propios fastidios provenían principalmente del mencionado iletrado perfil de sus
vecinos, de la hipocresía moral con la que las personas se posicionaban ante la homosexualidad, y
también del acaparamiento que llevaban a cabo los dirigentes y políticos explotando a los vendedores
del barrio, que eran quienes trabajaban. Cuando hablaba de su barrio, Aldo parecía impulsado por un
deseo de romper con cualquier romantización de Tepito, enfatizando esos aspectos “decadentes” del
lugar.
Aldo se encontraba en esos momentos interesado en continuar con estudios de posgrado, pero
dudaba mucho al respecto. Le preocupaba que, al ingresar a una maestría, debiese abandonar la venta
de cervezas, así como algunos otros trabajos que realizaba para aportar dinero para su mamá y su
hermano menor. En esto último, su vida era bastante parecida a la de muchos de mis demás
informantes: todos siempre buscando diversificar las “chambas” para incrementar los ingresos. Pero
en aquellos meses, su principal preocupación parecía apuntar hacia el negocio de las cervezas, porque

171
éste resultaba el más lucrativo para él y su familia. Un domingo acordamos que yo le asistiría en el
negocio. Él me había invitado a su local, anticipando que podría ser interesante para mi investigación.
Cuando llegué a su casa, alrededor de las nueve y media de la mañana, se encontraba esperándome.
Se encontraba barriendo el local, portando el delantal que emplea en sus faenas. Tras saludarnos, me
indicó que lo acompañara al mercado para comprar algunas cosas que necesitaba para preparar las
bebidas. Llevamos varios kilos de limones, un par de paquetes de sal, y un montón de bolsitas de
picantes de diferentes tipos (miguelito, chamoy, piquín). Al volver comenzamos a montar todo.
Hacia las 11am ya teníamos casi todo listo, mientras aguardábamos que su madre regresara con
noticias. Ella había ido una hora antes a una reunión que había convocado a todos los “cerveceros” de
la zona. En ella se tratarían temas relevantes para la jornada, como el horario de venta. El entorno
era particularmente incierto, debido a lo que había ocurrido dos semanas antes. Resulta que, en
aquella ocasión previa, mientras Aldo y su familia, como todos los demás cerveceros de los
alrededores apenas habían preparado todo para comenzar a trabajar, llegaron unos sujetos
“aparentemente” de la Delegación, vistiendo los chalecos distintivos del gobierno, informando que
no podrían vender ese día. Ante algunos reclamos, dichos sujetos, en colaboración con otros más que
fueron incorporándose -auxiliándolos con unas camionetas tipo pickup-, procedieron a incautar tanto
las mercancías como parte del equipo que utilizan. Así, ejerciendo la fuerza, las “autoridades”
subieron a las camionetas cervezas y hieleras, dejando sin material a la gente de los locales. Frente a
las protestas, los sujetos a cargo del operativo indicaron que había “órdenes” superiores de que estaba
prohibida la venta de alcohol en vías públicas, por lo que se les había consignado la labor de suspender
dicha actividad. En cuanto al material confiscado, los responsables señalaron que serían devueltas las
hieleras, no así las cervezas. Días después de aquél operativo, Aldo acudió a la Delegación para
recuperar sus hieleras, sin embargo, se topó con una retahíla de “pretextos” y enredos burocráticos
los cuales impidieron la devolución. Tras algunos vanos intentos, comprendió, con frustración, que
sería imposible recuperar su material de trabajo. Al dar por perdido aquello, Aldo y su madre
consiguieron otras hieleras que íbamos a “estrenar” ese domingo que yo lo ayudaba.
Por fin arribó su mamá. “Pues las novedades: el horario de venta se termina a las siete. Después
de esa hora, habrá sanciones a quien siga vendiendo. Vendrán a estar checando. La otra es que hay
que colocar un cartel en un lugar visible y que diga que está prohibido consumir drogas, y que quien

172
sea sorprendido haciéndolo será consignado a las autoridades”, nos informó. Una vez al tanto de las
condiciones, continuamos con las labores necesarias, mientras de a poco iban aproximándose los
primeros clientes. Entre la chamba, Aldo me fue contando más cosas sobre “el mundo de los
cerveceros”. En general, se mostraba molesto. Especialmente, repudiaba a unas señoras quienes
fungían como dirigentes de la zona donde él operaba, y las cuales agrupaban a varios cerveceros de
calles aledañas. Según Aldo, ellas habían convocado a la reunión de esa mañana. Me contó que estas
señoras, a quienes se les conoce como Las Panteras, trabajan en colaboración con algunos funcionarios
del gobierno local para exprimir a los comerciantes. Por ejemplo, aquel operativo en el que fueron
confiscadas cervezas y hieleras, y en el que las personas encargadas de llevarlo a cabo se presentaron
oficialmente como trabajadores de la Delegación, en realidad fue orquestado por Las Panteras. De
acuerdo con Aldo, los sujetos que se llevaron sus cosas no eran empleados del gobierno sino parte de
una “mafia” que se disfraza de funcionarios. “Pero yo los conozco, yo sé quiénes son. Son gente de
Las Panteras”. Al parecer, las señoras que conforman ese grupo pertenecen a una misma familia, y
heredaron la dirigencia a partir de la muerte de un señor, esposo de una de ellas, quien había ocupado
el rol de líder durante muchos años antes. La viuda y sus hermanas, apoyadas por sus hijos varones,
tomaron el control del negocio. “No sé cuántos agremiados tengan bajo su control, pero le echo que
deben tener en su dominio unos cuarenta y cinco al menos”. En esos momentos, me dijo que la cuota
diaria que exigían a los cerveceros para poder vender era de 200 pesos, pero recientemente les habían
informado que iba a subir el próximo mes a 250, sin rendir cuentas de los detalles del incremento.
Mientras hacía algunas estimaciones sobre cuánto dinero más o menos podían percibir del “renteo” a
los vendedores de cervezas, añadió repentinamente: “ah, pero eso no es todo. Los hijos de esas
señoras también tienen control del robo en toda la zona”. Entonces agregó otras cosas: los cobros
especiales que realizan Las Panteras en ocasiones especiales, como en fechas cuando las ventas son
altas, como Navidad, o como cuando organizan misas por festividades. Pero además, dijo, habría que
sumar lo que extraen de la Delegación o del gobierno central- de la Ciudad de México-, ya que, como
intermediarias avaladas por las autoridades, acaparan algunos recursos que “bajan”, como algunos
montos destinados a limpieza pública, el cual desde la perspectiva de Aldo, es retenido por ellas.
Debido a que los clientes fueron volcándose y de pronto ya teníamos una demanda de bebidas que
nos mantuvo ocupados, olvidamos colocar el cartel que había dicho su mamá. Transcurrieron tal vez

173
un par de horas. De pronto, cuando yo estaba sirviendo dos vasos de michelada a una pareja, se
aproximó a nosotros un sujeto moreno, de cabello muy corto. Vestía una playera blanca muy ajustada
y una mariconera cruzada al torso. Con un tono retador, sin presentarse ni aportar ningún comentario
preliminar, soltó la cuestión: “¿quién es el encargado de este lugar?”. Intuyendo que se trataba de un
asunto serio, caminé hasta donde se encontraba Aldo preparando unos mojitos, para ponerlo al tanto.
Regresamos con aquel tipo, y mirando a Aldo, nuevamente preguntó con el mismo tono: “¿tú eres el
encargado del lugar?”, a lo cual asintió aquél. “¿y por qué no has puesto el cartel que les dijimos?”.
Con cierto nerviosismo, Aldo le respondió que ahora mismo iban a colocarlo. Manteniendo su
aspecto hostil, el tipo concluyó su visita no sin terminar diciendo: “se dijo que el cartel era obligatorio
en la junta. Voy a regresar en unos minutos a ver si lo pusieron, eh”. Al instante, Aldo llamó a su
hermano menor y le encargó el material necesario. No más de cinco minutos después, me pidieron
que escribiera en una cartulina exactamente el mensaje que les habían dictado. Intrigado por todo
aquel asunto de la reunión y las condiciones fijadas respecto al horario de venta y lo del cartel, Aldo
y su mamá comentaban que Las Panteras, debido a su colaboración muy cercana con las autoridades,
principalmente con las policías y con algunos funcionarios del gobierno delegacional, asumían una
especie de control general de la zona, por lo que ellas eran quienes ejecutaban algunas directrices del
gobierno. Esto último es importante, ya que como profundizo más adelante, las figuras de la extorsión
nunca aparecen de forma solitaria, sino que vienen acompañadas de otras instancias, otras personas u
otros niveles. Así, vemos como a pesar de la centralidad que Las Panteras y sus hijos tienen para ellos
como personajes extractivos, lo que vemos es una trama que involucra a otros actores cuya
procedencia o vinculación institucional no aparece con suficiente claridad, sino que se mueven en el
barrio rodeados de sospechas, como en el caso de esos “mafiosos disfrazados” de funcionarios. En este
caso, él marcaba una diferencia entre ambas figuras: por un lado el mafioso, el malandro de calle que
trabaja como brazo coercitivo de Las Panteras; por otro lado, los funcionarios, ya fuera una
abstracción o algo concreto, pero algo separado, digamos, por el hecho de que es alguien que tiene
una relación contractual con el estado, es decir, es un servidor público. Curiosamente, en muchas
otras ocasiones, Aldo se refería con menor nitidez sobre esas distinciones, asumiendo que gente que
trabaja en gobierno, los dirigentes y criminales que operan en el barrio están coludidos. ¿Y en el caso
de Gilberto, que era las tres cosas?

174
Otro caso que conocí, el cual me pareció sumamente ilustrativo de la experiencia de
acaparamiento y la conformación de una relación de sujeción que evoca esa noción de reciprocidad
negativa, me fue referido mientras me encontraba una tarde con Don Manuel en el Foro en el que
lleva a cabo los talleres de zapatería que mencioné en el capítulo anterior. Don Manuel, como señalé
páginas atrás, era una de las personas que, sin pertenecer al gremio de comerciantes, hablaba con
mayor encono sobre los dirigentes, sobre todo por aquella idea de que fueron ellos quienes
“vendieron” y “entregaron” al barrio a los asiáticos. Mientras nos encontrábamos charlando esa tarde,
llegó Silverio, un amigo suyo y el cual es uno de los activistas culturales que colaboran con mayor
asiduidad en su asociación civil. Se incorporó a nuestra plática, la cual básicamente en ese momento
se centraba en algunos proyectos que tenía en mente Don Manuel para que los jóvenes del barrio se
mantuvieran alejados de los vicios. Entre los tres, fuimos dando giros temáticos, abarcando temas
generales de política nacional, de la situación del empleo en el país y fuimos poco a poco aterrizando
hacia la importancia entonces de las actividades culturales. Silverio entonces nos comentó que estaba
iniciando la planificación de un festival el cual pensaba llamar Tepi-Cervantino. Su idea comprendía
convocar a músicos y poetas de toda la zona metropolitana, especialmente de barrios populares, para
que se presentaran a exponer sus obras justamente en el Foro. El contar con este espacio físico, el
cual sería proveído por la asociación de Don Manuel, resultaba una primera piedra de su proyecto.
Sin embargo, el mismo Silverio reconocía conscientemente que para concretar su plan, debía
conseguir financiamiento y otro tipo de apoyos materiales. “¿Qué tal solicitar apoyo a la Delegación?”,
le cuestioné, lo que provocó algunas risas incrédulas en ambos. “Qué van a soltar ésos. Hay que
estarles rogando para que den migajas. Antes bien te piden que les des o te quieren sacar algo”, señaló
Silverio, demarcándose claramente sobre una hipotética petición a las autoridades. Conectando ese
comentario con algunas cosas que habíamos estado discutiendo previamente Don Manuel y yo, éste
complementó diciendo: “puras tranzas, puras tranzas, te digo”. Como era muy habitual en las charlas
con Don Manuel, no tardó en hallar el momento indicado para traer a colación el tema del comercio
en Tepito y el acaparamiento de las calles con el cual se habían enriquecido los dirigentes. Entonces
nos comentó que algunos amigos suyos le habían contado recientemente que varios dirigentes del
barrio estaban en esos días cobrando hasta cinco mil pesos por cada puesto, supuestamente para
tramitar una autorización relacionada con los proyectos viales que estaban en marcha para “renovar”

175
la avenida principal de Tepito. De acuerdo con ellos, esa cuota que estaban exigiendo se trataba de
una estafa, ya que el proyecto vial ni siquiera había sido confirmado por el gobierno de la Ciudad. Yo
había notado algunas obras que habían iniciado en el sector opuesto de la avenida, por lo que les
pregunté más sobre el asunto. Por ejemplo, les cuestionaba si no habría más bien un pacto oculto
entre los dirigentes y algunos funcionarios del gobierno, de modo que la cuota sí estuviera encaminada
a recaudar un monto que cubriera los requisitos de personajes desde el gobierno. Ellos no parecían
aceptar esa posibilidad. De algún modo, aquellas “puras tranzas” que hacía breves minutos atrás
abarcaban desde las esferas más altas de la clase política hasta los cargos más bajos, parecían
fragmentarse, dejando entonces a los dirigentes como los principales perpetradores de los abusos
extractivos. Justamente cuando Don Manuel había ya comenzado a proferir su reiterada perorata
contra los líderes del comercio en el barrio, enfatizando cómo estos personajes “se pasan de vivos con
los agremiados”, pasaba cerca de nosotros un señor que cargaba en su hombro una charola con dulces.
Cuando Don Manuel lo vio, lo saludó con un grito efusivo, casi al mismo instante que lo llamó hacia
donde nos encontrábamos. “Mira, pues justo este cuate ha sido víctima del agandalle de los dirigentes.
Cuéntale lo que te pasó hace poco, carnal”, dijo Don Manuel. El vendedor, un señor de baja estatura,
de alrededor de unos cincuenta años y con muchas canas, con un aspecto muy amigable, se animó a
narrarnos lo que le había sucedido semanas antes:

Yo pasaba vendiendo por toda esta zona de la Avenida [principal], y un cuate de los puestos agarra
y me dice “A ver, dame uno de estos dulces y otro de estos. Oye carnal, pero ahorita no traigo, te lo
paso luego, ¿va?”. Y pues va, yo les fiaba a algunos. Nada más que este canijo nunca me pagaba. Así le
estuvo haciendo un tiempo, hasta que un día agarra y le digo “oye tú ya me debes un montón”, y que
se enoja. “Qué madres me vienes a decir tú, cabrón. A ver -le dice a otro-, págale su dinero”, y que
agarra el dinero y me lo avienta. Y me dice “ahí está tu dinero, y ¿sabes qué? No te quiero ver por acá,
así que ni se te ocurra aparecerte por aquí porque vas a ver cómo te va”. Y ya, pues yo pensé que ya
había valido, pero se me acercó otro cuate de los mismos comerciantes y me dijo quién era el líder de
ese cuate [del que lo amenazó de no pararse por esa zona]. Me dijo que fuera a hablar con él y que le
contara para que lo pusiera en su lugar. Y pues va, busqué al líder y le conté todo, y me dijo “¿ah sí, a
ver, dime quién fue?”, y llegamos con él, y se lo pone en su lugar. El otro lo negaba pero el líder le
decía “no te hagas wey, que ya sé cómo eres. Si sigues así y le haces algo al señor, te las vas a ver

176
conmigo, así que abusado”. Y yo pensé que ya había salido de todo esto, cuando al salir agarra y me
dice el líder “ese wey ya no te va a hacer nada, pero tienes que caerte con 10 varos para mí, diario. Y
nada de que te enfermaste o de que no viniste, aún así me tienes que pagar lo del día”. Y pues yo pensé
“mangos, me salió peor arreglar el problema”. Ahora tenía que pagarle más lana a este cuate. El otro
me debía como 50 pesos, y ahora tengo que estarle dando 10 pesos diarios a ese otro.

Le pregunté al vendedor de dulces si había aceptado esas nuevas condiciones, a lo cual me contestó
alzando los hombros, con claro gesto de resignación: “Pues qué le voy a hacer. Hay que entrarle”.
Don Manuel, Silverio y yo reaccionamos con mezcla de asombro e indignación, para expresarle
nuestra solidaridad. Muy pronto el vendedor de dulces se despidió de nosotros y prosiguió su camino.
Los tres nos quedamos comentando sobre ese “agandalle”. Don Manuel continuó elaborando quejas
contra los abusos de los dirigentes. Nos decía, por ejemplo, que la mayoría de la gente que trabaja en
los puestos semifijos de las calles no son los “dueños” de aquéllos, sino que son empleados. Los
verdaderos dueños, nos decía, son dirigentes u otros comerciantes que lograron hacer dinero y
arriendan los puestos. Lo mismo ocurre con algunos vendedores ambulantes, por ejemplo, quienes
venden comida chatarra en carritos de supermercado, los cuales son rentados por día o por semana125.
Para Don Manuel, esta es otra faceta que expresa esa vocación explotadora de los dirigentes. Sobre
esto, recuerdo cómo en algunas ocasiones escuché a algunos dirigentes hablar sobre sus agremiados
de tal manera que asemejaba la retórica del patrimonio familiar de la tierra, es decir, cuando se
referían a la extensión de sus dependientes, lo hacían en términos de qué tan chico o grande era su
dominio. Por ejemplo, una vez caminando con Nicolás nos topamos con una señora, quien era esposa
de un colega de aquél en el área de Protección civil. Nos presentó ante el encuentro fortuito. Al dar
detalles sobre ella, no sólo mencionó que era esposa de su amigo del trabajo, sino que también eran
dirigentes de comerciantes. La señora asintió, sonriendo, pero a la vez, procedió a minimizar un poco
su rol, diciendo: “sí, mi marido y yo manejamos unos locales, pero en realidad el negocio es

125
Una mañana en la que me encontraba en la asociación de comerciantes a la cual pertenece el cronista Fernando,
me percaté cómo una señora, apoyada por un muchacho, rellenaban unos esos carritos de supermercado, saturándolo
de productos comestibles como papitas, cacahuates o dulces. El muchacho era quien se encargaba de acomodar
cuidadosamente todas las cosas en los carritos, mientras la señora contabilizaba las mercancías que estaban siendo
colocadas, y registrando todo en una libreta que tenía consigo. Según me explicaron después, esos carritos los
“rentan” a algunos trabajadores, quienes tienen que reportar las ventas.

177
chiquitito, serán apenas unos ocho locales. Así que ahí la llevamos”. El tono y los gestos de la señora
en aquel momento me evocaron aquellas expresiones con las cuales muchas personas se refieren con
un dejo de humildad cuando mencionan pequeñas propiedades de tierra, como cuando se es
propietario de una parcela. En cambio, a los dirigentes que controlan muchos locales y, por ende,
cuentan con muchos agremiados -y muchas cuotas recaudadas-, se les miraba y se hablaba de ellos a
veces como si fueran potentados hacendados o terratenientes126.
Si en el relato de Aldo sobre Las Panteras la protección que ofrecen como patronas aparece ya
instituido, en cuanto a que no sólo conceden “permisos” para vender a los cerveceros, sino que
también llevan a cabo gestiones para más o menos ordenar los negocios y mantener una vinculación
con las autoridades, en el segundo ejemplo, el del vendedor de dulces, podemos observar cómo
emerge una relación de sometimiento. Si, como sugiere Lomnitz, a diferencia de la reciprocidad
generalizada, la cual comienza con un regalo, en la reciprocidad negativa el origen de todo está en un
acto coercitivo, podríamos sentirnos un poco perplejos en la interacción entre el vendedor de dulces
y el dirigente que accede a intervenir por él, aparentemente a su favor. Lo que vemos es que éste
último decide brindarle protección ante la amenaza del comerciante enfurecido, lo cual señalaría que
también desde un don “positivo” podrían suscitarse una reciprocidad negativa. Así, sería a partir de la
deuda de ese don que la relación de dependencia y explotación surge. Sin embargo, por otro lado,
también podemos enfocar todo el flujo de interacciones desde el momento en que el comerciante
pide los dulces fiados sin pagarle al vendedor. En este caso, el vínculo predatorio es mucho más
evidente, en cuanto a que una parte se encontraba plácidamente extrayendo un beneficio sin dar nada
a cambio. Ante ese despojo sistemático y exento de todo bien para el vendedor, éste decide acudir al
auxilio del dirigente, por recomendación de otra persona. Mirando el cuadro completo, lo cual nos
evitaría aislar artificialmente una relación entre dos personas -el dirigente y el vendedor de dulces-,
podemos pensar entonces que, en efecto, el despojo aparece en los orígenes -cuando incorporamos
al comerciante “gandalla”. Si aceptamos esto, la protección ofrecida por el dirigente encarnaría ese
falso don, es decir, significaría esa entrega o donación que coloca un velo encima del atraco originario,

126
Esto también se expresa cuando los dirigentes negocian con algunos políticos en términos de qué tan grande es el
grupo de gente que los primeros pueden aportar ya sea en mítines o en votos (Auyero 2001)

178
y el cual posee un sutil poder de producir en la otra parte un sentimiento de deuda -cuando no un
extraño agradecimiento.
De esta manera, la deuda asume un papel fundamental en la constitución de regímenes
predatorios, ya que participa como artefacto coercitivo el cual opera con el acaparamiento. Para
comprender esto, cabe cuestionarnos primeramente el porqué las personas quienes son colocadas
ante esos dilemas, aceptan las condiciones impuestas por los dirigentes, es decir, por qué deciden
someterse al pago de las cuotas. Por una parte, resulta obvio que existe un interés en obtener anuencia
o permiso para realizar su trabajo. Esto en sí mismo sugiere un motivo. Sin embargo, considero que
una mirada más aguda nos permite acceder a los contextos de las interacciones. Después de todo,
siempre estaría la posibilidad de que el ofrecimiento de la protección o el falso don generara más bien
indignación e impulsara una rebeldía ante algo que se considera injusto. Pero eso no lo vemos en los
casos que he presentado, como tampoco lo apreciaba en términos generales en todo el barrio.
Prácticamente no conocí casos de rebeliones o protestas organizadas contra las asociaciones. Para
profundizar en esos contextos, debemos traer a cuenta la trascendencia de las figuras particulares que
encarnan la extorsión. Como decía arriba, detrás de aquellas personas que visitan los locales y exigen
bajo amenaza el pago de una renta, del mismo modo que en el caso de los dirigentes que ofrecen
protección a los vendedores a cambio de una cuota, siempre hay otros personajes o entidades que
están participando espectralmente: en un caso es La Unión, pero también las imágenes popularizadas
del crimen organizado; en el otro caso, están las autoridades, pero también el estado. Aquí sirve
pensar en la crítica que realiza Yeh (2018:182-183) al modelo diádico de las relaciones patrón-cliente.
La autora analiza cómo las intermediaciones en realidad sólo son una especie de engranes dentro de
toda una red o una cadena que se extiende hasta llegar a instancias superiores, las cuales pueden llegar
a asumir un estatus metafísico peculiar, como es el caso del Estado con mayúsculas. Si en una
intermediación es importante tener una buena relación con el patrón -o dirigente-, en gran medida
es porque éste tiene a su vez otro patrón, y así se alarga dicha cadena, lo que apunta a que la fuente
de autoridad siempre está más arriba (hasta llegar al Estado o Dios). Pensemos en esas “órdenes
superiores” que argumentaban los “funcionarios disfrazados” en el operativo contra los cerveceros.
Ello alude a una inevitabilidad de que ocurran los hechos, es decir, ellos sólo siguen los mandatos. A
menos que, claro está, surja un arreglo espontáneo, en el momento, lo que se asumiría entonces

179
como un favor, un “paro” que el intermediario más próximo estaría dispuesto a hacer por esa persona:
jugársela desobedeciendo a los superiores, con tal de apoyar a la persona en cuestión, lo que significa
establecer esa relación de reciprocidad. Pero en las experiencias de muchos comerciantes de Tepito
estos apoyos más bien son traducidos como “agandalles”. Nuevamente, ¿por qué aceptan? Mi
interpretación propone que, al reconocer esas instancias superiores y los actores que siempre están
detrás, se pone al descubierto un contexto donde el “renteo” y el sistema de cuotas opera con toda
impunidad, institucionalmente. “Pues qué le voy a hacer. Hay que entrarle”, dijo aquel vendedor de
dulces. De manera muy lúcida, esta persona reconoce que, en un mundo en el que él no es más que
un pobre vendedor de dulces, y que para subsistir necesita estar en un mercado saturado como lo son
las calles del barrio, se muestra completamente impotente ante un dirigente que tiene todo el
respaldo de su asociación, pero también probablemente de las autoridades. Así, vemos el sentido
vivencial de esa idea de desamparo de la que nos habla Roush (2014), quien nos dice que las personas
en esas situaciones se vuelcan a la búsqueda de ese patrón o intermediario que proceda por ellos ante
otros, como el dirigente que interviene para rescatar al vendedor de dulces de las amenazas de su
agremiado. De ahí, podemos entender que tiene sentido aceptar pagar la cuota, es decir, retribuir o
devolver esa “ayuda”, aunque estén conscientes del despojo que hay detrás.
Entonces vemos cómo reaparece el asunto de la temporalidad en las relaciones predatorias. La
extorsión vivida como un régimen comprende ese vínculo que se mantiene a lo largo de un tiempo
indeterminado. Y en ello se encuentra instalada la deuda como un mecanismo de perpetuación de ese
sometimiento (“Y nada de que te enfermaste o de que no viniste, aún así me tienes que pagar lo del
día”, le advirtió aquél dirigente al vendedor de dulces). Como apunta Peebles (2010), el binomio
crédito/deuda articula el presente con el pasado y el futuro. En ello, tanto acreedor como deudor se
embarcan en una travesía que abre horizontes y los proyecta hacia atrás y adelante, involucrando
expectativas y sacrificios. La intrínseca conexión entre tiempo y deuda también podemos apreciarla
en el trabajo histórico que ofrece Le Goff (1990) sobre la figura del usurero en el medioevo. Para el
cristianismo de aquella época, la usura era condenada debido a la captura de una superabundancia por
medio de un intercambio injusto, en el cual el prestamista exigía recibir más de lo dado. A raíz de
esto, la usura era considerada un acto de pillaje o robo, el cual asumía una forma sui generis, ya que
obtenía de algo infértil como el dinero, algo productivo: unas rentas. Además, el usurero, esa especie

180
de “drácula precapitalista”, como le llama Le Goff, ejercía una actividad blasfema en cuanto que su
pillaje implicaba lucrar con el tiempo, el cual pertenecía a Dios: “But the usurer is a very particular
kind of thief; even if he does not disturb public order, his theft is especially detestable in that he is
stealing from God.... What indeed does he sell, if not the time that elapses between the moment he
lends the money and the moment he is repaid, with interest? Time, of course, belongs solely to God.
As a thief of time, the usurer steals God's patrimony" (Le Goff 1990:39). Por su parte, Lazzarato
(2007) analiza cómo en el capitalismo contemporáneo la extensión de la “financierización” ha
significado una intensificación de las economías de la deuda. Gracias a la transferencia de plusvalor
que ocurre a través del cobro de intereses, nos dice: “debt acts as a ‘capture’, ‘predation’, and
‘extraction’ machine on the whole of society, as an instrument for macroeconomic prescription and
management, and as a mechanism for income redistribution” (Lazzarato 2007: 29).
En el caso de las relaciones que los dirigentes establecen con sus agremiados, de una manera más
o menos parecida a lo que ocurre entre los extorsionadores de La Unión y los comerciantes, insisto
en que se inaugura un vínculo extractivo el cual de entrada se asume como una carga cuyo plazo no
tiene fecha de caducidad: simplemente toca pagar la cuota o el renteo. De ahí que las angustias y los
temores expresados conecten el futuro con el despojo, es decir, con la idea de que el fruto del trabajo
estará siendo “robado” o “chupado” injustamente por una figura acaparadora. Sin embargo, como
hemos visto, el carisma de los dirigentes se basa en gran medida en cierta alquimia del favor: emplear
la coerción para generar una deuda en los otros. De ahí que dichas figuras oscilen permanentemente
entre la dádiva y el castigo, el don y la intimidación. De lo anterior también podemos tomar en cuenta
cómo opera una moralización de la deuda127, lo que contribuye también a aceptar o “normalizar” el
pago de una cuota. Esta moralización, que se expresa muchas veces en la culpa, también se ve reflejada
en los miedos. Por un lado, están los temores a ser cautivos o presas de la deuda, es decir, me refiero

127
De acuerdo con Nietzsche (1997:94-95), en el origen del sentimiento de culpa y de la mala consciencia radica
la relación entre deudor y acreedor. En el cristianismo, nos dice, la raíz de esa pesadumbre ante Dios deriva esa
“deuda impagable”: el pecado original. Por ello los creyentes son movidos no sólo por la culpa, sino por el miedo al
castigo que la no observación de esa deuda puede traer consigo. En cuanto a la deuda y su lugar primordial en la
economía, el trabajo de Graeber (2014) resulta especialmente revelador. El autor critica el “mito del trueque”, el cual
sostiene que primero vino este tipo de intercambio, luego el dinero y de ahí el crédito y la deuda. En cambio,
Graeber sugiere que la deuda se halla en los orígenes de todo, puesto que incluso el dinero mismo está basado en ella:
un billete o, incluso una moneda de oro, inútil en sí misma, no son más que la promesa de obtener adelante un bien
material de valor equivalente al intercambiado.

181
a las preocupaciones por de repente llegar a ser sometidos por alguna de las figuras extorsionadoras
que se presentan imponiendo el pago regular. Al respecto, algunos trabajos han mostrado la
desconfianza que algunas personas o “comunidades” experimentan hacia el financiamiento que ofrecen
instituciones bancarias, en tanto que el devenir sujetos deudores se percibe como una amenaza a la
pérdida de soberanía y de control sobre el futuro (Han 2012; Bear 2015; Elyachar 2005). En términos
de seguridad personal -y colectiva- es recomendable, entonces, evitar la deuda. Por otro lado, los
temores ligados a la moralización de la deuda también nos hablan sobre cómo se experimenta como
un deber a cumplir bajo riesgo de sufrir las consecuencias del incumplimiento. En otras palabras, una
vez que uno se ha posicionado como deudor, tocar pagar, porque uno ignora qué repercusiones
pueden venir a raíz de ello, es decir, se vive bajo el temor de que el acreedor es más poderoso y tarde
o temprano querrá cobrar extrayendo siempre más de lo que toca. En ese sentido, puede resultar
peor intentar rehuir de la “responsabilidad” adquirida.
Así, la cuota que imponen los dirigentes, pensada como parte de un régimen de acumulación
predatorio, lo cual la emparenta con las extorsiones criminales que aparecen en la esfera pública,
representa una especie de institución que define a los vendedores como un tipo específico de sujetos
políticos. En esto sigo las reflexiones planteadas por Mbembe (2001) acerca de cómo el salario en
Camerún -y en otros países africanos. El autor nos dice que, si en teoría, el salario es una
remuneración obtenida por un trabajo realizado o un servicio debidamente prestado, lo que nos
hablaría de un mercado en el cual, como mercancía, la mano de obra es vendida, en los contextos
poscoloniales africanos lo que se observa más bien es una escisión entre el trabajo desempeñado y el
salario recibido. En esos contextos, el salario, especialmente brindado por el estado, venía a
materializar esas relaciones políticas de subordinación o sujeción, iniciadas por esa dotación
benevolente que llevaban a cabo los gobiernos, estableciendo una conexión de dependencia y
agradecimiento entre los “ciudadanos”:

The salary as an institution was an essential cog in the dynamic of relations between state and
society. It acted as a resource the state could use to buy obedience and gratitude and to break the
population to habits of discipline. The salary was what legitimated not only subjection but also the
constitution of a type of political exchange based, not on the principle of political equality and equal

182
representation, but on the existence of claims through which the state created debts on society. In
other words, the construction of a relation of subjection was effected in redistribution and not in
equivalence among individuals endowed with inherent natural and civic rights and thereby able to affect
political decision-making. By transforming the salary into a claim, the state granted means of livelihood
to all it had put under obligation. This meant that any salaried worker was necessarily a dependant
(Mbembe 2001: 61-62).

En el caso de los comerciantes tepiteños y las dirigencias de las asociaciones a las cuales se
encuentran agremiados, es la cuota lo que viene a sellar ese pacto de dependencia, el cual tiene esa
dualidad de ser al mismo tiempo un “derecho” al trabajo, así como una “obligación” o una deuda a
pagar en plazos fijos (diarios, semanales) aunque con una indeterminación futura. La cuota entonces
es ese vínculo patrón-cliente de reciprocidad negativa, y el ingreso obtenido por las ventas -lo que
sería el equivalente del salario- es ese botín que la relación predatoria busca extraer, por lo que la
sensación de los comerciantes es que el dinero que ganan con el sudor de su frente va a parar en
manos acaparadoras128.

El régimen predatorio en su conjunto

Ese rasgo extractivo del dirigente ha sido captado en diferentes momentos. En uno de sus ensayos
políticos, Carlos Fuentes (1971: 71-72) describe con estas palabras a la figura del charro, es decir, a
los líderes obreros, quienes bajo el régimen posrevolucionario, fueron los únicos que no acataron la
consigna maderista de la no reelección:

Subvencionado por las empresas, sostenido por el gobierno a cambio de su fidelidad incondicional,
enriquecido por las prebendas y por la suma de cuotas que pacientemente exprime a los trabajadores a
cambio de librar la lucha proletaria desde los restaurantes de lujo y las vacaciones en Las Vegas,

128
Así como desde la óptica de Don Manuel, el comercio es un no-trabajo en tanto que no produce nada útil por sñi
mismo (capítulo anterior), en la literatura sobre intermediación política podemos ver cómo el “trabajo político” de los
brokers también es visto muchas veces como un no-trabajo, es decir, como una actividad parasitaria que sólo tiene
como propósito estar sacando dinero de la gente (Hurtado Arroba, Paladino, y Vommaro 2018).

183
Disneylandia o La Habana batistiana, el líder obrero mexicano no puede faltar en esta galería de la
década. Igualmente atento a la consigna oficial y a las recomendaciones de la ORIT, desprovisto de los
prestigios de la tradición presidencialista, el líder sería la imagen misma del payaso en la cuerda floja si
su bufonería no se viese ensombrecida por un afán cruel y una indiferencia fría. Suma de los grotescos
mexicanos, el líder obrero de la revolución institucional cuenta, como un usurero renacentista, detrás de
los emplomados de su mansión churrigueresca, las humildes cuotas, que suman su bienestar y los réditos
de los negocios compartidos con los empresarios, que suman su opulencia. Su voz, potente para la adulación, se
pierde en un espeso silencio cuando los obreros son arrojados a la cárcel o golpeados con macanas en
las calles. El líder es, por definición, un hombre que no crea problemas. Pero es también algo más
grave: el hombre que impide que se creen problemas. Sus funciones determinantes son las de
despolitizar a los agremiados, promover la colaboración entre trabajadores y empresarios a cambio de
grandes ganancias para éstos y mínimos beneficios para aquéllos, apagar la conciencia de clase a cambio
de un ingreso lento, enajenado, a los niveles más bajos de la clase media, mantener la estructura
corporativa del sindicalismo a favor de la propia estructura vertical del poder mexicano y, sobre todo,
asegurar una industrialización que cuente con mano de obra barata y apolítica. (Cursivas mías)

En este retrato que presenta Fuentes, los dirigentes o líderes gremiales aparecen como aliados de
las élites políticas y económicas en los procesos de acumulación. Siguiendo esta visión, su papel
resulta fundamental dentro de un capitalismo que saquea y despoja, en el cual él mismo participa
como acaparador, “exprimiendo” a los trabajadores por medio de las cuotas. Sin embargo, es preciso
introducir un matiz a todo este asunto de la explotación. Las relaciones patrón-cliente generalmente
esconden tensiones debido a esa dualidad de la que me refería antes, en cuanto que los dirigentes dan,
pero también exigen. Esto implica, entre otras cosas, que en este tipo de vínculos de dependencia y
en los cuales las interacciones llegan a ser en ocasiones intensas, se despiertan y movilizan afectos que
entran también a dar forma a esos regímenes (Auyero 2001; Hurtado Arroba 2013). En el caso de
los comerciantes de Tepito y sus líderes, esto también ha sido subrayado en algunos trabajos (Castro
Nieto 1990; Hernández Espinosa 2017). Así, aun cuando las acciones de los dirigentes no sean
juzgadas como extractivas por parte de quienes se ven obligados a pagar sus cuotas, lo que vemos es
un sistema o un régimen de acumulación el cual se perpetúa mediante esa incesante combinación de
intimidad e indiferencia, de favores y coerciones, de lealtades y temores. De algún modo, viene a la

184
cabeza esos sistemas de peonaje que describen Taussig (1986) o Lomnitz (2005), en los cuales la
reciprocidad negativa estructurada comprendía unos lazos de sujeción teñidos por una tenue capa de
afectividad, la cual contribuía a invisibilizar la explotación de fondo.
De este modo, no todo en los regímenes predatorios es violencia extractiva. Tampoco la deuda
implica necesariamente valoraciones negativas. Como muestra Peebles (2010), la deuda también está
presente en ese sentido de obligatoriedad que proponía Mauss, por lo que contiene en sí misma un
elemento de cohesión que define fronteras sociales. Dicho de otro modo, lo que nos dice Peebles es
que, en determinados casos, la deuda puede llegar a ser considerada como una “bendición” en tanto
que conecta a las personas con los grupos, es decir, los rescata del aislamiento129. Por otro lado, ser
objeto de crédito ante un acreedor, significa ser alguien digno de confianza. Pero, sobre todo, me
interesa enfatizar nuevamente ese aspecto recursivo en las relaciones patrón-cliente. En la descripción
de Fuentes, el líder obrero es un personaje extractivo, parasitario, predatorio, pero finalmente, no
deja de ser solamente un engranaje más dentro de toda una cadena en la que también participan las
élites políticas y económicas. De ese modo, cuando miramos con detalle a los dirigentes, notamos
que su figura en realidad es mucho más inestable e indefinida de lo que aparece en los retratos
anteriores. Por una parte, porque no sólo es acaparador, también es alguien que mira por los
agremiados. Pero además, aun si es un parásito extractivista, por lo menos es uno más dentro de toda
una trama más amplia, por lo que él mismo también puede ser situado a veces como la parte
subordinada. Ya habíamos visto cómo en el caso de Gilberto, ese dirigente-funcionario-mafioso, sus
deslizamientos señalaban dificultades para colocar a las personas en un lugar específico. Lo que a
continuación pretendo mostrar, son otros momentos de esas tramas de constantes extorsiones, en
donde vemos que el dirigente también puede ser extorsionado.
A modo de ilustración, narro una anécdota que me contó uno de los muchos dirigentes con los
que Gustavo y Nicolás me presentaron. En aquellas semanas, esta persona nos contaba que estaba con
una preocupación especial, debido a que se había enterado de un caso en el cual un grupo de

129
De un modo similar, en sus análisis sobre las estrategias de los agentes en los intercambios, (Bourdieu 1977: 5-10)
menciona cómo la temporalidad es un aspecto en el que se aprecia con mayor claridad esos desenvolvimientos sutiles
por parte de quienes participan en las relaciones de intercambio. Así, por ejemplo, nos dice que reciprocar
anticipadamente puede ser gesto grosero, ya que puede incitar interpretaciones de que no se quiere estar en deuda
con la otra parte, lo que significa que se prefiere evitar el vínculo.

185
extorsionadores habían destituido a una dirigente que él conocía desde hace muchos años. La historia
que había levantado sus inquietudes era más o menos así. Un día llegaron unas mujeres colombianas,
muy atractivas, a platicar con el hijo mayor de aquella dirigente. Lo buscaron directamente en uno
de los locales que él manejaba. Por medio de un juego de seducción, poco a poco le fueron ofreciendo
un préstamo de dinero, el cual debía empezar a pagar algunos meses después. Al principio, el hijo
resistía a las ofertas, hasta que en algún momento decidió aceptar, tal vez impulsado por el coqueteo
que tenía con esas muchachas. De este modo, el muchacho recibió el monto acordado, que
aparentemente era algo mayor a doscientos mil pesos. Al cabo de unos meses, cuando ya era
momento de empezar a abonar las cuotas establecidas para saldar el préstamo, en vez de las muchachas
colombianas, se presentaron al local del hijo unos tipos para cobrar. Esa vez, igual que en las próximas
dos ocasiones que se presentaron con el mismo propósito, el muchacho se rehusó a pagarles,
esgrimiendo que no tenía dinero en ese momento. A la cuarta ocasión que se repitió el encuentro y
volvió a negarse a pagar, los cobradores se mostraron más agresivos, amenazándolo de sufrir un
ataque si seguía con esa actitud. Entonces, el muchacho les dijo: “yo soy el hijo de fulana, ella es
dirigente de toda esta zona, así que no voy a pagarles”. Los tipos se retiraron, no sin advertirle que
sufriría consecuencias. A los pocos días, los tipos volvieron. Cuando el mercado se estaba vaciando y
los últimos comerciantes estaban guardando sus mercancías en las bodegas, se aproximaron al hijo y
lo secuestraron. Posteriormente, buscaron a la madre para ponerla al tanto de la situación,
exigiéndole que cubriera el monto prestado más los intereses, y a cambio, regresarían al muchacho.
La dirigente se negó en un principio, argumentando que ella tenía influencias, y que si no devolvían
a su hijo, iban a pagarlo caro. Sin embargo, los prestamistas le respondieron que ellos también tenían
influencias, por lo que mejor era tratar el asunto entre ellos. Después de deliberarlo con algunos
familiares y allegados, la dirigente consintió en saldar la deuda del hijo con tal de rescatarlo. No
obstante, cuando buscó a los tipos, éstos habían incrementado el monto. Viéndose con severas
dificultades para reunir el dinero solicitado, los prestamistas le hicieron una propuesta: que entregara
el negocio de la dirigencia. Así, aquellos despojaron de su cargo a la señora. Desde entonces, los
comerciantes agremiados sufrieron un aumento en la cuota que debían pagar, y la dirigencia de su
asociación pasó a manos de un tipo, pero todos saben que detrás de él, están esos prestamistas y,
aparentemente, detrás de ellos está uno de los grupos de La Unión. De este modo, el dirigente que

186
nos narró la historia nos expresaba su preocupación porque una vez que ocurrió ese desplazamiento,
podrían venir más casos130.
En un segundo relato que me fue contado, vemos las conexiones entre las autoridades y los
dirigentes, pero no tanto como cómplices alegres, como el cuadro que describe Fuentes, sino a partir
de una relación tensa y jerárquica. En una ocasión en que Don Manuel y yo nos retiramos al mismo
tiempo del Foro donde casi siempre él se encuentra, caminamos juntos, yo hacia el metro, él hacia
su casa -una cuadra más delante de mi destino. Llegamos pronto a la estación, pero llevábamos una
charla que continuamos una vez nos detuvimos. Allí estábamos parados platicando, cuando Don
Manuel distrajo sus ojos, siguiendo con la mirada a un señor. “Mira, ese es amigo mío”. Interrumpió
su charla y llamó por su nombre al sujeto. Éste devolvió el saludo, cruzando la calle con cuidado para
aproximarse a nosotros. En los saludos, Don Manuel me dijo: “el trabajo de este cuate está bien
interesante. ¿Sabes qué es lo que hace? Cuéntale, carnal”, incitando a su amigo. Así, me contó que,
si bien su trabajo es callejero, por su propia cuenta apoya el tráfico vehicular, haciendo a veces de
“viene, viene” y de una especie de “oficial de tránsito”, también tiene otra chamba un poco de
informante encubierto. Resulta que un funcionario del gobierno de la Ciudad le paga un salario por
vigilar las gestiones que llevan a cabo un par de dirigentes, los cuales están condicionados por éste
para entregarle una cuota que está fijada en relación con los agremiados que tiene cada uno. Nos
explicaba que su jefe, el funcionario, tenía sospechas de que esos dirigentes le mintieran sobre el
número de agremiados que tenía, o que pensaba que debido a que tenían que pagar la cuota, estaban
metiendo a más vendedores para extraer mayor ganancia. Así, aquel funcionario mandaba a esta
persona a espiar y que le reportara sobre todo ello, para que no se le fuera a escapar cobrarles más a
los dirigentes si es que estaban metiendo a más vendedores.
Una tercera viñeta la tomo de mis visitas a las juntas que organizaba el grupo Alianza por Tepito, el
cual congregaba a algunos dirigentes del barrio y al que me referí en el capítulo dos. Conversando
con unos de ellos antes de que diera inicio la sesión, y aprovechando un poco el rato cuando no habían

130
La historia que me refirieron guarda mucha semejanza con aquella que narra Taussig (1986) sobre un empresario
británico llamado Woodroffe, quien en sus aventuras económicas en el negocio del caucho, compró las deudas de
varios trabajadores que ahora estaban obligados a pagarle a él. Sin embargo, él también se había vuelto deudor, por lo
que cuando sus negocios salieron mal, sus acreedores lo despojaron de su empresa.

187
llegado los demás participantes, me decían a grandes rasgos cómo describían ellos mismos la labor
que realizan como representantes de sus agremiados, y muy particularmente, porqué habían
considerado que era importante formar ese grupo de dirigentes. “En México, las leyes pueden estar
muy bien hechas, pero son irrealizables. Lo que tenemos es un utopismo constitucional. La
constitución remite a todo un pueblo, pero lo que hemos vivido desde la época colonial ha sido una
situación de extracción, de saqueo”, señalaba uno de ellos. El otro asentía con la cabeza, mientras
complementaba “todavía se sigue haciendo”. De ahí que ellos buscaban como organización “restituir
el bien común”, reclamar organizadamente los beneficios que como pueblo les corresponden a todos
en el barrio, porque ese patrimonio es recurrentemente saqueado por los políticos. Sin embargo,
reiteraban, ellos deben ser muy inteligentes para no pelearse con nadie. Ellos se definían como “un
factor de enlace entre políticos y ciudadanos. Construimos puentes, somos gestores”. De acuerdo
con ellos, sus agremiados han permanecido exentos de agresiones o represiones de parte de los
gobiernos, en gran medida por la labor que ellos realizan, pero también gracias a que la gente ha
sabido mantenerse organizada colectivamente. “Si uno se queda como ciudadano, no hace nada, uno
se queda marginado. La única opción es hacer asociaciones, es la forma en que se pueden conseguir
recursos”. Las reuniones que se llevaban a cabo en la sede de Alianza por Tepito tenían como principal
eje el recaudar fondos provenientes de los gobiernos delegacional y central -para lo cual solían invitar
a funcionarios o representantes de éstos-, así como discutir acerca de las formas de distribución. Uno
de los dirigentes me decía que, desafortunadamente, ahora se ven más dependientes de los apoyos
gubernamentales, porque se acabó la época de bonanza en donde todas las asociaciones tenían sus
propios fondos, e incluso se podía patrocinar a los equipos de fútbol del barrio. En cambio, ahora los
tiempos son difíciles. Así como los comerciantes y algunas otras personas suelen identificar la
voracidad de los dirigentes de las asociaciones como una de las raíces del declive económico, éstos
últimos desplazan el mismo argumento hacia quienes están por encima de ellos. Ambos dirigentes
dedicaron un buen rato para quejarse de la corrupción en las esferas más altas del gobierno federal.
También mencionaron a las empresas grandes, quienes estando en colusión con los políticos,
exprimen a la gente -haciendo un eco de lo que señalaba Fuentes, pero suprimiendo el rol del líder.
La escalada de reclamos en algún momento ascendió tanto que alcanzó al presidente de los Estados
Unidos: “El cinismo, al final, no tiene límites. Mira a Trump. Cómo después de que los Estados

188
Unidos robaron territorio a México, y viendo lo que hacen las empresas norteamericanas aquí, se
atreve a decir que los mexicanos roban allá”.
Así, las historias que presento introducen borrosidad respecto a las figuras del deudor y el
acreedor. Si anteriormente habíamos visto que los dirigentes eran los protagonistas en la acaparación
y el “agandalle”, ahora vemos un escenario más difuso en el cual otros personajes actúan por encima
de ellos, poniéndolos en la situación de deudores o sometidos. Así, mi propósito es mostrar cómo
esas tramas de extracción y cuotas que se experimentan en el día a día como formas de extorsión
institucionalizada son parte de unos regímenes mucho más extensos. En ellos, vemos niveles y
jerarquías, siempre uno tratando de imponer un intercambio ventajoso al otro, asumiendo entonces
formas de reciprocidad negativa. Esto nos conduce a la noción de un régimen predatorio de tal
envergadura que comprende al mismo estado. De este modo, tiene sentido la cifra negra que presenta
el INEGI en cuanto a los casos de extorsión que no son denunciados ante el ministerio público131.
¿Cómo acudir a la protección de unas autoridades de las cuales se sospecha y se les mira como parte
de esas tramas de extorsión?
Allí tenemos el caso de las policías, a quienes se les asocia más con la extorsión que con la
protección (ver la discusión del segundo capítulo). Varias veces me contaban algunos informantes
que las policías tienen por costumbre en el barrio detener muchachos bajo el pretexto de que es una
revisión de rutina. Existe la idea muy esparcida de que en esas interacciones los policías suelen exigir
“mordidas” amenazando a los muchachos del siguiente modo: les enseñan una bolsa con droga, y les
amenazan de “sembrárselas” para ser presentadas como evidencia y presentarlos detenidos ante un
juez acusados de narcomenudeo. Como también vimos en el capítulo dos, los operativos muchas
veces son considerados por la gente del barrio como una recurrente extorsión que hacen hacia
vendedores y vecinos. Desde luego, esto no es ninguna novedad. A lo largo de las décadas, la figura
del policía aparece ligada a la extorsión, ya sea mediante la “mordida” o incluso cuando se les piensa
como cómplices de los criminales, dirigentes u otras autoridades (D. E. Davis 2012). Por su parte,
en la obra de Lewis (1961) también observamos los testimonios de Roberto y Manuel, quienes

131
Según el ENVIPE, la cifra negra en el delito de extorsión supera a cualquier otro caso. Si en promedio general, el
93.2% de los delitos no son denunciados o no se inician averiguaciones previas, en el caso de extorsión esto asciende
al 98.2% de los casos.

189
revelan las constantes disputas y hostilidades que tuvieron en su vida contra las policías. Por ejemplo,
en una parte, Manuel dice:

Ten years ago there was more “hot” merchandise in the markets because the police were not so
active. Now they consider the place a gold mine and are on permanent duty. Even on their day off they
come to the market to see whom they can screw. It’s a business with them. They know that just by
putting one of my buddies in the patrol car, they can make themselves twenty, thirty, or fifty pesos.
We all feel obligated to give the police money whenever they ask for it.
In my opinion, the Mexican police system is the best system of organized gangsters in the world…
Most of the police start out wanting to straighten out the world. They start wanting to be upright and
not accept a single centavo. But once they are given the pistol and the shield and have the power and
they see that wherever they turn they are offered money… well, it’s like a kind of epidemic that hits
them. One of the generals of the Revolution once said that the official did not exist who could stand
up under a fifty-thousand-peso broadside. And that’s about the size of it. They take a bribe once, then
twice, and after that it becomes a habit, a racket (Lewis 1961: 351-352).

En un estudio más reciente, Azaola (2009) nos presenta una serie de visiones que los mismos
agentes policiacos tiene sobre su desempeño, sobre su envestidura y su corporación. Con mucha
similitud a la opinión que mostraba recién de Manuel Sánchez, varios policías dicen que entran con
buena voluntad para realizar su trabajo, pero las deplorables condiciones de trabajo generan una
sensación de abandono y de desprotección. No sólo su salario es bajo, sino que, además, se ven en la
necesidad de pagar ellos mismos su equipo y uniforme. Incluso, señalan, dentro de la corporación se
les piden cuotas para usar pistolas y motocicletas, así como para poder patrullar en determinadas
zonas de la ciudad. De este modo, se ven en la necesidad de vender protección a periodistas, políticos
u otras personas, para captar mayores ingresos. Pero en su visión de la corporación misma, sus
testimonios arrojan luz sobre la idea de ese régimen jerárquico de depredación: “Llega uno al sector
y los jefes comienzan a pedirle a uno dinero. Entonces obligan al policía a que vaya a sacarle dinero a
la gente. Hay policías que dicen que si salen a la calle con 5 pesos, deben regresar con 1,000; así lo
dicen”, cuenta uno de los oficiales entrevistados por Azaola, mientras que otro señala en la misma
línea: “Si los superiores solicitan cuotas a los subalternos y si éstos, a su vez, lo hacen a los ciudadanos;

190
si el que ha alcanzado cierto nivel jerárquico es sospechoso de haber comprado el cargo o si cada quien
conoce los actos de corrupción en que han incurrido los compañeros y éstos, a su vez, los de uno,
nadie, entonces, queda a salvo ni puede sentirse confiado o confiar en los demás” (Azaola 2009: 71-
72).
Como vemos, la idea de un régimen se consolida desde las experiencias de todos aquellos quienes
están involucrados en estas tramas, y las figuras van escalando hasta que llegamos a las élites políticas.
Debido a los constantes escándalos de corrupción, se produce un efecto por el cual son igualados a la
imagen local de “la rata”. Es decir, la clase política aparece como un conjunto de parásitos que saquen
y roban el patrimonio de las personas, de quienes “realmente” trabajan. Para ejemplificar cómo
captaba esas sensaciones, permítanme recurrir a dos casos que presencié. Un jueves por la mañana,
mientras acompañaba a Nicolás para revisar el estado de unos viejos edificios –para incluir la
información en el Atlas de riesgo de la Delegación–, miramos un cartel pegado afuera de una
vecindad, en el cual se anunciaba la visita de una diputada federal a Tepito. Esa misma tarde estaría
acudiendo a una pequeña plazuela y se invitaba a la gente del barrio a participar en la discusión sobre
los problemas que viven en el día a día. Le dije a Nicolás que me interesaba asistir al evento. La hora
de la reunión coincidía con el horario en que concluía su jornada, por lo que cuando terminamos, le
pregunté si me acompañaba. Se mostró poco interesado, pero finalmente decidió venir conmigo.
Arribamos al lugar puntualmente. Observamos a unas personas colocando sillas de plástico para
formar el aforo. Eran días de lluvia, por lo que la pequeña explanada había sido cubierta con una
carpa. Ya estaban instaladas las bocinas y el micrófono, listas para la presentación de los oradores.
Poco a poco la gente fue llegando y ocupando las sillas. Unas mujeres con playera y gorra con el logo
del partido político distribuían folletos propagandísticos de la diputada. De repente un señor moreno,
esbelto, de unos cincuenta y tantos años, tomó el micrófono y comenzó el evento, agradeciendo a la
gente su asistencia. Se disculpó a nombre de la diputada, y dijo que ésta no iba a poder llegar. La
excusó señalando que ella es una persona de integridad y compromisos, y había tenido que ir a
Chihuahua atendiendo el llamado del dirigente del partido. El motivo del viaje a Chihuahua,
mencionó el hombre al micrófono, se debía a que las elecciones suelen ser robadas por el PRI, por lo
que la diputada había viajado para reforzar la supervisión del sufragio en aquél estado. Sin embargo,

191
la reunión de ese día no fue interrumpida porque tampoco estaba interesada en desatender los asuntos
de su distrito, nos dijeron.
Llegó de pronto otro hombre, más o menos joven, y fue presentado como un miembro relevante
del partido a nivel local. Éste tomó la palabra y comenzó a encadenar una retahíla de quejas dirigidas
al gobierno federal. Cada vez que el orador lograba apuntalar hacia un tema sensible entre el público,
era interrumpido por aplausos. También irrumpían las ovaciones cuando le perorata adquiría un tono
heroico (“cuando lleguemos al poder, todo esto se va a terminar”). Los rostros en el público,
compuesto mayoritariamente por mujeres, reflejaban aprobación. De pronto llegaron algunos
reclamos puntuales sobre las prácticas extractivas de los gobiernos. “¿Alguna vez han pensado en todo
lo que se lleva el gobierno de lo que nos quita? Ahí está el caso de las fotomultas que ha impuesto
recientemente el gobierno de la Ciudad de México, negocio que además está privatizado. ¿Y qué me
dicen del aumento en la tarifa del metro, o del ‘predialazo’, o del ‘gasolinazo’?” Entonces vinieron
los aplausos más entusiastas, mientras las cabezas asentían. La reunión duró alrededor de dos horas.
Entre los distintos temas que se abordaban, noté que muchos de ellos, en especial los que más
algarabía generaban, tenían que ver con asuntos que de una manera u otra, se articulaban entre sí
alrededor de términos similares: extracción, saqueo, despojo. Y en todo ello, eran las élites del
gobierno a quienes se les apuntaba. Esto ha derivado en una idea constante de que la clase política es
predatoria por esencia.
En un segundo ejemplo, nuevamente estábamos Nicolás y yo, esta vez tomando en uno de los
puestos de cervezas cercanos a su casa. Allí nos encontramos con El Sapo y dos amigos suyos, a quienes
nunca antes había topado. Éstos, un tanto desconfiados hacia mí, casi no me dirigían la palabra y me
esquivaban la mirada. Entre los cinco estuvimos pasando el rato bebiendo cerveza, hasta que uno de
los amigos del Sapo sacó una bolsa pequeña con cocaína. Preguntó quién traía alguna tarjeta o
credencial. Inmediatamente, yo saqué mi cartera y le ofrecí mi credencial de estudiante, buscando
ganarme un poco su amistad. El amigo la tomó y la utilizó para armar una línea de coca. Después que
aspiró, todavía con la credencial en la mano, la miró. Me preguntó: “Ah, ¿tú también eres licenciado?”
(El Sapo era el único entre su círculo de amigos que había terminado una licenciatura, en Negocios
internacionales). Le respondí que estaba haciendo un posgrado. En ese momento, El Sapo escuchó el
diálogo, y se metió diciendo “sí, este cuate es fregón, está haciendo un doctorado”. El amigo me

192
devolvió la credencial en un gesto de agradecimiento muy parco, y mirándome, inquirió, con un dejo
de desprecio: “ah, ¿entonces tú vas para gobierno?, ¿vas a ser politiquillo?”. Le respondí que eso no
me interesaba, que más bien me interesaba dedicarme a la investigación. Pareciendo no importarle
el contenido de mi respuesta, comentó: “bueno, no importa que quieras ser político. A final de
cuentas, todos ellos son unas pinches ratotas de lo peor”. Esa noche seguimos un rato más Efraín y yo
con ellos, hasta que decidimos partir. Hacia el final, los amigos de El Sapo me despidieron de un
modo más amigable que al principio, pero noté cierta reserva que persistía. Efraín me acompañó hasta
la avenida principal, y mientras caminábamos, me contó que algunos amigos de El Sapo habían estado
presos.
Cuando llegué a mi casa, revisé en mi teléfono los correos electrónicos. Tenía algunas noticias que
me habían llegado. Entre ellas, había una que me hizo reflexionar en la impresión que puede tener la
gente del barrio que ha estado presa acerca de los funcionarios de gobierno. La nota apareció en
Animal político e informaba sobre una denuncia penal que la Auditoría Superior de la Federación
había interpuesto ante la PGR, acusando de las irregularidades a funcionarios del Órgano
Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social, ligado a la Secretaría de
Gobernación. La denuncia señalaba que al menos 30 millones de pesos del presupuesto de seguridad
destinado al mantenimiento y operación de penales federales en 2014, se destinaron para la
adquisición de camionetas de lujo y viajes ejecutivos para altos funcionarios de la Secretaría de
Gobernación. Además, durante esas mismas semanas se venía dando cobertura a los escándalos de
corrupción de los gobernadores de varios estados en el país. La noción del saqueo y el despojo por
parte de las élites era un tema constante tanto en la plática cotidiana como en los titulares de la prensa
nacional. Así, lo que he querido subrayar es cómo este tipo de acontecimientos nacionales son
interpretados localmente desde el marco de los regímenes de extorsión permanentes. Desde la visión
de mis informantes, la clase política no se diferencia tanto de las “ratas” que despojan a las personas
de su dinero ganado con trabajo, salvo en el hecho de que aquéllos son hipócritas y roban todavía más
dinero. De este modo, los relatos que presento evocan esa imagen del estado como una entidad que
se parece mucho al crimen organizado, tal cual lo propuso hace algunos años Tilly (1985).
Nuevamente podemos ver que, desde la época en que Lewis conversaba con la familia Sánchez,
existían impresiones similares en el barrio. En palabras de Jesús Sánchez, las cosas en el país -y en

193
Tepito- no pueden mejorar porque existen personajes que desde las posiciones más altas controlan
los regímenes predatorios:

The political gang won’t let good men run. They’ve got these gangs here, like everywhere. When
Alemán was running, as I found out -you always find out a lot of things, right?- a lot of propaganda
money went to the people who sell narcotics”…
“And the trade-union leaders don’t help either, everything right into their pockets… I don’t see
that the unions help the worker much. I see the Sindicato as a cave, a trap, to exploit the mass of
workers. The leaders become rich with the worker’s money and I ask myself why the government
allows such a thing (Lewis 1961: 496).

De este modo, las apreciaciones de Jesús Sánchez conjuntan en un mismo espectro a las élites
políticos, a los criminales y a los dirigentes (otra vez, la sombra de Gilberto y esa figura multifacética
encarnada en un solo hombre). Su hijo Manuel, como vimos, señalaba a la policía como el mejor
sistema de gángsters organizados. Si eso ocurre en las más altas esferas, si los jefes de la corporación
policiaca extorsionan y cobran cuotas a los oficiales de menor rango, promoviendo que éstos a su vez
salgan a cobrar “mordidas” a la gente. Si las autoridades vigilan y extorsionan a los dirigentes del
comercio en el barrio, por qué no éstos harían lo mismo con sus agremiados. El contexto entonces
produce desconciertos, porque, como mencionan Comaroff y Comaroff (2016), ¿dónde ponemos la
línea que separa la protección y la extorsión, entre víctima y victimario? Tal vez estos registros nos
obligan a acudir a los temas planteados en la obra de Bertolt Brecht y sobre la cual escribió Benjamin
(2007). De entrada, este último destaca el hecho de que, en gran parte de la incipiente criminología,
el quebrantador de leyes y, de manera puntual, el que atenta contra el patrimonio ajeno era estimado
como un ser antisocial. Esto ha sido modificado a lo largo de los años. Sin embargo, como vemos hoy
en día en la esfera pública local y nacional, las figuras criminales, como La Unión, siguen siendo vistas
como algo externo, como un mal a combatir desde las fuerzas del estado. Pero qué pasa si, a la luz
de la discusión presentada arriba, nos tomamos en serio esa noción de “sociedad criminal” que atisba
Benjamin en la obra de Brecht:

194
"Dostoyevsky was concerned with psychology; he made visible the criminal element hidden in each
person. Brecht is concerned with politics; he makes visible the element of crime hidden in all
business... Bourgeois legality and crime -these are, by the rules of the crime novel, opposites. Brecht's
procedure consists in retaining the highly developed technique of the crime novel but discarding its
rules. In this crime novel the actual relation between bourgeois legality and crime is presented. The
latter is shown to be a special case of exploitation sanctioned by the former... Macheath and Peachum
is a struggle between two gangs" (Benjamin 2007:201).

Conclusiones

A lo largo de las páginas de este capítulo que querido profundizar sobre la idea de unos regímenes
económicos predatorios en Tepito, con lo cual he querido dar cuenta de una extensa serie de relatos,
anécdotas y testimonios que apuntan hacia experiencias en las que se sufre el despojo material en el
día a día. Como hemos visto, he dedicado poco espacio al robo, porque durante mis pláticas con
informantes, no aparecía como un aspecto relevante en las charlas. En cambio, sí era notorio que la
atmósfera que rodeaba los espacios sociales de la gente que yo conocí, tenía como rasgo esa presencia
espectral de la extorsión bajo figuras distintas. En todo esto, las frustraciones y desasosiegos que me
expresaban las personas reflejaban un escenario de impunidad, lo cual frenaba y desincentivaba
cualquier iniciativa por rebelarse o confrontar a aquellas personas que se presentaban para exigir
cuotas, rentas o derechos de piso. En gran medida, el agravio experimentado partía de la valoración
del acto coercitivo y extractivo como algo injusto, es decir, les parecía ilegítima esa expropiación,
atraco o “agandalle” mediante el cual, bajo una protección siempre ambivalente, eran sometidos a
participar en una relación de sujeción y dependencia que implicaba desprenderse de una parte del
dinero conquistado a base de su propio esfuerzo.
Así, estos regímenes predatorios sustentados en esas formas de reciprocidad negativa nos muestran
cómo las inseguridades y vulnerabilidades de las personas están ligadas cotidianamente a interacciones
más o menos duraderas, institucionalizadas. En todo esto, hemos visto la importancia de unas figuras
que, en sus variantes, todas ellas conjugan elementos muy concretos, personales e íntimos, así como
otros espectrales y fantasiosos. Así, las incertidumbres e inseguridades sobre el estado del patrimonio

195
personal o familiar, o acerca de la integridad física de las personas, se encuentran conectadas tanto
por los encuentros que se materializan ya sea diariamente u ocasional y repentinamente, como por
los rumores, las historias, los “chismes” y demás relatos que contribuyen poderosamente a dibujar
esas figuras amenazantes.

196
CAPÍTULO 5
Economía de favores y burocracia: el estado en el entramado local

La derrota que sufrió el PRI en las elecciones federales del 2000 culminó para muchos el tránsito
a la vida democrática en México. Si bien el proceso conocido como transición democrática se refería
principalmente al reemplazo del sistema de partido hegemónico (Sartori 1999) por un régimen
pluripartidista de elecciones altamente competidas, es cierto que las transformaciones que se
esperaban abarcaban otras facetas del viejo régimen, como la supuesta omnipotencia presidencial y el
sometimiento de los poderes legislativo y judicial132 (Lujambio 2000; Woldenberg 2012). Por otro
lado, la oleada transitológica pregonaba la ruptura con algunas de las instituciones y “prácticas”
características del régimen que emergió de la Revolución, tales como el clientelismo, el dedazo, el
compadrazgo, el caciquismo y, obviamente, la simulación y el fraude electorales133.
Resulta de particular relevancia considerar los supuestos que había detrás de todo ello. El arribo
de la democratización en México llegó al mismo tiempo en que el neoliberalismo se estaba
consolidando, por lo que ese doble impulso se integró en un combate frontal contra todo lo que
representaba el viejo orden priista. Es decir, desde la mirada de aquellos que celebraban la transición
democrática, también se reivindicaba un cambio institucional más profundo, el cual debía renovar la
vida cívica nacional. La sociedad civil, ONG’s autónomas y la ciudadanía, entonces, emergieron como
los legítimos actores de la democracia frente al estado y a los agentes colectivos del pasado (el pueblo,
los sindicatos), los cuales eran asociados con el orden corrupto y clientelar del viejo régimen
(Escalante 1998; Richard 2013; Leal Martínez 2014) . Lo anterior implicaba la necesidad de llevar a
cabo ciertas reformas y ajustes que modificaran las reglas en el nuevo régimen, para lo cual era

132
Sobre el mito del presidencialismo, véase el trabajo de Espíndola Mata (2004).
133
Hay una extensa literatura sobre la dimensión “informal” del régimen posrevolucionario, en el cual se han analizado
prácticas, mecanismos o “rituales” que funcionaban para reproducir el orden político en lo que se consideraba un
“sistema de partido hegemónico”. Algunos trabajos importantes sobre los significados y la relevancia de las elecciones
en un régimen en el que éstas tenían resultados predestinados, son los de Gómez Tagle (1986), Adler-Lomnitz, Salazar
Elena y Adler (2004) y Eisenstadt (2006); sobre el dedazo véase Langston (2006); sobre cacicazgos véase Friedrich
(1965) y Hernández Rodríguez (2014); sobre el compadrazgo y el amiguismo en las “camarillas” véase Smith (1979), Camp
(1984, 1993), Centeno (1994) y Hernández Rodríguez (1998).

197
importante abrirle espacio al mercado y la sociedad civil (Mayer-Serra 1995). Como señala Escalante
(2000:288-89), los escándalos alrededor de la corrupción política en el fin de siglo contribuyeron a
dar forma a dos soluciones a las que la “fantasía popular” les atribuye una capacidad especial para
frenar dicho problema: la burocratización, caracterizada por la indiferencia que proviene del apego
irrestricto a la ley, y el mercado, cuya idea de eficiencia ha prometido erradicar los elevados costos
de la mala administración. Así, desde finales de los 1970s se fue abriendo paso poco a poco el
paradigma de la tecnocracia como opción para consolidar los postulados de la modernización del
estado y la economía en México, lo que se ha articulado discursivamente en oposición a las estructuras
clientelares y anticuadas ligadas al periodo del desarrollo estabilizador y del populismo (Centeno
1994).
Sin embargo, hoy en día resulta visible cierto desencanto respecto a las promesas de la transición
democrática. Es verdad que la irrupción de la violencia y la generalizada impunidad son acaso los
factores que más desconcierto han producido en los últimos años. Desde luego, también tenemos una
economía dependiente de los Estados Unidos, la cual no sólo se ha mostrado incapaz de generar
empleos bien remunerados, sino que ha incrementado la desigualdad social134. Pero ante tal contexto,
no deja de asombrar que la persistencia de la informalidad política, manifestada principalmente en la
corrupción, siga ocupando un lugar particularmente importante en la esfera pública, al grado de que
para muchas personas esto último sirva para explicar los problemas anteriormente mencionados –la
violencia, la impunidad, la falta de desarrollo económico, la desigualdad135.
Así, en este capítulo abordo algunas de las tensiones sobre cierta persistencia de esa “informalidad”
política. Como indican algunos trabajos (Bayart, Ellis, y Hibou 1999; Humphrey 2002a; Gupta
2012a; Muir 2016; J. Comaroff y Comaroff 2016), la relevancia global que desde hace al menos un

134
Ver el informe de Esquivel Hernández (2015) sobre la agudeza de la desigualdad en los últimos años. Su análisis
destaca las medidas privatizadoras de empresa públicas y la falta de regulación por parte del estado como factores
fundamentales en la conformación de monopolios y oligopolios que ejercen un poder muchas veces por encima de la
legalidad, así como de los “principios” económicos de la misma doctrina neoliberal.
135
Por ejemplo, en las elecciones federales del 1 de julio de 2018, el candidato a la presidencia por Morena, Andrés
Manuel López Obrador, obtuvo el 53.19% de los votos, lo cual representa el porcentaje más elevado que haya
conseguido un presidente electo en México desde 1982, es decir, desde los tiempos del sistema de partido hegemónico.
Durante su campaña, el combate a la corrupción representó su principal bandera. Según repitió en varias ocasiones, la
violencia, la pobreza y la desigualdad tenían como origen la corrupción de las élites políticas.

198
par de décadas se le asigna a la corrupción como signo del deterioro cívico y moral contemporáneos,
se encuentra intrínsecamente asociada a la fetichización de la legalidad y el estado de derecho, en
tanto que éstos últimos aparecen como las instituciones cuyos poderes salvadores puedan rescatar del
vicio a las sociedades. En ese mismo sentido, Gandolfo (2013) sugiere que la “informalidad” no es
tanto un estatus (legal, social ni ontológico, desde luego), sino un “modus operandi” que confronta
las formas racionales del estado moderno136. Basándome principalmente en los acompañamientos que
realicé con Gustavo y Nicolás, mis informantes del área de Protección civil, a lo largo del capítulo
analizo registros etnográficos en los cuales aparecen estos burócratas llevando a cabo un conjunto de
tareas muy diversas, tratando de resolver problemas, agilizando trámites y proveyendo apoyos y otros
servicios a la gente del barrio. De manera más puntual, mi atención se enfoca en los regímenes de
intercambios que asumen forma de favores o “paros”137, lo cual señala esos entrelazamientos que ligan
a los burócratas, los comerciantes, los dirigentes, etc. Me interesa destacar cómo a partir de estos
flujos e interacciones cotidianas, mis informantes de Protección civil se hallan incrustados en tramas
de intimidad y cuatismo con las personas que habitan Tepito. Todo esto resulta fundamental para
comprender la relevancia que dichos intercambios adquieren en un contexto marcado por la
inseguridad y la precariedad material, ya que, como muestro más adelante, una de las principales
preocupaciones de Gustavo y Nicolás es poder desempeñar su trabajo de un modo seguro, es decir,
sus despliegues performativos persiguen sobre todo el propósito de “mantenerse a salvo” en un
espacio marcado por la violencia. Vemos que las estrategias que siguen procuran construir relaciones
de familiaridad con sus “clientes” o personas a quienes brindan sus servicios y atenciones, como un
modo de establecer un entorno de protección para ellos -y para algunos otros a quienes ofrecen ese
manto protector, como lo hicieron conmigo. Por otro lado, esos regímenes o economías de favores

136
Siguiendo a Bataille, la autora propone una interpretación en la cual la dimensión semántica de lo informal sea
menos relevante que la pragmática, de manera que podamos reflexionar sobre los sentidos prácticos que adquieren la
categoría de la informalidad: "to call something formless is not to say that it lacks or opposes form... It is to recall
what our structures and systems produce and suppress as they impose order in the world and to affirm this as capable
of breaking or deforming those structures and systems from within their limits" (Gandolfo 2013: 282). Así, para
Gandolfo lo informal es pensado en el sentido del exceso, de lo que desborda esas formas regulatorias y homogéneas,
lo que supone como base de todo aquello el que se mantengan vivas las aspiraciones del estado como agente racional
capaz de someter, normar y corregir las actividades que se exceden de la racionalidad, productividad, eficiencia.
137
Este término es usado coloquialmente en México como sinónimo de “ayuda” o “favor”.

199
apuntan a la prolongación de esas formas “informales” desde el estado, lo que produce tensión entre
la ansiada impersonalidad burocrática y el universalismo de la legalidad, por un lado, frente a la
preeminencia de las relaciones personalizadas y el particularismo de las excepciones ante la norma.
Para analizar el trabajo desempeñado por Gustavo, Nicolás y sus colegas de Protección civil, uso
el término de “burócratas de calle” siguiendo la obra de Lipsky (2010)[1980]. Con ese nombre Lipsky
se refiere a los oficiales del estado que interactúan cara a cara con los ciudadanos y los cuales llevan a
cabo actividades marcadas por una alta discrecionalidad respecto a la provisión de los beneficios o a
la aplicación de sanciones públicas. Observando el actuar de los burócratas de calle podemos
reconstruir esos flujos de favores que atraviesan las esferas de lo público y lo privado, el estado y la
sociedad local, y con ello comprender cómo es pensado y performado el estado, al igual que nos
muestran cómo el quehacer político desde el ámbito local adquiere formas distintas de las visiones
idealizadas de la burocracia. De este modo, mi trabajo se distancia de las visiones normativas del
estado y ofrece, en cambio, una mirada empírica sobre las imbricaciones entre estado y sociedad.
Ahora bien, otro interés que sigue este capítulo es conectar el material que aquí presento con las
discusiones elaboradas en el capítulo anterior. En aquél expuse la manera en que, según las visiones
de muchos de mis informantes en Tepito, la extorsión no sólo aparece como el peligro más
sobresaliente en la vida diaria, sino que las figuras que se encuentran asociadas a dicha actividad suelen
asumir diferentes rostros, los cuales a veces se presentan más concretos y definidos, y en ocasiones
aparecen más difusos. Retomando la noción de reciprocidad negativa (Sahlins 2017; Lomnitz 2005),
argumenté que las extorsiones que experimenta la gente del barrio conforman unos regímenes
predatorios, es decir, se estructuran relaciones de codependencia más o menos duraderas a través de
las cuales una de las partes extrae una renta regular. Como mostré, en esos regímenes de intercambio
la coerción o intimidación resulta el acto fundamental por medio del cual se inician esas relaciones de
sometimiento. Sin embargo, vimos cómo aquellos actos suelen ofrecerse a menudo con la forma de
un don, por el cual se logra transformar la coerción en un favor. Así, vimos cómo las diferencias entre
la extorsión y la protección por momentos se nublan. Continuando con esa discusión, en este capítulo
me enfoco particularmente en el favor como objeto de intercambio y de mediación de relaciones
sociales, enfatizando no sólo algunas características que envuelven las interacciones y contextos en
los que estos fenómenos ocurren, sino en las ambivalencias que entraña todo aquello.

200
Por un lado, el intercambio de favores ha sido identificado como uno de los rasgos centrales de las
burocracias, ocupadas principalmente por la clase media (Adler-Lomnitz 1994; Ledeneva 1998).
Estos regímenes por los que circulan favores, según se ha analizado, estructuran reglas que de algún
modo orientan y norman las acciones de aquellos que participan en esos circuitos. Uno de los aspectos
que se enfatiza en todo ello, son las relaciones de horizontalidad y amistad que facilitan los flujos, los
cuales adquieren una forma de reciprocidad balanceada, siguiendo el modelo de (Sahlins 2017)[1972].
Sin embargo, mi material etnográfico refleja algo más complejo. Lo que presento son interacciones
en las cuales, si bien en gran medida se sustentan en relaciones de amistad o cuatismo, así como se
aprecian beneficios mutuamente compartidos, no siempre existe dicha horizontalidad o simetría.
Como sostenía en el capítulo anterior, las personas involucradas en los intercambios resultan ser
siempre figuras que, más allá de un contexto específico en el que se miran cara a cara, están situadas
en tramas que señalan distintas posiciones de intermediación. Por ejemplo, en la Introducción de esta
tesis describí una pequeña cadena de favores por medio de la cual accedí al mundo de mis informantes
del área de Protección civil, quienes fueron actores fundamentales durante mi investigación.
Mencioné cómo un colega mío me apoyó contactándome con el Licenciado Esteban, con el propósito
de que éste a su vez me ayudara poniendo a disposición sus redes personales en Tepito. Gracias a este
último, entonces, fue que conocí a Gustavo -quien posteriormente me presentó a Nicolás y muchas
otras personas del barrio. De ese modo, yo me vi incrustado en esas economías de favores, a partir
de mi presencia regular en las actividades que la gente de Protección civil desempeñaba. No obstante,
a pesar de que Gustavo me presentara ante la gente como su primo, y entre nosotros nos llamáramos
“amigos”, es importante enfatizar que la relación que fuimos desarrollando él y yo estuvo marcada
desde un inicio por aquella mediación con la cual su jefe Esteban le “pidió” de favor que me apoyara
en lo que yo requiriera para llevar a cabo mi trabajo de campo. Tal como señalaba en el capítulo
anterior, el Licenciado fungía como patrón de Gustavo, por lo que esa petición en realidad significaba
un mandato envestido de favor. De ese modo, la cadena de favores implicaba no sólo relaciones
jerárquicas, sino que, además, al aparecer yo como recomendado de su patrón, de inmediato me vi
asumiendo una posición semejante ante Gustavo, es decir, algo de la autoridad que representaba su
jefe se me fue transmitida en aquella petición. A partir del reconocimiento de que las economías de
favores también circulan en relaciones verticales, entonces, es que propongo colocar esa ambigüedad

201
de la que hablaba arriba. Observamos, pues, que al igual que en ocasiones las diferencias entre
protección y extorsión no quedan plenamente definidas, la línea que separa los favores y las
coerciones también es porosa, lo que nuevamente contribuye a cuestionar los significados locales
sobre la protección, la amistad y los apoyos.

Los burócratas de calle

Gustavo es un tipo moreno y robusto, de unos cuarenta y cinco años de edad, con una estatura
media. Labora en Protección civil hace unos diez años. Anteriormente estuvo afiliado a la policía
preventiva de la Ciudad de México, donde adquirió ciertas habilidades ligadas a la vigilancia y el uso
de la fuerza. Desde aquéllos años cuando era policía conoce al Licenciado Esteban, con quien desde
entonces mantiene una relación cordial y afectuosa, en tanto que como ya he indicado, ha
desempeñado algunos trabajos de “encargo” esporádicamente, lo que ha representado para él unos
ingresos monetarios extras. Esto último es un tema sumamente importante para Gustavo, ya que
tiene una esposa y dos hijos a quienes tiene que proveer de sustento, pero, además, tiene otra pareja
con la que en aquellos meses vivía y con quien también tenía una niña.
Nicolás es una de las personas más cercanas a Gustavo, y su mejor amigo en el ámbito laboral.
Ingresó al área de Protección civil hace unos seis años, y desde entonces, ha recibido el cobijo de
Gustavo, quien, a pesar de ocupar un cargo similar, funge como jefe suyo. Además de esto, el mismo
Nicolás destacaba a menudo que se siente en deuda con su amigo, ya que éste le ha brindado lecciones
muy importantes en su trabajo, no sólo cumpliendo las directrices que les encomiendan, sino en el
saber moverse dentro de las mismas esferas de la burocracia del gobierno local. A Nicolás me lo
presentó Gustavo, sobre todo con la intención de que aquél me “mostrara otra cara del barrio”,
refiriéndose a algunos espacios de socialización, como los lugares donde se junta a tomar cerveza con
sus amigos. Nicolás –de unos cuarenta y tres años de edad–, a diferencia de Gustavo, no sólo es nativo
de Tepito, sino que ha vivido siempre allí. Esta es una razón por la cual, desde un inicio, me dijeron
que el primero solía convivir más con la gente del barrio fuera de las jornadas laborales. Además,
Gustavo dejó de consumir bebidas alcóholicas hace unos años. En cambio, Nicolás frecuenta mucho
los expendios de cerveza, sobre todo aquellos en los que tiene amistad con los dueños del negocio.

202
Por otro lado, Nicolás vive con su madre y no tiene otras responsabilidades ni compromisos familiares
ni de pareja.
Además de ellos dos, el personal de Protección civil adscrito a la Dirección territorial incluía a
Sebastián y Clara, compañeros de ellos, y a Humberto, quien funge como jefe. El salario que reciben
oscila entre los tres mil y los ocho mil pesos mensuales. Nicolás, quien no se encuentra sindicalizado
y no tiene plaza dentro de la estructura burocrática, se acerca más al límite inferior, mientras que
Gustavo, quien sí tiene un contrato estable, percibe una cifra parecida al límite superior. En cuanto
a las funciones que realiza esta área, son realmente muy diversas. Los análisis que clasifican y
distinguen, según los aspectos normativos de las estructuras burocráticas o del estado, entre los
aspectos “formales” y los “informales” de una dependencia pública –o incluso del mismo régimen
político– encuentran dificultades para pensar las actividades que desempeñan los oficiales de la
protección civil138. Algunas de sus principales tareas son responder y brindar apoyo ante situaciones
declaradas como emergencia –tales como terremotos o inundaciones-, asistir a la población en casos
de accidentes y prestar servicios paramédicos, revisar el estado de los edificios, con el propósito de
identificar riesgos asociados con el estado estructural del inmueble o de las instalaciones –de gas,
electricidad-, supervisar que las obras públicas y privadas sean llevadas a cabo de acuerdo a los
reglamentos de protección civil, así como auxiliar en operativos de distinta naturaleza que encabecen
los gobiernos locales. En síntesis, el área de Protección civil se encarga de realizar actividades de
prevención y reacción ante situaciones de riesgo, accidentes y emergencias.
Las jornadas inician regularmente en la pequeña oficina destinada a esta área, ubicada en la sede
de la Dirección Territorial Tepito Morelos, muy cerca del llamado “corazón” del barrio. El edificio

138
Este tipo de análisis, tan predilecto en los estudios sobre la política en México, puede verse en trabajos como los de
Camp (1993), Cross (1998) y Adler-Lomnitz, Salazar Elena y Adler (2004), quienes dedican especialmente alguna
sección al contraste entre los aspectos “formales” o legales ya sea del régimen político, del sistema electoral o de alguna
dependencia o política pública en particular, frente a las prácticas o la “dimensión informal” de todo lo anterior. Hoy
en día eso resuena en la opinión de algunos comentaristas, como Lorenzo Meyer (“No es pacto, es sistema”, El Universal,
30 septiembre 2018), para quien durante el México independiente han existido “dos sistemas”, uno formal –o
constitucional– y otro informal –o “inconstitucional”. Según Meyer, el sistema formal ha sido un “velo para ocultar la
verdadera naturaleza [del sistema informal], la autoritaria”. No considero inútil señalar los contrastes entre lo que dicen
las leyes o las reglas de operación en las burocracias, pero me parece que los análisis que siguen enfoques prescriptivos
descuidan, por una parte, la parte descriptiva sobre cómo se llevan a cabo las funciones burocráticas, mientras que por
otro lado, restan importancia a las articulaciones y tensiones alrededor de las normas, simplificando por medio de un
esquema dualista en el que lo informal y lo formal son sistemas opuestos y, por tanto, incompatibles.

203
que alberga la dependencia es uno de esos viejos inmuebles construidos alrededor de los años 1950s
y que hoy guarda un mejor aspecto en comparación con muchos otros inmuebles de la zona. Sin
embargo, la oficina en la que despecha el personal de Protección civil es un cuarto que refleja la poca
inversión y cierta precariedad material destinada a dicha área. En él hay dos escritorios, cada uno con
sus respectivas sillas, y encima uno de los escritorios tiene una máquina de escribir. En una de las
esquinas hay un archivero viejo y para las visitas, hay un sillón cuya tela raída y asiento más o menos
hundido señala la antigüedad y el desgasto del mueble. No hay muchas más cosas al interior de la
modesta oficina. Una vez que allí se encontraban reunidos por la mañana, su jefe Humberto les
comunica la agenda del día. Esta podía incluir objetivos tan variados como visitas a escuelas para
promover la cultura de la prevención –cómo saber reaccionar ante sismos o incendios, por ejemplo–
, revisiones específicas a algunos predios bajo riesgo de derrumbe, o acompañar a algún funcionario
de la Delegación que estuviera de visita en el barrio ese día, por mencionar algunos ejemplos. Una
vez que se discute la agenda del día, Nicolás, Gustavo y Sebastián salen a la calle a cubrir las labores.
Clara suele permanecer de apoyo en la oficina, atendiendo solicitudes escritas, preparando informes
y realizando otras funciones más administrativas. Humberto alterna el trabajo desde la oficina con
algunas salidas de campo. Durante el día, la agenda se va cubriendo en la medida de lo posible, porque
conforme avance la mañana, van recibiendo reportes y llamados solicitando emergencias.
Ahora bien, todas estas funciones son llevadas a cabo en interacciones cara a cara con los habitantes
de Tepito –vendedores, residentes, dirigentes, gente del barrio o simplemente quienes allí trabajan.
Principalmente son estos encuentros cotidianos, reproducidos en los rutinarios recorridos que hacen
Gustavo y Nicolás para atender diversos asuntos, lo que los hacen burócratas de calle (Lipsky 2010).
Esto quiere decir que su labor, además de ser ejercido con una alta discrecionalidad, requiere cierta
dosis de improvisación, ya que su trabajo se desenvuelve en medio de una paradoja: por un lado,
responden a lineamientos y políticas públicas con diseños y objetivos específicos, pero por otro lado,
en el día a día se enfrentan a situaciones específicas y necesidades que surgen más o menos de manera
aleatoria e inesperada. Es decir, su trabajo implica gestionar la universalidad que se les exige desde
los mandatos normativos y la particularidad que enfrentan en la calle. Así, como nos señala Lipsky,
la labor de los burócratas de calle supone un “procesamiento masivo de clientes”, los cuales a su vez
constantemente se presentan como “públicos” que demandan de los oficiales del estado la posibilidad

204
de que lo que se presenta enfrente sea un “caso especial en sí mismo”, en otras palabras, los “clientes”
apelan recurrentemente a la excepcionalidad.
Por otro lado, tanto Nicolás y Gustavo con cierta insistencia me hacían mención de las maniobras
y los cuidados que tienen que llevar a cabo para “mantenerse” en el barrio. Esto también lo señala
Lipsky, cuando nos dice que los objetivos de los burócratas de calle no siempre van a coincidir con
aquellos de sus jefes, ya que los primeros buscan ante todo “minimizar los riesgos e incomodidades
de su trabajo, evitar problemas y maximizar su gratificación”. Lo cierto es que más allá del tono
racionalista que asigna Lipsky, mis informantes identifican riesgos permanentes, debido al contexto
particular en el que trabajaban, a la vez que desarrollaban estrategias para conducirse de modos en
los que buscaban evitar ganarse problemas con las personas con quienes interactuaban, lo que muchas
veces implicaba conciliar el universalismo y el particularismo, los objetivos “públicos” y los
personales. Por ejemplo, una de las primeras veces en las que tras la jornada laboral, Nicolás y yo
acudimos a beber unas cervezas, aquél me brindaba algunas pinceladas sobre su perspectiva personal
del barrio. Según me comentaba, para él hay gente “buena” y “mala”. El argumento alrededor de esa
idea se desarrollaba en dos vías. Por momentos, la distinción más o menos servía para discernir entre
aquellas personas que poseen oficios o trabajos “honestos”, entre los cuales se encuentran los
comerciantes, los artesanos, los obreros y muchas otras personas del barrio que son empleadas o
autoempleadas principalmente en la llamada “economía informal” o “segunda economía”. Es decir,
que Nicolás asumía que estas personas, más allá de que puedan infringir reglamentos o normas, como
el vender artículos piratas o de contrabando, en realidad están “ganándose el pan” sin hacer daño a
nadie. A su vez, el rótulo de “gente mala” lo utilizaba para referirse a las personas que se dedican a
actividades criminales o predatorias, como el robo, la extorsión, el secuestro, el fraude, y en menor
medida, a la venta de drogas y armas. Sin embargo, en otros momentos los términos “gente buena” y
“gente mala” asumían otra forma ya no ligada tanto a las actividades económicas, sino a la manera en
que las personas se relacionan con él y con los demás. Es decir, que las personas “malas” podrían tener
un empleo “formal” o “legítimo” –ya fuere como comerciante, dirigente o funcionario de estado–
pero tener intenciones extractivas o violentas ante la gente. Por el contrario, también se refería por
momentos a que algunos vecinos suyos que venden droga en su casa, es “gente buena”, ya que respetan
los valores de solidaridad y respeto entre la gente del barrio.

205
Lo importante de esto es que, para Nicolás, el brindar los servicios y atenciones no debía
discriminar entre “buenos” y “malos”. En esto coincidía con Gustavo, a quien reconoce como su
mentor en el oficio dentro de la protección civil. De acuerdo con lo que ellos me explicaban y yo
podía atestiguar en mis acompañamientos, notaba una “ética” semejante a lo que describe Shoshan
(2016: 154-159) sobre los valores que dirigen y norman el trabajo social callejero de sus informantes.
Esta ética, como nos indica el autor, si bien sirve para orientar las acciones diarias que realizan los
burócratas de calle, no significa que sean principios inflexibles, sino que los trabajadores sociales -
como la gente de Protección civil- suele ajustarse a las circunstancias específicas, lo que implica que,
en determinada ocasión, puedan hacer excepciones139. Así, probablemente el mandato número uno
del código ético del trabajo callejero para Gustavo y Nicolás, era nunca soslayar el pedido de un
servicio de nadie. Por otro lado, este mismo principio estaba en sintonía con el objetivo de
mantenerse a salvo, en tanto que el “brindar atenciones a los malos” era considerado por ellos como
una medida protectora, en tanto que podían ganarse su amistad. Por ejemplo, en alguna ocasión que
yo acompañaba a Gustavo, acudimos a un llamado que había recibido éste, en el cual unas vecinas
habían reportado mucho olor a gas al interior de la vecindad. Llegamos al lugar y noté familiaridad
en el saludo entre Gustavo y la mujer que le había solicitado la ayuda. En seguida procedió aquél a
revisar las instalaciones de la vecindad. Tras examinar los tanques y los cables, Gustavo concluyó que
el olor no provenía del interior de la vecindad. Planteó la hipótesis de que el olor podía provenir del
edificio contiguo, por lo cual iba a proceder a hacer una inspección en el otro sitio. Ante la
preocupación de su amiga y de otras dos señoras que se encontraban en la vecindad, Gustavo indicó
que no corrían peligro, asegurando también que él se encargaría del asunto. Una vez que parecía
disiparse la preocupación de su amiga, comenzaron a despedirse con una conversación que se fue
prolongando varios minutos. Ya entre risas, estuvieron ambos intercambiando anécdotas y bromas.
Finalmente nos despedimos para proseguir con esta y otras tareas. Encaminados en ello, Gustavo me
reveló que su amiga es una persona muy cercana a “gente de La Unión”. Me contó que la conoció

139
Así, vemos cierta recursividad en la gestión cotidiana de los burócratas de calle, quienes permanentemente oscilan
entre la universalidad y la particularidad, la regla y la excepción. Por un lado, sus acciones les enfrentan una y otra vez
a situaciones en las que se debaten entre el cumplimiento de una ley o un reglamento y el pasarlo por alto. Del mismo
modo, su ética representa más bien un marco de acción que orienta, pero igualmente surgen dilemas en los cuales los
burócratas se ven en la encrucijada de respetar sus valores éticos o hacer alguna excepción.

206
cuando ella tuvo un accidente en motocicleta y él llegó para auxiliarla. Desde entonces, mantienen
una relación de amistad. “Trabajar aquí en el barrio exige saber moverse, para mantenerse sanos y
salvos. Una de las cosas que yo siempre digo, es que hay que brindar el apoyo tanto a los ‘buenos’
como a los ‘malos’. Y en la medida de lo posible, saberse llevar con la gente”, me dijo.
Desde luego, el “saberse llevar con la gente” implica un despliegue performativo en el cual se
ponen en práctica habilidades desarrolladas con el tiempo, pero esto nunca es suficiente para
garantizar el éxito cuando se busca entablar una cordial relación. Al respecto de esto es que se utiliza
también la categoría de “gente mala” en ocasiones para designar a las personas prepotentes o quienes
exigen de “mala manera” los servicios y atenciones. Al ser a la vez vecino y funcionario del/en el
barrio, Nicolás conoce a muchísimas personas. Mientras caminaba con él o nos movíamos en la
motocicleta, era habitual que lo saludara gente todo el tiempo. Aunque si bien con la mayoría de
gente lograba establecer una relación amistosa, también había algunos casos en que las interacciones
eran más bien ríspidas. En ocasiones observé personas que desafiaban a Nicolás en sus intervenciones,
lo cual modificaba mucho el tono y la gesticulación con la que se dirigía a las personas. Su performance
como oficial entonces encuentra variaciones respecto al tipo de relación que establece con los
“clientes” que reciben su atención. Lo importante es que la interacción burócrata-ciudadano se
estructura contextualmente según se establezcan o se pretendan establecer ciertas jerarquías o no, ya
que Nicolás y Gustavo procuran principalmente aproximarse más como “servidores” y menos como
“funcionarios”. En otras palabras, asumirse como “funcionarios” podría significar un distanciamiento,
así como cierta imposición de una envestidura superior ante el ciudadano, es decir, que sería la
“autoridad” y no el “servidor”, como les gusta presentarse en la mayoría de los casos, ya que he
mencionado que procuran, ante todo, ofrecerse como amigos cuyo trabajo es ayudar a las personas.
Sin embargo, en los casos que presencié en los que las personas quienes recibían los servicios de
Nicolás y Gustavo se comportaban de manera altanera y trataban de imponerse en un plano superior
–muchas veces apelando a la fuerza física o la intimidación– , noté que aquéllos se mostraban mucho
más imparciales, neutrales, apegados a los reglamentos, a las directrices de la burocracia en general,
lo cual significaba muchas veces rehuir a llevar a cabo esfuerzos excepcionales para ayudar más allá de
lo que pudiera marcarse como “estrictamente” el apego a reglamentos. De este modo, Gustavo y
Nicolás recurrían a performar esos estereotipos fríos y desinteresados del burócrata, los cuales sirven

207
en algunas ocasiones para justificar acciones en las cuales no se puede o no se quiere prestar esas
ayudas (Herzfeld 1992:95). Por otra parte, estas representaciones del papel de funcionario
enfrentado a personas que buscaban situarse por encima de Gustavo y Nicolás, también tenía el efecto
de activar la presencia espectral del estado, es decir, que al actuar el estereotipo del burócrata
distante, ellos pretendían recordar que no eran cualquier sujeto, que pudiera pensarse aislado, sino
que eran parte de una autoridad más extensa y detrás de ellos estaban otros funcionarios, y detrás de
todos, estaba el estado (lo cual hace eco de esas tramas o cadenas de recursividad en las extorsiones
que vimos el capítulo previo).
Por su parte, otra cosa que me parecía interesante, era el lenguaje con el que Nicolás y Gustavo
describían sus labores. Siempre solían referirse a lo que hacen con términos como “brindar apoyo”,
“dar el servicio”, “brindar atenciones”. La retórica que emplean alude de algún modo a esa tensión
permanente entre la impersonalidad burocrática y la personalización de las interacciones cara a cara,
entre el universalismo y el particularismo. No parece extraño que, en sus funciones, ellos tengan que
explicitar e insistir el hecho de que esos “apoyos”, “servicios” o “atenciones” se les brinde a “todos”
(“buenos” y “malos”). Es decir, se refieren a su trabajo de tal modo que las muy diversas tareas que
llevan a cabo buscan ayudar a las personas a resolver problemas cotidianos –fugas de agua, auxilio
cuando alguien sale herido–, pero siempre desde la vocación del servicio, por lo cual se acercan
siempre como un amigo quien acude a atender el llamado ante la necesidad o la emergencia140. El
añadir la cláusula de que se busca atender a todos es lo que armoniza su trabajo con las nociones de
universalidad.

Moviendo la máquina burocrática

140
Me parece que es posible trazar cierta similitud entre los términos que emplean Nicolás y Gustavo con los que
suelen utilizarse para referirse al trabajo doméstico de limpieza. En las ciudades de México, es común hablar de la señora
o la muchacha que “ayuda” en la limpieza. Esa forma de hablar de estas labores suele oscurecer la idea misma de trabajo
–con la relación de obrero-patrón y los derechos y obligaciones que eso implica- y ofrece en cambio una imagen de
intercambios entre cercanos o amigos, lo cual relaja el vínculo, haciéndolo flexible y, a la vez, basarlo tanto en una
conexión afectiva como en una salarial.

208
Como veremos a continuación, los apoyos y atenciones que brindan principalmente Nicolás y
Gustavo también se plantean en ocasiones como “paros” o favores, lo cual refuerza el supuesto de
amistad entre ellos y las personas que atienden en el barrio. En estos casos, ambos participan como
intermediarios entre un servicio que ofrece el estado y los ciudadanos, es decir, son figuras que
encarnan cierta concreción de esa entidad muchas veces abstracta que es el estado y los “clientes” o
personas que reciben esos servicios por medio de la intervención de ellos dos. Al respecto es
pertinente subrayar cierta limitación presente en muchos de los estudios dedicados al clientelismo,
en los cuales el fenómeno de la intermediación se concentra casi exclusivamente en figuras como el
líder vecinal, el dirigente gremial u otros “profesionales de la política”, los cuales son considerados
como “el escalón más bajo” de la intermediación política (Auyero 2001; Hurtado Arroba 2013;
Paladino 2014; Hurtado Arroba, Paladino y Vommaro 2018). Estos estudios pasan por alto eso que
podemos llamar el “clientelismo burocrático”, en el cual el intercambio informal ocurre con cierta
intensidad cuando “el sistema formal es incapaz de satisfacer las necesidades sociales” (Hesles
1998:31). Lo que se aprecia entonces es que los estudios del clientelismo parten de figuras más o
menos estereotipadas y ya muy consolidados dentro de los marcos analíticos, por lo que hay poco
aporte que se pueda hacer hoy en día –salvo el resaltar los detalles comparativos entre diferentes
contextos– cuando se elige mirar a esos líderes o dirigentes que “agrupan o representan a sus vecinos”
y realizan “gestiones ante instancias públicas o ante políticos locales” para “bajar recursos” o conseguir
mejoras para su colonia (Hurtado Arroba 2013:7)141.
A diferencia de estos actores, quienes se ubican socialmente en una especie de intersticio entre el
estado y la sociedad –lo cual quizá hace que se suela enfatizar su rol como intermediarios par excellence-
, los burócratas de calle participan en sus propias relaciones clientelares, negociando normatividades,

141
Tal vez la prominencia de los líderes en los estudios del clientelismo tenga una raíz en el papel de los brokers
tradicionales como los caciques, los cuales fueron ampliamente estudiados por la antropología política como aquellos
actores que fungían como intermediarios entre las comunidades locales y los estados nacionales, pero también eran
identificados como hombres fuertes los cuales, en una relación de codependencia asimétrica, podían ejercer el poder
de administrar y distribuir diversos recursos (Wolf 1956; Friedrich 1965; S. N. Eisenstadt and Roniger 1980). Lo que
sugiero es entonces abrir la observación y los análisis a otras figuras o diferentes modalidades de clientelismos, como lo
sugieren de manera innovadora y un tanto exploratoria Tenorio-Trillo (2018) y Leal Martínez (s/f), quienes vislumbran
una forma de relacionamiento patrón-cliente en ese “amarchantarse” entre las clases medias acomodadas y los sectores
pobres, principalmente en el caso del trabajo doméstico.

209
resolviendo y atendiendo asuntos diversos o agilizando trámites142. Nicolás y Gustavo participan
diariamente entonces resolviendo problemas de diversa índole, muchos de ellos porque es parte de
su trabajo “formalmente” hablando. Es decir, cuando reciben un llamado porque hay un reporte de
una persona “baleada” en determinada calle, se dirigen allá para intentar detener la hemorragia,
estabilizar a la persona herida, moverla hacia las zonas viales donde pueda ingresar la ambulancia.
También deben supervisar las obras llevadas a cabo en inmuebles, ya sea una renovación o reparación
de fachadas, verificar cuando aplica tener un permiso del gobierno local para realizar dicha obra, y
asegurarse de que las medidas necesarias para evitar riesgos se están cumpliendo. Sin embargo, debido
a la cercanía que tienen con muchas personas, la cual se vuelve especialmente intensa por las
interacciones cotidianas en las que cierta noción de amistad o cuatismo se hace presente, ellos
participan también en la resolución de otros problemas los cuales no necesariamente están ligados a
su trabajo. Por ejemplo, un día recién pasado el mediodía, Gustavo y yo nos encontrábamos con una
agenda ya cubierta y sin reportes ni llamados que atender. Me dijo: “ya sé, vamos a aprovechar para
ir a platicar con Don Armando. Es un señor que se ha ganado mucho respeto de la gente, y su opinión
sobre la inseguridad puede interesarte”. Nos subimos a la motocicleta y nos dirigimos a la avenida
principal, sobre la cual Don Armando tiene su negocio. Se trata de un estacionamiento. Justo a la
entrada estaba un grupo de unos cinco tipos más o menos jóvenes, quienes charlaban. Gustavo se
acercó a ellos y los saludó efusivamente. Les preguntó por Don Armando y nos dijeron que
subiéramos a la oficina. Desde que subíamos las escaleras Don Armando ya nos había escuchado, y
nos saludó asomándose. Tal cual había planeado Gustavo, me presentó y le habló de mi tesis. Don
Armando un señor de unos cincuenta y tantos años, se mostró muy dispuesto a concederme unas
entrevistas, sin embargo, mencionó que tendrían que ser otro día, porque pronto iba a salir a buscar
a uno de sus nietos a la escuela. En cambio, aprovechó la visita de Gustavo y el poco tiempo que tenía
para comentarle sobre unos “asuntos”. En primer lugar, le contó que su esposa –quien trabaja dentro

142
Aquí sigo algunos trabajos enfocados en el funcionamiento cotidiano de las burocracias a nivel de calle o de los
niveles más bajos de la estructura estatal –espacios donde la experiencia con el estado se da de manera más concreta–,
en los cuales también se extiende la noción de clientelismo para referirse a las relaciones entre burócratas y oficiales
estatales, es decir, el ciudadano que interactúa con los burócratas es analizado como un cliente que requiere (negocia)
servicios (Lipsky 2010; Grindle 1977; Herzfeld 1992; Gupta 2012b; Nuijten 2003; Valverde 2012; Hull 2012; Shoshan
2016).

210
de la Secretaría de Educación Pública como supervisora, encargada de revisar la normatividad y su
cumplimiento en planteles de educación primaria– se había enfadado las últimas semanas porque
muchos colegios incumplen las condiciones del reglamento, y algunas de ellas están ligadas a asuntos
de protección civil. “Le dije ‘ah voy a hablar con Gustavo para ver qué puede hacer para ayudar con
eso’. Lo que quiere es poder certificar o avalar a las escuelas en esa materia.” Gustavo le pidió que le
proporcionara a ella su número de teléfono para que le explicara a detalle qué necesitaba y pudiera
apoyarla. Posteriormente, Don Armando añadió: “ah oye, pero aprovechando, yo tengo otro asuntito
por ahí. Mira, justo ahora tengo que renovar un permiso para el estacionamiento, que me lo pidieron
ya dos veces, y creo que van a estar molestando con eso. Échame la mano, ¿no?”. “Claro que sí, ya
sabe que con mucho gusto. Sólo le pido de favor que me escriba en una hoja qué trámite es y con qué
dependencia hay que hacerlo”, respondió Gustavo. Don Armando se puso de pie, buscó una libreta
que tenía dentro de un cajón, arrancó una hoja y escribió allí los detalles. Ya despidiéndonos, porque
tenía que salir, le dijo: “ahí te encargo eso, por favor, Gustavo”. Salimos del estacionamiento y nos
dirigimos a la oficina Gustavo y yo. Mientras miraba el papel, pensó en voz alta: “ah ya sé qué trámite
es. Le voy a decir a un buen amigo que eche la mano”. Casi al instante, sacó su teléfono celular y
realizó una llamada. Habló con su amigo durante algunos minutos, el tiempo que tomó para que le
explicara el trámite que necesitaba hacer y muy importante, preguntarle cuánto sería el costo.
Escuché que mencionó “ok, algo alrededor de treinta mil pesos, ok. Muy bien, mi estimado, yo hablo
entonces con este amigo y le explico cómo está la cosa. Si me dice que va, te busco pronto para activar
la gestión del trámite”. Subimos a la moto y regresamos a las oficinas de la Dirección Territorial. Al
respecto de todo esto, casi sin que yo le preguntara nada, procedió a decirme, tal vez un poco en
tono de justificación: “Una de las cosas que nosotros hacemos es ayudar a la gente con ciertos trámites.
Como trabajamos en gobierno, uno tiene amigos o conoce personas en distintas áreas y siempre
podemos ver la manera de agilizar algunos trámites. Y pues es una entradita más de dinero que
podemos tener”. Más adelante se refirió a un esquema en el que todos más o menos ganan: “Cuando
se hacen estas gestiones el trámite es un poco más caro, digamos que si el monto de un permiso es de
unos cincuenta mil pesos, estos cuates te lo dejan en setenta mil, con la diferencia de que te lo
resuelven en dos o tres semanas, mientras que de la otra manera puedes tener que esperar dos o tres
meses”.

211
Así, hay otra faceta pocas veces abordada desde los estudios sobre clientelismo. Me refiero a
interacciones burocráticas que asumen la forma entre clientes y servidores, las cuales no
necesariamente se encuentran enmarcadas o estructuradas en relaciones de codependencia
asimétrica, como en los regímenes predatorios que vimos el capítulo anterior. Como en los trámites
en los que Gustavo buscaba apoyar a Don Armando, a diario hay miles de transacciones entre
burócratas y ciudadanos en los cuales, sobre todo a partir de los encuentros más o menos frecuentes
entre ambas partes, se llegan a conocer al grado de ser algo parecido a amigos (se hacen “cuates”). En
este tipo de interacciones, como en las que participan los burócratas de calle, las estructuras sólidas
y duraderas de coacción o de intercambio jerarquizado se desdibujan un poco, y quedan más bien
relaciones efímeras, coyunturales, en las que no existe una codependencia sustantiva, sino que son
más bien intervenciones ocasionales en las que diversas partes buscan obtener algún beneficio
particular, y en las cuales media un asunto clave: la confianza143. Es a esto a lo que Adler-Lomnitz
(1994) y Ledeneva (1998) han denominado intercambios o economías de favores, enfocándose en
esas redes de reciprocidad balanceada a través de las cuales se solicitan y se ofrecen ayudas para
alcanzar diferentes objetivos ligados a la administración burocrática.
En otro ejemplo, una tarde en la que acompañaba a Nicolás, nos dirigíamos a su casa una vez que
habíamos concluido la jornada de trabajo. Justo al llegar a la puerta de su vecindad, un señor de
alrededor de cincuenta años lo abordó de manera respetuosa. (Además de que Nicolás siempre porta
el chaleco que lo presenta como trabajador de la Delegación, no hubiese sido raro que alguna persona
le indicara que lo buscara debido a las gestiones que realiza a menudo). El señor se presentó como un
vecino comerciante del barrio, diciéndole dónde se ubicaba su puesto, y comentándole de un
problema que tenía. Se trataba de un tapón en el desagüe, el cual generaba encharcamientos casi
diarios. El señor le consultó a Nicolás qué debía hacer aquél para solicitar a la Delegación el servicio
de desazolve. Nicolás le hizo algunas preguntas sobre el estado de la coladera (si alguien ya la había
revisado o intentado remediar), a lo cual el señor respondió que él y otros vecinos habían tratado de
liberar el desagüe utilizando varillas. Entonces Nicolás le señaló que era necesario que escribiera un
oficio dirigido al director territorial solicitando el servicio, en el cual tenía que especificar el problema

143
En los estudios sobre clientelismo, esto también ha sido subrayado como un factor central en los vínculos entre los
líderes o trabajadores políticos y las “bases” o “clientes”.

212
y la localización de la coladera. El señor inquirió acerca de las características del documento, lo que
tal vez revelaba que nunca había redactado uno similar. Nicolás le describió nuevamente lo que el
contenido del oficio debía tener, y posteriormente le aclaró que él por su parte iba a procurar que las
labores para el desazolve se iniciaran brevemente, ya que resaltó que el proceso burocrático suele
demorar varios días. Me pidió un pedazo de papel y una pluma, y con ellos escribió su nombre y
teléfono, y le proporcionó la información al señor. “Voy a hacer unas llamadas para acelerar el asunto.
Pero es muy importante que aun así usted haga la solicitud formal en las oficinas de la Dirección
territorial. Ya cuando vayan las personas a atender eso, se organizan entre ustedes para invitarles el
chesco”. El señor se retiró agradecido. Este caso particular de mediación refleja la articulación de
prácticas concretas de formalidad e informalidad en la ejecución de trámites burocráticos. Esto
recuerda lo que Hull (2012) describe acerca de dos mediaciones materiales en la burocracia
paquistaní: por un lado, el parchi o carta de presentación que suelen emplear clientes o ciudadanos
con el objeto de obtener algún trato preferencial, ya que la carta indica el nombre de una persona
más o menos “influyente” la cual requiere, como favor, que se atienda al portador del parchi de
manera “especial”144. Por otro lado, están las peticiones, las cuales son entregadas también a
burócratas, pero que expresan formatos universales y formales, lo que sitúa a los solicitantes más
como ciudadanos autónomos y autorepresentados –frente al clientelismo o amiguismo de los parchis.
En el ejemplo reciente, Nicolás emprende una gestión en la cual se recurre a la solicitud formal, la
cual se asemeja a las peticiones que expone Matthew Hull, pero está ausente la misma materialidad
que representa el parchi para agilizar informalmente el trámite. En el caso de la solicitud del desazolve
–como en muchos otros casos más que observé–, la mediación informal gira más entorno a las
llamadas telefónicas o por radio que realizan Nicolás y Gustavo, aunque en ambos casos, es decir,
cuando media un artefacto como puede ser una carta de presentación (como el parchi) o no hay
ninguna materialidad portable, existe un vínculo que moviliza afectos o indica cierta amistad o
cuatismo, lo que abre puertas en el sentido que propone Yeh (2018:175) acerca de la intermediación:
el parchis o la llamada telefónica funcionan como pases autorizados por alguien que da la cara por ese
“cliente”, brindándole una especie de padrinazgo.

144
Según Hull, esto es tan habitual en las interacciones entre clientes y burocracias, al grado de que algunos
comentaristas de la vida pública paquistaní hablan de una “cultura del parchi” o del “sistema del parchi”.

213
Lo cierto es que, como muestro a continuación, la activación de estos canales de intermediación
entre clientes y burócratas también produce ansiedades, lo cual sirve de base para muchas de las
medidas anticorrupción que pretenden instaurar un régimen formal al interior del cuerpo estatal.

“Sentados en la banca”

Una mañana en la que llegué a la oficina de la Dirección Territorial me encontré con la sorpresa
de que el director había convocado a una junta en el salón de eventos. Escribí un mensaje de texto a
Gustavo, quien me contestó que entrara para que estuviera presente en la reunión. Ingresé entonces
al salón y saludé a algunas personas, hasta ubicarme al lado de Gustavo. La reunión recién había
comenzado, y era presidida por el director territorial. En su discurso, éste se refirió brevemente a
que el gobierno de la Delegación Cuauhtémoc estaba interesado en cambiar la imagen de los
funcionarios públicos, a quienes se les asociaba generalmente como corruptos y extorsionadores. Por
ello, aquella mañana se encontraba la licenciada Silvia, quien recientemente había sido nombrada
supervisora de asuntos de transparencia y corrupción desde el gobierno delegacional, y quien estaría
observando el trabajo de la gente de la Dirección Territorial Tepito Guerrero. Tras la breve charla,
el director territorial cedió la palabra a la licenciada. Ésta se presentó y de un modo muy amable y
respetuoso, explicó su función. Según decía, todos estamos familiarizados con lo recurrente que es
encaminarse en prácticas o escenarios que implican corrupción. Esto ha funcionado durante décadas
de ese modo, pero señalaba, es importante trabajar conjuntamente para erradicar dichas prácticas.
Con cierto aire pedagógico, la licenciada echaba mano de algunos ejemplos específicos, e instruía
sobre la ética que debe imperar en los servidores públicos, quienes están precisamente para “servir”,
están para ayudar a la gente, pero sin recibir nada a cambio, porque los servicios que da el estado son
gratuitos, y el asumir “pagos” o “propinas” de la gente vuelve incorrecta la función pública. De este
modo, el gobierno de la Delegación buscaba sumar en esos empeños a los empleados de la Dirección
Territorial de Tepito. En suma, el discurso pronunciado por la licenciada desplegaba una imagen del
burócrata como un servidor público imparcial, desinteresado, neutral, el cual sólo debe velar por
cumplir con sus deberes formales y sujetarse a los códigos éticos y normativos que sancionan su
actividad. Explícitamente, su pronunciamiento se posicionaba en contra de todas las prácticas ligadas

214
a la informalidad política: clientelismo, favoritismo, compadrazgo: en síntesis, corrupción. La
licenciada finalizó matizando que la campaña no significaba una cacería de brujas, sino que más bien
buscaba que las personas se comprometieran a seguir esos lineamientos. El director territorial retomó
después la palabra, y agregó que el personal a su cargo no tendría objeciones y se sumarían a la idea
de sanear la imagen de los trabajadores del estado en el barrio. No hubo comentarios ni preguntas
por parte del personal de la dirección que estaban presentes, por lo que se dio por concluida la
reunión. Al salir del salón, Gustavo comentó: “estoy de acuerdo en que no se vale pedir dinero a la
gente por los servicios que brindamos. Nosotros no lo hacemos. Nosotros damos apoyo a todos
porque es lo que nos corresponde. Pero uno nota que estas personas que vienen a hablar de la
corrupción tienen poca experiencia sobre lo que es trabajar atendiendo los problemas de la gente”.
La visita de la licenciada Silvia y el encargo que se le había atribuido de observar el “buen”
funcionamiento de los oficiales de la Dirección Territorial se daba justo cuando la esfera pública
nacional se hallaba saturada de constantes escándalos de corrupción tanto a nivel federal, como en los
estados145. También se daba en medio de agitadas contiendas electorales, en las cuales se había hecho
notorio cierto efecto negativo contra al PRI en los resultados, en tanto que la mayoría de los casos de
ex gobernadores con procesos penales en contra estaban vinculados a ese partido146. Además, desde
entonces los partidos políticos perfilaban sus precampañas presidenciales rumbo a las elecciones del
2018, lo cual sugería que el combate a la corrupción era un discurso relevante y redituable en
términos de preferencias de voto. Sin embargo, además de la preocupación y las demandas de
introducir nuevamente cierta moralidad en la vida pública nacional –y local, por supuesto–, podemos
pensar que las condenas de la corrupción suelen estar articuladas a una “sacralización del estado de
derecho”, cuya noción encierra –o exige– una separación formal y moral de los intereses públicos –
esencializados como algo abstracto, puro, neutral– frente a los intereses privados –esencializados

145
Un año y medio atrás se había develado un caso de corrupción conocido como “la casa blanca”, en el que estaba
involucrado el presidente Peña Nieto y la empresa Grupo Higa, lo cual desató una fuerte movilización contra el
presidente (“La casa blanca de Enrique Peña Nieto (investigación especial)”, en Aristegui Noticias, 9 de noviembre de
2014). Mientras realizaba el trabajo de campo, se suscitaron nuevos casos de corrupción ligados a gobernadores y
exgobernadores, como Javier Duarte (Veracruz), César Duarte (Chihuahua), Roberto Borge (Quintana Roo) y
Guillermo Padrés (Sonora).
146
Por ejemplo, en el estado de Veracruz, el PRI perdió las elecciones para gubernatura de 2016, por primera vez en
más de siete décadas.

215
como algo concreto, impuro, parcial (Escalante 2000). Lo anterior remite a un asunto de limpieza y
purificación de los funcionarios y de la clase política, aspiraciones que como mencionaba al inicio del
capítulo, se encuentran presentes desde los años de la transición democrática147. Lo que sugiero aquí
es que estos discursos de honestidad y de moralidad de los funcionarios públicos, de alguna manera
son también reflejos de una continuidad de la tecnocracia y de las aspiraciones del estado moderno y
formal, es decir, que son parte de ese proceso que Hibou (2015) llama “burocratización neoliberal”.
Con ello, se refiere a la implementación de mecanismos de control, supervisión, rendición de
cuentas, y cualquier otra herramienta o tecnología administrativa que sirva para medir eficiencia,
cuantificar resultados y controlar las actividades de los servidores públicos. Pero, además, todos estos
mecanismos se hallaban traslapados con las dinámicas partidistas de la coyuntura particular que
representaba el cambio de gobierno más o menos reciente en la Delegación Cuauhtémoc, y por
extensión, en la Dirección Territorial Tepito Guerrero. Como muestro abajo, estos impulsos de
cambio en las burocracias nunca ocurren sin generar tensiones y desajustes respecto a los ideales u
objetivos trazados y los funcionamientos mundanos que se dan en el ámbito de la calle.
Semanas después de aquella reunión, Nicolás y Gustavo comenzaron a experimentar hostilidad de
parte del director territorial. Es importante señalar que éste último tenía apenas unos meses
fungiendo en el cargo. Según información que ellos dos habían estado recopilando en esos últimos
días, al parecer el director territorial estaba ejerciendo cierta presión contra los trabajadores de la
Dirección territorial que estaban laborando ahí previamente, es decir, a los cuales él no había
designado. Para comprender mejor el contexto, es importante señalar que el cargo de director
territorial está sujeto al gobierno de la Delegación, el cual recientemente había sufrido un cambio
partidista en las últimas elecciones. En 2015, Ricardo Monreal, candidato del partido Morena, fue
elegido como delegado en Cuauhtémoc. Esto significó una ruptura con el anterior gobierno
delegacional, ligado al PRD, pero también marcaba cierta confrontación con este mismo partido, el

147
Otra faceta de la ansiada modernización y formalización de las burocracias mexicanas en la transición, lo
encontramos en los esfuerzos dirigidos a consolidar el servicio profesional de carrera, el cual promueve “la eficacia,
honestidad y estabilidad gubernamentales a través del mérito profesional, por un lado, y el respeto a la igualdad de
oportunidades en el acceso a los puestos de administración pública” (Méndez 2011:17-20). Es decir, el servicio
profesional de carrera buscar erradicar el nepotismo, el compadrazgo, y en general, eliminar la “discrecionalidad de los
jefes” y las influencias de las “camarillas políticas.

216
cual mantenía el gobierno de la Ciudad de México. De ahí que el nuevo director territorial, afiliado
a Morena, tuviera ese recelo contra los empleados de la Dirección, además de que la insistencia por
introducir cambios y controles parecía obedecer a un objetivo de control de la demarcación.
Una de las primeras medidas que anunciaron conjuntamente el director territorial y la licenciada
Silvia, era la de introducir un “chequeador” electrónico en las oficinas, el cual operaría con tarjeta y
con huella dactilar. Con esto, se pretendía controlar los horarios de llegada y de salida del personal
de la Dirección. Este solo mecanismo produjo disconformidad entre Gustavo y Nicolás. El primero
de ellos, me había platicado días atrás que parte de su mala relación con el director territorial se debía
a que durante un par de semanas se vio obligado a ausentarse del trabajo, lo cual no fue bien visto por
el director. Las razones que me esgrimió tenían que ver con asuntos personales y familiares. Sin
embargo, más allá de ese asunto específico, algo que molestaba al director era que tanto Nicolás como
Gustavo pasaban mucho tiempo en la calle gozando de relativa autonomía y discrecionalidad. A pesar
de que ellos se regían por una agenda diaria, la cual era elaborada por Humberto y aprobada por el
director, ésta difícilmente agotaba la jornada de trabajo, pero por otro lado, siempre existía la
posibilidad de que se viera interrumpida por el surgimiento de alguna emergencia. De esta manera,
era notorio que había una especie de recelo y hasta desconfianza por la falta de control que se tenía
de las actividades que desempeñaban los servidores de protección civil en el día a día. La introducción
del chequeador era apenas una herramienta muy elemental, pero por lo menos podían comenzar por
controlar parcialmente sus horarios. Sin embargo, desde el punto de vista de Nicolás, esa medida
reflejaba inexperiencia en la administración pública, y particularmente una ignorancia acerca de cómo
se trabaja atendiendo los problemas cotidianos de la gente en el barrio: “Podemos llegar a las nueve
y checar, luego salimos a hacer las labores. Pero imagínate que si la salida es a las quince horas, uno
va a tener que terminar lo que está haciendo antes para llegar y checar y no tener problemas. Eso
significa que uno va a dejar botado el trabajo, a medias. ¿Y qué van a hacer ellos? [los jefes] Ahí van a
empezar a tener quejas. Porque a la gente como sea se le brinda el apoyo, a los compañeros de
servicios de obra y servicios urbanos, pero ahora cómo, todo va a quedar a medias”. Por otro lado, la
hostilidad hacia Nicolás también incluía el hecho de que la moto que solía utilizar diariamente, le fue
suspendida. En realidad lo que ocurrió fue que la moto tuvo problemas mecánicos y dejó de
funcionar, pero sus jefes no procuraron medios para proporcionarle otra para que pudiera

217
desempeñar sus actividades. Así, Nicolás agregaba: “imagínate ahora que tengo que moverme a pie o
en bicicleta, menos me va a rendir el día de trabajo”.
Más allá del anuncio de la formalidad en el control burocrático para evitar la corrupción, lo cierto
es que apenas impusieron algunos otros controles administrativos, como el redactar bajo un formato
más riguroso las bitácoras del día. A pesar de ello, el director territorial encontró otras maneras para
intentar controlar a Gustavo y Nicolás. Respecto del primero, promovió su inhabilitación –lo cual
implicaba retirarlo del cargo y suspenderle el pago de salario–, recurriendo a las “constantes”
inasistencias que registraba. Ante esta situación, Gustavo solicitó el apoyo de sus colegas del sindicato,
los cuales movilizaron sus influencias en el gobierno de la Delegación y consiguieron echar atrás las
intenciones de su jefe. Sin embargo, como resultado de esto, el director decidió “sentarlo en la
banca”. En el argot de la burocracia local, esto significa que lo deja “fuera de juego”, es decir, que si
bien sigue laborando y percibiendo su salario, es retirado de funciones, no recibe encargos ni tareas.
Para ser más preciso, el director le exigía a Gustavo que permaneciera en la oficina aguardando a que
él le indicara alguna actividad, lo cual nunca ocurría. Por su parte, Nicolás fue reubicado en el área
de Obra social durante un tiempo. Una diferencia sustantiva entre esta nueva posición y la que ejercía
en Protección civil, es que en la primera él se encontraba bastante más aislado de la vida social del
barrio. Como consecuencia de lo anterior, ambos perdían ocasiones para poder brindar ayudas o
servicios a sus amigos y conocidos, lo cual a su vez representaba una pérdida de ese ingreso extra que
ganaban por medio de las gestiones y apoyos en trámites.
Lo cierto es que las medidas del director territorial y de la licenciada Silvia tenían repercusiones a
nivel local. En ese periodo en el que Nicolás y Gustavo estuvieron “sentados en la banca” me encontré
una tarde con unos dirigentes que había conocido en las reuniones del grupo Alianza por Tepito, del
que he hablado en capítulos anteriores. En nuestra charla muy pronto salieron al tema varias quejas
dirigidas a la administración en curso de la Dirección territorial. Reclamaban la deficiencia de los
servicios de limpia pública, la interrupción de algunos programas o mecanismos locales de
participación, el descuido de la seguridad y del alumbrado público, entre otras cosas. Sin embargo,
en gran medida su reclamo se orientaba hacia una falta de consideración de la vida pública local, es
decir, de la manera en que se han negociado y arreglado los asuntos en el barrio, y de la forma en que
el estado, representado por los burócratas locales, se ha relacionado con la gente. En particular, llamó

218
mi atención cuando hicieron referencia concreta a Nicolás, a quien echaban de menos para muchas
cosas. Según me contaban, a partir de los obstáculos que le habían implementado para laborar, ahora
tenían que enfrentar retrasos y torpezas burocráticas, trámites que exigían elaboración de
documentos, oficios, papeles para solicitar permisos. Su malestar aludía directamente al hecho de que
Nicolás, quien era amigo y conocido de toda la vida de ellos –porque lo conocen desde que él era
pequeño, es vecino del barrio– se interesaba y se acercaba a ellos de una manera afectiva y eficiente
para atender cualquier asunto en el que él pudiera ayudar. Por otro lado, el desconocimiento de las
interacciones locales por parte del director territorial, para estos dirigentes, conllevaba un halo de
sospecha que también los agregaba a ellos, ya que señalaban que parecía que tanta regulación y tantos
procedimientos suponían sospechas disimuladas hacia la gente del barrio.
Así como a estos dirigentes, escuché varios reclamos sobre lo que se consideraba un
distanciamiento entre el gobierno entrante y la vida o “realidad” del barrio. En algunos de esos casos,
directa o indirectamente, se hacía referencia a los obstáculos que se imponían a la relación más
personal que ofrecían gente como Nicolás y Gustavo para brindar servicios y apoyos. Esto último
revela que algunas de las medidas de anticorrupción y los mecanismos que buscan formalizar la
actividad burocrática, también pueden suscitar desconciertos e irritaciones148. Al respecto, vale
pensar en esas figuras estereotipadas del burócrata que acata obstinadamente la ley al pie de la letra,
en la cual se dibuja una racionalidad irracional. Como han señalado Herzfeld (1992: 44-47) y Valverde
(2012), estos estereotipos o malas reputaciones pueden estar sustentados o no en experiencias
vividas149, lo cierto es que es posible observar unas ideas compartidas y una “forma de hablar de la
burocracia” sobre esos tortuosos contactos con “burócratas indiferentes”, apegados estrictamente a
los procedimientos y a las normas. En estos escenarios, como sugiere Herzfeld, no sólo sufren los
clientes o ciudadanos, sino también los burócratas. Así, los reclamos ante las medidas de la nueva
administración de la Dirección territorial provenían tanto de algunos dirigentes, comerciantes y

148
Por otro lado, como señala Lomnitz (2000), durante muchos años la corrupción no representó una gran
preocupación entre los ciudadanos. Más bien, ésta participaba en modos de “apropiación” del estado, por medio de la
intervención de brokers o líderes quienes fungían como vínculo en la distribución de recursos.
149
De hecho, Valverde subraya el hecho de que la gran mayoría de burócratas de calle son bastante razonables respecto
a la aplicación de reglamentos, sin embargo, son los casos excepcionales en los que se estima como “insensato” y riguroso
el acatamiento de las normas los que acaparan la atención mediática y son exagerados, contribuyendo a reforzar esos
estereotipos o imágenes del burócrata neutral, indiferente, impersonal, descontextualizado.

219
residentes, como de Nicolás, Gustavo y algunos compañeros suyos que trabajan como funcionarios.
Las frustraciones son compartidas, ya que todos son finalmente ciudadanos y comparten ese mismo
esquema para pensar las estructuras burocráticas, sólo que los clientes culpan a los burócratas y éstos
culpan al “sistema” (Herzfeld 1992:46).

El estado y sus entramados

Lejos de la imagen de indiferencia que proyecta el estereotipo del burócrata, entonces, podemos
ver etnográficamente que ellos son personas “normales” como cualquier ciudadano, y que, desde
luego, padecen igualmente los inconvenientes de las estructuras burocráticas. Arriba me referí a las
formas en que Nicolás y Gustavo se enfrentan a los mecanismos regulatorios que buscan controlar sus
actividades, a pesar de que, desde su perspectiva, aquéllos atentan contra la eficacia misma del
gobierno. Es decir, algunos impulsos administrativos desde el estado encaminados a formalizar el
trabajo burocrático, los cuales, como vimos arriba, se yuxtaponen con motivaciones especiales para
obtener el control de las dependencias gubernamentales, pueden llegar a entorpecer el trabajo
rutinario que funcionarios de calle realizan mezclando prácticas tanto formales como informales.
En este apartado abordaré otro aspecto de la informalidad del estado en su operación cotidiana. Lo
que presento son algunos flujos de favores o “paros” al interior de las organizaciones estatales, los
cuales se dan en interacciones más o menos similares a las que observamos arriba, entre servidores y
clientes. Aquí vemos a los trabajadores del estado intercambiando recíprocamente apoyos con el
objetivo de cumplir con sus diferentes propósitos, los cuales reúnen en un mismo curso tanto facetas
formales como informales. En otras palabras, en ciertas ocasiones los burócratas buscan cumplir con
las normatividades y los reglamentos, utilizando recursos o estrategias de favores, las cuales podrían
ser consideradas informales.
Para ilustrar lo anterior, recurro a algunas características que pueden apreciarse en el
desenvolvimiento cotidiano de los distintos burócratas de calle. Una tarde nublada en el otoño, me
encontraba terminando de comer con Gustavo y Nicolás, en un local de tacos en el corazón del barrio.
Aquella mañana había estado acompañando al segundo en algunas labores. Cerca de la hora de comer,
nos comunicamos con Gustavo para acordar vernos y echar unos tacos juntos. Mientras estábamos

220
prácticamente finalizando nuestros alimentos, ambos notaron un llamado a sus respectivos radios
comunicadores. Fue Gustavo quien atendió. Reportaban un tiroteo a varias calles de distancia de
donde nos encontrábamos, en el cual al parecer había un hombre con heridas graves. Nos subimos a
las motos y nos dirigimos al lugar donde aquello había ocurrido, sin una prisa especial, ya que
Sebastián –quien les había llamado para dar aviso– se encontraba ya llegando a la escena para brindar
el apoyo necesario150. Cuando arribamos al sitio, nos topamos con una pequeña multitud congregada
alrededor de la persona herida, la cual yacía sobre la calle. Sebastián y un par de paramédicos se
encontraban socorriéndolo. En muy pocos minutos, ya estaban presentes varios oficiales de la policía
preventiva, quienes se ocupaban de echar para atrás a las personas curiosas. Después de otros pocos
minutos, por fin llegó una ambulancia, la cual se ubicó a unas dos calles del punto del incidente, por
lo que fue necesario que los paramédicos trasladaran en camilla al joven herido hacia donde el vehículo
se encontraba estacionado. Gustavo, Nicolás, Sebastián y yo nos quedamos conversando sobre lo
acontecido, tratando de recabar algo de información a partir de los rumores que circulaban ya desde
ese momento sobre lo que había pasado. Mientras tanto, los policías preventivos trataban
infructuosamente de restringir el área del incidente a los transeúntes. En un momento Gustavo prestó
atención a todo aquello y comentó sobre lo mal que se llevan a cabo los protocolos cuando hay
personas baleadas, sobre todo considerando que en muchos casos se trata de homicidios. “Lo primero
que deberían hacer en un caso así, es colocar la cinta perimetral para que nadie pueda contaminar el
área del crimen. Todo debería mantenerse tal cual para que lleguen los especialistas en balística y
puedan realizar su trabajo. Pero nada de eso ocurre aquí”, mientras mirábamos cómo poco a poco se
desdibujaba la “escena del crimen”. “Yo creo que los policías y muchos otros compañeros que
intervienen en este tipo de trabajos en realidad no tienen la capacitación necesaria para desarrollar
bien sus labores. Aunque también es cierto que la misma gente del barrio no ayuda mucho. Por
ejemplo, si aparece un cuerpo en x calle, el protocolo señala que no se debe mover, sin embargo,
¿qué pasa? Llegan los de los puestos y te dicen ‘me quitas ese cuerpo, por favor, que necesito montar

150
En casos de heridas graves, como el que nos tocó presenciar aquél día, el personal de protección civil se encuentra
muy limitado para dar auxilios de paramédicos. En gran medida porque el protocolo señala ciertos procedimientos los
cuales señalan que se debe esperar a que sean las ambulancias o escuadrones especiales de auxilio quienes brinden y
coordinen las intervenciones. Por otro lado, como muestro más adelante, los trabajadores del área de protección civil
no siempre cuentan con una capacitación competente para intervenir en situaciones así, ni tienen los equipos necesarios.

221
mi puesto’, o llegan los mismos familiares de las víctimas y te dicen ‘yo me voy a llevar el cuerpo ya
para velarlo’. Y así pasan varias cosas que, en conjunto, impiden que se sigan los protocolos”151.
Después de permanecer allí algunos minutos más, decidimos retirarnos. Nicolás me ofreció
llevarme a mi casa. Camino a la moto, siguió reforzando el hecho de que al interior mismo del estado
se incumplen muchas normatividades, tanto por conveniencia como porque “no hay de otra” tomando
en cuenta los recursos que existen. Al subirnos a la moto, me dijo: “mira, por ejemplo. Ahora yo te
subo a mi moto sin que portes casco. Llevamos así meses, que cuando hay casco disponible ya ves que
agarro uno para ti, pero si no hay, así andamos. Y yo no debería permitir eso, sobre todo siendo parte
de protección civil”. Mientras nos dirigíamos a mi casa, debido a todo lo que veníamos charlando,
reflexioné en la gran cantidad de ocasiones en las que él y Gustavo –así como muchísimas patrullas y
vehículos oficiales– infringen puntos del reglamento de tránsito, como el asunto de los cascos para
las motocicletas, el pasarse de largo cuando los semáforos marcan luz roja, meterse en calles con
sentido contrario, invadir carriles viales restringidos, etc.
Sobre los problemas de capacitación, es interesante ver cómo Humberto, como responsable de
protección civil en la Dirección territorial, me contaba una vez los malabares que tiene que hacer
para obtener certificaciones para su personal. Una vez en la que nos topamos en la oficina de la
Dirección, me platicaba que recién había sostenido una conversación telefónica con un amigo suyo,
el cual trabaja en el Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas, de la Ciudad de México. El motivo
de la llamada era para solicitarle un favor. Lo que buscaba Humberto era que su amigo interviniera
para conseguirle dos lugares en un curso intensivo de capacitación enfocado a personal de protección
civil y de primeros auxilios. La urgencia que tenía Humberto prevenía del hecho de que en medio de
varios cambios en el gobierno de la Ciudad y de la Delegación, podrían llegar algunas inspecciones,
por lo que era importante llenar el requisito de certificación de los empleados del rubro de Protección
civil. Me platicó que en primer lugar se había acercado al director territorial para exponerle la
situación y solicitarle presupuesto para capacitar al personal de su área. Sin embargo, la respuesta que

151
Estas incapacidades o aspectos que aluden a escasez material o falta de capacitación, u obstáculos institucionales para
las averiguaciones judiciales son forma fundamental en la impunidad, es decir, no todo es corrupción o desidia. Por otro
lado, se durante décadas se afianzaron ciertas prácticas informales o ilegales dentro de los mismos aparatos de justicia
en la persecución de delitos. Sobre la extralegalidad en los procesos de justicia en México, el uso de la tortura como
método para obtener confesiones, en vez de la indagación, ver el trabajo de Piccato (2017).

222
obtuvo fue que no había recursos por el momento, por lo que habría que buscar otra opción. Así,
Humberto decidió contactar a este amigo suyo, al cual conocía de años atrás, cuando coincidieron
trabajando para otra dependencia de gobierno, también asociada a temas de primeros auxilios. “Este
amigo me dijo que me reserva dos lugares para estos talleres. Es un gran apoyo esto, porque esos
cursos tienen costos más o menos elevados, además que tienen cupos limitados. Este amigo al parecer
va a lograr los lugares sin tener que pagar”. Paradójicamente, Humberto perseguía el fin de formalizar
a sus trabajadores, certificándolos, a través de la economía de favores.
Estas formas de operar también pueden verse en otros casos. Por ejemplo, además de agilizar
trámites –como la solicitud del desazolve o para obtener permisos para establecimientos–, el trabajo
de los burócratas de calle como Gustavo y Nicolás también se caracteriza por ejercer una función de
algo así como “puerta de acceso” al barrio. Es decir, en su perfil como intermediarios entre el ámbito
local y el estatal, ellos son buscados constantemente por funcionarios de nivel más alto o por
empleados de otras dependencias cuando éstos tienen que realizar trabajos al interior de Tepito. En
esto, las imágenes del barrio como ícono del crimen y la violencia analizados en el capítulo uno,
resultan fundamentales. De ahí que sea tan importante el asunto de conformar entornos personales
de protección, ya que no sólo les permite realizar sus tareas de Protección civil, sino que también es
una función adicional que ofrecen a otras instancias del estado -y desde luego, a actores externos,
como lo hicieron conmigo. Algunas veces presencié cómo el director territorial o algunas otras
personas del gobierno de la Dirección, de la Delegación e incluso de la Ciudad de México, los cuales
no estaban habituados a circular por el barrio, recurrían a estos personajes para sentirse seguros, así
como para que fueran éstos últimos quienes les facilitaran el contacto con personas o grupos con
quienes buscaban interactuar, fueran comerciantes, dirigentes, vecinos, etc. Pero esto ocurría
igualmente con otros poderes estatales, como en el caso de diputados, los cuales se llegan a apoyar
en estas figuras para organizar reuniones con la población del distrito al que corresponde a Tepito.
Estas intermediaciones nos hablan de una espacialidad del estado, siguiendo a Ferguson y Gupta
(2002), quienes analizan los efectos de verticalidad y superioridad –del estado por encima de la
sociedad. Este efecto se produce, en gran medida, cuando dentro de una estructura burocrática
encargada de atender asuntos delimitados en una demarcación territorial específica –como la
Dirección territorial–, se selecciona para ocupar los cargos más elevados a funcionarios desligados,

223
total o parcialmente, de esa “comunidad”, pueblo o barrio. De este modo, éstas figuras aparecen con
cierto halo de neutralidad, desinteresados, sin conexión con los intereses locales. En cambio, Gustavo
y Nicolás, como ocurre con muchos otros empleados de la capa más baja de la estructura estatal,
suelen estar ligados al lugar donde trabajan, incluso llegan a ser nativos. De ahí que la subordinación
del funcionario de bajo nivel, quien es originario del lugar donde trabaja o tiene vínculos íntimos,
produzca ese efecto de sometimiento del estado, visualizado como ese agente ajeno y externo que
sanciona, regula y controla, o al menos eso pretende152. Pero si bien los jefes se encuentran en una
posición de jerarquía frente a Nicolás y Gustavo, además de que son ajenos a las redes de favores
entre burócratas y clientes, o por lo menos su involucramiento suele darse de un modo indirecto,
ellos igualmente emplean el lenguaje de los “apoyos” y “ayudas” cuando recurren a esos accesos al
barrio.
Un último ejemplo en el que se ilustra el entramado del estado y la economía de favores se puede
apreciar en las incursiones que realizan las cuadrillas de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en
Tepito. En varias ocasiones presencié cómo a Nicolás le llamaban por radio o por teléfono, tanto el
director territorial o Humberto, como directamente algunos ingenieros de la CFE para solicitarle su
apoyo para “acompañar” a los trabajadores mientras llevaban a cabo su trabajo153. Es decir, lo
requerían para ejercer una labor como de guardaespaldas. En una de esas ocasiones, los ingenieros de
CFE se encontraban instalando una caja medidora en uno de los transformadores más grandes dentro
del barrio, con el propósito de calcular cuánta energía eléctrica se consumía y poder estimar así cuál
era el desfase con lo que (no) se pagaba, cotejando lo reportado en las facturas con lo que registraría
este medidor. Durante horas, Nicolás yo estuvimos escoltando al equipo de ingenieros de la CFE. De
pronto pasó Sebastián en la moto, muy cerca de nosotros, por lo que se acercó a saludarnos e
interrogar qué hacíamos allí. Ya incorporado a la plática y a las bromas con los ingenieros, Sebastián
y Nicolás señalaban “lo bien que trata la CFE a sus ingenieros”, subrayando el que los cinco hombres

152
En el capítulo cinco y seis discuto con más profundidad sobre esas visiones locales del estado y me concentro en la
forma en que éste puede verse como un agente externo y extractivo –casi extorsionador– del cual la gente del barrio
debe defenderse.
153
En general existe hostilidad hacia los trabajadores de la CFE, ya que muchas viviendas y zonas de los mercados tienen
instalaciones irregulares al sistema de electricidad, por lo que no pagan el servicio. Por esto, es común que haya
intervenciones de personal de la empresa para cortar esas conexiones, lo cual despierta resistencia por parte de gente
del barrio.

224
que conformaban la cuadrilla portaban gafas de sol y lucían equipos y herramientas en muy buenas
condiciones. Aplicando un tono “entre broma y verdad”, Sebastián sugirió que la próxima vez que
tuvieran que realizar algún trabajo en el barrio, “se mocharan” (es decir, les regalaran) con unos
guantes, cascos, chalecos, radios o unos lentes como los que tenían puestos. El comentario suscitó
risas entre todos, pero el ingeniero a cargo de la instalación, tal vez advirtiendo la veracidad de la
insinuación, le indicó a otro del equipo que les entregara unos guantes y una pequeña bolsa que
contenía herramientas básicas. Nicolás y Sebastián agradecieron el gesto, a la vez que exponían las
condiciones de precariedad en las que trabajan. El primero de ellos abrió su mochila y nos mostró lo
que portaba en ese momento: unos guantes de látex, paquete de tapabocas, cintas, vendas, tijeras,
una linterna, un radio ya viejo. “La mayor parte de las cosas las tenemos que comprar nosotros, del
dinero que luego nos da la gente como propina por los servicios que brindamos. La gente de la
Dirección no se preocupa por proporcionarnos los materiales que necesitamos”. Los ingenieros de la
CFE prometieron entregarles la próxima vez más cosas, ya que según decían, ellos sí reciben bastante
apoyo, incluso tienen algunos sobrantes en los equipos. Estos intercambios informales en la economía
de favores recuerdan la importancia que las “sobras” materiales tienen dentro de las economías
formales, planificadas y racionales, en las cuales por momentos determinados se producen algunos
excedentes de bienes los cuales son redistribuidos por canales de apropiación o intercambio en los
que operan principios de mercado, de truque o de reciprocidad (Verdery 1996b; Cherkaev 2015).
Recapitulando, en el entramado de oficiales del estado que actúan cotidianamente en Tepito se
aprecia una permanente recurrencia a favores y lazos de amistad para completar y realizar diversas
tareas que difícilmente podrían ser llevadas a cabo renegando de aquéllos recursos “informales”.

La ambivalencia de los favores

Hace un momento señalé cómo Gustavo y Nicolás frecuentemente actuaban como “puertas de
acceso” o intermediarios entre funcionarios de más alto nivel y el barrio. En gran medida,
precisamente, su trabajo giraba en torno a esa forma de mediación que de algún modo significaba un
enlace entre la esfera estatal y la sociedad local. Para llevar a cabo sus labores, entonces, se les exigía
gestionar las tensiones producidas a partir de esa ambivalencia que Shoshan analiza sobre los

225
trabajadores sociales, quienes oscilan diariamente entre las personas que conforman el ámbito local y
los oficiales estatales, quienes asumen esa representación nacional y, por tanto, jerárquica. Como
sugiere Shoshan (2016: 167), dicha ambivalencia no representa una carga de la que ellos procuran
deshacerse, sino que más bien se trata de una labor que ellos mismos cultivan, es decir, es un aspecto
central de sus funciones. Desde luego, el verse constantemente en una posición intermedia entre dos
partes que interactúan ríspidamente, como ocurre con frecuencia en los encuentros mundanos entre
el estado y la gente de Tepito, exige llevar a cabo negociaciones complicadas, las cuales no
necesariamente concluyen con satisfacción para las partes involucradas. En esto, las acciones que
emprenden Gustavo y Nicolás para conciliar esos objetivos confrontados se ven teñidas por la
economía de favores. Es decir, su posición les impone la necesidad de navegar con una envestidura
de burócrata y, como tal, representante del estado -y de quienes están por encima de él-, al mismo
tiempo que deben sostener esas relaciones de familiaridad e intimidad con sus conocidos y amigos del
barrio. Permítanme ilustrar esto a través de un ejemplo puntual154. Hacia el filo del atardecer de un
día nublado, nos encontrábamos Nicolás y yo muy cerca de concluir una jornada de trabajo, cuando
caminando sobre una de las calles nos salieron al paso dos tipos altos, fornidos y desafiantes. Uno de
ellos era joven, el otro parecía adulto mayor. Eran alrededor de las seis de la tarde, y la mayoría de
los comerciantes ya estaban retirando los puestos. El primero de ellos se colocó enfrente de Nicolás,
deteniéndole el paso, y le inquirió de un modo, al mismo tiempo, retador y cordial: “¿Te puedo hacer
una consulta? ¿Por qué andas extorsionando a mi amigo?”. Nicolás reaccionó estrechándole la mano
y negando la acusación. El saludo y el tono de Nicolás parecía indicar que se trataba de personas
conocidas. Entonces, aquel tipo le cuestionó: “¿y por qué le estás cobrando entonces 500 pesos?”
Nicolás respondió, de manera resulta y despreocupada, que se había visto en la necesidad de
intervenir porque el susodicho amigo –un comerciante cuyo local se encontraba a unos cuantos
metros de nosotros– había puesto una “plancha”155 sobre la vía pública sin autorización oficial.

154
Sin embargo, casos como el que presento eran en realidad comunes en mis acompañamientos con Nicolás y
Gustavo.
155
Le llaman “planchas” a una ligera plataforma de cemento que algunos comerciantes colocan sobre la calle, justo
dentro del espacio en que se encuentran sus puestos, con el propósito de ajustar el lugar a sus propias necesidades. Dado
que, por reglamento, está prohibido alterar las vías públicas, esta práctica recurrentemente desemboca en actos de
corrupción.

226
Además, le dijo que no había cobrado los 500 pesos, sino que habían acordado el pago de la mitad de
aquella cifra. Siguieron discutiendo Nicolás y el tipo más joven, hasta que decidieron ir a charlar
directamente con el amigo en cuestión. Mientras, el señor que acompañaba al quejoso y yo nos
quedamos conversando sobre lo viejas y descuidadas que lucen las fachadas del barrio y sobre los
riesgos que existen frente a un posible temblor, además de los deficientes protocolos de protección
civil. Inmediatamente después nos presentamos, me dijo que su nombre era Raúl y que el tipo que
reclamó a Nicolás era su hijo. Cuando le conté que estaba haciendo trabajo de campo allí y que Nicolás
me ayudaba, me comentó en cierto tono bromista: “qué bueno que no fuiste ahorita con él, para que
no tengas antecedentes de extorsión antes de entrar a chambear en la Dirección territorial, si es lo
que te interesa”.
Antes que volvieran aquéllos, Raúl me contó que, junto a su hijo, manejan un par de puestos en
el barrio. También me dijo que conocen a Nicolás desde hace varios años, y tienen una buena relación
con él, sobre todo porque lo consideran buena persona. Al cabo de pocos minutos, regresaron éste y
el hijo de Raúl. Lucían un ánimo mucho más distendido, incluso reían. Entre los cuatro charlamos
una vez más sobre lo que había pasado, y Raúl me decía: “si en realidad sabemos que este cuate
[abrazando a Nicolás] no es malvado, son sus jefes los que mandan a este pobre a hacer el trabajo
sucio”. Continuaron quejándose de los actos de extorsión dirigidos a comerciantes del barrio, llevados
a cabo por funcionarios del gobierno local. Nicolás y yo nos teníamos que retirar, y finalmente nos
despedimos de ellos. Cuando quedamos solos, le pedí que me contara qué era lo que había ocurrido.
Me repitió que le habían reportado que un comerciante había modificado la vía pública y acudió para
ver de qué se trataba. Notó que éste había colocado la pancha de cemento, y al no contar con permiso,
procedió a comunicarse con una de sus jefas en la Dirección territorial. Ésta le indicó que cerrara el
asunto pidiéndoles una cuota única de 500 pesos, los cuales tendrían que ser entregados a su jefa al
concluir su jornada. Sin embargo, al gestionar la mordida, Nicolás encontró resistencia por parte del
comerciante. Éste alegaba que era injusto que le quisieran cobrar, ya que muchos otros puestos
también tenían modificaciones. Nicolás explicó que todos ellos en su momento tuvieron que pagar
su respectiva “mochada”. Sin estar muy convencido por ello, el comerciante también reclamaba el
monto, el cual le parecía excesivo. Allí entonces intervino Nicolás para apoyarlo, porque me decía
que él entiende que se trata de gente que chambea y que no gana mucho dinero. Pero, además, la

227
gente con la que él interactúa son vecinos o conocidos, siempre lo ven caminando por las calles del
barrio y lo saludan, por lo que para él es importante estar en buenos término con ellos. Fue entonces
que llamó nuevamente a su jefa para comunicarle que los comerciantes se estaban negando a pagar.
Tras negociar con ella, logró acordar que pagaran 250. El dinero se lo entregó a su jefa al concluir su
jornada y de ese monto no le dio nada. “Yo le entregué la lana y ella me mandó solamente a traer una
torta con el policía de las oficinas. Es gente cabrona que no comparte, todo lo quieren acaparar”. Así,
la intervención de Nicolás en este caso, como en muchos otros, se encuentra marcada por esos
propósitos conciliadores y mediadores que implica llevar a cabo su trabajo de manera efectiva y
segura.
En el caso referido, vemos que la actuación de Nicolás ante el comerciante se expresa con una
disposición a ayudarle, aunque esto supone límites, ya que tampoco podía eximir a aquél del pago de
la cuota. Debido a que también se veía obligado a cumplir con el mandato de su jefa, estaba
imposibilitado para aceptar el argumento del comerciante. Sin embargo, la mediación para reducir el
monto aparece cifrado como una ayuda de su parte, al mismo tiempo que no deja de significar un
favor incrustado en una trama de extorsión que involucra al estado. Ahora bien, la intervención de
Nicolás representa un ingreso para su jefa, quien confisca el dinero de la cuota, y sólo comparte con
él “una torta”. Por otro lado, el comerciante ahorra 250 pesos gracias a la gestión de Nicolás, pero
tampoco comparte nada de ese dinero con él. Si la economía de favores supone reciprocidad, ¿qué es
lo que recibe Nicolás en todo esto? Con base a meses de estar con él, de observar la manera en que
teje relaciones de amistad con la gente y a partir de lo que él mismo me explicaba sobre cómo y por
qué hacía las cosas, era evidente que él estaba procurando construir un entorno seguro, en el que se
sintiera resguardado. Para él, el reconocimiento de parte de los comerciantes y vecinos del barrio
como una persona “buena”, como se refirió Raúl arriba, era su objetivo. En ello podemos atisbar los
principios de esa ética que mencionaba anteriormente, en la cual Nicolás buscaba sobre todo “ayudar”
sin esperar recibir nada a cambio. O por lo menos, no exigirlo, como le había enseñado su antiguo
jefe Gilberto -de quien hablé el capítulo anterior. Para comprender mejor esto, debemos mirar esa
ambivalencia que se encuentra en los intercambios de favores, ya que éstos también se estructuran
sobre la reciprocidad, por lo que envuelven un sentido de la deuda -del verse obligado a reciprocar.
Y como mencioné, el ubicarse en estas cadenas de favores puede representar una gran ventaja, en

228
cuanto se reciben beneficios de distinta naturaleza, aunque también puede generar algunas
incomodidades, sobre todo una vez que retomamos el hecho de que los intercambios no
necesariamente implican lazos horizontales o simétricos. Por ejemplo, el mismo Nicolás se mostraba
a menudo con cierto disgusto frente a lo que consideraba, eran pequeños “abusos” por parte de su
amigo y mentor Gustavo. De acuerdo con aquél, Gustavo había sido un gran apoyo desde que había
ingresado al área de Protección civil, enseñándole muchas cosas sobre las labores específicas de su
trabajo, pero también mostrándole algunas estrategias para conducirse al interior de la estructura
burocrática. No obstante, reconocía cierta ambición en Gustavo. En numerosas ocasiones se quejaba
de que éste le pedía favores como el cubrirlo para determinada actividad, debido a que había quedado
de reunirse con una de sus amantes. El reclamo de Nicolás apuntaba no sólo a la recurrencia, sino a
que esto significaba incrementarle la carga de trabajo. A pesar de ello, siempre aceptaba hacerle este
tipo de favores, ya que no olvidaba los apoyos que Gustavo había hecho por él en otros momentos.
Un día en el que justamente Nicolás recalcaba el hecho de que, para mantenerse a salvo en el
barrio, era fundamental no imponer cuotas a sus vecinos, me dijo: “mucha gente no entiende esto.
Algunos compañeros de la Dirección territorial me dicen ‘eres bien pendejo, güey. Tienes un montón
de ocasiones para sacar lana y no lo haces’. Pero no entienden que uno lo hace por ayudar, y pues
también porque uno anda siempre en la calle y es mejor llevarla bien con la gente, no ser gandalla”.
De este modo, en los intercambios que establecen los burócratas de calle con las personas, siempre
puede aparecer esa tensión en la que el favor se confunde con la coerción o extorsión. Por un lado,
porque como mencionaba, muchos de los trámites o negociaciones en las que participan los
burócratas “ayudando” a las personas se encuentran ligados con esa otra esfera que está detrás de ellos,
es decir, el estado o el aparato burocrático en su conjunto, el cual hemos visto que muchas veces se
ve como saqueador. Por tanto, las mediaciones que realizan para agilizar trámites, pasar por alto
infracciones o simplemente brindar servicios que forman parte de su trabajo, no dejan de estar
enmarcados en un contexto en el que nunca se sabe con certeza qué es lo que espera la otra persona
a cambio. Esto último señala ciertas incomodidades que derivan del ser receptor de ese don en forma
de favor. Cierro el apartado con un último ejemplo. Una tarde en la que estábamos cansados después
de haber caminado mucho, Nicolás y yo fuimos a tomar un descanso a su casa. Allí estaba Clara –su

229
madre- trabajando. Ella es costurera y suele recibir encargos de parte de un grupo de comerciantes
coreanos para remendar algunas prendas que presentan defectos de fábrica.
En aquel momento, Clara se encontraba cosiendo con su máquina unos pantalones miniatura, los
cuales servirían como bolsas de dulces para ser entregadas a los niños en una piñata (fiesta de
cumpleaños). El trabajo había sigo encargado por una sobrina suya, quien además de solicitarle las
bolsas, los había invitado a la fiesta de su hijo a ella y a Nicolás. Clara me contaba todo estoy y me
mostró la invitación: una tarjeta decorada, con colores beige y café, envuelta en papel celofán
transparente. En ella, se leían los pormenores de la fiesta: el nombre del niño, de los padres, de los
padrinos, el lugar de la fiesta, y el número de invitados, que en este caso eran dos. Les comenté que
me parecía muy elegante todo, tanto la invitación, como las bolsas de dulces que iban a entregar a los
niños. Ellos me dijeron que se trata de familiares que les ha ido bien económicamente, y con los
cuales tienen una relación más o menos distante, ya que la sobrina de Clara ha perdido contacto con
su parentesco de Tepito. Según me contaban, no habían tenido contacto con ella en mucho tiempo,
cuando sorpresivamente se acercó a su tía para solicitarle la elaboración de las bolsas, y para invitarlos
a la fiesta de su hijo.
Sin embargo, para ellos había una razón por las que se explicaban esa aparición repentina de su
familiar. Unas tres semanas antes de que Clara recibiera la visita de su sobrina, tuvo lugar un pequeño
evento en las calles de Tepito. Una noche, Nicolás estaba regresando a casa después de tomar unas
cervezas, cuando notó que un par de policías estaban inspeccionando a un muchacho, adolescente en
apariencia. Como es costumbre suya, Nicolás se acercó a ver qué ocurría, y reconoció al hijo mayor
de la prima en cuestión. Los policías estaban tratando de extorsionar a su sobrino, utilizando el
argumento de que éste estaba conduciendo la moto sin casco, por lo que representaba una infracción.
Nicolás se presentó con los oficiales, a quienes no conocía, intercediendo por su sobrino. Les pidió
de favor que dejaran al muchacho irse, a lo cual respondieron negativamente los policías. Entonces,
con un tono menos amigable y más confrontativo, Nicolás les aclaró a los oficiales que él tenía el
número personal del jefe del sector policiaco, y que si no accedían a soltar al muchacho, iba a llamarlo

230
para quejarse. Ante la amenaza, los policías decidieron retirarse, liberando al sobrino156. Una vez
exonerados de esa pequeña molestia, Nicolás tranquilizó a su sobrino, y le dio su número personal,
dejándole claro que podía llamarle por teléfono cuando estuviera en una situación semejante, para
que él acudiera a apoyarlo.
Así, para Nicolás, el gesto de la invitación de su prima, después de muchos años de nunca haberlo
buscando ni invitado a otros eventos familiares, era un favor que ella estaba devolviendo por la ayuda
que aquél había brindado a su hijo mayor aquel día. Nicolás me dijo que no iría a la fiesta, porque no
le interesaba, se le hacía aburrido ir a una piñata y estar rodeado de puros niños y padres, sin poder
beber alcohol ni bailar. Pero también se mostraba renuente a corresponder a lo que parecía la
devolución de un favor por parte de su prima, es decir, Nicolás buscaba poner un freno a la relación
con ella, a quien juzgaba como hipócrita. Sin embargo, el que la prima encomendara el trabajo de
fabricar las bolsas de regalo para los niños invitados de la fiesta, también aparece como parte de esa
devolución, lo cual sugiere que las tramas de favores involucran unas redes más que relaciones
diádicas entre dos partes.

Conclusión: la economía de favores en el régimen

Ante las demandas contemporáneas que ciertos sectores enuncian en las cuales se clama por el
estado de derecho y por la formalidad burocrática, como elementos constitutivos y necesarios del
estado democrático moderno, en este capítulo he expuesto empíricamente cómo opera el estado a
nivel local en Tepito. Lo que he querido mostrar, distanciándome de las imágenes fantasiosas de la
burocracia weberiana –que tantas ilusiones y pesadillas suscita al mismo tiempo–, cuya metáfora de
las máquinas aceitadas entusiasma a algunos, es que más bien las experiencias del estado, a nivel local,
se componen por agentes que, para poder llevar a cabo sus actividades especialmente en entornos
marcados por la inseguridad y la precariedad material, recurren constantemente a redes de amistad y
familiaridad para facilitarse la vida y mantenerse a salvo.

156
Una vez más vemos el asunto de la recursividad de la autoridad o de las imágenes de peso, es decir, cómo en las
interacciones cara a cara siempre surgen apelaciones a otras personas o instancias, quienes certifican o respaldan a la
persona que les invoca, colocándolo como un “alguien” influyente (Yeh 2018).

231
Así, interesa reflexionar sobre cómo el estado, en el curso de la transición democrática, se ha
venido ajustando a los reclamos de incorporar esquemas de legalidad, formalidad, profesionalización,
cuando a diario muchos burócratas laboran en condiciones en las que justamente estas medidas causan
disonancias en la forma en que se han gestionado localmente muchas cosas. Por otro lado, lo que
quiero destacar aquí, es que, en gran medida, las interacciones entre los agentes estatales y las
personas que pertenece a la sociedad local están impregnadas de afectividades, solidaridades, por lo
que constantemente se movilizan los lazos de amistad o de parentesco. Sin embargo, esto no sólo
acontece en las relaciones entre burócratas y clientes o ciudadanos, quienes se encuentran “fuera del
estado”, sino que se aprecia también al interior de los agentes estatales. Algunas de las observaciones
que aquí reproduzco, en ese sentido, ofrecen claves para comprender cómo funciona el estado en
México. Si bien me concentro, como he dicho, en la capa más baja de la estructura burocrática, lo
que sugiero es que la presencia de la economía de favores atraviesa los niveles de gobierno157.
Por último, no busco romantizar el papel que desempeñan los burócratas de calle. Considerando
el material expuesto en este capítulo y en el anterior, podemos observar cómo muchas veces los
favores se rozan con las extorsiones, principalmente a partir de las presencias más lejanas de los
funcionarios o estructuras estatales más elevadas. El hecho que estos últimos requiera
indispensablemente la mediación de los burócratas de calle, impregna de cierta dosis de ambigüedad
la percepción general que se tiene del estado y sobre la labor que aquellos realizan diariamente en las
interacciones cara a cara. Así, dependiendo los casos o momentos específicos, pueden ser vistos como
amigos o como representantes de los extorsionadores. Una cuestión que surge cuando miramos los
materiales analizados en este capítulo y el anterior, es qué elementos o rasgos distinguen al favor de
la extorsión. Lo que sugiero es que el sentido de amistad, a pesar de lo ambiguo que pueda resultar,
adquiere una relevancia particular, ya que funciona para indicar un tipo de relación en la cual, aunque
puedan existir algunos abusos -como los que reclamaba Nicolás acerca de Gustavo-, se asoma un
sentido de justicia y legitimidad en los intercambios. En otras palabras, tal vez las distinciones entre
un régimen predatorio y uno de favores son bastante más sutiles y dependen básicamente de

157
Ver la literatura sobre las camarillas y la importancia que la lealtad, el parentesco y la amistad ha tenido entre las
distintas élites locales y nacionales en todo el México posrevolucionario (P. H. Smith 1979; Camp 1984; Hernández
Rodríguez 1998)

232
apreciaciones subjetivas o interpretativas, en las cuales los sentidos de reciprocidad y de extracción
buscan separarse.

233
CAPÍTULO 6
Inseguridad y vigilantismo

Después de un par de intentos infructuosos por reunirme con Ismael –un hombre de unos 40 y
tantos años, bastante corpulento-, finalmente pude conversar con él un sábado por la mañana. Mi
interés radicaba en que él dirige un grupo de vigilantes ligado a una de las asociaciones de
comerciantes más grande de Tepito. Me recibió en su despacho aquella mañana. Yo inicié
presentándome como estudiante de posgrado y mencioné que me interesaba poder seguir al grupo
de vigilantes en sus labores cotidianas para mi investigación. Ismael consintió mi petición
inmediatamente –en realidad yo ya había recibido la aprobación de su tío, quien funge como dirigente
de la Asociación– y muy pronto conversamos con cierta soltura. Esto último no es muy usual en el
barrio. Debido al entorno del barrio, marcado por la violencia y la inseguridad, las personas suelen
mostrarse siempre con mucha cautela frente a desconocidos (vimos esto en el capítulo cuarto). Sin
embargo, me vi sorprendido por la amabilidad y la apertura de Ismael, quien en un principio lucía
como un tipo hosco. Al preguntarle por los orígenes del grupo de vigilantes, me contó que años atrás,
se registraban constantes robos en las calles donde se ubican los comerciantes agremiados a su
Asociación. La situación de inseguridad afectaba por igual a clientes y vendedores. Sumado a esto,
Ismael señaló que no sentían ninguna confianza por las policías que patrullan la zona. Incluso cuando
se acudía a ellos, su intervención era casi inexistente, por lo que la gente de su Asociación se sentía
desprotegida frente a los delincuentes. Fue entonces que su tío, junto con Ismael y algunos otros que
participan en la administración de la Asociación, decidieron hace unos cuatro años conformar su
propio grupo de seguridad, al cual llaman “los vigilantes”.
Cuando me hablaba acerca de los criterios que siguieron para reclutar a los miembros de este
grupo, apareció algo que desde aquel momento me pareció interesante, aunque pasarían meses
después para que reflexionara sobre lo relevante de esta parte de su relato: “Verás, nosotros
consideramos que el barrio tiene sus cosas, hay que conocerlo muy bien. De ahí que dijimos que ‘para
que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo’. Los muchachos que jalamos tienen que ser del

234
barrio, es decir, conocer los movimientos, las tácticas, el modo en que operan los malhoras”. A partir
de mi trabajo de campo acompañando a este grupo de vigilantes en sus actividades diarias, fui
comprendiendo algunos aspectos más precisos sobre qué significaba “ser del barrio”, y porqué esta
característica resultaba fundamental para la organización de la seguridad que buscaba establecer la
Asociación.
En este último capítulo entonces recojo el material que recolecté a través de los seguimientos que
realicé al trabajo de los vigilantes del grupo de Ismael. A lo largo de cinco meses me mantuve
alternando mis recorridos con mis informantes de Protección civil con las visitas y acompañamientos
a los muchachos que se encargaban de la seguridad en las calles donde se localizan los comerciantes
agremiados de la Asociación. Las observaciones y reflexiones que aquí presento buscan retomar
algunas de las discusiones tratadas en capítulos previos de esta tesis. De manera particular, me interesa
pensar la conformación de este grupo de vigilantes como una forma específica por medio de la cual
se pretende crear un sentido de protección. A partir de este caso puntual, pero considerando que no
se trata de un fenómeno aislado en el barrio, puesto que se aprecian iniciativas similares en otras
asociaciones y mercados de la zona, sugiero pensar el vigilantismo en Tepito como parte de los
esfuerzos por constituir cierto orden local, el cual aparece en permanente tensión con la idea del
estado. Frente a la mencionada desconfianza generalizada que se tiene de la labor de las policías
estatales, como indicaba Ismael arriba, aunada a la visión que conecta a esta corporación pública con
la extorsión y los usos excesivos de la fuerza (capítulo dos y cuatro), considero que la reivindicación
de lo local en este tipo de contextos señala no sólo un interés por demarcarse ante las fuerzas del
orden estatal, sino que, además, como muestro más adelante, el vigilantismo se halla articulado a esos
regímenes económicos arraigados fuertemente en el barrio.
Por otra parte, a lo largo del capítulo destaco algunos temas abordados durante los últimos años
en México, en los cuales hemos visto surgir distintas formas de vigilantismo en medio de la crisis de
violencia e inseguridad. Me refiero básicamente a los grupos de autodefensas y a las policías
comunitarias158, aunque también podemos ver manifestaciones como linchamientos o vecinos
organizados para patrullar o vigilar las calles en algunas colonias de la Ciudad de México (Vilas 2001;

158
Aunque algunas policías comunitarias en Guerrero surgieron desde la década de los 1990s.

235
Martínez Sifuentes 2001; Estrada Castañón 2014; Sierra 2013; Berber 2017b). En todos los contextos
en los que han emergido estas expresiones de vigilantismo, la inseguridad aparece como el marco
desde el cual se explica el origen del fenómeno. Sin embargo, la crisis de violencia en la última década
ha sido expandida a nivel nacional, y no en todos lados se observan estas respuestas, lo cual produce
algunas interrogantes. Por otro lado, desde los medios de comunicación se ha promovido casi
unánimemente el relato del estado fallido y de la ausencia o el abandono de las instituciones de
seguridad como la gran causa del vigilantismo159. Lo que esta interpretación olvida, es que muchas
de estas reacciones han sido incitadas justamente en contra del estado, es decir, como una defensa
frente a la presencia de los aparatos de seguridad y justicia (Rowland 2005; Sierra 2013).
Algo que ha mostrado la literatura sobre este tema (además del aspecto global que adquiere en el
mundo contemporáneo) es que la implementación de estos mecanismos de protección con arraigos
locales, de alguna manera, se propone suplantar esa función de seguridad que teóricamente ha sido
un elemento constituyente de los estados modernos. De este modo, el vigilantismo se presenta no
sólo como una respuesta al vacío o a las fallas del estado, sino que representa un ejercicio más o menos
soberano mediante el cual se pretende instaurar un orden territorial delimitado, y para el cual se
invocan ciertos valores éticos y estéticos (Huggins 1991b; Pratten y Sen 2008). Es importante,
entonces, enfatizar ese aspecto ideológico alrededor del vigilantismo, ya que uno de los efectos que
produce o pretende generar, es la conformación de fronteras sociales -aunque sean borrosas- que
dividan los principios morales de lo local, en oposición a lo demás -el estado, por ejemplo. El material
etnográfico que expongo nos muestra a los vigilantes ejerciendo labores de patrullaje y regulación de
algunas calles, administrando accesos y sancionando los comportamientos.
Por otro lado, veremos que se encuentra presente también la disposición al uso de la fuerza como
uno de los elementos que sostienen la autoridad de este grupo. Acompañando esto último, la
actuación de los vigilantes emula los estereotipos y las visiones de los policías -a quienes suplanta-,
produciendo así una impresión en la cual observamos una mimesis entre ambas organizaciones,

159
Carlos Ramírez, “Autodefensas prueban Estado fallido”, El Financiero, 12 de agosto de 2013; “El caso Michoacán
prueba la condición de Estado fallido de México: Cepad”, La Jornada, 18 de enero de 2014; Hugo César Moreno, “¿Estado
fallido? Vigilantes y autodefensa”, Metapolítica, 19 de septiembre de 2015; Max Fisher y Amanda Taub, “¿Pueden las
autodefensas de Michoacán crear un mini-Estado funcional?”, 19 de enero de 2018.

236
parecido a lo que señala Aretxaga (2000). Como resultado de ello, podemos notar cómo los
significados de la protección local entrañan confusiones y perplejidades, en tanto que la figura de los
vigilantes, quienes aparentemente son constituidos y reivindicados como verdaderos representantes
de la seguridad del barrio, resultan ser también agentes extorsionadores cuyo uso de la violencia los
sitúa en el mismo costado de las policías estatales. En esto es importante traer a cuenta esos rasgos
que señalaba Ismael acerca del “ser del barrio” y el conocer las estrategias de los “malhoras”: el
pertenecer a esas redes y círculos de amistad y familiaridad del barrio, los vigilantes están de alguna
manera vinculados con el mundo de su opuesto, es decir, “la rata”, a quien pretenden combatir. Así,
en el capítulo muestro cómo el hecho de que la actividad de los vigilantes se halle inscrita en la vida
social del barrio, significa que están integrados a los regímenes económicos que he analizado antes.
En otras palabras, sus labores cotidianas se deslizan entre el favor y la coerción, entre la protección y
la extorsión.

Para que la cuña apriete… los muchachos del barrio

Una vez que Ismael consintió que yo acompañara a los muchachos, llamó por radio a Gonzalo,
quien lo asiste en la dirección del grupo. Éste llegó a la oficina e Ismael le encomendó que me llevara
con los vigilantes y me los presentara. Así, Gonzalo y yo nos dirigimos a la calle de Palomares, la cual
concentra un gran número de comerciantes agremiados a la Asociación. En la esquina de Palomares
y la avenida principal, hallamos al Oso y a Ramiro. Si bien Ismael, Gonzalo y posteriormente todos
los muchachos me dijeron que no hay jerarquías en el grupo, resultó claro que el Oso ostenta una
posición sobresaliente. Es un tipo alto, moreno, delgado pero fuerte. Desde el momento en que
Gonzalo me presentó con él, quedó una sensación de que era una persona en quien depositaba mucha
confianza, probablemente porque el Oso es el vigilante que lleva más años dentro del grupo (tiene
casi tres años). Fue él quien me orientó en mis primeros recorridos. Aquél día, caminamos por las
diferentes calles en las que operan. Me explicó que el grupo cuenta con 15 elementos, los cuales son
distribuidos en las zonas donde hay puestos y locales de agremiados de la Asociación. Ninguno de
ellos usa uniforme, sin embargo, todos portan un gafete que los identifica como miembros de la
agrupación. Además, todos llevan consigo un radio comunicador, artefacto clave en el desempeño de

237
sus labores, ya que les permite mantener cierta coordinación y compartir información sobre lo que
ocurre en los diferentes puntos.
Conforme fui conociendo poco a poco a los muchachos, se hacía más evidente que su incursión
estaba lejos de ser azarosa. Al conversar con ellos sobre el porqué habían ingresado, notaba que había
dos motivos recurrentes. En primer lugar, en la mayoría de ellos, había algún antecedente con
trabajos que implicara el uso de la fuerza160. Por ejemplo, Saúl, un pelón de 36 años de edad y uno
de los más fuertes del grupo, trabajó durante algunos años como cadenero en diferentes bares de la
ciudad. Antes de ingresar a los vigilantes, se desempeñaba como cadenero en un antro de la Zona
Rosa. “En esa otra chamba igual me tocó darme unos tiros, porque ya ves que hay gente que se pone
bien pesada cuando está borracha, y pues toca sacarlos y entrarle a los guantes si es necesario”. Tiene
medio año que Saúl entró con los vigilantes y hasta ahora, parece satisfecho: “Acá es un poco más
tranquilo todo, y pues estoy cerca de mi casa y conozco a toda la banda. Es cansado, pero se me hacía
más pesado estar en la otra chamba”. Por su parte, Pascual formó parte de la policía judicial hace
muchos años atrás. Cuando Ismael recurría al dicho “para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo
palo”, aludía al hecho de que algunos de los muchachos que han sido reclutados por su grupo, han
tenido antecedentes penales relacionadas con actividades criminales. En el caso de Pascual, se sintetiza
la imagen ambivalente del policía que incursiona en la esfera delictiva. Mientras trabajaba en la policía
judicial, se vinculó con algunos socios que transportaban droga entre la Ciudad de México y los
estados de Puebla y México, hasta que fue detenido y sentenciado a quince años de cárcel. Pascual
estuvo en prisión solamente la mitad de la condena, para regresar después a Tepito y buscar cómo
ganarse la vida. Así, su trayectoria prácticamente le cerraba las puertas a cualquier otro empleo que
hubiera pretendido obtener, excepto en el grupo de vigilantes de Ismael. Debido a su experiencia
dentro de la corporación policiaca, pero también gracias a su conocimiento del “mundo delictivo”,
tanto en los años en que trabajó en el narcotráfico, como por los contactos que tuvo en la cárcel,
Pascual tenía un perfil que encajaba muy bien para los objetivos de los dirigentes de la Asociación de
comerciantes.

160
Ver los casos que presenta Volkov (2002) sobre el reclutamiento de los empresarios violentos, en donde también
es importante la fuerza física.

238
En segundo lugar, tanto en el caso de Saúl como de Pascual, hubo una mediación familiar para
ponerlos en contacto con Ismael y su tío. Para éstos últimos, era importante tener gente de confianza,
por lo que las recomendaciones de personas a quienes conocían bien desde hacía muchos años, les
simplificaba la búsqueda del personal, al mismo tiempo que aseguraban no admitir personas de
quienes no supieran nada y, por tanto, pudiera llegar a sospechar. Además, la recomendación basada
en vínculos familiares supone cierto tipo de rendición de cuentas, en tanto que la persona que funge
como intermediaria en el reclutamiento, de algún modo “da la cara” por su pariente. Así, a raíz de
conocer a los vigilantes y sus historias personales, y gracias al acompañamiento que realicé durante
varias semanas con ellos, poco a poco reflexioné sobre lo que significaba “ser del barrio” y por qué
era importante para Ismael y los demás.
De entrada, se trataba de poseer una conducta presta al pleito, que está ligada con la figura del
“canijo”, del “cabrón”, es decir, de la persona que no deja ser abusada, pero también con la actitud
del “agandalle”, del “andar vergas”, esto es, estar un paso adelante, no sólo saber reaccionar sino
anticipar. Probablemente la idea de que la gente del barrio, tanto hombres como mujeres161, tengan
estas cualidades idealizadas, proviene de la tradición del pugilismo (Ramírez 1983; Monsiváis 2014a;
Allen 2013) y de toda la narrativa histórica de lucha que se sintetiza en el slogan “Tepito existe porque
resiste” (ver la discusión del primer capítulo sobre las imágenes y leyendas de Tepito). Por otro lado,
era notorio que los muchachos han llevado a cabo un cuidado particular de sus cuerpos, especialmente
respecto a forjar una musculatura que les permita desarrollar un performance de autoridad.
Además de ello, el que los vigilantes fueran de allí, es decir, locales del barrio, significaba que
estaban integrados a redes sociales que les permitían realizar con mayor seguridad y eficiencia su
labor. Me refiero a que, al contar con amigos y familiares en el barrio, los vigilantes agudizan sus
observaciones, por lo que además de conocer los “movimientos” y las “tácticas” de los “malhoras”,
resultaba más útil el que tuvieran información sobre quiénes eran esos “malhoras”. Por ejemplo,
Pascual me contaba en una ocasión que frecuentemente, se topa con amigos suyos del barrio con los
que convivió durante su estancia en el reclusorio norte.

161
Las mujeres “cabronas” son una figura un tanto mediatizada, pero muy representativa, del reconocimiento que la
gente del barrio dedica a aquellas mujeres que con base a un carácter “fuerte”, logran “salir adelante” con sus esfuerzos.

239
No sabes cuánta gente de Tepito hay allá, está lleno de gente del barrio. Después nos volvemos a
topar por acá. Seguido me encuentro con cuates: ‘¡qué onda, canijo, ¿cómo estás?!’, y así, uno saluda
a la banda a cada rato. Algunos cuando les digo que ando chambeando en la seguridad, me dicen ‘no
seas malo, carnal, dame chance para robar’, pero les digo ‘no friegues, carnal, ahorita no te puedo
ayudar, si es mi chamba estar cuidando aquí’. Cuando me piden chance para robar o sacar lana, les digo
que se muevan un poco, hacia las calles donde ya no me corresponde vigilar. Que no sean canijos y
flojos, porque salen y quieren todo fácil. Que por lo menos le trabajen un poquito más y salgan a buscar
por otros lados.

De este modo, el ser del barrio representaba una posición en la cual se destacaba el formar parte
de los regímenes económicos locales, es decir, están envueltos y participar en esas redes de intimidad
y proximidad con los diversos actores. Esta idea implicaba que al reclutar a personas que, debido a
ese arraigo con el barrio, principalmente estuvieran orientados por “intereses locales”, evitaban
agregar a la vida social a gente “externa” que tuviera lealtades u objetivos distintos. Un ejemplo claro
de esto es el conflicto que se tiene con las policías preventivas del gobierno de la Ciudad de México,
a las cuales, no sólo se les considera como actores pasivos, sino que también se desconfía de ellos
tanto por su supuesta actividad criminal, como por sus extorsiones ancladas en la figura de autoridad
que representan. Sobre esto regresaré más adelante.
En cuanto al trabajo que realizan los vigilantes, resultaba ser extremadamente monótono.
Contrariamente a lo que muchos pudieran imaginar –debido a la imagen pública de Tepito como
barrio peligroso–, las calles repletas de puestos y personas caminando, ofrecen pocos asuntos
relacionados con los delitos. Los muchachos pasan prácticamente toda la jornada de pie –de diez de
la mañana a seis de la tarde–, situados en los entrecruces de las calles, y de vez en cuando cambian
posiciones, lo cual es aprovechado para hacer una especie de rondas y vigilar que todo esté
funcionando correctamente. Por otro lado, su labor se concentra principalmente en las observaciones
que llevan a cabo. Pasé con ellos semanas en las que la charla era breve, casi mínima en ocasiones,
mientras que la mayor parte del tiempo del trabajo consistía en mirar personas caminar. Algunas
veces nos quedábamos en silencio un largo rato, hasta que veíamos algo que nos llamaba la atención
–ya fuera una muchacha guapa, un sospechoso, algún conocido a quién saludar o alguna cosa chistosa–

240
y se rompía el hielo. “¿Cómo ves, Arturo, no te aburres?, me preguntó una tarde el Oso, mientras
estábamos de pie, recargados en un puesto, observando gente. “No, todo esto me parece muy
interesante. Seguramente porque es muy nuevo para mí”, le contesté. “Qué cosas, si fuera por mí,
yo ya me hubiera ido a descansar. Me aburro mucho, sobre todo entre semana, que todo está más
tranquilo”. Después de eso, nuevamente el Oso y yo quedamos en silencio, en espera de que la
jornada concluyera o que algo nos extrajera de nuestro letargo.
El asunto de la monotonía y el aburrimiento en las tareas de los vigilantes es un primer punto con
el cual podemos trazar ese paralelismo o mimesis respecto de lo que hacen las policías estatales. En
su trabajo etnográfico con agentes policiacos en un distrito parisino, Didier Fassin (2013) señala que,
a contracorriente de esas imágenes saturadas de espectacularidad que aparecen en los medios de
comunicación, en donde las policías aparecen llevando a cabo inspecciones, operativos o simplemente
“combatiendo” a los delincuentes, él encontraba que las actividades rutinarias de patrullaje estaban
caracterizadas principalmente por el aburrimiento de la repetición y la monotonía. Los agentes
policiacos, según nos muestra, pasaban sobre todo horas y horas esperando a que surgiera algo,
observando, aguardando paciente y desesperadamente. En cuanto a Tepito, en su trabajo sobre los
trabajos policiacos, Padilla Oñate (2014) subraya la constante inactividad y poca participación que
tienen en la zona, lo cual coincide con lo que indicaba Ismael arriba, es decir, que no se cuenta con
ellas -a la vez que no se les solicita su intervención. En el capítulo dos también me he referido a ese
contraste entre la espectacularidad de los operativos y la invisibilidad que tiene el trabajo de patrullaje
en el barrio, lo cual apunta a que sólo en esas intervenciones masivas la policía adquiere presencia y
fuerza. Retomando el caso de los vigilantes, más adelante describiré cómo ellos también recurren a
la intervención colectiva para imponer su autoridad. Sin embargo, por ahora resalto ese tema del
aburrimiento, ya que veremos después algunas de las consecuencias que esto tiene en la gestión que
hacen de la calle.

La precarización laboral

241
Además del aburrimiento que experimentan diariamente los vigilantes, el trabajo que realizan los
deja exhaustos162. El agotamiento físico que sufren explica en parte la poca interacción que hay entre
ellos dentro y fuera del ámbito laboral. Si durante el trabajo no charlan mucho entre sí, el contacto
mutuo una vez que concluye la jornada, es prácticamente nulo. Cuando platicábamos sobre el tema,
todos coincidían en que no son amigos, sino colegas. Nunca salen juntos a cenar o a tomar algo una
vez que finalizan sus labores. Y aquí se suma el hecho de que la mayoría de ellos tienen familia, por
lo que apenas se desocupan, prefieren ir a casa a descansar. Las extenuantes jornadas les requieren
que eviten desvelos, por lo que su vida se desenvuelve en una rutina sosegada, que implica cierta
disciplina corporal, lo cual contraste con las actividades de divertimiento y relajación entre muchos
otros muchachos del barrio.
En cuanto al salario que reciben, es verdaderamente bajo. Tomando en consideración que, como
dije recién, casi todos ellos son padres de familia y ejercen como proveedores del sustento del hogar,
se ven en la necesidad de buscar otras fuentes de ingreso, por lo que suelen tener “dobletear chambas”.
Así, por ejemplo, el Oso me contaba que los martes, que es el día que descansan todos, aprovecha
para ir al mercado de Chiconcuac para apoyar en un puesto de ropa que tiene su familia. De ahí extrae
algo de dinero extra, pero complementa con otras actividades. Una tarde fui testigo de ello. Nos
encontrábamos situados en una de las esquinas en las que se fijan los sitios de vigilancia, cuando de
pronto se acordó que tenía que pasar a recoger algo. “Vente, Arturo, acompáñame que tengo que ver
un pendiente”. Llamó por radio a los muchachos y ordenó un intercambio de posición con los que se
hallaban en otro punto. En el camino, el Oso se detuvo para saludar a un tipo que atendía uno de los
puestos. Estábamos en una calle que se especializa en el área de aparatos electrónicos. El Oso y su
amigo del puesto interrumpieron su charla amistosa y abordaron un negocio. El chico del puesto le
ofrecía tres teléfonos celulares al Oso, quien los miraba con cierta cautela. Después de un breve
regateo y algunas aclaraciones sobre los teléfonos, se concretó la operación. Nos despedimos de su
cuate, y nos dirigimos al nuevo punto donde nos tocaba vigilar. Ya instalados, me contó el Oso que

162
Este tipo de fatiga física que se observa a raíz del estar aburridos, alternando el estar de pie largas horas y sentarse
por momentos, siempre en espera de que ocurra algo, guarda algunas similitudes con el trabajo que describí de mis
amigos comerciantes en el capítulo tercero.

242
suele revender algunas mercancías, como teléfonos, tenis, ropa o bolsas de mujer, entre sus amigos
y conocidos.
Por su parte, Ramiro y Miguel organizan sorteos. Era bastante común verlos vendiendo números
entre los vendedores de los puestos. Un tiempo atrás, ambos iniciaron juntos con la organización de
las rifas. Sin embargo, Miguel me platicó un día que había decidido frenar el negocio con Ramiro,
porque había notado que éste “agandallaba” el dinero recaudado, además que un par de veces había
estafado a los participantes. “Algún día se va a meter con un cuate que lo va a poner en su lugar, y yo
no quiero estar metido en esos asuntos”. La renuncia de Miguel estuvo en su momento acompañada
por un rechazo general entre el grupo de vigilantes hacia la actitud de Ramiro, generando cierto
aislamiento en él. De alguna manera, el percatarse de ese comportamiento “gandalla” en él, es decir,
de su capacidad de lucrar estafando a la gente, lo situó como alguien digno de poca confianza. Lo
cierto es que cada uno continúa organizando las rifas, sacando otra “lanita” complementaria. Por su
parte, Alfredo colabora con su madre en la venta de relojes de imitación, los cuales son vendidos
principalmente a locatarios de las calles del centro histórico, quienes a su vez revenden los productos.
Para realizar estas actividades sin descuidar el trabajo de vigilancia, los muchachos suelen tomar el
tiempo de la comida.
Al bajo salario que reciben los vigilantes, hay que añadir los riesgos que conlleva el trabajo. Es
decir, al combatir a (potenciales) delincuentes, se someten a disputas físicas que implican luchas o
amagues en el uso de fuerza, lo cual siempre genera algo de incertidumbre, en tanto que no saben si
los sujetos a quienes enfrentan portan armas o si pueden ser muy diestros en las peleas. Desde el
principio, el Oso me advirtió: “no te vayas a sacar de onda si te toca ver madrazos. Es parte de la
chamba, toca dar y recibir. Sobre todo dar, pero es porque no hay otra, a veces hay cuates que se lo
buscan”. Mientras me contaba sobre algunas riñas que ha tenido, me mostró una marca de dientes en
la mano izquierda. Esta huella quedó cuando el Oso pidió que se retirara de la zona a un tipo que
parecía borracho y éste se negó, provocando una pelea. El Oso no estaba solo, pero el otro tipo
presentó resistencia, por lo que los vigilantes recurrieron a la fuerza para moverlo. Entre el forcejeo,
el tipo soltó una fuerte mordida al Oso, quien como respuesta le golpeó duramente la cabeza. Le
pregunté si le había dolido la mordida, a lo cual me respondió: “sí, duele bastante. Pero el otro cuate
quedó peor”.

243
Pascual también me contó una mañana una anécdota sobre eso. La historia consiste en que se
encontraba haciendo sus rutinarias observaciones de la zona, cuando de pronto miró a un diablero
que pasaba sin gafete ni señal de autorización163. Se acercó a él para preguntarle si contaba con
permiso para circular mercancía por ahí. Éste respondió que no necesitaba permiso para cruzar la
calle. Airado, Pascual insistió cada vez con un tono más amenazante, lo cual encontraba como
respuesta una persistente negación de parte de aquél tipo. “Aquél estaba todo necio, no entendía
razones. Fue entonces que le dije: ‘mira mano, vamos a arreglar esto. Te ofrezco las manos [haciendo
gesto de desafío, levantando los brazos en defensa]. Si yo te parto la madre, te retiras y no vuelves a
pasar por acá. Si tú me madreas, pasas como si nada por acá, ¿te parece?’. El cuate se quedó como
pensando unos segundos, hasta que se echó para atrás malhumorado. Yo pensé ‘qué bueno que no
quiso pelear este canijo’, porque sí se veía correoso, se ve que pegaba bien, pero por alguna razón no
quiso”.
La situación de mayor riesgo que me tocó presenciar surgió de un asalto. Caminaba yo con Ramiro
y con Saúl sobre la avenida principal, cuando fuimos sorprendidos por unos gritos: “agárrenlo, es una
rata”. Inmediatamente miramos pasar corriendo a un tipo, el cual huía de otros tres que lo seguían.
Ramiro, Saúl y yo nos echamos a correr detrás de ellos. Por el radio, comunicaron a sus colegas sobre
la situación y dieron la descripción del sujeto que pretendía fugarse. Unas tres calles más adelante fue
detenido por otras personas que se sumaron a la persecución. Cuando alcancé a llegar al punto donde
estaban todos, noté que se había formado un alboroto que involucraba al menos unas veinte personas.
Hubo golpes, gritos, amenazas. Claramente se formaron dos bandos: uno conformado por los
vigilantes, los cuales poco a poco iban llegando a la escena, además de algunos otros comerciantes
que se sumaban, y por otro, algunas personas que defendían al agredido. Tras algunos intercambios
de golpes e insultos, vi salir a Pascual y a Ramiro del embrollo. Caminaron hacia mí y me dijeron que
regresáramos, que ya se había arreglado todo. Conforme fueron volviendo los muchachos, nos
reunimos para conversar sobre lo que recién había acontecido. Ramiro y el Oso nos contaron que
fueron ellos quienes alcanzaron al tipo que huía y que, al momento de capturarlo, el tipo sacó una
pistola. Hábilmente, entre ambos lograron tomarle el brazo que sostenía el arma, y lograron

163
Más adelante abordo el asunto de la gestión del espacio y cómo los vigilantes participan en ello, regulando el acceso
de los vendedores a las calles en las que operan los agremiados.

244
arrebatársela, mientras lo golpeaban. La paliza que le propinaron fue, en gran medida, una represalia
por el riesgo en que los había expuesto. Notablemente se encontraban agitados los muchachos.
Contaban con mucho entusiasmo lo que había pasado, pero se percibía al mismo tiempo, una
combinación de excitación, angustia y celebración, todo resultado de que se habían “jugado el pellejo”
y todo había salido bien. “Cómo ves, Arturo. Está cabrón, ¿no?”, me preguntó Ramiro, mientras se
sacaba el sudor con su playera. Es importante detenerse un instante en este evento. Arriba describía
el aburrimiento y la monotonía que caracteriza la labor de los vigilantes. En claro contraste, este
evento significaba una suspensión de esa rutina pasmosa, infundiendo en ellos una emoción que de
alguna manera imprimía sentido a lo que hacían164. Por otro lado, este tipo de maniobras también
justificaba su trabajo ante los ojos de la gente de la Asociación y frente a los públicos locales, en tanto
que se reproducían las imágenes confrontadas de “la rata” y los protectores.
Las condiciones precarias y de riesgo en que trabajan los vigilantes guarda mucha semejanza con
lo ocurre al interior de las corporaciones de las policías públicas. Como muestran Azaola (2009) y
Alvarado (2012), debido a los bajos salarios, los agentes policiacos habitualmente se ven en la
necesidad de realizar trabajos extras, siendo el más recurrente la venta de protección. Sin embargo,
como señalan los autores y como también he indicado en algunos pasajes de la tesis, la extorsión
siempre aparece como un recurso disponible y también sistemático. Esta precariedad que enfrentan
quienes se encargan de tareas de seguridad también alcanza a las empresas de seguridad privada. No
es casual que, tal como ocurre entre los policías privados que laboran en algunas colonias residenciales
de la ciudad (Díaz Cruz 2013), exista una gran rotación de personal entre el grupo de vigilantes de la
Asociación. Quizá por eso Ismael y Gonzalo depositan mucha confianza y autoridad en el Oso, quien
funge como un capitán de facto entre los muchachos. Lo normal es que no aguanten más de un año
en el trabajo. En todo esto, el grupo de vigilantes se parece menos a otros casos en los que las
funciones de patrullaje y supervisión están enmarcadas en códigos voluntaristas, como en grupos los
grupos de vecinos que se reparten tareas de vigilancia, o en aquellas agrupaciones en donde la

164
Esos brotes de emotividad y exaltación provocados por el enfrentamiento del enemigo y contenidos en la forma
de narrar los hechos, se asemeja a lo que describe Shoshan (2016:128-9) cuando sus informantes de extrema derecha
elaboran relatos llenos de dramatismo y emoción para contar sobre sus experiencias ante los agentes policiacos que
intervienen con violencia sobre ellos.

245
integración étnica o de usos y costumbres, suele imponer cierta “obligatoriedad” en las funciones
(Abrahams 1994; Hansen 2006; Pratten t Sen 2008; Sierra 2013; Rowland 2005; Estrada Castañón
2014). El vigilantismo de estos muchachos oscila entre el formato de una empresa privada y el de un
asociacionismo comunitario, del cual el elemento “local” sería lo más sobresaliente.
Pero en el caso de los vigilantes de Tepito, no existe un vínculo afectivo con el grupo ni con la
Asociación. Lo único que los mantiene ahí es el contrato altamente informal de trabajo. Esto significa
que ellos viven en la inestabilidad, buscando constantemente alguna otra oportunidad para cambiar
de trabajo. Pascual es quizá quien, con mayor congoja, se lamentaba de su suerte. Una tarde muy
cerca del final de la jornada, estábamos muy cansados. Compartíamos quejas sobre la fatiga que se
siente estar de pie tantas horas seguidas. Nos dolían las rodillas, los pies, la espalda. Entonces Pascual
sacó –como era más o menos habitual en él– el tema de su pasado, cuando como policía, prestaba
servicios a los narcotraficantes. Sus relatos estaban plasmados de nostalgia, pero no se extraviaba
solamente en el pasado. Al revés, sus añoranzas proyectaban un futuro esperanzador, expresaban el
deseo de recuperar esa vida –un tanto imaginada165. Me contó que tiene un hijo de 22 años, el cual
vive con la madre, en Mazatlán. En esos días, contemplaba la opción de llamar a su ex pareja para ver
si ella lo invitaba a vivir con ellos. “Si ella me dijera que fuera, yo podría echar unas llamadas a viejos
amigos, gente que tiene contactos. Me podría conectar nuevamente con los cuates que mueven droga,
para poder salir de aquí”.

Más que enfrentar al crimen

Hablando en términos muy generales, las policías suelen hacer una serie de cosas que nunca se
limitan a combatir a los delincuentes, de hecho, algunas de sus acciones más recurrentes es justamente
participar en la administración de negocios ilícitos (Hinton 2006; Alvarado 2012; Sain 2015). En un
sentido amplio, las corporaciones policiacas cumplen un rol fundamental en la constitución de
determinados órdenes locales, lo cual implica, entre muchas cosas, negociar las dimensiones legales

165
Todos los muchachos, en distintas ocasiones, bromeaban sobre Pascual, al cual veían como un poco loco. La idea
entre ellos era que Pascual había perdido un poco de sentido de realidad en la prisión, y que exageraba sus historias y
hazañas de la época pasada. Todos me decían que no creyera en sus historias, porque seguramente eran mentiras.

246
y extralegales, así como reproducir ciertas convenciones morales que sirven para juzgar las conductas
de las personas (Newburn y Reiner 2007). De este modo, hay toda una literatura que analiza la
manera en que las policías despliegan su discrecionalidad, activando prejuicios raciales y de clase,
cuyos resultados derivan en una hostilidad sistemática dirigida a poblaciones minoritarias y
desventajosas (Wacquant 2009; Simon 2007; Alexander 2010; Tonry 2011).
Por su parte, el vigilantismo, pensado como una forma de suplantación o reemplazo de las
funciones de seguridad que, en sentido legal, corresponden a las policías, también busca imponer
tácticas de regulación social que se desprenden de mandatos morales y estéticos. El aspecto ideológico
de los vigilantes interviene en la constitución de unas fronteras sociales y espaciales –incluso si éstas
son borrosas– las cuales indican quién pertenece al “adentro” (de la comunidad o localidad) y quién
queda “afuera” (Huggins 1991a; Abrahams 1994; D. J. Smith 2004; Hansen 2006).
La conformación del grupo de vigilantes de Ismael, tuvo como principal objetivo disminuir la
incidencia delictiva que se registraba en la zona. De ahí que las observaciones que llevan a cabo los
muchachos, tengan como propósito central el anticipar y prevenir actos predatorios, así como el
asegurar una reacción pronta y coordinada si esto ocurre, para poder capturar a los perpetradores.
Sin embargo, para llevar a cabo esta función, es crucial seleccionar, discriminar, clasificar, a partir
del juego de miradas que efectúan. El Oso y los demás muchachos me hablaban de que ellos
procuraban identificar sujetos sospechosos. ¿Cómo es que se da eso, qué significa representar una
amenaza?
Para empezar, es importante destacar que la observación de los vigilantes de la Asociación –como
la de muchos policías– es discriminatoria y selectiva, y suele fundamentarse en figuras
estereotipadas166. Esto es de particular importancia para comprender la regulación del espacio en el
que operan, ya que una de sus funciones centrales consiste en controlar y supervisar los accesos a las
calles. Respecto a la prevención de actos criminales, ellos desde los puntos de observación realizan
seguimientos a las miles de personas que circulan, prestando atención a gestos o movimientos

166
Otro trabajo que es altamente discriminatorio a partir del uso de las miradas escrutadoras, es el de los cadeneros en
los bares y antros exclusivos. Para conocer más sobre esto, ver el excelente reportaje de Oscar Balderas, el cual está
basado en la investigación que coordinó Carlos Bravo Regidor (“‘La gente es como la basura: hay que separarla’:
cadeneros de antros en México”, Vice, 17 de enero de 2017).

247
sospechosos. En una ocasión, estando con algunos de los muchachos sobre una de las calles más
concurridas que tienen que vigilar, les pregunté a ellos qué tipo de cosas son las que levantan
desconfianza acerca de una persona. Me decían que se fijan en la ropa que usan, en cómo caminan,
en la manera en que se acercan y miran las mercancías. Básicamente la observación consiste en
discriminar entre quienes aparentan ser clientes o van paseando, y quienes son percibidos como
sujetos que esconden propósitos inapropiados o delictivos.
Por otra parte, existen dos figuras que son objeto de persecución sistemática por parte de los
vigilantes. Se trata de los “borrachos” y los “drogados”. Entre estos tipos de indeseados, aquellos que
caminan “activando” son los que reciben más atención por parte de los vigilantes. En reiteradas
ocasiones presencié la manera en que comunicaban por radio la presencia de algún tipo que iba
“moneando” o “activando”167, lo cual traía consigo la intervención de alguno de los vigilantes. El
procedimiento consistía en abordar al sujeto y pedirle, de manera intimidatoria, que se fuera de ahí.
En la mayoría de los casos, los tipos decidían retirarse por su propio pie. Sin embargo, en algunos
otros se resistían, ya que no encontraban razones para irse, o simplemente porque no les parecía
justo. Ante estas situaciones en particular, los vigilantes recurrían a la fuerza. Lo más usual, era que
los sometieran sujetándolos del cuello y doblándoles un brazo y una mano. Una vez sometidos, eran
obligados a rendirse. A quienes persistían en sus quejas y continuaban oponiendo resistencia, se les
arrastraba a empellones hasta las calles en que ellos ya no cubren, soltándolos con un fuerte empujón,
y advirtiéndoles que si los volvían a ver por su zona, su suerte sería peor.
Con los borrachos, en cambio, hay una gestión bastante más tolerante, de entrada porque hay
varios puestos que venden cerveza, los cuales reciben muchos clientes durante el día. Lo anterior
significa que sus estándares y criterios para identificar gente indeseable se acoplan con las actividades
económicas del lugar. Por ejemplo, también hay una extensa tolerancia con quienes fuman
marihuana. Nunca vi que alguno de los vigilantes llamara la atención o sancionara a alguna de las
personas que tenían algún porro. Por el contrario, a muchos de ellos los saludaban, porque eran amigos
o conocidos.

167
Ambos términos se refieren al acto de inhalar solvente, un químico que se encuentra en el thinner, el pegamento o
pinturas de aceite.

248
Ahora bien, las restricciones que imponen los vigilantes en la regulación del espacio, incluye otra
faceta ligada a las reglas de la Asociación de comerciantes. La administración de la calle también
implica el identificar y discernir entre los vendedores que pueden vender y aquellos que no están
habilitados. Este último criterio se resuelve simplemente entre quiénes pagan cuota y quiénes no lo
hacen. El caso de los vendedores ambulantes es quizá el más socorrido. Los que pagan su cuota,
obtienen permiso para circular su mercancía entre las calles que controla la Asociación y para ser
notados por los vigilantes, suelen portar gafete que ilustra la autorización.
Al respecto, he visto en varias ocasiones que los vigilantes, ubicados regularmente en las esquinas,
cierran el paso a vendedores ambulantes o a personas que arrastran “diablitos”168 con mercancía,
cuando éstos no portan el gafete que los acredita como agremiados de la Asociación. No obstante,
esta función se encuentra, como he mencionado, enmarcada por los regímenes económicos por los
que circulan favores y otros servicios. Así, en reiteradas ocasiones me tocó presenciar cómo
gestionaban algunas excepciones con tal de obtener alguna recompensa a cambio. Para ilustrar esto,
tomo un fragmento de mi diario de campo:

En un rato estuve en el puesto de vigilancia entre las calles M y T, cuyas posiciones estaban ocupando Pascual
y Gonzalo. Con el primero me entretuve platicando sobre la detención que habían realizado en la mañana los
demás muchachos. Me contó que tiene un hijo de 22 años que vive en Mazatlán, al cual prácticamente nunca ve,
pero con al cual le gustaría visitar, y quizá buscar la manera de mudarse para allá. Me comentaba que está un
poco harto del trabajo, y sólo espera a que salga algo mejor. En ese momento interrumpió la charla un señor que
pasaba arrastrando un carrito con chicharrones preparados con lechuga, crema y queso, para vender. Pascual y él
se saludaron muy efusivamente. Me lo presentó, diciéndome que era un amigo de años y que era buen boxeador.
El cuate nos preguntó qué queríamos, y Pascual encargó un chicharrón preparado para mí, y otro sencillo para
él. Al entregarnos los chicharrones, le pregunté al señor cuánto le debíamos, a lo que respondió que nada, haciendo
gestos de cortesía dirigidos hacia Pascual, como indicando que a él no le cobraba. El señor se quedó un breve rato
más platicando nos nosotros dos, y luego siguió el camino. Pascual me contó que él y otros vendedores de comida
no le cobran porque él es de los pocos vigilantes que los dejan pasar a la zona aunque no estén autorizados a

168
Así se les llama a las carretillas de carga que abundan en Tepito.

249
vender allí. Después de unos minutos, pasó otro señor con una canasta vendiendo tacos e igualmente saludó con
mucho gusto a Pascual. Éste me dijo que aquél era otro de los ambulantes a los que deja pasar. A cambio de ello,
a Pascual le “invitan” lo que venden: helados, esquites, refrescos, tacos, chicharrones, etc. Aquél me decía que
siente pena por ellos, porque le tienen que trabajar muy duro para sacar la lana, como para impedirles que pasen,
cuando se están tratando de ganar el pan: “es gente honrada que solamente quiere chambear”.

En la escena que describo arriba vemos entonces cómo las redes de intimidad y familiaridad pesan
en el actuar de los vigilantes. Sin embargo, retomando las discusiones sobre la ambivalencia de los
favores, podemos mirar también que Pascual interviene desde una posición de autoridad, en la cual
ofrece ese “favor” o protección, imponiendo veladamente una cuota que se traduce en los alimentos
que los vendedores le “regalan”. De este modo, lo que para Pascual puede ser interpretado como un
“paro”, para algunos vendedores puede representar una extorsión, en tanto que las regulaciones que
la gente de la Asociación hace sobre los derechos de circular por la calle a cambio de una cuota no
son vistos como algo unánimemente legítimo.
Por otra parte, a través de las jornadas que cubrí con los vigilantes durante mi trabajo de campo,
constataba que el minucioso escudriñamiento que hacen de la calle, combina la prevención delictiva
con la imposición de unas reglas sobre quiénes y cómo se debían habitar la zona que supervisan. El
uso de la fuerza que hacen puede ser interpretada como un brazo coercitivo que, de acuerdo con
algunos autores, es un requisito para que las economías locales prosperen sin muchos inconvenientes
(Humphrey 2002c; Volkov 2002; Roitman 2004). Esto se enlaza con las perspectivas históricas sobre
el desarrollo del capitalismo y la consolidación de economías de mercado, en las cuales se destacan
los procesos de concentración y administración de los recursos violentos, con la finalidad de pacificar
los entornos y asegurar que las transacciones puedan llevarse a cabo con seguridad (Weber 1978;
Tilly 1992).
En la mayoría de los casos, la conformación de grupos de vigilantes sugiere un reforzamiento hacia
“adentro”, es decir, que plantea la necesidad de redefinir los contornos de la “comunidad”, en tanto
que las amenazas principales casi siempre son visualizadas como externas o ajenas al lugar: ya sea el
estado y sus agentes corruptos o violentos, o ya sean bandas criminales que buscan extorsionar y
despojar de la propiedad a los miembros de la localidad en cuestión. No obstante, como refleja el

250
testimonio de Pascual en el cual reconoce amigos suyos encarnando esa figura de “la rata”, estas
visiones que identifican lo criminal como lo externo siempre resultan contradictorias. Por ejemplo,
como señalaba en el capítulo tercero, una de las figuras inquietantes que representan esos “otros
internos” lo tenemos en los jóvenes. El quiebre generacional que se localiza en muchos relatos de
personas en el barrio, el cual se compone de aspectos concretos como la falta de respeto a los mayores
o la predisposición a los vicios y a las armas, recuerda las preocupaciones sobre la juventud que a nivel
global analizan (Comaroff y Comaroff 2001). De acuerdo con los autores, los jóvenes simbolizan esos
desórdenes tradicionales que resquebrajan fantasías tradicionales, nostálgicas, como la unidad y
cohesión del barrio, la jerarquía de los viejos sobre los jóvenes, el consumo cultural local.
Así, la presencia del vigilantismo en Tepito, como en otras partes, refleja esfuerzos por constituir
una organización con autonomía frente a la injerencia que pueda venir de más allá, la cual tiene como
propósitos regular actividades que trascienden la pura esfera de lo criminal. En ello, como hemos
visto, se invocan principios morales y fantasías sobre la identidad local. Propongo entonces pensar la
formación de vigilantes ligados a asociaciones de comerciantes en Tepito como parte de esos empeños
por producir una imagen de orden relativamente autónomo y separado de la acción del estado.

Los usos de la fuerza

Un día en que estando con el Oso y Saúl, casi al finalizar la jornada, estaba yo por retirarme, sonó
el radio de ellos. Tras acercar el oído para escuchar la información, pusieron rostros de seriedad, al
tiempo en que sus miradas se lanzaron a rastrear algo entre sus alrededores. Uno de sus compañeros
había informado al grupo sobre la aparición de un sujeto sospecho, quien andaba en bicicleta. Nos
movimos en dirección hacia la avenida principal para localizarlo. La movilización de los vigilantes
consiguió ubicarlo. Corrimos hacia él. El muchacho, al darse cuenta de que era perseguido, intentó
perderse entre la gente, sin lograr su propósito. Finalmente fue detenido por los vigilantes, quienes
lo bajaron de la bicicleta y lo sometieron con la fuerza. Saúl se encargó de arrastrar la bicicleta,
mientras que los demás lo conducían hacia la oficina de la Asociación, sujetado por los brazos. En la
asociación, ya aguardaban Ismael y otros de los muchachos. Al llegar, éste comenzó a interrogar al
muchacho detenido. A partir de presenciar la escena, comprendí de qué se trataba. Resultaba que

251
este muchacho era un conocido del barrio, quien era identificado como “rata” ya que había sido
capturado por las policías tiempo atrás, y justamente tenía pocos meses que había salido de prisión.
Ismael le cuestionó qué era lo que hacía por esas calles, si planeaba ejecutar algún asalto. El muchacho
negaba cualquier intención de cometer un delito. Fue revisado, sin que encontraran ningún arma ni
drogas. El muchacho, en evidente señal de nerviosismo, sostenía que no había hecho nada y no
comprendía porqué lo habían detenido. Ismael lo amenazó diciéndole que no lo quería ver circulando
por las calles en las que opera su grupo de vigilantes, bajo riesgo de ser golpeado. Ante tal
intimidación, el muchacho acató la indicación, comprometiéndose a no caminar por esa zona. Una
vez que aceptó las condiciones, le fue devuelta su bicicleta y salió de la oficina, visiblemente asustado.
Este es un ejemplo de cómo los vigilantes empleaban la fuerza para, desde su punto de vista,
disuadir y prevenir potenciales actos predatorios. Sin embargo, como en el caso del muchacho
detenido, a la vista de quienes sufrían esas intervenciones, no quedaba clara la legitimidad con la que
éstos eran sometidos, amenazados y muchas veces vejados. Para subrayar esto, echo mano de otro
caso registrado en mi diario de campo, del cual extraigo el siguiente fragmento:

Después de comer, decidí visitar a los muchachos un rato. Llegué alrededor de las 3pm, y al primero que me
encontré fue al “Cobre”. Nos saludamos y platicamos un rato, cuando llegó con nosotros Ramiro. Ambos me
preguntaban por qué no había ido los días anteriores, y les conté que me había tocado estar acompañando a otros
amigos. Estábamos conversando cuando vimos un cuate pasar y noté que ellos voltearon a verlo con cierta sospecha.
En el instante no alcancé a percatarme cuál era la razón por la que lo miraban, pero escuché que Ramiro le dijo
al Cobre: “¿cómo ves, lo traemos?”, con una sonrisa en el rostro, y el otro asintió con la cabeza. El tipo a quien
seguían había cruzado la calle, por lo que ambos salieron disparados tras él. Yo los seguí. A unos quince metros
del otro lado de la calle Ramiro y el Cobre lo alcanzaron, jalándolo desde la espalda, tratando de someterlo. El
tipo se vio sorprendido, e intentaba librarse de ellos revolviéndose y tirando patadas y golpes. Gritaba, pedía
ayuda. Mientras el Cobre lo tenía agarrado por atrás del tronco y de un brazo, Ramiro le sujetó un brazo y le
empezó a doblar la mano y algunos dedos, como si quisiera quebrárselos. El tipo vociferaba y clamaba ayuda.
Entre ambos le soltaban golpes en la cara y en el torso. Ramiro y el Cobre le gritaban que se calmara y que los
acompañara. Por fin, el tipo redujo resistencia y empezaron a caminar los tres de regreso. A la gente de los puestos,
el tipo les pedía de favor que le guardaran la mochila que traía consigo. Intentaba entregárselas, pero nadie se

252
ofrecía para recibirla. Al ver que nadie aceptaba su mochila, volvió a resistirse, a lo cual Ramiro y el Cobre
respondieron con más golpes. Ya para cruzar nuevamente la calle, el tipo alcanzó a aventar su mochila a un señor
de un puesto, y le dijo que por favor se la guardara.
En el resto del camino hacia las oficinas de la Organización, adonde suelen llevar a todos los detenidos, Ramiro
y el Cobre alternaban golpes hacia el tipo, a pesar de que iba caminando con ellos. Al llegar a la oficina, salieron
el Oso e Ismael a recibirlos, quienes ya esperaban porque habían sido notificados por radio. Lo colocaron contra
la pared en el patio, en el mismo sitio donde ponen a todos. De pie, sujeto de ambos brazos, era interrogado. El
tipo preguntaba desconcertado, no entendía qué pasaba, y preguntaba qué había hecho. Ramiro y el Cobre
contaron a los demás que el tipo le había dicho a una chava que iba pasando: “ey, ey, psst, psst”, con gestos
sexuales. El tipo negaba la acusación. Ramiro le dijo que no se hiciera pendejo, y dirigiéndose a mí, dijo que
hasta yo lo había visto. El tipo me miró y me preguntó por qué andaba inventando cosas de él. El Oso lo golpeó
diciéndole que yo no tenía nada que ver…Ismael intervino para calmar a todos, e interrogó al tipo con más
calma. Le preguntó a qué se dedicaba, qué estaba haciendo en el barrio. Éste respondió que vendía películas
piratas en diferentes partes de la ciudad, y que se proveía de la mercancía en el puesto de la calle T. Ismael pidió
que fueran a buscar la mochila. El Cobre fue por ella y se la entregó a Ismael. La revisaron, y efectivamente,
estaba llena de películas. Le preguntaban si no las había robado, lo cual negó el señor. Ismael le dijo que no podía
comportarse de ese modo en esta zona, que tenía que tener respeto a las mujeres, que evitara decir groserías a las
mujeres. En la bolsa también encontraron una pequeña botella de refresco que contenía un líquido transparente.
Le preguntaron si era “mona”, lo cual aceptó el otro, pero dijo que ya le quedaba sólo poquito. Se la confiscaron,
le devolvieron la mochila, y lo dejaron ir. El tipo se veía sangrando de la boca y tenía hinchado un pómulo y un
ojo casi cerrado… Después regresamos al mismo punto de vigilancia, Ramiro, el Cobre y yo.

Después de que ocurrió el evento que narro arriba, estuve en el punto donde se encontraba
Pascual. Éste no había presenciado lo acontecido, pero se había enterado por el radio comunicador.
Cuando le dije que yo había estado allí, me pidió que le contara lo que había pasado. Le narré los
hechos, y Pascual respondió a todo: “Ah estuvo muy bien que lo detuvieran y lo pusieran en su lugar.
Mucho gañán por aquí. Hay que saber respetar a las mujeres”. No obstante, su comportamiento
mostraba una contradicción evidente. Habían transcurrido pocos minutos de que le había contado a
Pascual lo ocurrido, cuando pasaron caminando delante de nosotros un par de mujeres jóvenes. Noté

253
cómo Pascual las siguió con la mirada un tanto insistente, hasta que soltó de su boca: “pero qué chulas
que están, mamacitas”. Una de las muchachas volteó la cabeza con gesto de asombro y curiosidad,
para saber quién había dicho eso. Al ver a Pascual, su cabeza de inmediato giró para colocarse
nuevamente mirando al frente, y ambas siguieron caminando con aparente normalidad, como si
trataran de evitar cualquier interacción con él. Pascual las siguió con la mirada unos segundos más,
hasta que su imagen se perdió entre el tumulto del mercado. “Cómo hay mujeres que les gusta que
uno las mire. ¿A poco no es lo que quieren, Arturo? ¿Para qué andan así tan guapas entonces?”. Parecía
que Pascual no era consciente de que él mismo estaba incurriendo en una falta de respeto, tal como
hiciera el chavo al que recientemente habían golpeado sus compañeros. O quizá sí lo sabía, pero
aprovechaba la autoridad de su envestidura como parte del grupo de vigilantes para imponer su micro
soberanía -en tanto que hace cumplir las reglas y decide cuándo él mismo suspenderlas. Lo que quiero
subrayar, al echar mano de las viñetas anteriores, es la discrecionalidad con la que los vigilantes
empleaban la fuerza en el ejercicio de sus funciones. Esto evoca la figura “ignominiosa” de la policía
que analizaba Benjamin (2007), de la cual destacaba la suspensión de la diferencia entre la violencia
fundadora y la violencia conservadora de derecho. En el capítulo dos, utilicé las reflexiones de
Benjamin para analizar la presencia del Capaz, el jefe de la policía estatal que ejerce una violencia
extralegal contra la gente del barrio. Aquí vemos otra faceta de esa mimetización de los vigilantes con
las policías, ya que, al constituirse como autoridades de la calle, su desempeño entraña esa
arbitrariedad y discrecionalidad que deja atónitas a algunas personas, quienes cuestionan la legitimidad
de aquellos actos. Pero, además, en ambas intervenciones que narro, atisbaba un impulso por salir
del aburrimiento, lo que hace eco de la justificación que señala Fassin (2013) con la que, en ocasiones,
los policías deciden actuar en determinados momentos, imponiéndose con fuerza, alegando
posteriormente que no tenían nada que hacer.
Retomando el último caso en el que Pascual interpela a las mujeres que pasaban ante nosotros,
conviene también enfatizar que esos pequeños ejercicios de soberanía suelen estar tamizados por
performances de masculinidad. Así, constantemente apreciaba en las bromas que realizaban entre
ellos y a través de las cuales objetivizaban a las mujeres, reproduciendo un modelo estereotipado en
oposición a la virilidad que ellos, como brazo fuerte de la calle, encarnaban. Por ejemplo, cuando
platicaban entre sí, había momentos en los que alguno era burlado por distintas razones. En esas

254
ocasiones, se le sobajaba de tal modo que lo que sea que motivara las risas de los demás, produjera
una equivalencia semiótica entre debilidad, estupidez y feminidad. Esta última aparecía como parte
de una manifestación sexualizada, en la cual al hombre sujeto de burla lo colocan como una mujer
manoseada y empleada con fines sexuales. La mímesis que hacen básicamente consta de hacer gestos
como el apretarle los pezones o tocarle los pechos delicadamente, como se supuestamente lo harían
a una mujer, o también puede ser tomarle la cabeza con fuerza y tratar de conducirla a los genitales
del otro, como jugando con simular un sexo oral.
Por otra parte, el Cobre, quien era el más pequeño de estatura y el más delgado, era
permanentemente feminizado. Desde que el Oso me lo presentó, me dijo “mira, ella es la putita del
grupo”, mientras lo abrazaba y simulaba que lo violaba, provocando las risas entre los demás del
grupo, incluido el mismo Cobre. En otra ocasión, estábamos en un punto de vigilancia Saúl, Cobre y
yo, cuando el primero me preguntó por mis avances de la tesis. “¿Cómo va esa tesis, Arturo? ¿Ya
pusiste algo sobre lo putito que es el Cobre? No te vayas a decepcionar si no lo ves suficientemente
putito, pero sí que lo es”. Así, la masculinidad de los vigilantes reproduce muchas formas presentes
en el barrio, en que los hombres se relacionan entre sí y con gente de otros géneros, marcando una
jerarquización basada en gran medida, en los valores tradicionales del honor y en el uso de la fuerza.

Yuxtaposiciones en el orden local

Así, las asociaciones de comerciantes han conseguido instalar un sistema muy localizado de
seguridad a través de grupos de vigilantes como el que he descrito. Aunque hay algo más que decir
sobre la eficiencia de éstos. Dentro de Tepito conviven distintas esferas políticas y económicas
yuxtapuestas, sin que puedan ser fácilmente discernibles o separables, pero más o menos pueden
esbozarse a partir de algunas prácticas que contribuyen a dibujar esos tenues contornos. La actividad
de los vigilantes, la cual se encuentra ligada al comercio administrado por la Asociación, debe fijar
cuáles son sus límites, en aras de establecer una co-existencia relativamente pacífica con quienes
regulan esos otros ámbitos. Me refiero a dos casos muy concretos.
Por un lado, tenemos el ámbito policiaco. Como señalaba arriba, muchos miembros de las
asociaciones de comerciantes miran con sospecha la presencia policiaca, ya sea porque los consideran

255
inoperantes, o inútiles, en otras palabras, pero también les resultan incómodos porque se reconoce
que, por más pasivos que sean, son representantes del estado y la ley. Esto es relevante, porque si
bien mucha de la mercancía que se vende en Tepito es lícita y formal, hay también mucha piratería
que suele ser confiscada en algunos operativos. A los policías se les mira entonces como agentes de
cierto orden que atenta contra sus negocios, los cuales son considerados por todos como legítimos
(ver las discusiones del capítulo segundo).
Pero esto en realidad tiene varias aristas. En primer lugar, los grados de conflictividad con las
policías es muy variado. Hay quienes los miran como extorsionadores, pero también hay otros vecinos
o comerciantes que prefieren que estén presentes haciendo sus rondas, ya que, debido a la afluencia
de los puestos callejeros, no se pueden hacer patrullajes en auto en toda la zona. En segundo lugar,
la relación en particular con los vigilantes suele ser mucho más cordial que con el resto de la población
de Tepito. Quizá porque hay actividades que ambos realizan y se traslapan, como el prevenir robos o
reaccionar ante ellos. Así, algunos policías preventivos de la corporación adscrita al gobierno central
de la Ciudad, el cual opera en la zona, me decían que ellos se apoyan con los vigilantes, ya que, dada
la cantidad de personas y negocios en el barrio, no podrían cumplir la labor por sí mismos169. Las
colaboraciones incluyen detenciones, o reacciones cuando hay algún enfrentamiento que implica
disparos con arma de fuego y heridos.
Aunque cabe resaltar que la policía, por su parte, es una institución que se desdobla en Tepito (ver
también capítulo segundo), es decir, que significa varias cosas, entre ellas los agentes que andan de
pie rondando la zona –los cuales son quienes mejor relación establecen con la gente, los policías
preventivos que participan en operativos para confiscar motocicletas robadas o para incautar
mercancía, los granaderos que intervienen en la avenida vial más extensa para librar los carriles que
son ocupados por puestos de venta, o las policías judiciales y federales que realizan operativos en los
puntos de venta de droga. Con excepción de los policías preventivos fijos en la zona donde operan
los vigilantes, éstos prácticamente no establecen ningún vínculo con las demás unidades del área de

169
En su trabajo, Padilla Oñate (2014) recupera algunos relatos de policías que cubren el cuadrante al que pertenece
Tepito. Éstos narran sobre la hostilidad constante entre ellos y la gente del barrio –comerciantes y residentes. Ante esta
situación, los policías de calle intervienen poco en los asuntos, a menos que exista una colaboración con la gente, o que
entren en operativos.

256
seguridad pública, por lo que su ámbito de gestión supone el reconocimiento de una frontera o una
jurisdicción.
Por otro lado, tenemos la convivencia entre los vigilantes, comerciantes y líderes de las
asociaciones, con las personas dedicadas a la venta de droga. Justo a unos metros de la zona donde
opera este grupo de vigilantes, se localiza la vecinidad en la cual Jaime y su tío Eusebio administran
una “tiendita” de drogas, de la cual hablé en el capítulo dos. Dentro y fuera de la vecindad, se observan
siempre alrededor de unos quince muchachos, algunos de ellos sentados en motocicletas, otros de
pie. Casi todos ellos quienes resguardan la entrada, portan radiocomunicadores. La esquina de esta
calle conecta con la zona donde están los comerciantes agremiados de la Asociación, por lo que vemos
espacios traslapados que gestionan tanto los vigilantes como los llamados “halcones”170. Entre quienes
ejercen estas tareas, se encuentran amigos, conocidos, incluso familiares, pero lo mismo ocurre con
algunos de los comerciantes. Una de las primeras cosas que uno puede notar en los locales donde
venden cerveza, sobre todo hacia la noche, cuando todos los puestos se han levantado y las calles
lucen vacías, es que se reúnen entre gente conocida a divertirse, beber y escuchar música. En esos
grupos, conviven amigos míos que trabajan en puestos, en el gobierno, vendiendo droga, o en
cualquier otra cosa relacionada al comercio, ya sea como diablero, como desmontador de tráiler,
halcón, “burro171”, etc. En mis observaciones y pláticas con los vigilantes, notaba que en esa
convivencia con los halcones ligados al negocio de Don Eusebio, existía más bien una desvinculación
entre ambas partes. Como varios de los muchachos me dijeron, ellos no tenían ninguna indicación de
meterse en esos asuntos. Así, cada uno de los equipos de vigilancia respetaba las labores de los otros.
Sin embargo, me percaté que en ese orden local había un asunto que conllevaba mayor tensión.
Me refiero a las relaciones con La Unión. En esto parecía que, más que una tarea encargada a los
vigilantes, quedaba en manos de Ismael y su tío llevar a cabo estrategias “diplomáticas” con otras
organizaciones que podían significar una amenaza, en tanto que contaban con “brazos” para ejercer
violencia. A manera de ilustración, vuelvo al caso que describía arriba en el que los vigilantes
persiguen y capturan a una “rata” que iba armada, y la cual fue golpeada y entregada a Ismael,

170
Con este nombre se le conoce a quienes, dentro del negocio de venta de droga, se encuentran distribuidos en las
calles de los alrededores, con la finalidad de advertir la llegada de policías.
171
Así se les conoce a quienes transportan droga dentro del barrio y en los alrededores.

257
provocando toda una exaltación en los muchachos. Ese mismo día, conforme pasaron las horas, fue
esparciéndose entre el grupo un rumor. Al parecer, el tipo que había sido detenido después de haber
asaltado uno de los locales agremiados a la Asociación del tío de Ismael, tenía contactos muy íntimos
con La Unión. De este modo, una vez que fue capturado, muy pronto puso al tanto de sus redes a
Ismael, quien lo estaba interrogando. Tras llevar a cabo algunas llamadas telefónicas, el tipo pudo
comprobar que efectivamente contaba con el respaldo de dicha organización. Para abonar a ello,
arribaron a la Asociación un par de personas con cierto “peso” en La Unión. El motivo de su presencia
era negociar la liberación de su amigo detenido. De acuerdo con la versión que circuló entre los
vigilantes, Ismael accedió a entregar al muchacho, pidiendo a cambio que éste devolviera el material
que había robado -se trataba de unos veinte teléfonos celulares. Los amigos que intercedieron por el
asaltante convinieron en aquella petición, llegando así a un arreglo.
Así, pude observar que tanto los vigilantes, como la dirigencia de la Asociación, estaban
interesados en mantener una buena relación con las personas ligadas a La Unión. Sin embargo, como
en la anécdota con la que abrí el capítulo cuarto, esto no conseguía evitar que, en algunos momentos,
algunos comerciantes agremiados resultaran objeto del “renteo” por parte de extorsionadores. Esto
representaba uno de los límites más claros en las labores de los vigilantes, ya que tenían restringido
el intervenir en esos casos, sobre todo porque se buscaba evitar enfrentamientos violentos que
pudieran derivar en ejecuciones. Entonces, los casos de extorsión eran más bien reportados a la
dirigencia de la Asociación y era ésta quien podía interceder, dejando fuera de ello a los vigilantes,
quienes básicamente se enfocaban en el robo. Como mencionaba arriba, esta actividad en realidad
había disminuido bastante, por lo que ese aburrimiento, alterado en ocasiones especiales por algún
evento extraordinario, formaba parte de la rutina de los vigilantes.

Conclusiones

Una tarde después de la jornada de trabajo, como era costumbre, los muchachos y yo nos dirigimos
a la oficina de la Asociación. Una vez que recibieron su pago, aquéllos se despidieron y se marcharon.
Yo me quedé conversando un rato con Ismael. Éste se mostraba interesado en conocer mis
impresiones sobre su grupo de vigilantes. Durante la charla, mencionó que muchos de ellos tienen

258
antecedentes penales. En relación con esto, señalaba, era importante brindar oportunidades a
aquellos jóvenes que, tras incursionar en actividades delictivas, quieren reencauzar sus trayectorias.
Por otro lado, como dije arriba, el reclutamiento implica la intermediación de familiares de los
muchachos, quienes aprovechan la cercanía con Ismael y su tío para pedirles como favor que acepten
a sus recomendados. Así, Ismael y su tío “quedan bien” con la gente, lo cual incrementa su fama de
buenos dirigentes. Pero también, como señalé arriba, el darle la oportunidad a muchachos que han
realizado acciones ilícitas, significa que éstos tengan cierto expertise en el campo delictivo, es decir,
que conozcan a los “malhoras” y conozcan sus “tácticas”. Lo interesante del discurso de Ismael, es que
en más de una ocasión noté que ejecutaba cierto performance orientado a construir una identidad
entre los vigilantes, la cual se opone al mundo criminal, del cual algunos de ellos vienen. Por ejemplo,
Ismael me decía esa tarde: “aquí nosotros [en la Asociación] apoyamos a estos chavos, porque es gente
de aquí, y que quiere dejar atrás todo lo malo. Aquí tienen prohibido consumir droga. Alcohol, casi
no toman; si llegan borrachos los regresamos, pero casi nunca nos ha pasado esto”. En conjunto, la
visión que tiene del funcionamiento del grupo busca trazar una línea divisoria entre el ayer y el hoy
de los muchachos, entre los delincuentes y los vigilantes. No obstante, esa ambivalencia que sugiere
la idea de que “para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo”, materializada en el antecedente
delictivo, diluía esa frontera entre los vigilantes y los criminales, al menos desde algunas percepciones
más allá de Ismael y el personal administrativo de la Asociación.
Así, me tocó escuchar algunos comentarios de otros vendedores y gente del barrio en los que se
expresaba un recelo por los vigilantes, en contraste con la idealización de Ismael. Por ejemplo, una
tarde en la que estaba comiendo con un amigo y su novia –ambos han vivido toda su vida en el barrio
y, como activistas, se dedican a promover actividades culturales– salió el tema de la seguridad en
Tepito, y posteriormente aparecieron los vigilantes de la Asociación que encabeza el tío de Ismael.
Al respecto, mi amigo decía en un claro tono crítico: “Lo que hicieron esos cuates de la Asociación
no resuelve ningún problema para la gente del barrio. En realidad, lo único que hicieron esos cuates
fue juntar a puro malandro que no son más que golpeadores al servicio del dirigente. Eso es lo que
hacen, sirven nada más a los intereses de la Asociación”. De esta manera, a los ojos de los públicos
locales, no queda claro cuál es la función de los vigilantes. Por lo menos, las opiniones se reflejan
contrastadas. Vemos que, a pesar de que los esfuerzos por instituir un sistema de protección local

259
como el caso de los vigilantes de la Asociación se elaboran en oposición a la desconfianza y los abusos
violentos del estado y sus aparatos de seguridad, la actuación rutinaria de los vigilantes mimetiza en
muchos sentidos el trabajo policial, por lo que una de las consecuencias que surgen en esa
suplantación, es la transmisión de la ilegitimidad que surge de la fuerza arbitraria y discrecional. Así,
los vigilantes aparecen al mismo tiempo como protectores y victimarios.

260
CONCLUSIONES

A lo largo de las páginas de esta tesis hemos observado cómo las personas que habitan el barrio de
Tepito, constituido como el ícono de la criminalidad en la esfera pública metropolitana –y nacional-
confrontan la situación de inseguridad diariamente. El contexto en el que se desenvuelven se
caracteriza por la preeminencia de incertidumbres, sospechas y temores. Ante esto, los personajes
que he presentado en los capítulos de mi trabajo procuran llevar a cabo algunos esfuerzos por crear
mecanismos de resguardo o protección, entre los cuales vemos el elaborar teorías sobre quiénes
representan las amenazas (capítulos dos y cuatro), el conformar vínculos de amistad y familiaridad
(capítulo cinco), el compartir información sobre eventos o hechos peligrosos (capítulo dos) e,
incluso, crear grupos de vigilantes con un fuerte rasgo localista (capítulo seis). Así, a través de los
materiales y registros etnográficos que he expuesto, podemos ver la importancia que tienen los
significados que las personas asignan a la seguridad, la protección, así como a sus contracaras: el
crimen y la extorsión.
Una de las contribuciones más destacadas de este trabajo, entonces, es describir con detalle sobre
las experiencias concretas de inseguridad en un contexto específico. De este modo, mi trabajo se
inserta como parte de los esfuerzos por hacer legible la crisis de violencia que el país ha experimentado
durante la última década. Durante este tiempo, las discusiones públicas sobre el tema se han centrado
con demasiado ahínco en el narcotráfico, siendo éste toda una categoría con la que se ha asociado de
una manera u otra casi todo hecho violento. En Tepito, he mostrado que también existen
interpretaciones locales desde las cuales, el incremento de esta actividad económica ilegal ha
propagado mayor violencia. Sin embargo, las teorías que escuchaba de las personas del barrio,
especialmente de algunos adultos, abarcaban otros aspectos, como la desarticulación productiva en
Tepito, la apertura comercial en general -expresada a nivel nacional en los acuerdos transnacionales
para desregular los intercambios, y a nivel local, materializada en la llegada de los “asiáticos”- y la
ruptura de las estructuras familiares, las cuales se encontraban articuladas alrededor de las viejas
vecindades. Hoy, de acuerdo con estas visiones nostálgicas, las viviendas -que alguna vez conciliaron

261
la producción artesanal, la transmisión de oficios entre padres e hijos y la cultivación de una identidad
barrial, basada en el trabajo y la autonomía como modos de vida- se encuentran destinadas al
almacenamiento de mercancías de mala calidad traídas desde lugares remotos, así como a la venta de
drogas. Pero, como también expuse, existen puntos de vista que no necesariamente coinciden con
esto. Muy particularmente, para algunas otras personas la venta de drogas representa un trabajo más,
ilegal pero legítimo, el cual no sólo produce una riqueza que implica un atractivo individual, sino que
se trata de una actividad económica cuya capacidad lucrativa se expande y alcanza a varias personas
del barrio. Es decir, también se reconoce en ella una potencia generadora de riqueza que implica
cierto tipo de reparto o distribución entre algunas personas, en tanto que ofrece oportunidades de
empleos temporales, lo que representa ingresos extras para quienes se ven en permanentes
dificultades económicas.
En contraste, los temores más relevantes entre mis informantes estaban ligados a las actividades
predatorias. La extorsión, en primer lugar, y el robo, ocupando un lugar menos importante, eran las
principales preocupaciones que encontraba en las conversaciones que sostenía con las personas del
barrio. La sensación de ser desposeído de los bienes materiales ganados a través del trabajo por agentes
parasitarios era muy probablemente el mayor temor, pero, además, esto producía frustraciones,
molestias, enconos. En gran medida, la extracción que experimentaban las personas de forma directa,
o indirectamente, a través de relatos de conocidos, conformaba una fenomenología de la extorsión
en la cual se establecía una relación de sujeción por la cual unas personas despojaban de una parte de
riqueza a otros, empleando la coerción, la amenaza, la intimidación. En ese sentido, como mostré
con profundidad especialmente en el capítulo cuarto, las figuras que encarnan esa relación extractiva
asumen diferentes rostros: allí están los criminales, particularmente el espectro de La Unión Tepito,
pero también están las policías, los políticos y los dirigentes, quienes igualmente extorsionan
(“exprimen”) a la gente del barrio -y del resto de la ciudad, del país. A estas relaciones extractivas
más o menos duraderas y estables basadas en reciprocidades negativas -es decir, que parte de un acto
violento, en vez de un don- las llamé regímenes predatorios. Usando mis materiales etnográficos,
procuré dar cuenta de cómo se configuran esos enlazamientos que, una vez inaugurados, se extienden
en el tiempo, abriendo unos horizontes llenos de indeterminación, fastidios y temores. Vimos cómo
la determinación de cuotas y la propagación de deudas ejercen esos engranajes que articulan

262
subordinadamente a las personas, generando ese sentido de dependencia y pérdida de soberanía, el
cual va acompañado, como dije, de la desposesión. De ahí que otro aspecto importante de las
economías de la inseguridad, además de las incertidumbres y los temores, sea la sensación de
injusticia, en tanto que las figuras que implican esos atracos o actos predatorios -la rata- básicamente
busca apropiarse ilegítimamente de recursos no conquistados mediante el trabajo propio, sino del
ajeno.
Al mostrar esos contextos más amplios de extracción ilegítima como los que aparecen en los
regímenes predatorios, pretendo enfatizar que, más allá de las imágenes popularizadas y
estereotipadas en las que Tepito y la gente que habita este barrio son proyectados como “nido de
criminales”, las experiencias de estas personas están sobre todo marcadas por la victimización y la
vulnerabilidad. Contra el cliché y el estigma, la gente del barrio sufre cotidianamente una inseguridad
que proviene de la acción predatoria de “la rata”, de los criminales, pero como he enfatizado, también
surge de la violencia policiaca y de la extorsión que ejercen los “políticos”. En las economías de la
inseguridad, las diferencias entre el pago de “derechos de piso” que impone La Unión -o sus
usurpadores- y las “cuotas” y “mordidas” que exigen las autoridades y los dirigentes de los
comerciantes, tienden a diluirse.
Por otra parte, me interesa subrayar la necesidad de mirar las interacciones entre las dimensiones
espectaculares que apreciamos en el despliegue público de algunos actores, como en el caso de los
operativos policiacos o en la manera en que mediáticamente se presentan la figura del “criminal”, y
esos aspectos mundanos del encuentro cara a cara entre actores de carne y hueso. Sobre esto, dediqué
mucho espacio para analizar cómo lo espectacular y lo ordinario, lo espectral y lo concreto, lo
desconocido y lo familiar se entrecruzan en la producción de significados sobre quién o qué está
delante de nosotros. Pero, además, esas identificaciones sobre las figuras que se presentan enfrente,
como vimos, siempre están incrustadas en tramas mucho más extensas, por lo que esos respaldos son
igualmente importantes: detrás de “la rata”, está el crimen organizado, detrás del policía, la
corporación, detrás del dirigente, sus golpeadores, detrás de todos, la impunidad de un estado
corrupto.
El panorama que arroja esta tesis, pues, no es alentador. Después de todo, tras una década de crisis
de violencia, no parece haber indicios de que las cosas mejoren al corto o mediano plazo. De algún

263
modo, este trabajo pretende aportar un diagnóstico de la situación. ¿Qué ideas aporta mi trabajo o
resultan productivas para pensar el contexto de violencia contemporáneo? Una idea que se desprende
de mi propia lectura de este trabajo es que el material empírico que presento, así como los análisis y
las discusiones teóricas, sugieren que gran parte de la discusión pública sobre la violencia, el crimen
organizado y el papel del estado, está mal enfocada. Si tuviera que sintetizar cuál es mi reflexión
central después de haber realizado mi investigación, sería que gran parte de nuestros desajustes,
perplejidades y ansiedades frente a todo este desorden y violencia que vivimos, se deben a ciertos
enfoques ontológicos. Las visiones binarias y dicotómicas que con asombrosa persistencia insisten en
analizar los problemas ligados a la violencia en oposiciones cómodas, soslayan las contradicciones y
complejidades alrededor de esas figuras supuestamente discretas y autónomas, como el crimen
organizado y el estado. Desestimar la posibilidad de tener otro tipo de acercamientos empíricos, en
los cuales la empatía y las ganas de entender nos muevan más que las ansiedades y las prescripciones
normativas, implica la renuncia a trascender esas imágenes dicotómicas. Desinteresarse por
comprender por qué o cómo aquellas personas que, desde un punto de vista, son la encarnación de
lo ilegal y lo criminal, pueden a su vez ver al estado como un agente violento, ilegítimo y
extorsionador, significa darle la espalda a la oportunidad de comprender a los otros, y con ello, de
producir contextos de mayor proximidad. Considero que gran parte de la tarea que nos toca está
encaminada a desmontar el conjunto de supuestos y prejuicios que orientan los encuadres
epistemológicos y ontológicos con los que se entiende el mundo, y por su puesto, la violencia, y así,
tal vez podamos comenzar a ver que esos regímenes económicos que extienden la depredación y
generan la inseguridad son bastante más amplios, hasta abarcar ámbitos cotidianos, que nos
constituyen y los cuales suelen ser invisibilizados por la espectacularidad de la violencia y por las
figuras de siempre, como los criminales como sugiere (Taussig 1992).

264
ANEXO METODOLÓGICO

Como señalé en la Nota Aclaratoria, aquí en este anexo puntualizo algunos aspectos metodológicos
de mi investigación. El primer asunto que me gustaría abordar es el acceso al campo. En la
Introducción me referí con cierta profusión a dos intermediaciones que me facilitaron el “entrar” a
Tepito. Por un lado, el cronista Fernando. Por otro lado, el vínculo que un colega muy cercano a mí
sugirió, es decir, el Licenciado Esteban. Por vía de este último conocí a Gustavo y, a partir de allí, se
fueron abriendo muchas puertas, siendo Nicolás una de las más importantes. Este último se volvió
una de las personas con quienes más intimidad trabé durante mi trabajo de campo. Con él fue con
quien compartí más espacios de socialización, tanto en su ámbito laboral, como en los momentos de
entretenimiento, principalmente reuniéndonos son amigos y conocidos suyos. Cabe destacar que,
debido a que gran parte de sus labores consistían en atender emergencias y resolver problemas de
muy distinta naturaleza, la separación entre los momentos de trabajo y esparcimiento no siempre
eran claros: permanentemente Nicolás se encontraba recibiendo y gestionando peticiones de gente
del barrio.
Como parte de la estrategia metodológica, en concordancia con mis asesores de tesis, mudé
temporalmente mi residencia a Tepito. Tras una ardua búsqueda encontré un cuarto en renta, ubicado
en una de las calles que forman parte del borde del mapa extenso de Tepito. Mi cuarto se ubicaba en
un departamento, que como describo en la Introducción, había sido adaptado de tal modo que sólo
ofrecía habitaciones privadas y un baño compartido, es decir, no había cocina, sala ni otros espacios
comunes. Las dificultades para hallar dónde vivir se debieron, por un lado, a que no existe una masiva
oferta de vivienda o cuartos en el barrio. Era difícil encontrar anuncios en periódicos, catálogos o
medios digitales. Más bien, la oferta de habitaciones se consigue localmente, a través de carteles
pegados en las paredes o postes de la zona, así como por recomendaciones personales. Por otra parte,
Gustavo y Nicolás, quienes ayudaban en esa búsqueda, procuraban seleccionar un lugar que estuviera
lejos de las “zonas más calientes” del barrio.

265
Una vez instalado en mi cuarto, fui estableciendo nuevos vínculos. Por ejemplo, el Sapo, quien
aparece en reiteradas ocasiones durante los capítulos, vivía conmigo en una de las habitaciones del
departamento. A raíz de hacernos conocidos, él me abrió sus espacios de socialización, en los cuales
frecuentaba a sus viejos amigos del barrio. La mayor parte del grupo de amigos del Sapo eran nativos
de Tepito, y casi todos habían vivido toda su vida en el barrio, salvo algunos breves momentos en que
les había tocado salir. Por ejemplo, el Sapo se casó y se mudó con su esposa hacia la zona oriente de
la Ciudad durante un tiempo. Sin embargo, cuando yo llegué a vivir a Tepito, resultaba que él estaba
justamente volviendo, debido a que se había separado de su esposa. Por otra parte, prácticamente
todos los amigos y conocidos del Sapo tenían empleos ligados al ámbito local, siendo comerciantes la
extensa mayoría. Incluso sus padres lo eran, quienes lo habían inducido al oficio.
Una tercera puerta de acceso fue aquella que representaron el grupo de activistas alrededor de la
asociación civil que encabeza Don Manuel, otro de los protagonistas de la tesis. En el foro donde
realizan actividades culturales y de entretenimiento, participan unos seis muchachos, quienes trabajan
al lado de Don Manuel promoviendo talleres, conciertos, mesas de debate, entre otras cosas. Mis
acercamientos con estas personas implicaron menos intimidad que las relaciones que establecí con
Fernando, Gustavo, Nicolás o el Sapo, aunque supusieron constantes visitas y acompañamientos a las
diversas actividades que organizaban.
Partiendo de estas tres grandes puertas de acceso, se me fueron entonces abriendo un número
vastísimo de encuentros y personas con quienes compartí momentos y conversaciones. Mi trabajo de
campo consistió en involucrarme en muy diversas actividades y participar de interacciones con mis
interlocutores, informantes y amigos. En todo ello, había desde luego momentos en los que había
más intimidad, otros más bien estaban marcados por cierto distanciamiento y recaudo. Por ejemplo,
durante mi estancia en el barrio, comencé realizando algunas entrevistas a las personas que iba
conociendo por medio de mis “puertas de acceso”. Había llevado a cabo apenas unas veinte, cuando
ya era evidente que el material que extraía de ellas resultaba bastante menos relevante que las
vivencias y relatos que me eran referidos en contextos más distendidos. Así, gran número de las
personas que había entrevistado, se volvieron después informantes en un sentido más etnográfico, es
decir, que con el paso del tiempo fuimos estableciendo lazos de familiaridad y cercanía, lo cual me
facilitaba acceder a sus impresiones y experiencias cotidianas. ¿Con cuántas personas conversé,

266
quiénes eran esos informantes con quienes yo pasaba el tiempo y de quienes recolectaba mis datos y
registros etnográficos? Durante los quince meses que frecuenté el barrio, sobre todo acompañando
en sus tareas diarias y compartiendo espacios de diversión con los amigos de protección civil,
vigilantes, activistas, dirigentes y comerciantes, viví y presencié cientos de interacciones de muy
diversos tipos. Escuché cientos de anécdotas, relatos, testimonios. Registré cientos de eventos,
hechos, algunos muy pequeños, sutiles o aparentemente insignificantes, a la vez que otros que se
presentaba inicialmente como muy importantes. El conjunto de todos estos materiales, recolectados
por medio de las conversaciones y las observaciones que yo realicé, formaron parte de la base que
conformaron todas mis reflexiones y análisis.
Debido a los contextos en los que yo me movía, en realidad se hacía casi imposible utilizar
grabadora para registrar entrevistas o conversaciones. Por una parte, como decía, las entrevistas
aportaban poca información, ya que sobre todo funcionaron como primeros encuentros con personas
que iba conociendo, y más bien a partir de ello, retomaba algunos temas con ellos, pero
desenvolviéndonos en un ambiente más relajado. Para subsanar la falta de registro por medio de una
grabadora, yo portaba conmigo siempre algún cuaderno con el que tomaban notas de campo. En total
llegué a juntar unas diez libretas con notas diversas, algunas detallando minuciosamente hechos
específicos, como descripciones de pláticas, historias o interacciones, mientras que también apuntaba
algunas reflexiones e ideas que me surgían en el momento, las cuales se articulaban con otros eventos
o datos anteriores. Así, mientras el tiempo iba transcurriendo, muchas de mis notas se hacían más
reflexivas en el sentido de que denotaban un diálogo con los mismos datos y cuestionamientos que
iba generando de mis observaciones. Por otra parte, escribía también algunas reflexiones aparte de
un diario de campo, en donde vaciaba y sintetizaba o expandía asuntos concretos de aquellas notas
que tomaba.
Por otro lado, también extraje información sobre las notas que se registraban en la prensa digital.
Para ello, me apoyé en la herramienta de Google Alerts. Usando el término “Tepito”, recibía
diariamente, a todas horas, cualquier noticia que incluyera esa palabra. Así, me mantuve al tanto de
todo lo que circulaba en medios digitales por lo menos durante los años 2016 y 2017 -de hecho, al
día de hoy sigue activo el servicio, por lo que sigo al día todo lo que se reporta en la prensa digital.
En total, habré leído más de mil notas con contenidos sumamente heterogéneos. Además de ello,

267
como mencioné en el segundo capítulo, en mi trabajo de campo se hizo muy evidente la importancia
que tenían los teléfonos y las plataformas digitales a las que accedían por medio de ellos. Así, decidí
seguir también varios grupos y páginas, principalmente de Facebook, en las cuales se publicaban
múltiples noticias, chismes, asuntos, fotografías y cualquier cosa que tuviera conexión con el barrio.
Al dar seguimiento a estos sitios, era evidente que aquellos empeños y acciones encaminadas por
dibujar fronteras y reforzar identidades se concretaba en la conformación de públicos en esas
plataformas. A partir de esos datos, podía acceder a otra dimensión de los debates y las discusiones
sobre lo que se vivía en el barrio.
Así, si bien mi trabajo siguió el propósito de diversificar mis fuentes y establecer contactos con
actores pertenecientes a diversos grupos, ámbitos y “camarillas”, no es menos cierto que mi escritura
y mis reflexiones etnográficas están marcadas por esos lazos de intimidad y proximidad con mis
informantes. De este modo, más que pretender establecer generalizaciones o hablar en nombre del
barrio, es importante enfatizar que el núcleo de mis sugerencias y propuestas tienen como punto de
partida interacciones muy específicas, por lo que la fuente principal de mi material parte de las
experiencias de personas concretas, singulares, particulares. No obstante, los análisis que presento
llevan consigo todo un proceso analítico y reflexivo el cual me permite elaborar argumentos cuyas
interpretaciones, más que aseveraciones teóricas, son pistas o sugerencias heurísticas, las cuales se
ofrecen como lecturas parciales pero sustentadas de cómo se interpreta la inseguridad en el barrio.
Así, quiero dejar claro que de ningún modo pretendo extender o generalizar que “así son las cosas”,
sino que “así viví” o me fueron narradas las cosas. De este modo, mi trabajo, sin que se asuma en una
corriente ficcional de la etnografía, ni tampoco busque adoptar una postura subjetivista extrema, sí
reconoce los límites para establecer efectos de realidad a partir de lo que aquí se presenta.

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