Justicia Restaurativa Pesqueira Leal Jorge 2021

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D E D I C AT O R I A

A mi querido hijo ERICK RENÉ, hombre


de temple, siempre enfocado, ejemplo de
disciplina y de superación constante.
P R E S E N TA C I O N

5
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I
1.1 Enfoque teológico.................................................................................................... 21
1.2 La vertiente criminológica........................................................................................ 33
1.3. Valores sociales y proceso de socialización........................................................... 37
1.4. El margen victimológico.......................................................................................... 49
1.5. Perspectiva desde la Organización de las Naciones Unidas.................................. 59

CAPÍTULO II
2.1 Evolución en México................................................................................................ 69
2.2. Concepto................................................................................................................. 79
2.3 Justificación............................................................................................................. 83
2.4 Necesidades............................................................................................................ 87
2.4.1 De la víctima u ofendido....................................................................................... 89
2.4.2 Del ofensor............................................................................................................ 93
2.4.3 De la comunidad................................................................................................... 95
2.5 Fines generales de la justicia restaurativa............................................................... 97
2.6. Efectos de los acuerdos de mediación, conciliación y procesos restaurativos..... 103
2.7 Procesos restaurativos.......................................................................................... 105
2.7.1 Mediación................................................................................................... 107
2.7.1.1 Recepción del caso................................................................................. 109
2.7.1.2 Premediación .......................................................................................... 111
2.7.1.3 Fases de la mediación.............................................................................113

CAPÍTULO III
3.1 El objeto del proceso penal acusatorio...................................................................119
3.2 Fundamentos y fines de la pena en el sistema acusatorio.................................... 123
3.3 Criterios de oportunidad......................................................................................... 127
3.4 Acuerdos reparatorios............................................................................................ 133
3.5 Suspensión condicional del proceso...................................................................... 143
3.6 Procedimiento abreviado....................................................................................... 147
3.7 Estadísticas 2013-2014 del sistema penal acusatorio adversarial del estado de Chi-
huahua......................................................................................................................... 153
3.8 Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de
Solución de Controversias en Materia Penal .............................................................. 157
3.9 La regulación de la justicia restaurativa en el
Código Nacional de Procedimientos Penales.............................................................. 161

7
INTRODUCCIÓN

E
l proceso oral al que son sometidas aquellas personas que violan normas establecidas por la
comunidad para mantener el orden y la paz se remonta a civilizaciones precolombinas asenta-
das en el territorio sobre el que se estableció la República de los Estados Unidos Mexicanos.
Es hasta el período de la Conquista y el nacimiento de la nueva España que el sistema jurídico que se
aplicó fue el del reino de España, con base en la concepción del derecho y su aplicación existente en
esa época. Es así como, incluso hasta el surgimiento del México independiente en el siglo XIX, nuestra
nación estuvo totalmente impregnada por el derecho español, particularmente en la materia penal.

Cabe destacar que las políticas públicas generadas desde la época de la Colonia –sobre todo, a partir
de la Independencia de México– para integrar a los pueblos indígenas a la cultura nacional fracasa-
ron, por lo que el Estado nacional se vio obligado a reconocer sus derechos culturales y a admitir que,
además de los sistemas jurídicos de la Federación y locales, existen, por lo menos, sesenta sistemas
jurídicos consuetudinarios indígenas. Este reconocimiento se elevó a rango constitucional mediante
adiciones realizadas al artículo 2 y publicadas en el Diario Oficial de la Federación el 28 de enero de
1992.

La arrogancia del sistema jurídico mexicano nos llevó a olvidar la importancia que para nuestra iden-
tidad tenía retomar las raíces jurídicas consuetudinarias de los pueblos indígenas, lo que, lejos de
debilitarnos como nación, sin lugar a duda nos hubiera fortalecido. En cambio, en lugar de evolucionar
emancipándonos de la influencia del derecho penal europeo (de origen románico), en pleno siglo XXI
nos volcamos a abrevar en un sistema jurídico más alejado, como lo es el anglosajón, sin cuestionar su
pertinencia en los países donde originalmente se ha aplicado.

9
Es así como, en el ámbito de la investigación jurídica, nos hemos desentendido de la oralidad de la
justicia indígena; sobre todo, de su complejidad, ya que nos encontramos ante la pluralidad de sistemas
jurídicos reconocidos constitucionalmente, que han tenido como único límite el respeto a las garantías
individuales, los derechos humanos y, de manera relevante, a la dignidad e integridad de las mujeres.

Es importante destacar que, tanto en la oralidad dentro del proceso penal como en los mecanismos al-
ternativos de solución de controversias y en los procesos restaurativos, encontramos un rico manantial
de sabiduría milenaria en el derecho de las citadas comunidades.

Como bien sabemos, el sistema inquisitorio en el procedimiento penal rigió nuestro derecho criminal
hasta la entrada en vigor de nuestra Constitución, promulgada el 5 de febrero de 1917, en virtud de que
en su parte dogmática se dio vida al procedimiento penal mixto, que separa claramente las funciones
de investigación y de impartición de justicia, quedando la primera a cargo de la institución del Ministerio
Público.

El sistema procesal mixto, que, con excepción de los estados que incursionaron en la oralidad desde
2004, operó en nuestro país por más de cien años, evolucionó en toda la República hacia el sistema
penal acusatorio y oral.

Paso a paso, durante la vigencia del sistema procesal mixto, encontramos cómo comenzó a visualizar-
se a la víctima o al ofendido. También, cómo se ampliaron en la Constitución los derechos del inculpado
y se abrió a la obligatoriedad la aplicación de tratados internacionales ratificados por México en mate-
ria de derechos humanos, limitándose la discrecionalidad del Ministerio Público a través del juicio de
amparo, particularmente en lo que toca al ejercicio de la acción penal. Asimismo, se abrió espacio al
procedimiento sumario; sin embargo, la amplia gama de reformas fue insuficiente ante la incapacidad y
el alejamiento de los responsables de procurar e impartir justicia para cumplir a cabalidad con las obli-
gaciones establecidas en este sistema, claramente contempladas en la legislación procesal tradicional.

Es imposible que olvidemos, por ejemplo, la obligación del juez de estar presente en todas las audien-
cias, e incluso repetir medios de prueba en la audiencia de derecho, todo esto con el fin de que cobre
plena vigencia el principio de la búsqueda de la verdad real, material e histórica como fin último del
sistema procesal penal mixto.

Independientemente de lo antes señalado, desde que el entonces presidente Vicente Fox Quezada
envió al Senado de la República la iniciativa presidencial conocida como “Reforma estructural de la
justicia penal mexicana” (29 de mayo de 2004), se ha producido una copiosa cantidad de argumentos
a favor del procedimiento penal acusatorio adversarial. Coincido con el contenido de la reforma en
materia de seguridad y justicia publicada en el Diario Oficial de la Federación el 18 de junio de 2008,
específicamente en lo que toca al nuevo procedimiento. Como seguramente sucede con la mayoría de
quienes creemos en este, resulta preocupante la sana operatividad a plenitud en todo nuestro país en
los ámbitos de competencia federal y local.

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De lo anterior, debemos aceptar que la necesidad de crear un nuevo procedimiento penal que rompe
radicalmente con el sistema mixto no fue producto de un amplio espacio de reflexión de los procesalis-
tas mexicanos, sino consecuencia de políticas en materia de justicia impulsadas a través del Centro de
Estudios de Justicia de las Américas (CEJA), la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Interna-
cional (USAID), la Barra de Abogados de Estados Unidos de América (ABA) y la Secretaría Técnica del
Consejo de Coordinación para el Sistema de Justicia Penal (SETEC) –dependiente de la Secretaría de
Gobernación– ante el cuestionamiento sobre la ineficiencia del sistema de justicia en América Latina.

Claro está: como mexicano, lamento que, en lugar de que haya sido la voluntad de las naciones lati-
noamericanas lo que impulsara la modernización de su sistema de justicia, hayan sido los organismos
internacionales, impulsados por Estados Unidos de América, quienes propiciaron que se diera un giro
hacia el nuevo procedimiento. Sucedió lo mismo con los instrumentos de política criminal para descom-
primir, agilizar y evitar el colapso del nuevo sistema, como son, entre otros, los criterios de oportunidad
y el procedimiento abreviado.

No comparto la sustentación pragmática que ha justificado el nacimiento del nuevo sistema procesal,
cuyos argumentos los encontramos en la mayoría de los autores que han escrito sobre el tema, así
como los argumentos vertidos por el Congreso de la Unión al aprobar el Código Nacional de Procedi-
mientos Penales, en virtud de que nos encontramos ante una rama del derecho público vital para que
el Estado esté en condiciones de cumplir con su misión primigenia y razón primaria de su existencia: la
seguridad ciudadana.

Quienes creemos en el nuevo procedimiento, tenemos el compromiso de que no se convierta en un


simple mecanismo de despresurización de los órganos responsables de procurar e impartir justicia.
También, de que no gravite sobre el factor económico, así como en instrumentos de política criminal
que producen la extinción de la acción penal sin consecuencia alguna para el imputado y centrados
únicamente en la reparación del daño.

No debemos olvidar que el objeto del nuevo procedimiento es procurar que el culpable no quede im-
pune, y que el uso de instrumentos como los criterios de oportunidad, los acuerdos reparatorios, la
suspensión condicional del proceso a prueba y el procedimiento abreviado, deben condicionarse a la
aplicación de instrumentos destinados a la reinserción social de los protagonistas del conflicto criminal
–particularmente del delincuente– para prevenir su reincidencia.

Es urgente que aprendamos de las malas prácticas del nuevo procedimiento en otras naciones, ya
que, si pretendemos su plena consolidación, resulta inadmisible que se generalice en la percepción
ciudadana la concepción de que la justicia penal se mercantiliza, se privatiza, o bien, se convierte en
puerta giratoria por la que el delincuente entra y sale sin experimentar consecuencias vinculadas a la
modificación de sus patrones de conducta.

Es preocupante el informe del análisis de la reforma general publicado en 2012 por parte de organismos
internacionales, como CEJA y USAID, así como el extinto SETEC, titulado Seguimiento del Proceso de

11
Implementación de la Reforma Penal en México. Estados de Chihuahua, Estado de México, Morelos,
Oaxaca y Zacatecas, 2007-2011. Su lectura nos obliga a efectuar un ejercicio urgente de reflexión so-
bre el procedimiento vigente. Baste señalar enunciativamente los siguientes aspectos relevantes del
citado informe:

1. Solo 0.7, es decir, menos de 1% de los casos que ingresan al procedimiento penal en esos estados,
culmina con sentencia condenatoria o absolutoria en audiencia de juicio oral;

2. En Chihuahua, estado de la República que publicó el 8 de agosto de 2006 su nuevo Código de Pro-
cedimientos Penales, que entró en vigor el 1º de enero de 2007, encontramos que los delitos graves,
como el homicidio, han aumentado significativamente de 2007 a 2010. Además, la eficiencia de la au-
toridad investigadora para esclarecerlos ha disminuido dramáticamente. Así, tenemos que en 2007 se
cometieron 708 homicidios intencionales y fueron consignadas 330 personas por este delito, obtenién-
dose 220 condenas en audiencia de juicio oral o de procedimiento abreviado, en tanto que, en 2010, se
cometieron 3 931 homicidios, se procesó únicamente a 215 personas y se dictaron solo 227 condenas
en audiencias de juicio oral y de procedimiento abreviado;

3. La policía se encuentra deficientemente capacitada, por lo que se carece de una policía científica;

4. Existen serias deficiencias formativas en Ministerios Públicos, abogados defensores particulares e,


incluso, en los operadores responsables de impartir justicia;

5. Se ha detectado corrupción en la institución del Ministerio Público, al hacer uso de criterios de opor-
tunidad incluso en el procedimiento abreviado, ya que en este último caso existe un porcentaje de
procesos en los que el juez de control dicta sentencia absolutoria.

Asimismo, es importante destacar que en Estados Unidos de América existe un fuerte cuestionamiento
a la solución del conflicto criminal a través de la simple negociación con el fiscal. Expertos de dicha
nación afirman que la justicia penal es una falacia, ya que más de 95% de los ilícitos se solucionan a
través de acuerdos voluntarios entre el fiscal y el imputado.

En consecuencia, el objeto de este trabajo es acreditar que los mecanismos alternativos de solución
de controversias se deben gestionar desde el modelo de justicia restaurativa, y que lo mismo ha de ha-
cerse con los instrumentos de política criminal convertidos en norma jurídica, como son los criterios de
oportunidad y el procedimiento penal abreviado, que en su oportunidad se han regulado para disminuir
la carga de los jueces en la audiencia de juicio oral y proveer de alta eficiencia al nuevo procedimiento,
garantizando soluciones rápidas y económicas para la víctima u ofendido y para el Estado.

Es importante destacar que, de la lectura del Código Nacional de Procedimientos Penales, se despren-
de que el legislador se olvidó por completo del compromiso contraído por el Constituyente Permanente
cuando incorporó al artículo 17 del texto constitucional un párrafo en el que se contempla la adopción
de la justicia restaurativa por encima de la represiva. En consecuencia, tal y como se establece en la
exposición de motivos del citado ordenamiento, cobró vigencia un nuevo paradigma de justicia.

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Además, el Congreso de la Unión se desentendió de los avances de legislaciones locales que ya re-
gulaban el procedimiento acusatorio adversarial, y eliminó por completo el desarrollo que la justicia
restaurativa había alcanzado en estados como Durango, Morelos, Estado de México y Oaxaca, entre
otros.

En este contexto, en el primer capítulo me refiero al conflicto criminal y a la justicia restaurativa desde
los márgenes de aplicación más relevantes.

Comento el enfoque teológico, ya que, desde la perspectiva bíblica, distintas Iglesias han impulsado
este modelo de justicia y han tenido una influencia eficaz; primeramente, entre los miembros de las
congregaciones y, con el tiempo, a través de la creación de centros especializados han mostrado las
ventajas que la justicia restaurativa tiene para el sistema de justicia penal en el ámbito de la atención
de la víctima o del ofendido, del ofensor y de la comunidad afectada por el delito.

Particularmente en Occidente, la Iglesia Católica y distintas congregaciones cristianas propagan actual-


mente en todos los continentes las ventajas que para la construcción de una cultura de la paz tiene la
justicia restaurativa.

Asimismo, hago referencia a la vertiente criminológica, en virtud de que procesos restaurativos como la
mediación, la conciliación, las juntas, las reuniones, conferencias, círculos y otros que están en proceso
de consolidación, contemplan para su instrumentación exitosa la aplicación de teorías criminológicas,
ya que, como bien sabemos, existe una fundada preocupación por lograr la reintegración social del de-
lincuente y la recomposición del tejido social, y con ello, reducir drásticamente el riesgo de reincidencia.

En el presente trabajo se seleccionan dos teorías que, independientemente del momento en que sur-
gieron, tienen plena vigencia en la actualidad, y que, adecuadamente utilizadas por los facilitadores,
cumplen con el principal objetivo de dichos procesos. Me refiero a la teoría sociológica de la anomia o
comportamiento desviado, que dimana del estructural funcionalismo, y a las habilidades sociocogniti-
vas para el comportamiento prosocial que surgen de la psicología cognitiva.

En este mismo capítulo, se trae a colación el margen victimológico, ya que, en sus orígenes, el mo-
vimiento de justicia restaurativa se fundamentó en la necesidad de dar respuestas a la víctima o al
ofendido, aunque, conforme evolucionó la victimología, se ha incorporado al victimario también como
víctima, no del suceso concreto que este desencadenó, sino por los factores que dieron pauta para que
diera el paso al acto criminal.

Por último, y de suma importancia para las investigaciones, estudios y aplicación de la justicia restau-
rativa, está la perspectiva de la Organización de las Naciones Unidas, ya que, desde su seno y gracias
a las aportaciones de los Estados miembros, se ha construido paso a paso el marco teórico de este
modelo y se han generado documentos indispensables para su aplicación.

En el segundo capítulo se explica cómo, a partir de 1996, evolucionó la justicia restaurativa en México,
desde la integración de un equipo de investigadores de la Universidad de Sonora hasta la concreción

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de alianzas estratégicas de esta institución con otras organizaciones académicas de nuestro país, que
culminaron con programas de difusión del conocimiento, capacitación y gestiones para que en el ámbi-
to legislativo se regulara esta figura.

Además, para difundir las ventajas de la mediación en todos sus ámbitos, particularmente de la justicia
restaurativa en materia penal, se ha convocado a congresos donde he participado como coordinador
general, convocados invariablemente por la Universidad de Sonora, el Instituto de Mediación de Mé-
xico, S.C. y, en tiempos recientes, por la Academia Mexicana de Justicia Restaurativa y Oralidad A.C.,
en calidad de instituciones matrices. Se hace referencia a dieciocho congresos nacionales de media-
ción –el último, en noviembre de 2018, en La Paz, Baja California Sur– en cuya agenda se incluyó la
justicia restaurativa. Así mismo, quince congresos mundiales de mediación en los que también se ha
incorporado sistemáticamente la justicia restaurativa, realizados en distintos países, los últimos cinco,
celebrados en Italia, Colombia, Perú, Senegal y Argentina. Además, se hace particular énfasis en el pri-
mer Congreso Nacional de Justicia Restaurativa y Oralidad, así como en los amplios logros generados
para impulsar desde nuestro país este modelo de justicia.

Se estima de vital importancia la conceptualización, tanto sustantiva como procesal, de la justicia res-
taurativa, así como sus principios, justificación y sus fines, haciendo hincapié en la obligación de rein-
corporar o de reintegrar a los protagonistas del conflicto criminal a través de la satisfacción de sus nece-
sidades dentro de los procesos restaurativos, diferenciando con precisión cuáles son las necesidades
de la víctima u ofendido, cuáles las del ofensor y, por último, las de la comunidad.

Para concluir el segundo capítulo, se hace hincapié en la mediación con enfoque restaurativo, en virtud
de que considero que en su seno se producen condiciones para que se gestionen las necesidades de
los protagonistas del conflicto criminal y, en lo que toca a estos, se logre su reintegración, así como la
recomposición del tejido social.

Como se observa, resulta inconcebible que el legislador federal se haya desentendido de la justicia res-
taurativa en el Código Nacional de Procedimientos Penales, ya que, por ejemplo, en los países donde
opera la oralidad procesal en materia penal, cuando esta se instrumenta exitosamente, el porcentaje
de caos que llega a la audiencia de juicio oral es, como máximo, de 1%.

La acción penal se extingue a través de instrumentos de política criminal catalogados en algunas


ocasiones como derechos. Tal es el caso de los criterios de oportunidad, los acuerdos reparatorios, la
suspensión condicional del proceso a prueba y el procedimiento abreviado. De ahí que, sin la aplicación
del modelo de justicia referido, la mayoría de los delincuentes se liberan del conflicto penal solo con el
pago de la reparación del daño.

En este contexto, encontramos que el artículo 18 constitucional, relativo, en parte, al sistema peniten-
ciario, que establece que el objetivo de este es lograr la reinserción social del sentenciado a la sociedad
y procurar que no vuelva a delinquir, se aplica a un porcentaje inferior a 1% de las personas a las que

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se ha dictado sentencia condenatoria. De ahí la necesidad de que la justicia restaurativa comprenda al
resto de los supuestos, para evitar así que el delincuente quede impune.

Por otra parte, como ya se mencionó, el Código Nacional de Procedimientos Penales establece que,
para hacer uso de los criterios de oportunidad, los acuerdos reparatorios, la suspensión condicional del
proceso y el procedimiento abreviado, solo es necesario que se repare o garantice el daño ocasionado
a la víctima u ofendido, sin que esto implique la satisfacción de la gama de necesidades de la propia
víctima o del ofendido y, sobre todo, una garantía de la reintegración social de los actores del conflicto.

Es precisamente en el tercer capítulo donde se hace referencia a la pertinencia y necesidad de que,


en las soluciones alternas, las formas anticipadas de terminación del procedimiento y los criterios de
oportunidad sean cruzados transversalmente por la justicia restaurativa. Claro, primeramente, me re-
fiero a que los instrumentos de política criminal mencionados, en la forma en que están regulados en el
Código Nacional que se comenta, producen una amplia grieta al ius puniendi y que, en alguna medida,
colisiona con los principios de legalidad y de igualdad, al margen de que, en lo que se refiere a este
último, se supere esta situación con su incorporación al andamiaje normativo del nuevo procedimiento.

En consecuencia, si se renuncia al ius puniendi a través de los instrumentos de política criminal en


comentario, resulta completamente inadmisible que el derecho penal se convierta en un instrumento
de cambio donde la negociación es el núcleo de la solución de la mayoría de los conflictos penales. De
ahí la relevancia de que se abra espacio a la justicia restaurativa para que, dentro de cada uno de los
instrumentos ya comentados, se establezca como condición para su aplicación, que los protagonistas
del conflicto criminal participen en forma directa o subrogadamente, así como de manera individual o
conjunta, en procesos de justicia restaurativa.

Es de crucial importancia que en todos los instrumentos de política criminal a los que me he referido
se considere el deber de los sistemas de procuración e impartición de justicia de acompañar su aplica-
ción siempre al uso de procesos restaurativos en los que se procure la reinserción social del ofensor
y aproximar en lo posible la respuesta del procedimiento penal acusatorio adversarial, al fin de hacer
realidad la prevención específica.

Derivado de ello, se analizan los criterios de oportunidad que, a diferencia del sistema norteamerica-
no, donde su aplicación es discrecional, en nuestro país se encuentra reglado. Sin embargo, los seis
supuestos contemplados en el artículo 256 del Código Nacional abren espacio al representante social
para que los use prácticamente en cualquier tipo de delito, independientemente de su gravedad y en
virtud de que solo se supedita su empleo al acatamiento de disposiciones de las Fiscalías respectivas.
Resulta que el inculpado, imputado o acusado, tomando en consideración que estos criterios se aplican
hasta antes de que se dicte el auto de apertura a juicio oral, se libera de toda responsabilidad al extin-
guirse la acción penal en su contra. De ahí la relevancia de que se establezca en la citada legislación
que, para que se conceda alguno de los citados criterios, los protagonistas del conflicto deben partici-

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par en un proceso restaurativo, sea individual o conjuntamente, con el fin de alcanzar su reinserción o
reintegración social.

Asimismo se analizan los acuerdos reparatorios, que el mismo legislador define como aquellos celebra-
dos por la víctima o el ofendido y el imputado, y que, una vez aprobados por el Ministerio Público o el
juez de control y cumplidos en sus términos, se extingue la acción penal. Además, se hace referencia
a la mediación, a la conciliación con enfoque restaurativo y a las juntas restaurativas contempladas en
la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias en Materia Penal como las
metodologías pertinentes para alcanzar los citados acuerdos.

De la lectura del capítulo que regula los acuerdos mencionados, se desprende que el legislador acotó
su uso solo a delitos que se persiguen de querella o requisito equivalente de parte ofendida, o que
admiten el perdón de la víctima u ofendido, a delitos culposos y a delitos patrimoniales cometidos sin
violencia sobre las personas, y circunscribió sus resultados a la reparación del daño o a la garantía de
su cumplimiento; es decir, dejó por fuera a la justicia restaurativa.

Precisamente, se propone que el encuentro víctima-ofendido con el imputado se desestructure a través


de los mecanismos de mediación, conciliación u otros procesos pertinentes de justicia restaurativa,
pensando siempre en la gestión de las necesidades de los protagonistas del conflicto criminal, en su
reinserción social y en la recomposición del tejido social.

En lo que toca a la suspensión condicional del proceso, se sostiene que no basta –para garantizar la
tutela de los derechos de la víctima u ofendido– con el plan que se proponga una vez dictado el auto de
vinculación a proceso por el imputado o por el Ministerio Público, en relación con la forma de reparación
del daño y la disposición por el acatamiento de condiciones establecidas en el artículo 196 del Código
Nacional de Procedimientos Penales, ya que una cantidad significativa de delitos se encuentran dentro
del supuesto exigido para que proceda esta solución alterna. Es decir, me refiero al “término medio
aritmético” de cinco años del delito de que se trate.

En consecuencia, es necesario que tanto la víctima u ofendido y el imputado participen en procesos


restaurativos orientados a su reinserción social. De ahí la propuesta de que se establezca como condi-
ción para autorizar dicha suspensión la participación de las citadas personas en estos procesos.

Por último, nos encontramos ante el procedimiento abreviado, que no debe ser analizado únicamente
como un mecanismo de aceleración del proceso, ya que, si se combina con la suspensión condicional
de la pena, trae como consecuencia que en un elevado porcentaje de casos el acusado sea puesto en
libertad o, incluso, que jamás sea privado de ella, con lo cual se hace nugatorio el derecho que tiene,
como victimario-víctima, de reinsertarse socialmente y no volver a delinquir.

Se propuso también que, en el capítulo relativo al procedimiento abreviado, se estableciera como con-
dición para que el acusado se beneficiara del mismo su participación en el proceso restaurativo más
apropiado, ciertamente, dependiendo del delito del que se trate.

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En este capítulo, se mostraron estadísticas 2013-2014 del Poder Judicial del Estado de Chihuahua sin
duda alguna reveladoras, y que avalaban también la propuesta de incorporar la justicia restaurativa al
Código Nacional de Procedimientos Penales, debiendo, como ya se señaló, cruzar transversalmente
los criterios de oportunidad, las soluciones alternativas y las formas de terminación anticipada el proce-
so, todo esto con el fin de reducir la grieta que el nuevo sistema de justicia penal había provocado al ius
puniendi, pero fue, sobre todo, para aproximar a los protagonistas del conflicto criminal a su reinserción
social.

Por último, se hace una propuesta de reforma y adición al Título Primero del Libro Segundo del Código
Nacional de Procedimientos Penales, denominado “Soluciones alternas y formas de terminación anti-
cipada”, y el cual nosotros proponemos denominar “Justicia restaurativa, soluciones alternas y formas
de terminación anticipada”.

17
18
CAPÍTULO I

CONFLICTO CRIMINAL Y JUSTICIA RESTAURATIVA DESDE


DISTINTOS MÁRGENES DE APLICACIÓN

Capítulo I / 19
A
un cuando, en su oportunidad, analizaremos la evolución, la justificación, los principios y, en
general, el alcance de la justicia restaurativa en materia penal, considero pertinente hacer
referencia en esta etapa al estudio –desde distintas disciplinas y ciencias– sobre el compor-
tamiento humano y sus consecuencias, sobre la base de que todas coinciden en proveer un rol signifi-
cativo en el desenlace del drama criminal a sus protagonistas directos o indirectos.

Desde ahora, es importante destacar que la justicia restaurativa es una respuesta evolutiva al delito,
que promueve el entendimiento y la armonía social a través de la satisfacción de las necesidades de
la víctima u ofendido, del ofensor y tanto de la comunidad próxima directamente afectada por el delito
como de la sociedad en general, en virtud de que todos tenemos pleno derecho a gozar de la segu-
ridad, por ser esta un derecho fundamental de tal magnitud que constituye la esencia primaria de la
existencia del Estado.

La evolución de la justicia retributiva a una justicia resocializadora y el estudio del fenómeno criminal
es una incesante búsqueda de respuestas que permitan enfrentar este flagelo social. Esto trajo como
consecuencia que, desde distintas disciplinas, se procurara la identificación de las causas del delito,
así como soluciones que, en efecto, desactivaran la inclinación de ciertos individuos para atentar contra
bienes relevantes tutelados por las leyes penales.

Es en ese contexto que nace un nuevo modelo de justicia –la justicia restaurativa– que comparte espa-
cio y complementa las corrientes represiva y resocializadora de tal forma que, sin colisionar con estas,
aparece como una respuesta eficaz para enfrentar la criminalidad.

Así, en el ámbito internacional se ha suscitado un significativo interés por el estudio de las ventajas de
la justicia restaurativa como respuesta al fenómeno criminal en todas sus manifestaciones. De ahí que
especialistas de distintas naciones, desde el pasado siglo han realizado investigaciones desde diferen-
tes márgenes; claro está, todo orientado a dar una respuesta eficaz al delito, considerando invariable-
mente la necesidad de la reinserción social de la víctima u ofendido, del ofensor y la comunidad dañada
por el comportamiento criminal.

20
1.1 Enfoque teológico

I
ndependientemente del contenido restaurativo diseminado en obras catalogadas como sagradas,
entre las que encontramos El libro de los muertos, el Zend Avesta, la Bhagavad-guita, manuscritos
del budismo, el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, así como el Corán, en este apartado nos
circunscribiremos a las obras que dan fundamento al cristianismo.

Domingo de la Fuente (2013) afirma que la justicia restaurativa está enraizada en nuestra cultura y tra-
diciones, así como en las religiones. De hecho, la Biblia, nos comenta la autora, está repleta de referen-
cias indirectas a esta forma de ver la justicia. Así, en Lucas 19:8 se lee “Zaqueo se levantó entonces y
dijo al Señor: Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo, y si he robado a alguien,
le devolveré cuatro veces más”.1

La importancia del cristianismo radica en que, a diferencia del judaísmo, donde el vínculo de Jehová
con los seres humanos ha sido de severidad y rigor, todo esto derivado del pecado original, es en los
evangelios donde se da la buena nueva de que Jesús ha sido el gran mediador entre el Creador y no-
sotros para sanar las heridas producidas por la rebeldía y desobediencia de Adán y Eva, así como de
sus descendientes, y restaura relaciones rotas a través de una Nueva Alianza basada en la misericordia
y la bondad, convirtiéndose la palabra de Cristo en una alianza, cuyos principios son la generosidad, la
ternura y el amor.

En este contexto, de la lectura del Nuevo Testamento2 se desprenden mensajes que contienen valores
de gran importancia para lograr una convivencia armónica y pacífica, donde los conflictos se gestionan
a través de encuentros restaurativos que sanan heridas emocionales producidas por la diversidad y las
diferencias. Entre los más relevantes, encontramos en los evangelios y epístolas los siguientes:

 a. Amor al prójimo: “Da al que te pidiere; y el que te quisiera pedir prestado, no le


vuelvas la espalda” (Mateo 5:42). “Habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y
aborrecerás a tu enemigo” (Mateo 5:43). “Mas yo os digo: amad a vuestros enemigos,
haced bien a los que os aborrecen y rogad por los que os persiguen y calumnian”
(Mateo 5:44). “Honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mis-

1
Domingo de la Fuente (2013, p. 36)
2
Eduardus (1874).

Capítulo I / 21
mo” (Mateo 19:19). “No matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás;
y si hay algún otro mandamiento, en esta palabra se resume: amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Romanos 13:9). “El amor al prójimo no obra mal, así la caridad es
el complemento de la Ley” (Romanos, 13:10). “Porque toda la Ley se resume en una
palabra: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5:14). “Acordaos de los pre-
sos como si estuvierais junto con ellos; y de los afligidos como que vosotros moráis
también en el cuerpo” (Hebreos 13:3).3

 b. Caridad: “Por tanto, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tiene sed, dale
de beber. Porque si esto hicieres, carbones encendidos amontonarás sobre su ca-
beza” (Romanos 12:20). “La caridad es benigna, la caridad no es envidiosa, no obra
precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca su provecho, no se
mueve a ira, no piensa mal” (Corintios 13:4 y 13:5). “No se goza de la iniquidad, se
goza de la verdad” (Corintios 13:6). “Todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta” (Corintios 13:7). “Y el fin del mandamiento es la caridad de corazón
puro, de buena conciencia y de fe no fingida” (Timoteo 1:5). “El que no ama no conoce
a Dios, porque Dios es caridad” (Juan 4:8). “En esto se demostró la caridad de Dios
hacia nosotros: en que Dios envió al mundo a su hijo unigénito para que vivamos con
él” (Juan 4:9).4

 c. Misericordia: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán miseri-


cordia” (Mateo 5:7).5

 d. Limpieza de corazón: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán


a Dios” (Mateo 5:8).

 e. Fraternidad: “Y por lo que mira a la caridad fraterna, no hay necesidad de que escri-
báis, por cuanto vosotros mismos aprendisteis de Dios que os améis los unos a los
otros” (Tesalonicenses 4:9). “La caridad fraternal permanezca entre nosotros” (He-
breos 13:1).6

 f. Justicia: “Porque esperamos según sus promesas, cielo nuevo y tierra nueva, en
los que mora la justicia” (2 Pedro 3:13). “Hijitos, no os enajene ninguno. El que hace
justicia justo es, así como Él también es justo” (1 Juan 3:7). “Porque el reino de Dios
no es comida ni bebida, sino justicia y paz” (Romanos 14:17).7

3
Ibid., pp. 187, 241 y 314.
4
Ibid., pp. 240, 261, 315 y 365.
5
Ibid., p. 7.
6
Ibid., pp. 310 y 344.
7
Ibid.

22
 g. Solidaridad: “Gozaos con los que se gozan, llorad con los que lloran” (Romanos
12:15). “No pagando a nadie mal por mal; procurando bienes, no solo delante de Dios,
sino también delante de todos los hombres” (Romanos 12:17).8

 h. Paz: “Bienaventurados los pacificadores, porque hijos de Dios serán llamados” (Ma-
teo 5:9). “Si se puede, cuanto esté de vuestra parte, teniendo paz con todos los hom-
bres” (Romanos 12:18). “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de
la paz”. (Efesios 4:3).9

 i. Humildad: “Se levanta de la cena y se quita las vestiduras, y tomando una toalla, se
la ciñó” (Juan 13:4). “Echó después agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies
de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido” (Juan 13:5).
“Porque ejemplo os he dado, porque como yo he hecho a vosotros, también hagáis”
(Juan 13:15). “Asimismo, mancebos, obedeced a los ancianos y todos inspiraos, con
humildad los unos a los otros, porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los
humildes” (1 Pedro 5:5).10

 j. Sencillez: “La antorcha de tu cuerpo es tu ojo; si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo
será luminoso” (Mateo 6:22).11

 k. Pureza de vida: “Haciendo puras vuestras almas en la obediencia de caridad, en el


amor de hermandad, con sencillo corazón amaos intensamente unos a otros” (1 Pe-
dro 1:22).12

 l. Prudencia: “Los ancianos, que sean sabios, honestos, prudentes, sanos en la fe, en
la caridad, en la paciencia” (Tito 2:2). “Exhorta a los jóvenes a que sean prudentes”
(Tito 2:4).13

 m. Hospitalidad: “Socorriendo necesidades de los santos; ejerciendo la hospitalidad”


(Romanos 12:13)”.14

 n. Paciencia: “Mas la paciencia contiene obra perfecta para que seáis perfectos y caba-
les, sin faltar en cosa alguna” (Santiago 1:4). “Honra a tu padre y a tu madre. Quien

8
Ibid., p. 240.
9
Ibid., pp. 6, 240 y 296.
10
Ibid., pp. 158 y 356.
11
Ibid., p. 9.
12
Ibid., p. 352.
13
Ibid., p. 326.
14
Ibid., pp. 240.

Capítulo I / 23
maldijera al padre o a la madre, que muera” (Mateo 15:4). “Honra a tu padre y a tu
madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 19:19).15

Cuando experimentamos conflictos, en particular, aquellos que más nos lastiman porque surgen en
el contexto de las instituciones socializadoras fundamentales –la familia, la escuela, la comunidad
próxima–, también en aquellos casos en los que hemos sufrido heridas físicas y emocionales a con-
secuencia de delitos producidos por los seres que amamos –violencia intrafamiliar, incumplimiento de
obligaciones familiares, abusos deshonestos, robo, lesiones y, en casos extremos, ilícitos graves–, así
como por personas que desconocemos, pero que en la religión cristiana somos llamados a comprender
su realidad, a perdonar más allá de los designios de la justicia terrenal, y nos invita a restaurar relacio-
nes rotas, o bien, simplemente, en el caso de extraños, a seguir adelante después de sanar las heridas
emocionales que hemos experimentado, es necesario que busquemos una salida definitiva a tales cir-
cunstancias. Es en este contexto en el que aparece la justicia restaurativa como el espacio pertinente
no solo para resolver nuestros problemas, sino para crecer espiritualmente.

Para alcanzar la paz a la que aspiramos todos los seres humanos, antes de experimentar niveles de
alienación por nuestro entorno, que nos encausan por el sendero del mal y del delito, encontramos que,
desde los evangelios, somos orientados a liberarnos de las cadenas invisibles que nos atan a prescrip-
ciones sociales que contradicen la esencia bondadosa del ser humano.

En lo que se refiere a una visión bíblica del conflicto, Sande (2012) nos sugiere lo siguiente:

Comencemos nuestra discusión definiendo el conflicto como una diferencia de opinión o propósito que
frustra las metas o deseos de una persona. Esta definición es lo suficientemente amplia como para
incluir variaciones de gusto inocuas, como un cónyuge que prefiere pasar las vacaciones en las monta-
ñas mientras el otro prefiere la costa, así como discusiones hostiles, como peleas, rencillas, demandas
legales o divisiones de iglesias.16

Existen cuatro causas principales de conflicto, argumenta Sande. Algunas disputas surgen por mal-
entendidos producto de la mala comunicación.17 Las diferencias de valores, metas, dones, llamados,
prioridades, expectativas, intereses u opiniones también pueden llevar al conflicto.18

Así mismo, afirma el autor que la competencia por recursos limitados, como tiempo o dinero, es una
fuente de disputas en familias, Iglesias y empresas.19 Y, como veremos a continuación, muchos conflic-
tos son causados o agravados por actitudes y hábitos pecaminosos que conducen a palabras y accio-
nes pecaminosas.20 Sin embargo, el conflicto no es necesariamente malo.

De hecho, la Biblia enseña que algunas diferencias son naturales y beneficiosas. Dado que Dios nos ha
creado como individuos únicos, los seres humanos a menudo tendrán opiniones, convicciones, deseos,

15
Ibid., pp. 320 y 344.
16
Sande (2012, p. 23). (Se conservó la ortografía original).
17
Véase Josué 22:10-34. (Reina-Valera, 1960).
18
Ídem, Hechos 15:39 y 1 Corintios 12:12-31.
19
Ibid., Génesis 13:1-12.
20
Ibid., Santiago 4:1-2.

24
perspectivas y prioridades distintas. Muchas de estas diferencias no son inherentemente buenas o ma-
las; son simplemente producto de la diversidad y las preferencias personales que Dios nos ha dado.21
Manejados correctamente, los desacuerdos en estas áreas pueden estimular un diálogo productivo,
alentar la creatividad, promover cambios útiles y, en general, hacer la vida más interesante.

Por tanto, si bien debemos buscar la unidad en nuestras relaciones, no debemos exigir uniformidad.22
En vez de evitar todos los conflictos o exigir que los demás siempre estén de acuerdo con nosotros,
debemos regocijarnos en la diversidad de la creación de Dios y aprender a aceptar a personas que
simplemente ven las cosas de forma diferente a la nuestra y trabajar con ellas.23

Sin embargo, no todos los conflictos son neutros o beneficiosos. Sande sostiene que la Biblia enseña
que muchos desacuerdos son el resultado directo de nuestras actitudes y comportamientos pecamino-
sos. Como nos dice Santiago:

¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones
que luchan dentro de ustedes mismos? Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia y no
pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra…24

Cuando un conflicto es producto de deseos o acciones pecaminosas que son demasiado serias como
para pasar por alto, debemos evitar la tentación de escapar o atacar. En cambio, necesitamos seguir
una de las respuestas de paz al conflicto, que puede ayudarnos a llegar a la raíz de este y restablecer
la paz genuina. Lo que es más importante: la Biblia enseña que no debemos ver el conflicto como un
inconveniente ni como una oportunidad para forzar nuestra voluntad sobre otros, sino como una oca-
sión para demostrar el amor y el poder de Dios en nuestra vida. Es lo que Pablo dijo a los cristianos de
Corinto cuando había disputas religiosas y legales que amenazaban con dividir su Iglesia.

En la Guía Bíblica para la Resolución de Conflictos Personales (Sande, 2012), se explica cuáles son las
etapas en todo proceso restaurativo: reconocer el daño, aceptar las consecuencias, cambiar el compor-
tamiento, pedir perdón y cambiar.

Cabe destacar que cada una de estas etapas se desarrolló por la Organización Ministerios de Paz25,
fundada en 1982 para ayudar a los cristianos a responder a los conflictos bíblicamente.

Veamos a continuación el alcance que se da por los autores de referencia a cada una de las etapas:

•  Reconocer el daño: Si quieres que una persona reconozca el daño, responde positiva-
mente a una confesión, proponte reconocerlo y expresa pesar por haberla lastimado o
afectado. La meta es mostrar que entiendes cómo la otra persona se sintió como resultado
de tus palabras o acciones. Aquí tienes varios ejemplos de cómo puedes expresar esto:
“Tienes que haberte sentido tremendamente avergonzado cuando dije esas cosas frente a

21
Ibid., Corintios 12:21-31.
22
Ibid., Efesios 4:1-13.
23
Ibid., Romanos 14:1-13 y 15:7.
24
Ibid., Santiago 4:1-2.
25
Peacemaker Ministries. https://www.peacemakerministries.org/

Capítulo I / 25
todos”. “Lamento muchísimo haberte hecho eso”. “Puedo ver por qué te sentiste frustrado
cuando no entregué los componentes a tiempo”. “Lamento no haber cumplido con mis com-
promisos para contigo”. A veces, es útil preguntar a la otra persona cómo se sintió como
resultado de nuestro comportamiento. Esto es especialmente acertado cuando sospechas
que la otra persona se sintió dolida profundamente por tu conducta o se muestra reacia a
decírtelo. Otra forma de mostrar que estás intentando entender cómo afectaste a otros es
describir una experiencia similar de tu propia vida. Por ejemplo: “Puedo imaginarme cómo
te sientes. Yo fui acusado falsamente por un empleador también, y fue una de las peores
experiencias de mi vida. Lamento haberte hecho pasar por lo mismo”. “Estoy seguro de
que te dolió lo que hice. Recuerdo cuando un amigo íntimo mío no cumplió su promesa de
ayudarme en un negocio que recién comenzaba. Trabajé durante meses, pero sin su ayuda
simplemente no pude funcionar. Me lastimó realmente lo que hizo. Lamento haberte fallado
de una forma similar”. Si bien uno no debe detenerse demasiado en los sentimientos, es
importante mostrar que tú entiendes cómo las otras personas se sienten, y expresar un pe-
sar auténtico por haberlas lastimado. Una vez que sus sentimientos han sido reconocidos
y se dan cuenta de que tú lamentas lo que has hecho, la mayoría de las personas estarán
más dispuestas a perdonar.

•  Aceptar las consecuencias. Aceptar explícitamente las consecuencias de tus acciones


es otra forma de demostrar un arrepentimiento genuino. El hijo pródigo demostró este prin-
cipio. Luego de reconocer que había pecado contra Dios y contra su padre, decidió decir:
“Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”.26 De
igual forma, si tú has violado repetidamente la confianza de un empleador, tal vez necesites
decir: “Usted tiene todo el derecho de despedirme por lo que he hecho, y no lo culparía si
lo hiciera”. O si has dañado la propiedad de una persona, tal vez necesites decir: “Me lle-
vará algún tiempo ganar el dinero adicional, pero me encargaré de que su propiedad sea
reparada o reemplazada cuanto antes”. (Fue una declaración de este tipo lo que hizo que
la confesión de Zaqueo fuera tan creíble.27 O si ayudaste a difundir información falsa acerca
de alguien, podrías decir: “A partir de esta noche, voy a llamar a cada persona con la que
he hablado para reconocer que lo que dije no era cierto”. Cuanto más te esfuerces por res-
tituir y reparar el daño que has causado, más fácil será que otros crean tu confesión y se
reconcilien contigo.

•  Cambiar el comportamiento. Otra señal de arrepentimiento sincero es explicar a la per-


sona que ofendiste cómo piensas cambiar tu comportamiento en el futuro. En un nivel per-

26
Reina-Valera, op. cit., Lucas 15:19.
27
Ibid., Lucas 19:8.

26
sonal, esto podría involucrar algunos de los cambios de actitud, carácter y comportamiento
que esperas hacer con la ayuda de Dios. Podrías mencionar que piensas reunirte con un
amigo, un líder de iglesia o consejero, que pueda darte consejos y hacer que rindas cuentas
por los cambios que esperas hacer.28

Influencia decisiva, desde el margen bíblico, ha tenido la Iglesia Menonita, que proviene de los ana-
baptistas del siglo XVI, caracterizada por una marcada filosofía pacifista y con significativa influencia
en Canadá y en Estados Unidos. Esta congregación cuenta con programas de justicia que busca di-
seminar en el mundo entero y, en el ámbito de la justicia restaurativa, tiene como máximo exponente a
Howard Zehr, profesor de la Universidad Menonita del Este, en el estado norteamericano de Virginia, y
quien, entre otras obras de significativo impacto, ha escrito El pequeño libro de la Justicia Restaurativa29
y Cambiando de lente. Un nuevo enfoque para el crimen y la justicia.30

En esta última, Zehr sostiene que la justicia bíblica propone un modelo restaurativo para transformar la
justicia actual, y comenta que en el Nuevo Testamento el enfoque de Cristo es incluso más claro en las
respuestas restaurativas al mal obrar. Esto no presenta ningún giro radical en la dirección del Viejo Tes-
tamento, y tampoco rechazo del sentido general del viejo Pacto; más bien, demuestra una perspectiva
en constante evolución, una continua transformación de la justicia.31

Zehr, junto con otros menonitas de renombre, como Dave Worth y Wayne North, para diferenciar la jus-
ticia retributiva de la justicia restaurativa, señala que la primera se hace las siguientes preguntas: ¿Qué
leyes han sido violadas? ¿Quién lo hizo? ¿Qué pena merece? En tanto que la segunda se pregunta:
¿Quién ha sufrido el daño? ¿Cuáles son sus necesidades? ¿Cómo podemos ayudarle?32

Asimismo, sostiene que la justicia restaurativa tiene un especial interés por aquellas necesidades de las
víctimas que no son adecuadamente atendidas por el sistema de justicia penal. Es frecuente que las
víctimas se sientan ignoradas, abandonadas e, incluso, atropelladas por los procesos judiciales. Esto
se debe, en parte, a la definición legal de “crimen”, la cual no considera a las víctimas. El crimen es
definido como un perjuicio contra el Estado, de modo que este toma el lugar de la víctima; sin embar-
go, las verdaderas víctimas tienen necesidades específicas que la justicia debe satisfacer. Debido a la
definición legal del crimen y a la naturaleza del proceso penal, existen cuatro tipos de necesidades que
suelen quedar desatendidas:33

•  Información. Las víctimas necesitan que sus preguntas acerca del crimen sean respon-
didas. ¿Por qué sucedió? ¿Qué ha sucedió? ¿Qué ha sucedido con posterioridad a la
ofensa? Las víctimas necesitan información real, no especulaciones, ni tampoco las infor-
maciones legalmente restringidas que entregan en un proceso jurídico o en un acuerdo
28
Sande (2012).
29
Good Books, 2007.
30
Herald Press, 2012.
31
Zehr (2012).
32
Ídem.
33
Zehr (2007, pp. 19-20).

Capítulo I / 27
judicial. Para conseguir información real, generalmente es necesario tener acceso directo o
indirecto a los ofensores que la posean.
•  Narración de los hechos. Un elemento importante en el proceso de recuperación después
de un crimen es tener la posibilidad de relatar la historia de lo que sucedió. De hecho, es
importante que la víctima tenga la oportunidad de narrar los hechos repetidas veces. Hay
buenas razones terapéuticas para ello. Parte del trauma causado por el crimen se debe a
que trastorna el concepto que tenemos de nosotros mismos y de nuestro mundo, así como
nuestra historia de vida.
•  Trascender a estas experiencias implica “reescribir la historia” de nuestras vidas, al relatar
estos hechos en espacios que sean significativos para nosotros, especialmente si estos
relatos reciben reconocimiento público. Muchas veces, también es importante que las víc-
timas tengan la oportunidad de narrar los acontecimientos a aquellas personas que les
causaron el daño y así puedan hacerles entender el impacto que tuvieron sus acciones.
•  Control. Es frecuente que las víctimas sientan que los delitos sufridos les han arrebatado
el control de sus vidas: el control sobre sus propiedades, sus cuerpos, sus emociones, sus
sueños. La oportunidad de involucrarse en su propio caso en el transcurso del proceso judi-
cial puede ser un aporte importante para que las víctimas recuperen un sentido de control.
•  Restitución o reivindicación. Muchas veces, la restitución por parte de los ofensores re-
sulta ser importante para las víctimas, lo que a veces se debe a las pérdidas materiales en
sí. Sin embargo, el reconocimiento simbólico representado en la restitución es igualmente
importante. Cuando el ofensor hace un esfuerzo para reparar el daño causado –aunque sea
de manera parcial–, en cierto modo está diciendo: “Reconozco que yo soy responsable, y
que tú no tienes la culpa”.

De hecho, la restitución es un signo o síntoma de una necesidad más básica: la necesidad de reivindi-
cación. Aunque una revisión detallada del concepto de reivindicación iría más allá de los alcances de
este trabajo, estoy convencido de que se trata de una necesidad básica que todos tenemos cuando
sufrimos una injusticia. La restitución es solo una de muchas formas de satisfacer esta necesidad de
“quedar a mano”. El acto de pedir perdón también puede aportar a satisfacer esta necesidad de que se
reconozca el daño sufrido por la víctima.

El compromiso de considerar seriamente estas necesidades de las víctimas ha influido profundamente


sobre la teoría y la práctica de la justicia restaurativa, tanto en su origen como en su evolución.

En la ya referida Cambiando de lente. Un nuevo enfoque para el crimen y la justicia, Zher nos muestra
diecinueve diferencias entre la justicia contemporánea y la justicia bíblica. Lo acucioso de su plantea-
miento nos brinda una visión más clara sobre la perspectiva bíblica de la justicia restaurativa.

28
Así, tenemos que, esquemáticamente, se puede hacer la siguiente comparación entre una y otra con-
cepción de la justicia:

CONCEPTOS DE JUSTICIA 34

Como en su momento se mencionó, la comunidad menonita ha asumido la justicia restaurativa como


una aportación de su vocación pacifista al sistema de justicia penal en general en el mundo entero, y

34
Zher (2007).

Capítulo I / 29
realiza una intensa labor a través no solo de sus universidades, sino, además, del Comité Central Me-
nonita35 sobre justicia penal. En este contexto la justicia restaurativa es definida como:

Un proceso dirigido a involucrar, dentro de lo posible, a todos los que tengan un interés, una ofensa
particular, e identificar y atender colectivamente los daños, necesidades y obligaciones derivados de
dicha ofensa, con el propósito de sanar y enmendar los daños de la mejor manera posible.

Otra organización católica que ha extendido su influencia en el ámbito de la justicia restaurativa no solo
en materia penal, sino, además, en otros contextos, es la Confraternidad Internacional Carcelaria.36 Al
referirse a la justicia restaurativa, esta afirma que “Dios nos llama a actuar de modo justo”, lo que da
lugar a las siguientes preguntas: ¿Qué es la justicia? ¿Qué significa actuar de modo justo? La Con-
fraternidad Carcelaria apoya y promueve las reformas de justicia restaurativa en el sistema de justicia,
afirmando en una serie de estudios que esta constituye un abordaje para comprender y responder
frente al delito. En cuanto a entender y responder al delito, la teoría y práctica de la justicia restaurativa
enfatiza y se centra en reparar el daño ocasionado por el delito como un perjuicio infligido a personas,
relaciones y comunidades, y en otorgar a aquellos directamente afectados por el delito la oportunidad
de determinar cuál será esa reparación. Asimismo, nos invita a construir la paz y construir relaciones
apropiadas al afirmar que:

La comprensión de las concepciones bíblicas de paz y justicia nos ofrece un ideal respecto del cual
podemos medir nuestra propia conducta y relaciones. Tal comprensión puede transformar nuestro com-
portamiento en situaciones de conflicto de todos los días, en el modo en que trabajamos con aquellos
que se ven afectados por el delito y en nuestra defensa de un sistema de justicia justo y efectivo. Por
consiguiente, la justicia restaurativa analiza qué significa trabajar por la paz, especialmente en el con-
texto del delito y la injusticia.37

Un ejemplo de los programas de la Iglesia Católica de Estados Unidos sobre justicia restaurativa en
relación con delitos graves lo encontramos en una investigación periodística llevada a cabo por Lorena
Rojas (2014), en la que explica:

Las estadísticas sobre las muertes en San Francisco disminuyeron este año, según datos del Ministerio
de Justicia Restaurativa, dependencia de la Oficina de Políticas Públicas de la Arquidiócesis. En el 2012
murieron en San Francisco 68 personas en incidentes relacionados con actos delictivos mientras que, a
diciembre 22 del 2013, la suma descendió a 45 muertes por la misma causa; el número de muertes bajó
en San Francisco, «no sé exactamente la razón, pero podríamos atribuirlo a este esfuerzo, las marchas
y otras acciones más nuestras acciones por la paz», dijo el coordinador de Justicia Restaurativa de la
Arquidiócesis, Julio Escobar. La Iglesia Católica, en coordinación con otras denominaciones religiosas
y organizaciones, vienen desarrollando una serie de acciones para minimizar los actos violentos en la
ciudad. «Una de las grandes cosas que tenemos en San Francisco, que no tenemos en ninguna otra

35
Comité Central Menonita. https://www.mcclaca.org/es/mennonite-central-committee-mcc/
36
Confraternidad Carcelaria Internacional (Prison Fellowship International). https://pfi.org/ y http://www.justiciarestaurativa.org/chapel
37
Confraternidad (2005).

30
ciudad, que yo sepa, es la reunión donde se analiza el crimen semanalmente», dijo Escobar; detalló
que este año 2013, el programa se ha extendido del condado de San Francisco a los condados de San
Mateo y Marín. Este es el primer año que se tiene récord de las muertes en estos dos últimos con-
dados. El condado de San Mateo reportó a mediados de diciembre del 2013 un total de 14 casos de
muertes relacionadas con la violencia y en el condado de Marín, dos, según justicia restaurativa; otras
acciones que viene desarrollando la Arquidiócesis de San Francisco a través del departamento de Jus-
ticia Restaurativa son los Talleres de Formación, los cuales se imparten en cada condado con el fin de
combatir la violencia y promover la paz. Los talleres tuvieron muy buena respuesta, dijo Escobar: «Un
promedio de 20 familias por condado asistieron». En enero se llevó a cabo una marcha por las calles
de San Francisco y concluye en la iglesia de Misión Dolores, con las familias que han sufrido a causa
de la muerte violenta de un ser querido o por aquellos que cometieron algún acto criminal. El servicio
religioso es presidido por el obispo católico William J. Justice, y coordinado por el ministerio de Justicia
Restaurativa.38

Como hemos podido observar, la perspectiva bíblica sobre la justicia restaurativa en materia penal nos
muestra a seres humanos comprometidos a tenderse la mano unos a otros, independientemente del
daño causado o sufrido; capaces de perdonar y de arrepentirse genuinamente y con plena disposición
para cambiar horizontes de muerte por horizontes de vida. No cabe duda de que, en la actualidad, los
cristianos, como en una auténtica epopeya, se han convertido en auténticos actores de la pacificación
social a través de, entre otras estrategias, multiplicar la práctica de la justicia restaurativa no solo en el
ámbito penal, sino también en contextos tan importantes como la familia, la escuela y el barrio, espa-
cios de convivencia donde se expresan los valores espirituales más relevantes.

Es importante destacar el alcance que desde esta perspectiva tiene la justicia restaurativa en lo que
se refiere al ofensor como un ser humano hacia el que voltea la víctima o el ofendido y se corres-
ponsabilizan para cubrir sus necesidades y convertirse en actores de su reintegración social, ya que
comprenden que este, a su vez, es una víctima, independientemente del daño causado, debido a la
concatenación de múltiples factores que lo llevaron a dar el paso al acto criminal.

No cabe duda de que, para los creyentes cristianos, la participación en procesos restaurativos es una
oportunidad que Dios les da para convertirse en actores del reencauzamiento del ofensor por el sen-
dero del bien.

Por último, debemos reconocer la influencia positiva que en el sistema de justicia penal en general ha
tenido el movimiento cristiano desde la orientación de la justicia restaurativa, particularmente, en ámbi-
tos de prevención del delito y de ejecución de penas privativas de la libertad.

38 Rojas (2014).

Capítulo I / 31
32
1.2 La vertiente criminológica

L
a criminología, como ciencia que se ocupa de estudiar el fenómeno criminal, de investigar sus
causas y las alternativas para que el delincuente modifique sus patrones de conducta y se en-
cause por la vía del respeto a las normas de convivencia social y, en particular, de los valores
protegidos por la legislación penal, ha evolucionado desde el siglo XIX con el surgimiento de la Escuela
Positiva, hasta ponderar y proponer modelos de justicia restaurativa como respuesta eficaz contra el
crimen.

Así, tenemos que Garrido, Strangeland y Redondo (2006), al referirse al objeto de la criminología, co-
mentan que, tras cien años de vigencia de la criminología científica, se han obtenido dos importantes
conclusiones acerca de la naturaleza de la delincuencia, que tienen implicaciones ontológicas sobre la
propia percepción de la disciplina. La primera, es que la delincuencia es un problema real, variable en
intensidad según los tipos de sociedades humanas, pero presente en todas ellas, y que consiste en que
ciertos individuos utilizan la fuerza física o el engaño para conseguir sus propios objetivos, perjudicando
con ello a otros individuos o colectivos. La segunda conclusión –complementaria de la anterior– es que
la delincuencia, además de ser un problema real, es también un fenómeno en cierto grado construido a
partir de la reacción de rechazo social que suscita entre la ciudadanía. Es decir, realidad y elaboración
social de la delincuencia a la vez, son dos lecciones importantes de este siglo de investigación crimino-
lógica en torno a las cuales existe un importante acuerdo de la comunidad científica.39

Igualmente, durante la evolución de la criminología encontramos distintos conceptos, cuyos factores


en común son el estudio del delincuente desde distintas ciencias, la víctima como un actor secundario
y, claro está, el Estado como protagonista, en su calidad de responsable de la seguridad ciudadana.

García-Pablos de Molina define la criminología como una ciencia empírica e interdisciplinaria que se
ocupa del estudio del crimen, de la persona del infractor, la víctima y el control social del comportamien-
to delictivo. El autor trata de suministrar una información válida, contrastada, sobre la génesis, dinámica
y variables principales del crimen ─contemplándolo como un problema individual y como problema
social─, así como los programas de prevención eficaz del mismo, las técnicas de intervención positivas
en el delincuente y los diversos modelos o sistemas de respuesta al delito. (2007, p. 29).

39
Garrido, Strangeland y Redondo (2006, p.48).

Capítulo I / 33
En mi opinión, la definición citada debe incorporar el concepto de estado peligroso, independientemen-
te de los cuestionamientos que desde la doctrina penal se le hacen, y también debe referirse al com-
portamiento desviado, en atención a que la criminología cumple una amplia función preventiva una vez
detectados los factores que dan pauta a que la persona dé el paso al acto criminal.

El autor mexicano López Vergara, acucioso investigador del fenómeno criminal, sostiene que la crimi-
nología cubre cuatro áreas de estudio, por lo que la define como una ciencia que se encarga de estudiar
el delito como conducta humana y social, de investigar las causas de la delincuencia, la prevención del
delito y el tratamiento del delincuente. (2006, p. 20).

Otros autores distinguen varias clases de criminología. Es así como el criminólogo español Manuel
López Rey sostiene que es necesario el análisis de esta ciencia desde las perspectivas científica,
analítica, académica y aplicada. Señala que la primera de ellas está constituida por el conjunto de
conceptos, resultados y métodos que se refieren a la criminalidad como fenómeno individual y social,
al delincuente, a la víctima, a la sociedad en parte y, en cierta medida, al sistema penal. La perspec-
tiva analítica está constituida por las aportaciones de la criminología científica y empírica creada por
jueces, funcionarios y profesionales. Sobre la académica, López Rey la considera esencial, aunque no
exclusivamente descriptiva, y explica que está constituida por la sistematización para la enseñanza y
diseminación del conocimiento de la criminología en general, en tanto que la perspectiva aplicada tie-
ne la finalidad de determinar si las otras criminologías y la política criminal cumplen con su cometido.
(1973, pp. 4-6).

Cabe precisar que la moderna criminología estudia el fenómeno criminal desde diversos modelos teó-
ricos, entre los que encontramos los que surgen de la biología criminal, de la psicología criminal y de
la sociología criminal. En lo que toca al primer modelo, encontramos estudios endocrinológicos de
sociobiología y bioquímica, así como genética criminal y neurociencia. En lo que se refiere al segundo,
contamos con estudios psicodinámicos, de psicopatología, biológico-conductuales o de condiciona-
miento del proceso de socialización, así como el aprendizaje social, del desarrollo moral y del déficit
del proceso cognitivo. Y en lo que toca al tercero, encontramos estudios sobre teorías plurifactoriales,
estructural funcionalistas, del conflicto, subculturales y del proceso social.

En los encuentros entre víctima u ofendido y ofensor consideramos la pertinencia de la aplicación


prioritaria de las teorías estructural funcionalista –en el ámbito sociológico– y del déficit de procesos
cognitivos para el pensamiento prosocial en el ámbito psicológico, en virtud de que estimamos que su
uso en procesos restaurativos produce una respuesta eficaz al delito.

Cabe destacar que, por una parte, se continúa abriendo espacio a un derecho penal de intervención mí-
nima, en donde tiene plena cabida el modelo restaurativo, en tanto que, concomitantemente, se llevan
a cabo estudios empíricos de la firmeza del sistema de justicia penal frente al delito que, como señala
Serrano Maíllo (2011), se ha convertido en uno de los principales objetos de estudio de la criminología.

34
Este autor formula, en la prestigiada Revista de Derecho Penal y Criminología, las siguientes dos hipó-
tesis que sirven de base para la presentación de un artículo que resulta clave en este tipo de estudios:

H1.- Existe una variable latente categórica de firmeza frente al delito, con indicadores también
categóricos de actitudes ciudadanas sobre el castigo;

H2.- Existe una variable latente categórica unidimensional de firmeza frente al delito, con indica-
dores también categóricos de actitudes ciudadanas directas e indirectas sobre el castigo.40

En lo que se refiere al estructural funcionalismo, cabe destacar que investigadores de esta corriente
de pensamiento han desarrollado los conceptos de anomia y comportamiento desviado, explicando
que una cantidad significativa de delitos, incluidos aquellos que quebrantan la estructura social, tienen
sus orígenes en valores relativos asimilados como aquellos por los que tiene sentido luchar y cuya
cristalización produce un desarrollo humano pleno. Me refiero a la colocación de la cultura del “tener”
al centro de todos los valores.

En este contexto, el éxito material se convierte en un valor-meta ante el que, si no existen los cauces
legales para alcanzarlo, surgen diversas actitudes por parte de los ciudadanos, entre las que encontra-
mos la actualización de una amplia gama de delitos. En esta situación, el bienestar material y el consu-
mismo se convierten en el carburante para la realización en la cultura del tener. Por ello, en la época en
que vivimos, es importante reflexionar sobre los valores sociales y el proceso de socialización; temas
que, por cierto, analizo en Cultura y Alienación.41

Considero que el proceso de socialización y la claridad de los valores que se transmiten durante sus
distintas etapas son clave para que una persona se comporte con pleno respeto a las normas jurídicas
que dan vigencia al estado de derecho; y que, en el contexto de la justicia restaurativa, es de enorme
importancia su comprensión, tanto para el facilitador como para los protagonistas del conflicto criminal.

En el marco de la cultura en la que estamos inmersos, la colocación del éxito material en la cúspide de
la escala de valores produce paso a paso un individualismo egocéntrico que moldea personalidades
proclives no solo a ilícitos de contenido patrimonial, sino a una amplia gama de conductas criminales
como consecuencia de la satisfacción de sentir que se tiene el poder para pasar por encima de nues-
tros semejantes.

En este contexto, es importante analizar la relevancia de los valores sociales y el proceso de sociali-
zación.

40
Serrano Maíllo (2011).
41
Pesqueira Leal (1991).

Capítulo I / 35
36
1.3. Valores sociales y proceso de socialización

L
a socialización es un proceso por el cual el individuo es absorbido por la cultura de una socie-
dad. Por medio de ella, la persona se adapta al grupo a que pertenece, pues asimila sus valores
y se adecua a las normas culturales que se convierten en guía de su conducta. Estas le especi-
fican qué es apropiado y qué es inapropiado, fijándole los límites dentro de los cuales ha de adentrarse
en las metas que la cultura le ha trazado. Aunque el proceso dura toda la vida, es durante la etapa de
la infancia cuando se ejerce en toda su intensidad, pues su éxito o fracaso depende del grado de asi-
milación que el sujeto tenga de los valores dominantes.

Dependiendo de la cultura en la que una persona nace, serán las expectativas que se le crearán: si
las mismas son alienantes, es decir, si estimulan el tener como meta existencial valores que no co-
rrespondan a su desarrollo como ser humano autónomo, las personas serán extrañas a las cualidades
inherentes a su ser, y los valores espirituales permanecerán aletargados, con lo cual se supondrá libre
si se adapta a las enseñanzas que se le proveen.

Al niño se le proporcionan verdades acabadas, es decir, no se le muestran alternativas; simplemente se


le dirige en base a normas socialmente admitidas y estimuladas que reflejan los valores que caracteri-
zan a la cultura a la que pertenece. En este sentido, el niño es agredido con expectativas de realización
que le son ajenas por completo, y a las que su temprana infancia no le permite cuestionar, viéndose
inmerso en un proceso de modelación que lo marca de por vida, aunque años después se rebele en su
contra. En consecuencia, la visión del niño dependerá de si nace en el seno de un grupo aborigen en
plena selva o en una sociedad posindustrial.

Es por ello por lo que el libre albedrío como potencia sufrirá una transfiguración de tal magnitud que el
niño asimilará todo su entorno sin que este actúe como cedazo de la influencia circundante, de ahí que,
una vez que su personalidad es arropada y anuladas capacidades cuyo conocimiento y uso son nece-
sarios para ejercer la libertad, se le hable incesantemente de la práctica de la libertad que se traduce
en vivir de acuerdo con las expectativas que se le han impuesto.

En palabras de Jean Piaget (1971), el niño sin deliberar aprende –yo diría que se le adiestra–, y su
virgen conciencia es cincelada. Y al respecto, señala:

Capítulo I / 37
…en esta fase comienza su integración en el primero de sus grupos, la familia. Es entonces cuando
internaliza un código de moral, al aprender, sin que exista deliberación por su parte, lo que está
bien hecho y lo que está mal hecho, lo que pueda hacer sin sanción punitiva y lo que implica tal
sanción. Esta interacción es emocional: y por ello los valores serán, toda la vida, reacciones afec-
tivas ante ciertos aspectos del mundo. Todo este proceso de transmisión cultural se realiza por
la interacción del niño con la madre y con el padre primero... Si alguien que sustituya a la madre
en el cuidado inicial del recién nacido adopta el papel materno y tiene sus efectos sobre la virgen
conciencia del nuevo ser humano.42

Dicho de otro modo, el primer grupo al que el niño pertenece moldea su personalidad con los valores
practicados e influyendo de manera determinante en su percepción sobre el mundo.

Por medio de la socialización, explícitamente se defienden ciertos valores considerados como los más
trascendentes para la permanencia de una cultura. Para ello se inculcan aspiraciones específicas, ob-
viamente vinculadas con los valores que definen el modo de vida. Estas aspiraciones se inculcan como
ideales que se deben perseguir por su valor en sí, y no únicamente por su recompensa material.

Cuando esto se logra, independientemente del grado de alienación, se vive un período de auge en la
cultura.

Para Young y Mack (1967), la socialización del niño consiste en “enseñarle la cultura que tiene que
adquirir y compartir, en hacer de él un miembro activo de la sociedad y sus diversos grupos, y en per-
suadirle a aceptar las normas de la sociedad”.43

Por su parte, el sociólogo norteamericano Víctor Baldridge (1978) afirma que la sociedad posee un gran
poder sobre los individuos:

… conforma, moldea y crea sus personalidades. Fundamentalmente por medio de la familia, la


sociedad plasma sus impresiones sobre la gente y la crea, moldeando la cera blanda de su herencia
biológica. En este sentido, el ‘Yo’ es tan social como biológico, no hay que negar la importancia de
lo biológico, pero hay que recalcar la importancia de la sociedad en conformar, remoldar y rehacer
al Ser biológico, creando la ‘persona’ social. En fin, la personalidad, el conjunto sistemático de
valores, creencias y rasgos que mantiene cualquier individuo, es un subproducto de la vida social.44

En efecto, si una cultura se considera portadora de valores que le dan sentido como tal y es por ello
portadora de la verdad, es evidente que, en el proceso de socialización, la transmisión de tales valores
será tarea prioritaria, por lo que su contenido es incuestionable; simplemente se asimilan como valio-
sos. Es precisamente este sentimiento social e individual el que explícita o implícitamente irrumpe en la
personalidad en formación y le hace aceptar como natural lo inducido.

42
Piaget (1971, p. 74).
43
Young y Mack (1967).
44
Baldridge (1978).

38
Pues bien, si al niño no se le educa, sino que se le adiestra, es decir, si no se desarrollan sus poten-
cialidades naturales, sino que se le inhiben y se le presentan alternativas existenciales ajenas, ¿cómo
dudar del proceso de alienación que sobre su incipiente, frágil y desamparada personalidad se ejerce?
¿O, acaso, modelar una personalidad no es alienarla?

Esta primera alienación sufrida en la infancia cuando se pertenece a una sociedad que estimula la
ambición para lograr el éxito material como prioritaria expectativa existencial, se verá reforzada por los
agentes o instituciones socializadoras con que cuenta la cultura. Pero, sobre todo, será sometida a un
más intenso proceso alienante por el uso desmedido de los medios de comunicación masiva, que con-
tinuarán con la misión de reforzar y estimular la visión del mundo y el modo de vida pregonado por la
cultura y siempre irán más allá de esta función, pues su influencia masiva les permite dirigir los valores
dominantes que les interesan, de tal forma que se engendran artificiosamente modelos cuyo grado de
penetración los convierten en valores secundarios.

Por otra parte, en aquellas culturas en las que durante el proceso de socialización no se ha considera-
do prioritario inculcar la creencia en el éxito material como valor-meta, vivirán el proceso cultural que
mediante el uso de los medios de comunicación masiva se ejerce sobre ellas. Este proceso se llevará a
cabo con complicidad de las subculturas que sí lo consideran prioritario (clase alta y media alta). Estas
subculturas son las que sí tienen como móvil existencial el lucro.

La confusión creada en el niño entre las expectativas creadas por su cultura de origen, que busca mo-
delarlo para que asimile los valores típicos de la sociedad a la que pertenece y, de portador, pase en
su momento a emisor de estos.

Las expectativas generadas por culturas etnocéntricas que utilizan como vehículo para ello los medios
de comunicación masiva, provocan en su interior sentimientos contradictorios. Pero cuando estas últi-
mas expectativas han horadado un gran sector de la sociedad, encontramos que los valores culturales
primarios son desplazados por los valores impuestos, y la búsqueda del éxito material irrumpe con
fuerza desmedida e incontrolable en el corazón mismo de la cultura, desencadenando, entre otras con-
ductas, un consumismo compulsivo.

Todo parece indicar que el proceso de socialización, aun en las sociedades democráticas que dicen
afirmar la práctica de la libertad, es el cauce por el que se aniquilan las expectativas de acceder a ella,
ya que el moldeamiento continuado de la personalidad es el muro de contención de las potencialidades
y cualidades de la persona. Es precisamente el desarrollo de esas potencialidades y la manifestación
de esas cualidades el camino que conduce a la libertad, y si nos suponemos libres porque nos podemos
desplazar físicamente de un lugar a otro o porque tenemos “claras” las expectativas de autorrealización
que fueron cinceladas en nuestra mente, debemos hacer un alto en el camino y reflexionar sobre si eso
es libertad, en especial cuando de nosotros mismos nada sabemos, solo lo que se nos ha enseñado.

El niño no escoge la cultura y la familia donde ha de nacer. Cuando viene al mundo, las expectativas
de realización ya han sido determinadas, y él solo debe adecuarse a ellas. (Pensemos por un momento

Capítulo I / 39
qué sería de nosotros de haber crecido en otra sociedad, o bien, en un ambiente subcultural distinto al
que nos correspondió.) Son tantas las “verdades” que se le hacen asimilar y que luego la misma diná-
mica social se encarga de sustituir por otras que tal vez las contradicen frontalmente, que por radical
que sea su actitud contestataria, cuando esto excepcionalmente suceda en la adolescencia o en la vida
adulta, siempre se verá aprisionado por preconceptos que lo persiguen sin cesar.

No nos entusiasma la idea de admitir que nosotros mismos, en el comportamiento diario, vamos ma-
nifestando el modo de ser o de obrar que la sociedad espera. Cuando decidimos hacer algo, creemos
obrar en libertad, sin percatamos de las condiciones sociales y de la influencia que el proceso de socia-
lización ha ejercido en nuestra personalidad.

La libertad de elegir, que en teoría es de todos, solo existe en capas de la población cuyo estatus eco-
nómico lo posibilita, y esa libertad, al igual que el objeto de elección, se ejercen siempre dentro de pa-
rámetros preestablecidos socialmente. Por cierto, millones de personas no tienen más alternativa que
vivir en condiciones verdaderamente infrahumanas. ¿Qué mejor prueba queremos que la existencia de
niños de la calle que deambulan expuestos a todas las adversidades, y contra quienes nos volcaremos
cuando se conviertan en agentes de conductas desviadas? Y esa realidad, al igual que el objeto de
elección, se ejerce siempre dentro de parámetros preestablecidos socialmente.

A propósito del contenido de la socialización, volviendo a Baldridge, este hace la siguiente caricaturi-
zación de la libertad:

Siempre pensé que la escuela era una cárcel, hasta que tuve un trabajo, ¡caramba, eso sí que era
una cárcel! Después me casé, eso era más que una cárcel; posteriormente fui llevado a filas; fue
peor que una cárcel, hasta que una vez tuve un problema y fui a dar al calabozo; entonces supe
que la cárcel era más cárcel que la escuela, que el trabajo, que el matrimonio y que el ejército.
Por fin sé en qué consiste la libertad. En el derecho de escoger qué cárcel.45

Para que el proceso de socialización sea cauce hacia la libertad, no basta el contexto elemental que se
traduce en vivir en una sociedad democrática, sino en proveer las condiciones para que se manifiesten
los valores espirituales que, como cualidades, permanecen latentes en el núcleo de nuestra propia
esencia.

Las anteriores reflexiones cobran significado para nuestro estudio cuando, dependiendo del estado de
alienación psicosocial, la persona rompe las normas de convivencia y se convierte en delincuente.

Quien da el paso al acto criminal, busca tener éxito en la tarea que ha emprendido y sabe que lo que
hace es socialmente reprochable, y que con su comportamiento vulnera los derechos de la víctima y
de la comunidad en su conjunto. Sin embargo, justifica su acción ante la meta que se ha trazado, y
esta puede o no tener connotación económica, pero de lo que no se tiene duda es de que la alienación

45
Baldridge (1978).

40
cultural de la que ha sido objeto es un factor decisivo en su viciada decisión; es decir, convertirse en fiel
expresión de la cultura del tener, desentendiéndose por completo de la cultura del ser.

La alienación en la cultura nos coloca en riesgo de cristalizar conductas delictivas, ya que los factores
de protección son diluidos por la relevancia de las metas prescritas, y esta percepción de la realidad
se amplía al punto de que la sensación de poder que le da al delincuente violar un bien penalmente
protegido, se convierte en algo significativo ante los obstáculos que se nos presentan para alcanzar el
valor-meta colocado en la cúspide de los valores relativos, es decir, el bienestar material.

Concordantemente, Merton (1964) señala que el dinero ha sido consagrado en la sociedad norteame-
ricana como un valor en sí mismo, y la riqueza acumulada como el símbolo del éxito por excelencia,
comentando que para el éxito monetario como sueño norteamericano no hay punto final de destino, y
puntualiza:

Decir que la meta del éxito monetario está atrincherada en la cultura norteamericana, no es sino
decir que los norteamericanos están bombardeados por todas partes con preceptos que afirman el
derecho o el deber de luchar por la meta aun en presencia de repetidas frustraciones. Prestigiosos
representantes de la sociedad refuerzan la importancia de la cultura. La familia, la escuela y el
lugar de trabajo, principales agencias que moldean la estructura de la personalidad y la formación
de metas del norteamericano, se unen para proporcionar la intensa tarea disciplinaria necesaria;
si el individuo ha de tener intacta una meta que sigue estando evasivamente fuera de su alcance,
ha de ser impulsado por la promesa de un placer que no se cumple. Los padres sirven de polea
de trasmisión para los valores y los objetivos de los grupos de que forman parte, o de la clase con
la cual se identifican. Y la escuela es, naturalmente, la agencia para la trasmisión de los valores
vigentes.46

Claro está, como lo sostienen Downes y Rock, “el fomento del consumo, con su creación de deseos
e insatisfacciones, es básico para el crecimiento económico en las economías del mercado”. (2011, p.
167).

En este contexto, Merton nos presenta, como ya lo hemos observado, el valor-meta a alcanzar para
encontrar sentido a nuestra existencia y nos muestra una combinación en la que, de alguna manera,
cabemos todos los ciudadanos, asociada a la actitud que adoptamos en relación con el citado objetivo.47

46
Merton (1964, p. 146).
47
Ídem.

Capítulo I / 41
No cabe duda de que la alienación cultural crea un ambiente propicio para que las personas se encuen-
tren en riesgo de cometer delitos; esto, en aras de alcanzar la cúspide material como valor esencial en
nuestra sociedad. En el proceso de socialización, paso a paso experimentamos transformaciones que
con frecuencia se convierten en conductas violentas, precisamente por el egoísmo que desarrollamos
al pensar esencialmente en nosotros y dejar de importarnos los demás; es decir, el egocentrismo nos
coloniza bajo la concepción de una filosofía de la cotidianeidad del primero yo, luego yo y después yo.

Cuando, desde el margen de la criminología, se plantea la justicia restaurativa como una estrategia
eficaz para reducir el fenómeno criminal, se parte del punto de que, en el marco de los procesos restau-
rativos, los protagonistas del conflicto criminal adquieren conciencia sobre su estado de alienación cul-
tural, y fortalecen valores que les son inherentes, como la fraternidad, la solidaridad y la cooperación.

Así mismo, criminológicamente, se parte de un punto considerado esencial para la reinserción social
del delincuente: la creación del contexto para que se desarrollen habilidades o destrezas sociocogni-
tivas durante los procesos restaurativos en los que participa, sobre todo en etapa temprana; es decir,
cuando los adolescentes en conflicto con la ley penal participan en los citados procesos.

El facilitador especialista en los procesos restaurativos en materia penal debe ser experto en habilida-
des sociocognitivas para el comportamiento prosocial, ya que, independientemente de las necesidades
de la víctima u ofendido y la comunidad, resulta de suma importancia para la sociedad la recuperación
o reinserción del delincuente.

Aspectos a tomar en consideración en los procesos restaurativos, son los siguientes:

a). La mayoría de los delincuentes presentan rasgos de deficiencias cognitivas; es decir, un escaso
desarrollo de habilidades sociocognitivas;

b). El desarrollo de destrezas sociocognitivas es indispensable para una adecuada readaptación


social;

42
c). Si un delincuente desarrolla las destrezas cognitivas indispensables para un adecuado com-
portamiento prosocial, disminuirá el riesgo de reincidir;

d). Si una persona no desarrolla destrezas cognitivas prosociales ante situaciones adversas, corre
el riesgo de desplazar conductas delictivas.

Es importante destacar que las principales deficiencias en el desarrollo de destrezas cognitivas vincula-
das con el fenómeno criminal son: la impulsividad, la externalidad, el razonamiento concreto, la rigidez,
la resolución cognitiva de problemas interpersonales; el egocentrismo y los disvalores.

Veamos a continuación en qué consiste cada una de estas deficiencias:

Impulsividad. De acuerdo con investigaciones sobre conductas criminales, se ha probado que la ma-
yoría de los delincuentes son impulsivos. La impulsividad se caracteriza por la dificultad que tiene la
persona para pasar por un proceso reflexivo antes de tomar una decisión para dar paso al acto criminal.
Es decir, de la ideación del suceso criminal pasa directamente a la resolución.

Son sus ideas y sus deseos los que en la fase psíquica e interna del delito prevalecen. Esta es la razón
por la que suele comportarse con base en “la idea que se le vino a la mente”, porque fue precisamente
lo único que pensó; no valoró y no consideró alternativas.

Externalidad. El delincuente supone que lo que le sucede deviene de la influencia que personas y
situaciones ejercen sobre él. En muchas ocasiones, piensa que es el destino el que determina su
comportamiento. Suele experimentar carencia de poder y, en consecuencia, imagina que está sujeto
al vendaval de situaciones ajenas a su voluntad. Experimenta en su ser interior la sensación de que es
la intensidad de la influencia de quienes lo rodean lo que determina su conducta. Precisamente por lo
antes señalado, se siente sometido a factores ajenos a su persona.

Pensamiento concreto. Con frecuencia, el delincuente basa su comportamiento en elementos que


percibe a través de sus sentidos: todo aquello que puede ver, tocar y oír. Tiene dificultades para pen-
sar en abstracto, lo que le creará complicaciones para comprender el mundo y, en consecuencia, para
evaluar su propio pensamiento y entender, así como comprender los sentimientos de los demás. Por
lo que toca a las normas jurídicas, éticas y cívicas, tiene dificultadas para introyectarlas precisamente
porque se le dificulta su valoración.

Claro está que el pensamiento concreto dificulta las buenas relaciones con quienes nos rodean.

Rigidez. La mente de la persona tiene dificultades para funcionar eficazmente porque se cierra a las
nuevas ideas. Incluso en su vida intrapersonal, atraviesa por serias dificultades para producir ideas que
le permitan resolver situaciones en las que se ve involucrado. Se cierra a las ideas y planteamientos
que le hacen otras personas, sobre todo de aquellas personas con las que le atan lazos consanguíneos
o de afecto. Suele discrepar de los puntos de vista de los demás, lo que complica su cambio de actitu-
des. En consecuencia, no es flexible, es intolerante, desatiende las advertencias que se le hacen y da
la impresión de que no aprende de experiencias que incluso le producen daño.

Capítulo I / 43
Resolución cognitiva de problemas interpersonales. Tiene dificultades para comprender que exis-
ten situaciones –en sus relaciones consigo mismo y con los demás– que constituyen verdaderos pro-
blemas. Es decir, no reconoce los problemas que se presentan y adopta actitudes de indiferencia o de
suposición de que no existen. Cuando reconoce la existencia de un problema, el delincuente decide re-
solverlo como siempre lo ha hecho; es decir, sin disposición para abrirse en su vida interna a otras alter-
nativas de solución. Precisamente por la suposición de que la única solución posible a un problema es
la que ha venido aplicando, no acepta opiniones, puntos de vista, ni planteamientos de otras personas.

Egocentrismo. Se mira a sí mismo como un ser que siempre tiene la razón. Los conflictos o situacio-
nes que se le presentan deben resolverse únicamente con base en su modo de pensar.

En su actitud ante la vida, tiende a que todo gire alrededor de su persona, como si fuera el eje o centro
de su ambiente, por lo que, en consecuencia, lo que los demás sienten o piensan tiene poca o ninguna
importancia en su vida.

Disvalores. Las deficiencias cognitivas generan en las personas condiciones que se convierten en la
base para que construyan su propia concepción del mundo. Dependiendo de la influencia que las ins-
tituciones socializadoras –como la familia, la escuela y el barrio– ejerzan sobre la persona, esta desa-
rrollará valores propios, que colisionan con los valores espirituales y éticos de la cultura y que podemos
catalogar como disvalores.

La escala de quien padece esta deficiencia le permite suponer que lo que hace está bien, porque esa
es su manera de pensar, y esto es así porque así se le inculcó que era válido comportarse. De ahí la
importancia de la toma de conciencia del significado de la trascendencia de los valores, tanto aquellos
que son absolutos porque resultan inherentes a nuestro ser, es decir, a nuestra naturaleza, como los
que son relativos, pero característicos de la cultura en la que vivimos, y resultan indispensables para
que vivamos en las sociedades democráticas de derecho bajo el manto protector de la cultura de la
legalidad.

Teniendo en consideración en los procesos restaurativos las deficiencias cognitivas ya señaladas, es


importante que el facilitador comprenda claramente cuáles son aquellas destrezas cognitivas necesa-
rias para que las personas se comporten prosocialmente. Es decir, las que debe desarrollar el ofensor
para reintegrarse socialmente; estas son: el autocontrol, la metacognición, las habilidades sociales, la
solución cognitiva de problemas interpersonales, el pensamiento creativo, el razonamiento crítico, la
toma de perspectiva social, el desarrollo de valores culturalmente admitidos, el control emocional y la
conciencia de la víctima.

A continuación, se hará referencia de cada una de estas habilidades.

Autocontrol. Una persona que alcanza a autocontrolarse antes de tomar una decisión, hace un alto y
lleva a cabo ejercicios mentales de autorreflexión sobre las consecuencias de las ideas o deseos que
se le han representado.

44
En lo que denominamos el camino del delito inter criminis, la fase psíquica o interna contempla tres
etapas: la ideación, la deliberación y la resolución. Quien se autocontrola, delibera internamente colo-
cando su aprendizaje a lo largo de la vida y las implicaciones que tendrá para él y quienes lo rodean si
se decide dar el paso al acto criminal.

Quien se autocontrola, necesariamente mide las consecuencias de su conducta, y valora el impacto


que en los demás provocará al atentar contra valores preestablecidos y tutelados o protegidos por el
derecho penal. El autocontrol implica el desarrollo de estrategias de pensamiento para hacer un ade-
cuado manejo de las emociones y para mantener une eficaz control sobre la conducta.

En el abordaje que lleva a cabo Serrano Maíllo (2011) sobre el autocontrol en su obra El problema de
las contingencias en la teoría del autocontrol. Un test de la teoría general del delito48, señala que el au-
tocontrol es la capacidad para ver y tener en cuenta las consecuencias futuras, probables o posibles,
de los actos propios; claro está, desde el contexto penalista criminológico.

Metacognición. Esta destreza cognitiva nos permite abstraernos y mirarnos a nosotros mismos ob-
servando nuestra propia realidad y la del entorno, lo cual propicia una evaluación crítica de nuestro
pensamiento interno.

La metacognición es muy importante porque nos permite valorar las posibles consecuencias si nos
dejamos llevar por un modo de pensar. Es decir, si la persona piensa de determinada manera, esto pro-
ducirá consecuencias en el mundo exterior, lo cual tendrá implicaciones que dañarán a otras personas
y la dañarán a ella misma. El autoanálisis puede inhibir la consumación de la conducta pensada.

Esto implica una buena comunicación con nosotros mismos, toda vez que, al vernos en nuestra propia
realidad, nos percatamos en nuestro propio imaginario de lo que vamos a provocar.

Habilidades sociales. Las habilidades sociales son de índole comunicacional, y nos permiten tener
una buena relación interpersonal y grupal. Gracias a ellas, nos podemos comunicar apreciativa, aso-
ciativa y restaurativamente.

Además, nos permiten negociar; es decir, llegar a acuerdos con las personas con quienes tenemos
conflictos. Esto siempre vinculado al buen trato, al respeto de la dignidad intrínseca de las otras perso-
nas y a soluciones que fortalezcan relaciones preestablecidas.

La asertividad, por ejemplo, es una habilidad social que nos permite interactuar con los demás expre-
sando lo que sentimos y lo que pensamos, sin provocar reacciones adversas, lo que permite dejar atrás
una actitud lesiva ante los conflictos, como la evitación, que con el tiempo los acentúa, con consecuen-
cias impredecibles.

Las habilidades sociales nos facilitan la relación con las personas a las que nos vinculamos en la vida
cotidiana, sobre todo en el trato en general en la vida en comunidad, incluido el trato con la figura de

48
Ed. Dykinson (2011).

Capítulo I / 45
autoridad. Están vinculadas a todas aquellas destrezas comunicacionales que hacen que tengamos
una buena relación con quienes nos rodean.

Pensamiento creativo. Pensar creativamente produce condiciones que permiten a las personas abrir-
se internamente a opciones de solución ante los conflictos que se le presentan. Es decir, a los seres
humanos nos son inherentes habilidades para transformarnos y modificar el mundo. Para esto, es
necesario que estemos conscientes de que, ante las situaciones que se nos presentan, no existe sola-
mente una alternativa de solución, sino varias. La mente creativa desarrolla precisamente alternativas
de solución ante los conflictos y permite que estos sean resueltos.

En el caso del delincuente, debe aprender que, antes de cometer el delito, es necesario que integre
en la etapa de deliberación su potencial creativo, básicamente para inhibir la decisión de dar el paso al
acto criminal.

Razonamiento crítico. El pensamiento lógico es indispensable para comprender situaciones que to-
dos los días se nos presentan, y en consecuencia, para tomar decisiones apegadas a la cultura de la
legalidad.

Así mismo, pensar objetivamente permite controlar el vendaval de las emociones y planteamientos
subjetivos que suelen estar cargados de sentimientos que afectan la decisión de las personas, particu-
larmente de los delincuentes que se dejan arrastrar por aquello que se le vino a la mente, sin hacer la
correspondiente valoración objetiva de la situación.

Por lo tanto, tener un comportamiento racional conlleva la toma de decisiones que favorecen las rela-
ciones interpersonales.

Toma de perspectiva social. Pensar en los demás, tener consideración por los demás, entender que
vivimos en una sociedad y que nuestra conducta tiene como límite el respeto a los derechos de quienes
nos rodean, es una habilidad indispensable para una sana convivencia.

La toma de perspectiva social contempla, primeramente, una clara comprensión de lo que significa la
autonomía de la voluntad; particularmente en lo que toca a las cualidades positivas inherentes al ser,
como la bondad, la concordia, la paz y el egocentrismo positivo, así como la dignidad intrínseca de
quienes nos rodean. De esta manera anteponemos los intereses sociales a aquellos intereses indivi-
duales que, si bien nos benefician, afectan o dañan los derechos de los demás.

La empatía es la manifestación por excelencia de la toma de perspectiva social, de ahí que, siendo em-
páticos, difícilmente lastimaríamos a los demás, y en consecuencia, excepcionalmente cometeríamos
un delito.

La toma de perspectiva social emerge en nosotros no solo por la disposición y el deseo de tomar en
consideración cómo sienten y piensan los demás, sino que la demostramos verbalmente y con hechos
en nuestra vida diaria.

46
Desarrollo de valores. Las habilidades cognitivas son la fuente de la mayoría de los valores, y como
consecuencia, quienes las han desarrollado muestran siempre disposición para practicar los valores
más importantes en nuestra vida gregaria.

En este contexto, antes que educar en valores, es indispensable capacitar en el desarrollo de las habi-
lidades sociocognitivas; es decir, destrezas que nos permitan interactuar como actores en la construc-
ción y mantenimiento de sociedades sanas y seguras.

Manejo emocional. Cuando hemos desarrollado esta destreza cognitiva, somos capaces de mantener
bajo nuestro ámbito de dominio las activaciones emocionales excesivas, lo que permite que evitemos
dejarnos llevar por las citadas emociones, en condiciones tales, que se reflejen en nuestra conducta.

El manejo emocional permite a cada ser humano desarrollar indicadores que le permiten percatarse
de su excitación emocional y, gracias a ello, contenerla, integrando para ello el resto de las destrezas
sociocognitivas.

Esto contempla que no solo somos capaces de manipular racionalmente la sobreexcitación en las
emociones y la clara comprensión de nuestros sentimientos, sino que, además, tenemos la habilidad
para reducirlas e inhibir su influencia en nuestro comportamiento. Es decir, aun cuando nos exaltamos
o sobreexaltamos emocionalmente, contamos con la capacidad para enfrentar y frenar esta situación,
y tal dominio nos permite superar la condición de víctimas-victimarios.

Conciencia de la víctima. Cuando una persona ya ha actualizado una conducta delictiva, es importan-
te que desarrolle la habilidad para percatarse de las consecuencias de su comportamiento.

El conflicto criminal primariamente se suscitó como consecuencia de la actualización de un delito donde


aparecieron en escena protagonistas, en la mayoría de los casos, una víctima y un victimario identifica-
dos. La experiencia nos muestra que, cuando al delincuente se le representa la idea criminal y decide
cometer el delito, suele no hacer valoración alguna sobre la víctima, y esto tiene que ver precisamente
con las deficiencias cognitivas a las que ya se hizo alusión anteriormente.

Tomar conciencia de la víctima significa hacer un ejercicio que permita al delincuente experimentar lo
que sintió el pasivo del delito o del daño, así como el efecto que en su vida produjo la conducta criminal.

Los procesos restaurativos son un espacio natural para que el delincuente tome conciencia de las con-
secuencias de su comportamiento y que esto se convierta en el futuro en un factor que lo inhiba ante la
posibilidad de repetir la comisión de un delito.

Como hemos podido observar, la criminología se interesa primariamente por el delincuente, y se pro-
pone, a través de procesos restaurativos, que este tome una clara consciencia de sí mismo para que
ejerza a plenitud la autonomía de su voluntad, que comprenda que debe enmendar su conducta, que
se arrepienta por el acto realizado y se responsabilice, tanto ante la víctima u ofendido, como frente a
la sociedad.

Capítulo I / 47
48
1.4. El margen victimológico

H
asta hace poco, en nuestro país, las víctimas del delito eran catalogadas como las grandes
olvidadas del procedimiento penal, ya que, hasta 1993, no disponían del reconocimiento de
sus derechos en nuestra Carta Magna, en virtud de que el conflicto penal se dirimía entre el
Estado y la o las personas involucradas en la comisión de ilícitos, por lo que la víctima atravesaba in-
cluso por serias dificultades para lograr la reparación del daño ocasionado.

Es así como la víctima u ofendido y sus necesidades fueron objeto de total desinterés por parte de
las instituciones responsables de legislar sobre la materia, así como de las encargadas de procurar y
administrar justicia.

La primera aproximación a la protección constitucional en beneficio de la víctima la encontramos en la


adición que hizo el Constituyente Permanente al artículo 20, publicada en el Diario Oficial de la Fede-
ración (DOF) el 3 de septiembre de 1993, en la que se establece que en todo proceso penal, la víctima
o el ofendido por algún delito, tendrá derecho a recibir asesoría jurídica, a que se le satisfaga la repa-
ración del daño cuando proceda, a coadyuvar con el Ministerio Público (…).

Fue hasta el año 2000 cuando se abrió un mayor espacio a la víctima del delito, al adicionar el Consti-
tuyente Permanente un apartado especial (Apartado B) donde se establecen garantías para la víctima o
el ofendido en los diversos delitos y en atención al interés superior del niño. De acuerdo con esto último,
y con lo previsto en la Convención sobre los Derechos del Niño, se eximió a las y los menores de edad
del careo con el inculpado en los casos de secuestro y violación.

Este apartado, actualmente apartado C del artículo 20 constitucional, contempló las siguientes garan-
tías:

I Recibir asesoría jurídica; ser informado de los derechos que en su favor establece la Constitución
y, cuando lo solicite, ser informado del desarrollo del procedimiento penal;

II. Coadyuvar con el Ministerio Público; a que se le reciban todos los datos o elementos de prueba
con los que cuente, tanto en la averiguación previa como en el proceso, y a que se desahoguen
las diligencias correspondientes. Cuando el Ministerio Público considere que no es necesario el
desahogo de la diligencia, deberá fundar y motivar su negativa;

Capítulo I / 49
III. Recibir, desde la comisión del delito, atención médica y psicológica de urgencia;

IV. Que se repare el daño. En los casos en que sea procedente, el Ministerio Público estará obli-
gado a solicitar la reparación del daño, y el juzgador no podrá absolver al sentenciado de dicha
reparación si ha emitido una sentencia condenatoria. La ley fijará procedimientos ágiles para
ejecutar las sentencias en materia de reparación del daño;

V. Cuando la víctima o el ofendido sean menores de edad, no estarán obligados a carearse con
el inculpado cuando se trate de los delitos de violación o secuestro. En estos casos, se llevarán
a cabo declaraciones en la condición que establezca la ley; y

VI. Solicitar las medidas y providencias que prevea la ley para su seguridad y auxilio.

Las entonces llamadas garantías de la víctima o del ofendido, antes referidas, fueron ampliadas en
el contexto de la reforma constitucional en materia de seguridad y justicia de 2008.49, abriéndose el
apartado C del artículo 20 –cuya última reforma data del 14 de julio de 2011–, misma fracción que a la
letra establece:I. Recibir asesoría jurídica; ser informado de los derechos que en su favor establece la
Constitución y, cuando lo solicite, ser informado del desarrollo del procedimiento penal;

II. Coadyuvar con el Ministerio Público; a que se le reciban todos los datos o elementos de prue-
ba con los que cuente, tanto en la investigación como en el proceso; a que se desahoguen las
diligencias correspondientes y a intervenir en el juicio e interponer los recursos en los términos
que prevea la ley. Cuando el Ministerio Público considere que no es necesario el desahogo de la
diligencia, deberá fundar y motivar su negativa;

III. Recibir, desde la comisión del delito, atención médica y psicológica de urgencia;

IV. Que se le repare el daño. En los casos en que sea procedente, el Ministerio Público estará
obligado a solicitar la reparación del daño, sin menoscabo de que la víctima u ofendido lo pueda
solicitar directamente, y el juzgador no podrá absolver al sentenciado de dicha reparación si ha
emitido una sentencia condenatoria. La ley fijará procedimientos ágiles para ejecutar las sentencias
en materia de reparación del daño;

V. Al resguardo de su identidad y otros datos personales en los siguientes casos: cuando sean me-
nores de edad; cuando se trate de delitos de violación, trata de personas, secuestro o delincuencia
organizada; y cuando, a juicio del juzgador, sea necesario para su protección, salvaguardando
en todo caso los derechos de la defensa. El Ministerio Público deberá garantizar la protección de
víctimas, ofendidos, testigos y, en general, de todos los sujetos que intervengan en el proceso.
Los jueces deberán vigilar el buen cumplimiento de esta obligación;

49
Decreto del 18 de junio de 2008.

50
VI. Solicitar las medidas cautelares y providencias necesarias para la protección y restitución de
sus derechos, e

VII.Impugnar ante autoridad judicial las omisiones del Ministerio Público en la investigación de
los delitos, así como las resoluciones de reserva, no ejercicio, desistimiento de la acción penal o
suspensión del procedimiento, cuando no esté satisfecha la reparación del daño.

Como hemos podido observar, en el lapso de veintiún años la figura de la víctima o del ofendido ha
cobrado un significativo espacio en el apartado relativo a los derechos humanos y sus garantías de
nuestra Carta Magna. Gracias a ello, ha alcanzado un nivel de protagonismo que le permite hacer valer
sus derechos, tanto en primera y segunda instancia como en juicio de garantías y, claro está, participar
en procesos restaurativos.

Al referirse a los cambios cognitivos experimentados por la víctima del delito, mismos cuya compren-
sión es indispensable para valorar la importancia de atender las necesidades de esta en los procesos
restaurativos, Albertín Carbó (2005)50 señala que estos son:

I. Cambios cognitivos51

-La negación de lo sucedido;

-Cambios en los sistemas de creencias. Se ven afectadas tres creencias básicas:

•  Cambios en la creencia de invulnerabilidad: la víctima se cree más vulnerable frente al mun-


do que antes de ocurrir el suceso. Como consecuencia se desarrolla la visión del mundo
como un lugar hostil.
•  Cambios en la creencia de control del mundo: concibe a su entorno fuera de orden y control
personal y social (“no puedo hacer nada”, “tampoco otras personas pueden evitarlo”). Este
cambio le produce sentimientos de enojo y enfado (contra sí y/o contra los que le rodean
por haber tenido anteriormente al suceso la ilusión de control), incapacidad frente a simples
eventos cotidianos que suceden en su entorno, unido a sentimientos de fracaso personal
por no ser capaz de afrontar la vida cotidiana. Todo ello comporta una pérdida de autonomía
y desarrollo de conductas de protección personal.
•  Cambios en la “creencia del mundo justo”: tras el hecho delictivo, la víctima modifica su
concepción de que el mundo es un lugar justo en el que “cada uno recibe lo que se merece”.

- La comparación social. Las víctimas tienden a realizar comparaciones sociales descendentes,


es decir, se comparan con personas menos afortunadas con la finalidad de obtener una ventaja
psicológica o tener un nivel de autoestima elevado (“aún he salido bien parada para lo que hubiera

50
En Soria Verde y Sáiz Roca (Coords.). (2005, pp. 263-265).
51
Albertín Carbó (2005). (Se conservó el formato y la ortografía del original).

Capítulo I / 51
podido ser”). La comparación también les permite establecer un “principio de realidad” al saber
cómo reaccionan otras personas que han sufrido procesos de victimización similares.

- Los procesos de atribución. Constituyen el núcleo básico de los procesos de adaptación. Se


trata de que la víctima busca una respuesta al “por qué” le ha sucedido esa situación traumática,
intentando conocer las causas, la motivación del autor, el comportamiento que mantuvo, las ex-
pectativas de la acción, etc. Se trata de hallar una lógica para poder vivir con lo sucedido. Existe
una atribución interna o auto atribución, en la que la responsabilidad por lo sucedido se sitúa en
la personalidad de la víctima o por algo que hizo o dejó de hacer durante el suceso. Y una atri-
bución externa, que sitúa la causalidad en el entorno: el agresor, las condiciones ambientales, el
azar, etc. Existe una tendencia general en las víctimas de autoculpabilizarse, pero ello constituye
parte del proceso en el que necesitan explorar y revisar su autonomía y control personal, sólo
que cuando se contempla desde un ámbito público o legal se asocia a la “culpabilización” de la
misma, o bien a un proceso patológico. La autoculpabilización es adaptativa tan sólo si permite a
la víctima retornar a una creencia de control sobre el entorno, de lo contrario, la autoinculpación
de una persona agredida incrementa la posibilidad de permanecer en la relación agresora.

-El futuro negativo. La víctima piensa que la vida ya no tiene sentido para ella, por lo que desarrolla
pensamientos negativos como “ya nada es igual” o “qué puedo esperar”.

Me refiero a cambios afectivos, comportamentales y psicofisiológicos, que Soria (2002) define como:

II. Cambios afectivos52

- Los sentimientos negativos:

•  El miedo, sobre todo recién pasado el delito, imposibilita el desarrollo de conductas habi-
tuales, al principio ligado a estímulos específicos del suceso (lugar de los hechos, personas
con apariencia semejante al agresor…), y, si no logra controlarse, a otros estímulos más
generalizados (la noche, la sociedad…). La reacción de la víctima es aislarse en casa y
adoptar una actitud hipervigilante. También hay que considerar el temor inducido por el
agresor, si la amenazó a ella o a su familia de agredirla en un futuro.
•  La vergüenza, escasamente estudiada por la Psicología, pero factor clave en la recupe-
ración a nivel social. Refuerza el sentimiento de autoestigmatización, y en comunidades
pequeñas, se acentúa por el conocimiento y reacciones de los vecinos.
•  La ira, consecuencia del sentimiento de humillación, indefensión e injusticia vivido por la
víctima durante el proceso. Es un sentimiento de la impotencia con el cual la víctima afronta
la situación vivida. En mujeres es menos aceptada socialmente que en los hombres, por
eso a veces la dirigen hacia ellas mismas.

52
Ibid., p. 264.

52
- Pérdida de autoestima.

- Deseos de autodestrucción. Se materializan en autoagresiones físicas o con substancias psi-


coactivas, o bien con la asunción de comportamientos basados en la búsqueda de sensaciones
(exposición a situaciones de riesgo…).

III. Cambios comportamentales.

•  Ruptura de la vida cotidiana. La víctima modifica substancialmente las relaciones con los
allegados debido a la incapacidad para pedir ayuda y que los familiares sepan cómo ha-
cerlo.
•  Modificación de los hábitos sociales. Existe una reorganización de la vida cotidiana, espe-
cialmente los procesos de evitación del lugar donde ocurrieron los hechos, el temor a revivir
lo sucedido que provoca modificación de ciertos hábitos, etc. Dedicará tiempo y esfuerzo a
planificar su “seguridad” para defenderse de un entorno que lo siente amenazante (pensan-
do dónde ir, con quién, cuándo, por dónde, etc.).
•  Pérdida de la capacidad de tomar decisiones. Decisiones de todo tipo, ya que la ausencia
de unos pensamientos orientados la inducen a la inactividad.

IV. Cambios Psicofisiológicos.53

Los estudios realizados indican que un delito (con cierta gravedad) altera las funciones autónomas
durante los primeros 20 días. Existen una serie de síntomas físicos (dificultades para tragar, des-
mayos, temblores, sudores, vómitos) que desaparecen los primeros días, pero en una segunda
etapa inmediata comienzan las alteraciones en la alimentación, insomnio, pesadillas… Cuando
estas alteraciones se mantienen más de un mes, es probable que la víctima haya desarrollado el
Síndrome de Estrés Postraumático.54

Y es que, en efecto, tal y como argumenta Marchiori (2006), toda victimización produce una disminu-
ción del sentimiento de seguridad individual y colectivo, porque el delito afecta profundamente a la
víctima, a su familia y a su comunidad social y cultural. La transgresión del sentimiento de inviolabilidad
–la mayoría de las personas tienden a vivenciarse inmunes a los ataques y delitos–, crea una situación
traumática que altera definitivamente a la víctima y a su familia. Se ha observado que la víctima del
delito sufre a causa de la acción delictiva; el delito implica daño en su persona o en sus pertenencias;
con su violencia, el delincuente provoca humillación social; la víctima experimenta temor por su vida y la
de su familia; se siente vulnerable, y esto provoca sentimientos de angustia, desconfianza, inseguridad
individual y social.55

53
Ídem.
54
Ibid., p. 265.
55
Marchiori (2006, p. 3).

Capítulo I / 53
Precisamente, en relación con el tema que nos ocupa, en el Séptimo Congreso de Naciones Unidas
sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente56 llevado a cabo en Milán, al referirse a los
principios básicos de protección de víctimas del delito y de la tortura, Marchiori señala lo siguiente:

La víctima debe ser tratada con comprensión; la víctima debe ser tratada con respeto a su propia
dignidad; la víctima debe ser resarcida del daño sufrido en el tiempo más breve posible; la víctima
debe ser resarcida del daño sufrido con el mínimo de sufrimiento; la víctima debe ser informada
de sus propios derechos; cada sistema jurídico debe promover mecanismos formales e informales
para la resolución de disputas; y se debe facilitar la práctica de la mediación, de la conciliación y
de la reparación material o simbólica de la víctima.57

Asimismo, debemos considerar que la víctima o el ofendido necesitan espacios para participar directa-
mente en el desenlace del conflicto criminal y sumarse con ello a las políticas públicas del gobierno; por
una parte, para evitar su revictimización, y por la otra, para contribuir a la reducción del delito, ya que
en pleno siglo XXI encontramos un aumento en los delitos que más dañan nuestra estructura social y
flagelan nuestra sensibilidad. Tal como señala Waller (2004), en el pasado siglo, las tendencias delicti-
vas se medían por la cantidad de personas condenadas en los tribunales penales; después, mediante
el número de ilícitos registrados por la policía; y actualmente son cuantificados mediante encuestas
entre la población en general.

La información derivada de esta forma evidencia que la victimización es un evento frecuente que in-
volucra pérdidas, lesiones y traumas. Pone de relieve que los datos de la policía, y particularmente los
de los tribunales, subestimaban el grado de delincuencia. Las mismas encuestas arrojan la cifra de
ciudadanos adultos en un país o una ciudad que padecen el delito cada año. También revelan si ellos
dan parte a la policía, si las agencias de apoyo los ayudan y qué actitudes tienen hacia las políticas
gubernamentales en materia de justicia penal. Estas encuestas constituyen igualmente una forma útil
de comparar el riesgo del acto ilícito entre países y, con el paso del tiempo, reducen problemas de
definición que confunden las comparaciones basadas en códigos penales nacionales o suposiciones
acerca de los métodos de registro de la policía. Los gobiernos, la Organización de las Naciones Unidas,
la Unión Europea y otras entidades las emplean cada vez más, a menudo con mayor confianza que los
datos manejados por la policía.58

Por otra parte, Rodríguez Manzanera (2003) en su obra Victimología. Estudio de la Víctima59, se refiere
a los Simposios Internacionales de Victimología y a la aparición de procesos restaurativos en estos; nos
comenta que, a partir del cuarto simposio, se ha tratado la importancia, primeramente, de los acuerdos
reparatorios y cómo es que, transcurrido el tiempo, se ha evolucionado hacia la justicia restaurativa,
señalándonos al respecto lo siguiente:

56
Naciones Unidas (1985).
57
Naciones Unidas (1985).
58
Waller (2004).
59
Ed. Porrúa (2003).

54
“El cuarto simposio Internacional de Victimología tuvo lugar en las ciudades de Tokio y Kioto (Ja-
pón), los días 29 de agosto al 2 de septiembre de 1982, y fue organizado por el profesor Dr. Koichi
Miyazawa. Las secciones fueron cuatro, a saber: 1. Problemas generales. Definiciones, teoría; 2.
Investigación empírica, métodos, descubrimientos; 3. Nuevos problemas: Víctimas del delito de
cuello blanco. Víctimas de contaminación; 4. Asistencia a las víctimas: Compensación, restitución,
servicios a las víctimas, centros de crisis.

El quinto Simposio Internacional de Victimología se realizó en la ciudad de Zagreb, Yugoslavia, del


18 al 23 de agosto de 1985, siendo presidido por el profesor Zvonimir Paul Separovic. Los temas
de la reunión fueron: cuestiones teoréticas y conceptuales; investigación; víctimas de abuso de
poder; mecanismos para asegurar justicia y reparación para las víctimas; asistencia a las víctimas
y prevención de la victimización; acción, regional, interregional.

El X Simposio Internacional de Victimología se programó del 6 al 11 de agosto del 2011, en el


Centro de Convenciones de Montreal, Canadá. La organización está a cargo de Irving Waller y
de Arlene Gaudreault y el tema general será: “Investigación y acción para el tercer milenio”. Los
subtemas son: Apoyo, compensación y política; Justicia restitutoria, mediación y legislación; Pro-
tección internacional para víctimas de abuso del poder y Prevención de la victimización.60

Desde la visión de la víctima, Herrera Moreno (2006), al efectuar un análisis de la victimología crítica,
abre espacio a la justicia restaurativa y comenta:

Finalizada la etapa de cooptación se reclama la autonomía científica y rigurosa de la victimología


respecto de los movimientos de víctimas, de ideología heterogénea y en ocasiones, afectadas por
un inexorable radicalismo retributivo. Lejos del estéril antagonismo entre rehabilitación criminal y
rehabilitación a víctima, se renueva la ideología de la reparación conciliadora hacia la formulación
de aspiraciones aún más ambiciosas. Se postula la emergencia de un nuevo paradigma social-
mente reequilibrador, de base humanística, superador del conflicto, terapéutico para la víctima e
integralmente restaurador del clima de paz: el paradigma de la nueva justicia restaurativa.61

Asimismo, Tamarit Sumalla (2006) se pregunta si la justicia reparadora es una justicia para la víctima,
comentando que:

La concepción restaurativa de la justicia propone “restaurar” la armonía social, recomponer los lazos
humanos y sociales rotos, en vez de castigar y provocar nuevas rupturas, y aspira a superar el
paradigma retributivo con un afán por mirar más hacia el futuro que hacia el pasado. Es importante
advertir que ello no significa necesariamente una actitud de despreocupación respecto al hecho
acaecido hasta el punto de no atribuirle otra relevancia que la de hecho generador de la situación
que reclama alguna solución. El proceso reparador establece la verdad histórica y contiene una

60
Rodríguez Manzanera (2003).
61
Herrera Moreno (2006, p. 75).

Capítulo I / 55
desaprobación del hecho, al tiempo que reconoce el valor intrínseco de los delincuentes como
personas, al considerarlas como sujetos capaces de comunicación y susceptibles de llevar a cabo
compromisos reparadores y de ser reintegrados a la sociedad. También, la justicia reparadora se
aleja de contenidos disuasorios, en la medida que se aspira a superar la dinámica incapacitadora
y punitivista e, incluso, rehabilitadora, propia de las sanciones penales convencionales, a favor
de una dinámica generadora de buenas relaciones, mutualismo, paz y bienestar, que sublime los
instintos de venganza en sentimientos positivos hacia los otros y un reforzamiento de la autoes-
tima, permitiendo ver en la responsabilización del infractor una oportunidad para ponerlo en una
posición de confianza y participación de la comunidad.62

El cambio de paradigma de la justicia retributiva a la justicia restaurativa nos muestra una nueva visión
del conflicto, fincada en argumentos que cuestionan el sistema tradicional de justicia precisamente por
su desinterés por la víctima; es decir, el nuevo modelo hace hincapié y cuida al pasivo del delito, sobre
todo por el riesgo real de su revictimización.

Es así como la víctima o el ofendido se convierten en protagonistas que determinan con frecuencia el
desenlace del conflicto penal. Al ser la víctima o el ofendido del delito quienes directamente han sido
afectados por los daños ocasionados, Morris (2001) sostiene que la justicia restaurativa debe proteger
eficazmente y satisfacer las necesidades de respuestas, de reconocimiento del perjuicio, de seguridad,
de restitución y de significación. Y así, por lo que toca a la necesidad de respuestas, comenta:

Las víctimas quieren respuesta a muchas preguntas, pero en especial a la eterna pregunta “¿por
qué yo?”. También quieren respuesta a algunas preguntas que podrían parecer triviales, como
“¿Por qué se llevó el radio barato y dejó el televisor?”. Pero ninguna pregunta que hagan las
víctimas es trivial. Esencia de la victimización es la sensación de pérdida de poder sobre nuestro
propio mundo personal, sobre el espacio de nuestras propias vidas. La búsqueda de respuestas
es la búsqueda por reencontrar el sentido que puede tener el mundo para nosotros, y por lograr
algún entendimiento que nos recupere el poder que antes teníamos sobre el espacio de nuestras
propias vidas, y una de las extrañas paradojas es que solo una persona puede darnos la respuesta
a la mayor parte de esas preguntas: el delincuente que nos ha hecho el daño” (Morris, 2001, pp.
273-274).

Cabe destacar que la víctima o el ofendido del delito suelen tener distintas percepciones –no siempre
positivas– en relación con el sistema de justicia, siendo esta una de las razones que justifican la regu-
lación de procesos restaurativos en las legislaciones penales o en leyes especiales sobre mecanismos
alternativos de solución de controversias. Así, tenemos que, ante el ilícito, quien ha sido agraviado por
este se encuentra, tal y como lo comenta Kirchhoff (2006), ante varias respuestas posibles: la parte
agraviada piensa que conlleva muchos problemas pasar tiempo informando a la policía; la parte agra-

62
Tamarit (2006, p. 442).

56
viada siente que no es tratada con justicia; la parte agraviada no quiere lastimar a la otra parte; las
partes han encontrado otras formas de resolver el conflicto.

Eiras Nordenstahl (2008) al referirse a la víctima en el marco de los procesos restaurativos, nos comen-
ta que hay oportunidades en que la víctima puede sentir mayor necesidad de encontrar un espacio en
el que tenga la posibilidad de ser escuchada, de pedir explicaciones, de conocer la otra historia, de per-
mitir el arrepentimiento y la disculpa, y también de obtener una reparación del daño sufrido. Igualmente,
para el ofensor, la posibilidad de poder encontrarse con su víctima, su necesidad de responsabilizarse
positivamente y restaurar su imagen como persona, asumir compromisos y conductas valiosas para el
futuro.63

Como hemos podido observar, la victimología ha realizado aportaciones valiosas para justificar la nece-
sidad de que en las legislaciones se regule la justicia restaurativa y, aun cuando prioriza a la víctima o
al ofendido, pondera la importancia de atender también las necesidades del ofensor y de la comunidad,
ya que desde esta disciplina de estudio se ha analizado recurrentemente la condición de víctima en
general, en virtud de que también el victimario puede ser catalogado como víctima, pues son factores
que se han sumado durante su historia de vida y resultan ajenos a su libre albedrío, los que en buena
medida lo han determinado a cometer el delito.

63
Eiras Nordenstahl (2008, p. 66).

Capítulo I / 57
58
1.5. Perspectiva desde la Organización
de las Naciones Unidas

E
l 7 de diciembre del año 2000, el Secretario General de las Naciones Unidas solicitó a los Es-
tados miembros que su sistema de justicia fijara una postura en relación con el seguimiento
que, hasta ese momento, se había llevado a cabo a través de los congresos mundiales sobre
prevención del delito y tratamiento del delincuente, de la justicia restaurativa como un nuevo modelo de
justicia y, particularmente, como una corriente penal y criminológica del derecho penal de intervención
mínima. Durante dos años, se recibieron las posiciones de naciones de todos los continentes, lo que
dio pauta para la elaboración, el 7 de enero de 2002, del informe que el Secretario General elaboró al
respecto, denominado Justicia Restaurativa. Informe del Secretario General, mismo que fue aprobado
por la Comisión de Prevención del Delito y Justicia Penal, en estricto apego a la normatividad vigente
en la citada organización.64

Entre los puntos más significativos del informe antes mencionado, vinculados a este trabajo, encon-
tramos el señalamiento de que un delito suele afectar no solo el futuro de las víctimas y comunidades,
sino también el de sus autores, por lo que la justicia restaurativa procura restablecer los intereses de
todas las partes afectadas por un acto delictivo, en la medida de lo posible, con la participación activa
y voluntaria de los delincuentes, la víctima y las comunidades.65

Asimismo, se consensuó acerca de cuáles son los principios básicos de justicia restaurativa, siendo
estos los siguientes: el delito es un acto que atenta contra las relaciones humanas; las víctimas y la
comunidad ocupan un lugar central en los procesos de administración de justicia; la prioridad máxima
en los procesos de administración de justicia es ayudar a las víctimas; la segunda prioridad es rehabi-
litar a la comunidad, en la medida de lo posible; el delincuente tiene una responsabilidad personal ante
las víctimas y ante la comunidad por los delitos cometidos; la experiencia de participar en un proceso
de justicia restaurativa permitirá al delincuente mejorar su competencia y entendimiento; y las partes
interesadas comparten responsabilidades en el proceso de justicia restaurativa, colaborando entre sí
para su desarrollo.66

64
Naciones Unidas (2002).
65
Ídem, p. 3.
66
Ídem.

Capítulo I / 59
Independientemente de lo anterior, en el marco del Décimo Congreso Internacional sobre Prevención
del Delito y Tratamiento del Delincuente67, organizado por la ONU y celebrado en Austria del 10 al 17
de abril del año 2000, se emitió la Declaración de Viena sobre la delincuencia y la justicia: frente a los
retos del siglo XXI, en la cual se alcanzó un punto culminante, que fue la concepción de justicia restau-
rativa, siendo en este contexto en el que se creó la comisión responsable de elaborar un documento de
principios básicos de las Naciones Unidas sobre el uso de programas de justicia restaurativa en materia
penal.68

En su elaboración, participaron expertos en la materia, que recogieron las experiencias de congre-


sos previos a partir del séptimo (realizado en Milán, Italia) en virtud de que fue en este evento que
aparecieron por primera ocasión las metodologías de la mediación y la conciliación en encuentros
víctima-ofensor. Asimismo, se analizaron buenas prácticas en aquellas naciones comprometidas con
procesos restaurativos en materia penal, tanto con criminales adultos como con adolescentes en con-
flicto con la ley penal.

De significativa relevancia resultan las consideraciones filosófico-jurídicas que en 2002 quedaron plas-
madas en el programa que contempla los mencionados principios básicos, que constituyen la base
desde la cual todo país debe operar nuevos sistemas de justicia penal.

En efecto, en el preámbulo del programa se establece que cada nación debe recordar que ha habido
en el mundo un crecimiento significativo de las iniciativas de justicia restaurativa; se reconoce que estas
iniciativas a menudo rescatan formas de justicia tradicional e indígena, que ven el crimen como funda-
mento dañino para la gente; se enfatiza que la justicia restaurativa es una respuesta evolutiva al crimen,
que respeta la dignidad e igualdad de cada persona y que, además, crea entendimiento y promueve
armonía social a través de la sanación de víctimas, delincuentes y comunidades. En el mismo sentido,
se recalca que esta metodología permite a los afectados por el crimen compartir abiertamente sus sen-
timientos y experiencias, teniendo como meta satisfacer sus necesidades; se genera conciencia de que
proporciona una oportunidad para las víctimas de alcanzar reparación, sentirse más seguras y lograr
cierres; además, permite a los delincuentes obtener introspectiva de las causas y efectos de su com-
portamiento y tomar responsabilidad de manera significativa, y permite a las comunidades entender las
causas subyacentes del crimen para promover bienestar comunitario y prevenir el crimen.69

Como he señalado, la justicia restaurativa es, sustantivamente:

Un sistema democrático de justicia que promueve la paz social y, en consecuencia, la armonización


de las relaciones intra e interpersonales dañadas por la conducta criminal; esto, a través de la so-
lución autocompositiva de las necesidades de la víctima, de las obligaciones, la responsabilización

67
Naciones Unidas (2000).
68
Naciones Unidas (2003).
69
Naciones Unidas (2003).

60
genuina y las necesidades del ofensor, así como de las necesidades y compromisos asumidos
por miembros o asociaciones de la comunidad.70

En relación con la concepción adjetiva o procesal, el programa en comentario define como pro-
ceso restaurativo cualquier proceso en el que la víctima y el delincuente –y, cuando es adecuado,
algún otro individuo o miembro de la comunidad afectados por un delito– participan conjunta y
activamente en la resolución de asuntos derivados de este, generalmente con ayuda de un faci-
litador. Los procesos restaurativos pueden incluir mediación, conciliación, conferencias y círculos
de sentencias.

Así mismo, establece que debe entenderse como resultado restaurativo el acuerdo alcanzado como
consecuencia de un proceso restaurativo. Este tipo de resultados incluyen respuestas y programas de
reparación, de restitución y de servicio a la comunidad; su meta es cumplir con las necesidades y res-
ponsabilidades individuales y colectivas de las partes, y a alcanzar la reintegración tanto de la víctima
como del delincuente.71

En el documento mencionado se establece que son partes en los procesos restaurativos: la víctima, el
delincuente y cualquier otro individuo o miembro de la comunidad afectado por un delito. Además, se
plantea a los Estados miembros el compromiso que se debe contraer para el desarrollo continuo de
programas de justicia restaurativa y la promoción de una cultura favorable para el uso de esta meto-
dología. Adicionalmente, que se deben establecer consultas regulares entre las autoridades de justicia
penal y los administradores de los programas de justicia restaurativa para desarrollar un entendimiento
común, mejorar la efectividad de los procesos restaurativos y los resultados para incrementar el grado
en que estos programas se usan para explorar maneras en que las metodologías restaurativas pueden
incorporarse en prácticas de justicia penal. En esta tesitura, los Estados miembros, en cooperación con
la sociedad civil cuando sea adecuado, deben promover la investigación y la evaluación de los progra-
mas de justicia restaurativa para calificar sus resultados.72

Cabe destacar que el programa contempla supuestos en los que los procesos no son adecuados o po-
sibles, estableciendo que, aun en estas situaciones, los oficiales de justicia penal deben empeñarse en
motivar al delincuente a tomar responsabilidad vis a vis, con la víctima y comunidades afectadas, para
apoyar a la reintegración de la víctima y del delincuente a la comunidad.

En otro documento de Naciones Unidas, denominado Controversias y desacuerdos sobre las carac-
terísticas esenciales de un programa de justicia restaurativa73, se hace referencia y se da respuesta a
cuatro de las más frecuentes preguntas en los términos siguientes:

•  ¿Hay un rol por castigo en la Justicia restaurativa? Algunos dicen que no porque el pro-
pósito de la Justicia restaurativa es reparar daños no causar más daño. Otros mientras

70
Buenrostro, Pesqueira y Soto Lamadrid (2013).
71
Naciones Unidas (2003).
72
Ídem.
73
UNODC Controversias (2006, p. 103). (Se conservó la ortografía del original).

Capítulo I / 61
acuerdan con ese punto, creen que los procesos restaurativos y resultados tienen muchas
de las características del castigo como denunciar comportamiento que viola las normas de
la sociedad y tener que pagar un precio por hacerlo.
•  ¿Son los servicios de apoyo a víctimas y programas de reintegración de delincuentes Jus-
ticia restaurativa? Si éstos no involucran un proceso restaurativo, aquellos que tienen una
concepción de encuentro dirían que a pesar de que son servicios valiosos e importantes,
no son Justicia restaurativa. Aquellos que trabajan dentro de las otras dos concepciones es
más probable que digan que sí son restaurativos.
•  ¿Qué pasa si una víctima u delincuente no está dispuesto a participar en un proceso res-
taurativo? Hay una variedad de maneras que una parte puede participar. La más obvia es
hacerlo personalmente, pero en algunas instancias participan indirectamente por ejemplo
mandando a un representante o comunicando sus puntos de vista por escrito o de alguna
otra manera. Pero si no están interesados o desean participar aún por medio de esas for-
mas indirectas, aquellos quienes trabajan dentro de la concepción de encuentro concluirían
que no hay una respuesta restaurativa adecuada. Aquellos que trabajan dentro de las otras
dos concepciones explorarían otras opciones reparadoras, como las mencionadas en el
párrafo 2 y las posibilidades de invitar víctimas a reunirse con delincuentes no relacionados
(no con sus propios delincuentes) para discutir temas generales de crimen y justicia.
•  ¿Puede haber Justicia restaurativa en un mundo injusto? Algunas personas son víctimas a
largo plazo de injusticia sistemática; ¿es justo hacerlos responsables por actos individua-
les de injusticia que ellos mismos cometen sin tomar pasos sustanciales para solucionar
la injusticia subyacente? Aquellos que trabajan dentro de la concepción transformativa di-
rían que no, y que las injusticias sistemáticas deben confrontarse así como las injusticias
individuales. Aquellos que trabajan dentro de las otras dos concepciones, a pesar de estar
preocupados con la injusticia sistemática no concluirían que la justicia restaurativa apremia
esto.74
Sin lugar a dudas, el documento más completo que la Organización de las Naciones Unidas ha pro-
ducido sobre la justicia restaurativa, consecuencia del consenso de un grupo significativo de Estados
miembros, es el Manual sobre programas de justicia restaurativa, publicado en 2006 bajo la responsa-
bilidad de la Oficina de las Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito (UNODC).

Este manual es clave para aquellos legisladores de países que buscan mejorar el sistema penal acusa-
torio adversarial, con el fin de que los instrumentos de política criminal, cuya finalidad es la conclusión
del proceso antes de la audiencia de juicio oral, operen eficazmente, en virtud de que el éxito a largo
plazo del procedimiento oral es inconcebible sin una amplia regulación del modelo de justicia restau-
rativa.

74
UNODC, op. cit.

62
La importancia del manual, independientemente de la relevancia de su contenido, radica en que su ela-
boración se acordó en el marco del 11º Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito
y Justicia Penal75 y que en él participaron especialistas del más alto perfil en la materia, entre quienes
podemos mencionar a Ivo Aertsen, Hazem Aly, Elias Carranza, Borbala Fellegi, Kittipong Kittayarak,
Paul McCold, Chino Obiagwu, Christa Pelikan, Ann Skelton, Adam Stapleton, Pavel Stern, Daniel Van
Ness y Martin Wright.

En el documento se define la justicia restaurativa como “una forma de responder al comportamiento


delictivo balanceando las necesidades de la comunidad, de las víctimas y de los delincuentes”; seña-
lando, además, que los elementos sobre los que deben regularse la justicia restaurativa y sus procesos
son: una víctima identificable, la participación voluntaria de la víctima, un delincuente que acepte la
responsabilidad de su comportamiento delictivo y la participación no forzada del delincuente.76

Asimismo, se puntualizaron las características del programa de justicia restaurativa: una respuesta
flexible a las circunstancias del delito, el delincuente y la víctima, que permite que cada caso sea con-
siderado individualmente; una respuesta al crimen que respeta la dignidad y la igualdad de cada una
de las personas; desarrolla el entendimiento y promueve la armonía social a través de la reparación de
las víctimas, los delincuentes y las comunidades; una alternativa viable en muchos casos al sistema de
justicia penal formal y a sus efectos estigmáticos sobre los delincuentes; un método que puede usarse
en conjunto con los procesos y las sanciones de la justicia penal tradicional; un método que incorpora
la solución de los problemas y está dirigido a las causas subyacentes del conflicto; una metodología
orientada a los daños y necesidades de las víctimas; una metodología que motiva al delincuente a
comprender las causas y efectos de su comportamiento y a asumir su responsabilidad de una manera
significativa; una metodología flexible y variable que puede adaptarse a las circunstancias, la tradición
legal, y los principios y filosofías de los sistemas nacionales de justicia penal ya establecidos; una
metodología adecuada para lidiar con muchos tipos diferentes de ofensas y delincuentes, incluyendo
varias ofensas muy serias; una respuesta al crimen que es particularmente adecuada para situaciones
en que hay delincuentes juveniles involucrados, en las que un objetivo importante de la intervención es
enseñar a los delincuentes valores y habilidades nuevas; y una respuesta que reconoce el papel de la
comunidad como principal actor para prevenir y responder al delito y al desorden social.77

Además, el manual establece claramente los objetivos de la justicia restaurativa, lo que nos permite
reflexionar sobre la pertinencia de los procesos que contempla para procurar la reinserción social del
delincuente, particularmente en aquellos casos en los que operan los criterios de oportunidad, los
acuerdos reparatorios, la suspensión condicional del proceso a prueba y el procedimiento abreviado,
en virtud de que la sola reparación material del daño únicamente amplía el espectro de la impunidad
en nuestro país. Es así como, por lo que toca a los objetivos referidos, considero pertinente hacer los
siguientes comentarios.

75
Naciones Unidas (2005).
76
UNODC Manual (2006, p. 6.).
77
Ibid., pp. 7-8.

Capítulo II / 63
Se ha dicho una y otra vez, en distintos foros y por autores de derecho penal, criminología y victimo-
logía, que la víctima ha sido, hasta el presente siglo, una figura retórica, a la que, en el mejor de los
casos, se le ha abierto espacio en el procedimiento penal para que contienda contra el ofensor y con-
tribuya a que este reciba una sanción ejemplar.

Asimismo, cuando se ha abierto un espacio colaborativo a la víctima o al ofendido en el procedimiento


penal, solo ha sido para que reclame la reparación del daño que se le ha ocasionado, y el legislador se
ha conformado hasta ahora con el condicionamiento del pago de este dicho daño para que el imputado
acceda a alguna de las instituciones que desactivan la puesta en marcha de la audiencia de juicio oral.

Si, como bien lo establecen el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,78 “To-
dos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón
y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”; así como el artículo 10 de la
Declaración Universal de los Derechos del Niño79:

El niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religio-
sa o de cualquier otra índole. Debe ser educado en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad
entre los pueblos, paz y fraternidad universal, y con plena conciencia de que debe consagrar sus
energías y aptitudes al servicio de sus semejantes.

Entonces, no existe la menor duda de que una legítima aspiración de quienes integramos la sociedad
mexicana es que todos estemos en condiciones de alcanzar un desarrollo armónico; también, que el
delito es una manifestación de que en la historia de vida del ofensor han acontecido sucesos que, ade-
más de inhibir este derecho, han provocado daño a la víctima, por lo que es necesario llevar a cabo los
actos requeridos para desactivar los efectos de esta realidad.

Una sociedad que pretende vivir bajo el manto protector de un estado democrático de derecho está
comprometida a comportarse con estricto apego a las normas de conducta establecidas por nuestro
marco legislativo. Claro está que es urgente comenzar por enfrentar con decisión la impunidad, la
corrupción y la improvisación. En particular, los servidores públicos responsables del sistema de se-
guridad y justicia; y si aspiramos a una sociedad en la que impere la búsqueda del bien común y la
justicia social, la corresponsabilidad se traduce en sinergia entre los sectores público, privado y social,
para que en la vida cotidiana no tengan cabida las conductas antisociales ni las conductas delictivas
de cualquier índole.

Siguiendo el planteamiento sobre los objetivos de justicia restaurativa a que se refiere el manual en
comentario, es indispensable que aceptemos que el crimen es un conflicto social en el que el activo del
delito, independientemente de la gravedad de su conducta, es victimario-víctima. Esto significa que los
actores en los procesos restaurativos deben tomar conciencia de los factores que concurren para que

78
Naciones Unidas (1948).
79
Naciones Unidas (1959).

64
una persona dé el paso al acto criminal y, en consecuencia, considerarlos al momento de gestionar las
necesidades tanto de la víctima o del ofendido, como del ofensor y la comunidad.

Asimismo, es importante destacar que, cuando a lo largo de nuestra existencia nos hemos convertido
en víctimas de personas con las que nos hemos relacionado por años, o cuando tenemos poco tiempo
de conocerlas; incluso cuando nos encontramos ante sucesos criminales intempestivos, no cabe duda
de que la dolorosa experiencia que se vive abre heridas psicoemocionales que es necesario cicatrizar
para superar esta condición. Esta situación presenta distintos niveles de complejidad, dependiendo de
la gravedad del bien jurídicamente protegido que ha sido dañado, pero, independientemente de ello, y
sobre todo cuando existan relaciones preestablecidas, es necesario considerar la vida futura y restau-
rar en lo posible los daños ocasionados.

Los seres humanos queremos y tenemos el derecho de vivir en armonía, en concordia y en paz con
nuestros semejantes y superar la condición de víctimas; también, a ayudar a superar la condición de
los ofensores, es decir, de las personas que nos han dañado, siendo esta una tarea que debemos em-
prender y realizar dentro de los procesos restaurativos.

Por último, resulta pertinente destacar las cinco metas identificadas en el manual en relación con todo
proceso restaurativo, siendo estas las siguientes:

•  Víctimas que acepten estar involucradas en el proceso de manera segura y salir de él sin-
tiéndose satisfechas;
•  Delincuentes que entiendan cómo la acción afectó a la víctima y a otras personas, asuman
su responsabilidad en las consecuencias de sus acciones y se comprometan a repararlas;
•  Medidas flexibles acordadas por las partes, que enfaticen la reparación del daño y, de ser
posible, también se ocupen de las razones de la infracción;
•  El respeto, por parte de los delincuentes, de su compromiso de reparar el daño, así como
su intención de resolver los factores que provocaron su comportamiento;

65
•  La comprensión, tanto de la víctima como del delincuente, de la dinámica que llevó al inci-
dente específico, y su obtención de un sentido de cierre y de reintegración a la comunidad.80

80
UNODC Manual (2006, p. 9.).

66
CAPÍTULO II

LA JUSTICIA RESTAURATIVA

Capítulo II / 67
68
2.1 Evolución en México

E
n septiembre de 1996, se integró en el Centro de Investigaciones Jurídicas de la Coordinación
de Posgrado en Derecho de la Universidad de Sonora un equipo de investigadores, presidido
por el suscrito. Su objetivo: identificar la pertinencia de adoptar un nuevo modelo de justicia
penal en México, en virtud de que los modelos retributivo y socializador no habían logrado –el primero
a través del castigo, y el segundo, por medio de la readaptación social del activo del delito– garantizar
la seguridad ciudadana. Es así como se planteó profundizar en el estudio de la justicia restaurativa.

Transcurridos dos años de intensa investigación y ante la realidad de un sistema de justicia que no
respondía a las expectativas de los ciudadanos, se concluyó que la expropiación del conflicto penal por
parte del Estado no había logrado que la pena privativa de la libertad cumpliera con su doble función de
intimidación genérica e intimidación específica, además de que la víctima o el ofendido y la comunidad
eran solo figuras retóricas, sin ningún espacio activo en el desenlace del conflicto criminal.

Por estas razones, se consideró pertinente crear las condiciones necesarias para difundir las ventajas
de la justicia restaurativa, desarrollar programas de capacitación e impulsar iniciativas sobre reformas
a la Constitución Política de nuestro país y las legislaciones penales, en las que, independientemente
de la instrumentación de los modelos de justicia retributiva y resocializadora, se incorporara este último
modelo, configurando así una trilogía que permitiera una respuesta más eficaz al fenómeno criminal.

En noviembre de 1998, la Universidad de Sonora construyó una alianza estratégica para difundir en
México y más allá de nuestras fronteras la metodología de la mediación en general, así como otros
procesos con enfoque restaurativo. Con este objetivo, se firmó en esa fecha un convenio por las insti-
tuciones académicas ya señaladas, el Sistema Nacional de Seguridad Pública y la Comisión Nacional
de Tribunales Superiores de Justicia, para impartir en nuestro país el primer Diplomado de Formación
de Mediadores, dirigido a funcionarios del sistema de impartición de justicia. Se convocó sobre la base
de la participación de dos funcionarios por cada estado de la República y el Distrito Federal, estable-
ciéndose una duración total de 300 horas, e incorporando, además, un módulo sobre mediación penal
con enfoque restaurativo.

Capítulo II / 69
A partir del año 2000, se impartieron programas de mediación penal, siempre desde el margen de la
justicia restaurativa. Posteriormente a la reforma en materia de seguridad y justicia del año 2008, se
capacitó a cuadros de expertos en justicia restaurativa de las entidades de la República.

Desde la convocatoria al Primer Congreso Nacional de Mediación, se incorporó en la agenda acadé-


mica la mediación penal con enfoque restaurativo, y consecutivamente, durante quince años, se ha
incluido en los congresos este modelo de justicia. Lo mismo aconteció en el XVIII Congreso Nacional de
Mediación realizado en noviembre de 2018 en Baja California Sur. Su integración a los citados eventos
ha servido de base para la evolución de la justicia restaurativa en nuestro país.

En virtud de que tanto la Universidad de Sonora como el Instituto de Mediación de México, S.C., son
instituciones matrices de los congresos mencionados, así como de los Congresos Mundiales de Me-
diación, también desde el primer congreso, efectuado en 2005, se incorporó en la agenda de trabajo
la justicia restaurativa, y de igual forma ha sido integrada en el marco del XIV Congreso Mundial de
Mediación, efectuado en Buenos Aires, Argentina en septiembre de 2018.

En el marco de estos congresos nacionales de mediación, se integraron comisiones para plantear al


Ejecutivo Federal y al Congreso de la Unión la necesidad de elevar a rango constitucional los meca-
nismos alternativos de solución de controversias, así como la justicia restaurativa en materia penal.
Durante años de incesante actividad, las comisiones integradas lograron obtener frutos que se vieron
reflejados en la reforma y adiciones a los artículos 17 y 18 de nuestra Carta Magna.

En efecto, el 12 de diciembre de 2005, se adicionó al párrafo sexto del artículo 18 constitucional el texto
siguiente:

“Las formas alternativas de justicia deberán observarse en la aplicación de este sistema, siempre que
resulte procedente”.81

El sistema al que se hace alusión corresponde a los adolescentes en conflicto con la ley penal, que, por
sus características, constituye una excelente respuesta a menores de dieciocho años que actualizan
figuras delictivas.

El 18 de junio de 2008, se adicionó un tercer párrafo al artículo 17, que a la fecha aparece como cuarto
párrafo y que a la letra estableció lo siguiente:

“Las leyes preverán mecanismos alternativos de solución de controversias. En la materia penal regu-
larán su aplicación, asegurarán la reparación del daño y establecerán los casos en los que se requiera
supervisión judicial”.82

Asimismo, en la mayoría de los códigos procesales penales de las entidades federativas que adoptaron
el procedimiento acusatorio adversarial acogieron el modelo de justicia restaurativa. Tal es el caso de

81
CPEUM (1917).
82
Ídem.

70
Durango, Estado de México, Oaxaca, Morelos y Chihuahua. Todo esto se dio antes de la entrada en
vigor del Código Nacional de Procedimientos Penales83 publicado el 5 de marzo de 2014.

Los logros alcanzados en la materia, e incluso obras publicadas sobre el tema por el extinto Secretaria-
do Técnico responsable de la implementación de la reforma constitucional, específicamente en lo que
toca al procedimiento penal acusatorio y oral, así como por diversos autores, no fueron suficientes para
abrir espacio a la justicia restaurativa en este código nacional.

La pretensión del legislador federal de hacer un envío de la justicia restaurativa –confundiéndola con
procesos restaurativos– a la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias
en Materia Penal84, es en verdad desafortunada, ya que, en el mejor de los casos, solo operaría en
delitos de querella o requisito equivalente de parte ofendida, delitos culposos y delitos patrimoniales
cometidos sin violencia en las personas, o bien, en aquellos supuestos contemplados en la suspensión
condicional del proceso.

Con el nacimiento de la Academia Mexicana de Justicia Restaurativa y Oralidad, A.C. en 2008, se am-
plió la alianza de instituciones académicas antes mencionada. En 2010, se convocó, en coordinación
con instituciones anfitrionas del estado de Guerrero encabezadas por el Tribunal Superior de Justicia
de ese estado, al Primer Congreso Nacional de Justicia Restaurativa y Oralidad, que se celebraría en
la ciudad de Acapulco. En este Congreso se sintetizaron los avances de este modelo de justicia en
nuestro país, por lo que considero pertinente referirme a continuación a la justificación del evento, así
como a sus conclusiones y al Manifiesto de Guerrero sobre justicia restaurativa.

Justificación:

La preocupación del pueblo mexicano por la inseguridad y la percepción de que el sistema proce-
sal penal no responde a las exigencias de una justicia transparente, pronta, completa e imparcial,
produjo el 18 de junio de 2008 la más trascendente reforma constitucional en materia de seguridad
y justicia desde la promulgación de nuestra Carta Magna. La decisión visionaria del Constituyente
Permanente estableció las bases para la regulación en las legislaciones de los fueros federal y
común del procedimiento penal acusatorio y oral, y los mecanismos alternativos de solución de
controversias. El reto para las legislaciones secundarias es mayúsculo, ya que su regulación en
estados de la República, lejos de evolucionar sobre la base del procedimiento penal patrio, lo hizo
sobre sistemas importados de naciones latinoamericanas cuya evolución económica, política,
social y jurídica es diversa a la nuestra.

En consecuencia, corresponde a los procesalistas mexicanos generar un procedimiento penal


acusatorio y oral acorde a nuestra realidad, que responda a los justos reclamos de la ciudadanía

83
C.N.P.P. (2014).
84
LNMASCMP (2014).

Capítulo II / 71
y cuyas salidas alternas sean reguladas y sustentadas por las instituciones de la justicia penal
restaurativa.

Las anteriores precisiones nos comprometen con dos ejercicios de reflexión y análisis: nos referimos
a las salidas alternas al juicio oral y a la justicia penal restaurativa. En las naciones de América
Latina donde ya se aplican las salidas precisadas, como Argentina y Chile, en América Latina, y en
entidades de nuestro país, como Chihuahua y Oaxaca, han concebido que nuestro procedimiento
penal es blando, y que la justicia penal se negocia, la cual se ha convertido en una puerta giratoria
que abre paso a la impunidad concertada. De ahí que en el seno del Congreso al que se convoca,
sea necesaria la revisión y, sobre todo, la evaluación de las aportaciones para garantizar que las
salidas alternas cubran las expectativas del modelo integrador del derecho penal.

Asimismo, el mandamiento constitucional contemplado en el artículo 17 compromete a los legisla-


dores y operadores del derecho a regular y aplicar la justicia penal restaurativa que debe permear
cada una de las salidas alternas. Este primer Congreso se convoca en el marco del Bicentenario de
nuestra Independencia y Centenario de la Revolución, en tiempos en los que es urgente responder
a las necesidades de seguridad, justicia y participación efectiva de nuestro pueblo en vida pública.85

CONCLUSIONES DEL FORO DE ANÁLISIS DIALÉCTICO SOBRE JUSTICIA


PENAL RESTAURATIVA Y SALIDAS ALTERNAS AL JUICIO ORAL 86

1. La justicia restaurativa en materia penal es una nueva escuela del derecho penal cuyo objeto
de estudio son los protagonistas directos e indirectos del conflicto criminal.

2. La justicia restaurativa en materia penal en el ámbito del derecho penal adjetivo dispone de una
gama de procedimientos que correctamente conducidos atienden a las necesidades de respuestas,
de reconocimiento, de seguridad y de reparación de las víctimas y los ofendidos del delito.

3. La justicia restaurativa en materia penal, aun cuando prioriza a las víctimas o los ofendidos del
delito y del daño, proporciona un espacio al delincuente, con la finalidad de atender sus necesi-
dades y lograr su reinserción social.

4. La justicia restaurativa en materia penal permite que integrantes de la comunidad participen en


procesos en los que, además de aportar elementos para recuperar a la víctima y al delincuente,
resulte factible comprender las causas del fenómeno criminal y superar la sensación de victimi-
zación social.

85
Primer Congreso (2010).
86
Pesqueira Leal. Conclusiones (2010).

72
5. La justicia restaurativa en materia penal propone una nueva visión ciudadana sobre la seguridad
pública y contribuye tangiblemente a alcanzar el orden y la paz públicos, legítima aspiración de
todos los mexicanos.

6. Es urgente la capacitación de expertos en justicia restaurativa en materia penal, y que los pro-
cedimientos que comprende esta corriente del derecho penal se apliquen a las salidas alternas
a la audiencia del juicio para garantizar a los ciudadanos que las excepciones al principio de
legalidad no afectan el compromiso del Estado y de la sociedad de alcanzar la reinserción social
del delincuente.

7. Las salidas alternas a la audiencia del juicio oral y el procedimiento penal abreviado con enfoque
restaurativo permiten superar la percepción generalizada de que el nuevo procedimiento penal se
ha mercantilizado o convertido en justicia blanda que solo favorece a los poderosos.

8. La fortaleza de la justicia restaurativa en materia penal radica en que integra márgenes de


análisis pertinentes para comprender su naturaleza, su objeto de estudio, sus procesos y las ne-
cesidades de sus protagonistas.

9. Considerando que los adolescentes en conflicto con la ley penal, independientemente de su pe-
ligrosidad y de que Estado y la sociedad somos corresponsables de sus conductas, se ha probado
que los procesos restaurativos contribuyen eficazmente a su arrepentimiento, toma de conciencia
y genuina responsabilización.

10. Las figuras de víctimas del delito subrogadas y del delincuente subrogado, son indispensables
para que en todos aquellos supuestos en los que operan las salidas alternas a la audiencia del
juicio oral o del procedimiento penal abreviado se puedan instrumentar procesos restaurativos que
permitan superar la percepción ciudadana de privatización de la justicia.

11. Los programas restaurativos en la etapa de ejecución de penas privativas de libertad se deben
convertir en condición para que operen instituciones de libertad anticipada, sin que esta circuns-
tancia garantice su obtención.

12. Para la profesionalización de expertos en justicia restaurativa en materia penal se deben


incorporar en los planes de estudios habilidades sociocognitivas que permitan a los facilitadores
atender y responder a las necesidades de las víctimas del delito, de los delincuentes y de la co-
munidad afectada.

13. Se considera pertinente integrar a las conclusiones de este congreso, a reserva de que se
efectúen revisiones en eventos futuros, la definición de justicia restaurativa propuesta por Jorge
Pesqueira, en la que se establece que:

Capítulo II / 73
Es una corriente del derecho penal de intervención mínima que integra en el ámbito adjetivo pro-
cesos voluntarios flexibles y transformativos en los que participan los protagonistas del conflicto
criminal directa o subrogadamente, uno o varios facilitadores y cuando resulta necesario familia-
res, miembros de la comunidad e integrantes de instituciones públicas, privadas y sociales con el
fin de atender las necesidades de la víctima, del delincuente y de la comunidad, orientadas a su
reintegración social.

14. La justicia restaurativa en materia penal abre espacio a la democratización de la justicia y a


su ciudadanización sobre la base de que los procedimientos operen y sean supervisados por los
sistemas de procuración o administración de justicia.

15. Los programas de justicia restaurativa en materia penal, para que cumplan con el objetivo de
la aplicación de la justicia, deben incorporar elementos de inclusión, reparación y reintegración.

16. Los programas de justicia restaurativa en materia penal deben atender a criterios de integra-
lidad y complementariedad, tales como:

•  Mediación entre víctima del delito o del daño y delincuente.


•  Reuniones o conferencias de restauración.
•  Círculos en sus distintas modalidades: de conciliación, de sanación, de sentencia y de
apoyo.
•  Programas de restitución.
•  Foros asociativos.

17. Las procuradurías de justicia y los tribunales deben comprometerse a diseñar programas de
justicia restaurativa en materia penal y a instrumentar su operación en las comunidades, con el fin
de que quienes actualicen infracciones menores no ingresen al sistema judicial, haciendo hincapié
en los casos de adolescentes.

18. Los programas de asistencia a las víctimas del delito deben orientarse a:

a). Aumentar su participación en el proceso.

b). Brindarles representación legal cuando tengan necesidad de esta.

c). Medidas cautelares de protección y seguridad.

d). Apoyar su recuperación física y psicológica.

19. Los programas restaurativos en centros penitenciarios y de adolescentes en conflicto con la


ley penal deben orientarse a:

•  Desarrollar capacidades que les permitan reintegrarse a la comunidad.


•  Proveerles condiciones que les permitan una adecuada transición de la vida institucionali-

74
zada a la comunitaria.
•  Prestar atención a sus necesidades laborales y familiares.
•  Buscar el restablecimiento de relaciones con familiares victimizados o dañados como con-
secuencia de la conducta delictiva.

20. Para desatender la corriente represiva y retributiva que, por coyuntura, como tentación au-
toritaria puede presentarse, y que pretendería modificar la duración máxima de las medidas de
internamiento definitivo en las leyes de justicia de adolescentes en los estados de la República, es
indispensable valorar los encuentros regionales y congresos inherentes a la justicia de adolescen-
tes, al advertir que prevalece la medida de internamiento definitivo de siete años en la mayor parte
de las leyes vigentes. Aguascalientes era uno de los estados cuya legislación había fijado 10 años
de internamiento definitivo, pero, ante la comisión de tres secuestros, sea dicho con todo respeto,
su Congreso local se alarmó, para aumentar de diez a veinte años dicha medida. La solución no
es equiparar las medidas de internamiento a las penas privativas de la libertad de que se ocupa
el Código Penal en los tipos delictivos, independientemente de su gravedad.87

Por constituir una significativa aportación a la justicia restaurativa en México y porque, además, legis-
ladores, funcionarios, investigadores y académicos están comprometidos a llevar a cabo su análisis y
reflexión, resulta particularmente relevante el Manifiesto de Guerrero, ya que en su texto encontramos
elementos significativos sobre el proceso evolutivo de la justicia restaurativa en México.

MANIFIESTO DE GUERRERO 88

Considerando que:

•  La oralidad y la justicia restaurativa en materia penal aplicadas a la criminalidad se remon-


tan a la vida gregaria de comunidades ancestrales desde épocas remotas, y que aún en la
actualidad continúan practicándose en distintas regiones del planeta, incluyendo a México.
•  Las víctimas y los ofendidos en nuestra sociedad se han visibilizado y alcanzado garantías
constitucionales durante las últimas dos décadas, aun cuando su efectiva protección conti-
núa siendo una asignatura pendiente.
•  La obligación del sistema de ejecución de sanciones, de readaptar a los delincuentes, ha
sido avasallada por la concepción neoclásica del derecho penal que recupera la fundamen-
tación vindicativa de expiación de culpas y castigos ejemplares a quienes han dado el paso
al acto criminal.
•  La expropiación del Estado de las respuestas al fenómeno criminal, volviéndolas de su ex-
clusiva competencia, ha convertido a la comunidad en un referente retórico sin participación

87
Pesqueira Leal. Conclusiones (2010).
88
Pesqueira Leal. Manifiesto (2010).

Capítulo II / 75
efectiva en la búsqueda de respuestas a los conflictos producidos.
•  Los centros de readaptación social producen condiciones objetivas para que la peligrosidad
de los delincuentes se acentúe.
•  Los esfuerzos de la Organización de las Naciones Unidas para generalizar la regulación
en los sistemas jurídicos contemporáneos de procedimientos penales acusatorios y orales
en los que la justicia restaurativa en materia penal cumpla con una función toral, han sido
insuficientes hasta ahora.
•  Desde la perspectiva bíblica, se procura dar fundamento a una concepción humanista y de
intervención mínima del derecho penal, en donde conceptos como arrepentimiento, res-
ponsabilización genuina, cicatrización de heridas emocionales y perdón se integren a su
misión.
En la ciudad de Acapulco, Guerrero, el día 13 de marzo del año 2010, se emite el siguiente:

MANIFIESTO

1.Es urgente que Estado y sociedad establezcamos un pacto para prevenir y enfrentar la crimina-
lidad con una concepción humanística fundamentada en la premisa de que la paz y la seguridad
sociales son posibles.

2.Los delitos son expresión del fracaso en el proceso de socialización; de ahí que, en las res-
puestas al fenómeno criminal, se debe considerar la corresponsabilidad de la familia, del sistema
educativo, de la comunidad próxima y de los demás agentes formales e informales de dicha so-
cialización fallida.

3. La escuela penal restaurativa y el procedimiento acusatorio y oral deben construir una eficaz
respuesta a la criminalidad, para lo cual se tiene que atender a las necesidades de los protago-
nistas del conflicto y de los afectados indirectos.

4. La investigación y el estudio sobre juicios orales y procesos restaurativos tiene que incluir en
cada país las buenas prácticas de las comunidades originarias en la materia, así como la evolución
del sistema procesal patrio que es acorde a nuestras culturas, y solo secundariamente nutrirse de
sistemas jurídicos de distintas familias del derecho penal sustantivo y adjetivo contemporáneos.

5. El nuevo sistema procesal oral y la justicia restaurativa en materia penal están comprometidos
a proporcionar a la víctima y al ofendido un espacio en el que se aseguren condiciones para que,
de manera puntual y efectiva, se atiendan sus necesidades.

76
6. Es indispensable que las salidas alternas a la audiencia de juicio oral –a saber: el criterio de
oportunidad, la suspensión del procedimiento a prueba, los mecanismos reparatorios, incluido el
procedimiento abreviado– operen atendiendo a las necesidades de reintegración de los delincuen-
tes a la comunidad, por lo que es necesario que en todas y cada una de dichas salidas alternas
sea una condición su participación en los procesos restaurativos.

7. En la búsqueda de la paz y la concordia sociales, los órganos responsables de operar la justicia


restaurativa en materia penal deben disponer de atribuciones para impulsar unidades comunitarias
en las que se atiendan con un enfoque restaurativo ilícitos penales de escasa gravedad, con el fin
de evitar la estigmatización de sus generadores, y dar vigencia a la concepción del delito como
un conflicto interpersonal que, adecuadamente abordado, previene ilícitos futuros.

8. La justicia restaurativa en materia penal es una eficaz opción para recuperar a las víctimas o
los ofendidos y a los delincuentes en la fase de ejecución de sanciones.

9. La mediación, la conciliación, las conferencias, los encuentros de facilitación y los círculos, son
procesos restaurativos que en esta fase de la evolución de la corriente de la justicia restaurativa
en materia penal resultan idóneos para que transitemos hacia el entendimiento social, al dar am-
plio espacio a las necesidades y a la satisfacción de estas, tanto de las víctimas o los ofendidos,
como del ofensor y de la comunidad.

10. El diseño de políticas públicas para operar procesos restaurativos en comunidades urbanas,
rurales y originarias, es una estrategia eficaz para prevenir la comisión de delitos graves, resta-
bleciendo la paz y la armonía sociales.89

Cabe precisar que los responsables de la redacción de los dos documentos antes referidos fuimos el
magistrado Dr. Edmundo Román Pinzón, presidente del Tribunal Superior de Justicia, Consejo de la
Judicatura del Estado de Guerrero y vicepresidente de la Comisión Nacional de Tribunales Superiores
de Justicia de los Estados Unidos Mexicanos (CONATRIB); y el autor, en calidad de presidente del Insti-
tuto de Mediación de México, S.C. y de la Academia Mexicana de Justicia Restaurativa y Oralidad, A.C.

89
Ídem.

Capítulo II / 77
78
2.2. Concepto

D
esde el pasado siglo, países como Canadá, Nueva Zelanda, Inglaterra y Estados Unidos de
América han contribuido al desarrollo del modelo de justicia restaurativa. Debemos recono-
cer las aportaciones que al respecto han hecho los congresos sobre prevención del delito
y tratamiento del delincuente convocados por la Organización de las Naciones Unidas, así como los
simposios internacionales de victimología convocados por la Sociedad Internacional de Victimología y
los congresos mundiales, tanto de criminología como de mediación.

Asimismo, dentro de múltiples experiencias originales sobre la aplicación de la justicia restaurativa, nos
encontramos con programas de interés internacional, como es el programa de Formación de reclusos
expertos en justicia restaurativa en materia penal al interior de los centros de readaptación social de la
República Mexicana, particularmente en el estado de Sonora.

Los conflictos son inherentes a la naturaleza humana, y su abordaje humanitario también lo es. El con-
flicto penal no es la excepción, por lo que, al desencadenarse sucesos que producen heridas psicoe-
mocionales en los protagonistas de la disputa, independientemente de la gravedad del delito, es indis-
pensable, al margen de la respuesta punitiva del Estado, crear espacios de encuentro para garantizar
las necesidades de la víctima o del ofendido, del ofensor y de la comunidad afectada.

Los encuentros restaurativos son la manifestación por excelencia de que los seres humanos, indepen-
dientemente de la magnitud de los daños ocasionados, en buena medida por el grado de alienación
cultural que experimentamos, somos intrínsecamente bondadosos, y de que todo victimario también es
víctima, tal y como ya lo señalamos. Con frecuencia, la comunidad produce condiciones que hacen que
aparezca como victimaria, es decir, todos resultamos corresponsables de la realidad en la que estamos
inmersos; la historia de vida de cada uno, no la construimos en pleno ejercicio de nuestra voluntad, sino
que son múltiples los factores que concurren en el tiempo y en el espacio donde nos desarrollamos
los que determinan significativamente pautas de conducta rígidas y desviadas que culminan en actos
delictivos.

La justicia restaurativa nos invita a tomar conciencia de nuestra realidad; a comprender las causas por
las que nos convertimos en víctimas o en victimarios; a encontrar senderos para vivir con dignidad,

Capítulo II / 79
habiendo aprendido a superar la condición en la que quedamos como consecuencia del rol que nos
correspondió cuando el delito se hubo cometido.

La justicia restaurativa es un modelo de justicia liberadora que nos permite reconstruirnos a nosotros
mismos, convirtiéndonos en protagonistas del cambio interior y en la relación con nuestros semejantes.
Nos aproxima a la convivencia armónica, a comprender nuestro entorno y a volvernos artífices de un
destino promisorio al que todos los seres humanos tenemos derecho.

El postulado fundamental de la justicia restaurativa, nos comenta González Ramírez (2012), es que una
transgresión a la norma jurídica, una falta o delito, perjudica a las personas y sus relaciones, y estas
necesitan una sanación a través de un proceso de colaboración, el cual involucra a las partes prima-
riamente interesadas y afectadas de forma directa por esta actuación en la determinación de la mejor
manera de reparar el daño causado, y a las partes secundarias o indirectamente afectadas, como red
de apoyo.90

En este contexto, han surgido distintas conceptualizaciones de la justicia restaurativa. En lo personal,


como en su oportunidad lo expresé, hago una distinción entre la concepción sustantiva y su función
adjetiva o procesal. Es así como la justicia restaurativa es, sustantivamente:

Un sistema democrático de justicia que promueve la paz social y, en consecuencia, la armonización


de las relaciones intra e interpersonales dañadas por la conducta criminal; esto, a través de la so-
lución autocompositiva de las necesidades de la víctima, de las obligaciones, la responsabilización
genuina y las necesidades del ofensor, así como de las necesidades y compromisos asumidos
por miembros o asociaciones de la comunidad.

Y procesalmente es:

Una corriente del derecho penal de intervención mínima que integra un conjunto de procedimien-
tos voluntarios, flexibles y cooperativos en los que participan los protagonistas del conflicto penal,
directa o subrogadamente, uno o varios facilitadores y, cuando resulta necesario, los familiares,
amigos, ciudadanos y representantes de instituciones públicas, privadas y sociales, con el fin de
atender las necesidades prosociales e intereses de la víctima, del delincuente y de la comunidad,
y de contribuir a su reintegración social para alcanzar la seguridad ciudadana, el orden público y
la paz social.

Por su parte, Howard Zehr (2007) la define, como ya lo comenté al referirme al enfoque teológico, como:

Un proceso dirigido a involucrar, dentro de lo posible, a todos los que tengan un interés en una
ofensa particular, e identificar y atender colectivamente los daños, necesidades y obligaciones

90
González Ramírez (2012, p. 15).

80
derivados de dicha ofensa, con el propósito de sanar y enmendar los daños de la mejor manera
posible.91

Asimismo, al referirme a la perspectiva de la justicia restaurativa desde la Organización de las Naciones


Unidas, señalé que esta define el proceso restaurativo en el documento titulado Principios básicos para
la aplicación de programas de justicia restaurativa en materia penal como:

“Todo proceso en que la víctima y el delincuente y, cuando proceda, cualesquier otras personas
o miembros de la comunidad afectados por un delito, participen conjuntamente de forma activa
en la resolución de cuestiones derivadas del delito, por lo general con la ayuda de un facilitador.92

Es de hacer notar que Domingo de la Fuente (2012), al referirse al concepto de este modelo de justicia,
vinculándolo con la Organización de las Naciones Unidas, nos comenta que la justicia restaurativa en
su dimensión estricta, referida al sistema de justicia penal, es definida por la citada organización como
“una respuesta evolucionada al crimen que respeta la dignidad y equidad de cada persona, construye
comprensión y promueve armonía social a través de la ‘sanación’ de la víctima, infractor y comunidad”.

Así mismo, refiere la autora que, para entender esta dimensión de la justicia restaurativa y obtener la
mejor visión, lo más conveniente es contraponer la actual justicia retributiva a esta justicia restaurativa,
en virtud de que la primera “centra su análisis en la violación de la norma”, y la segunda, “se centra en
la vulneración de las relaciones entre las personas, en el daño que se les ha causado”.93

Cabe señalar que la Corte Constitucional de Colombia afirma que:

…la justicia restaurativa parte de la premisa de que el delito perjudica a las personas y a las rela-
ciones, y que el logro de la justicia demanda el mayor grado de substanciación posible del daño;
su enfoque es cooperativo en la medida que genera un espacio para que los sujetos involucrados
en el conflicto se reúnan, compartan sus sentimientos y elaboren un plan de reparación del daño
causado que satisfaga sus intereses y necesidades recíprocas.94

En relación con la República de Colombia, encontramos que en su Código de Procedimiento Penal se


regula la justicia restaurativa. El artículo 518 señala que esta es “todo proceso en el que la víctima y el
imputado, acusado o sentenciado participan conjuntamente de forma activa en la resolución de cuestio-
nes derivadas del delito en busca de un resultado restaurativo, con o sin la participación de un facilita-
dor”. Asimismo, en la fracción II del citado precepto, al referirse a qué debe entenderse por resultado de
un programa de justicia restaurativa, lo define como “el acuerdo encaminado a atender las necesidades
y responsabilidades individuales y colectivas de las partes y a lograr la reintegración de la víctima y del
infractor en la comunidad en busca de la reparación, la restitución y el servicio a la comunidad”.95

91
Zehr (2007, p. 45).
92
Naciones Unidas (2003, p. 42).
93
Domingo de la Fuente (2012, p. 6).
94
Rojas López (2009, p. 220).
95
C.P.P. Colombia (2004).

Capítulo II / 81
En el mismo sentido, Gorjón, Reyes y Gorjón (2014) sostienen que por resultado restaurativo en mate-
ria penal se debe entender:

…el acuerdo encaminado a atender las necesidades y responsabilidades individuales y colectivas


de las partes y a lograr la integración de la víctima u ofendido y del inculpado a la comunidad, en
busca de la reparación, la restitución y el servicio a la comunidad.96

Cabe destacar que en el Manual de Procedimientos de Fiscalía en el Sistema Penal Acusatorio de la


Fiscalía General de la Nación de la República de Colombia se define la justicia restaurativa como:

…un nuevo movimiento en el campo de la victimología y la criminología, que parte del recono-
cimiento de que el delito causa daños a las personas y comunidades y que, por lo tanto, debe
ser corregido creando un escenario –entre otros– donde se reduzcan los índices de impunidad,
intolerancia, congestión y mora en la administración de justicia, y que a la vez logre el justo reco-
nocimiento del perjuicio causado a la víctima y a la resocialización del infractor en la comunidad.97

Y el Código Procesal Penal para el Estado de Nuevo León, en su artículo 4, establecía:

…la justicia restaurativa es todo mecanismo en el que la víctima u ofendido y el imputado partici-
pan conjuntamente de forma activa en la resolución de cuestiones derivadas del delito en busca
de un resultado restaurativo, entendiéndose este como el acuerdo encaminado a atender las
necesidades y responsabilidades individuales y colectivas de las partes y lograr la reintegración
de la víctima, no de quien cometió el delito a la sociedad, buscando la reparación, la restitución y
el servicio a la comunidad.98

Por último, en la fracción VI del artículo 2 de la Ley de Mecanismos Alternativos de Solución de Contro-
versias para el Estado de Sonora, se define la justicia restaurativa en el ámbito procesal como:

…un proceso en el que participan la víctima, el probable responsable o el delincuente, así como
miembros de la comunidad afectados por el delito, para que se repare el daño provocado y se
atiendan las necesidades de las partes con el fin de lograr su reintegración social.99

96
Gorjón, Reyes y Gorjón (2014, p. 13).
97
Fiscalía General Colombia (2009, p. 194).
98
C.P.P. Nuevo León (2011).
99
LMASCES (2008).

82
2.3 Justificación

C
ada nación tiene la obligación primordial de garantizar la seguridad ciudadana, razón por la
cual nadie puede hacerse justicia por sí mismo ni ejercer violencia para reclamar sus dere-
chos, tal y como lo prescribe el primer párrafo del artículo 17 constitucional.100

En este contexto, tenemos varias actitudes que las personas suelen adoptar para resolver sus conflic-
tos; por ejemplo: la evitación, que significa no hacer algo ante una situación, independientemente del
daño que cause en nuestro mundo interior. Otra actitud son los actos unilaterales de fuerza, que por lo
regular nos llevan a la comisión de delitos; también podemos acudir a un tercero para que sea quien
decida por nosotros. En materia penal, es el caso precisamente del juez, que toma la decisión sobre
nuestra culpabilidad o inocencia. Y por último, tenemos la opción de sentarnos a dialogar con quien
tenemos la disputa; es decir, los generadores del conflicto se convierten en actores principales de la
búsqueda de solución y en responsables de su resultado.

La justicia restaurativa se ubica dentro del último supuesto señalado en el párrafo anterior; por lo tanto,
en su esencia se encuentra la interacción directa –y, excepcionalmente, indirecta– entre los protago-
nistas del conflicto criminal; es decir, la víctima o el ofendido, el victimario y la comunidad afectada por
el delito.

La gama de procesos restaurativos permite que ciertas teorías criminológicas se puedan poner en
práctica. Tal es el caso de la teoría sociológica de la anomia o comportamiento desviado y de la teoría
psicológica sobre habilidades cognitivas para el comportamiento prosocial. En virtud de que, en esen-
cia, lo que se busca en estos procesos es satisfacer las necesidades de todos los actores del conflicto
y lograr la reinserción social, básicamente del pasivo y del activo del delito, tenemos que la complejidad
del proceso reclama expertos con conocimientos en criminología, victimología, penología, psicología,
ciencias de la comunicación y otras disciplinas del comportamiento. Esto, porque lo que se pretende
es que, mediante la práctica de este modelo de justicia, se reduzca el fenómeno criminal, se restauren
relaciones cuando hay vínculos preestablecidos y, sobre todo, aproximar a la sociedad a una conviven-
cia pacífica y armónica.

100
CPEUM (1917).

Capítulo II / 83
En la obra Justicia Alternativa y el Sistema Acusatorio101, de la cual fui coautor, publicada por el extinto
secretariado técnico responsable en su tiempo de la reforma constitucional en México, en el apartado
que me correspondió, precisamente al referirme a la justificación de este modelo, señalé que los facto-
res que justifican la regulación de la justicia restaurativa en materia penal son los siguientes:

a.  La justicia retributiva y la endeble eficacia de la justicia resocializadora, han sido incapa-
ces, hasta ahora, de garantizar la seguridad ciudadana.

b.  La justicia retributiva no ha alcanzado la meta asignada a la pena para que ésta cumpla
con la doble función de intimidación genérica e intimidación especifica.

c.  Los logros de la justicia retributiva no han contribuido a mejorar la convivencia ciudada-
na.

d.  La justicia retributiva no contempla los mecanismos para que la afectación material y
psico-emocional ocasionada a la víctima y a miembros de la comunidad, permitan la supe-
ración de sus consecuencias.

e.  La justicia retributiva es incapaz de contribuir a la pacificación de las relaciones interper-


sonales y sociales; en consecuencia, a la armonía social.

f.  Si bien es cierto que la justicia represiva es la principal respuesta de modelo al crimen, su
complementación con la justicia restaurativa le permite crear condiciones para recuperar la
confianza de los ciudadanos en la justicia penal, al incorporarse las víctimas y comunidad
a través de este modelo humanístico y democrático, directamente en el desenlace de los
conflictos criminales.

g.  La aplicación de la justicia restaurativa y de su gama de procedimientos en cada uno de


los subsistemas del Sistema de Seguridad Pública en México, es una contribución tangible
en la construcción de una cultura de la paz y de la concordia.

h.  La elevación del sistema de justicia restaurativa en materia penal a rango constitucional,
es la mejor muestra de necesidad que existe de empoderar a los ciudadanos en ámbitos tan
álgidos y delicados, como la procuración y la administración de justicia.

i.  El establecimiento de las bases para la regulación en el procedimiento penal acusato-


rio y oral, y de la justicia restaurativa en la reforma constitucional de 18 de junio de 2008
no es casual, ya que la consolidación en la vida social del primero, depende de la eficaz
aplicación de la segunda, tanto en lo que se refiere a las salidas alternas a la audiencia de
juicio oral como en el procedimiento penal abreviado, de tal forma que, en su conjunto, son

101
Buenrostro, Pesqueira y Soto Lamadrid (2013). (Se conservó la ortografía del texto original).

84
cruzadas transversalmente por estos procedimientos participativos.

j.  El uso de la justicia restaurativa, independientemente de la gravedad del delito y de la


liberación del circuito penal sólo en los casos que la ley contemple, es una garantía para
la sociedad de que el sistema mexicano se ocupa, efectivamente, de orientar sus acciones
hacia la armonización de las relaciones humanas.

k.  La instrumentación eficaz de la justicia restaurativa a través de las políticas públicas de-
rivadas de los tres órdenes de gobierno, es una eficaz alternativa en la prevención primaria,
secundaria y terciaria del delito.

l.  El éxito o el fracaso del nuevo procedimiento penal acusatorio y oral, está indisoluble-
mente ligado al éxito o al fracaso de la justicia restaurativa, por lo que esto, entre otros fac-
tores, nos compromete con la profesionalización de facilitadores para que tengan una clara
comprensión de los perfiles de las víctimas y de los ofensores, así como de la cultura en la
que estos están inmersos, debiendo convertirse en expertos avezados en el deber ser y la
realidad de las instituciones socializadoras fundamentales y de las cualidades positivas del
ser, así como sus habilidades sociocognitivas; todo esto en el marco de una clara compren-
sión de todos y cada uno de los procesos restaurativos.

m.  Operar con eficiencia la justicia penal represiva, la justicia penal resocializadora y la
justicia penal restaurativa como sistemas articulados para prevenir, reprimir y en su caso re-
integrar a la víctima, al ofensor y, cuando corresponda, a la comunidad, aproxima al Estado
mexicano a hacer efectiva la obligación primaria de hacer realidad la seguridad ciudadana.

Como hemos podido observar, la justicia restaurativa en el marco del nuevo procedimiento penal acu-
satorio adversarial es el espacio en el que se gestionan gran cantidad de conflictos criminales a través
de acuerdos en los que participan la víctima y el ofendido, el imputado, el Ministerio Público y el juez, y
es indispensable, sobre todo, para que la ciudadanía desarrolle una percepción positiva sobre el nuevo
sistema de justicia.

En consecuencia, si en cada conflicto penal se tiene siempre presente la necesidad de la reintegración


de la víctima o del ofendido, del delincuente y de la comunidad afectada por el delito, y si la reparación
del daño es adecuadamente tutelada y protegida, no cabe duda de que la credibilidad del sistema penal
aumentará, abriendo la expectativa para los mexicanos de que estamos en condiciones de disponer
de procesos penales transparentes y, sobre todo, en los que se haga justicia con pleno respeto a la
protección de nuestros derechos fundamentales.

Capítulo II / 85
86
2.4 Necesidades

C
omo bien sabemos, las necesidades son todo aquello que consideramos indispensable o
imprescindible para vivir con dignidad.

Cuando surge un conflicto a consecuencia de la actualización de un ilícito penal, es necesario


que nos abramos de inmediato a la reflexión de las necesidades que el suceso criminal ha generado en
la víctima o en el ofendido; pero también debemos atender a las necesidades del delincuente, ya que,
si bien es cierto que este ha dañado a la víctima y a la comunidad, también se ha dañado a sí mismo,
y para prevenir su reincidencia, es indispensable establecer cuáles son sus necesidades y gestionarlas
en el espacio más propicio para esto, como son los procesos restaurativos. Asimismo, en virtud de que
el delito no solo daña a quienes se han visto involucrados directamente en el mismo, sino también a
la comunidad próxima y a la sociedad en general, es indispensable ponderar qué necesidades deben
cubrirse por lo que toca a estos últimos espacios.

Partiendo de lo anterior, a continuación se enuncian las necesidades de cada uno de los protagonistas
mencionados, de las cuales, en su oportunidad, se hizo mención en la obra referida en este mismo
capítulo.

Capítulo II / 87
88
2.4.1 De la víctima u ofendido 102

Necesidad de contestaciones: Independientemente del ilícito que se haya cometido en su per-


juicio, el primer cuestionamiento que la víctima se hace es ¿Por qué a mí me sucedió y no a otra
persona?, ¿Qué hice para que el hecho aconteciera?, ¿Por qué el ofensor se comportó como lo
hizo?, ¿Cómo pude haberlo evitado?, ¿Hasta dónde debo considerar que tuve qué ver con su
consumación?, ¿Por qué no puedo olvidar lo sucedido?, ¿Por qué tengo la impresión de que lo
que me pasó se va a repetir? Quiero recuperarme, pero no sé cómo hacerlo; experimento dolor,
frustración sufrimiento y no puedo sacar de mi mente lo que me pasó. Como podemos observar,
la victimización produce una amplia gama de sentimientos y emociones, así como la sensación
de pérdida que es, precisamente, lo que genera una oleada de preguntas que suelen permanecer
obsesivamente en la mente y que, en la mayoría de las ocasiones, sólo el ofensor puede responder.

Dependiendo de la gravedad del delito, la víctima puede llegar a experimentar un sentimiento de


pérdida irreparable en el que, incluso, su propia vida carece de interés y puede acontecer que ya
hubiera pasado por un largo peregrinar entre psiquiatras, psicoterapeutas, sacerdotes, parientes,
amigos cercanos y, a pesar de esto, no haya logrado alivio a su conflicto interno. La paradoja es
que la ausencia de contestaciones y la recurrencia de dicha ésta, es que sólo el ofensor puede
contribuir a la sanación de sus críticas heridas emocionales.

Las contestaciones que la víctima obtiene en el proceso restaurativo la pueden llevar a recuperar
la confianza en ella misma y en los demás. Puede comprender que, más allá de sus emociones,
sentimientos y percepciones, es factible que logre superar su condición, dejar de visualizarse como
una víctima, y encontrar la estabilidad emocional que le permite dejar atrás este episodio de su vida.

Howard Zehr (2007) reconoce la presente como una de las necesidades de las víctimas, pero la
llama “necesidad de información”, señalando que éstas necesitan información real, en lugar de
sólo especulaciones. Además, afirma que tampoco requiere, únicamente, de las informaciones que
jurídicamente se le pueden ofrecer por el sistema de justicia, ya que, para lograr información real,
por lo general, resulta indispensable el acceso directo o indirecto a los ofensores, pues al haber
participado éstos en los hechos, son quienes cuentan con los datos fidedignos.

Necesidad de comprensión: Esto no significa que la víctima quiera mostrarse ante los demás
como un ser que reclama compasión por lo que le ha sucedido, o que espera de los demás que
la perciban con lástima; tampoco que se identifiquen con ella por lo que le sucedió, y sí, en cam-
bio, espera que los miembros de la comunidad reconozcan el daño que se le ha originado, y que

102
Ibid., pp. 170-172. (Se conservó la ortografía del texto original).

Capítulo II / 89
debe ser tratada con el debido respeto a sus derechos; asimismo, espera ser valorada por las
autoridades de manera objetiva.

Es importante que no se pretenda culpabilizar a la víctima y hacerla sentir como alguien que, de
cierta forma, propició la consumación del ilícito; no se le debe decir, por ejemplo, que si hubiera
hecho tal o cual cosa, o si se hubiera comportado de determinada manera, el delito no se hubiera
actualizado, ya que, con tales actitudes, se contribuye a profundizar las heridas emocionales ex-
perimentadas y a revictimizarla socialmente.

Asimismo, es indispensable que las instituciones responsables de procurar justicia, incluyendo la


policía investigadora y el sistema judicial, atiendan a la víctima, considerando su condición, ya que
el riesgo de victimización en estos contextos es alto, a diferencia de los procesos restaurativos,
en los que la comprensión sobre su condición es cuidado, tanto por el experto facilitador, como
por los demás participantes en los procesos inclusivos.

Necesidad de certeza y seguridad: Es de suma importancia que la víctima recupere la certeza


y seguridad que perdió por el suceso en sí mismo, o bien, por el miedo y temor al ofensor, ya
sea que lo conozca, como sucede, entre otros, en los ilícitos de violencia intrafamiliar, o ciertos
delitos sexuales, o bien, que no se sepa de quién se trata, ya que esta circunstancia la mantiene
atrapada en una continua sensación de temor y zozobra que sólo puede ser superada si recobra
la seguridad perdida.

Este es un tema de singular importancia en los procesos restaurativos, sobre todo en la etapa
preliminar; de ahí que esté siempre presente el interés para que dicha situación se solucione.

Además de las necesidades antes mencionadas, Ruth Morris (2001) incorpora las necesidades
de restauración y de resignación como prioridad para la víctima. La primera, como ya se comentó,
“puede ser resuelta dependiendo más de la víctima y el ofensor que de la reparación estrictamente
monetaria”. Me referiré a ambas a continuación.

- Necesidad de restauración: La autora sostiene que:

…las víctimas quieren su mundo tal como lo tenían. Puesto que nadie puede traernos el pasado de
vuelta, esto es algo muy difícil. A menudo la gente dice: “no es posible la restitución cuando se ha
asesinado o violado a alguien”, ¿verdad? Si lo vemos así, no puede haber restitución por el robo
de diez dólares, porque el robo es un acto de violación de la persona, y entonces, recuperar el
dinero no repara el daño. El propósito de la restitución es más hacer de nuestro medio un mundo
seguro e interesado de nosotros, que reemplazar tal cosa por otra.103

103
Morris (2001).

90
En efecto, la restauración, en términos económicos, puede comprender un sinnúmero de alter-
nativas; entre otras, participar en obras comunitarias, en programas de alcohólicos anónimos o
acudir a servicios religiosos.

- Necesidad de significación: La autora afirma que, finalmente, las víctimas buscan que esta
horrible pero desafiante experiencia tenga alguna significación para el mundo. Los más listos des-
piertan más temprano o más tarde a la realidad de que no pueden encontrar todas las respuestas;
nadie va a reconocer jamás su perjuicio en la forma en que ellos lo reconocen; nunca volverán a
sentirse seguros en la misma forma que antes y el mundo jamás volverá a ser el que fue. Pero
pueden usar esta experiencia para convertirla en un mundo mejor, donde sea menos probable
que este tipo de cosas le ocurra a alguien más.104

En México, encontramos experiencias de víctimas del daño que han trascendido nacionalmente por
el perfil de los personajes. Todos comparten que sus hijos fueron víctimas de secuestro, y además,
privados de la vida por sus captores. Así es como Alejandro Martí y Elizabeth Miranda de Wallace, del
mundo empresarial, así como Javier Sicilia, del ámbito intelectual, han fundado organizaciones para
prevenir el secuestro y otros ilícitos de alto impacto, así como para la atención de víctimas, con lo cual
han encontrado un significado a la pérdida que cada uno sufrió.

Aun cuando las personas señaladas en el párrafo anterior no participaron directamente en procesos
restaurativos, la necesidad de significación ha venido a cubrir, en parte, el dolor ocasionado por las
pérdidas irreparables de sus hijos.

104
Ídem.

Capítulo II / 91
92
2.4.2 Del ofensor 105

Necesidad de responsabilidad: Hemos hablado sobre el compromiso de responsabilidad que el


ofensor contrae con el facilitador, desde el período previo a la iniciación del proceso restaurativo,
así como de su responsabilidad convertida en hechos ya cuando el encuentro con la víctima se
está llevando a cabo. La responsabilidad genuina tiene un impacto positivo sobre la personalidad
del ofensor, y es la base, aunada al arrepentimiento expresado a la víctima, de su recuperación.

Necesidades de arrepentimiento: La comprensión del impacto y afectación ocasionados a la


víctima del delito abre un amplio espacio para que el ofensor reflexione sobre su comportamiento
y aprecie la dimensión del daño que ha causado.

Dependiendo del proceso restaurativo que se seleccione para el encuentro y de la dinámica que se
produzca entre los intervinientes en particular, tanto en las juntas como en los círculos, se producirán
las condiciones objetivas para la generación de un arrepentimiento real que siente las bases para que
el ofensor transite de su visión del mundo a otra, en la que las ideas criminales sean eliminadas desde
el momento mismo de su representación mental.

Los cambios de conducta no se producen por la sola manifestación de arrepentimiento, ya que, de-
pendiendo de cada caso, lo que corresponde durante la dinámica es el establecimiento de planes cuyo
acatamiento produzca las modificaciones del comportamiento esperadas.

El arrepentimiento al interior de procesos restaurativos suele ser insuficiente para producir los factores
de protección o de resocialización que el delincuente necesita, por lo que se requiere, dependiendo
de cada caso concreto, el reforzamiento de este a través de programas adecuadamente estructurados
y bien supervisados para que se produzcan los cambios de patrones de conducta a que se refiere el
artículo 29 de la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias en Materia
Penal.106

Necesidad de comprensión: El ofensor tiene la necesidad de entender por qué se comporta


como lo hace, es decir, cuál es la razón por la que, a diferencia de otras personas, es incapaz de
inhibirse ante el estímulo criminal.

Si la víctima y, en su caso, los demás intervinientes, se percatan de los factores que influyeron en la
conducta criminal del ofensor, y consecuentemente comprenden el porqué de su comportamiento,
se facilita la atención efectiva de esta necesidad y, sobre todo, la de su reintegración.

105
Buenrostro, Pesqueira y Soto Lamadrid (op. cit., pp. 174-175). (Se conservó la ortografía del texto original).
106
LNMASCMP (2014).

Capítulo II / 93
En síntesis, podemos decir que un ofensor se comporta como lo hace porque así aprendió a lo
largo de su vida, y no se conduce de manera distinta porque no sabe cómo hacerlo.

Necesidad de reintegración: Si el ofensor valora racionalmente las causas por las que cometió
el delito, y si toma conciencia de los efectos que ha sido capaz de producir, se encuentra en el
momento y en la etapa idónea para que incorpore elementos que le permitan que, ante el estímulo
criminal, se detenga y piense antes de actuar; asimismo, para que, durante el proceso restaurati-
vo, se le apoye, con el objeto de que, en la dinámica, experimente cambios sociocognitivos que,
una vez introyectados, le sean útiles para superar o dejar atrás los factores que lo convirtieron en
delincuente.

Asimismo, un efecto favorable para su recuperación es que, como consecuencia de la manifesta-


ción de su arrepentimiento hecha a la víctima y del ofrecimiento de disculpas, ésta última, si así
lo considera, le otorgue un perdón restaurador para ambos.

Dependiendo del tipo de proceso restaurativo, todos los participantes sumarán sus poderes para
que la responsabilidad genuina, la generación de los cambios sociocognitivos requeridos y la clara
comprensión y congruencia de las cualidades positivas esenciales al ser humano, se manifiesten
en el ofensor de tal forma que se logre una efectiva reintegración social.

Cabe precisar que todos los acuerdos orientados a compromisos futuros del ofensor con el propósito
de reducir riesgos de reincidencia, se deben supervisar y, con esto, apoyar a éste para que, en el trans-
currir del tiempo, se comporte prosocialmente.

Al referirse a las necesidades de los ofensores, Howard Zehr (2007) afirma que estas se componen por:

1. Responsabilidad activa que repare los daños ocasionados, fomente la empatía y la responsa-
bilidad y transforme la vergüenza.

2. Motivación para una trasformación personal que incluya la sanación de heridas de su pasado que
contribuyeron a su conducta delictiva actual, oportunidades para el tratamiento de sus adicciones
y/u otros problemas, el fortalecimiento de sus habilidades y destrezas personales.

3. Motivación y apoyo para reintegrarse a la comunidad.

4. Reclusión temporal o permanente para algunos de ellos.107

107
Zehr (2007, p. 23).

94
2.4.3 De la comunidad 108

Necesidad de comprensión de las causas del delito: La participación en procesos restaurativos


de miembros de organizaciones de la sociedad civil y de cultos religiosos, así como de instituciones
públicas, privadas y sociales, vinculadas todas directa o indirectamente a la seguridad pública,
cumple con una doble función; es decir, por una parte, como expertos en temas relacionados con
los ilícitos penales cometidos, por lo que en este caso, participan en la construcción de la solución
de las necesidades de la víctima y del ofensor; por otra parte, se mantienen atentos y participan
en la detección de causas que llevaron al activo del delito a consumar su conducta.

Necesidad de promover el bienestar comunitario: Los procesos restaurativos constituyen una


oportunidad para ayudar a las víctimas y al ofensor para superar el conflicto criminal, y a promover
tanto el entendimiento como la armonía social mediante su recuperación.

Cada víctima y cada ofensor que se recuperan, se traduce en bienestar para la sociedad y, sobre
todo, en confianza sobre el binomio Estado-sociedad, ya que se generaliza la percepción de una
justicia penal comprometida con la seguridad ciudadana.

Necesidad de prevenir la delincuencia: La experiencia lograda a través de la participación activa


en procesos restaurativos, permite la detección de las causas del delito, pero, sobre todo, habilita
al conjunto de intervinientes comprometidos con la prevención del crimen a unir sus fortalezas para
modificar todos aquellos factores que influyen en la manifestación de este fenómeno antisocial.

En consecuencia, la participación en procesos restaurativos de funcionarios que laboran en ins-


tituciones de gobierno, constituye una oportunidad para el diseño de políticas públicas eficaces
para prevenir el delito en sus distintas manifestaciones, a la vez que la intervención de miembros
de organizaciones de la comunidad, facilita la participación social en las citadas políticas.

108
Buenrostro, Pesqueira y Soto Lamadrid (op. cit., pp. 176-177). (Se conservó la ortografía del texto original).

Capítulo II / 95
96
2.5 Fines generales de la justicia restaurativa

C
omo se ha venido comentando, la justicia restaurativa es una oportunidad para que los pro-
tagonistas del conflicto criminal superen la condición en la que se encuentren, provocada
precisamente por la vulneración a un bien jurídicamente protegido.

Así, tenemos que, en lo que se refiere a la víctima y al ofendido, el propósito de este modelo de justicia
es que el pasivo del delito pueda superar el impacto que le ha provocado la conducta criminal; que recu-
pere la seguridad que ha perdido y, sobre todo, que comprenda el cúmulo de factores o circunstancias
que lo llevaron a la situación en que se encuentra. Ya que es precisamente a través de un proceso, que
en ocasiones se prolonga en el tiempo, que gradualmente se podrán cerrar las heridas psicoemociona-
les provocadas, y de esta manera cerrar una etapa de la vida para recuperar la confianza y reintegrarse
a la vida social en condiciones de estabilidad íntegra de la personalidad, y, claro está, habiendo logrado
la satisfacción de las necesidades referidas anteriormente.

Se pretende en la justicia restaurativa que el ofensor reflexione sobre su conducta, que evalúe su
realidad, y que lleve a cabo una remembranza sobre cuáles fueron las razones que lo llevaron a dar
el paso al acto criminal. Que tome conciencia de la víctima, del dolor que le ha ocasionado y de que,
muchas veces, es muy difícil que supere su condición por la magnitud del daño ocasionado. Que se
arrepienta de su conducta y se lo haga saber a la víctima o al ofendido, responsabilizándose genuina-
mente y tomando conciencia de que lo que ha hecho contraviene la convivencia pacífica en el mismo
espacio donde interactúa y que no solo ha dañado a la víctima, sino también a sus seres queridos y a
la comunidad en general. Debe convencerse de que puede vivir dentro del marco de la ley y realizar-
se, independientemente de las condiciones adversas en las que se encuentre, ya que todos los seres
humanos debemos enfrentar en la vida diaria situaciones para seguir adelante, siempre cuidando y
procurando mantenernos dentro del marco de la cultura de la legalidad, todo lo cual, en síntesis, tiene
como finalidad su reintegración social.

Por último, mediante la justicia restaurativa se procura que la comunidad afectada por el delito participe
a través de personas interesadas en ello, con el fin de que se identifiquen las causas por las que deter-
minados ilícitos se cometen y qué es lo que se debe hacer para reducir y, de ser posible, eliminar aque-
llas condiciones que colocan a sus miembros en riesgo de cometer delitos, ya que solo comprendiendo

Capítulo II / 97
los factores de las conductas antisociales y delictivas se pueden encontrar los remedios, modificar los
espacios de convivencia común y aproximar a las comunidades a una coexistencia pacífica.

En consecuencia, y como ya se ha argumentado, a continuación se referirán los fines que correspon-


den a la justicia restaurativa.109

a) Respuesta humanística al delito: Hasta ahora, con la finalidad de prevenir la actualización de


figuras delictivas, el sistema penal de justicia en general, ha establecido, dependiendo de su grave-
dad, penas tan severas que, en ciertas entidades de la República, pueden equivaler a la condena
perpetua, tal y como acontece en Chihuahua, donde la acumulación de los delitos, no contempla el
límite de las penas máximas de prisión, lo que, se supone que, en principio, debiera surtir efectos
en el imaginario de la población, y lograr que los ciudadanos se abstengan de delinquir ante el
impacto que produce la intimidación genérica.

Asimismo, en los sucesos concretos, se imponen penas privativas de la libertad que, al compur-
garse, se supone que producen efectos de prevención específica, es decir, de reducir la reinciden-
cia, dadas las consecuencias experimentadas por el delincuente, durante el lapso en que estuvo
privado de la libertad.

En la realidad, observamos que esta concepción tradicional del derecho penal, no ha logrado que
las funciones de prevención, genérica y específica, de la pena privativa de la libertad, produzca
los efectos esperados, y esto se refleja tanto en el aumento del crimen en todas sus expresiones,
como en las altas tasas de reincidencia experimentadas en nuestro país.

La justicia restaurativa analiza el delito desde una perspectiva en la que la ofensa a las personas
y a las relaciones humanas, es consecuencia de historias de vida en las que han concurrido un
sinnúmero de situaciones que, en su conjunto, influyen para que el activo de la conducta ilícita dé
el paso al acto criminal.

El ofensor no debe ser visto como un ente feroz y deleznable, que se ha hecho merecedor a que
el sistema de justicia se vuelque sobre él y, sin consideración alguna, sufra las consecuencias
de su comportamiento, sino como un ser humano, cuya personalidad está plagada de sucesivas
experiencias antisociales que, paso a paso, lo han desviado del comportamiento prosocial espe-
rado, por lo que es indispensable se le ayude para que se conduzca por el sendero del bien, es
decir, en condiciones siempre respetuosas de los valores en general, y en particular de aquellos
que son protegidos por las normas penales.

109
Buenrostro, Pesqueira y Soto Lamadrid (op. cit., pp. 180-187). (Se conservó la ortografía del texto original).

98
Precisamente la atmósfera positiva de los procesos restaurativos y el interés de todos los intervi-
nientes para lograr la transformación moral del delincuente, nos demuestra el compromiso contraído
para alcanzar su recuperación social.

Claro está, el espacio que en estos procesos se provee a la víctima, es especial, disponiendo de
las mejores condiciones para participar activamente, siempre desde el margen de la búsqueda de
la armonización de las relaciones, lo que permite que nos percatemos de la etapa evolutiva del
derecho penal en la que las competencias cedidas a víctima y ofensor, se ven reflejadas en una
justicia de proximidad que, además de interesarse por los sentimientos y las emociones de los
protagonistas, produce las condiciones para que éstas se atiendan, lo que nos permite visualizar
el contenido profundamente humano de esta arista del derecho penal.

b) Participación directa (excepcionalmente indirecta) de la víctima y el ofensor: Como hemos


constatado, en el procedimiento penal tradicional, la participación de la víctima ha sido simbólica
históricamente; esto, a pesar de los derechos y garantías logrados a partir de los años 90’s del
siglo pasado.

En el marco del nuevo procedimiento penal acusatorio y oral, se contempla una participación más
activa de la víctima, y se procura que existan suficientes mecanismos para que le sea garantizada
la reparación del daño, sin embargo, su participación continúa siendo insuficiente, y los argumentos
que esgrime, así como los medios de prueba por ésta ofrecidos, se encuentran supeditados a que,
en el momento oportuno, dentro de la audiencia de juicio oral, sean terceros quienes decidan si
es o no víctima del delito y, asimismo, son terceros quienes determinan, en definitiva, el monto de
la reparación del daño, en tanto que, en lo que se refiere a necesidades diversas (ya sean de la
víctima o del ofensor) éstas no son tratadas.

En cambio, uno de los fines de la justicia restaurativa es lograr que la víctima y el ofensor parti-
cipen directamente, de principio a fin, en cualquiera de los procesos en los que decidan hacerlo.

La participación directa, en principio, produce las condiciones objetivas para referirse, a través
de la narrativa, a los hechos delictivos tal y como sucedieron; asimismo, durante el proceso, se
define una relación entre ambos, en la que, cara a cara, se abordan temas tan relevantes como
la responsabilidad, el arrepentimiento, y todo aquello que resulte significativo para la superación
del conflicto criminal.

La participación directa es una experiencia democrática que, adecuadamente conducida por el


facilitador, permitirá a la víctima y al ofensor transitar por un sendero pincelado con el diálogo,
la flexibilidad, la deliberación y los consensos necesarios, todo lo cual sólo puede producirse en
encuentros con este tipo de intervención.

Capítulo II / 99
c) Responsabilidad genuina del ofensor: Entre los fines de la justicia restaurativa para alcanzar
la meta de cierre, se encuentra una experiencia que, primeramente, es vivida por el ofensor y el
facilitador, correspondiéndole a este último determinar si se ha alcanzado el grado de respon-
sabilidad que le garantice que, en la etapa pertinente del proceso, podrá ser traída a colación.
Alcanzar durante el proceso la responsabilidad genuina, y que ésta sea valorada por la víctima y
demás intervinientes, es un objetivo que necesariamente de debe alcanzar para lograr los avances
posteriores.

Alcanzar la responsabilidad genuina significa que el ofensor ya ha experimentado cambios so-


ciocognitivos, lo que, indudablemente, facilitará el ingreso a la importante etapa de atención a las
necesidades.

d) Satisfacción de las necesidades de la víctima, el ofensor y la comunidad: La justicia penal


retributiva se circunscribe a establecer quién actualizó el delito, cuál es la pena que merece y a
utilizar los mecanismos previamente establecidos para garantizar la reparación del daño. Cabe
destacar que, en este último supuesto, son constantes las dificultades, tanto en el ámbito federal
como en el local, para que a las víctimas se les repare el daño ocasionado.

Además de la necesidad de que víctima y ofensor encuentren fórmulas satisfactorias sobre la repa-
ración del daño, la justicia restaurativa tiene como finalidad lograr que, dentro de los procesos, se
atienda cada una de las necesidades, tanto de la víctima como del ofensor y la comunidad. Para
esto, es indispensable que el facilitador sea capaz de guiar eficazmente cada una de las etapas
del proceso, de tal forma que la participación directa (o excepcionalmente indirecta) se traduzca
en una dinámica en la que, rítmica y armónicamente, se resuelvan dichas necesidades.

Sabemos que la satisfacción de las necesidades es una etapa determinante en el proceso, ya


que, prácticamente, se han generado las condiciones para cristalizar la reincorporación social.

e) Reintegración social: La realidad que se vive actualmente en el sistema carcelario mexica-


no, dificulta la readaptación social del sentenciado, siendo ésta una de las razones por las que
la justicia restaurativa interviene en la etapa de ejecución de penas; esto, con la finalidad de que
los internos experimenten sus efectos en lo que se refiere a los cambios que, a través de ésta, se
logran y que se traducen en una modificación radical de actitud ante estímulos criminales.

Si se ha conducido correctamente el proceso restaurativo; si además, la víctima y el ofensor han


avanzado, manteniendo, invariablemente, una actitud colaborativa, de reconciliación y de dispo-
sición por encontrar solución a sus necesidades, y si, además, en los procesos incluyentes, los
intervinientes han contribuido eficazmente a este propósito, es muy probable que se cumpla con
la finalidad de reintegración social en particular y atendiendo al impacto social, en lo que se refiere
al ofensor.

100
f) Prevención del delito: Una de las finalidades de la justicia restaurativa es su tangible contribu-
ción a la prevención del crimen; de ahí la pertinencia de su instrumentación en los conflictos que
se suscitan en las instituciones socializadoras fundamentales (a saber: la familia, la escuela y la
comunidad); esto, con independencia de si los conflictos tienen o no connotación penal.

Cuando la justicia restaurativa opera en centros que dependen de los sistemas de procuración y
administración de justicia, el enfoque restaurativo se alcanza cuando, precisamente, los resultados
contribuyen a la prevención del delito.

El hecho de que el ofensor se confronte directamente con la víctima, que ante ésta muestre arre-
pentimiento y su genuina responsabilidad, que le pida disculpas y trabajen juntos en la satisfacción
de las necesidades de cada quién, logrando superar sus respectivas condiciones, constituye una
alternativa eficaz para inhibir conductas antisociales posteriores, con lo que se hace efectiva esta
finalidad de la justicia restaurativa.

Asimismo, y como ya se comentó, la comunidad como protagonista del proceso restaurativo, asume
responsabilidades en la prevención del delito y, con esto, contribuye eficazmente a dicha finalidad.

g) Aproximación a la armonía social: A través de los encuentros restaurativos, como ya se ha


señalado, las partes en conflicto logran comunicarse directamente, expresando lo que sienten y
piensan, narrando cómo es que experimentaron la situación y qué impacto produjo, tanto en la
víctima como en el ofensor.

El proceso restaurativo busca, en esencia, sanar heridas emocionales, lograr que cada quién su-
pere su condición a través de la satisfacción de sus necesidades y de la convicción de que todas
las personas somos seres asertivos, empáticos y compasivos.

Cuando la víctima logra restaurarse emocionalmente y recobra la confianza y la seguridad en sí


misma y en los demás, y vuelve a creer en la bondad de los demás; cuando recupera íntegramente
su dignidad y la experimenta a través de un cambio de actitud hacia los demás, está contribuyendo
a la armonía social.

Cuando el ofensor toma conciencia de los efectos, en ocasiones devastadores, del daño causado,
y comprende, además, sus mejores cualidades, así como las habilidades sociocognitivas que ha
logrado desarrollar en el proceso, y cuando ha decidido que lo mejor que le puede suceder es
lograr conducirse prosocialmente, está contribuyendo a la armonía social.

Cuando los miembros de la comunidad, a través de la experiencia lograda en procesos restaurati-


vos, comprenden las causas del crimen y deciden incidir en éstas para lograr el bienestar gregario,
también contribuyen con la armonía social.

Capítulo II / 101
102
2.6. Efectos de los acuerdos de mediación,
conciliación y procesos restaurativos

L
os procesos contemplados en la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución de Con-
troversias en Materia Penal deben, invariablemente, considerar las necesidades de los protago-
nistas del drama criminal. En este contexto, bajo ningún margen debe planearse alguno de los
procesos circunscribiéndolos únicamente a la reparación material del daño, ya que, como se señaló, las
necesidades a cubrir rebasan sobradamente esta expectativa pecuniaria, sin olvidar que toda persona
que actualiza tipos penales vulnera un valor ético socialmente relevante, siendo esta la razón de su
protección por el sistema de justicia penal.

En este contexto, los acuerdos reparatorios y la suspensión condicional del proceso han de contemplar
durante la dinámica procesal y, en consecuencia, en el acuerdo, los compromisos que correspondan
para evitar que el activo del delito repita la conducta criminal. Tarea nada sencilla, en virtud de que nos
encontramos frecuentemente con historias de vida determinadas por múltiples factores que contribuyen
a desencadenar el paso al acto delictivo.

La justicia autocompositiva es, por excelencia, la expresión de un derecho penal de intervención mí-
nima profundamente humano, que visualiza al delincuente como una persona independiente del daño
social provocado y que amerita su participación en programas de modificación de sus inclinaciones a
romper con normas de convivencia contempladas en el sistema legal, muy en especial en aquellas que
protegen los valores más significativos para una sociedad.

No cabe duda de que los procesos de mediación y conciliación con enfoque restaurativo y procesos
propiamente restaurativos, como son las juntas, las reuniones y los círculos, entre otros, comprenden,
en su esencia, la satisfacción de necesidades indispensables para que víctima u ofendido superen las
condiciones ocasionadas por el delito. Así mismo, que la participación activa y efectiva de la comunidad
se manifieste en hechos, pero, sobre todo, la visualización del delincuente en su doble condición de
victimario–víctima, quien, para superarla, debe cubrir las condiciones requeridas.

La oportunidad para el activo del delito en la participación de una solución alterna previa a la audiencia
de juicio oral, ha de estar vinculada a la generación de condiciones para que se disminuya drásticamen-
te el riesgo de reincidencia. Para ello, el acuerdo debe contemplar todas aquellas actitudes necesarias

Capítulo II / 103
a una eficaz intervención en su persona, de tal manera que la sociedad no mida las soluciones alternas
como justicia mercantilizada o privatizada, sino como la oportunidad para que el delincuente, encon-
trándose en libertad, pueda cubrir sus necesidades, las de la víctima y las de la sociedad.

Precisamente, derivado de lo anterior, el especialista o facilitador que guía mecanismos alternativos


de solución de controversias o procesos restaurativos, deberá disponer de conocimientos en materia
penal y sobre los factores que inciden para que una persona cometa delitos. Esto, por ser en el contexto
de estos procesos donde deben establecerse los compromisos que, una vez suspendido el acuerdo re-
paratorio o la suspensión condicional del proceso, deban de cumplirse. Así también, las supervisiones
no solo confirman su cumplimiento, sino además constatan la experimentación en la modificación de
patrones de conducta y su inclinación, en consecuencia, a conductas prosociales.

Entonces, cuando los procesos señalados antes son instrumentados correctamente, salvan a la so-
ciedad, a la víctima u ofendido y al delincuente de futuras agresiones a los valores protegidos por el
derecho penal.

En consecuencia, en la esencia de los procesos en comentario se encuentra la producción de condicio-


nes para que el ofensor en libertad pueda experimentar los cambios que la sociedad reclama para pre-
venir la reincidencia, evitando de esta manera la contaminación producida en los espacios de encierro.
También, para que la comunidad perciba objetivamente las oportunidades brindadas por el sistema de
justicia penal promoviendo cambios en el delincuente, lo cual significa la recuperación de la confianza
en la ciudadanía y una inclusión eficaz en la vida social.

Por último, es importante precisar que todo acuerdo que no atienda las necesidades ya referidas trai-
ciona la esencia de nuestro sistema de justica en materia penal, colocando en riesgo a todo un sistema
cuya finalidad es satisfacer las necesidades tanto de la víctima u ofendido como del ofensor y la comu-
nidad, la reintegración social de estos y la recomposición del tejido social, sobre todo.

104
2.7 Procesos restaurativos

T
al y como lo hemos comentado, la justicia restaurativa es una corriente del derecho penal de
intervención mínima, y para su eficaz instrumentación requiere de procesos pertinentes, tales
como la mediación, la conciliación, las conferencias, los círculos, las juntas y los diálogos res-
taurativos. Se seleccionará en este trabajo la metodología utilizada con más frecuencia por quienes
instrumentan mecanismos alternativos de solución de controversias para resolver el conflicto criminal.

La mediación es la metodología de mayor relevancia en el abordaje de conflictos penales y para la justi-


cia restaurativa. Es un proceso de suma utilidad para lograr la reinserción social de la víctima o el ofen-
dido y del infractor penal, por lo que nos circunscribiremos únicamente al análisis de esta metodología.

Capítulo II / 105
106
2.7.1 Mediación

E
xisten distintas definiciones de mediación penal con enfoque restaurativo, y, claro está, en este
tipo de proceso se cuida en todo momento lo relativo a la reparación del daño, pero esta es
solo una porción de la finalidad de este tipo de mediación, porque es dentro de las etapas de
este proceso que se gestionarán las necesidades de la víctima u ofendido y del ofensor.

En lo personal, defino la mediación desde el margen restaurativo en los términos siguientes:

Proceso voluntario en el cual participan la víctima o el ofendido, el inculpado o el culpable y con


intervención de un tercero imparcial cuyo objetivo es, compartir las historias de los protagonistas
del drama criminal, para reparar el daño material o simbólicamente atender a las necesidades de
los participantes produciendo condiciones para la reincorporación social de ambos.110

Márquez Algara plantea que la mediación, como instrumento de solución de conflictos en el ámbito
penal, “se enmarca dentro del concepto de justicia restaurativa y supone un cambio de paradigma, esto
es, restaurar el equilibrio mediante la reparación”, por lo que la visión de la autora nos muestra que la
mediación rebasa sobradamente la necesidad de reparación del daño.111

Por su parte, Kemelmajer comenta que, en Gran Bretaña, la mediación con enfoque restaurativo es:

Un proceso en el cual víctima y ofensor comunicados con la ayuda de un tercero sea directa o indirec-
tamente por intermedio de este tercero, permite a la víctima expresar sus necesidades y sentimientos
y al ofensor aceptar su responsabilidad de actuar en función de ese reconocimiento.112

El proceso de mediación contempla las etapas de Recepción del caso, Premediación y Fases de la
mediación.

110
Buenrostro, Pesqueira y Soto Lamadrid (op. cit., p. 198).
111
Márquez Algara (2013, p. 180).
112
Kemelmajer (2004, p. 278).

Capítulo II / 107
108
2.7.1.1 Recepción del caso

A
l órgano responsable de la evaluación de la personalidad del infractor es a quien compete,
en cualquiera de las fases del procedimiento, turnar a la unidad o centro que corresponda el
caso para mediación. Entre las condiciones, se requiere de entrevistas con el infractor para
evaluar si reúne los requisitos para ingresar al programa; de ser así, se le explican las características
de la metodología y, una vez comprendidas, se le preguntará si desea participar en mediación. En caso
de estar de acuerdo, se procede a la localización de la víctima o del ofendido. Ya en la entrevista, se
le pregunta sobre su interés en participar en mediación, se le explican los requisitos y las ventajas de
hacerlo y, sobre todo, se exploran sus motivaciones. Si está de acuerdo y se considera que reúne las
condiciones, se le informa que será citada a una reunión de premediación.

Capítulo II / 109
110
2.7.1.2 Premediación

D
urante este período, para establecer las bases del procedimiento, el diálogo se presenta por
separado tanto para la víctima o el ofendido como con el ofensor. Se les explica en qué
consiste cada una de las etapas y se les instruye sobre aspectos relacionados con la comu-
nicación, las cualidades positivas del ser, valores y disvalores sociales, así como de las habilidades
sociocognitivas para el comportamiento prosocial. Se les provee de indicaciones orientadas para que
interactúen con respeto, colaborativamente, con disposición al diálogo, con actitud tolerante y, sobre
todo, con ánimo de deliberar pacíficamente. Se les hace saber que el proceso es voluntario e informal,
que la función del mediador es imparcial y neutral. Que ha de cuidarse siempre que se obre de buena
fe, privilegiando la veracidad; se les reitera que todo lo acontecido en el seno de la mediación será to-
talmente confidencial, salvo que acuerden lo contrario.

Durante la premediación se valoran las actitudes de la víctima o el ofendido y el ofensor. En esta etapa
puede el mediador decidir entre postergar el procedimiento o plantear la inconveniencia de su realiza-
ción. En el supuesto de que se produzcan las condiciones requeridas para la mediación, se cita a la
víctima o el ofendido y al ofensor para un primer acuerdo conjunto que sentará las bases del inicio del
proceso.

Capítulo II / 111
112
2.7.1.3 Fases de la mediación

S
i la víctima o el ofendido y el infractor son adolescentes, el mediador recibe a los padres. A
ellos se les comunica que no pueden participar en el procedimiento, pero que su presencia es
determinante para el caso de que se evalúen opciones de solución relacionadas con la repa-
ración. Sucedido lo anterior, se invita a la víctima y al ofensor a pasar a la sala de mediación. En este
contexto, se produce un discurso inicial por parte del mediador. Este explicará una vez más a ambos
los aspectos básicos del procedimiento y la dinámica que se seguirá. Les pedirá que expresen si tienen
alguna duda y manifiesten si es clara la explicación, en especial las indicaciones y las observaciones
efectuadas; este momento es relevante, sobre todo por las orientaciones que sobre el fondo y la forma
de comunicarse provee el mediador. Debemos recordar que, en un principio, el rol del mediador es muy
activo, pero, conforme transcurre el proceso, disminuye paulatinamente hasta terminar por mantener-
se prácticamente a la sombra, claro está, cuando ha logrado que la comunicación entre las partes se
autorregule.

Todo esto acontece en un ambiente en el que el mediador ha cuidado cada detalle relacionado con la
ubicación, la distancia y el entorno de la víctima y el ofensor. Es así como, preferentemente y para que
se mantenga la confianza en él, es recomendable que conserve una equidistancia funcional que denote
una actitud neutral.

Se les hace saber a las partes la forma y tiempo en que intervendrán, y se les pregunta si les parece
bien o tienen alguna observación al respecto. Se les comenta cuáles son las necesidades que tradi-
cionalmente tienen los protagonistas del conflicto penal, así como cuestiones relevantes vinculadas a
valores y a habilidades sociocognitivas. Se señala en qué consiste la reintegración social de ambos,
concediéndole a la víctima el uso de la voz, ya que, invariablemente, le corresponde a ella iniciar el
primer acto de comunicación en la sesión conjunta.

La víctima narra lo sucedido: cómo fue que vivió el hecho ilícito, qué impacto le produjo y cómo ha
sobrevivido a esta situación. Expone también cómo ha sido afectada emocionalmente por lo sucedido,
cuál es su percepción de los hechos y qué impresión tiene del ofensor. Todo esto, sin adoptar actitudes
agresivas u ofensivas.

Capítulo III / 113


Una vez que esto ha acontecido, el mediador toma nota de las necesidades de la víctima extraídas de
su narrativa, así como de todo aquello que pueda propiciar un diálogo constructivo y, sobre todo, que
apunte a una eventual conciliación y a la reparación. Para esto, preguntará de viva voz a la víctima si lo
que está expresando es lo que dijo y, en caso de que así sea, el mediador pedirá al infractor que narre
qué es lo que escuchó, y le preguntará a la víctima si en realidad se sintió escuchada.

En virtud de que la narrativa debe efectuarse sin interrupciones del mediado que escucha, llegado el
momento, corresponde al infractor narrar su historia. Procede entonces a expresar cómo aconteció el
hecho delictivo, cuál fue su participación en el ilícito, qué sentimientos lo invadieron, cómo ha sobrelle-
vado lo acontecido, cuál es el impacto al momento y cómo piensa que puede solucionarse la disputa,
así como cuál es su actitud en relación con la situación que está viviendo.

Tal como pasó con la historia de la víctima, el mediador rescatará todos aquellos contenidos del mensa-
je que resulten útiles para mantener el proceso, particularmente todo lo vinculado con las necesidades
del ofensor, colocando y enfatizando en aspectos que apunten a la conciliación y a la reparación. Para
ello, preguntará al infractor si lo que le manifiesta es lo que dijo, y a la víctima que narre lo que escuchó
de la historia vertida por el infractor. Una vez sucedido lo anterior, preguntará a este, si se sintió escu-
chado por la víctima.

En esta fase, los mediados se sienten todavía vulnerables, y lo más probable es que sean incapaces
de mantener un diálogo. De ahí que utilicen al mediador como vehículo de comunicación, siendo en
este contexto donde el mediador colocará sobre la mesa todos aquellos aspectos que hagan a la iden-
tificación de las necesidades de las partes para que sean estas las que logren pasar de sus posiciones
a sus intereses, y de estos, a sus necesidades.

Es muy importante que el mediador haga hincapié en el impacto nocivo de la alienación en la cultura y
los valores relativos que esto produce; en las cualidades positivas del ser y el impacto que estas tienen
en el proceso y más allá del mismo. Asimismo, se deben identificar déficits en destrezas sociocognitivas
del infractor y colocarlas sobre la mesa para que se analicen y se procure su desarrollo a través de las
estrategias y técnicas pertinentes.

Identificadas las necesidades de víctima y ofensor, el mediador les pedirá que interactúen en la bús-
queda de la satisfacción de estas. Así, la víctima podrá solicitar respuestas a las interrogantes que se
ha hecho desde que el ilícito se cometió, buscará que se reconozca su condición, explorará actitudes
relacionadas con su seguridad, procurará que sean atendidos sus reclamos de reparación, en especial
por su conducta precedente. De la misma forma, el ofensor externará su arrepentimiento y responsabi-
lización genuina, y, si las condiciones lo permiten, se disculpará.

En esta etapa, caracterizada por una intensa comunicación, el mediador hace énfasis en la escucha
activa, en la clara expresión de las ideas, en una interacción asertiva, empática y compasiva, así como
en un diálogo fraternal, solidario y cooperativo. También, en la lluvia de ideas, en la flexibilización de
las posturas, en la clarificación de las percepciones, en la identificación de necesidades mutuas, en la

114
construcción compartida de opciones de solución y en la preocupación por la realidad y las necesida-
des del otro. El mediador facilitará que sobre la mesa se coloquen el reconocimiento del infractor del
daño causado, su manifestación de arrepentimiento y su disposición para pedir perdón. En lo que toca
a la víctima, la comprensión de la realidad y su percepción sobre la conciliación y la reparación.

Es en este contexto que el proceso de mediación se torna educativo, en especial para el infractor y/o la
víctima, quienes experimentan –si el enfoque es asociativo– el descubrimiento y comprensión de sus
cualidades positivas, un desarrollo personal que los fortalece prosocialmente, ya que emergen elemen-
tos que hacen a la manifestación de su pensamiento y actitudes. Es decir, la experiencia vivencial pro-
ducida por el encuentro con la víctima, en el ámbito de un modelo de mediación asociativa, genera en
el infractor una nueva construcción sociocognitiva y se ve fortalecido su juicio moral. En consecuencia,
se produce en su persona una fuerte inclinación hacia su adaptación social.

En este período, se generan consensos sobre conciliación y reparación, o sobre esta última. Una vez
admitida por la víctima la disculpa y se haya otorgado o no el perdón, se pasará a establecer los me-
canismos mediante los cuales se cumplirá con la reparación del daño material, en este caso, cualquier
opción de acuerdo de contenido económico. La redacción del convenio de mediación debe contener
pormenorizadamente todo lo relacionado con los compromisos establecidos, tanto en lo que hace a la
conciliación como en lo que se refiere a la reparación, quedando sujeto a la aprobación que al efecto
haga el centro. El seguimiento de lo pactado en el convenio es fundamental para la efectiva adaptación
social del infractor, sobre todo si se establecen compromisos de trabajo o de determinada conducta.

La mediación con enfoque restaurativo satisface las necesidades de la víctima o del ofendido y del
infractor. Lo que es más importante, como ya lo señalamos, conducida por facilitadores expertos, logra
la reintegración social de las partes, lo que, por un lado, permite que el pasivo del delito supere la con-
dición en que quedó inmerso como consecuencia del suceso criminal, y por otro, que el ofensor correrá
menos riesgos de actualizar de nuevo un tipo penal.

115
116
CAPÍTULO III

JUSTICIA RESTAURATIVA Y CONCLUSIÓN DEL PROCEDIMIENTO


ANTES DE LA AUDIENCIA DEL JUICIO ORAL

Capítulo III / 117


118
3.1 El objeto del proceso penal acusatorio

L
as legislaciones penales sustantivas en los ámbitos federal y local tutelan valores a través de
los tipos penales, todos ellos relevantes para la convivencia pacífica en un estado democrático
de derecho. Esto, independientemente de la aparente insignificancia de los bienes tutelados en
relación con las conductas que dañan o ponen en peligro la coexistencia de los ciudadanos.

Los valores que toda hipótesis penal protege son de interés para la sociedad, ya que, de no ser así, el
legislador procedería a su descriminalización, y el supuesto pasaría a ser regulado en otras ramas del
derecho. Por esta razón, los argumentos que se vierten sobre la atención que debe darse a los delitos
mal llamados “de bagatela” carecen de sustento, en virtud de que la carrera criminal inicia, por lo regu-
lar, con la actualización de este tipo de conductas criminales, y el desinterés del Estado por responder
con consistencia a estas, abre espacio a la disposición del activo del delito para atentar contra bienes
jurídicamente protegidos de mayor jerarquía.

En este contexto, para preservar el orden y la paz pública, las instituciones del Estado están obligadas
a perseguir toda conducta tipificada por la ley penal como delito y a actuar con la entereza requerida
para prevenir la relajación social.

Históricamente, las legislaciones penales han establecido cuáles conductas se catalogan como delitos,
así como la respuesta punitiva a quien, con su comportamiento, muestra actos de rebeldía en relación
con las obligaciones de no hacer o de hacer contempladas en la norma penal.

El cambio del sistema procesal penal contemplado en la reforma constitucional de 18 de junio de 2008
no modifica el objeto del procedimiento penal, independientemente de la flexibilización que produce el
Constituyente Permanente al abrir espacio a los criterios de oportunidad, la suspensión del procedi-
miento a prueba, los acuerdos reparatorios y el procedimiento abreviado, entre otras posibles salidas
alternativas a la conclusión ordinaria del juicio.

En efecto, el artículo 20 constitucional113, al referirse a los principios generales del proceso penal, esta-
blece en el apartado A, fracción I, que el proceso tendrá por objeto el esclarecimiento de los hechos,
proteger al inocente, procurar que el culpable no quede impune y que los daños causados por el delito

113
CPEUM (1917).

Capítulo III / 119


se reparen. Asimismo, el Artículo 2 del Código Nacional de Procedimientos Penales114 establece que
este tiene por objeto establecer las normas que han de observarse en la investigación, el procesamien-
to y la sanción de los delitos para esclarecer los hechos, proteger al inocente, procurar que el culpable
no quede impune y que se repare el daño, y así contribuir a asegurar el acceso a la justicia en la apli-
cación del derecho, y resolver el conflicto que surja con motivo de la comisión del delito en un marco de
respeto a los derechos humanos reconocidos en la Constitución y a los tratados internacionales de los
que el Estado mexicano sea parte.

Como podemos observar, el sistema penal acusatorio contempla, en esencia, una respuesta punitiva
destinada a la reinserción social de quien comete un delito; también, una respuesta punitiva a quien lo
cometió, que debe destinarse a su reinserción social. Asimismo, cuando se instrumenta alguna institu-
ción de las que ponen fin al procedimiento con anterioridad a la audiencia de juicio oral, es indispensa-
ble considerar la implementación de programas de reinserción social, con el fin de reducir el riesgo de
que el delincuente reincida.

En consecuencia, la reinserción social debe operar para todas aquellas personas que han actualizado
un delito y, en tal contexto, la alternativa viable es la instrumentación de procesos de justicia restaura-
tiva, que no solo velan por la reinserción social del delincuente, sino que, además, lo hacen en lo que
toca a la víctima u ofendido, y a la comunidad afectada por el delito.

Bien sabemos que el proceso penal, tal como se desprende del Libro Segundo (Del Procedimiento), Tí-
tulo Segundo (Procedimiento Ordinario) del Código Nacional de Procedimientos Penales115, contempla
tres etapas: la etapa de investigación, que comprende las fases de investigación inicial y de investiga-
ción complementaria; la etapa intermedia y la etapa de juicio. Si se pretendiera dar pleno cumplimiento
al ya citado artículo 2 del código, la mayoría de las personas involucradas en la actualización de ilícitos
penales deberían cubrir estas tres etapas. Sin embargo, tal pretensión colapsaría el sistema de justicia.
De ahí la necesidad de abrir espacios a soluciones que produzcan la terminación del proceso antes de
la última y más importante de las etapas del nuevo sistema.

De la importancia de esta última etapa da cuenta Martínez Garnelo (2013), cuando afirma que un juicio
oral, al contrario de los procedimientos inquisitorios descritos, está revestido de gran solemnidad, por-
que se trata de un acto de gran dignidad en el que el juez, o un Tribunal Colegiado, van a determinar el
futuro de una persona presuntamente inculpada, cuál será su castigo y de qué manera se va a resarcir
el daño que ha causado a su víctima, o bien, si es absuelta de toda culpa y pueda ser reivindicada a la
sociedad.116

Lo anterior se traduce en que la ciudadanía espera que quien ha cometido un delito experimente las
consecuencias a través de la decisión de un juez o un colegio de jueces que, por medio de su interven-
ción directa, tomará una decisión que reducirá drásticamente el riesgo de que se declare culpable a un

114
C.N.P.P. (2014).
115
Ídem.
116
Martínez Garnelo (2013, p. 783).

120
inocente. Para esto, no debemos olvidar, como lo expresa García Maañón, que el sistema oral impone
que la producción del plexo probatorio a valorar en la sentencia pertenezca a la etapa del debate, esta-
bleciendo que las pruebas colectadas en el estadio instructor tienen por único objeto motivar la decisión
de elevar o no la causa a juicio. En caso contrario, sería vulnerado el principio de inmediación en la
recepción del material demostrativo cargoso o liberador, presupuesto fundamental en la constelación
de la oralidad.117

En este contexto, la oralidad garantiza a la sociedad la práctica efectiva de garantías que producen en
el proceso el equilibrio necesario para que los hechos sean esclarecidos y se dicte, en la tercera etapa,
una resolución apegada a derecho. En efecto, tal como lo refiere Grappasonno (2011) en La defensa en
el juicio oral, el modelo acusatorio se caracteriza por la división de los roles de los actores del proceso,
quienes conservan funciones perfectamente diferenciadas. El acusador, que lleva adelante la persecu-
ción penal y la función requirente; el imputado, con amplias facultades de contrarrestar la imputación
ejerciendo en pie de igualdad su derecho de defensa; y el tribunal, encargado de decidir en definitiva
sobre la contienda.118

Para procurar que el culpable no quede impune, es indispensable que la actuación de la policía y del
Ministerio Público se rija, tanto en la fase de investigación inicial como en la de investigación com-
plementaria, por los principios contemplados en el artículo 21 constitucional, donde se establece que
estos son los de legalidad, objetividad, eficiencia, profesionalismo, honradez y respeto a los derechos
humanos reconocidos en nuestra Carta Magna .De esta manera, el juez podrá disponer de los elemen-
tos pertinentes para desahogar la audiencia de juicio oral y que, en este contexto, se dé la condición
a que se refiere Montesano (2013), al señalar que toda estructura procesal debe poner al alcance del
juez los medios necesarios para que pueda conocer el litigio del que se le pide solución. Dado que el
juez conoce el derecho, es dable procurarle un fiel conocimiento de los hechos. El medio para que los
conozca son las pruebas y las alegaciones de las partes.119

Independientemente de los acuerdos que se alcancen en las etapas preliminares a la audiencia de


juicio oral, y de que estas inhiben, en consecuencia, el nacimiento de la última etapa, debemos tener
siempre en cuenta, para efectos de la reinserción social de los protagonistas del conflicto criminal, que
esta fase es, como claramente lo expresa Jiménez Martínez (2013), la etapa esencial del proceso en el
que un juez unitario, o bien, un tribunal de juicio oral, tendrá que decidir el fondo de la cuestión plantea-
da por las partes a partir de los argumentos de las partes, del desahogo y la valoración de la prueba.

Agrega el autor en referencia que, después de todo, la audiencia de debate que se desarrolla en la fase
de juicio oral, es la etapa central o esencial del procedimiento penal, de tal manera que, aun cuando en
las etapas anteriores se hayan hecho correctamente las cosas, si a la hora de hacer los planteamientos
de apertura falla la realización de la prueba o los alegatos de clausura ante el juez o tribunal de juicio

117
García Maañón (2001, p. 105).
118
Grappasonno et al. (2011, p. 52).
119
Montesano (2013, p. 49).

Capítulo III / 121


oral, el Ministerio Público o la defensa tendrán cada uno, frente a sí, resultados desastrosos, producto
de su error o de su torpeza.120

En el sistema acusatorio, el principio de presunción de inocencia coloca al imputado en condiciones


de aspirar a que el juez llegue a esta determinación. Como bien afirma Sánchez Freytes (2006), la
doctrina enseña que el juicio oral es público, concentrado, y con vigencia estricta del principio de in-
mediación. Esto supone que el tribunal debe recibir y percibir en forma personal y directa la prueba, y
que su recepción y percepción debe obtenerse a partir de su fuente directa. De este modo, salvo casos
muy excepcionales, los testigos y peritos deben comparecer personalmente al juicio para declarar y ser
examinados y contraexaminados directamente por las partes, sin permitirse la reproducción de sus de-
claraciones anteriores por medio de su lectura. Asimismo, los jueces que dictan el fallo lo hacen sobre
la base de lo obrado en el juicio oral, entendiendo que el conocimiento obtenido en él es el único que
habilita para un pronunciamiento adecuado sobre el fondo del asunto.121

Cabe destacar que, tanto de la lectura de la Constitución Política de la República como del Código Na-
cional de Procedimientos Penales y de la doctrina generada en México a partir del año 2006 –época en
que se aprobaron los primeros códigos de corte acusatorio y oral–, se desprende que la gran ventaja
del nuevo procedimiento es la metodología de audiencias. En particular, la audiencia de juicio oral, ya
que en este espacio cobra plena vigencia un nuevo modelo de justicia, en el que existen condiciones
objetivas para que solo se sancione a los culpables de la comisión de un delito.

Es importante precisar que la experiencia en el sistema acusatorio y oral nos muestra que, para que
cobren plena vigencia los principios de publicidad, contradicción, concentración, continuidad e inme-
diación, es indispensable el uso de instituciones como los criterios de oportunidad, los acuerdos repa-
ratorios, la suspensión del procedimiento a prueba y el procedimiento abreviado, ante el riesgo de que
el sistema penal acusatorio colapse.

En consecuencia, la interrogante es ¿Qué es lo que pasa con aquellos delincuentes que hacen uso de
las instituciones antes referidas cuando, como bien lo hemos señalado, el objeto del procedimiento pe-
nal es procurar que el culpable no quede impune? No cabe duda de que son necesarios procedimientos
restaurativos que aproximen a los activos del delito a su reinserción social.

120
Jiménez Martínez (2013, p. 181).
121
Sánchez Freytes (2006, p. 225).

122
3.2 Fundamentos y fines de la pena en el sistema acusatorio

L
a pena privativa de la libertad es, actualmente, la sanción principal contra quienes consuman
delitos; históricamente, ha cumplido con distintas funciones, dependiendo de la corriente penal
a la que se adscriba la legislación procesal correspondiente.

Cabe destacar que, independientemente de la corriente penal imperante hasta la entrada en vigor de
las legislaciones procesales acusatorias y orales, el proceso ha culminado con sentencia de culpabili-
dad o inocencia, salvo situaciones extraordinarias.

Como bien sabemos, cuando una persona comete un delito y la legislación penal contempla como pena
la privación de la libertad, la víctima u ofendido y la sociedad esperan que el juez dicte una sentencia
en la que se condene al delincuente a cumplir con el plazo de prisión que se le imponga.

En efecto, siempre que se comete un delito se espera una respuesta del sistema de justicia, aun en
aquellos casos en los que el conflicto termine por resolverse a través de criterios de oportunidad, acuer-
dos reparatorios, suspensión condicional del proceso a prueba e incluso en los casos en los que se
negocia la individualización de la pena a través del procedimiento abreviado, y la citada respuesta se
encuentra siempre asociada al principio esencial de reinserción social.

La evolución del derecho penal ha estado siempre acompañada de la pena de prisión, ya que se es-
pera que esta cumpla con la intimidación como elemento indispensable para que los ciudadanos nos
abstengamos de actualizar figuras delictivas.

En efecto, la regulación de normas prohibitivas y dispositivas en el Código Penal, así como las conse-
cuencias previstas para quienes desacatan tales mandamientos, cumple con una función de intimida-
ción genérica dirigida a la población en general, ya que se espera que el temor a las consecuencias de
violentar un bien jurídicamente protegido ha de ser suficiente para inhibir y desalentar a las personas
para mantenerse dentro del marco del derecho. Asimismo, en lo que toca a aquellas personas que se
encuentran en la etapa de compurgación de una pena, se sostiene que este hecho, en sí, implica temor
suficiente para prevenir la reincidencia; es decir, se cumple con la intimidación específica dirigida a
quien consumó la figura delictiva.

En el marco del procedimiento penal acusatorio y oral, el Constituyente Permanente reformó y adicionó
el artículo 18 constitucional, estableciendo en lo conducente que el sistema penal se organizará sobre

Capítulo III / 123


la base del trabajo, la capacitación para el mismo, la educación, la salud y el deporte como medios para
lograr la reinserción social del sentenciado a la sociedad y procurar que no vuelva a delinquir, obser-
vando los beneficios que para él prevé la ley.

Como podemos observar, el objeto de la pena de prisión en el sistema jurídico penal actual es la rein-
serción social del delincuente, y esta debe constituir también el objeto del procedimiento penal cuando
se aplican los criterios de oportunidad, los acuerdos reparatorios, la suspensión del procedimiento a
prueba y el procedimiento abreviado. En este último caso, cuando el acuerdo trae como consecuencia
que la persona no pase por el proceso de reinserción social previsto en el artículo 18 ya comentado.

Independientemente del fundado cuestionamiento que hace Roxin (1997), de que existe unanimidad
acerca de que solo una parte de las personas con tendencias a la criminalidad cometen el hecho con
tanto cálculo que les puede afectar una intimidación, y que en esas personas tampoco funciona intimi-
datoriamente la magnitud de la pena con que se amenaza, sino la dimensión del riesgo de ser atrapa-
dos122; independientemente también de la afirmación que lleva a cabo Zaffaroni (2006) cuando sostiene:

En la práctica, la ilusión de la prevención general negativa hace que las agencias políticas eleven los
mínimos y los máximos de las escalas penales, y que las judiciales impongan penas irracionales a unas
pocas personas poco hábiles, que resultan cargando con todo el mal social.123

Así, encontramos que los legisladores en México, tanto en el ámbito federal como en el local, día a día
aumentan las penas de delitos catalogados como graves con la ilusoria suposición de que este hecho
en sí desalentará a las personas para cometer esta clase de delitos.

Es comprensible el cuestionamiento que se hace a la pena de prisión en lo que toca a la intimidación


específica, ya que, como bien señala Daniel Gorra (2008), la realidad que vive quien se encuentra en
estos espacios de encierro está lejos de llevarlo de regreso a la misma comunidad de la cual fue ex-
pulsado. Sobre el tránsito del reo durante su estadía en la cárcel en la etapa de ejecución de la pena,
juristas sostienen que se ha llevado a cabo un tratamiento de prevención hacia el futuro. En realidad,
este espacio donde la pretendida reinserción se lleva a cabo no tiene ni las condiciones mínimas para
que el resultado sea loable, por lo que el panorama no parece cambiar, y el futuro resulta desalentador.
No hay una política de inversión sobre el sistema carcelario; lejos de alguna mejora, el individuo ence-
rrado recibe una capacitación gratuita de perfeccionamiento del delito.124

Al margen de la realidad, que nos muestra que la intimidación genérica y la intimidación específica no
cumplen actualmente con la misión que tienen encomendada, es necesario, sobre todo en lo que se
refiere a quien ya dio el paso al acto criminal, que sobre este se tenga una intervención positiva, para
lograr su reinserción social por el bien de la comunidad en general y para que el derecho penal contem-
poráneo haga efectivos los fines de la pena privativa de la libertad.

122
Roxin (1997, p. 91).
123
Zaffaroni, (2006, p. 41).
124
Gorra (2008, p. 73).

124
Como bien sabemos, la pena privativa de la libertad continúa siendo la única sanción viable en delitos
que quebrantan el orden y la paz social colocando en riesgo la estabilidad de la vida gregaria.

Como ya lo mencionamos, el aumento de la criminalidad, en especial la actualización de delitos graves,


ha producido que constantemente se aumente la pena de prisión, a pesar de que la experiencia mues-
tra que la citada política criminal, en sí misma, no disminuye la criminalidad. Además, se ha optado por
construir prisiones con enfoque retributivo, lo que tampoco produce los efectos esperados en lo que
toca a la intimidación específica desde la óptica contemplada en el artículo 18 constitucional.

Sin embargo, ya sea que la pena de prisión se funde en teorías absolutas de corte retributivo, o bien,
en teorías relativas fincadas en la prevención general negativa o positiva, es en el mundo fáctico en el
que en nuestro país debe operar una política criminal en el ámbito penitenciario, donde, en efecto, se
logre la reinserción social de los sentenciados.

No debemos olvidar que, en el contexto del sistema penal acusatorio, como bien lo comenta Benaven-
te Chorres (2011), el carácter rehabilitador de la pena tiene la función de formar al interno en el uso
responsable de su libertad, no la de imponerle una determinada cosmovisión del mundo ni un conjunto
de valores que, a lo mejor, puede no compartir. En cualquier caso, nunca le puede ser negada la es-
peranza de poderse insertar en la vida comunitaria. Y es que, al lado del elemento retributivo, ínsito a
toda pena, siempre debe encontrarse latente la esperanza de que el penado algún día pueda recobrar
su libertad.125

Tomando en consideración la reinserción social del sentenciado, se encuentra pendiente en el Con-


greso de la Unión la expedición de una Ley Nacional de Ejecución de Sanciones, que deberá tomar
en consideración los elementos contemplados en el artículo18 constitucional para procurar que el sen-
tenciado no vuelva a delinquir, ahora bajo la estricta supervisión de un juez de ejecución de sanciones
que velará no solo por el cumplimiento de los programas de readaptación social, sino, además, por el
respeto irrestricto de los derechos humanos contemplados en nuestra Carta Magna y en los tratados
internacionales ratificados por nuestro país.

En consecuencia, si el fin de la pena de prisión es alcanzar la reinserción social del sentenciado, en el


caso de los criterios de oportunidad previstos en el artículo 256 del Código Nacional de Procedimientos
Penales, las soluciones alternas y las formas de terminación anticipada previstas en el Libro Segundo,
Título Primero del mismo ordenamiento, deben contemplar, en aras de prevenir la reincidencia, proce-
sos orientados a la reinserción social no solo del ofensor, sino también de la víctima u ofendido y de la
comunidad afectada por el delito, esto a través de la justicia restaurativa.

125
Benavente Chorres (2011, p. 87).

Capítulo III / 125


126
3.3 Criterios de oportunidad

E
l Ministerio Público está obligado a ejercitar acción penal cuando en la carpeta de investigación
obren datos que establezcan que se ha cometido un hecho que la ley señale como delito, y
exista la probabilidad de que el indiciado lo cometió o participó en su comisión. Esta función
está directamente orientada a procurar que el culpable de un delito no quede impune. Sin embargo, el
legislador federal reguló en el Código Nacional de Procedimientos Penales la figura de los criterios de
oportunidad, dentro del Capítulo IV, Título III del Libro Segundo, relativo a formas de terminación de la
investigación.

En México, la regulación de los criterios de oportunidad surgió en las entidades de la República incluso
antes de la reforma constitucional que estableció que el proceso penal será acusatorio y oral, debiendo
regirse por los principios de publicidad, contradicción, concentración continuidad e inmediación. Tal es
el caso de los estados de Chihuahua y Oaxaca, cuya publicación se remonta al año 2006. Por ejemplo,
en enero de 2007, en el estado de Chihuahua se comenzaron a aplicar los criterios de oportunidad,
contemplados en los artículos 83, 84, 85 y 86 en el marco del proceso penal acusatorio del que dicha
entidad es pionera.126

Cabe destacar que en el sistema jurídico anglosajón, al igual que en las legislaciones de la Unión
Europea, se han aplicado desde el siglo pasado los criterios de oportunidad, ya sea bajo esquemas
de discrecionalidad o rígidos, siendo estos últimos los que han permeado en legislaciones procesales
penales de corte acusatorio y oral en América Latina.

Los argumentos que se esgrimen en nuestra región para incorporar a las legislaciones los criterios de
oportunidad se soportan en una política criminal de los Estados Nación, en la que el Ministerio Público
es portador de facultades para despresurizar el sistema de justicia cuando se trata de tipos penales que
vulneran bienes jurídicamente tutelados de ínfima jerarquía, o bien, en supuestos en los que resulta
notoriamente innecesaria la imposición de la pena.

Al respecto, Benavente Chorres (2010) señala que los criterios de oportunidad se erigen como una
gama de mecanismos de selección de aquellas causas penales que tendrán una respuesta inmediata
sin la necesidad de una sentencia emitida por órgano jurisdiccional; una solución del conflicto pronta,

126
C.P.P. Chihuahua (2006).

Capítulo III / 127


donde la autoridad ministerial decidirá no ejercer la acción penal o no continuar con la ya ejercida –con
reparación de aquellos daños comprobados– debido a que el caso penal es insignificante y se prefiere
la persecución y castigo que verdaderamente comprometen la paz social y el orden público, afirmando
que, por ende, la función de los criterios de oportunidad consiste en brindar una respuesta diferente a
la persecución penal a aquellos conflictos penales que no han generado un grave daño social.127

En el Dictamen de las Comisiones Unidas de Justicia y de Estudios Legislativos Segunda por el que
se expide el Código Nacional de Procedimientos Penales128, se argumentó que la incorporación de los
criterios de oportunidad significa dejar atrás la institución de la estricta legalidad y replantear el con-
cepto de justicia. Los criterios de oportunidad consisten en acotados márgenes de discrecionalidad –ya
no de arbitrariedad– a través de los cuales el Ministerio Público podrá ejecutar la política criminal del
Estado mexicano. Estos criterios, tal como fueron planteados en el proyecto, no representan en ningún
caso mecanismos de despresurización del sistema de justicia penal, sino la expresión de una política
criminal enfocada en aumentar la efectividad del sistema de justicia en la persecución de los delitos que
más afectan la percepción de seguridad e impunidad de la ciudadanía.

Cualquiera que sea el argumento que se esgrima, y al margen de amplios debates sobre si se vulneran
o no los principios de legalidad y de igualdad, en la realidad nos encontramos con una amplia gama de
supuestos en los que aplican criterios de oportunidad que rebasan ampliamente el planteamiento que
les dio origen.

En principio, debemos admitir que los criterios de oportunidad solo se justifican desde las fronteras
de una política criminal producto de estados democráticos de derecho que experimentan fisuras en el
sistema de justicia, es decir, sistemas jurídicos incapaces de responder al fenómeno criminal y de ges-
tionar eficientemente todos los casos en los que una persona da el paso al acto criminal.

Cada criterio de oportunidad que se aplica sin que se contemplen programas de reinserción social del
infractor significan una renuncia del Estado al principio de legalidad, básicamente a la disposición cons-
titucional de que a toda conducta delictiva corresponde una respuesta punitiva.

Ante la realidad que se vive en nuestro país y la necesidad de disponer de un sistema procesal penal
eficaz, que disponga de salidas que inhiban la apertura de la audiencia de juicio oral, resultan necesa-
rios los criterios de oportunidad. Pero estos no deben convertirse en la llave de salida del circuito penal,
sobre todo en lo que se refiere a delincuentes que presentan un alto riesgo de reincidencia, sino que se
trata de abrir espacio a una intervención positiva como condición para que el Ministerio Público pueda
hacer uso de alguno de estos criterios.

La aplicación de criterios de oportunidad no solo debe quedar a disposición del Ministerio Público, sino
que es necesaria la regulación de contrapesos a través de procesos restaurativos en los que participan
quienes se acogen a estos criterios y es que, en aras de hacer más eficiente la lucha contra el crimen

127
Benavente Chorres, (2010, p. 31).
128
Senado México (2013).

128
en tiempos en los que la delincuencia reta a las instituciones del Estado, se debe buscar un equilibrio
entre soluciones que resultan aplicables incluso en casos de delitos graves y el deber del Estado mexi-
cano de alcanzar la reinserción social de toda persona que actualiza una figura delictiva.

En virtud de que una cantidad significativa de casos se resuelven a través de la puesta en práctica de
instituciones distintas a la decisión judicial y de que los criterios de oportunidad se encuentran reglados
en México, precisamente en el artículo 256 del Código Nacional de Procedimientos Penales129, debe-
mos tomar en consideración que se expropia al Poder Judicial una porción de sus atribuciones. Ante
esto, es importante destacar, como lo señala Villanueva (2005), que las razones de política criminal y
de seguridad social que han dado pauta a una amplia regulación de los criterios de oportunidad, deben
analizarse teniendo como referente básico la ciencia procesal penal y el proceso penal con dos mo-
mentos que es importante diferenciar, el mediato y el inmediato.

En cuanto a lo primero, es decir, el origen mediato del principio denominado de oportunidad, tiene
su propia creación de forma extraprocesal en agencias u órganos distintos al del proceso penal,
como tal por un órgano del Estado ajeno a la instancia procesal-penal. La mediata premisa con-
duce a lo inmediato, distinguiéndose, a su vez, a través de la manifestación y/o concreción en una
codificación del procedimiento penal y en este mediante y un acto procesal determinado. En este
último sentido, trátese cuando se consagra que el Estado en la judicatura penal decide o no iniciar
la persecución penal o suspenderla, desistir de ella, negociar con el delincuente o delincuencia,
conceder beneficios a cargo de la obtención de otros a su favor, tomar medidas cautelares o preven-
tivas, o no aplicar la pena, excepcionando la aplicación de la ley penal e igualdad ante la misma.130

Es importante advertir que la priorización del principio de oportunidad sobre los principios de legalidad
e igualdad encuentra plena justificación en nuestra Carta Magna, que establece en el artículo 21 que el
Ministerio Público podrá considerar criterios de oportunidad para el ejercicio de la acción penal, con lo
cual se legitima que un medio extraprocesal supla los principios ya referidos. Esto lo debemos analizar
desde la óptica de que esto ha de suceder hasta en tanto se fortalezca el estado de derecho mexicano
y se disponga de un sistema de administración de justicia que cumpla a cabalidad con el Ius puniendi,
y cuando el Poder Legislativo descriminalice conductas susceptibles de ser abordadas por diversas
ramas del derecho.

Lo antes señalado es de tal importancia, que, como sostiene Villanueva (2005), resulta pertinente afir-
mar que el principio de oportunidad comporta una naturaleza o esencia tripartita: política, jurídico-admi-
nistrativa y jurídico-procesal. Es decir, es una institución más de contenido político que jurídico, tenien-
do, por consiguiente, un sustancial ingrediente de naturaleza política y jurídico-administrativa que en él
predomina, por encima de lo estrictamente jurídico-procesal, diferenciando su origen o naturalezas del
medio instrumental que lo materializa e incorpora al proceso y procedimiento penal.

129
(C.N.P.P., 2014).
130
Villanueva Meza (2005, p. 16).

Capítulo III / 129


Así, entonces, se origina una decisión política del Estado, que lo crea como instrumento necesario para
el correspondiente control social del delito y la delincuencia. Empero, necesita ser reglado en un código
de procedimiento penal para su posterior instrumentación, desarrollo e implementación práctica, expre-
sando una jerarquización en sus componentes sustanciales, siendo lo primero su naturaleza política,
siguiéndole en otro orden lo jurídico-administrativo y lo jurídico-procesal.131

Cabe destacar que son seis los supuestos de criterios de oportunidad que contempla el ya mencionado
artículo 256 del Código Nacional de Procedimientos Penales:

Artículo 256. Casos en que operan los criterios de oportunidad.132

I. La aplicación de los criterios de oportunidad será procedente en cualquiera de los siguientes


supuestos:

II. Se trate de un delito que no tenga pena privativa de libertad, tenga pena alternativa o tenga
pena privativa de libertad cuya punibilidad máxima sea de cinco años de prisión, siempre que el
delito no se haya cometido con violencia;

III. Se trate de delitos de contenido patrimonial cometidos sin violencia sobre las personas o de
delitos culposos, siempre que el imputado no hubiere actuado en estado de ebriedad, bajo el influjo
de narcóticos o de cualquier otra sustancia que produzca efectos similares;

IV. Cuando el imputado haya sufrido como consecuencia directa del hecho delictivo un daño físico
o psicoemocional grave, o cuando el imputado haya contraído una enfermedad terminal que torne
notoriamente innecesaria o desproporcional la aplicación de una pena;

V. La pena o medida de seguridad que pudiera imponerse por el hecho delictivo que carezca de
importancia en consideración a la pena o medida de seguridad ya impuesta o la que podría impo-
nerse por otro delito por el que se esté siendo procesado con independencia del fuero;

VI. Cuando el imputado aporte información esencial y eficaz para la persecución de un delito más
grave del que se le imputa, y se comprometa a comparecer en juicio;

VII. Cuando, a razón de las causas o circunstancias que rodean la comisión de la conducta punible,
resulte desproporcionada o irrazonable la persecución penal.

Como podemos observar, los factores que dieron origen a los criterios de oportunidad han experimenta-
do cambios que han permitido la multiplicación de tipos penales que pueden ser materia de extinción de
la acción penal, siempre y cuando el activo del delito se encuentre dentro de alguno de los supuestos
mencionados.

131
Ibid., pp. 37-38.
132
(C.N.P.P., 2014).

130
Es así como, aun cuando tales criterios se encuentran reglados en la legislación nacional, el Ministerio
Público goza de amplias atribuciones para que, con la autorización del procurador o del servidor público
a quien se asigne esta facultad, pueda hacer uso de estos, pudiendo quedar incluidos, dependiendo del
caso concreto, todos los delitos, independientemente de su gravedad.

Asimismo, la atribución de referencia puede ser ejercida desde el momento mismo en que inicia la inte-
gración de la carpeta de investigación y hasta antes del momento en que se decrete el auto de apertura
de juicio oral.

Es decir, aún después de celebrada la audiencia de vinculación a proceso y de la formulación de acu-


sación, lo cual concede al Ministerio Público amplios poderes a los que queda supeditado el sistema
de administración de justicia.

El descongestionamiento, la despresurización, la concentración en las causas más complejas y una


dilatada gama de argumentos de política criminal que nacen en el Poder Ejecutivo, terminan –a través
del Poder Legislativo– por colonizar la administración de justicia, abriendo un amplio espacio a que un
significativo número de delincuentes con distintos niveles de peligrosidad logren la extinción de su res-
ponsabilidad penal a través de factores utilitarios que colocan en grave riesgo la seguridad ciudadana.

Al reglamentar los criterios de oportunidad y justificar la regulación de cada uno de estos, el Poder
Legislativo de la Unión creó las condiciones para que el conflicto criminal se resolviera a través del
Ministerio Público mediante la aplicación de criterios de oportunidad, sin necesidad de transitar por las
etapas necesarias para otorgar plena vigencia al proceso penal y crear las condiciones para que sea el
sistema de justicia el que cumpla con el objeto del citado proceso.

Tal y como se reglamentaron los criterios de oportunidad para la extinción de la responsabilidad penal,
no es necesaria la aprobación o autorización de la autoridad judicial. Basta con que el inculpado se
encuentre en alguno de los supuestos ya señalados para que, previa evaluación del Ministerio Público
y acatamiento de los requisitos administrativos correspondientes, surja el olvido por parte del Estado
sobre su participación en el delito.

En este contexto, alguien puede robar, despojar, dañar, cometer un fraude o abusar de la confianza de
alguien, e incluso, participar en un secuestro, en un homicidio, en un delito contra la salud, ser integran-
te de una organización criminal y, en términos generales, cometer cualquier delito, con excepción de
los ilícitos de violencia intrafamiliar, libre desarrollo de las personas, fiscales o que afecten gravemente
el interés público. Y si se encuentra en alguno de los supuestos en los que aplican criterios de opor-
tunidad, se libera por completo de cualquier responsabilidad, con la única condición de que repare los
daños causados a la víctima u ofendido, o que estos últimos manifiesten su falta de interés en dicha
reparación.

Como podemos observar, sí son razones de política criminal las que dan vigencia a los criterios de
oportunidad. También por factores de política criminal se deben establecer condiciones a quienes se
benefician con dichos criterios, con el fin de prevenir su reincidencia y, sobre todo, de que la sociedad
Capítulo III / 131
se percate de que el delincuente experimenta consecuencias establecidas en una legislación por su
participación en actos criminales.

Como en su oportunidad lo comentamos, el artículo 18 constitucional contempla el compromiso de los


poderes Ejecutivo y Judicial –en este último caso, en la figura del juez de ejecución de sanciones– de
reintegrar al delincuente a la sociedad, lo que implica cambios en el perfil de su personalidad para que
se abstenga de reincidir.

Si una persona actualiza un delito que contempla como sanción la pena privativa de la libertad, inde-
pendientemente de la gravedad de la conducta, es indudable que, si el caso es conocido en audiencia
de juicio oral, si se le declara culpable y no opera a su favor la suspensión condicional de la pena, el
objeto de su estancia en prisión será la instrumentación de estrategias para alcanzar su reinserción
social. Entonces, si el Ministerio Público, antes de la audiencia ya mencionada decide aplicar un criterio
de oportunidad, es necesario el establecimiento de mecanismos que condicionen sus efectos; es decir,
la extinción de la acción penal condicionada a la participación del indiciado, imputado o acusado en
procesos que tengan por objeto su reinserción social.

Precisamente, como lo observamos en capítulos precedentes, la justicia restaurativa integra procesos


cuyo objeto es alcanzar la reinserción social no solo del ofensor, sino además de la víctima y de la co-
munidad afectada por el delito.

En este contexto, se sostiene que, para el uso de criterios de oportunidad, el Ministerio Público debe
condicionar su otorgamiento a la participación del ofensor en procesos restaurativos.

132
3.4 Acuerdos reparatorios

L
os acuerdos reparatorios fueron ampliamente ponderados, específicamente en materia penal,
en las reformas constitucionales de los años 2005 y 2008.

En efecto, el 12 de diciembre de 2005, se publicó en el Diario Oficial de la Federación una


adición al artículo 18 de nuestra Constitución Política, relativa al sistema integral de adolescentes en
conflicto con la ley penal, y en el cuarto párrafo se estableció que, en la aplicación del sistema, siempre
que resulte procedente, se deben observar las formas alternativas de justicia.133

Con el mismo sentido, en el marco de la reforma de seguridad y justicia, en el texto constitucional se


sentaron las bases del proceso penal acusatorio y oral, y se adicionó al artículo 17 un texto en el que se
estableció que las leyes “preverán mecanismos alternativos de solución de controversias. En la materia
penal regularán su aplicación, asegurarán la reparación del daño y establecerán los casos en los que
se requerirá supervisión judicial”.134

Cabe destacar que, con relación al citado artículo 17 constitucional, en la exposición de motivos de la
iniciativa enviada por el entonces presidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa al Senado de la Repú-
blica el 9 de marzo de 2007, este argumentó:

También se propone promover mecanismos alternos de solución de controversias que, en muchas


ocasiones, resultan más apropiados para los fines de la justicia que la imposición de una pena
de prisión, al restituir al agraviado en el pleno goce de sus derechos y reconstruir el orden social
quebrantado por medio de la restitución y no de la represión.

La existencia de estos mecanismos alternos de solución de controversias permite que el Estado


mexicano centre sus capacidades institucionales en la investigación y persecución de los delitos
que dañan la estructura social, el orden y la paz públicos. A su vez, es una forma de despresurizar
el sistema judicial y lograr justicia pronta, completa e imparcial en tiempos breves, lo que generará
la satisfacción a la sociedad y a las víctimas.

133
Decreto 12 de diciembre 2005..
134
CPEUM (1917).

Capítulo III / 133


(…) Se adiciona un último párrafo para que los mecanismos alternativos de solución de contro-
versias sean eje toral del sistema de justicia en general y, por supuesto, del penal. Esto implica
la adopción de la justicia restaurativa sobre la represiva a efecto de que la capacidad del Estado
en la investigación, persecución y sanción de los delitos se centre en lo que realmente afecta a
la sociedad mexicana.135

En el mismo sentido se pronunció el Constituyente Permanente, quien señaló que la adición del tercer
párrafo al artículo 17 constitucional significaba, en materia penal, el cambio de paradigma de una justi-
cia penal retributiva a una justicia penal restaurativa.

Asimismo, el dictamen de las Comisiones Unidas de Justicia y de Estudios Legislativos que expidió el
Código Nacional de Procedimientos Penales, señaló al respecto:

Los acuerdos reparatorios no son otra cosa que el resultado del uso de un mecanismo alternativo
de resolución de controversias como la mediación o la conciliación. Dichos mecanismos serán
regulados en una legislación especial; sin embargo, dada su conexión natural con el procedimien-
to penal, el Código incluyó una definición general y sus supuestos de procedencia. El Ministerio
Público y el juez podrán validar los acuerdos reparatorios.136

No cabe duda de que, en la materia penal, los mecanismos alternativos de solución de controversias
se refieren especialmente a procesos restaurativos como la mediación, la conciliación, las conferencias
familiares, las juntas, los círculos y los diálogos restaurativos. Esto, en virtud de que la justicia restaura-
tiva incorpora procedimientos cuyo objetivo es la reinserción social tanto del ofensor como de la víctima
u ofendido y la comunidad afectada por el delito. En consecuencia, el legislador, al regular en el Código
Nacional de Procedimientos Penales la figura de acuerdos reparatorios, debió ceñirse a la interpreta-
ción auténtica del texto constitucional en la materia.

Liberar los acuerdos reparatorios de contenido restaurativo en el abordaje del conflicto criminal trae
como consecuencia que se circunscriba únicamente a la reparación del daño, sin atender a las necesi-
dades de los protagonistas del conflicto criminal y, en consecuencia, se deja de lado la obligatoriedad
de abrir espacio a la figura de reinserción social pertinente en todos los casos en los que una persona
actualiza figuras delictivas.

Así, cuando, como ya se comentó, la intención de la elevación al rango constitucional de los mecanis-
mos alternativos de solución de controversias ha sido convertirlos en el eje toral del sistema de justicia
en general y, sobre todo, en la materia penal; en cambio, la nueva legislación se circunscribió a que
únicamente pueden ser materia de acuerdos reparatorios aquellos delitos que se persiguen por quere-
lla, por requisito equivalente de parte ofendida o que admiten perdón de la víctima o el ofendido, delitos
culposos o delitos patrimoniales cometidos sin violencia sobre las personas.

135
Poder Ejecutivo Federal (2007, p. 4).
136
Senado de la República (2013, p. 146).

134
Es importante destacar que el juez de control, desde su primera actuación, está obligado a hacer del
conocimiento de la víctima u ofendido y del imputado la posibilidad de los acuerdos reparatorios, sus
efectos, y los mecanismos de mediación y conciliación disponibles, y exhortarlos a celebrarlos, depen-
diendo, claro está, de que el delito sea susceptible de gestionarse a través de estos, a fin de que las
partes decidan si les interesa hacer uso de esta alternativa. Se debe recordar que la omisión por parte
del juez origina, de acuerdo a lo resuelto por tribunales colegiados, la reposición del procedimiento.

De la importancia que tiene el exhorto a las partes para celebrar acuerdos reparatorios, se ha dado
cuenta desde el año 2013, a través de tesis aislada del Tribunal Colegiado en la que se sostiene lo
siguiente:

Acuerdos reparatorios. La omisión del juez de control de cumplir desde su primera intervención
con su obligación de exhortar a las partes a celebrarlos y explicar los efectos y mecanismos de
mediación y conciliación disponible, viola derechos humanos con trascendencia al fallo recurri-
do, que origina la reposición del procedimiento (Nuevo sistema de justicia penal en el estado de
Morelos). En el sistema de justicia penal basado en la oralidad, la mediación pretende restaurar
nueva orientación, pues se postula como una alternativa frente a las corrientes clásicas meramente
retributiva del delito a través de la imposición de la pena y de las utilitaristas que procuran la rein-
serción social del imputado. En el caso de la conciliación, ésta procura reparar el daño causado a
la víctima, con lo cual, entre otros aspectos, se evita el confinamiento del inculpado y que éste y
la víctima u ofendido del delito continúen con un procedimiento penal que, si así lo desean, pue-
de culminar mediante la celebración de actos conciliatorios. En concordancia, los Artículos 204 a
208 del Código de Procedimientos Penales del Estado de Morelia, definen al acuerdo reparatorio
como el pacto entre la víctima u ofendido y el imputado, que tiene como resultado la solución del
conflicto a través de cualquier mecanismo idóneo, cuyo efecto es la conclusión del procedimiento.
Respecto a su trámite, disposición que, desde la primera intervención, el Ministerio Público o, en
su caso, el Juez de control, invitará a los interesados a que lleguen a acuerdos reparatorios en los
casos en que procedan, y explicará los efectos y mecanismos disponibles. Si el pacto consensual
se aprueba, su cumplimiento suspenderá el trámite del proceso, así como la prescripción de la
acción penal de la pretensión punitiva, empero, si el imputado incumple sin causa justa dará lugar
a su continuación. Por ende, si los acuerdos reparatorios constituyen un medio para la conclusión
del procedimiento respecto de cierto tipo de delitos, donde es obligación del Juez de explicar los
efectos y mecanismos de Mediación y conciliación disponibles, es inconcuso que, si omite hacer-
lo, viola derechos humanos con trascendencia al fallo recurrido, lo que origina la reposición del
procedimiento.137

El efecto de los acuerdos reparatorios cuando el convenio se ha cumplido integralmente produce la


extinción penal haciendo las veces de sentencia ejecutoriada.

137
Cuarto Tribunal Colegiado (2013).

Capítulo III / 135


Tal y como sucede con los criterios de oportunidad, los acuerdos reparatorios se pueden celebrar desde
que se inicia la investigación hasta antes de decretarse el auto de apertura de juicio, aunque, en lo que
se refiere a esta figura, además del Ministerio Público, el juez de control podrá suspender el proceso
hasta por treinta días a petición de las partes.

Pragmáticamente, el legislador, en el código en comentario, se refiere a delitos en los que el acuerdo


reparatorio se circunscribe, por lo general, a la reparación material del daño ocasionado, con total des-
interés por las necesidades de los protagonistas del conflicto y el absoluto olvido de su reinserción, con
lo que elimina el enfoque restaurativo de la mediación, así como los procesos restaurativos, y con ello,
las ventajas de la restauración biopsicosocial del activo del delito.

En consecuencia, debemos distinguir los acuerdos reparatorios sin fines restaurativos y los acuerdos
reparatorios con fines restaurativos, ya que la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución
de Controversias en Materia Penal no es clara al respecto, y rompe con la tendencia que, hasta la pu-
blicación de dicha legislación, habían seguido los códigos locales que regulan el sistema acusatorio.

En lo que toca al Código de Procedimientos Penales para el Estado de México (2009), los artículos 1 y
25, y el Título Cuarto, se refieren a la justicia restaurativa. A continuación, se transcriben138:

Artículo 1. Finalidad del proceso. El proceso penal tiene por objeto el conocimiento de los he-
chos, establecer la verdad histórica, garantizar la justicia en la aplicación del derecho y resolver
el conflicto surgido como consecuencia del delito, para contribuir a restaurar la armonía social
entre sus protagonistas, en un marco de respeto irrestricto a los derechos fundamentales de las
personas y atendiendo al interés superior del menor. (…)

Artículo 25. Justicia restaurativa. Se entenderá por justicia restaurativa todo proceso en el que
la víctima u ofendido y el imputado o sentenciado, participan conjuntamente en forma activa en la
solución de cuestiones derivadas del hecho delictuoso en busca de un resultado resarcitorio, con
o sin la participación de un facilitador.

Se entiende por resultado resarcitorio, el acuerdo encaminado a atender las necesidades y responsabi-
lidades individuales y colectivas de las partes y a lograr la reintegración de la víctima y del infractor en
la comunidad en busca de la reparación, la restitución y el servicio a la comunidad.

TÍTULO CUARTO. JUSTICIA RESTAURATIVA

CAPÍTULO I.

MECANISMOS ALTERNATIVOS DE SOLUCIÓN DE CONTROVERSIAS

138
(Se conserva el formato y la ortografía de la fuente).

136
Mecanismos. Artículo 115. Son mecanismos alternativos de solución de controversias la mediación,
la conciliación, el arbitraje y cualesquiera otros que establezca este código.

Acuerdo reparatorio. Artículo 116. Se entiende por acuerdo reparatorio el pacto entre la víctima
u ofendido y el imputado que lleva como resultado la solución del conflicto a través de cualquier
mecanismo idóneo que tiene el efecto de concluir el procedimiento.

Procedencia. Artículo 117. Procederán los acuerdos reparatorios en los delitos culposos; aquellos
en los que proceda el perdón de la víctima u ofendido; los de contenido patrimonial que se hayan
cometido sin violencia sobre las personas; y en aquellos que tengan señalada una pena cuyo
término medio aritmético no exceda de cinco años de prisión.

Se exceptúan de esta disposición la extorsión, el robo de vehículo automotor, robo a interior de


casa habitación, los homicidios culposos producidos en accidentes de tránsito bajo el influjo de
sustancias que alteren la capacidad de conducir vehículos o con motivo de la conducción de ve-
hículo de motor de transporte público de pasajeros, de personal o escolar en servicio, cuando se
ocasionen lesiones que pongan en peligro la vida a más de tres personas o se cause la muerte
de dos o más personas. (Reformado mediante decreto […]).

Si el delito afecta intereses difusos o colectivos, el ministerio público asumirá la representación


para efectos del acuerdo reparatorio, cuando no se haya apersonado como víctima alguno de los
sujetos autorizados en este código.

Etapa procesal. Artículo 118. Los acuerdos reparatorios procederán hasta antes de decretarse
el auto de apertura de juicio oral. El juez de control, a petición de las partes, podrá suspender el
procedimiento penal hasta por treinta días para que las partes lleguen a un acuerdo reparatorio.
En caso de interrumpirse el trámite alternativo de solución, cualquiera de las partes puede solicitar
la continuación del procedimiento.

Trámite. Artículo 119. Desde su primera intervención, el ministerio público o, en su caso, el juez
de control, invitará a los interesados a que lleguen a acuerdos reparatorios en los casos en que
proceda, y les explicará los efectos y alcances de éstos.

La información que se genere en los trámites alternativos de solución no podrá ser utilizada en
perjuicio de las partes dentro del proceso penal.

El juzgador no debe aprobar los acuerdos reparatorios cuando tengan motivos fundados para
estimar que no contienen los elementos de existencia o validez; que alguno de los intervinientes

Capítulo III / 137


no está en condiciones de igualdad o que existe simulación en la forma para hacer efectiva la
reparación del daño o que ha actuado bajo coacción o amenaza.

Efectos. Artículo 120. El juez vigilará que se registre de un modo fidedigno el acuerdo reparatorio.
El plazo fijado para el cumplimiento de las obligaciones pactadas suspenderá el trámite del proceso
y la prescripción de la acción penal.

Si el imputado incumple sin justa causa las obligaciones pactadas dentro del término que fijen las
partes o, en caso de no establecerlo, dentro de un año contado a partir del día siguiente del registro
del acuerdo, el proceso continuará como si no se hubiera celebrado acuerdo alguno.

El cumplimiento de lo acordado extinguirá la acción penal.139

Como podemos observar, en el artículo 1 de este código se establecía como objeto del procedimiento
el “contribuir a restaurar la armonía social entre sus protagonistas en el marco del respeto irrestricto a
los derechos fundamentales de las personas”, y esto solo se alcanza a través de la justicia restaurativa.
Es esta la razón por la que claramente se describía en el artículo 25 lo que debe entenderse por este
modelo de justicia y, claro está, se coloca en el eje de su objetivo la satisfacción de las necesidades de
los protagonistas del conflicto criminal.

Asimismo, no queda duda de que, a través de los procesos restaurativos, se busca satisfacer las ne-
cesidades de los protagonistas del conflicto criminal, y que, en lo que se refiere a la víctima u ofendido,
no se circunscribe únicamente a la necesidad de reparación.

Por otra parte, el Código Procesal Penal del Estado de Durango (2017), en su artículo 11, relativo a la
protección de la víctima u ofendido, establece que “el Ministerio Público deberá velar por la aplicación
del principio de justicia restaurativa durante el curso del procedimiento, u otros mecanismos que facili-
ten la reparación del daño causado a la víctima u ofendido”. Además, el artículo 24 del referido ordena-
miento establece textualmente:

Principio de justicia restaurativa. Para la solución de las controversias materia del presente Código
se adopta el principio de justicia restaurativa, entendido como todo proceso en el que la víctima u
ofendido y el imputado o sentenciado, participan conjuntamente, de forma activa, en la resolución
de las cuestiones derivadas del delito, en busca de un resultado restaurativo. Se entiende por
resultado restaurativo, el acuerdo encaminado a atender las necesidades y responsabilidades indi-
viduales y colectivas de las partes. Además, tiende a lograr la integración de la víctima u ofendido
e imputado en la comunidad en busca de la reparación, la restitución y el servicio. El Ministerio
Público y los jueces promoverán o utilizarán como instrumentos para lograr la justicia restaurativa:
la negociación, mediación y conciliación, entre otras.140

139
C.P.P. Estado de México (2009).
140
C.P.P. Estado de Durango (2008).

138
Por último, el Título Séptimo de este ordenamiento se denominó “Justicia Restaurativa” y, aun cuando
no era claro al referirse a los procesos restaurativos, no cabe duda de que el espíritu de este modelo
de justicia guiaba al sistema penal acusatorio en dicha entidad.

Asimismo, el Código Procesal Penal para el Estado de Yucatán (2011) establece en su artículo 16
(Justicia restaurativa):

El proceso penal se rige por el principio de justicia restaurativa, por el cual se privilegia, cuando
la naturaleza del caso lo permita, el alcance de resultados restaurativos, a través de la participa-
ción activa de la víctima y del imputado o acusado, según corresponda, en la resolución de las
cuestiones derivadas del conflicto. Se entiende por resultado restaurativo, el acuerdo encaminado
a atender las necesidades y responsabilidades individuales y colectivas de las partes y a lograr
la integración de la víctima y del infractor en la comunidad. Protegiendo la seguridad ciudadana,
la paz social y la tranquilidad pública, la policía, el Ministerio Público, el defensor y los jueces y
tribunales deberán facilitar la solución de las controversias producidas como consecuencia del
hecho a través de la mediación y la conciliación.141

El principio de justicia restaurativa en el estado de Yucatán hacía referencia a las necesidades, a las
responsabilidades individuales y colectivas de las partes y, sobre todo, se refería a la integración de la
víctima y del infractor en la comunidad, lo que solamente se logra a través de procesos restaurativos
orientados a gestionar las necesidades de respuesta, de reconocimiento, de seguridad, de reparación y
de significación de la víctima u ofendido, así como de las necesidades de comprensión, arrepentimien-
to, responsabilización y reintegración del infractor.

En el enfoque reparatorio, si la víctima u ofendido y el indiciado, imputado o acusado llegan a un acuer-


do reparatorio y lo cumplen, se extingue la acción penal, lo que impacta a la seguridad ciudadana,
razón primigenia de la existencia del Estado.

Como lo señala González Obregón (2014), los acuerdos reparatorios son:

… salidas alternativas en cuya virtud el imputado y la víctima u ofendido, convienen formas de


reparación satisfactorias de las consecuencias dañosas del hecho punible y que, aprobado por el
Juez de Garantía, produce como consecuencia la extinción de la acción penal.142

En virtud de que esta obra se publicó en el año 2014, se refiere al “Juez de Garantía”, que en la legis-
lación nacional actual equivale al juez de control y solamente a la autorización por la autoridad judicial,
aunque en la legislación vigente tiene esta facultad el Ministerio Público, pero, independientemente de
lo anterior, en efecto, dicha institución carece de toda connotación restaurativa.

Natarén Nandayapa y Ramírez Saavedra (2010), sostienen que, en lo que se refiere a los acuerdos
reparatorios, aun sin connotación restaurativa, son especialmente delicados por tres razones: primero,
141
Código Estado de Yucatán (2011).
142
González Obregón (2014, p. 98). (Se conservó la ortografía del texto original).

Capítulo III / 139


por el riesgo de que prevalezca la ley del más fuerte, lo cual se dificulta cuando un representante del
Estado garantiza la igualdad entre las partes fungiendo como mediador, papel desempeñado normal-
mente por un órgano como la Dirección General de Mediación de la Procuraduría o del Poder Judicial;
también, cuando las partes conocen sus derechos y las alternativas a su disposición, donde destaca
la asesoría que pueda brindarles su abogado. La segunda cuestión, estrechamente relacionada con
la anterior, es la necesidad de que exista un control judicial de la decisión, lo cual es conveniente en
la medida en que el juez funciona como garante de la vigencia efectiva de los derechos de las partes,
con especial atención a la víctima u ofendido. Y la tercera de las cuestiones, derivada de la anterior, es
la forma de establecer un seguimiento oficial del cumplimiento de los acuerdos que asegure que no se
queden simplemente en el papel.143

Para justificar la regulación de los acuerdos reparatorios con un enfoque específicamente utilitarista,
Armienta Hernández (2009) afirma: es un hecho innegable que la imposición de las penas no debe ser
connatural al ser humano, ya que la pena representa un símbolo claro de la descomposición humana
o la forma más efectiva de sojuzgar a un pueblo. En la actualidad, un significativo grupo de juristas en
todo el mundo han considerado que lo más adecuado para evitar esta práctica tan indeseable es el
establecimiento de procedimientos extrajudiciales privados, como la mediación, o judiciales, como la
conciliación. Considero que, tanto la mediación como la conciliación, se justifican plenamente, en virtud
de acabar con procedimientos engorrosos relacionados con delitos menores, con las prácticas irracio-
nales de la imposición de penas en este tipo de delitos, o, como lo señala el propio Zaffaroni (2006),
aplicarlas muy eventualmente.144

Si bien es cierto que en la vida real las cárceles contradicen la función que constitucionalmente tiene
encomendada el sistema penitenciario, y que es una asignatura pendiente del Estado mexicano que en
cada reclusorio existan condiciones objetivas para que cada sentenciado que lo requiera se readapte,
de tal forma que, en su momento, se reintegre socialmente sin riesgo de reincidencia, debemos confiar
en que dicha realidad cambie y que todo sentenciado privado de su libertad disponga de oportunidades
para modificar los patrones de conducta que lo han llevado a dar el paso al acto criminal.

Resulta interesante hacer referencia a los comentarios que Benavente Chorres e Hidalgo Murillo (2014)
hacen al Código Nacional de Procedimientos Penales en el apartado relativo a los acuerdos repara-
torios, cuando, al referirse a la justicia restaurativa, manifiestan que, en la actualidad, es entendida
como un proceso donde las partes involucradas en un conflicto originado por la comisión de un delito,
resuelven, colaborativamente, solucionarlo; reparándose los daños ocasionados por la comisión del
ilícito penal. Se aleja de aquella concepción del castigo como venganza, y se toma el camino de la
reintegración tanto de la víctima como del victimario en el seno de la comunidad sin recurrir al castigo
penal y, por ende, a sus efectos estigmatizadores.145

143
Natarén Nandayapa y Ramírez Saavedra (2010, p. 92).
144
Armienta Hernández (2009, p. 123).
145
Benavente Chorres e Hidalgo Murillo (2014, p. 363).

140
Dentro de la reducida gama de delitos que pueden ser materia de acuerdos reparatorios, encontramos
situaciones concretas en las que la solución del conflicto criminal puede ser alcanzada con acuerdos
estrictamente reparatorios, ya que la víctima u ofendido y el ofensor no necesitan satisfacer necesi-
dades indispensables para su reintegración social. Sin embargo, dependiendo de la personalidad del
ofensor y de la afectación psicoemocional ocasionada a la víctima u ofendido, es necesaria la reintegra-
ción social de ambos, para lo cual resulta indispensable que los procesos reparatorios se desarrollen
con enfoque restaurativo.

Capítulo III / 141


142
3.5 Suspensión condicional del proceso

E
l artículo 191 del Código Nacional de Procedimientos Penales establece que por suspensión
condicional del proceso se deberá entender el planteamiento formulado por el Ministerio Pú-
blico o por el imputado, el cual contendrá un plan detallado sobre el pago de la reparación del
daño y el sometimiento del imputado a una o varias de las condiciones que refiere el artículo 195 del
mismo ordenamiento, que garanticen una efectiva tutela de los derechos de la víctima u ofendido y que,
en caso de cumplirse, pueda dar lugar a la extinción de la acción penal.

Nos comentan Duce J. y Riego R. (2002) que los orígenes de la suspensión condicional del proceso, en
opinión de algunos autores, se asocian a instituciones existentes en los procesos penales de Estados
Unidos e Inglaterra, específicamente los mecanismos denominados como probation y diversión, y a
las derivaciones de estos, recogidas por otros sistemas europeos continentales. Los autores señalan
que su justificación ha sido constituir un mecanismo de aceleración de los procesos penales; construir
un instrumento de las tendencias de ultima ratio del sistema penal, intentando evitar al máximo la utili-
zación de la sanción penal y sus perjudiciales consecuencias, y ser un mecanismo de descarga de la
administración de justicia en los casos de poca o mediana gravedad para poder concentrar su eficiencia
en la lucha contra la criminalidad más grave.146

Precisamente, al respecto, Chahuán Sarrás (2007) señala que en opinión de diversos autores la sus-
pensión condicional constituye una eficiente forma de reasignar los recursos del sistema de justicia
criminal de acuerdo con criterios racionales de persecución penal, proporcionando otras ventajas de-
seables, como la evitación del etiquetamiento formal y un relevante descongestionamiento del servicio
judicial. Además, se plantea la necesidad de auxiliar a la víctima por la vía de establecer como condi-
ción de la suspensión la reparación del daño ocasionado con el delito.147

Para ponderar la importancia de la suspensión condicional, resultan de particular interés los plantea-
mientos que en 1998 hicieran el magistrado Giovanni Salvi, de la República Italiana, y Antonio Magal-
hães Gomes Filho, exprocurador de justicia del estado de Sao Paulo, Brasil, ante la Comisión de Cons-
titución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado de la República de Chile, a la que asistieron
como invitados, y de lo cual se da cuenta en los términos siguientes:

146
Duce J. y Riego R. (2002, pp. 302-303).
147
Chahuán Sarrás (2007, p. 232).

Capítulo III / 143


Durante la tramitación parlamentaria de la norma del C.P.P., la Comisión respectiva del Senado
tuvo en cuenta la información que le proporcionaron los invitados extranjeros que concurrieron a
la discusión general del Código. En Italia, según expuso el Magistrado Señor Giovanni Salvi, los
mecanismos alternativos prácticamente no se han aplicado, debido a incoherencias alternativas
sistemáticas en las disposiciones del Código. En consecuencia, el juicio oral, que en teoría debiera
aplicarse a un porcentaje reducido de casos, se ha transformado en el procedimiento habitual.
Por el contrario, el profesor de derecho procesal penal don Antonio Magalhaes Gómes-Filho, ex
- Procurador de Justicia del Estado de Sao Pablo, sostuvo que en Brasil la utilización de Medios
Alternativos de Solución de los Conflictos Penales efectivamente ha funcionado. En 1995, la ley
permitió la suspensión condicional respecto de los delitos cuya pena mínima no sea superior a un
año, sin que se requiera la aceptación de los derechos por el autor de la infracción penal, y por
eso la reforma funcionó: cerca del 90% de los casos son resueltos a través de esta institución y
de otra similar, la transacción penal, equivalente a nuestro procedimiento abreviado, todo lo cual
le deja al juez más tiempo para dedicar a los casos importantes. Estimó el profesor Magalhaes,
y con razón, que esa experiencia brasileña resultaba importante para nosotros, poniendo énfasis
en que, para la justicia penal, es más importante asegurar la efectividad de una sanción que la
cantidad de esa sanción.148

Para que el proceso de suspensión condicional proceda, es necesario que se haya decretado al impu-
tado auto de vinculación a proceso por un delito cuya media aritmética de la pena de prisión no exceda
de cinco años y que no exista, además, oposición de la víctima u ofendido. A partir del auto de referen-
cia, la suspensión se podrá solicitar hasta antes de acordarse la apertura de juicio oral.

Es importante precisar que corresponde al juez de control fijar en la audiencia respectiva el plazo que
durará la suspensión condicional, dentro del cual el imputado debe cumplir con una o varias condicio-
nes. Para fijar estas, puede la citada autoridad instruir para que el imputado sea sometido a una eva-
luación previa, pudiendo, tanto el Ministerio Público como la víctima u ofendido, proponer aquellas a las
que consideren debe someterse el inculpado.

Las condiciones a cumplir durante el período de suspensión condicional del proceso establecidas en el
artículo 195 del Código Nacional de Procedimientos Penales son las siguientes: residir en un lugar de-
terminado; frecuentar o dejar de frecuentar determinados lugares o personas; abstenerse de consumir
drogas o estupefacientes o de abusar de las bebidas alcohólicas; participar en programas especiales
para la prevención y el tratamiento de adicciones; aprender una profesión u oficio o seguir cursos de
capacitación en el lugar o la institución que determine el juez de control; prestar servicio social a favor
del Estado o de instituciones de beneficencia pública; someterse a tratamiento médico o psicológico,
de preferencia en instituciones públicas; tener un trabajo o empleo, o adquirir, en el plazo que el juez
de control determine, un oficio, arte, industria o profesión, si no tiene medios propios de subsistencia;
someterse a la vigilancia que determine el juez de control; no poseer ni portar armas; no conducir ve-
148
Senado Chile (1998).

144
hículos; abstenerse de viajar al extranjero; cumplir con los deberes de deudor alimentario, o cualquier
otra condición que, a juicio del juez de control, logre una efectiva tutela de los derechos de la víctima.149

De la lectura del Código Penal Federal, así como los códigos locales en la materia, se desprende que,
dentro de los límites establecidos para que proceda la suspensión condicional, se encuentra una amplia
gama de delitos, y el solo acatamiento por parte del imputado de alguna o varias condiciones que se le
impongan no necesariamente se corresponde con programas destinados a su reinserción social.

La justicia restaurativa, como lo hemos comentado, tiene como uno de sus fines principales la reinte-
gración social del imputado cuando hace uso de la suspensión condicional de la pena. Esto, a través
de su arrepentimiento, de su genuina responsabilización y de la clara comprensión de que su conduc-
ta, además de reprobable y reprochable, no debe ser únicamente objeto de negociación, por lo que la
incorporación de su práctica como condición para otorgar la citada suspensión resulta indispensable,
considerando, sobre todo, el tipo de compromiso que se asuma en el plan aprobado por el juez de
control.

Asimismo, los procesos restaurativos, como ya se ha comentado, involucran también como uno de sus
fines principales a la víctima u ofendido y a la comunidad afectada por el delito, de tal manera que, sis-
témicamente, la reintegración social cubre las necesidades de todos los actores del conflicto criminal.

149
(C.N.P.P., 2014).

Capítulo III / 145


146
3.6 Procedimiento abreviado

T
al y como lo establece el artículo 201 del Código Nacional de Procedimientos Penales, para
que se autorice en audiencia la tramitación del juicio abreviado, el juez debe verificar requisitos
vinculados al Ministerio Público, a la víctima u ofendido y al imputado.

En efecto, en lo que se refiere al Ministerio Público, este, al solicitar el procedimiento, deberá formular
la acusación y exponer los datos de prueba que la sustentan. La acusación deberá contener la enun-
ciación de los hechos que se atribuyen al acusado, su clasificación jurídica y grado de intervención, así
como las penas y el monto de la reparación del daño.

Asimismo, en lo que se refiere a la víctima u ofendido, esta no debe presentar oposición y, en caso de
que lo haga, solo será vinculante para el juez cuando se encuentre fundada.

En lo que se refiere al imputado, debe cumplir con cinco condiciones: que reconozca estar debidamente
informado de su derecho a un juicio oral y de los alcances del procedimiento abreviado; que expresa-
mente renuncie al juicio oral; que consienta en la aplicación del procedimiento abreviado; que admita
su responsabilidad por el delito que se le imputa y, por último, que acepte ser sentenciado con base
en los medios de convicción que exponga el Ministerio Público al momento de formular la acusación.

Ya desde 1989, en el Código Procesal Penal Modelo para Iberoamérica150 se dispone que, para apegar-
se a este procedimiento, es necesario el acuerdo entre el Ministerio Público, el imputado y su defensor,
debiendo el imputado admitir el hecho acusado, aclarando que a través del procedimiento abreviado se
prescinde en definitiva del juicio oral y público, procediéndose al dictado de una sentencia que puede
ser incluso absolutoria, pero debiéndose atender a los hechos acusados por el Ministerio Público.

En lo que se refiere a que pueda dictarse sentencia absolutoria, Llobet Rodríguez (2005) nos comenta
que esto se presenta, en general, en diversas legislaciones, refiriéndose a Centroamérica simplemente
como ejemplo, a El Salvador, Guatemala y a Costa Rica, lo que presenta al respecto una regulación
similar a la del Código Modelo. Sin embargo, afirma el autor que dicha sentencia se dictaría sin alterar
el cuadro fáctico fijado establecido en la acusación del Ministerio Público y aceptado por el acusado.

150
Instituto Iberoamericano (1989).

Capítulo III / 147


Podría por ello absolverse, por ejemplo, cuando los hechos acusados no son típicos, antijurídicos, o
bien, el imputado no tiene capacidad de culpabilidad.151

De la importancia del procedimiento abreviado en países que incluso históricamente lo han priorizado,
da cuenta Del Corral (2010), cuando comenta que la audiencia del juicio oral sigue siendo la etapa
central en el modelo de justicia estadounidense “aunque el mismo nunca tenga lugar”, dado que es un
derecho renunciable por el acusado si este se declara culpable previamente producto de un acuerdo
en tal sentido con el fiscal, que es lo que sucede en la inmensa mayoría de los casos. Hace hincapié el
autor en que la imagen que se tiene del proceso penal estadounidense en el sentido de que el acusado
solo puede ser condenado por un jurado luego de un proceso contradictorio, en el que la defensa puede
discutir con el Ministerio Público acerca del fundamento de la acusación, solo tiene un valor simbólico.152

Así, por ejemplo, para justificar la regulación del juicio abreviado en Argentina, Edwards (1997) afir-
ma que, si bien lo ideal sería que todo hecho presuntamente delictivo fuese investigado y juzgado,
la realidad de nuestro sistema penal nos muestra que se encuentra saturado, no pudiendo resolver
todos los hechos que se detectan o denuncian; por ello la necesidad imperiosa de sincerar el sistema,
estableciendo criterios de selección de la persecución penal y formas procesales que abrevien el pro-
cedimiento. No se trata de menguar la represión de la criminalidad, sino de buscar nuevos instrumentos
que garanticen la eficiencia de la persecución penal; tal cual como hoy opera el sistema penal argen-
tino, gran cantidad de causas no encuentran resolución judicial, concluyendo con la prescripción de la
acción penal. Ante este sombrío panorama, el procedimiento abreviado implica una alternativa para la
simplificación del proceso penal, con la consiguiente economía de recursos humanos y técnicos; efecti-
vamente, a través del trámite abreviado el imputado y el fiscal llegan a un acuerdo, por el cual se evita
una de las etapas fundamentales del proceso penal: el plenario.153

A su vez, Parodi Lascano y Ramos (2002) argumentan que pareciera ser que el objeto de la instaura-
ción del “juicio abreviado” en la legislación (Argentina), sería el de lograr el dictado de sentencias en un
plazo razonable con fuerte ahorro de energía y recursos jurisdiccionales, y sin desmedro de la justicia.
En este sentido, sería una alternativa para buscar el juicio oral y público con respecto a los principios
de legalidad y verdad, cuando él no sea imprescindible para arribar a una sentencia que resuelva el
caso, por cuanto estaría debidamente acreditado el hecho y la participación del acusado a criterio de
todos los sujetos procesales, con las constancias de investigación preliminar corroboradas con la con-
fesión, o, mejor dicho, corroborantes de esta. Se trata de conjugar esos principios con el respeto a las
garantías constitucionales. De esta manera se eliminaría el cúmulo de tareas que pesaría sobre los
magistrados y funcionarios que tienen a su cargo la realización de los juicios orales.154

Un sector de la doctrina cuestiona la constitucionalidad del procedimiento abreviado cuando afirma que
la ausencia del debate oral y público lo convierte en inconstitucional. En efecto, un derecho fundamen-

151
Llobet (2005, p. 313).
152
Del Corral (2010, p. 42).
153
Edwards (1997, p. 14).
154
Parodi Lascano y Ramos (2002, p. 19).

148
tal de la persona imputada lo contemplamos en la fracción V, apartado B, del Artículo 20 de nuestra Car-
ta Magna, que establece, que esta será juzgada en audiencia pública por un juez o tribunal, al margen
de que, para efectos de nuestro estudio, resulte irrelevante. Me parecen interesantes las reflexiones
de Marino Aguirre (2002), cuando sostiene que es una realidad irrefutable que la puesta en práctica
del juicio abreviado implica que no se realice la audiencia de debate, brindando como resultado una
sentencia cuya sustancia no emerge de los gravitantes principios de oralidad, inmediación y publicidad
de juicio. A esto se le suma el hecho de que, para hacer admisible el nuevo mecanismo procesal, la
norma requiere que el imputado asuma una actitud determinada, cuyos ribetes conducen a que algunos
autores hablen de la implementación de una autoincriminación coactiva.155

Asimismo, y como un simple examen reflexivo sobre el procedimiento abreviado en el marco del nuevo
procedimiento acusatorio adversarial, vale la pena ponderar en el derecho mexicano los comenta-
rios de García Torres (2004), cuando afirma que es sustancial el principio de contradicción, ya que la
verdad procesal provendrá de la confrontación de los diversos sujetos del proceso –con sus diversos
intereses– y cuya síntesis estará dada por la sentencia dictada por un órgano imparcial; siendo que
en la etapa preparatoria del juicio, las pruebas solo tendrán ese valor: preparatorio, pero no resultan
suficientes para fundar una sentencia como ocurre en el juicio abreviado regulado sobre la base de una
simple presunción o semiplena prueba de culpabilidad.156

En lo que se refiere a la regulación de esta figura, en el dictamen de las Comisiones Unidas de Justicia
y Estudios Legislativos Segunda, por el que se expide el Código Nacional de Procedimientos Penales
en fecha 3 de diciembre del año 2013, se estableció que:

El procedimiento abreviado es una forma de terminación anticipada del procedimiento. En estos


casos, el imputado reconoce su participación en un hecho delictivo y, como consecuencia, el
Ministerio Público y el Juez valoran la pertinencia de reducir, en un margen acotado, la sanción
que se impondrá al individuo. Este procedimiento procederá a solicitud del Ministerio Público y el
momento oportuno para promoverlo será a partir del auto de vinculación a proceso y hasta antes
de que se dicte el auto de apertura a juicio oral. Los lineamientos de su procedencia responden
a una política criminal más que a un catálogo de delitos o a un límite de penalidad admitida. Más
que un derecho del imputado, es de un derivado del principio de oportunidad y su objetivo es evitar
el juicio. Se trata de acuerdos probatorios a título universal. Se otorgó la posibilidad a la víctima
para que haga valer una oposición fundada a este procedimiento en lo referente al monto de la
reparación del daño.157

En efecto, nos encontramos, tal y como lo mencionamos en los comentarios sobre los criterios de
oportunidad, con instrumentos de política criminal incorporados al procedimiento penal que facultan al
Ministerio Público para tener una amplia participación y un rol decisivo en el desenlace del proceso,

155
Marino Aguirre (2002, p. 101).
156
García Torres (2004, p. 89).
157
Senado México (2013, p.146).

Capítulo III / 149


150
convirtiéndose en una figura relevante y fundamental que ensombrece al sistema de impartición de
justicia.

En el Informe General sobre el Seguimiento del Proceso de Implementación de la Reforma Penal en


México. Estados de Chihuahua, México, Morelos, Oaxaca y Zacatecas 2007-2011, tenemos, en lo que
se refiere al estado de Chihuahua, que de 5 741 causas iniciadas, 1 239 culminaron con sentencia; es
decir, 23.5%, y de estas, el procedimiento abreviado operó en 1 223 procesos, de los cuales en 21 ca-
sos se dictaron sentencias absolutorias. En la audiencia de juicio oral se conocieron 70 causas, de las
cuales 10 culminaron con sentencia absolutoria, lo que nos muestra que en menos de 1% del universo
de las causas penales se instauró audiencia de juicio oral. Es decir, en un porcentaje superior a 99% de
los delitos encausados se generó la extinción o suspensión del procedimiento a través de criterios de
oportunidad, acuerdos reparatorios, suspensión condicional del procedimiento, procedimiento abrevia-
do; o a través de diversas formas de terminación de la investigación o por la suspensión del proceso.158

De lo antes precisado, se desprende que, de las causas que se resolvieron en sentencia, más de 90%
se gestionaron a través del procedimiento abreviado, de ahí la importancia que esta forma anticipada
del proceso tiene en el sistema penal acusatorio adversarial.

La ventaja de que el imputado se acoja al procedimiento abreviado a través de la negociación con el


Ministerio Público sobre la pena privativa de la libertad a imponerse, hace atractivo el apego a esta
institución, ya que, cuando se trata de delitos cuya media aritmética no excede de cinco años, incluidas
sus calificativas, atenuantes o agravantes, la reducción de la pena en el caso de delitos dolosos puede
ser de hasta 50% de la pena mínima, y en los delitos culposos puede reducirse hasta en dos terceras
partes, también de la mínima.

Ahora bien, en delitos, cuya pena privativa de la libertad es mayor a la antes indicada, el Ministerio
Público tiene la facultad para negociar con el imputado hasta una tercera parte de la pena mínima del
delito doloso y hasta la mitad de la sanción mínima en los delitos culposos. El acuerdo a que llegue el
Ministerio Público con el imputado no puede ser modificado, salvo que en la audiencia respectiva se
dicte sentencia absolutoria, lo cual sucede con más frecuencia de lo que se pudiera suponer y, en caso
contrario, no podrá imponerse una pena distinta o de mayor alcance a la solicitada por el Ministerio
Público y aceptada por el acusado.

Las legislaciones penales regulan la protección de bienes jurídicos a través de la sanción a conductas
como la extorsión, el chantaje, el robo con violencia en las personas, lesiones graves y una amplia can-
tidad de delitos que suelen provocar temor y zozobra social y que, a través del procedimiento abreviado
combinado con la suspensión condicional de la pena, se ocasiona que el delincuente no cumpla con la
pena impuesta en un espacio de encierro.

En consecuencia, si tomamos en consideración que un porcentaje superior a 90% de las sentencias


que se dictan, esto se lleva a cabo a través del procedimiento abreviado, y de que, como se señaló

158
Zepeda Lecuona (2012, p. 67).

Capítulo III / 151


en el informe general referido, en Chihuahua, la unidad jurídica de Fiscalía General ha recibido las
atribuciones de supervisar y autorizar los procedimientos abreviados para evitar anomalías y cerciorar-
se de que se está planteando el procedimiento abreviado de acuerdo a las directrices y lineamientos
emitidos por la fiscalía –decisión que, entre otros factores, derivó del señalamiento de corrupción y de
mala fundamentación de estos procedimientos, pues se registraron absoluciones en procedimientos
abreviados159–, tenemos que la certidumbre de que en los ilícitos graves la pena de prisión cumpla con
el objeto de reintegrar socialmente al sentenciado, se reduce a menos de un imputado por cada cien.

Precisamente, aunque se impone una pena privativa de libertad en el procedimiento abreviado, la re-
ducción de la pena pactada entre el Ministerio Público y el imputado, como ya se señaló, no significa
que en todas las causas el sentenciado deba cumplir la pena privativa de la libertad impuesta. Es decir,
acuerdos que satisfagan los intereses del imputado y que culminan con el mantenimiento o su puesta
en libertad, contravienen el objeto de la pena privativa de prisión y se coloca en riesgo a la ciudadanía,
ya que la sola negociación no produce cambios en patrones de conductas desviadas que hacen procli-
ve al delincuente a dar de nueva cuenta el paso al acto criminal.

Así como los criterios de oportunidad, los acuerdos reparatorios, la suspensión condicional del proceso
y el procedimiento abreviado son instrumentos de política criminal que han sido insertados en el siste-
ma penal acusatorio adversarial para enfrentar con éxito el fenómeno criminal, en tiempos en que se
busca garantizar la seguridad ciudadana a través de la reducción del delito, y a la vez disponer de un
procedimiento penal eficiente que genere en la población confianza en las instituciones responsables
de procurar y de impartir justicia, de la misma manera deben operar instrumentos de política criminal,
como la justicia restaurativa, que aproximen al Estado al cabal cumplimiento de su función.

Como hemos observado, el Estado mexicano se encuentra ante una tarea compleja, ya que instrumen-
tos de política criminal como los mencionados, que flexibilizan el proceso penal, deben compensar a
la sociedad con la puesta en práctica de un modelo de justicia que, si bien obedece a la búsqueda de
un sistema penal de intervención mínima, también se compromete con la intervención positiva en el
delincuente. Esto es posible si, en el caso del procedimiento abreviado, se condiciona su disposición
por parte del imputado a la participación en procesos restaurativos, ya que estos llevan en su esencia
la búsqueda de la reinserción social de los protagonistas del conflicto criminal, en particular, del delin-
cuente.

159
Ibid., p. 66.

152
3.7 Estadísticas 2013-2014 del sistema penal
acusatorio adversarial del estado de Chihuahua

C
omo lo hemos comentado, los instrumentos de política criminal, en ocasiones catalogados
como derechos, contemplados en el Código Nacional de Procedimientos Penales, son apli-
cados dependiendo del alcance de cada uno, y alguno de estos, a todos los delitos contem-
plados en las legislaciones penales sustantivas.

Como una remembranza de la historia reciente, en estados como Chihuahua, de acuerdo con datos
estadísticos generados por el Tribunal Superior de Justicia sobre el funcionamiento del sistema penal
acusatorio en el período 2013-2014, en menos de 2% de los delitos que integran la delincuencia apa-
rente, es decir, de los ilícitos respecto de los que se inicia una investigación criminal, se dictó sentencia
condenatoria o absolutoria en la audiencia de juicio oral.

La experiencia de Chihuahua se repite en estados de la República donde ya opera el sistema acusa-


torio y, tanto en lo que se refiere a acuerdos reparatorios, a la suspensión condicional del proceso, a
criterios de oportunidad y al procedimiento abreviado, salvo situaciones excepcionales, bastó con que
se reparara el daño, o bien, que la víctima u ofendido expresaran desinterés al respecto, para que se
declarara su procedencia y la acción penal se extinguiera o se suspendiera el proceso, sin abrir espacio
a la instrumentación de programas de reinserción social.

Los datos que emanan de los dos cuadros estadísticos que a continuación se presentan son revelado-
res, y nos muestran la importancia de que la justicia penal no solo se negocie, sino que, además, en
todos los casos, la legislación contemple los instrumentos para la reinserción social de los delincuentes
y también de la víctima u ofendido que necesitan recuperar el espacio que les corresponde.

Capítulo III / 153


154
Como podemos observar, de 11 396 imputados en 9 143 causas penales, de los cuales 1 229 no fueron
vinculados a proceso, solo a 195 acusados se les dictó sentencia condenatoria en la audiencia de juicio
oral, y a 37 sentencia absolutoria, siendo miles de imputados quienes se acogieron a alguna de las
instituciones materia de nuestros comentarios.

Capítulo III / 155


Asimismo, si en general se dictaron 3 007 sentencias condenatorias, encontramos que el procedimien-
to abreviado se utilizó en 2 812 casos, es decir, en aproximadamente 93% de las sentencias condena-
torias, y entre los delitos cometidos, la mayoría alcanzaba la suspensión condicional de la pena.

Además, todos aquellos imputados que se beneficiaron con acuerdos reparatorios, suspensiones con-
dicionales del procedimiento y criterios de oportunidad, simplemente a través de una negociación se
liberaron de las consecuencias previstas y que son objeto del procedimiento penal, es decir, que el
culpable no quede impune.

156
3.8 Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de
Solución de Controversias en Materia Penal

E
n la reforma constitucional a que se ha venido haciendo referencia, de fecha 18 de junio de
2008, en particular en el párrafo III del artículo 17, textualmente se estableció: “Las leyes pre-
verán mecanismos alternativos de solución de controversias. En la materia penal regularán su
aplicación, asegurarán la reparación del daño y establecerán los casos en los que se requerirá super-
visión judicial.”160

Como consecuencia de lo antes transcrito, el Congreso de la Unión promulgó, específicamente en la


materia penal, una ley para regular los mecanismos alternativos de solución de controversias, que fue
publicada en el Diario Oficial de la Federación el día 29 de diciembre del año 2014.161

La Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias en Materia Penal se vincula


a los acuerdos reparatorios previstos en el Libro Segundo (relativo al procedimiento), Título Primero del
Código Nacional de Procedimientos Penales.

Cabe destacar que esta ley contempla en los capítulos segundo, tercero y cuarto, en su Título Primero,
como mecanismos alternativos de solución de controversias, a la mediación, la conciliación y las juntas
restaurativas.

Sin embargo, en el Código Nacional de Procedimientos Penales, como ya se ha señalado, no existen


referencias a la justicia restaurativa, en tanto que, por otra parte, es reducido el número de figuras de-
lictivas susceptibles de gestionarse a través de acuerdos reparatorios.

La incorporación de la figura de juntas restaurativas fue un logro para el movimiento restaurador, ya


que se abrió espacio al menos a uno de los procedimientos de que dispone la justicia restaurativa; sin
embargo, como ya fue resaltado, se acota su aplicación, produciendo condiciones para la impunidad
en los delitos; es el caso de los criterios de oportunidad, por ejemplo.

Como ya se ha indicado, los comentarios antes esgrimidos se asocian directamente al planteamiento


del problema materia de este trabajo. El objeto del derecho penal es que el culpable no quede impune,
y que se alcance su reintegración social en condiciones tales que no vuelva a delinquir. Y resulta que

160
Decreto, 29 de diciembre de 2014.
161
Decreto, 29 de diciembre de 2014.

Capítulo III / 157


es a través de la justicia restaurativa y su gama de procesos, como es el caso de la suspensión condi-
cional del proceso, los acuerdos reparatorios, los criterios de oportunidad y el procedimiento abreviado,
en aquellos casos en los que, combinado con la suspensión condicional de la pena, ocasiona que la
persona obtenga su libertad de conducta para, con esto, reducir el riesgo de su reincidencia.

El solo hecho de que la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias en


Materia Penal regule uno de los procedimientos de la justicia restaurativa nos muestra la relevancia que
este modelo de justicia penal tiene para alcanzar la reintegración social del delincuente.

En efecto, el artículo 27 del mencionado ordenamiento literalmente establece:

La junta restaurativa es el mecanismo mediante el cual la víctima u ofendido, el imputado y, en su


caso, la comunidad afectada, en libre ejercicio de su autonomía, buscan, construyen y proponen
opciones de solución a la controversia, con el objeto de lograr un Acuerdo que atienda las nece-
sidades y responsabilidades individuales y colectivas, así como la reintegración de la víctima u
ofendido y del imputado a la comunidad y la recomposición del tejido social.162

Como podemos observar, del texto en que se conceptualizan las juntas restaurativas se desprenden
elementos que nos muestran la insustituible función de la justicia restaurativa en la reintegración social
de los protagonistas del conflicto criminal.

Los objetivos trazados en las juntas restaurativas constituyen o integran la esencia de la justicia restau-
rativa que contempla, en lo medular, la cicatrización de las heridas psicoemocionales generadas por el
conflicto criminal y que incluye, además, la superación de la autopercepción del pasivo del delito o del
daño de su condición de víctima u ofendido, sucediendo un fenómeno similar en lo que toca al ofensor
y a la comunidad afectada por el delito.

De la lectura del concepto, el comentario se desprende en tres grandes objetivos cuya cristalización
justifica sobradamente la regulación del nuevo sistema de enjuiciamiento criminal, siendo estos: a)
atender las necesidades y responsabilidades individuales y colectivas; b) la reintegración de la víctima
u ofendido y del imputado a la comunidad, y c) la recomposición del tejido social.

Los objetivos antes señalados se sintetizan en la definición de la justicia restaurativa como un sistema
democrático de justicia que promueve la paz social y, en consecuencia, la armonización de las relacio-
nes interpersonales dañadas por el delito con el objeto de alcanzar su reintegración a la comunidad y
la recomposición del tejido social.

La magnitud de la finalidad de la justicia restaurativa, que además opera eficazmente en el ámbito de


la prevención del delito al utilizar procesos susceptibles de instrumentarse por miembros de la comuni-
dad comprometidos con el bienestar social y capacitados para desactivar conflictos penales menores,
constituye la única alternativa viable para que el Estado dé una respuesta eficaz a todas aquellas con-

162
LNMASCMP (2014).

158
ductas delictivas que no son del conocimiento del sistema de justicia en la audiencia de juicio oral, o
bien, jamás se sabe institucionalmente de su existencia.

El hecho de que el Poder Legislativo, responsable de la promulgación del Código Nacional de Proce-
dimientos Penales, reconozca en la ley en análisis la importancia de la justicia restaurativa a través
de la regulación de las juntas restaurativas, nos demuestra la necesidad de reformar y adicionar el
citado código adjetivo. Para muestra, basta con reproducir el texto del artículo 29 de la Ley Nacional
de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias en Materia Penal en lo que toca al alcance
únicamente de la reparación, que establece literalmente lo siguiente:

La Reparación del daño derivada de la junta restaurativa podrá comprender lo siguiente:

I.  El reconocimiento de responsabilidad y la formulación de una disculpa a la víctima u


ofendido en un acto público o privado, de conformidad con el Acuerdo alcanzado por
los intervinientes, por virtud de cual el imputado acepta que su conducta causó un
daño;

II.  El compromiso de no repetición de la conducta originadora de la controversia y


el establecimiento de condiciones para darle efectividad, tales como inscribirse y
concluir programas o actividades de cualquier naturaleza que contribuyan a la no
repetición de la conducta o aquellos programas específicos para el tratamiento de
adicciones;

III.  Un plan de restitución que pueda ser económico o en especie, reparando o reempla-
zando algún bien, la realización u omisión de una determinada conducta, la pres-
tación de servicios a la comunidad o de cualquier otra forma lícita solicitada por la
víctima u ofendido y acordadas entre los intervinientes en el curso de la sesión.163

No cabe duda de que, para evitar la impunidad en el nuevo sistema de enjuiciamiento criminal mexi-
cano, es urgente que todo ilícito penal, independientemente del bien jurídico protegido y su gravedad,
produzca consecuencias para el activo del delito, y que exista una influencia positiva en su reintegra-
ción social.

Es inadmisible que, en aras de descongestionar los tribunales en materia penal, se regulen institucio-
nes cuya procedencia se circunscribe a la reparación del daño y cuyos efectos ocasionan la extinción
de la acción penal o la reducción significativa de la pena contemplada en la norma, desatendiendo la
importancia que para toda sociedad tiene la prevención de la reincidencia.

Además, de la importancia de la justicia restaurativa como modelo de respuesta penal al delito dan
cuenta los objetivos ya mencionados. En efecto, las necesidades de la víctima u ofendido, como ya se

163
Ídem.

Capítulo III / 159


ha mencionado, dependiendo de la afectación ocasionada por la gravedad del ilícito penal, así como
del perfil de su personalidad, bajo ningún concepto se acotan a la reparación del daño, radicando en
esta realidad la importancia de los procesos restaurativos en cuyo seno se gestionan todas y cada una
de las necesidades generadas por el delito.

Asimismo, en lo que se refiere al ofensor, este debe comprender las causas y consecuencias de sus
conductas, tomar conciencia de la magnitud del mal ocasionado y responsabilizarse genuinamente por
sus acciones, debiendo asumir el compromiso de no repetir el comportamiento criminal.

Por último, el papel de la comunidad afectada por el delito directa e indirectamente es esencial, ya que
sus miembros comprenden el porqué de las conductas criminales en los espacios geográficos sobre
los que estas se asientan, y toman conciencia de qué hacer para diseñar acciones orientadas a que
dichas conductas no se repitan.

Es en este contexto en el que se establece el objetivo de que, a través de procesos como las juntas
restaurativas, se alcance la reintegración social de todos los protagonistas del conflicto criminal.

De vital importancia resulta el compromiso de la justicia restaurativa de alcanzar a través de sus pro-
cesos la recomposición del tejido social, finalidad que constituye un reto mayúsculo en sociedades
como la mexicana, en donde aquel se encuentra gravemente dañado por los altos índices de violencia;
particularmente en instituciones responsables de la socialización primaria, secundaria y terciaria de los
integrantes de nuestra sociedad.

La reforma propuesta al Código Nacional de Procedimientos Penales implica la revisión, por parte del
Poder Legislativo, de la ley en comentario, con el fin de aclarar que la mediación y la conciliación se
pueden instrumentar con enfoque reparatorio, o bien, restaurativo, y ampliar tipos de procesos restau-
rativos como, por ejemplo, además de las juntas, las reuniones, las conferencias, los círculos y, dentro
de estos últimos, los denominados de sanación o de sentencia.

Es de destacarse la opinión de Soto Lamadrid164 al referirse a la importancia de actores clave para que
las juntas restaurativas cumplan con su finalidad:

Sin duda que el Congreso de la Unión tenía una idea básica de lo que es el proceso restaurativo,
aunque olvidó que, para entender las necesidades de las víctimas incluyendo al delincuente, y muy
concretamente a las responsabilidades colectivas, debió incluir al Estado en las juntas restaurati-
vas, porque un representante local de las áreas de seguridad, laboral, educativa y sanitaria, por lo
menos, deberían estar presentes para atender las necesidades vinculadas con estas funciones, es
decir, si la víctima o el delincuente solicitan apoyo médico o psicológico, las autoridades deberían
proporcionar los servicios de este tipo, pues de lo contrario la reintegración de la víctima u ofendido
y del imputado, no sería posible, como también si solicitan capacitación o trabajo.165

164
En Betancourt Ruiz et al. (2015, p. 141).
165
Betancourt Ruiz et al. (2015).

160
3.9 La regulación de la justicia restaurativa en el
Código Nacional de Procedimientos Penales

D
e la lectura del código en comentario, y como lo hemos precisado antes, se desprende que,
tanto en los criterios de oportunidad como en las soluciones alternas y formas anticipadas de
terminación del proceso, el legislador no contempló la regulación de la justicia restaurativa,
con las graves implicaciones que esto conlleva para quienes integramos la sociedad mexicana, ya que
aquellas personas que se acogen a las instituciones señaladas no están obligadas a participar en pro-
gramas diseñados y destinados a su reinserción social.

No debemos olvidar que los argumentos vertidos en los inicios del tercer milenio para regular estos ins-
trumentos de política criminal, en ocasiones referidos como derechos del imputado, tuvieron como base
prevenir el congestionamiento de los tribunales en la etapa de juicio oral. Asimismo, se esgrimieron
argumentos vinculados a la economía, la despresurización, la viabilidad del nuevo sistema a través de
la priorización de su aplicación, e incluso se planteó que el éxito o el fracaso del nuevo sistema estaba
condicionado a su adecuada regulación legislativa.

Es así como la aplicación de los criterios de oportunidad en la legislación nacional reguló como facultad
única del Ministerio Público esta vía de extinción de la acción penal. Lo mismo aconteció con el proce-
dimiento abreviado, en virtud de que la negociación sobre la individualización de la pena se determina
por el Ministerio Público con la anuencia del imputado, quedando únicamente a cargo de la autoridad
judicial el dictado de la sentencia. Asimismo, y en lo que toca a los acuerdos reparatorios, se contempla
en la legislación en comentario su promoción por el Ministerio Público y la gestión de estos en la etapa
de investigación inicial, aunque dicha función también compete al juez de control, por lo que solamente
la suspensión condicional del proceso, una vez dictado el auto de vinculación al mismo, quedó a cargo
exclusivamente de la autoridad judicial.

Como podemos observar, con la implementación de estos instrumentos de política criminal no solo ha
experimentado colapso el principio de ius puniendi, esencia del procedimiento penal como hasta ahora
ha sido justificado y estudiado, sino que, además, se minimiza la función del sistema de administración
de justicia, en tanto que, por otra parte, la institución del Ministerio Público dispone ahora de mayores
atribuciones.

Capítulo III / 161


No cabe duda de que, ante el poder otorgado al Ministerio Público, es indispensable que en el Código
de Procedimientos Penales adversarial y oral cobren plena vigencia los principios de objetividad, hon-
radez y eficiencia en el marco del pleno respeto a los derechos humanos, tanto de la víctima u ofendido
como del imputado, ya que, como lo hemos apreciado solo en contadas causas, la autoridad judicial en
audiencia de juicio oral dicta la sentencia, es decir, nos referimos a uno o dos de cada cien casos de los
que ingresan al sistema de justicia en general.

No debemos desentendernos de que, si una situación hipotética es regulada como delito en el código
penal sustantivo, se debe a que este tutela un bien de interés para la sociedad, independientemente de
su magnitud; por lo que, si bien resultan necesarios en el marco del nuevo procedimiento los instrumen-
tos de política criminal ya referidos, debemos reconocer también que es indispensable que el desenla-
ce del conflicto criminal no solo surja a través de fórmulas que garanticen la reparación del daño, sino
que también deben operar, como instrumento de política criminal, mecanismos de respuesta al delito,
cuyo fin sea la reintegración social del delincuente.

Si, como bien sabemos, entre la criminalidad real y la criminalidad aparente encontramos cifras eleva-
das de criminalidad oculta, de la cual, por múltiples circunstancias, no toma conocimiento la autoridad
investigadora, y si, derivado de los criterios de oportunidad, los acuerdos reparatorios, la suspensión
condicional del proceso y el procedimiento abreviado, en este último caso, cuando la combinación de
la reducción de la pena con la suspensión condicional de la misma trae como consecuencia que el de-
lincuente no cumpla la pena en la prisión, tenemos entonces que la criminalidad tratada se ha reducido
tanto en el procedimiento acusatorio adversarial que rompe con el objeto de este, de procurar que el
culpable no quede impune. También, que, aprovechando los instrumentos ya señalados, la inmensa
mayoría de los delincuentes experimenten como consecuencia a la conducta criminal desplazada úni-
camente los compromisos que contraen a través de acuerdos alcanzados mediante el pago o garantía
de la reparación del daño y, en situaciones excepcionales, por renuncia expresa a disponer de este
derecho por parte de la víctima u ofendido.

En este contexto es en el que se plantea que cualquier delincuente que se beneficie de alguno de
los instrumentos de política criminal que producen la extinción penal o reducción significativa de la
pena privativa de la libertad, debe previamente participar en procesos restaurativos que garanticen a
la sociedad que el derecho penal no se ha mercantilizado o privatizado, ni se ha convertido en puerta
giratoria por la que tranquilamente entran y salen, siendo el objeto de dicha participación la reinserción
social, en particular, del delincuente, pero también del resto de los protagonistas del conflicto criminal.

Como en su oportunidad se señaló, la justicia restaurativa es un sistema de justicia que, en el marco


del derecho penal vigente, puede perfectamente operar como instrumento de política criminal que com-
pensa clara e inequívocamente el fin utilitarista y pragmático de aquellos instrumentos a los que ya nos
hemos referido, y en cuya esencia se contempla la despresurización y el descongestionamiento de los
tribunales.

162
Vista como un instrumento de política criminal, la justicia restaurativa es un sistema que no deja fuera
de su atención a delincuente alguno, por ínfimo que sea el valor del bien jurídicamente tutelado, ya
que los procesos que este modelo contempla influyen decisivamente en el cercenamiento de la carrera
criminal, siendo esta la razón principal por la que se debe regular en el Código Nacional de Procedi-
mientos Penales y cruzar transversalmente tanto los criterios de oportunidad como la suspensión con-
dicional del proceso, los acuerdos preparatorios y el procedimiento abreviado.

Recordemos una vez más que los acuerdos reparatorios celebrados entre la víctima u ofendido y el
imputado con la asistencia de uno o varios facilitadores expertos pueden gestionarse con fines única-
mente reparatorios, pero también con fines restaurativos, dependiendo del nivel de compromiso de la
política pública en los ámbitos de prevención genérica y específica del delito.

Al respecto, cabe destacar, en lo que se refiere a la conceptualización de resultado restaurativo, los


comentarios que al respecto hacen los hermanos Gorjón Gómez junto con Reyes Nicasio (2014), al
afirmar que, en un primer acercamiento a la nueva conceptualización del proceso penal, claro está, sin
referirse a la legislación nacional en comentario, se entiende por proceso restaurativo:

… el acuerdo encaminado a atender las necesidades y responsabilidades individuales y colectivas


de las partes y a lograr la integración de la víctima u ofendido y del inculpado a la comunidad, en
busca de la reparación, la restitución y el servicio a la comunidad. Se emplearán preferentemente
la mediación y la conciliación, como mecanismos alternativos de solución de controversias, para
lograr resultados restaurativos. Destacando de la anterior conclusión como elemento preponde-
rante y vía singular a la mediación penal.166

Contrariamente a la afirmación de que el éxito del procedimiento penal acusatorio adversarial está
supeditado a la adecuada regulación de los instrumentos de política criminal objeto de nuestro análi-
sis y ampliamente comentados en su oportunidad, se sostiene que el éxito de este nuevo sistema en
realidad está supeditado a la correcta regulación de la justicia restaurativa en el Código Nacional de
Procedimientos Penales, en la Ley Nacional de Mecanismos Alternativos de Solución de Controversias
en Materia Penal, en la Ley Nacional del Sistema Integral de Justicia Penal para Adolescentes y en la
Ley Nacional de Ejecución Penal.

CONCLUSIONES

La razón por la que se concibieron los mecanismos alternativos de solución de controversias como eje
toral del sistema de justicia penal, y por la que se adoptó el modelo de justicia restaurativa, se debe a
que el nuevo procedimiento encuentra su sustento en el derecho penal de intervención mínima a través

166
Gorjón, Reyes y Gorjón (2014, p. 13). (Se conservó la ortografía del original).

Capítulo I / 163
de la aplicación de criterios de oportunidad, suspensión condicional del procedimiento, acuerdos repa-
ratorios y proceso abreviado.

Todas las formas anticipadas de solución del conflicto penal, incluidas aquellas en las que se imponen
penas privativas de la libertad atenuadas, constituyen excepciones a la regla de que toda persona que
comete un delito debe ser procesada y sentenciada, debiendo aplicarse la pena correspondiente.

La adscripción de las soluciones alternas, las formas de terminación anticipada y los criterios de opor-
tunidad al modelo restaurativo, es esencial en el nuevo procedimiento penal, en virtud de que en un
porcentaje superior a 98% de los casos se deben encontrar soluciones que contemplen la aplicación
de las instituciones jurídicas ya mencionadas.

Todo tipo penal tutela un valor que los ciudadanos están obligados a respetar; de ahí que quien actua-
lice una figura delictiva deba experimentar las consecuencias establecidas por la legislación sustantiva,
con el fin de alcanzar su reinserción social. Consecuentemente, tanto en los casos en los que operan
criterios de oportunidad, acuerdos reparatorios y la suspensión condicional del proceso donde se extin-
gue la acción penal, como en aquellos otros en los que se aplica el proceso abreviado y en los que se
negocia la reducción significativa de la pena privativa de la libertad, es necesario que el derecho penal
cumpla con el fin ya señalado, lo que solo se alcanza a través de procesos restaurativos.

La justicia restaurativa debe cruzar transversalmente todas las instituciones que permiten que el con-
flicto penal se solucione antes de decretarse la apertura de la audiencia de juicio oral, para que la
ciudadanía constate que el nuevo sistema de justicia se ocupa de atender las necesidades de los pro-
tagonistas del conflicto criminal y de su reinserción social.

Para que opere la justicia restaurativa en el Código Nacional de Procedimientos Penales son nece-
sarias las reformas y adiciones al Título I del Libro Segundo del Código Nacional de Procedimientos
Penales, que actualmente se denomina Soluciones alternas y formas de terminación anticipada, y que
nosotros sostenemos que se debe denominar Justicia Restaurativa, soluciones alternas y formas de
terminación anticipada, así como al artículo 256 del Capítulo IV,

Título II del mismo Libro, relativo a criterios de oportunidad.

En consecuencia, se se presenta la siguiente:

PROPUESTA DE REFORMA AL CÓDIGO NACIONAL DE PROCEDIMIEN-

TOS PENALES, PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDER-

ACIÓN EL DÍA 5 DE MARZO DEL AÑO 2014.

LIBRO SEGUNDO DEL PROCEDIMIENTO

164
TÍTULO I

JUSTICIA RESTAURATIVA, SOLUCIONES ALTERNAS Y FORMAS DE

TERMINACIÓN ANTICIPADA

CAPÍTULO I

DISPOSICIONES COMUNES

Artículo 183. Principio general

En los asuntos sujetos a procedimiento abreviado se aplicarán las disposiciones establecidas en este
Título.

En todo lo no previsto en este Título, y siempre que no se opongan al mismo, se aplicarán las reglas
del proceso ordinario.

Para las salidas alternas y formas de terminación anticipada, la autoridad competente contará con un
registro para dar seguimiento al cumplimiento de los acuerdos reparatorios, los procesos de suspen-
sión condicional del proceso y el procedimiento abreviado. Dicho registro deberá ser consultado por el
Ministerio Público y la autoridad judicial antes de solicitar y conceder, respectivamente, alguna forma
de solución alterna del procedimiento o de terminación anticipada del proceso.

En lo relativo a la conciliación y la mediación, se estará a lo dispuesto en la ley en la materia.

Artículo 184. Justicia restaurativa

Todos los indiciados e imputados, independientemente de la gravedad del delito, participarán en pro-
cesos restaurativos como condición para que tengan acceso a criterios de oportunidad, acuerdos re-
paratorios, suspensión condicional del proceso y procesos abreviados, salvo las excepciones previstas
en la ley.

Artículo 185. Soluciones alternas

Son formas de solución alterna del procedimiento:

I. El acuerdo reparatorio y

II. La suspensión condicional del proceso.

Artículo 186. Formas de terminación anticipada del proceso

El procedimiento abreviado será considerado una forma de terminación anticipada del proceso.

Capítulo I / 165
CAPÍTULO II

JUSTICIA RESTAURATIVA

Artículo 187. Definición

Sistema democrático de justicia que promueve la paz social y, en consecuencia, la armonización de las
relaciones interpersonales dañadas por el delito, a través de la solución autocompositiva de las nece-
sidades de la víctima u ofendido, del cumplimiento de obligaciones, la responsabilización genuina y las
necesidades del imputado, así como de las necesidades de la comunidad afectada, con el objeto de
alcanzar su reintegración social y la recomposición del tejido social

Artículo 188. Definición de procesos restaurativos

Conjunto de procedimientos en los que participan los protagonistas del conflicto criminal de manera
directa o subrogada, uno o varios facilitadores y, cuando sea necesario, todos aquellos interesados en
que el conflicto se resuelva; esto, con el fin de atender las necesidades de la víctima u ofendido, del
imputado y de la comunidad afectada por el delito para procurar su reintegración social.

Artículo 189. Objetivo

Los procesos restaurativos tienen como finalidad que la sociedad en general perciba que estos cons-
tituyen una alternativa eficaz a la sentencia dictada en la audiencia de juicio oral, al ocuparse de la
reinserción social de las partes.

Su objetivo es atender las necesidades de la víctima u ofendido, del imputado y, en su caso, de la co-
munidad, su reintegración social y la reconstrucción del tejido social.

Artículo 190. Ámbitos de aplicación de los procesos restaurativos

I.Criterios de oportunidad;

II.Acuerdos reparatorios;

III.Suspensión condicional del proceso; y

IV.Proceso abreviado.

V.Las figuras enunciadas con anterioridad surtirán efectos una vez que el imputado cumpla con
los compromisos asumidos en los procesos restaurativos

Artículo 191. Oportunidad

Desde el momento en que proceda la aplicación de los mecanismos enunciados en el artículo anterior
y hasta antes de que se dicte el auto de apertura de la audiencia de juicio oral.

166
Artículo 192. Procesos restaurativos

I.La mediación;

II.La conciliación;

III.Los diálogos restaurativos;

IV.Las juntas restaurativas

V.Las conferencias restaurativas, y

VI.Los círculos restaurativos.

VI.El procedimiento de cada uno de los mecanismos se establecerá en la legislación respectiva.

Artículo 193. Procedencia

La víctima o el ofendido, el indiciado o el imputado, el Ministerio Público o el Juez de control, solicitarán


o acordarán la aplicación del proceso restaurativo pertinente.

Artículo 194. Contenido de los procesos

En los procesos restaurativos se gestionarán invariablemente las necesidades de respuestas, de re-


conocimiento, de seguridad, de reparación y de significación de la víctima u ofendido, así como las de
comprensión, responsabilización y reintegración social del imputado.

Artículo 195. Excepciones

Constituyen excepciones a la aplicación de los procesos restaurativos:

I.Cuando la víctima o el ofendido decidan no participar y no fuera posible su subrogación;

II.Cuando, por la naturaleza del delito, las circunstancias y la forma de participación del imputa-
do, el Ministerio Público o el Juez de control concluyan que no existe riesgo de que el imputado
reincida en el delito.

III.Cuando, durante el procedimiento, la víctima u ofendido decida no continuar, y el Ministerio


Público o el Juez de control, en su caso, establezca que se ha cubierto este requisito.

Artículo 196. La participación

El facilitador levantará acta en la que se establecerá que las partes participaron en un proceso restau-
rativo, y la remitirá al Ministerio Público o al Juez de control para dar por cumplida esta condición.

CAPÍTULO III

Capítulo I / 167
ACUERDOS REPARATORIOS
Artículo 197. Definición. Los acuerdos reparatorios son aquellos celebrados entre la víctima u ofen-
dido y el imputado y que, una vez aprobados por el Ministerio Público o el Juez de control y cumplidos
en sus términos, tienen como efecto la conclusión del proceso.

Artículo 198. En cada caso concreto se establecerá el tipo de proceso restaurativo que deba aplicarse,
considerando, además de las necesidades de la víctima o del ofendido, las del imputado.

CAPÍTULO IV

SUSPENSIÓN CONDICIONAL DEL PROCESO

Artículo 203. Definición

Por suspensión condicional del proceso deberá entenderse el planteamiento formulado por el Ministerio
Público o por el imputado, el cual contendrá un plan detallado sobre el pago de la reparación del daño
y el sometimiento del imputado a una o varias de las condiciones que refiere este Capítulo, que garan-
ticen una efectiva tutela de los derechos de la víctima u ofendido y que, en caso de cumplirse, pueda
dar lugar a la extinción de la acción penal.

Artículo 204. Procedencia

La suspensión condicional del proceso, a solicitud del imputado o del Ministerio Público con acuerdo de
aquel, procederá en los casos en que se cubran los requisitos siguientes:

I.Que el auto de vinculación a proceso del imputado se haya dictado por un delito cuya media
aritmética de la pena de prisión no exceda de cinco años,

II.Que no exista oposición fundada de la víctima u ofendido, y

III.Que el imputado haya participado en un proceso restaurativo.

Quedan exceptuados de suspensión condicional del proceso los casos en que el imputado, en forma
previa, haya incumplido una suspensión condicional del proceso, salvo que hayan transcurrido cinco
años desde el cumplimiento de la resolución a la primera suspensión condicional del proceso, en cual-
quier fuero del ámbito local o federal.

CAPÍTULO V

PROCEDIMIENTO ABREVIADO
Artículo 213. Requisitos de procedencia y verificación del Juez

168
Para autorizar el procedimiento abreviado, el Juez de control verificará en audiencia los siguientes
requisitos:

I. Que el Ministerio Público solicite el procedimiento, para lo cual se deberá formular la acusación
y exponer los datos de prueba que la sustentan. La acusación deberá contener la enunciación
de los hechos que se atribuyen al acusado, su clasificación jurídica y grado de intervención, así
como las penas y el monto de reparación del daño;

II. Que la víctima u ofendido no presente oposición. Solo será vinculante para el Juez la oposición
que se encuentre fundada; y

III. Que el imputado:

a).Reconozca estar debidamente informado de su derecho a un juicio oral y de los alcances del
procedimiento abreviado;

b).Expresamente renuncie al juicio oral;

c).Consienta la aplicación del procedimiento abreviado;

d).Admita su responsabilidad por el delito que se le imputa;

e).Acepte ser sentenciado con base en los medios de convicción que exponga el Ministerio Público
al formular la acusación.

IV.Que el imputado haya participado en un proceso restaurativo

LIBRO II

TÍTULO II

CAPÍTULO IV
Artículo 256. Casos en que operan los criterios de oportunidad.

Iniciada la investigación y previo análisis subjetivo de los datos que consten en la misma, conforme a
las disposiciones normativas de cada procuraduría, el Ministerio Público ponderará el ejercicio de la
acción penal sobre la base de criterios de oportunidad, siempre que, en su caso, se hayan reparado
o garantizado los daños causados a la víctima u ofendido, o esta o este manifieste su falta de interés
jurídico en dicha reparación, de lo cual deberá dejarse constancia.

La aplicación de los criterios de oportunidad será procedente en cualquiera de los siguientes supuestos
siempre y cuando el autor o partícipe haya intervenido en un proceso restaurativo.

169
170
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