Teoria REC II - Del Libro Microbiologia
Teoria REC II - Del Libro Microbiologia
Teoria REC II - Del Libro Microbiologia
TARAPOTO-2020-PERU
MICROBIOLOGÍA
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1 INTRODUCCIÓN
La Microbiología se puede definir, sobre la base de su etimología, como la ciencia que
trata de los seres vivos muy pequeños, concretamente de aquellos cuyo tamaño se encuentra
por debajo del poder resolutivo del ojo humano.
Con la invención del microscopio en el siglo XVII comienza el lento despegue de una nueva
rama del conocimiento, inexistente hasta entonces. Durante los siguientes 150 años su
progreso se limitó casi a una mera descripción de tipos morfológicos microbianos, y a los
primeros intentos taxonómicos, que buscaron su encuadramiento en el marco de los “sistemas
naturales” de los Reinos Animal y Vegetal.
Tras la Edad de Oro de la Bacteriología, inaugurada por las grandes figuras de Pasteur
y Koch, la Microbiología quedó durante cierto tiempo como una disciplina descriptiva y aplicada,
estrechamente imbricada con la Medicina, y con un desarrollo paralelo al de la Química, que le
aportaría varios avances metodológicos fundamentales.
Siguiendo el ya clásico esquema de Collard (l976), podemos distinguir cuatro etapas o periodos
en el desarrollo de la Microbiología:
Tercer periodo, de cultivo de microorganismos, que llega hasta finales del siglo XIX, donde las
figuras de Pasteur y Koch encabezan el logro de cristalizar a la Microbiología como ciencia
experimental bien asentada.
Cuarto periodo (desde principios del siglo XX hasta nuestros días), en el que los
microorganismos se estudian en toda su complejidad fisiológica, bioquímica, genética,
ecológica, etc., y que supone un extraordinario crecimiento de la Microbiología, el surgimiento
de disciplinas microbiológicas especializadas (Virología, Inmunología, etc), y la estrecha
imbricación de las ciencias microbiológicas en el marco general de las Ciencias Biológicas.
Si bien el descubrimiento efectivo de seres vivos no visibles a simple vista debió
aguardar hasta el último tercio del siglo XVII, sus actividades son conocidas por la humanidad
desde muy antiguo, tanto las beneficiosas, representadas por las fermentaciones implicadas en
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la producción de bebidas alcohólicas, pan y derivados lácteos, como las perjudiciales, en forma
de enfermedades infecciosas.
Ya en el siglo XIV, con la invención de las primeras lentes para corregir la visión, surgió
una cierta curiosidad sobre su capacidad de aumentar el tamaño aparente de los objetos. En el
siglo XVI surgieron algunas ideas sobre aspectos de la física óptica de las lentes de aumento,
pero no encontraron una aplicación inmediata. Se dice que Galileo hizo algunas observaciones
“microscópicas” invirtiendo su telescopio a partir de lentes montadas en un tubo, pero en
cualquier caso está claro que no tuvieron ninguna repercusión.
Antonie van Leeuwenhoek
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Simultáneamente el inglés Robert Hooke (1635-1703) usando microscopios compuestos,
describió los hongos filamentosos (1667), y descubrió la estructura celular de las plantas
(Micrographia, 1665), acuñando el término célula. Pero el trabajo con microscopios compuestos
aplicados al estudio de los “animálculos" languideció durante casi 200 años, debido a sus
imperfecciones ópticas, hasta que hacia 1830 se desarrollaron las lentes acromáticas.
La autoridad intelectual de Aristóteles por un lado, y la autoridad moral representada por
la Biblia, por otro, junto con las opiniones de escritores clásicos como Galeno, Plinio y Lucrecio,
a los que se citaba como referencias incontrovertibles en la literatura médica en la Edad Media
y Renacimiento, dieron carta de naturaleza a la idea de que algunos seres vivos podían
originarse a partir de materia inanimada, o bien a partir del aire o de materiales en putrefacción.
Esta doctrina de la “generatio spontanea” o abiogénesis, fue puesta en entredicho por los
experimentos de Francesco Redi (1621-1697), quien había acuñado la expresión “Omne vivum
ex ovo” (1668), tras comprobar que los insectos y nematodos procedían de huevos puestos por
animales adultos de su misma especie. Demostró que si un trozo de carne era cubierto con
gasa de forma que las moscas no podían depositar allí sus huevos, no aparecían “gusanos”,
que él correctamente identificó como fases larvarias del insecto. Los descubrimientos de Redi
tuvieron el efecto de desacreditar la teoría de la generación espontánea para los animales y
plantas, pero la reavivaron respecto de los recién descubiertos “animálculos”, de modo que
aunque se aceptó la continuidad de la vida en cuanto a sus formas superiores, no todos
estaban dispuestos a admitir el más amplio “Omne vivum ex vivo” aplicado a los
microorganismos.
Durante el primer tercio del siglo XIX la doctrina de la arquegénesis o generación espontánea
recibió un último refuerzo antes de morir, debido por un lado a razones extra científicas (el auge
del concepto de transmutación producido por la escuela de la filosofía de la naturaleza), y por
otro al descubrimiento del oxígeno y de su importancia para la vida, de modo que los
experimentos de Spallanzani se interpretaron como que al calentarse las infusiones, el oxígeno
del aire se destruía, y por lo tanto desaparecía la “fuerza vegetativa” que originaba la aparición
de microorganismos.
Fue, Louis Pasteur (1822-1895) el que asestó el golpe definitivo y zanjó la cuestión a favor de
la teoría biogénica.
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microorganismos, y se abría la Edad de Oro del estudio científico de las formas de vida no
observables a simple vista.
2.4 LOS AVANCES TÉCNICOS
La doctrina del pleomorfismo, vigente durante buena parte del siglo XIX, mantenía que
los microorganismos adoptaban formas y funciones cambiantes dependiendo de las
condiciones ambientales. A estas ideas se oponían frontalmente investigadores como Koch,
Pasteur y Cohn, que estaban convencidos de la especificidad y constancia morfológica y
fisiológica de cada tipo de microorganismo (monomorfismo). El pleomorfismo había surgido
como una explicación a la gran variedad de formas y actividades que aparecían en un simple
frasco de infusión, pero ya Pasteur, en sus estudios sobre la fermentación, se había percatado
de que los cultivos que aparecían podían considerarse como una sucesión de distintas
poblaciones de microorganismos predominantes, que, a resultas de sus actividades,
condicionaban la ulterior composición de la comunidad microbiana. La solución definitiva a esta
cuestión dependía, de nuevo, de un desarrollo técnico, que a su vez iba a suministrar una de
las herramientas características de la nueva ciencia: los métodos de cultivo puro.
El desarrollo de los medios selectivos y de enriquecimiento fue una consecuencia de las
investigaciones llevadas a cabo por Beijerinck y Winogradsky entre 1888 y los primeros años
del siglo XX, sobre bacterias implicadas en procesos biogeoquímicos y poseedoras de
características fisiológicas distintivas (quimioautótrofas, fijadoras de nitrógeno, etc.). Estos
medios, donde se aplica a pequeña escala el principio de selección natural, se diseñan de
forma que su composición química definida favorezca sólo el crecimiento de ciertos tipos
fisiológicos de microorganismos, únicos capaces de usar ciertos nutrientes del medio.
En 1875 Carl Weigert tiñó bacterias con pirocarmín, un colorante que ya venía siendo usado
desde hacía unos años en estudios zoológicos. En años sucesivos se fueron introduciendo el
azul de metileno (Koch, 1877), la fuchsina, y el violeta cristal.
En 1884 el patólogo danés Christian Gram establece una tinción de contraste que permite
distinguir dos tipos bacterianos en función de sus reacción diferencial de tinción y que, como se
vería mucho más tarde, reflejaba la existencia de dos grupos de bacterias con rasgos
estructurales distintivos.
Durante el siglo XIX la atención de muchos naturalistas se había dirigido hacia las
diversas formas de animales y plantas que vivían como parásitos de otros organismos. Este
interés se redobló tras la publicación de los libros de Darwin, estudiándose las numerosas
adaptaciones evolutivas que los distintos parásitos habían adquirido en su peculiar estilo de
vida. Sin embargo, la adjudicación de propiedades de parásitos a los microorganismos vino del
campo médico y veterinario, al revalorizarse las ideas sobre el origen germinal de las
enfermedades infecciosas.
En 1840 Henle, de la escuela fisiológica de Johannes Müller, planteó la teoría de que las
enfermedades infecciosas están causadas por seres vivos invisibles, pero de nuevo la
confirmación de estas ideas tuvo que esperar a que la intervención de Pasteur demostrara la
existencia de microorganismos específicos responsables de enfermedades.
Hacia mediados del siglo XIX otra enfermedad infecciosa (pebrina) comenzó a diseminarse por
los criaderos de gusano de seda de toda Europa, alcanzando finalmente a China y Japón. A
instancias de su maestro Jean Baptiste Dumas, Pasteur aceptó el reto de viajar a la Provenza
para investigar esta enfermedad que estaba dejando en la ruina a los industriales sederos, a
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pesar de que nunca hasta entonces se había enfrentado con un problema de patología. Es más
que probable que Pasteur viera aquí la oportunidad de confirmar si sus estudios previos sobre
las fermentaciones podían tener una extensión hacia los procesos fisiológicos del hombre y de
los animales.
Pero fue Robert Koch (1843-1910), que había sido alumno de Henle, quien con su reciente
técnica de cultivo puro logró, en 1876, el primer aislamiento y propagación in vitro del bacilo del
ántrax (Bacillus anthracis), consiguiendo las primeras microfotografías sobre preparaciones
secas, fijadas y teñidas con azul de metileno. Más tarde (1881), Koch y sus colaboradores
confirmaron que las esporas son formas diferenciadas a partir de los bacilos, y más resistentes
que éstos a una variedad de agentes. Pero más fundamental fue su demostración de que la
enfermedad se podía transmitir sucesivamente a ratones sanos inoculándoles bacilos en cultivo
puro, obtenidos tras varias transferencias en medios líquidos.
Este tipo de estrategias para demostrar el origen bacteriano de una enfermedad fue
llevado a una ulterior perfección en 1882, con la publicación de “Die Äthiologie der
Tuberkulose”, donde se comunica por primera vez la aplicación de los criterios que Henle había
postulado en 1840.
Estos criterios, que hoy van asociados al nombre de Koch, son los siguientes:
1. El microorganismo debe de estar presente en todos los individuos enfermos.
2. El microorganismo debe poder aislarse del hospedador y ser crecido en cultivo puro.
3. La inoculación del microorganismo crecido en cultivo puro a animales sanos debe provocar
la
aparición de síntomas específicos de la enfermedad en cuestión.
4. El microorganismo debe poder ser reaislado del hospedador infectado de forma
experimental.
Fue asimismo Koch quien demostró el principio de especificidad biológica del agente
infeccioso: cada enfermedad infecciosa específica está causada por un tipo de bacteria
diferente. Estos trabajos de Koch abren definitivamente el campo de la Microbiología Médica
sobre firmes bases científicas.
La Alemania del Reich, que a la sazón se había convertido en una potencia política y militar, se
decidió a apoyar la continuidad de los trabajos del equipo de Koch, dada su enorme
importancia social y económica, creando un Instituto de investigación, siendo Koch su director
en el Departamento de Salud. De esta forma, en la Escuela Alemana se aislaron los agentes
productores del cólera asiático (Koch, 1883), de la difteria (Loeffler, 1884), del tétanos
(Nicolaier, 1885 y Kitasato, 1889), de la neumonía (Fraenkel, 1886), de la meningitis
(Weichselbaun, 1887), de la peste (Yersin, 1894), de la sífilis (Schaudinn y Hoffman, 1905), etc.
Igualmente se pudieron desentrañar los ciclos infectivos de agentes de enfermedades
tropicales no bacterianas que la potencia colonial se encontró en ultramar: malaria (Schaudinn,
1901-1903), enfermedad del sueño (Koch, 1906), peste vacuna africana (debida al inglés
Bruce, 1895-1897), etc.
Los avances de las técnicas quirúrgicas hacia mediados del siglo XIX, impulsados por la
introducción de la anestesia, trajeron consigo una gran incidencia de complicaciones post-
operatorias derivadas de infecciones. Un joven médico británico, Joseph Lister (1827-1912),
que había leído atentamente los trabajos de Pasteur, y que creía que estas infecciones se
debían a gérmenes presentes en el aire, comprobó que la aplicación de compuestos como el
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fenol o el bicloruro de mercurio en el lavado del instrumental quirúrgico, de las manos y de las
heridas, disminuía notablemente la frecuencia de infecciones post-quirúrgicas y puerperales.
Más tarde, Paul Ehrlich (1854-1919), que había venido empleando distintas sustancias para
teñir células y microorganismos, y que conocía bien el efecto de tinción selectiva de bacterias
por ciertos colorantes que dejaban, en cambio, incoloras a células animales, concibió la
posibilidad de que algunos de los compuestos de síntesis que la industria química estaba
produciendo pudieran actuar como “balas mágicas” que fueran tóxicas para las bacterias pero
inocuas para el hospedador. Ehrlich concibió un programa racional de síntesis de sustancias
nuevas seguido de ensayo de éstas en infecciones experimentales. Trabajando en el
laboratorio de Koch, probó sistemáticamente derivados del atoxilo (un compuesto que ya
Thompson, en 1905, había mostrado como eficaz contra la tripanosomiasis), y en 1909 informó
de que el compuesto 606 (salvarsán) era efectivo contra la sífilis.
En 1927 Gerhard Domagk, en conexión con la poderosa compañía química I.G.
Farbenindustrie, inició un ambicioso proyecto de búsqueda de nuevos agentes quimioterápicos,
siguiendo el esquema de Ehrlich; en 1932-1935 descubre la acción del rojo de prontosilo frente
a neumococos hemolíticos dentro del hospedador, pero señala que esta droga es inactiva
sobre bacterias creciendo in vitro. La explicación la sumistra el matrimonio Tréfouël, del
Instituto Pasteur, al descubrir que la actividad antibacteriana depende de la conversión por el
hospedador en sulfanilamida. El mecanismo de acción de las sulfamidas (inhibición competitiva
con el ácido para-amino benzoico) fue dilucidado por el estadounidense Donald D. Woods.
Fleming quien, en 1929, logró expresar ideas claras sobre el tema, al atribuir a una sustancia
química concreta (la penicilina) la acción inhibidora sobre bacterias producida por el
hongo Penicillium notatum. Fleming desarrolló un ensayo crudo para determinar la potencia de
la sustancia en sus filtrados, pudiendo seguir su producción a lo largo del tiempo de cultivo, y
mostrando que no todas las especies bacterianas eran igualmente sensibles a la penicilina. Las
dificultades técnicas para su extracción, junto al hecho de que el interés de la época aún estaba
centrado sobre las sulfamidas, impidieron una pronta purificación de la penicilina, que no llegó
hasta los trabajos de Chain y Florey (1940), comprobándose entonces su gran efectividad
contra infecciones bacterianas, sobre todo de Gram-positivas, y la ausencia de efectos tóxicos
para el hospedador.
En la década de los 60 se abrió una nueva fase en la era de los antibióticos al
obtenerse compuestos semisintéticos por modificación química de antibióticos naturales,
paliándose los problemas de resistencia bacteriana a drogas que habían empezado a aparecer,
disminuyéndose en muchos casos los efectos secundarios, y ampliándose el espectro de
acción.
2.7 DESARROLLO DE LA INMUNOLOGÍA
La inmunología es, en la actualidad, una ciencia autónoma y madura, pero sus orígenes
han estado estrechamente ligados a la Microbiología. Su objeto consiste en el estudio de las
respuestas de defensa que han desarrollado los animales frente a la invasión por
microorganismos o partículas extraños, aunque su interés se ha volcado especialmente sobre
aquellos mecanismos altamente evolucionados e integrados, dotados de especificidad y de
memoria, frente a agentes reconocidos por el cuerpo como no-propios, así como de su
neutralización y degradación.
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El primer acercamiento a la inmunización con criterios racionales fue realizado por el
médico inglés Edward Jenner (1749-1823), tras su constatación de que los vaqueros que
habían adquirido la viruela vacunal (una forma benigna de enfermedad que sólo producía
pústulas en las manos) no eran atacados por la grave y deformante viruela humana. En mayo
de 1796 inoculó a un niño fluido procedente de las pústulas vacunales de Sarah Nelmes;
semanas después el niño fue inyectado con pus de una pústula de un enfermo de viruela,
comprobando que no quedaba afectado por la enfermedad. Jenner publicó sus resultados en
1798 (“An enquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae…”), pronosticando que la
aplicación de su método podría llegar a erradicar la viruela. Jenner fue el primero en recalcar la
importancia de realizar estudios clínicos de seguimiento de los pacientes inmunizados,
consciente de la necesidad de contar con controles fiables.
En los años siguientes Pasteur abordó la inmunización artificial para otras enfermedades;
concretamente, estableció de forma clara que cultivos de Bacillus anthracis atenuados por
incubación a 45ºC conferían inmunidad a ovejas expuestas a contagio por carbunco. Una
famosa demostración pública de la bondad del método de Pasteur tuvo lugar en Pouilly le Fort,
el dos de junio de 1881, cuando ante un gentío expectante se pudo comprobar la muerte del
grupo control de ovejas y vacas no inoculadas, frente a la supervivencia de los animales
vacunados.
A finales del siglo XIX existían dos teorías opuestas sobre los fundamentos biológicos de las
respuestas inmunes.
Por un lado, el zoólogo ruso Ilya Ilich Mechnikov (1845-1916), que había realizado
observaciones sobre la fagocitosis en estrellas de mar y pulgas de agua, estableció, a partir de
1883, su “Teoría de los fagocitos”, tras estudiar fenómenos de englobamiento de partículas
extrañas por los leucocitos de conejo y de humanos. Informó que existían fenómenos de
eliminación de agentes patógenos por medio de “células devoradoras” (fagocitos) que actuaban
en animales vacunados contra el carbunco, y explicó la inmunización como una “habituación”
del huésped a la fagocitosis.
Más tarde, ya integrado en el Instituto Pasteur, propugnó la idea de que los fagocitos segregan
enzimas específicos, análogos a los “fermentos” digestivos (1900). Esta teoría de los fagocitos
constituyó el núcleo de la teoría de la inmunidad celular, de modo que la fagocitosis se
consideraba como la base principal del sistema de defensa inmune del organismo.
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Por otro lado, la escuela alemana de Koch hacía hincapié en la importancia de los verything
humorales. Emil von Behring (1854-1917) y Shibasaburo Kitasato (1856-1931), a resultas
de sus trabajos sobre las toxinas del tétanos y de la difteria, observaron que el cuerpo produce
“antitoxinas” (más tarde conocidas como anticuerpos) que tendían a neutralizar las toxinas de
forma específica, y evidenciaron que el suero que contiene antitoxinas es capaz de proteger a
animales expuestos a una dosis letal de la toxina correspondiente (1890).
Una importante faceta de la inmunología de la primera mitad del siglo XX fue la obtención de
vacunas. Se lograron toxoides inmunogénicos a partir de toxinas bacterianas, en muchos casos
por tratamiento con formol: toxoide tetánico (Eisler y Lowenstein, 1915) y toxoide diftérico
(Glenny, 1921). En 1922 se desarrolla la vacuna BCG contra la tuberculosis, haciendo uso de
una cepa atenuada de Mycobacterium tuberculosis, el bacilo de Calmette-Guérin. La utilización
de coadyuvantes se inicia en 1916, por LeMoignic y Piroy.
El auge de la microbiología desde finales del siglo XIX se plasmó, entre otras cosas, en el
aislamiento de gran variedad de cepas silvestres de microorganismos, lo que suministró un
enorme volumen de nuevo material biológico sobre el que trabajar, aplicándose una serie de
enfoques que eran ya habituales en las ciencias naturales más antiguas; así, había que crear
un marco taxonómico (con sus normas de nomenclatura) para encuadrar a los organismos
recién descubiertos, era factible desarrollar trabajos sobre morfología y fisiología comparadas,
sobre variabilidad y herencia, evolución, ecología, etc.
Las estrategias diseñadas por Beadle y Tatum fueron aplicadas por Luria y Delbrück (1943) a
cultivos bacterianos, investigando la aparición de mutaciones espontáneas resitentes a fagos o
estreptomicina. La conexión de estos experimentos con las observaciones previas de Griffith
(1928) sobre la transformación del neumococo, llevó a Avery y colaboradores (1944) a
demostrar que el “principio transformante” portador de la información genética es el ADN. En
1949 Erwin Chargaff demuestra bioquímicamente la transmisión genética mediante ADN
en Escherichia coli, y en 1952 Alfred Hershey y Martha Chase, en experimentos con
componentes marcados de fagos, ponen un elegante colofón a la confirmación de la función
del ADN, con lo que se derribaba el antiguo y asentado “paradigma de las proteínas” que hasta
mediados de siglo intentaba explicar la base de la herencia.
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3. LOS MICROORGANISMOS
Organismos demasiado pequeños para poder ser observados a simple vista, y cuya
visualización requiere el empleo del microscopio. Abarca una enorme heterogeneidad de tipos
estructurales, funcionales y taxonómicos: desde partículas no celulares como los virus, viroides
y priones, hasta organismos celulares tan diferentes como las bacterias, los protozoos y parte
de las algas y de los hongos.
3.1. MICROORGANISMOS CELULARES
Cada tipo de virus consta de una sola clase de ácido nucleico (ADN o ARN, nunca ambos), con
capacidad para codificar varias proteínas, algunas de las cuales pueden tener funciones
enzimáticas, mientras que otras son estructurales, disponiéndose éstas en cada partícula
virásica (virión) alrededor del material genético formando una estructura regular (cápsida); en
algunos virus existe, además, una envuelta externa de tipo membranoso, derivada en parte de
la célula en la que se desarrolló el virión (bicapa lipídica procedente de membranas celulares) y
en parte de origen virásico (proteínas).
En 1986 se descubrió que el agente de la hepatitis delta humana posee un genomio de ARN de
tipo viroide, aunque requiere para su transmisión (pero no para su replicación) la colaboración
del virus de la hepatitis B, empaquetándose en partículas similares a las de este virus. A
diferencia de los viroides vegetales, posee capacidad codificadora de algunas proteínas.
Tanto la versión celular normal (PrPC) como la patógena (PrPSc en el caso del “scrapie”) son
glicoproteínas codificadas por el mismo gen cromosómico, teniendo la misma secuencia
primaria. Se desconoce si las características distintivas de ambas isoformas estriban en
diferencias entre los respectivos oligosacáridos que adquieren por procesamiento post-
traduccional.
A diferencia de los virus, los priones no contienen ácido nucleico y están codificados por un gen
celular. Aunque se multiplican, los priones de nueva síntesis poseen moléculas de PrP que
reflejan el gen del hospedador y no necesariamente la secuencia de la molécula del PrP que
causó la infección previa. Se desconoce su mecanismo de multiplicación, y para discernir entre
las diversas hipótesis propuestas quizá haya que dilucidar la función del producto normal y su
posible conversión a la isoforma patógena infectiva.
Todos los aspectos y enfoques desde los que se pueden estudiar los microorganismos
conforman lo que denominamos objeto formal de la Microbiología: características estructurales,
fisiológicas, bioquímicas, genéticas, taxonómicas, ecológicas, etc., que conforman el núcleo
general o cuerpo básico de conocimientos de esta ciencia. Por otro lado, la Microbiología
también se ocupa de las distintas actividades microbianas en relación con los intereses
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humanos, tanto las que pueden acarrear consecuencias perjudiciales (y en este caso estudia
los nichos ecológicos de los correspondientes agentes, sus modos de transmisión, los diversos
aspectos de la microbiota patógena en sus interacciones con el hospedador, los mecanismos
de defensa de éste, así como los métodos desarrollados para combatirlos y controlarlos), como
de las que reportan beneficios (ocupádose del estudio de los procesos microbianos que
suponen la obtención de materias primas o elaboradas, y de su modificación y mejora racional
con vistas a su imbricación en los flujos productivos de las sociedades).
A mediados del siglo XIX se empezó a ver que esa clasificación era demasiado sencilla, y que
el grupo de los infusorios era muy heterogéneo. En 1866 Haeckel, seguidor de Darwin, propone
un famoso árbol filogenético con tres reinos:
Animalia
Plantae
Protista: todos los seres vivos sencillos, sean o no fotosintéticos o móviles. Dentro de él
consideraba los siguientes grupos:
Protozoos,
Algas
Hongos
Moneras (=bacterias)
Pero esta clasificación iba a ser puesta en entredicho a mediados del siglo XX, cuando las
técnicas de microscopía electrónica y bioquímicas demuestran la gran diferencia de las
bacterias respecto del resto de organismos. De hecho, ya en los años 60 se reconoce que esta
diferencia representa la mayor discontinuidad evolutiva del mundo vivo.
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comprende
líneas filogenéticas diversas y a veces muy separadas en el tiempo evolutivo.
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