Teoria REC II - Del Libro Microbiologia

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DEL LIBRO DE MICROBIOLOGIA REC

Blgo. MSc. Raúl Espíritu Cavero

TARAPOTO-2020-PERU

MICROBIOLOGÍA

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1 INTRODUCCIÓN
            
La Microbiología se puede definir, sobre la base de su etimología, como la ciencia que
trata de los seres vivos muy pequeños, concretamente de aquellos cuyo tamaño se encuentra
por debajo del poder resolutivo del ojo humano.

Con la invención del microscopio en el siglo XVII comienza el lento despegue de una nueva
rama del conocimiento, inexistente hasta entonces. Durante los siguientes 150 años su
progreso se limitó casi a una mera descripción de tipos morfológicos microbianos, y a los
primeros intentos taxonómicos, que buscaron su encuadramiento en el marco de los “sistemas
naturales” de los Reinos Animal y Vegetal.

            El reconocimiento del origen microbiano de las fermentaciones, el definitivo abandono


de la idea de la generación espontánea, y el triunfo de la teoría germinal de la enfermedad,
representan las conquistas definitivas que dan carta de naturaleza a la joven Microbiología en
el cambio de siglo.

             Tras la Edad de Oro de la Bacteriología, inaugurada por las grandes figuras de Pasteur
y Koch, la Microbiología quedó durante cierto tiempo como una disciplina descriptiva y aplicada,
estrechamente imbricada con la Medicina, y con un desarrollo paralelo al de la Química, que le
aportaría varios avances metodológicos fundamentales.

Hoy se muestra una impresionante expansión a múltiples campos de la actividad humana,


desde el control de enfermedades infecciosas (higiene, vacunación, quimioterapia,
antibioterapia) hasta el aprovechamiento económico racional de los múltiples procesos en los
que se hallan implicados los microorganismos (biotecnologías).

2   DESARROLLO HISTÓRICO DE LA MICROBIOLOGÍA.

Siguiendo el ya clásico esquema de Collard (l976), podemos distinguir cuatro etapas o periodos
en el desarrollo de la Microbiología:

Primer periodo, eminentemente especulativo, que se extiende desde la antigüedad hasta


llegar a los primeros microscopistas.

Segundo periodo, de lenta acumulación de observaciones (desde l675 aproximadamente


hasta la mitad del siglo XIX), que arranca con el descubrimiento de los microorganismos por
Leeuwenhoek (l675).

Tercer periodo, de cultivo de microorganismos, que llega hasta finales del siglo XIX, donde las
figuras de Pasteur y Koch encabezan el logro de cristalizar a la Microbiología como ciencia
experimental bien asentada.

Cuarto periodo (desde principios del siglo XX hasta nuestros días), en el que los
microorganismos se estudian en toda su complejidad fisiológica, bioquímica, genética,
ecológica, etc., y que supone un extraordinario crecimiento de la Microbiología, el surgimiento
de disciplinas microbiológicas especializadas (Virología, Inmunología, etc), y la estrecha
imbricación de las ciencias microbiológicas en el marco general de las Ciencias Biológicas.

2.1  PERIODO PREVIO AL DESCUBRIMIENTO DEL MICROSCOPIO

            Si bien el descubrimiento efectivo de seres vivos no visibles a simple vista debió
aguardar hasta el último tercio del siglo XVII, sus actividades son conocidas por la humanidad
desde muy antiguo, tanto las beneficiosas, representadas por las fermentaciones implicadas en

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la producción de bebidas alcohólicas, pan y derivados lácteos, como las perjudiciales, en forma
de enfermedades infecciosas.

            Diversas fuentes escritas de la antigüedad griega y romana hablan de gérmenes


invisibles que transmiten enfermedades contagiosas. Lucrecio (96-55 a.C.), en su “De rerum
natura” hace varias alusiones a “semillas de enfermedad”. En el Renacimiento europeo,
Girolamo Frascatorius, en su libro “De contagione et contagionis” (1546) dice que las
enfermedades contagiosas se deben a “gérmenes vivos” que pasan de diversas maneras de un
individuo a otro.

2.2  EL PERIODO DE LOS PRIMEROS MICROSCOPISTAS.

            Ya en el siglo XIV, con la invención de las primeras lentes para corregir la visión, surgió
una cierta curiosidad sobre su capacidad de aumentar el tamaño aparente de los objetos. En el
siglo XVI surgieron algunas ideas sobre aspectos de la física óptica de las lentes de aumento,
pero no encontraron una aplicación inmediata. Se dice que Galileo hizo algunas observaciones
“microscópicas” invirtiendo su telescopio a partir de lentes montadas en un tubo, pero en
cualquier caso está claro que no tuvieron ninguna repercusión.

            
Antonie van Leeuwenhoek

            El descubrimiento de los microorganismos fue obra de un comerciante


holandés de tejidos, Antonie van Leeuwenhoek (1632-1723), quien en su
pasión por pulir y montar lentes casi esféricas sobre placas de oro, plata o
cobre, casi llegó a descuidar sus negocios. Fabricó unos cuatrocientos
microscopios simples, con los que llegó a obtener aumentos de casi 300
diámetros.
En 1675 descubrió que en una gota de agua de estanque pululaba una
asombrosa variedad de pequeñas criaturas a las que denominó
“animálculos”.

Durante varias décadas Leeuwenhoek fue comunicando sus descubrimientos a la Royal


Society de Londres a través de una serie de cartas que se difundieron, en traducción inglesa,
en las “Philosophical Transactions”. Sus magníficas dotes de observador le llevaron asimismo a
describir protozoos (como Giardia, que encontró en sus propias heces), la estructura estriada
del músculo, la circulación capilar, a descubrir los espermatozoides y los glóbulos rojos (por lo
que también se le considera el fundador de la Histología animal), así como a detallar diversos
aspectos estructurales de las semillas y embriones de plantas. Leeuwenhoek se percató de la
abundancia y ubicuidad de sus animálculos, observándolos en vinagre, placa dental, etc.

Microscopio simple de Leeuwenhoek Microscopio compuesto de Hooke

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Simultáneamente el inglés Robert Hooke (1635-1703) usando microscopios compuestos,
describió los hongos filamentosos (1667), y descubrió la estructura celular de las plantas
(Micrographia, 1665), acuñando el término célula. Pero el trabajo con microscopios compuestos
aplicados al estudio de los “animálculos" languideció durante casi 200 años, debido a sus
imperfecciones ópticas, hasta que hacia 1830 se desarrollaron las lentes acromáticas.

2.3   EL DEBATE SOBRE LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA.

            La autoridad intelectual de Aristóteles por un lado, y la autoridad moral representada por
la Biblia, por otro, junto con las opiniones de escritores clásicos como Galeno, Plinio y Lucrecio,
a los que se citaba como referencias incontrovertibles en la literatura médica en la Edad Media
y Renacimiento, dieron carta de naturaleza a la idea de que algunos seres vivos podían
originarse a partir de materia inanimada, o bien a partir del aire o de materiales en putrefacción.

Esta doctrina de la “generatio spontanea” o abiogénesis, fue puesta en entredicho por los
experimentos de Francesco Redi (1621-1697), quien había acuñado la expresión “Omne vivum
ex ovo” (1668), tras comprobar que los insectos y nematodos procedían de huevos puestos por
animales adultos de su misma especie. Demostró que si un trozo de carne era cubierto con
gasa de forma que las moscas no podían depositar allí sus huevos, no aparecían “gusanos”,
que él correctamente identificó como fases larvarias del insecto. Los descubrimientos de Redi
tuvieron el efecto de desacreditar la teoría de la generación espontánea para los animales y
plantas, pero la reavivaron respecto de los recién descubiertos “animálculos”, de modo que
aunque se aceptó la continuidad de la vida en cuanto a sus formas superiores, no todos
estaban dispuestos a admitir el más amplio “Omne vivum ex vivo” aplicado a los
microorganismos.

Durante el primer tercio del siglo XIX la doctrina de la arquegénesis o generación espontánea
recibió un último refuerzo antes de morir, debido por un lado a razones extra científicas (el auge
del concepto de transmutación producido por la escuela de la filosofía de la naturaleza), y por
otro al descubrimiento del oxígeno y de su importancia para la vida, de modo que los
experimentos de Spallanzani se interpretaron como que al calentarse las infusiones, el oxígeno
del aire se destruía, y por lo tanto desaparecía la “fuerza vegetativa” que originaba la aparición
de microorganismos.

Fue, Louis Pasteur (1822-1895) el que asestó el golpe definitivo y zanjó la cuestión a favor de
la teoría biogénica.

En un informe a la Académie des Sciences de París, en 1860


(“Expériences rélatives aux générations dites spontanées”) y en escritos
posteriores comunica sus sencillos y elegantes experimentos: calentó
infusiones en matraces de vidrio a los que estiraba lateralmente el cuello,
haciéndolo largo, estrecho y sinuoso, y dejándolo sin cerrar, de modo que
el contenido estuviera en contacto con el aire; tras esta operación
demostró que el líquido no desarrollaba microorganismos, con lo que
eliminó la posibilidad de que un “aire alterado” fuera la causa de la no
aparición de gérmenes.
Frasco con "cuello de cisne" de Pasteur, con el que refutó
las ideas sobre la generación espontánea
            
En 1861 Pasteur publica otro informe en el que explica
cómo se pueden capturar los “cuerpos organizados” del
aire con ayuda de un tubo provisto de un tapón de
algodón como filtro, y la manera de recuperarlos para su
observación microscópica. De esta forma quedaba
definitivamente aclarado el origen de los

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microorganismos, y se abría la Edad de Oro del estudio científico de las formas de vida no
observables a simple vista.
2.4   LOS AVANCES TÉCNICOS

            La doctrina del pleomorfismo, vigente durante buena parte del siglo XIX, mantenía que
los microorganismos adoptaban formas y funciones cambiantes dependiendo de las
condiciones ambientales. A estas ideas se oponían frontalmente investigadores como Koch,
Pasteur y Cohn, que estaban convencidos de la especificidad y constancia morfológica y
fisiológica de cada tipo de microorganismo (monomorfismo). El pleomorfismo había surgido
como una explicación a la gran variedad de formas y actividades que aparecían en un simple
frasco de infusión, pero ya Pasteur, en sus estudios sobre la fermentación, se había percatado
de que los cultivos que aparecían podían considerarse como una sucesión de distintas
poblaciones de microorganismos predominantes, que, a resultas de sus actividades,
condicionaban la ulterior composición de la comunidad microbiana. La solución definitiva a esta
cuestión dependía, de nuevo, de un desarrollo técnico, que a su vez iba a suministrar una de
las herramientas características de la nueva ciencia: los métodos de cultivo puro.

          
El desarrollo de los medios selectivos y de enriquecimiento fue una consecuencia de las
investigaciones llevadas a cabo por Beijerinck y Winogradsky entre 1888 y los primeros años
del siglo XX, sobre bacterias implicadas en procesos biogeoquímicos y poseedoras de
características fisiológicas distintivas (quimioautótrofas, fijadoras de nitrógeno, etc.). Estos
medios, donde se aplica a pequeña escala el principio de selección natural, se diseñan de
forma que su composición química definida favorezca sólo el crecimiento de ciertos tipos
fisiológicos de microorganismos, únicos capaces de usar ciertos nutrientes del medio.

En 1875 Carl Weigert tiñó bacterias con pirocarmín, un colorante que ya venía siendo usado
desde hacía unos años en estudios zoológicos. En años sucesivos se fueron introduciendo el
azul de metileno (Koch, 1877), la fuchsina, y el violeta cristal.

En 1882-1883 Ziehl y Neelsen desarrollan su método de ácido-alcohol resistencia para


teñir Mycobacterium tuberculosis.

En 1884 el patólogo danés Christian Gram establece una tinción de contraste que permite
distinguir dos tipos bacterianos en función de sus reacción diferencial de tinción y que, como se
vería mucho más tarde, reflejaba la existencia de dos grupos de bacterias con rasgos
estructurales distintivos.

            2.5    EL PAPEL DE LOS MICROORGANISMOS EN LAS ENFERMEDADES.

            Durante el siglo XIX la atención de muchos naturalistas se había dirigido hacia las
diversas formas de animales y plantas que vivían como parásitos de otros organismos. Este
interés se redobló tras la publicación de los libros de Darwin, estudiándose las numerosas
adaptaciones evolutivas que los distintos parásitos habían adquirido en su peculiar estilo de
vida. Sin embargo, la adjudicación de propiedades de parásitos a los microorganismos vino del
campo médico y veterinario, al revalorizarse las ideas sobre el origen germinal de las
enfermedades infecciosas.

En 1840 Henle, de la escuela fisiológica de Johannes Müller, planteó la teoría de que las
enfermedades infecciosas están causadas por seres vivos invisibles, pero de nuevo la
confirmación de estas ideas tuvo que esperar a que la intervención de Pasteur demostrara la
existencia de microorganismos específicos responsables de enfermedades.

Hacia mediados del siglo XIX otra enfermedad infecciosa (pebrina) comenzó a diseminarse por
los criaderos de gusano de seda de toda Europa, alcanzando finalmente a China y Japón. A
instancias de su maestro Jean Baptiste Dumas, Pasteur aceptó el reto de viajar a la Provenza
para investigar esta enfermedad que estaba dejando en la ruina a los industriales sederos, a
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pesar de que nunca hasta entonces se había enfrentado con un problema de patología. Es más
que probable que Pasteur viera aquí la oportunidad de confirmar si sus estudios previos sobre
las fermentaciones podían tener una extensión hacia los procesos fisiológicos del hombre y de
los animales.

Pasteur llega finalmente, en 1869, a identificar al protozoo Nosema bombycis como el


responsable de la epidemia, y por medio de una serie de medidas de control, ésta comienza a
remitir de modo espectacular.

Pero fue Robert Koch (1843-1910), que había sido alumno de Henle, quien con su reciente
técnica de cultivo puro logró, en 1876, el primer aislamiento y propagación in vitro del bacilo del
ántrax (Bacillus anthracis), consiguiendo las primeras microfotografías sobre preparaciones
secas, fijadas y teñidas con azul de metileno. Más tarde (1881), Koch y sus colaboradores
confirmaron que las esporas son formas diferenciadas a partir de los bacilos, y más resistentes
que éstos a una variedad de agentes. Pero más fundamental fue su demostración de que la
enfermedad se podía transmitir sucesivamente a ratones sanos inoculándoles bacilos en cultivo
puro, obtenidos tras varias transferencias en medios líquidos.

            Este tipo de estrategias para demostrar el origen bacteriano de una enfermedad fue
llevado a una ulterior perfección en 1882, con la publicación de “Die Äthiologie der
Tuberkulose”, donde se comunica por primera vez la aplicación de los criterios que Henle había
postulado en 1840.

Estos criterios, que hoy van asociados al nombre de Koch, son los siguientes:
1.  El microorganismo debe de estar presente en todos los individuos enfermos.
2.  El microorganismo debe poder aislarse del hospedador y ser crecido en cultivo puro.
3.  La inoculación del microorganismo crecido en cultivo puro a animales sanos debe provocar
la
aparición de síntomas específicos de la enfermedad en cuestión.
4.   El microorganismo debe poder ser reaislado del hospedador infectado de forma
experimental.

            Fue asimismo Koch quien demostró el principio de especificidad biológica del agente
infeccioso: cada enfermedad infecciosa específica está causada por un tipo de bacteria
diferente. Estos trabajos de Koch abren definitivamente el campo de la Microbiología Médica
sobre firmes bases científicas.

La Alemania del Reich, que a la sazón se había convertido en una potencia política y militar, se
decidió a apoyar la continuidad de los trabajos del equipo de Koch, dada su enorme
importancia social y económica, creando un Instituto de investigación, siendo Koch su director
en el Departamento de Salud. De esta forma, en la Escuela Alemana se aislaron los agentes
productores del cólera asiático (Koch, 1883), de la difteria (Loeffler, 1884), del tétanos
(Nicolaier, 1885 y Kitasato, 1889), de la neumonía (Fraenkel, 1886), de la meningitis
(Weichselbaun, 1887), de la peste (Yersin, 1894), de la sífilis (Schaudinn y Hoffman, 1905), etc.
Igualmente se pudieron desentrañar los ciclos infectivos de agentes de enfermedades
tropicales no bacterianas que la potencia colonial se encontró en ultramar: malaria (Schaudinn,
1901-1903), enfermedad del sueño (Koch, 1906), peste vacuna africana (debida al inglés
Bruce, 1895-1897), etc.

2.6   DESARROLLO DE LA ASEPSIA, QUIMIOTERAPIA Y ANTIBIOTERAPIA

            Los avances de las técnicas quirúrgicas hacia mediados del siglo XIX, impulsados por la
introducción de la anestesia, trajeron consigo una gran incidencia de complicaciones post-
operatorias derivadas de infecciones. Un joven médico británico, Joseph Lister (1827-1912),
que había leído atentamente los trabajos de Pasteur, y que creía que estas infecciones se
debían a gérmenes presentes en el aire, comprobó que la aplicación de compuestos como el
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fenol o el bicloruro de mercurio en el lavado del instrumental quirúrgico, de las manos y de las
heridas, disminuía notablemente la frecuencia de infecciones post-quirúrgicas y puerperales.

 Más tarde, Paul Ehrlich (1854-1919), que había venido empleando distintas sustancias para
teñir células y microorganismos, y que conocía bien el efecto de tinción selectiva de bacterias
por ciertos colorantes que dejaban, en cambio, incoloras a células animales, concibió la
posibilidad de que algunos de los compuestos de síntesis que la industria química estaba
produciendo pudieran actuar como “balas mágicas” que fueran tóxicas para las bacterias pero
inocuas para el hospedador. Ehrlich concibió un programa racional de síntesis de sustancias
nuevas seguido de ensayo de éstas en infecciones experimentales. Trabajando en el
laboratorio de Koch, probó sistemáticamente derivados del atoxilo (un compuesto que ya
Thompson, en 1905, había mostrado como eficaz contra la tripanosomiasis), y en 1909 informó
de que el compuesto 606 (salvarsán) era efectivo contra la sífilis.

            En 1927 Gerhard Domagk, en conexión con la poderosa compañía química I.G.
Farbenindustrie, inició un ambicioso proyecto de búsqueda de nuevos agentes quimioterápicos,
siguiendo el esquema de Ehrlich; en 1932-1935 descubre la acción del rojo de prontosilo frente
a neumococos hemolíticos dentro del hospedador, pero señala que esta droga es inactiva
sobre bacterias creciendo in vitro. La explicación la sumistra el matrimonio Tréfouël, del
Instituto Pasteur, al descubrir que la actividad antibacteriana depende de la conversión por el
hospedador en sulfanilamida. El mecanismo de acción de las sulfamidas (inhibición competitiva
con el ácido para-amino benzoico) fue dilucidado por el estadounidense Donald D. Woods.

Fleming quien, en 1929, logró expresar ideas claras sobre el tema, al atribuir a una sustancia
química concreta (la penicilina) la acción inhibidora sobre bacterias producida por el
hongo Penicillium notatum. Fleming desarrolló un ensayo crudo para determinar la potencia de
la sustancia en sus filtrados, pudiendo seguir su producción a lo largo del tiempo de cultivo, y
mostrando que no todas las especies bacterianas eran igualmente sensibles a la penicilina. Las
dificultades técnicas para su extracción, junto al hecho de que el interés de la época aún estaba
centrado sobre las sulfamidas, impidieron una pronta purificación de la penicilina, que no llegó
hasta los trabajos de Chain y Florey (1940), comprobándose entonces su gran efectividad
contra infecciones bacterianas, sobre todo de Gram-positivas, y la ausencia de efectos tóxicos
para el hospedador.

En 1944 A. Schatz y S. Waksman descubren la estreptomicina, producida por Streptomyces


griseus, siendo el primer ejemplo de antibiótico de amplio espectro. Los diez años que
siguieron al término de la segundad guerra mundial vieron la descripción de 96 antibióticos
distintos producidos por 57 especies de microorganismos, principalmente Actinomicetos.

            En la década de los 60 se abrió una nueva fase en la era de los antibióticos al
obtenerse compuestos semisintéticos por modificación química de antibióticos naturales,
paliándose los problemas de resistencia bacteriana a drogas que habían empezado a aparecer,
disminuyéndose en muchos casos los efectos secundarios, y ampliándose el espectro de
acción.

2.7   DESARROLLO DE LA INMUNOLOGÍA

       La inmunología es, en la actualidad, una ciencia autónoma y madura, pero sus orígenes
han estado estrechamente ligados a la Microbiología. Su objeto consiste en el estudio de las
respuestas de defensa que han desarrollado los animales frente a la invasión por
microorganismos o partículas extraños, aunque su interés se ha volcado especialmente sobre
aquellos mecanismos altamente evolucionados e integrados, dotados de especificidad y de
memoria, frente a agentes reconocidos por el cuerpo como no-propios, así como de su
neutralización y degradación.

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            El primer acercamiento a la inmunización con criterios racionales fue realizado por el
médico inglés Edward Jenner (1749-1823), tras su constatación de que los vaqueros que
habían adquirido la viruela vacunal (una forma benigna de enfermedad que sólo producía
pústulas en las manos) no eran atacados por la grave y deformante viruela humana. En mayo
de 1796 inoculó a un niño fluido procedente de las pústulas vacunales de Sarah Nelmes;
semanas después el niño fue inyectado con pus de una pústula de un enfermo de viruela,
comprobando que no quedaba afectado por la enfermedad. Jenner publicó sus resultados en
1798 (“An enquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae…”), pronosticando que la
aplicación de su método podría llegar a erradicar la viruela. Jenner fue el primero en recalcar la
importancia de realizar estudios clínicos de seguimiento de los pacientes inmunizados,
consciente de la necesidad de contar con controles fiables.

La falta de conocimiento, en aquella época, de las bases microbiológicas de las enfermedades


infecciosas retrasó en casi un siglo la continuación de los estudios de Jenner, aunque ciertos
autores, como Turenne, en su libro “La syphilization” (1878) lograron articular propuestas
teóricas de cierto interés.

El primer abordaje plenamente científico de problemas inmunológicos se debió, de nuevo, a


Pasteur. Estudiando la bacteria responsable del cólera aviar (más tarde conocida
como Pasteurella aviseptica), observó (1880) que la inoculación en gallinas de cultivos viejos,
poco virulentos, las protegía de contraer la enfermedad cuando posteriormente eran inyectadas
con cultivos normales virulentos. De esta forma se obtuvo la primera vacuna a base de
microorganismos atenuados. Fue precisamente Pasteur quien dio carta de naturaleza al
término vacuna, en honor del trabajo pionero de Jenner.

En los años siguientes Pasteur abordó la inmunización artificial para otras enfermedades;
concretamente, estableció de forma clara que cultivos de Bacillus anthracis atenuados por
incubación a 45ºC conferían inmunidad a ovejas expuestas a contagio por carbunco. Una
famosa demostración pública de la bondad del método de Pasteur tuvo lugar en Pouilly le Fort,
el dos de junio de 1881, cuando ante un gentío expectante se pudo comprobar la muerte del
grupo control de ovejas y vacas no inoculadas, frente a la supervivencia de los animales
vacunados.

Años después, abordaría la inmunización contra la rabia, enfermedad de la que se desconocía


el agente causal. Pasteur observó que éste perdía virulencia cuando se mantenían al aire
durante cierto tiempo extractos medulares de animales infectados, por lo que dichos extractos
se podían emplear eficazmente como vacunas. Realizó la primera vacunación antirrábica en
humanos el 6 de julio de 1885, sobre el niño Joseph Meister, que había sido mordido
gravemente por un perro rabioso. A este caso siguieron otros muchos, lo que valió a Pasteur
reconocimiento universal y supuso el apoyo definitivo a su método de inmunización, que abría
perspectivas prometedoras de profilaxis ante muchas enfermedades.

A finales del siglo XIX existían dos teorías opuestas sobre los fundamentos biológicos de las
respuestas inmunes.

Por un lado, el zoólogo ruso Ilya Ilich Mechnikov (1845-1916), que había realizado
observaciones sobre la fagocitosis en estrellas de mar y pulgas de agua, estableció, a partir de
1883, su “Teoría de los fagocitos”, tras estudiar fenómenos de englobamiento de partículas
extrañas por los leucocitos de conejo y de humanos. Informó que existían fenómenos de
eliminación de agentes patógenos por medio de “células devoradoras” (fagocitos) que actuaban
en animales vacunados contra el carbunco, y explicó la inmunización como una “habituación”
del huésped a la fagocitosis.

Más tarde, ya integrado en el Instituto Pasteur, propugnó la idea de que los fagocitos segregan
enzimas específicos, análogos a los “fermentos” digestivos (1900). Esta teoría de los fagocitos
constituyó el núcleo de la teoría de la inmunidad celular, de modo que la fagocitosis se
consideraba como la base principal del sistema de defensa inmune del organismo.
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Por otro lado, la escuela alemana de Koch hacía hincapié en la importancia de los verything
humorales. Emil von Behring (1854-1917) y Shibasaburo Kitasato (1856-1931), a resultas
de sus trabajos sobre las toxinas del tétanos y de la difteria, observaron que el cuerpo produce
“antitoxinas” (más tarde conocidas como anticuerpos) que tendían a neutralizar las toxinas de
forma específica, y evidenciaron que el suero que contiene antitoxinas es capaz de proteger a
animales expuestos a una dosis letal de la toxina correspondiente (1890).

La intervención de Ehrlich permitió obtener sueros de caballo con niveles de anticuerpos


suficientemente altos como para conferir una protección eficaz, e igualmente se pudo disponer
de un ensayo para cuantificar la “antitoxina” presente en suero. Ehrlich dirigió desde 1896 el
Instituto Estatal para la Investigación y Comprobación de Sueros, en Steglitz, cerca de Berlín, y,
a partir de 1899, estuvo al frente del mejor equipado Instituto de Terapia Experimental, en
Frankfurt. Durante este último periodo de su vida, Ehrlich produce una impresionante obra
científica, en la que va ahondando en la comprensión de la inmunidad humoral. En 1900 da a
luz su “Teoría de las cadenas laterales”, en la que formula una explicación de la formación y
especificidad de los anticuerpos, estableciendo una base química para la interacción de éstos
con los antígenos.

Una importante faceta de la inmunología de la primera mitad del siglo XX fue la obtención de
vacunas. Se lograron toxoides inmunogénicos a partir de toxinas bacterianas, en muchos casos
por tratamiento con formol: toxoide tetánico (Eisler y Lowenstein, 1915) y toxoide diftérico
(Glenny, 1921). En 1922 se desarrolla la vacuna BCG contra la tuberculosis, haciendo uso de
una cepa atenuada de Mycobacterium tuberculosis, el bacilo de Calmette-Guérin. La utilización
de coadyuvantes se inicia en 1916, por LeMoignic y Piroy.

2.8  RELACIONES ENTRE LA MICROBIOLOGÍA Y OTRAS CIENCIAS

El auge de la microbiología desde finales del siglo XIX se plasmó, entre otras cosas, en el
aislamiento de gran variedad de cepas silvestres de microorganismos, lo que suministró un
enorme volumen de nuevo material biológico sobre el que trabajar, aplicándose una serie de
enfoques que eran ya habituales en las ciencias naturales más antiguas; así, había que crear
un marco taxonómico (con sus normas de nomenclatura) para encuadrar a los organismos
recién descubiertos, era factible desarrollar trabajos sobre morfología y fisiología comparadas,
sobre variabilidad y herencia, evolución, ecología, etc.

En cuanto a las conexiones de la Microbiología con la Genética, ya Beijerink, en 1900, tras


analizar la teoría de la mutación de De Vries, había predicho que los microoganismos podrían
convertirse en objetos de investigación más adecuados que los sistemas animales o vegetales.
Pero las primeras conexiones entre ambas ciencias arrancan de la necesidad que hubo, a
principios del siglo XX, de determinar la sexualidad de los hongos con fines taxonómicos. En
1905 Maire demostró la existencia de meiosis en la formación de ascosporas, y Claussen
(1907) evidenció fusión de núcleos en Ascomicetos, mientras que Kniepp, hacia finales de los
años 30 había recogido un gran volumen de información sobre procesos sexuales en
Basidiomicetos.

Las estrategias diseñadas por Beadle y Tatum fueron aplicadas por Luria y Delbrück (1943) a
cultivos bacterianos, investigando la aparición de mutaciones espontáneas resitentes a fagos o
estreptomicina. La conexión de estos experimentos con las observaciones previas de Griffith
(1928) sobre la transformación del neumococo, llevó a Avery y colaboradores (1944) a
demostrar que el “principio transformante” portador de la información genética es el ADN. En
1949 Erwin Chargaff demuestra bioquímicamente la transmisión genética mediante ADN
en Escherichia coli, y en 1952 Alfred Hershey y Martha Chase, en experimentos con
componentes marcados de fagos, ponen un elegante colofón a la confirmación de la función
del ADN, con lo que se derribaba el antiguo y asentado “paradigma de las proteínas” que hasta
mediados de siglo intentaba explicar la base de la herencia.

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3.    LOS MICROORGANISMOS

Organismos demasiado pequeños para poder ser observados a simple vista, y cuya
visualización requiere el empleo del microscopio. Abarca una enorme heterogeneidad de tipos
estructurales, funcionales y taxonómicos: desde partículas no celulares como los virus, viroides
y priones, hasta organismos celulares tan diferentes como las bacterias, los protozoos y parte
de las algas y de los hongos.

            Podemos definir, pues, a los microorganismos como seres de tamaño microscópico


dotados de individualidad, con una organización biológica sencilla, bien sea acelular o celular, y
en este último caso pudiendo presentarse como unicelulares, cenocíticos, coloniales o
pluricelulares, pero sin diferencianción en tejidos u órganos, y que necesitan para su estudio
una metodología propia y adecuada a sus pequeñas dimensiones. Bajo esta denominación se
engloban tanto microorganismos celulares como las entidades subcelulares.

3.1.   MICROORGANISMOS CELULARES

            Comprenden todos los procariotas y los microorganismos eucarióticos (los protozoos,


los mohos mucosos, los hongos y las algas microscópicas). El encuadre de todos estos grupos
heterogéneos será abordado en el próximo capítulo.

3.1.1    VIRUS Y PARTICULAS SUBVIRASICAS

 Los virus son entidades no celulares de muy pequeño tamaño (normalmente inferior al del


más pequeño procariota), por lo que debe de recurrirse al microscopio electrónico para su
visualización. Son agentes infectivos de naturaleza obligadamente parasitaria intracelular, que
necesitan su incorporación al protoplasma vivo para que su material genético sea replicado por
medio de su asociación más o menos completa con las actividades celulares normales, y que
pueden transmitirse de una célula a otra.

Cada tipo de virus consta de una sola clase de ácido nucleico (ADN o ARN, nunca ambos), con
capacidad para codificar varias proteínas, algunas de las cuales pueden tener funciones
enzimáticas, mientras que otras son estructurales, disponiéndose éstas en cada partícula
virásica (virión) alrededor del material genético formando una estructura regular (cápsida); en
algunos virus existe, además, una envuelta externa de tipo membranoso, derivada en parte de
la célula en la que se desarrolló el virión (bicapa lipídica procedente de membranas celulares) y
en parte de origen virásico (proteínas).

En su estado extracelular o durmiente, son totalmente inertes, al carecer de la maquinaria de


biosíntesis de proteínas, de replicación de su ácido nucleico y de obtención de energía. Esto
les obliga a un modo de vida (sic) parasitario intracelular estricto o fase vegetativa, durante la
que el virión pierde su integridad, y normalmente queda reducido a su material genético, que al
superponer su información a la de la célula hospedadora, logra ser expresado y replicado,
produciéndose eventualmente la formación de nuevos viriones que pueden reiniciar el ciclo.

Los viroides son un grupo de nuevas entidades infectivas, subvirásicas, descubiertas en 1967


por T.O. Diener en plantas. Están constituidos exclusivamente por una pequeña molécula
circular de ARN de una sola hebra, que adopta una peculiar estructura secundaria alargada
debido a un extenso, pero no total, emparejamiento intracatenario de bases por zonas de
homología interna. Carecen de capacidad codificadora y muestran cierta semejanza con los
intrones autocatalíticos de clase I, por lo que podrían representar secuencias intercaladas que
escaparon de sus genes en el transcurso evolutivo. Se desconocen detalles de su modo de
multiplicación, aunque algunos se localizan en el nucleoplasma, existiendo pruebas de la
implicación de la ARN polimerasa II en su replicación, por un modelo de círculo rodante que
10
genera concatémeros lineares. Esta replicación parece requerir secuencias conservadas hacia
la porción central del viroide. Los viroides aislados de plantas originan una gran variedad de
malformaciones patológicas. El mecanismo de patogenia no está aclarado, pero se sabe que
muchos de ellos se asocian con el verythi, donde quizá podrían interferir; sin embargo, no
existen indicios de que alteren la expresión génica (una de las hipótesis sugeridas); cada
molécula de viroide contiene uno o dos dominios conservados que modulan la virulencia.

En 1986 se descubrió que el agente de la hepatitis delta humana posee un genomio de ARN de
tipo viroide, aunque requiere para su transmisión (pero no para su replicación) la colaboración
del virus de la hepatitis B, empaquetándose en partículas similares a las de este virus. A
diferencia de los viroides vegetales, posee capacidad codificadora de algunas proteínas.

Los ARNs satélites son pequeñas moléculas de tamaño similar al de los viroides de plantas


(330-400 bases), que son empaquetados en cápsidas de determinadas cepas de virus (con
cuyos genomios no muestran homologías). Se replican sólo en presencia del virus colaborador
específico, modificando (aumentando o disminuyendo) los efectos patógenos de éste.
            
Los virusoides constituyen un grupo de ARNs satélites no infectivos, presentes en el interior
de la cápsida de ciertos virus, con semejanzas estructurales con los viroides, replicándose
exclusivamente junto a su virus colaborador.

Los priones son entidades infectivas de un tipo totalmente nuevo y original, descubiertas por


Stanley Prusiner en 1981, responsables de ciertas enfermedades degenerativas del sistema
nervioso central de mamíferos (por ejemplo, el “scrapie” o prurito de ovejas y cabras),
incluyendo los humanos (kuru, síndrome de Gerstmann-Straüssler, enfermedad de Creutzfeldt-
Jakob). Se definen como pequeñas partículas proteicas infectivas que resisten la inactivación
por agentes que modifican ácidos nucleicos, y que contienen como componente mayoritario (si
no único) una isoforma anómala de una verythi celular.

Tanto la versión celular normal (PrPC) como la patógena (PrPSc en el caso del “scrapie”) son
glicoproteínas codificadas por el mismo gen cromosómico, teniendo la misma secuencia
primaria. Se desconoce si las características distintivas de ambas isoformas estriban en
diferencias entre los respectivos oligosacáridos que adquieren por procesamiento post-
traduccional.

A diferencia de los virus, los priones no contienen ácido nucleico y están codificados por un gen
celular. Aunque se multiplican, los priones de nueva síntesis poseen moléculas de PrP que
reflejan el gen del hospedador y no necesariamente la secuencia de la molécula del PrP que
causó la infección previa. Se desconoce su mecanismo de multiplicación, y para discernir entre
las diversas hipótesis propuestas quizá haya que dilucidar la función del producto normal y su
posible conversión a la isoforma patógena infectiva.

            Recientemente se ha comprobado que, al menos algunas de las enfermedades por


priones son simultáneamente infectivas y genéticas, una situación insólita en la Patología
humana, habiéndose demostrado una relación entre un alelo dominante del PrP y la
enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. El gen del prión (Prn-p) está ligado genéticamente a un gen
autosómico (Prn-i) que condiciona en parte los largos tiempos de incubación hasta el desarrollo
del síndrome.

3.2     CARACTERISTICAS DE LOS MICROORGANISMOS

Todos los aspectos y enfoques desde los que se pueden estudiar los microorganismos
conforman lo que denominamos objeto formal de la Microbiología: características estructurales,
fisiológicas, bioquímicas, genéticas, taxonómicas, ecológicas, etc., que conforman el núcleo
general o cuerpo básico de conocimientos de esta ciencia. Por otro lado, la Microbiología
también se ocupa de las distintas actividades microbianas en relación con los intereses

11
humanos, tanto las que pueden acarrear consecuencias perjudiciales (y en este caso estudia
los nichos ecológicos de los correspondientes agentes, sus modos de transmisión, los diversos
aspectos de la microbiota patógena en sus interacciones con el hospedador, los mecanismos
de defensa de éste, así como los métodos desarrollados para combatirlos y controlarlos), como
de las que reportan beneficios (ocupádose del estudio de los procesos microbianos que
suponen la obtención de materias primas o elaboradas, y de su modificación y mejora racional
con vistas a su imbricación en los flujos productivos de las sociedades).

            Finalmente, la Microbiología ha de ocuparse de todas las técnicas y metodologías


destinadas al estudio experimental, manejo y control de los microorganismos, es decir, de
todos los aspectos relacionados con el modo de trabajo de una ciencia empírica.

 5   UBICACIÓN DE LOS MICROORGANISMOS EN EL MUNDO VIVO

Tras el descubrimiento de los microorganismos, a los naturalistas de la época les pareció


normal intentar encuadrarlos dentro de los dos grandes reinos de seres vivos conocidos
entonces: animales y plantas. De este modo, a finales del siglo XVIII las algas y los hongos
quedaron en el reino Plantae, mientras que los llamados “infusorios” se encuadraron en el
reino Animalia.

A mediados del siglo XIX se empezó a ver que esa clasificación era demasiado sencilla, y que
el grupo de los infusorios era muy heterogéneo. En 1866 Haeckel, seguidor de Darwin, propone
un famoso árbol filogenético con tres reinos:
Animalia
Plantae
Protista: todos los seres vivos sencillos, sean o no fotosintéticos o móviles. Dentro de él
consideraba los siguientes grupos:
Protozoos,
Algas
Hongos
Moneras (=bacterias)

Pero esta clasificación iba a ser puesta en entredicho a mediados del siglo XX, cuando las
técnicas de microscopía electrónica y bioquímicas demuestran la gran diferencia de las
bacterias respecto del resto de organismos. De hecho, ya en los años 60 se reconoce que esta
diferencia representa la mayor discontinuidad evolutiva del mundo vivo.

En 1974, el Manual Bergeys (la biblia “oficiosa” de la clasificación bacteriana) considera que la


clasificación al máximo nivel del mundo vivo debe reconocer la existencia de dos “Reinos”:
 Procaryotae (material genético no rodeado de membrana nuclear)
 Eucaryotae (núcleo auténtico)
       
Pero en los años recientes, la incorporación a la taxonomía de los métodos de biología
molecular, especialmente la secuenciación de ARN ribosómico y la genómica, está obligando a
nuevos planteamientos.

Para resumir, hoy se asume lo siguiente:


.- Existen dos tipos de organización celular, la procariota y la eucariota.
.- Dentro de los seres vivos con organización procariótica, existen dos grandes “dominios” o
“imperios”: 
 Bacteria (las eubacterias o bacterias “clásicas”) y 
 Archaea (antes llamadas arqueobacterias)

.- A su vez, el dominio eucariótico comprende numerosas líneas filogenéticas, muchas de


ellas
de microorganismos. Los mismos Protozoos es un grupo muy heterogéneo, que

12
comprende
líneas filogenéticas diversas y a veces muy separadas en el tiempo evolutivo.

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