019 Circulo de Plomo - Marcial Lafuente Estefanía
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019 Circulo de Plomo - Marcial Lafuente Estefanía
CAPITULO II
CAPITULO III
—¿Hay alguno más que quiera decir algo ahora que estoy aquí?
—decía Ronald.
Nadie se movió.
—Lo siento, sheriff. Pero suya es la culpa de todo esto. Debí
colgarles allí a todos. Ya está viendo que son unos cobardes.
Y al decir esto, se encaminó a la puerta.
—Me voy porque no quiero tener que matar a nadie más.
El barman miraba a los que antes hablan hablado tanto.
Todos ellos bajaron la mirada llenos de confusión.
—Desde luego, no habéis debido hablar como lo hacíais.
Estuvimos unos minutos escuchando —dijo el sheriff—.
Palabra que creía mataría a muchos más.
—¡Es un demonio con el “Colt”! Henry hubiera sor-prendido a
cualquier otro.
—No hay duda que tiene rapidez.
—¿Y qué dices de su seguridad? Siempre que dispara, mata.
—No hay duda que es peligroso.
—Lo que tenéis que hacer, es no molestarle más ni hablar de él.
Y no hablaron una sola palabra de él.
Recogieron los cadáveres los propios compañeros de
equipo y los llevaron al enterrador que preguntaba asombrado
quién le daba tanto trabajo.
Cuando quedó solo con sus amigos, el enterrador dijo:
—No daría por ese cazador lo que vale un clavo. Se ha
enfrentado a lo peor que hay por aquí. Es un equipo que
impone respeto y miedo, todo hay que decirlo.
—¿Te refieres al de Dickie? —preguntó uno.
—Sí.
—Como que son todos ellos pistoleros en otras regiones. Esa es
la razón de que sean tan fanfarrones. Eso es, al menos, lo que
he oído decir.
—Pues como no se vaya pronto ese cazador al monte en que
tenga su cazadero, no saldrá con vida de esta comarca —añadió
el enterrador.
CAPITULO IV
—¿Qué sucede?
Le dieron cuenta de todo.
—¿Y sigue viviendo ese muchacho?
—No es tan sencillo acabar con él. Cuenta con la ayuda de las
autoridades.
— ¡Ya hablaremos de esto! ¿Es ese tan alto que va con esas dos
muchachas?
—Sí.
—Me ocuparé de él. Y también de las autoridades. No crean
que pueden intervenir en asuntos de la agencia.
—Querían mucho al que ha marchado; es otra dificultad. Y se
han dado cuenta de que ha sido cosa de Dickie el haberle
trasladado y que vengamos nosotros.
Han sospechado que vamos a robar el ganado a los indios.
—Habrá que tener paciencia. Es conveniente que no suceda
nada en los primeros días de estancia mía en la agencia.
—He reservado una habitación para ti en el hotel —dijo
Woodman.
—Has hecho bien, pero marcharemos cuanto antes a la agencia.
Cuando llegaron al hotel, Link dijo que sólo podía dar una
habitación.
La comprometida por Woodman.
—¿Y nosotros? —decía uno de los acompañante de George—.
¿Nos quedamos en la calle?
—No es culpa mía si no tengo más habitaciones.
—¿Y esos viajeros?
—Han llegado antes que ustedes. Lo siento.
—Podéis dormir con nosotros —dijo Woodman.
—¡No me gusta que se nos haga de menos! Tiene habitaciones
para ésos y la niega a nosotros.
—No es que niegue nada. Es que no tengo —añadió Link.
—¡Está bien! —medió George—. Si no tiene, nada puede hacer
el hombre. Es verdad que esos otros han llegado antes al hotel
que nosotros.
Y quedó zanjada la discusión.
CAPITULO V
Después de escuchar la historia referida por Link, exclamó
Ronald:
—No hay duda que es un peligro para esa muchacha meterse en
ese rancho, aunque sea suyo.
—No ha debido dejar tanto tiempo al granuja de su tío. No sólo
se cree el amo verdadero, sino que todos los demás han llegado
a creerlo así.
—Eso es lo de menos. No le costará trabajo hacerles ver el
error.
CAPITULO VIII
***
CAPITULO IX
CAPITULO X
—¿Quiénes son esos dos tipos que están ahí hace rato?
—No les he visto antes de ahora. Y en el tren no han llegado;
estuve en la estación.
—Parece que están pendientes de lo que se habla y de las
personas que entran en el hotel.
—Ya me he dado cuenta de ello.
Eran el juez y Link los que hablaban.
—Me gustaría que viniera el sheriff.
—¿Para qué les preguntara?
—Es posible. No me gusta su aspecto. Es el típico de los
matones, de los que alquilan el "Colt” por una cifra cualquiera.
No importa si es elevada o baja.
Otro cowboy se acercó a los dos y dijo:
—¿Trabajáis en algún rancho de por aquí?
—Sí —respondió uno, secamente.
—Os he preguntado porque estamos preparando unos festejos
y queremos saber con quiénes podemos contar. ¿Estáis en el
rancho de Dickie?
—¿Y qué te importa en el rancho que estamos?
—Perdonad. No he querido molestaros —añadió el vaquero.
Y se alejó de ellos.
—¡No has debido hablarles así! —exclamó el otro.
—¡Me cansan los curiosos!
—Me agrada que habléis de esos tipos. ¿Es verdad que se creen
los mejores de la Unión?
—No he oído que lo hayan dicho nunca. No conceden
importancia a su habilidad con las armas.
Clyde entró con otro vaquero del rancho y como hablaban
estando en silencio los demás, oyó lo que decía el pistolero.
Y al fijarse en él, sonrió de una manera que sólo él sabía a qué se
debía.
—Si yo hubiera estado entonces por aquí, habríais visto cómo
cambiaban las cosas. Habláis como si no hubierais visto hacer
algo bueno con el “Colt”.
—¡No discutáis con él! Es uno de los mejores pistoleros de la
Unión. Y se enfada con facilidad. ¿Verdad, Christy?
El aludido miraba a Clyde con asombro.
—¿Quién te ha dicho que me llamo así?
—¿Es que no es verdad? ¿Qué pasó por Colorado para que
salieras de allí? ¿Te invitó algún sheriff o fueron los federades?
—Si sabes cómo me llamo, eso indica que me conoces. Y
deberías saber que no es sano hablarme así.
Clyde volvió a reír.
—¿Quién te ha metido en la cabeza que vengas a provocar a
Martha? ¡Podría jugar contigo! En un concurso de “Colt” te
sacaría tanta ventaja que tendrías que esconderte en la montaña
avergonzado. Y si es en un duelo a muerte, no llegarías a tocar la
culata de tu arma. ¿Ha sido su tío? Es tan cobarde que no me
sorprendería.
Christy miraba a Clyde con más atención.
Como Clyde tenía la costumbre de morderse un poco el labio
inferior al hablar, se quedó pensativo al observarlo.
Algo acudió a su imaginación.
Y poco a poco se iba poniendo pálido.
—Parece que te has quedado mudo. ¿Qué te pasa, Christy? —
añadió Clyde.
—¡Ahora te recuerdo! —exclamó—. ¡No me he metido
contigo...!
FINAL
***
***
FIN