Orlando Fals Borda y La Investigación Acción Participativa

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ORLANDO FALS BORDA Y LA INVESTIGACIÓN-

ACCIÓN PARTICIPATIVA IAP

El sociólogo Orlando Fals Borda, quien durante la década de 1950


había realizado una amplia investigación con campesinos en la
región andina colombiana, experiencia plasmada en dos libros, El
hombre y la tierra en Boyacá (1957) y Campesinos de los Andes
(1961) empezó a indagar sobre la no correspondencia entre las
teorías provenientes del funcionalismo y la interpretación de la
“realidad”, en este caso, para la explicación de la violencia en
Colombia. Fundador en 1959 de la Facultad de Sociología de la
Universidad Nacional junto al sacerdote y sociólogo Camilo Torres,
Fals Borda se fue compenetrando cada vez más con la idea de darle
un sentido diferente a la investigación social en Colombia. Lo que
más le preocupaba era sobre todo esa ausencia de compromiso que
tenía la investigación, lo cual era producto visible de la presencia
dominante del funcionalismo en la academia, y la casi nula
confrontación epistemológica que se daba en aquel momento. Fals
Borda señaló cómo la semilla en el cambio de sentido de la
investigación estaba ahí:
[…] con la presencia de Camilo. Su aporte es el compromiso;
compromiso con las luchas populares, con la necesidad de la
transformación social. Pero ¿cómo se descubre eso en la
Facultad?, se descubre por una autocrítica de los marcos de
referencia que nos habían enseñado en Europa y en Estados
Unidos, tanto a Camilo como a mí; porque ese marco de referencia
tenía que ser la última palabra en la profesionalización de las
Ciencias Sociales que era condicionada por la escuela positivista y
funcionalista, es decir, cartesiana. Era obligatorio que uno tenía
que ser exacto, muy objetivo, muy neutro, a imitación de los físicos
que para nosotros se nos presentaba como el ideal del científico.
(Fals Borda en Cendales, Torres & Torres, 2004: 9)

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Esta crítica, producto de un debate iniciado dentro de la Facultad
de Sociología, les permitió a Fals Borda y al equipo de profesores
con quienes trabajaba, en especial a Camilo Torres, abrir una veta
importante en el cuestionamiento al canon dominante en la
producción del conocimiento “científico”, en la medida en que
empezaron a surgir preguntas que interpelaban a quiénes y desde
dónde se producía tal conocimiento. Al mismo tiempo, se pasó a
debatir el carácter restringido que suponía incorporar y mantener
la llamada “lógica” científica como la única vía para la comprensión
de lo social.

Al respecto, Fals Borda, en su libro Ciencia propia y colonialismo


intelectual, advirtió sobre los factores que habían incidido en la
formación de lo que denominó como una “sociología de la crisis”
(1970: 34), originada no sólo en los factores de crisis, podríamos
decir real, que permanentemente se han presentado en la región,
sino en el colonialismo intelectual que gobernaba la academia en
América Latina durante la década de 1960.

Según Fals Borda, frente a una “sociología de la crisis” producto


sobre todo de lecturas e interpretaciones realizadas con aquellos
modelos teóricos que “tendieron a sistematizar el conocimiento e
incorporarlo a la corriente intelectual de Europa y los Estados
Unidos” (1970: 47), era necesaria la construcción de una
“sociología comprometida”, la cual se sustentó en el concepto
sartriano de engagement. Aquella recogía el sentido de
“compromiso” que se buscaba otorgar a la llamada nueva sociología,
entendiendo el compromiso como:
La acción o la actitud del intelectual que, al tomar conciencia de su
pertenencia a la sociedad y al mundo de su tiempo, renuncia a una
posición de simple espectador y coloca su pensamiento o su arte al
servicio de una causa. Esta causa es, por definición, la
transformación significativa del pueblo que permita sortear la
crisis decisivamente, creando una sociedad superior a la existente.
(Fals Borda, 1970: 65-66)
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Su reflexión en torno a las condiciones por las que atravesaba la
sociología, y la profundización en el estudio que venía adelantando
sobre la violencia en Colombia, llevaron a Fals Borda a considerar
cada vez más la necesaria ruptura con el funcionalismo imperante
en aquel momento, reparando asimismo en la necesidad de crear
nuevos referentes en la explicación de las problemáticas sociales.
Tras su decisión de retirarse de la Universidad en 1970, y teniendo
de por medio ese contexto personal e intelectual durante 18 años,
Orlando Fals Borda se dedicó a investigar con el fin de culminar lo
que inicialmente habían sido meras sospechas. Aunque se negó a
aceptar inicialmente la presencia de un paradigma alternativo para
las ciencias sociales, su programa de investigación culminaría con
la corriente de pensamiento llamada investigación acción
participativa (IAP):
Después al entrar al conocimiento de la realidad con Camilo y con
otros profesores, empezamos a sentir las tensiones de lo que
habíamos aprendido y lo que veíamos en el terreno, hay una tensión
que se resolvió a favor de modelos nuevos, de paradigmas
alternativos y ese paradigma alternativo, que ya no era cartesiano,
fue lo que poco a poco se consolidó en la IAP –Investigación-Acción
Participativa. Al principio, yo me opuse a que se considerara como
un paradigma alternativo, para no asustar más a los intelectuales
y a los académicos rutinarios; porque ¿qué tal con otro paradigma,
otra forma de entender la realidad? y decir que Descartes no
tenía razón, que Hegel estaba equivocado, etc., no..., eso era
atrevido y yo pensé, pues, que la IAP era ante todo un método de
investigación, no era todo un complejo de conocimientos; fue
método, fue trabajo en el terreno y con resultados muy distintos
a lo que habría sido con una aplicación del positivismo funcional. Y
esa doctrina o esa forma se llevó, entonces, al Congreso Mundial
en el 77, el de Cartagena. (Fals Borda citado en Cendales, Torres
& Torres, 2004:12)

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Es en el Simposio Internacional de Cartagena, realizado en 1977,
donde Fals Borda empieza a fundamentar varias de las categorías
que surgieron como mecanismos de distanciamiento frente al
positivismo, las cuales pudieron crear las condiciones para
empezar a considerar a la investigación-acción participativa como
un paradigma alternativo. El punto de partida que debemos
considerar, entonces, es que la propuesta elaborada por Fals Borda
y presentada en el Simposio de Cartagena, se constituyó en la
síntesis del trabajo de investigación que había desarrollado en el
contexto rural colombiano entre 1970-1975.

La investigación-acción participativa como propuesta


epistemológica se inicia con una crítica bastante radical a la
relación que desde el funcionalismo se hacía entre ciencia y
realidad. Esta crítica integraba el cuestionamiento a los dualismos
instituidos desde la ciencia entre sujeto-objeto, teoría-práctica,
razón y conocimiento. Varios aspectos de esta relación entre
ciencia y realidad fueron objeto de un análisis y rebatimiento
teórico, siendo predominante el estudio de uno que resulta muy
relevante: el problema de la causalidad en términos de cómo desde
la academia, y en el caso particular de la sociología, se insistió en
que debían contemplarse las mismas reglas trazadas por la ciencia
natural o positiva, cumpliendo con las reglas generales del método
científico de investigación:

En esencia se creía que el mismo concepto de causalidad podría


aplicarse así en las ciencias naturales como en las sociales, es
decir, que habían causas reales análogas tanto en una como en
otras y que éstas podían descubrirse de manera independiente por
observadores idóneos, aun de manera experimental o controlada.
(Fals Borda, 1989: 16)

El trabajo de investigación rural aunado a las reflexiones sobre los


movimientos sociales, le permitieron advertir a Fals Borda cómo
desde el estudio de los problemas económicos y sociales se podía

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visualizar una compleja red de causas y efectos que sólo podía ser
explicable por medio de análisis estructurales, los cuales
obviamente tenían que alejarse de las pautas mecanicistas y
organicistas expuestas por el paradigma dominante (1989). Un
segundo aspecto que se desprende de la relación entre la ciencia y
la realidad es el que tiene que ver con el concepto de “constatación
del conocimiento”. Éste es producto del traslado de una noción
epistemológica perteneciente a las ciencias naturales, a las
ciencias sociales sin ningún tipo de mediación. La crítica aquí se
centra en la figura de un “observador” externo concebido desde la
ciencia natural como poseedor innato de una serie de virtudes,
tales como la neutralidad valorativa y la objetividad científica
(1989: 18).

Frente a esto, Fals Borda propuso la “inserción en el proceso


social”, que exigía al investigador ganar una identificación con los
grupos con quienes se adelantaba la investigación, “no sólo para
obtener información fidedigna, sino para contribuir al logro de las
metas de cambio de esos grupos” (1989: 19). Esto llevó a proponer
un tercer elemento dentro de la investigación-acción participativa,
aspecto según el cual y frente al empirismo predominante, el
investigador así como las comunidades o grupos sociales con
quienes se trabajaba, podían ser al mismo tiempo sujetos y objetos
de la investigación, con lo que se incluían los compromisos
derivados del mismo proceso investigativo. Como un cuarto
aspecto, la “realidad objetiva” que aparecía como “cosas en sí”
provenientes de un pasado histórico condicionante, debían
transformarse en “cosas para nosotros”, lo cual suponía llegar “al
entendimiento de los grupos concretos, tales como la bases en las
regiones” (Fals Borda, 1989: 22).

Por su parte, y con respecto a la necesidad expuesta por la ciencia


natural en cuanto a la aplicación de leyes universales, Fals Borda
propuso un quinto aspecto dentro de la naciente investigación-
acción participativa: la aplicación del método dialéctico. Con esto

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se propuso cuatro objetivos de índole intelectual y político:
primero, propiciar el intercambio de conceptos o preconceptos con
los hechos o sus percepciones; segundo, constatar mediante la
acción en la base lo que se quería conceptualizar; tercero,
“retornar” sobre este conjunto experimental para profundizar en
la conceptualización; y como un cuarto aspecto, volver sobre el
ciclo de la investigación para culminar en la acción (1989: 24).

De ahí que esta crítica a la relación establecida por el


funcionalismo entre ciencia y realidad se sintetizó en el
cuestionamiento que la investigación-acción participativa elaboró
con respecto a los dualismos convencionales provenientes de la
ciencia moderna. Agreguemos a lo dicho que la relación sujeto-
objeto, predominante dentro del positivismo como dos entidades
claramente diferenciables en el proceso de investigación, debía
transformarse en una relación de sujeto-sujeto como condición
para lograr explicar la realidad social más allá de los parámetros
dados por el empirismo. La relación teoría-práctica sustentada por
el método dialéctico se refería, en suma, a la idea según la cual el
conocimiento de la sociedad debía partir de la práctica, entendida
como expresión vivencial y como fundamento epistemológico. Por
último, y en el análisis que la investigación-acción participativa
estableció en la relación entre razón y conocimiento, advirtió
sobre la preeminencia que la razón instrumental de origen
newtoniano había alcanzado al interior de la ciencia, desconociendo
el valor que otras racionalidades podían tener derivadas del
necesario equilibrio entre razón y sentimiento (Fals Borda, 1970:
130).

Entonces y de acuerdo a lo señalado por Fals Borda en El problema


de cómo investigar la realidad para transformarla por la praxis,
este nuevo paradigma surgía bajo el supuesto de un análisis de tipo
estructuralista, lo cual significó también la adopción del
materialismo histórico como ciencia de la sociedad. En medio de la
dialéctica y el historicismo de tipo marxista, fueron las

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definiciones de “praxis” y conocimiento las que le dan fundamento
al nuevo paradigma (1989: 28). El punto de partida en la
comprensión de la praxis se sustentaba en el accionar político
como estrategia para transformar estructuralmente la sociedad.
Por tanto, es el ejercicio de la praxis política e investigativa el que
permite, según lo expuesto por la investigación-acción
participativa, la producción de un conocimiento científico
“militante”, alternativo a los parámetros instituidos por la ciencia
clásica. Por esto, y tomando en cuenta que el criterio básico en la
construcción de conocimiento era la aprensión de la “realidad”, la
praxis fue considerada como unidad dialéctica que integraba tanto
la teoría como la práctica. Ésta es la idea básica que define la
relación entre praxis y conocimiento dentro de la perspectiva que
Fals Borda denominó como “ciencia popular”.

La apuesta por producir un tipo de ciencia basada en el concepto


de ciencia popular se constituyó, en términos epistemológicos y
políticos, en uno de los propósitos centrales en esta etapa
fundacional de la investigación-acción participativa. La ciencia
popular fue entendida como aquel conocimiento empírico y práctico
de dominio y posesión ideológica de las “gentes de las bases
sociales”. Como tal, se entendía que el conocimiento popular no
estaba codificado de acuerdo con lo preestablecido por el saber
dominante. De ahí su posibilidad de “articularse y expresarse en
sus propios términos, bajo otra racionalidad y estructura de
conocimiento (Fals Borda, 1970: 106).

En síntesis, lo visto hasta aquí nos permite concluir que la


investigación-acción participativa estableció referentes teóricos
que cuestionaron de forma substancial los modelos sociales,
académicos e intelectuales hegemónicos en la segunda mitad del
siglo XX. Con la investigación acción participativa se instauraron
los gérmenes de un “pensamiento crítico de frontera”, el cual se
situó entre la crítica a los presupuestos dominantes provenientes

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del pensamiento occidental, y el reconocimiento y agencialidad de
“otros” conocimientos.

No obstante, en términos epistemológicos y más allá de los puntos


de quiebre expuestos por la investigación-acción participativa, los
cuales he recogido en lo que corresponde a su primera etapa, se
hace necesario advertir que fueron los pensadores “clásicos”
europeos, y con ellos las corrientes de pensamiento que
instauraron, los que siguieron predominando como matriz para el
análisis epistemológico. De ahí que la apuesta por la construcción
de un conocimiento “científico”, así fuese desde la perspectiva de
una ciencia popular, siguió predominando en la medida en que a
pesar de que se vislumbró por parte de la investigación-acción
participativa el contenido introducido por el colonialismo en la
construcción del conocimiento de y en la “periferia”, no se llegó a
entrever el alcance que la ciencia, como dispositivo moderno, había
ejercido en el proceso de subalternización de esos “otros”
conocimientos, que justamente reconoció la investigación-acción
participativa.

En otras palabras, la ciencia moderna, que concibió al conocimiento


como fruto de un procedimiento lógico, riguroso y racional
aplicable a cualquier contexto histórico, se mantuvo como
referente fundamental al interior de la investigación-acción
participativa. De hecho, una de las premisas sobre la cual centró
su propuesta esta corriente fue la idea según la cual, la ciencia en
tanto producto del conocimiento humano, no podía seguir siendo
parte del dominio exclusivo de las élites y pensadores europeos y
norteamericanos, sino que debía ser apropiada por la periferia.
Esto permitía, según la investigación-acción participativa, que la
ciencia dejara de ser un fetiche, concebido como algo abstracto y
del dominio de pocos, para pasar a ser un bien sobre el cual tenía
derecho la gente común, y en particular los sectores populares.

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Desde esta lectura, y con la certeza de que el desarrollo del
conocimiento moderno no había sido fruto exclusivo de Europa, y
que más aun, era posible la construcción de un conocimiento propio,
igualmente válido y científico desde la periferia, Fals Borda
concluyó en Ciencia propia y colonialismo intelectual que mantener
la idea de un eurocentrismo umbilical se hacía cada vez más
insostenible, ya que la sociedad y la ciencia europea:
[...] son en sí mismas el fruto histórico del encuentro de culturas
diferentes, incluyendo las del actual mundo subdesarrollado. Es
natural preguntarse, por ejemplo, si Galileo y los demás genios de
la época hubieran llegado a sus conclusiones sobre la geometría, la
física o el cosmos sin el impacto del descubrimiento de América,
sus productos y culturas, o sin la influencia deslumbrante de los
árabes, hindúes, persas y chinos que bombardearon con sus
decantados conocimientos e invenciones a la Europa rudimentaria
del pre-Renacimiento. (Fals Borda, 1970: 156)

Ahora bien, quienes nos vinculamos durante la década de 1980 a


proyectos de investigación en el campo de la recuperación
colectiva de la historia, encontramos en el legado proveniente de
la investigación acción participativa, una propuesta con la que nos
identificamos. Las experiencias en recuperación colectiva de la
historia avanzaron, bajo los presupuestos hasta aquí recogidos, en
una particular lectura de la “realidad” que puso en cuestionamiento
los fraccionamientos convencionales provenientes del pensamiento
occidental, así como el impensable compromiso que el investigador
podía asumir con las problemáticas investigadas. Retomó en
especial la idea del sujeto como intérprete de los procesos
históricos. Esta mirada, la cual se estableció desde las
herramientas derivadas del materialismo histórico y el método
dialéctico, permitió finalmente advertir sobre la relación
existente entre conocimiento y poder. Al igual, avanzar sobre la
crítica enunciada por la recuperación colectiva de la historia a la

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llamada historia oficial, y su compromiso en la construcción de una
memoria del poder.

En un contexto intelectual donde el debate se hacía más intenso


entre los herederos del funcionalismo y los representantes de las
diversas interpretaciones estructuralistas, la recuperación
colectiva de la historia tomó además las contribuciones y debates
abiertos por la investigación-acción participativa en toda América
Latina, las contribuciones del pedagogo brasileño Paulo Freire, las
cuales fueron definitivas en la configuración y posterior auge de
la educación popular en América Latina, específicamente durante
el periodo que vengo estudiando.

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