5 Cuentos

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10 CUENTOS

UN NIÑO Y LOS CLAVOS

Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa
con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma, clavase un clavo en la
cerca del patio de la casa. El primer día, el niño clavó 37 clavos. Al día
siguiente, menos, y así el resto de los días. Él pequeño se iba dando cuenta que
era más fácil controlar su genio y su mal carácter que tener que clavar los
clavos en la cerca. Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni
una sola vez y fue alegre a contárselo a su padre. ¡Había conseguido,
finalmente, controlar su mal temperamento! Su padre, muy contento y
satisfecho, le sugirió entonces que por cada día que controlase su carácter,
sacase un clavo de la cerca. Los días pasaron y cuando el niño terminó de
sacar todos los clavos fue a decírselo a su padre.
Entonces el padre llevó a su hijo de la mano hasta la cerca y le dijo:

– “Has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate en
todos los agujeros que quedaron. Jamás será la misma. Lo que quiero decir es
que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y mal carácter dejas
una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa que pidas perdón.
La herida siempre estará allí. Y una herida física es igual que una herida
verbal. Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas
joyas a quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te
escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón
abierto para recibirte”.

Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos,
hicieron con que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y
colorín

colorado, este cuento se ha acabado


El papel y la tinta
Había una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella,
cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la manchó completa y la llenó
de palabras.
– “¿No podrías haberme ahorrado esta humillación?”, dijo enojada la hoja de
papel a la tinta. “Tu negro infernal me ha arruinado para siempre”.

– “No te he ensuciado”, repuso la tinta. “Te he vestido de palabras. Desde


ahora ya no eres una hoja de papel sino un mensaje. Custodias el pensamiento
del hombre. Te has convertido en algo precioso”.
n ese momento, alguien que estaba ordenando el despacho, vio aquellas hojas
esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en la hoja
“sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el
mensaje de la palabra. Luego, arrojó el resto al fuego.

Leonardo Da Vinci

Uga, la tortuga
¡Caramba, todo me sale mal!, se lamentaba constantemente Uga, la tortuga. Y
no era para menos: siempre llegaba tarde, era la última en terminar sus tareas,
casi nunca ganaba premios por su rapidez y, para colmo era una dormilona.
¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus compañeros
del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo. Y optó por no hacer nada, ni
siquiera tareas tan sencillas como amontonar las hojitas secas caídas de los
árboles en otoño o quitar las piedrecitas del camino a la charca.
¡Caramba, todo me sale mal!, se lamentaba constantemente Uga, la tortuga. Y
no era para menos: siempre llegaba tarde, era la última en terminar sus tareas,
casi nunca ganaba premios por su rapidez y, para colmo era una dormilona.
¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus compañeros
del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo. Y optó por no hacer nada, ni
siquiera tareas tan sencillas como amontonar las hojitas secas caídas de los
árboles en otoño o quitar las piedrecitas del camino a la charca.
– “¿Para qué preocuparme en hacerlo si luego mis compañeros lo terminarán
más rápido? Mejor me dedico a jugar y a descansar”.

– “No es una gran idea”, dijo una hormiguita. “Lo que verdaderamente cuenta
no es hacer el trabajo en tiempo récord, lo importante es hacerlo lo mejor que
sepas, pues siempre te quedarás con la satisfacción de haberlo conseguido. No
todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren más
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas, nunca sabrás lo que eres capaz de hacer y
siempre te quedarás con la duda de qué hubiera sucedido si lo hubieras
intentado alguna vez. Es mejor intentarlo y no conseguirlo, que no hacerlo y
vivir siempre con la espina clavada. La constancia y la perseverancia son
buenas aliadas para conseguir lo que nos proponemos, por eso te aconsejo que
lo intentes. Podrías sorprenderte de lo que eres capaz”.

– “¡Hormiguita, tienes razón! Esas palabras son lo que necesitaba: alguien que
me ayudara a comprender el valor del esfuerzo, prometo que lo intentaré.»

Así, Uga, la tortuga, empezó a esforzarse en sus quehaceres. Se sentía feliz


consigo misma pues cada día lograba lo que se proponía, aunque fuera poco,
ya que era consciente de que había hecho todo lo posible por conseguirlo.

– “He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse metas grandes e


imposibles, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a objetivos
mayores”.

Carrera de zapatillas
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya
estaban todos reunidos junto al lago. También estaba la jirafa, la más alta y
hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería ser amiga de los
demás animales, así que comenzó a burlarse de sus amigos:

– Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.

– Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.

– Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.

Y entonces, llegó la hora de la largada. El zorro llevaba unas zapatillas a rayas


amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono
llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados. La tortuga se puso
unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de
comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada. Es que era tan alta,
que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas
“Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude!” – gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. El zorro fue a hablar con ella y le
dijo:

– “Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos
somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos
y ayudarnos cuando lo necesitemos”.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Pronto
vinieron las hormigas, que treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Finalmente, se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus

marcas, preparados, listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera, todos festejaron


porque habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que
significaba la amistad.

Alejandra Bernardis Alcain

Un conejo en la vía
Daniel se divertía dentro del coche con su hermano menor, Carlos. Iban de
paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y
elevarían sus nuevas cometas. Sería un paseo inolvidable. De pronto el coche
se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz
ronca:

– “¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!”.

– “¿A quién, a quién?”, le preguntó Daniel.

– “No se preocupen”, respondió su padre. – “No es nada”.

El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio,


empezó a sonar una canción de moda en los altavoces.

– “Cantemos esta canción”, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás.


La mamá comenzó a tararear una canción. Sin embargo, Daniel miró por la
ventana trasera y vio tendido sobre la carretera a un conejo.

– “Para el coche papi”, gritó Daniel. “Por favor, detente”.

– “¿Para qué?”, respondió su padre.

– “¡El conejo se ha quedado tendido en la carretera!”.

– “Dejémoslo”, dijo la madre. “Es solo un animal”.

– “No, no, detente. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de animales”. Los


dos niños estaban muy preocupados y tristes.

– “Bueno, está bien”, dijo el padre dándose cuenta de su error.

Y dando la vuelta recogieron al conejo herido. Sin embargo, al reiniciar su


viaje una patrulla de la policía les detuvo en el camino para alertarles sobre
que una gran roca había caído en el camino y que había cerrado el paso.

Entonces decidieron ayudar a los policías a retirar la roca. Gracias a la


solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al
veterinario, donde curaron la pata al conejo. Los papás de Daniel y Carlos
aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se curara. Y unas semanas más tarde
toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque. Carlos y Daniel
le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más feliz estando en
libertad.

Álvaro Jurado Nieto

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