Libellus - Beato Jordan de Sajonia

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LIBELLUS - JORDAN DE SAJONIA

LlBELLUS
DE PRINCIPIIS ORDINIS PRAEDICATORUM
ORIGENES DE LA ORDEN DE PREDICADORES

PRÓLOGO

A todos los frailes de la Orden de Predicadores, hijos de gracia y coherederos de la


gloria , fray Jordán, inútil siervo suyo, salud y alegría para proseguir en la santa profesión.

Rogándomelo muchos frailes, deseosos de saber cómo tuvo origen la Orden de


Predicadores, que la divina Providencia suscitó contra los peligros de estos últimos
tiempos, cuáles fueron los primeros frailes y cómo se multiplicaron y fueron confortados
por la gracia de Dios investigué y pude comprobar de labios de quienes intervinieron en
los principios, vieron y escucharon al venerable siervo de Cristo, el bienaventurado
Domingo, primer Fundador, Maestro y fraile de esta Religión, que viviendo entre los
pecadores conversaba con Dios y con los ángeles, custodio de los preceptos, émulo de
los consejos, servidor de su Creador en todo lo que se le alcanzó, brillando en la negra
calígine de este mundo por su inocente vida y por el candor de su santísima
conversación.

Así, me ha parecido poner todo esto por orden, pues aunque no fui de los primeros frailes,
con ellos, sin embargo, traté y al mismo bienaventurado Domingo, no sólo antes de entrar
en la Orden, sino después, viviendo en ella, vi bastantes veces y alterné familiarmente
con él, con él me confesé, por su voluntad recibí el diaconado y vestí este hábito a los
cuatro años de haber fundado la Orden. He juzgado, pues, conveniente consignar por
escrito lo que personalmente vi y oí y lo que supe por relación de los primeros frailes de la
vida y milagros de nuestro bienaventurado Padre Domingo y de algunos otros frailes
según que las circunstancias me lo traigan a la memoria, no sea que los hijos que luego
nazcan y se levanten ignoren los orígenes de su Orden y quieran inútilmente conocerles
cuando no se halle, a causa del tiempo transcurrido, quien pueda relatarles nada cierto.

Por tanto, hermanos míos e hijos amadísimos en Cristo, recibid devotamente lo que voy a
referiros, recogido de cualquier modo, para vuestro consuelo y edificación, e inflamaos en
la caridad de nuestros primeros frailes.
Comienza la Vida del bienaventurado Domingo,
primer Padre de los frailes Predicadores

CAPITULOI

DIEGO, OBISPO DE OSMA, CONSTITUYE A SUS CANÓNIGOS BAJO LA REGLA DE


SAN AGUSTÍN

En tierras de España hubo un varón de vida venerable, Diego, obispo de la Iglesia de


Osma, al cual enaltecían la nobleza de su sangre, la ciencia de las Santas Escrituras y,
más aún, la pureza de sus costumbres. De tal manera estaba su corazón unido a Dios,
que, despreciándose a sí mismo y buscando sólo los intereses de Jesucristo , todo su
empeño consistía en conquistar las almas a fin de que los talentos que recibiera de Dios
diesen créditos a su Señor con usura .

Andaba solícito indagando dónde pudiera encontrar hombres eximios en la virtud por la
honestidad de vida y costumbres, a fin atraerlos a sí y otorgarles algún beneficio en su
iglesia. A los súbitos suyos en quienes adivinaba una voluntad desidiosa, más inclinada al
mundo que a la virtud, persuadía con palabras e invitaba con ejemplos a una vida más
religiosa, a unas costumbres más laudables.

Luego, con reiterados avisos y solícitas exhortaciones, trató de persuadir a sus canónigos
que aceptasen la observancia de la vida canónica bajo la Regla de San Agustín.
Fue tanta su solicitud en esto, que aun cuando algunos canónigos se oponían, al fin los
inclinó a su parecer.

CAPITULOII
NACIMIENTO DE DOMINGO EN CALERUEGA

En tiempos de dicho obispo hubo un adolescente, llamado Domingo, oriundo de la misma


diócesis, de una villa que denominaba Caleruega.

A su madre, antes que lo concibiera, se le mostró en visión que llevaba en su vientre un


cachorrillo con una tea encendida en la boca y que, al salir de sus entrañas, prendía fuego
a todo el mundo con lo cual se prefiguraba que el hijo que había de concebir sería
predicador insigne, que, con el ladrido de su santa palabra, excitase a la vigilancia a las
almas dormidas en el pecado y llevase por todo el mundo aquel fuego que Jesucristo vino
a traer a la tierra .

Desde la niñez fue educado por sus padres, y de un modo especial por un río suyo
arcipreste. Hiciéronle instruir primeramente en los usos de la Iglesia, a fin de que aquel a
quien Dios había escogido para sí, como vaso de elección , ya en la niñez, como vasija
nueva, se impregnase de fragancias de santidad y nunca más las perdiese.

CAPITULOIII

SUS ESTUDIOS EN PALENCIA

Después fue enviado a Palencia para instruirse en las artes liberales, cuyo estudio a la
sazón allí florecía.
Después que creyó haber asimilado lo suficiente estos conocimientos, dejando esta clase
de estudios, como si temiese emplear con menos fruto la brevedad del tiempo, se entregó
al estudio de la Teología y empezó con ardor a saborear las divinas enseñanzas, más
dulces a sus labios que panales de miel .

Cuatro años invirtió en este sagrado estudio. Durante ellos, el afán de abrevarse en los
arroyuelos de las Santas Escrituras hacíale esforzarse con tal tenacidad y constancia, que
la misma pasión por aprender le impulsaba a pasar las noches casi insomne y la verdad
que captara, grabada profundamente en su inteligencia, era retenida fijamente en su
prodigiosa memoria.

Aquella perspicacia de ingenio, fertilizada con piadosos afectos, germinaba en frutos de


salvación. Dichoso en esto ciertamente, conforme a la sentencia de la Verdad, que nos
dice en el Evangelio: "Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan" .

Doble debe ser la custodia de la palabra divina: una por la cual retenemos en la memoria
lo que nos entra por el oído y otra por la que llevamos a la práctica y manifestamos en las
obras lo que hemos escuchado. Nadie puede dudar que este linaje de custodia sea más
recomendable, del mismo modo que el grano de trigo, mejor se conserva soterrado en el
campo que guardado en un arca . En nada se descuidaba el bienaventurado siervo de
Dios: su memoria, como un prontuario, le ofrecía abundantes recursos para pasar de un
tema a otro; sus costumbres, sus obras exteriores, pregonaban clarísimamente el tesoro
escondido que llevaba en su sagrado pecho.

El Dios de las ciencias que premia esos santos anhelos, esos afectos de esposo
enamorado de la divina ley, le acrecentó su gracia con el fin de que no sólo fuese idóneo
para digerir el sorbo de leche , sino también para desentrañar con desembarazo los
misterios de los más intrincados problemas y masticar con incomparable facilidad los más
sólidos alimentos.

CAPITULOIV

DE LA BUENA INDOLE DE SANTO DOMINGO


DESDE SU INFANCIA

Desde la cuna dio muestras de su excelente carácter, siendo su prodigiosa infancia como
un anticipo de las grandes empresas que había de llevar a cabo en su edad madura.

No se mezclaba en los juegos de los demás niños, ni era compañero de los que andaban
con bagatelas , sino que, a semejanza del plácido Jacob, evitaba las inciertas correrías de
Esaú , pegado al seno de la madre Iglesia, sin abandonar la santa quietud de la casa
doméstica.

Allí veríais a un joven a la vez anciano; delataban la juventud los escasos años; revelaban
la ancianidad la madurez de la conversación y la constancia de las buenas costumbres.
Desdeñador de los halagos del mundo lascivo, siguió el sendero inmaculado de la virtud ,
logrando conservar para el dueño de su amor, lozana hasta el fin de sus días, la flor de su
virginidad.

Decidió por entonces sustraer del vino a su cuerpo, no probando este licor durante diez
años.

CAPITULO V

DE LA VISIÓN QUE TUVO SU MADRE

En aquellos primeros años se dignó el Señor, conocedor de los sucesos venideros,


mostrar en indicios que algo extraordinario podía esperarse de aquel niño.
Representósele a su madre, milagrosamente, con una estrella en la frente, para
prefigurar, como después pudo verse, que sería luz de los pueblos , iluminando a aquellos
que yacían en las tinieblas y sombras de muerte , según quedó comprobado después por
la realidad.

CAPITULO VI
DE LA VENTA DE SUS LIBROS Y AJUAR PARA SOCORRER A LOS POBRES EN
TIEMPOS DE HAMBRE

Siendo estudiante en Palencia, hubo gran hambre en casi toda España. Conmovido a
causa de ello por la necesidad de los pobres y abrasado de afecto compasivo, resolvióse
a seguir los consejos divinos, aliviando, en la medida de sus fuerzas, la miseria de los que
estaban en peligro de perecer. Vendiendo los libros, aun los más necesarios, con todo su
ajuar estudiantil, reunió una considerable suma, que repartió entre los pobres .

Este ejemplo de magnanimidad y liberalidad movió de tal manera los corazones de sus
condiscípulos y maestros, que, sacudiendo su descuido y ruindad, distribuyeron desde
entonces copiosas limosnas.

CAPITULO VII

CÓMO FUE LLAMADO A LA IGLESIA DE OSMA Y HECHO CANÓNIGO DE LA MISMA

Mientras disponía el varón de Dios estas ascensiones en su corazón y progresaba de


virtud en virtud, mostrándose cada día superior a sí mismo a los ojos de sus compañeros,
entre los que brillaba por su inocente vida como el lucero de la mañana entre las nubes ,
llegó su fama a oídos del obispo de Osma, quien, habiendo indagado diligentemente el
fundamento de la misma, lo llamó para hacerla canónigo regular de su iglesia.

Desde el primer momento, cual estrella brillante, difundió su resplandor entre los
canónigos, profundísimo en la humildad, sublime en la santidad cual ninguno, hecho para
todos olor de vida para vivificar , como fragante incienso que sobre la ofrenda se consume
.

Se maravillan todos ante tan precoz y nunca vista cumbre de perfección, y convinieron en
nombrarle subprior, para que, colocado a mayor altura, iluminase a cuantos le
contemplasen, arrastrándolos con su ejemplo. Como olivo que retoña y como ciprés que
se alza hasta las nubes , se pasaba los días y las noches en el templo orando sin
interrupción; entregado al ocio de la contemplación, apenas se le veía fuera de las tapias
del monasterio regular.

Habíale otorgado Dios el don de llorar por los pecadores, por los desgraciados y por los
afligidos; sus miserias afectaban lo más íntimo de su alma y se manifestaban al exterior
en torrentes de lágrimas.

Era frecuentísimo en él pasar la noche en oración y, cerrada la puerta, elevar su plegaria


al Padre . Durante esos coloquios divinos, los gemidos de su corazón se convertían en
rugidos desgarradores, que no podía contener sin que al proferirlos se oyeran claramente
de lejos.

Hacía a Dios constantemente esta súplica especial. Pedíale se dignase darle la verdadera
caridad para cuidar y trabajar eficazmente en la salvación de los hombres, juzgando que
sólo sería miembro de Cristo cuando se consagrase por entero a la salvación de las
almas , a semejanza de Jesús nuestro Salvador, que se entregó totalmente por
redimirnos.

CAPITULOVIII

SU LECTURA ESPIRITUAL EN OSMA

Leía cierto libro titulado Las Colaciones de los Padres, que trata de la perfección espiritual
y de los vicios que se le oponen.
Leyendo este libro y queriendo investigar en él las sendas de la salvación, trató con ánimo
esforzado de seguirlas. Con la gracia divina le aprovechó no poco, este libro para la
pureza de conciencia y para ilustrarse en la vida contemplativa.

CAPITULOIX

DE CÓMO EL OBISPO DE OSMA SALIÓ PARA LAS MARCAS Y EL


BIENAVENTURADO DOMINGO CONVIRTIÓ A SU HOSPEDERO HEREJE

Estando así entregado a los abrazos de la hermosa Raquel, y no pudiendo Lía soportar
ser postergada, le comprometió a que le librase de su fealdad con prolífica descendencia
de obras de vida activa .
Aconteció por aquel tiempo que el rey Alfonso de Castilla deseaba casar a su hijo
Fernando con una doncella noble de las Marcas. Con este motivo se dirigió al
mencionado obispo de Osma, rogándole hiciese de procurador en aquella gestión.
Accedió el prelado la demanda regia, y rodeándose de honrada compañía, según lo exigía
su gran virtud, tomó también consigo al varón de Dios Santo Domingo, subprior de su
iglesia, y emprendiendo el viaje, llegó a Tolosa.

En cuanto advirtió que los habitantes del país habían caído en la herejía, llenose de gran
compasión su pecho misericordioso, considerando las innumerables almas que vivían
miserablemente engañadas.

La misma noche en que llegaron a la ciudad, mantuvo el subprior una larga discusión con
el hospedero, hombre hereje, y habló con tal fuerza de persuasión y calor, que no
pudiendo aquél resistir al espíritu y sabiduría con que hablaba le redujo a la fe por la
misericordia de Dios.
CAPITULOX

SEGUNDO VIAJE A LAS MARCAS

Saliendo de allí, después de muchos y grandes trabajos y dispendios, llegaron al lugar


donde vivía la doncella; habiendo expuesto el objeto de su embajada y obtenido el
consentimiento, regresaron presurosos para comunicado al rey.

Después que el obispo manifestó el éxito feliz de las gestiones y la aceptación de la joven,
ordenó el soberano que volvieran nuevamente con mayor boato y magnificencia y
condujesen con todo honor a la prometida de su hijo.

Emprendiendo de nuevo la trabajosa expedición, al llegar a las Marcas hallaron que


entretanto había fallecido la doncella. Había Dios dispuesto más saludablemente el fin de
aquel viaje, ya que serviría de medio para un matrimonio más excelente, las bodas
eternas entre Dios y las almas, que de mil maneras serían arrancadas de diversos errores
y pecados , como lo manifestaron los acontecimientos subsiguientes.

CAPITULOXI

CÓMO EL OBISPO FUE A VER AL PAPA Y LO QUE


CON ÉL TRATÓ

El obispo, enviando un mensajero al rey, aprovechó la ocasión para visitar con sus
clérigos la Corte romana.

Presentándose al sumo pontífice Inocencio III, le suplicó insistentemente que, a ser


posible, aceptara la dimisión de su cargo, alegando con muchas razones su insuficiencia y
la inmensa dignidad del oficio, superior a sus fuerzas.

Confió también al Pontífice el íntimo propósito de su alma de consagrarse con todas sus
fuerzas a la conversión de los cumanos si se dignaba atender su petición.

No solo rehusó el Papa aceptar su renuncia, mas ni siquiera le permitió que para remisión
de sus pecados, y conservando su sede, entrase a predicar en territorio de los cumanos.
¡Ocultos juicios de Dios, que había ordenado los trabajos de tan santo varón para
cosechar ubérrimos frutos en otra espiritual sementera de salvación!

CAPITULOXII

DE CÓMO TOMÓ El HÁBITO DEL ClSTER


EL OBISPO DE OSMA

De vuelta para su patria visitó de paso el Cister. Prendado del trato de tantos siervos de
Dios y atraído por la sublimidad de su Religión, recibió allí el hábito monacal, y tomando
consigo algunos monjes de quienes pensaba aprender la nueva forma de vida,
apresuraba su regreso a España, bien ajeno a los obstáculos que Dios iba a poner a su
impaciente prisa.

CAPITULOXIII

DEL CONSEJO QUE DIO A LOS EMBAJADORES


DEL PAPA

Por aquel tiempo el papa Inocencio había enviado doce abades de la Orden cisterciense
con un legado para predicar la verdadera fe contra los herejes albigenses. Celebraban
aquéllos una asamblea con los arzobispos, obispos y demás prelados de la región para
estudiar el método más apto para llevar a cabo el objeto de su misión con el mayor fruto.
En estas deliberaciones estaban, cuando acertó a pasar por Montpellier, donde se
celebraba la reunión, el obispo de Osma.
Sabedores de que el recién llegado era un santo varón, maduro e íntegro celador de la fe,
le recibieron con todos los honores y le pidieron consejo.

Él, como hombre circunspecto y conocedor de los caminos de Dios, indagó primero los
ritos y costumbres de los herejes, advirtiendo los manejos, exhortaciones y ejemplos de
santidad simulada con que solían halagar pérfidamente a los incautos para hacerles caer
en la herejía; y viendo, por el contrario, el grande y costoso aparato de caballos y vestidos
de los enviados, les dijo: "No es éste, hermanos, a mi juicio, no es éste el camino. Creo
imposible que vuelvan a la fe sólo con palabras estos hombres que se apoyan más bien
en los ejemplos. Ved los herejes, que, bajo el color de piedad, simulando ejemplos de
pobreza y austeridad evangélica, seducen a las almas sencillas. Con un espectáculo
contrario edificaréis poco, destruiréis mucho y no lograréis nada."

"Sacad un clavo con otro clavo, oponed la verdadera religión a una fingida santidad; sólo
con sincera humildad puede ser vencido el fausto engañador de los pseudoapóstoles. Así
Pablo se ve precisado a pasar por insensato , relatando sus virtudes, austeridades y
peligros por que ha pasado para vaciar la hinchazón de aquellos que se jactaban de sus
méritos."

Los legados le contestaron: "¿Y qué nos aconsejáis, buen Padre?" Él repuso: "Practicad
lo que me viereis practicar."

CAPITULOXIV

CÓMO FUE EL PRIMERO EN PONER EN EJECUCIÓN


EL CONSEJO DADO
En seguida, impulsado por el espíritu de Dios, llamó a los suyos y les dio orden de
regresar a Osma con sus acémilas y aparatoso séquito, reteniendo en su compañía tan
sólo un grupito de clérigos y declarando que era su propósito detenerse en aquella tierra
para propagar la fe. Retuvo consigo al mencionado Domingo, subprior, al que tenía en
mucho y amaba con entrañable afecto.

Este es fray Domingo, Fundador y fraile de la Orden de Predicadores, que desde este
tiempo comenzó a llamarse no el Subprior, sino fray Domingo, hombre verdaderamente
del Señor , preservado por el Señor, limpio de todo pecado, celador de sus preceptos.

Los abades, oído el consejo y animados por el ejemplo, determinaron hacer lo mismo;
remitieron todos los bagajes a sus procedencias y no conservaron para sí más que los
libros necesarios para el rezo, el estudio y la controversia. Tomando al obispo por superior
y cabeza de toda la obra, yendo a pie, sin dinero, en voluntaria pobreza, comenzaron a
predicar la fe.

Cuando advirtieron esto los herejes, empezaron ellos a su vez a predicar con más ahínco.

CAPITULOXV

DEL LIBRO ARROJADO TRES VECES


A LAS LLAMAS EN FANJEAUX

En Parmiers, Lavaur, Montreal y Fanjeaux había con frecuencia discusiones presididas


por jueces deputados al efecto, a las cuales concurrían en días señalados magnates,
militares y aun mujeres y plebeyos, deseosos de intervenir en las contiendas de la fe.

Fue por entonces cuando en Fanjeaux tuvo lugar una célebre discusión a la que asistió
una gran muchedumbre de fieles y de herejes. Muchos católicos habían escrito diversas
memorias que contenían argumentos de razón y de autoridad en confirmación de la fe.
Habiéndolas comparado todas, resultó preferida y por unanimidad aprobada la que había
escrito el bienaventurado varón Domingo, y resolvieron oponerla al libelo que, por su
parte, habían redactado los herejes. Y se eligieron tres árbitros de común acuerdo para
decidir cuál fuese el partido que alegaba mejores razones, y cuya fe era, por consiguiente,
más sólida.

Después de gran discusión, no pudiendo avenirse los árbitros para tomar una decisión,
resolvieron echar ambas memorias a las llamas, y si una de las dos no se quemaba, sería
señal inequívoca de que contenía la verdadera doctrina. Encendieron, pues, una gran
hoguera: al punto es pasto del fuego la de los herejes; la otra, en cambio, que escribiera
el varón de Dios Domingo, no sólo quedó ilesa, sino que saltó lejos, repelida por las
llamas, en presencia de todos. Echada a la lumbre segunda y tercera vez, otras tantas fue
repelida, mostrando a las claras cuál era la verdadera fe y cuán grande era la santidad de
su autor.
En cuanto al obispo y siervo de Dios don Diego, era tan insigne el esplendor de sus
virtudes, que se conquistaba el afecto de todos cuantos le rodeaban, hasta de los mismos
herejes. Solían decir éstos: que era imposible que un hombre como él no estuviera
predestinado para la vida eterna, y que quizá por esto había ido a parar a aquellas tierras,
para aprender de ellos la disciplina de la fe verdadera.

CAPITULOXVI

FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE MONJAS


EN PRULLA

Con objeto de recibir a algunas nobles mujeres, a quienes sus padres, venidos a menos
en fortuna, entregaban a los herejes, para que las educasen y mantuviesen, fundó un
monasterio situado entre Fanjeaux y Montreal, en el lugar llamado Prulla, en donde hasta
nuestros días las siervas de Cristo sirven a su Creador con grandes ejemplos de santidad
e incomparable inocencia, llevando una vida meritoria para sí mismas, ejemplar para los
hombres, jocunda a la vista de los ángeles y grata a los ojos de Dios.

CAPITULOXVII

DEL RETORNO DEL OBISPO DE OSMA A ESPAÑA


Y DE SU MUERTE

En estos ejercicios de predicación permaneció el obispo Diego por espacio de dos años,
transcurridos los cuales, temiendo que pudiera ser argüido de negligente en el gobierno
de su iglesia oxomense si prolongaba su ausencia, determinó volver a España con el
propósito de, una vez visitada su diócesis, tomar consigo algún dinero y volver para
concluir el monasterio de religiosas y ordenar en aquella región, con asentimiento del
Papa, algunos varones idóneos para la predicación, que se dedicasen a confutar los
errores de los herejes y estar siempre prontos para defender la verdad de la fe.

A los que quedaron, los puso en lo espiritual bajo el gobierno de fray Domingo, como
varón lleno del Espíritu de Dios, y, en lo temporal, de Guillermo Claret, de Pamiers, de
forma que debía dar cuenta a fray Domingo de cuanto hiciese.

Despidiéndose luego de los compañeros, después de cruzar Castilla a pie, llegó a Osma,
donde a los pocos días, atacado de enfermedad que le llevó hasta el fin, terminó la
presente vida con gran santidad, recibiendo el fruto glorioso de sus trabajos y entrando a
través del sepulcro en opulento descanso .

Cuéntase que, después de muerto, brilló con milagros, y no es de extrañar fuese


poderoso ante la omnipotencia de Dios para obrar prodigios quien entre los hombres, en
este miserable y triste destierro, estaba dotado de tantas gracias e irradiaba tanta
hermosura de virtudes.

CAPITULO XVIII

REGRESO DE LOS QUE EL PAPA HABIA ENVIADO A LAS TIERRAS DE LOS


ALBIGENSES

Conocida la noticia de la muerte del varón de Dios don Diego, todos los que habían
quedado en aquellas tierras tolosanas regresaron a sus casas. Fray Domingo quedó solo
allí en la brega de la predicación.

Algunos le siguieron por algún tiempo, sin estarle sometidos por deber de obediencia.
Entre estos seguidores suyos estaban el citado Guillermo Claret y un cierto fray Domingo
Español, que más tarde fue en España prior de Madrid.

CAPITULOXIX

PREDICACIÓN DE LA CRUZADA CONTRA


LOS ALBIGENSES

Después de la muerte del Obispo de Osma comenzóse a predicar en Francia la cruzada


contra los Albigenses, pues indignado el Papa Inocencio al ver que la indomable rebeldía
de los herejes no se doblegaba al suave impulso de la verdad ni era quebrantada por la
espada espiritual que es la Palabra de Dios , decretó fuesen impugnados con la fuerza de
la espada material.

Esta represión del poder secular habíala el Obispo Diego predicho, aún en vida, como
iluminado de espíritu profético.

Pues como refutase en cierta ocasión, de modo público y evidente, la errónea posición de
los herejes ante muchos nobles, y estos sonriendo, defendiesen heresiarcas con razones
sacrílegas, levantó, indignado, las manos al cielo y dijo: “Señor, extiende tu mano y
hiérelos” .

Los que oyeron estas palabras las tuvieron por inspiradas cuando el castigo vino a
esclarecerlas.
CAPÌTULOXX

DE LAS INJURIAS INFERIDAS A SANTO DOMINGO POR LOS HEREJES EN TIERRAS


DE ALBIGENSES Y DE SU DESEO DE SEFRIR EL MARTIRIO

Durante el tiempo que estuvieron allí los cruzados hasta la muerte del conde de Montfort,
fue fray Domingo el predicador afanoso de la Palabra de Dios.

¡Cuántas injurias sufrió en aquellos días de parte de los malvados! ¡Cuántas celadas hubo
de soportar!

Cuando, en cierta ocasión, le amenazaron de muerte, contestó impertérrito: “No soy digno
de la gloria del martirio; aún no he merecido esta muerte”.

Cruzando después por un lugar en que sospechaba le habrían puesto asechanzas, pasó
gozoso cantando.

Habiendo llegado esto a conocimiento de los herejes dijéronle admirados de su


inquebrantable fortaleza: “¿Acaso no temes la muerte? ¿Qué harías si te prendiéramos?"
El Santo Respondió: "Os rogaría que no me mataseis de prisa con rápidos golpes, sino
que prolongaseis mi martirio cortando sucesivamente los miembros, y, después de poner
a mi vista las partículas cortadas, me arrancaseis los ojos y abandonaseis así, mi tronco
bañado en su sangre, acabando con todo para que el martirio prolongado me alcanzase
mayor corona."

Quedaron asombrados ante estas palabras los enemigos de la verdad y no pusieron más
asechanzas a la vida del justo , para quien la muerte era más un obsequio que un
perjuicio. Él se afanaba con todas sus fuerzas por conquistar almas para Cristo y sentía
en su corazón una emulación casi increíble por la salvación de todos.

CAPITULOXXI

DE LA VENERACIÓN QUE LE TENÍAN


A CAUSA DE SU CARIDAD

No le faltaba, ciertamente, aquella caridad que tiene su máxima expresión en el que da la


vida por sus amigos . En una ocasión, persuadiendo con dulces exhortaciones a un infiel
para que retornase al seno de la madre Iglesia, y respondiéndole él que las necesidades
de la vida le obligaban a convivir con los herejes, porque ellos le proveían de sustento,
que no podía obtener de otro modo, conmovido en lo más íntimo de su corazón, resolvió
venderse a sí mismo para redimir la pobreza de aquella alma en peligro. Lo hubiera hecho
si el Señor, que es rico para todos , no hubiera provisto por otro medio que se viese libre
aquel hombre de la necesidad.

Crecía en santidad y fama el siervo de Dios Domingo, por lo que envidiábanle los herejes.
Cuanto mejor era él, tanto menos podía resistir aquella claridad la malicia de aquellos ojos
emponzoñados. Se mofaban de él y, acercándosele, le escarnecían , sacando mal del
malvado tesoro de su corazón , pero mientras crecía la malquerencia de los infieles, le
congratulaba la devoción de los fieles y era venerado de todos los católicos con mucho
afecto, de suerte que la suavidad de su vida santa y la hermosura de sus costumbres
llegó a ganarse el corazón de los mismos magnates. Los arzobispos, obispos y demás
prelados de aquellas tierras teníanle por digno de todo honor.

CAPITULOXXII

DE ALGUNAS POSESIONES QUE LE DIERON

El conde de Montfort, que le profesaba especial devoción, con aquiescencia de su familia,


le dio para él y para sus sucesores o ayudantes en el oficio de la predicación la granja de
Casseneuil.

Tenía además Santo Domingo la iglesia de Fanjeaux y algunas otras, con lo que podía
proveer de sustento a sí y a los suyos.

Lo que podían ahorrar de los réditos, después de alimentados, lo daban a las monjas del
monasterio de Prulla.

La Orden de Predicadores aun no había sido instituida; sólo se había tratado de fundarla,
y entretanto el varón de Dios estaba con todas sus fuerzas consagrado a la predicación.
Ni estaba en vigor aquella constitución posterior que prohibía recibir posesiones o
conservar las recibidas.

Desde la muerte del obispo de Osma hasta el concilio de Letrán transcurrieron unos diez
años, en cuyo tiempo estuvo el Santo casi solo.

CAPITULOXXIII

DE LOS DOS PRIMEROS FRAILES QUE SE PRESENTARON A FRAY DOMINGO

Aproximándose ya el tiempo en que debían encaminarse a Roma los obispos para


celebrar el concilio de Letrán, se ofrecieron a fray Domingo dos hombres probos y hábiles
de Tolosa. Uno fue fray Pedro Seila, más tarde prior de Limoges; el otro fue fray Tomás,
muy gracioso y elocuente varón.
Fray Pedro entregó a fray Domingo y a sus compañeros unas grandes casas señoriales
que tenía en Tolosa, cerca del castillo de Narbona. Desde entonces fijaron su residencia
en Tolosa, viviendo en aquellas casas juntos todos los que le seguían, acostumbrándose
a una vida más humilde y a conformarse con las costumbres de los religiosos.

CAPITULOXXIV

DE LOS RÉDITOS QUE LES SERVÍAN PARA EL SUSTENTO Y DEMÁS GASTOS

El obispo de Tolosa, Fulco, de feliz recordación, que amaba tiernamente al amado de


Dios y de los hombres fray Domingo, viendo la gracia y piedad de sus frailes y el fervor de
su predicación, entusiasmado con la aparición de aquella nueva luz, les otorgó, con el
consentimiento de todo su cabildo, el sexto de las décimas de su diócesis, con lo que
pudieron proveerse de libros y de todo lo necesario para el sustento.

CAPITULOXXV

DE CÓMO EL MAESTRO DOMINGO FUE A VER AL PAPA EN COMPAÑÍA DEL


OBISPO DE TOLOSA

Entonces juntose al obispo fray Domingo para ir al concilio de Letrán y pedir en común al
papa Inocencio que confirmase para fray Domingo y sus compañeros una Orden que se
llamase y fuese de Predicadores, e igualmente que ratificase los réditos asignados a los
frailes por el obispo y por el conde.

Escuchada su solicitud, el Jerarca de la Sede romana exhortó a fray Domingo a que


volviese a sus frailes y que con su consentimiento unánime, previa una madura
deliberación, eligiesen una Regla de las ya aprobadas y el obispo les asignase una
iglesia; después de lo cual volvería al Papa a recibir confirmación de todo.

Regresando, una vez celebrado el concilio, y habiendo comunicado a los frailes la


resolución del sumo Pontífice, eligieron los futuros Predicadores la Regla del egregio
predicador san Agustín, añadiéndole algunas observancias más austeras acerca de la
alimentación, ayunos, lechos y uso de lana. Resolvieron y determinaron no tener más
posesiones, para que la solicitud de las cosas terrenas no fuese obstáculo a la
predicación, pero les pareció bien quedarse con las rentas.

El obispo de Tolosa, con asentimiento del cabildo, les cedió tres iglesias: una dentro de la
ciudad, otra en la villa de Pamiers y la tercera entre Soréze y Puy-Laurens, Santa María
de Lescure. En cada una de ellas debía haber casa prioral.

CAPITULO XXVI
DE LA PRIMERA IGLESIA ENTREGADA A LOS FRAILES EN TOLOSA

Durante el verano del año 1216 se cedió a los frailes la primera iglesia en la ciudad de
Tolosa, que fue dedicada a San Román.

En las otras dos iglesias nunca habitaron los frailes. Mas junto a la iglesia de San Román
pronto se levantó un claustro, con celdas bien dispuestas para poder estudiar y dormir.

Eran entonces los frailes en total dieciséis.

CAPITULO XXVII

MUERTE DE INOCENCIO III, ELECCION


DE HONORIO III Y CONFIRMACIÓN DE LA ORDEN

En el entretanto, el papa Inocencio acabó sus días, y le sucedió Honorio, a quien visitó en
seguida fray Domingo, obteniendo de él la confirmación de la Orden, con todas las cosas
que pretendía, plena y absolutamente, según se había proyectado y organizado de
antemano.

CAPITULO XXVIII
MUERTE DEL CONDE DE MONTFORT, PREVISTA POR SANTO DOMINGO

El año 1217 determinaron los tolosanos insurreccionarse contra el conde de Montfort, lo


cual fue de algún modo previsto sobrenaturalmente por el varón de Dios Domingo.

Se le mostró en visión un árbol de grandes proporciones y agradable aspecto, en cuyas


ramas se cobijaban muchas aves. Resquebrajose el árbol, y los pájaros que en él
anidaban huyeron.

Entendió aquél hombre lleno del espíritu de Dios a través de la visión que el conde de
Montfort, príncipe sublime y tutor de muchos desvalidos iba a morir en breve. Invocando al
Espíritu Santo, reunió a los frailes y les manifestó que, aunque eran pocos, había resuelto
enviarlos por el mundo y que no habitasen más tiempo allí reunidos.

Se admiraron todos que hubiese dispuesto tan prematura dispersión; mas como
reconocían en él una fuerza de santidad tan manifiesta, accedieron al punto, con la
esperanza de que todo redundaría en bien.

Juzgó conveniente que eligiesen entre ellos un abad, como cabeza que los gobernase,
reservándose él el derecho de corregirle.

Y resultó elegido canónicamente fray Mateo, primero y último abad de la Orden, pues en
adelante dispusieron los frailes que el que hubiera de gobernarlos no se llamase abad,
sino Maestro de la Orden en señal de humildad.
CAPITULOXXIX

DE LOS FRAILES ENVIADOS A ESPAÑA

Cuatro frailes salieron destinados para España: fray Pedro de Madrid, fray Gómez , fray
Miguel de Ucero y fray Domingo .

Estos dos últimos, a su regreso de España, fueron enviados por el Maestro Domingo
desde Roma a Bolonia, y allí quedaron. No habían podido cosechar en España fruto,
según deseaban, mientras los otros dos sembraban la palabra de Dios la recogían
abundante.

Fue ese mencionado, fray Domingo, varón de profunda humildad, menguado en ciencia,
pero magnífico en virtud, del cual no será inútil referir algunos hechos.

CAPITULOXXX

DE CÓMO UN FRAILE LLAMADO DOMINGO VENCIÓ LA TENTACIÓN DE UNA MUJER

Tramaron en cierta ocasión unos malvados, enemigos quizás de este religioso, que una
mujerzuela, desvergonzada meretriz, instrumento de Satanás, escollo de castidad,
hoguera de vicios, se acercase a él con pretexto de confesarse. Se le presentó, pues, y le
dijo: “vivo en perpetua angustia, consumida y abrasada por un hombre. Mas, ¡ay de mí! él
no me comprende; y, si lo supiera, es posible que no quisiera corresponder al amor que
hirió irreparablemente mi corazón. Dame un consejo; tú, que puedes, préstame remedio
antes que perezca.”

Después de intentar con estas virulentas y seductoras razones aquella mala mujer
empañar su inocencia, no pudiendo doblegar la acendrada virtud del fraile, preguntándole
éste por la persona y causa del peligro, le declaró ella ser él mismo aquel fuego
devorador.
"Vete ahora –le dijo– vuelve más tarde y tendré preparado un lugar a propósito. Y,
entrando en la habitación, dispuso dos hogueras próximas una de otra, y en llegando la
mujerzuela se echa él en medio, invitándole a hacer otro tanto. “Este –le dice– es el lugar
digno de tal hazaña; ven y acuéstate si quieres”.

Horrorizada ella viendo aquel hombre impertérrito entre las llamas que lo envolvían, huyó
dando gritos de arrepentimiento.

El fraile se levantó intacto, sin haber sido víctima por un momento ni del incendio material
ni del fuego de la concupiscencia.

CAPITULOXXXI
DE LOS SIETE PRIMEROS FRAILES ENVIADOS
A PARIS

A París fueron enviados fray Mateo, elegido abad con fray Bertrán, que más tarde fue
prior provincial de la Provenza, varón de gran santidad y de un rigor inexorable para
consigo, acérrimo mortificador de su carne, que había copiado en muchas cosas la vida
ejemplar de su Maestro Santo Domingo, compañero suyo en algunos viajes. Estos fueron
destinados a París, con cartas del Sumo Pontífice, para establecer allí la Orden.

Los acompañaron otros dos frailes para estudiar en la Universidad, fray Juan de Navarra y
fray Lorenzo de Inglaterra, al cual, antes de entrar en la ciudad, reveló el Señor muchas
noticias acerca de la fundación, lugar del convento y multiplicación de vocaciones que
tuvieron después realidad.

Aparte de este grupo, marcharon también a París fray Mamés hermano de madre de
Santo Domingo, y fray Miguel, español en compañía de un fraile converso normando
llamado Oderico.

Todos éstos fueron destinados a París, pero los tres últimos, marchando más presurosos,
llegaron antes, haciendo su entrada en la ciudad el 12 de septiembre , tres semanas
antes de que llegaran los compañeros. Alquilaron una casa junto al hospital de la Virgen
María, frente al palacio del obispo de París

CAPITULOXXXII

DEL CONVENTO DE SANTIAGO, DADO EN PARÍS


A LOS FRAILES

El año del Señor 1218 fue cedida a los frailes la casa de Santiago, aunque no de un modo
definitivo.

Hicieron la cesión el Maestro Juan, deán de San Quintín, y la Universidad de París, a


instancias del papa Honorio, trasladándose a ella los frailes el día 6 de agosto.

CAPITULOXXXIII

DE LOS PRIMEROS FRAILES ENVIADOS A ORLEÁNS

El mismo año fueron enviados a Orleáns algunos frailes jóvenes y sencillos, pequeña
semilla de la futura gran cosecha.
CAPITULOXXXIV

DE LOS PRIMEROS FRAILES ENVIADOS A BOLONIA

En los comienzos del año 1218 fueron enviados por el Maestro Santo Domingo, de Roma
a Bolonia, fray Juan de Navarra, un tal fray Bertrán y, después de algún tiempo, fray
Cristián, con un fraile converso, quienes para hacer la fundación sufrieron grandes
estrecheces a causa de la pobreza.

CAPITULOXXXV

DE CÓMO EL MAESTRO REGINALDO


FUE MILAGROSAMENTE RECIBIDO EN ROMA
POR SANTO DOMINGO

El mismo año, estando en Roma Santo Domingo, llegó allí el Maestro Reginaldo, deán de
San Aniano, de Orleáns, con intención de embarcarse . Varón de gran fama, docto,
célebre por su dignidad por haber regentado durante cinco años en París la cátedra de
Derecho canónico.

Habiendo llegado a Roma, fue preso de una grave enfermedad, en el transcurso de la


cual le visitaba de vez en cuando el Maestro Santo Domingo. Exhortándole éste a abrazar
la pobreza de Cristo y asociarse a su Orden, dio su libre y pleno asentimiento, de tal
manera que hasta hizo voto de abrazarla.

Fue ciertamente librado de aquella mortal dolencia y trance peligrosísimo, mas no sin la
intervención milagrosa de Dios.
En medio de los ardores de la calentura, la Reina del cielo y Madre de misericordia
siempre Virgen María, se le apareció visiblemente, y ungiendo sus ojos, oídos, narices,
boca, pecho, manos y pies con cierto bálsamo que traía, dijo estas palabras: "Unjo tus
pies con óleo santo como preparación del Evangelio de la paz" y le mostró el hábito
completo de la Orden.

Al punto quedó sano, y tan repentinamente recuperó las fuerzas corporales, que los
médicos, que habían casi desesperado de su curación, testigos ahora de los claros
síntomas de salud, estaban maravillados.

Contó este insigne prodigio Santo Domingo a muchos que aún viven, estando yo presente
en una ocasión en que lo refirió en París ante muchas personas.

CAPITULO XXXVI

CÓMO EL MAESTRO REGINALDO PASÓ EL MAR Y VOLVIENDO A BOLONIA,


RECIBIÓ EN LA ORDEN A MUCHOS, ATRAÍDOS POR SU PREDICACIÓN

Recuperada la salud, aunque ya había hecho profesión en la Orden, realizó el Maestro


Reginaldo su viaje por mar, cumpliéndose así sus deseos, y de regreso vino a Bolonia el
21 de diciembre.
Se consagró de seguida y por entero a la predicación; su palabra era de fuego , y sus
sermones, como antorchas encendidas , inflamaban los corazones de los oyentes, que
apenas lo había tan endurecido que pudiera sustraerse a su calor .

Hervía Bolonia entera ante el nuevo Elías reaparecido .

En aquellos días recibió en la Orden a muchos boloñeses y comenzó a crecer el número


de los discípulos, a los que se fueron agregando otros muchos.

CAPITULO XXXVII

DEL VIAJE DEL MAESTRO DOMINGO


A ESPAÑA Y SU REGRESO

El mismo año partió el Maestro Domingo para España, y fundadas allí dos casas, una en
Madrid, que ahora es de monjas, y otra, en Segovia, la primera de frailes que hubo en
España, regresando de allí, pasó por París el año 1219, donde encontró una treintena de
frailes reunidos.

Permaneciendo allí poco tiempo, se encaminó a Bolonia, hallando en San Nicolás una
numerosa comunidad, que apacentaba fray Reginaldo en la disciplina de Cristo con gran
cuidado y diligencia. Todos recibieron con gozo al viajero, reverenciándole como a padre.
Estableciendo allí su residencia, cuidaba aquella nueva plantación, tierna todavía, con
espirituales amonestaciones y ejemplos.

CAPITULO XXXVIII

DEL TRASLADO DEL MAESTRO REGINALDO


A PARIS

Trasladó entonces a París al Maestro Reginaldo, no sin gran desolación de los hijos que
con su palabra evangélica había engendrado para Cristo y lloraban al verse tan pronto
arrancados de sus pechos maternales.

Mas estas cosas se realizaban por voluntad divina. Era algo maravilloso que al enviar el
siervo de Dios Santo Domingo sus frailes a una y otra parte de la Iglesia de Dios, según
hemos referido, obraba en todo con tal confianza, tan lejos de vacilación, contra la
opinión, con frecuencia, de los demás, que parecía tener conocimiento cierto de cuanto
había de suceder, cual si el Espíritu Santo se lo hubiera revelado. ¿Y quién se atreverá a
ponerlo en duda?
Tenía en un principio pocos frailes, los más poco letrados, sencillos, y los enviaba
diseminados por las iglesias, de suerte que los hijos de este siglo, juzgando según su
prudencia, creían que, más que realizar grandes empresas, iba a destruir lo comenzado .

Ayudaba a los enviados con el sufragio de sus oraciones, y la virtud del Señor se
encargaba de multiplicarlos.

CAPITULOXXXIX

DE LA LLEGADA DEL MAESTRO REGINALDO


A PARÍS Y DE SU MUERTE

Así que llegó a París fray Reginaldo, de santa memoria, impelido por su incansable fervor
de espíritu, comenzó a predicar con la palabra y con el ejemplo a Jesucristo, y a éste,
crucificado . Más pronto se lo llevó Dios de este mundo, consumiendo así en breve sus
días, mas llenando con sus obras una larga vida . Atacado al poco tiempo de mortal
enfermedad, se durmió en el Señor, partiendo a recibir las inestimables riquezas de la
casa de Dios aquel que en esta vida se había mostrado generoso amigo de la pobreza y
de la humildad.

Fue sepultado en la iglesia de Santa María del Campo, porque los frailes carecían aún de
cementerio.

No puedo menos de recordar que, estando en vida fray Mateo, que le había conocido en
el mundo vanidoso y delicado, preguntóle, como admirado, en cierta ocasión: “¿Estáis
triste, Maestro, de haber tomado este hábito?”. A lo que respondió él con rostro humilde:
“Creo que en la Orden no hago mérito alguno, pues siempre me gustó demasiado.”

CAPITULOXL

DE CIERTA VISIÓN OCURRIDA DESPUÉS


DE SU MUERTE

La misma noche que el espíritu del santo varón voló al Señor, yo, que no había cornada
aún el hábito religioso, aunque sí había hecho voto en sus manos de tomarlo, veía a los
frailes en una nave que se deslizaba entre las aguas. Sumergióse la nave que los llevaba,
mas ellos salieron incólumes de las ondas. No dudo que esta nave era el mismo fray
Reginaldo, apoyo entonces y sostén de los frailes.

CAPITULOXLI

DE OTRA VISIÓN HABIDA ANTES DE MORIR


A otro antes de morir parecióle ver que una fuente cristalina dejaba de manar, y en su
lugar brotaban otros dos manantiales. Si encierra algo verdadero esta visión, no me
atrevo a interpretarlo yo, bien conocedor de mi inutilidad. Una cosa es cierta, que en París
sólo a dos recibió a la profesión de la Orden de los que fui yo el primero, y el segundo,
fray Enrique, más tarde prior de Colonia, amadísimo en Cristo, según creo, con singular
afecto, más que cualquier otro hombre, a quien yo miraba como un vaso de honor y de
gracia. No recuerdo haber visto en este mundo criatura mejor dotada; ya que
precozmente maduro se apresuró a entrar en el descanso del Señor, no será vano
recordar aquí de cuántas virtudes fuese dueño.

CAPITULOXLII
DÓNDE Y CÓMO FUE EDUCADO FRAY ENRIQUE

Fray Enrique, canónigo de la Iglesia de Utrecht, nacido de buena familia, fue educado
desde la infancia por un santo y religiosísimo varón, canónigo de aquella iglesia, en toda
virtud y temor de Dios . Pues como este varón justo y bueno, crucificando su carne,
despreciase las seducciones de este siglo corrompido y fuese pródigo en muchas obras
de piedad, imbuía el tierno espíritu del adolescente en toda práctica virtuosa, haciéndole
lavar los pies de los pobres, frecuentar los templos, aborrecer los vicios, despreciar el lujo,
amar la pureza.

Y el mancebo, que era de la mejor índole, se manifestaba siempre dócil a la disciplina,


pronto para la virtud, de suerte que con los años crecían en él las buenas costumbres;
quien tratase con él diría que era un ángel; como si la bondad fuese innata en él.

Al correr de los años fue a París, donde se consagró al estudio de la Teología, mostrando
gran agudeza de ingenio y una razón sumamente disciplinada. Vino a parar junto a mí en
la posada, y la convivencia nos estrechó en una suave y entrañable unión de corazones.

Entretanto, habiendo venido y predicado briosamente en París fray Reginaldo, de feliz


memoria, prevenido con la gracia divina, concebí el propósito, y después en mi interior
hice voto, de abrazar esta Orden, creyendo haber hallado la senda de mi salvación, según
la había imaginado muchas veces deliberando en mi ánimo antes de conocer a los frailes.
Una vez afianzado mi propósito, comencé a trabajar con todo ardor por persuadir al
compañero y amigo de mi alma a que hiciera el mismo voto. Veíale, por su natural y
buena disposición, aptísimo para el ministerio de la predicación.

Rehusábalo él, mas no por eso dejaba yo de insistirle con mayor tesón.

Le induje a que acudiese a fray Reginaldo para confesarse y recibir su exhortación. Al


volver de él abrió el libro de Isaías como para interpretar la voluntad divina y sus ojos se
fijaron en aquel lugar en que se dice: “El Señor me ha dado lengua de discípulo para
sostener a los abatidos.

Cada mañana despierta mis oídos, para que oiga como a un Maestro. El Señor me ha
abierto los oídos, y yo no me resisto, no me echo atrás” . Mientras le interpretaba estas
palabras proféticas, que respondían con tanta propiedad a su intención, como si viniesen
del cielo –era él de palabra elocuentísima– exhortábale a someter su juventud al yugo de
la obediencia. Advertimos al poco rato aquello que sigue: “Permanezcamos juntos” , como
un aviso de que nunca debía separarse el uno del otro en tan santa compañía.

Viviendo más tarde en Bolonia, me escribió él desde Colonia refiriéndose a ese texto:
“¿Dónde está ahora el permanezcamos juntos, vos en Bolonia y yo en Colonia?”.

A lo que respondí: “¿Qué cosa más rica en méritos, qué corona más gloriosa que
participar de la pobreza que Cristo quiso para sí y abrazaron los apóstoles, seguidores
suyos, despreciar todo este mundo por amor suyo?”

Accedió al razonamiento, contra la rémora de su voluntad recalcitrante, que aconsejaba lo


contrario.

CAPITULOXLIII

DE CÓMO SE DOBLEGÓ LA VOLUNTAD


DE FRAY ENRIQUE

Habiendo ido Enrique aquella misma noche a Maitines a la iglesia de la bienaventurada


Virgen, permaneció allí hasta el amanecer orando e instando a la Madre de Dios que se
dignase doblegar su voluntad ante aquel propósito.

Mas como le pareciese que nada adelantaba orando, ya que sentía la misma dureza de
corazón, comenzó a compadecerse de sí mismo y a preparar la retirada, diciéndose: “Bien
veo, Virgen bienaventurada, que no soy digno que me escuches, no hay lugar para mí
entre los pobres de Cristo.”

Acuciaba su corazón el anhelo de aquella perfección, fruto para él de la pobreza


voluntaria. Habíale mostrado el Señor en cierta ocasión cuán segura se presentaría la
pobreza ante el rostro del divino Juez.

CAPITULOXLIV

DE CIERTA VISIÓN Y DE SU INTERPRETACIÓN

Cierto día, en visión, creyendo hallarse ante el tribunal de Cristo, veía la inmensa multitud
de los que iban a ser jueces con Cristo y de los que iban a ser juzgados. Él, entre los
reos, no teniendo conciencia de pecado alguno, pensaba seguro salir inocente, cuando
uno que estaba al lado del Juez, extendiendo el brazo hacia él, le dice: “Tú, que estás ahí,
di, ¿qué has abandonado por el Señor?”.
Espantóse por aquella pregunta de tan severo examen, pues no supo qué contestar. Y
desapareció la visión. A raíz de este aviso anhelaba con mayor ansiedad el ideal de la
pobreza evangélica, que aun retardaba la natural molicie de la voluntad.

De este modo, según queda referido, mientras se alejaba triste de la iglesia,


reconviniéndose a sí mismo, removió los obstáculos de su corazón Aquél que mira a los
humildes , y rompiendo al punto, en lágrimas, deshecho su espíritu se arrojó por entero
delante del Señor y se quebró, aquella dureza por el soplo violento del espíritu, de tal
suerte que el suave yugo de Cristo , que poco, antes le parecía insoportable, ablandado
ahora con este óleo santo , se le hacía en todo liviano y agradable.

Levantándose bajo aquel ímpetu fervoroso, se llegó impaciente al Maestro Reginaldo y le


expresó su deseo.

Regresando luego a mi lado, mientras observaba los vestigios de las lágrimas en su


angelical rostro, como le preguntase de dónde venía, contestó: “Hice el voto al Señor y lo
cumpliré.”

Diferimos, no obstante, el noviciado hasta la cuaresma, conquistando entretanto a uno de


los compañeros, fray León, que con el tiempo sucedió a fray Enrique en el oficio de prior.

CAPITULOXLV

INGRESO DE FRAY JORDÁN, FRAY ENRIQUE


Y FRAY LEÓN

Al llegar el día en que con la imposición de la ceniza se recuerda a los fieles su origen y
su retorno al polvo, determinamos nosotros, como digno principio de penitencia, cumplir lo
que habíamos prometido al Señor. Nada sabían aún nuestros compañeros de hospedaje.

Saliendo, pues, fray Enrique de la posada, preguntóle uno de los compañeros: “¿Adónde
vais, don Enrique?”. “Voy a Betania”, contestó. Nada entendió entonces aquél de lo que
con esta palabra quería dar a entender; comprendióle con la explicación del suceso al
conocer su entrada en el convento, pues Betania significa casa de obediencia.

Llegando los tres juntos al convento de Santiago mientras caminaban los frailes
Immutemur habitu, nos colocamos en medio de ellos de improviso, pero con oportunidad,
y despojándonos del hombre viejo, vestimos allí el nuevo para que lo que ellos cantaban
fuese en nosotros una realidad.
CAPITULOXLVI

DE UNA REVELACIÓN ACERCA DE FRAY ENRIQUE

Aquel santo varón que había educado a Enrique y otros dos virtuosos y espirituales
varones de la misma Iglesia, que le profesaban grande amor, sufrieron gravísima
contradicción al conocer su entrada en una Orden nueva e inaudita y desconocida por
ellos. Contando como perdido un joven de tan grandes esperanzas, casi habían resuelto
que uno o dos de ellos, marchando a París, lo apartasen y retrajesen de aquella, según
creían, indiscreta resolución. Mas uno de ellos dijo: “No obremos con tanta precipitación;
pasemos juntos esta noche en oración, rogando al Señor se digne manifestamos su
voluntad.”

Llegada la noche puestos en oración, escuchó uno de ellos una voz de lo alto que decía:
“El Señor es quien ha hecho esta obra; no podrá alterarse.”

Asegurados con esta revelación divina, desapareció su turbación. Escribiéronle a París


contándole esta revelación por su orden y circunstancias y exhortándole a perseverar
confiado. Yo mismo leí la carta, henchida de conceptos piadosos, destilando mieles de
suavidad.

CAPITULOXLVII

DE LA SANTA VIDA Y DE LAS GRACIAS OTORGADAS POR DIOS A FRAY ENRIQUE

Dirigiendo la palabra al clero parisiense, concedió el Señor a la palabra de fray Enrique


gracia abundante y maravillosa; su verbo vivo y eficaz penetraba con violencia en los
corazones de los oyentes. No recuerdo haber visto en nuestros días ante el auditorio de
París un predicador tan joven, tan elocuente y en todo tan gracioso.

Muchas y muy diversas gracias había acumulado Dios en este vaso de elección .
Mostrabase siempre pronto a obedecer, inquebrantable en la paciencia, sereno en su
mansedumbre, atractivo por su alegría, efusivo en su caridad; brillaban en él la honestidad
de las costumbres, la sencillez de corazón y, en su cuerpo, la integridad virginal. Jamás
miró ni tocó mujer alguna con intención impura.

Era modesto en la conversación, de palabra elegante, agudo de ingenio, bello semblante


y porte decoroso; hábil escritor, perito en dictar, de voz melodiosa y angelical. Nunca se le
veía triste o turbado, sino ecuánime y siempre alegre. Diríase que la justicia habíale,
perdonado su austero rigor, apoderándose de él enteramente para sí la misericordia.

Con tal facilidad ejercía su influencia sobre los corazones de los demás y tan afable se
mostraba con todos, que al poco rato de conversar te creyeras ser su amigo predilecto. Y
necesariamente debía ser amado por todos, aquel a quien Dios había colmado de tal
suerte con su gracia. Y sobrepujando a todos en cuanto se ha dicho, pareciendo
destacarse de un modo especial en cada una de estas gracias, no se jactaba por ello,
antes había aprendido de Cristo a ser manso y humilde de corazón .

CAPITULOXLVIII

CÓMO FUE ENVIADO A COLONIA

Fue destinado con el oficio de prior a Colonia. Cuán opulento manojo de almas ganara
para Cristo mediante la predicación entre las doncellas, viudas y verdaderos penitentes;
cuán diligentemente llevó a muchos corazones y nutrió la llama de aquel fuego que el
Señor trajo a la tierra , pregónalo todavía Colonia entera.

Solía proponer el nombre de Jesús dignísimo de toda veneración y reverencia; nombre –


digo– que está sobre todo nombre , de suerte que aún hoy, cuando suena este nombre en
el templo o la predicación, despierta la devoción en muchos corazones con espontáneas
muestras de reverencia.

CAPITULOXLIX

DE SU MUERTE

Llegado el término de su dichosa existencia, en presencia de los frailes que oraban en


torno suyo, descansó santamente en el Señor. Antes de expirar, mientras le
administraban la extremaunción, él, como un fraile más rezaba en voz alta las letanías y
oraciones. Terminada la ceremonia, amonestó a los frailes con tan devotas
consideraciones, que excitaron en ellos copiosas lágrimas. ¿Quién podrá contar el llanto
que acompañó su muerte, los sollozos y gemidos de doncellas y viudas, los suspiros de
sus hermanos los frailes y amigos?.

Muchas cosas acerca de él sugiere el pensamiento; mas, para no alargar excesivamente


la digresión, bastará recordar una sola de tantas que supe después de su muerte, referida
por personas santas y fidedignas en la sinceridad de la confesión.

CAPITULOL

DE CÓMO SE APARECIÓ A CIERTO RELIGIOSO

Hubo en la ciudad de Colonia una venerable matrona que amó a fray Enrique en vida con
extraordinaria devoción. Rogóle cierto día le prometiese que se le aparecería después de
su muerte si fallecía él primero. Accedió a los ruegos de la señora mientras no se
opusiera al beneplácito divino.

Habiendo muerto, aguardaba ella y ardía en deseos de ver realizada la promesa. Habíase
acostumbrado a agitarse bajo el impulso de la tentación, padeciendo graves inquietudes
acerca de la fe de parte del adversario sobre si las almas de los difuntos seguían viviendo
o eran aniquiladas con la muerte. Después de esperar y desear por mucho tiempo, nada
se le apareció. Con ello crecía: grandemente la tentación y decíase ella para sí: “Si algo
de verdad hubiera en la vida futura que nos predican, aquel a quien tanto amé me habría
cerciorado de ello.”

Mientras así se afligía, consumiéndose en su corazón, he aquí que fray Enrique se


apareció a un varón religioso y le dice: “Vete a aquella matrona”, llamándola por su propio
nombre, nombre que hasta entonces ignoraba aquel hombre, pues habiéndoselo
cambiado en sus años infantiles por devoción, había prevalecido al nombre de pila, todo
lo cual comprendió por vez primera aquel varón con la explicación que de ello le dio fray
Enrique, “Vete a ella –le dijo– y, después de saludarla en mi nombre, añades: esto y
aquello hiciste hasta ahora. No obrarás así en adelante, sino que guardarás tal y tal otra
conducta.” Eran unos actos tan ocultos, que nadie sino ella los conocía.

Al tiempo que le decía estas cosas, notó aquel buen hombre que llevaba una piedra
preciosa en el pecho, sobremanera luminosa y radiante, y una especie de muro enjoyado
ante su rostro, en el que se regalaba su mirada. Y le preguntó: ¿Qué significa, señor mío,
esta gema tan brillante en vuestro pecho y este muro precioso?". A lo que respondió: "La
piedra preciosa es un indicio de la limpieza de mi corazón, que guardé en el siglo, y
cuando la miro, me inundo de consuelo. Este muro es aquella parte del edificio del Señor
que con mis consejos, predicaciones y confesiones levanté.”

Entretanto se presentó la Reina del cielo y Madre de misericordia, la Virgen María, y al


acercarse dijo fray Enrique al vidente: “Esta es mi Señora, Madre del Salvador, que me
escogió para su servicio; calcula cuánta será mi consolación en su compañía.” Y diciendo
esto se fue con ella y juntos desaparecieron.

Llegó aquel buen hombre y refirióle ordenadamente a la matrona, descubriéndole algunas


de aquellas cosas más secretas que le habían sido reveladas, entre otras señaladas, para
probar la verdad de la aparición. Inundada ella de consuelo, quedó aliviada de la pesadilla
de la tentación.

Pero más dulcemente la consolaba lo que más tarde experimentó ella misma. Estando un
día reclinada sobre un arca en su aposento, repasando con piadosa delectación una
antigua carta de fray Enrique, llegó a un pasaje que decía: “Recostaos y extinguid la sed
de vuestra alma sobre el dulce pecho de Jesús.” Enardecida al recordar estas palabras,
como si las escuchase de boca de uno que vive y está presente, fue arrebatada en
espíritu y se vio a un lado del Corazón de Cristo; al otro estaba fray Enrique. Gustó en el
arrobamiento tan profunda y maravillosa consolación divina, que, embriagada
completamente por aquel torrente de espiritual dulcedumbre, no se dio cuenta de las
voces de las criadas, que la llamaban a la mesa, donde su marido la esperaba. Por fin,
volviendo en sí de aquella meliflua embriaguez del espíritu, recuperó los sentidos.

Terminados estos relatos de fray Enrique, prosigamos lo que falta.

CAPITULOLI
DEL PRIMER CAPITULO CELEBRADO EN BOLONIA

El año del Señor 1220 se celebró en Bolonia el primer Capítulo general de la Orden, al
que asistí personalmente, enviado de París con otros tres frailes. Porque el Maestro Santo
Domingo en sus letras había ordenado que fueran enviados cuatro frailes de París al
Capítulo de Bolonia. Cuando recibí el mandato de asistir, aún no llevaba dos meses en la
Orden.

En aquel Capítulo, por común acuerdo de los frailes, se estableció que los Capítulos
generales se celebrasen un año en Bolonia y otro en París, quedando en que el año
siguiente se celebrara en Bolonia.

Se ordenó también que en lo sucesivo no tuviesen nuestros frailes posesiones o rentas y


que renunciasen a las que tenían en tierras de Tolosa.

Otras muchas cosas se determinaron allí, que hasta hoy se observan.

CAPITULOLII

DEL NOMBRAMIENTO DE FRAY JORDÁN PARA PROVINCIAL DE LOMBARDIA Y DE


LOS FRAILES ENVIADOS A INGLATERRA

El año de 1221, en el Capítulo general de Bolonia, me impusieron el oficio de prior


provincial de Lombardía. Cuando llevaba un año en la Orden y las raíces no habían
ahondado lo suficiente, me pusieron a gobernar a los demás, siendo así que no había
aprendido a regir mi vida imperfecta. En este mismo Capítulo se envió una comunidad de
frailes a Inglaterra, con fray Gilberto por prior.

No estuve presente en dicho Capítulo.

CAPITULOLIII

DE FRAY EVERARDO, QUE FUE ARCEDIANO


DE LANGRES

Ingresó entonces en París fray Everardo, arcediano de Langres, varón muy virtuoso,
decidido y prudente. Como era muy conocido y famoso en el siglo a causa de su gran
autoridad, tanto más edificó con su ejemplo al abrazar la pobreza.

Destinado conmigo –amábame tiernamente– para Lombardía, emprendió el camino con


grandes deseos de ver al Maestro Domingo. Por todas las partes de Francia y Borgoña,
que recorrimos juntos, en que antes había sido famosísimo, predicaba a Cristo
menesteroso y pobre, al que llevaba en su cuerpo , hasta que enfermo en Lausanne,
donde fuera en otro tiempo elegido obispo, no queriendo aceptar tal dignidad, terminó
esta vida breve y miserable con muerte prematura, pero dichosa.
Poco antes de morir, después de ser desahuciado por los médicos, cosa que a él se le
ocultaba, me dijo: “Si he de morir a juicio de los médicos, ¿por qué no se me dice?. Bien
está ocultar esto a quienes el pensamiento de la muerte es amargo. A mí no me aterra la
muerte . Nada tiene que temer quien, al destruirse la tienda de nuestra mansión terrena
que es esta carne miserable espera en feliz trueque una casa no hecha por manos de
hombre, eterna en los cielos" . Murió, pues, entregando el cuerpo a la tierra; el espíritu, al
Creador.

De su feliz muerte fue para mí saludable indicio que al expirar, temiendo ser invadido por
el dolor y la turbación, fui, por el contrario, henchido de tan grata devoción y gozo, que mi
conciencia no permitía más llorar al que había partido para los goces eternos.

CAPITULOLIV

DE LA MUERTE DE SANTO DOMINGO

Entre tanto, acercándose el tiempo de su peregrinación, el Maestro Domingo enfermó


gravemente en Bolonia.

Estando en el lecho del dolor, llamó a doce de los frailes más discretos y empezó a
exhortarles al fervor, al celo por la Orden y a la perseverancia en la santidad
inculcándoles que evitasen todo trato que pudiera parecer sospechoso con mujeres, sobre
todo jóvenes.

Porque es siempre halagador y muy a propósito para seducir a las almas todavía no
purificadas . “A mí –añadió– hasta esta hora, la misericordia divina me ha conservado en
la incorrupción de la carne. Confieso, sin embargo, no haberme librado de la imperfección
de haberme agradado más conversar con las jóvenes que con las mujeres de mucha
edad.”

Antes de su muerte aseguró confiado a los frailes que les sería más útil después de
muerto. Sabía a quién había confiado el depósito de sus trabajos y de su fecunda
existencia, no dudando que le estaba preparada la corona de justicia , alcanzada la cual
sería tanto más poderoso en obtener gracias cuanto más seguro entrase en los dominios
del Señor.

Aumentándose el dolor de sus padecimientos, minado a la vez por el flujo y la fiebre,


aquella alma piadosa, desligada de la carne, voló al Señor, que la había creado, trocando
este lúgubre destierro por el consuelo eterno de la celeste morada .

CAPITULOLV

DE LA VISIÓN QUE TUVO FRAY GUALA EN LA MUERTE DE SANTO DOMINGO


El mismo día y a la misma hora, fray Guala, prior de Brescia, más tarde Obispo de la
misma ciudad, estaba reclinado y ligeramente dormido en el lugar de la campana, cuando
vio que los cielos se abrían y de ellos descendían dos escalas blancas. Una de ellas
sosteníala Cristo en la altura y otra su santísima Madre. Por ambas subían y bajaban los
ángeles. En la parte más baja, entre las dos escaleras, había una silla, y en ella,
sentábase un fraile de la Orden con el rostro velado por la capucha, es costumbre
sepultar a nuestros muertos.

Cristo, el Señor, y su santísima Madre iban tirando poco a poco las escalas, hasta que
llegó a la cumbre el que en la parte inferior fuera colocado. Así fue recibido en el cielo,
con inmenso esplendor y cantos angélicos. Se cerró aquella abertura deslumbrante del
cielo y desapareció toda la visión.
El fraile que tuvo esta aparición, como se hallase muy débil y enfermo, recuperó al
instante las fuerzas, partió inmediatamente para Bolonia, donde pudo comprobar que el
mismo día y a la misma hora había muerto el siervo de Cristo Domingo, según lo oímos
de sus mismos labios.

CAPITULOLVI

DE LA SEPULTURA DEL MAESTRO DOMINGO Y DE LOS MILAGROS QUE EN ELLA


SE OBRARON

Volvámonos algo todavía a las venerables exequias del bienaventurado varón.

Por los días en que ocurrió su muerte hacía de legado pontificio en Lombardía el
venerable cardenal obispo de Ostia, hoy Romano Pontífice Gregorio, que había venido a
Bolonia. Con este motivo, muchos señores poderosos y prelados de la Iglesia se hallaban
también presentes.

Al saber la muerte del Maestro Domingo, a quien había tratado familiarmente y amado
con grandísimo afecto, conocedor de su virtud y santidad, se presentó y quiso celebrar él
mismo el oficio de la sepultura, estando allí presentes muchos que supieron su dichoso
tránsito y eran testigos de la santidad de su vida. Todos ellos estaban convencidos que
había recibido ya la estola de la inmortalidad .

Desprecio del mundo predicaba en aquellas exequias el ver cuán seguro es para
conseguir una muerte preciosa y un descanso eterno en la sublime mansión desdeñar la
vileza de este mundo.

Esto despertó la devoción del vulgo y la reverencia de los pueblos. Muchos atribulados de
diversas enfermedades y dolencias acudían a su sepulcro, permaneciendo allí día y
noche hasta alcanzar el remedio de sus males. Entonces testificaban sus curaciones
suspendiendo en el sepulcro del Santo exvotos de cera en forma de ojos, manos, pies y
de otros miembros, según hubieran sido las enfermedades o la salud devuelta de tan
diversas maneras.

En medio de estos prodigios, apenas hubo un fraile que supiera agradecer estos favores
divinos. Muchos creyeron que no debían aceptarse los milagros, no fuese que bajo manto
de piedad cobrasen fama de interesados.

De esta suerte, guardando su fama con una santidad indiscreta, postergaron el común
provecho de la Iglesia y sepultaron la gloria divina.

Consta que en vida resplandeció en virtudes y brilló en milagros, acerca de los cuales
hemos oído contar muchas cosas, pero, por la discrepancia de los narradores, no han
sido consignados aún por escrito, no sea que por contar una cosa sin plena certidumbre
engendrase la duda en los lectores.

Séanos lícito referir algunos de los que con mayor certeza llegaron a nosotros.

CAPITULOLVII

DE LA RESURRECCIÓN DE UN JOVEN EN ROMA

Estando en Roma ocurrió que un adolescente, sobrino del cardenal Esteban de


Fossanova, montando a caballo, emprendió incautamente una carrera vertiginosa; fue
arrojado a tierra, y, en estado gravísimo, era llevado entre sollozos. Creíanlo moribundo o
acaso muerto del todo.

Cuando más crecía la angustia alrededor del difunto, se presentó el Maestro Domingo con
fray Tancredo, varón bueno y fervoroso, prior en la misma ciudad de Roma y autor de
esta relación. Díjole fray Tancredo: “¿Por qué disimulas?, ¿por qué no interpelas al
Señor?, ¿dónde está tu compasión por el prójimo?, ¿dónde tu confianza en Dios?”.
Conmovido por la exhortación del fraile y vencido por su compasión abrasadora,
encerrado con el joven en una habitación, por virtud de sus oraciones le volvió a la vida,
mostrándole sano y salvo a todos.

CAPITULOLVIII

DE CÓMO CONTUVO LA LLUVIA


CON LA SEÑAL DE LA CRUZ

Me contó también fray Bertrán, de quien hicimos mención al referir su traslado a París,
que viajando con él, en cierta ocasión, se desencadenó sobre ellos una gran tempestad y
la lluvia inundaba ya los caminos, cuando el Maestro Domingo, haciendo la señal de la
cruz, contuvo ante sí el aguacero, de tal manera que al andar tenían siempre a tres codos
de distancia una densa cortina de agua, sin que una sola gota salpicara la extremidad de
sus vestidos.

Muchas curaciones de enfermedades han llegado a conocimiento nuestro, que hasta el


presente no se han escrito, indicio de su santidad.

CAPITULO LIX

DE LA FISONOMIA ESPIRITUAL DE SANTO DOMINGO

Por lo demás, lo que es de mayor esplendor y magnificencia que los milagros, estaba
adornado de costumbres tan limpias, dominado por tal ímpetu de fervor divino, que
revelaban plenamente en él un vaso de honor y de gracia, un vaso guarnecido de toda
suerte de piedras preciosas .

Su ecuanimidad era inalterable, a no ser cuando se turbaba por la compasión y


misericordia hacia el prójimo. Y como el corazón alegra el semblante , la hilaridad y
benignidad del suyo transparentaban la placidez y equilibrio del hombre interior.

Tal constancia mostraba en aquellas cosas que entendía ser del agrado divino, que, una
vez deliberada y dada una orden, apenas se conocerá un caso en que la retractase.

Y como la alegría brillase siempre en su cara, fiel testimonio de su buena conciencia,


según se ha dicho, la luz de su semblante, sin embargo, no se proyectaba sobre la tierra.

Con ella se atraía fácilmente el afecto de todos; cuantos le miraban quedaban de él


prendados. Dondequiera se hallase, fuese de viaje con sus compañeros, en las casas con
los hospederos y sus familiares, entre los magnates, los príncipes y los prelados, siempre
tenía palabras de edificación y abundaba en ejemplos, con los cuales inclinaba los ánimos
de los oyentes al amor de Cristo y al desprecio del mundo. En todas partes, sus palabras
y sus obras revelaban al varón evangélico. Durante el día, nadie más accesible y afable
que él en su trato con los frailes y acompañantes.

Por la noche, nadie tan asiduo a las vigilias y a la oración. En las Vísperas demoraba el
llanto, y en los Maitines, la alegría . Dedicaba el día a los prójimos; la noche, a Dios;
sabiendo que en el día manda el Señor su misericordia, y en la noche, su cántico .
Lloraba abundantemente con mucha frecuencia, siendo las lágrimas su pan de día y de
noche ; de día principalmente cuando celebraba la santa misa, y de noche, cuando se
entregaba más que nadie a sus incansables vigilias.

Era costumbre tan arraigada en él la de pernoctar en la iglesia, que parece haber tenido
muy rara vez lecho fijo para descansar. Pasaba, pues, la noche en oración, perseverando
en las vigilias todo el tiempo que podía resistir su frágil cuerpo. Y cuando venía el
desfallecimiento y el espíritu cansado reclamaba el sueño, entonces descansaba un poco,
reclinando la cabeza delante del altar o en algún otro sitio, o sobre una piedra, como el
patriarca Jacob , para volver de nuevo al fervor del espíritu en la oración. Todos los
hombres cabían en la inmensa caridad de su corazón, y, amándolos a todos, de todos era
amado.

Consideraba ser un deber suyo alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran
, y, llevado de su piedad, se dedicaba al cuidado de los pobres y desgraciados.

Otra cosa le hacía también amabilísimo a todos: que, procediendo siempre por la vía de la
sencillez, ni en sus palabras ni en sus obras se observaba el menor vestigio de ficción o
de doblez.

Verdadero amigo de la pobreza usaba siempre vestidos viles. En la comida y en la bebida


era templadísimo: rechazaba las viandas delicadas, gustoso se contentaba con un solo
plato y usa del vino aguándolo de tal forma y tenía tal imperio sobre su carne, que atendía
a las necesidades corporales sin embotar la sutileza de su espíritu.

¿Quién será capaz de imitar en todo la virtud de este hombre? Podemos admirarla, y a su
vista considerar la desidia de nuestros días: poder lo que él pudo fruto es no ya de virtud
humana sino de una gracia singular de Dios, que podrá reproducir en algún otro esa
cumbre acabada de perfección. Mas para tan alta empresa, ¿quién será idóneo?.

Imitemos, hermanos, en la medida de nuestras fuerzas, las huellas paternas, dando al


mismo tiempo gracias al Redentor, que concedió tal caudillo a sus siervos por él
regenerados, y pidamos al Padre de las misericordias que, regidos por aquel espíritu que
mueve a los hijos de Dios, caminando por las sendas de nuestros padres , merezcamos
llegar sin descarríos a la misma meta de perpetua felicidad y sempiterna bienandanza en
la que nuestro Padre felizmente ya entró. Amén.

CAPITULO LX

DE LA VEJACIÓN SUFRIDA POR FRAY BERNARDO


DE PARTE DEL DEMONIO

Terminado el relato de aquellas cosas que debía recordar acaecidas en los días del
Maestro Domingo, quedan por referir algunos hechos ocurridos después. Habiendo
fallecido en Lausanne, según dijimos, fray Everardo, proseguí el viaje hasta entrar en
Lombardía para desempeñar el cargo que me habían impuesto en aquella Provincia.
Había entonces allí un tal fray Bernardo de Bolonia atormentado por un cruel espíritu,
hasta el punto que de día y de noche se agitaba violentamente, causando gran disturbio
entre los frailes. No hay duda que esta tribulación venía dispuesta por la misericordia
divina para ejercitar la paciencia de sus siervos.

Pero voy a contar cómo vino esta prueba a dicho fraile. Después de su entrada en la
Orden, estimulado por el dolor de sus pecados, deseaba a menudo que el Señor le
infligiese alguna prueba purgativa. Representábasele con frecuencia a su ánimo si quería
ser afligido con la posesión diabólica. Horrorizábase con ello y no podía consentir. Por fin,
después de mucho deliberarlo, sintiéndose en cierra ocasión más indignado por sus
pecados, consintió en su ánimo que su cuerpo, para purificarse, fuese entregado al
demonio, según él me lo refirió. Y al punto, lo que había concebido en su corazón, se
verificó, por permisión divina, en realidad.

Muchas cosas admirables por labios suyos profirió el demonio. Algunas veces, el poseso,
que no era muy perito en Teología y en conocimientos escriturísticos, decía tan profundas
sentencias acerca de los mismos, que aun pronunciadas por San Agustín se juzgarían
dignas de encomio.

Gloriábase muchísimo, llevado de la soberbia, de que alguno prestase oído a sus pláticas.

De vez en cuando me proponía que, si yo dejaba de predicar, también cesaría de tentar a


los frailes. “Lejos de mí –le respondí– aliarme con la muerte, pactar con el infierno. Con
tus tentaciones, muy a pesar tuyo, aprovecharán los frailes y se robustecerán en la vida
de la gracia, pues tentación y prueba es la vida del hombre sobre la tierra" .

Esforzábase con fraudulentas y paliadas razones por sembrar en nuestros corazones la


semilla de su maldad; mas, cuando lo advertí, le dije: “¿Por qué tantas veces redoblas con
nosotros tus engaños?. No ignoramos tus intenciones”. Respondió él: “y yo conozco tu
condición: lo que al primer ofrecimiento rechazas y desprecias, admitirás al fin fácil y
gustoso, vencido por mi importunidad.” Escuchen bien esto los soldados de Cristo para
quienes la lucha no es contra la carne o la sangre, sino contra los príncipes y potestades
de estas tinieblas, contra los celestes espíritus del mal , para que aprendan por la
continua diligencia de sus mismos enemigos a permanecer en su fervor y evitar la flojedad
de su espíritu enervado.
Y lo que es más, otras veces usaba, como si predicase, de tan eficaces razones, que con
su modo de pronunciarlas, tan piadosas y profundas a la vez, arrancaba copiosas
lágrimas a los corazones de los oyentes.

De modo maravilloso perfumaba de vez en cuando con suavísimos olores, superiores a


todos los que hacen los hombres, el cuerpo del fraile poseso. Esta forma de tentación
procuró malévolamente en mí mismo simulando hallarme gravemente atormentado con
aquellos perfumes que parecían traídos por un ángel del cielo, cuando era él mismo quien
tendía aquellas celadas para sugerir una temeraria presunción de santidad.

CAPITULOLXI

DE LA TENTACIÓN DEL OLOR PROCURADO


POR EL DEMONIO

Cuando en cierta ocasión afligió gravemente en presencia nuestra a aquel religioso,


comenzó a simular turbación y a decir en voz potente: “¡Mira qué olor, mira qué olor, mira
qué olor!”. Y al poco rato, habiéndose derramado aquel perfume sobre el fraile, demostró
con rostro y voz simulados el horror y desprecio que padecía. Y me dijo: “¿Sabes lo que
más aborrezco?. Mira, el ángel de este fraile, que le consuela con muy suaves perfumes,
se llegó, y con su regalo me produjo gran tormento; pero yo te traigo de mis tesoros
ungüentos de otro género, con los que yo suelo obsequiar.” No bien hubo terminado de
hablar, llenó el aire de hedores sulfurosos, pretendiendo con ello paliar el engaño del
anterior perfume.

Como hiciese lo mismo conmigo, desconfiando de mis méritos, andaba yo muy perplejo
dudando en aquella incertidumbre hacia dónde dirigiría mis pasos, envuelto siempre en
aquella penetrante fragancia. Apenas me atrevía a sacar las manos, temeroso de perder
aquella suavidad cuya naturaleza aún desconocía. Si llevaba el cáliz, como suele llevarse
el Cuerpo del Señor, percibía tal suavidad y olor maravilloso saliendo de la copa, que la
grandeza de tanta dulzura era capaz de transmutarme enteramente.

Mas no permitió el Espíritu de la Verdad que durasen mucho tiempo las añagazas del
espíritu del mal, pues cierto día, antes de celebrar la misa, mientras rezaba atentamente
el salmo “Iudica, Domine, nocentes me” eficaz para rechazar las tentaciones, al meditar el
verso “Todos mis huesos dirán, ¿quién hay, Señor, semejante a Ti?” , repentinamente se
derramó sobre mí la inmensidad de aquella dulcísima fragancia que parecía inundar las
mismas médulas de mis huesos.

Estupefacto y sorprendido por el suceso tan desacostumbrado, rogué al Señor que, si


estas cosas procedían de asechanzas diabólicas, se dignase revelármelo y no me
permitiese más que fuese atormentado por el poderoso el pobre que no contaba con
ayuda alguna. En acabando mi oración al Señor, sea dicho en alabanza suya, recibí tanta
luz interior, indicio tan claro de certidumbre por la verdad que se me infundió, que ya no
dudé más que todo aquello eran ficciones del enemigo engañador.

Descubierto el misterio de la iniquidad, cercioré a aquel fraile de la tentación diabólica y


cesó en ambos la emanación olorosa. Entonces comenzó a maldecir y proferir torpezas el
que antes acostumbraba a decimos pláticas tan devotas. Preguntándole: “¿Dónde están
tus hermosos sermones?”, me respondió: “Descubierto el secreto de mi fraude, voy a
obrar el mal manifiestamente.”

CAPITULOLXII

DE LA INSTITUCIÓN DE LA ANTÍFONA "SALVE REGINA" DESPUÉS DE COMPLETAS

Esta vejación tan cruel de fray Bernardo fue la causa que nos movió a ordenar en Bolonia
se cantase después de Completas la antífona Salve Regina. De esta casa comenzó a
propagarse por toda la provincia de Lombardía y al fin en toda la Orden triunfó la piadosa
y saludable costumbre. ¿Cuántas lágrimas de devoción no arrancó esta santa alabanza
de la santísima Madre de Cristo? ¿Cuántos afectos no conmovió al cantarla o al
escucharla, qué dureza no ablandó y a quiénes no excitó piadosos deseos en sus
corazones?. ¿O no creemos que la Madre de nuestro Redentor gusta de tales alabanzas
y se recrea con estos elogios?.
Contóme un varón religioso y fidedigno haber visto con frecuencia en espíritu mientras los
frailes cantaban “Ea, pues, abogada nuestra”, que la Madre de Dios se postraba ante la
presencia de su Hijo rogándole por la conservación de toda la Orden.

He querido recordar esto para excitar más en adelante hacia la Virgen la devoción de los
frailes que esto lean.

CAPITULOLXIII

DE LA EXHUMACIÓN DEL CUERPO DEL BIENAVENTURADO DOMINGO

Cuando se hizo la traslación de los restos del bienaventurado Domingo, apenas roto el
duro cemento con palas de hierro y se hubo levantado con gran dificultad la losa que
cubría el sepulcro, salió un perfume tan intenso, que superaba todos los aromas y no se
parecía a ningún olor natural. Brotaba no sólo de los huesos, cenizas y caja, sino también
de las manos de cuantos habían tocado esto, durando por muchos días .

CAPITULO LXIV

CARTA ENCICLICA SOBRE LA TRASLACIÓN DEL CUERPO DEL BIENAVENTURADO


DOMINGO

“A los amados frailes de la Orden de Predicadores, en el dilecto Hijo de Dios, fray Jordán,
humilde Maestro y siervo de la misma Orden, salud y gozo sempiternas.
En su inescrutable sabiduría suele la bondad divina diferir muchas veces el bien, no para
privar de él, sino para que esperando se logre con más abundancia en tiempo
conveniente. Fuere que Dios quería proveer más piadosamente a su Iglesia, fuere que en
todas las cosas ha de haber distintas opiniones, llevados de una simplicidad sin
prudencia, afirmaban que bastaba fuese conocida de Dios la inmortal memoria del siervo
del Altísimo Santo Domingo, Fundador de la Orden de Predicadores, y no debía
preocupar que llegase al conocimiento de los hombres.
Una cierta niebla encubría de tal suerte los corazones de los frailes, que apenas se
hallaba quien correspondiera con gratitud condigna al favor de la divina gracia.
Excitada después de la muerte del varón de Dios la devoción de los pueblos,
concurriendo muchos que andaban afligidos por diversas enfermedades y dolencias y
permaneciendo allí día y noche, confesaban haber recibido el remedio de la salud. Y así
traían los testimonios de sus curaciones en diversos exvotos de cera representando ojos,
manos, pies y otros miembros, según había sido su enfermedad corporal o la múltiple
salud recuperada, y los suspendían del sepulcro del bienaventurado varón. Ciertamente,
manifestaba con milagros en el mundo la vida gloriosa que poseía en el cielo.
Pareció a muchos que no debían recibirse estos milagros por no incurrir en la nota de
ambiciosos debajo de aquel pretexto.
Descolgaban, pues, y destruían las imágenes ofrecidas, y mientras con una santidad
indiscreta eran celosos de su propia opinión, no tuvieron en cuenta el común provecho de
la Iglesia, oscureciendo la gloria divina. Otros pensaban de distinto modo, pero batidos
por espíritu de pusilanimidad, no se oponían a ello.
Y así permaneció como adormecida y sin ninguna veneración de santidad, casi por
espacio de doce años, la gloria del bienaventurado Padre Santo Domingo.
Estaba, pues, escondido el tesoro sin prestar utilidad y sustraía los beneficios el supremo
Dador de las gracias. La equidad de la justicia exigía que se negasen los favores a
quienes se esforzaban en ocultar las gracias y la gloria de Dios. Porque el grano no
llegará a cuajar en fruto si cuando brota es pisoteado muchas veces .
Brotaba muchas veces la virtud de Domingo; pero la sofocaba la negligencia de sus hijos.
Él, paciente y muy misericordioso, aguardaba con paciencia; pero, no oyéndose voz ni
sentimiento que promoviese el culto debido al varón de Dios Santo Domingo, dio el Señor
ocasión que excitase la desidia de los frailes.
Creciendo en Bolonia el número de los religiosos, fue necesario ampliar casa e iglesia.
Para las nuevas edificaciones se derribaron las antiguas, y el cuerpo del siervo de Dios
quedó expuesto a la intemperie. ¿Quién, capaz de razonar, juzgaría digno que el espejo
de pureza, vaso de castidad, sagrario virginal, órgano del Espíritu Santo, el cuerpo de
aquel que en toda su vida, como declaró en su última confesión delante de doce frailes,
no arrojó del hospicio de su alma al dulce Huésped con culpa mortal, permaneciese así
cubierto en tan humilde sepulcro?. Vueltos, pues, en sí algunos frailes, trataban de
trasladarlo a un lugar más decoroso; pero ni esto querían hacer sin licencia del Romano
Pontífice. Verdaderamente, en muchas cosas se comprueba que la virtud de la humidad
se hace acreedora de la mayor exaltación. Podían ciertamente enterrar por sí a su Padre
los que eran a un tiempo hermanos e hijos; pero, al buscar para esto mayor autoridad,
obtuvieron un bien mejor; pues así esta traslación gloriosa no fue una traslación simple,
sino canónica.
Con todo, pasó algún tiempo mientras los frailes preparaban urna decente y otros fueron
al sumo pontífice Gregorio para solicitar su permiso. Más él, como varón de gran celo y fe,
los reprendió muy duramente por no haber tratado a tan gran Padre con el honor que se
debía. Y añadió: “Conocí a este varón, perfecto imitador de toda Regla apostólica, el cual
no dudo esté asociado en la gloria con los santos apóstoles.” Escribió luego al arzobispo
de Rávena que, por cuanto Su Santidad, embargado por muchos negocios, no podía
asistir personalmente, asistiese él con sus obispos sufragáneos.

Quiso así Dios todopoderoso, con la autoridad del Pastor de la Iglesia universal, poner de
manifiesto las nieblas del descuido; y él mismo abrió su mano desde lo alto y tronó con el
fragor de los milagros, para dar a entender de modo manifiesto que toda aquella corre de
la celestial Jerusalén se regocijaba con inmensa alegría y se congratulaba de que la gloria
de su gran conciudadano fuese revelada a los hombres. Pues los santos, excluido ya el
principio de la envidia y unidos íntimamente al amor divino, quieren extender a todos la
abundancia de su bendición, Alcanzan vista los ciegos, movimiento los cojos, salud los
paralíticos, hablan los mudos, se impera la fuga a los demonios, ceden las fiebres y
quedan desterradas diversas enfermedades y se muestra con claridad a todos la santidad
de Domingo, el elegido de Dios. A Nicolás, inglés, de mucho tiempo paralítico, vimosle
saltar del lecho en esta solemnidad. La enfermedad de un lobanillo incurable cedió al
hacer un voto. Sanan los apostemas y resplandecen clarísimamente otros muchos
milagros, leídos y expuestos en su canonización delante del Sumo Pontífice y los señores
cardenales. Ni es de maravillar que pudiera hacer estas cosas reinando con Dios quien,
vestido de carne mortal, sacó ileso de las llamas el libro de la fe; conoció proféticamente
que la Virgen Madre asistía a un fraile enfermo; contuvo la lluvia con la señal de la cruz;
encendió con su oración una candela en el bosque; libró a un novicio de los ardores con
que le abrasaba el vestido seglar; ahuyentó el demonio con la cruz; anunció a dos la
muerte del cuerpo y a otros dos la del alma; en Roma resucitó a dos muertos; en la hora
de la muerte vio a Cristo que le llamaba; a un discípulo que estaba diciendo misa se le
apareció coronado, y a otro fue mostrado en un trono de gloria que subían en dos escalas
blancas María Santísima y su Hijo. La bula de su canonización que despachó nuestro
señor el papa Gregario testifica otros muchos insignes milagros suyos y los fastigios
gloriosos de su virtuosa vida. Llegó, pues el célebre día de la traslación de este Doctor
eximio: concurre el venerable arzobispo de Rávena y una multitud de obispos y prelados;
afluye la devoción de una muchedumbre incontable de diversas regiones, vienen tropas
armadas de los ciudadanos de Bolonia para evitar que les quiten el santísimo cuerpo. Los
frailes están angustiados, pálidos, y oran tímidos, temiendo, dónde no había que temer ,
que el cuerpo de Santo Domingo, que tanto tiempo había estado expuesto a la
inclemencia de las lluvias y de los calores enterrado en un vulgar sepulcro, como un
cadáver cualquiera, al descubrirse apareciese lleno de gusanos, despidiendo repulsivo
hedor, y así se oscureciese la devoción a tan gran santo. No sabiendo qué hacer, no les
quedó otro consuelo que encomendarse enteramente a Dios.
Llegase la piadosa devoción de los obispos, lléganse otros con los instrumentos idóneos,
levantase la piedra, unida con fuerte argamasa al sepulcro, bajo la cual había una caja de
madera embutida en el mismo suelo como el venerable pontífice Gregorio la había
colocado siendo obispo de Ostia.
Había en la parte superior del arca un pequeño agujero, y apenas se levantó la losa,
comenzó a exhalarse por él un perfume maravilloso, cuya fragancia pasmó a todos los
presentes sin conocer su origen. Mandaron levantar la cubierta de la caja, y al punto
parece haberse abierto una apoteca de ungüentos, un paraíso de aromas, un jardín de
rosas, un campo de azucenas y violetas, una suavidad que superaba la de todas las
flores. Es víctima en otros tiempos Bolonia de un hedor intolerable, debido a los carros
que entran, pero cuando se abre el sepulcro del glorioso Santo Domingo, aquel olor, que
excede la suavidad de todos los perfumes, lo purifica todo. Pásmanse los circunstantes y
estupefactos caen en tierra. De aquí se originan llantos dulcísimos, mézclanse también
los gozos, el temor y la esperanza, y, sintiendo la suavidad del perfume maravilloso,
hacen el alma campo de batalla donde se empeñan en dulcísimos combates.
Sentimos también nosotros la dulcedumbre de esta fragancia, y damos testimonio de lo
que vimos y experimentamos. Porque nunca podíamos saciamos de este dulce olor,
aunque estuvimos mucho tiempo junto al cuerpo del heraldo de la palabra divina, Santo
Domingo. Aquella suavidad alejaba el fastidio, infundía devoción, suscitaba milagros. Si
se tocaba el cuerpo con la mano, con algún cordón o con otra cosa, quedaba impreso el
olor por mucho tiempo. Convenía ciertamente que aquel cuerpo que de modo tan
perspicuo había en vida conservado inmaculada su virginidad por la gracia de Dios, diese
testimonio de ella después de muerto para gloria y honra del Creador; que donde no se
había exhalado hedor de liviandad, emanase ahora suavidad de fragancia, y que quien
viviendo sobre la tierra fue órgano odorífero del Espíritu Santo por su limpieza virginal y la
posesión de todas las virtudes, ahora debajo de la tierra se convirtiese en alabastro de
olorosos ungüentos y que un perfume correspondiese al otro.
¡Oh aroma suavísimo! ¡Olor inefable, cuya suavidad, si hubiese olfateado el antiguo
patriarca Isaac, se alegrara en verdad y dijera: “He aquí el olor de mi hijo como el olor de
un campo al que Dios ha bendecido” . ¿Por ventura no bendijo el Señor a aquel de quien
testifica la palabra divina: “Este recibirá la bendición del Señor y la misericordia?” . ¿O es
que no le bendijo en verdad el Señor cuando le previno con tantas bendiciones, unas de
lo alto por la abundancia de las virtudes celestiales con que resplandeció en vida, otras
del abismo por la fragancia que después de muerto brotó del sepulcro? Por eso su
memoria persevera en bendición.
Era tan fuerte y tan admirable aquel olor, que por su inusitada suave olencia superaba a
todos los aromas y no se parecía a ningún aroma de cosa natural. No sólo estaba
adherido a los huesos, polvos y urna del sagrado cuerpo, sino que se comunicaba a
cualquier cosa que se les juntase, de suerte que llevado el objeto a lejanas regiones,
conservaba largo tiempo el aroma. En las manos de los frailes que tocaron las
sacrosantas reliquias de tal manera se pegó, que por mucho que se lavasen y frotasen
durante muchos días, conservaban las huellas de la fragancia.
Diferentes personas de la ciudad recibieron el beneficio de varias curaciones al contacto
de los polvos sagrados. Tan prudente y suavemente dispuso las cosas la sabiduría del
Redentor, que sirvió para vivificar los cuerpos muertos el cuerpo de aquel cuya lengua
feliz cuando vivía fue medicina saludable de las almas enfermas, y fuese tenida entre los
mortales por digna de toda veneración, debido a aquellos resplandecientes milagros,
aquella carne santísima que por la gloria de la virginidad había sido hermana de los
ángeles. ¿Qué extraño es que guardase virtudes espirituales el polvo de aquel cuerpo en
que el Espíritu de Dios, distribuidor de todas las virtudes, había morado tanto tiempo?.
Fue llevado el cuerpo a un sepulcro de mármol para sepultarlo allí con sus propios
aromas. Salía del santo cuerpo un olor maravilloso que pregonaba a todos de modo
evidente ser olor de Cristo el Santo.
Celebró la misa solemne el arzobispo, y siendo el tercer día de Pentecostés, entonó el
coro el Introito “Recibid el gozo de vuestra gloria, dando gracias a Dios, que os llamó a los
reinos celestiales”, voces que los frailes escucharon en medio de su regocijo como salidas
del cielo. Suenan las trompetas, y los pueblos encienden una multitud innumerable de
antorchas, celébranse decorosas procesiones y en todas partes se bendice el nombre de
Cristo.
Fueron dadas estas letras en la ciudad de Bolonia, a 24 de mayo del año del Señor 1233,
indicción VI, ocupando la Sede romana Gregorio IX y gobernando el Imperio Federico II, a
honra y gloria de Nuestro Señor Jesucristo y de Su siervo fidelísimo el bienaventurado
Domingo.”

CAPITULOLXV
PLEGARIA AL BIENAVENTURADO PADRE DOMINGO

Sacerdote santísimo de Dios, confesor admirable, predicador eminente, beatísimo Padre


Domingo, virgen, elegido del Señor, grato y amado de Dios con predilección; glorioso en
vida, doctrina y milagros: nos gozamos en tenerte por eficaz intercesor ante el Señor, Dios
nuestro. A ti, a quien venero con especial devoción entre los Santos y elegidos de Dios,
clamo desde lo íntimo de mi corazón en este valle de miserias. Ruégote, Padre
piadosísimo, socorras a mi alma pecadora, privada de toda virtud y gracia y envuelta en
las manchas de muchos defectos y pecados.
Sé propicio a mi alma culpable y desdichada, ¡oh alma bendita y bienaventurada del varón
de Dios, enriquecida con la bendición copiosa de la gracia divina! Pues no sólo tú fuiste
llevada al descanso dichoso, a la mansión de la paz y a la gloria celestial, sino que el
ejemplo de tu admirable vida atrajo a otros muchos a esta misma bienaventuranza,
incitados por sus dulces consejos, instruidos por tu sana doctrina e imitados por tu
ferviente palabra. Séme, pues, propicio, bienaventurado Domingo, e inclina tus piadosos
oídos a la voz de mi súplica.
Refugiándose en ti mi pobre y necesitada alma, se prosterna en tu presencia con cuanta
humildad puede; se esfuerza en presentarse lánguida a tus pies; moribunda, intenta, en
cuanto puede, suplicarte, rogándote que con tus poderosos méritos e intercesión piadosa
te dignes vivificarla, sanarla y henchirla con el don de tu copiosa bendición. Yo sé y estoy
seguro que puedes, confío en tu gran caridad que quieres y espero de la inmensa
misericordia del Salvador que alcanzarás de Él cuanto pidieres.
Espero, ciertamente, de tu íntima amistad con Jesucristo, tu muy amado, y elegido entre
todos, que nada te negará; pues ante El, que, aunque Dios y Señor, es, sin embargo,
amigo tuyo, obtendrás cuanto quieras. ¿Qué podrá el amado negar a quien tanto le ama?
¿Qué no dará a aquel que abandonándolo todo se entregó a sí mismo y a todas sus
cosas?. Así realmente lo creemos y así te alabamos y veneramos.
Tú en tu más tierna edad, consagraste tu virginidad al Esposo de las Vírgenes.
Tú, hermoseado por el agua bautismal y adornado por el Espíritu Santo, ofreciste tu alma
al Rey de los reyes en el altar de tu castísimo amor.
Tú, educado desde un principio en la vida cristiana enderezaste tus pasos hacia la
cumbre de la santidad.
Tú, creciendo de virtud en virtud, marchaste siempre adelante en el camino de la
perfección.
Tú hiciste de tu cuerpo una hostia viva, santa y grata a Dios.
Tú, instruido por magisterio divino, te consagraste enteramente al Señor.
Tú, emprendiste resueltamente el camino de la santidad, desprendiéndote de todo lo
temporal para seguir desnudo a Cristo desnudo y prefiriendo atesorar para la vida eterna
antes que para la presente.
Tú, negándote ardorosamente a ti mismo y tomando virilmente tu cruz, te esforzaste en
imitar los ejemplos de nuestro Maestro y Redentor.
Tú, devorado por el celo de Dios y por el fuego de lo alto te consagraste al servicio de la
religión apostólica incitado por tu excesiva caridad y siguiendo tus ansias de perfección
evangélica y para tan noble fin instituiste la Orden de Predicadores, realizando de este
modo los designios divinos.
Tú, con tus gloriosos méritos y ejemplos, iluminaste la santa Iglesia, dilatada por todo el
orbe.
Tú, dejando esta cárcel corporal, ascendiste gloriosamente a la patria de los elegidos.
Tú, ceñida la estola de gloria, asistes ante el trono de Dios para interceder por nosotros.
Te ruego, pues, que me ayudes a mí y a todos los que me son gratos; como también a
todo el clero, al pueblo universal y al piadoso sexo de las mujeres; tú, que con tanto celo
anhelaste la salvación del género humano.Tú, entre todos los santos, eres mi esperanza y
mi consuelo después de la bienaventurada Reina de las vírgenes.Tú eres mi refugio
predilecto. Acude, pues, propicio en mi socorro. A ti únicamente me acojo, a ti me acerco
confiado, a tus pies, humilde, me prosterno.
A ti, suplicante, invoco e imploro como Patrono; a ti me encomiendo con devoción;
dígnate, pues, te ruego, recibirme, guardarme, protegerme con bondad para que, con la
ayuda de tu protección merezca alcanzar la deseada gracia de Dios, encontrar su
misericordia, y obtener al fin para mi salvación los remedios de la vida presente y futura.

Alcánzame todo esto, ¡oh maestro!, alcánzamelo; ¡que todo sea así, te suplico, caudillo
egregio, Padre Santo, bienaventurado Domingo!. Socórreme, te ruego y a todos los que te
invocan; sé para nosotros verdadero Domingo, esto es, custodio vigilante del rebaño del
Señor. Vela siempre por nosotros y gobierna a los que están encomendados. Corrígenos,
y corregidos, reconcílianos con Dios; y después de este destierro preséntanos gozoso al
Señor y a nuestro salvador Jesucristo, Hijo muy amado y altísimo de Dios, cuyo honor,
alabanza, gloria, gozo inefable y eterna felicidad, con la gloriosa Virgen María y toda la
corte de moradores celestiales, permanece sin fin por los siglos de los siglos.
Así sea.

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