Hegel China
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Hegel China
CHINA
Observación preliminar
chámente unidos; hay dos jefes de un imperio, pero de tal suerte que
cada jefe por sí tiene un imperio propio. La aproximación política de am
bos es de fecha posterior. China se ha unido con Mongolia y, sin em
bargo, ha permanecido lo que era. China es señora del otro imperio.
' 1254-1323. Viajó por Asia de 1271 a 1295, y murió, siendo miembro del Se
nado de su patria, Venecia. Su libro de viajes, escrito en francés, fue compuesto en
1298-99.
China 223
2. Historia de China
' Joh. von Müller: Versuch líber die Zeiirecbnungen der Vorwelt [Ensayo sobre
las cronologías del mundo primitivo], 1806. Obras completas, Tubinga, 1810. t. 8,
p. 201.
China 225
la madera, los metales y la tierra. Los cinco cuidados del hombre son: la
figura exterior, el lenguaje, la vista, el oído y los pensamientos. Sobre
ellos se hacen consideraciones: el exterior debe ser blanco y limpio, el len
guaje preciso, etc.
El Schu-King no es, por tanto, una obra histórica, propiamente, sino
una colección de referencias sueltas, relatos sin conexión ni continuidad
precisa. El contenido está formado por órdenes del emperador a un mi
nistro, a quien enseña buenas doctrinas; o las enseñanzas de un ministro
a un joven príncipe; o el nombramiento de un general, con las instruc
ciones correspondientes. Los sucesos solo aparecen accesoriamente; la his
toria se suple según los casos. En otros pueblos, las tradiciones constituyen
una historia de las hazañas de sus héroes; aquí los discursos de los prín
cipes y ministros constituyen el contenido capital, con el fin de afirmar
la felicidad de los súbditos. Así pregunta Yao en el capítulo primero:
¿A quién encargaré de proteger el país contra las inundaciones? Los mi
nistros proponen a un hombre; pero el emperador responde: Os equivo
cáis; este hombre se finge modesto y atento, pero está lleno de orgu
llo, etc.
Además de estos tres libros fundamentales, que son especialmente ve
nerados y estudiados, hay otros dos, menos importantes, el Li-ki (o Li-
king), que contiene los usos y ceremonial ante el emperador y los funcio
narios (con un apéndice, Yo-king, que trata de la música), y el TschuH-tsíu,
crónica del imperio de Lu, en donde actuó Confucio. Estos libros son la
base de la historia, costumbres y leyes de China,
Los chinos tienen además narraciones sobre sus tiempos primitivos,
que comprenden desde los primeros comienzos del imperio. Unas vienen
comunicadas por la tradición; otras están conservadas en fragmentos. Se
parecen al estilo en que se ha escrito psicológicamente la historia de la
Humanidad en los tiempos modernos. Refieren que los hombres vivieron
primero en los bosques y como los animales, alimentándose de frutas cru
das y vistiéndose de pieles. Solo se distinguían de los animales por el
hecho de tener un alma, capaz de infundirles repugnancia hacia la vida
animal. Este alma enseñó un día a un hombre, que fue por ello el jefe
de los demás, a fabricar habitaciones con las ramas de los árboles, a hacer
fuego y a guisar. Hoang-ti aprendió más tarde a construir casas con troncos
de árboles. Los hombres aprendieron también de sus príncipes a observar
las estaciones, a practicar el comercio, etc. Entre estos primeros príncipes
es singularmente digno de notar Fohi, quien, al ser elegido jefe, puso por
condición que habría de ser reconocido como señor y emperador. Fohi
estableció el cargo de ministro, el matrimonio, el uso de los animales de
carga, etc.; levantó casas de ladrillo, inició el cultivo de la seda y la cons
trucción de puentes, inventó el carro, el arco y la flecha, etc. Debe distin
guírsele de Fo, figura divina, que corresponde al Buddha de los indios. Se
le atribuyen también la invención de las Koa y la doctrina de que la razón
China ¿27
viene del cíelo. Sin embargo, todo esto se refiere también de Hoang-ti,
cuyo 61" año de reinado inaugura una nueva época, como ya hemos dicho.
Fohi habría vivido en el siglo xxix antes de J. C., o sea, antes del tiempo
en que empieza el Schu-King; pero lo mítico y prehistórico es tratado por
los historiadores chinos enteramente como lo histórico. Por lo demás, su
cronología oficial descansa en el ciclo de sesenta años; esta es la causa
de que entre ellos sesenta años sean un número fijo, como entre nosotros
cien, y de que cuenten en sus jubileos siempre por sesenta años, como nos
otros por cincuenta.
Una de sus muchas obras históricas, el Tung-kien-kang-mu, ha sido tra
ducida por el Padre Maílla y publicada por Grosier ’. Una colección de me
*
morias 2, en 1 6 tomos en 4.“, contiene además noticias muy interesantes
sobre todo lo que concierne a los chinos y a su historia. Estas memorias
nos procuran un mayor conocimiento de sus instituciones, su religión, etc.
' Histoire genérale de la Chine, 13, t. 4.“, traducción francesa por Joseph Anne-
Marie de Moyriac de Maílla, editada por Grosier, París, 1777-85.
2
Mémoires concernant l'histoire, les Sciences, les arts des Chináis, par les missio-
naires de Pékin, ts. 1-15, París, 1776-91; t. 16, 1814.
228 1:1 mundo oriental
3. La constitución de China
1
El emperador era quien se llamaba así; su general era Pan-íschao.
2
El conocido monumento de los nestorianos de Si-an-fu.
s
1601-1680, jesuíta polígrafo, vivió, desde el comienzo de su actividad, en
Roma. China ilústrala, Amsterdam, 1667.
China 231
quier otra. Pasemos, pues, de los pocos datos que sabemos acerca de la
historia china a la consideración del espíritu y de la constitución inmu
table. Este espíritu se desprende del principio general, que es la unidad
inmediata del espíritu sustancial con lo individual. Tal es, empero, el
espíritu de familia, el cual se ha extendido aquí sobre el país más populoso.
Todavía no existe aquí el momento de la subjetividad, es decir, la reflexión
de la voluntad individual sobre sí misma frente a la sustancia como poder
que la destruye, o la afirmación de este poder como su propia esencia, en
la que ella se sabe libre. La voluntad universal actúa inmediatamente por
medio del individuo, que no tiene ningún conocimiento de sí, frente
a la sustancia, a la que no considera todavía como un poder contrario,
como sucede, por ejemplo, en el judaismo, donde el Dios celoso es cono
cido como la negación del individuo. La voluntad universal dice aquí en
China inmediatamente lo que el individuo debe hacer; y este cumple y
obedece asimismo irreflexiva y desinteresadamente. Si no obedece, si por
tanto se sale de la sustancia, el castigo entonces -— puesto que esta salida
no es causada por una interiorización en sí mismo— no le alcanza en su
intimidad, sino en su existencia exterior. El momento de la subjetividad
falta, pues, en este Estado, que, por su parte, tampoco está basado en la
interioridad de los individuos. Aquí la sustancia es inmediatamente un
sujeto; es el emperador, cuya ley constituye la disposición interna de los
individuos. Esta falta de interioridad no es, empero, arbitrariedad, la cual
sería un verdadero sentir íntimo, esto es, algo subjetivo y movible; sino
que aquí prevalece lo universal, la sustancia, que todavía está en total
rigidez, y no es igual más que a sí misma.
Esta relación, expresada de un modo más concreto y más ajustado a
su representación, es la familia. La vida moral descansa en China total
mente sobre la relación de los hijos con los padres. Como esta relación es
la más simple de todas, ha alcanzado en el enorme imperio un desarrollo
que se manifiesta en la forma del cuidado y la previsión ordenada. Todo
descansa en esta relación, que es en sí social, pero que está definida aquí
de un modo moral. El Estado chino se basa exclusivamente sobre esta
relación social, y la piedad familiar objetiva es lo que le caracteriza.
El elemento fundamental es la relación patriarcal. Ningún deber es
allí tan sagrado como el de los hijos para con sus padres. Los chinos se
consideran como pertenecientes a su familia y a la vez como hijos del Es
tado. En la familia misma no son personas, pues la unidad sustancial en
que se encuentran dentro de ella es la unidad de la sangre y de la natu
raleza. En el Estado tampoco 1 lo son, pues el gobierno descansa en el
ejercicio de la previsión paternal del emperador, que lo mantiene todo en
orden. Cinco deberes se indican en el Schu-king como relaciones básicas,
venerandas e inmutables: l.°, el del emperador con el pueblo y recípro
camente; 2.°, el del padre con los hijos; 3.°, el del hermano mayor con
el menor; 4.“, el del hombre con la mujer; 5. n, el del amigo con el amigo.
232 El mundo oriental
tos de todo. Los príncipes son educados desde niños para ser presidentes
de la Academia de la Historia, en la que se sientan los hombres más
eruditos de todo el imperio. Los príncipes son examinados anualmente en
presencia del emperador. Un príncipe de catorce años no sabía aún hacer
versos; sus ayos recibieron los reproches del emperador, que había sabido
a esa edad. Sobre estos exámenes se hace siempre una amplia declaración a
todo el imperio, que toma en ellos el más extremado interés. Así ha lle
gado China a tener los más excelentes príncipes.
Semejante índole de la persona imperial es, sin embargo, una casua
lidad siempre, por mucho que la educación de los príncipes está calculada
para elevarlos a esta altura de moralidad. Los príncipes viven, sin duda,
en un orden severo, en un plan de vida fijo y respetuoso; pero siempre
resulta casual que lleguen a tener semejantes caracteres. Si el plan se frus
tra y la tensión en la firme vigilancia del deber se relaja por parte del
centro, todo se relaja en seguida. En China los funcionarios no tienen
conciencia moral propia. Esta es definida desde arriba, por las leyes, que
siempre dependen más o menos de la personalidad del monarca. De este
modo puede surgir fácilmente una negligencia general. El emperador no
ha de ser un tirano, como los que aparecen en las tragedias francesas. Pero
basta que ame alguna comodidad o ponga su confianza en sus ministros
y cortesanos, en su esposa o en su madre (que pueden ser sumamente dig
nos de ella) para que en esto haya ya negligencia. Mas esta confianza es, a
su vez, una exigencia moral; y así se ve que las virtudes de la moral,
cuando no van unidas a una energía personal, exclusivamente concentrada
en sí misma y alejada de toda confianza en los demás, dejan en libertad
a las restantes personas. El monarca tiene en torno suyo personas que
merecen su amor; y tan pronto como empieza a abandonarse a ellas, im-
pónense los intereses particulares de estas personas, que, celosas unas de
otras, entretejen en torno suyo un tejido de intereses particulares. Así es
como el Estado se convierte, bajo gobernantes perfectamente nobles, en un
imperio de la violencia y la arbitrariedad.
Se ve con frecuencia en Oriente que, bajo nobles monarcas, la corrup
ción se ha propagado por todas las clases sociales y han surgido revolu
ciones. Así parece haber sucedido bajo la dinastía Ming, que fue derrocada
por los mandchúes. Se cuenta, en especial de su último emperador, que
fue muy benigno y noble, amante de las ciencias y protector de los cris
tianos. Pero como estallasen rebeliones, a causa de la opresión ejercida por
los mandarines, no supo encauzar enérgicamente el gobierno, sino que
buscó consejo en sus ministros y, por último, se mató. Como figura perso
nal, fue un carácter moral muy hermoso.
Las circunstancias precisas de su fin se cuentan de la siguiente manera.
A causa de su carácter dulce, se aflojaron las riendas del gobierno y sur
gieron necesariamente sublevaciones. Los insurrectos llamaron a los mand
chúes dentro del país. El emperador se suicidó, para no caer en manos de
China 235
primas), traducida por Abel Rémusat; sale en ella un joven que ha ter
minado sus estudios y se esfuerza por llegar a las más altas dignidades.
El colegio supremo es el colegio de la historia, que debe educar a los prín
cipes y preferentemente al príncipe heredero de la corona. Una parte se
consagra exclusivamente a la ciencia, otra parte maneja el pincel impe
rial, otra cultiva la literatura, hace textos y comentarios, y el emperador
mismo censura las obras y escribe los prólogos para ellas. Todos los demás
escritos del imperio son enviados por los gobernadores a la capital, a fin
de que sean examinados.
Los derechos del emperador se redactan con el mayor esmero. Un
colegio especial, el que maneja el pincel imperial, está encargado de redac
tar sus decisiones, de elegir las expresiones. Grandes deliberaciones de
Estado tienen lugar sobre estos textos, de suerte que los edictos públicos
son la muestra más perfecta del estilo y de la cultura china en general.
Cuando un mandarín comete una falta contra la buena redacción, aparece
en la Gaceta áulica un edicto imperial que le censura y corrige.
Los mandarines pertenecen a la corte, aunque todavía no tengan pues
to en ella. En las grandes fiestas, cuando se renueva la servidumbre pala
tina, especialmente en la fiesta de otoño, en la cual el emperador abre un
surco con el arado, van dos mil doctores, esto es, mandarines civiles, y otros
tantos mandarines militares, en la procesión que sigue el surco. Estos
funcionarios se hallan divididos en ocho clases; unos son mandchúes y
otros chinos. Los más altos son los ministros, que rodean la persona del
emperador; luego siguen los virreyes, los inspectores de tropas, los admi
nistradores de los ríos, etc. Los mandarines gobiernan el país; sus infor
mes ascienden siempre, por todos los grados, hasta el emperador. Son
honrados por el pueblo como si fuesen el emperador, y tienen el derecho
de hacer manifestaciones, verbalmente o por escrito, al emperador, cuando
este se equivoca. El Colegio Imperial es la autoridad suprema. Compónese
de los hombres más eruditos y de más talento. En él se eligen los presi
dentes, los miembros de otros colegios. En los asuntos de gobierno reina
la mayor publicidad. Los funcionarios informan al Colegio Imperial y este
expone el asunto al emperador, cuya decisión se da luego a conocer en la
Gaceta áulica. Los funcionarios están obligados a dar siempre cuenta al
colegio superior. Todo mandarín ha de redactar cada cinco años una lista
o confesión escrita de las faltas cometidas por él; por las cuales es luego
castigado. No importa que las faltas hayan sido reprendidas o sean desco
nocidas; debe informar a la superioridad de aquello en que sabe haber
faltado. No hacerlo es peligroso, porque el funcionario no sabe lo que los
censores y sus testigos han dicho de él. Solo la completa inocencia le libra
de responsabilidad y debe esperar el máximo castigo por sus faltas. Siem
pre está suspendida, por decirlo así, la espada sobre su cabeza. Es degra
dado con frecuencia y debe indicarlo desde entonces en toda disposición.
También es castigado con azotes. La caña de bambú es un instrumento
237
China
' Ko-lao no es un título especial de los censores, sino el nombre de los secre
tarios de Estado bajo la dinastía Ming.
238 El mundo oriental
además le sea lícito pasar en carruaje por la puerta del palacio de esta.
Solo el penúltimo emperador, Kienlong, y en atención a sus sesenta y
siete años, recibió de su madre la orden de llegar en coche hasta su puerta;
orden que se dio a conocer a todo el imperio. Cuando lord Macartney
vio al emperador, tenía este sesenta y ocho años, a pesar de los cuales
visitaba a pie todas las mañanas a su madre, para mostrarle su veneración.
Las felicitaciones de año nuevo tienen lugar en casa de la madre del em
perador; y este solo puede recibir los homenajes de los grandes de la
corte después que ha rendido los suyos a su madre. La madre sigue siendo
siempre la primera y continua consejera del emperador, y cuanto con
cierne a la familia se publica en su nombre.
Los méritos del hijo no se atribuyen a este, sino a su padre. Una vez
que un primer ministro rogó al emperador diese un título honorífico a su
difunto padre, el emperador hizo publicar un documento en que se decía:
«El hambre asolaba el imperio; tu padre dio arroz a los necesitados.
¡Cuánta beneficencia! El imperio estaba al borde de la ruina; tu padre
lo salvó con riesgo de su vida. ¡ Cuánta lealtad! La administración del
imperio estuvo confiada a tu padre que hizo excelentes leyes, mantuvo la
paz y la concordia con los príncipes vecinos y afirmó los derechos de mi
corona. ¡Cuánta sabiduría! Por eso el título honorífico que le concedo es:
benéfico, leal y sabio.» El hijo había hecho todo lo que se atribuye aquí
al padre. De este modo —a la inversa que entre nosotros — los antepa
sados obtienen títulos honoríficos por la obra de sus descendientes. Para
honrar a un vivo, el emperador concede un título a sus antepasados. En
cambio, todo padre de familia es responsable de las faltas de sus descen
dientes y de los demás habitantes de su casa. Hay deberes de abajo
arriba; ninguno verdadero de arriba abajo.
Los padres casan a sus hijos, sin que los novios se vean antes. El
adulterio es castigado con mucha dureza; pero es raro, porque las mu
jeres salen rara vez de la casa, donde las retienen, entre otras causas, sus
pies deformados, La mujer es muy respetada por el marido y goza de
gran honor en la casa; ha de tener aproximadamente la misma edad y
fortuna que el marido. La poligamia no está permitida; pero los chinos
pueden tener varias concubinas que, juntamente con sus hijos, dependen
de la mujer legítima y deben servirla. Estos hijos deben venerar a la mujer
legítima como a su madre y llevar luto por ella; no, empero por su pro
pia madre. El hombre debe amar mucho a su primera mujer, si quiere
más a la segunda, se le puede denunciar y es apaleado. Los mandarines han
de casarse con una mujer de otra provincia que no sea la de su mando.
Tampoco pueden vender a sus hijos. Ningún mandarín va destinado a la
provincia en que tiene su familia; ni puede ninguno adquirir tierras en
el distrito que tiene a su cargo.
Una aspiración capital de los chinos es la de tener hijos que les pue
dan hacer exequias y honrar su memoria después de su muerte y adornar
China 243
su sepulcro, acto que se repite con frecuencia, así como los llantos y cere
monias que deben hacerse en el entierro. En tales ocasiones, los parientes
permanecen reunidos en salas abiertas, con frecuencia durante meses. En
el caso de que un chino no tenga hijos de ninguna de sus mujeres, puede
recurrir a la adopción, justamente para ser honrado después de su muerte.
Porque es condición indispensable que el sepulcro de los padres sea visi
tado anualmente. Los llantos de pesar se renuevan todos los años y muchas
personas permanecen en el mismo sitio uno o dos meses, para dar amplio
curso a su dolor. El cadáver del padre que acaba de morir se conserva en
casa con frecuencia hasta tres y cuatro meses; y durante este tiempo nadie
debe sentarse en una silla, ni dormir en el lecho. También es frecuente
que el hijo tenga el cadáver de su padre tres y cuatro meses en su casa,
y viva todo este tiempo en el rigurosísimo duelo prescrito. Además de esto
deben venerarse los antepasados. Toda familia tiene en China una sala
de los antepasados, en la cual todos los miembros de la familia se reúnen
anualmente; la edad tiene siempre la preeminencia. Las efigies de los que
han ocupado altas dignidades se hallan puestas sobre un altar a un lado;
los nombres de los varones y mujeres que fueron menos importantes para
la familia están escritos sobre tablillas; la familia entera plañe, ora y
come junta, y los parientes pobres son hospedados por los ricos. Se cuenta
que, como un mandarín que se había hecho cristiano cesase de honrar de
este modo a sus antepasados, se expuso a grandes persecuciones por parte
de su familia. Las relaciones entre el hermano mayor y los hermanos
menores están tan exactamente determinadas como las relaciones entre
el padre y los hijos. Los primeros tienen, aunque en menor grado, derecho
a la veneración.
Nada se castiga tan duramente como la falta de respeto, Un chino
que inculpare —con justicia— de un crimen a una persona superior a él,
sería quemado o decapitado; injustamente, pero lo sería. Los hijos que
faltan al respeto a su padre o a su madre, los hermanos menores que faltan
al respeto a los mayores, reciben palos. Cuando un hijo o un hermano
menor se queja de que su padre o el hermano mayor le ha maltratado,
recibe cien golpes de bambú y es desterrado por tres años, si la razón
está de su parte; y si no tiene razón, es estrangulado. El insulto a los
padres se castiga con la decapitación; la ofensa de obra, con el descuar
tizamiento. La pena de muerte no siempre se ejecuta sencillamente entre
los chinos. Sucede con frecuencia que un condenado es partido en pedazos.
Si un hijo levanta la mano contra su padre, es condenado a que le arran
quen la carne con tenazas candentes.
Estos hechos ilustran la exterioridad de la relación familiar, que está
próxima a la esclavitud y se convierte en esclavitud. En China todos pueden
venderse a sí mismos, y como nadie tiene sobre sí tanto poder como su
padre, resulta que también el padre puede vender a sus hijos; únicamente
no puede hacerlo si los compradores son gente ínfima o comediantes. Solo
244 El mundo oriental
la primera mujer es, como hemos dicho, libre; las demás son concubinas
compradas. El emperador puede, en caso de confiscación, entregarlas con I
sus hijos y bienes a otro, de quien se hacen esclavas. Esta confiscación es
totalmente contraria al concepto de la propiedad, según nuestro modo de
pensar. Sin embargo, la propiedad está asegurada por un derecho preciso,
sobre el cual existen extensas leyes. Por lo demás, la introducción de la
esclavitud, que debemos citar como el segundo punto de la falta de liber
tad china, está en relación con las transformaciones que han tenido lugar
en el derecho de propiedad.
En los tiempos más antiguos, la propiedad territorial era propiedad
pública del Estado, el cual la distribuía a los padres de familia, a cambio
de los diezmos u otras cuotas contributivas. Así fue durante veinte siglos.
Entonces solo los prisioneros y los extranjeros eran en China esclavos;
todos los chinos eran considerados como una familia, entre la cual la
tierra era repartida por igual. Más tarde surgió la esclavitud. Esta insti
tución se ha atribuido al emperador Schi-Loang-ti, el mismo que edificó
la Gran Muralla en el año 213 antes de J . G. Este emperador mandó quemar
todas las obras donde estaban los antiguos derechos de los chinos y so
metió a su dominio muchos principados independientes, como ya hemos
dicho más arriba. Sus guerras precisamente hicieron que las tierras con
quistadas se convirtieran en propiedad privada de los dominadores y sus
habitantes en siervos. Más tarde se hicieron poco a poco otra vez libres.
Pero la esclavitud ha permanecido en las leyes y todos se llaman, por lo
menos, esclavos del emperador. Las mujeres y los hijos de los crimi
nales, sobre todo en el caso de alta traición, son condenados por los tri- 1
banales a la esclavitud. Pero la diferencia entre la esclavitud y la libertad
es necesariamente pequeña en China; pues ante el emperador todos son
iguales, esto es, igualmente degradados. Como no existen honores y nadie
tiene más derecho que otro, reina la conciencia de la inferioridad, que se
convierte fácilmente en conciencia de la abyección. El chino no considera
como gran desdicha el venderse a sí mismo con toda su familia. Un pue
blo, en el que todavía existe la esclavitud, no ha llegado a la conciencia
de sí mismo ni conoce aún la libertad personal.
Otro punto es que las penas son, en su mayor parte, castigos corpora
les. Esto sería deshonroso entre nosotros; pero no lo es en China, donde
el sentimiento del honor aún no existe. Una tanda de palos es muy fácil
de aguantar y, sin embargo, es lo más duro para el hombre de honor,
que no quiere verse tratado como un ser de sensibilidad corporal, sino que
quiere ser considerado como dotado de más fina sensibilidad. Pero los
chinos no conocen la subjetividad del honor. Son más susceptibles al castigo ’
que a la pena, como entre nosotros los niños; pues el castigo tiende a la
corrección y la pena envuelve una verdadera imputabilidad. En el castigo,
el fundamento de la abstención es tan solo el temor a la pena, no el sen
timiento de la injusticia, ya que en este estadio no se puede suponer
China 245
' William Pitt Amherst, 1773-1857, fue en 1816 embajador inglés en Pekín y
ejerció el cargo de gobernador general de la India desde 1823 a 1827.
246 El mundo oriental 1
obra irrespetuosa contra el emperador, fueron condenados los impresores ]
y aun los hombres que la habían transportado, sin conocer el contenido.
También los lectores de esta obra sucumben a la venganza de la ley. Este
es el aspecto temible de la imputación, o más exactamente de la no impu
tación: que se niega toda libertad subjetiva y actualidad moral en la ac-
ción. En las leyes mosaicas, donde dolus, culpa y casus no están tampoco
exactamente diferenciados, hay, sin embargo, abierto para el matador cul
poso un asilo, en el cual puede refugiarse. En China es condenado lo
mismo que el doloso.
Con esta confusión se relaciona, por modo peculiar, un giro que la
sed de venganza privada toma aquí para satisfacerse. La vida no vale nada
para el hombre que no tiene intimidad moral. Por eso no hay entre los I
chinos nada tan frecuente como el suicidio, sobre todo en las mujeres que i
se ahorcan a menudo por una sola palabra. Una muchacha se ahorca por
la menor contradicción que experimenta; amenaza con matarse, como en
Europa amenaza un ladrón con matar a quien le niega la bolsa. A causa
de la frecuencia de los suicidios se han estrechado las bocas de los pozos
en las ciudades, según cuentan los misioneros, a fin de que no puedan ser
usados para arrojarse las personas en ellos. La causa del suicidio es gene
ralmente un agravio sufrido. El chino siente la ofensa como algo absoluto;
la ofensa le pone fuera de sí. Los chinos son sumamente sensibles a las
ofensas y reaccionan vivísimamente a ellas; justamente porque se sienten
impotentes contra ellas, pues si agrediesen o matasen al ofensor serían
castigados con toda su familia. Su sed de venganza toma, pues, el camino |
del suicidio. Es lo bastante ingeniosa para hacer de la imputación su pro
pio medio. La sed de venganza tiende siempre a la muerte del adversario.
Pero si el ofendido vertiera la sangre de su enemigo se expondría y expon
dría a toda su familia a perderse; o por lo menos, en caso de confisca
ción de la fortuna, la hundiría en la ignominia y la miseria; el homicida
incurre además en la pérdida de las honras fúnebres. El ofendido, pues,
se mata; con su muerte desvía la perdición sobre el ofensor, pues las
leyes ordenan una muy rigurosa pesquisa de quién pueda ser culpable en
un suicidio. Todos los enemigos del suicida son encarcelados y atormen
tados — véase cuántas cosas están entregadas al arbitrio de los mandari
nes— , para averiguar si no han sido, con alguna mala acción, la causa de
que el infeliz haya tomado tan violenta resolución. Si se descubre que
hubo una disputa o una injuria, es ejecutado el ofensor y toda su familia.
De este modo el más débil puede hacer temblar al fuerte, y un hombre
pésimo al varón más considerado, porque está seguro de que, en último
término, lo peor es para el otro. Así sucedía antes entre nosotros con los
soldados. Lo mismo pasa con los ceylaneses, que se vengan así en el baño.
El chino que ha sufrido una ofensa prefiere matarse a matar a su adver
sario, pues en ambos casos ha de morir, pero en el primero conserva la
China 247
cuenta Staunton ' que entre los chinos se conservan instrumentos de alta
antigüedad, semejantes a las esferas con que trabajaban los griegos; por
lo cual sospecha que hayan llegado a ellos desde Bactriana. Pero los chinos
no sabían cómo había que usarlos, ni lo que se podía hacer con ellos.
Sus cálculos de los eclipses de sol y de luna descansan en una larga serie
de observaciones; pero no son tan antiguas como se ha dicho. En el Schu-
King se mencionan dos eclipses de sol en un espacio de tiempo de mil
quinientos años. No podemos llamar esto propiamente ciencia. Tampoco
les importa la astronomía como ciencia; lo importante es la confección del
calendario. Se trata de fijar las fiestas y los eclipses de sol y de luna;
estos deben ser indicados cuidadosamente, en los calendarios, por los astró
nomos de la corte. La mejor prueba de lo que pasa con la ciencia astro
nómica de los chinos es que los calendarios están hechos allí por los
europeos hace ya varios siglos. En tiempos anteriores, cuando los astró
nomos chinos redactaban todavía el calendario, sucedía, con bastante fre
cuencia, que hacían indicaciones falsas sobre los eclipses de luna y de
sol. Pero los astrónomos que habían cometido tales errores perdían la
vida. La astronomía es, pues, asunto de Estado.
En física, los chinos tienen fama de haber conocido pronto el imán y el
uso de la aguja imantada. Dicen los chinos que la brújula señala al Sur;
esto no es más ni menos exacto que decir que señala al Norte, como
decimos nosotros. En cambio, la bomba, el sifón, la máquina neumática,
el reloj, la máquina eléctrica, han sido conocidos en China gracias a los
europeos. Los chinos no conocen aún las teorías correspondientes a esos
aparatos. En el palacio imperial se encuentran, junto a excelentes telesco
pios, magníficos relojes de péndulo; pero no se utilizan. Los chinos tienen
observaciones meteorológicas desde hace dos mil años; pero no conocen
el barómetro ni el termómetro.
En geometría, conocen la relación de Ja circunferencia al diámetro,
de un modo aproximado, conseguido por medidas; el teorema de Pitá-
poras les es conocido empíricamente también, sin la demostración. Calcu
lan muy bien, principalmente con máquinas de calcular; pero no saben
nada de álr bra. Los jesuítas son los primeros que han hecho imprimir
en China tablas de logaritmos y de senos.
En medicina, proceden de un modo puramente empírico; pero han
descubierto de este modo algunas cosas que han causado sensación en
Europa; la aguja de oro fina es uno de estos descubrimientos de los chi
nos. El punto culminante de su arte médica consiste en estimular los
humores y hacer tomar al enfermo ciertas posiciones. Todo esto va unido
a la más grosera superstición. Los conocimientos químicos que poseen se
reducen a los indispensables para la práctica.
la de que los buenos son felices y los malos desgraciados, son harto fá
ciles de encontrar. Pero no se trata de tales generalidades. Se trata de los
deberes que tenemos para con Dios; no de los caracteres abstractos que
podemos adjudicar a este Dios. Y surgen las preguntas: ¿qué es obrar
rectamente? y ¿en que consiste la recompensa del obrar recto, la bea
titud? Mas estas preguntas acerca de lo justo solo surgen cuando el
hombre ha llegado a la conciencia de lo universal. Por eso ni hubo ni
hay justicia entre los africanos. Lo recto, lo justo, es lo que las consti
tuciones, las leyes y las costumbres prescriben. Por tanto, no se puede con
siderar la religión como independiente del Estado. Cuando el hombre
todavía no ha logrado su libertad; mientras vive en un Estado despótico,
no tiene la representación de Dios, no tiene la representación de que Dios
es en sí libre, de que es un espíritu absoluto. El hombre no ha descendido
todavía al fondo de sí mismo; no ha descubierto en ese fondo problemas
que sean dignos de solución. En el estado patriarcal, la elevación religiosa
del hombre es simple moralidad y buena conducta. Lo absoluto es o la
simple regla abstracta de este bien obrar — la eterna justicia— o el poder
de esta. Fuera de estas simples representaciones no hay otras relaciones
del mundo natural con el hombre, no hay otras exigencias del espíritu
subjetivo. Los chinos, en su despotismo patriarcal, no necesitan ninguna
de estas relaciones con el Ser Supremo, que ya están contenidas en la edu
cación, en las leyes de la moralidad y de la cortesía, en los mandatos y
gobierno del emperador.
Así el principio de la religión china del Estado es la dependencia del
hombre respecto de un poder superior. En la verdadera religión, por el
contrario, el individuo es libre. Aquella dependencia externa es esencial
mente una relación con objetos naturales. Donde se encuentra el elemento
espiritual, existe libertad. Pero lo genuino de los chinos es que veneran
lo natural como si fuese lo supremo. Lo mismo acontece a sus metafísi-
cos. Existen muchas teorías o, como diríamos nosotros, filosofías acerca
de Dios, la causa primera, la verdad de las cosas. Pero todas se expresan
por medio de representaciones materiales; su principio no es nunca lo
espiritual, sino el Supremo Ser natural. Se representan como un elemento
motor el aliento que ha operado sobre el principio material independiente,
poniéndolo en fermentación. De esto dicen que ha nacido la materia en
reposo y en movimiento. Los filósofos no pasan de aquí; el objeto de su
especulación es siempre puramente material.
Lo uno, que la religión china considera como el Ser Supremo, es Tiett,
el Cielo, que significa la naturaleza en general. La naturaleza es contem
plada en el cielo, porque del cielo depende todo; del cielo dependen la
sucesión del día y la noche, las estaciones, la prosperidad de las cosechas.
Frente a esta exterioridad de la naturaleza, que es útil o nociva al hombre,
significa el cielo el poder interno, del cual la naturaleza depende, y a
quien los hombres piden todo lo natural y, en primer término, la bienan-
China 255
danza. Esta se halla en relación con la conducta del hombre. Pero el bien
obrar no es cosa de la conciencia, sino una conducta meramente externa,
prescrita por la ley.
El emperador es la cabeza de esta religión natural; es hijo del cielo.
Los individuos no se acercan por sí mismos al cielo; el emperador es
quien, al frente de su pueblo, intercede por ellos con el cielo, ofrendando
al cielo en su propio nombre y en el de su pueblo. A tal fin hay estable
cidas determinadas fiestas, en las cuales el emperador, rodeado de toda su
corte, hace un sacrificio, reza, dando gracias al cielo e impetrando sus
bendiciones. Tales fiestas tienen lugar en los solsticios de invierno y de
verano, y en el equinoccio de primavera. Debería celebrarse propiamente
una cuarta fiesta en el equinoccio de otoño; pero se verifica antes, porque
existe un rescripto de un emperador, anunciando no querer esperar hasta
el otoño para dar gracias al cielo por la fecundidad de la tierra. En el
equinoccio *de otoño, el emperador abre un surco con el arado de oro, y
la emperatriz inaugura el cultivo de los gusanos de seda, de cuyos capu
llos se hacen los vestidos del emperador. Como se ve, estas fiestas son
fiestas de la naturaleza. En consonancia con este carácter, celebrábanse
antiguamente en cuatro montañas, situadas en la dirección de los cuatro
puntos cardinales, y en una quinta montaña que estaba en el medio. Otras
fiestas se organizan con motivo de los eclipses de sol y luna. Mientras los
mandarines observan al fenómeno, el pueblo debe permanecer postrado,
con la frente sobre el suelo.
Por cuanto el cielo es considerado como el poder general de la natu
raleza, que a la vez fomenta todo bien, podría interpretarse esta repre
sentación en el sentido del Dios espiritual, del Señor de la naturaleza
(nosotros decimos, por ejemplo, el cielo nos proteja). Pero en China
todavía no es así. En China la conciencia individual, considerada como
sustancial, es decir, el emperador mismo, es el poder, y los chinos no
entienden, evidentemente, por Tien, sino lo que nosotros llamamos sim
plemente el cielo o la naturaleza en general. Las más acerbas discusiones
han surgido a este respecto entre los misioneros católicos de las órdenes
de los jesuítas, franciscanos y agustinos. Los jesuítas afirmaban que el
nombre de Tien podía usarse en la predicación para designar al verdadero
Dios; negábanlo las otras órdenes y acusaron a los jesuítas ante el Papa
de dar al Dios cristiano un nombre que, en el sentir de los chinos, no
significa sino el cielo, como poder de la naturaleza. Términos semejantes,
que designan representaciones paganas, no deben —decían — usarse para
nombrar la representación cristiana de Dios. El Papa envió a un cardenal
para que hiciese una investigación; este cardenal murió allá; un obispo,
enviado después, decretó que el nombre de Tien no debía usarse para
nombrar a Dios, sino que Dios debía designarse más bien con los térmi
nos de Tien-ti, el Señor del Cielo. En realidad, Tien no es un Dios espi
ritual.
256 El mundo oriental
Otro punto de discusión surgió entre los misioneros a causa del culto
chino a los antepasados. Los jesuítas ponían el culto a los antepasados
en el mismo plano que el culto católico a los santos, y buscaban apoyo en
él para la predicación. Los otros, en cambio, sostienen que los santos,
considerados como intercesores de los cristianos, son algo completamente
distinto de los antepasados chinos. Renuévase aquí la misma disputa que
se produce sobre las representaciones religiosas de todos los pueblos an
tiguos; por ejemplo, la cuestión de si los persas, al adorar la luz como
principio supremo, pensaban en la luz del pensamiento o en la luz na
tural. Igual es también la cuestión de si Osiris es para los egipcios sim
plemente el Nilo o el símbolo de algo interno. Esta disputa respecto de
las mitologías dura todavía hoy. Hay que conceder que por mucho que el
elemento sensible y el pensamiento puedan mezclarse en las representa
ciones de una religión, los pueblos poseen, sin duda, a la vez, lo sensible
y el pensamiento. El hombre no puede permanecer sujeto a lo sensible
únicamente; necesita tener además algo interior. Y tan pronto como el
pensamiento penetra hondamente en el objeto, va existe algo pensado, algo
universal.
En conjunto, la religión china se refiere solamente a una sustancia na
tural. Pero si se refiere a una sustancia, refiérese a algo espiritual. Ahora
bien: este elemento espiritual puede tomarse en diversos sentidos, y entre
estos sentidos habrá alguno que sea realmente espiritual. Así el empera
dor Khang-hi mandó poner en el frontispicio de una iglesia, edificada pol
los jesuítas, en el año 1711, las tres inscripciones siguientes: primera:
«Al verdadero principio de todas las cosas»; segunda: «No ha tenido
principio ni tendrá fin; ha creado todas las cosas y conserva todas las
cosas»; y tercera: «Es infinito, es infinitamente bueno y es infinitamente
justo y lo rige todo con sumo poder.»
El sucesor de Khang-hi, habiéndole varios mandarines indicado, con
ocasión de una mala cosecha, que no había habido tal cosecha mala en
los lugares donde se había expuesto el retrato de un gran general, pu
blicó un edicto en el cual manifestaba que no había sido su propósito
que los pueblos realizasen actos como ese de exponer el retrato de un
general; porque en el mundo rige una conexión moral infinita y cuando
sobreviene una plaga, como la esterilidad, lo que el hombre debe hacer
es retirarse a su interior y preguntarse si no ha cometido alguna falta;
que así lo hace él mismo, el emperador, cuando sabe de alguna calamidad
semejante, y se pregunta qué habrá hecho para haberla atraído sobre su
imperio. Estas ideas son de todo punto análogas a las que se encuentran
en el Antiguo Testamento. Mas también esta moralidad es algo externo.
La relación del emperador con el cielo se imagina del modo siguiente: el
emperador por su buena conducta recibe la bendición del cielo; las malas
cosechas y todas las calamidades tienen por causa la conducta inmoral
de los habitantes y en particular del emperador; la prosperidad de las
China 257
cosechas, la fecundidad del año se explican por una conexión moral. Pero
esto es por sí mismo muy ambiguo. Esta conexión se encuentra también
en la religión cristiana; pero aquí está esencialmente subordinada y es la
representación de que la vida temporal solo constituye una parte del todo,
en que debe colocarse el destino del hombre.
Así entre los chinos hay en el fondo una especie de magia refinada:
la conducta del hombre es lo absolutamente determinante. Si el emperador
se conduce bien, el cielo está obligado a procurar su bienandanza. Lo su
premo es por tanto únicamente lo que los hombres hacen, lo que hacen
obedeciendo a su albedrío. Pero esta relación moral no cambia en nada la
circunstancia de que lo supremo para la religión del Estado de los chinos
no es sino el poder, la naturaleza en general. El emperador es la cabeza;
solo él es el mediador entre el cielo y sus súbditos. El cielo no tiene
inmediata elación con estos y sus negocios particulares.
De aquí se deriva el segundo aspecto de la religión china. Puesto que
la relación general del imperio con el cielo se basa en el emperador, este
sabe que depende únicamente del cielo. Cuanto concierne a las relaciones
particulares con la naturaleza parece, pues, sometido a la orden y volun
tad del emperador. Tal sucede con el bienestar particular de las distintas
provincias, ciudades, aldeas e individuos. Este bienestar se halla confiado a
distintos genios, sometidos al emperador, quien, adorando solo al Tien.
rige el imperio todo de los espíritus. De este modo el emperador resulta
también el verdadero legislador del cielo.
Los chinos adoran, pues, además del Tien, una gran multitud de ge
nios, Schen, divinidades de los distintos objetos naturales. Lo absoluto, en
efecto, no puede ser simplemente lo universal indeterminado, Lo particu
lar y determinado debe también estar afirmado y ser conocido en lo abso
luto uno. Nuestra razón, para concebir por ejemplo el movimiento del sol,
ha de hacerlo de tal suerte que una ley sea el alma de ese movimiento.
La ley es universal; y sin embargo no es sino el caso particular (aquí el
movimiento del sol) elevado a la universalidad. Lo particular es referido
de esta manera a lo uno y universal. Ahora bien, como entre los chinos
lo particular y determinado no está dado todavía en lo universal, resulta
que aunque cae fuera de este, trata sin embargo de elevarse a él. La má
xima elevación de lo particular a lo universal consiste entonces en que
las representaciones particulares toman figuras determinadas. Estas figuras
son los genios de todas las cosas: del sol, de la luna, del día, de la noche,
de la hora, del minuto, etc. Cada uno de los cinco elementos tiene su
genio, que se distingue por un color especial. La soberanía de la dinastía
que ocupa el trono de China depende también de un genio; el cual tiene
el color amarillo. Cada provincia y cada ciudad, cada montaña y cada
río poseen un genio determinado. Hay genios distinguidos y otros infe
riores; los hay benéficos y malignos. El emperador, hijo del Tien, señala
a estos Schen sus cargos. En el calendario del Estado, en el cual figuran
p
258 El mundo oriental
' Nació en 604 antes de J. C. Sobre Lao-tse y Confucio, véanse los dos libros
de R. Wilhelm, publicados por la Revista de Occidente. (N. del T.)
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