Zuleta Alvarez, Enrique - Nacionalismo Argentino
Zuleta Alvarez, Enrique - Nacionalismo Argentino
Zuleta Alvarez, Enrique - Nacionalismo Argentino
EL NACIONALISMO
ARGENTINO
EDICIONES LA BASTILLA
BUENOS AIRES
© 1975
2 Zuleta Álvarez - Nacionalismo
INTRODUCCIÓN
El sentido de los conflictos ideológicos
El interés por la historia y el análisis socio-político del Nacionalismo hispa-
noamericano se manifiesta hoy como un hecho de evidencia palmaria, y aumentará
sin duda en un futuro muy próximo, pues este movimiento, con sus corrientes, di-
ferencias y matices, es insoslayable en toda consideración de la realidad con-
temporánea, y con mucha más razón el Nacionalismo argentino, ya que como bien
han dicho Whitaker y Jórdan, "La Argentina ha encabezado a toda la América Lati-
na en el desarrollo del nacionalismó"1.
Como una contribución, pues, a la historia del Nacionalismo argentino, ofrezco
este estudio; encarado desde el ángulo de los conflictos que se suscitaron en su
seno desde 1925 hasta 1946, año en el cual se cierra la etapa quizá más impor-
tante del desarrollo histórico del movimiento. Considero que si bien algunos de
estos temas han sido aludidos en trabajos anteriores de diversos autores, un
cierto esquematismo simplista ha impedido que se analizaran con la precisión de-
bida.
En efecto, no obstante el progreso que representan muchos estudios recientes so-
bre el nacionalismo, continúa sin esclarecerse debidamente muchos conflictos que
se dieron en dicho movimiento, tanto en el aspecto doctrinario como en el de la
acción política concreta. Si uno se aproxima a la literatura política o a las
polémicas que muchas veces se entablaron entre los Nacionalistas, comprueba que
bajo un denominador común –el Nacionalista-, yacen corrientes de ideas políticas
muy diferenciadas. Creo, por último, que el estudio de estas distinciones puede
explicar la supervivencia de muchas constantes Nacionalistas en la política ar-
gentina de nuestros días.
Desde el comienzo de la actividad de los Nacionalistas en la Argentina (1925), y
a través de todos los períodos de desarrollo del movimiento, no cesó la discu-
sión de los temas ideológicos, de modo tal que el estudio de las diversas posi-
ciones expuestas en cada ocasión ofrecerá un panorama bastante heterogéneo.
Las razones de estos desacuerdos son variadas. En primer lugar, los Nacionalis-
tas, herederos de una tradición intelectual que, a pesar de diferencias esencia-
les y profundas que los separaban, compartían con otros sectores políticos (li-
berales y socialistas, por ejemplo), concedían primacía a los principios filosó-
ficos y políticos, como ordenadores de toda acción concreta ulterior. Para la
mayoría de los Nacionalistas era esencial fijarse un programa teórico verdadero,
y consideraban que la actividad política seguiría a la adhesión al programa.
En segundo lugar, los Nacionalistas fueron siempre un grupo relativamente mino-
ritario y como suele ocurrir en casos similares, esta circunstancia los inclinó
a la rigidez y a la severidad en la teoría de sus programas. Este aspecto fue
reforzado por la influencia del catolicismo sobre sus ideas políticas: la adhe-
sión a un dogma religioso como primera premisa política les impuso límites rigu-
rosos, y los debates y discusiones bordearon siempre los temas de doctrina reli-
giosa.
Finalmente, como por lo menos un sector importante del Nacionalismo se negó a
actuar dentro del sistema político de la república democrática y liberal argen-
tina, la actividad intelectual y la docencia política se convirtieron en el su-
cedáneo de una militancia que rechazaban.
Las dos primeras etapas de la actividad Nacionalista, que cubren los períodos
l925-1930 y 1930-1943, son las más interesantes para este estudio, pues corres-
ponden a momentos de agitación ideológica intensa, con la participación de nume-
rosas figuras a través de revistas, diarios, libros, etc. Son las años en los
cuales se fijan con mayor fuerza y claridad los rasgos distintivos del Naciona-
lismo.
1
Whitaker, Arthur P. y Jordan, David C., Nationalism in contemporary Latin America, New York-London,
The Free Press-Collier-Macmillan, 1966, p. 53. La traducción al castellano de esta cita y las de to-
dos los otros textos en inglés y francés del presente trabajo, son mías, salvo aclaración en contra-
rio.
Otros propósitos
CAPÍTULO PRIMERO
CARACTERIZACIÓN DEL NACIONALISMO
Dentro de la economía del presente trabajo no cabe que me extienda en una consi-
deración general del Nacionalismo; sin embargo, es necesario fijar algunos hitos
históricos y establecer ciertos conceptos fundamentales.
En primer lugar hay que distinguir entre el Nacionalismo entendido como movi-
miento de afirmación y defensa de las diversas nacionalidades del mundo moderno,
y el Nacionalismo como sistema o doctrina política contemporánea. Ambos aspectos
están histórica y conceptualmente relacionados pero deben examinarse por separa-
do.
Como lo, han dicho todos los estudiosos, del tema, en el primer caso se trata de
un larguísimo proceso histórico, que arranca desde el momento en que un grupo
humano determinado advierte que se distingue de otros en razón de una serie de
rasgos característicos, y culmina –en lo que se refiere a la sociedad occiden-
tal- con la constitución de las naciones.
Según autores como Hayes y Kohn los antecedentes del movimiento que condujo a
las nacionalidades modernas se remontan a la antigüedad griega y judía. A partir
de entonces y bajo la influencia de factores culturales (lenguaje y tradiciones)
y físicos (raza y geografía) se fueron generando dos elementos: la conciencia
de, pertenecer a una nacionalidad (del latín natus y natio: referencia al origen
en una misma naturaleza o estirpe biológica) y el sentimiento de amor y fideli-
dad a determinado lugar, a la gente de la misma familia y a un conjunto de tra-
diciones y creencias. Por eso afirma Hayes que
Según el autor mencionado y muchos otros que se han ocupado de este tema, en el
siglo XVIII se definió el proceso de caracterización de las nacionalidades euro-
peas. Contribuyeron al mismo escritores que, como Juan Jacobo Rousseau, subraya-
ron la importancia de los rasgos nacionales en la configuración de la comunidad
política. Carlton Hayes, por ejemplo, lo llama "campeón del nacionalismo mo-
derno"4.
1
Hayes, Carlton J., El nacionalismo, Una religión, México, UTEHA, 1966, p. 2.
2
Prelot, Marcel, Histoire des idées politiques, 3 ed. Paris, Dalloz, 1966, P. 208.
3
Kohn Hans, Historia del Nacionalismo, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1949, p.
148.
4
Ob. cit., p. 63.
En Francia, donde las tradiciones culturales venían desde la Edad Media prepa-
rando la afirmación de la conciencia de nacionalidad, la Revolución de 1789 sig-
nificó el nacimiento del Estado-Nación como imposición absoluta del poder colec-
tivo. El culto de la patria se postuló como el aglutinante que pretendió reem-
plazar a la antigua lealtad religiosa y monárquica. Y tanto en la "Declaración
de los Derechos del hombre" como en numerosas disposiciones de la nueva ordena-
ción política y administrativa, el concepto de nación se revistió de una impor-
tancia esencial, decisiva.
Pero la Revolución Francesa, como dice Kohn,
...condujo a Francia y a Europa a una guerra más prolongada y devastadora que nin-
guna otra desde las guerras de religión. En el torbellino, viejos Estados desapare-
cieron, nuevas lealtades nacieron, las pasiones nacionales se desataron por primera
vez. desde Irlanda hasta Servia y Rusia, desde España e Italia hasta Noruega5.
Nacionalismo y contrarrevolución
7
Talmon, J. L., Mesianismo político; La etapa romántica, México, Aguilac, 1969, p. 477.
En la primera fase, durante la primera mitad del siglo XIX el nacionalismo es una
fuerza que debe calificarse de izquierdas. En una segunda fase, a finales del si-
glo XIX; pasará a manos de la derecha1.
El orden natural, donde la acción humana se inserta con sus dimensiones de "espacio
y tiempo histórico, se explica finalmente por la existencia de un orden trascenden-
te y sobrenatural.
Las imperfecciones, debilidades y limitaciones intrínsecas del hombre sólo admiten
una perfección relativa, y se reflejan en la sociedad política que aquél requiere,
por su naturaleza, para vivir y perfeccionarse.
En una sociedad determinada, la religión, la moral y la tradición política y cultu-
ral, determinan una ordenación jerárquica de sus elementos y valores, lo cual ga-
rantiza la posibilidad real del perfeccionamiento limitado del hombre y la socie-
dad.
Las normas tradicionales y de derecho natural que han configurado la sociedad, de-
berán ser acatadas por los gobernantes y el pueblo como la mejor garantía de las
libertades y los derechos. El ejercicio de la actividad política se guiará por la
prudencia, orientadora de la voluntad libre y esclarecida. La razón individual –que
también respetará aquellos límites- carece de fueros especiales para proponer los
resultados de una especulación desordenada y utópica, como una opción lícita para
la modificación de la vida política.
1
Duverger Maurice "¿Adónde van los nacionalismos?", W. Weidlé, J. J. Chevallier, H. Chambre y otros,
Las ideologías y sus aplicaciones en el siglo XX, Madrid, Instituto de Estudios políticos, 1962, p.
234.
2
Ob. cit., p. 240.
políticos franceses juzgaron que como resultado de la acción disgreqadora del
democratismo y el jacobinismo; la nación corría el peligro de desintegrarse
frente a sus enemigos internos y externos. La derrota de Francia en la guerra de
I870 contra Prusia, el sangriento estallido revolucionario de la Comuna de París
y la crisis política y social impulsaron la constitución de ese Nacionalismo
fundado en una doctrina contrarrevolucionaria y en un sentimiento de frustración
y derrota. A este Nacionalismo se refiere Ploncard D'Assac cuando dice:
El nacionalismo, en tanto que doctrina política, nació al fin del siglo XIX3.
Charles Maurras
El Nacionalismo se aplica en efecto, más que a la Tierra de los Padres, a los Pa-
dres mismos, a su sangre y sus obras, a su herencia moral y espiritual más que ma-
terial.
El Nacionalismo es la salvaguardia debida a todos esos tesoros, que pueden ser ame-
nazados sin que un ejército extranjero haya pasado la frontera, sin que el territo-
rio sea físicamente invadido.
Igual protección debe prestarse en el caso de una dominación extranjera combinada,
cuya fuerza consagrada por un derecho escrito, no se ha convertido. sin embargo en
un derecho real: así como sucedió especialmente, con Polonia, con Irlanda y, ante-
riormente, con la Italia del tiempo de Mis Prisiones.
Cuando una penetración pacífica extranjera compromete el vigor o la calidad del es-
píritu nacional, o el Extranjero establecido niega a los naturales sus libertades
escolares o el "status" consuetudinario al cual tienen derecho, en los dos casos la
reacción nacional es, en sí misma, de pleno derecho1.
1
Maurras, Charles, Dictionnaire politique et critique; Établi par les soins de Pierre Chandon, Pa-
ris, A la Cité des Livres, 1932, t. 3, p. 162.
la Revolución de 1789 y que, derrotada por Prusia en 1870, llegó en pésimas con-
diciones materiales y
espirituales a la Primera Guerra Mundial, de cuya victoria no obtuvo las frutos
que le debieron corresponder. Igual situación crítica se produjo antes de la Se-
gunda Guerra Mundial, donde la derrota de Francia consagró, según Maurras, el
fracaso del ideario republicano, democrático y parlamentario.
Maurras rechazaba la filosofía del Nacionalismo, tal como la formuló el Romanti-
cismo en los comienzos del siglo XIX, y sólo la aceptaba como una actitud de de-
fensa, necesaria y urgente, cuando los intereses espirituales y materiales de la
nación eran amenazados. Si el patriotismo, era un sentimiento, más bien pasivo,
de amor al territorio nacional y a la herencia de los antepasados, el Naciona-
lismo era una reacción dinámica y activa para defender la patria de sus enemi-
gos. En las naciones disminuidas o menoscabadas por la acción del extranjero, el
Nacionalismo era un imperativo lícito e irrenunciable.
El Nacionalismo de Maurras se impuso como una operación esencialmente política.
"La Política ante todo", como dijo en una fórmula famosa; porque sin política
cómo primer paso para la conquista del poder, era imposible pensar en realizar
las tareas múltiples y complejas que requerían la defensa de Francia y la res-
tauración de sus instituciones políticas, sociales y culturales.
De acuerdo con su método político realista de extraer de la condición natural de
cada país los elementos necesarios para su acción, Maurras dedujo que para evi-
tar que el anarquismo jacobino y revolucionario llegara a destruir hasta la es-
encia del Estado, debía volverse a una jefatura política que estuviera por enci-
ma de las querellas partidarias e ideológicas, a un poder político cuya fuente y
sentido no se pusieran en crisis periódicamente. La solución para Maurras fue la
monarquía, que debía ser, de acuerdo con la realidad de Francia, hereditaria,
social, antiparlamentaria y descentralizada. Una monarquía, en fin, que asegura-
ra la integridad del país a través de las generaciones, que implantara la justi-
cia que negaban los poderes del Dinero y la Opinión, que no se dejara destruir
en las querellas infinitas de –los parlamentarios y que defendiera a las regio-
nes de Francia, ahogadas por una centralización abusiva.
La monarquía propuesta por Maurras para Francia era según él, el único régimen
que aseguraría la vigencia de los derechos y las libertades concretas, en el
marco de las instituciones, sin las cuales no hay sociedad, porque el individua-
lismo liberal, heredado de Rousseau, no era más que una utopía.
Para instaurar esta monarquía, Maurras propuso el golpe de estado, pues la con-
quista del poder político por medio de las elecciones era imposible con una opi-
nión pública profundamente trabajada por la acción larga y sostenida de los que
Maurras consideraba enemigos de Francia.
El instrumento creado por Maurras para difundir su ideario, fue la Acción Fran-
cesa, fundada entre 1898 y 1899. El periódico de ese nombre y la actividad inte-
lectual v política de su creador y el grupo de sus partidarios, tanto se presen-
taban a elecciones para el Parlamento como preconizaban el uso de la fuerza, se-
gún las circunstancias. La Acción Francesa fue una escuela de pensamiento y ac-
ción política que no tiene equivalente en la época contemporánea ni por el bri-
llo y la calidad de sus integrantes ni por la voluntad sostenida de llevar ade-
lante sus ideas. Polemizaban utilizando un sistema poderoso de sentimientos,
ideas e intereses que parecían invencibles.
Acompañaron a Maurras, entre otros, Jacques Bainville, Leon Daudet, Maurice
Pujó, Henry Massis, Henry Vaugeois, Jules Lemaître; pero la lista se alargaría
no sólo con aquellos que permanecieron fieles a la Acción Francesa, sino también
con los que la abandonaron para emigrar a la democracia liberal o a la izquier-
da, como Jacques Maritain, André Malraux, George Bernanos, Maurice Schumann o
Antoine Pinay, o a formas más extremas de la derecha y aun –al fascismo francés,
como Thierry Maulnier, Pierre Drieu La Rochelle o Robert Brassillach.
La condena del Papa a la Acción Francesa en 1926 –levantada en 1939- quitó a
Maurras numerosos partidarios católicos, y la Segunda Guerra Mundial, que con la
intervención alemana y anglo-norteamericana desbordó totalmente el cuadro dentro
del cual planteaba su política Maurras, completó la suma de factores adversos.
Al terminar la guerra, Maurras fue injustamente condenado por "colaboracionista"
de Alemania y murió, convertido al catolicismo, en 1952.
Esta síntesis breve de las ideas de Maurras, basta para comprender su importan-
cia como influencia en los primeros Nacionalistas argentinos. Debe señalarse,
sin embargo; que dentro de un contexto histórico y político diferente, pero en
vinculación con las ideas de Maurras, hubo un Nacionalismo italiano anterior al
fascismo: el de Enrico Corradini (1865-1931), y un movimiento Nacionalista ale-
mán, también absorbido y anulado por el nazismo. Pero ni estos Nacionalismos, ni
los que se dieron con caracteres singulares y propios en otros países europeos,
tuvieron la importancia de las ideas de Maurras, cuyo nombre sigue todavía enar-
deciendo a los enemigos del Nacionalismo, quienes poco o nada saben de sus
obras, pero aciertan a verlo como una figura simbólica del pensamiento contra-
rrevolucionario2.
En síntesis, pues, el Nacionalismo que se configuró de acuerdo con las ideas po-
líticas contrarrevolucionarias en Europa, sobre la base del pensamiento elabora-
do a partir de la reacción despertada por el auge de las corrientes demolibera-
les, fue la tendencia ideológica y política que, con todas las modificaciones
que en su momento se le introdujeron, influyó en el surgimiento del Nacionalismo
hispanoamericano.
2
Sobre Maurras puede verse mi obra Introducción a Maurras, Buenos Aires, Nuevo Orden, 1965. Allí se
citan los principales trabajos sobre el tema. Además del material mencionado en la n. 1l, cfr. Thi-
baudet, Albert, Les idées de Charles Maurras, Paris. Gallimard, 1920; Weber, Eugen, The Nationalist
Revival in France, 1905-1914, Berkeley-Los Angeles, 1959 (trad. franc. en Stock, 1964); Marty, Al-
bert; L'Action Française racontée par elle-même, Paris, Nouvelles Editions Latines, 1968; los
"Cahiers Charles Maurras"; que se publican en París, desde 1960. Como obra sobre el tema general del
fascismo, es muy útil e interesante por la información, aunque deficiente en la comprensión de as-
pectos muy importantes, la de Nolte, Ernst, El Fascismo en su época; Action Française, Fascismo, Na-
cionalsocialismo. trad. cast. de María Rosa Borrás, Madrid, Península, 1967.
1
Cfr. La Revista de América, de Rúbén Darío y Ricardo Jaimes Freyre, Edición facsimilar, estudio y
notas de Boyd G. Carter. Managua, Publicaciones del Centenario de Rubén Darío, 1967.
A partir del modernismo, pues, a la tradicional influencia de los escritores se
fue sumando la de un pensamiento crítico del liberalismo positivista que abría
camino para formas ulteriores de esta reacción, como será el Nacionalismo.
Me refiero, claro está, à un proceso que se realiza en el núcleo de escritores
relacionados y penetrados por la literatura francesa, pero debe recordarse que
los movimientos políticos hispanoamericanos han estado siempre precedidos de una
tarea de impregnación en las fuentes ideológicas europeas, y que esto ha ocurri-
do, al principio, en una minoría reducida, para luego ampliar sus ondas hasta
abarcar a sectores más vastos que, generalmente, han estado desvinculados de
aquella relación inicial.
Además de los citados Taine y Renan, dos escritores de poderosa influencia en
Hispanoamérica fueron Anatole France y Maurice Barrès. Es verdad que de France
se recogió más su escepticismo frívolo que su crítica acerba de la mitología re-
volucionaria y jacobina, pero ésta no dejó de incidir en quienes lo leyeron. Y
en cuanto a Barrès, al deslumbramiento que producía el brillo espléndido de su
prosa, se agregó la versión peculiar de España, tal como aparecía en Du sang, de
la volupté et de la mort (1894). Es bien conocida la huella profunda de Barrès
en un gran escritor Modernista, Enrique Larreta.
Si se deja de lado la influencia directa del pensamiento político de Maurras,
que se verá más adelante, es indudable que muchos de los temas inscriptos en el
movimiento ideológico francés de fines del siglo XIX, obraron como ejemplos en
la coetánea renovación espiritual de Hispanoamérica: el reclamo de espirituali-
dad y el rechazo del utilitarismo y el materialismo, la crítica de la burguesía
liberal y de las apelaciones demagógicas a la vulgaridad mayoritaria, el -anhelo
de una aristocracia intelectual inspirada en el modelo clásico de Grecia, la de-
fensa de una continuidad de los valores tradicionales como valla contra la de-
sintegración cultural producida por un espíritu de modernidad desenfrenado,
etcétera.
La mayoría de los grandes espíritus hispanoamericanos de finales del siglo XIX y
principios del XX, participaron de estos ideales, aunque no abandonaran el libe-
ralismo ni adhirieran al Nacionalismo tal como lo concebía Maurras. Hasta en un
paradigma de la mejor reacción Modernista –y liberal-, como es el uruguayo José
Enrique Rodó, es evidente la presencia de estos temas, que significan una críti-
ca profunda del sistema intelectual y político que defendía la versión positi-
vista del liberalismo.
Otro ejemplo de cómo las ideas francesas críticas del demoliberalismo contribu-
yeron a minar las creencias hispanoamericanas en aquel sistema, puede hallarse
en la obra de Paul Groussac (1848-1929), escritor francés radicado en la Argen-
tina, donde realizó una tarea intelectual renovadora, sobre todo en la historia
y en la crítica ideológica y literaria, aspecto este último en el cual podría
reclamar el título de fundador, por la seriedad, el rigor, la probidad y la in-
dependencia de su juicio.
La crítica de Groussac a los grandes mitos del liberalismo argentino tales como
Alberdi y Echeverría, así como sus apuntes sobre Sarmiento y sobre innumerables
aspectos, hechos y personajes de la vida americana y argentina, no se explica-
rían sin el trasfondo de quienes fueron algunos de los pensadores por él admira-
dos: Taine, Renan, Fustel de Coulanges. Es verdad que Groussac adhirió al libe-
ralismo argentino en su momento de mayor gloria intelectual y política, pero
también lo es que su lección, sin mencionar a Maurras ni a su grupo, guarda una
profunda analogía con las ideas fundamentales de los Nacionalistas. El tema aún
espera un estudio condigno, pero conviene apuntar el hecho2.
2
El mejor estudio sobre Groussac sigue siendo el de Alfonso de Laferrère, como prólogo a las Páginas
de Groussac (Extraídas de sus Obras Completas), Buenos Aires, Editorial América Unida, 1928, ps.
VII-XLI. En esa época, como se verá, Laferrère militaba en el primer Nacionalismo. Cfr. mi artículo:
"Francia en las ideas políticas y en la cultura argentina", Boletín de Estudios políticos y Socia-
les, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, nº 14, 1964, ps. 7-40.
del Nacionalismo en Hispanoamérica. Para comprenderlo íntegramente hay que acu-
dir a la decisiva influencia de España. Por otra parte, los' estudios sobre his-
toria de las ideas americanas van revelando, cada vez con más claridad y funda-
mento, que lo que se consideró ejemplo directo de Francia, sólo fue el traspaso
de la imitación que se hacía en España de las ideas francesas. Como ocurrió, por
ejemplo, en las etapas dé la Ilustración y, parcialmente, del Romanticismo.
Desde finales del siglo XVIII se dio en España una corriente ideológica y polí-
tica que refutaba las ideas del enciclopedismo, cuyo auge alarmó a la conciencia
católica de los españoles. Fray Fernando de Ceballos y Mier con su obra La Falsa
Filosofía, crimen de Estado (1775), fue base de una vigorosa colunma de apolo-
gistas, filósofos y ensayistas políticos que se opusieron a las ideas consagra-
das por la Revolución Francesa. Aquí cabe mencionar a Fray Francisco Alvarado
(O.P.), el "Filósofo Rancio", autor de las Cartas críticas (1824-1825), al padre
Jaime Balmes, con una obra vastísima que lo consagra como el más alto pensador
político de España durante el siglo XIX, a Don Juan Donoso Cortés, a Don Antonio
Aparisi y Guijarro, a Don Cándido Nocedal y a Don Juan Vázquez de Mella.
El pensamiento político contrarrevolucionario de los españoles, se distinguió
por su rotunda definición católica. La crítica de las ideas liberales se apoyaba
en la filosofía escolástica y en la teología tradicional, con las inflexiones
particulares introducidas por la posición individual de autores como Balmes y
Donoso. Tuvo, asimismo, una fuerte raíz en los acontecimientos políticos euro-
peos y españoles del siglo XIX, con lo cual dicha crítica no fue una especula-
ción exclusivamente abstracta, sino se apuntó a los problemas sociales y políti-
cos que se planteaban en el orden concreto.
Subrayada, pues, con fuerza la base católica de este pensamiento, debe decirse
que en materia de filosofía política coincidía en sus líneas fundamentales con
el repertorio ideológico de la contrarrevolución francesa, aunque en España, por
ser entonces una monarquía, faltaba la campaña en favor de la restauración de
este régimen que, como se vio, tuvo lugar en Francia1.
Las ideas tradicionalistas y contrarrevolucionarias españolas no tuvieron una
gran acogida en Hispanoamérica. En primer lugar, porque a raíz de la guerra de
emancipación se hizo más enconada la crítica a la tradición española, crítica
que, nacida en la Península, se trasladó a América, donde alimentó la propaganda
en favor de la independencia. Y en segundo lugar, porque el auge del liberalismo
en América durante el siglo XIX y principios del XX, desplazó casi totalmente al
pensamiento contrarrevolucionario.
Hubo sin embargo, muchos americanos que lo conocieron y aun lo ilustraron con
aportes valiosos. Tal fue el caso del gran colombiano Miguel Antonio Caro (1843-
1909), humanista, filósofo y político, cuya obra se inspiró en las mismas fuen-
tes religiosas, filosóficas y literarias que los pensadores españoles antes men-
cionados2.
Hacia finales del siglo XIX las relaciones con España volvieron a recobrar la
intensidad que exigía la fraternidad de sangre, idioma y tradiciones 3. Y el gran
estímulo que llegó para renovar las ideas y el espíritu hispanoamericano fue el
de la llamada "Generación del 98". Unamuno, Azorín, Baroja, Valle-Inclán, Be-
navente, los Machado y Ramiro de Maeztu, estaban presentes en nuestras tierras,
tanto por sus libros como por las colaboraciones que la mayoría de ellos escri-
bió para los principales periódicos americanos, tales como La Nación y La Prensa
de Buenos Aires, con lo cual lograban una difusión amplísima.
Es sabido que los integrantes de la "Generación del 98", bajo el peso de la de-
rrota de España en la guerra contra los Estados Unidos, hicieron una crítica
1
Cfr. Menéndez Pelayo, Marcelino, Historia de los heterodoxos españoles, Buenos Aires. Espasa-Cal-
pe, 1951, ts. VI y VII, y de Encinas, Joaquín, La Tradición española y la revolución, Madrid, Rialp,
1958.
2
Cfr. Valderrama Andrade, Carlos, El pensamiento filosófico de Miguel Antonio Caro, Bogotá, Insti-
tuto Caro y Cuervo, 1961, y mis trabajos: Miguel Antonio Caro y la emancipación hispano-americana,
Thesaurus, Bogotá, 1966, tomo XXI, ps. 3-38, y "La iniciación filosófica de Miguel Antonio Caro",
(Libro de homenaje a Luis Alberto Sánchez en los 40 años de su docencia universitaria, Lima, Univer-
sidad Mayor de el San Marcos, 1967, ps. 539-563).
3
Sobre el tema de las relaciones entre España y América durante el siglo XIX cfr. el interesantísimo
libro de Van Aken, Mark J., Panhispanism: Its Origin and Develapment to 1866, Berkeley-Los Angeles,
University of California Press, 1959.
profunda y amarga de la realidad nacional. Precedidos por Joaquín Costa, quien
fustigaba los vicios políticos y sociales y planteaba la urgencia de una "rege-
neración", Maeztu, Unamuno y Azorín trataban de hallar fórmulas políticas nuevas
para curar a una España desfalleciente. Mientras Baroja, Benavente, Valle Inclán
y los Machado, producían la renovación estética cuya plenitud y belleza hacían
resurgir en España los Fastos de un nuevo Siglo de Oro.
A través de los escritores del 98 llegaron a Hispanoamérica los elementos de una
reforma en las ideas y en las letras, que se sumaban al proceso iniciado bri-
llantemente por el Modernismo. Así se redescubrió el valor de lo propio y nacio-
nal, del paisaje natural y humano de la patria, del terruño visto en una dimen-
sión estética universal, el cuidado y la estima de la tradición. olvidada por el
progresismo del siqlo XIX, la afirmación de ideales sociales y culturales que
debían imponerse por sobre todo egoísmo y mal entendido utilitarismo, en fin, el
espíritu de una reforma espiritual enérgica, sobre la base de la tradición pero
proyectada esperanzadamente hacia el porvenir.
Este mensaje conmovió a los hispanoamericanos, pues se expresaba en la misma
lengua y con el mismo acento en sentimientos e ideas familiares, que se reen-
contraban después de largos años de incomprensión y alejamiento. Los viajes de
Darío a España en 1892 y en 1898, marcan simbólicamente el encuentro de una Amé-
rica nueva con el espíritu de la España vieja y de la que renacía después de la
derrota.
Para los hispanoamericanos y sobre todo para las minorías intelectuales que has-
ta entonces habían mirado sólo a Francia como espejo ejemplar de cultura, España
volvió a recobrar prestigio y si bien se siguió viajando a París y soñando con
la frecuentación de sus míticos e idealizados cenáculos literarios y artísticos,
Madrid y otras ciudades españolas se agregaron a ese itinerario; y más aún,
cuando la frialdad o la incomprensión rechazaba de París a la ingenuidad crio-
lla, España estaba pronta para ofrecerle el calor de un hogar común donde se
restañaban heridas y se aprendía a conocer y a querer la vieja patria común de
la sangre y el idioma.
El intercambio cultural que significó el conocimiento de las nuevas ideas y ex-
periencias literarias españolas por parte de los hispanoamericanos hacia 1900,
es de importancia fundamental para comprender el surgimiento de una actitud sin-
gular respecto del Nacionalismo. Porque la valoración de lo nacional americano
no hubiera sido posible sin un reconocimiento previo del valor de los orígenes
raciales y culturales.
Había que superar el secular desprecio a lo hispánico que estaba presente en el
dogma del liberalismo, tanto en sus versiones canónicas de Ilustración, Romanti-
cismo y Positivismo, como a través de creencias infundidas en el pueblo por me-
dio de la educación y el periodismo. Ese dogma de la autodenigración se levanta-
ba como una valla infranqueable frente a todo intento de valoración auténtica de
lo nacional.
En los testimonios de los viajes por España de la última promoción Modernista,
en los años inmediatamente anteriores y posteriores a 1900, hay pruebas de la
admiración despertada por el conocimiento de las grandes figuras del siglo XIX
que aún vivían cargadas de gloria, tales como Galdós, Menéndez y Pelayo, Valera,
la Pardo Bazán, "Clarín"; y de lo que significó, como afirmación de sus ideales
americanos, la relación con las figuras y las obras de los "Noventaiochistas" –
como los llamó Ramón Sender-, y de aquellos que los continuaron.
En el punto de la revalorización de lo tradicional hispánico fue decisivo el in-
flujo de Don Ramón Menéndez Pidal, fundador de una escuela de estudios históri-
cos en la que se formarían, durante muchos años, eminentes hispanoamericanos.
Menéndez Pidal continuó la formidable labor de Menéndez y Pelayo y cuando viajó
a Hispanoamérica, en 1905, su presencia vigorizó el aprecio por una ciencia es-
pañola que hasta entonces parecía impensable para los americanos, acostumbrados
a no reconocer otro magisterio que el de aquellos que no hablaban castellano.
En una cultura como la hispanoamericana, apta como ninguna para la recepción de
los motivos morales y estéticas, la influencia de los escritores españoles fue
extraordinaria. Gracias a ellos y la apertura de la sensibilidad americana, se
deshizo el coágulo del dogma de la autodenigración hispánica, y pronto se revi-
vificaron los ánimos como para emprender una empresa nueva: la afirmación de lo
nacional hispanoamericana4.
Fue necesario el fuerte y contradictorio sacudón de Unamuno, suscitador de dudas
no resueltas, pero enérgico crítico del cientificismo materialista y vulgar en
que se empozaba la inteligencia americana, todavía bajo la losa del dogmatismo
Positivista. Su descubrimiento de que en toda empresa de cultura auténtica late
una intrahistoria que hay que develar e incorporar al vivir contemporáneo, fue
también fecundador para quienes tenían que volver a rehacer una historia ameri-
cana verdadera.
También se necesitó que Azorín indagara con su ternura poética, fina y sutil, en
las entrañas de la realidad española, y que mostrara el tesoro escondido de los
clásicos de la lengua y la riqueza humana y natural de toda España,, para que
los americanos volvieran su sensibilidad a las cosas americanas, y descubrieran
en su pobreza aparente valiosa sustancia emotiva y estética. Baroja; Valle-In-
clán y los Machado dieron su ejemplo magistral para comprender el alma hispáni-
ca, la riqueza de ideales y sentimientos y la verdad descarnada de las debilida-
des que todos compartíamos, en las solitarias aldeas campesinas y en las ciuda-
des que comenzaban a teñirse con las complejidades de la vida moderna. Y final-
mente Ramiro de Maeztu, el más grande pensador político español del siglo XX,
también ofrecía a los hispanoamericanos, a través de sus libros y de una colabo-
ración periodística casi cotidiana, el espectáculo soberbio de un espíritu ator-
mentado por dudas y desencuentros ideológicos que, sin embargo, con una seguri-
dad de rumbo cada vez más firme, marchaba hacia una definición vital que culmi-
naría con el descubrimiento de la "hispanidad" como realidad y mito.
Al impulso primero de los del 98, siguió la obra científica y estética de otra
promoción española de poderosa influencia en América: José Orteqa y Gasset, Ra-
món Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Gabriel Miró a la cual seguiría, ya en
nuestro tiempo, la de aquellos que, forman la llamada "Generación del 27": Pedro
Salinas, Jorge Guillén, Federico García Lorca, Rafael Alberti, entre los poetas,
acompañados de una legión de historiadores, filósofos y ensayistas que no es del
caso detallar.
Sólo he mencionado este remate de nombres españoles, para ofrecer una idea de
conjunto del panorama español' que se ofreció a los hispanoamericanos de las
primeras décadas del siglo XX. A través de libros y autores, de viajes y de re-
laciones personales, en América se volvió a escribir y a pensar con un talante
más audaz y original, con la fuerza que daba la conciencia de pertenecer al mis-
mo orbe cultural que producía un Américo Castro o un Eugenio D'Ors, Antonio Ma-
chado o un García Morente. La reafirmación hispanoamericana que es la consecuen-
cia del encuentro con España a partir de 1900 permite, pues, comprender el fenó-
meno político del Nacionalismo, como se verá más adelante.
4
Un excelente libro sobre las relaciones literarias entre España e Hispanoamérica en la época del
Modernismo, es el de Fogelquist, Donald F. Españoles de América y americanos de España, Madrid, Gre-
dos, 1968.
CAPÍTULO II
EL NACIONALISMO HISPANOAMERICANO
Bolivia
1
Ob. cit., p. 65.
2
Francovich. Guillermo, El pensamiento boliviano en el siglo XX, México-Buenos Aires, Fondo de Cul-
tura Económica, 1956, p. 53.
3
Montenegro, Carlos, Nacionalismo y Coloniaje; estudio preliminar por Dardo Cúneo, Buenos Aires,
Pleamar 1967, p. 222 y Céspedes, Augusto, El Dictador Suicida; 40 años de historia de Bolivia, San-
tiago de Chile. Editorial Universitaria 1956, p. 54. Sobre Tamayo, cfr. Díaz de Medina, Fernando,
Franz Tamayo; Hechicero del Ande, La Paz, Librería y Editorial "Juventud", 1968, ps., 92-97.
Y así en Bolivia, sobre la huella de Franz Tamayo, teorías como las de Jaime
Mendoza (1874-1939), con sus obras La tesis andinista (1933) y El macizo boli-
viano (1935), reafirman el propósito de vigorizar el carácter nacional bajo la
influencia plasmadora de la tierra y el paisaje. Esta constante telúrica e indi-
genista está presente en la mayoría de los ensayistas políticos que, entre 1920
y 1940, planearon la formación del Nacionalismo boliviano. Cuando la guerra del
Chaco (1932-1935) facilita la insurgencia de la juventud que vuelve de la derro-
ta con el ánimo decidido a terminar con un régimen que permite la inferioriza-
cïón del país, se está ante la primera experiencia de un gobierno autoritario y
Nacionalista: el de Germán Busch, cuya brevedad (1937-1939) no impide la reali-
zación de medidas políticas y económicas,
inspiradas en la ideología telúrica e indigenista y concretamente enderezadas a
la nacionalización de las minas, el control del poder de las empresas extranje-
ras en Bolivia y la valorización de lo nativo.
La fugaz experiencia de Busch y la campaña política e intelectual cumplida por
Roberto Prudencio en la revista Kollasuyo a partir de 1939, así como la actua-
ción de Fernando Díaz de Medina con su grupo Pachakutista (1948-1951), moderada-
mente Nacionalista, son algunos de los muchos elementos que cabría profundizar
antes de llegar al estudio del polifacético y contradictorio "Movimiento Nacio-
nalista Revolucionario", fundado en 1941 y dueño del poder político por primera
vez en 1943, con el mayor Gualberto Villarroel, derrocado y asesinado en 1947.
El "Movimiento Nacionalista Revolucionario" afrontó entre 1947 y 1952 una etapa
de exilios y guerra civil, pero gobernó otra vez en varios períodos presidencia-
les entre 1952 y 1964, año en que volvió a ser derrocado por una revolución.
La ideología política del M.N.R. era compleja y heterogénea, como la de su prin-
cipal jefe, Víctor Paz Estenssoro y la de otros militantes de importancia, tales
como Hernán Siles Suazo Carlos Montenegro; Augusto Céspedes y muchos más. Cuando
se fundó el M.N.R. en 1941 su ideario estaba basado en la filosofía cultural in-
digenista, en un socialismo nacional y en la defensa de la independencia econó-
mica, tema de importancia capital en la historia contemporánea de Bolivia, donde
la presencia de las compañías petroleras, como la Standard Oil y la explotación
de las minas de estaño por Patiño, Aramayo y Hoschild, han sido factores retar-
datarios de la integración autónoma de la personalidad nacional. EL M.N.R., di-
rigido por Víctor Paz Estenssoro, recogió la herencia de Busch y comprendió la
importancia de una alianza entre las fuerzas armadas y las masas populares. Y la
ideología de sus primeros años debió mucho al contacto que establecieron los
exiliados bolivianos en Buenos Aires, con los Nacionalistas argentinos. En esta
etapa, y a pesar de ciertos fundamentos teóricos compartidos con la izquierda y
la importancia concedida al factor popular, el M.N.R. podría ser considerado un
Nacionalismo de derecha, sobre todo si se tiene en cuenta el rechazo sistemático
y vigoroso de las diversas formas del marxismo que había hecho el Nacionalismo
boliviano desde que comenzó a actuar en su país.
Pero las circunstancias cambiaron, desde el punto de vista doctrinario, cuando
el M.N.R. comenzó a gobernar, y especialmente en 1952 y 1964. El marxismo apare-
ció como un poderoso ingrediente ideológico del Movimiento y un notorio marxis-
ta, el dirigente minero Juan Lechín ocupó un lugar preponderante en su política.
Por otra parte, el antiimperialismo del Movimiento se reveló en toda su debili-
dad cuando su gobierno aceptó la ayuda norteamericana y el plan de estabiliza-
ción del Fondo Monetario Internacional, para no mencionar la negociación con Es-
tados Unidos de la política internacional de Bolivia. El caos político y econó-
mico acompañado de la imposición autoritaria del marxismo en diversos aspectos
de la vida del país, con la persecución injusta y odiosa de quienes se le resis-
tían, completan este cuadro paradojal y contradictorio del M.N.R.
La defensa de un ideario Nacionalista en Bolivia pasó, a partir de 1952, a la
"Falange Socialista Boliviana", fundada en Chile en 1937 y extendida como movi-
miento juvenil del catolicismo de derecha a partir de 1938, hispanista y antima-
rxista, cuyo líder, Oscar Unzaga de la Vega, luego, de encabezar una oposición
violenta al M.N.R., fue asesinado en 1959, durante la presidencia de Hernán Si-
les Suazo.
El ideario de la "Falange" se resume en los puntos siguientes: 1°) Bolivia per-
tenece al mundo occidental, como hecho histórico y cultural; 2°) Defensa del
ideal hispanoamericano, como el de una gran nacionalidad común que engloba a las
diversas unidades estatales; 3º) Defensa del pluripartidismo y condena de los
regímenes autoritarios y policiales; 4°) Restablecimiento del principio de auto-
ridad, con la eliminación de los "cogobiernos paralelos" de sindicatos, grupos,
etc.; 5°) Imperio de la legalidad y la justicia, y 6°) Defensa de la unidad na-
cional, frente a la lucha de clases y de razas.
La "Falange Socialista Boliviana", bajo la dirección de Unzaga de la Vega y con
la colaboración de César Rojas y sobre todo, de Jorge Siles Salinas, una de las
personalidades más valiosas en el pensamiento hispanoamericano contemporáneo, ha
asumida la representación del Nacionalismo en Bolivia. Como resultado de la
unión acordada para derribar al gobierno filocomunista de Torres, el NL.N.R. de
Paz Estenssoro y la "Falange Socialista Boliviana" bajo el liderazgo de Mario
Gutiérrez, acompañaron al actual presidente de Bolivia, coronel Banzer. Poste-
riormente la Falange se apartó del Gobierno y pasó a una oposición franca y
abierta. En 1975, el Nacionalismo tiene todavía la palabra4.
Chile
4
Ante la carencia de obras objetivas y fundadas, en medio de la vastísima bibliografía política sus-
citada por el Nacionalismo boliviano, hay que acudir a algunos estudios norteamericanos: Alexander,
Robert J., The Bolivian National Revolution, New Brunswick, N. J., Rutgers University Press, 1958;
Klein, Herbert S., Orígenes de la Revolución Nacional Boliviana. (La crisis de la generación del
Chaco), trad. cast., La Paz, "Juventud", 1968; Brill, William H., Military Intervention in Bolivia:
The Overthrow of Paz Estenssoro and the MNR, Washigton, D.C., Institute for the Comparative Study of
Political Systems, 1967; Patch, Richard W., "Bolivia: U. S. Assistance in a Revolution Setting", To-
masek, Robert D., comp. Latin American Politics; 24 Studies of fhe Contemporary Scene, Garden City,
N. Y., Anchor Books-Doubleday & Co., 1966, ps. 310-346. Para la crítica del M.N.R. desde la perspec-
tiva de la Falange, es muy importante el libro de Siles Salinas, Jorge, Lecciones de una Revolución;
Bolivia 1952-1959, Santiago de Chile, Editorial Universidad Católica, 1959, y La aventura y el or-
den, reflexiones sobre la revolución boliviana, Santiago de Chile, 1956. Una síntesis útil en Orte-
ga, José, "Orígenes y evolución del nacionalismo boliviano", Revista de estudios políticos, Madrid,
n° 167, sep.-oct. 1969. ps. 173-205.
litante conservador. El programa de este partido reflejaba la personalidad de su
principal líder, un economista distinguido con ideas científicas y modernas
acerca de la política y las finanzas.
El partido Nacionalista se opuso a las ideologías que prevalecían en Chile, a
las cuales acusó de ser meras imitaciones de lo europeo, exigió la nacionaliza-
ción de las industrias que pudieran ser explotadas por los chilenos, la protec-
ción a la industria nacional, la intervención del Estado en favor de los traba-
jadores y una economía estable, abierta a las relaciones con los países limítro-
fes, órgano del Nacionalismo fue el diario La Opinión, publicado entre 1915 y
1920 bajo la dirección de Don Tancredo Pinochet; periódico que realizó intensas
campañas en favor de reformas sociales, políticas y administrativas.
Pero el auge del Nacionalismo comenzó a partir de la década de .1930, como re-
sultado de la crisis de los partidos y de la situación política y económica. La
irrupción de una vigorosa personalidad, la del general Carlos Ibáñez del Campo
(1877-1960) es otro hecho decisivo para comprender treinta años de la vida polí-
tica chilena, y dentro de ella, el surgimiento del Nacionalismo como una fórmula
política nueva, entre las muchas que se erigieron para apoyar a una actitud que
no tenía cabida fácil dentro del esquema de las fuerzas políticas de Chile.
Es sugestivo que cuando Ibáñez ocupa por primera vez la Presidencia de Chile;
lleva como ministro de hacienda (1926-1927) y luego de educación (1930-1931), a
Don Alberto Edwards Vives, historiador y ensayista político conservador a quien
se debe la mejor interpretación crítica del desarrollo político de Chile: La
Fronda Aristocrática (1928), obra de inspiración evidente en las ideas de Spen-
gler y Maurras, donde se enjuiciaba
La teoría de Edwards Vives era que Chile necesitaba un poder fuerte que se impu-
siera a las querellas de los partidos y al enfrentamiento entre los partidarios
del democratismo y los de las oligarquías conservadoras. Sobre la imagen ejem-
plar de Portales, permanente ejemplo de autoridad fuerte que salva a la nación
del caos, Edwards Vives asistía, ya en sus últimos años de vida, a la experien-
cia de Ibáñez como un mal menor que podía encerrar auténticas posibilidades po-
líticas, para salir de un sistema agotado.
En la década de 1930 se hizo sentir fuertemente la influencia de los fascismos
europeos y Jorge González von Mareés fundó, en 1932, el "Movimiento Nacional So-
cialista de Chile", o "Partido Nacista", con principios socialistas nacionales,
absolutamente estatista y con todo el atuendo característico de uniformes, salu-
dos, ritos y violencia que es habitual. Este grupo halló acogida entre la juven-
tud, y el gobierno de Arturo Alessandri, con el apoyo de la izquierda que, como
es lógico, combatía sañudamente a los "nacis", y de la derecha tradicional,
adoptó medidas legales contra ellos.
El "Movimiento Nacional Socialista de Chile" tuvo un periódico y una radio, or-
ganizó bataholas y tiroteos con los marxistas y se presentó a elecciones, con lo
cual logró tres bancas parlamentarias; una de ellas para González von Mareés,
quien negó en el Congreso que su partido tuviera vinculación con los Fascismos
extranjeros y aun reivindicó, por ser socialista, su inclusión en la izquierda.
El "Movimiento Nacional Socialista de Chile" entró en negociaciones con la
Alianza Popular Libertadora para postular la candidatura presidencial de Ibáñez,
pero también intentó, por su cuenta, un golpe de estado que culminó con la ma-
tanza de cuarenta militantes del Movimiento en el edificio del Seguro Obrero, el
5 de septiembre de 1938. González von Mareés renunció al Movimiento, que terminó
votando la candidatura radical de Don Pedro Aguirre Cerda, quien indultó a los
"nacis". A Fines de ese año, éstos se disgregaron para Formar la, "Vanguardia
Popular Socialista", de neta definición de izquierda agrupación que concluyó en
1
Edwards Vives, Alberto, La Fronda Aristocrática; Historia Política de Chile, Santiago de Chile,
Editorial del Pacífico, 4ª ed.; 1952, p. 309. Del mismo autor, cfr. La organización política de Chi-
le, Santiago de Chile, Editorial Difusión Chilena, 1943.
1941. En cuanto a González von Mareés, luego de varias vicisitudes, terminó como
secretario general del Partido Liberal.
La atmósfera política y cultural de Chile, al comenzar la década del 30, era de
lucha, crisis y renovación. En el sector católico se produjo un movimiento cul-
tural, de indirecta incidencia en lo político. Las algaradas universitarias azu-
zaron los ánimos y la inteligencia se entusiasmaba con el descubrimiento de te-
mas nuevos. Bajo la dirección de Jaime Eyzaguirre una de las personalidades más
completas y auténticas del pensamiento hispanoamericano contemporáneo, comenzó a
publicarse en 1932 la revista Estudios, vehículo intelectual, como dice Roque
Esteban Scarpa, de
2
Scarpa, Roque Esteban "Significado de la revista Estudios" Bibliografía general de le revista Estu-
dios (1932-1957), Santiago de Chile, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 1969, p. 9.
dicionales, con la prensa y casi todos los grupos ideológicos de izquierda y de
derecha en contra. Pero Ibáñez se arreglaba para componer un conglomerado hete-
rogéneo de tendencias y personas, entre las cuales los Nacionalistas podían ac-
tuar, pues no funcionaban los prejuicios contra ellos que se daban en todos los
partidos políticos.
Atraídos por las perspectivas renovadoras que se creía advertir en Ibáñez, un
grupo de jóvenes conservadores fundó el "Partido Nacional Cristiano", que actuó
entre 1952 y 1958. Apoyaron a Ibáñez y obtuvieron algunas bancas, pero se disol-
vió por disensiones internas, y mientras unos marcharon hacia lo que sería la
"Democracia Cristiana", otros volvieron al "Partido Conservador".
La mayoría de los Nacionalistas que siguieron actuando en Chile pasaron por el
gobierno de Ibáñez o lo apoyaron más o menos directamente. Esto se comprueba,
por ejemplo, hojeando la colección de una publicación periódica: Estanquero,
aparecida durante los años de aquel gobierno y que dirigía Mario Arnello Romo.
Estanquero reflejaba el punto de vista de Nacionalistas y conservadores que bus-
caban una fórmula política viable, dentro de la tradición de unidad nacional y
autoridad, tal como indicaba el nombre de la revista, pues "estanqueros" se de-
nominó al grupo político que rodeó en su tiempo a Portales.
En 1954 fue ministro de hacienda Jorge Prat, una inteligente y original persona-
lidad política ,de formación Nacionalista y conservadora.
Prat militó en el "Partido Conservador" hasta 1947 y luego de hacer una expe-
riencia en la función pública durante el gobierno de Ibáñez encabezó una campaña
para conquistar la Presidencia de la República, para lo cual se organizó un par-
tido nuevo: "Acción- Nacional", en 1963, que presidió Sergio Onofre Jarpa. Prat,
finalmente, no se presentó a elecciones, pero en 1965 intentó obtener la senadu-
ría por Santiago. Después de fracasar, la "Acción Nacional" se disgregó en 1966
y muchos de sus partidarios pasaron al "Partido Nacional", fundado en ese mismo
año con el aporte del "Partido Conservador", del "Partido Liberal" y de grupos
independientes; su programa era centrista, opuesto a las oligarquías, defensor
del orden y de lo nacional contra la demagogia y el internacionalismo de iz-
quierda. El Partido Nacional defendía una idea del interés nacional por encima
de las contingencias electorales y propugnaba el Americanismo y la apertura al
Pacífico.
El Nacionalismo, también se presenta en agrupaciones muy reducidas, de inspira-
ción filofascista, tales como el "Movimiento Revolucionario Nacional Sindicalis-
ta", organizado en 1963, y el "Partido Nacional Socialista Obrero", cuyas acti-
vidades se remontan a 1964.
Pero las grandes ideas del Nacionalismo, en realidad, se fueron diluyendo en una
acción política que no tenía las características del filofascismo, anacrónico y
reñido con los hábitos más o menos tradicionales de la política chilena. Se po-
dría afirmar que sus consignas de autoridad, jerarquía, libertad y oposición a
la izquierda fueron representadas en algún momento por un sector definidamente
tradicionalista del Partido Conservador, y también se refleja en la obra de es-
critores políticos como Mario Arnello Roma, Sergio, Miranda Harrington y Jorge
Iván Hübner Gallo, uno de los serios y consistentes filósofos políticos contem-
poráneos, en Chile y en Hispanoamérica.
Hübner es autor de numerosas obras de derecho y filosofía jurídica, pero su li-
bro Los católicos en la política (1959) lo presenta como polemista contra la
ideología y la práctica de los demócratas cristianos, estudiados en sus fuentes
francesas y en el desarrollo de su actividad en Chile. La solidez doctrinaria y
el rigor y claridad de su exposición del pensamiento conservador pueden apre-
ciarse también en su ensayo sobre el conservatismo3.
La fusión de los conservadores, liberales y nacionalistas en el Partido Nacional
lo convirtieron en el abanderado de estas ideas, aunque muchos Nacionalistas no
aceptaron el tipo de acción política republicana que esta agrupación llevó a
cabo. De todos modos, en la política que se está desarrollando actualmente, el
Nacionalismo, con sus ideas y su estilo, tiene una importancia indudable. El
3
Hübner Gallo, Jorge Iván, Los católicos en la política, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1959; "El Con-
servatismo. Ideario, acción-futuro", Revista de estudios políticos, Madrid, N° 123, 1962, ps. 267-
271. Para las ideas de Prat, ver de Romo, Mario Arnello, Proceso a una democracia (El pensamiento
político de Jorge Prat), Santiago de Çhile, Soberanía, s.a.
jefe de la Junta Militar, surgida de la revolución del 11 de setiembre de 1973,
general Augusto Pinochet, ha definido oficialmente su posición como Nacionalis-
ta; y algunos publicistas de esta tendencia, como el grupo de la revista Tizona,
dirigida por Juan Antonio Widow muestran hoy nuevas pautas de dichas ideas4.
Perú
En otro de los países andinos, Perú, la historia de las ideas políticas tampoco
ha dicho casi nada acerca del Nacionalismo de derechas. La mayoría de los estu-
dios tratan sobre las formas variadas que ha tomado el socialismo marxista ya
sea en la versión peculiar del APRA como en las otras del comunismo más o menos
ortodoxo. Es bien sabido que casi toda la historia política e intelectual del
Perú contemporáneo ha sido escrita por historiadores y ensayistas vinculados a
las diversas corrientes de izquierda, no sólo peruanos sino también norteameri-
canos y franceses. No es, pues, raro que, con esta óptica, la derecha aparezca
únicamente aludida en sus versiones de conservadorismo y militarismo, sin que se
haya prestado atención pormenorizada a figuras e ideas que pudieran mostrar una
versión más matizada de la realidad.
Es verdad que el Nacionalismo de derecha tiene una importancia más bien cultural
e intelectual que política, pero sin embargo debe decirse algo, aunque sea bre-
ve, sobre la significación de dichas ideas en el Perú.
Este Nacionalismo se configuró claramente por vez primera con la figura y la
obra de José de la Riva Agüero y Osma (1885-1944), literato, historiador y polí-
tico que figura entre las personalidades más descollantes del Perú contemporá-
neo.
A pesar de que en su juventud profesó ideas liberales, su Nacionalismo cultural,
su peruanismo, estuvo bien definido, y de ello se tiene prueba en su tesis para
obtener el Bachillerato en Letras, en la Universidad Mayor de San Marcos: Carác-
ter de la Literatura del Perú independiente (1905). Esta obra lo convirtió en un
adelantado de los estudios sobre la literatura y el carácter nacional, tema que
luego completará con muchos otros estudios hasta perfilar un concepto del Perú,
en el cual se armonizan la herencia indígena y española, gracias al mestizaje
que Riva Agüero considera como cifra esencial de lo americano.
El pensamiento de Riva Agüero se formó con las lecturas de Menéndez y Pelayo y
de los autores franceses de la segunda mitad del siglo XIX, especialmente Taine
y Renan. Más tarde conoció a Charles Maurras, cuyas ideas lo influyeron tanto
para el libro arriba citado, como en la elaboración de otro importante trabajo
posterior: La historia en el Perú (1910). Con respecto a Maurras y a Bairiville,
Riva Agüero precisó bien la índole de su deuda con el Nacionalismo francés:
Claro está que la tesis monárquica es una posición meramente académica en los paí-
ses sudamericanos, y estará entontecido o aquejado de mala fe quien otra cosa pre-
tenda. Más las tendencias tradicionalistas y de concentración de poder, de jerar-
quía, densidad de influencias y supremo arbitraje social que de ellas se despren-
den, no son inútiles para la revisión de nuestros valores constitucionales, y de
los rumbos históricos y políticos1.
Colombia
2
Los textos fundamentales para estudio del pensamiento de Riva Agüero están en la compilación citada
en n. 10. Cfr. García Calderón, Francisco, José de la Riva Agüero. Recuerdos, Lima, Imprenta Santa
María, 1949, y los valiosos artículos de Mejía Valera, Manuel, "El pensamiento de José de la Riva
Agüero", Cuadernos Americanos, XCIII, n° 196, mayo-jun. 1967, y "El pensamiento filosófico de Riva
Agüero", Centauro, Lima II n° 1, 1950, p. 8. Sobre el mismo tema: Chavarría, Jesús, "The intellec-
tuals and the Crisis of Modern Peruvian Nationalism", Hahr vol. L n° 2 mayo 1970, ps. 257-78; Ba-
sadre, Jorge, Chile, Perú y Bolivia índependientes, Barcelona Salvat, 1948; Núñez, Eduardo, La lite-
ratura peruana en el siglo XX, México, Pormaca, 1965.
Pero hacia la década de 1920 se dibujaba una fisura ideológica en el seno del
conservadorismo y aparecieron figuras que trataron de imprimir a esta corriente
una dirección Nacionalista.
El Partido Conservador tiene una vigorosa tradición católica en Colombia y toda
renovación o planteo de un nuevo enfoque político tenía que partir de este he-
cho. Pero se podía dar una base doctrinaria a la defensa de la autoridad, la je-
rarquía, el orden y la libertad. tal como lo entendían los jóvenes conservadores
por entonces.
La lectura de las obras de Barrès, y sobre todo de Charles Maurras, tuvieron
enorme influencia en una élite como la del Conservadorismo colombiano, sensible
como ha ocurrido en toda Hispanoamérica, a las ideas francesas en literatura y
política.
Este Nacionalismo, al igual que en los casos de Chile y Perú. nacía como un re-
clamo ideológico para fundamentar una política de poder y unidad nacional, y
nada tenía que ver con denuncias o críticas a la penetración económica y finan-
ciera de empresas extranjeras, a diferencia de lo que ocurrirá muchos años des-
pués en otros países americanos.
Dicha afirmación de autoridad dentro del conservadorismo estuvo ligada, de mu-
chas maneras, a la personalidad de Laureano Gómez (1889-1956), una de las perso-
nalidades más vigorosas y combatidas en la historia colombiana contemporánea.
Desde el parlamento, donde descollaba por sus extraordinarias dotes oratorias, y
desde el periodismo –sobre todo desde su diario El Siglo- que le permitió exhi-
bir su condición de polemista demoledor, Laureano Gómez puso su talento y carác-
ter al servicio de una definición neta del conservadorismo. Con Gómez o contra
Gómez, pues, se configuró un pensamiento conservador de cuño autoritario y je-
rárquico que logró una personalidad única en Hispanoamérica. No se puede afirmar
tajantemente que todos los Nacionalistas colombianos hayan sido partidarios de
Gómez, pero sí que le son deudores en la mayoría de sus planteos fundamentales.
Parlamentario, periodista, político, presidente de la República y líder amado y
odiado fanáticamente, la historia colombiana no ofrece aún la perspectiva neces-
aria para juzgar a Laureano Gómez, pero en esta breve mención del Nacionalismo,
su nombre y sus ideas deben señalarse como de importancia decisiva1.
En la década de 1920 irrumpe la que se ha llamado Generación de "Los Nuevos", la
cual, según Rafael Maya, quiso
Pero mi verdadero maestro es Carlos Maurras. La lectura de sus obras es la más vi-
gorosa impresión intelectual de mi juventud. Desde el primer momento me sedujo la
seguridad de su método, el poderoso caudal de su doctrina, su implacable dialécti-
ca, la maravilla de su estilo, que tiene la claridad deslumbrante de los mármoles
de Paros. Por primera vez encontraba un pensador absolutamente seguro de sí mismo,
capaz de concentrar en fórmulas
de solidez eterna una doctrina política3.
Para Villegas, Maurras era un pensador político ejemplar, de cuya doctrina había
que quitar la receta monárquica, inaplicable en la América española donde como
Maurras le había dicho al peruano Francisco García Calderón, la tradición era la
república y la monarquía sería la revolución.
El pensamiento político Nacionalista de Silvio Villegas defendía la tradición,
la libertad y la necesidad de un gobierno fuerte republicano, que fuera la solu-
ción equilibrada entre el anarquismo democrático y el despotismo totalitario. La
posición de Villegas dentro del conservadorismo se inspiraba, sobre todo, en el
gran ejemplo de Guillermo Valencia, el excelso poeta modernista, quien ejerció
un activo liderazgo conservador.
A través de una labor periodística intensa en diarios como El Debate (1928-
1930), Nuevo Tiempo (1943-1945) y sobre todo en La República y de libros como No
hay enemigos a la derecha, El imperialismo económico o De Ginebra a Río de Ja-
neiro, así como también con su acción en el parlamento, para no mencionar su va-
liosísima producción de crítico literario, Silvio Villegas es una de las perso-
nalidades decisivas en la elaboración de un pensamiento político Nacionalista de
cuño conservador4.
La acción de Villegas y otros jóvenes conservadores que buscaban revitalizar el
conservadorismo con las ideas Nacionalistas, se produjo cuando este partido, sin
mayores ideas ni apoyo intelectual, se encontraba en una crisis grave. Ocupaba
la presidencia Don Marco Fidel Suárez, ilustre humanista colombiano pero muy
discutido político, cuya administración era atacada implacablemente no sólo por
los liberales, sino hasta por los conservadores de mayor brillo. Laureano Gómez,
por ejemplo, fue uno de los más despiadados enemigos de Suárez. Aunque la presi-
dencia de Ospina permitió una cierta recuperación al conservadorismo, ya se ha
dicho que hacia 1930 perdió el poder político, que pasó a manos liberales.
Surgió entonces otra promoción política que avanzó más audazmente en la promo-
ción del Nacionalismo, como cauce nuevo para las ideas de orden, autoridad y
unidad nacional. Tal ocurrió con Gilberto Alzate Avendaño (1910-1960), quien
fundó un movimiento juvenil, la "Acción Nacionalista Popular" (1933-1939), con
una mezcla ideológica de la crítica antidemocrática de Maurras y las consignas
de acción inspiradas en el fascismo italiano. Alzate Avendañg fue una personali-
dad vigorosa y dinámica, con un talento político indudable, que aplicó más tarde
en su acción en el Partido Conservador, al cual retornó luego de la experiencia
fracasada de un movimiento Nacionalista autónomo. Alzate llevó al conservaduris-
mo, al igual que muchos otros militantes de excepción que habían bebido en las
fuentes del Nacionalismo, una idea definida de la función de la autoridad dentro
de una democracia. En su pensamiento hubo un acento populista, que trató de po-
ner sobre la tradición conservadora5. En este punto, tanto él coma muchos Nacio-
nalistas conservadores, reclamaban lo que ellos denominaban la herencia de Bolí-
var es decir, la autoridad política fuerte con apoyo auténtico del pueblo y una
proyección hispanista y americana.
En la "Acción Nacionalista Popular" militaron numerosos jóvenes que persistieron
en la organización de un grupo político Nacionalista. En 1944 fundaron la
3
Lozano y Lozano, Juan, "Silvio Villegas" Mis contemporáneos, Bogotá, Ediciones Tierra Firme, 1944,
t. 1, ps. 73-74.
4
Pabón Núñez, Lucio, "Silvio Villegas político y esteta", Del plagio y de las influencias litera-
rias, y otras tentativas de ensayo, Bogotá, Imprenta Nacional, 1965.
5
El pensamiento vivo de Alzate Avendaño. Selección y presentación de José Luis Lora Peñaloza,. Bogo-
tá, Talleres gráficos del Banco de la República, s.a.
"Alianza Nacional Revolucionaria", fuertemente inspirada en la Falange Española,
pues el pensamiento de su líder, José Antonio Primo de Rivera, ejerció sobre las
juventudes Nacionalistas hispanoamericanas una influencia extraordinaria. La
alianza Nacional Revolucionaria tuvo una vida efímera pero por ella pasaron per-
sonalidades jóvenes que tendrían enorme importancia en la vida intelectual co-
lombiana, tales como el poeta Eduardo Carranza y el novelista Eduardo Caballero
Calderón. Junto a la temática bolivariana, hispanoamericana y Nacionalista, en
la Alianza Nacional Revolucionaria despuntó otro tema generacional: la crítica
del imperialismo yanqui.
De todos modos, este grupo se disolvió y sus integrantes volvieron, en su casi
totalidad, a los partidos tradicionales de Colombia: el Conservador y el Libe-
ral. Entre 1930 y 1950 la experiencia Nacionalista había sido intensa y dejó un
saldo importante de ideas renovadas y discutidas. Hubo también libros que defi-
nieron netamente dicha experiencia tales como Doctrina del Estado Nacional
(1942), escrito por Lucio Pabón Núñez, conservador, y una de las valiosas perso-
nalidades de Colombia. Debe recordarse que por los años de la segunda presiden-
cia liberal de Alfonso López (1942-1945), dentro del partido conservador había
una poderosa corriente favorable al hispanismo político popularizado por la Fa-
lange Española.
Después de una etapa trágica por las conmociones que azotaron social y política-
mente a Colombia, fue derrocado de la Presidencia Laureano Gómez y ocupó el po-
der el general Gustavo Rojas Pinilla, quien, al igual que Ibáñez en Chile y Sán-
chez Cerro o Benavides en Perú, reeditó un capítulo repetido muchas veces en el
Nacionalismo hispanoamericano: la aparición del caudillo militar, elevado por
sobre los partidos políticos, como la única posibilidad para conquistar el poder
y hacer "la revolución desde arriba" y rápidamente.
En un primer momento, Rojas Pinilla congregó elementos provenientes de todos los
grupos y muy especialmente del conservadurismo Nacionalista. Por ello, y a pesar
de las críticas que suscitó y aún levanta dicho régimen, finalizado en 1957, Ro-
jas Pinilla logró la colaboración de importantísimas figuras del pensamiento y
la política colombianas. No es del caso ni mi propósito juzgar ahora esta expe-
riencia, sólo quiero subrayar que la presencia de los Nacionalistas junto a Ro-
jas Pinilla, fue indicio de una ambición renovada por concretar una política Na-
cionalista de signo y contenido propios.
El fracaso de Rojas Pinilla hizo que la mayoría de sus colaboradores que perte-
necieron al conservadorismo, volvieran al viejo tronco común, bien que para
constituir ramas o sectores definidos y bastante independientes dentro de la de-
nominación común conservadora. Estas divisiones se han ido haciendo patentes a
medida que funcionaba el Frente Nacional, coalición política formada por conser-
vadores y liberales para alternarse en el gobierno de Colombia y poner fin a la
guerra civil que desde muchos años antes azotaba a dicho país.
Si hubiera que señalar la perduración de notas Nacionalistas en la política co-
lombiana actual, se debería atender a figuras y obras dentro de las corrientes
conservadoras. Ya se habló de Pabón Núñez, pero entre las generaciones posterio-
res, se debe mencionar muy especialmente a Álvaro Gómez Hurtado, hijo de Lau-
reano Gómez, y uno de los líderes de importancia. Álvaro Gómez ha hecho una crí-
tica fundada y valiosa al próceso revolucionario americano y ha lanzado una, se-
rie de propuestas políticas para su país, dentro de una formulación nueva que
conserva, sin embargo, algunos elementos decisivos del viejo planteo nacionalis-
ta6.
6
Cfr. Gómez Hurtado, Álvaro, La Revolución en América, Barcelona, AHR, 1958, y Hoy en el pensamiento
de Alvaro Gómez, Bogotá Editorial Revista Colombiana, 1967. Casi no existen estudios sobre el Nacio-
nalismo en Colombia, pero para la consideración general de la política contemporánea colombiana pue-
den ser útiles las obras siguientes: Martz, John D., Colombia: A Contemporary Political Survey, Cha-
pel Hill; The University of North Carolina Press, 1962; Fluharty Vernon Lee, Dance of the Millions:
Military Rule and the Social Revolution in Colombia, 1930-1956, Pittsburgh, University of Pittsbur-
gh, 1957; Naranjo Villegas, Abel, Morfología de la nación colombiana, Bogotá Ediciones Lerner, 1965,
vol. XXII de la Historia extensa de Colombia; Osorio Lizarazo, J. A., Colombia, donde los Andes se
disuelven, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1956. Para una visión actual del conservado-
rismo: Galat, José, Para una definición del Conservadorismo, Bogotá, Fénix, 1957, y Laserna, Mario,
Estado fuerte o caudillo, Bogotá, Editorial Revista Colombiana; 1968.
Nicaragua
...Rubén recorre –en alta y unitaria ruta- todos los caminos de la genealogía his-
panoamericana, para expresar, como un clásico, la viva voz de su raza, el bullente
mundo de su cultura, agónica entonces y todavía entre las dos tentaciones de nues-
tra alma mestiza: la aventura y el orden1.
1
Cuadra, Pablo Antonio, "Introducción al pensamiento vivo de Rubén Darío, Torres de Dios; Ensayos
sobre poetas. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 1958, p. 103. Sobre la significación de
Darío como fundador de un Nacionalismo nicaragüense, hispánico y universal ver del mismo autor, El
Nicaragüense, Managua, Editorial Unión, 1967 y de Ycaza Tigerino, Julio "Concepto vital de la hispa-
nidad en Rubén Darío", Los nocturnos de Rubén Darío y otros ensayos, Madrid, Cultura Hispánica,
1964, ps. 69-91.
2
Cfr. Cabrales, Luis Alberto, Política de Estados Unidos y poesía de Hispano América, Managua, Pu-
blicaciones del Ministerio de Educación Pública, 1958.
creación literaria del "ser y estar en Nicaragua", como decían en la Lipera Ex-
posición y Proclama de la Anti-Academia Nicaragüense (1930).
Pero como muy bien lo ha dicho Pablo Antonio Cuadra, una de las grandes voces
poéticas castellanas de nuestro tiempo, y animador principal con obra y ejemplo
de las letras nicaragüenses. mientras la "literatura nueva" inundaba a Nicara-
gua, el volcán político se manifestaba con potencia análoga:
Porque a su política interventora, que prohijó durante la década del 30, hijastros
como Somoza y Trujillo, ha seguido una de no intervención llevada al extremo de
prestar el apoyo incondicional a quien estableció en el poder la política interven-
tora... y eso es intervenir4.
La bondad de las doctrinas políticas más que con silogismos y armoniosos períodos
oratorios se prueba con hechos escuetos, con las experiencias logradas, y los he-
chos y las experiencias de nuestra historia nos demuestran de una manera constante
que la democracia y el liberalismo han sido el germen funesto de nuestras disolu-
ciones, y sus principios opuestos, aun degenerados y falsificados, las bases de la
restauración y del progreso de nuestras nacionalidades, Ciencia positiva más que
teórica y experimental, más que especulativa, la política tiene y tendrá la aproba-
ción o reprobación de sus postulados en el éxito, en la realidad, en los hechos.
Todo lo demás es literatura y juegos de retóricos más o menos inconscientes o más o
menos criminales5.
Sobre esta base conceptual, Cabrales ha elaborado una versión del pensamiento
conservador, donde la afirmación antiimperialista contra los yankis y la defensa
de los valores espirituales y materiales de Nicaragua; lo definen como Naciona-
lista. El conservadorismo, por otra parte, tal como lo ve Cabrales no es inercia
y estancamiento, sino auténtico dinamismo, progreso social efectivo. Conservado-
rismo Nacionalista, pues, como lo define Cabrales,
5
Cabrales, Luis Alberto, "Desastre demoliberal y supervivencias bolivarianas", Revista de estudios
políticos, Madrid, año XXXI, n° 51, 1950, p. 171.
6
Cabrales, Luis Alberto, "Conservadorismo auténtico", Revista Conservadora, Managua, vol. n, n° 14,
1961, p. 61. Esta revista, dirigida por Orlando Cuadra Downing, desde su aparición en 1960, ha re-
flejado muy bien la campaña intelectual en favor del carácter -Nacionalista, tradicionalista e his-
pánico del Partido Conservador, al nivel actual de los planteos conservadores que se dan en los Es-
tados Unidos y otros países.
Ejército surgen como fuerzas que reclaman un lugar propio en la vida política y
hay que lograr su integración para que se consoliden las culturas nacionales y
las economías de los países americanos.
Ycaza advierte una creciente voluntad de emancipación de los núcleos sociales
intermedios, que luchan por escapar a 1a tutela del Estado y de las aristocra-
cias políticas, pues el crecimiento y la tecnificación de la burocracia agrava
los problemas políticos y lleva hacia el planteo de una democracia social sin
partidos, pero sin dictaduras totalitarias.
El aporte hispanoamericano a la solución de este problema político planteado por
la situación contemporánea, está constituido por: un vitalismo personalista, que
se opone a la racionalización que implica la democracia liberal; un individua-
lismo de cuño hispánico que permite la comprensión de mayorías y minorías, y un
primitivismo dé raíz indígena que ofrece un sentido colectivo de la vida y la
cultura:
...nuestros países hispanoamericanos necesitan, más que una doctrina del Estado.
una política de la nacionalidad: Nuestro nacianalismo debe ser ante todo un nacio-
nalismo de la cultura y no un nacionalismo del Estado. He dicho antes que nuestro
problema político es un problema de creación original de formas, no de adaptación
de las europeas8.
7
Ycaza Tigerino, Julio, Sociología de la política hispanoamericana, Madrid, Seminario de Problemas
Hispanoamericanos, MCML, p. 38.
8
Ycaza Tigerino Julio, Originalidad de Hispanoamérica, Madrid, Cultura Hispánica, MCMLII, p. 176.
...se integra en la Comunidad Hispanoamericana, cuyos vínculos étnicos, geográfi-
cos, religiosos y culturales determinan una unidad de origen y de misión y de des-
tino histórico9.
...y esta superación histórica sólo puede nacer del reconocimiento. de que la con-
tinentalidad americana no es uniformidad cultural y política sino unidad y diversi-
dad; esto es que junto a los Estados Unidos del Norte se perfilan, como otra diver-
sa unidad histórica, desde el Río Grande hasta la Antártida. las Estados Unidos del
Sur13.
9
Ycaza Tigerino, Julio, Encuesta sobre el Conservadorismo; Manual de divulgación doctrinaria, Mana-
gua, s.e., 1956, ps. 62-63.
10
Ycaza Tigerino, Julio, Hacia una sociología Hispanoamericana, Madrid, Cultura Hispánica, 1958, p.
218.
11
Ibid
12
Ob. cit., p. 225.
13
Ycaza Tigerino, Julio, Ubicación hispanoamericana de Chile, Santiago de Chile, Finisterre, año 7;
n° 28, 1960, p. 41. Debo repetir que la bibliografía sobre el Nacionalismo, también en el caso de
Nicaragua, es casi inexistente. Sobre el tema de Sandino y las luchas contra el "imperialismo yan-
qui", la literatura es abundante, sobre todo la de orientación marxista: Cfr Selser, Gregorio, San-
dino, general de hombres libres, Buenos Aires, Palestra, 1961 y Macaulay, Neill, The Sandino Affair,
Chicago, Quadrangle Books, 1967. Además de la bibliografía que he mencionado en mi estudio y de la
Uruguay
consulta de la Revista Conservadora, Coronel Urtecho, José, Reflexiones sobre la historia de Nicara-
gaa (De Gainza a Somoza), León, Talleres Tipográficos de la Editorial Hospicio, 1962, 2 tomos.
1
Cfr. de Herrera, Luis Alberto, Por la Patria; La revolución de 1897 y sus antecedentes, Montevideo,
Tipografía Uruguaya de Marcos Martínez, 1898, 2 tomos.
Macaulay y Carlyle: y la admiración por el modelo político norteamericano y sa-
jón, así como el rechazo de las formas primitivas del caudillismo criollo, son
notas que están presentes en sus textos juveniles.
En 1906 viajó por Europa y anudó vínculos con la constelación de los autores Na-
cionalistas: Maurice Barrès fue una de sus preferencias y sin dudas deja una
huella honda en su concepción del Nacionalismo.
Su pensamiento político se definió netamente con la critica que hizo de la in-
fluencia de la Revolución Francesa sobre la América Hispánica. Con la guía de
autores –como Renan, Taine, Guizot, Quinet, Tocqueville además de los autores
que contrastaban el ejemplo de la Revolución de 1789 con el que ofrecían Ingla-
terra, los Estados Unidos y otros países sajones y nórdicos, Luis Alberto de He-
rrera condenó rotundamente las ideas del liberalismo jacobino que para muchos
constituían el ideal de un utópico progreso futuro. Burke, naturalmente, le
ofreció alimento sustancioso en materia de críticas a la quimera revolucionaria.
Las ideas libertarias fueron funestas para la América Española, sostuvo Luis Al-
berto de Herrera. España no sólo nos había dejado un legado de raza y de moral
social: nos había enseñado a buscar el perfeccionamiento político dentro de
nuestra tradición. y temperamento. Pero la "insensatez teórica" y la "ligereza
sudamericana" fueron culpables de que para la solución de los problemas políti-
cos y sociales de América se confiara en los sofismas jacobinos y no en la expe-
riencia propia, decantada por la historia y la tradición. Así escribía:
Deslumbradas y creyendo llegar más pronto al destino soñado, las jóvenes nacionali-
dades tomaron el camino del atajo, haciendo suyas instituciones principios políti-
cos que les eran desconocidos; cuyo ejercicio elemental ignoraban, que se esterili-
zarían en sus manos, reducidos a una pomposa simulación, como sucede con los tro-
feos irreprochables de las salas de armas.
La imaginación tropical se encargó de convertir a la sombría tragedia extranjera en
un poema lírico; salvado en sus deficiencias por el ruido de cascada de los grandes
giros metafóricos.
Pero la experiencia, que es hija del tiempo y que por eso se teje con hilos de pla-
ta, muestra ya la intención del error de rumbo en que incurrimos.
..............................
Descontentos del atraso de las ideas políticas españolas caímos, hundiéndonos hasta
besar el fondo, en el mar de las quimeras francesas. De la serenidad tradicional
pasamos, en un instante, al vértigo más furioso que haya presentado la sociedad mo-
derna
... La influencia de la Revolución ha complicado, en vez de simplificarlo, el pro-
blema democrático en Sudamérica2.
2
de Herrera Luis Alberto La Revolución Francesa y Sudamérica, París; s.e., MCMX, ps. 367.368.
co, tal como lo entendieron los Nacionalistas franceses del siglo XIX herederos
del positivismo.
Rechazaba Herrera los diversos internacionalismos que tanto el liberalismo como
el marxismo anteponían a la nación, cuyo interés sagrado era norma suprema en
política nacional e internacional. Su noción tradicional de lo popular, subraya-
da en él por su condición de caballero criollo con la vivencia a flor de piel de
la totalidad del país, no admitía las consideraciones clasistas ni la xenofobia
indiscriminada.
Su honda raigambre telúrica y su inteligencia clásica, pragmática y realista en
política, le permitió una concepción del Nacionalismo que si bien abarcaba a to-
dos los sectores sociales y á la vasta porción del Uruguay inmigratorio, recha-
zaba enérgicamente. el predominio de las empresas económicas extranjeras y sus
implicaciones imperialistas en la política interior e internacional de su país.
Su tenaz e irreductible antimperialismo, como correspondía a un Nacionalismo in-
teligente, no consistía en predicar el odio a los países extranjeros en cuanto
tales, ni mucho menos a países que, como Inglaterra y los Estados Unidos, admi-
raba como realidades sociales, culturales y políticas. Sólo quería que respeta-
ran el derecho soberano del Uruguay de. mantener su propia política internacio-
nal y de regular su vida económico de acuerdo con los dictados del interés del
país.
La defensa de esta posición y de la neutralidad uruguaya en las dos grandes Gue-
rras Mundiales de este siglo; le valieron –como a Yrigoyen, a quien se parece en
muchos aspectos- los ataques más enconados y calumniosos. A partir de 1940 la
defensa de España, de muchos gobiernos autoritarios hispanoamericanos y la opo-
sición tenaz a quienes querían alinear al Uruguay en el bando de los Aliados,
hizo que estos ataques arreciaran. Luis Alberto de Herrera defendió con gallar-
día dos principios básicos del derecho internacional iberoamericano, como son
los de autodeterminación de los pueblos y de no-intervención. En el Uruguay, lu-
chó contra la que se llamó "doctrina Larreta", que facultaba a los Estados Uni-
dos a realizar una "intervención multilateral" en nombre de la democracia y de
la defensa de los derechos humanos. Y con el mismo vigor se opuso a la concesión
a las Estados Unidos para que instalara bases militares en territorio uruguayo,
en una campaña que recibió el apoyo de todo el Nacionalismo hispanoamericano,
especialmente de los Nacionalistas argentinos ligados entrañablemente a Herrera
desde hacía muchos años.
El odio de los liberales y de la izquierda marxista se cebó en Luis Alberto de
Herrera: de ahí la falsísima acusación de nazismo y la consigna de "¡Herrera a
la cárcel!", que lanzó el Partido Comunista.
El liderazgo que ejerció sobre el Partido Blanco o Nacional tuvo, como era lógi-
co, serios altibajos. Provocó disensiones y encuentros con personalidades que
surgían revolviéndose contra el viejo caudillo. De todos modos, cuando murió, en
1959, alcanzó a ver a su Partido triunfante, al fin, en las elecciones generales
de noviembre dé 1958.
El Nacionalismo de Luis Alberto de Herrera, como ha escrito Methol Ferré, fue
"...estructuralmente uruguayo, aunque con una dimensión de nostalgia, de solida-
ridad con el añejo tronco hispanoamericano"3.
Pero debe señalarse que a pesar de no haber elaborado una posición Nacionalista
con fundamentos intelectuales propios y originales, su poderosa inteligencia le
permitió cumplir con dos objetivos de importancia política extraordinaria: la
revisión de la historia rioplatense para abrir una posibilidad política esteri-
lizada por los esquemas del liberalismo, y el planteo de una política Naciona-
lista abarcadora de lo cultural y político que junto a su indeclinable patrio-
tismo uruguayo, reivindicaba su sentido hispánico y americano. con lo cual lo-
graba una proyección de indudable trascendencia4.
3
Methol Ferré, Alberto, Prólogo a La formación histórica rioplatense de Luis Alberto de Herrera,
Buenos Aires, Coyoacán, 1961, p. 14. Del mismo autor, ver: La crisis del Uruguay y el imperio britá-
nico, Buenos Aires; Peña Lillo-Colección La Siringa, 7, 1959.
4
Por tratarse de una comunidad política con larga y prestigiosa actuación en el Uruguay, la biblio-
grafía sobre el Partido Nacional es copiosa. No así, el pensamiento político Nacionalista de Herre-
ra. Para este tema, además de la bibliografía ya mencionada, cfr. Pivel Devoto, Juan E., y Ranieri
de Pivel Devoto, Alcira Historia de la República Oriental del Uruguay (1830-1930), Montevideo, Medi-
na, 2° ed., 1956; Pivel Devoto, Juan E. Historia de los Partidos Políticos en el Uruguay, Montevideo
CAPÍTULO III
NACIONALISMO Y CULTURA NACIONAL: RICARDO ROJAS
Medina, 1942-1943, 2° t., Real de Azúa, Carlos, Herrera, El Colegiado en el Uruguay, Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1972; de Salterain y Herrera, Eduardo, "Luis Alberto de Herrera",
Revista Nacional, Montevideo, 2º ciclo año IV, n° 200, abril-junio 1969, ps. 187-205; Haedo, Eduardo
Víctor, Herrera, caudillo oriental, Montevideo, Arca, 1969.
González publicó más tarde Mis montañas (1893) , hermosa recreación literaria de
La Rioja. Rafael Obligado, el gran poeta nacional, sensible como pocos literatos
de su tiempo a la evocación de las viejas raíces argentinas, lo saludó con una
carta-prólogo donde declaraba al autor su emoción al descubrir, a través de su
libro, la belleza honda y nostálgica de un rincón de la patria que languidecía
lejos y aislado del Buenos Aires cosmopolita. Obligado recordaba el ejemplo de
Lamartine y de Federico Mistral, el maestro de Maurras en el renacimiento del
regionalismo provenzal, y le escribía a González:
Repito que en las letras nacionales, Mis Montañas es la Musa bienvenida como porta-
dora de elementos nuevos para un arte naciente y ya raquítico, no por falta de
savia juvenil (que nuestra Pampa bastaría para dársela vigorosa), sino por la mal-
dita debilidad de la imitación europea, de que no nos curaremos fácilmente mientras
el espíritu no arda en la llama fecunda del patriotismo5.
5
Obligado, Rafael "Carta prólogo a Mis Montañas", Joaquín V. González, Obras Completas, Buenos Ai-
res, Universidad Nacional de La Plata, 1936, v. XVII, p. 382.
virtió al Progreso en la deidad mayor, y su hondo sentido de lo nacional, por
debajo de formas y alusiones, estuvo presente en los mejores de ellos.
Ricardo Rojas participó de ese espíritu nacional desde su juventud más temprana
y todavía conmovido por el contraste entre sus sentimientos de provinciano y las
ideas que prevalecían en los medios culturales de Buenos Aires, viajó a Europa
en 1907.
De su redescubrimiento de España y su literatura surgió El alma española; ensa-
yos sobre 1a moderna literatura castellana (1907), testimonio de la comprensión
de lo hispánico a que hice referencia en páginas anteriores. Y casi de inmedia-
to, allá en Europa afloraron sus recuerdos provincianos y el primer intento de
valorar las raíces indígenas e hispánicas de la realidad social argentina: El
país de la selva (1907). Las Cartas de Europa (1908) completaron la impresión de
sus viajes, y Cosmópolis (1908) constituyó una de sus primeras penetraciones en
la cultura nacional, para tratar de descifrar los caracteres esenciales de su
fisonomía.
La restauración nacionalista
Cuando se publicó este libro, en la Argentina predominaba, según Rojas, una ac-
titud de escepticismo y egoísmo y como dicha obra estaba en "disidencia con una
tradición intelectual y un ambiente político inmediatos", fue negada por la opi-
nión ilustrada del país, que la silenció o la criticó solapadamente. Fue neces-
ario que en 1910, Miguel de Unamuno la recibiera con una salutación que fue co-
reada de inmediato por Ramiro de Maeztu y José Enrique Rodó, para que se rompie-
ra esa indiferencia y se prestara atención a la admonición de Rojas.
Dos años antes de que la Argentina celebrara jubilosa y orgullosamente el Cente-
nario de la Revolución de Mayo, Rojas condenaba con juicios muy severos la si-
tuación por la cual atravesaba realmente nuestro país. Consideraba que era una
de los más difíciles que nos habían tocado, pues se vivía la lucha
...entre los que quieren el progreso a costa de la civilización, entre los que
aceptan que la raza sucumba entregada en pacífica esclavitud al extranjero, y los
que queremos el progreso con un contenido de civilización propia que no se elabora
si no en sustancia tradicional2.
Bástenos recordar que una cantidad exorbitante de brazos italianos trabaja nuestros
campos, y que una cantidad extraordinaria de capitales británicos mueve nuestras
empresas. En medio de este cosmopolitismo de hombres y capitales que nos somete a
una verdadera sujeción económica, el elemento nativo abdica en la indiferencia o el
descastamiento de las ideas, las pocas prerrogativas que ha salvado. Todo ello nos
ha traído a una situación que sería pavorosa si se manifestara con gestos dramáti-
cos, pero que parece próspera, porque su manto de púrpuras extranjeras, esconde
congojas en esta silenciosa tragedia del espíritu nacional3.
En esta obra de Rojas abundan los textos condenatorios del ideario liberal de
Sarmiento y Alberdi, a quienes, sin embargo, trata de justificar con algunos ca-
lificativos de tibio elogio que nada dicen ante el vigor y la severidad con que
Rojas denuncia las consecuencias negativas del pensamiento extranjerizante, en-
tre las cuales menciona como la más grave la pérdida del espíritu nacional.
En contraste con las virtudes que halla en algunos países europeos, donde la ho-
mogenidad racial y el culto de la tradición se conservan, en la Argentina cunden
la anarquía; el cosmopolitismo, y el afán, de obtener ventajas materiales a toda
costa, sin noción de los valores auténticos de un pasado que se ignora, conde-
nando al olvido los elementos positivos que dieron una fisonomía propia a la Ar-
gentina y entregados a la simiesca manía imitativa que surge de una falsa con-
ciencia de inferioridad radical frente al resto del mundo:
Lo que nos faltó siempre fue el pensar por cuenta propia, elaborando en la sustan-
cia argentina6.
Para Rojas era tan evidente que los males argentinos arrancaban de los errores
del pensamiento liberal que a pesar de la reverencia que le inspiraban Alberdi y
Sarmiento, no titubeó en criticar duramente el famoso esquema dé "civilización y
barbarie" que ha seguido inspirando la mayoría de las explicaciones liberales de
los conflictos históricos y sociales argentinos:
Esta barbarie, tan calumniada por los historiadores, fue el más genuino fruto de
nuestro territorio y de nuestro carácter. La montonera no fue sino el ejército de
la independencia luchando
en el interior, y casi todos los caudillos que la capitaneaban habían hecho su
aprendizaje contra los realistas. Había más afinidades entre Rosas y su pampa o en-
tre Facundo y su montaña, que entre el señor Rivadavia o el señor García y el país
que querían gobernar. La Barbarie, siendo gaucha puesto que iba a caballo, era más
argentina era más nuestra. Ella no había pensado en entregar la soberanía del país
a una dinastía europea. Por lo contrario, la defendió. Su obra sangrienta fue el
3
Ob. cit., ps. 83-84.
4
Irazusta Julio, Balance de siglo y medio, Buenos Aires, Theoría. 1966. ps. 45-75.
5
Rojas. Ricardo, La restauración nacionalista, ya citada, p. 88.
6
Ob. cit., p. 107.
complemento indispensable de la Revolución pues elaboró. con sangre argentina el
concepto del gobierno y de la nacionalidad dando base más sólida a la obra de los
constituyentes7.
¿Cuál era ja solución para esta crisis del patriotismo y del espíritu nacional?
Rojas pensaba que había que corregir sustancialmente las formas de la cultura y
de la sociabilidad, por medio de una educación que restaurara los valores mora-
les y cívicos en decadencia. Mediante esta reforma educativa se corregirán los
males que los falsos principios extranjerizantes y materialistas de la educación
liberal habían producido.
En la educación nueva desempeñaban una función esencial las humanidades y en es-
pecial la historia y la literatura. A través de la historia se haría comprender
a los argentinos de viejo y nuevo cuño, cómo se había formado nuestra nacionali-
dad y así aprenderían a querer y a respetar el pasado nacional. Y el núcleo de
la vida espiritual, se cultivaría y enriquecería , con el estudio y la enseñanza
de las letras nacionales.
Lo importante era darle a la educación un contenido patriótico del cual hasta
ese momento carecía. Como decía Rojas, definiendo su Nacionalismo:
Esa concepción moderna del patriotismo, que tiene por base territorial y política
la nación, es lo que llamo el nacionalismo9.
Tan profundos cambios, unidos a otros de nuestro progreso social. hacen que, muchas
frases de La restauración nacionalista –frases de simple valor polémico- hayan per-
dido su actualidad. Hoy no las escribiría, pero he creído que tampoco debía tachar-
las en esta reedición10.
Otros rumbos
7
Ob. cit., ps. 97-98
8
Ob. cit., P· 140
9
Ob. cit., p. 47.
10
Ob. cit., P. 24.
Dos conceptos: "telurismo" e "indianismo" son fuertemente subrayados por Rojas
en su intento de lograr una fórmula nacional en la cual se integren todos los
elementos que contribuyeron a configurar la Argentina.
Con la publicación de La Argentinidad (1916), aparecida al celebrarse el cente-
nario de la declaración de la Independencia en Tucumán, Ricardo Rojas cerró el
ciclo de la trilogía destinada a definir la nacionalidad, aunque en obras poste-
riores como La literatura argentina (1917-1922), Eurindia (1924), Las Provincias
(1927) y Silabario de la decoración americana (1930), haya agregado otros ele-
mentos históricos, culturales, literarios y artísticos para completar su pensa-
miento sobre este tema.
En el prólogo de La Argentinidad, Rojas subrayó su preocupación por el destino
del país. Puso en conflicto su condición de nación independiente y afirmó:
1
Rojas, Ricardo, La Argentinidad; Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional en la gesta de
la emancipación, 1810-1816, Buenos Aires, Librería "La Facultad" de Juan Roldán, 1916, p. 2.
tura argentina-, ni que hubiera escrito páginas agresivas y valientes contra los
dioses mayores del liberalismo. Lo que importaba era que no volviera a escribir-
las o que, en toda caso, se confinara en la investigación literaria y cultural,
que si no se proponía incidir en lo político, no era un peligro para el sistema
de ideas e intereses representados por el régimen conservador.
El primer gran tributo pagado por Rojas fue su militancia en las filas de los
enemigos de la neutralidad argentina, defendida por el gobierno de Yrigoyen en
la Primera Guerra Mundial. Después se arrepentirá de éste y otros errores. Y su
actitud política ambigua y zigzagueante lo apartó de una definición clara, acor-
de con la voluntad de afirmación nacional manifestada en los primeros libros que
he mencionado.
No afirmo que Rojas se apartó por completo de todo intento de contribuir a la
nacionalización de la cultura argentina. Sería una injusticia flagrante. En
1913, el mismo año en que Leopoldo Lugones pronunció las famosas conferencias en
el Teatro Odeon de Buenos Aires, reivindicando la importancia del Martín Fierro
como el gran poema nacional, Ricardo Rojas hizo lo mismo en el discurso inaugu-
ral de su curso de literatura argentina, en la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires2. Y gran parte de la obra escrita con posteriori-
dad conservó, a pesar de sus errores de hecho y de concepto, el sentido de ge-
nuino patriotismo que siempre alentó en él. Lo cual vale tanto para su acción de
profesor y promotor de actividades culturales como para su producción literaria
original.
Me refiero a que por sus antecedentes personales y por la decidida intención de
vincular directamente los problemas culturales a la política, Rojas debió ser
coherente con lo que él denominaba su democratismo nacional y que por ello debió
asumir una actitud de franca solidaridad con el yrigoyenismo, que representaba
esos ideales. Rojas no podía, como Lugones y otros, esgrimir razones ideológicas
antidemocráticas para combatir al radicalismo. Y nada tenía que hacer entre la
minoría extranjerizante que prevalecía en la cultura de Buenos Aires, vinculada
al conservadurismo.
Su equivocada filosofía de la cultura argentina e hispanoamericana y su debili-
dad o timidez intelectual para profundizar coherentemente en los problemas his-
tóricos y políticos cuyas consecuencias advertía, llevaron a Rojas a ese desen-
cuentro con la realidad política argentina. En 1931, cuándo en un gesto gallardo
se acercó al radicalismo derrocado y asumió una conducta política definida, el
viejo partido se deshacía y con la muerte de Yrigoyen, su gran caudillo, entraba
en una decadencia de la cual no retornaría jamás. Pero Rojas no estaba en condi-
ciones de proporcionarle un cuerpo de ideas lo suficientemente sólidas y verda-
deras como para que el radicalismo pudiera sobrellevar la pérdida causada por la
vacancia de su caudillo. Rojas, que nunca había entendido bien el drama del des-
encuentro argentino, tampoco podía explicar a los radicales el verdadero sentido
que tuvieron en el desarrollo político del país. Sus teorías nebulosas y las
contradicciones que siempre debilitaron su pensamiento, aparecen en la obra que
escribió para caracterizar su nueva posición política: El Radicalismo de mañana
(1932). Rojas profesaba un democratismo universalista y rendía culto a hombres,
libros y conceptos que significaban la negación del radicalismo histórico. Su
aporte, pues, lejos de esclarecer la ya confusa mentalidad radical sólo sirvió
para extraviarla más y permitir que penetrara en el radicalismo un contenido
ideológico que, junto a la conducción de Marcelo T. de Alvear, terminaría por
esterilizar al viejo partido.
Así como en la Primera Guerra Mundial Rojas, "por fervor democrático y amor
cristiano a la humanidad", como dice su devoto discípulo Moya, había estado en
contra de la neutralidad yrigoyenista, más tarde se entregó sin reservas a la
difusión y comentario del democratismo universalista que se difundió por América
en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial.
Alejado de las críticas y rebeldías de sus obras juveniles, Rojas se entregó a
la hagiografía y escribió obras como El Santo de la Espada (1933) y El Profeta
de la Pampa (1945), dedicado este último nada menos que a Sarmiento, junto a
otra serie de obras menores del mismo estilo, justamente olvidadas por la críti-
2
Moya, Ismael, Ricardo Rojas, Buenos Aires; Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 44.
ca histórica y literaria seria, pero que conservan todavía un lugar piadoso en
la admiración de algunas maestras normales y de ciertos políticos anacrónicos.
No sería justo, sin embargo, recordar a Rojas por su endeble labor de investiga-
dor literario e histórico, o ensañarse con sus disparatadas teorías seudoreli-
giosas acerca de la cultura y el hombre americano.
En primer lugar, debe recordarse el nivel de los estudios argentinos en el mo-
mento en que Rojas comenzó a escribir, el primero a veces, sobre ciertos temas.
No le sobrepasaba mucho ni en rigor ni seriedad. Eran los tiempos en que se ad-
miraba a José Ingenieros...
En segundo lugar, y esto es lo importante, hay que tener presente la innovación
que significó el tono patriótico y vibrante con que Rojas irrumpió en el medio
escéptico y extranjerizante de su tiempo. Su testimonio de provinciano herido y
lastimado por la pérdida de la conciencia de la nacionalidad, su orgullo Nacio-
nalista por las glorias y virtudes de un pasado que se ignoraba sistemáticamente
y sus afirmaciones valientes y definidas en favor de un cambio sustancial en la
formación del alma nacional, serán siempre títulos de gloria que Rojas podrá
reivindicar por encima de sus errores y flaquezas intelectuales y personales.
Permítaseme una nota personal. Conocí a Rojas en los últimos años de su vida, en
1954. Estaba por partir en un viaje de estudios a España y quise conocer a un
viejo argentino que alguna vez había hecho una experiencia semejante a la que yo
iba a emprender. Lo visité en su casa de la calle Charcas e invoqué la amistad
juvenil que había unido a Rojas con mi padre. Yo iba prevenido intelectualmente
en contra de él pues conocía su obra y disentía con ella en puntos esenciales.
Sin embargo, respetaba a Rojas y deseaba conversar con él.
Posiblemente cautivado por esa sugestión personal que Rojas ejercía sobre sus
alumnos e interlocutores, a la que se refiere con ironía uno de sus críticos más
acerbos, Jorge M. Furt, pero que tanto dice sobre el valor humano de Rojas, en-
tramos en una conversación familiar y cómoda, desprovista de esa tesitura magis-
tral, de ese empaque que según sus detractores asumía siempre aquél. Conversamos
hasta muy entrada la tarde, casi hasta el anochecer. Rojas habló largamente con
ese joven desconocido que venía a hacerle preguntas y a recordarle algunos temas
viejos, aparentemente olvidados por él. Y se explayó en una de sus argumentacio-
nes favoritas: la decadencia de la conciencia de nacionalidad, el olvido en que
los nuevos argentinos tenían a los valores permanentes de la patria.
En sus palabras no apareció ninguno de los tópicos del democratismo universalis-
ta que por entonces –eran los años finales del peronismo- se difundían entre los
adversarios de Perón, como Rojas. Por el contrario, analizó con sutileza y pro-
fundidad la crisis general de todos los argentinos que se ponía de evidencia en
aquellos momentos. Me contó su tristeza de provinciano en la gran ciudad hostil
y extranjera, que jamás había dejado de pesar en su ánimo desde que llegó del
Norte para instalarse en Buenos Aires. Y me interrogó, preocupado, por lo que
sentía la juventud acerca de esos valores e ideales de la patria vieja, que él
veía postergados o menospreciados. Lo que yo le decía era, sobre todo, motivo
para nuevos comentarios y disgresiones de Rojas acerca de lo que, evidentemente,
era su preocupación fundamental: el sentido y vigencia del patriotismo, que en
él era vivencia honda y auténtica.
Mi último –y único- recuerdo de Rojas no es, pues, el del ideólogo confuso, per-
dido en las nieblas de una seudo mística demoliberal. Fue el de un criollo de
sentimientos firmes e ideas claras sobre el drama de nuestro país, visto desde
su peculiar óptica, desde luego, pero con una sensibilidad de patria que desgra-
ciadamente no era ni es común en muchos de sus críticos más duros.
Traigo este recuerdo personal, porque creo que de la obra de Rojas quedará siem-
pre ese saldo de patriotismo auténtico, por encima de errores y de los reproches
que con justicia se le pueden hacer.
Rojas fue un adelantado del Nacionalismo a pesar de que no quisiera saber nada,
más adelante, con las corrientes Nacionalistas que vinieron tras de él. Y es ló-
gico, pues tenían una base ideológica completamente opuesta a la suya. Piénsese
que cuando Lugones –con quien Rojas mantuvo siempre una relación de antipatía y
disgusto mutuos- se convierte al Nacionalismo, forja un concepto de éste que Ro-
jas en modo alguno podía compartir. Sin embargo es muy acertada la afirmación
del crítico norteamericano Glauert en el sentido de que el Nacionalismo de las
décadas de 1920 y 1930 le debe muchísimos elementos a la obra de Rojas1.
1
Glauert, Earl T. Ricardo Rojas and the Emergence of Argentine Cultural Nationalism, HAHR, XLIII.
1963, ps. 1-13.
CAPÍTULO IV
NACIONALISMO Y POLÍTICA: LEOPOLDO LUGONES
Frente a esta afirmación, sin embargo, hay que recordar su actuación en funcio-
nes de neta y decisiva incidencia política, a través de una vida pródiga en cam-
pañas y polémicas que el libro de Irazusta ha recreado con vivacidad ejemplar.
En segundo lugar, está la reacción de un vasto sector de intelectuales argenti-
nos e hispanoamericanos ante los famosos cambios ideológicos de Lugones: desde
el socialismo y anarquismo juveniles hasta el Nacionalismo derechista de sus úl-
timos años. Las variaciones de Lugones –que como recuerda Cúneo, lo convirtie-
ron, junto con Hipólito Yrigoyen, en el hombre más insultado de su tiempo- jamás
le fueron perdonadas.
Nunca se cerraron las heridas que Lugones abrió con su agresividad implacable,
lanzada a cara descubierta, con esa confianza que él tenía en que la honestidad
de su conducta bastaría para silenciar a los adversarios. Si la izquierda no ol-
vidó la "traición" de Lugones los liberales no le perdonaron que se pasara a las
filas de los Nacionalistas católicos de derecha, quienes, a su vez, siempre des-
confiaron del nuevo converso político, pues recordaban los apóstrofes de su
ateísmo orgulloso.
Aparte de los ataques de los ,espíritus insensibles a Ia grandeza con que Lugo-
nes guardó una fidelidad coherente a su pasión de belleza y de patria, se ad-
vierte que el recurso habitual de quienes hallan incómodo el compromiso político
que Lugones renovó permanentemente, ha sido el de relegarlo al plano exclusiva-
2
Irazusta, Julio. Genio y figura de Leopoldo Lugones. Buenos Aires, Eudeba. 1968; Castellani, Leo-
nardo: Lugones, Buenos Aires, Theoría, 1964; Ara, Guillermo. Leopoldo Lugones; uno y múltiple. Bne-
nos Aires, Maru, 1967; Cúneo, Dardo, Lugones, Buenos Aires, Editorial Jorge Alvarez, 1968; Disandro,
Carlos A.. Lugones y las letras argentinas, La Plata, La Hostería Volante 1963; Tello, Belisario, El
poeta solariego; La síntesis poético-política de Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Theoría. 1971; Ca-
nedo, Alfredo, Aspectos del pensamiento político de Leopoldo Lugones. Buenos Asres, Ediciones Mar-
cos, 1974. En todos estos libros se concede especial importancia al pensamiento político de Lugones.
3
Lugones Leopoldo, "Ruptura inevitable [Septiembre de 1917]" La torre de Casandra, Buenos, Aires,
Biblioteca Atlántida, 1919, ps. 17-18.
mente literario. Citaré, como ejemplo, las opiniones de dos autores situados en
posiciones políticas diametralmente opuestas. Para Ramón Doll, un Nacionalista,
El que quiera fichar al Lugones político, con esas fichas que se llaman Ciudadanía,
Justicia, Orden, Tradición, Revolución y que sirven para determinar el volumen que
un hombre desplaza, en la teoría y la práctica de la Política, pierde su tiempo. La
política, las ideas políticas, sus conceptos y sus conversiones políticas fueron
simplemente para Lugones una de las tantas maneras de producir lo bello, encantando
y encantándose con el ejercicio4.
...las ideas de Lugones –mejor que las opiniones de Lügones-, son menos importantes
que la convicción y que la retórica espléndida que les dedicó. Retórica espléndida,
he dicho, no retórica útil, ya que Lugones prefería la intimidación a la persua-
sión5.
Ética y racionalidad
Una advertencia de Ara en su obra citada: "la estética de Lugones es una ética",
sirve para comprender el carácter integrador y cabal de la obra lugoniana, cuya
unidad entrañable está dada por la personalidad de Lugones, sólida y coherente
en su adhesión a ideales profundos que persiguió sin descanso a través de cami-
nos diversos.
Por eso Castellani afirma que la evolución intelectual de Lugones estuvo
...gobernada por una lógica interna insobornable: el impulso unificador de toda esa
evolución consiste en su amor a la patria y en su orgullo invencible d~ ser argen-
tino1.
Una hipótesis para la consideración de Lugones como pensador político podría ser
la siguiente: animado por una conciencia de artista con un mensaje transformador
de la realidad argentina, él se propuso lograr una síntesis armónica de belleza
y acción. Su proyecto de vida, encuadrado en las circunstancias culturales de la
Argentina de su tiempo, se vio condicionado por las opciones que, sucesivamente,
se le ofrecieron para lograr aquel propósito. Intentó, en vano, hallar una res-
puesta satisfactoria a su reclamo esencial: un orden del espíritu y la cultura
sobre el cual la Argentina pudiera edificar un ideal de vida plena, acorde con
la aspiración de su propia voz poética. Las etapas que recorrió son elementos
que se integran en esta búsqueda de un orden, sólo entrevisto tarde, en los um-
brales de la muerte.
Sin mengua, pues, de la autonomía de su voluntad poética, ni de la calidad de su
obra estrictamente literaria que no examinaré en este trabajo, se dio en Lugo-
nes, y en virtud de esa unión íntima de estética y ética, una vocación política
entendida como servicio a una realización nacional, más que como militancia en
las banderías políticas del momento.
Si se considera la biografía de Lugones, se advierte que lo político tiene gran
importancia en la determinación de sus instantes decisivos.
Despojada de esta incidencia mayúscula de la política, la vida de Lugones apare-
ce carente de sentido, reducida al nivel de la de un cultor de elaborados ejer-
cicios literarios.
4
Doll, Ramón, "Lugones el apolítico", Acerca de una política nacional, Buenos Aires, Difusión, 1939,
p. 69.
5
Borges, Jorge Luis, Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Pleamar, 2ª ed., 1965, p. 82.
1
Ob. cit., p. 48.
Heredero de una tradición hispanoamericana nobilísima, para Lugones la literatu-
ra estuvo entrañablemente unida al compromiso político, y las influencias román-
ticas que experimentó en su juventud fortalecieron aquella unión de vida y arte.
Cuando entre 1894 y 1895 sacude Córdoba con sus primeras poesías, con la funda-
ción de un centro socialista y otros desplantes; cuando en 1896 se incorpora a
la militancia libertaria en Buenos Aires; cuando, en fin, en 1897 se constituye
en el redactor de La Montaña, Leopoldo Lugones muestra claramente la importancia
que concedía a la dimensión política de su quehacer literario.
Los años que van hasta 1903, fecha de su famoso discurso presentando la candida-
tura presidencial de Quintana, están también henchidos de significación políti-
ca. Sus campañas educativas son una faceta peculiar de su preocupación por la
transformación del espíritu y de la cultura nacional. No son el cumplimiento de
una obligación burocrática, sino el signo de su voluntad de ahondar en un proce-
so del cambio nacional que veía cerrado desde la perspectiva del socialismo ju-
venil. Que una etapa decisiva de su vida se clausure participando en una campaña
electoral, es muestra indudable de todo lo que la política representaba para Lu-
gones.
Lo mismo debe decirse del período que cubre los años 1904 a 1914. ¿Cómo ignorar
la presencia de Lugones entre el fragor de las luchas políticas del momento? No
era el plumífero anónimo que redactaba discursos para los políticos de turno, ni
tampoco el periodista que desde lejos disparaba proyectiles polémicos, sin mayor
responsabilidad.
El ministro de gobierno en una intervención federal en San Luis; el inspector
general de enseñanza media de la Nación;. el propulsor de importantes reformas
pedagógicas que se traba en discusión nada menos que con el presidente Figueroa
Alcorta, y que hasta conversa con Yrigoyen, en ocasión de una de las conspira-
ciones del líder radical; quien así participa de la vida nacional, al par que va
publicando una obra en la cual la poesía alterna con trabajos de significación
política como El imperio jesuítico e Historia de Sarmiento, en modo alguno puede
ser considerado como un hombre para quien la política fue un quehacer tangen-
cial.
La campaña periodística que Lugones cumplió desde La Nación a partir de 1912,
analizando y juzgando el panorama internacional y los problemas ideológicos de
la época, tiene también un carácter esencialmente político.
Mientras en Buenos Aires su nombre figuraba entre los candidatos a cargos de re-
levancia, Lugones, desde Europa, tomaba partido en problemas alejados de la li-
teratura pura. Sobre todo a partir de la fundación en París de la Revue Sud Ame-
ricaine (1914), desde la cual propuso un plantea panamericanista de claro signo
político2. Hasta su helenismo, que venía elaborando desde 1908, apuntó a un ho-
rizonte de armonía clásica que; ~n definitiva, también incluye una profunda sig-
nificación política.
No es necesario insistir en la índole política de su campaña en favor de los
aliados, durante la Primera Guerra Mundial, resumida en los artículos que reco-
gió en Mi beligerancia (1917) y La Torre de Casandra (1919). Pero quizás conven-
ga recordar la relevancia extraordinaria que la propaganda de Lugones tuvo en
nuestro país, tanto por la importancia de La Nación como por la talla de quien
era oído como figura mayor en el ambiente cultural argentino.
Debe subrayarse, también, que fue a partir de entonces, y en una militancia que
sólo cesará con su muerte, cuando Lugones se abocó al estudio, la exposición y
la crítica de todos los problemas políticos más importantes de la Argentina. Si
se piensa que durante más de veinte años y desde un diario como La Nación, Leo-
poldo Lugones debatió ante la opinión pública argentina todos los temas políti-
cos, sociales, económicos, culturales y, desde luego, literarios, más esencia-
les, se comprenderá el absurdo de pretender disminuir la importancia de Lugones
como pensador político. A menos que se admita que generaciones y generaciones de
argentinos fueron tan incautas como para dejarse fascinar por los devaneos ideo-
lógicos de un juglar...
2
Carilla, Emilio ha estudiado muy bien este tema de "Lugones y el Americanismo", Revue Sud-Ameriçai-
ne, en su Comunicación a las Terceras Jornadas de Investigación de la historia y la literatura rio-
platense y de los Estados Unidos, Mendoza, 10 y 11 de octubre de 1968.
El compromiso y su tiempo
Los críticos de Lugones han señalado las raíces que esta pasión por el país, sus
problemas y su destino, tenían en la personalidad del cordobés. Nadie fue más
consciente que él mismo de esta función magistral que debió asumir. Como ha es-
crito Castellani:
1
Ob. cit., p. 128.
2
Es interesante recordar que cuando Lugones concurrió a Lima en 1924, para participar en la celebra-
ción del centenario de la batalla de Ayacucho, ocasión en la cual pronuncció su famoso discurso so-
bre "la hora de la espada", estaban también presentes, en nombre de sus países respectivos, Chocano,
Jaimes Freyre y Valencia.
La vida de Lugones es, por lo tanto, una prueba decisiva de que la política re-
presentó una de sus pasiones más auténticas, profundas y permanentes. Deben,
ahora, estudiarse las líneas principales de su pensamiento político. Naturalmen-
te, no pretendo hacer aquí un examen pormenorizado del mismo: sólo propondré al-
gunas pautas metódicas para ese estudio, a partir de las etapas biográficas y
las obras más significativas. Repito que en mi trabajo se deja de lado el aspec-
to estrictamente literario (verso y prosa) de la obra lugoniana, al cual sólo
habrá referencias tangenciales y en cuanto tengan relación con el pensamiento
político.
Una tarea previa es la de la recolección del material bibliográfico, problema
agravado por la falta de una edición solvente de las obras completas de Lugones.
La mayoría de los libros literarios son de fácil localización, pero no ocurre lo
mismo con las obras políticas. De todos modos, si bien es posible trabajar con
los libros publicados, e incluso vencer las dificultades para encontrar su pro-
ducción de los últimos años, queda todavía por realizar la consulta de la vastí-
sima labor periodística que Lugones no recogió en libros1.
También es importante fijar la autenticidad de los textos que aparecieron en los
periódicos sin su firma (por ejemplo, los editoriales); y sobre todo considerar
la influencia que los mismos pudieron tener en el momento en que fueron conoci-
dos por el público lector.
No son dificultades insalvables. Por lo pronto, la producción juvenil puede es-
tudiarse parcialmente en la edición que preparó el hijo de Lugones 2; y en La Na-
ción son localizables los textos que corresponden a su periodismo en los últimos
años.
Las recolecciones de artículos darán material para varios libros. El hijo de Lu-
gones afirmaba que con los publicados en El Diario entre 1907 y 1910 se podría
componer un volumen sobre derecho constitucional; y Castellani dice que el mate-
rial aparecido en La Nación entre 1935 y 1938 formaría dos obras que él titula-
ría El ideal caballeresco y La misión del escritor, en razón de los temas trata-
dos.
El segundo paso en este estudio debe consistir en la ordenación del trabajo de
acuerdo con los hitos biográficos de Lugones, los acontecimientos políticos del
país y del extranjero ante los cuales se situó Lugones y, finalmente, los temas
fundamentales que trató.
De acuerdo con la opinión de la mayoría de los críticos, cabría establecer tres
grandes etapas en el pensamiento político de Lugones:
1) Etapa sociálista: 1893-1903.
2) Etapa liberal: 1903-1920.
3) Etapa nacionalista: 1921-1938.
Estas fechas no indican límites rígidos; más que nada son índices significativos
de un proceso en el cual hay elementos permanentes y otros renovados o absoluta-
mente nuevos en materia de ideas políticas.
1
Se cuenta ya con un valioso libro de Lermon, Miguel, Contribución a la bibliografía de Leopoldo Lu-
gones; Cronología lugoniana por Natalio Kisnerman. Buenos Aires, MARLI, 1969; y no obstante sus de-
fectos técnicos también es útil la obra de Pultera, Raúl (h), Lugones; elementos cardinales destina-
dos a determinar una biografía, Buenos Aires, s.e., 1956.
2
Las primeras letras de Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Centurión, 1963.
tinos de producción vasta y contradictoria, con lo cual se corre el riesgo de
ofrecer versiones distorsionadas de una evolución intelectual.
La rebeldía de Lugones tiene una categoría esencialmente ética. Su eje es una
afirmación de la vida como realidad biológica elemental. La vida es lo único que
hace posible el desarrollo de todas las potencias de la sangre y del espíritu.
La obra de arte sólo podría crearse en otra sociedad más libre y auténtica, le-
jos del rasero burgués y mediocre que niega toda excelencia posible. En la re-
beldía lugoniana coexisten el reconocimiento de la aristocracia del espíritu y
el rechazo de los valores e instituciones burguesas.
Con una conciencia acendrada de su estirpe argentina, rica en tradiciones que su
tiempo desconocía u olvidaba, si bien en Lugones no se daba una afirmación ex-
plícita de patriotismo, tenía la noción de su pertenencia a una comunidad humana
dotada de una dignidad superior.
En efecto, el ideal ético y estético de Lugones estaba unido a una realización
de su patria; su programa vital fue concebido en armonía con un proyecto objeti-
vo de afirmación y mejoramiento del país. De ahí esa unidad de la obra lugoniana
que como dice Ghiano,
Con los mismos principios liberales que antes (progresismo, antimilitarismo, anti-
clericalismo, etc.) había cambiado de opción práctica. Su fervor cívico estaba aho-
ra no sólo con la internacional sino también con su país1.
Los temas que abordó fueron, como siempre, muy variados: la educación, la histo-
ria, la literatura y la política argentina, los problemas internacionales de la
época y la ubicación de nuestro país en América y frente a Europa.
El magnífico saludo al Centenario que fueron sus Odas seculares (1910), tuvo su
complemento en el ideario de la renovación cultural. Y aquí se debe mencionar,
en lugar primero, a su helenismo, hecho público ya en 1908, con su conferencia
sobre "El ejército de la Ilíada", pronunciada en el Círculo Militar:
La intención de Lugones era hallar una filosofía de la vida y de la cultura, que
reemplazara la vigencia del cristianismo, cuyo "dogma de obediencia" negaba la
libertad del hombre, con una moral servil que, según Lugones, rebajaba al nivel
de la mediocridad. Había que volver a las fuentes griegas y romanas, al paganis-
mo que intentó el único camino de auténtica liberación, retornar, en fin, a ese
modelo de armonía y belleza que fue el mundo clásico. Lugones aspiraba a una
aristocracia del espíritu que reemplazaría a la demagogia, el egoísmo y el pre-
dominio de los sentimientos innobles.
En cuanto a las fuentes de estas ideas, indica Ara el ejemplo de los simbolistas
y parnasianos franceses y el del prerrafaelismo de Ruskin, que revalorizaron lo
griego2, pero también es evidente la influencia de Nietzsche, sobre todo por el
ataque al cristianismo que acompañaba a la exaltación del mundo griego. Las
ideas del filósofo alemán habían penetrado hondamente en España y América, y so-
bre todo impresionaron a las minorías rebeldes de finales del siglo XIX. Para
Lugones, tanto en su juventud izquierdista como en su etapa liberal, deben de
haber representado una conmoción intelectual muy grande3.
A todo ello habría que agregar la muy probable influencia de Charles Maurras,
quien luego de un viaje a Grecia en 1896 y de una experiencia estética de re-
torno al clasicismo, publicó Anthinea; D'Athènes a Florence (1901), obra en la
cual resumió su programa de renovación cultural y crítica de la democracia bajo
la inspiración del helenismo pagano. Aunque ni en éste, ni en otros importantes
aspectos de su pensamiento político, Lugones reconozca tener deuda alguna con
Maurras, me parece que ésta es evidente. Como otros escritores de fuerte perso-
nalidad creadora, era parco en el reconocimiento de este tipo de influencias; y
además, su talento original asimilaba y transformaba aportes muy distintos por
su procedencia y calidad.
Las limaduras de Hephaestos. Piedras liminares y Prometeo (1910) y Las indus-
trias de Atenas (1919) son las contribuciones primeras a este helenismo pagano,
con el cual Lugones quería inyectar un sentido espiritual nuevo en la vida ar-
gentina.
1
Ob. cit., p. 57.
2
Ob. cit., p. 37.
3
Sobre las influencias nietzschianas en España, cfr. Sobejano, Gonzalo, Nietzsche en España, Madrid,
Gredos, 1967.
Desde funciones de gobierno aspiró a renovar y actualizar la educación como base
de la formación del espíritu nacional, y tal fue el tema de su Didáctica (1910).
Y en la búsqueda de un fundamento de la personalidad argentina, afrontó la his-
toria, como ejemplo de un proyecto de vida nacional por realizar: El imperio je-
suítico (1904) y la Historia de Sarmiento (1911). El mismo sentido político –de-
finir y consolidar lo que para Lugones era la Argentina- tiene un estudio lite-
rario como El payador (1916), que recoqió las conferencias pronunciadas en el
Teatro Odeón sobre el Martín Fierro, de Hernández.
Tanto en estas obras como en otras que se mencionarán más adelante, Lugones tra-
tó de determinar nuevos valores políticos para nuestro país, y aunque no siste-
matizó su intento, es fácil advertir la importancia que el principió de libertad
tuvo para él.
Este principio, que como aspiración argentina arrancaba desde los días de la In-
dependencia, le parecía amenazado por el "dogma de la obediencia" cristiana y
por la demagogia cristiana, encarnada ésta en el radicalismo, del cual fue ene-
migo permanente. Los excesos democráticos, según Lugones, amenazaban ese valor
supremo que era la libertad del espíritu.
En esta época, sin embargo, el concepto de democracia no aparecía acompañado de
los adjetivos denigratorios que utilizará en los trabajos políticos de sus últi-
mos años. Aceptaba la democracia como una organización política positiva, si se
le quitaba lo que contenía de demagogia y desorden, porque la libertad no podía
existir sin un orden que fuera reflejo del equilibrio y la armonía que Lugones
buscaba con el retorno al clasicismo pagano.
La libertad y el orden debían estar encarnados en una comunidad real, en una pa-
tria nacional, que debe existir v ser potente. Aquí aparecía una vigorosa afir-
mación de lo nacional, bien que abierta a una perspectiva internacionalista que
repudiará, parcialmente, más tarde.
En esta época es notable su interés por los acontecimientos de la política in-
ternacional, de la cual se había ocupado Lugones en sus crónicas periodísticas
para La Nación desde su primera llegada a Europa en 1911, y que prosiguió escri-
biendo entre 1913 y 1915, durante su segunda residencia europea.
Por estos años, aun cuando continuaba publicando importantes obras literarias,
amplió su óptica de observador y profundizó en sus análisis de los hechos polí-
ticos, tratando de encuadrar los acontecimientos argentinos y europeos en un
sistema de reflexiones sobre la filosofía de la historia y la cultura.
Sus crónicas acerca de la situación internacional europea avizoraban la guerra
que estallaría poco tiempo después, y deben ser analizadas con cuidado a fin de
extraer de ellas el ideario lugoniano de entonces. La mayoría de estos artículos
fueron reunidos en Mi beligerancia (1917) y La torre de Casandra (1919).
Lugones advirtió en la primera década del siglo que la civilización occidental
entraba en crisis. Los prolegómenos de la guerra mundial eran los síntomas de
una quiebra del mundo decimonónico. El pacifismo, la libertad y la justicia como
valores de una comunidad democrática y civilizada sólo eran patrimonio de una
minoría arrinconada y en derrota. Merecían la veneración de Lugones, pero el es-
pectáculo de su inoperancia, de su valor utópico, ya era en su ánimo el comienzo
del escepticismo.
Lo que ocurría en Europa estaba unido al interés argentino, pues al entrar en
crisis las vigencias morales de esa civilización que era también la nuestra, los
fenómenos políticos del país debían ser juzgados a la luz de una concepción uni-
versalista.
Para la filosofía de la historia de Lugones, lo que se derrumbaba era el cris-
tianismo, religión de origen asiático que había traído a Europa el "dogma de
obediencia", interrumpiendo así la evolución del paganismo griego que marchaba,
según él, hacia la libertad individual plena:
...mientras exista la autoridad política, no hay ni puede haber obro medio que la
fuerza para transformar el mundo inicuo; pues los mismos gobiernos nos enseñan con
su proceder y con sus máximas, que la fuerza es la suprema razón, y que si queremos
paz debemos prepararnos para la guerra.
Después de todo, quién sabe...5.
Derribará los poderes inicuos, levantando sobre sus ruinas, como inevitable corona-
miento de tanto esfuerzo, la República Social6.
...es bueno todo aquello que asegura y favorece la vida: y malo, todo cuanto la de-
bilita y contraría; de donde el bien resulta un fenómeno natural superior a los
dogmas que pretenden imponerlo como mandamiento de divinidades arbitrarias7.
...un hecho histórico iniciado por la emancipación de ambas Américas, definido por
los tres resultados políticos que ella nos trajo: la democracia continental, la
igualdad ante el derecho y la armonía consiguiente de las naciones, que resulta por
sí misma un estado de conservación; pues armonía quiere decir unidad constituida
por elementos desemejantes en correspondencia simpática o equilibrio orgánico8.
Pero se planteaba un gravísimo dilema: ¿cuál era la actitud que debía adoptarse
frente a los Estados Unidos y a sus pretensiones hegemónicas en el resto de Amé-
rica? Lugones pensaba que la grandeza norteamericana no era un hecho negativo y
en un discurso pronunciado en el Teatro Politeama el día 4 de julio de 1917, re-
cordó que el sentimiento de inferioridad frente a los Estados Unidos era la con-
secuencia de una concepción mezquina de la propia Argentina, cuya grandeza hacía
inconcebible su subordinación a nadie en el orden internacional.
Pensaba que los Estados Unidos habían logrado realizar un modelo de vida políti-
ca. La filosofía platónica y rousseauniana que inspiró a los constitucionalistas
norteamericanos, y el proceso de desarrollo social, político y económico, habían
producido una república individualista y anticolectivista que lograba cabalmente
el ideal de libertad.
Guando los Estados Unidos intervinieron en la Primera Guerra Mundial y Wilson
lanzó su programa de organización internacional de la paz democrática, Lugones
afirmó que la tradición argentina estaba de acuerdo con la política norteameri-
cana, pues nunca habíamos sido neutralistas y, en tanto que americanos, siempre
consideramos un deber nacional la fraternidad efectiva con todos los pueblos de
América.
Como puede verse, las actitudes de Lugones no obedecieron a reacciones arbitra-
rias de un temperamento variable y antojadizo. Fueron coherentes con los princi-
pios que se había fijado, con el orden ideal y universal dentro del cual, según
él, debía encuadrarse la realidad de la patria. Siempre insatisfecho con las ha-
llazgos parciales, escéptico y esperanzado a la vez, emprenderá, más tarde, un
tercer y último camino.
8
"Sendero de perdición (Octubre de 1917)", La torre de Casandra, Buenos Aires, Atlántida, 1919, ps.
33-34.
mundo del siglo XIX y la historia repetía su lección de fatalidad, de determi-
nismo biológico, de imperio del más fuerte.
Pensaba que la organización política del mundo no podía llevarse a cabo sobre la
ideología de la democracia electoralista, porque ésta amenazaba la constitución
ordenada del estado nacional y los valores de justicia y libertad que estaban en
su base.
La salida hacia el autoritarismo se hacía, pues, inevitable; pero adviértase que
el poder autocrático era reclamado, una vez más, para fundar la nación y defen-
der sus principios esenciales.
En 1919 el espectáculo de la anarquía y del desorden conmovió a Lugones y provo-
có una serie de artículos de repudio. Pero lo más grave para él fue el estallido
de la llamada "Semana Trágica" en la Argentina, hecho de gran importancia para
comprender su reacción cuando vio cómo la revolución amenazaba su patria, es de-
cir, vulneraba ese núcleo vital que había conservado intacto en su veneración a
través de cambios y peripecias ideológicas.
Su viaje a Europa en 1921 le permitió ver de cerca a la Europa que salía de la
guerra: sus dudas no se disiparon y el repudio del comunismo ruso en 1922 y su
elogio del fascismo triunfante en esos años, preludiaron las cuatro conferencias
que pronunció en 1923, en el Teatro Coliseo, bajo los auspicios de la Liga Pa-
triótica Argentina y el Círculo Tradición Argentina.
El tema central de estas conferencias, reunidas en un folleto bajo el título de
Acción (1923), es el patriotismo, o sea la exaltación del sentimiento de amor y
de respeto a la patria, amenazada por el peligro de una desintegración que se
originaba, por un lado, en la falta de potencialidad militar efectiva y, por el
otro, en la acción subversiva de conspiradores extranjeros de ideas izquierdis-
tas.
Si antes había condenado la "paz armada", ahora reclamaba una fuerza militar en
eficiente pie de guerra, y si en una época soñó con el desarme y el pacifismo,
los acontecimientos lo habían puesto ante el "final trágico de una grande ilu-
sión".
Lugones comprendió que con su nueva actitud levantaría una tormenta de reproches
y ataques entre sus adversarios y salió a oponerles una declaración de franca
honestidad:
La defensa de la patria inerme debía estar acompañada por la. expulsión de aque-
llos inmigrantes extranjeros no asimilados al país que actuaban como agitadores
extremistas. La alarma de Lugones estaba motivada por las huelgas revoluciona-
rias que la Argentina acababa de padecer y no porque hubiera caído en una xeno-
fobia indiscriminada, que jamás albergó su ánimo generoso y liberal frente al
extranjero; para él se trataba de proteger a la Argentina de las amenazas del
comunismo que comenzaba a extenderse:
El nacionalismo de Lugones
3
"El finalismo progresista (6 de enero de 1924)", transcripto en Pultera, ob. cit., p. 236.
4
En Pultera, ob. cit., p. 265.
5
"El discurso de Ayacuchó", La patria fuerte, Buenos Aires, Círculo Militar-Biblioteca del oficial,
1930, p. 17.
zos de los vencedores, era el orden internacional del liberalismo. Ya nada podía
esperar de los ideales que guiaron su juventud libertaria y su madurez de pole-
mista en favor de la democracia internacional. Debía aceptar una ley implacable:
la de la vida, o sea aferrarse desesperadamente a esa realidad concreta y tangi-
ble de la política, tal cual ésta se encarnaba en cada país.
Si nadie luchaba por nadie, si los ideales de filantropía universal cedían paso
a la defensa de los intereses nacionales, ¿qué otra salida quedaba a su senti-
miento jamás negado de argentino que acudir, él también, a fortalecer a su pro-
pia patria?
Sólo la, fuerza, pensaba Lugones aseguraba el respeto a los valores nacionales.
Y si exaltaba la autoridad, la jerarquía y la milicia, era porque juzgaba que la
libertad y la justicia –que seguían siendo sus ideales fundamentales- no podían
hallar defensores mejores, en una sociedad amenazada por la disgregación. La pa-
tria, para Lugones, ya no era una asociación ideal, sino un hecho histórico de
cuya subsistencia dependía la posibilidad de que todo el resto del patrimonio
valioso que el hombre había acumulado como cultura, pudiera sobrevivir.
Entre 1925 y 1930 Lugones expuso sus ideas acerca de un Nacionalismo autoritario
y militarista en artículos y conferencias, coetáneas de una actividad práctica
que lo llevó a intimar cada vez más con grupos de oficiales del ejército argen-
tino, quienes hallaban en aquél un admirador ferviente y un teórico encendido en
sus ansias de justificar las pretensiones políticas de los militares. Lugones
fue, sin duda, el fundador del "Militarismo integral", el primero en sentar como
tesis única y excluyente que el Nacionalismo sólo podía ser realizado por medio
de un golpe de estado militar que entregara al Ejército la conducción de la po-
lítica argentina.
La evolución de Lugones fue tan completa y extrema que en la reedición de la
Historia de Sarmiento, en 1931 , rechazó la ideología liberal que había inspira-
do la primera redacción de la obra. La biografía de Roca (edición póstuma de
1938), quedó inconclusa, quizá porque Lugones ya mo podía hacer el panegírico
del gran político liberal. Y el resto de su producción periodística, a partir de
entonces, ofrece el mismo testimonio de una transformación espiritual extraordi-
naria. Irazusta, en la obra citada, utiliza con acierto algunos textos claves;
tales como el "Itinerario de ida y vuelta" (publicado en La Nación el 28 de ju-
nio de 1931) y "El helenismo en la caballería andante", de 1936, donde elogiaba
al cristianismo y reconocía el error de su campaña pagana de toda la vida, con
esa honestidad y valentía que siempre lo caracterizaron.
Sus críticas al sistema político y a la representación que invocaban los parti-
dos, los cuales sin energía ni patriotismo, sólo buscaban el favor electoral de
las masas ignorantes, se encarnizaban con el radicalismo que, para Lugones, era
el exponente cabal del liberalismo democrático, de ese régimen que quería reem-
plazar sin que formulara otro programa positivo que el de una dictadura militar
y un sistema representativo que reflejara la "democracia social" argentina.
El militarismo de Lugones estaba acompañado por un autoritarismo influido por el
ejemplo del fascismo de Benito Mussolini que, como a muchos de sus coetáneos en
la Argentina y en Europa, le había afirmado en la creencia de que sólo se sal-
dría de la crisis por medio de la dictadura.
Sin más apoyo que el de un grupo reducido de políticos conservadores, de algunos
jóvenes Nacionalistas y el del Ejército, orgulloso por haber encontrado su voce-
ro en el más grande escritor argentino, Lugones no se cansaba de mostrar su des-
precio por la conquista del favor popular, como si gozara en la provocación a
sus enemigos. Así lo había dicho en las conferencias de 1923, cuando decidió
abrazar su nuevo ideario político:
Tanto como me siento, apegado al pueblo argentino del cual todos formamos parte, en
la noble igualdad del canto glorioso, me causa repulsivo frío la clientela de la
urna y el comité1.
1
En Antología de la prosa... ya citada, p. 368.
...excesivo imprudente, impertinente, contradictorio y desagradable. Rebelde a toda
soberanía, incluso la del pueblo, pues por el hecho de no estar ella en mí, ya no
puedo ser sino su siervo o su prófugo. Peligroso para el orden, celoso de mi liber-
tad con uñas y dientes: como una fiera, caprichoso de la brisa como un pájaro, y
como él sin otro tesoro que mi canto y mi color; ejemplo pernicioso de duda y de
controversia2.
La patria fuerte
Es que la vida no triunfa por medio de la razón ni la verdad, sino por medio de la
fuerza. La vida es incomprensible e inexorable. Nada tiene que ver con el racioci-
nio humano. que es la tentativa de un ser -el hombre- para acomodarse en ella, como
el Océano es indiferente a la posición del pez que se mece en su seno1.
Para Lugones, la nación tenía un rango absolutamente superior a todo lo que ella
englobaba. La soberanía era su atributo principal y nada podía menoscabarla:
La nación ejerce imperio jerárquico sobre todos los individuos que la habitan, sin
otras limitaciones que las que ella misma haya querido establecer y que nunca com-
prometen su voluntad, su absoluto; pues la soberanía incluye también la potestad de
suprimir o de variar incondicionalmente esas limitaciones. La moral de la nación es
también una expresión de potencia3.
La soberanía, pues, era un hecho absoluto que debía imponerse a todo. Lugones,
que no establecía distingos precisos entre patria y nación, era terminante, sin
embargo, en lo que se refería a la afirmación de esta primacía del patriotismo
como norma suprema:
Es que no puede haber libertad, razón ni conciencia contra la patria, sin destruc-
ción de la patria misma [...] La potestad de la nación no es un raciocinio ni una
creencia. Es un hecho. Puede raciocinársela, pero no someterla a la razón.
Todo cuanto la nación puede hacer en su beneficio está bien hecho. Porque este cri-
terio de prosperidad vital confúndese para ella con la verdad y la justicia4.
Si toda la vida existía en cuanto hubiera una afirmación de fuerza, pensaba Lu-
gones, la noción de potencia era esencial, y por ello dedicó numerosos textos a
examinarla como concepto clave en el desarrollo de su pensamiento político, y en
especial, de la política argentina.
Toda nación comienza siendo una potencia y se afirma y crece en la medida en que
dicha potencia aumenta. Hay una potencia defensiva que consiste en la preserva-
ción de los bienes que se poseen, y otra expansiva o de dominio: la que se deno-
mina "imperialismo". En ambos casos, según Lugones, la potencia reside en la
efectividad del poder del gobierno para bastarse en lo interno y dominar en lo
externo.
Para que alcanzara su plenitud la potencia defensiva, era necesario que una na-
ción lograra una producción integral, cuyos excedentes permitieran un comercio
beneficioso, medios de transporte para llevarlos y una política exterior que
asegurara las posibilidades de negociación. Había, pues, que comenzar por la
economía nacional, terreno en el cual se ponía a prueba la potencia real de un
país para disponer de sí mismo. Así escribía, Lugones:
Vivir cuesta. O para decirlo mejor aún, toda vida cuesta lo que vale. La existencia
del individuo como la de la nación es un estado de fuerza cuyo sostén requiere
fuerza. Esta es la realidad sencilla y viril [...] La potencia posee. Y si no, deja
de ser potencia, para transformarse en posesión de los que no se abandonan a la
ideología o al miedo.
2
Ob. cit., p. 33.
3
Ob. cit.~ p· 45.
4
Ob. cit., p. 46.
5
Ob. cit., p. 81.
La potencia es, unas veces, obra del pueblo; otras, de una minoría capaz; otras, de
una institución decidida. Porque lo esencial no es que prospere una ideología o un
sistema político, sino que se salve la nación. Esta es la suprema entidad que con-
diciona todas las otras6.
Ante la democracia ideológica y siempre falaz de los derechos del hombre, se alza
ahora la realidad de la nación. Ante el gobierno consentido, el mando. Ante el ra-
cionalismo, la disciplina. Ante la libertad de las fórmulas, el bienestar de los
hechos. Porque libre y justo sólo puede serlo en realidad el sano y el fuerte. La
libertad, la justicia, la cultura, la salud, son consecuencias del bienestar conse-
guido. Pues sólo así alcanza expresión positiva el derecho, que es la organización
de la libertad y la justicia7.
La hostilidad entre los hombres es una consecuencia y una forma de esa organización
de la vida cuya determinación causal escapa a la mente y a 1a conciencia. Por esto
es quimérico perseguir su abolición racional, idéntica a la pretensión de suprimir
la muerte9.
6
Ob. cit., ps. 62-63.
7
Ob. cit., ps. 70-71.
8
Ob. cit., p. 117.
9
Ob. cit., p. 114.
Pero el poder militar dependía del económico. Las armas se compran con oro. Y la
realidad argentina, denunciaba Lugones, mostraba nuestras gravísimas limitacio-
nes:
Era imprescindible crear una poderosa industria argentina, con el fin de lograr
la producción integral y el autoabastecimiento. Había que atraer inmigrantes y
capitales y facilitar el arraigo de quienes aspiraran a crecer junto con el
país. Una política económica realista era imperativa si queríamos que la Argen-
tina completara su emancipación y dejara de estar gobernada por quienes eran
nuestros clientes forzosos. Lugones subrayaba que las riquezas del país en mate-
ria de hierro, estaño, plomo, cobre, manganeso y otros minerales, además de la
hulla y el petróleo, nos ponían. en condiciones de emprender una industrializa-
ción inmediata.
Buen conocedor de la realidad argentina, Lugones sabía que la principal riqueza
era la agrícola-ganadera pero, según él, la falta de una visión integradora de
toda la producción argentina, agregada a la falta de protección a nuestra indus-
tria incipiente, producía males gravísimos:
...la fórmula de no comprar sino a quien nos compra es de imposible sostén, por la
falta de equivalencia entre sus factores11.
Y agregaba:
La idea de clase es, por otra parte, ajena a los países republicanos de América.
Constituye una importación del socialismo, que según le he dicho tantas veces, es
un invento alemán. En los Estados Unidos, como en la República Argentina, no hay
clases. Todos somos pueblo. No hay más que aptitudes personales para prosperar, me-
10
Ob. cit., p. 52.
11
Ob. cit., ps. 100-101.
12
Ob. cit.. p. 101.
13
Ob. cit., p. 52.
diante el único sistema conocido, que es la apropiación y conservación de la rique-
za. llamada capital: verdadero exponente diferencial de esas aptitudes distintas14.
Cuando se había abierto paso el socialismo habían surgido ideas, leyes, regla-
mentos, etc., que bajo el título de obrerismo", trabajaban en contra de la índo-
le propia de la
sociedad argentina. Perturbaban la acumulación de capitales, favorecían el des-
arraigo de los trabajadores extranjeros,
debilitaban la potencia nacional que debía defender los bienes del país, ponían
en tela de juicio los principios absolutos sobre los cuales se fundaba la na-
ción, etcétera.
El "colectivismo", por ejemplo, se insinuaba permanentemente en las medidas de
los gobiernos demoliberales, y según Lugones, de este modo se retardaba irremi-
siblemente el aumento de la potencia nacional. Todas las que lo favorecían par-
tían del supuesto de que la organización capitalista era mala y que había que
arruinarla y estorbarla. De ese modo, escribía Lugones, se postergaba el progre-
so del país que necesitaba un orden fuerte para proteger al trabajo y al capi-
tal. Sobre el "colectivismo" decía:
...conviene recordar que dicho sistema de organización es una idea nacida en países
densamente poblados, donde hay más gente que tierra y donde, por lo tanto, el ren-
dimiento del trabajo tiene que fraccionarse en forma insuficiente para la mayoría.
Aquí, todo lo contrario. Hay más tierra que gente; y nuestra deficiencia fundamen-
tal consiste en la falta de población. A ella corresponde, naturalmente, la falta
de capitales, cuya inmigración necesitamos estimular mediante una fundada esperanza
de fuertes utilidades. Así se ha realizado. la grandeza y la prosperidad de los Es-
tados Unidos. donde el colectivismo no consigue arraigar hasta hoy. Tampoco es po-
sible atraer población, sino con la esperanza de la propiedad y el aliciente de la
fortuna. El colectivismo es, en suma, una escuela de resignación a la medianía15.
No tenemos, entonces, por qué seguir respetando un mero ídolo de papel en provecho
de semejante sacerdocio. Sería un caso de estúpido fetichismo16.
La Argentina que Lugones imaginaba tendría que fundarse en una concepción desnu-
da y realista de la naturaleza humana de la sociedad y de la índole del país.
Estábamos destinados, por nuestras posibilidades de fuerza y potencia, a ocupar
un lugar análogo al de los Estados Unidos. Como ellos debíamos tener voluntad
imperial y proteger y alentar todos los elementos que contribuyeran a consolidar
nuestra potencia. El argentino tiene vocación de grandeza, afirmaba Lugones, y
debe rechazar las recetas ilusorias de la utopía izquierdista, reemplazarlas por
la experiencia de quienes han triunfado en su ideal de nación:
Por esto seremos cada vez más un país nacionalista y conservador, a semejanza de
los Estados Unidos; y en consecuencia, próspero y optimista, desenfadado y audaz.
Los partidos de importación, como el socialismo y sus sinónimos marxistas, nunca
resultarán otra cosa que sectas rebeldes o modas ideológicas, harto inferiores en
propósitos y resultados a nuestra sólida, prosperidad. Podemos alcanzar y alcanza-
remos seguramente el resultado, único en la historia, de que se alaban en los Esta-
dos Unidos: la abolición de la pobreza. Proqrama infinitamente más grande y belio
que las piltrafas electorales del obrerismo comunista o demagógico18.
Se vive como se puede, no como se imagina o razona, porque la vida es ajena a los
sistemas humanos que llamamos moral. La inteligencia o la razón nada estable crean,
ni siquiera crean nada. Lo único que crea es el instinto cuyas satisfacciones lla-
mamos intereses y cuyo agente de realización es la fuerza. El intelectualismo y el
racionalismo no son más que metafísica19.
La Grande Argentina
El mismo año en que publicó La patria fuerte, 1930, y cuando era inminente el
estallido del golpe de estado del 6 de septiembre, que lo contaba como uno de
sus autores intelectuales, Lugones publicó un segundo libro de ensayos Naciona-
listas: La Grande Argentina. Como el anterior, reunía artículos periodísticos,
en su mayoría, y las ideas centrales eran las mismas que he expuesto anterior-
mente. Sin embargo, debe decirse algo de ciertos temas concretos de política y
economía argentina que Lugones desarrolló con mayor detalle en esta obra.
17
Ob. cit., p. 61.
18
Ob. cit., p. 53.
19
Ob. cit., p. 112.
Así ocurrió, por ejemplo, con la crítica de las instituciones. Para él la demo-
cracia y la república eran inseparables de los conceptos de nacionalidad e inde-
pendencia. Esto era definitivo. No se podía pensar en una aristocracia inexis-
tente y la sola idea de un rey era ridícula.
Pero tanto la democracia como la república tenían que despojarse de las adheren-
cias extranjeras que la ideología liberal había impuesto como reacción contra
"el gauchismo de la Federación". Así escribía Lugones:
1
Lugones, Leopoldo, La Grande Argentina, Buenos Aires; Huemul, 2ª ed., 1962.
2
Ob. cit., p. 227.
3
Ob. cit., P· 229.
4
Ob. cit.. P· 223.
Tanto en Grecia como en Roma, sostenía Lugones, el régimen político se fundaba
en el principio de que toda capacidad que pudiera servir al bien común, debía
emplearse en el gobierno ya que este último. a diferencia de lo que pensaba el
liberalismo ("a menos gobierno, más Libertad"), era considerado un bien indis-
pensable.
El problema era cómo elegir las capacidades. ¿Quién iba decidir sobre ellas?
Desde luego, no sería por el sufragio de la mayoría, que por definición era in-
capaz. Para Lugones debían ser aquellos que ya estaban gobernando, pues los an-
tiguos, según él:
También pensaba Lugones que para la designación del Jefe del Estado, podía uti-
lizarse el precedente clásico. El Ejército –en el cual no había analfabetos ni
esclavos- proponía al Senado la sucesión imperial y análoga función debía desem-
peñar en la época contemporánea.
Lo importante era mostrar que podía existir una democracia sin parlamentarismo a
la manera anglosajona y sin el absurdo sufragio universal. Como la antigua. esta
democracia sería, pues,
... el mejor gobierno para todos, ejercido por todos los capaces de gobernar6.
5
Ob. cit., p. 227.
6
Ob. cit., p. 228.
7
Ob. cit., p, 33.
caso de Y.P.F. había ocurrido lo contrario, había sido porque dicha repartición
estuvo militarizada.
Es importante señalar que por esos años el debate en torno del petróleo se había
agudizado, y el general Mosconi, que dirigió Y.P.F. entre 1922 y 1930 en solida-
ridad con la política de Yrigoyen, expuso así una idea del Nacionalismo en esta
materia, que contrasta abiertamente con las proposiciones de Lugones:
No somos ni podemos ser enemigos del capital extranjero. pero preferimos, sin la
menor vacilación, que aquellas actividades de características tan especiales como
las explotaciones petroleras, que podemos realizar con nuestra propia capacidad,
sean reservadas en absoluto al capital argentino8.
En otros temas, sin embargo, Lugones era coherente con su Nacionalismo. Por
ejemplo, en su insistencia en que la propiedad de la tierra era un privilegio
que sólo debía concederse a quienes tuvieran la nacionalidad argentina. Propues-
ta que llevaba la intención de obligar a la nacionalización de extranjeros, tal
como se había hecho en los Estados Unidos.
También propugnó el más riguroso control estatal en materia de hipotecas y segu-
ros, en la fijación de los precios para la exportación de los productos agrico-
laganaderos y en el establecimiento de una política bancaria, pues el crédito
interesaba vitalmente al orden público.
De todos modos, era opuesto a los monopolios estatales y a la industrialización
y al capitalismo de Estado. En materia de tierras y recursos prefería una "re-
serva fiscal" que permitiera su arriendo o venta ulterior, bajo ciertas condi-
ciones.
En la parte del libro que tituló "El espíritu nacional", se ocupó de la educa-
ción. Criticó la forma en que estaba organizada' la enseñanza primaria. media y
universitaria. No había planes y cundían el despilfarro y el caos, patentes so-
bre todo en las Escuelas Normales, que preparaba maestros sin tener en cuenta
las necesidades reales del país, premisa fundamental, pues la enseñanza que im-
partía el Estado no podía tener un objetivo abstracto y general, si no preparar
los hombres que necesitaba la República Argentina.
Así como entre los maestros había cundido la ideología de izquierda, en la Uni-
versidad, proseguía Lugones, se había instaurado una "Reforma" que constituía la
negación de su esencia como entidad docente superior, se la había rebajado al
nivel del comité político. Este movimiento comenzó con un laudable propósito de
corregir vicios y deformaciones, pero de inmediato se deslizó hacia el caos,
Todo dentro del país debía concurrir a organizar el bienestar común, todo ten-
dría que ceder ante los derechos supremos de la potencia nacional. Decía Lugones
que así como la aspiración a la riqueza era un deber de todo buen ciudadano, el
culto de la patria debía reemplazar a los vagos ideales humanitaristas y univer-
sales que difundían el liberalismo y el izquierdismo. Todo estaba subordinada a
la patria:
...la formación del espíritu nacional tiene que hacer del patriotismo un culto.
Porque sólo así subordinará incondicionalmente el ciudadano a la Patria. Quiero de-
cir, en dos palabras, bajo el concepto absoluto de que todo conflicto efectivo de
conciencia o de razón entre el ciudadano y la patria, es traición contra ella. Con-
flicto efectivo desde que nada puede comprometer lo que permanece reservado en el
8
Mosconi, Enrique, La batalla del petróleo; Y.P.F. y las empresas extranjeras. Selección. prólogo y
notas de Gregorio Selser, Buenos Aires, Ediciones Problemas Nacionales. 1957, p. 96.
9
Ob. cit., p. 66.
alma. Por esto tengo dicho que la Patria es superior a la razón y a la conciencia;
y que en caso de producirse aquél, puede hasta suprimirlas con la muerte10.
En la parte que dedicaba a "El bienestar corporal", Lugones criticaba las condi-
ciones de vida deplorables en que se hallaban los trabajadores de la ciudad y
del campo; por obra de la politiquería electoralista, que había creado un "obre-
rismo" con privilegios abusivos que distorsionaban la actividad de los trabaja-
dores, que encarecía ciertos productos –básicos para su subsistencia, y se fun-
daba en premisas nocivas para el progreso general del país. Otro factor perni-
cioso para el bienestar de los obreros había sido el desmedido "urbanismo", que
favoreció el crecimiento desordenado de las ciudades en detrimento de la vida
rural.
Según Lugones, el Estado debía asegurar a los ciudadanos: el trabajo, el mercado
interno de aquellos productos cuyo sobrante debía constituir el negocio de ex-
portación, el orden interno, la defensa exterior, la salud, la instrucción y la
administración de justicia. Todo ciudadano argentino, insistía él, tenía derecho
al bienestar.
Como siempre, Lugones criticaba la situación en que se hallaba el país, para es-
bozar luego las soluciones que, según él, tenían los problemas. Sostenía que la
Argentina no movilizaba en forma debida sus recursos naturales, más aún, los
arruinaba con una explotación irracional, tal como había ocurrido con la riqueza
forestal. Se preocupaba muchísimo por el problema de la minería ya que advertía
que ésta era la base de la industria futura. La Argentina tenía todos los recur-
sos mineros necesarios para levantar su industria y el hecho de no hacerlo era
una prueba de "nuestra servidumbre económica". Así como debíamos emancipar de
toda subordinación extranjera la expansión ferroviaria, también había que recu-
perar "la llave del tesoro", que era la industria y que estaba en el extranjero:
Todo tiende, pues a robustecer nuestra dependencia económica del extranjero. Cada
vez nos cuestan y pesan más nuestros grillos11.
El país vende mucho afuera, pero lo vende mal, porque su producción se halla inde-
fensa ante las asechanzas y la creciente hostilidad de los mercados extranjeros.
Reducido a sólo dos ramos de producción con el predominante objeto de exportarla al
natural o en bruto, somos en realidad una colonia económica de los grandes compra-
dores que sabiéndonos sometidos a ellos por aquella doble exclusividad de nuestra
10
Ob. cit., p. 69.
11
Ob. cit., p. 103.
12
Ob. cit., p. 105.
producción y de su objeto, nos administran prácticamente a su antojo. De aquí lo
podríamos llamar la dictadura frigorífica que no ha logrado suprimir ninguna ley, y
la imposición de precios cuya paradójica enormidad lo dice todo.
Siendo el trigo y la carne los artículos de primera necesidad por excelencia, el
que los posee es quien impone el precio. [...] A nosotros nos pasa exactamente lo
contrario. El que necesita es quien nos impone los precios13.
Coherente con su fidelidad. al principio liberal de que "el Estado es pésimo ad-
ministrador", Lugones criticaba los ferrocarriles oficiales e insistía en que,
por ausencia de un plan de transportes, las vías de comunicación sólo servían a
los puertos de embarque de la exportación, en desmedro de todo el resto de la
actividad del país.
La falta de una red satisfactoria de comunicaciones era, también, un factor que
contribuía a la falta de industrias y si a ello se sumaban la especulación y la
crisis, la usura, la falta de crédito la carencia de una política de cooperati-
vas, se tenía un cuadro gravísimo de la situación del país; sobre todo evidente
en el sector agrario, que para Lugones era esencial, pues sostenía que el mejor
ciudadano era el campesino que trabaja directamente la tierra. La posesión de su
suelo y el tipo de vida que llevaba daban como resultado un patriotismo vigoro-
so, y por ello la actividad rural era la garantía mejor del arraigo de la inmi-
gración extranjera.
El problema agrario, según él, se reducía a tres factores: el físico, o sea la
tierra, el clima y la geografía, el económico y el humano. En este punto como en
otros, la Argentina carecía de un plan destinado a solucionarlo.
Pero la satisfacción que hallaba en la vida rural, no le impedía subrayar que
los países sólo alcanzaban su civilización completa cuando superaban la monocul-
tura con una industria transformadora de los productos primarios ofrecidos por
la naturaleza.
La Argentina no había sabido romper con el círculo limitativo que le imponía su
condición de mero productor agropecuario, subordinado a los mercados comprado-
res, especialmente a Inglaterra. De ahí la importancia de la gran transformación
industrial que requería el país:
La política como la vida que se propone ejercer del modo más provechoso a la colec-
tividad, no se funda en conceptos ni obedece a su lógica. Llamamos ideólogos a los
que esto pretenden, inventando teorías de organización social que sustituyen la ex-
periencia histórica con abstracciones sistemáticas. La ideología de la Revolución
Francesa fúndase en dos afirmaciones arbitrarias de Rousseau, según las cuales to-
dos los hombres son iguales y libres de nacimiento. El comunismo, a su vez, consti-
tuye el desarrollo lóqico de ese doble principio, en cuya virtud la igualdad polí-
tica tiene que ser también económica para tornarse efectiva así desde Babeuf, su
autor, hasta Marx, su evangelista. El socialismo no es, pues, una experiencia his-
tórica, sino un ensayo ideológico cuyo experimento en Rusia ha revelado su imposi-
bilidad; pues sólo ha podido sostenerse mediante una completa regresión al sistema
de la propiedad privada: es decir reduciéndose a la posesión de un gobierno inepto
y despótico18.
Trataríase pues, de ir formando una confederación internacional sobre las bases co-
munes que ya existen: la situación geográfica; el idioma; las instituciones políti-
cas y religiosas; la vinculación histórica21.
19
Ob. cit., p. 159.
20
Ob. cit., p. 160.
21
Ob. cit., ps. 169-170.
Si se quería que la Argentina tuviese una política internacional clara, coheren-
te y propia, habría que completarla con modificaciones en el régimen aduanero y
bancario y sobre todo, con una política de transporte. Y en primer lugar, con
una movilización de nuestra navegación de cabotaje que sería la base de la futu-
ra marina mercante nacional. En este punto Lugones criticaba el error liberal de
establecer en la Constitución de 1853 la libre navegación de los ríos interio-
res, que todos los países del mundo se reservaban como propia y exclusiva.
Una gran política naval de defensa y expansión de la potencia argentina debería
acompañar a nuestra diplomacia, porque como él decía: "...en materia internacio-
nal, no se negocia sino sobre realidades"22.
Como en los otros aspectos de la política, en el orden internacional, para Lugo-
nes, los errores de la ideología liberal causaban estragos: Así se había insis-
tido siempre en la necesidad de acudir a los arbitrajes y a la mediación:
Llevamos perdidas casi todas las cuestiones en que lo adoptamos; y en una ocasión
en que arbitramos a nuestra vez, no conseguimos más que el desacato y la malqueren-
cia de un vecino. El resultado no es halagüeño, pues, pero tan excesivo como renun-
ciar al arbitraje por tal causa, es declararse su campeón por fanatismo ideológico
rebelde a la experiencia. El interés nacional valdrá siempre más que cualquier doc-
trina. Tal es lo sensato y lo patriótico23.
Las condenas de la política por parte de Lugones son constantes: "sobra política
y falta gobierno", escribía. La vida política; tal como se concebía en el país
había sido impuesta por la organización constitucional, pero a Lugones no le
preocupaba pues pensaba que a nadie le interesaba la supervivencia de aquélla.
22
Ob. cit., p. 173.
23
Ob. cit., P. 174.
24
Cit., ps. 184-185.
Cuando la Argentina era un país chico y abundaba la política; la Constitución
era suficiente y aun sobraba; pero cuando creció y trató de reencontrarse consi-
go misma, rechazó el atuendo institucional extranjero, lo que se puso de mani-
fiesto en la crisis del parlamento que, según Lugones, era su órgano más impor-
tante.
Insistía en que el parlamentarismo sólo era posible en los países anglosajones;
en los de origen latino prima el mando y la imposición sobre la deliberación:
La vida privada y pública del latino condiciónase sobre la norma estética. El la-
tino es un artista y el anglosajón un empresario25.
Pero además, reiteraba Lugones. había una razón histórica, a saber, que la Cons-
titución federal fue la solución del problema de la unidad nacional y que logra-
da ésta, resultaba dicha Constitución anacrónica. También se explayaba en una de
sus tesis favoritas, la crítica del federalismo:
La unidad nacional debería estar acompañada, subrayaba Lugones por una enérgica
acción para "argentinizar" a Buenos Aires, la capital; para descongestionarla y
sacarle la plétora de extranjeros y desocupados. Pensaba que así como Buenos Ai-
res ilumina a la Nación, ésta tenía que gobernar; a Buenos Aires.
¿Cómo hacerlo? Poniendo técnica y buena administración en lugar de la política
que estaba contra la Nación. Restaurando la disciplina y el orden y reemplazando
la democracia del sufragio universal y de los partidos políticos, que sólo re-
presentaban a una minoría, por una democracia que diera unas "vacaciones" a la
política por un plazo, por lo menos, de diez años.
Habría que clausurar el Congreso y las legislaturas provinciales, echar a los
jueces ineptos o corrompidos, acabar con la burocracia y aplicar el dinero del
Estado, que así se ahorraría, a los gastos demandados por una buena administra-
ción. Además se buscaría otro sistema de representación:
Conclusiones
25
Ob. cit., p. 189.
26
Ob. cit., ps. 188-189.
27
Ob. cit., p. 210.
Después de publicar La patria fuerte y La Grande Argentina, de participar en el
golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 y de sufrir, una vez más, la desilu-
sión dé su fracaso, Lugones prosiguió con sus actividades políticas Nacionalis-
tas, ya sea publicando algunos folletos y documentos, como participando en la
formación de las agrupaciones que se organizaron después de 1930. A todo ello me
referiré más adelante, pero cabe hacer un balance de su pensamiento a la altura
de estos dos libros, porque en ellos resumió Lugones lo esencial de su ideario
Nacionalista.
En primer lugar, no creo que pueda haber duda en cuanto a la seriedad y profun-
didad con que Lugones hizo su planteo político, muy lejos del "dilettantismo"
que a menudo se le ha reprochado. En todas las etapas de la evolución de su pen-
samiento Lugones reflexionó con toda la autenticidad y responsabilidad de que
era capaz en estos temas. Y sus ideas merecen ser consideradas de la misma mane-
ra.
En segundo lugar, hay que distinguir en Lugones el plano de la crítica y el de
las propuestas de soluciones. En el primero sus aciertos fueron abrumadores y la
mayoría de las veces enunciados con una libertad de pensamiento y una previsión
que no era común entre los escritores argentinos de su tiempo. En el segundo, el
de las soluciones, no obstante la originalidad y aun la audacia de sus propues-
tas, Lugones cayó en simplificaciones y errores que se deben juzgar, sobre todo
si se tiene en cuenta un dato muy importante: la influencia enorme que tuvo Lu-
gones en toda la corriente del Nacionalismo Doctrinario elaborada en las décadas
de 1930 y 1940.
Su comprensión del renacimiento del patriotismo, que pudo advertir al producirse
la Primera Guerra Mundial y en los años subsiguientes, y la crítica de las ilu-
siones y utopías de su tiempo, son aciertos indudables de Lugones.
En algunos casos, se puede ver que la crítica del liberalismo y del socialismo
marxista ya estaba preparada por el fuerte realismo con que examinaba la políti-
ca europea y norteamericana, durante lo que he llamado su segunda etapa, la que
va de 1903 a 1920. Pero es claro que es en su última evolución hacia el Naciona-
lismo cuando apura esta crítica en todos los sentidos.
La exaltación y defensa del patriotismo como núcleo de la vida nacional estuvo,
sin embargo, debilitada por una falsa filosofía, la de su biologismo vitalista
que lo llevó a la defensa del amoralismo como fundamento natural del ser nacio-
nal. El conflicto que Lugones planteaba entre la moral y la patria, y la moral y
la política, es falso. Sólo una moral racionalista y unos ideales utópicos pue-
den entrar en conflicto con los intereses nacionales. Pero a Lugones, que lucha-
ba contra el racionalismo y la utopía, que no era cristiano y que desconocía la
filosofía tradicional, le pareció que era necesario desvincular tajante y abso-
lutamente la moral de todo lo que tuviera que ver con las actividades políticas
y sociales del hombre, sin advertir que de esa manera debilitaba gravemente las
bases de su patriotismo Nacionalista.
Su insistencia en un realismo político, en la necesidad de proceder de acuerdo
con la experiencia histórica, es, sin embargo, muy valiosa y de permanente ac-
tualidad, lo mismo que su aguda crítica al liberalismo y, sobre todo, al socia-
lismo marxista, cuya total inaplicabilidad a la Argentina expuso con originali-
dad y contundencia. La afirmación de que una ideología surgida en la Europa vie-
ja y superpoblada no podía sino arruinar las posibilidades de engrandecimiento
material y político de la Argentina, conserva toda su vigencia.
También es realista la aceptación rotunda de que la Argentina es una república
democrática, pero que los males derivados del predominio del dogma casi religio-
sa de la voluntad de la mayoría, exigían una corrección del sistema.
Lugones pensó en un retorno al método de selección de capacidades de la antigüe-
dad, en una restauración de los conceptos de pueblo, aristocracia, igualdad, re-
pública y representación. Pero no tuvo en cuenta el carácter irreversible de la
historia y la diferencia fundamental que había entre el orden político clásico y
el de la época contemporánea. La condición humana permanecía invariable, pero
los factores sociales, políticos, culturales y económicos eran totalmente dis-
tintos.
Esto no quiere decir que su crítica a los defectos esenciales de la democracia
mayoritaria no fuera correcta, ni tampoco que su reclamo de una selección más
adecuada de las capacidades para el gobierno y .de procedimientos más eficaces
de representación rio estuviera justificada. Me refiero a que la solución de Lu-
gones era abstracta y esquemática, carecía de referencias concretas al encuadre
histórico de la Argentina en donde había que situar dichas reformas.
A pesar del realismo, del empirismo y del antiracionalismo que exhibía Lugones,
su temperamento intelectual y razonante lo llevó a desvirtuar la jerarquía de
los problemas políticos que consideraba.
Acertó cuándo denunció la gravedad de nuestros males económicos y políticos,
pero se equivocó al conceder la primacía a la reforma de las estructuras forma-
les de la organización política.
La tendencia a reducir aquellos problemas a síntesis esquemáticas e intelectua-
les, es permanente en Lugones. Su argumentación aparece pues como más clara y
contundente, pero desvirtúa su complejidad histórica.
Su insistencia en una restauración de los principios de disciplina orden, auto-
ridad y jerarquía, era verdadera, pero no lo es la oposición tajante que esta-
bleció entre los gobiernos de consentimiento y los de mando, sobre todo su re-
ducción dé los últimos a los de la autoridad militar.
Lugones, obsesionado por el triunfo y la expansión del radicalismo, reaccionó
violentamente contra todo lo que tuviera olor a política, y confundió lamenta-
blemente ésta con la politiquería y el electoralismo. En efecto, Lugones no pa-
rece haber comprendido la dignidad e importancia de la política como una de las
actividades superiores del hombre. Obnubilado por el espectáculo de un contorno
inmediato que lo enfurecía, su condena de la política y la prédica de su reem-
plazo por la obediencia dentro de un régimen militar fue una lección doctrinaria
que además de contradecir su republicanismo, constituyó una tradición de in-
fluencia funesta y paralizante en el movimiento Nacionalista argentino. A partir
de Lugones y de su prédica, se difundió en éste la idea de que la política era
una actividad vitanda para la gente de bien y que la única posibilidad de buen
gobierno estaba en el golpe de estado que entregara el gobierno de la República
a las Fuerzas Armadas. Los argentinos debían renunciar a su condición de ciuda-
danos de una república que eran incapaces de sustentar, y convertirse en súbdi-
tos, no de una monarquía, que Lugones rechazaba con buen sentido elemental, sino
de un imperio regido por los militares.
El espectáculo de las legislaturas en los últimos tiempos del gobierno radical
de Yrigoyen lo llevó, también, a una condena del parlamentarismo que si bien era
justa como tema de derecho constitucional, carecía de sentido en la Argentina
donde, como es bien sabido, el régimen de ejecutivo fuerte excluye aquel siste-
ma, utilizado en Francia, Italia, Inglaterra y otros países que han servido como
ejemplo de críticas análogas.
Los proyectos de elegir las capacidades del gobierno por el voto de los "optima-
tes" que ya estaban gobernando, y el de la representación corporativa, descono-
cían 1a índole verdadera del régimen político y económico contra el cual Lugones
reaccionaba, pues ambos procedimientos hubieran sido los mejores instrumentos
para consolidar y fortalecer dicho sistema.
Es notable que Lugones, que siempre tomaba a los Estados Unidos como ejemplo, no
hubiera advertido la importancia de lograr la conquista de la opinión pública,
contra la cual no es posible gobernar ni mucho menos emprender las grandes
transformaciones que él proyectaba. En vez de considerar el funcionamiento de
los grupos políticos en una república, de manera tal que los ideólogos de la re-
ligión democrática no pudieran prevalecer sobre los intereses generales, escla-
recidos por la minoría gobernante y defendidos con toda la fuerza del Estado
contra quienes quisieran desvirtuar una convivencia política relativamente orde-
nada y jerárquica. Lugones prefirió el atajo simple de la entrega del poder po-
lítico a los militares, llevado por su idea utópica de lo que eran las fuerzas
armadas, confundiendo al ejército del general Justo como el de la Ilíada...
A pesar de la erudición que poseía Lugones en materia histórica, es dudoso que
hubiera superado los grandes lugares comunes habituales en su época. Por ejem-
plo, si se exceptúan referencias aisladas y un artículo juvenil, "El sable", de
1897, jamás comprendió la significación política de Rosas. Y su hispanofobia fue
tan permanente como su aversión- a una política internacional hispanoamericanis-
ta, que rechazaba en nombre de una supuesta familiaridad con Europa, en una lí-
nea que según él estaba jalonada por Rivadavia y Mitre. No se trataba sólo de un
repudio de las "uniones latinoamericanas" que la izquierda suele levantar contra
los Estados Unidos: en la postura de Lugones había una solidaridad franca con la
política proeuropea y de desvinculación con América que caracterizó a la diplo-
macia liberal posterior a Caseros.
Su crítica del federalismo, sin embargo, es acertada, pues obedecía a un crite-
rio realista que chocó -y chocará- contra prejuicios inveterados y la sensibili-
dad regional. El enfoque de Lugones, solidario con el de Bolívar, San Martín y
Rosas, seguirá siendo un motivo de polémica.
Quizá lo más importante de las observaciones de Lugones se refiera a la econo-
mía. En primer lugar, su patriótica y tozuda insistencia en las posibilidades de
expansión de la riqueza argentina, frenadas y subyugadas por una política que
coloca a nuestro país en una verdadera dependencia de hecho de los intereses ex-
tranjeros.
Este tema, que será desarrollado, ampliado y en muchos aspectos corregido por el
Nacionalismo posterior, fundó una de las mejores tradiciones de dicho movimien-
to.
En segundo lugar, su idea de conceder primacía al mercado interno e invertir la
posición de nuestro país en cuanto a su actitud en el comercio exterior. Los ar-
gumentos de Lugones y su paralelo de la economía argentina con la de los Estados
Unidos, son acertadísimos. Todavía sigue siendo un ideal por alcanzar el de una
Argentina grande, que se abastezca bien de todo lo que produce y que luego venda
al exterior lo que le sobra, imponiendo ella los precios de dichos productos.
Lugones, en tajante oposición a lemas tan sagrados de la oligarquía, como "com-
prar a quien nos compra" o las modernas seudoleyes de los agentes de los intere-
ses extranjeros, tales como la del "deterioro paulatino de los términos del in-
tercambio", asentaba el principio evidentísimo de que, siendo la Argentina quien
vendía y estando otros países obligados a comprarle, debía ser ella quien fijara
los precios del mercado internacional.
En tercer lugar, es importantísima su defensa de la industrialización, como un
complemento necesario del autoabastecimiento y de la riqueza agrícolo-ganadera.
-- continúa en fotocopias --
fundación del "Colegio Novecentista" fue lo que podría llamarse un acto genera-
cional de profunda significación como rechazo de la ideología Positivista y ma-
terialista que imperaba oficialmente y como reclamo de una apertura hacia el
idealismo y la libertad, y de rechazo de los dogmatismos de cualquier índole.
Se levantaron las compuertas para que irrumpiera un caudal de ideas, libros, co-
rrientes y tendencias nuevas. A partir de entonces el viejo dogmatismo anacróni-
co se refugió en cenáculos de escasa importancia y aunque siguió vigente entre
los maestros de escuela, surgidos de las Escuelas Normales. empapadas en el ce-
rrado Positivismo materialista y en la ideología de los liberales ochocentistas,
jamás recuperaría el lugar prepoderante que durante años tuvo en la Argentina.
En 1921, D'Ors volvió a la Argentina y realizó una jira de conferencias, y en
1928 hizo lo mismo Ortega y Gasset. En 1925 tuvo gran resonancia la visita a
Buenos Aires de Albert Einstein y a esos nombres podrían sumarse los de otras
personalidades europeas, que llegaban ahora a un ambiente intelectual único en
la América Hispánica por la preparación de las minorías por su cultura variada y
su curiosidad siempre alerta a todas las novedades del espíritu.
1
Ob. cit., p. 143.
2
Ciria, Alberto y Sanguinetti, Horacio, Los Reformistas, Buenos Aires, Editorial Jorge Alvarez S.A.,
1968, p. 25.
da para impulsar un verdadero mejoramiento de la vida universitaria. Pero lo que
no se logró, y no podía hacerse con una filosofía anacrónica como el marxismo y
un programa político anárquico y utópico como el de la izquierda, fue que la
Universidad levantara su nivel hasta el de una verdadera institución de cultura
superior. La demagogia, el escándalo, los atropellos de toda índole y la irres-
ponsabilidad y apetito de los que suscitaron la Reforma –que de inmediato se
apoderaron de las cátedras universitarias que pudieron...-, llevaron a la Uni-
versidad a un estado casi de postración.
Diez años después, en 1928, Alberini fijaba con su estilo cáustico y certero, el
retrato de la Universidad que había logrado la Reforma:
...un gimnasio donde debemos entrenarnos verbalmente para probables hazañas histó-
ricas. Entretanto, mientras llega la hora palingenésica, cultiva la industria elec-
toral del idealismo juvenil... Se trata del eterno tipo dominante en la universidad
argentina, o sea, del afincado en la universidad, nuevo soñador de gloria política
más que hombre de estudio. Concibe la universidad como la antesala de la función
pública. Le place la nombradía fácil antes que un decoroso prestigio intrínseco.
Más aún: ni siquiera es un verdadero hombre público. No le sobra pasta de tal, pues
más que la acción efectiva, cultiva la retórica de la acción3.
El hecho de que un representante cabal del atraso científico del país como José
Ingenieros se constituyera en uno de los voceros y "maestros" de la Reforma,
exime de mayores explicaciones acerca de la formidable defraudación que la misma
significó a los ímpetus auténticamente renovadores de la mejor juventud de 1918.
Sin embargo, en otros sectores de la cultura del país, se proseguía con una ta-
rea intelectual de verdadera inquietud científica literaria. Las revistas nume-
rosas que por entonces se publicaban, o recen un panorama excelente de las nue-
vas corrientes ideológicas, aparte de los suplementos literarios de La Nación y
La Prensa, ricos en colaboraciones de los mejores autores argentinos y extranje-
ros.
Entre 1918 y 1920, por ejemplo, aparecieron los once números de la Revista Na-
cional, dirigida por Mario Jurado y Julio Irazusta, con colaboraciones de Ernes-
to Palacio, Conrado Nalé Roxlo, Guillermo Sullivan, Andrés Charbrillón, Luis Ma-
ría Jordán y otros. La revista quería difundir el, pensamiento
...de una juventud que vive en constante inquietud de espíritu; que experimenta la
necesidad de obrar por los sentimientos y las ideas, en nuestro ambiente de cultu-
ra; que quiere mantener vivas las corrientes internas de nuestra vida intelectual…4
3
Pró, ob. cit., . 157.
4
Citado por Lafleur, Héctor René, Provenzano, Sergio d. y Alonso, Fernando P., Las revistas litera-
rias argentinas 1893-1967, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, p. 75. Este libro es
fuente excelente de referencias en la materia e imprescindible para el estudio de la actividad inte-
lectual desarrollada a través de las revistas.
plásticos y arquitectos de una gran importancia: Emilio Pettorutti, Alberto Pre-
bisch, Emilio Centurión, Xul Solar, etcétera.
Algunos martinfierristas, como Ulyses Petit de Murat, Marechal, Borges, junto a
Macedonio Fernández, Raúl Scalabrini, Ortiz y otros, acompañaron al peruano Al-
berto Hidalgo a fundar y "editar" una Revista Oral que continuó, en 1926, el es-
píritu de Martín Fierro. También habría que mencionar muchas otras revistas que
testimoniaron la vitalidad del nuevo clima intelectual de Buenos Aires, la Re-
vista de América (1924-1926), Síntesis (1927-1930), Valoraciones, de La Plata
(1923-1928), etcétera.
A finales de la década de 1920 podía decirse que las esperanzas renovadoras sur-
gidas una década antes, habían dado frutos satisfactorios. En muchos aspectos se
había fracasado, pero en otros los resultados obtenidos justificaban los esfuer-
zos, los anhelos, los sueños5.
La restauración católica
El catolicismo argentino contaba desde fines del siglo XIX con una actividad so-
cial y política de consideración. A pesar de que después de las luchas de 1880
contra el laicismo estatal, la Iglesia salió disminuida en sus pretensiones de
influir, a través de un planteo propio, en la marcha política del país, hubo mo-
vimientos y personalidades de religiosos y laicos católicos que realizaron una
obra considerable desde todo punto de vista1.
Pero el esfuerzo de los católicos se concentró en una política de reformas, de
acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia. En el orden intelectual se mani-
festó una actividad educativa intensa a través de la enseñanza en los colegios
primarios y secundarios y aun de algunos intentos de universidad católica. Allí
se formaban muchos católicos, desde luego, pero salvo excepciones, la mayoría no
manifestaba su confesión religiosa en actividades específicamente intelectuales.
Mucha había de la vieja tradición argentina de vivir la religión con un fervor
apenas perceptible. Se cumplía con los sacramentos de vez en cuando y se trata-
ba, naturalmente, de contar con asistencia religiosa en el momento de la muerte.
Con excepción de una minoría militante, el argentino ha estado acostumbrado a
confesar su religión católica, a respetar a la Iglesia coma institución, pero
también a mirar con cierta indiferencia, desdén y aun prevención, a quienes ha-
cen ostentación de su piedad religiosa. En la Argentina -y no me refiero, desde
luego a los enemigos del catolicismo- ha habido un larvado anticlericalismo y la
tendencia a considerar la religión como "cosa de mujeres"; se ha dado una cierta
frialdad en los sentimientos, que ha estado acompañada de una falta de interés
general por los estudios de profundización de la religión.
Esto no quiere decir, repito, que no hubiera laicos encuadrados en organizacio-
nes o independientes, que testimoniaban de modo muy auténtico y entusiasta su fe
religiosa. Sobre todo en las provincias y especialmente en algunas de ellas,
como Córdoba, donde lo católico tuvo en otros tiempos un peso político y social
muy grande.
Fue, aun hoy es, muy común, que haya católicos que trabajan en funciones públi-
cas o ejercen un oficio literario o científico sin que su condición de tales se
manifieste expresamente. A veces es algo que sólo la familia y los amigos cono-
cen...
Intelectuales católicos que profesaban disciplinas del espíritu en armonía y co-
herencia con sus convicciones religiosas, y que lo manifestaran abiertamente,
había muy pocos. Eran como islas en un clima de indiferencia general, cuando no
de animosidad y odio si se trataba de liberales o izquierdistas, fanáticos, dog-
máticos y absolutistas, como se sabe, en materia de defender la libertad...
En torno de esos hombres comenzó a surgir, en las primeras décadas del siglo, un
movimiento renovador de la inteligencia católica. Se comenzó a estudiar teolo-
5
Para el panorama cultural de las décadas de 1920 y 1930, ver el libro de Romero, José Luis, El de-
sarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 1965: especialmente los capítulos II y III.
1
Cfr. Furlong, Guillermo, Baliña, Luis María, Ferrer, Gaspar y otros, Etapas del catolicismo argen-
tino, Buenos Aires, Difusión, 1952 y Auza, Néstor T., Los católicos argentinos; su experiencia polí-
tica y social, Buenos Aires, Diagrama, 1962.
gía, filosofía escolástica, ciencias y literatura, Y sobre todo se reanudaron
los lazos con el movimiento católico europeo, entonces en una especie de renaci-
miento.
Una de esas figuras fue, por ejemplo, en Córdoba, la del doctor Luis Guillermo
Martínez Villada (1886-1959), erudito y sabio en disciplinas científicas y huma-
nísticas. Fue profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Córdoba y
en el Colegio de Montserrat, y desde sus cátedras enseñó, difundió y ensalzó el
pensamiento tradicional y la filosofía tomista. Su enorme saber histórico filo-
sófico, teológico y humanista, le otorgó un prestigio místico, ante el cual se
estrelló el odio fanático de sus enemigos liberales e izquierdistas, para quie-
nes Martínez Villada era la reencarnación verdadera del espíritu de la Inquisi-
ción y el oscurantismo.
Sin ceder jamás en la defensa de sus convicciones religiosas y políticas –fue
uno de los primeros difusores en la Argentina del pensamiento contrarrevolucio-
nario y de Maurras-, Martínez Villada formó una serie de discípulos que, como se
verá más adelante, figuraron entre las filas de los primeros Nacionalistas.
En Buenos Aires quizá no hubo una personalidad del vigor y del saber de Don Luis
Guillermo Martínez Villada, pero también se produjo un movimiento análogo, sus-
citado por la aparición de católicos preocupados por el testimonio intelectual y
político, a cuya vera comenzaron a surgir círculos de conferencias y de estu-
dios, con las consiguientes revistas.
Los prolegómenos se produjeron ya a comienzos de siglo, cuando Tristán Achával
Rodríguez, Adolfo Casabal y Alberto Estrada publicaron la revista mensual Estu-
dios, de la cual aparecieron 36 números, hasta 1905.
En Estudios, pueden hallarse colaboraciones de católicos conspicuos, tales como
Manuel Carlés, Enrique Ruiz Guiñazú, el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín,
Indalecio Gómez, Fray Enrique Sissón y otros más famosos por su actuación polí-
tica, que por alguna convicción religiosa: Joaquín V. González, Carlos Pellegri-
ni, etc. También contaron con importantes colaboradores españoles, tales como
Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Martínez Sierra y Pedro González Blanco.
De los patrocinadores de esta revista surgió una entidad: "El Círculo", fundada
en 1904 por Achával Rodríguez, Aníbal Álvarez, Ricardo Bunge, Carlos M. Biedma,
Adolfo Casabal, Alfredo Díaz Valdez, Alberto Estrada, Federico Fragueiro Juan
Carlos. Delfín y Alberto Gallo, Pedro Goyena, Luis García Herrera, Emilio Har-
doy, Manuel M. de Iriondo, Tosé M. de Iriondo, Juan Lagos Mármol, Hilarión Lar-
quía, Ricardo Lezica Alvear, Alejandro Moreno, Carlos M. Mayer, Fortunato Muñoz
Posse, Luis Ruiz Guiñazú, Nicolás Ruiz Guiñazíi, Ernesto G. Rom, Pablo A. Schi-
ckendantz, Luis Silveyra, Alberto de Torres, Jorge de la Torre y Ricardo Yofre.
Con el mismo nombre, Estudios, los jesuitas crearon también una revista que apa-
recía como órgano de la "Academia Literaria del Plata", organización integrada
por ex alumnos del Colegio del Salvador, que comenzó a publicarse en 1911 y to-
davía sigue saliendo. Revista netamente católica como era lógico entonces en los
jesuitas, colaboraban en el primer número Gustavo Martínez Zuviría, J. P. Díaz
Chorao. Néstor Sein, P. Camilo M. Jordán y Atilio Dell'Oro Maini2.
Si en la primera Estudios la definición católica iba acompañando a una posición
política conservadora, con el seudotradicionalismo que entre nosotros ha carac-
terizado a dicha corriente, en la revista de los jesuitas el catolicismo apare-
cía coma una convicción neta.
La firma de Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962) más conocido por su seudónimo
literario de Hugo Wast, debe ser mencionada muy especialmente en el punto que
estoy desarrollando.
Descendiente de una familia tradicional de antiguo arraigo en el país, Martínez
Zuviría comenzó a escribir desde muy joven y a través de su vasta producción li-
teraria manifestó siempre un catolicismo bien definido, tanto como un hispanismo
no menos coherente y sólido.
Algunos de los primeros ensayos de su juventud caracterizan este pensamiento: El
naturalismo y Zola. Su influencia social y literaria (1902) La Creación ante la
pseudociencia (1903), El gran cuentó del tío de la literatura nacional (1907),
este último un violentísimo e injusto panfleto contra Leopoldo Lugones. Cuando
2
Esta información sobre las revistas ha sido extraída del mencionado libro de Lafleur, Provenzano y
Alonso.
optó al grado de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de San-
ta Fe, su tesis doctoral "¿Adónde nos lleva nuestro panteísmo de Estado?"
(1907), significó un repudio tan absoluto de los principios políticos liberales,
que fue rechazada y debió presentar otra, sobre "El salario"(1907).
Martínez Zuviría hizo también incursiones en la política dentro del conservado-
rismo, pero siempre con un matiz católico bien definido. Cuando se fundó el Par-
tido Demócrata Progresista en 1915, como partido opuesto al radicalismo, un gru-
po de jóvenes conservadores que veían coartadas sus posibilidades políticas den-
tro de las organizaciones tradicionales, se afiliaron a la Democracia Progresis-
ta., Así ocurrió con Carlos Ibarguren y con Martínez Zuviría, este último acom-
pañó a Thedy como vicegobernador en la fórmula demócrataprogresista que fue de-
rrotada en las elecciones de Santa Fe, provincia natal del escritor. De todos
modos fue elegido diputado nacional por dicha provincia para el período 1916 a
1920.
Sin embargo la orientación izquierdista y anticristiana con que pronto caracte-
rizó al partido su líder principal, Lisandro de la Torre, obligó a Martínez Zu-
viría a presentar su renuncia como afiliado al mismo, lo que hizo en 1922. Una
reseña de la actuación de Martínez Zuviría puede hallarse en su libro Prosa par-
lamentaria (1921).
Pero la obra más importante de Martínez Zuviría es la puramente literaria. Es-
cribió muchísimas novelas y entre ellas algunas de las mejores de la literatura
argentina. La crítica literaria, ejercida generalmente por izquierdistas o por
autores que temen la implacable excomunión de aquéllos, ha sido tremendamente
injusta con Hugo Wast. No ha importado la cantidad y calidad de la obra, el jui-
cio elogioso que recibió de la mejor opinión extranjera, el increíble número de
traducciones y su éxito de librería a través de los años. Como resultado de al-
gunas novelas –que por cierto no son las mejores- contra el poder de los judíos
y su influencia en la Argentina del haber colaborado con los gobiernos conserva-
dores y de haber implantado la enseñanza religiosa actuando fue ministro de jus-
ticia e instrucción del gobierno militar surgido del golpe de estado de 1943,
cayó sobre Hugo Wast una condena generalizada que aún no ha sido levantada.
Cuando hayan pasado estos rencores y odios, la obra literaria de Martínez Zuvi-
ría seguramente será juzgada con la justicia que merece. Se apreciarán, enton-
ces, sus dotes de novelista de raza, su estilo original y su capacidad para
crear personajes y situaciones.
En 1925, por una de sus novelas más hermosas y logradas, Desierto de piedra
(1925), se le concedió el Premio Nacional de Literatura y en los Cursos de Cul-
tura Católica, de Buenos Aires se le hizo un homenaje junto a otro escritor ca-
tólico, autor de un libro clásico en la literatura histórica argentina: Historia
de la historiografía argentina (1925), también ganador de un Premio Nacional:
Rómulo D. Carbia (1885-1914)3.
También Rómulo D. Carbia es una figura significativa de este renacimiento del
catolicismo intelectual. Carbia fue un tipo distinto del de Hugo Wast: no incur-
sionó en la política y se atuvo al trabajó riguroso y metódico del investigador
histórico. Pero ello no significó que se caracterizara menos por su catolicismo
e hispanismo, puestos de manifiesto desde su actuación juvenil en los medios
científicos y literarios de su época, en Buenos Aires.
Había comenzado, sin terminarlos; sus estudios en la Universidad Pontificia de
Buenos Aires, y continuó luego su actividad en las revistas, en las tertulias y,
a partir de 1906, como periodista en La Prensa, donde trabajó hasta 1911. En
esta primera etapa de su vida Carbia colaboró asiduamente en revistas religio-
sas, tales como La esperanza, donde, entre otros artículos polémicos, publicó
"Refutación a Carlos Octavio Bunge, acerca del significado de García Moreno"
(noviembre de 1903 a marzo de 1904); también escribió en Democracia Cristiana,
en El Censor, en La Revista Cristiana; donde hay un artículo suyo sobre "La en-
señanza de la religión en las escuelas del Estado" (1904), en El Plata seráfico,
etcétera.
Cuando emprendió su primer viaje a España en 1911, Carbia dejaría atrás una la-
bor periodística y de investigación histórica que mostraba, a pesar de los de-
3
Para una información sobre Martínez Zuviría, Gustavo, he consultado la obra de Moreno Juan Garlos,
Genio y figura de Hugo Wast, Buenos Aires, Eudeba, 1969.
fectos que como toda producción juvenil pudiera tener, el vigor de su definición
católica y la claridad de su propósito en cuanto a la investigación del pasado
argentino, estudiado desde las raíces hispánicas.
Volvió en 1915 y fue nombrado director de la Biblioteca de la Facultad de Filo-
sofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1919 fue profesor en la
Universidad de La Plata y desde 1921 en la de Buenos Aires. En 1933, la Univer-
sidad de Sevilla le otorgó el título de Doctor en Historia de América.
La obra de Carbia en la Universidad fue importantísima, ya que se constituyó en
uno dé los pilares de la renovación de la historiografía argentina, junto con
Emilio Ravignani, Diego Luis Molinari, Ricardo Levene y Carlos Correa Luna. Así
se promovió la "Nueva Escuela Histórica Argentina", que trabajaba con métodos
rigurosos y científicos que, según sus defensores, no se habían utilizado hasta
entonces en el país. Carbia fue un trabajador incansable y un profesor que formó
generaciones de historiadores, con el ejemplo de su obra y de su vida.
Entre sus libros más importantes, mencionaré algunos de los que representan me-
jor sus dos preocupaciones fundamentales, dentro de su labor de historiador: la
reconstrucción del pasado religioso argentino y la defensa de la tradición his-
pánica en América. Estas obras son: Historia eclesiástica del Río de la Plata
(1914. 2 tomos); La Crónica Oficial de las Indias Occidentales (1934); Historia
de la Leyenda Negra Hispano-Americana (1943) y La Revolución de Mayo y la Igle-
sia (1945). Cabe agregar que con los artículos publicados en revistas como Noso-
tros, Criterio, Sol y Luna, Hispania, Orientación Española y otras, podrían com-
ponerse muchos volúmenes dedicados a los temas antes citados, todos con material
de gran valor4.
En este estudio sobre el catolicismo en la actividad intelectual; se debe men-
cionar una vez más en el curso del libro, a Manuel Gálvez, quien cuenta en sus
memorias que después de un período de indiferencia religiosa, volvió a la fe de
su infancia en 1907. Esto se advierte en sus dos primeros libros de versos: El
enigma interior (1907) y, sobre todo, Sendero de humildad (1909), en la novela
El diario de Gabriel Quiroga (1910), y en los ensayos de El solar de la raza
(1913), ya citado al comienzo de este capítulo.
Este catolicismo es menos evidente en algunas de sus obras posteriores, pero se
puede descubrir en la visión del mundo del autor, tal cual se refleja en los
personajes, en las situaciones y sobre todo en las nociones fundamentales de
bien y de mal, y en la idea del pecado. Aparece con toda claridad en libros como
Cántico espiritual (1923) y El espíritu de aristocracia y otros ensayos (1924).
Lo mismo ocurrirá con su producción de biografías, novelas y ensayos posteriores
a 1930, a la cual me referiré en otras partes de este libro.
Gálvez tampoco incursionó en la política, no fue antisemita y ,por muchos años
estuvo estrechamente unido a las actividades literarias de Buenos Aires. Por
ello su producción gozó de un justo aprecio por parte de la crítica, que no si-
lenció la vastedad de sus lectores, su prestigio en el extranjero y la gran
cantidad de traducciones. Junto con Hugo Wast, Gálvez integró el dúo de los es-
critores argentinos más leídos tanto en el país como en el extranjero. Años más
tarde, cuando empezó a publicar algunos ensayos mostrando simpatía por el Nacio-
nalismo y escribió la biografía Vida de Don Juan Manuel de Rosas (1941), otro de
sus éxitos rotundos de librería, cambió el viento de la crítica, sobre todo
alentado por su inclinación hacia el peronismo de los primeros años de gobierno.
No importó que luego cambiara: la condena había sido pronunciada y ha debido pa-
sar casi un cuarto de siglo para que comience a abrirse una nueva perspectiva de
Gálvez, que todavía espera, como Hugo Wast, los estudios que su obra merece.
Me referí, anteriormente, a los grupos que formaron los católicos. Uno de los
que más trascendencia tuvo fue el Ateneo Social de la Juventud, fundado en 1917
por Tomás Cásares, Atilio Dell'Oro Maini, Rafael Ayerza, Juan A. Bourdieu, Octa-
vio Pico Estrada, Eduardo Saubidet Bilbao y Julián F. Astarloa. La Iglesia pres-
tó, oficialmente, un entusiasta apoyo al Ateneo, cuyos propósitos eran primor-
dialmente religiosos e intelectuales. Una revista, Signo, que con la dirección
de Beltrán Morrogh Bernard, publicó 9 números entre 1920 y 1921, reflejó las
mismas inquietudes.
4
Para el estudio de Carbia he consultado la obra de Cuccorese, Horacio J., Rómulo D. Carbia; Ensayo
bio-bibliográfico, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1962.
Pero la organización más importante fue la de los Cursos de Cultura Católica,
fundados por Tomás Casares, César Pico y Atilio Dell'Oro Maini, con la inspira-
ción de un grupo de personalidades mayores, de reconocida importancia social y
política, que también eran católicos, aunque sin la formación intelectual orto-
doxa más rigurosa de los jóvenes. Entre dichas personalidades habríá que mencio-
nar a Emilio Lamarca, Ernesto Padilla, Tomás Cullen y Juan B. Terán. También un
importante grupo de sacerdotes y obispos auspició la organización de los "Cur-
sos" y aquí se debe mencionar a Monseñor Fortunato J. Devoto, Monseñor Tomás J.
Solari y Monseñor José Canovai.
Mientras el Ateneo de la Juventud proseguía, su labor captadora de jóvenes a
través de actividades de todo tipo, los "cursos" se convirtieron en una especie
de Universidad católica, donde se impartía una formación teológica, filosófica y
cultural ortodoxa. Su éxito fue muy grande y pronto los católicos tuvieron un
centro de irradiación intelectual de importancia superior. A los Cursos de Cul-
tura Católica me referiré, con más detalles acerca de su influencia política, en
capítulos siguientes de este libro.
Como un resultado de esta actividad, el 8 de marzo de 1928, apareció en Buenos
Aires el primer número de la revista Criterio, dirigida por Atilio Dell'Oro Mai-
ni, publicación que sigue todavía, aunque con una orientación radicalmente dis-
tinta de la que tuvo en sus comienzos.
Criterio estaba presentada con un excelente gusto gráfico, con hermosos grabados
originales en la tapa de cada número, y su atuendo exterior correspondía a la
calidad del material que publicaba.
Junto a Dell'Oro Maini figuraban Tomás D. Çasares, ya conocido filósofo, el ju-
rista Faustino J. Legón y el científico Emiliano MacDonagh. Los redactores y co-
laboradores figuraban entre lo mejor de las letras y la cultura argentina de ese
tiempo, con excepción de quienes militaban francamente en la izquierda y en el
ultraliberalismo, con los cuales Criterio entró de inmediato en polémica. Larga
sería la lista de aquellos que colaboraron en Criterio, en los que podríamos
llamar "años de oro" de la revista, o sea entre 1928 y 1930, pero no se pueden
omitir nombres como los siguientes: Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges, Francisco
Luis Bernárdez, Julio Irazusta; César Pico, Samuel W. Medrano, Ignacio B. An-
zoátegui, Tomás de Lara, Ricardo E. Molinari, Ernesto Palacio, Manuel Gálvez,
Osvaldo Horacio Dondo, Alberto Casal Castel, Sixto Martelli, María Raquel Adler,
Enrique Amorim, Vicente Fatone, Ulyses Petit de Murat, Julio Fingerit, Miguel
Ángel Etcheverrigaray, Emilio Pettorutti, Arturo Cerretani y Homero Manzi.
La prédica católica, definida filosóficamente por el tomismo, estaba acompañada
por una gran libertad en materia cultural, estética y literaria. Si Casares Pico
y los padres Meinvielle, Castellani y Sepich definían la ortodoxia, un amplio
abanico de colaboraciones, presididas únicamente por el signo de la calidad, in-
tegraban el material de la revista.
Desde el punto de vista artístico, Criterio fue vocero de muchos de los escrito-
res que se habían agrupado en el martinfierrismo y que simpatizaban con una re-
novación de la expresión literaria. La unión de la tradición en las ideas funda-
mentales con la vanguardia estética, se logró como nunca ha vuelto a ser posible
en la historia de la cultura argentina.
Como dije anteriormente, este movimiento católico se caracterizó por la vincula-
ción estrecha que estableció con la corriente similar que circulaba en Europa, a
partir de la primera posguerra mundial. Sobre todo con Francia, donde autores
como Jácques y Raïsa Maritain, Etienne Gilson, el padre Reginald Garrigou La-
grange, el padre Humbert Clerissac; Stanislas Fumet, André Harlaire; Henry Mas-
sis, George Bernanos y muchos otros habían promovido una suerte de restauración
católica de enorme importancia en el campo de la teología, la filosofía y el
arte. Junto a la obra de un Paul Claudel, hasta Jean Cocteau en algún momento
pensó en convertirse en poeta católico...
Un movimiento semejante tuvo lugar en Inglaterra donde figuras de extraordinaria
importancia habían logrado imponer, ya desde finales del siglo XIX, una obra ca-
tólica dentro de un ambiente protestante tradicionalmente hostil al "papismo":
el Cardenal Newman, Francis Thompson, Coventry Patmore. Tras de ellos vinieron
dos colosos: el poeta, ensayista y novelista Gilbert K. Chesterton, que era él
sólo una corriente renovadora y aun revolucionaria, y el historiador Hilaire Be-
lloc, auténtico "revisionista" del pasado europeo e inglés.
Si en Italia un Giovanni Papini se convertía al catolicismo y escribía libros de
grandeza y originalidad sin par, en España, donde la fe era un tradición. nacio-
nal, bajo la ilustre sombra de Ramiro de Maeztu, surgía un movimiento cultural y
político de signo definidamente católico. Maeztu, como se verá más adelante,
tuvo una especial influencia en la Argentina.
Pues bien, en las páginas de Criterio, a través de colaboraciones originales, de
notas, ensayos, correspondencias, etcétera, estaba presente todo ese movimiento
católico europeo, que contribuyó a la actualización del pensamiento tradicional.
Pasados los primeros años de esplendor de la revista, se produjo un choque entre
el grupo de colaboradores más preocupados por la libertad artística y la renova-
ción estética, y las directivas religiosas de Criterio, que tendían a enderezar
todo esfuerzo a la Acción Católica.
Así surgió Número (sí, sí; no, no) que con la dirección de Julio Fingerit, pri-
mero y luego de Anzoátegui, Dondo y Mário Mendióroz, publicó 25 números entre
enero de 1930 y diciembre de 1931. Su tendencia era literaria, pero sus colabo-
radores se confesaban católicos y fieles hijos de la Iglesia "enseñada y no de
la enseñante". Entre ellos figuraban César Pico, Gálvez, Rafael Jijena Sánchez,
Jacobo Fijman, Ernesto Palacio, Emiliano MacDonagh, Tomás de Lara, Carlos Men-
dióroz, Dimas Antuña, Miguel Ángel Etcheverrigaray, Francisco Luis Bernárdez. Es
decir, los mismos que colaboraban, y siguieron haciéndolo, en Criterio, la mayo-
ría hasta 1930. Juan Antonio, el excelente grabador que ilustraba las tapas de
ésta, también ilustró Número, junto a artistas como Héctor Basaldúa, J. A. Ba-
llester Peña, Norah Borges y Víctor Delhez.
A1 acercarse 1930 el catolicismo presentaba una faz totalmente renovada. Se ha-
bía iniciado una restauración religiosa que implicaba: vivir más intensamente la
fe, estudiar y profundizar sus fundamentos filosóficos y teológicos, tratar de
lograr la encarnación de los principios religiosos en la vida social, política y
cultural del país y, en fin, recuperar para el catolicismo el lugar preeminente
que, por sus tradiciones, debía tener en la Argentina.
Los nombres que he citado y las revistas y movimientos a que he aludido no ago-
tan, ni mucho menos, lo que fue una realidad más rica y variada. Mi intención
sólo ha sido indicar algunos ejemplos que reflejan la existencia de un cima es-
piritual que tendrá enorme importancia en el surgimiento del Nacionalismo, lo
que se verá en el capítulo que sigue.
CAPÍTULO VI
LAS VÍSPERAS DE SEPTIEMBRE
El término "Nacionalista" era usado, según quienes fundaron dicho partido, por-
que
1
Carulla, Juan E., Al filo del medio siglo, Paraná, Llanura, 1951, ps. 165-168. En la última parte
de este libro me refiero al valor del testimonio de Carulla.
2
Transcripta en la obra de Lezica, Manuel, Recuerdos de un Nacionalista, Buenos Aires, Astral, 1968,
p. 88.
3
Ob. cit.. P· 89.
reformas administrativas y legales. La Junta Directiva de este partido fue pre-
sidida por Don José Guerrico, a quien acompañaron Adolfo Mujïca, Arturo Bayala,
Faustino Parera, Vicente P. Valía Marcelo de Lezica, Delfín Huergo Paunero, To-
más J. Barry, Silvio M. Peri, Octavio Piñeiro Sorondo, Carlos Sidders, Luis Más-
pero, Fermín R. Salaberry, Marcos A. Taveira, José A. Babuglia, Alfredo Lazcano,
Martín Sánchez, Antonio Baibiene, Miguel Sorondo, Eduardo Pellet Lastra, Ernesto
Laspiur , Francisco Borone, Juan José García, Pablo Sola, Ángel E. Ibarra Gar-
cia, José Demaría Sala y Carlos Nevot.
El Partido Nacionalista tuvo actuación electoral en la ciudad de Buenos Aires y
es de notar que cuando la idea Nacionalista se hizo más compleja y elaborada, a
través de otras publicaciones y grupos, fue habitual votar por dicho partido en
las elecciones comunales.
En un sentido más amplio el Nacionalismo se manifestó también entre grupos y
personalidades que, sin pretender definirse como Nacionalistas, llevaron a cabo
una tarea intensa de estudios y campañas destinadas a la defensa de los intere-
ses concretos argentinos, vulnerados sobre todo en el orden económico y social.
Este tipo de acción coincidió a veces con la política que llevaban a cabo los
gobiernos radicales, y otras se le opuso encarnizadamente. Pero lo importante es
señalar la sazón y madurez de una visión de los problemas argentinos desde la
perspectiva que, de algún modo, se confesaba Nacionalista, en tanto rechazaba la
expoliación que sufría el país por parte de empresas y capitales extranjeros.
La llegada del radicalismo al poder significó una conmoción profunda en todos
los órdenes de la vida argentina. Se replantearon problemas políticos, sociales,
económicos y culturales, y las personalidades más vigorosas y polémicas hicieron
conocer sus opiniones, unas veces a favor y otras en contra del radicalismo, ya
sea en el parlamento como en el periodismo o en el libro. Entre 1910y 1940 –fijo
fechas más bien aproximadas, desde luego- abundaron los testimonios de esta pa-
sión por las cosas del país, se produjo una literatura política en torno de pro-
blemas generales y cuestiones concretas de altísimo interés para el conocimiento
cada vez más realista de la Argentina.
Es verdad que entre todo ese follaje de circunstancias -recopilaciones de dis-
cursos parlamentarios, debates sin trascendencia y querellas encendidas por
cuestiones minúsculas-, escrito a veces en la prosa del grafómano periodístico-
político, resulta difícil hallar el material rico en sustancia de valor perma-
nente, pero ello no quiere decir que no exista, más aún, que no constituya uno
de los capítulos más útiles del pensamiento político argentino.
Nuestros políticos vivían todavía de los jugos románticos y patrióticos de la
edad heroica del siglo XIX. Existía, desde luego, la picaresca, y abundaban los
inevitables maquiavelismos, pero también se creía en el país, en la honra, en la
obligación moral de luchar por el progreso y el mejoramiento de la vida políti-
ca. Algún día habrá que hacer la historia pormenorizada de las denuncias, inves-
tigaciones y alegatos elaborados en las provincias y en Buenos Aires, en torno
de gravísimos problemas argentinos que todavía hoy esperan su solución.
Una de las figuras de la época fue la de Manuel Ortiz Pereyra (1883-1941), polí-
tico y magistrado correntino de filiación radical, que unió a su valentía para
denunciar los graves problemas agrarios y la penetración de los grandes capita-
les extranjeros en perjuicio del país, dotes literarias de singular agudeza y
penetración.
En su libro La tercera emancipación (1926), Ortiz Pereyra declaraba que después
de haber obtenido la independencia política y la electoral era imprescindible
lograr la independencia económica, sobre todo para que se liberara al campo ar-
gentino del dominio que le imponían las firmas acopiadoras extranjeras. Insis-
tía, además, en que el "extranjerismo intelectual" impedía a los hombres de go-
bierno pensar los problemas argentinos en términos argentinos, pues obraban de
acuerdo con autores y precedentes extranjeros que no se podían aplicar en nues-
tro país.
En otro libro, Por nuestra redención cultural y económica (Apuntes de crítica
social argentina)(1928) Ortiz Pereyra insistía en la necesidad de argentinizar
la inteligencia si se quería lograr la independencia económica, único modo de
solucionar los problemas agrarios, ganaderos, de comunicaciones, de comercio ex-
terior, crediticios, etc. La denuncia del autor era terminante:
...¿quién ignora que el capitalismo extranjero, ya arraigado en la Argentina, nos
tiene completamente absorbidos y esclavizados?[...] lo que es hoy un hecho tangi-
ble, material que no pueden dejar de percibir los ciegos ni los sordos, es esa rea-
lidad grande como una catedral que soportamos todos los habitantes del país; la ti-
ranía con que nos comercian los capitalistas ferroviarios, los tranviarios, los
dueños de la luz, del teléfono, de las empresas de navegación, de las 4 ó 5 firmas
que gobiernan los precios de nuestras carnes, todos, absolutamente todos, extranje-
ros4.
Gran parte de los esfuerzos políticos de Ortiz Pereyra fueron puestos al servi-
cio de los intereses de los chacareros y trabajadores rurales, pero lo más im-
portante de su obra fue sin duda el haber advertido el sentido nacionalista que
debía tener la política argentina.
En su biografía de Scalabrini Ortiz, Norberto Galasso afirma que Ortiz Pereyra
fue la "máxima expresión del nacionalismo popular" anterior a la crisis de 1930
y, con acierto, lo califica de
El mismo Galasso indica que el estilo de Ortiz Pereyra será luego cultivado por
Arturo Jauretche, en cuya compañía fundaron, años después, el grupo FORJA, al
cual me referiré más adelante. Sin duda, Ortiz Pereyra fue uno de los maestros
de esta promoción política, como que el primer libro editado por FORJA -y el úl-
timo de Ortiz Pereyra- fue El S.O.S. de mi pueblo (1935). Y lo que dice acerca
de los estilos de Ortiz Pereyra y Jauretche es muy cierto: el mismo tono zumbón,
la misma visión satírica, llana y simple de la realidad argentina, el mismo hu-
mor socarrón y cazurro, hasta los mismos chistes y ejemplos.
En el ya citado libro Por nuestra redención cultural y económica (1928), hay un
capítulo titulado "Algunos aforismos sin sentido", donde Ortiz Pereyra se burla
de frases sonoras y huecas, como "América para la humanidad", "¡Qué dirán los
extranjeros!" "Comprar a quien nos compra". "La ley de la oferta y la demanda",
"El Estado es un mal administrador", etc., con las cuales, decía el autor que
algún día se podría escribir un libro. Es evidente que lo escribió Jauretche con
el título de Manual de zonzeras argentinas (1968). Hasta un famoso ejemplo, muy
gráfico y acertado, utilizado por este último para mostrar la posición privile-
giada de la Argentina, consistente en doblar el mapa y presentar una perspectiva
de nuestro país que no es la acostumbrada, es decir, como un extremo del mundo,
también fue utilizado por Ortiz Pereyra en el mencionado libro.
Ortiz Pereyra fue en muchísimos aspectos un adelantado de la prédica que hará
más tarde el Nacionalismo, especialmente la corriente que llamo republicana. Si
hubiera que señalar uno de los problemas más iluminados por su perspicacia y pa-
triotismo, indicaría el de la comercialización de la producción aqricolaganade-
ra, en relación íntima con el de los ferrocarriles, temas que, como se verá más
adelante, fueron capitales en la prédica de dicha tendencia Nacionalista.
Uno de los aciertos de Galasso en su libro citado, es el de poner junto al nom-
bre de Ortiz Pereyra los de Alejandro Bunge y Benjamín Villafañe, entre aquellos
que denomina "Algunos solitarios del camino nacional".
Economista, sociólogo y estadígrafo, de acendrada inspiración católica y patrió-
tica, Bunge comenzó en 1909 la publicación de importantes estudios sobre la rea-
lidad argentina. En 1918 fundó su Revista de economía argentina y una escuela de
investigadores sobre estos temas, que renovarán el panorama científico de nues-
tro país. Desde el punto de vista que me interesa subrayar ahora, o sea el de
contribuyente de la elaboración de un pensamiento Nacionalista, debe decirse que
Bunge, a pesar de la cuantía y el valor de su obra, si bien advirtió algunos de
los males que acarreaba al país la dependencia del extranjero en el orden econó-
mico, no propuso una concepción Nacionalista de la política argentina. En los
últimos años de su vida se acentuó su orientación conservadora con inclinaciones
Nacionalistas. Una buena síntesis de sus ideas fundamentales acerca del país y
4
Ortiz Pereyra, Manuel, Por nuestra redención cultural y económica. (Apuntes de crítica social ar-
gentina), Buenos Aires, Peuser, 1928, ps. 33-34.
5
Galasso, Norberto, Vida de Scalabrini Ortiz, Buenos Aires. Ediciones del Mar Dulce, 1970, p. 153.
de su mejoramiento en lo material y espiritual, puede hallarse en La Nueva Ar-
gentina (1940), obra de importancia capital para la comprensión de nuestra rea-
lidad social, política y económica.
Una tarea de esclarecimiento de los problemas argentinos, con visión crítica y
polémica en muchos casos, fue cumplida por personalidades surgidas, como dije,
del radicalismo, del cual se apartaron generalmente por rechazo de la política
de Yrigoyen. Algunos pasaron al conservadorismo, otros, al radicalismo Antiper-
sonalista y también hubo quienes se alejaron definitivamente de la política ac-
tiva. Desde el punto de vista ideológico, la prédica de este grupo coincidió, a
veces, con los Nacionalistas en la crítica de la democracia y la demagogia, y
desde el punto de vista de las soluciones preconizadas, también hubo coinciden-
cias con la posición del Nacionalismo en cuanto significaba un rechazo del sis-
tema tradicional de la economía y la. política del liberalismo.
Benjamín Villafañe (1877-1952), nacido en Jujuy, es un buen ejemplo de esta co-
rriente. Dedicó su vida a la política, siempre con apasionamiento e intensidad
poco comunes, y alcanzó altos cargos en el orden provincial y nacional: fue di-
putado, gobernador de Jujuy (1924-1927) y senador nacional (1932-1941). Comenzó
en el radicalismo, pero en 1921 se alejó de este partido y pasó a militar entre
los más furibundos enemigos de Yrigoyen. Fue partidario del golpe de estado del
6 de septiembre de 1930, pero después se alejó del conservadurismo para adoptar
una posición independiente. Entró en relaciones con los Nacionalistas y colaboró
en sus periódicos y organismos políticos. Desde su banca del Senado se hizo eco
de muchas de las denuncias de los escándalos financieros de los conservadores,
de acuerdo con la campaña del Nacionalismo. Así ocurrió, por ejemplo, que Villa-
fañe fue quien llevó al Senado, en 1940, el negociado de las tierras de El Palo-
mar, sobre la base de la información proporcionada por el periodista Nacionalis-
ta José Luis Torres.
En el curso de su agitada vida política, Villafañe publicó una gran cantidad de
libros y folletos de valor muy desigual, pues llevaban el sello de la improvi-
sación, de la retórica de circunstancias, del artículo periodístico o del pan-
fleto escrito a vuelo pluma para atacar o defenderse.
Una parte considerable de esa obra estaba dedicada a criticar el yrigoyenismo y
las deformaciones de la vida política argentina que, según Villafañe, fueron in-
troducidas por aquella corriente y por los izquierdistas. Obras como Chusmocra-
cia; Degenerados; Yrigoyen, el último dictador; Socialismo y comunismo; La ley
suicida –sobre la ley Sáenz Peña- y muchas otras más. Sin embargo, esta es la
parte menos importante de su obra, pues a pesar de su crítica a los excesos de
la democracia, las ideas de Villafañe sobre la historia argentina y la filosofía
política, repetían los lugares comunes del liberalismo decimonónico sin varia-
ciones de mayor importancia en el orden teórico.
Cosa muy distinta ocurre con los trabajos dedicados al análisis, discusión y
planteo de problemas económicos de su provincia y del país. A pesar de que mu-
chas veces lo enceguecía su odio al yrigoyenismo o que no comprendía bien algu-
nos aspectos de nuestra realidad social, Villafañe realizó una tarea valiosísima
de esclarecimiento y denuncia.
Los temas preponderantes son los que se refieren al federalismo, a la protección
de las industrias nacionales, a la defensa del interior y de las provincias em-
pobrecidas por una pésima conducción económica del país. Sostuvo la necesidad de
fortalecer y proteger al trabajo y al capital argentino de la. expoliación que
sufrían por obra de los intereses extranjeros y escribió páginas de un patrio-
tismo lúcido y valiente para defender nuestros valores espirituales y materia-
les. Su condición de provinciano le daba; además una visión profunda de la rea-
lidad argentina., que comprendía el interior del país y sus relaciones esencia-
les con la América hispánica, especialmente con los países limítrofes que alguna
vez integraron el Virreinato del Río de la Plata y que Villafañe vio siempre
unidos a la Argentina en una asociación de intereses culturales y económicos.
El criterio, sin duda Nacionalista, con que denunciaba las consecuencias negati-
vas que tenía para la Argentina su dependencia de las grandes empresas extranje-
ras, lo llevó a escribir "Somos un país conquistado", y agregaba:
¿No produce pena y tristeza el conocimiento de verdades tan amargas? ¿No revela
esta confesión dolorosa que vivimos en una verdadera esclavitud, entregados a la
rapacidad de una docena de filibusteros de países extraños? ¿No está diciendo a
gritos que la República Argentina es un país conquistado? ¿De qué nos ha servido
independizarnos de España, si hemos de bajar la cabeza y aceptar el yugo de especu-
ladores de otras naciones, de otras razas más despiadadas y voraces? ¿Acaso el gé-
nesis de la revolución de Mayo no estuvo en la necesidad de salvar de la tiranía a
que nos mantenía sujetos el monopolio del comercio de España? Pero lo doloroso del
caso es la despreocupación que revela de parte de la representación nacional este
hecho tan grave: ¡nuestras industrias madres en manos de trusts extranjeros! Salva-
mos de la Casa de Contratación de Sevilla, para caer en poder de los especuladores
de las Bolsas de Londres y Nueva York...6.
Numerosas son las obras que Villafañe dedicó a estos temas: Nuestros males y sus
causas, La miseria de un país rico, El atraso del interior, La región de los Pa-
rias y muchas más. Una de sus obras mejores desde todo punto de vista es El des-
tino de Sudamérica (1944), escrita después del golpe de estado del 4 de junio de
1943, cuyo Nacionalismo inicial compartió Villafañe. En esta obra aparecen cla-
ramente caracterizadas sus coincidencias con el Nacionalismo y su prédica polí-
tica y económica.
Con el tiempo se han ido desdibujando los conflictos políticos provincianos y se
ha olvidado lo que significó la tormentosa vida política de Villafàñe; pero más
allá de la anécdota o de las soluciones envejecidas y aun equivocadas que propu-
so para muchos de los problemas que denunciaba, queda el testimonio de su pa-
triotismo tenaz y de su consagración total a la defensa de los intereses argen-
tinos. Esto basta para que no se olvide su nombre.
Junto a Joaquín Castellanos (1861-1932) y Ricardo Caballero (1876-1963), se debe
mencionar a José Bianco (1810-1935), iniciado como todos los anteriores en el
radicalismo de Alem y opuesto al "personalismo" de Yrigoyen. La obra de Bianco
es vasta e impórtante, pero según indica Julio Irazusta, hay que subrayar que La
crisis; Nacionalización del capital extranjero (1916) lo convierte en
...uno de los pocos economistas criollos que sabe observar los hechos vivientes,
las costumbres de los habitantes, nativos o de adopción, sin las anteojeras de teo-
rías extrañas7.
La Nueva República
6
Villafañe, Benjamín, Política económica suicida - País conquistado - La Conferencia de La Rioja.
Segunda parte de "La miseria de un país rico", Jujuy, Tip. Lib. B. Butazzoni, 1927, ps. 25-26.
7
Irazusta, Julio, Balance de siglo y medio, Buenos Aires, La Balandra. 2ª ed., 1972, Cap. XV.
El grupo que editaba La Nueva República tenía dos características comunes a to-
dos sus integrantes: eran jóvenes, entre los 20 y 30 años de edad, y habían dado
pruebas de una seria vocación intelectual. En otros aspectos había entre ellos
notables diferencias. Por ejemplo, en materia religiosa, ya que algunos eran ca-
tólicos militantes y otros incrédulos o indiferentes. Políticamente, había quie-
nes provenían del conservadorismo, pero algunos llegaban del radicalismo y, des-
de luego, del flamante Nacionalismo.
Ernesto Palacio, por ejemplo, había sido anarquista en su juventud y se había
convertido al catolicismo a instancias de Pico, fervoroso tomista y enemigo acé-
rrimo de Maurras. Palacio se había destacado en la aventura vanguardista de la
revista literaria Martín Fierro, y sus dotes excepcionales lo habían colocado, a
pesar de su juventud, entre los mejores críticos literarios argentinos. Por la
vía intelectual y gracias a la lectura de los autores del catolicismo tradicio-
nal y del moderno pensamiento europeo, Palacio había abandonado su militancia en
la izquierda e ingresado en el Nacionalismo contrarrevolucionario.
Casares era un abogado con seria vocación filosófica, de la cual ya había dado
pruebas con algunos valiosos trabajos. César Pico era médico y también filósofo
tomista, dotado de un ingenio agudísimo y de una inteligencia excepcional. De
Carulla ya se habló en páginas anteriores y Rodolfo y Julio Irazusta Venían de
una familia radical, alentados también por una preocupación intelectual y polí-
tica. Como ha escrito este último, La Nueva República fue, sobre todo, un órgano
de generación1.
Hasta el número 11, el semanario constaba de 4 páginas de tamaño "tabloid" y
llevaba las siguientes secciones fijas: un editorial escrito por algunos de los
colaboradores permanentes; "La Política", una contribución extensa de Rodolfo
Irazusta, con subtítulos variados de acuerdo con los temas diferentes que consi-
deraba: política, economía, derecho, relaciones internacionales, historia, etc.;
"Revista de la Prensa", también escrita por Rodolfo Irazusta, donde se hacía la
crítica de las noticias políticas aparecidas en los diversos periódicos de Bue-
nos Aires: "Ecos", notas de sátira y comentario de acontecimientos de la vida
política, redactadas por Mario Lassaga; y "Bibliografía", a cargo de colaborado-
res diversos. El periódico llevaba, asimismo, todo tipo de artículos y notas so-
bre temas políticos, en su casi totalidad firmados. A partir del número 11 au-
mentó de tamaño y adoptó el formato de diario.
La Nueva República, además de publicar trabajos originales, reproducía, más o
menos extensamente, textos de autores clásicos y modernos que respaldaban la
prédica del periódico, e insertaba, en recuadro, frases y lemas de la misma pro-
cedencia, junto a los que se elaboraban para sintetizar su ideario, tales como
"Organicemos la contrarrevolución, defendámonos de la demagogia, unámonos en La
Nueva República; "No hay más que un solo Nacionalismo. Si es Ud. nacionalista es
de los nuestros. Suscríbase, pues, y haga que se suscriban los amigos", etcéte-
ra.
El periódico atravesó tres etapas. La primera, iniciada en diciembre de 1927,
terminó cuando Yrigoyen asumió su segunda presidencia (1928); la segunda comenzó
en junio de 1930, atravesó el golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 y con-
cluyó pocos meses después del mismo; y en esta oportunidad y hasta el golpe de
septiembre fue dirigida por Ernesto Palacio. La tercera y última concluyó a
principios de 1932, nuevamente con la dirección de Rodolfo Irazusta.
No tenía más edad que el resto de los cautivos, pero con su alta estatura, su forma
de vestir un tanto anticuada, la fingida gravedad y reposo de sus palabras, parecía
si no nuestro padre, al menos nuestro tío. Esa grave presencia que ocultaba un hu-
mor muy especial, le valió a los veinticinco años el apodo de el Coronel, téngase
en cuenta que en aquel tiempo los coroneles eran muy serios, o trataban de parecer-
lo1.
1
Nalé Roxlo, Conrado, "Borrador de memorias. N° 45: Un banquete histórico ", El Mundo, Buenos Aires,
6 de septiembre de 1959, p. 2.
hecho Maurras. de la "religión democrática", de los excesos del jacobinismo
igualitario y de la idealización dogmática de la democracia liberal. Pero tam-
bién pensaba entonces que en un país de tradición republicana como es la Argen-
tina, dicha crítica debía inspirar un replanteo de la política que, salvando
aquella tradición la depurara de las adherencias democráticas que también habían
sido causa de muchos males.
Debe señalarse, para comprender la formación de la inteligencia política de Ira-
zusta, que la lectura y conocimiento de Maurras se mezclaba con una inspiración
no menos vigorosa y fundada, en los grandes autores clásicos y modernos. Los
pensadores españoles e italianos, por ejemplo, desde Dante y Maquiavelo hasta
Menéndez y Pelayo y Maeztu, tenían toda la simpatía de Irazusta, quien los leía
y releía hasta conocerlos de memoria. Lo mismo ocurría con la literatura españo-
la, desde el Siglo de Oro hasta Don Benito Pérez Galdós, uno de sus afectos más
grandes, y de todo ese acervo extraía una sustancia humana rica en elementos im-
prescindibles para comprender el alma hispánica y su encarnación peculiar en la
Argentina.
Con esa formidable capacidad de síntesis que han tenido siempre las grandes in-
teligencias hispanoamericanas, Irazusta compuso una visión personal de la polí-
tica argentina, que se irá enriqueciendo y matizando con los años y la experien-
cia, como luego se verá.
En cuanto a Julio Irazusta (1889), también recibió de Don Cándido, su padre. la
misma lección de cultura y política, pero una inclinación temprana lo llevó a la
actividad literaria, luego de cursar y terminar junto con su hermano los estu-
dios secundarios en el histórico Colegio de Concepción del Uruguay. Inició en
Buenos Aires, sin concluirla, la carrera de Derecho, y su vocación por las le-
tras lo llevó a descollar en el medio intelectual porteño a partir de 1918. Fue
colaborador de las revistas más importantes de su tiempo, y escribió asiduamente
en Nosotros, especialmente como crítico de las literaturas extranjeras.
También fundó –como dije anteriormente- en compañía de Palacio, Nalé Roxlo, Ma-
rio Jurado y otros, la Revista Nacional, cuya dirección ejerció hasta el número
7.
En 1923 viajó a Europa con su hermano Rodolfo. En unas páginas autobiográficas
Julio Irazusta ha contado cómo era, entonces, su personalidad:
...mis aficiones se orientaban, no hacía el pasado nacional, sino hacia las letras
extranjeras del día. Dominaba varios idiomas antes de abandonar el colegio nacio-
nal. Y así, en él, como en la Universidad, tanto mis compañeros de generación como
yo, leíamos literatura europea, pero más poesía, novela y ensayos críticos, que
historia u otras disciplinas intelectuales. Conocíamos los escritores cosmopolitas
de todas las capitales del viejo mundo, antes que los clásicos españoles. Jurábamos
por Sainte-Beuve, Renan, Taine, Anatole France y Jules Lemaitre, sin saber que en
el género los superaba a todos el santanderino Menéndez y Pelayo. Pasé cuatro años
entre Inglaterra, Francia e Italia en pleno período de formación. Empecé a escribir
en las revistas londinenses, y estuve tentado de quedarme a vivir al otro lado del
mar océano, auspiciado por la intelligentsia internacional que me facilitaba ini-
ciar una carrera literaria lejos de mi país2.
2
Irazusta, Julio, "De la crítica literaria a la historia, a través de la política", Boletín de la
Academia Nacional de la Historia, XLIV, 1971, ps. 1-14.
ratura francesas y se Familiarizó con Maurras, Jacques Bainville y con su campa-
ña política e intelectual. Dice Irazusta:
En Europa, los pocos escritores que visité en actitud admirativa, resultaron por
fortuna para mí, verdaderos maestros, no sólo en la medida que yo los tenía por ta-
les, sino además en el interés que mostraron por mi formación intelectual. Bajo su
dirección empecé la lectura de los clásicos antiguos y para una mejor comprensión
de los mismos, me instalé en Oxford, de pensionista en casa del mejor profesor de
griego, que enseñaba en la universidad, y para seguir cursos de latín y filosofía
en el Colegio Balliol. Interrumpida mi experiencia oxoniense por motivos de salud,
y trasladado a Roma, proseguí allí mis estudios humanísticos y filosóficos, junto a
un pensador que puede figurar en el primer rango, entre los de todos los tiempos,
por el estilo si no por las ideas. Ningún lugar más apropiado para ahondar en el
estudio de los clásicos griegos y romanos que la capital del mayor imperio conocido
en la antigüedad. Simultáneamente me había apasionado la civilización occidental de
los siglos XVII y XVIII cuyo estudio profundizaba, a la vez que como turista visi-
taba los monumentos de Italia, Francia e Inglaterra. Así fue como, antes de regre-
sar al
país en 1927, mi interés por la política y la historia equilibraban mis anteriores
lecturas de poetas, novelistas y ensayistas. Y circunstancias que hallé al desem-
barcar, me enredaron de modo que la balanza se inclinara hacia los primeros, en vez
de los segundos3.
De esa época de estudios y viajes data la familiaridad de Julia Irazusta con los
clásicos, con el pensamiento inglés y francés y con algunas personalidades de su
tiempo. que influyeron decisivamente en su sensibilidad y en su orientación in-
telectual. En el texto citado, el pensador a que se refiere es George Santayana,
el gran filósofo hispanonorteamericano, con quien Irazusta mantuvo una amistad
muy grande. Esta relación con hombres e ideas llena uno de los capítulos más in-
teresantes de su rica biografía4.
Ernesto Palacio
3
Ob. cit., ps. 2-3.
4
Cfr. Irazusta, Julio, Bernardo Berenson; Mis recuerdos personales, Buenos Aires, Academia Argentina
de Letras, 1961.
Confesaba Palacio que, a pesar de que le desagradaba el exceso de suficiencia de
los manifiestos, confió en que dichos grupos y revistas conmovieran realmente el
estancamiento de la inteligencia argentina. Martín Fierro había salido con un
programa de originalidad cultural y Palacio había creído en él:
El saldo que le había dejado su experiencia literaria, escribía Palacio, era ne-
gativo. Había descubierto que los "vanguardistas" componían otra camarilla más,
sólo preocupada por cuestiones menudas de política literaria, por el autoelogio,
la vanidad y el culto del éxito fácil. Y se había alejado desengañado, por lo
cual su consejo al destinatario de la carta era que, como él, para salvar la in-
tegridad moral se apartara de la baja literatura en busca de un aire más limpio
y saludable.
La crítica de Palacio era excesiva e injusta, pero respondía a su reacción fren-
te a lo meramente estético, que no llenaba sus apetencias espirituales. En rea-
lidad, aunque entonces él no lo apreciara, la experiencia revolucionaria del
"vanguardismo" fue uno de los factores que, tanto en él como en otros de sus
compañeros de promoción, prepararon una conversión sustancial. Hay que tener en
cuenta que la rebelión estética representaba un repudio de las formas culturales
que estaban en boga, una de las cuales era el laicismo agresivo de las corrien-
tes izquierdistas. Por el camino de la renovación literaria y de la crítica al
conformismo burgués se fue, en muchos casos, al reencuentro con la tradición
cultural y religiosa que se había perdido.
Así ocurrió con Palacio, quien con la guía y orientación de su gran amigo Cesar
Pico, comenzó a frecuentar los autores católicos, clásicos y modernos, se con-
virtió al catolicismo y adhirió a la idea de un orden tradicional, revitalizado
con los aportes del pensamiento contemporáneo.
A1 poco tiempo, la brillante inteligencia de Palacio se aplicaba entusiastamente
a la defensa de la "philosophia perennis", en el campo de las ideas estéticas y
políticas. La crítica del romanticismo y de la secuela individualista, anárquica
y revolucionaria seguía la línea ilustrada en Europa por
las obras de Maurras, Massis, Laserre, Maritain, Berdiaeff, etcétera. Su libro
La inspiración y la gracia (1929), donde presentaba una primera colección de
trabajos sobre temas estéticos y literarios, es una muestra de la orientación
que tomaba entonces Palacio; y los artículos políticos que publicó por esos mis-
mos años en La Nueva República representan su complemento en el orden político.
Los escritos de Palacio se caracterizaban por la claridad y coherencia de las
ideas, el vigor de la argumentación, la habilidad polémica y sobre todo por el
aire de entusiasmo, por una suerte de vibración alegre y combativa que él con-
servaría durante muchos años.
En Maeztu veían los Irazusta y sus amigos de La Nueva República,. una de las fi-
guras principales del resurgimiento español. Mantuvieron con él una amistad es-
trecha y conversaron largamente durante su estada en Buenos Aires, acerca de te-
mas comunes a todos ellos. Recuérdese que; como ha escrito Vicente Marrero, en
la Argentina y en el intercambio de ideas con los Nacionalistas y con el padre
Zacarías de Vizcarra, un español que actuaba en los Cursos de Cultura Católica
se acendró en Maeztu el concepto de Hispanidad que debería desarrollar, más tar-
de, en su obra Defensa de la Hispanidad (1935)5.
3
Villanueva Fernando, "La democracia cristiana según León XIII" (N. R., año 1, n° 13, 6 de octubre
1928, p. 1).
4
"Ramiro de Maeztu", N.R. año l, nº 7, 1 de diciembre 1928, p. l.
5
Marrero, Vicente, Maeztu, Madrid, Rialp, 1955, ps. 543-545.
¿Cuál era, entonces, la fuente ideológica en que abrevaban los Nacionalistas de
La Nueva República? En primer lugar, el repertorio de autores clásicos y moder-
nos que se tomaba como ejemplo filosófico y político: Platón, Aristóteles; Tucí-
dides, Tito Livio, Cicerón, Santo Tomás de Aquino, el doctor Johnson Burke, Ri-
varol, Montesquieu, joseph de Maistre, Bonald, Kant, Maurras; Berdiaeff, Donoso
Cortés, Balmes, Gánivet, Comte, Pablo L. Landsberg, Papini, Menéndez y Pelayo,
Belloc, Chesterton, Maritain, Gilsoh, Roúgier, Corradini, Santayana, Alberdi,
Groussac y Carlos Pereyra.
Estos nombres -y otros que harían más extensa la lista- eran los mencionados más
asiduamente y se reproducían textos suyos, sobre todo cuando definían claramente
una posición contrarrevolucionaria. Es notable la importancia secundaria que se
concedía a las citas y referencias relativas a la historia y la literatura ar-
gentinas, pero esta circunstancia se explica por el hecho, mencionado por Julio
Irazusta, de que la mayoría de los Nacionalistas no estaban familiarizados con
esos temas, y sí se hallaban empapados de lecturas e ideas europeas. Aquí tam-
bién debe mencionarse una excepción entre el grupo principal de redactores: Ro-
dolfo Irazusta, cuya sección "La Política" era pródiga en comentarios basados
sobre la historia argentina y americana.
En general, los autores eran ,elegidos de acuerdo con un criterio muy claro de
filosofía política: la defensa de las libertades y del orden dentro de la ley,
en una república jerarquizada donde los valores espirituales no fuesen anulados
por el desborde de las pasiones de la masa. Con esta norma podían congregarse
autores de filiación muy heterogénea y que muchas veces se contradecían entre
sí. La antología de textos reproducidos en La Nueva República mostraba nombres
que iban desde Séneca y Maquiavelo hasta Güenón, Ortega y Gasset, y Lugones,
pero la coherencia estaba lograda. pues las citas escogidas trazaban el perfil
de una sociedad sana, no desordenada por la irrupción del espíritu revoluciona-
rio.
La utilización de los autores mencionados y la exposición del pensamiento polí-
tico de los redactores del periódico muestran que su intención era fundarse so-
bre los clásicos para seguir luego con una línea de ideas que, a través de la
historia intelectual, definiera una tradición política. Buscaban caracterizar
una corriente que, fluyendo por entre épocas y circunstancias distintas, uniera
los hitos que conducían a una república, nueva en cuanto significaba el abandono
de las adherencias revolucionarias que desfiguraban su esquema, pero también an-
tigua en aquello que recogía de una tradición multisecular.
Esta tradición clásica (griega y romana), adquiría un nuevo sentido espiritual y
trascendente en la Edad Media, tomaba de los pensadores de la Ilustración algu-
nas notas que equilibraban la tradición con el individualismo moderno y se for-
talecía, a finales del siglo XVIII y en el siglo XIX en el debate con las ideas
de la Revolución Francesa. Surgía, así, un pensamiento tradicional, y contrarre-
volucionario que proyectaba una sociedad ordenada, donde las libertades y la je-
rarquía de los valores sociales levantaban un valla contra los embates de la re-
volución.
Los Nacionalistas de La Nueva República sostenían que la Argentina había hereda-
do esta tradición de Europa a través de España, y que nuestra historia mostraba
que las luchas por consolidar dicha tradición habían culminado en las institu-
ciones del régimen republicano, representativo y federal consagrado por la Cons-
titución de 1853, en donde se garantizaban la libertad, la paz y la armonía so-
cial. Sobre esta base, pues, podía hablarse de una tradición republicana en la
Argentina, legado histórico valioso que debía protegerse de los ataques y de las
deformaciones que se trataba de introducir en ella para cohonestar las. desfigu-
raciones propias del moderno espíritu revolucionario.
Un programa político
Nuestra tarea debe limitarse, pues, por el momento a imponer el respeto a nuestra
ley fundamental, estudiada a la luz de la buena filosofía política4.
Sí, por medio de la dictadura, respondería don Leopoldo Lugones. Para La Nueva Re-
pública no ha llegado todavía la hora de esas desesperadas soluciones5.
Como he dicho antes, Lugones creía, en efecto, que los males que según él aque-
jaban a la Argentina, sólo se curarían mediante una dictadura patriótica que de-
bería ser ejercida por las Fuerzas Armadas, ya que sólo ellas, por su carácter
de institución jerárquica, estaban a salvó de la disolución y la anarquía. Lugo-
nes estaba bajo la influencia indudable de Mussolini, pero había elaborado, por
su cuenta, una teoría política con la que pretendía restaurar los valores nacio-
nales en crisis.
En 1928, Lugones publicó una crítica al Nacionalismo en una revista de Buenos
Aires, La Vida Literaria, donde acusó a dicho movimiento de dejarse influir por
ideas extranjeras. Ernesto Palacio, que seguramente no había olvidado del todo
su inquina literaria contra el Lugones de los tiempos de Martín Fierro, desde
donde le había asestado innúmeras burlas; chistes y parodias, le contestó que lo
de
La literatura
4
Palacio, Ernesto, "La doctrina de La Nueva República', N.R., año l, nº 43, 1 de diciembre 1928, p.
2.
5
Carulla, Juan E., "Panorama electoral", N.R., año 1. n° 6, 15 de febrero 1928, p. l.
6
Palacio, Ernesto, "El nacionalismo; Réplica a Don Leopoldo Lugones", N.R., año 1, n° 24, 21 de ju -
lio 1928, p. 1.
De acuerdo con la personalidad de sus principales redactores, era explicable que
el tono de la prédica Nacionalista en La Nueva República fuera intelectual, y
que se diera importancia a la literatura y a la historia.
Esto obedecía en primer lugar, a una constante de la cultura hispánica donde se
considera que el mensaje moral debe estar unido a la belleza de la expresión y
así, que la estética debe estar cargada de sentido ético. En segundo lugar, la
mayoría de los colaboradores del periódico venían de la crítica literaria o te-
nían especial afición a la literatura.
La Nueva República estaba escrita en una prosa de notable calidad que alcanzaba
su máximo nivel en los artículos de Ernesto Palacio Rodolfo Irazusta y Lisardo
Zía, pero que conservaba su decoro, elegancia y corrección en todo el resto del
periódico que como aparecía para criticar el desorden, el caos la vulgaridad y
la chabacanería del mundo político, trataba de ofrecer un ejemplo de excelencia
como literatura política, en primer lugar.
En el periódico había una sección regular dedicada al comentario de libros es-
crita, generalmente, por Julio Irazusta pero que tomaban a su cargo, otras ve-
ces, César Pico, Ernesto Palacio, Alberto Ezcurra Medrano y otros colaboradores,
cuando lo exigía la índole de la obra comentada.
La mayoría de las críticas bibliográficas sólo estaban guiadas por un criterio
estrictamente literario, despojadas de toda intención de bandería política. Los
libros se juzgaban de acuerdo con su valor como literatura, historia o filoso-
fía, y con los principios éticos y estéticos del pensamiento tradicional. Se
hizo la crítica de obras nacionales y extranjeras de los géneros más diversos:
desde libros de Melián Lafinur y Gálvez hasta de Capdevila, Fernández Moreno y
Pierre Gaxotte.
Un aspecto muy notable, tanto en la sección bibliográfica como en todo el resto
del periódico fue la literatura satírica, que si bien tenía, como es sabido, an-
tecedentes en el periodismo argentino y extranjera, en La Nueva República fue
cultivada con predilección especial. Sátira y humor caracterizaron tan bien el
periodismo del Nacionalismo, que puede decirse que de aquí arranca una verdadera
tradición, que será ilustrada años después por toda la prensa Nacionalista.
Si se exceptúan los artículos y notas dedicados a desarrollar puntos de política
y filosofía, puede decirse que casi todo el periódico abundaba en sátiras –en
prosa y en verso-, en referencias de crítica humorística y en todo tipo de alu-
siones penetradas por un aire zumbón y jocoso que muy raras veces llegaba a la
procacidad y al mal gusto que caracterizaban a otros periódicos opositores al
radicalismo, como era el caso, por ejemplo, de La Fronda, el agresivo y vitrió-
lico diario conservador dirigido por Francisco Uriburu.
Si bien casi todos los colaboradores de La Nueva República cultivaban la sátira
y el humor, se destacaron en este tipo de literatura Mario Lassaga, que con el
seudónimo de "Mario Garay" escribía los "Ecos", Rodolfo Irazusta, que hacía la
"Revista de Prensa", y muy especialmente y en primer lugar, Ernesto Palacio, fa-
moso por su vena jocunda y el ánimo incansable con que se aplicaba' a la burla
de sus enemigos políticos y literarios. Con su seudónimo de "Héctor Castillo",
popular desde los tiempos de Martín Fierro, Palacio agregó a su colección algu-
nas piezas de valor excepcional, tales como sus sonetos a Ricardo Rojas y a Ar-
turo Capdevila, además de muchos poemitas satíricos salpicados a través de toda
la colección del periódico. Finalmente, se debe mencionar a Eduardo Muñiz y a
"Taurus", seudónimo que ocultaba al poeta Lisardo Zía, a cuyo cargo estaba la
sección "El punto sobre la i", donde se hacía abundante literatura satírica, en
prosa y en verso.
La historia
Su gobierno fue igualmente arbitrario, aunque no siempre mal inspirado. Pero es in-
dudable que la supresión de las garantías que sólo puede asegurar la buena organi-
zación de la república, desaparecieron durante los años que duró su dominación2.
Un gobernante que haya vertido sangre por mantener el orden, será castigado, expa-
triado, confiscados sus bienes, abominada su memoria. Un revoltoso en tren de per-
feccionar su personalidad libertaria podrá verter la sangre a torrentes; el propio
gobierno liberal que lo sofoque en sus pretensiones, se apresurará a amnistiarlo.
Será un gran caudillo y un preclaro ciudadano4.
Las perturbaciones políticas que sufrió la República durante los primeros cuarenta
años de su existencia provinieron, en primer lugar, de la ideología liberal, de
1
Irazusta Rodolfo, "El homenaje a Rawson", "La Polítca". N. R., año 1, nº 31, 8 de setiembre 1923,
p. 1.
2
Irazusta, Rodolfo, "La Democracia no está en la Constitución", "La Política", N. R., año 1, nº 24,
21 de julio 1928, p. 1.
3
Irazusta. Rodolfo, "IV. Combatividad argentina", "La Política", N.R., n° 56, 2 de agosto 1930, p.
l.
4
Irazusta Rodolfo, "I. El orden de la calle", de "La Política", N. R., nº 74, 13 de diciembre 1930,
p. 1.
origen francés, y en seguida de la concepción del federalismo propio de los nortea-
mericanos. Lo primero desquició el recto sentido del gobierno, natural en los hom-
bres de formación. clásica que dirigieron el movimiento emancipador; lo segundo
complicó el tradicional autonomismo colonial con la idea de la soberanía particular
de las ciudades convertidas de la noche a la mañana en organismos estaduales ante
la ausencia del poder central. De esa confusión perturbadora fue Dorrego el primer
mantenedor y a él le debemos la cruenta lucha que debieron sostener los gobernantes
que le sucedieron, empezando por Rosas, para unificar el país y organizarlo bajo la
soberanía nacional. La influencia norteamericana así introducida en el terreno ins-
titucional, fue renovada más tarde por Sarmiento en el terreno educacional y legis-
lativo e indujo a los liberales del segundo período, el del positivismo alberdiano,
a buscar todo' progreso y perfeccionamiento en las costumbres de la gran federación
del Norte, sin advertir las profundas diferencias de origen y condición que separa-
ban a los dos pueblos. La influencia buscada ha ido creciendo con el tiempo, al ex-
tremos de influenciarnos hoy con todas sus irradiaciones, políticas, ideológicas,
religiosas, comiciales, etc...5.
El beneficio mayor de este comercio tenía que quedar fácilmente en manos del capi-
tal británico, por intermedio de los ferrocarriles que transportan las haciendas
hasta los frigoríficos, hábilmente centralizados para aumentar el tráfico, y dueño
también de los frigoríficos que regulan los precios del producto. Total, monopolio
ferroviario, monopolio frigorífico: ¡monopolio!6.
En este análisis del comercio con Inglaterra, Irazusta advertía las consecuen-
cias que el mismo tendría para el país cuando se produjeran problemas entre
aquel país y sus dominios. Cuando la ganadería argentina sufre por la disminu-
ción del consumo de carne en Inglaterra, se acude a ella en procura de solucio-
5
Irazusta, Rodolfo, "II. El centenario de la tragedia de Navarro", de "La Política", N. 1~.. año 2,
nº 45, 18 de diciembre 1928, p. 1.
6
Irazusta, Rodolfo, "V. Inglaterra y el progreso argentino. VI. Dependencia comercial", de "La po-
lítica", N.R., n° 60, 30 de agosto 1930, ps. 1-4.
7
Ibid.
nes, con lo que el monopolio se ajusta y se consolida. Lo mismo ocurriría, años
más tarde, con el Tratado Roca-Runciman.
El capital inglés había trabado la creación de una industria nacional vigorosa,
y estaba en la raíz de la crisis económica argentina. Por eso escribía Irazusta:
Este misma autor insistió, en otros artículos, en combatir la idea muy difundida
entre algunos historiadores y periodistas, de que el movimiento de mayo de 1810
pudiera parangonarse con la Revolución Francesa de 1789, concepto que, como se
sabe, se popularizó en la historiografía romántica y liberal del siglo XIX, cuyo
modelo era Michelet. Tanto dicha idea como la de que todos los hombres de mayo
de 1810 profesaban el liberalismo, fue criticada por Ezcurra Medrano:
...que no fue otra cosa que una profunda reacción del nacionalismo hastiado11.
8
Ibídem
9
Ezcurra Medrano, Alberto, "La Historia", N.R., n° 49, 14 de junio de 1930, ps. 3-4.
10
Ezcurra Medrano. Alberto, "La Historia; El Liberalismo de los hombres de Mayo", N.R.. n° 50, 21 de
junio 1930, p. 3.
11
Ezcurra Medrano, Alberto, "La Historia; El sufragio universal en nuestra historia", N. R.. n° 56,
2 de agosto 1930, p. 3.
Otro colaborador asiduo en temas históricos fue Samuel W. Medrano, autor, por
ejemplo, de una crítica de la figura de Rivadavia v de otros trabajos polémicos
de intención revisionista.
El Liberalismo
Dentro del grupo de La Nueva República fue, sin duda, Rodolfo Irazusta, quien
llegó más lejos en su crítica del liberalismo, no tanto como ideología en sí
misma considerada –lo que hicieron, más bien, su hermano Julio, Palacio, Carulla
y otros-, sino como idea-fuerza de los movimientos políticos hispanoamericanos,
como doctrina de la realidad política moderna de nuestros países.
En 1930 Irazusta advertía que la América Hispánica vivía una etapa revoluciona-
ria, que tenía su origen en el fracaso del orden institucional inspirado en el
liberalismo, especialmente de Francia, un liberalismo individualista, antiesta-
tal, revolucionario, anticlerical y anárquico. Si estas ideas habían causado
gran daño a los países europeos, era de imaqinar los desastres acarreados a los
hispanoamericanos, donde si no habían pulverizado por completo las institucio-
nes, se había debido a las bases autoritarias heredadas del régimen colonial,
gracias a las cuales se pudo resistir el aluvión colectivista.
Irazusta subrayaba el carácter revolucionario que tuvo el liberalismo, frente al
orden tradicional. Según él, había sido el culpable de abrir las puertas a la
anarquía, siempre oscilando entre la utopía y la realidad, socavando las insti-
tuciones tradicionales sin saber cómo las iba a reemplazar; y animado por un
odio inextinguible al dogmatismo de la Iglesia Católica, sin pensar que el no
relajamiento de las nociones de bien v de mal sólo puede tener una base firme en
la religión y que la desaparición de. una moral responsable conduce al caos so-
cial.
Mientras la discusión libre no invadiera el terreno de las nociones fundamenta-
les, sobre las que se apoyaba el orden social tales como el derecho de la vida
humana y de la propiedad privada –lo que ocurría en Inglaterra-, mientras cierto
pragmatismo político impidiera la coherencia trágica con que los pueblos latinos
adherían al liberalismo, éste no ponía en evidencia todo su peligro. Pero cuan-
do, como en España y Francia. invadía toda la vida nacional, el riesgo era in-
menso. Como decía Irazusta:
1
Irazusta Rodolfo, "I. El orden de la calle", de "La Política" N. R., nº 74, 13 de diciembre 1930,
p. 1,
Las revoluciones hispanoamericanas representaban, pues, una protesta contra ese
orden liberal. en cuanto era, en realidad, el predominio de una élite preocupada
sólo por abogar en favor de los intereses extranjeros. Las revoluciones caóticas
y sangrientas eran inevitables, mientras los pueblos, cansados de soportar esa
situación, no hallaran una solución a esa crisis de sus clases dirigentes. Así
decía Irazusta:
El país real y el país oficial han llegado a un divorcio tan completo, que los or-
ganismos representativos han llegado a no reflejar ninguna aspiración, ningún inte-
rés de las poblaciones. No ha sabido ni siquiera mantener el equilibrio político
constitucional4.
2
Irazusta, Rodolfo, "I. La Revolución americana", "La Política", n° 70, 15 de noviembre 1930. p. l.
3
Ibid.
4
Irazusta, Rodolfo, "I. El orden del 53", de "La Política", N, R., p° 63, 27 de septiembre 1930, p.
1.
CAPÍTULO VII
EL GOLPE DE ESTADO DEL 6 DE SEPTIEMBRE DE 1930
El golpe de estado
Tanto la campaña de La Nueva República como la que llevaban a cabo otros diarios
y agrupaciones políticas antiyrigoyenistas, prepararon el clima para el golpe de
estado que tramaba un grupo de militares, bajo la jefatura del general José Fé-
lix Uriburu.
En general, la mayoría de los críticos del Nacionalismo han insistido en cierta
papel preponderante que los Nacionalistas habrían desempeñado en la preparación
del mencionado golpe de estado. Como la mayoría de los protagonistas principales
de aquel hecho han muerto o han perdido toda significación política y sólo el
Nacionalismo mantiene su vigencia, esta versión ha ganado terreno y para un sec-
tor muy grande de la opinión dicho golpe de estado fue preparado y hecho por los
Nacionalistas. La verdad, en realidad, es otra.
Es indudable que entre algunos grupos opositares al yrigoyenismo había relacio-
nes. Así ocurrió entre el grupo de La Nueva República y los del diario conserva-
dor La Fronda, dirigido por Francisco Uriburu, hábil periodista, conductor de
una campaña procaz de insultos y ataques contra Yrigoyen y su gobierno. Algunos
de los redactores del periódico Nacionalista trabajaron, en algún momento, en La
Fronda y de ese modo ciertas notas de este diario se tiñeron de la prédica del
Nacionalismo. Además, en las manifestaciones y algaradas callejeras, el local de
La Fronda sirvió, muchas veces, de refugio a los grupos Nacionalistas.
Pero a pesar de estas relaciones, entre ambos sectores hubo diferencias muy no-
tables e importantes. El contenido y el tono de la campaña de La Nueva República
era muy distinto del que usaba La Fronda, aparte de que muchos Nacionalistas
nada tenían que ver con este diario.
Un equívoco análogo surge cuando se trata de la Liga Republicana, agrupación de
choque fundada a mediados de 1929 por Roberto de Laferrère y Rodolfo Irazusta
con el propósito de "ganarle la calle" a lo que llamaban el "Klan Radical". La
agitación de la Liga Republicana hizo que se acercaran a la misma todo tipo de
opositores y en especial los de La Fronda, inclinados naturalmente a las formas
más agresivas de combatir al yrigoyenismo. La Liga Republicana fue, sin embargo,
y a pesar de estar separada del grupo de La Nueva República, un embrión de in-
tento de hacer combinaciones políticas destinadas a potenciar a los Nacionalis-
tas como algo más que un grupo meramente periodístico. Por lo menos en las in-
tenciones de Rodolfo Irazusta, quien propuso que en las elecciones legislativas
de 1928 hubiera una lista encabezada por los Nacionalistas que más se habían
distinguido en la política opositora. Pero la típica torpeza Nacionalista en
este tipo de combinaciones, hizo que primara en la Liga Republicana la idea de
ceder sus votos... ¡al socialismo Independiente de Federico Pinedo y Antonio de
Tomaso! Esto bastó para que Rodolfo Irazusta se alejara definitivamente de la
Liga Republicana. De todas maneras, en La Nueva República apenas si se publica-
ron algunos sueltos de propaganda de la actividad de la Liga".
Como decía, muchos de los que se han ocupado del Nacionalismo han insistido en
exagerar la importancia que al mismo le cupo en el golpe de estado del 6 de se-
tiembre. Pero del estudio del proceso de gestación y estallido del golpe no sur-
ge que los Nacionalistas hayan tenido esa importancia. En la abundante biblio-
grafía sobre el tema, desde las ,obras de memorias y crónicas hasta los libros
más ambiciosos dedicados al análisis de las intervenciones militares en la polí-
tica, casi nada se dice de los Nacionalistas de La Nueva República. Juan V. Oro-
na en La revolución del 6 de septiembre (1966) y Robert A. Potash en The Army &
Politics in Argentina. 1928-1945. Yrigoyen to Perón (1969), por ejemplo ni si-
quiera nombran a los Nacionalistas, y Potash sólo dedica a este movimiento una
brevísimà nota al pie de página.
Que los Nacionalistas contribuyeron a crear el clima político adverso a Yrigo-
yen, propicio, por lo tanto, al golpe de estado, es innegable.
Lo hicieron en la misma medida que todos los grupos políticos no yrigoyenistas:
desde los conservadores y los radicales antipersonalistas, hasta los socialistas
y los comunistas. Pero el golpe de estado, como tal, fue una operación estricta-
mente castrense donde la actuación Nacionalista fue nula. Los pocos civiles pr-
óximos a Uriburu, fuera de Lugones –que tampoco era un hombre de La Nueva Repú-
blica- fueron elementos del conservadorismo que gozaban de la confianza personal
de Uriburu.
Claro está que cuando triunfó el golpe de estado y todo el mundo trató de pre-
sentarse como "revolucionario de la primera hora", en La Nueva República se re-
produjeron sueltos de viejos artículos donde se abogaba por un cambio Naciona-
lista como el que esperaban de Uriburu, pero esto sólo fue un golpe de política
periodística, sin mayor éxito, por otra parte.
Hubo, desde luego, un reducido grupo de civiles próximo a los militares que die-
ron el golpe de estado. Según un cronista, Julio A. Quesada, fueron, concreta-
mente, veinticuatro: Daniel Videla Dorna, Alberto Viñas, Rafael Guerrico, Gui-
llermo Peña, Santiago Rey Basadre, Raúl Alejandro, Jorge y Enrique Zimmermann,
Félix Gunther, Félix Bunge, César J. Guerrico, Alberto E. Uriburu, Nicolás E.
Rodríguez, Carlos R. Ribero, Detlev von Bülow, Robert Hossmann, Horacio Kinke-
lin, David Uriburu, Rodolfo Álzaga Unzué, Luis González Guerrico, Matías Sánchez
Sorondo y Juan E. Carulla1.
Hubo también otros grupos de civiles, como los de la "Legión de Mayo", formada
el 25 de agosto de 1930 sobre la base de la Liga Republicana, o como la ya men-
cionada Liga Patriótica Argentina, de Manuel Carlés. Los nombres de sus princi-
pales participantes figuran exhaustivamente mencionados en el libro de Quesada,
donde no se concede ninguna importancia a la prédica de La Nueva República en
conexión directa con dicho proceso, si bien muchos de los nombres son de gente
de extracción conservadora, a veces de clara simpatía hacia el Nacionalismo.
De aquel grupo de los veinticuatro surgiría el del ministro del interior del Go-
bierno Revolucionario, el doctor Matías Sánchez Sorondo, uno de los políticos
más hábiles y capaces que tuvo el conservadorismo argentino de todos los tiem-
pos. Y también alguien directamente vinculado, él sí, a La Nueva República: Juan
E. Carulla.
A diferencia de los Irazusta, como se verá luego, Carulla se entregó sin reser-
vas a la conspiración militar, a ayudar al general Uriburu y luego a justificar,
con todo tipo de argumentos, el golpe de estado, como lo prueba la publicación
de su libro Valor ético de la revolución del 6 de septiembre de 1930 (1931).
Fue precisamente Carulla, que en su primer libro de memorias, publicado en 1951,
ya había intentado autoconcederse una importancia desmesurada en acontecimientos
políticos que sólo lo tuvieron como actor secundario, quien confundió los hechos
en 1958, en una nota publicada en el número que la Revista de Historia dedicó al
golpe de estado de septiembre. Dijo que en una entrevista que él y Rodolfo Ira-
zusta tuvieron con Uriburu, fue Irazusta quien por primera vez sugirió al gene-
ral la posibilidad de que encabezara un movimiento militar, propuesta que, en un
principio y según Carulla, habría rechazado, sorprendido, el pcopio Uriburu2.
Frente a estos testimonios dudosos de Carulla, están las declaraciones reitera-
das de los Irazusta, quienes ni en La Nueva República ni en libros y periódicos
posteriores se hicieron cargo de dicha versión, sin desmedro de cargar con la
parte que les correspondió en la preparación del clima político adverso a Yrigo-
yen.
A1 otro día del golpe de estado, en La Nueva República creyeron estar a las
puertas de las reformas del sistema electoral, en las cuales ellos habían pensa-
do para atemperar las consecuencias de la democracia. Los primeros números del
periódico, después de aquel día, rebosan entusiasmo y esperanzas. Pero la reali-
dad mostró de inmediato una situación totalmente distinta.
En primer lugar, la confianza despertada por ciertas actitudes del general Uri-
buru antes del golpe de estado y algunas frases que dejaba deslizar en los pri-
1
Quesada, Julio A., Orígenes de la revolución del 6 de septiembre (La campaña presidencial de 1928-
La agitación popular de 1930), Buenos Aires, Anaconda, 1930, ps. 109-110.
2
Cfr. Carulla, Juan E., "Entretelones de la revolución de 1930", Revista de Historia, Buenos Aires,
n° 3, 1958, ps. 119-122.
meros discursos, animaban a los Nacionalistas en su voluntad de creer que habían
triunfado. Y en segundo lugar, se tenía una relativa confianza en la acción que
ciertos Nacionalistas podrían ejercer desde algunos puestos de consejeros de los
nuevos gobernantes, o desde ciertas funciones secundarias que habían logrado.
No es mi intención detenerme en el examen detallado del golpe de estado de sep-
tiembre, de sus entretelones y consecuencias políticas, pero debo referirme a
ciertas circunstancias vinculadas estrictamente con los Nacionalistas. Por otra
parte, este punto del fracaso del Nacionalismo ha sido uno de los más llevados y
traídos por todos los críticos de dicho movimiento, que han creído establecer la
ley de que los Nacionalistas hacen las revoluciones y luego las pierden. Ya se
ha visto que la del 6 de septiembre de 1930 no la hicieron. Se comprenderá cómo,
puesto que no eran sus propietarios, resultó relativamente fácil que les escamo-
tearon sus escasas posibilidades de triunfo.
El hecho de que Uriburu conociera personalmente a algunos Nacionalistas y aun de
que fuera lector de La Nueva República y hasta de que simpatizara con parte de
su prédica, era a todas luces insuficiente. Lo que Uriburu proyectaba no fue
nunca definido, a pesar de las afirmaciones de sus amigos, parientes y panegi-
ristas. No era un hombre de ideas políticas muy claras, aunque sí se le conocían
actitudes, rasgos de carácter, reacciones y, sobre todo, su implacable aversión
al radicalismo yrigoyenista. Con esto bastaba para ponerlo en el camino de la
conspiración, aunque por otro lado anduvieran el general Justo, muchos radicales
antipersonalistas y conservadores con planes que no es del caso examinar. Uribu-
ru era valiente, tenía prestigio militar y decisión. El resto lo pondrían los
retóricos entusiastas y de buena fe como Lugones, siempre encandilado por el mi-
litarismo o la agitación ideológica heterogénea que corrían por cuenta de los
Nacionalistas y los demás grupos opositores a Yrigoyen.
La dirección política del nuevo gobierno militar pasó, de inmediato, a un hombre
que no pertenecía al Nacionalismo: al conservador Matías Sánchez Sorondo, cir-
cunstancia que habría bastado para sellar todas las esperanzas Nacionalistas.
Lugones, inepto total para el juego político, se apartó él mismo en un gesto de
digna prescindencia. Otros consejeros, como el doctor Juan P. Ramos, reputado
profesor universitario que comenzaba a descubrir las novedades del fascismo y
que era quien le sugería a Uriburu la posibilidad de orientar en ese sentido las
reformas de que tanto se hablaba, no era hombre para hacer frente a la habilidad
de Sánchez Sorondo. Este, de acuerdo con la mayoría abrumadora de los políticos
resucitados por la caída de Yrigoyen, veía el 6 de septiembre como la ocasión
propicia para restaurar al conservadorismo en el poder. Carlos Ibarguren, primo
hermano del general, figura de gran importancia intelectual y también moderado
simpatizante del fascismo, fue enviado como interventor federal a la provincia
de Córdoba, lo que equivalía a impedirle ejercer una influencia permanente y de-
cisiva sobre Uriburu.
Si tal ocurría con aquéllos que, de alguna manera pensaban en que había que cam-
biar algo, es posible imaginar lo que sucedería con el resto de los altos fun-
cionarios y de los políticos influyentes que constituían el nuevo elenco de go-
bierno. Ernesto Palacio, a quien entonces se conformó con un modesto cargo de
ministro de gobierno en la intervención federal de la lejana San Juan, caracte-
rizará, años más tarde, esta situación con las palabras siguientes:
En lugar del grupo joven y ágil que habría exigido la realización de un programa
revolucionario, Uriburu exhumó un elenco de valetudinarios (salvo alguna que otra
excepción), que parecían haber sido conservados en naftalina durante los tres lus-
tros de auge radical, e hizo de ellos sus ministros y sus interventores en doce
provincias (se salvaron Entre Ríos y San Luis, por tener gobiernos antirradicales).
Era natural que los hombres de consejo de la camarilla se empeñaran, no en hacer la
revolución, sino en impedirla y que limitaran los objetivos revolucionarios a una
operación electoral que devolviera el gobierno, más o menos legalmente, a los gru-
pos y partidos que lo habían usufructuado antes de la Ley Sáenz Peña1.
1
Palacio Ernesto, Historia de la Argentina. 1515-1938, Buenos Aires, Alpe, 1954, p. 623.
sobre su fascismo que se han hecho por parte de enemigos y partidarios. Conviene
decir algo al respecto.
En diciembre de 1930, y durante un discurso que pronunció en la Escuela Superior
de Guerra, Uriburu, de acuerdo con las ideas de algunos de sus consejeros, habló
de realizar un "cambio institucional", y en otras ocasiones también insinuó al-
gunos vagos proyectos de perfeccionar el sistema de representación política,
pero sin precisar jamás las características de estas mejoras, ni mucho menos de
insinuar que las mismas se harían de acuerdo con los principios corporativistas
o fascistas.
Si durante el período preparatorio no se había elaborado ningún programa concre-
to para cambiar el régimen político argentino, si ni siquiera Lugones había pen-
sado en ello, ni lo hubo tampoco en La Nueva República, cuya posición ha sido
expuesta extensamente en páginas anteriores, mucho menos ocurrió después del
golpe de estado del 6 de septiembre.
Sin embargo, es un lugar común de la crítica contra los grupos que 'hicieron di-
cho golpe de estado, atribuirles dichas intenciones fascistas. Hasta una inves-
tigadora como la norteamericana Marysa Navarro Gerassi, que en su obra sobre los
Nacionalistas indica, repetidas veces, que ni en Lugones, ni en los Nacionalis-
tas ni en Uriburu hubo un programa fascista, ha llegado a escribir:
Antes y después de 1930, el fascismo brindó a les nacionalistas argentinos las ins-
tituciones políticas que éstos necesitaban... A sus ojos, el fascismo era la mejor
solución y adoptaron su estructura política porque había reemplazado con éxito a la
democracia parlamentaria2.
...yo no he hecho una revolución, sino exactamente una operación de guerra, que era
lo que convenía y lo que debía hacerse...3
Y por si cupiera duda en cuanto a lo que el general Uriburu pensaba sobre la de-
mocracia, recordemos sus palabras al citado periodista:
Nadie podrá decir que yo no soy demócrata. He mamado la deocracia. He mamado tam-
bién, la pasión por la libertad: Toda mi vida de soldado no ha estado al servicio
de otra cosa. Pero es que uno no tiene la culpa de que mucha gente no comprenda, o
no quiera comprender4.
2
Navarro Gerassi, Marysa, Los Nacionalistas, Buenos Aires, Jorge Álvarez s .a., 1969, p. 104.
3
Espiqares Moreno, J. M., Lo que me dijo el Gral. Uriburu. Prólogo del General Francisco Medina.
Carta del Doctor Alberto Uribaru. Carta de Don Mariano de Vedia, Buenos Aires, s.e., 1933, p. 75 y
p. 136.
4
Ibídem
En el primer número de La Nueva República publicado después del 6 de septiembre,
Rodolfo Irazusta insistía en que debían restaurarse las jerarquías sociales vul-
neradas por el liberalismo:
Se reiniciaba, así, un nuevo período de polémicas y debates esta vez con algunas
diferencias formales. Dirigía el periódico Ernesto Palacio, con Juan E. Carulla,
Rodolfo Irazusta y Mario Lassaga como consejeros políticos. Había un subtítulo,
"Época de la reorganización Nacional", y un lema de Juan Bautista Alberdi, ex-
traído de las Bases:
Podría convocarse al país en su totalidad a una gran asamblea de cuatro o cinco ve-
ces el número de los actuales legisladores, más los correspondientes a los territo-
rios, que permitiera la expresión de todas las voluntades y la representación de
todos los núcleos políticos, de todas las clases de la sociedad, de todas las re-
giones del país. Podría utilizarse para dejarla con un sistema variado y flexible,
que permitiera la representación corporativa y geográfica: el gremio, el sindicato,
la asociación de intereses económicos en asamblea, y el municipio en cabildo abier-
to. ¿Por qué no? ¿Quién se opone a ello? ¿La voluntad de unos cuantos politicastros
primará sobre las ansias renovadoras que abriga el país?2
1
Irazusta Rodolfo, "II. El Estado y la sociedad", "La Política" N.R., n° 61, 13 de septiembre 1930,
p. 1.
2
Irazusta, Rodolfo, "I. Los dos caminos", de "La Política", N.R., n" 75, 20 de diciembre 1930, ,p.
l.
De acuerdo con Irazusta, frente al criterio de reorganizar el país que; según
él, era uno de los caminos que se abrían en esa nueva situación, estaba él otro,
el criterio de los viejos políticos regiminosos, para quienes sólo se trataba de
volver a un pasado que nada les había enseñado. Desaparecido Yrigoyen, único ob-
jeto de sus odios, creían que bastaba con volver al democratismo liberal. Los
comparaba con los emigrados de la Revolución Francesa de 1789 que volvieron a
Francia en 1815 en el séquito de Luis XVIII, sin comprender la experiencia his-
tórica pasada y sobre todo, sin hacerse cargo de que habían sido sus ideas di-
solventes las que habían engendrado la anarquía revolucionaria. Y escribía:
La aceleración del ritmo histórico le ha permitido contemplar con los mismos ojos,
dos aspectos capitalmente opuestos de la vida argentina. El de la esperanza, en
progreso indefinido y el del desengaño de las ilusiones redentoras que ahora se
ofrece. Vuelta a las altas preeminencias del Estado, no aciertan con las soluciones
que exige la opinión nacional, no saben realizar los deseos que abriga el pueblo y
que los gobernantes están encargados de darles forma3.
El plan del general, como se ve, no era mucho más concreto que lo que he asenta-
do en páginas anteriores, pero lo que interesa es la actitud del propio Ibargu-
ren, quién sí había elaborado aquel programa de reformas y que marchó a su in-
tervención acompañado de un grupo de entusiastas jóvenes Nacionalistas, tales
como sus hijos Federico y Carlos, Roberto de Laferrère, Eduardo Muñiz, José Luis
Ocampo, Horacio Tedín, Alberto Lavalle Cobo, Enrique Torino, Arturo Mignaquy,
Adolfo Figueroa García, Belisario Hueyo, Carlos Rubio Egusquiza, Hernán Seeber,
Héctor Quesada Zapiola y Roberto M. Thiegi5.
Con el apoyo en el gobierno de Córdoba de un grupo tan definido, es comprensible
que se hiciera conocer de inmediato la posición de un sector importante de jóve-
nes católicos cordobeses, formados casi todos bajo el magisterio del doctor Luis
Guillermo Martínez Villada, maestro del derecho, la ciencia y la filosofía to-
mista, a quien me referí en el Capítulo V de la primera parte del presente li-
bro.
El manifiesto de los cordobeses era netamente Nacionalista y adhería a la ten-
dencia reformadora que yacía en una parte del gobierno de septiembre al mismo
tiempo que criticaba veladamente a quienes, desde el poder, pensaban en el re-
torno del conservadorismo o de alguna combinación de partidos. Clara alusión a
los planes del general Justo, convertido en la figura execrada por los Naciona-
listas por su oposición al supuesto revolucionarismo de Uriburu.
Por eso dicho manifiesto, antes que subrayar una confianza que sus firmantes no
tenían en el Gobierno Provisional, insistía en las condiciones que debía cumplir
toda empresa dé reorganización de la República. Desde el punto de vista de las
ideas era una pieza impecable como muestra de fidelidad al pensamiento tradicio-
nalista de la Iglesia Católica, matizado por evidentes influencias de las ideas
de Maurras.
3
Irazusta Rodolfo, Ibídem.
4
Ibarguren, Carlos, La historia que he vivido, Buenos Aires, Peuser, 1955, p. 384.
5
Ibarguren, Federico, Orígenes del Nacionalismo argentino, 1927-1937, Buenos Aires, Celcius, 1970,
p. 55.
Ponía el acento, especialmente, en la necesidad de que, cuando se reorganizara
el Estado, debían tenerse en cuenta las relaciones de éste con la familia y la
Iglesia, dentro de un contexto doctrinario que, naturalmente, proponía reformas
más tajantes. De acuerdo con las ideas de La Nueva República se afirmaba la in-
compatibilidad absoluta entre una república organizada en forma realista e inte-
ligente, y una democracia fundada en el sufragio universal. Firmaban este mani-
fiesto Nimio de Anquín –seguramente el redactor del mismo- Manuel Augusto Fe-
rrer, Ascencio Viramonte Oliva, Manuel Río Allende, Rodolfo Martínez Espinoza,
José María Martínez Carreras, Francisco Vocos, Francisco Cabrera y Oscar de Goi-
coechea. Fue reproducido en La Nueva República, en el número 68, del 1 ° de no-
viembre de 1930.
A1 mismo tiempo, debe decirse que en La Nueva República, aparte de los Irazusta,
Palacio, Carulla, Lassaga, Zía, Muñiz y otros colaboradores principales, había
ido surgiendo una juventud universitaria que se formó en el Nacionalismo a tra-
vés de la lectura del periódico, de la charla con los mayores y de los consejos
de lecturas y ejemplos políticos que aquéllos les proponían. De allí salieron
Mario Amadeo, J. Atwell de Veyga, Fulgencio Bedoya, Isidoro y Juan Carlos García
Santillán, A. Garona Carbia, Fausto de Tezanos Pinto, Martín Aberg Cobo, A. Gue-
rra Stewart, Francisco Luis Gallardo, Juan Carlos Villagra y muchos más que com-
pondrían una larga lista de nombres que luego habrían de colocarse, con los
años, en las posturas más opuestas a las defendidas en su juventud.
Así se había formado, desde los primeros tiempos de aparición del periódico, una
Comisión Universitaria, integrada por Alberto Ezcurra Medrano, Francisco Be-
llouard Ezcurra, Eugenio Frías Bunge, Juan Carlos y Guillermo Luis Villagra, Ma-
rio Ortiz. Massey, Arturo Marcenaro Boutell y Carlos Mendioroz. En julio de
1929, en esos meses en que no se publicó La Nueva República, Ezcurra Medrano,
los Villagras, Frías y Mario Amadeo publicaron un boletín universitario mensual,
El Baluarte, donde se sostuvo taxativamente la necesidad de una reorganización
corporativa del Estado.
Cuando La Nueva República reapareció, aquel boletín cesó de publicarse y quedó
constituida una Comisión Universitaria de La Nueva República, presidida por Ma-
rio Amadeo, junto a Pedro de Olazábal, Alberto Ezcurra Medrano, Enrique G. Pla-
te, Agustín Garona Carbia, Eugenio Frías Bunge, Alejandro Loureiro Frías, Fausto
de Tezanos Pinto, Avelino Fornieles, Francisco Fornieles, Juan Carlos y Ángel
García Santillán, Juan Carlos Villafañe, Rómulo Garona Carbia, Héctor Llambías,
Ricardo Zorraquín Becú, Jorge Gigliani, Víctor Max Wullich, Carlos García, Julio
V. LIriburu, Osvaldo Horacio Dondo, Adolfo Bleyle, Luis Sitler Horacio Boneo
Pico, Jorge Rossi, Arturo Marcenaro Boutell y Miguel A. Saavedra.
Las declaraciones de los Nacionalistas cordobeses y de los de El Baluarte, indi-
caban una línea definida para los proyectos de reformas. Pero la declaración más
importante, por el cargo que ocupaba y por la personalidad de quien hablaba, fue
la que hizo el doctor Carlos Ibarguren el día 15 de octubre de 1930 en el Teatro
Rivera Indarte de la ciudad de Córdoba. Ibarguren afirmó en esa conferencia que
la de septiembre había sido una revolución Nacionalista y que era imperioso ha-
cer reformas institucionales a fin de lograr la representación de los intereses
sociales en el gobierno.
Ibarguren negó que en su intención y en la del general Uriburu hubiera propósi-
tos antidemocráticos
Las palabras de Ibarguren eran bien claras, como las de otros textos Nacionalis-
tas de la época, pero el grupo conservador que ya preparaba la transición al go-
bierno constitucional del general Justo, supo aprovechar hábilmente algunas ex-
6
Ibarguren, Carlos, La historia…, ya citada, p. 401.
presiones que se habían utilizado en este esclarecimiento de las ideas reforma-
doras, para lanzar sobre el sector uriburista el anatema fatídico: ¡fascistas!,
acusación sin fundamento alguno, intención negada explícitamente una y otra vez
por los Nacionalistas,' pero que bastaba para encender el furor democrático de
toda una masa que, por otra parte, y si se exceptúan los políticos mezclados con
las nuevas combinaciones que se avecinaban, no necesitaba mucho más para repu-
diar a los defensores de un golpe de estado cuya popularidad había tenido la fu-
gacidad de un cometa.
La posición de Irazusta
Rodolfo Irazusta, por su parte, contribuyó a este debate esbozando las líneas
que, según su parecer, debía seguir la reforma de la ley electoral. En sus artí-
culos de La Nueva República partía del principio de que el sistema mejor era
aquel que desperdiciara menos votos, es decir, que facilitara la expresión del
mayor número de voluntades. El voto debía ser libre y público, y el escrutinio
se limitaría a constatar el triunfo de una lista sobre otra, con lo que se res-
petaría la geografía política federal del país.
El sistema propuesto sería proporcional y circunscripcional. Lo primero, porque
permitiría la competencia de muchos partidos y haría justicia a una expresión
libre de opciones forzadas, además de abrir paso a la elección indirecta del
presidente de la República, que era el mejor modo de evitar el cesarismo que
amenazaba a la democracia liberal. Y sería circunscripcional, porque facilitaría
la representación de las diversas zonas del país, al par que permitiría la rela-
ción directa y personal entre el elector y el candidato: con el hombre y no con
la doctrina de un partido; además, porque así podrían estar representadas las
minorías1.
Las críticas de Irazusta al sufragio universal y su lucha en favor de una refor-
ma del sistema electoral lo aproximaron al examen de los casos de aquellos paí-
ses en los que al parecer, funcionaba el sistema electoral. Si se dejaba de lado
el caso de Francia, verdadero ejemplo de caos político durante la Tercera Repú-
blica, quedaba el de los Estados Unidos, que solía presentarse como paradigma de
la democracia universal, junto con Inglaterra.
Y por aquí llegó Irazusta a plantearse el problema, grave y real, de la inciden-
cia de las grandes agrupaciones financieras internacionales en la marcha de la
política, el tema de la plutocracia, de importancia capital en el mundo contem-
poráneo. Así escribía Irazusta:
Como enemigo del Estado, el liberalismo rechaza todas las cortapisas, todas las li-
mitaciones que aquél pueda poner a las actividades económicas o a los llamados de-
rechos del hombre, no siempre favorables a la colectividad. Enamorada del progreso
indefinido, cree que las naciones deben someterse a una ley internacional y admi-
tiendo un vínculo supernacional aparente obedece a complicidades universales efec-
tivas. Protesta airado contra la autoridad que dice extranjera del Pontífice Romano
y rechaza despectivo la afirmación de las internacionales rojas. Esto último, no
siempre. Pero obedece, en cambio, a la masonería internacional oculta y a la finan-
za internacional, la más internacional de las instituciones modernas2.
Como hemos sostenido reiteradas veces en estas mismas columnas, la plutocracia ex-
tranjera que domina la economía y las finanzas nacionales, gobierna es cierto por
intermedio del liberalismo y de la democracia, aunque en forma mucho menos inocente
que la enrostrada a los demócratas cordobeses. Costea las elecciones, proporcio-
1
Irazusta, Rodolfo, "La Política", N.R., n° 65, 11 de octubre 1930, ps. 1-2.
2
Irazusta, Rodolfo, "La Política", N.R., n° 76, 27 de diciembre 1930, p. 1.
nando dinero a los partidos en lucha, de manera que cualquiera que sea el. triunfa-
dor, está obligado a reconocer servicios recibidos. Esto lo hace por intermedio del
comercio mayorista que está en contacto directo con la finanza; por intermedio de
los bancos o de las empresas particulares, o directamente por los candidatos, cuan-
do éstos son sus criaturas. La plutocracia posee en el país los ferrocarriles, los
frigoríficos, parte de la banca, las casas cerealistas y la prensa comercial que
vive de ella. La plutocracia es extranjera como son los capitales de todas las ins-
tituciones antedichas3.
La influencia yanqui es, en este terreno, mucho más poderosa que la influencia in-
glesa. Inglaterra, flanqueada por Rusia, trata desde hace tiempo de alarmar a los
países americanos sobre el peligro de la dominación yanqui. Se dirige para ello al
nacionalismo de cada país. Los Estados Unidos, en cambio, operan directamente Por
medio de sus instituciones de propaganda y también por intermedio de la prensa, fá-
cilmente dispuesta a un negocio lucrativo. A la influencia norteamericana responde
la actual campaña por la cual se pretende hacer creer que en el país no hay petró-
leo y se sugiere insidiosamente que el Estado abandone las explotaciones petrolífe-
ras4.
3
Ibídem.
4
Ibídem
vestigado este fenómeno gravísimo de la falta de independencia real del Estado
argentino? ¿Por qué no habían advertido que no tenían una nación, plenamente
digna de este nombre?
Frente a este repertorio de interrogantes que Rodolfo Irazusta hubo de plantear-
se en los meses posteriores al 6 de septiembre de 1930, la discusión por las
formas que debía tener el nuevo sistema electoral descendía notablemente en im-
portancia. Y comenzó a variar su actitud en la polémica por las reformas.
Esto se advierte en su comentario del manifiesto de los católicos Nacionalistas
de Córdoba, pieza que calificó como "una gran manifestación de inteligencia".
Irazusta pensaba que la parte más discutible era la que trataba el problema de
las repúblicas, en las cuales se confundían las nociones de soberanía y repre-
sentación. Y escribía:
¡El Poder Soberano! Allí estaba el problema: en la conquista de una plena sobe-
ranía. Por fin tocaba Irazusta el meollo del enigma planteado a los Nacionalis-
tas por el caos político del país. Ya había constatado que sin defensas contra
la plutocracia extranjera, representada por los abogados y viejos políticos re-
giminosos, la Nación no lograría emanciparse jamás de las trabas que le impedían
ser en la plenitud de su poder. Carecía, pues, de sentido político práctico po-
nerse a discutir sobre las formas de la representación cuando ni siquiera tenía-
mos un país. Las críticas al liberalismo no solamente conservaban toda su verdad
filosófica y política, sino que se completaban con esta nueva evidencia: le ha-
bía quitado a la Argentina su condición de Nación soberana al entregarla inerme
al poder de la gran finanza internacional. Lo mismo podía decirse de las críti-
cas a la democracia como elemento destructor de la sociedad. Pero ahora había
que plantear la actividad del Nacionalismo argentino teniendo en cuenta que el
primer objetivo que éste debía perseguir era el de devolver a la Argentina su
condición de patria soberana. Sólo a partir de esta reconquista podrían llevarse
a cabo las reformas de su sistema político y de representación popular.
De esta época data el cambio fundamental que introduce Rodolfo Irazusta en el
planteo de ese Nacionalismo argentino del que era fundador y líder principal.
Actitud nueva que lo apartará cada vez más de muchos otros Nacionalistas que,
seducidos por el brillo de la polémica intelectual que con tanto éxito libraban
contra los políticos democráticos y liberales, no advirtieron que la lucha polí-
tica carecía de sentido si no se tenía antes una Nación propia, sobre la cual
operar para reorientarla en su vida cultural e institucional.
Irazusta, que a partir de la incorporación de Palacio a la intervención federal
de San Juan, había retomado la dirección del periódico, subrayó con fuerza cre-
ciente su oposición al debate en torno al problema de la representación políti-
ca. Y cuando Juan E. Carulla publicó un artículo elogiando el sistema corporati-
vo, consideró necesario poner a la cabeza de dicho trabajo una nota donde se
aclaraba que el mismo
5
Irazusta, Rodolfo, "La Política", N. R., n° 70. 15 de noviembre 1930, p. l.
6
N.R., n° 74, 13 de diciembre 1930, p. 1.
Lo demás era secundario. Pero no solamente debía ser postergado hasta que se lo-
grara la soberanía nacional completa.
Mientras no se conquistara, la tan traída, llevada, elogiada y estudiada "repre-
sentación corporativa" era peor que la del sufragio universal. Y era lógico que
así ocurriera, pues las corporaciones les concederían un enorme poder en la re-
presentación –y en el gobierno- del país a una infinidad de organizaciones re-
genteadas, influidas o manejadas por los agentes nativos de las finanzas inter-
nacionales que operaban en la vida argentina. Era preferible que votara el pue-
blo como tal, y que se arrostraran todos los peligros de este sistema, a conce-
der un status político institucional a los servidores de la plutocracia interna-
cional.
Y esta posición la planteaba Irazusta el mismo mes de diciembre de 1930, cuando
Uriburu hablaba en su discurso en la Escuela Superior de Guerra de "realizar un
cambio institucional" inspirado en las ideas de Lugones, Ibarguren y otras per-
sonalidades que continuaban con su proyecto original de modificaciones del sis-
tema de representación.
Puede verse, pues, como el deslinde del Nacionalismo en dos posiciones perfecta-
mente definidas, era un hecho hacia fines de 1930, y aparte del fracaso ya con-
sumado del intento Nacionalista de copar el poder político.
Mientras Lugones, los "uriburistas" y algunas figuras menores de La Nueva Repú-
blica, seguían considerando que era necesario reconquistar lo que ellos llamaban
el espíritu revolucionario representado por Uriburu en oposición a las corrien-
tes de Matías Sánchez Sorondo y del general Agustín P. Justo, Rodolfo Irazusta
pensaba que esta operación política ya estaba perdida irremisiblemente y buscaba
el modo de emanciparse de lo que representaba ese golpe de estado, repudiado por
la mayoría del pueblo luego de un fugaz momento de esperanza.
Y en tanto el grupo que seguía la orientación de Lugones y la de los católicos
de Córdoba, consideraba como esencial y primero el cambio de sistema de organi-
zación política para acabar con los problemas acarreados por la democracia, Ro-
dolfo Irazusta advertía, abrumado; que la Argentina no era una Nación soberana y
que antes de demorarse en la discusión intelectual de cuál era la mejor forma de
representación, había que emprender la urgente e imprescindible tarea de nacio-
nalizar al Estado argentino. Y que sin llevar a cabo esta empresa política, todo
lo demás serían esfuerzos perdidos en causas condenadas, de antemano, al fraca-
so.
El nuevo planteo de Rodolfo Irazusta no significaba, de manera alguna, que hu-
biera descuidado la importancia del ataque al liberalismo como ideología de la
desorganización nacional. Criticaba la confianza muelle de quienes reposaban en
ciertos aspectos positivos del Gobierno Provisional y afirmaban que "las insti-
tuciones eran buenas y que los malos habían sido los hombres". Pero lo que agre-
gaba ahora era que el impulso revolucionario debía calar mucho más hondo que lo
pretendido por los cambios en el sistema de representación.
Su visión de la historia hispanoamericana le hacía ver que el ciclo de vigencia
del liberalismo ya había terminado. 1930 se había inaugurado con una serie de
revoluciones por todo el continente que, como ya dije en páginas anteriores,
significaban el fin de una era. Estas revoluciones habían tenido muy distintas
características, es verdad, y no siempre habían sido soluciones para los proble-
mas de sus países respectivos. Pero no se volvía atrás. La vieja fe liberal es-
taba muerta. Se podía imitar, a veces, su liturgia y en algunos casos las oli-
garquías se habían afianzado. Pero su permanencia, afirmaba Irazusta, sería efí-
mera. Por el liberalismo se iba al cesarismo plebiscitario, y de allí. al caos.
La fórmula era de Maurras, es cierto, pero no por eso carecía de verdad.
El caso argentino, continuaba Irazusta, despistaba a la mayoría de los observa-
dores que veían estos sucesos con una óptica distorsionada. Se creía que el gol-
pe de estado del 6 de septiembre de 1930 podía lograr un auténtico renacimiento
de la oligarquía regiminosa, pero esto era un gravísimo error. Y así escribía:
Había que encontrar, pues, una salida al caos del cesarismo plebiscitario. Esta
era una empresa y una hazaña que desafiaba a la inteligencia creadora de los
hispanoamericanos. Pero no había fórmulas prefabricadas ni dogmas que aseguraran
el hecho político exitoso. Fuera de lo que había de azar impredecible en la ope-
ración, sería el resultado de la experiencia, o sea de la memoria auxiliada por
la inteligencia, como había escrito magistralmente Rodolfo Irazusta.
Pero en esta empresa política que él fijaba al Nacionalismo primero que nada ve-
nía la conquista de la plenitud de la soberanía nacional, la nacionalización de
un Estado manejado por la plutocracia internacional a través de los nativos que
la servían.
De todos modos, una vez lograda esta magna empresa, de emancipación, la expe-
riencia dejada por el hecho exitoso aconsejaría sobre las formas concretas que
debería adoptar la necesaria transformación de las instituciones, a fin de que
no volvieran a repetirse los años tristes y amargos del fracaso. Y así escribía
Irazusta:
Un día u otro, de ninguna manera muy lejano, el país se encontrará de nuevo ante el
problema insoluble. Las instituciones, las leyes liberales tan caras a nuestras
eminencias consagradas, volverán a operar el desconcierto en la opinión, la confu-
sión en las ideas políticas. Se ofrecerán situaciones que no responden a más razón
de afinidad o distanciamiento que el de las personas que las sustentan. Se verán de
nuevo jefes conservadores con ideas anárquicas, socialistas con ideas constitucio-
nales, radicales comunistas y clericales, federacionistas de todas las doctrinas
filosóficas, de todas las procedencias históricas, se verá de todo y no se compren-
derá nada8.
CAPÍTULO PRIMERO
LA ORGANIZACIÓN DEL NACIONALISMO
El planteo hecho por Rodolfo Irazusta en los últimos meses de 1930 permite dis-
tinguir dos posiciones claramente diferenciadas, no solo en lo que se refiere al
problema de la representación sino al estrato más profundo de la naturaleza y de
la actividad política. Al principio pareció, en efecto, una simple querella por
un aspecto particular y secundario, luego se verá que realmente existía dicha
división.
Leopoldo Lugones, el grupo católico de Córdoba dirigido por Nimio de Anquín, los
jóvenes de El Baluarte, Carlos Ibarguren y sus hijos, Roberto de Laferrère y sus
amigos de la "Legión de Mayo" proponían un Nacionalismo que debía fundarse en,
una doctrina explícita, compartida fiel y militarmente, que debía cimentarse en
una concepción dogmática que, con excepción de Lugones, y muy atemperada y mati-
zada en Ibarguren, estaba integrada por elementos del catolicismo tradicional,
de la filosofía tomista y de las doctrinas políticas de los contrarrevoluciona-
rios europeos.
Solamente sobre la aceptación de esta base doctrinaria se podía ser Nacionalista
y hacer Nacionalismo, que de este modo devenía una suerte de concepción univer-
sal de la vida política, de validez perenne e infalibilidad probada a través de
todos los. países y las épocas de la historia moderna.
A esta concepción del Nacionalismo no le importaba nada la tradición histórica
argentina que no estuviera de acuerdo con dicho movimiento, el cual no aceptaba,
bajo ningún concepto, la constitución en partido político, pues sostenía que la
idea de partido representaba, en sí misma una visión parcial del país, y afirma-
ba que sólo cabía una concepción integral y absoluta del mismo, ya que se funda-
ba en una verdad que no concedía derecho alguno al error.
Si este Nacionalismo se levantaba contra todo lo que significaba el mundo mo-
derno después de la Reforma protestante, destructora del mundo medieval, el úni-
co que había hecho aceptable la vida del hombre sobre la tierra, ¡qué le podían
importar la corrompida tradición americana, envenenada por las ideas de la Revo-
lución Francesa, el romanticismo y las ideas políticas que fueron su secuela!
Claro está que este es un esquema y que no todos los Nacionalistas que militaron
en dicha corriente aceptaron plenamente todos y cada uno de sus elementos; tam-
poco se configuró así desde el comienzo, puesto que exigió años de adoctrina-
miento y militancia para llegar a una relativa unidad de sentimientos entre sus
partidarios. Pero creo que el esquema es válido y puede denominarse Nacionalismo
Doctrinario. Sobre el tema volveré, como es lógico, muchas veces en el curso de
este libro para precisar etapas, conceptos y figuras.
Maestro de la mayoría de los Nacionalistas Doctrinarios, que a su lado habían
aprendido ideas y orientaciones intelectuales. Rodolfo Irazusta, como se vio an-
teriormente, no quería fundar un grupo de ideólogos sino un partido político que
se hiciera cargo de todo lo bueno y lo malo que arrastraba su país, pero que lu-
chara por hacer prevalecer las buenas ideas, el sentido común y la defensa de
derechos y libertades propios de la naturaleza humana.
Frente al Nacionalismo Doctrinario, que satisfecho con la experiencia del golpe
de estado del 6 de septiembre, quedó fijo para siempre en la idea de que la úni-
ca vía para conquistar el poder era la sublevación militar, y la subsiguiente
instalación de una dictadura a cargo de un jefe de las Fuerzas Armadas, Rodolfo
Irazusta había comenzado su movimiento como Nacionalismo Republicano, había te-
nido un momento de fugaz esperanza en el general Uriburu, pero su desencanto lo
había vuelto a su posición inicial. Había confiado en que el dictador, antes de
llamar a elecciones, como se lo aconsejaban algunos políticos conservadores, hi-
ciera una reforma profunda del Estado sobre las bases indicadas en los capítulos
anteriores. No se le hizo caso y el gobierno recibió la paliza electoral propi-
nada por el radicalismo el 5 de abril de 1931 en la provincia de Buenos Aires...
Irazusta compartía, como es natural, las ideas filosóficas y culturales que de-
fendía el Nacionalismo Doctrinario, pero, en primer lugar, atemperaba y matizaba
el dogmatismo agresivo con que éstas se presentaban, gracias a su mayor expe-
riencia humana, a una formación literaria e histórica más profunda y a una com-
prensión entrañable del país que faltaba en los ríspidos e intolerantes milicia-
nos surgidos el 6 de septiembre.
Advirtió que el sistema oligárquico restaurado, por dicho golpe de estado no du-
raría mucho, ya que estaba en contra de la marcha que seguían los sucesos histó-
ricos en América. Había que prepararse, pues para una lucha larga y desechar las
ilusiones de una conquista rápida del poder. Era necesario construir un instru-
mento político adaptado a la índole de nuestro pueblo, que había sabido y era
capaz de dar héroes y mártires, pero que no podía, como no puede ningún pueblo
de la tierra, vivir en una tensión de heroísmo y cruzada permanentes. Tenía que
ser un partido político, no un ejército, porque para quienes tenían esta voca-
ción ya existían las instituciones capaces de satisfacerla.
Debía ser un partido que se comprendiera y comprendiera a los demás, no para
imitar sus defectos ni incurrir en sus errores, sino para convivir con ellos,
aceptando que también había argentinos patriotas entre quienes no compartían la
totalidad de las ideas Nacionalistas. Era implacable, eso sí, en la exigencia de
la fidelidad al país, de un patriotismo vivido y sacrificado, sin invocaciones
casuísticas o ideológicas que intentaran justificar la debilidad en este punto.
No perdonaba al internacional, cualquiera fuera su signo doctrinario, porque
exigía del argentino una militancia nacional irrenunciable. De ahí su odio al
regiminoso que abogaba por las empresas extranjeras, y su desprecio o indiferen-
cia por quienes proponían como política los infinitos y laberínticos razonamien-
tos de teorías universales.
Ese patriotismo debía ser forjado en el conocimiento real y descarnado de la
historia; de allí saldría ese ciudadano republicano, de la Nueva República ar-
gentina, orgulloso de sus buenas tradiciones y de su derecho de mandar en su
propia tierra. Con esa gente, pensaba Irazusta, se podrá enfrentar el cáncer que
devora al país: su imposibilidad de lograr la plenitud de su soberanía nacional,
su incapacidad de ser totalmente. Pero a partir del triunfo de ese Nacionalismo
Republicano, cuando se hubieran dado pruebas de la capacidad política real para
un éxito semejante, todo sería posible: la configuración de nuevas institucio-
nes, la creación de formas impensadas de convivencia política, la solución de
los problemas de la justicia social, de la cultura, etc. Primero teníamos que
ser una Nación, luego se discutirían las formas que ésta tendría que adoptar.
Era un programa específicamente político que, según Irazusta, no debía ser con-
fundido con el apostolado religioso, ni con el adoctrinamiento cultural, aunque
supusiera las primeras nociones fundamentales de la religión y la cultura. El
"Politique d'abord" que para Irazusta era perfectamente natural y comprensible,
como por otra parte ocurría con la mayoría de los argentinos aún no corrompidos
por las ideologías liberales y revolucionarias, resultaba fuertemente rechazado
por el Nacionalismo Doctrinario que, a pesar del realismo y del prudencialismo
proclamados como doctrinas, no era capaz de vivirlas como prácticas efectivas.
Los Nacionalistas sentían en general, por Julio y Rodolfo Irazusta, un gran res-
peto intelectual y un reconocimiento auténtico por la obra que habían cumplido
al fundar el Nacionalismo. Hasta los sacerdotes, que tanto han abundado en este
movimiento, tenían que aceptar su magisterio político, aunque les reprocharan
ciertos excesos e intemperancias de orden personal.
Sin embargo, la nueva actitud asumida por Rodolfo Irazusta frente a Uriburu, su
gobierno y los acontecimientos políticos que de éste derivaron, prontamente se-
guida por su hermano Julio, cavó una honda brecha entre quienes se consideraban
herederos de la prédica intelectual irazustiana, pero no comprendían su sentido
político, ni las formas que ahora adoptaba.
El gobierno había auspiciado. como se sabe, una Federación Nacional Democrática,
destinada a devolver el poder a los conservadores por los medios legales, si
fuera posible. Se entraba en una nueva era e Irazusta definid su repudio:
El espectáculo de la fe y de la esperanza pública permitió creer que la regenera-
ción estaba próxima. La belleza de aquellos días, tan próximos por el tiempo, se
alejó de inmediato al caer el movimiento en manos de politicastros indiqnos de la
confianza pública. Se habló de elecciones y de distribución de funciones y los es-
píritus comenzaron de nuevo a vacilar en su fresca convicción. ¡Había que acomodar-
se! Todo se había ido de una vez. Cálculos electorales, puja de predominio y ambi-
ción de favor, se entrechocaron haciendo trizas del espíritu redentor que había
fraguado y logrado la revolución. Así vemos que hoy, con un gobierno correcto y de-
cente, el espíritu público está mucho más deprimido. que en aquellos ominosos tiem-
pos de Hipólito Yrigoyen, en que gran parte de los argentinos pensaban con altura v
sentían con rectitud, animados por la esperanza de salvar a la patria1.
El Nacionalismo y el uriburismo
Fruto de esta revisión y replanteo profundo del Nacionalismo fue uno de los ar-
tículos, publicado en los últimos días de La Nueva República, trabajo que con-
tiene, precisamente, una consideración del pasado político argentino que tendrá
proyección extraordinaria en el desarrollo del pensamiento político de Rodolfo
Irazusta.
Según afirmaba, el Caudillismo Federal (católico, nacional, localista, popular,
igualitario y democrático), llegó, después de la caída de Rosas en la batalla de
Caseros, a una especie de transacción con el liberalismo (agnóstico, extranjeri-
zante, minoritario y autoritario). De allí surgió la Constitución de 1853, pero
en la política que siguió a este acuerdo, la alianza fue liquidada. Más aún. Al
país le costó su grandeza territorial y la posibilidad de una política interna-
cional propia. Y en cuanto a la democracia, que estaba en el Caudillismo Fede-
ral, simplemente no entró en la Constitución, que resultó liberal y no democrá-
tica.
Desde 1853 hasta 1890, proseguía Irazusta, los gobiernos liberales provocaron,
con sus excesos y su desconocimiento de los intereses populares, la aparición de
la Unión Cívica primero, y de la Unión Cívica Radical después, partido que reco-
gió una tradición federal que carecía de representantes políticos. Y decía:
1
Irazusta Rodolfo "II. Aquellos tiempos", de "La Política", N.R., ti° 83, l4 de febrero 1931, p. 1.
1
Irazusta, Rodolfo, "La filiación histórica", N. R., 3ª época, 29 de octubre 1.931.
Su último caudillo, el señor Yrigoyen, tuvo el miraje de una gran política interna-
cional y el espíritu conciliador y popalarista. Nada más contrario al liberalismo2.
...tiene en la crueldad que emplea con sus enemigos políticos la misma ofuscación
inconsciente de Lavalle, que creía infalible su criterio de "civilización" contra
los "procedimientos de la barbarie". Pero lo que ellos llaman barbarie volverá por
sus fueros, no se puede jamás contra la voluntad del pueblo, ni se puede quebrarle
el resorte vital sin destruir al mismo tiempo la República...3
Es necesario conciliar el temperamento nacional con las normas del Estado. Porque
conocíamos el carácter de esta tragedia es que tratamos de resolverla en la revolu-
ción de Septiembre. Ella debió haber sido la reconciliación salvadora y definitiva.
Porque lo creíamos el hombre capaz de realizarla, seguimos al general Uriburu hasta
el 6 de septiembre. Pero el hombre se sintió demasiado pequeño para tamaña obra4.
5
Navarro Gerassi, Marysa, ob. cit., p. 76.
6
Carulla, Juan E., Valor ético de la revolución del 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, s.e.,
1931, ps. 28-35.
En verdad, dicha agrupación política nunca llegó a formarse y el folleto, impre-
so, tampoco alcanzó a distribuirse públicamente; sólo lo conservan algunos de
los firmamentes, o coleccionistas.
Según la transcripción de partes esenciales del mismo que ofrece Federico Ibar-
guren, se trataba de un programa muy bien elaborado, con la consigna principal
de atacar al Régimen, cuyo candidato, el general justo, estaba a muy pocos meses
de alcanzar el poder después de una serie de hábiles y laboriosos manejos con
los políticos de todo pelaje que se prestaron a su maniobra.
En el "Preámbulo" se insistía en la amenaza que representaba el regresó de los
viejos políticos fracasados en el pasado; también se rechazaba la idea de que,
con sólo volver a una Constitución que había probado sobradas veces su inutili-
dad, el país solucionaría sus problemas, que, en síntesis eran dos: las institu-
ciones empapadas de liberalismo, y el comunismo.
En cuanto al programa de gobierno, contenía algunas medidas económicas y finan-
cieras de gran importancia como ariete contra el poder de la plutocracia extran-
jera. Por ejemplo, se proponía la intervención permanente del Estado en la fija-
ción de precios de los frigoríficos; se pedía la búsqueda de nuevos mercados
para los productos agropecuarios; también se insistía en la necesidad de preser-
var la solvencia del Estado, exigiendo que el pago de la deuda pública nunca in-
sumiera servicios superiores al 25% de las entradas totales de la Nación; se re-
clamaban estudios y explotación de los recursos mineros y de la energía hidroe-
léctrica, la protección de la riqueza forestal, la nacionalización de las usinas
y fuentes de producción de energía hidroeléctrïca, la creación de una aviación,
de una marina, de una industria nacional, la solución de los problemas de la
Cuenca del Plata, la organización del sindicalismo, la enseñanza libre, etc.,
etc. Proyectos de significación extraordinaria, la mayoría de los
cuales tardarían años en concretarse –no siempre bien- y otros esperan aún el
gobierno patriota y emprendedor que los realice.
Mientras entre 1931 y 1933, el Nacionalismo uriburista pasaba del apoyo a Uribu-
ru al odio al general Justo –y a ser manipulados secretamente por éste- entre
los intelectuales que habían militado en el Nacionalismo originario de La Nueva
2
Navarro Gerassi, Marysa, ob. cit., ps. 95-97. Sobre otras organizaciones fascistas hablaré más ade-
lante.
República continuaba el deslinde y clarificación de posiciones, sobre todo a la
luz de las afirmaciones nuevas de Rodolfo Irazusta.
En efecto, éste perfiló más netamente la distinción, ya indicada en páginas an-
teriores, entre el liberalismo y la democracia, no desde el punto de vista del
análisis puramente ideológico, sino en función de la historia política argenti-
na.
César Pico, el agudo filósofo que había acompañado al Nacionalismo desde sus
primeros momentos, se negó a aceptar estas distinciones y en un artículo de la
revista Criterio insistió en la relación indisoluble entre ambos conceptos, por
donde se viera la cuestión. Más aún, subrayó el carácter anticatólico que siem-
pre había ostentado la democracia en la Argentina.
Rodolfo Irazusta contestó, en la misma revista, a los conceptos de Pico. A su
juicio era un error equiparar liberalismo con democracia sobre la base de sus
contenidos teórico, sin tener en cuenta su peculiar significación en nuestra
historia. Mientras que el liberalismo, había impuesto una política anticatólica,
las manifestaciones del sentimiento democrático y popular habían subrayado su
adhesión al catolicismo. Más aún, agregaba:
Según Irazusta, el grupo Nacionalista que se había puesto a imitar los fascis-
mos, demostraba, debido a la falta de una definición propia y original, la misma
ausencia de personalidad de los otros políticos a quienes había condenado por
los males causados al país.
El fascismo, escribía Irazusta en otro artículo, sólo interesó hasta 1930 como
una curiosidad informativa, o por su iepercusión entre la numerosa colonia ita-
liana que reside en la Argentina. Las condiciones reales de la vida en nuestro
país eran tan distintas de las de Italia, que no se podía pensar en ningún tipo
de imitaciones. Sin embargo, después del 6 de septiembre de 1930, la violencia
de las ideas fascistas halló acogida en el Gobierno, que supo aprovecharlas há-
bilmente:
1
Irazusta, Rodolfo, "Aclaración sobre la democracia", Cr., año XXI, n° 290, 21 de septiembre 1939,
ps. 57-59.
2
Irazusta, Rodolfo, "Las falsas adaptaciones"; Cr., año XXI, n° 292, 5 de octubre 1930, ps. 104-105.
La violencia de las doctrinas postulaba la violencia de la acción y se presentó la
oportunidad de aplicar los procedimientos fascistas, más apropiados para solucionar
el conflicto suscitado entre la opinión popular, que desengañada sobre los propósi-
tos de la revolución, volvía a pensar en las urnas democráticas, y el partido revo-
lucionario, despechado por el desvío del pueblo3.
El firme repudio de Rodolfo Irazusta a las imitaciones del fascismo en que incu-
rría el Nacionalismo, se fundaba, pues, en un hecho evidente. La Legión Cívica,
tanto por la actividad languideciente que llevaba como por los compromisos de
sus miembros más conspicuos con el Gobierno, era la más atemperada, dentro de
todo. Había grupos que llegaron a definiciones más agresivas y tajantes.
En 1932, Roberto de Laferrère había reconstruido en Buenos Aires su Liga Repu-
blicana, con grupos semimilitarizados congregados en una "Guardia de combate",
siempre bajo el temor, suscitado desde el Gobierno, de la revuelta "radicalcomu-
nista" de estallido inminente...
Pero el movimiento que se presentó con mayor aparato de medios y más ambiciones
políticas fue la "Acción Nacionalista Argentina", fundada y dirigida par el doc-
tor Juan P. Ramos, destacado abogado y profesor de la Universidad de Buenos Ai-
res, autor de numerosas obras de muy variada índole, algunas de valor cierto, y
que, como se recordará, fue uno de los consejeros que tuvo el general Uriburu
durante el gobierno de septiembre.
Ramos era partidario de la "democracia funcional" y cuando fundó la ANA congregó
a conocidos partidarios de la línea uriburista, tales como los doctores Carlos
Ibarguren, Carlos Obligado, el general Medina, Raimundo Meabe etcétera.
Las noticias del Nacionalismo aparecían en Crisol un matutino de Buenos Aires,
fundado en 1932 por el padre Alberto Molas Terán y que dirigía Enrique P. Osés;
y en Bandera Argentina fundado por Juan E. Carulla y Santiago Díaz Vieyra. En
una colección del primero, por ejemplo, he podido seguir la marcha de estas or-
ganizaciones durante los años de mayor plenitud de las mismas.
La ANA había sido fundada por Ramos en junio de 1932 con el propósito de luchar
contra el comunismo contra los extranjeros indeseables que lo propagaban y en
favor de un patriotismo o nacionalismo acendrado en la educación y en todos los
aspectos formativos de la personalidad argentina. Como recuerda en su libro Fe-
derico Ibarguren, el programa de Ramos era moderado, creía en la reforma paula-
tina de las instituciones. En lo cual, por otra parte, seguía la misma línea de
Uriburu. Esto era evidente en la posición que asumía frente al tan traído y lle-
vado problema de la instalación del Estado Corporativo; Ramos, acostumbraba a
difundir sus ideas en actos públicos que organizaba la ANA en diversos salones
de Buenos Aires, y así, en una conferencia pronunciada en el "Bristol Palace", a
fines del año 1932, dijo lo siguiente:
Quienes nos llaman "fascistas" porque hablamos al pueblo de un nuevo sistema de re-
presentación, ignoran que él ha nacido en la mente de hombres que obraron y escri-
bieron cuando nadie podía suponer que Italia tendría un día el régimen "fascista".
Se llama representación gremial o representación funcional o representación profe-
sional o representación corporativa1.
...con todas sus peculiaridades negativas. El judío es extraño a todo arraigo geo-
gráfico, le son interiormente absurdas las ideas de Patria, Estado e Idioma. Lo in-
ternacional, llámese pacifismo, socialismo o capitalismo, evoca en él su vida sin
tierra y sin límites, y le seduce irresistiblemente. Vive en el "ghetto", inteli-
gencia helada, aguzando la técnica implacable de su negocio3.
3
Cfr. C, año V, p. 1322, 28 de mayo 1936, p. 1.
político oponían al desarrollo autónomo y revolucionario del Nacionalismo, a lo
que se refiere Federico Ibarguren en su libro, al hablar del fracaso de la revo-
lución militar que los Nacionalistas esperaban en ese año de 1936:
Fue ahogada en germen por el GOBIERNO INVISIBLE y por las habilidades maquiavélicas
del general Justo: gran capitán de los INTERESES CREADOS DEL RÉGIMEN4.
Las generaciones pasadas no tienen lugar en nuestra arena, primero, porque carecen
de la virtud de la fuerza, luego, porque no pueden entender los principios con que
combatimos, y tercero, porque no las queremos y las rechazamos absolutamente. Todo
o casi todo el pasado político es vitando para nosotros y cuando decimos pasado,
decimos principalmente los hombres que lo representan (salvo tres o cuatro) y la
gran mayoría de los no jóvenes que aún viven. El rechazo en blok es urgente porque
no en vano hemos vivido un siglo de prevaricación. Hemos tenido el infortunio de
nacer bajo los principios de 1789, de manera que todo el pasado nuestro lleva el
sello de su estigma5.
...a la juventud cristiana de hoy le será dada por la pureza del alma que comunica
fortaleza al cuerpo, la limpia inteligencia de los problemas espirituales y tempo-
rales que, resueltos en justicia, comenzarán a realizar el reinado social de Jesu-
cristo. [...]
Nuestros fundamentos son inconmovibles porque son espirituales y por eso nuestra
juventud es perenne6.
5
C, año V, n° 1432, 12 de septiembre 1936, p. 3.
6
Ibid
que soñamos con revoluciones, porque estamos convencidos que la verdadera revolu-
ción es la de los espíritus7.
Y ese es nuestro destino, juventud Nacional Fascista, a saber, el erigiros como una
muralla invencible frente a la tradición abominable de nuestra patria, nacida bajo
el triste patrocinio de une revolución que alguien calificó de "satánica". Habéis
empuñado la espada de las decisiones y dado un corte definitivo a un sistema cuya
continuidad histórica no teníais por qué respetar. Y así empezáis a construir una
tradición nueva ante la cual con el brazo extendido juráis sacrificar vuestra vida
si la patria lo exigiese8.
Pocos días después, y como ejemplo del entusiasmo que movía a estos grupos, tuvo
lugar otro acto Nacionalista, en el teatro Coliseo de Buenos Aires, el día 21 de
noviembre de 1936. Los oradores fueron Héctor Bernardo, Pedro Tilli, Alfredo Vi-
llegas Oromí, Enrique P. Osés y Nimio de Anquín, quien concurrió con una delega-
ción de Córdoba que integraban, entre otros, Marcial A, González, F. García De-
lla Costa y José Ignacio Vocos. Nimio de Anquín insistió en su discurso con
su idea de que el Nacionalismo argentino surgía de la nada, era una creación ex-
nihilo, decía, porque nada podía deberle a la tradición argentina, espuria y vi-
ciada:
Hemos roto con el pasado político y no encontramos por dónde tender un puente que
nos vincule con la tradición interrumpida10.
Otro punto que subrayó de Anquín fue el relativo al carácter eminentemente reli-
gioso del Nacionalismo, que de acuerdo con sus palabras era más una empresa de
esa índole que algo político. Juventud y religiosidad católica resumían, para
él, las notas fundamentales de la actitud nacionalista:
7
Ibídem.
8
C, año V, n° 1463, 10 de noviembre 1936, , p. 5.
9
10
Ibídem
nacionalismo ha nacido con las generaciones nuevas, únicas que lo entienden p lo
viven. Las generaciones viejas parecen imposibilitadas mental-orgánicamente para
participar de este nacimiento de la conciencia nacionalista cristiana. Y es mejor
que nos dejen en paz, para formar en nuestras filas es necesario sentir pelear a
los ángeles11.
Tanto Nimio de Anquín como los principales animadores de la Unión Nacional Fas-
cista, realizaron en Córdoba una tarea intensa, sobre todo en la captación de la
juventud.
Contribuyeron mucho a su decisión para romper con el clima político liberal que
imperaba en esa provincia, bajo el gobierno radical de Amadeo Sabatini, las lu-
chas ideológicas que se sucedían sobre todo a partir de 1930. En 1934, por ejem-
plo el doctor Martínez Villada se había opuesto en el Consejo Superior de la
Universidad a que se hiciera un homenaje a Alberdi y se difamara la memoria de
Rosas. Hubo un escándalo de proporciones y los discípulos de Martínez Villada lo
defendieron. Como resultado, de Anquín fue suspendido en sus cátedras del Cole-
gio Montserrat, y otro joven fascista, Manuel Río, renunció a las suyas por so-
lidaridad. Esta y otras actitudes de Nimio de Anquín, aparte de su personalidad,
a la cual ya me he referido, explican el predicamento que logró en el fascismo
cordobés, todo lo cual le costó la expulsión de sus cátedras y un verdadero exi-
lio fuera de su provincia.
Entre 1934 y 1940 fueron numerosas las agrupaciones Nacionalistas que se funda-
ron, sobre todo en los medios estudiantiles de la Universidad. La lucha contra
la izquierda y el acicate de la guerra civil española impulsaban a la definición
ideológica.
En octubre de 1936 se fundó en Buenos Aires la "Acción Nacionalista de Estudian-
tes de Derecho", cuyo comando directivo ejercieron R. Castilla, Remigio Carol,
J. Fernández Reuter, A. Quiroga y otros. El 11 de junio de 1937 apareció "Res-
tauración", bajo el liderazgo político de Alfredo Villegas Oromí, junto a quien
estaban Héctor Bernardo, Héctor Llambías y Enrique Pearson. Ese día realizó un
acto público en la plaza San Martín, con una concurrencia de más de 15.000 per-
sonas y en el cual hablaron Bernardo, Llambías y Villegas Oromí. "Restauración"
se caracterizó por su hispanismo y catolicismo, en un clima de total unidad con
el Nacionalismo español en guerra.
También en 1937 se organizó la que sería la más importante agrupación del Nacio-
nalismo filofascista argentino: la "Alianza de la Juventud Nacionalista", ,cuyo
jefe, Juan Queraltó, había encabezado antes la "Unión Nacionalista de Estudian-
tes Secundarios" (UNES), desprendimiento juvenil de la Legión Cívica. Como todas
las agrupaciones Nacionalistas contaba con la colaboración de intelectuales y
periodistas que sin hallarse integrados formalmente en la agrupación, estaban
presentes en sus actos y conferencias. Otros eran miembros regulares de la mis-
ma. Nombres como los de Ramón Doll, Bonifacio Lastra, Teórimo Otero Oliva o de
militares como el coronel Natalio Mascariello y muy especialmente el general
Juan Bautista Molina, figuran entre los principales soportes de la "Alianza". En
1941 cambió de nombre y pasó a llamárse "Alianza Libertadora Nacionalista"; pu-
blicó, esporádicamente un periódico, Alianza, y a la llegada de Perón se incor-
poró al peronismo, luego de algunas purgas y desgarramientos internos que sella-
ron definitivamente su existencia como organismo Nacionalista autónomo.
La importancia de la Alianza fue muy grande. Llegó a organizar filiales en las
provincias, contaba con decenas de miles de miembros, y supo dar a su acción el
aire combativo y ágil que definía a este tipo de agrupaciones. Los días 1° de
mayo los celebraba con gigantescas manifestaciones y desfiles públicos por la
avenida Santa Fe, que culminaban en la plaza San Martín. En cierto modo, su ac-
tividad pública se beneficiaba del sentimiento Nacionalista existente en las
múltiples agrupaciones de este tipo que había en Buenos Aires y que asistían. a
las manifestaciones de la Alianza. La más grande –y última con fisonomía pro-
pia-, la de 1942, llenó de gente casi toda la avenida Santa Fe y la plaza San
11
C, año V, n° 1474, 22 de noviembre 1936, p. 7.
Martín, hasta superar la tradicional celebración socialista, lo que da una medi-
da de lo que significaba por entonces el Nacionalismo en Buenos Aires.
Pero lamentablemente, la sutil política aletargante del conservadorismo y la ob-
cecación ideológica de sus mentores, la hizo encallar como a la mayoría de estos
grupos, en el punto muerto de las conspiraciones militares, con lo cual esteri-
lizó toda su fuerza. Cuando se decidió a ser un partido político y a presentarse
a elecciones, ya lo hizo como peronista.