Tomás de Aquino Pecados Capitales

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Domingo 11 de septiembre de 2022

Presentamos a continuación un opúsculo de nuestro amigo y hermano en la fe Pedro


Bosman. No ha podido escoger mejor tema: los pecados capitales. Ni mejor fuente: Santo
Tomás de Aquino.

Desde que San Gregorio Magno fijara la lista de los 7 pecados capitales allá por el s. VI, la
Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha ido profundizando su conocimiento de ellos: sus
causas (el demonio, la carne, la concupiscencia, el pecado…), sus consecuencias (otros
pecados relacionados, que son “hijos” o vástagos del principal, que por eso es llamado
“capital” o “cabeza” de los demás), e incluso sus remedios (la gracia, la práctica de las
virtudes, la contención, la paciencia…).

Desgraciadamente, vivimos en una época en que el sentido del pecado ha desaparecido por
completo. Millones de bautizados viven como personas mundanas, de forma que su
conducta es indistinguible de la de una persona pagana o atea.

A ello han contribuido diferentes causas: la filosofía personalista, el humanismo, la


negación de los actos intrínsecamente malos, el relativismo moral derivado del positivismo
y el irenismo, etc. También la masonería y sus principios de libertad, igualdad o justicia,
desligados del Derecho natural y de toda religación con Dios. Y, por supuesto, ¡ay!, los
respetos humanos de muchos obispos y sacerdotes, que no se atreven a predicar desde el
púlpito sobre los pecados mortales, sobre los pecados capitales, sobre el demonio o la
condenación eterna. Esto hace que muy pocos fieles confiesen faltas cometidas en relación
con estos siete pecados capitales, que pueden llegar a ser pecados mortales.

En efecto, la ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la avaricia y la envidia son hoy en día
vistas como meros defectos de la personalidad, incluso loables; como rasgos de la misma,
que nos hacen distintos de los demás y más pasionales, verdaderos y sinceros. Las
películas, las series de televisión, los videojuegos, la literatura, la música llevan a los jóvenes
a pecar como algo normal y deseable, como una forma de realización personal, que nadie
puede o debería juzgar, por ser algo intrínseco de cada uno. Ya no existe un canon moral
objetivo y, si lo hay, es el del “Haz lo que quieras”, el “Sé tú mismo” o el “Tú pones las
reglas”.
En estas líneas que siguen a continuación, de la mano de Santo Tomás, príncipe y campeón
de la fe (pero también de grandes teólogos como Evagrio Póntico, San Gregorio Magno, San
Gregorio de Nacianzo, San Juan Clímaco o San Juan Casiano) Pedro Bosman, con la
precisión quirúrgica del bisturí del “buey mudo”, desmenuza y disecciona la naturaleza de
estas pasiones del alma. Esta tarea no se queda en lo meramente taxonómico sino que,
como buen católico, se proponen remedios para corregirlos, y, con la gracia de Dios
conferida por los sacramentos, luchar contra ellos y vencerlos.

Bendito sea el Señor.

Los Pecados Capitales según Santo Tomás de Aquino

Pedro Bosman

¡Cuántas veces hemos escuchado hablar de estos siete pecados capitales! O simplemente
nos suenan por el título de una película de mediados de los años 90, dirigida por David
Fincher y protagonizada por Morgan Freeman. Pero no lo sabemos porque lo hayamos
escuchado en la Iglesia, en los sermones dominicales de nuestro párroco, o en las revistas
de la diócesis, ni en las catequesis, que pasan de una forma muy sutil por este tema, por si
hiere los “principios” de algunas personas.

Hoy en día, incluso los pecados, son como galardones de algunos:.

“Pues yo he estado con tantas mujeres, u hombres”.

“A mí me cae mal fulanito, le voy hacer la vida imposible”.

“¡Ja! Yo valgo mil veces más que él o ella”.

“ Voy a reventar a comer”.

“Yo robo para consumir droga”.

“A mí me da igual lo que sienta el otro”.

“En la vida hay que ser malo, porque si no te toman por tonto”.
Podríamos seguir y hacer una lista infinita. ¿Pero… sabemos lo que estamos haciendo,
somos conscientes de lo que nos jugamos?

Muchas veces pecamos por ignorancia, así juega el demonio, o por defendernos (el
demonio se deleita en estas cosas, porque busca por medio de la razón “falsa”, la falsa
justificación, para así provocar un pecado por medio del “amor propio”).

Con este artículo, quiero que ustedes se detengan a pensar sobre este tema, de la mano de
Santo Tomás de Aquino.

He escogido a Santo Tomás de Aquino por ser fiel a la tradición de la Iglesia, porque en sus
enseñanzas se encuentra el camino a la Santidad, ya que la Iglesia con sus sacramentos, su
tradición, la palabra y sus Santos Padres. Todos ellos nos llevan a la presencia de Dios.

Espero que este trabajo sea bueno para su alma. Aconsejo que releáis los diferentes
apartados, ya que, como veréis, que están todos concatenados.

¿Pecado o Vicio Capital?

Entre pecado y vicio hay esta diferencia: que el pecado es un acto malo que pasa o una
omisión de acto, con conocimiento deliberado y libre, por ejemplo un mal pensamiento que
nos lleva a un mal comportamiento, mientras el vicio es una mala costumbre de caer en
algún pecado, es un hábito, de carácter a determinados actos, uno puede tener una
inclinación a mentir, aunque no mienta en ocasiones. Así pues, por lo que vemos en esta
diferencia, tendríamos que hablar de Vicios Capitales y no Pecados Capitales, pero hoy en
día la expresión de Pecado Capital es la más extendida, aunque incorrecta.

El término “capital”, viene del latín capitalis (relativo a la cabeza). La palabra capitalis, viene
de caput que significa «cabeza». La cabeza se relaciona con el mando, pues es la parte del
cuerpo que controla las demás partes. Así en los Vicios Capitales, se llaman así, no por la
gravedad, sino porque es cabeza de otros vicios y pecados más dañinos que nos llevan a
otros pecados y tener otros vicios.
¿Qué es el Pecado Mortal?

Ya sabemos que el Pecado es un acto malo o una omisión del acto, con conocimiento
deliberado o libre.

¿Pero cuándo se convierte en mortal?

El catecismo (CIC) nos habla que se encuentren estas condiciones:

Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones:

Que sea de materia grave.

Que se debe de cometer con plena conciencia.

Que tenga un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal.

El Catecismo de la Iglesia Católica define la materia grave:

CIC1858:

La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al
joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas
injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o
menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas
cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra
un extraño.

De las tres condiciones anteriormente mencionadas para que se requiera Pecado Mortal,
podemos sacar estas otras once condiciones más específicas:
Es de materia grave.

Se comete con pleno conocimiento y consentimiento.

Destruye la Caridad en el Corazón del Hombre.

Es irreparable para el Hombre.

Rompe la alianza con Dios.

Aparta al Hombre de Dios.

Se comete con malicia.

Priva de la Gracia Santificante.

Causa la muerte espiritual

Excluye del Reino de Dios.

Merece Castigo, es eterno en el infierno.

Virtudes y Valores intelectuales y morales

Lo contrario a los Vicios, son las llamadas Virtudes, y la finalidad de toda educación es
formar virtudes intelectuales, conjuntos de rasgos o valores, que están orientados hacia la
sabiduría, la verdad y la comprensión (de Ciencia, de técnica, de sabiduría) y virtudes
morales conjuntos de rasgos o valores, orientados hacia la Caridad (de comportamiento,
afectividad…).

Los valores morales, según Santo Tomás de Aquino, son aquellas virtudes que “están en la
facultad apetitiva” (Apetito es toda tendencia o inclinación a un fin. Como facultad del alma,
el apetito constituye la facultad apetitiva. Según Tomás de Aquino hay dos clases de
apetitos y, por tanto, dos clases de facultades apetitivas: el apetito sensible, que da origen a
la sensualidad, y el apetito intelectual, que dan origen a la voluntad. A su vez, el apetito
sensible se divide en dos: apetito concupiscible y apetito irascible. El apetito concupiscible
consiste en una tendencia al bien sensible o un rechazo del mal sensible. El apetito irascible
consiste en una tendencia al bien sensible «difícil» de conseguir o un rechazo del mal
sensible «difícil» de evitar). Mientras que los valores intelectuales son las que “perfeccionan
solo la parte intelectiva del alma”. En este sentido, sostiene que “los hábitos del intelecto
especulativo no perfeccionan la parte apetitiva, ni la afectan de ninguna manera”. Es decir
que las Virtudes Intelectuales, no afectan a las morales. Pero las virtudes morales tampoco
están exentas de algunas virtudes intelectuales, y esto tiene que ver con “el uso correcto
razonado de los hábitos”.

Una persona sabia no necesariamente es una persona buena, ni una buena persona es
necesariamente sabia.

Hay vicios intelectuales, que acostumbran al error en formación y en moral, siendo estos
pecados huellas que va dejando el mal obrar, y los pecados nos van abriendo puertas a
otros pecados, y terminando en otros vicios.

El Catecismos en su número 1865, nos habla de esto mismo:

“El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De
ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración
concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no
puede destruir el sentido moral hasta su raíz.”

Un acto de pecado no suele dejar huella, para llegar al Vicio, pero hay excepciones en los
pecados contra las Virtudes Infusas, que son aquellos hábitos que Dios infunde a través del
Espíritu Santo. Estas excepciones en los pecados hacen caer directamente en el Vicio
Capital. (Así que un pecado de Infidelidad a la Fe, pecados contra la Fe, pierde la Fe
sobrenatural y así, caer en un Vicio Capital). Las otras Virtudes morales adquirida, no hace
que se pierda inmediatamente y llegar al Vicio Capital. Puede tener inclinaciones buenas,
porque no ha cometido los suficientes actos para llegar al Vicio Capital.

Es importante saber que caer habitualmente en el pecado nos puede llevar al vicio capital.

¿Cuál es el origen de la clasificación de los Vicos Capitales?

¿De quién fue la idea de listarlos de esa manera? Dicha lista no se encuentra en la Biblia,
pero la tradición teológica, nos da textos que ha usado constantemente, para hablar de los
Pecados: Ecl. 10,15; 1Tim 6,10; 1 Jn. 2,16.
¿Cómo se llegó a tener esta lista de pecados y virtudes?

En los seis primeros siglos de la Iglesia los autores espirituales elaboraron tres
clasificaciones distintas, veamos estos autores:

El origen e historia se remonta a la época del Imperio romano con la categorización de ocho
pecados capitales. El primero en plasmar el concepto fue Cipriano de Cartago (258) con la
obra De Mortalitate.

Evagrio Póntico (ca.345-ca.399)

Apodado el solitario, en su Tratado práctico o el Monje. Clasificó las diversas formas de la


tentación y en el año 375 dio a conocer su lista de ocho tentaciones o malos pensamientos
(λογίσμοι, logismoi), origen de todos los pecados. Esta lista fue pensada para servir a un
propósito de diagnóstico, para ayudar a los lectores a identificar el proceso de la tentación,
sus propias fortalezas y debilidades, y los recursos disponibles para superar la tentación.
Advirtiendo que entre los vicios hay ciertas conexiones, yendo de los Carnales a los
Espirituales (la gula, lleva a la acedia, a la tristeza, al amor a sí mismo, siendo este el peor,
ya que se siete a que llegar al abandono de sí mismo, para entrar en el de Dios).

Hace una clasificación de 8 pecados capitales que tientan al monje.

“El primer pensamiento de todos es el de amor a sí mismo, después de esto, los ocho»

Los ocho patrones del mal pensamiento son la gula, la avaricia, la acedia, la tristeza, la
lujuria, la ira, la vanidad y el orgullo.

Aunque él no creó la lista desde cero, él la refinó.


Este monje era seguidor de la corriente filosófica asceta, una doctrina que se basa en la
purificación y limpieza del espíritu mediante la negación de los placeres.

San Juan Casiano o Cassiano (c. 360/365-ca. 435)

Fue un sacerdote, asceta y Padre de la Iglesia. En sus escritos más importantes: las
Institutiones, expone las obligaciones del monje y examina los vicios contra los que ha de
luchar; y en sus veinticuatro Collationes trata diversos aspectos de la vida monacal, alaba la
vida eremítica e indica que la vida ascética es la mejor vía para luchar contra el pecado.

Predicó mucho sobre la sexualidad. En la V Conferencia, divide el pecado de la fornicación


en tres tipos: el primero consiste en la «conjunción de los dos sexos» (commixtio sexus
utriusque); el segundo se comete «sin contacto con la mujer» (absque femineo tactu), lo que
llevó a Onán a la condenación; el tercero es «concebido por el pensamiento y el espíritu».

Por ser el origen de todos los demás pecados, la pareja que forman la gula y la fornicación
debe ser arrancada, como si fuese «un árbol gigante que extiende su sombra a lo lejos».
Casiano propone el ayuno como medio para vencer la gula y atajar la fornicación. Esa es la
base del ejercicio ascético.

Casiano enumera ocho vicios principales: gula, concupiscencia, fornicación, avaricia, ira,
tristeza, acedia o tedio del corazón, vanagloria, soberbia. Tiene tres características esta
enumeración: el desdoblamiento de la vanagloria y del orgullo, el distinguir entre la tristeza y
la acedia y, finalmente, omite la envidia como vicio capital. Veremos más adelante que San
Gregorio Magno modificó un poco estos vicios.

La fornicación es entre los ocho pecados fundamentales el único que, por ser a la vez
innato, natural y corporal en su origen, hay que destruirlo totalmente, como es necesario
hacerlo con los vicios del alma, que son la avaricia y el orgullo. Se impone, pues, la
mortificación radical que nos permita vivir en nuestro cuerpo previniéndonos de las
inclinaciones de la carne. «Salir de la carne permaneciendo en el cuerpo». La castidad era el
centro del sistema de Casiano, que obligaba al monje a una represión constante en un
estado de agotadora vigilia permanente en cuanto a las más mínimas inclinaciones que se
pudieran producir en su cuerpo y en su alma. Velar día y noche; durante la noche para
prevenirse del día y de día pensando en la próxima noche. Decía Casiano:

«Así como la pureza y la vigilia durante el día predisponen a permanecer casto durante la
noche, del mismo modo la vigilia nocturna fortalece el corazón y lo pertrecha de fuerzas que
ayudarán a mantener la castidad durante el día.»

Tal estado de vigilia suponía la puesta en práctica del proceso de «discriminación», que
ocupaba el centro de la técnica casiana de autocontrol de la castidad en seis etapas
sucesivas, que sigue usando la Iglesia. Casiano consideraba que se había llegado al culmen
del progreso de la castidad cuando no se producían poluciones nocturnas involuntarias.

San Gregorio Magno, (c. 540 ·12 de marzo del 604)

Unos dos siglos después, en el año 590, este representante de la Iglesia Católica fue
profundamente místico, y gracias a él, la iglesia romana adquirió gran prestigio en
occidente. Revisó esta lista para formar los más comúnmente conocidos siete pecados
capitales. Gregorio Magno combinó la acedia (desánimo) con tristitia (tristeza), y llamó a
esta combinación el pecado de la pereza; también unió la vanidad con el orgullo; y añadió la
envidia a la lista de los “siete pecados capitales».

Él mismo estableció una concatenación en la cual pueden distinguirse tres niveles:

1º la soberbia, que es “inicio de todo pecado” (Eccl. 10,15), Es un vicio super-capital, ya que
todos los demás se originan de él.

2º luego siguen los vicios capitales, engendrados por la soberbia y son siete: vanagloria,
envidia, ira, tristeza, avaricia, gula, lujuria.

3º finalmente, aquellos pecados que San Gregorio denomina “hijas de los vicios capitales”,
que son los pecados que cada uno de estos engendra de modo especial.
Esto lo veremos un poco más adelante, cuando hablemos, uno por uno de los Vicios
Capitales, así como su combate.

San Juan Clímaco (c. 575 – 30 de marzo de 649?)

Se formó leyendo los libros de San Gregorio Nacianceno y de San Basilio. Apoyándose en la
autoridad de San Gregorio de Nacianzo y otros que no nombra, cuenta siete vicios
principales identificando la vanagloria y el orgullo. Los demás son los mismos de Casiano,
omitiendo también la envidia.

Así en el Catecismo podemos leer en el número 1866:

“Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden
ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a
san Juan Casiano (Conlatio, 5, 2) y a san Gregorio Magno (Moralia in Job, 31, 45, 87). Son
llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia,
la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.”

Desde el siglo VIII hasta la época de Santo Tomás la tradición teológica no hace más que
reproducir una u otra enumeración. Hay que destacar las de San Isidoro de Sevilla, Alcuino y
Pedro Lombardo.

En ese tiempo, la iglesia de la Edad Media enseñaba a sus fieles siete virtudes que podían
contrarrestar el poder de los 7 pecados capitales: humildad, generosidad, castidad,
templanza, caridad, paciencia y diligencia.

La Visión de Santo Tomás de Aquino

En el siglo XIV Santo Tomás de Aquino disertó extensamente sobre los pecados capitales
en su obra “Suma Teológica” y afirmó que el vicio capital es aquél que produce un deseo
irresistible y hace cometer al hombre muchos pecados producto de ese deseo. De esta
forma, el término “capital” hace referencia a la consecuencia del pecado y no a la magnitud
de este. Santo Tomás respeta la lista, pero hace cambios en el orden de los 7 pecados
capitales.

Santo Tomás va a tratar los vicios capitales en la Suma al hablar de las causas del pecado
(I-II, cuestiones 75-84) en dos oportunidades:

*De modo introductorio. En I-II, 75, Analizando cuál es la causa del pecado preguntándose:

1º Si tiene causa;

2º Si puede asignarse alguna causa interna;

3º Si puede asignarse alguna causa externa;

4º Si un pecado es causa de otro.

En esta última cuestión, fija el modo preciso de la causalidad que ejercen los vicios
capitales sobre los demás pecados.

*De modo más puntual. En el tema en I-II, 84, cuando analiza las causas del pecado en
particular. Preguntándose:

1º Si la avaricia es la raíz de todos los pecados;

2º Si la soberbia es el principio de todos los pecados;


3º Si además de la avaricia y la soberbia deben llamarse vicios capitales a otros pecados
particulares;

4º Cuántos y cuáles son los pecados capitales.

El lugar donde de manera más completa toca el tema de los pecados capitales en la
Cuestión disputada De malo, cuestiones 8-15.

También encontramos el tema tratado en el Comentario al Segundo Libro de las Sentencias


de Pedro Lombardo, concretamente en: distinción 36, art. 1 y en distinción 42, cuestión 2,
artículos 1 y 3.

De forma más accidental en el Comentario a Romanos, capítulo I, lectio 7.

Las fuentes del Tratado de Santo Tomás

El autor más citado por Santo Tomás al hablar de los pecados capitales es, indudablemente,
San Gregorio Magno en su obra Moralia de Job, libro XXXI (ML 76). Es Gregorio Magno el
autor explícitamente citado en los “dos sed contra” más importantes sobre el tema Suma
(I-II, 84, 3, sed contra; y 84, 4 sed contra). De Gregorio Magno toma tanto la explicación de la
naturaleza del pecado capital cuanto la enumeración de los siete vicios capitales.

Es importante hacer mención aquí, sobre la estructura que usa Santo Tomás de Aquino. Los
artículos tienen casi siempre la misma estructura:

Pregunta inicial (que expresa normalmente lo contrario de lo que piensa Tomás de Aquino).

Anuncio de los argumentos u observaciones que irían en contra de la tesis.

a) propuesta (objeciones)
b) argumento (a veces varios) a favor (sed contra)

En el cuerpo principal se desarrolla la respuesta (responsio)

finalmente se contestan una a una las objeciones (y a veces también los que han sido
presentados como argumentos a favor).

El Vicio de la Soberbia

Antes de todo, Santo Tomás no añade la Soberbia a la lista de los vicios capitales, ya que
por su gravedad, tiene que estar aparte. Este vicio es el capital por excelencia, está por
encima de todos los vicios, es el capitán de los vicios. El Vicio de los vicios.

La Soberbia es el apetito desordenado de la manifestación de la excelencia

El amor desmedido hacia el propio yo, Soberbia, puede generar los siguientes pecados
capitales:

Menospreciar la opinión de los demás.

Tomar decisiones o impartir órdenes sin consultar.

Actuar en función del beneficio propio.

Discriminar a los semejantes por diferencias en relación a la religión, condición social, raza,
etc.

Santo Tomás en la obra “de malo” (Acerca de lo Malo, cuestiones disputada sobre el mal),
expone completamente, “la doctrina de los vicios capitales”. Dice que detrás de todo pecado
hay un apetito natural ( “Todas las cosas desean a Dios como a un fin, al desear cualquier
bien, sea con un apetito intelectual, sensible o natural, el cual es sin conocimiento, puesto
que nada tiene razón de bueno y apetecible, sino en tanto que participa de una semejanza
de Dios” Summa Theologiae, Iª q. 44 a. 4 ad 3), de hecho el pecado no es otra cosa que la
desviación de un apetito natural como se puede ver en la lujuria, pero también en la
soberbia, dado que es natural que el hombre apetezca su propia excelencia, es decir llegar a
la perfección.
El apetito de perfección es uno de los más importantes que hay en el hombre y su
desviación es la soberbia, donde Santo Tomás la define como un apetito desordenado de la
propia excelencia.

La Soberbia, tiene una especial importancia por la potencia de su causalidad, es decir la


Soberbia es en sí mismo es un vicio y este pecado se considera de los más graves, ya que
genera, para llegar a la soberbia, de otros vicios y pecados.

Para Santo Tomás hay dos vicios que tienen un poder de causalidad universal, un poder que
se vale de otros vicios y pecados para llegar a ese vicio o para generar otros pecados:

La Avaricia, codicia (1 Tm. 6, 10: Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y
algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos
dolores). Es decir la Avaricia es la raíz de todo pecado, ya que el dinero puede sufragar
todos los gustos desordenados del hombre.

La Soberbia, bajo la perspectiva de la razón, es causa, a modo de fin, porque por ella, para
su fin, que es la propia de exaltación de uno mismo, fuera del orden de la razón, uno tiene
que cometer muchos pecados y vicios.

La Avaricia es raíz que lleva a los pecados, y la Soberbia es causa de los pecados.

Para llegar a la exaltación de uno mismo, fuera de la razón, es necesario pecar con otros
vicios o hijas de estos vicios.

Aquí introducimos otro concepto tomista, y es el de hijas de los vicios capitales. Cada vicio
capital genera otros pecados, así la Envidia genera, odio, murmuración, gozo en el mal,
detracción…. El vicio es el tronco y los pecados son las ramas o hijas del vicio capital.

Tanto la codicia como la soberbia, se pueden tomar de dos formas

General e impropia, que es la que se da en todo pecados:


En todo pecado hay dos aspectos, uno es la aversión a Dios, el odio a Dios (La Soberbia)
pero aquí Santo Tomás hace una indicación que, a veces, no se da una verdadera aversión a
Dios, porque muchas veces se peca por ignorancia, la pasión y la debilidad. Y el otro
aspecto es la conversión a las creatura. La dirección y la atención y los deseos, hacia las
creaturas (Codicia).

Específica y propia, La persona busca la propia excelencia fuera del orden a Dios, y por eso
la Soberbia lleva a la falta de Caridad (amar a Dios por encima de todas las cosas).

Casiano, en referencia a la Soberbia y la Vanagloria, trata a estos vicios distintos al resto de


los pecados, mientras que el resto de los vicios son carnales, aquellos son espirituales, y
muchas veces el demonio nos ataca interiormente con estos vicios, cuando hemos
superado los carnales, que son más sencillos de vencer, y cuando hemos vencido estos
vicios carnales, nos ataca con la Soberbia y la Vanagloria, ya que podemos pensar que
somos más fuertes por haber superado estos vicios. Entonces el ataque se vuelve más
fuerte por parte del demonio, para superar la Soberbia y la Vanagloria, ya que tiene una
“mordida” más feroz. A esto se le llama “El Combate Espiritual”. Es muy fácil caer en estos
vicios, escondiéndose en los recovecos de la virtud.

Para Santo Tomás, el pecado que cometieron los ángeles caídos, es la soberbia. Estos
vicios son espirituales, ya que los ángeles no pueden tener vicios carnales, por su ser
espiritual.

Así también, para Santo Tomás el primer pecado del hombre, no fue el carnal, fue el de
Soberbia, ya que Adán y Eva al tener los dones preternaturales y la gracia original no podían
ser tentados por la carne ya que su parte sensitiva estaba perfectamente organizada a la
intelectiva y esta a su vez a Dios. Así el demonio los tentó con la soberbia intelectual “seréis
como Dioses, conocedores del bien y del mal”.

Y de este pecado provienen los demás pecados.

La Soberbia ataca más a las personas más cercanas a Dios.

Hay dos tipos de Soberbias para Casiano, según las distintas su circunstancia humana,
aunque las dos son Soberbias:
Soberbia Espiritual: Asalta a los más perfectos, terminando en la alienación mental, llevando
a complejos sistemas espirituales, intelectualmente.

Es decir, llevar por medio de razonamientos “raros”, a espiritualidades, complejas, erradas,


llevando, según Evagrio, a la locura. Esto pasa en teólogos, sacerdotes, obispos,
cardenales….intelectuales influyentes

Soberbia Carnal : Es la soberbia común, humanamente hablando que se ensoberbece


(presume) de su riqueza, de su fuerza, de estar por encima de los demás, más inteligente.
Se puede ver esta soberbia por las manifestaciones que tienen este tipo de soberbia, una es
que habla con gritos y su silencio es amargo, de risa bullanguera, es su seriedad una tristeza
sin sentido, tienen facilidad de palabra…

Dios, a veces, nos deja el combate espiritual con nuestros vicios para superar para superar
estos.

Casiano sigue diciendo que hay grandes conversiones espirituales, morales, pero hay que
saber que los vicios no nos han abandonados, que nos harán guerra toda la vida. Muchas
veces podemos ver que en nuestros trabajos, círculos de amistades, etc. hay miembros que
por su sabiduría o experiencia imponen su criterio, creyéndose que son mejores, sin
escuchar a los demás, y caen sin querer en el vicio de la soberbia, y la mansedumbre y
afabilidad, brillan por su ausencia.

Para Santo Tomás esta soberbia tiene una causalidad universal sobre todos los vicios

Una es que quita el impedimento para caer en todos los pecados, la soberbia hace abrir las
puertas de todos los vicios y pecados. Nos aleja de Dios, y al alejarnos de Dios es más fácil
caer en todos los pecados.

Otra por ser el apetito de la excelencia, busca la excelencia por medio de los pecados,
excelencia en la búsqueda del poder, del dinero….

La Vanagloria

La Vanagloria se trata del acto en el que una persona se jacta de todos los logros realizados
en su vida o carrera profesional, para sorprender, de alguna forma, a todo aquél que
presencia su discurso. Una de las razones por la cual esto ocurre, es porque el ser que lo
lleva a cabo necesita de atención para sentirse, de alguna manera, feliz.

Usando los términos tomista, es el apetito desordenado de la manifestación de la propia


excelencia, recordando que la Soberbia es el apetito desordenado de la excelencia, la
diferencia está, en hacer que los demás vean mi excelencia, que los demás vean lo que
valgo, lo que tengo, incluso presumir de sus vicios.

La Gloria (excelencia) puede ser vana:

Cuando no existe la excelencia. Hay mucha gente que alardea de lo que no tiene, entonces
hablamos de Vanagloria

Cuando la gloria es temporal, caduco (cuando uno ha ganado un premio o una simple
partida de cartas, que en dos días se olvida esta pequeña gesta).

Cuando esta manifestación de gloria no se ordena a un fin útil. Los fines útiles para Santo
Tomas es dar gloria a Dios, es que la gloria sea para utilidad del prójimo, o para la propia
utilidad, y por eso mismo, se tiene que dar gracias a Dios.

La Vanagloria, es un vicio para Santo Tomás que puede ser de menor grado o grave que la
Soberbia. Ya que la excelencia se puede dar en muchos ámbitos uno puede manifestar una
excelencia que no tiene ninguna importancia. Por ejemplo manifestar que uno juega bien al
futbol y en realidad no sabe distinguir una pelota de futbol con un balón de baloncesto, en
realidad no es grave, pero no deja de ser esto un vicio capital, aunque otras veces puede
serlo.

Lo que busca el vanidoso es que haya testigos de su grandeza y que sea conocida por los
demás. A veces el propio vanidoso se conforma que unos pocos que conozcan su
excelencia o gloria, e incluso saberlo él mismo, aunque la vanidad, tiende a que los demás lo
sepan.

Un ejemplo puede ser los Fariseos, que se colocaban para rezar en medio de todos para los
demás vean que están rezando, y así que los demás lo vean como “justos”.
Es importante decir, que la vanagloria, puede hacer que las personas con este vicio, se
crean un universo paralelo, fantasioso, donde él es el más importante y necesita el refuerzo
de las opiniones ajenas.

La Vanagloria es Madre de las hijas: desobediencia, jactancia, hipocresía, contienda,


pertinacia, discordia.

¿Por qué la vanagloria es vicio capital y cuáles son sus consecuencias?

Los vicios que engendra el pecado capital, ya sabemos que se llaman hijas.

Las hijas de la vanagloria, se ordenan a la manifestación de la propia excelencia y la propia


excelencia, se pueden buscar de manera rectilínea (directa) o de manera oblicua (indirecta)
y según ambas maneras, tenemos una serie de pecados que surjan de la Vanagloria.

Forma Rectilínea: Es la forma directa de buscar su excelencia por pedio de la palabra por
medio de los hechos.

Si la Vanagloria se hacen mediantes las palabras y busca este por medio su propia
exaltación, esto es La Jactancia (Alabanza propia, desordenada y presuntuosa).

Si esta manifestación no se hace por medio de la palabra y sí por la manifestación de


hechos, por los actos, tenemos dos vicios:

Si estos hechos son reales, tenemos la Presuntio Novitatum, presunción de novedades,


presunción de originalidad, las cosas nuevas que causan más admiración, entonces el
vanidoso tiende a presentarse como original. Hoy en día estamos tan atrapados por la
vanagloria, que para encontrar trabajo nos tenemos que presentar como originales, tenemos
que presentar un curriculum donde resalten todas sus actitudes, sus méritos y dar razones
porqué son tan válidos para el puesto de trabajo que quiere conseguir.

Si los hechos son falsos, y se inventa méritos que no tiene, para mostrarse más excelente
ante los demás, que no tiene, tenemos La Hipocresía, fingimiento de cualidades o
sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
Forma Oblicua: Es la forma indirecta de buscar la Vanagloria. Esta se da por medio del
menos precio del prójimo, mostrando a los demás que el otro está por debajo. Muchas
veces porque son pusilánime (temeroso, indeciso, miedoso de presentarse inferior a los
demás) y se quieren manifestar como ganador y superior. Una de las tendencias del
vanidoso es buscar la depreciación del prójimo, muchas veces envidiándolo. Santo Tomás,
aquí manifiesta que, aunque la envidia es un vicio capital, esta brota ordinariamente de la
Vanagloria, es decir que de un vicio capital, puede nacer otro vicio capital, como de la
Soberbia pueden nacer todos los vicios.

Al que al vanidoso no le gusta que brille el otro. Así surgen otros vicios:

En cuanto a la Inteligencia, el vanidoso no quiere que el otro sea más inteligente que él,
llegando a la terquedad, la Pertinacia (Obstinación, tenacidad en mantener una opinión, una
doctrina o la resolución que se ha tomado, no cede a otra opinión ante la opinión mejor del
otro).

En Cuanto a la Voluntad, surge el vicio de la Discordia (Oposición, desavenencia de


voluntades u opiniones). El vanidoso no quiere estar de acuerdo con el prójimo, y poner su
voluntad antes que la del prójimo.

Si se expresa por la palabra, la discusión, se llega al pecado o vicio de la Contienda (Disputa,


discusión, debate, pelea, riña, batalla)

Si tiene relación con las autoridades, el vanidoso se resiste utilizando el pecado o vicio de la
Desobediencia. Ya que esto supone un abajamiento, el vanidoso quiere brillar por su propia
luz, y obedecer sería una humillación para él.

Hay que atacar los vicios de fuera hacia a dentro, en este caso la Vanagloria se ataca
primeramente, atacando a las hijas para acabar con la Vanagloria. Los vicios están
conectados a la personalidad, y al propio cuerpo. Los Vicios se organizan como estructuras
jerárquicas, siendo la piedra angular el Vicio Capital.

Remedios de los desórdenes morales del vicio de la Vanagloria. Remedio común a todos los
vicios

El principio general para remediar los vicios es como la medicina clásica “contraria
contrariis curantur”, significa «los opuestos se curan con opuestos». Es un principio que se
remonta a Hipócrates y Galeno. El padre de la homeopatía, Samuel Hahnemann, sentó las
bases de la medicina convencional del siglo XVII, que designó con el término «alopatía»,
para distinguirlo del principio filosófico de similia similibus curantur (» como se curan con
similar «) que inspira en lugar de homeopatía, siendo esta la práctica que consiste en
administrar a alguien, en dosis mínimas, las mismas sustancias que, en mayores
cantidades, producirían supuestamente en la persona sana síntomas iguales o parecidos a
los que se trata de combatir..

El pecado lleva a otro pecado por el sentimiento de miseria de la persona, así pues el
principio filosófico de similia similibus curantur, no cura los vicios, ya sabemos que el
pecado llama al pecado y el vicio sólo se cura en el caso «los opuestos se curan con
opuestos”, en el caso de los vicios, lo que cura es lo contrario y es, la virtud, siendo esta una
gracia. El ejercicio en las virtudes, contribuyen también al fortalecimiento para no caer en
los vicios, estando movido por gracias actuales.

Podemos definir la virtud como la disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la
persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas
sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través
de acciones concretas

Casiano insiste en sacar a la luz los vicios y buscar su origen y sus causas, detectando el
vicio dominante. Para eso tenemos que sacar los vicios interiores para que se manifiesten y
para esto tenemos que abrir el alma, ya no sólo para tomar conciencia de los vicios que
tenemos, si no que tenemos que manifestarlos a otro para que nos ayude “generalmente al
padre espiritual, al sacerdote o al confesor”.

Tenemos que hacer un cierto aclaramiento, que muchas veces el Vicio dominante que
podemos tener no sea un Vicio Capital, pero este funciona como tal, llevándonos a otros
vicios o pecados, estamos hablando por ejemplo que el vicio dominante de una persona sea
el miedo y este que no es capital, nos lleva a otros capitales. Por lo tanto el Vicio
predominante o de origen, puede que no sea una vicio capital, pero actúa como tal,
llevándonos a otros vicios capitales.

También tenemos que tener claro que en la sociedad, por su evolución, pueden que los
vicios sean cambiantes, y así un vicios que tiene la sociedad antes era capital y ahora no, o
viceversa. A lo mejor en nuestra sociedad antes no era capital el vicio de la temerosidad o la
pusilanimidad y hoy en día sí. Causando este temor muchos problemas.

El combate a estos vicios no se puede hacer sólo, hay que tener una guía.

En resumen para combatir el Vicio, hay que sacarlos a la luz, identificarlo, combatir, vencerlo
y luego ir a por el siguiente. La vida es un constante combate espiritual.

Como remedio general, los padres de la iglesia nos presentan con frecuencia como
comunes principio:

Meditación, contemplación, inclusive la meditación sobre la muerte.

Contrición de los pecados

La confesión de los pecados

El ayuno

La penitencia y actos de reparación.

La Eucaristía.

El rezo, y en especial el del Santo Rosario.

Podemos clasificar las Virtudes en:

Las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), son virtudes infusas, dadas por Dios en el
bautismo. Ordenan todas nuestras capacidades y fuerzas al fin sobrenatural que es Dios.

Las virtudes cardinales (templanza, prudencia, justicia y fortaleza) disponen esas mismas
capacidades y fuerzas, pero a los medios que conducen al fin: ordenan los actos humanos a
Dios. «Son virtudes naturales, o sean hábitos buenos, adquiridos por la frecuente repetición
de actos que hacen más fácil la práctica del bien honesto». El hombre puede adquirir esos
hábitos con sus solas fuerzas naturales, por lo que son muy diferentes a las disposiciones
innatas y de las virtudes infusas, que solo puede poseer el hombre por divina y gratuita
infusión.
Algunos Ejemplos:

Menospreciar la opinión de los demás

Tomar decisiones o impartir órdenes sin consultar.

Actuar en función del beneficio propio

Discriminar a los semejantes por diferencias en relación a la religión, condición social, raza,
etc.

Remedio para la Soberbia y la Vanagloria

La terapéutica para la Soberbia, según los Santos padre de la Iglesia, es la humildad (Es
esta virtud la que modera la soberbia).

La Humildad como virtud se somete primero a Dios y de este al prójimo.

Lo primero que se debe saber es que la humildad se puede considerar como una virtud
humana, esta nace cuando el individuo se hace más consciente de sí mismo y de todo lo
que lo rodea, permite que cada quien reconozca sus debilidades y limitaciones.

La humildad reúne una serie de características que permite resaltar los valores humanos,
por lo que los aspectos a tener en cuenta son:

Comprender la igualdad y dignidad de los diferentes individuos.

Permiten valorar el esfuerzo y el trabajo.


Ser consciente de las propias limitaciones.

Tener la capacidad de expresarse de manera amena y con bondad.

Respetar de forma genuina la opinión del resto de las personas, lo cual forma parte de los
derechos humanos básicos.

Para la Vanagloria, las virtudes validad son la Humildad, y la Magnanimidad.

La Humildad nos hace vaciarnos de nosotros mismos y la Magnanimidad, no hace llenarnos


de Dios.

El esfuerzo por buscar la grandeza se encuentra en el corazón de una virtud llamada


«magnanimidad», que significa «grandeza del alma». Esta es la virtud por la que un hombre
busca lo que es grandioso y honorable en su vida, incluso cuando es arduo. Santo Tomás de
Aquino la describe como » una tendencia del ánimo hacia cosas grandes.»

La Magnanimidad nos impulsa al sujeto a la perfección, la generosidad espiritual, querer la


grandeza del alma, y sustituirla por la gloria de Dios, buscar ordenadamente lo grande.

Envidia

Para Santo Tomás de Aquino la envidia es la tristeza por el bien del prójimo, considerado
como mal propio o como algo contrario a la propia felicidad. Según Santo Tomás, suelen ser
envidiosos los ambiciosos, porque desean que los demás no los superen.

La envidia junto a la Acedia, están emparentados por muchos motivos iguales, y, el más
importantes es la forma desordenadas de tristeza.

También hay que decir que todos los vicios capitales, tienen que ver con las pasiones o
también llamada emociones. Ya sabemos que la meta de todo cristiano es encauzar todas
estas pasiones, vicios, para llegar a una vida en Dios. Hay que distinguir entre la Pasión (o
emoción), con el vicio. La Pasiones son movimientos afectivos que en sí mismo son
moralmente indiferentes, todo depende como lo integremos en nuestro proyecto personal.
Algunos vicios tienen el mismo nombre que alguna pasión, como la ira o la tristeza (Acedia).
La ira como pasión no es en sí misma mala, sino algo muy necesario en la vida moral, hay
que saber enfadarse, porque en la vida moral y espiritual, muchas veces tenemos que tener
un apetito irascible muy reticente para no caer en otros vicios o males. Hay que saber
enfadarse y tener capacidad de soportar los males, resistir los la males.

Si La envidia es la tristeza por el bien ajeno, ¿qué es la tristeza?

Santo Tomás distingue varios tipos de tristezas, aquí hacemos un resumen a groso modo:

Tristeza por el mal propio

Este tipo de tristeza se caracteriza por aparecer en base al sufrimiento que se siente por
uno mismo cuando ocurre algún tipo de situación dolorosa o aversiva, o bien por la
privación de nuestras necesidades y voluntades. Estaría vinculada con la privación o la
miseria.

Compasión

Bajo el prisma filosófico establecido por Santo Tomás, la compasión podría considerarse
otro tipo de tristeza, la cual en este caso hace referencia al sufrimiento que percibimos en
los demás. La observación del sufrimiento de un ser querido nos conmueve y nos puede
provocar tristeza y malestar.

La compasión es una característica que hace posible la solidaridad y la ayuda a los


vulnerables, lo cual constituye el fundamento de las sociedades.

Envidia

Otro tipo de tristeza puede venir de observar cómo otros llegan a tener algún tipo de bien o
alcanzar alguna meta que nosotros querríamos para nosotros mismos.
Constatar que otros sí tienen lo que nosotros deseamos y no podemos, nos puede generar
tristeza y sufrimiento, de los cuales surge la envidia. Es una tensión emocional que surge a
partir de la comparación con quienes consideramos exitosos en algún sentido.

Desánimo, ansiedad o angustia

La tristeza y la ansiedad se encuentran a menudo profundamente relacionadas. En este


sentido puede considerarse el desánimo o la angustia un tipo de tristeza que se vincula a la
pérdida de movilidad o de motivación al no encontrar nada que nos satisfaga o nos permita
dirigirnos hacia nuestras metas. También se relaciona con la incertidumbre y el deseo el
conservar algún tipo de bien o mantenerse en camino hacia sus metas. Por otro lado, este
factor psicológico está asociado a la desmotivación.

Si se agrava la tristeza hasta paralizar las extremidades, estamos hablando de Acedia. En la


Acedia queda paralizado el sujeto. Como apuntábamos al principio de este capítulo,
hablando de la unidad de motivos iguales entre la Envidia y la Acedia.

La Envidia como vicio

Santo Tomás se inspira en Aristóteles, para habla de la Envidia, ya que muchos autores
cristianos no trataban a la envidia como vicio.

Antes dijimos que la Envidia y la Acedia estaban íntimamente unidas y coinciden en:

-1 En la forma de tristeza

-2 Atenta a la virtud de la Caridad.

Por esto, Santo Tomas, clasifica la Envidia como vicios, ya que atentan gravemente a la
caridad.
Son vicios graves por sí mismos.

La Envidia se opone hacia la misericordia, no es compasiva.

La Acedia se opone al gozo que deriva de la caridad.

No cualquier tristeza del bien ajeno es envidia en sentido estricto, porque hay diverso
motivos que nos entristecemos, por ejemplo el celo “la envidia sana” o la emulación que es
deseo intenso de imitar e incluso superar las acciones ajenas, en definitiva, querer ser como
el otro. Usado más en sentido favorable, que genera un sentimiento positivo de imitación
para poseer. Esto es un tipo de emoción que no es envidia. Por otro lado está la némesis
que es la justa indignación, explica Aristóteles, en su libro de “Retórica” que esta “némesis”
es una tristeza del bien ajeno, cuando esta es inmerecido, por la maldad o bajeza de quien
se ve beneficiado por ese bien. El ejemplo más claro lo vemos cuando gana el malo, nos
produce una justa indignación al ver el triunfo injusto. Aristóteles ve la némesis como algo
bueno, y pertenece al buen carácter de la persona (la perspectiva de Aristóteles es más
mundana la de Santo Tomás es espiritual), Así pues, la némesis para Santo Tomás no es
muy evangélica. Los bienes temporales provienen de Dios, y se disponen para que la
corrección o condenación de las personas (muchas veces la riqueza no merecida es una
tortura), y de esta manera esto bienes son temporales y no tienen comparación con los
bienes espirituales, que nos llevarán a la presencia de Dios.

Cuando estos vicios se oponen a la caridad, se convierte directamente por su naturaleza en


vicios capitales y mortales. Al prójimo se le tiene que querer para bien, no para mal. Ya que
si no lo queremos para bien, perdemos la amistad con Dios. Sin embargo, Santo Tomas
aclara que esto vicios pueden ser actos humanos imperfectos. Ya que para ser un acto
humano perfecto, tienen que ser actos deliberado y libre, y que el objeto al que se dirija sea
un objeto importante.

El acto humano imperfecto puede originarse por un acto pasional involuntario que surge al
margen de la razón, primer movimiento de la sensualidad, que posteriormente puede ser
rechazado por la razón y la voluntad o consentido y transformarse en un acto humano
completo.
Así Santo Tomas dice que los primeros movimientos, incluso en el género del pecado
mortal, no son mortales, son faltas veniales, porque no llega a ser un perfecto acto humano,
porque no está involucrado la voluntad, ni la deliberación.

Surgen movimientos de Pecado de los que uno no es consciente (Acto humano


inconsciente). Se crea el movimiento de querer algo que tienen el prójimo y nosotros lo
queremos. Si nos frenamos en ese acto, no estamos cometiendo pecado, tenemos la
tentación.

Pero, si se transforman en acto, en hecho por la razón (caemos en la tentación) se convierte


en pecado), cuando le robamos al prójimo esa pertenencia por pura envidia.

El otro motivo por el cual el movimiento humano no es perfecto es por la parquedad de la


materia (algo sin importancia), por ejemplo envidiar que juega mejor que nosotros a las
cartas, esto no tiene importancia.

La envidia que le importa a Santo Tomas es la envidia de los bienes que componen la
integridad del bien humano (la felicidad, la excelencia del otro).

El envidioso manifiesta la tristeza que la felicidad del otro, o de la excelencia del otro. Odia
el triunfo ajeno, está en competencia con el prójimo constantemente. Los que más envidian
son los pusilánime (todo le parece grande) y los vanidosos.

La envidia se ordena a la Soberbia. Por ejemplo la envidia al próximo (el hermano, el


compañero de trabajo, al amigo…).

Algunos ejemplos de pecados capitales cometidos debido a la envidia son:

Tener sentimientos de odio por causa del bienestar ajeno.

Desear de forma desmedida objetos o cualidades que los otros poseen.


Actuar de forma desleal en contra de alguien para que le vaya mal.

Las Hijas de la Envidia

Santo Tomás, al comentar un texto de San Gregorio donde este enumera las hijas de la
envidia – a saber:

Murmuración.

Detracción.

Odio.

Exultación por la adversidad.

Aflicción por la prosperidad.

En la envidia hay algo que ejerce la función de principio, algo que tiene el papel de medio y
algo que desempeña el de fin. El principio consiste en el envidioso disminuir la gloria del
otro; ocultamente, como es el caso de la murmuración; o manifiestamente, como se da con
la detracción. El medio consiste en que, visando disminuir la gloria de otro, o lo consigue y,
entonces, tiene lugar la exultación con las adversidades ajenas, o, no lo consigue y entonces
es el caso de la aflicción con la prosperidad ajena. En cuanto al término, él consiste en el
odio; pues así como el bien que deleita causa el amor, así la tristeza causa el odio, conforme
dijimos (Suma Teológica II-II q. 36, a. IV).

El Angélico resalta que aunque la envidia no sea propiamente el más grave de los pecados,
todavía cuando el demonio la sugiere, «induce al hombre a lo que le ocupaba principalmente
el corazón. Pues como se dice en el mismo lugar, por vía de consecuencia, por envidia del
diablo entró al mundo la muerte» (Suma Teológica II-II q. 36, a. IV).

Entretanto, Santo Tomás afirma que hay una envidia que puede ser considerada como uno
de los más graves pecados, pues se vuelve contra el Espíritu Santo. Este pecado es llamado
de envidia de la gracia fraterna.
Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no solamente
se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el
mundo» (Santo Tomás). Entristecerse con la santificación del prójimo es un pecado directo
contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la
remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien
duele la virtud y santidad de los justos.

Es un sentimiento que genera tristeza o rabia cuando se observa el bien ajeno o las
pertenecías de los demás, sean materiales o no: posesiones, talentos, trabajos, popularidad,
apariencia… Los envidiosos desean poseer aquello que otros tienen y muchas veces quieren
el mal para sus semejantes.

Remedio para la Envidia

El remedio es la Caridad y especialmente con la virtud de la misericordia que es una la


compasión en nuestro corazón de la miseria por la desgracia ajena y nos mueve a socorrer,
Santo Tomas de Aquino la llama los actos de Beneficencias. Hay dos motivos para
compadecernos, uno es la amistad, cuando un amigo está mal, nosotros estamos mal. Por
el amor de amistad. El segundo es la proximidad de estado, condición, circunstancias que
nos hace pensar que ese mal del prójimo lo podemos sufrir nosotros mismos. El que sufre
tiene más facilidad de sentir compasión del que no sufre por salud, los ricos, o los
poderosos, etc…

Lo que nos hace ver que somos más frágiles, sensibles, nuestras debilidades, etc… nos
acerca más a los actos de beneficencia, a ser más misericordiosos.

Lo que podemos hacer son las obras de misericordia, es lo que nos hace vencer a la Envidia.
Perdonar es una de las mayores obras de misericordias.

Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro
prójimo en sus necesidades corporales y espirituales
La Iglesia nos ha dado un listado bastante completo, basado en este texto bíblico, que nos
sirve de guía en nuestro amor al prójimo.

Son las llamadas Obras de Misericordia: Corporales y Espirituales.

Misericordia significa sentir con el otro sus miserias y necesidades, y –como consecuencia
de ese compasión (sentir con) – ayudarlo, auxiliarlo.

En total son 14: 7 Corporales y 7 Espirituales.

OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA

Dar de comer al hambriento.

Dar de beber al sediento.

Dar posada al necesitado.

Vestir al desnudo.

Visitar al enfermo.

Socorrer a los presos.

Enterrar a los muertos.

OBRAS ESPIRITUALES DE MISERICORDIA

Enseñar al que no sabe.

Dar buen consejo al que lo necesita.

Corregir al que está en error.

Perdonar las injurias.

Consolar al triste.

Sufrir con paciencia los defectos de los demás.


Rogar a Dios por vivos y difuntos.

Las Obras de Misericordia Corporales, en su mayoría salen de una lista hecha por el Señor
en su descripción del Juicio Final.

La lista de las Obras de Misericordia Espirituales la ha tomado la Iglesia de otros textos que
están a lo largo de la Biblia y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo: el perdón, la
corrección fraterna, el consuelo, soportar el sufrimiento, etc.

4-Acedia

Acedia, del latín acidia, es una versión latinizada de la palabra griega «ἀκηδία» (a-kédia), es
decir la negación de kêdos (cuidado). Por ello es definida originalmente como «descuido» o
«falta de cuidado».

Como Vicios Capitales son formas de tristezas y en cuanto a vicios van en contra de la
Caridad. Cae en la apatía espiritual. Es la tristeza de bien divino.

Para Santo Tomás de Aquino, la acedia es «dolor por el bien espiritual en la medida en que
es un bien divino». Se convierte en pecado mortal cuando la razón consiente en la «huida»
(fuga) del hombre del bien divino, «a causa de que la carne prevalece totalmente sobre el
espíritu».

Cuando Tomás de Aquino estudia el pecado de acedia, este pecado es tematizado dentro
del Tratado de la Caridad y Tomás de Aquino, lo ubica como el vicio opuesto al primer fruto
de esa virtud, es decir, al gozo de la comunión con el bien divino.

La alegría espiritual es el regocijo que brota del interior del hombre por la presencia del bien
inmutable al que tiende la caridad. De allí que la alegría sea como una especie de
ensanchamiento y exultación, en cuanto que el gozo interior prorrumpe en un júbilo que, de
algún modo, es impelido hacia fuera.
Desde esta perspectiva, la acedia es la negación de la comunión divina en el alma y la
aniquilación gradual del que persigue la caridad que es, precisamente, establecer una
relación de amistad entre Dios y el hombre por la bienaventuranza. La acedia es definida por
Tomás como una tristeza espiritual que apesadumbra y embarga el ánimo del hombre. En la
medida en que ella atenta directamente contra el gozo interior, engendra negligencia por el
cuidado de la vida espiritual, se cura mediante particularmente por la plegaria y el culto a
Dios.

La religión –según sostiene el Aquino – es una de las virtudes morales que más se
aproxima a Dios, en cuanto que realiza lo que directamente se ordena al honor divino.

Y, El mal de la acedia conlleva, de manera inmediata, un descuido con respecto al culto


divino y a la plegaria. Atenta directamente al amor de Dios, a la Caridad. La acedia se
desemboca o en hiperactividad para destruirla o bien en el cansancio, una tristeza opresiva,
paralizante llegando a la depresión.

Tomás comprende la acedia como el vicio opuesto al “gaudium”, que es el gozo espiritual a
raíz de la fruición del bien divino propiamente dicho.

En lugar de gustar y ver la bondad del Señor, el alma que padece la acedia se duele y
acongoja porque el bien divino ya no le complace, ni tampoco los medios –la plegaria y la
devoción– que podrían contrarrestar esa aflicción.

Es la madre de todos los vicios: Engendra principalmente la ociosidad y la pérdida de


tiempo, origen de la ignorancia y de la incapacidad; produce inconstancia y la inutilidad de la
vida.

La virtud opuesta a la Pereza es la Diligencia (Prov. 6, 6 – 12) que nos impulsa a cumplir
todos nuestros deberes con exactitud y entusiasmo.

Las Hijas de la Acedia


Para Tomas de Aquino, la pereza no es vicio capital, este se opone a la virtud de la
diligencia. Pero la Acedia se opone a la Caridad y podemos averiguar sus hijas, cómo brotan
de la Acedia, para el hombre no puede estar mucho tiempo dentro de la tristeza y entonces
huyen de lo que entristece y busca placeres, para olvidar sus males.

En el movimiento de huida de la tristeza, se observa que el hombre rehúye de lo que le pone


triste, y después impugna lo que le produce tristeza (escapa y ataca de lo que le pone triste)

Lo que entristece al alma es el fin, que es Dios, y los fines que lo llevan a Él.

Así surge la primera hija, la Desesperación, que es pensar que no es posible seguir
adelante, el camino hacia Dios, que es demasiado difícil, que no hay remedio. Va contra una
virtud teologal. Pero más adelante veremos que, también, es hija de la lujuria.

La desesperación nos paraliza porque nos aparta de los auxilios que Jesús nos ofrece.
Entonces nos dejamos llevar por la corriente de los instintos bajos y no luchamos contra
ellos con suficiente fortaleza. Nos apartamos del camino de la virtud y de la lucha de cada
día.

Quien desespera puede echarse la culpa de su mal o culpar a otro. Pero no ve cómo resolver
la culpa, no cree tener perdón o no cree poder vivir la cruz que lleva. La desesperación si
tiene remedio. Jesús vino para liberarnos, para sanarnos. Solo Él puede penetrar hasta el
interior de nuestro corazón y sanar las culpas, perdonarnos y darnos la gracia de perdonar.

De la Desesperación surgen dos hijas, una la indolencia de los preceptos y la otra es la


pusilanimidad

La Pusilanimidad: se define como mal de una persona “que muestra poco ánimo y falta de
valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros o dificultades o soportar desgracias”.
Este es un vicio en contra de la Magnanimidad. Es un complejo de interioridad, una falta de
vida espiritual.
La indolencia de los preceptos, es no respetar los preceptos, abandonar sus oraciones, los
sacramentos, la vida interior. Etc….Es ir en contra de la nómia que significa ‘conjunto de
leyes o normas’.

Ya hablaremos más adelante que la Desesperación es hija también de la lujuria.

Malicia: La malicia es una fortaleza espiritual de maldad y tiene relación con la desconfianza
y el rencor, es decir que el que tiene malicia, prefiere pensar de con picardía y astucia:
“Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra”. Se
puede decir también que es un odio de los bienes espirituales mismo. El odio de la iglesia,
de la eucaristía, etc…

Rencor: el combate o La impugnación de los bienes espirituales que contristan, se hace a


veces contra los hombres que los proponen y eso da lugar al rencor. Estos hombres son los
sabios, maestros, sacerdote Este rencor produce que los pensamientos de la ofensa
regresen una y otra vez, y uno se convierte en una esclava de la ofensa y el ofensor. Es un
sentir profundo de incomodidad y mala voluntad hacia la persona que causó el dolor, con
deseos de que Dios haga justicia, y que él o ella pague el precio por su maldad. Y entonces

Libertinaje, Divagación de la mente por lo ilícito, la mente se dispersa, y se diluye en los


diferentes placeres que produce las diferentes potencias del hombre.

Podemos apuntar algunos ejemplos:

Comportarse de forma irresponsable en el trabajo llegando tarde o faltando con frecuencia.

Delegar las responsabilidades propias en otros.

Vivir en el desorden.

Descuidar el propio aseo personal.


Remedio para la Acedia

Hemos visto junto a las hijas, alguna solución, podríamos resumirla en que su curación es
mediante, particularmente, por la plegaria y el culto a Dios.

Pero aquí veremos la visión, más bien de Evagrio Póntico, para ampliar esta visión de
remedios para la acedia. Siempre con la visión monacal o hacia el monje.

Los remedios de la Acedia, invitan al cuidado y a la vigilancia de sí y de Dios, a la atención


como fondo de la conciencia orante que es capaz de reconocer sus injusticias. Son
lágrimas capaces de despertar al hombre a un nuevo estado de libertad y de paz espiritual,
es decir, de “apatheia”, la que le permite distanciarse de los objetos y desprenderse de su
esclavitud.

Estrechamente asociada a las lágrimas, se encuentra la repetición sálmica o, en un sentido


más amplio, la liturgia. Se trata de la repetición de un texto sagrado breve que va más allá
de la mera comprensión racional. Suenan, sobre todo, las palabras del salmo 41, 6: “Quare
tristis es, anima mea, et quare conturbas me? Spera in Deo…”. Esta réplica constante de
versículos insinúa, en el contexto evagriano, la penetración interior y la necesidad de repetir
para alcanzar la presencia en el corazón de un modo durable.

Pero interviene también aquí un elemento ritual que asegura la novedad y la renovación,
puesto que no se trata de una repetición aburrida y monótona, sino salutífera. Sin el rito
todos los días serían iguales; es él quien designa los momentos más favorables, otorgando
de ese modo un alivio a los trabajos y a las jornadas. Por otro lado, no se trata simplemente
de leer sino de pronunciar las palabras junto a San David, como afirma Evagrio, haciendo
hincapié de este modo en la dimensión física y corporal de este ejercicio.

Relacionada con esta práctica, está la paciencia o firmeza –hypomoné que asegura que el
alma no se desviará de su fin a pesar de todas las dificultades. Sería un síntoma de acedia
querer combatirla sin ejercitar la paciencia. Dice Evagrio que “las nubes sin agua son
arrastradas por el viento así como el espíritu sin firmeza es arrastrado por el espíritu de la
acedia”. La paciencia, que no es una virtud pasiva, implica la utilización de los recursos
tímicos o irascibles del alma, necesarios en la lucha contra el demonio de la acedia.

La paciencia está relacionada también con la idea de terminar un trabajo sin dejarse llevar
por la fiebre del trabajo, que es denunciada por Casiano, dado que ella conduce, por
naturaleza, a dejar todo inacabado. Se trata de ser capaces de terminar aquello que se ha
comenzado y de no abandonarlo, dándole la medida que requiere. Es fundamental tener
presente la mesura, puesto que los extremos son siempre patológicos. “La acedia sigue al
trabajo excesivo”. El trabajo mesurado, realizado en el dolor y la perseverancia, no tiene
precio. Reducir el trabajo lleva al placer, pero hacerlo sin medida da libre curso a la
aprobación.

Es importante que sepamos que podemos vencer la desesperación. La verdad es que para
Dios nada es imposible. San Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» -Flp. 4,13. El
primer paso para sanarse es reconocer el pecado y decidir confiar en Jesús. Si descubrimos
que la desesperación nos domina, tendremos que recurrir al Señor aunque no sintamos las
ganas de hacerlo. Actuamos entonces por fe. Hace falta integrarse en la iglesia; recibir la
gracia de los sacramentos; hacer, aunque requiera gran esfuerzo, lo que sabemos que Dios
quiere de nosotros. Él es misericordia infinita y nos dará la fuerza.

5-Ira / Iracundia

La ira como pasión, o emoción de la que se toma el nombre del apetito irascible, Santo
Tomas sigue a Aristóteles (Ethica Nicomachea y Rethorica) y ve la Ira como un apetito de
venganza, el apetito de restituir la justicia, la ira está al servicio de la justicia. Siendo este (la
Ira) el apetito de restituir la justicia.

Debemos afirmar desde ahora que es posible distinguir tres sentidos de ira en Tomás de
Aquino lo largo de su obra.

En primer lugar, está la ira como pasión de carácter apetitivo-sensible, que surge en
respuesta ante alguna realidad que es percibida por la facultad estimativa como contraria a
la propia integridad o subsistencia. A este sentido de ira se refiere Tomás cuando afirma
que es “cierta pasión del apetito irascible […] que tiende a la destrucción de lo que es
captado como contrario a lo querido o deseado” (In Sententiarum III, dist.15, q. 2, art. 2, sol.
2). Aunque no dudamos que la distinción entre lo humano y animal se ha vuelto objeto de
una argumentación más extensa en la actualidad, en Tomás de Aquino dicha ira
correspondería a aquella facultad apetitiva que el ser humano comparte con algunas
especies animales (por ejemplo, perros, serpientes, leones). La ira como pasión sensible se
caracteriza por estar acompañada de una conmoción orgánico-corporal (Summa 2-2, q. 158,
art. 8, resp.), y por tratarse de una respuesta involuntaria, puede ser considerada una fuerza
indiferente moralmente hablando.

En segundo lugar, junto a la ira de tipo sensible, habría que distinguir una ira como
movimiento de la voluntad: el ser humano tiene conciencia de aquello que se percibe como
contrario al propio deseo y, por tanto, busca intencionalmente la reparación de un agravio
por medio de infligir una pena al otro. A este sentido de ira se refiere Tomas cuando afirma
que “es la voluntad de reivindicar algún mal que nos han hecho” (In Sententiarum III, dist. 15,
q. 2, art. 2). También al decir que la ira es “el deseo de venganza procedente de un agravio
previo” (De Veritate q. 25, art. 2, sol. 9). Finalmente, cuando dice que la ira “es el deseo de
causar daño a otro bajo la razón de justa venganza” (Summa 1-2, q. 47, art. 1, resp.).

Esta segunda clase de ira, que no estaría presente en los animales, presupone en la persona
un acto de razón por el que juzga que ha sido objeto de un mal. A esto se refiere Tomás
cuando afirma que “el movimiento de ira tiene su comienzo en la razón” (Summa 1-2, q. 48,
art. 3, sol. 3), y la escucha, pero imperfectamente, pues se apresura a ejecutar una orden sin
escuchar antes todo lo que se le tiene que decir (De malo q. 12, art. 2, resp.).

Respecto de estas dos clases de ira, es fácil comprender que se hallan mutuamente
vinculadas cuando se presentan en el ser humano. La razón es que en el terreno concreto
de la acción humana, al movimiento del apetito inferior sigue necesariamente un acto del
apetito superior. En otras palabras, cuando la ira se presenta, a la reacción
orgánico-hormonal que ocurre a nivel corporal, le acompaña un querer tomar venganza
consciente y voluntaria ante el daño sufrido.

Finalmente, en tercer lugar, se encuentra la ira que tiene el sentido de iracundia, es decir, el
vicio consistente en la incapacidad para moderar convenientemente la ira como pasión
(Summa 2-2, q. 157, art. 1, sol. 3). Y así, la paciencia y mansedumbre se oponen más bien a
la ira como iracundia, mas no a la ira como pasión del apetito sensible o como movimiento
de la voluntad. Para comprender lo que se entiende por esta moderación conveniente de la
ira, Tomás de Aquino tiene presente a Aristóteles. Si la iracundia nace de la dificultad de
determinar cómo, con quiénes, por qué motivos y por cuánto tiempo debemos irritarnos
(Ethica 1126a 33-5), una contribución importante para el manejo de la iracundia debe partir
por el cultivo de una disposición conforme a la que debemos irritamos con quienes
debemos, por los motivos debidos, y como debemos, lo que siempre es digno de alabanza
(Ethica 1126b 1-3).

Pueden resumirse los tres tipos de ira existentes en Tomás de Aquino, señalando que la ira
puede ser:

una pasión de suyo.

una pasión ordenada.

una pasión desordenada.

Naturaleza causal de la ira según Tomás de Aquino

Ira como pasión

En términos generales, puede decirse que existen distintas condiciones para cada tipo de
ira. El caso de la ira como pasión no ofrece mayores dificultades. Se puede afirmar que es
una ira de tipo corporal, pues procede de la naturaleza animal y es ocasionada por algo que
proporciona un dolor actual o inminente. En virtud de ella se enojan los niños cuando son
castigados o los animales cuando son molestados. A ello se refiere Tomás cuando afirma:

Las bestias encaran los peligros en virtud de la tristeza ocasionada por los males que
padecen al presente, por ejemplo, cuando se les está haciendo un daño; o en virtud del
miedo ocasionado por aquello que temen llegar a sufrir, por ejemplo, cuando temen que van
a ser dañadas. Y así, cuando son provocadas a la ira atacan a los seres humanos; en
cambio, si estuvieran en la jungla o en los pantanos no atacarían a los seres humanos
porque no serían dañadas al presente ni temerían serlo a futuro. (In Ethicorum lib. 3, lect. 17,
n. 574).

Como se desprende de este pasaje, la ira como pasión aparece vinculada a otras pasiones
sensibles, como la tristeza o el miedo. Porque ante la insatisfacción que produce la
privación actual de un bien placentero –propio de la tristeza– o el rechazo de un mal
inminente e inevitable –propio del miedo– la respuesta subsecuente puede ser la ira. Y por
ello, aquel que experimenta tristeza en presencia del perjuicio que sufre o miedo ante la
expectativa de sufrir un perjuicio, se irrita al margen de cualquier tipo de juicio de la razón,
elemento que ciertamente es indispensable en los otros tipos de ira.

La ira como pasión también surge cuando el sujeto que la padece se encuentra ante alguna
realidad que le lleva a postergar un placer o le impide gozar plenamente de él. Ello explicaría
el comportamiento de ciertos animales que luchan entre sí con gran furor por comida,
bebida o placer sexual, incluso hasta la muerte del adversario. También el caso de los bebés
que se irritan cuando se ven privados de sueño o alimento3. No es que dispongan de un
juicio de la razón o movimiento de la voluntad para experimentar irritabilidad; basta que una
facultad valorativa como la estimativa en los animales o la cogitativa en los humanos capte
una determinada realidad concreta como opuesta a la propia integridad o subsistencia para
que la respuesta sea la ira.

Ira como movimiento de la voluntad

La ira como movimiento de la voluntad, supone “el deseo de causar daño a otro, buscando
con ello una reparación” (Summa 1-2, q. 47, art. 1, resp.). Tomás considera que siempre
lleva implícito algún perjuicio causado por quien la provoca, perjuicio que además debe ser
percibido como injusto por quien la sufre. Después de un análisis conceptual de lo que
implica esta clase de ira, podemos establecer que posee cinco condiciones necesarias y
concatenadas para que se produzca, de modo que difícilmente pueden presentarse una
independiente de las otras.

Percepción de estar siendo menospreciado: la causa fundamental de la ira es la captación


consciente de un menosprecio, que va desde el simple desdén ocasionado por otro,
pasando por la oposición del otro a la propia voluntad hasta culminar con un ataque
personal de los demás hacia uno mismo, ya sea mediante hechos con los que el otro
disimula el poco aprecio que tiene hacia uno, o lo manifiesta abiertamente mediante
palabras.

Vinculado con esta característica, SantoTomás cita (Summa 1-2, q. 47, art. 2, resp.) una
opinión de Aristóteles, en la que afirma que el menosprecio ocasionado por quien la provoca
debe ser captado racionalmente como injusto por quien la padece (Rethorica 1380b, 16).
Siguiendo esta misma consideración aristotélica, Santo Tomás afirmará que los seres
humanos no se enojan cuando piensan que sufren justamente el daño por parte de aquel
que se los provoca, porque la ira no surge contra lo que se considera justo (Summa 1-2, q.
47, art. 2, resp.).

De todo lo anterior se sigue como consecuencia importante que, cuanto más excelente se
es, mayor será la ira que se sufra cuando se percibe que se es menospreciado en aquello en
lo que destaca (Summa 1-2, q. 47, art. 3, resp.). Cualquier campeón de billar se irrita menos
por ser menospreciado en cuanto a su riqueza se refiere, que por ser derrotado en billar; el
orador se enoja si es humillado en su elocuencia, etcétera.

Dado que el menosprecio provocado por el otro se extiende a todas las cosas que uno
mismo aprecia, pero que los demás desprecian, también favorecerían la ira algunas
circunstancias tales como el olvido de uno mismo por parte de los demás –“las cosas que
apreciamos mucho las grabamos más en la memoria” (Summa 1-2, q. 47, art. 2, sol. 3)–; la
alegría del otro por las propias desgracias; el recibir malas noticias, y principalmente, que
haya algo que impida conseguir lo que uno quiere, razón por la cual, también las
enfermedades y la pobreza pueden desencadenar un movimiento de ira.

El deseo de ser reparado ante lo que se percibe como un daño: así como cada ente apetece
naturalmente su propio bien, existe en cada ente natural una inclinación a repeler su propio
mal. En virtud de ello, los animales están dotados de apetito irascible. Pero en el caso del
ser humano, este rechaza lo malo defendiéndose de lo que eventualmente podría causarle
un perjuicio, exigiendo retribución una vez que el daño está causado. A este deseo de exigir
reparación cuando hay causa justa para ello se denomina venganza. Si por venganza se
entiende el acto arbitrario de quien devuelve un mal movido por odio, no corresponde al
sentido que le da Tomás de Aquino, porque la venganza tomista excluye cualquier intención
directa de dañar por dañar (Summa 2-2, q. 108, art. 2, resp.).

El concepto elevado que el sujeto tiene de sí mismo, originado por la posesión de dicha
cualidad excelente, se extiende no solo a lo que es sino a lo que tiene e incluso a aquello de
lo que se ocupa, por no decir, a todo lo que considera como un bien propio. Así se explica
que los pintores se irriten contra los que desprecian el arte; que los poetas se irriten contra
los que critican la poesía, y que los estudiosos de la filosofía se irriten contra los que
desprecian la filosofía, porque despreciar aquello de lo que se ocupan equivale a
despreciarlos a ellos mismos (Tomás de Aquino, Summa 1-2, q. 47, art. 1, sol. 3.),
principalmente si aquello en lo que destaca no nace de una falsa imagen de sí, sino de una
cualidad absolutamente evidente para todos, en cuyo caso no solo se encenderá contra el
que lo provoca, sino que acabara despreciándolo igualmente (por ejemplo, llamar pigmeo a
alguien de gran estatura), a no ser que piense que lo que el otro afirma de sí es producto de
la ignorancia o alguna broma sin la menor intención de vilipendiar a nadie.

Pérdida repentina de la excelencia antes poseída: cuando inesperadamente alguien deja de


poseer una determinada cualidad por la que era estimado por los demás o pensaba que lo
era, hay mayor propensión a la irritabilidad porque esa carencia se hace más notoria, y, por
tanto, es mayor la tristeza que ocasiona. Por algo señala Tomás que “una cosa resalta más
cuando se la coloca al lado de su contraria” (Summa 1-2, q. 42, art. 5, sol. 3.). Por eso,
cuando alguien pasa de repente de la pobreza a la riqueza, encuentran la riqueza más
atractiva que antes de ser rico. Y viceversa, los ricos que caen en la pobreza la encuentran
más horrible que antes de ser pobres.

La esperanza de alcanzar la correspondiente reparación: la ira como movimiento de la


voluntad surge además porque el sujeto que la sufre percibe que tiene posibilidades de
conseguir algo a su favor de quien la provoca. El sujeto de la ira aspira a conseguir una
retribución por el daño que estima le han ocasionado. En este sentido, la ira aumenta
cuando también aumenta la esperanza de obtener algo a cambio de ella. Por ello, la ira que
se apodera de una multitud enardecida contra el tirano durante una revuelta es mayor que la
ira que ocurre en aquel que considera imposible o difícil alcanzar cierta eficacia mediante su
ira (Summa 1-2, q. 47, art. 4, resp.).

Según se ha establecido en la introducción, la iracundia es la ira incapaz de ser moderada


mediante la voluntad por medio de la razón (Summa 1-2, q. 158, arts. 2-7; De malo q. 12,
arts. 2-5.). La iracundia sigue siendo ira, pero no es la ira virtuosa como movimiento de la
voluntad y acompañada de una vindicación (venganza) perteneciente a la justicia, sino una
ira viciosa, pues equivale a una ira excesiva en la medida en que no se experimenta como
conviene, con quien conviene, por los motivos con que conviene y en el momento que
conviene.

La causa fundamental de la iracundia radica en que alguien busca un mayor reclamo que
aquel que se le debe, o busca servirse de la autoridad que ostenta para con ello vengarse, o
simplemente se deja llevar por la ira para un fin indebido (Tomás de Aquino, De malo q. 12,
art. 2, resp.), como sería el desear que fuera castigado el que no lo merece (Tomás de
Aquino, Summa 1-2, q. 158, art. 2, resp.) con acciones que dañan injustamente al prójimo.
La iracundia constituye algo que va contra la naturaleza humana, y un vicio opuesto a la
mansedumbre. Así, mientras que la iracundia incita al ser humano a imponer un castigo
más grave que el que conviene, la mansedumbre tiende a refrenar el ímpetu de la ira. Por
tratarse de un vicio, la iracundia constituye un mal hábito arraigado en el alma. Puede existir
una inclinación a ella, lo que se manifiesta en el hecho de que alguien se deja llevar
fácilmente por ella. Además, Séneca considera que la iracundia se vincula a razones de tipo
cultural y educativo. En este sentido, los individuos muelles y delicados a los que mucho se
les perdona e incluso gratifica y consiente se les ocasiona un serio perjuicio en su desarrollo
moral, pues al abandonar el lecho de comodidad en que han sido criados, se vuelven
irritables y malhumorados al contacto con el desaire y la contradicción.

Por su parte, cuando se trata de enseñar con disciplina para los distintos saberes y
quehaceres de la vida, es fácil que los maestros o padres pierdan la paciencia hasta llegar a
la ira cuando se trata de enseñar a quien es lento para aprender, algo que aquellos lograron
adquirir con más facilidad debido a su mayor talento o ingenio.

Hijas de la Ira

El enfado descontrolado puede conducir a los siguientes ejemplos de pecados capitales:

Cometer actos fuera de la ley debido a la necesidad de venganza que la ira genera.

Dañar significativamente a alguien de forma física o verbal (las querellas).

Cometer actos en momentos de ira de los que después podemos arrepentirnos.

Las causas ordinarias de la ira son: la soberbia y el apego obstinado a las propias ideas.

La ira nos induce a blasfemar (Palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado.
Palabra o expresión gravemente injuriosas contra alguien o algo) del Santo nombre de Dios,
vengarnos del prójimo, injuriar, lastimar, herir y en ocasiones hasta dar muerte. Matar no
sólo es quitar la vida, es atentar contra la dignidad, la honra y el honor.

Cuando Dios nos manda No Matar, nos prohíbe dañar la vida corporal o espiritual tanto la
propia como la de nuestro prójimo.

Las tres especies de ira que establece el Damasceno y también San Gregorio Niceno se
toman de aquello que da a la ira algún aumento. Esto ocurre de tres modos. Uno, por la
facilidad del mismo movimiento. Y a tal ira la llama bilis o cólera, porque se enciende
rápidamente. Otro, por parte de la tristeza que causa la ira, la cual permanece mucho tiempo
en la memoria; y ésta pertenece a la manía, que se deriva de manendo (permaneciendo). Él
tercero, por parte de lo que apetece el airado, es decir, de la venganza; y ésta corresponde al
furor, que no descansa hasta que castiga. Por eso el Filósofo, en IV Ethic., a algunos de los
que se irritan los llama agudos, porque se enojan pronto; a otros, amargos, porque retienen
la ira por largo tiempo; a otros, difíciles, porque jamás descansan si no castigan. (Suma
teológica – Parte I-IIae – Cuestión 46)

Otras hijas:

Aquí veremos como de la ira derivan estos vicios o pecados.

Rencillas: Cuestión o riña que da lugar a un estado de hostilidad entre dos o más personas.

Injurias o clamor: 1. f. Agravio, ultraje de obra o de palabra. 2. f. Hecho o dicho contra razón
y justicia. 3. f. Daño o incomodidad que causa algo. 4. f. Der. Acción o expresión que lesiona
la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia
estimación.

Indignación: Enojo, ira o enfado vehemente contra una persona o contra sus actos.

Remedio para la Ira


San Pablo en la 2 Tm. 3.10 nos da la virtud por excelencia la Paciencia.

Por otro lado tenemos el control de los pensamientos, gobierno de los propios
pensamientos para así controlarnos.

Otro remedio es la capacidad de padecer, la paciencia que es lenta a la ira, y así llevaremos
mejor la tristeza que deriva a la ira.

Santo Tomas, nos anima a la Caridad, la misericordia, la limosna, todo aquello que dulcifica
el ánimo y el alma.

Por último nos aconseja la abstinencia, la liberalidad, la humildad, la mansedumbre como


remedio radicales.

6-La Avaricia

Es un amor excesivo por los bienes materiales y principalmente por el dinero. Se reconoce
que se estiman los bienes materiales con exceso, cuando sin importar los medios ilícitos se
está dispuesto a adquirirlos, conservarlos y aumentarlos. La avaricia es un gran pecado; San
Pablo la llama una idolatría y declara que los avaros no entrarán en el Reino de los cielos. La
avaricia nos hace duros con los pobres, indiferentes a los bienes del cielo, y hasta nos incita
a veces a apoderarnos de los bienes ajenos. La virtud opuesta a la Avaricia es la Bondad

La Avaricia o Codicia, para Santo Tomás, está incluida en todos los vicios o en todos los
pecados, hay una aversión a Dios (Soberbia) y una conversión a todas las criaturas, hay una
conversión a los bienes terreno, los bienes se pueden reducir a tres:

1) Los bienes externos que se persiguen por la avaricia.


2) Los bienes del cuerpo que se persiguen por la gula y la lujuria.

3) Los bienes de alma, que se persigue por la soberbia y la vanagloria.

Ahora nos centraremos en el apetito desordenado de la riqueza.

Santo Tomas distingue aquí dos tipos de Avaricia, el apetito interior de la justicia y la
Iliberalidad.

Una es Opuesta a la justicia y otra es Opuesta de la liberalidad.

En efecto, puede uno ser iliberal o avaro por defecto en el dar; y si da poco es parco, y si no
da nada, obstinado, y si le cuesta mucho dar, tacaño, porque tiene en gran estima cosas
insignificantes. A veces uno es iliberal o avaro por exceso en el modo de conseguir el
dinero. Y esto por doble capítulo. Uno, porque lo gana por medios torpes: entregándose a
trabajos viles mediante obras serviles o porque hace negocio de actos pecaminosos, como
el de la prostitución y otros parecidos, o porque saca interés de lo que debe prestar gratis,
como los usureros, o el que saca poco provecho de grandes trabajos. Otro, porque lo gana
con medios injustos: o usando de la violencia con los vivos, como los ladrones, o
despojando a los muertos; o enriqueciéndose a cuenta de los amigos, como los jugadores.

La liberalidad tiene por objeto pequeñas cantidades de dinero, lo mismo que la iliberalidad.
Por eso a los tiranos, que arrebatan violentamente grandes posesiones, no se los llama
avaros, sino injustos.

Santo Tomas Dice:

“Los bienes exteriores son medios útiles para el fin (…). Por tanto, se requiere que el bien del
hombre en estos bienes exteriores guarde una cierta medida, es decir, que el hombre
busque las riquezas exteriores manteniendo cierta proporción, en cuanto son necesarios
para la vida según su condición. Y, por consiguiente, el pecado se da en el exceso de esta
medida, cuando se quieren adquirir y retener las riquezas sobrepasando la debida
moderación. Esto es lo propio de la avaricia, que se define como el deseo desmedido de
poseer. Por tanto, es claro que la avaricia es pecado” (Suma de Teología II-II c. 118 a. 1 sol.).

La búsqueda natural de seguridad utiliza estos bienes para satisfacer las necesidades
relativas a la subsistencia, teniendo, por tanto, un valor instrumental.

Por el contrario, la actitud viciosa o pecaminosa del avaro se centra en la exclusiva


conservación y obtención de los bienes materiales, confiriéndoles un valor en sí mismos,
disfrutando, no de su uso sino de su posesión. En otras palabras, no tiene nada de malo
buscar una buena condición económica y social a través del trabajo continuo, pero tener
como proyecto de vida la mera acumulación de dinero ya es una distorsión, una enfermedad
espiritual, un vicio dañino.

El que está apegado a los bienes materiales no confía en la providencia de Dios y no quiere
abandonar la seguridad que le dan sus bienes. Pone su apoyo en lo que ve, y no está
dispuesto a apoyarse en Dios, la única y verdadera seguridad. Por eso, todo el que está
aferrado a vicios que lo hacen sentirse alejado de Dios suele padecer también de la avaricia.
Se pierde la fe y la esperanza en el creador de todo bien material y se construyen proyectos
vanos e ilusorios que parecerían asegurar un futuro espléndido de abundancia, gozo y
bienestar.

Hijas de la Avaricia

Uno de los aspectos más llamativos de la cultura contemporánea es el culto al dinero,


considerado como un valor predominante que se convierte en criterio de juicio de las
personas y sociedades: “A mayor poder adquisitivo, mayor felicidad” tiene todo hombre
contemporáneo en el inconsciente ―aun cuando reconozca que es un error―, pero, en
realidad, hasta las estadísticas demuestran que esta lógica es falsa.

Los medios de comunicación demuestran los extremos a los que pueden llegar personas y
grupos por adquirir dinero.

Pareciera ponerse la riqueza por encima de los valores familiares, y los valores cristianos.
La avaricia trae como consecuencias la intranquilidad, un estado de temor, ansiedad y
angustia por la inestabilidad de las riquezas; hoy se puede tener, pero mañana ¿quién sabe?
La tristeza es también una característica propia del avaro, bien por la frustración de no tener
cuanto desea, bien por el temor a perder lo que tiene. El avaro es también un adicto a sus
bienes, ante los cuales consigue una falsa y cada vez menor serenidad, pues la auténtica
paz del alma y el espíritu es un don de Dios al hombre que está en gracia y lo tiene a Él
como “la porción de mi herencia y de mi cáliz” (Salmo 15,5).

Como en cualquier adicción, el avaro nunca se sacia, siempre quiere más y más, su deseo
de tener se convierte en una compulsión cada vez más difícil de erradicar, porque va
echando raíces en lo más profundo del alma, casi siempre, de modo inadvertido.

Se llaman hijas de la avaricia aquellos vicios que se derivan de ella, y en especial en cuanto
intentan el mismo fin. Pero como la avaricia es el amor excesivo de poseer riquezas, peca
por dos capítulos: Primero, reteniendo las riquezas. Y así, de la avaricia surge la dureza de
corazón, que no se ablanda con la misericordia ni ayuda con sus riquezas a los pobres.
Segundo, la avaricia peca por exceso en la adquisición de las riquezas. Y en este aspecto
puede considerarse la avaricia de dos modos: Uno, según el afecto interior. Y así la avaricia
causa la inquietud, en cuanto engendra la excesiva solicitud y preocupaciones vanas, pues
el avaro no se ve harto del dinero. Otro modo de considerar la avaricia es atendiendo al
efecto exterior. Y así el avaro, en la adquisición de las riquezas, se sirve unas veces de la
violencia y otras del engaño. Si este engaño lo hace con palabras, tenemos la mentira si se
usan palabras sin más, y si lo apoya con un juramento, tenemos el perjurio. Y si el engaño lo
realiza con obras, tenemos el fraude si se trata de cosas y la traición si de las personas,
como aparece claro en el caso de Judas, que traicionó a Cristo por avaricia (Mt 26, 15).

Remedios para la Avaricia

La virtud opuesta a la Avaricia es la Bondad

Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee.” Lucas 12:15
Un Principio que debe regir nuestra Vida

«El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto,
también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os
confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?

Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o
estimará al uno y menospreciará al otro…

No podéis servir a Dios y a las riquezas…

7-La Gula

Es una afición desordenada a beber y comer. Es contrario a la Templanza.

Hay cuatro clases de vicios contra la Templanza:

El pudor (Tiene que ver con el deseo de besos caricias, abrazos, al tacto)

La castidad (Control sexual)

La abstinencia (Moderación en el deseo de comida)

La sobriedad (Moderación en el deseo de beber bebidas inebriantes)

Y por tanto hay cuatro especies de Intemperancias:


La impudicia

La Lujuria.

La Gula.

La ebriedad.

La Gula lleva a la Lujuria.

La gula no denota ningún deseo de comer o beber, sino un deseo desmesurado. Es la


inmoderación del deseo.

Es un vicio que tienta mucho, ya que la comida es un bien, y la desmesura puede provocar
este vicio.

Dicha afición es desordenada cuando se come o se bebe con exceso o por el sólo placer de
satisfacer la sensualidad. La gula es un pecado; San Pablo compara a los que se entregan a
ella como idolatras, y dice que hacen de su vientre un Dios. La virtud opuesta a la gula es la
Moderación (2 Ped. 1, 5-8).

Según Santo Tomás y San Gregorio, uno puede ser culpable del pecado de gula de
cualquiera de las siguientes formas:

Comer de forma demasiado rápida

Comer fuera de horario y necesidad.

Comiendo o bebiendo de forma excesiva.

Buscando comida únicamente exquisita.


Sostienen que la Gula es un pecado capital, cuando uno elige antes el placer de comer y
beber que a Dios. Esto lo podemos notar, cuando tenemos que ayunar un miércoles de
ceniza o un Viernes Santo….

Este pecado capital puede conducir a actitudes como las siguientes:

Volverse adicto al alcohol u otras sustancias psicotrópicas.

Comer en forma desmedida y enfermar el cuerpo con diferentes padecimientos, como por
ejemplo la obesidad.

Anular la inteligencia ocupando siempre los pensamientos en el consumo de bebidas o


comidas.

En el Cuerpo hace dos cosas:

1 – Primero explica la división dada por San Gregorio, y lo hace analizando el desorden
que puede haber en el acto de comer. En el cual se distinguen dos partes:

a) El alimento que se toma.

b) El acto de tomarlo.

Por lo cual puede haber un desorden en el deseo bajo un doble aspecto:

En primer lugar, en cuanto al alimento que se toma:

Debemos considerar tres cosas:

1-La sustancia del alimento. Y aquí vemos que a veces se lo quiere bueno estimable, y en
esto puede haber desorden; y aquí tenemos una especie de gula, el comer manjares
exquisitos.
2-La calidad de los alimentos. Y aquí vemos que a veces exigimos una preparación
demasiado esmerada, y en esto puede haber desorden, y aquí tenemos otra especie de gula,
el comer manjares preparados con demasiado esmero.

3-La cantidad del alimento. Y aquí puede haber un desorden en el excederse comiendo
demasiado; y tenemos otra especie de gula, el comer excesivamente.

2 –En segundo lugar, se puede considerar el desorden en el acto mismo de tomar el


alimento.

Y aquí hay dos modos de desordenarse:

1-Haciendolo apresuradamente, es decir adelantando la hora de comer, y tenemos aquí otra


especie de gula; el comer fuera de hora, sin necesidad.

2-No observando la debida moderación al comer, y tenemos aquí otra especie de gula; el
comer con ardor.

Después, muy brevemente refiere la división de San Isidoro (Sententiarum Libri, II, Cap. 42):

San Isidoro reduce a una las primeras especies, y establece la siguiente división:

-Excederse en la sustancia.

-Excederse en la cantidad.

-Desordenarse en el modo de comer.


-Desordenarse en el tiempo de comer.

En las objeciones precisa:

Que las distintas circunstancias : comer fuera de hora , sin necesidad ; comer con
demasiado ardor ; exigir manjares exquisitos ; comer manjares, preparados con excesivo
refinamiento ; comer excesivamente; dan origen a distintos motivos para obrar, lo cual
originan las distintas especies de gula.

Posteriormente se analiza si la gula es un pecado capital.

Usa la autoridad de San Gregorio, que lo incluye entre los pecados capitales (Moralia XXX,
cap.45 ).

En el corpus, hace referencia a dos artículos de la Segunda Parte de la Primera Parte (1-2 Q.
84. A.3-4), donde se dice que es un vicio capital aquel que causa otros vicios como causa
final de los mismos; es decir, en cuanto que tiene un fin tan deseable que los hombres
llevados por el deseo del mismo, se sienten atraídos a pecar de diversos modos.

Ahora un fin se hace apetecible cuando posee alguna de las condiciones de la felicidad, la
cual es deseable por naturaleza.

Uno de los elementos esenciales a la felicidad es el deleite.

La gula tiene por objeto los deleites del tacto. Por tanto es un pecado capital.

En las objeciones precisa:

Que el objeto de la gula es más bien el deleite de los alimentos, que los alimentos mismos.
Se distinguen la lujuria y la gula en cuanto tienen un objeto deleitable diverso.

Hijas de la Gula

En el Corpus, afirma que como la gula tiene por objeto el deleite inmoderado en la comida y
la bebida; se deben considerar como hijas suyas o derivadas de ella; los vicios que son
frutos de ese deleite inmoderado. Es decir, que se deben considerar como derivadas de la
misma, los vicios causados por la gula como causa final.

Los frutos del deleite inmoderado son los siguientes:

1-Torpeza o estupidez del entendimiento, en cuanto la razón adormecida por la


inmoderación en la comida y la bebida; pierde el gobierno y abandona la dirección de
nuestros actos.

2-Desordenada alegría.

3-Locuacidad excesiva.

4-Chabacanería y ordinariez en las palabras y en los gestos.

5-Lujuria e inmundicia, que es el efecto más frecuente y pernicioso del vicio de la gula.

Remedios para la Gula

La virtud opuesta a la gula es la Moderación.


La buena cocina requiere arte, sabiduría en la combinación de los sabores y en su
presentación. De igual modo el comer requiere buena disposición que hace del hombre una
obra de arte, aun cuando está sentado a la mesa. Nos parecen oportunas las reglas que San
Ignacio de Loyola trae en sus Ejercicios Espirituales

Es buena cosa privarse con el ayuno para disciplinar nuestros apetitos. Quitando de lo
conveniente pronto se llegará a la medida adecuada y necesaria.

Comer comida ordinaria.

Si se trata de comida refinada, comerla en no mucha cantidad.

Mientras se come no poner la atención en la comida, con lo que se adquirirá una mayor
armonía y orden en el comportamiento y tendrá menos satisfacción en el acto de comer.

No fijar única y exclusivamente la atención en la comida.

No comer apurado a causa del apetito; es necesario mantener el dominio de sí.

Juega mucho el darse cuenta cual es la medida necesaria acerca de la cantidad y


establecerla para la recepción de la próxima comida, sin superarla ni por apetito ni por
tentación, así venceremos a dos enemigos: el desorden de nuestro apetito y el demonio con
su tentación.

Podemos agregar la participación intensa, activa y creativa en la vida familiar, con diálogo
propio y oportuno.

A aquellos a quienes tal vez cause gracia la lectura de estos consejos simples podría
recomendarles la lectura de la Suma Teológica, I, q. 74 a.3. Ad 2. Allí, Santo Tomás con el
corazón en la mano expone con toda realidad lo difícil que resulta al hombre dominar todos
sus movimientos debido a la herida -fomes- del pecado. También plantea la debilidad de
una política destructiva para luchar contra nuestras malas disposiciones. Así volvemos a la
necesidad de una correcta educación de nuestra sensibilidad debido a que el intelecto
gobierna nuestra sensibilidad no de un modo despótico, como una esclava, sino político,
con poder real, en el sentido que ejerce su poder sobre sujetos que tienen algo de sí mismos
y pueden resistir su poder. Así, el apetito sensible no solamente puede ser movido por la
cogitativa y la voluntad, sino también por el poder de los sentidos y la imaginación.

8-La Lujuria
Para comenzar definimos la lujuria como el desorden y/o inmoderación sexual.
Encontramos este significado según lo expresado por Santo Tomás en su Suma, cuando
dice: “es propio de la lujuria el incumplir el orden y moderación que la razón exige en los
actos venéreos”.

Los deseos compulsivos y excesivos de carácter sexual pueden conducir a los siguientes
ejemplos de pecados capitales:

.- (1 Cor. 6, 9 – 11; Rom. 13, 13; Rom. 1, 18 – 32; Lev. 18. 1 – 23; Gal. 5, 19 – 26) Adicción,
depravación, perversión, desviaciones y pasiones vergonzosas.

Es el vicio vergonzoso de la impureza prohibida por el sexto y noveno mandamiento

La lujuria nos hace aborrecer nuestros deberes religiosos; ciega el espíritu, endurece el
corazón, perjudica la salud y las más bellas cualidades del alma.

Se pierde la capacidad de amar y se ve a los demás como objetos desechables (úsese y


deséchese), y la pasión se confunde como amor.

La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona y, por ello, en la unidad


interior del hombre, en su ser corporal y espiritual. Forma parte de la virtud cardinal de la
templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de
sensibilidad humana. Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar:
la masturbación, la fornicación, la pornografía y la homosexualidad. (Síntesis del Nuevo
Catecismo 345, 346) La virtud opuesta a la Lujuria es la Castidad (1 Cor. 6, 9) ¿Qué es la
castidad? castidad, no es otra cosa sino el dominio de la sexualidad por la razón para
aprender a respetarse a sí mismo y a los demás

Para comprender el significado de determinadas palabras, nada mejor que acudir a su


etimología. Es lo que haremos con lujuria y con venéreo, a ver si nos aclaramos un poco
más. Decimos que es lujurioso el entregado a los placeres. Recordemos que
etimológicamente lujuria proviene del latín luxuria que significa abundancia, extravagancia.
Ambas realidades sólo posibles a los ricos, quienes vivían en permanente disfrute y goce de
placeres. Nos dice Santo Tomás:

“Hay que decir: Como afirma San Isidoro en su libro Etymol., lujurioso viene a significar
entregado a los placeres. Pero los placeres venéreos son lo que más degrada la mente del
hombre. Por eso se consideran los placeres venéreos como la materia más apropiada de la
lujuria”. (S.T. II-II C.153 a.1 Soluc.)

Y ¿qué son actos venéreos? Yendo a la etimología de la palabra reconocemos a venéreo


como procedente del latín venereus, perteneciente o relativo a Venus, diosa romana del
amor, la belleza y la fertilidad. (Afrodita es la correspondiente diosa griega, y de ella también
se desprenden palabras relacionadas entre sí, como afrodisíaco, utilizado para indicar que
algo alimenta el apetito sexual). Es por tanto, un sinónimo de acto sexual el decir actos
venéreos.

Santo Tomás deja claro al relacionar directamente con las consecuencias del pecado
original, que nosotros resumíamos en dos claras consecuencias: “sed insaciable de gozar” y
“horror al sufrimiento” en relación a los apetitos. A ello debemos sumarle también las
consecuencias producidas en las principales facultades del alma: en la inteligencia y en la
voluntad existen rémoras o trabas para bien conocer y para bien obrar. En el caso concreto
de la lujuria nos dice que: “el que la concupiscencia y el placer de lo venéreo no se sujeten al
imperio y moderación de la razón procede de la pena del primer pecado, en cuanto que la
razón rebelde a Dios mereció que la carne se rebelara contra ella, como nos dice San
Agustín en XIII De Civ. Dei”. (S. T. II-II C.153 a.2. Resp.2).

Y no sólo es consecuencia del pecado original, y por tanto que todos padecemos (excepto la
Virgen María, sin pecado concebida, y obviamente nuestro Señor Jesucristo), sino que es
considerado vicio capital. Santo Tomás lo deja claro, y si bien ya tuvimos una primera vista
en la introducción al tema afirmando su pertenencia a los vicios o pecados capitales,
recordemos qué nos dice en concreto sobre la lujuria:

“Hay que decir: Como queda claro por lo ya dicho (q.148 a.5; 1-2 q.84 a.3 y 4), un vicio
capital es el que se ordena a un fin muy apetecible, de tal modo que, al apetecerlo, el
hombre llega a cometer muchos pecados, todos los cuales se dice que proceden de aquel
vicio como de un vicio principal. Pero el fin de la lujuria es el deleite venéreo, que es el más
fuerte. Por ello, tal deleite es sumamente apetecible por parte del apetito sensitivo, ya
debido a la vehemencia del deleite, ya por lo connatural que es esta concupiscencia. Queda
claro, pues, que la lujuria es un vicio capital”. (S.T. II-II C.153 a.4 Soluc.)

Hijas de la Lujuria

La lujuria, explica Santo Tomás, es un vicio capital que tiene ocho hijas. La primera es la
ceguera mental. Esta ceguera impide juzgar rectamente sobre el fin: “la hermosura te
fascinó y la pasión pervirtió tu corazón”, leemos en el libro de Daniel.

La segunda es la inconsideración. La lujuria impide el consejo sobre lo que debe hacerse. El


amor libidinoso “no admite deliberación ni consejo, ni lo tiene en sí mismo”. La tercera es la
precipitación; es decir, la tendencia a consentir antes de tiempo, sin esperar el juicio de la
razón: “los ancianos perdieron el juicio para no acordarse de sus justos juicios”, leemos
también en Daniel.

La cuarta hija es la inconstancia, que impide permanecer en aquello que se ha elegido: “una
lágrima hará cambiar de juicio”. La inconstancia, por ejemplo, de cumplir los propios
compromisos libremente asumidos.

La quinta es el egoísmo, que modifica la voluntad haciendo que tienda, por encima de todo,
al propio placer. La sexta, el odio a Dios. Se le odia no directamente por ser Dios, sino
porque pone límites al deseo inmoderado de placer.

La séptima hija es el afecto al siglo presente, “a todas aquellas cosas por las que se alcanza
el fin intentado, las cuales pertenecen al siglo”. Y la octava, muy ligada a la anterior, es la
desesperanza del futuro, nacida del desprecio de los placeres espirituales.

La lujuria siempre busca “razones justificativas”, vanas palabras, pues “desde el principio,
para que los hombres pudiesen espaciarse a sus anchas disfrutando de sus
concupiscencias, se devanaron los sesos” para hallar excusas que legitimasen sus deseos y
sus actos.
Nada nuevo bajo el Sol. Así son las cosas; así lo vemos si somos sinceros con nosotros
mismos. Jesús, con menos distinciones, es más exigente que Santo Tomás:
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8

Remedios para la Lujuria

Huir de las ocasiones exteriores.

Conviene saber que para evitar este pecado de lujuria se requiere mucho esfuerzo, ya que es
un vicio interno; y es más difícil vencer un enemigo que es nuestro huésped. Sin embargo, se
vence de cuatro maneras:

1º) Huyendo de las ocasiones exteriores, por ejemplo, evitando las malas compañías y
todos los incentivos que ocasionalmente llevan a este pecado: No pongas los ojos en la
doncella, para que no tropieces en su belleza… No derrames la vista por las calles de la
ciudad, ni andes vagando por sus plazas.

Aparta tus ojos de la mujer ataviada; y no mires curioso la hermosura ajena. Por la
hermosura de la mujer se perdieron muchos; y de aquí la concupiscencia se enciende como
fuego. (Eccl. 9, 5-9). ¿Por ventura, puede el hombre esconder el fuego en su seno, de
manera que sus vestidos no ardan? (Prov. 6, 27). Por eso le fue ordenado a Lot que huyera
de toda la región cercana a Sodoma. (Gen 19, 17)

2º) No dando entrada a los malos pensamientos, porque son ocasión de excitación para la
concupiscencia, y esto se obtiene por la mortificación: Castigo mi cuerpo y lo pongo en
servidumbre (1 Cor 9, 27).

3º) Insistiendo en la oración, porque si el Señor no guardare la ciudad, inútilmente vela el


que la guarda (126, 1). Y el Señor dice en San Mateo: Esta casta (de demonios) no se lanza
sino por oración y ayuno (17,20). Si dos pelearen y quisieres ayudar a uno, mas no al otro,
sería necesario ayudar al primero, y negar auxilio al segundo. Ahora bien, existe una guerra
continua entre el espíritu y la carne; si quieres que venza el espíritu, es necesario que le
prestes ayuda, y esto se hace por la oración; mas es menester que se la niegues a la carne, y
esto se hace con el ayuno; pues la carne se debilita con él.

4º) Insistiendo en ocupaciones lícitas. Muchos vicios se han enseñado por la ociosidad
(Eccl. 33, 29). En Ezequiel se dice: Ésta fue la maldad de Sodoma… la soberbia, la hartura de
pan, y la abundancia, y la ociosidad de ella (16, 49). Y San Jerónimo dice: «Haz siempre algo
bueno, para que el demonio te encuentre ocupado. Entre todas las ocupaciones la mejor es
el estudio de las Escrituras.» En otro lugar dice el mismo escritor: «Ama los estudios de las
Escrituras, y no amarás los vicios de la carne.»(In Decalog., c. XXX)

9- Los Demonios de los Siete Vicios Capitales

Peter Binsfeld, sacerdote jesuita, elaboró en 1589 una clasificación de los demonios que
representan los siete pecados capitales. Estos demonios también son clasificados como
los Siete Príncipes del Infierno. Los pecados capitales, desde esta perspectiva, son guiados
por siete demonios distintos causantes de las tentaciones en las que los humanos caen en
momentos de debilidad.

Lucifer: Soberbia. Quién si no Lucifer como la entidad sobrenatural que encarna la soberbia,
pues fue la Soberbia quien condujo a rebelarse ante Dios al creer que su poder era tan
inmenso como el del supremo creador.

Mammón: Avaricia. Mammón es una palabra aramea que significa “riqueza” o “abundancia”.
Sin embargo fue hasta la Edad Media cuando se comenzó a relacionarse esta palabra con la
presencia de un ser sobrenatural que personifica los sentimientos de avaricia, riqueza e
injusticia.

Asmodeo: Lujuria. Su origen proviene de la religión mazdeísta (Zoroastrismo) de los persas.


Es el demonio que lleva a los seres humanos a experimentar su sexualidad de forma
desenfrenada y llena de lascivia; incita a la infidelidad y el deseo carnal desmesurado. Su
aspecto es de un ser tricéfalo: la primera cabeza es de toro, la segunda de hombre y la
tercera de carnero.
Satanás: Ira. Es la representación del mal absoluto. Algunas historias lo confunden con
Lucifer o lo sitúan como la evolución de éste una vez que fue expulsado a los abismos por
Dios en compañía de sus legiones de demonios. La ira es una especie de puente que
conduce al mal absoluto y al desarrollo de las acciones más viles de la especie humana.

Belcebú (Baal): Gula. También es conocido como el Señor de las Moscas. Su imagen era
horrenda: tres cabezas, la de un humano con corona, un gato y otra de una rana, las cuales
están sostenidas por el lomo y las patas de una araña, según la visión de Collin de Plancy.
Según lo relatos de la ocultista Johann Weyer, Belcebú dirigió una furiosa rebelión contra
Satanás para llegar a ser lugarteniente de éste. Belcebú gobernaba el Este del Infierno como
gran duque infernal y bajo su mando estaban 66 legiones de demonios.

Leviatán: Envidia. La Biblia describe al Leviatán como un monstruo marino de proporciones


colosales con la apariencia de una serpiente o dragón. Otras visiones lo describen como
una ballena. En la demonología de la Edad Media, Leviatán es un demonio del agua con la
capacidad de poseer a las personas.

Belfegor: Pereza. Seduce a las personas para elegir la manera más sencilla de obtener
beneficios o riquezas. Su imagen es la de una mujer de belleza indescriptible o la de un
hombre fuerte y musculoso con espesa barba. El origen de este ser sobrenatural está en las
religiones de Asiria.

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