El Lunfardo El Español en La Argentina Oscar Conde
El Lunfardo El Español en La Argentina Oscar Conde
El Lunfardo El Español en La Argentina Oscar Conde
Oscar Conde*
Lo que me propongo mostrar en la presente columna es de qué forma, con el paso del
tiempo, ese conjunto de voces y de locuciones surgido en las ciudades del Río de la
Plata en torno a 1870 denominado lunfardo ha venido a ocupar, en nuestros días, una
posición central en el español de la Argentina.
No hace demasiado —un par de décadas, a lo sumo— que se le reconoce al español
un estatus policéntrico. En otras palabras, ya no es defendible la posición que hace
del habla de Madrid (o de cualquier otra ciudad de la península) un modelo único y
“puro” para más de 560 millones de hispanohablantes. El policentrismo enseña que no
existe un solo paradigma de la lengua española, y que las variedades utilizadas en Lima,
México, Medellín, Sucre o Buenos Aires son igual de prestigiosas que las de Toledo o
Salamanca.
Sin embargo, la posición clásica del monocentrismo, prevalente no solo durante la
época colonial sino al menos hasta el último cuarto del siglo pasado, conserva muchos
adeptos en el espacio simbólico de la enseñanza de español para extranjeros —ámbito
en el cual, además de una disputa entre políticas lingüísticas de signo opuesto, está en
juego un jugosísimo negocio—. Es que los profesores de español, sobre todo cuando
son españoles, normalmente combaten la tesis policéntrica, ya porque acuerdan con
las posiciones político-económicas del Instituto Cervantes, ya por orgullosa convicción
patriótica.
Yendo a lo nuestro, estamos muy lejos de tener un estándar que pueda definirse
indubitablemente como “español de la Argentina”. Si bien es cierto que ya no la ciu-
dad de Buenos Aires sino esa megalópolis que los burócratas bautizaron como AMBA
* Doctor en Letras por la Universidad del Salvador. Profesor asociado regular del Departamento de Humanida-
des y Arte de la Universidad Pedagógica Nacional, profesor titular de Lunfardo en el Área Transdepartamental
de Folklore de la Universidad Nacional de las Artes, profesor titular regular del Departamento de Humanidades
y Artes de la Universidad Nacional de Lanús y miembro titular de la Academia Nacional del Tango y de la
Academia Porteña del Lunfardo. Correos electrónicos: oscar.conde@unipe.edu.ar y oconde@unla.edu.ar.
Gramma, XXIX, 61 (2018), pp. 57-66.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigación de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. ISSN 1850-0161.
57
Gramma, Año XXIX, 61 (2018) El Lunfardo y el Español de la Argentina (57-66)
(Área Metropolitana de Buenos Aires) parece seguir imponiendo al resto del país nue-
vos giros, modismos y voces, muchas características fonéticas, morfológicas y sintácti-
cas propias de cada región felizmente sobreviven. Hay sí, y parece imposible impedirlo,
una creciente unificación del léxico, debida fundamentalmente a la interacción pro-
puesta —o, tal vez, un poco impuesta— por los medios de comunicación y las redes
sociales. No obstante ello, es reconocible un español de Salta, uno de Mendoza, uno
de Córdoba y otro de Posadas, por ejemplo, y ninguno es mejor o más representativo
que los otros. Quiero decir, en una palabra, que el español de la Argentina también es
policéntrico, razón por la cual la existencia de una única lengua argentina sigue siendo
una vaporosa ilusión.
Sin embargo, todas estas variedades del español argentino aparecen hoy atrave-
sadas por un conjunto de voces y locuciones que enhebran lazos identitarios, que
conjugan una cosmovisión compartida, que al contenido aparente o denotado le
suman un contenido latente o connotado y que se declaran en rebeldía frente a la
lengua estandarizada. Sin ser el rasgo principal de nuestras variedades del español,
es innegable que estas ya no prescinden del lunfardo. Importa dejar en claro que las
voces y locuciones que integran un argot no son meras variantes dialectales, como
podrían ser en el español argentino las selecciones léxicas frutilla, mozo, pollera,
fósforos o saco —sinónimos de las peninsulares fresa, camarero, falda, cerillas y cha-
queta respectivamente—. Cuando hablo de lunfardo, pienso más bien en palabras
como berretín, despelotado, pete, laburar y versero, alternativas para los estándares
capricho, desordenado, felación, trabajar y mentiroso.
Afirmo que las variedades del español de la Argentina incluyen lunfardismos
porque este léxico argótico hace varias décadas que ha superado los límites físicos
de la región rioplatense para convertirse, a estas alturas, en nuestro argot nacional,
fenómeno que se verifica también en el argot francés, originalmente parisino, y en
el parlache de Medellín, que viene extendiéndose por el resto de Colombia durante
los últimos veinte años. Y esto de adjudicarle al lunfardo un alcance nacional no
es una ocurrencia mía de esta mañana. En 1974 Mario Teruggi, en su extraordi-
nario Panorama del lunfardo, escribía: “Descarto la teoría de que los argots son
de naturaleza delictiva, considerándolos, en cambio, hablas populares. Con esta
interpretación se amplía naturalmente el concepto de lunfardo, que se presenta
como un argot nacido en Buenos Aires que está deviniendo en argot nacional”
(Teruggi, 1974, p. 2).
Hace más de cuarenta años Teruggi tuvo la genial percepción de que ese proceso
ya estaba ocurriendo. El modo de comprobarlo no era científicamente validable, pero
sin duda fue muy eficaz. Según cuenta al final de su libro, una noche de 1966 se ha-
58
Oscar Conde Gramma, Año XXIX, 61 (2018)
bía tomado el trabajo de anotar durante media hora los lunfardismos utilizados por
los personajes de un programa cómico de difusión nacional. Anotó, por ejemplo, las
palabras piña, colifato, garpar, yeta, bocho, mango y rascada y las expresiones estar cero
al as, agarrar viaje y yugarla. La conclusión de este brillante lunfardólogo es que los
telespectadores ni siquiera se daban cuenta de tal bombardeo de lunfardismos, tan
incorporados estaban estos al lenguaje cotidiano. Y cierra su libro con una referencia
a Monsieur Jourdain, el protagonista de El burgués gentilhombre (1670) de Molière,
que un día descubre que había hablado en prosa toda su vida sin saberlo. Del mismo
modo, colige Teruggi, los argentinos recién estábamos descubriendo en ese momento
(en los años 70) que usamos lunfardismos sin pensarlo, “o que no los utilizamos, pero
los comprendemos, que para el caso es lo mismo” (Teruggi, 1974, p. 204). Es decir que
la competencia pasiva es prueba suficiente para validar la vigencia de un argot.
A las 6 de la mañana del 24 agosto de 2014, decidí copiar el experimento de Teru-
ggi. Encendí la radio y tomé nota de los lunfardismos que se utilizaron durante media
hora en el programa “Levantado de diez”, conducido por Beto Casella y retransmitido
por distintas emisoras de todo el país. Algunas de mis anotaciones fueron: mangos
‘pesos’, quilombos ‘problemas’, piña ‘puñetazo’, pibito ‘niño’, chorro ‘ladrón’, patovica
‘musculoso’, busarda ‘abdomen’, currar ‘robar’, ganar tres al hilo ‘ganar tres partidos
seguidos’, tachero ‘taxista’, peroncho ‘peronista’, garpar ‘pagar’, vedetongas ‘mujeres que
se exhiben en los medios de comunicación’, morfar ‘comer’, llevarse puestos gobiernos
‘propiciar su caída’, tripero ‘fanático del club Gimnasia y Esgrima de La Plata’, pincha
‘fanático de Estudiantes de La Plata’, darle a alguien ‘tener sexo con esa persona’ y
trola ‘prostituta’. Nótese que mango, piña y garpar habían sido incluidos en la lista de
Teruggi ¡48 años antes!
No hay ninguna duda de que los lunfardismos son un hilo invisible que engarza
todas las variedades diastráticas, diatópicas y diacrónicas de nuestro país. Como expli-
ca el argotólogo Louis-Jean Calvet, “la utilización de la lengua es así una manera de
situarse en estos tres ejes, una manera de reivindicar su pertenencia a un grupo social,
a un lugar o a una franja etaria” (Calvet, 1994, p. 115)1.
Si hacemos un poco de historia, la discusión acerca de la postulación de un español
americano y, más adelante, de un español argentino tuvo como protagonistas, en pri-
mera instancia, a los intelectuales nucleados en el Salón Literario, entre otros, Marcos
Sastre, Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, quien en la sesión inaugural del 18
1. Hacia fines del siglo pasado, la pragmática y la lingüística de variedades (Varietätenlinguistik) incorporarían
un nuevo eje de análisis a los tres mencionados: el diafásico, orientado al estudio de las modalidades de habla
adoptadas según cada situación comunicativa. Tal análisis permite distinguir entre el habla estándar y los
niveles culto, familiar, vulgar o grosero, o bien especializado o general, oral o escrito, formal o informal,
etcétera.
59
Gramma, Año XXIX, 61 (2018) El Lunfardo y el Español de la Argentina (57-66)
de junio de 1837 reclamaba ya una lengua nacional capaz de reflejar la nueva realidad
de la América libre. La defensa de la identidad lingüística por parte de este grupo
propició dos acontecimientos destacables. Por un lado, en octubre de 1843, Domingo
Faustino Sarmiento propuso en la Facultad de Filosofía y Humanidades de Santiago de
Chile un audaz proyecto de reforma ortográfica para el español americano. Por otro,
en enero de 1876, el poeta Juan María Gutiérrez devolvió el diploma de académico
correspondiente que le había enviado la Real Academia Española. Todos los nombra-
dos, pues, fueron tempranos promotores del autoctonismo idiomático, basados en el
principio de que uno de los atributos esenciales de una nación libre es la posesión de
una lengua propia.
Este es, precisamente, el precepto que movió al francés Lucien Abeille a publicar en
París, en coincidencia con el fin del siglo, su Idioma nacional de los argentinos en el año
1900. Con un convencimiento que roza el fanatismo, se propuso demostrar —infruc-
tuo-samente, por supuesto— que el español de la Argentina comenzaba a diferenciarse
del peninsular a partir de la incorporación de préstamos lingüísticos que provenían
tanto del guaraní, el araucano y el quichua como del italiano, el francés y, en menor
medida, el inglés y el alemán y que tal proceso concluiría con la formación de un nuevo
idioma. Las voces críticas contra este autonomismo idiomático separatista surgieron
de intelectuales nacionalistas, desde ya que elitistas e hispanófilos, defensores de una
argentinidad que presumían en peligro ante la inmigración italiana y las hablas popu-
lares como el lenguaje gauchesco y el lunfardo. Algunas de esas voces (las de Ernesto
Quesada y Miguel Cané) se alzaron indignadas contra el profesor francés, aun cuando
la verdadera impugnación de su programa filológico estaría dada por alguien que es-
trictamente no participó de los debates: el rosarino Rudolf Grossmann, que desde un
planteo similar al de Abeille llegó a conclusiones opuestas en El patrimonio lingüístico
del Río de la Plata, libro editado en Alemania en 1926 pero traducido al español recién
en 2008. Este lingüista comparte algo esencial con Abeille: la certeza de que en nuestro
país se ha consolidado la nueva raza euro-argentina, a pesar de lo cual “no ha tomado
forma en este proceso de asimilación una nueva lengua nacional argentina”, a lo cual
agrega que “la formación de nuevas razas y la formación de nuevas lenguas no van
necesariamente de la mano (Grossmann, 2008, p. 333).
Salvo en el disparate de la raza, Grossmann tenía razón: no podía decirse seria-
mente que hubiese nacido o estuviese por nacer un idioma argentino. Sin embargo,
era claro y evidente desde muchísimo antes que el español en la Argentina presentaba
aspectos constrastantes con el español peninsular o el de otros países americanos: dife-
rencias de entonación, una fonética determinada –modos propios de pronunciar la ese,
la ce, la ye, etcétera–, pronombres alternativos de segunda persona (vos y ustedes) con la
consiguiente concordancia verbal con ellos (“vos tenés” y no “vos tienes”), un vocabula-
60
Oscar Conde Gramma, Año XXIX, 61 (2018)
rio rural fijado y difundido por la literatura gauchesca, etc. A estas características es ne-
cesario sumarles un léxico nuevo, del cual nos ha quedado un documento invalorable,
debido a la Academia Argentina de Ciencias, Letras y Artes, que funcionó en Buenos
Aires entre 1875 y 1879 presidida por Martín Coronado. Esta efímera corporación
nos legó un inacabado Diccionario de argentinismos, elaborado colectivamente por sus
miembros y publicado en 2006 por Pedro Luis Barcia.
Este work in progress nos permite tener una idea bastante concreta de cuáles de los
vocablos registrados allí posteriormente se incorporaron al léxico lunfardo. He detec-
tado noventa y cuatro términos, casi todos plenamente vigentes, a los que podríamos
catalogar como prelunfardismos o protolunfardismos. Menciono algunos: agarrada ‘al-
tercado’, bolaso ‘disparate’, cache ‘persona o cosa de poco valor’, chancleta ‘mujer’, chi-
rusa. ‘mujer vulgar que trata de asemejarse a las personas de distinción sin conseguirlo’,
cumpa ‘compañero’, manganeta ‘ardid’, papo ‘vagina’, retobarse ‘enojarse’, vichar ‘mirar
con disimulo’, zafado ‘insolente’.
Es indudable que compartir un léxico sentido como propio refuerza los lazos iden-
titarios en cualquier sociedad. Antes de que concluyera el siglo XX, las oleadas inmi-
gratorias europeas aportarían cientos de nuevas palabras que, entrando por la ventana
—es decir, como escrushantes— se incorporarían al habla diaria de los argentinos. Son
préstamos de las distintas lenguas itálicas, del español popular, del francés, del gallego,
del portugués de Brasil y hasta de procedencias tan dispares como el quimbundo de
Angola, el caló de los gitanos españoles o el idish de la Europa del Este. A los prelun-
fardismos que ya corrían en el español de las ciudades del Plata se sumaron en un cor-
tísimo tiempo todos esos xenismos. Y tal aluvión fue lo que le dio origen al lunfardo.
Como anticipé hace un rato, un vocabulario popular o argótico, además de ser
un marcador de cohesión social e identitaria a través del cual se configura un ima-
ginario común, es un recurso expresivo de carácter lúdico o rebelde con cuyo uso el
hablante atraviesa la barrera de la denotación para arrojarse motu proprio al abismo
de lo connotado.
Por supuesto, tanto la entonación como la gestualidad —un sistema semiótico
que todavía espera un estudio a fondo en el marco del lunfardo— son elementos
que connotan fuertemente, aunque es el léxico el que conlleva una carga mayor. Tan
es así que un solo lunfardismo puede asumir connotaciones muy diversas e incluso
contradictorias. En 1931, en El hombre que está solo y espera, Raúl Scalabrini Ortiz dio
cuenta de las diferentes acepciones que puede asumir el vocablo pelotudo: “Pelotudo es
tanto el honrado, el puntilloso, el cumplidor, el probo, el continente, el fehaciente, el
económico, el tacaño, el disciplinado, el circunspecto, el equitativo, el enfermizo, el
pachorriento, como el opa” (1941, p. 122). Scalabrini revela en esta enumeración que
una palabra utilizada inicialmente con los sentidos de ‘tonto’ o ‘poco avispado’ podría
61
Gramma, Año XXIX, 61 (2018) El Lunfardo y el Español de la Argentina (57-66)
emplearse, según el hablante y el contexto de uso, para adjetivar modos de ser o actuar
considerados irreprochables desde el punto de vista ético.
Otro lunfardismo que solamente el contexto situacional y el tono del enunciador
son capaces de iluminar es atorrante. Para Vicente Palermo y Rafael Mantovani esta
voz, hoy en día, podría significar “desde persona poco seria, caradura, sinvergüenza, de
vida ociosa, marginal, hasta individuo informal, travieso, simpático, divertido, seduc-
tor, querible” (Palermo & Mantovani, 2008, p. 75). El caso empeora si se utiliza en
femenino, ya que atorranta además podría significar ‘prostituta’ o ‘mujer fácil’.
Los efectos connotativos de los argotismos (en nuestro caso, de los lunfardismos)
están implicando un tácito cuestionamiento al sistema, a las conductas sociales insti-
tuidas. El hecho de seleccionar léxicamente una palabra lunfarda en vez de su equiva-
lente en la lengua estandar no está reflejando solo rebeldía ante las normas lingüísticas.
A través de la degradación de esas normas y, en consecuencia, también de los valores
imperantes que ellas reflejan se está expresando, con mucha frecuencia, disconformi-
dad con un orden social injusto. También fue Calvet quien explicó esto con agudeza:
62
Oscar Conde Gramma, Año XXIX, 61 (2018)
De todos modos, sean concientes los hablantes o no, el uso del lunfardo (o de cual-
quier otro argot) revela una elección, un modo de plantarse, una toma de posición ante
la lengua estandar, que tanto puede ser para dar cuenta de una disconformidad con el
sistema o los valores vigentes como para mostrar confianza e intimidad, para quitarle
solemnidad al enunciado o para tensar el diálogo.
La cuestión de la existencia o no de una lengua argentina reapareció en la década
de 1920, en la misma época en la cual se creó el Instituto de Filología en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Y esa polémica, naturalmente,
no es ajena al silenciamiento y la proscripción académica del lunfardo, que perduraron
hasta no hace mucho.
La primera mitad del siglo XX estuvo plagada de gramáticos y filólogos empeñados
en mostrar lo mal que se hablaba y se escribía en la Argentina. Es necesario resaltar que
cuando los gramáticos de la época hablaban del idioma nacional se referían, casi sin ex-
cepciones, al modo de hablar de Buenos Aires. Y todavía muchos lingüistas cometemos
esa torpeza: confundir el español rioplatense o el del AMBA con la lengua que se usa
en todo el país. Curiosamente las respuestas más consistentes a Ricardo Monner Sans,
Arturo Costa Álvarez y la armada española del Instituto de Filología fueron dadas, no
sin contradicciones, por escritores como Jorge Luis Borges y Roberto Arlt.
En un artículo de El tamaño de mi esperanza (1926) un jovencísimo Borges volvería
sobre la cuestión del idioma, intentando señalar diferencias entre el lunfardo (“la jerga
artificiosa de los ladrones”) y algo que él decide llamar arrabalero (“la simulación de esa
jerga”) y que otros venían llamando orillero (Borges, 2011a, p. 112). Sin desplegar de-
masiadas precisiones técnicas, Borges reconoce que “en la intimidad propendemos, no
al español universal, no a la honesta habla criolla de los mayores, sino a una infame je-
rigonza donde las repulsiones de muchos dialectos conviven y las palabras se insolentan
como empujones” (Borges, 2011a, pp. 112-113). Semejante sincericidio —usa la pri-
mera persona del plural propendemos— permite una simple deducción: su arrabalero
ya se había “infiltrado” por entonces en las capas medias y altas de la sociedad porteña.
En otro artículo titulado llamativamente “El idioma de los argentinos” —por más
que se limitara estrictamente al habla de Buenos Aires—, Borges revelaría que dos
fuerzas antagónicas atentaban por igual contra la posibilidad de un habla argentina:
la castiza y la arrabalera. Sobre la segunda sostiene que “el arrabalero […] es la con-
versación usual de Liniers, de Saavedra, de San Cristóbal Sur”, y que el concepto de
arrabal incluye a los conventillos del centro, el paredón del cementerio de la Recoleta,
los corralones de las avenidas Entre Ríos o Las Heras y los alejados barrios de Parque
Patricios y Núñez (cf. Borges, 2011b, p. 241). En suma, casi toda la ciudad conforma-
ba, en los 20, ese inasible arrabal.
Si bien objeta el casticismo, poco después tampoco rechaza de plano el molde
63
Gramma, Año XXIX, 61 (2018) El Lunfardo y el Español de la Argentina (57-66)
proporcionado por la lengua española, dado que el arrabalero no sería otra cosa que
una “jerigonza carcelaria y conventillera” (Borges, 2011b, p. 244). La superposición de
ambos espacios —la cárcel y el conventillo— expone dramáticamente la confusión de
Borges, incapaz de establecer con claridad los límites precisos entre lunfardo y arraba-
lero. Y esto sucede porque lo real es que resultan indiscernibles por una transparente
razón: el arrabalero hipostasiado por él es el mismísimo lunfardo. Dicho en términos
de Teruggi, “esta distinción es ya tan sutil que en la práctica resulta inaplicable” (1974,
p. 7).
No abundaré aquí sobre la participación de Arlt en esta polémica (cf. Conde, 2011,
pp. 101-103), pero no puedo dejar de recordar que el 17 de enero de 1930 publicó en
El Mundo su famosa aguafuerte titulada “El idioma de los argentinos”. Se llamaba igual
que el artículo de Borges y, como aquel, solamente trataba el lenguaje de Buenos Aires.
Para ir concluyendo, la extensión actual del lunfardo es un hecho, verificable inclu-
so en el habla de Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia. El fenómeno ha permeado en los
últimos 50 años las distintas variedades del español de la Argentina y lo que empezó
siendo, en la década de 1870, un vocabulario de palabras y locuciones de las ciudades
del Río de la Plata ha devenido en argot nacional. Apenas un ejemplo. En 2006 la Dra.
Susana Martorell y su equipo publicaron un Breve diccionario de lunfardismos en Salta,
donde uno puede encontrarse palabras como bondi, desbole, fumata, garronear, naso,
patinar y yapa, todas con ejemplos de uso documentados en libros o medios de comu-
nicación provinciales. Esto demuestra que la expansión del lunfardo ha sobrepasado
el ámbito de la oralidad, lo cual puede verificarse en el uso que le dan en sus obras los
escritores del interior y en la presencia de este léxico en diarios y revistas de todas las
provincias.
Tenemos muchas más comprobaciones empíricas que estudios científicos, pero es
evidente que esta propagación del lunfardo por todo el país se ha debido a los medios
audiovisuales de alcance nacional —las repetidoras de radio y la TV por cable o satélite
han contribuido particularmente— y a todos aquellos espacios donde reina el habla
coloquial: las redes sociales, los blogs y los foros de Internet, las redes como Twitter,
Facebook o Instagram y las aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp,
WeChat o Telegram. Así, una palabra que empieza a usarse entre jóvenes de Buenos
Aires, Córdoba, La Plata o Rosario puede tardar menos de una semana en ser utilizada
por jóvenes jujeños, tucumanos o fueguinos.
Hablo explícitamente de jóvenes, porque son ellos, con su inventiva, su picardía
y su capacidad de repentización, los renovadores del lenguaje y, por lo tanto, quienes
mantienen vivos los vocabularios argóticos.
En este proceso de difusión del lunfardo todos sabemos que, después del sainete
—cronológicamente hablando— la letra de tango cumplió un papel esencial hasta
64
Oscar Conde Gramma, Año XXIX, 61 (2018)
mediados del siglo pasado. Andando el tiempo otros géneros de la canción popular
argentina, sin resultar tan decisivos, hicieron lo suyo. Pienso en versos de Charly Gar-
cía de comienzos de los 80: “no transes más” (“La grasa de las capitales”, 1979), “flaco,
tengo un mambo que me caigo” (“Loco, ¿no te sobra una moneda?”, 1980) o “aunque
te arregles las gomas, nena, / seguirás siendo rara” (“Bancate ese defecto”, 1983). O en
versos de Fito Páez: “Ella estaba en cualquiera en cualquier estación” (“Ámbar violeta”,
1987), “el Madison al palo, arde la Argentina” (“Tercer mundo”, 1991), “Soy paragua
de la villa 21” (“La casa desaparecida”, 1999), “Tiene un chonguito divino / que le trae
paquitos de fumar” (“El verdadero amar”, 2007). Casi todos los grupos de rock han
usado el lunfardo de su época. Imposible olvidar a Los Caballeros de la Quema can-
tando “todos nos voltearíamos a nuestras amigas” (“Todos decimos nada”), o el verso de
“Psicodélica mujer” de Viejas Locas que dice “y después flashearon con todo lo demás”
o a Aguante Baretta dando la voz de alarma con “apagá la chala que vienen los blu” (en
“Apagalachala”).
Asimismo, en muchas canciones de cumbia es posible encontrar diversos lunfardis-
mos: bardear ‘agredir’ (“El pibe Moco”, Los Pibes Chorros), churro ‘cigarrillo de ma-
rihuana’ (“El churro verde”, Los Gedientos del Rock), fumanchear ‘fumar marihuana’
(“Mi flor”, Damas Gratis), la gorra ‘la policía’ (“Cabeza”, El Indio), rama ‘cigarrillo de
marihuana’ (“La vuelta”, El Indio), transa ‘pareja circunstancial’ (“La transa”, La Piba)
y vagancia ‘conjunto de jóvenes’ (“El tano Pastita”, Los Pibes Chorros). Y también ex-
presiones, como comerse un travesaño ‘mantener relaciones con un travesti’ (“El trave-
saño”, La Piba), dar masa ‘golpear’ (“Combate”, La Piba), estar de la cabeza ‘estar loco’
(“Empastillado”, Los Pibes Chorros), estar pila ‘estar excitado’ (“Quiero vitamina”, Da-
mas Gratis) o mojar la nutria ‘copular el varón’ (“El hijo del intendente”, Sipangaboy).
Podríamos preguntarnos si, más allá del uso, existe algún tipo de legitimación so-
cial de las voces y locuciones lunfardas. Sí. Pero en general solo sucede con una parte
de su vocabulario, y el proceso es muy lento. En el caso del lunfardo, pibe, conventillo
y compadrito, por dar tres casos, ya eran voces corrientes y, en cierto sentido, “neutras”
—esto es, no connotativas— en el habla porteña de la década de 1950. Hasta tal pun-
to que fueron incorporadas al diccionario académico en aquel tiempo. Otras fueron
insertadas como argentinismos en las sucesivas ediciones de este lexicón por la Real
Academia, pero muy pocas de ellas se naturalizaron o perdieron su carga connotativa.
En la edición de 2001, por ejemplo, se incluyeron bagayo, berreta, chorear, falopa, gra-
tarola, ñoqui, piantarse, quilombo y relojear, lexemas que conservaron (y conservan aún)
su carga argótica. Otros lunfardismos anidaron en el Diccionario de americanismos de
la ASALE y otros —los menos, y nunca queda del todo claro con qué criterio— son
recogidos en el Diccionario del habla de los argentinos, cuya tercera edición publicará en
2019 la Academia Argentina de Letras.
65
Gramma, Año XXIX, 61 (2018) El Lunfardo y el Español de la Argentina (57-66)
Referencias Bibliográficas
Barcia, P. L. (2006). Un inédito Diccionario de argentinismos del siglo XIX. Buenos
Aires: Academia Argentina de Letras.
Borges, J. L. (1926/2011a). Invectiva contra el arrabalero. En Obras completas (Vol. 2.,
pp. 112-118). Buenos Aires: Sudamericana.
Borges, J. L. (1928/2011b). El idioma de los argentinos. En Obras completas (Vol. 2,
pp. 240-254). Buenos Aires: Sudamericana.
Calvet, L-J. (1994). L’argot, Paris: PUF.
Conde, O. (2011). Lunfardo. Un estudio sobre el habla popular de los argentinos. Buenos
Aires: Taurus.
Grossmann, R. (1926/2008). El patrimonio lingüístico extranjero en el español del Río de
la Plata. Buenos Aires: Biblioteca Nacional.
Martorell, S. (Dir.) (2006). Breve diccionario de lunfardismos en Salta. Salta: Instituto
Salteño de Investigaciones dialectológicas “Berta Vidal de Battini”.
Palermo, V. & Mantovani, R. (2008). O caminho das pedras. Manual de gíria brasileña.
Buenos Aires: Capital Intelectual,
Scalabrini Ortiz, R. (1931/1941). El hombre que está solo y espera. Buenos Aires: Edi-
torial Reconquista.
Teruggi, M. (1974). Panorama del lunfardo. Buenos Aires: Ediciones Cabargón.
66