El Orgulloso Inconformista

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El Bienestar en la Incultura

por El Orgulloso Inconformista

De cara a mi propia generación, de tanto en tanto, me pregunto cómo va a ser nuestro futuro. No hablo del
camino individual que cada uno de mis conocidos va a atravesar sino del mundo que entre todos mis
coetáneos vamos a forjar. Tenemos todas las posibilidades de utilizar tecnología de punta, de acceso a casi
cualquier información que precisemos e incluso de conectarnos con gente que vive realidades infinitamente
diferentes a la nuestra. A pesar de todo eso, el provecho extraído por la mayoría es banal, es aceptado y
utilizado para nuestro favor personal. ¿Será acaso que hemos llegado a la cumbre de nuestra evolución? No
lo creo ¿Se trata de una falta de motivación en la juventud? ¿O de una motivación equivocada? ¿Por qué
ahora en medio del auge de la comunicación y la masividad de la información la gente joven tiene ambiciones
cada vez más pequeñas e individuales?

En El Hombre Unidimensional, Herbert Marcuse cuenta cómo tanto el cine, la radio y más tarde la televisión
se fueron convirtiendo en métodos de automatización y por primera vez en la historia: de masificación . La
gente asistía a la operacionalización de la vida. Esas nuevas tecnologías le daban una impronta programada a
la forma de encarar la vida, importaban un modelo de vida. Marcuse explica, con preocupación, que todo esto
nos alejó de nuestra posible y peculiarísima forma de existir, coartó completamente nuestro libre albedrío,
diezmó nuestro mundo interior, nuestra capacidad única de darle nuestros propios valores a diferentes cosas,
el valor de los valores se vio predeterminado de forma masiva.

Anterior a Marcuse, Weber, en La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo dice que aquello que permitió
que llegáramos a tal punto de amor al dinero y a la comodidad fue el desencantamiento de la religión y la
espiritualidad. De acuerdo con el sociólogo alemán, los puritanos (calivinistas, metodistas, quackeros, entre
otros.) en su reforma del catolicísimo pregonaban que la forma de alcanzar la gloria de Dios no era mediante
plegarias, ritos, cantos, confesiones u otros sacramentos sino mediante una verdadera dedicación ascética al
trabajo, a la profesión. Oh casualidad que consecuencia insalvablede eso fue la riqueza desmedida; además
de la conversión de la religión en un medio para alcanzar esta acumulación de capital. De manera que,
cuando Weber describe aquel proceso en que Juan Calvino y Martín Lutero, entre otros padres de la reforma,
intentan acercar la vida material a una pobreza evangélica termina perdiendo el control y generando que sus
propios principios se vuelvan en contra de sus fines espirituales.

Hipérbole de esto estamos viviendo en el siglo XXI. Se ve claro en la comida, no valoramos la mezcla de
sabores, la técnica, la artesanía. La unidad nace como tal; y el sabor será una mezcla de químicos
cuantificados por una máquina a la que un pichi de publicidad le pondrá el nombre genialmente atractivo de
“Salsa McBacon HighSweet Cebolla” o algo por el estilo. Otro gran exponente es la música electrónica, que
como todo lo inofensivo del mundo merece ser disfrutado sin culpas por quien lo disfrute, pero también
merecemos reconocer que el valor de cada pieza individual es nimio. Muchos hablan de lo afectadas que se
vieron las relaciones entre los seres humanos en su forma tradicional, cara-a-cara, cuando la tecnología del
siglo XXI irrumpió de forma masiva en nuestras vidas. Dicen que la gente ya no se junta para hablarse o para
verse, sin embargo yo no creo que algo pueda reemplazar tener al lado a otro ser humano. Incluso creo que la
masividad de los medios de comunicación beneficia el intercambio cultural y la conservación del vínculo
cuando una de las partes se encuentra a miles de kilómetros, por ejemplo. Lo que a mi parecer se ve
vulnerado con el avance de los medios estilo facebook, instagram, snapchat, twitter, tumblr, es que la gente,
desde los niños más pequeños hasta la gente entrada en los cuarenta y cincuenta ya no saben aburrirse. Si
alguien tiene un minuto libre de las “obligaciones”, que son malignas pero necesarias para “disfrutar”, tal vez
chateará al grupo de Whatsapp, jugará al Candy Crush o mirará una película en Netflix. No estoy a punto de
reprochar que la gente no lea, no escriba, no pinte, no escuché óperas enteras o salga a hacer trabajos
humanitarios. Sin embargo creo que no existe más, para el grueso de la juventud occidental, un momento en
el que ya no haya nada que hacer más que estar con uno mismo un poco.

Se asiste a una pérdida de la intimidad, ahora tenemos todos la posibilidad de una vida frívola de celebridad
en la que se pierde el valor que uno se da a sí mismo cuando nadie lo ve, todos podemos exponernos y
delinear el contorno de nuestro personaje y dedicar una parte impresionante de nuestro tiempo a esa
actividad. Se importa un modo de vida en el que se persigue el fin de semana, el viernes y el ocio
improductivo y mostrárselo todo a los demás. No es que la improductividad no sea necesaria, de hecho
hemos halagado el aburrimiento, pero ésta a la que aquí me refiero, es una improductividad que implica un
tipo de seguir cosido con hilo de vida al ritmo automático de un sistema, una forma programada de abordar el
acto de vivir. No nos permite sentirnos extraños, distintos, diferentes; vivimos de forma ordinaria. Sin hablar
peyorativamente la defino como ordinaria refiriendo que es común, más parecida a lo que esperamos que sea
y a lo que esperamos de los demás, porque tenemos un techo muy bajo que no dibujamos nosotros de
expectativas para la vida. Y no creo que se trate de personas ordinarias, sino de gente que ha quedado
alienada y al mismo tiempo está convencida de que ha encontrado su identidad, se encuentra en lo que
consume, en la forma en que la exposición de su intimidad se refleja en un perfil online. ¡Que respiro! ¿No?

Ambos autores alemanes de los que charlamos antes reconocen que se perdió cierta magia, veamos otro
ejemplo. AlessandroBaricco, ensayista contemporáneo italiano, habla en un fragmento su obra Los
Bárbarosde la corrupción del gusto por el vino. El hecho de que la masificación del vino, que en un principio
sólo se producía artesanalmente, de manera rústica, en Italia y Francia pasara a existir en todos lados y de
una forma más pedestre. Era vino pero no era el mismo vino, significaba, citando, una pérdida de alma para el
vino. El espíritu que tenía el vino, para aquellos italianos de la vieja escuela no cruzó los mares con este. A
pesar de esto, aquel ensayo de Baricco, es una gran crítica a la actitud ciertamente reaccionaria o elitista que
se puede llegar a tener al criticar la masividad, que al fin y al cabo en buena parte es la posibilidad para
muchos de acceso a algo que antes no tenían; aunque no tengan acceso a lo que verdaderamente era eso
para aquellos pocos que lo experimentaron primero. Habla de la posibilidad de valorar algo que no
entendemos, que rompe con los esquemas en los que existían las cosas antes.

El autor italiano llega a comparar la masificación capitalista con el romanticismo y la ilustración. Sin embargo
aquí es dónde disiento profundamente. Es importante darle su lugar a las cosas nuevas, a las cosas raras,
bien estaríamos si nos dejáramos vejar por ese fantasma corrosivo que es la incomodidad. A pesar de esto no
creo que la completa revalorización de los valores a la que estamos asistiendo hoy día sea comparable con el
romanticismo. Aquellos que hoy llamamos románticos fueron personas marcadas por la situación que les
acusaba en el momento, buscaban transmitir el dolor y la impotencia de una generación. Mientras Marx
escribía detestaba que lo llamaran romántico y es difícil pensar que a Delacroix lo aplaudieran por su claro
romanticismo. Nosotros los llamamos románticos, ellos vivían su creencia, sus valores, su arte con toda el
alma. Aquellos que hoy se encargan de las redes sociales, aquellos que hoy están a cargo de los nuevos
avances tecnológicos, a cargo de la publicidad, de la televisión, a cargo de lo que va a llegar a miles de
personas saben lo que están haciendo.Marcelo Tinelli sabe lo misógino que es su programa de televisión, lo
idiotizante que resulta, lo ordinario (peyorativamente hablando) que acontece en sus horas al aire. Aquel que
inventó el PokemonGo sabe que abrió la posibilidad a miles de personas de permanecer conectados a sus
teléfonos celulares, personas que tal vez no se sentían atraídas por otras redes sociales.

¡No se trata de un movimiento, una corriente, un estilo! Es un proyecto económico que avanza a pasos
gigantescos y que logró, de forma impresionante, penetrar en el fuero más íntimo, alcanzó en nuestro siglo a
tomar el palacio de invierno de nuestra interioridad. La educación, la vocación, el silencio, el proceso, la
experimentalidad de la vida, todo lo que es indefinible e imposible de convertir en una operación tangible con
un giro de la muñeca se ve relegado. No es que frente a la posibilidad de la inmediatez de estar a un click de
la fama se destruya el prestigio de una obra (de cualquier índole, incluso un obrar no artístico) bien realizada
por medio de la complejísima tarea de penetrar en las cosas y dejar que nos penetren, simplemente resulta
poco interesante. La posibilidad de crear algo verdaderamente raro, algo que no busca ser diferente, que
directamente nos asusta; nos conmueve; nos provoca muere despacito.

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